ALABANZA

v. Honra
2Ch 29:31 presentad sacrificios y a en la casa
Neh 12:27 hacer la dedicación y la fiesta con a
Psa 50:14 sacrifica a Dios a, y paga tus votos
Psa 50:23 el que sacrifica a me honrará, y al que
Psa 65:1 tuya es la a en Sion, oh Dios, y a ti
Psa 69:30 alabaré yo el .. lo exaltaré con a
Psa 95:2 lleguemos ante su presencia con a
Psa 96:6 a y magnificencia delante de él; poder
Psa 116:17 ofreceré sacrificio de a, e invocaré
Psa 145:3 grande es .. y digno de suprema a
Psa 147:7 cantad a Jehová con a, cantad con
Isa 38:19 el que vive, éste te dará a, como yo hoy
Jon 2:9 con voz de a te ofreceré sacrificios
Zep 3:19 os pondré por a .. en toda la tierra
Mat 21:16 de la boca de .. perfeccionaste la a?
2Co 8:18 hermano cuya a .. se oye por todas
Heb 13:15 ofrezcamos .. sacrificio de a, es decir
Jam 5:13 ¿está alguno alegre? Cante a
Rev 5:13 al Cordero, sea la a, la honra, la gloria


Alabanza (heb. hillûlîm, tehillâh, tôdâh; gr. áinos, épainos, áinesis). Toda acción que tiende a glorificar, ensalzar y bendecir el nombre y la persona de Dios, en especial con himnos y cantos. Véase Aleluya.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(Elogiar plausiblemente).

– De Jesús al Padre, Mat 11:25, Jua 17:1|.

– De los ángeles a Dios, Luc 2:13-20, Ap. 4.

– De los hombres al Senor: Será lo que hagamos en el Cielo, por cada segundo por millones de siglos, junto con los ángeles y todos los santos, como dice Rev 4:8-11, Rev 5:8-14, Rev 7:9-13, Rev 19:1-8.

– Vayamos ensayando aquí­, en la tierra, diciendo en todo momento “Gloria al Padre, al Hijo, y al Espí­ritu Santo”. “Bendito”. “Aleluya”, que quiere decir “Alabado sea el Senor”. Es el secreto del gozo aquí­ en la tierra, y la forma de hacer oración continua. Ver “Acción de Gracias”.

– Hay varios salmos de “Aleluya”.

111 al 118, 134 al 139, 145 al 150. Recémoslos a menudo. Son oraciones hechas por Dios para los hombres.

Alabanza a la Virgen Marí­a: En Luc 1:48 se hace una profecí­a sobre la Virgen Marí­a, diciendo que “todas las generaciones la alabarán” y qué bien se ha cumplido en estos últimos dos mil años. Todas las generaciones la han alabado, con todas las obras de arte. La Virgen Marí­a es la mujer, en la historia de la humanidad, a la que se le han dedicado más poesí­as, y cantares, y pinturas, y esculturas, y capillas, iglesias, basí­licas y catedrales, en todas partes del mundo. Y en cada segundo de cada dí­a, por estos dos mil años alguien ha estado diciendo “Salve Marí­a, llena de gracia, el Senor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres”: (Luc 1:28, Luc 1:42).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El término hebreo hillel se traduce como a. Es la acción de proclamar o reconocer las virtudes de otra persona. Así­, los siervos de Faraón vieron la belleza de †¢Sara †œy la alabaron delante de él† (Gen 12:15). †¢Absalón era †œalabado por su hermosura† (2Sa 14:25). †œAlábete el extraño y no tu propia boca† (Pro 27:2) es una advertencia en contra del autoelogio. La a. a Dios es el acto de reconocer, proclamar y bendecir las virtudes, grandeza, belleza y gloria, tanto de él como de sus obras. El que sea nuestro Dios hace que sea natural que lo alabemos (Exo 15:2). El propósito del pueblo de Dios es publicar sus a. (Isa 43:21). La a. sale de un corazón gozoso (1Cr 16:35). En la oración se distinguen la a., las peticiones, las súplicas y las acciones de gracias.

Los Salmos, libro de a. por excelencia, nos enseña, entre otras cosas, que: †œJehová es digno de ser alabado† (1Cr 18:3); La a. a Dios es †œsuave y hermosa† (1Cr 147:1). Hay que llegar †œante su presencia con a.† (1Cr 95:2; 1Cr 100:4; 1Cr 145:3); Dios †œhabita entre las a. de Israel† (1Cr 22:3); Alabamos a Dios por †œsu justicia† (1Cr 7:17); su †œpoder† (1Cr 21:13); su †œpalabra† (1Cr 56:4); †œsu misericordia† (1Cr 63:3; 1Cr 107:8); †œsu santidad† (1Cr 97:12); su bondad (1Cr 100:5; 1Cr 106:1); por la grandeza de su nombre (1Cr 138:1-2); por su salvación (1Cr 27:6; 1Cr 40:3; 1Cr 142:7); por las respuestas a nuestras oraciones (1Cr 118:21); por su creación (1Cr 96:5-6).
a Dios los que temen a Jehová (1Cr 22:23). Los que habitan en su casa (1Cr 84:4); †œen la congregación de los santos† (1Cr 22:22; 1Cr 149:1); †œen la reunión de ancianos† (1Cr 107:32); en su †œsanto templo† (1Cr 138:2). Y lo hacen con sinceridad y rectitud de corazón (1Cr 9:1; 1Cr 86:12; 1Cr 119:7); con gozo (1Cr 28:7); con danza, cánticos e instrumentos musicales (1Cr 43:4; 1Cr 69:30; 1Cr 69:71.22; 1Cr 149:3). Un dí­a †œtodos los reyes de la tierra† y †œtodos los pueblos† alabarán al Señor (1Cr 67:3, 1Cr 67:5; 1Cr 117:1; 1Cr 138:4). Así­ como toda la creación canta su gloria porque †œlos cielos cuentan la gloria de Dios† (1Cr 19:1; 1Cr 145:10).
el NT el término es aineo. Los ángeles †œalababan a Dios, y decí­an: ¡Gloria a Dios en las alturas…† (Luc 2:13-14). †¢Oración.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LEYE DOCT Acción de glorificar a Dios, de ensalzarlo y bendecirlo especialmente con himnos y cánticos (2 Cr. 7:6; Sal. 28:7; 40:3; 95:1, 2; 149:1-3; 150), música y danza. La alabanza es una de las manifestaciones a las que en la Biblia se invita con frecuencia, perteneciendo a este género de oración muchos de los Salmos. En realidad, en la Escritura se encuentran con frecuencia la alabanza y la acción de gracias en un mismo movimiento del alma, y en el plan literario en los mismos textos. Dios se revela digno de alabanza por todos sus beneficios con el hombre. La alabanza resulta con toda naturalidad como agradecimiento y como bendición por los beneficios recibidos, y los ejemplos son numerosos (Sal. 35:18; 69:31; 109:30; Esd. 3:11). La alabanza y la acción de gracias suscitan las mismas manifestaciones exteriores de gozo, sobre todo en las reuniones del culto y donde los creyentes rinden una y otra vez gloria a Dios (Is. 42:12; Sal. 22:24; 50:23; Lc. 17:15-18; Hch. 11:18; Fil. 1:11; Ef. 1:6, 12, 14). La alabanza tiende más a la persona de Dios que a sus dones; está muy cercana de la adoración, en la ví­a del éxtasis. En los himnos de alabanza se canta a Dios porque es Dios. La alabanza cristiana tiene su movimiento esencial en la alabanza del Antiguo Testamento, pero se distingue porque es suscitada por el don de Cristo Jesús, que manifiesta su poder en la redención del género humano y en la salvación individual de cada hombre. Tal es el sentido de la alabanza de los ángeles y de los pastores en la noche de Navidad (Lc. 2:13-20), como la alabanza que recibe Cristo de la boca de las multitudes después de las curaciones milagrosas (Mr. 7:36; Lc. 18:43; 19:37; Hch. 3:9); éste es el sentido de la alabanza de los judí­os del dí­a de Ramos, antes de su Pasión (Mt. 21:16), y éste es también el del cántico del Apocalipsis (Ap. 15:3). Algunos fragmentos de himnos primitivos, conservados en las cartas de San. Pablo, reproducen el eco de esta alabanza cristiana dirigida a Dios Padre, que ha revelado el misterio de la salvación en Cristo Jesús (1 Ti. 3:16) y que hará retornar a Cristo glorioso al final de los tiempos (1 Ti. 6:15). Sentimientos de oración que expresan gratitud por el misterio de Cristo (Fil. 2:5; Col. 1:5) y por el don de la salvación (2 Ti. 2:11) y expresando la verdadera fe cristiana (Ef. 5:14).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Dios se revela por sus obras como digno de alabanza. Quiere, además, ser alabado. El hombre, por tanto, debe alabar a Dios. La alabanza es agradecimiento y bendición con manifestación de gozo y de alegrí­a (Lc 17,15-18). Se centra en la proclamación exultante de las grandezas de Dios (Mt 9,31; Lc 2,38). En el A. T. son famosos los salmos de alabanza. En el N. T., los himnos del (Lc 1,45-55) y del (Lc 1,68-79). La alabanza se hace también cantada (Mt 26,30; Lc 2,13. 20; 19,37; 24,53). En los evangelios, la alabanza es esencialmente cristiana, está suscitada por la manifestación del poder y de la divinidad de Jesucristo: alabanza de los ángeles y de los pastores (Lc 2,13-20), de las multitudes después de las obras milagrosas de Jesús (Mc 7,36ss; Lc 18,43; 19,37), de los apóstoles en el templo (Lc 24,53), el hosanna del Domingo de Ramos (Mt 21,16). La alabanza se dirige incluso al mismo Jesús en persona (Mt 21,9). La alabanza, finalmente, debe ser hecha con espí­ritu filial, a imitación de como El la dirigí­a al Padre (Mt 11,25; Lc 10,21). La vida del hombre, máxime la del cristiano, debe ser una continua “alabanza de la gloria de la gracia” de Dios. ->ón; magnificat; benedictus.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

A veces puede surgimos la duda de que es poco realista alabar a Dios mientras la gente sufre, es pobre, no tiene trabajo; mientras en el mundo haya violencias y guerras. Tenemos miedo de que, en cierto sentido, esta alabanza a Dios sea como ponernos una venda en los ojos. Sin embargo, creo que tenemos que tener más valor. Si empezamos a mirar el mundo con los ojos de Dios, y por tanto a alabarlo por el bien que hace, tendremos más capacidad para distinguir el bien del mal y penetrar en los sufrimientos de la humanidad. El sentido de la alabanza a Dios es el primer realismo: es la contemplación del mundo como lugar de bondad, misericordia, amor de Dios, amor de Cristo por el hombre, el pobre, el enfermo, el que sufre, por mí­, por nosotros, por esta Iglesia. Por tanto, tenemos que aprender a buscar en nuestra propia experiencia personal los motivos reales de la alabanza a Dios. ¡Y la verdad es que son muchí­simos! A veces resulta que los dones del Señor nos parecen obvios y no nos sorprendemos de ellos: el hecho, por ejemplo, de estar aquí­ juntos, de no haber perdido la fe, de haber perseverado en la vocación, son todos unos dones inmensos. En nuestra jornada y en nuestra vida deberí­amos acostumbrarnos a buscar las distintas circunstancias, de manera que todo se pueda transformar en motivo de alabanza. Marí­a, en el magní­ficat, canta una alabanza Inmensa que abarca el universo. Podrí­amos decir: pero, en el fondo, ¿qué ha visto Marí­a? Durante unos minutos ha contemplado un ángel que ni siquiera sabemos bien cómo se le ha aparecido. Ha oí­do una palabra amable de Isabel, y ya está. Son dos pequeños acontecimientos en los que ha leí­do, pasando por el conocimiento de Dios, un proyecto universal. Esto significa que para alabar a Dios no hace falta mucho: basta con saber interpretar un acontecimiento en el que Dios se manifiesta, para que desde él podamos remontarnos al Omnipotente, al Dios cuyo nombre “es Santo”, y su misericordia “llega a sus fieles de generación en generación”. Desde el punto de vista psicológico, es suficiente concentrarse en una pequeña circunstancia para deducir todas las demás.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Expresión de elogio y admiración. Cuando el objeto de esta es la persona de Dios, tiene carácter de adoración. El verbo hebreo ha·lál y el griego ai·néo se traducen †œalabar†. (Sl 113:1; Isa 38:18; Ro 15:11; véanse ALELUYA; HALLEL.) El sustantivo griego hý·mnos, del que se deriva la palabra española †œhimno†, encierra la idea de alabanza o cántico de alabanza dirigido a Dios. (Mr 14:26, nota.)
Alabar el nombre de Dios significa rendir alabanza al Altí­simo mismo. (Sl 69:30.) El merece la mayor alabanza porque es †œbueno† o la esencia misma de la excelencia moral, el Creador, el Ayudador de los que se hallan en angustia, el Sustentador y Libertador de su pueblo. (Sl 135:3; 150:2; 1Cr 16:25, 26.) Jamás compartirá su alabanza con imágenes inanimadas, incapaces de ofrecer ayuda a quienes las adoran. (Isa 42:8.)
La alabanza desempeñó un papel importante en la adoración que el pueblo de Israel le ofreció a Jehová. Al ser el Todopoderoso objeto constante de expresiones de alabanza, el salmista pudo decir de El: †œHabitas en las alabanzas de Israel†. (Sl 22:3.) El rey David organizó a los sacerdotes y los levitas para que alabaran a Dios con canciones e instrumentos musicales. El sistema que él organizó continuó vigente en el templo construido por Salomón, y desde entonces, los sacerdotes y los levitas se encargaron durante años de ofrecer alabanzas, para lo que usaron las composiciones musicales inspiradas cuya letra se ha conservado hasta el dí­a de hoy en el libro de los Salmos. (1Cr 16:4-6; 23:2-5; 2Cr 8:14; véase MÚSICA.)
Los siervos fieles de Jehová no permitieron que nada interfiriese en la alabanza a la que Dios tení­a derecho exclusivo. El profeta Daniel, por ejemplo, no dejó de alabar a Jehová aun cuando se decretó que hacerlo era ilegal y que se castigarí­a a quien lo hiciese arrojándolo a un foso de leones. (Da 6:7-10.) El propio Jesucristo puso el ejemplo superlativo de otorgar la alabanza a Jehová al no hacer nada de su propia iniciativa. Toda la vida del hijo de Dios y su ministerio, lo que incluye sus milagros, resultaron en alabanza a su Padre. (Lu 18:43; Jn 7:17, 18.)
Los cristianos del primer siglo continuaron usando los salmos inspirados como un medio de alabar a Jehová. Además, parece que ellos mismos compusieron †œalabanzas a Dios†, o himnos, y †œcanciones espirituales†, es decir, de temas espirituales. (Ef 5:19; Col 3:16.) Sin embargo, la alabanza cristiana no se circunscribe a estas canciones, sino que halla su expresión en la vida misma de la persona y en el interés activo que se tome en el bienestar espiritual y fí­sico de otros. (Heb 13:15, 16.)

Alabanza dirigida a criaturas humanas. La autoadulación manifiesta orgullo y no es constructiva para quien la escucha. Debido a que implica autoexaltación, en menoscabo de otros, es una actitud carente de amor. (1Co 13:4.) Si una persona recibiera alabanza, esta deberí­a ser una manifestación espontánea expresada por observadores imparciales, por personas que no esperaran ningún beneficio a cambio. (Pr 27:2.)
Aunque la alabanza provenga de otras personas, puede poner a prueba al que la recibe. Tal vez genere en él sentimientos de superioridad u orgullo y propicie su caí­da. Pero si se recibe con la disposición de ánimo apropiada, puede tener un efecto positivo en la persona, haciendo que reconozca humildemente su deuda con Jehová Dios y animándola a mantener su comportamiento moral a un nivel tan meritorio. El proverbio inspirado habla del posible efecto de la alabanza en una persona, pues pone de manifiesto su verdadera condición; dice: †œEl crisol es para la plata, y el horno es para el oro; y un individuo es conforme a su alabanza†. (Pr 27:21; compárese con VP.)
No hay mayor elogio o alabanza posible que el que Dios otorgue su aprobación. Ese reconocimiento se otorgará al tiempo de la revelación de nuestro señor Jesucristo en su gloria (1Co 4:5; 1Pe 1:7), y no depende de méritos materiales, sino de que se haya vivido de un modo digno de un siervo de Jehová. (Ro 2:28, 29; véase JUDíO[A].) Por otra parte, es posible que altos funcionarios estatales alaben a los verdaderos cristianos por su rectitud y respeto a la ley. (Ro 13:3.) Cuando se hace patente a los observadores que la conducta excelente de los cristianos obedece a que son siervos devotos de Jehová, la alabanza que les prodigan recae sobre Jehová y su Hijo, de quienes son discí­pulos leales.

Fuente: Diccionario de la Biblia

En la *oración se acostumbra distinguir la alabanza, la petición y la *acción de gracias. En realidad, en la Biblia se hallan con frecuencia la alabanza y la acción de gracias en un mismo movimiento del alma, y en el plan literario, en los mismos textos. En efecto, *Dios se revela digno de alabanza por todos sus beneficios para con el hombre. Entonces la alabanza resulta con toda naturalidad agradecimiento y *bendición; los paralelos son numerosos (Sal 35,18; 69,31; 109,30; Esd 3,11). La alabanza y la acción de gracias suscitan las mismas manifestaciones exteriores de *gozo, sobre todo en el *culto; una y otra dan *gloria a Dios (Is 42,12; Sal 22,24; 50,23; IPar 16,4; Lc 17,15-18; Act 11,18; Flp 1,11; Ef 1,6.12.14) confesando sus grandezas. Sin embargo, en la medida en que los textos y el vocabulario invitan a hacer una distinción, se puede decir que la alabanza atiende a la persona de Dios más que a sus dones; es más teocéntrica, está más perdida en Dios, más próxima a la *adoracién, en la ví­a del éxtasis. Los himnos de alabanza se destacan generalmente de un contexto preciso y cantan a Dios porque es Dios.

I. EL DIOS DE LA ALABANZA. Los cánticos de alabanza, nacidos en un arranque de entusiasmo, multiplican las palabras para tratar de describir a Dios y sus grandezas. Cantan la bondad de Yahveh, su justicia (Sal 145,6s), su salvación (Sal 71-15), su ñauxilio (ISa 2,1), su amor y su fidelidad (Sal 89,2; 117,2), su gloria (lí­a 15,21), su fortaleza (Sal 29,4), su maravilloso designio (Is 25,1), sus juicios liberadores (Sal 146,7); todo esto resplandeciendo en las maravillas de Yahveh (Sal 96,3), en sus altas gestas, en sus proezas (Sal 105, 1; 106,2), en todas sus *obras (Sal 92,5s), comprendidos los *milagros de Cristo (Lc 19,37).

De las obras se asciende al autor. “Grande es Yahveh y altamente loable” (Sal 145,3). “¡Yahveh, Dios mí­o, tú eres tan grande, vestido de fasto y de esplendor!” (Sal 104,1; cf. 2Sa 7,22, Jdt 16,13). Los himnos cantan el gran *nombre de Dios (Sal 34,4; 145,2; 1s 25,1). Alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo (Lc 1,46; Act 10,46), es reconocer su superioridad única, ya que es el que habita en lo más alto de los *cielos (Lc 2,14), puesto que es el *santo. La alabanza brota de la conciencia exultante por esta santidad de Dios (Sal 30.5 = 97,12; 99,5; 105,3 cf. Is 6,3); y esta exultación muy pura y muy religiosa une profundamente con Dios.

II. LOS COMPONENTES DE LA ALABANZA.

1. Alabanza y confesión. ALABANZA/COMPONENTES: La alabanza es ante todo *confesión de las grandezas de Dios. En formas variadas y numerosas, la alabanza se introduce casi siempre con una proclamación solemne (cf. Is 12,4s; Jer 31,7; Sal 79,13; 89,2; 96,1ss; 105, 1s; 145,6…). Este anuncio supone un público pronto a vibrar y a entrar en comunión: es la asamblea de los *justos (Sal 22,23.26; cf. 33,1); los corazones rectos, los humildes son quienes pueden comprender la grandeza de Dios y entonar sus alabanzas (Sal 30,5; 34,3; 66,16s), pero no el insensato (Sal 92,7). La alabanza, que brota al contacto con el Dios vivo, despierta al hombre entero (Sal 57,8; 108,2-6) y lo arrastra a una renovación de *vida. El hombre, para alabar a Dios, se entrega con todo su ser; la alabanza, si es verdadera, es incesante (Sal 145,1s; 146,2; Ap 4,8). Es explosión de vida: no son los muertos, descendidos ya al sêol, sino sólo los vivos, los que pueden alabar a Dios (Sal 6,8; 30,10; 88,11ss; 115,17; 1s 38,18; Bar 2,17; Eclo 17,27s). El NT conserva siempre en la alabanza este puesto dominante de la *confesión: alabar a Dios consiste siempre en primer lugar en proclamar sus grandezas, solemne y ampliamente en torno a uno mismo (Mt 9, 31; Lc 2,38; Rom 15,9 = Sal 18,50; Heb 13,15; cf. Flp 2,11).

2. Alabanza y canto. La alabanza nace del embeleso y de la admiración en presencia de Dios. Supone un *alma dilatada y poseí­da; puede expresarse en un grito, en una exclamaci6n, una ovación gozosa (Sal 47,2.6; 81,2; 89,16s; 95,1…; 98,4). Dado que debe ser normalmente inteligible a la comunidad, al desarrollarse se convierte fácilmente en canto, cántico, las más de las voces apoyado por la música y hasta la danza (Sal 33,2s; cf. Sal 98,6; IPar 23,5). La invitación al canto es frecuente al comienzo de la alabanza (Ex 15, 21; Is 42,10; Sal 105,1…; cf. Jer 20,13). Uno de los términos más caracteristicos y más ricos del vocabulario de la alabanza es el hillel del hebreo, que ordinariamente traducimos por “alabar”. Con frecuencia, como en nuestros salmos laudate (p.e., Sal 100,1; 113,1), el objeto de la alabanza se indica explí­citamente a continuación del verbo (Is 38,18; Sal 69,31; JI 2,26), pero la indicación no es indispensable y la alabanza puede también apoyarse únicamente en sí­ misma (Sal 63,6; 113,1). Tal es el caso particularmente en la exclamaci6n Alleluia = Hallelu-Yah = Alabad a Yah(veh). El mismo NT conoce diversos términos para expresar la alabanza cantada, insistiendo alternativamente en el canto (gr. aido: Ap 5,9; 14,3; 15, 3), en el contenido del himno (gr. hymneo: Mt 26,30; Act 16,25) o en el acompañamiento musical (gr. psallo: Rom 15,9 = Sal 18,50; ICor 14,15). Sin embargo, un texto como Ef 5,19 parece poner estas diferentes voces en paralelo. Por otra parte, en los LXX se traduce las más veces hillel por aineo, que hallamos en el NT, sobre todo en los escritos de Lucas (Lc 2,13.20; 19,37; 24,53; Act 2,47; 3,8s).

3. Alabanza y escatologí­a. A Israel reserva en primer lugar la Biblia la función de la alabanza; consecuencia normal del hecho de que el pueblo elegido es el beneficiario de la *revelación y, por consiguiente, el único que conoce al verdadero Dios. En lo sucesivo la alabanza se tiñe poco a poco de universalismo. También los paganos ven la gloria y el poder de Yahveh y son invitados a unir su voz a la de Israel (Sal 117,1). Los “salmos del Reino” son en este sentido significativos (Sal 96,3.7s; 97,1; 98,3s). Y no sólo todos los pueblos de la tierra son invitados a adquirir conciencia de las victorias de Dios, como la del retorno, sino que la naturaleza misma se asocia a este concierto (Is 42,10; Sal 98,8; 148; Dan 3,51-90). El universalismo prepara la escatologí­a. Esta alabanza de todos los pueblos, inaugurada al retorno del exilio, no hace sino inaugurar la gran alabanza que vendrá a dilatarse “en los siglos”. Los himnos del AT prefiguran el himno eterno del *dia de Yahveh, ya entonado y todaví­a aguardado; los “cánticos nuevos” del salterio deben hallar su última resonancia en el “cántico nuevo” del Apocalipsis (Ap 5,9; 14,3).

III. ALABANZA Y CULTO. La alabanza en Israel aparece en todo tiempo ligada a la liturgia, pero esta relación se hace todaví­a más real cuando, con la construcción del templo, el culto queda más fuertemente estructurado. La participación del pueblo en el culto del templo era viva y jubilosa. Aquí­ sobre todo, en las *fiestas anuales y en los grandes momentos de la vida del pueblo (consagración del rey, celebración de una victoria, dedicación del templo, etc.) se hallan todos los elementos de la alabanza: la asamblea, el entusiasmo que tratan de traducir los gritos: ¡*Amén! ¡Alleluia! (IPar 16,36; Neh 8,6; cf. 5,13), los estribillos: ·Porque su amor es eterno. (Sal 136,1…; Esd 3,11), la música y los cantos. Así­ seguramente numerosos salmos se componen por necesidades de la alabanza cultual: cantos ahora ya dispersos en nuestro salterio, pero que, sin embargo, se hallan en forma más caracterizada por lo menos en los tres grandes conjuntos tradicionales: el “pequeño Hallel” (Sal 113 a 118), el “gran Hallel” (Sal 136), el “Hallel final” (Sal 146 a 150). En el templo, el canto de los salmos acompaña particularmente a la todah, “sacrificio de alabanza” (cf. Lev 7,12…; 22,29s; 2Par 33,16), *sacrificio pacifico seguido de una *comida sagrada muy alegre en las dependencias del templo. En ambiente cristiano la alabanza será también fácilmente alabanza cultual. Las indicaciones de los Hechos y de las Epí­stolas (Act 2,46s; ICor 14,26; Ef 5,19) evocan las asambleas litúrgicas de los primeros cristianos; igualmente la descripción del culto y de la alabanza celestiales en el Apocalipsis.

IV. LA ALABANZA CRISTIANA.

En su movimiento esencial la alabanza es la misma en uno y otro Testamento. Sin embargo, ahora ya es cristiana, primero porque es suscitada por el don de Cristo, con ocasión del poder redentor manifestado en Cristo. Tal es el sentido de la alabanza de los “ángeles y de los pastores en Navidad” (Lc 2,13s.20), como de la alabanza de las multitudes después de los milagros (Mc 7,36s; Lc 18,43; 19,37; Act 3,9); es incluso el sentido fundamental del Hosanna del domingo dee Ramos (cf. Mt 21,16 = Sal 8,2s), como también del cántico del cordero en el Apocalipsis (cf. Ap 15,3). Algunos fragmentos de himnos primitivos, conservados en las Epí­stolas, reproducen el eco de esta alabanza cristiana dirigida a Dios Padre que ha revelado ya el *misterio de la *piedad (ITim 3,16) y que hará surgir el retorno de Cristo (ITim 6,15s); alabanza que confiesa el misterio de Cristo (Flp 2,5. . .; Col I, 15…), o el misterio de la salvación (2Tim 2,11ss), viniendo así­ a ser a veces verdadera *confesión de la fe y de la vida cristiana (Ef S,14). La alabanza del NT, fundada en el don de Cristo, es cristiana también en cuanto que se eleva a Dios con Cristo y en él (cf. Ef 3,21); alabanza filial a ejemplo de la propia *oración de Cristo (cf. Mt 11,25); alabanza dirigida incluso directamente a Cristo en persona (Mt 21,9; Act 19,17; Heb 13,21; Ap 5,9). En todos sentidos es justo afirmar: ahora ya el Señor Jesús es nuestra alabanza. Dilatándose así­ a partir de la Escritura, la alabanza debí­a ser siempre primordial en el cristianismo marcando el ritmo de la oración litúrgica con los alleluia y los gloria Patri, animando a las almas en oración hasta invadirlas y transformarla en una pura “alabanza de gloria”. -> Acción de gracias – Confesar – Culto – Eucaristí­a – Oración.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La Biblia está llena de alabanza y adoración a Dios. La alabanza puede definirse como un homenaje a Dios por sus criaturas en adoración a su persona y en agradecimiento por sus favores y bendiciones. Los ángeles que sobresalen por su poder rinden su adoración al Señor (Sal. 103:20). Sus voces se elevaron en adoración en el nacimiento de Cristo (Lc. 2:13–14), y en los días de tribulación que vendrán, ellos unirán sus voces para exclamar «El Cordero que fue inmolado es digno …». (Ap. 5:11, 12).

Israel rinde adoración a Dios, especialmente en los Salmos de Alabanza (Sal. 113–118). No únicamente Israel, sino todos los que sirven a Dios, el cielo y la tierra, los mares y todo lo que en ellos se mueve; en efecto, todo lo que tiene respiración debe rendir alabanza al Señor (Sal. 135:1, 2; 69:34; 150:6).

A Dios puede alabársele con instrumentos musicales y con canciones (Sal. 150:3–5; 104:33). Los sacrificios (Lv. 7:13), testimonios (Sal. 66:16), y oraciones (Col. 1:3) son también actividades donde la alabanza encuentra expresión. La alabanza puede ser pública y también privada (Sal. 96:3); puede ser una emoción íntima (Sal. 4:7) o una declaración externa (Sal. 51:15). Se tributa a Dios por su salvación (Sal. 40:10) así como por la grandeza de sus obras maravillosas (Ap. 15:3, 4). El debería ser alabado por sus cualidades inherentes, su majestad (Sal. 104:1) y santidad (Is. 6:3).

Ocasionalmente la alabanza tiene al hombre como su objeto, en cual caso el elogio puede ser valioso (Pr. 31:28, 31) o sin valor (Mt. 6:2). El apóstol Pablo buscó la gloria de Dios antes que la alabanza de los hombres (1 Ts. 2:6), aunque reconoció una alabanza legítima como un tributo por un servicio cristiano distinguido (2 Co. 8:18). Tal alabanza puede llegar a ser un incentivo para una vida santa (Fil. 4:8).

No es bueno retener la gloria debida únicamente a Dios, porque él ha dicho «El que sacrifica alabanza me honrará» (Sal. 50:23). Cada corazón creyente que medita acerca de sus obras (Sal. 77:11–14), que reconoce sus beneficios (Sal. 103:2), y que descansa en su don inefable (2 Co. 9:15) encontrará que la alabanza a Dios no es únicamente un deber, sino una delicia.

BIBLIOGRAFÍA

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Fuente: Diccionario de Teología

En el AT los términos comúnmente utilizados para alabanza son hālal, cuya raíz significa hacer ruido; yāḏâ, que originalmente estaba relacionada con las acciones y gestos corporales que acompañan la alabanza; y zāmar, que está relacionada con la música o el canto. En el NT eujaristein (lit. ‘dar gracias’) es el término favorito, que sugiere en la persona que alaba, una actitud de mayor intimidad con la persona que es objeto de la alabanza que en el caso de eulogein, ‘bendecir’, que es más formal.

La Biblia toda está llena de explosiones de alabanza. Surgen espontáneamente del “sentimiento básico” de gozo que señala la vida del pueblo de Dios. Dios se complace y se deleita en las obras de su creación (Gn. 1; Sal. 104.31; Pr. 8.30–31), y toda la creación, incluyendo los ángeles, expresa su gozo en alabanza (Job 38.4–7; Ap. 4.6–11). También el hombre fue creado para regocijarse en las obras de Dios (Sal. 90.14–16) y cumple este propósito cuando acepta las dádivas de Dios (Ec. 8.15; 9.7; 11.9; Fil. 4.4, 8; cf. tamb. W. Eichrodt, Man in the Old Testament, 1951, pp. 35).

La llegada del reino de Dios al seno del mundo está enmarcada por la restauración del gozo y la alabanza en el pueblo de Dios y en toda la creación (Is. 9.2; Sal. 96.11–13; Ap. 5.9–14; Lc. 2.13–14), anticipo de lo cual ya se tiene en el ritual y el culto del templo, en el que la alabanza surge del puro gozo que despierta la presencia redentora de Dios (Dt. 27.7; Nm. 10.10; Lv. 23.40). La alabanza a Dios se rinde en la tierra por sus obras de creación y redención (Sal. 24; 136), siendo ella un eco en la tierra de alabanza en el cielo (Ap. 4.11; 5.9–10). En consecuencia, la alabanza es una marca del pueblo de Dios (1 P. 2.9; Ef. 1.3–14; Fil. 1.11). El rehusarse a darla es la marca de los impíos (Ro. 1.21; Ap. 16.9). El acto de alabar encierra la más íntima comunión con aquel a quien se alaba. “Por lo tanto la alabanza no sólo expresa sino que completa el gozo; es su consumación preestablecida … Al disponer que debemos glorificarle, Dios nos está invitando a gozar de él” (C. S. Lewis, Reflections on the Psalms, 1958, pp. 95).

Pero con frecuencia también se ordena a los hombres alabar a Dios como un deber, y evidentemente en este caso la alabanza no puede depender del estado de ánimo, de los sentimientos o las circunstancias (cf. Job 1.21). El “alegrarse delante de Jehová” es parte del ritual ordenado para la vida cotidiana de su pueblo (Dt. 12.7; 16.11–12), en que los hombres se estimulan y se exhortan mutuamente a la alabanza. Aunque hay salmos que expresan la alabanza del individuo, siempre se ha considerado que la alabanza se expresa mejor en el seno de la congregación (Sal. 22.25; 34.3; 35.18), donde la alabanza no sólo da honor y placer a Dios (Sal. 50.23), sino que también obra como testimonio de y ante el pueblo de Dios (Sal. 51.12–15).

Los levitas eran los encargados de elaborar los complejos preparativos para la expresión de la alabanza en el templo. Se utilizaban salmos en la liturgia y en las procesiones sagradas con “voces de alegría y de alabanza” (Sal. 42.4). Probablemente el canto era antifonal y comprendía dos coros, o solista y coro. El baile, desde los tiempos más antiguos medio de expresión de alabanza (Ex. 15.20; 2 S. 6.14), también se utilizaba para este fin en el templo (Sal. 149.3; 150.4). El Sal. 150 proporciona una lista de instrumentos musicales que se utilizaban en la alabanza (* Música e instrumentos musicales).

Los cristianos primitivos continuaron concurriendo al culto en el templo para expresar su alabanza (Lc. 24.53; Hch. 3.1). Pero al haber experimentado nueva vida en Cristo, era inevitable que dicha experiencia se expresase en nuevas formas de alabanza (Mr. 2.22). El gozo era el estado de ánimo dominante de la vida cristiana, y aunque no se describe o prescribe explícitamente la adoración y la alabanza formales que el mismo inspiraba, la razón es que en buena medida su práctica se daba por sentado. Así como aquellos que experimentaron o fueron testigos del poder sanador y purificador de Cristo estallaban en alabanza espontáneamente (Lc. 18.43; Mr. 2.12), también en la iglesia apostólica hay frecuentes ejemplos de tales testimonios espontáneos, que se iban manifestando a medida que los hombres comenzaban a ver y comprender el poder y la bondad de Dios en Cristo (Hch. 2.46; 3.8; 11.18; 16.25; Ef. 1.1–14).

Indudablemente se utilizaban los salmos para expresar la alabanza de la iglesia primitiva (Col. 3.16; cf. Mt. 26.30). También se compusieron nuevos himnos cristianos (cf. Ap. 5.8–14), a los que se hace referencia en Col. 3.16; 1 Co. 14.26. Tenemos ejemplos de tal inspiración hacia nuevas formas de alabanza en el *Magnificat, el *Benedictus, y el *Nunc Dimittis (Lc. 1.46–55, 68–79; 2.29–32). En otras partes del texto del NT hay ejemplos de la alabanza formal de la iglesia primitiva. Parece probable, por su contenido y su forma literaria, que Fil. 2.6–11 fue compuesto y utilizado como himno de alabanza a Cristo. Probablemente haya ecos o citas de himnos primitivos en pasajes como Ef. 5.14 y 1 Ti. 3.16. Las doxologías en el libro de Apocalipsis (cf. Ap. 1.4–7; 5.9–14; 15.3–4) deben haberse empleado en el culto público para expresar la alabanza de la congregación (cf. A. B. Macdonald, Christian Worship in the Primitive Church, 1934).

Debemos notar la íntima relación que existe entre la alabanza y el sacrificio. En el ritual de los sacrificios del AT había lugar para el sacrificio de acción de gracias, como así también para el de expiación (cf. Lv. 7.11–21). La gratitud debía ser un motivo fundamental de la ofrenda de las primicias llevadas ante el altar (Dt. 26.1–11). En el ofrecimiento sincero de la alabanza hay ya un sacrificio que agrada a Dios (He. 13.15; Os. 14.2; Sal. 119.108). En la ofrenda sacerdotal que Jesucristo hizo de su propia persona está presente este aspecto de la acción de gracias (Mr. 14.22–23, 26; Jn. 17.1–2; Mt. 11.25–26). Por consiguiente, la vida misma del cristiano debe constituir una ofrenda de gratitud (Ro. 12.1) en cumplimiento de su sacerdocio real (Ap. 1.5–6; 1 P. 2.9), y el hecho de poder hacer de una manera real y verdadera una ofrenda de esta naturaleza en medio de los sufrimientos, vincula entre sí el sufrimiento y la alabanza en la vida cristiana (Fil. 2.17). La acción de gracias santifica no sólo el sufrimiento sino todos los aspectos de la vida del cristiano (1 Ti. 4.4–5; 1 Co. 10.30–31; 1 Ts. 5.16–18). Cualquiera sea el objeto de nuestra oración, ella debe incluir la alabanza (Fil. 4.6).

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico