ALTAR

v. Alto, Casa, Ofrenda, Sacrificio, Santuario, Templo
Gen 8:20 y edificó Noé un a a Jehová, y tomó de
Gen 13:18 Abram, pues .. y edificó allí a a Jehová
Gen 22:9 edificó allí Abraham un a .. y ató a Isaac
Gen 26:25 edificó allí un a, e invocó el nombre de
Gen 33:20 erigió .. un a, y lo llamó El-Elohe-Israel
Gen 35:1 sube a Bet-el .. y haz allí un a al Dios
Exo 17:15 Moisés edificó un a, y llamó su nombre
Exo 20:24 a de tierra harás para .. y sacrificarás
Exo 27:1 harás también un a de madera de acacia
Exo 29:12 pondrás sobre los cuernos del a con
Exo 30:1 asimismo un a para quemar el incienso
Exo 34:13; Deu 7:5 derribaréis sus a .. sus estatuas
Exo 38:1 hizo de madera .. el a del holocausto
Num 23:1 Balaam dijo .. Edifícame aquí siete a
Deu 12:27 ofrecerás .. sobre el a de Jehová tu
Deu 27:5 edificarás allí un a .. a de piedras; no
Jos 8:30 Josué edificó un a a Jehová Dios de
Jos 22:10 edificaron allí un a junto al Jordán
Jdg 6:24 y edificó allí Gedeón a a Jehová, y lo
1Sa 14:35 edificó Saúl a a Jehová; este a fue el
2Sa 24:25; 1Ch 21:26 edificó allí David un a
1Ki 1:50 se fue, y se asió de los cuernos del a
1Ki 13:1 y estando Jeroboam junto al a para
1Ki 16:32 hizo a a Baal, en el templo de Baal
1Ki 18:30 Elías .. arregló el a de Jehová que
1Ki 19:10, 14 han derribado tus a, y han matado a
2Ki 16:10 vio .. el a que estaba en Damasco
2Ki 21:3 lenantó a a Baal, e hizo una imagen de
2Ki 23:15 el a que estaba en Bet-el .. destruyó
2Ch 1:6 subió, pues, Salomón .. al a de bronce
2Ch 4:1 hizo .. un a de bronce de veinte codos
2Ch 28:24 Acaz .. se hizo a en Jerusalén en todos
2Ch 33:3 levantó a a los baales, e hizo imágenes
Ezr 3:2 edificaron el a del Dios de Israel, para
Psa 43:4 entraré al a de Dios, al Dios de mi
Psa 84:3 sus polluelos, cerca de tus a, oh Jehová
Isa 6:6 carbón .. tomado del a con unas tenazas
Isa 19:19 habrá a para Jehová en .. Egipto, y
Isa 36:7 dijo .. Delante de este a adoraréis?
Jer 11:13 los a de ignominia, a para .. Baal
Lam 2:7 desechó el Señor su a, menospreció su
Eze 43:13 estas son las medidas del a por codos
Hos 8:11 multiplicó .. a para pecar, tuvo a para
Hos 10:1 multiplicó también los a, conforme a la
Amo 9:1 vi al Señor que estaba sobre el a, y dijo
Mal 2:13 cubrir el a de Jehová de lágrimas, de
Mat 5:23 si traes tu ofrenda al a, y allí te acuerdas
Mat 23:18 si alguno jura por el a, no es nada
Mat 23:35 quien matasteis entre el templo y el a
Luk 1:11 ángel del Señor .. a la derecha del a del
Act 17:23 hallé también un a en el cual estaba
Rom 11:3 y tus a han derribado, y sólo yo he
1Co 9:13 que sirven al a, del a participan?
1Co 10:18 que comen .. ¿no son partícipes del a?
Heb 13:10 tenemos un a, del cual no tienen
Rev 6:9 vi bajo el a las almas de los que habían
Rev 11:1 mide el templo de Dios, y el a, y a los


Altar (heb. generalmente mizebêaj [del verbo zâbaj , “degollar”]; shuljân; gr. thusiasterion [del verbo thúí‡, “degollar”, “sacrifica; trápeza). Estructura sobre la que se ofrecí­an sacrificios o incienso a una deidad. Los altares fueron usados por casi todas las naciones antiguas, y no sólo en los templos sino también en santuarios al aire libre. Algunos estaban hechos de piedras amontonadas hasta formar una plataforma cuadrada sobre la que se ofrecí­an los sacrificios, con gradas para subir si era alta. Otros eran de tierra, con paredes de piedra; o de un solo bloque tallado en la roca viva del lugar (como en Petra); o separado de ella y de pequeñas dimensiones como para poder ser transportado. En el estrato XVI (fines del 3er milenio a.C.) de las excavaciones de Meguido, los arqueólogos encontraron un gran altar circular de unos 9 m de diámetro en la base (pero algo más pequeño en la parte superior) por unos 2 m de altura (con 8 escalones en el costado oriental; fig 15). Huesos de animales encontrados en la base revelaron que el altar habrí­a servido para ofrendas quemadas (holocaustos). En el atrio del templo israelita de Arad se descubrió un altar de ofrendas quemadas que tení­a unos 2,50 m de lado (unos 5 codos), la medida del altar del tabernáculo (Exo 7:1). Habí­a sido construido con ladrillos y escombros. Frente al lugar santí­simo habí­a 2 altares para incienso, de piedra, de 0,40 m de lado por 0,50 m de alto; la parte superior era cóncava. Cuando se los encontró contení­an una capa de material orgánico quemado. 15. Gran altar cananeo en Meguido. Durante las excavaciones de las paredes de un depósito en Beerseba aparecieron bloques lisos de arenisca en una sección reconstruida de las paredes. Después de reunirlas, los bloques de piedra formaron un gran altar con cuernos, de aproximadamente 1,58 m de altura (fig 17). Su largo y ancho no se conocen con exactitud, porque no es seguro que se hayan encontrado todas las piedras que lo formaban. Probablemente el altar estuvo en un santuario de Beerseba al que se refiere Amós (5:5 y 8:14). 16. Pequeño altar de piedra caliza encontrado en Meguido. El altar del gran alto de Petra proviene del s I a.C. y está excavado en la roca viva, como todo lo de ese sitio. Tiene 2,70 m de largo por 1,80 m de ancho, y 4 peldaños conducen a él por el lado oriental. Los altares de los templos asirios generalmente eran cortados de un solo 40 bloque de piedra, y tení­an 3 patas y una cubierta redonda como de una mesa. Parece que estos altares eran las mesas de los dioses, a las cuales se sentaban para participar de las ofrendas que se les llevaban. Los altares domésticos palestinos encontrados en Meguido y Siquem son de tipo diferente y presentan una caracterí­stica interesante: tienen rebordes en los lados y cuernos en las 4 esquinas, elementos que se mencionan en las descripciones de los altares bí­blicos (fig 16). En la Biblia casi nunca se llama “mesa” a un altar (Mal 1:7,12). Tal vez se evitó la palabra porque siempre se consideraba que los altares paganos eran mesas para los dioses. 17. Altar córneo de piedras, del perí­odo de los reyes de Israel y Judá, encontrado en Beerseda. El primer altar que se menciona en la Biblia es el que construyó Noé, y sobre el cual ofreció sacrificios después del diluvio (Gen 8:20). Sin embargo, se habrí­an erigido altares mucho antes, ya que Caí­n y Abel presentaron ofrendas quemadas (4:3-5). Se informa que los patriarcas levantaron sus altares bajo grandes árboles (12:6-8; 13:18) o en las cumbres de los cerros o montes (22:2, 9; 31:54). Los altares no siempre se usaban para ofrecer sacrificios; a veces serví­an como monumentos (Jos 22:22-29). El tabernáculo que Moisés levantó en el desierto tení­a 2 altares: el altar del holocausto (Exo 27:1-8; 38:1, 2) y el altar del incienso (30:1-10). El altar del holocausto, hecho de madera de acacia y recubierto de bronce,* tení­a aproximadamente 1,55 m de altura por 2,56 m de lado. En cada esquina sobresalí­an cuernos de bronce, y un enrejado del mismo metal se acomodaba en el interior del altar. En 2 de los lados habí­a anillos, a través de los cuales se podí­an insertar varas que permití­an trasladar el altar cuando los israelitas se mudaban de lugar. El altar estaba ubicado en el patio exterior, cerca de la puerta del tabernáculo que daba acceso a su primera división (40:29). La ley mosaica prohibí­a los altares locales después que se hubiera elegido el lugar central de culto (Deu 12:10-14); sin embargo, se los permitió antes de la construcción del templo de Salomón (1Sa 7:10; 9:12, 13; 14:35; 1Ch 21: 26). El altar del holocausto del templo de Salomón se hizo de bronce. Tení­a unos 5,15 m de altura por unos 10,30 m lado (2Ch 4:1). Sus medidas se dieron en codos egipcios. Véase Codo. El altar del incienso, o altar de oro, estaba dentro del lugar santo, directamente frente al velo que separaba el lugar santo del lugar santí­simo (Exo 30:1, 6). Estaba hecho de madera de acacia y recubierto de oro, y medí­a 2 codos (1,04 m) de alto por 1 codo de lado (0,53 m; 30:1-3). Una “cornisa” (moldura) bordeaba la parte superior, de la que sobresalí­an cuernos en las esquinas (cf Lev 4:7). Dos anillos de oro, a ambos lados del altar, permití­an insertar varas para su transporte (Exo 30: 4). Diariamente, 2 veces por dí­a como “rito perpetuo”, se debí­a quemar un incienso con ingredientes especificados, lo que implicaba que habrí­a una fragancia constante (vs 7, 8, 34-38). El altar del incienso del templo de Salomón estaba hecho de madera de cedro y revestido de oro (1Ki 6:20, 22). Poco se sabe del altar del templo postexí­lico (Ezr 3:2,3). Josefo registra una descripción del altar de Jerusalén que dio Hecateo, un contemporáneo de Alejandro Magno, de acuerdo con la cual el altar estaba construido con piedras blancas y tení­a unos 20 codos de lado por 10 codos de alto. El autor de 1 Mac. menciona que el altar contaminado por Antí­oco IV Epí­fanes estaba hecho de piedra, así­ como el que lo reemplazó (4: 44-49). Josefo registra las dimensiones del último altar como de 15 codos de alto por 50 codos de lado. El altar del templo de la visión de Ezequiel está descripto detalladamente (Eze 43:13- 18). Se presenta como una estructura complicada, puesta sobre una base de un codo de alto (c 50,8 cm) de acuerdo con el codo de Ezequiel, que era un palmo más largo que el codo común (v 13). De la base se levantaban sucesivas plataformas; la superior, a la que se llegaba por escalones, era un fogón de 12 codos (6,10 m) de lado. Un altar a un “dios desconocido” sirvió de base para el sermón de Pablo a los atenienses politeí­stas (Act 17:23). Tal vez lo construyeron para evitar ofender a algún dios. Juan el revelador vio en visión un altar de oro frente al trono de Dios. Sobre él un ángel quemaba incienso que se mezclaba con las oraciones de los santos (Rev 8:3). Esto bien 41 puede simbolizar el ministerio de Cristo. Bib.: BA 37 (1974):1-6; FJ-AA i.22; FJ-G v.5.6; CBA 4:743-746. Altar del incienso. La mayorí­a de los pequeños altares hogareños en todo el mundo antiguo se usaron para quemar incienso. Muchos de ellos se encontraron en excavaciones arqueológicas. Uno descubierto en Laquis lleva una inscripción en arameo que indica que fue usado para ofrecer incienso. En la Biblia se mencionan con frecuencia los altares de incienso dedicados a deidades paganas (2Ch 14:5; 34:4, 7; Isa 17:8; etc.). Acerca del altar del incienso del tabernáculo, véanse Altar; Tabernáculo. Bib.: W. F. Albright, BASOR 132 [1953]:46,47. Altí­simo. Tí­tulo aplicado a Dios. El término es traducción del: 1. Heb. y aram. Elyôn, “altí­simo”, “exaltadí­simo” (Gen 14:18; 2Sa 22:14; etc.). Este término fue usado por fenicios y cananeos para referirse a uno de sus dioses. 2. Aram. Illay (Dan 3:26; 4:34; etc.), que también aparece en inscripciones nabateas y de Palmira. En estos pasajes, Nabucodonosor no necesariamente está reconociendo que el Dios de los hebreos es su propio Dios, sino sólo que es el mayor de todos los dioses. 3. Gr. Húpsistos, “el más alto”, “exaltadí­simo” (Mar 5:7; Act 7:48; Heb 7:1). Los griegos aplicaban este término a Zeus,* el ser supremo de su panteón, y también al Dios de los judí­os, cuando entraron en contacto con la religión judí­a. Húpsistos es la palabra griega usada por la LXX para Elyôn. Alto. Véase Lugar alto 1. Altura. Véase Lugar alto 2.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n altare. Superficie o lugar elevado, que en muchas religiones es el centro del culto, de adoración de los dioses, donde se llevan a cabo ritos, ofrendas y sacrificios. Los altares son de diferentes dimensiones, diseños y materiales, los hay de tierra, unas cuantas piedras amontonadas , una simple roca Jc 13, 19-20, una losa o ara, una plancha de madera, que podí­a estar recubierta de metal, como en el antiguo tabernáculo, en el Templo de Jerusalén.

El a. a lo largo de la historia, ha estado asociado con el sacrificio; éste, en algunas culturas, era de seres humanos, tal ocurrí­a con culto a Kemós entre los moabitas 2 R 3, 27; así­ también en el culto a Moloc, dios de los ammonitas, al que se ofrecí­an los niños pasados por el fuego, Lv 18, 21; 20, 2-5; Dt 12, 31; 2 R 16, 3; 2 R 21, 6;o de animales, como en la mayorí­a de las religiones antiguas, en tiempos del A. T., razón por la cual en los altares se han encontrado hoyos, para depositar la sangre de las ví­ctimas. En algunas religiones antiguas, como las ofrendas se hací­an para conseguir la unión con la divinidad, se celebraban banquetes en los que se comí­a de lo ofrecido en el a., para sellar dicha unión o pacto con el ser superior, costumbre esta que no se presentó entre los israelitas, sino que, por el contrario, fue condenada, Is 65, 11. El a. tiene carácter sagrado, pues es el sitio donde la divinidad se hace presente y donde el ser humano puede comunicarse con ella. En el A. T., se levantaban altares en donde Yahvéh se hubiera manifestado o se hubiera revelado, Gn 12, 78; 26, 24-25; Jc 6, 24-26.

La relación y el contacto del pueblo escogido con otras naciones politeí­stas, como Egipto, en donde estuvo cautivo, Canaán, cuya tierra conquistó, Babilonia, que lo sometió, etc., lo hicieron caer en la idolatrí­a, levantar altares en honor de los í­dolos, por lo que Yahvéh en el decálogo y en el código de la Alianza repudia toda idolatrí­a, exige a su pueblo un culto exclusivo, Ex 20, 3-6 y 23; 34, 14-16. Le manda a Moisés cómo se le debe hacer el a., de tierra para los sacrificios, y si se erige el a. de piedra, éstas no deben ser profanadas por el cincel; no tendrá gradas a fin de que no se muestre la desnudez al subir el sacerdote al a. Ex 20, 24-26; Dt 8, 5-7; Jos 8, 30-31. Las ví­ctimas debí­an inmolarse únicamente en el a., incluso bajo pena de muerte, Lv 1, 5; 17; Dt 12, 1-12; Jc 6, 20; 1 S 6, 14; 14, 31-35. Igualmente, Yahvéh prohibe hacer pactos con los paí­ses idólatras en que Israel entrará y le ordena destruir los altares de dichos pueblos, así­ como sus estelas e í­dolos, Ex 34, 13; Nm 33, 52. Gedeón derribó el a. de Baal, dios cananeo, propiedad de su padre, y lo sustituyó por otro en honor de Yahvéh, como éste le habí­a mandado, y le ofreció un holocausto en el a. recién construido Jc 6, 25-32.

Antes de que se establecieran las ciudades de asilo para proteger a los homicidas involuntarios de los vengadores de sangre Jos 20, 1 ss, era el santuario el sitio de asilo, de ahí­ la expresión bí­blica †œagarrarse a los cuernos del a.†, 1 R 1, 50-53 y 2, 28-34.

El pueblo de Dios, sólo tuvo un templo fijo levantado por el rey Salomón.

Antes en su andar por el desierto, hizo la morada, tienda o tabernáculo, de acuerdo con las instrucciones dadas por Yahvéh a Moisés, en la cual se guardaba el arca de la alianza. En dicha morada, estaba el a. de los holocaustos, confeccionado de madera de acacia, hueco, todo recubierto de bronce, cuyas dimensiones eran cinco codos de largo, cinco de ancho, cuadrado, y tres codos de altura; de sus cuatro ángulos salí­an unos cuernos, que formaban un solo cuerpo con el a., los cuales se untaban con la sangre del sacrificio Ex 29, 12; todos los utensilios del a. eran fundidos en bronce.

Este a. estaba diseñado de suerte que se pudiera transportar tení­a anillas y varas para tal fin, Ex 27, 1-8; 38, 1-7. El a. de los holocaustos se encontraba ante la entrada a la morada, en el atrio, Ex 40, 6 y 28; en el se ofrecí­a el holocausto diario, dos corderos primales, uno en la mañana y otro en la tarde Ex 29, 38-41, así­ como los demás sacrificios que manda la ley. Sobre el a. arderá fuego perpetuo Lv 6, 5-6; 24, 2-4.

El a. del incienso o a. de oro, que estaba en el lugar santo, Ex 30, 1-10; 37, 25-29; 40, 26-27, también de acacia y cuadrado, un codo de largo por otro de ancho, y dos codos de altura, todo recubierto de oro puro. De sus cuatro ángulos salí­an cuernos, que formaban un solo cuerpo con el a., sobre los cuales se hací­a expiación, una vez al año, con la sangre del sacrificio por el pecado Ex 30, 10. Asimismo, era portátil, tení­a anillas y varas para moverlo.

La mesa de los panes de la presencia o de la proposición que estaba en el lugar santo, Ex 25, 23-30; 37, 10-16; Lv 24, 5-9; ésta era de madera de acacia revestida de oro puro, de dos codos de largo por uno de ancho, y codo y medio de alto; igualmente, portátil, con los anillos y varas para su transporte.

El a. de bronce del templo de Salomón 1 R 8, 64 y 9, 25, tení­a veinte codos de largo por veinte de ancho y diez de alto 2 Cro 4, 1. Después de que Salomón hizo trasladar el arca de la alianza de Yahvéh desde la Ciudad de David hasta su sitio, al Debir de la Casa, el rey ante el a. y dekante de la asamblea de Israel pronunció su oración 1 R 8, 22 y 54; 2 Cro 6, 12. Sin embargo, Salomón, en su ancianidad, habiendo fabricado la Casa de Yahvéh, levantó un a. en honor de Kemós, por influencia de las mujeres extranjeras que amó, 1 R 11, 7.

El a. de bronce del Templo de Salomón se usó hasta cuando fue rey Ajaz; éste ordenó al sacerdote Urí­as que erigiera un a. como el de Damasco 2 R 16, 10-16. Ajaz cerró el Templo y levantó altares en las esquinas de Jerusalén y quemó incienso a otros dioses 2 Cro 28, 23-25. El rey Ezequí­as restauró después el Templo, el a. de los holocaustos con todos sus utensilios, así­ como la mesa de los panes, 2 R 18, 4 y 22; 2 Cro 29. El rey Manasés, contra lo que habí­a hecho Ezequí­as, erigió altares idolátricos a los Baales, y en la misma Casa de Yahvéh, al ejército del cielo, 2 R 21, 3-9; 2 Cro 33, 3-10. Josí­as, posteriormente, llevó a cabo una reforma e hizo derribar, en su presencia, los altares idolátricos 2 R 23, 12-15; 2 Cro 34, 4-7; e hizo reparar la Casa de Yahvéh 2 R 22, 3-7; 2 Cro 34, 8-13. A raí­z de la victoria de Nabucodonosor II, rey de Babilonia, sobre Nekó, o Necao, rey de Egipto, en la batalla de Karkemis, en el 605 a. C., el soberano caldeo dominó Palestina, y en el 604 a. C. hizo la primera incursión en este territorio y sometió a Yoyaquim, rey de Judá, y se llevó objetos de la Casa de Yahvéh y del a., 2 R 24, 1; 2 Cro 36, 5-6; Jr 14. En el año 597 a. C., Joaquí­n, rey de Judea, se rindió al rey cananeo, y éste saqueó los tesoros de la Casa de Yahvéh y del a. y llevó a cabo la primera deportación a Babilonia 2 R 24, 10-16; 2 Cro 36, 6-10; Jr 13, 18. Tras esto, Nabucodonosor puso a Sedecí­as como rey de Judá 2 R 24, 17. En el año 588 a. C., éste se alzó contra el rey babilonio2 R 24, 20; 2 Cro 36, 13. Dos años después, Nabucodonosor sitió y destruyó Jerusalén, saqueó e incendió la Casa de Yahvéh. Los moradores de Judá fueron llevados cautivos a Babilonia, segunda deportación, 2 R 25, 1-21; 2 Cro 36, 17-21; Jr 39, 1-14; 52.

En el 539 a. C. Ciro II el Grande, de la dinastí­a aqueménida, conquistó Babilonia, y el Imperio persa se constituyó en el más grande del mundo.

Este soberano respetó las costumbres y religión de los pueblos sometidos por lo que permitió a los judí­os, después de setenta años de cautiverio en Babilonia, como lo predijo el profeta Isaí­as 44, 28; 45; volver a su tierra, reconstruir el Templo y levantar de nuevo el a., además de devolver los utensilios de la Casa de Yahvéh, que Nabucodonosor se habí­a llevado de Jerusalén y habí­a puesto en el templo de su dios, 2 Cro 36, 22-23; Esd 1.

Ya en el año 538 a. C., se habí­a reestablecido el a. de los holocaustos Esd 3, 1-7. Estos acontecimientos se leen también en los libros de los profetas Ageo y Zacarí­as.

Cuando el imperio de los seléucidas estos soberanos quisieron imponer el helenismo en los territorios que conquistaron. Antí­oco IV Epí­fanes, tras vencer a Egipto, entró en Jerusalén y se llevó los objetos del Templo, entre ellos el a. de oro, la mesa de los panes, 1 M 1, 20-24. A pesar de que Antí­oco III, en el año 198 a. C., habí­a reconocido la Ley de Moisés como el estatuto legal de los judí­os, Antí­oco IV Epí­fanes, en el año 168 a. C., desconoció el acto de su padre y predecesor, queriendo abolir el culto judí­o y reemplazarlo por el de las divinidades griegas, lo que pretendió mediante la publicación de un edicto en Jerusalén y en todas las ciudades de Judá 1 M 1, 41-53. En el año de 167 a. C., levantó sobre el a. de los holocaustos uno a Zeuz Olí­mpico o Baal Samen, la †œabominación de la desolación†, lo mismo que en varios sitios de Judá, 1 M 1, 54-64; Dn 9, 27; 11, 31. En el año 165 a. C., Judas Macabeo entró con su ejército en Jerusalén y recuperó el Templo, profanado con ritos y sacrificios paganos. El Templo, entonces, fue purificado y consagrado nuevamente, †œlas piedras de la contaminación†, es decir, el a. idolátrico, fueron llevadas a un sitio inmundo; se demolió el a. de los holocaustos profanado por Antí­oco IV y, con piedras sin labrar, como mandaba la Ley de Moisés, se erigió uno nuevo y se renovaron todos los utensilios del culto. El 25 de Kislev, tercer mes del calendario judí­o, que corresponde aproximadamente a nuestro mes de diciembre, año 164 a. C., a los tres años del primer sacrificio a Zeuz Olí­mpico, en el mismo dí­a, se inició la celebración de la Dedicación del nuevo a., la cual duró ocho dí­as, fiesta que en hebreo se llama Janukká, 1 M 4, 36 ss; 2 M 10, 1-8. Muerto Antí­oco IV, Antí­oco V concedió a los judí­os la libertad religiosa, en el 163 a. C.,1 M 6, 55-63; 2 M 11, 13-33.

Ya en la época romana El emperador Tito, en el año 70 d. C., destruyó Jerusalén y, por consiguiente, el Templo y su a. En el año 637 d. C., Jerusalén fue tomada por los mahometanos, cuyo califa, Omar I, construyó la cúpula de la Roca, en la colina en que estuvo el Templo, sobre el a. de los holocaustos. En el N. T., el a. adquiere un sentido simbólico, y abundan las alusiones al a. del antiguo tabernáculo y al del Templo, para significar que el Redentor sella la nueva Alianza con su sangre, y que, por lo tanto, queda abolido el culto antiguo, ya que Cristo se ofreció en sacrificio una vez y para siempre, y es el cuerpo de Cristo muerto y resucitado el lugar del culto, Hb 9, 4 y 13, 10 y 15; Ap 6, 9; 8, 3; 9, 13; 11, 1; 14, 18; 16, 7. 1 P 2, 5.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., mizbeah, lugar de matanza). En los tiempos del AT los altares eran muchos y variados, notándose su importancia en el hecho que las palabras heb. y gr. aparecen unas 360 veces.

El primer altar hebreo que encontramos (Gen 8:20) fue construido por Noé después de salir del arca. Más adelante fueron construidos altares por Abraham (Gen 12:7-8; Gen 13:4, Gen 13:18; Gen 22:9), Isaac (Gen 26:25), Jacob (Gen 35:1-7), Moisés (Exo 17:15) y Josué (Jos 8:30-31), la mayorí­a con fines sacrificiales, pero algunos eran mayormente memoriales (Exo 17:15-16; Jos 22:26-27). A veces Dios decí­a justo cómo debí­a ser construido y de qué materiales (p. ej., Exo 20:24-26).

Con la edificación del tabernáculo, los altares eran construidos por los hebreos para dos propósitos principales: ofrecer sacrificios y quemar incienso. Una vez que se encendí­a el fuego del altar, se requerí­a que se siguiera quemando permanentemente (Lev 6:13).

Dios también mandó a Moisés que hiciera un altar para incienso (Exo 30:1), a veces llamado el altar de bronce (Exo 39:38) y altar de oro (Num 4:11). Debido a su ubicación especial, ante el velo que separaba el lugar santo del lugar santí­simo, a media distancia entre las paredes (Exo 30:6; Exo 40:5) se lo llamaba el altar que está delante de Jehovah (Lev 16:12).

No se ven altares en la iglesia del NT. Heb 13:10, en lugar de enseñar lo contrario, afirma que Jesucristo es el auténtico altar de cada creyente. Las inscripciones en altares, como la que Pablo vio en Atenas (AL DIOS NO
CONOCIDO, Act 17:23), eran comunes en culturas paganas y son mencionadas por varios escritores antiguos (ver Agustí­n, La ciudad de Dios, Act 3:12).

En el AT el altar tení­a un cometido principal en toda la adoración al Dios verdadero y era igualmente prominente en la mayorí­a de las religiones paganas.

Era el lugar del sacrificio donde Dios era propiciado y donde el hombre era perdonado y santificado, enfatizando que sin derramamiento de sangre no habrí­a acceso a Dios ni perdón de pecado (Heb 9:9, Heb 9:22).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

El altar en el Cercano Oriente antiguo era un lugar de sacrificio. Aunque la ley mosaica limitaba el lugar israelita de sacrificio al tabernáculo y posteriormente al templo, los patriarcas generalmente edificaban altares dondequiera que se establecí­an. Se lee que Noé edificó un altar tan pronto como salió del arca (Gn. 8:20).
Los arqueólogos han descubierto altares en el antiguo Egipto, Mesopotamia (notablemente Eridu, Ur, Asur), Ras Shamra y Palestina. En las excavaciones en Et-Tell la señora J. Marquet-Krause descubrió un pequeño templo de principios de la edad del bronce con un altar de piedras emplastadas en las cuales fueron hechas ofrendas de animales y comida. El gran altar en Meguido, que data de ca. 1900 a. de J.C. tení­a 2 mts. de altura y 9 mts. de diámetro en la base, con seis escalones que conducí­an hacia la parte superior. Al pie habí­a huesos de animales que eran restos de los sacrificios hechos allí­ en tiempos antiguos. Altares del final de la edad del bronce se han excavado en Laquis, Betsán y Hazor.
Pequeños altares de arcilla con cuatro cuernos en las esquinas superiores posiblemente fueron usados para incienso. Uno de éstos, de 61 cms. de altura del tiempo de David, se descubrió en Meguido.
Los infames lugares altos denunciados por los profetas israelitas fueron montí­culos donde se construí­an altares. El adorador traí­a el producto de su campo, su rebaño o su manada para ofrendar en el lugar alto. Se hací­an oraciones y votos y se gozaba de una fiesta de sacrificio. Las mejores porciones del animal, especialmente la grosura (véase Lv. 17:6), eran quemadas. Otras porciones se reservaban para los sacerdotes y el resto se lo comí­a el adorador y sus amigos. No sólo los dioses cananeos eran adorados en los lugares altos, sino que en tiempos de apostasí­a, Israel adoraba también allí­ a Jehová.
Además de altares para sacrificio, la arqueologí­a ha descubierto muchas plataformas de arcilla que se cree fueron incensarios. En Meguido, Tell Beit Mirsim y Siquem se descubrieron pequeños altares de piedra, muchos de los cuales tení­an cuernos en sus esquinas superiores, los cuales también son considerados como altares de incienso.
Los griegos, así­ como los pueblos de la fértil media luna, usaron altares y Pablo observó uno con la inscripción †œAl Dios no conocido† (Hch. 17:23) en su camino a Atenas. Pausanias, quien escribió su Descripción de Grecia ca. un siglo después de la visita de Pablo, escribió que habí­a en Atenas †œaltares de dioses llamados desconocidos† (i. 1.4). El filósofo neopitagórico Apolonio de Tiana, quien murió en 98 d. de J.C. , observó los mismos altares. Su biografí­a, escrita por Flavio Filostrato ( ca. 170–245 d. de J.C. ), habla de la necesidad de hablar bien de todos los dioses †œespecialmente en Atenas, donde hay altares en honor de aun dioses desconocidos† (Filostrato, La Vida de Apolonio de Tiana VI.3).
Aunque el altar que Pablo notó en *Atenas no ha sido descubierto, uno similar se encontró en 1909 en los recintos del templo de Demetrio en Pérgamo. Aunque una esquina de la piedra se quebró, la inscripción probablemente decí­a: †œA los dioses desconocidos, Capite, el portador de la antorcha.†

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

(Lugar de matanza).

Lo esencial en toda religión, incluso en la paganas, no son los cantos, ni las oraciones, lo esencial es un altar, con una ví­ctima y un sacrificio. Todo el Antiguo Testamento está plagado de “altares”, sí­mbolos del “Altar del Nuevo Testamento”, que es la Eucaristí­a, la “Santa Misa”, Jua 6:48-58, Luc 22:19. Es la orden el mandato de Jesús, haced esto en memoria mí­a. Orden que repite Pablo dos veces: (1Co 11:24 y 25). Ver “Misa”: Será lo primero que destruya el Anticristo. Ver “Abominable Desolación”.

Las iglesias cristiana que no tienen altar ni sacrificio tienen que pensar seriamente si en ellas no ha actuado ya el Anticristo, ya que, según dice la Biblia, está por venir, y ahora ya se halla en el mundo, 1Jn 4:3.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Lugar donde se realiza una ofrenda a Dios. El término en el hebreo está relacionado con la palabra †œsacrificio†, con el sentido de matanza, de sangre que se derrama, pero por extensión se aplicó también al sitio donde se hacen sacrificios no sangrientos. El a. supone la existencia de una construcción hecha por el hombre con fines de adoración. ésta puede ser muy elaborada, como era costumbre en las naciones paganas, pero a los israelitas se les prohibió hacerlo de esa manera. En realidad, se les pedí­a que hicieran sus a. como una simple elevación de tierra. Y en caso de hacerlo de piedra, que éstas fueran sin tallar y sin hacer gradas para subir a él (Exo 20:24-26). No se permití­an a. de ladrillos a los israelitas (Isa 65:3). Estos mandamientos hay que verlos como contraposición a los elaborados a. que hací­an los paganos, especialmente los egipcios y los cananeos. De igual manera, se prohibí­a plantar árboles cerca del a., en vista de la práctica corriente en la antigüedad que relacionaba a éstos con cultos idolátricos (Deu 16:21).

Los patriarcas levantaban a. para adorar a Dios, sin que se nos diga las caracterí­sticas fí­sicas de los mismos. El primer a. que se menciona en la Biblia fue el construido por Noé después del diluvio (Gen 8:20). Abraham hizo lo mismo cuando Dios le prometió la tierra de Canaán (Gen 12:7), y otros entre †¢Bet-el y †¢Hai (Gen 12:8), en †¢Hebrón (Gen 13:18) y en la tierra de †¢Moriah, donde iba a sacrificar a Isaac (Gen 22:9). Isaac hizo lo propio cuando Dios se le apareció en †¢Beerseba (Gen 26:23-25). Jacob levantó uno cerca de Siquem †œy lo llamó †¢El-Elohe-Israel† (Gen 33:20) y otro en Bet-el (Gen 35:6-7). También Moisés †œedificó un a., y llamó su nombre †¢Jehová-nisi† (Exo 17:15). También Josué (Jos 8:30), Gedeón (Jue 6:26), †¢Manoa (Jue 13:20), los hombres que participaron en la guerra civil contra Benjamí­n (Jue 21:4), Samuel (1Sa 7:17) y David (2Sa 24:25).
israelita podí­a levantar un a., siempre que cumpliera con los requisitos en cuanto a su forma de construcción y que fuera para un uso especial y momentáneo, sin ánimo de sustituir al que estaba en el †¢tabernáculo o en el lugar escogido por Dios. Cuando las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés levantaron un monumento conmemorativo en forma de a. †œde grande apariencia† casi estalla una guerra civil (Jos. 22). Se han encontrado muchos a. en Israel en excavaciones arqueológicas. En †¢Arad se descubrió en un santuario israelita un a. con las mismas dimensiones de Exo 27:1, hecho con piedras sin tallar.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, ESCA TIPO CONS LEYE

ver, OBRAS, SACRIFICIOS

vet, Una estructura sobre la que se ofrecí­an sacrificios a Dios; imitada por los paganos en honor de sus falsos dioses. El primer altar del que tenemos mención en las Escrituras es el construido por Noé al abandonar el Arca; sobre él ofreció sacrificios de todo animal y ave puros (Gn. 8:20). También Abraham, Isaac y Jacob erigieron altares al Señor; éstos seguramente fueron construidos de piedra o tierra, pero es notable cuán pocas veces leemos que ofrecieran sacrificios sobre ellos. En ocasiones se dice simplemente que erigieron un altar a Jehová, y en otras ocasiones que erigieron un altar y que invocaron el nombre de Jehová. Parece que los altares se erigí­an como lugares para allegarse a Dios, siendo el sacrificio la base de ello. A Moisés se le mandó que en todos los lugares donde Dios hiciere estar la memoria de Su nombre le deberí­an erigir un altar de madera, de tierra o de piedra, y ofrecer encima ovejas y bueyes como holocausto y ofrendas de paz; si los altares se hací­an de piedra, no deberí­an ser de piedra labrada; si alzaban herramienta sobre él, quedarí­a contaminado (Ex. 20:25, 26). No debe hacer nada de obras humanas al acercarse a Dios; lamentablemente, este principio ha sido terriblemente violado por inmensas secciones de la cristiandad, en las que se enseña que el hombre debe acercarse a Dios con buenas obras para ser aceptado por El (contrastar Tit. 3:4-7; Ef. 2:8-10). (Ver OBRAS) Se añade también: “No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él.” Se prohiben aquí­ las añadiduras humanas, porque en las cosas divinas lo que surja del hombre mismo solamente manifiesta la condición absolutamente vergonzosa de todo lo que surge de la naturaleza caí­da (cp. Col. 2:20-30). Cuando se emprendió la obra del tabernáculo, Moisés recibió precisas instrucciones y se le ordenó que lo hiciera todo como le habí­a sido mostrado en el monte. (a) ALTAR DE BRONCE El altar de bronce debí­a ser hecho de madera de acacia recubierta con bronce; debí­a tener 3 codos de altura y 5 codos de lado (Ex. 27:1-8). En el templo erigido por Salomón este altar estaba hecho de bronce, y tení­a 10 codos de altura y 20 codos de lado (el mismo tamaño que el lugar santí­simo (2 Cr. 4:1)). El altar del templo milenial está descrito en el libro de Ezequiel (Ez. 43:13-17). El altar de bronce recibí­a también el nombre de “altar del holocausto”; en él estaba el fuego encendido de continuo (Lv. 6:9), y era en él que se consumí­an las ofrendas, esto es, en la reja que estaba colocada en su medio. Tení­a un cuerno en cada esquina, sobre los que se poní­a sangre de la ofrenda por el pecado. Allí­ se acogí­an a refugiarse los que buscaban protección, aferrándose a los cuernos del altar (1 R. 1:50, 51; cp. Ex. 21:14). El altar de bronce estaba situado de manera que era lo primero que se hallaba al entrar en el patio, y señalaba que el único camino de entrada ante Jehová era mediante el sacrificio. Tení­a que haber muerte antes que el hombre caí­do pudiera tener acceso a la morada de Dios. En el NT se expresa el principio de que comer de un sacrificio es una manifestación de comunión con el altar donde se efectúa el sacrificio. Así­, no se puede beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios, ni participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (1 Co. 10:18-21). A los creyentes hebreos se les dijo: “Tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer los que sirven al tabernáculo” (He. 13:10). Ello se refiere a la ofrenda por el pecado, cuya sangre era llevada al lugar santí­simo, y cuya carne no era comida, sino quemada fuera del campamento. Jesús sufrió fuera de la puerta, y por ello, para estar en Su compañí­a, se instruí­a a los creyentes a que abandonaran el campamento; esto es, a que abandonaran el judaí­smo. Como servidores del tabernáculo que eran todaví­a, no tení­an derecho al altar cristiano. En Apocalipsis tenemos un altar de oro en el cielo, y mucho incienso asciende con las oraciones de los santos; pero el fuego del altar de bronce es arrojado sobre la tierra, y es seguido de juicios (Ap. 8:3-5; cp. también Ap. 9:13). Y Juan oyó decir al altar (así­ es como se deberí­a traducir este pasaje): “Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos” (Ap. 16:7). Se trata aquí­ indudablemente del altar de bronce (cp. Ap. 6:9; Is. 6:6). (b) ALTAR DE INCIENSO El altar del incienso estaba hecho de madera de acacia, recubierto de oro puro (Ex. 30:1-5; 37:25-28). Tení­a 1 codo de lado y 2 codos de alto. En el templo de Salomón, este altar era de madera de cedro, recubierta de oro, pero no se dan sus dimensiones. En el futuro templo milenial descrito por Ezequiel el altar del incienso tiene 2 codos de lado y 3 codos de alto (Ez. 41:22). El altar del incienso recibe también el nombre de “altar de oro”. Estaba situado en el lugar santo, junto con el candelabro de oro y la mesa de los panes de la proposición. Sobre este altar se debí­a quemar santo incienso mañana y tarde, tipo del Señor Jesús como perpetuo sabor agradable a Dios. Fue al lado de este altar que el ángel se le apareció a Zacarí­as para anunciarle la concepción y el nacimiento de Juan el Bautista (Lc. 1:11). (Ver SACRIFICIOS) (c) ALTAR AL DIOS NO CONOCIDO El altar al Dios no conocido era una inscripción en un altar en Atenas. Sea cual fuere el origen de esta inscripción, le dio al apóstol Pablo una admirable tesis para su discurso a los idólatras atenienses. Este era precisamente el Dios que él habí­a venido a revelarles (Hch. 17:23).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[471]

Mesa, o “soporte alto”, destinada en todas las religiones para los sacrificios especí­ficos del culto. Literalmente significa lugar alto, por la misión cultual que tiene esta mesa singular y consagrada.

En el Antiguo Testamento se cita por primera vez un altar en la historia de Noé (Gn. 8.20), al ofrecer un sacrificio de alianza al final del diluvio .

Después se hace frecuente la referencia al altar elevado a Yaweh y también a los diversos dioses del entorno con los que tiene que competir el yaweí­smo, en multitud de ocasiones, desde la época patriarcal (Gen 12.6) hasta la consagración del Templo de Salomón y de todos sus enseres. (1. Rey. 8. 1-21), sobre todo de la Sala o sancta sactorum ante la que se ofrendaban los holocaustos, los sacrificios y las ofrendas
Algunos textos bí­blicos merecen una consideración catequí­stica especial: la ofrenda del pacto de Josué (Jos. 24. 25-29); la ofrenda sacrí­lega de Saúl (1 Sam. 12 9-12); la ofrenda de Salomón (1 Rey. 6.13); la ofrenda de Elí­as en el Carmelo, (1 Rey. 18. 17-37).

En el Nuevo Testamento el altar se asocia al monte Calvario, en donde Cristo ofreció su único y supremo sacrificio al Padre santo. Será la Epí­stola a los Hebreos el texto que mejor recoja lo que ha supuesto para la fe la sustitución del altar del Templo por el altar del Calvario
Y, desde entonces, ese será el altar santo y único, que se hará presente a lo largo de la historia, renovado en todos los templos del mundo sobre la mesa sobre la que se celebra la Eucaristí­a.

La doble idea de altar: ara para el sacrificio, mesa para el banquete, se presentará siempre en la catequesis.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. culto, Eucaristí­a, liturgia)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El altar es, en todas las religiones, el lugar del sacrificio ofrecido a la divinidad. Es, por tanto, centro del culto. Era generalmente una plancha de piedra con cuatro cuernos, uno en cada esquina, que gozaban de una santidad especial y del privilegio de protección sagrada (Ex 27,2; 29,12; 1 Re 1,50). En el A. T., Dios se hací­a presente en el altar (Ex 24,6). En el N. T., Jesús es, a la vez, sacerdote que ofrece, ví­ctima ofrecida y altar de ofrecimiento (Jn 17,19). Su cuerpo es el nuevo templo, en el que sólo hay un altar, que es El mismo (Jn 2,21). El altar es santo en razón de lo que significa. Por eso, jurar por el altar es lo mismo que jurar por lo que hay en él (Mt 23,19). Nadie debe acercarse al altar con el corazón airado; la participación en el sacrificio -en la Eucaristí­a- tiene que hacerse en perfecta armoní­a con el prójimo, en caridad fraterna (Mt 5,23ss). Vale más reconciliarse con el hermano que acercarse al altar a ofrecer el sacrificio o a participar en él. > culto; templo; sacrificio.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> templo, sacrificio). Lugar sagrado donde se realizan los sacrificios. Hay en la historia antigua de Israel diversos altares, vinculados a los diversos santuarios en los que se veneraba a Yahvé, Dios de la alianza. Se dice que el primero en edificar un altar fue Noé y después Abrahán (cf. Gn 8,20; 12,7). Los altares israelitas antiguos podí­an ser de tierra, para evitar que llevaran talladas figuras de dioses. En caso de que fueran de piedra no debí­an tallarse, sino hacerse de piedras naturales, labradas a cincel (cf. Ex 20,24-25). También podí­an ser de madera, con el fin de que pudieran transportarse (cf. Ex 27,1; 38,1). Finalmente, encontramos altares de oro, donde se quemaba el incienso. En el principio habí­a en Israel muchos templos y altares. Pero con la unificación del culto decretada por Josí­as (639-609 a.C.) e impuesta tras el exilio, con el nuevo templo (515 a.C.), Jerusalén se convirtió en el único templo oficial del judaismo y el altar de su templo en el único altar de Dios. Sobre esa base se entiende su etiologí­a e importancia.

(1) Un altar para el templo de Jerusalén. La era de Arauna. El altar del templo de Jerusalén ha terminado siendo para los judí­os de la comunidad del templo el único lugar donde podí­an ofrecerse sacrificios a Dios y así­ constituí­a, con el propiciatorio* del Santo de los Santos, el centro de la geografí­a sacral israelita. El sentido y origen de ese altar quedó fijado en un texto etiológico donde se vincula el motivo de la peste y la era de un jebuseo llamado Arauna: “El ángel de Yahvé estaba junto a la era de Arauna, el jebuseo. Cuando David vio al ángel que castigaba al pueblo, dijo a Yahvé: “Yo pequé, yo hice lo malo. ¿Qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí­ y contra la casa de mi padre†. Vino Gad adonde estaba David aquel dí­a, y le dijo: Sube y levanta un altar a Yahvé en la era de Arauna, el jebuseo” (2 Sm 24,16-18). El ángel de la peste se ha detenido ante la era de Arauna y ha cesado su trilla de muerte. Dios revela así­, en la vieja ciudad jebusea, sobre la roca del trigo, su misericordia salvadora. Eso significa que la vida del mundo recobra su sentido y, a pesar de los pecados del reino (censo de David), hay un lugar donde los hombres pueden recordar y celebrar la gracia del perdón: la era o roca de Arauna, el jebuseo, convertida en altar para implorar la gracia de Dios y celebrar sus sacrificios. Las eras formaban, y han seguido formando, un lugar de reunión, a las afueras de la ciudad. Las eras de Jerusalén estaban sobre la roca, piedra dura donde se limpia el grano, lugar donde se celebra la fiesta de la Cosecha con sus sacrificios. Este dato ha suscitado muchas suposiciones. Puede pensarse que todo el texto es una leyenda cultual jebusita, cananea, aceptada en un momento posterior por los israelitas. Otros añaden que Arauna era el rey/ sacerdote de la religión pagana, antes de la conquista de la ciudad por David, que integró su culto en el culto judí­o…

(2) Un altar en la era. El Dios del trigo. Sea cual fuere la realidad histórica de Arauna, el hecho es que la tradición del templo de Jerusalén conserva en su mismo relato fundante la memoria de un pagano (jebuseo) en cuya era detuvo Dios la ira, que se expresaba en la peste. La misma organización estatal del pueblo (expresada en el censo de David) ha suscitado la ira de Dios; por eso es necesario un nuevo tipo de revelación de su misericordia, para impedir que la ira se extienda y que la peste destruya a los hombres. Precisamente en el momento de máxima concentración de poder (en el momento en que David querí­a construir un estado fuerte, que se fundara en el número y eficiencia de los soldados) tiene que elevarse el altar (y después el templo), como recuerdo del Dios que detiene su ira dejando que el pueblo perviva. Como respuesta a esa gracia se eleva el altar, se ofrecen sacrificios, se construye un templo y se puede orar pidiendo a Dios perdón por los pecados en la antigua era de Arauna, el rey o sacerdote jebuseo. Esta es, en la Biblia israelita, la última de las grandes teofaní­as. Judí­os, cristianos y musulmanes conservamos el recuerdo de aquel templo, unos para llorar su destrucción (judí­os), otros para descubrir que su verdad ha culminado en el Mesí­as (cristianos) o en el último profeta islámico (musulmanes).

(3) Altar de bronce. Con la unificación del culto, el altar central de Jerusalén vino a convertirse en sí­mbolo de identificación nacional. Era el gran altar de los holocaustos*, colocado delante del santuario. Se llamaba altar de bronce, por el material de su construcción. Tení­a evidentemente una gran oquedad para el fuego y por encima una parrilla o enrejado de bronce sobre el cual se colocaban las carnes de las ví­ctimas que debí­an quemarse (cf. Ex 38,1-7; 39,39; 2 Re 16,14-15). Este fue, de alguna forma, el sí­mbolo supremo de la sacralidad israelita, el lugar del fuego sagrado, donde se queman las ví­ctimas. En este contexto se entiende que para Daniel el hecho de que los reyes sirios y/o los sacerdotes helenizados de Jerusalén quisieran poner sobre el altar de Yahvé un segundo altar, donde se pudiera sacrificar a Zeus u otros dioses, constituyera la abominación de la desolación (cf. Dn 9,27; 11,31; 12,11). Simbólicamente, este altar judí­o del templo es el centro de una sacralidad que se expresa a través de la violencia (sacrificio) y/o de la comunión (comida de las ofrendas).

(4) El altar del Apocalipsis. Con la caí­da del templo de Jerusalén (70 d.C.) cesó el culto del templo, y el gran altar, por el que los macabeos habí­an combatido, dejó de existir. De esa forma, las alusiones a la profanación del altar que hallamos en el Nuevo Testamento (Mc 13,14 par), que pueden referirse a la pretensión de Calí­gula, que quiso poner su estatua en el mismo centro el templo de Jerusalén, el año 41 d.C., cambiaron de sentido. Para los cristianos ya no existe en el mundo ningún altar, porque no existe para ellos templo externo alguno. Su templo es Cristo y la comunidad de los cristianos. Su altar es la propia vida de los creyentes, ofrecida y desplegada al servicio del reino de Dios. Pero el simbolismo del altar ha continuado, como supone el Apocalipsis cuando dice que los mártires y los degollados se encuentran bajo el altar de Dios, pidiendo venganza (Ap 6,9). Desde el mismo altar (que debe estar en el cielo) se elevan como incienso cultual, por medio del ángel, las oraciones de los santos (Ap 8,35). Por eso es normal que el altar se concibiera como signo de esos mismos santos y como lugar donde Dios habita (cf. 11,1-2). En este contexto simbólico se dice que ese altar toma la palabra y habla, dirigiendo y valorando el proceso final de la historia (Ap 9,13-14; 16,7). Han cesado los sacrificios animales. Queda el altar como expresión de fidelidad de los creyentes y de cumplimiento de la historia de la salvación, como sabe también Heb 13,10. Queda el recuerdo del altar que hubo en Jerusalén, queda la roca de Arauna, bajo la mezquita musulmana de la Roca, en la explanada del templo. Pero la verdadera roca, templo y altar de Dios, son ya los creyentes.

Cf. R. DE VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, SISSIS; K. GALLING, Der Altar in den Kidturen des Alten Orients, Curtius, Berlí­n 1925.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Básicamente, una estructura o lugar elevado sobre el que se ofrecí­an sacrificios o se quemaba incienso como parte de la adoración al Dios verdadero o a otra deidad. La palabra hebrea miz·bé·aj (altar) proviene de la raí­z verbal za·váj (degollar, sacrificar), por lo que alude fundamentalmente al lugar donde se degüella o sacrifica. (Gé 8:20; Dt 12:21; 16:2.) Algo parecido ocurre con la palabra griega thy·si·a·ste·ri·on (altar), derivada de la raí­z verbal thý·o, cuyo significado también es †œdegollar; sacrificar†. (Mt 22:4; Mr 14:12.) El término griego bo·mós se emplea con referencia al altar de una deidad falsa. (Hch 17:23.)
La primera mención de un altar en el texto bí­blico aparece después del Diluvio, cuando †œNoé empezó a edificar un altar a Jehovᆝ e hizo ofrendas quemadas sobre él. (Gé 8:20.) Las únicas ofrendas mencionadas con anterioridad al Diluvio fueron las de Caí­n y Abel, y aunque es de suponer que las hiciesen sobre un altar, no se dice nada al respecto. (Gé 4:3, 4.)
Abrán edificó un altar en Siquem (Gé 12:7), también en algún lugar entre Betel y Hai (Gé 12:8; 13:3), luego en Hebrón (Gé 13:18) y, seguramente, sobre el monte Moria, donde Dios le dio un carnero en sustitución de Isaac. (Gé 22:9-13.) Aunque solo en este último caso se especifica que Abrán ofreció un sacrificio en el altar, el significado de la palabra hebrea empleada indica que en cada uno de los otros casos debió presentarse una ofrenda. Tiempo después, Isaac edificó un altar en Beer-seba (Gé 26:23, 25), y Jacob construyó altares en Siquem y Betel. (Gé 33:18, 20; 35:1, 3, 7.) Estos altares que hicieron los patriarcas probablemente fueron como los que más tarde Dios mencionó en el pacto de la Ley, o bien un montí­culo de tierra o una plataforma de piedras sin labrar. (Ex 20:24, 25.)
Después de la victoria sobre los amalequitas, Moisés edificó un altar al que puso por nombre †œJehová-nisí­† (Jehová Es Mi Poste-Señal). (Ex 17:15, 16.) Luego, cuando se instituyó el pacto de la Ley, edificó un altar al pie del monte Sinaí­, sobre el que se ofrecieron sacrificios. La sangre de estos se roció sobre el altar, el libro y el pueblo, con lo que se validó y puso en vigor el pacto. (Ex 24:4-8; Heb 9:17-20.)

Altares del tabernáculo. De acuerdo con el diseño divino, se construyeron para el tabernáculo dos altares: el altar de la ofrenda quemada (también llamado †œaltar de cobre† [Ex 39:39]) y el altar del incienso. El primero, que tení­a forma de un cajón hueco, estaba hecho de madera de acacia, y al parecer carecí­a de tapa y de fondo. Medí­a 2,2 m. de lado y 1,3 m. de alto, y de las cuatro esquinas superiores salí­an †œcuernos†. Estaba revestido de cobre en su totalidad. Asimismo, tení­a un enrejado o rejilla de cobre debajo del canto del altar, †œpor dentro† y †œhacia el centro†. En sus cuatro extremidades, †œcerca del enrejado†, habí­a cuatro anillos, y parece que por ellos se pasaban los dos varales de madera de acacia revestidos de cobre que se usaban para transportar el altar. De esta descripción se desprende que quizás se habí­a hecho una ranura en dos de los lados del altar para poder insertar una rejilla plana, y que los anillos sobresalí­an por ambos lados. No obstante, las opiniones de los eruditos en la materia varí­an de forma considerable. Muchos creen que habí­a dos juegos de anillos y que los del segundo juego, por los que se insertaban los varales para transportar el altar, estaban adosados directamente a su parte exterior. Algunos de los utensilios de cobre del altar eran los recipientes y las palas para la ceniza, los tazones para recoger la sangre de los animales, los tenedores para manipular la carne y los braserillos. (Ex 27:1-8; 38:1-7, 30; Nú 4:14.)
Este altar de cobre para las ofrendas quemadas estaba colocado delante de la entrada del tabernáculo. (Ex 40:6, 29.) Aunque tení­a poca altura, es posible que, con el fin de facilitar la manipulación de los sacrificios colocados en su interior, se levantara un poco el suelo a su alrededor o tuviera una rampa. (Compárese con Le 9:22, donde se dice que Aarón †œbajó† de hacer las ofrendas.) Puesto que el animal era sacrificado †œal lado del altar que da al norte† (Le 1:11), el †œlugar para las cenizas grasosas† que se retiraban del altar estaba al E. (Le 1:16) y la palangana de cobre †œpara el lavado† se encontraba al O. (Ex 30:18), el único lado libre donde podí­a haber estado dicha rampa era el S.

Altar del incienso. El altar del incienso (también llamado †œaltar de oro† [Ex 39:38]) estaba igualmente hecho de madera de acacia, pero †œsu superficie superior y sus lados† estaban revestidos de oro. Alrededor de la parte superior habí­a un borde de oro. El altar medí­a 44,5 cm. de lado y 89 cm. de alto, y también tení­a †œcuernos† que salí­an de las cuatro esquinas superiores. Debajo del borde de oro, y en dos costados opuestos, habí­a dos anillos de oro para insertar los varales de madera de acacia recubiertos de oro que se usaban para transportar el altar. (Ex 30:1-5; 37:25-28.) En este altar se quemaba un incienso especial dos veces al dí­a, por la mañana y al atardecer. (Ex 30:7-9, 34-38.) En otras partes se menciona el uso de un incensario o un braserillo para quemar incienso, que también se empleaba en conexión con el altar del incienso. (Le 16:12, 13; Heb 9:4; Rev 8:5; compárese con 2Cr 26:16, 19.) El altar del incienso estaba colocado dentro del tabernáculo, justo delante de la cortina del Santí­simo, por lo que se dice que estaba †œdelante del arca del testimonio†. (Ex 30:1, 6; 40:5, 26, 27.)

La santificación y el uso de los altares del tabernáculo. Al tiempo de la ceremonia de instalación del tabernáculo, ambos altares fueron ungidos y santificados. (Ex 40:9, 10.) En aquella ocasión, al igual que en otras posteriores en las que se presentaron ciertas ofrendas por el pecado, la sangre del animal sacrificado se puso sobre los cuernos del altar de ofrendas quemadas y el resto se derramó sobre la base. (Ex 29:12; Le 8:15; 9:8, 9.) Hacia la conclusión de la ceremonia de instalación, una porción del aceite de la unción y de la sangre que estaba sobre el altar se salpicó sobre Aarón y sus hijos, así­ como sobre sus prendas de vestir, con el objeto de santificarlos. (Le 8:30.) En total, se necesitaron siete dí­as para la santificación del altar de las ofrendas quemadas. (Ex 29:37.) En el caso de otras ofrendas quemadas, sacrificios de comunión y ofrendas por la culpa, la sangre se rociaba sobre el altar, mientras que si el sacrificio era de aves, la sangre se salpicaba o se derramaba al lado del altar. (Le 1:5-17; 3:2-5; 5:7-9; 7:2.) Las ofrendas de grano se hací­an humear sobre el altar como †œolor conducente a descanso† a Jehová. (Le 2:2-12.) El sumo sacerdote y sus hijos comí­an la parte sobrante de la ofrenda de grano junto al altar. (Le 10:12.) Todos los años, en el Dí­a de Expiación, el sumo sacerdote limpiaba y santificaba el altar, poniendo sobre los cuernos un poco de la sangre de los animales sacrificados y rociándola siete veces sobre el altar. (Le 16:18, 19.)
De todos los animales sacrificados se apartaban porciones con el fin de hacerlas humear sobre el altar, por lo que siempre se mantení­a ardiendo en el altar un fuego que nunca debí­a apagarse. (Le 6:9-13.) De este fuego se apartaba una llama para quemar el incienso. (Nú 16:46.) Solo Aarón y aquellos de sus descendientes que no tuviesen defecto fí­sico alguno estaban autorizados a rendir servicio en el altar. (Le 21:21-23.) El resto de los levitas solo serví­an en calidad de ayudantes. Cualquier otro hombre que sin ser descendiente de Aarón se acercase al altar tení­a que ser muerto. (Nú 16:40; 18:1-7.) Se destruyó a Coré y su asamblea porque no reconocieron esta designación divina, y los braserillos de cobre que habí­an llevado consigo fueron batidos en finas láminas, que se usaron para revestir el altar en señal de que no deberí­a acercarse nadie que no fuese de la descendencia de Aarón. (Nú 16:1-11, 16-18, 36-40.)
Una vez al año también se hací­a expiación por el altar de oro para el incienso poniendo sangre sobre los cuernos de este. Otra ocasión en la que se repetí­a esta misma ceremonia era cuando se presentaban ofrendas por el pecado de algún sacerdote. (Ex 30:10; Le 4:7.)
Cuando los hijos de Qohat transportaban el altar de incienso y el altar de las ofrendas quemadas, los cubrí­an, el primero, con una tela azul y pieles de foca, y el segundo, con una tela de lana teñida de púrpura rojiza y, también, pieles de foca. (Nú 4:11-14; véase TABERNíCULO.)

Altares del templo. Antes de la dedicación del templo de Salomón, el altar de cobre que se hizo en el desierto sirvió para los sacrificios que Israel ofrecí­a en el lugar alto de Gabaón. (1Re 3:4; 1Cr 16:39, 40; 21:29, 30; 2Cr 1:3-6.) El altar de cobre que después se hizo para el templo cubrí­a una superficie dieciséis veces mayor que el anterior, y medí­a unos 9 m. de lado y unos 4,5 m. de alto. (2Cr 4:1.) En vista de su altura, era imprescindible que tuviera una ví­a de acceso. La ley de Dios prohibí­a el uso de escalones para el altar, con el fin de evitar descubrir la desnudez de los sacerdotes. (Ex 20:26.) Hay quien cree que los calzoncillos de lino que usaban Aarón y sus hijos serví­an para obviar este mandamiento y así­ hacer permisibles los escalones. (Ex 28:42, 43.) Sin embargo, parece probable que usaran una rampa para acercarse a la parte superior del altar de la ofrenda quemada. Josefo (La Guerra de los Judí­os, libro V, cap. V, sec. 6) indica que en el altar del templo que Herodes construyó tiempo después se utilizó una rampa. Si la situación del altar del templo de Salomón siguió el modelo del altar del tabernáculo, la rampa probablemente estaba en el lado S. del altar. De este modo el †œmar fundido†, donde los sacerdotes se lavaban, quedaba cerca, pues también estaba en el lado S. (2Cr 4:2-5, 9, 10.) Es probable que la configuración del altar construido para el templo siguiera el modelo del altar del tabernáculo, y no se da una descripción detallada de él.
Fue ubicado donde David habí­a edificado con anterioridad su altar temporal en el monte Moria (2Sa 24:21, 25; 1Cr 21:26; 2Cr 8:12; 15:8), que, según la tradición, era el lugar donde Abrahán se habí­a dispuesto a sacrificar a Isaac. (Gé 22:2.) La sangre de los animales sacrificados se derramaba en la base del altar, y cabe la posibilidad de que existiera cierto tipo de conducto para conducir la sangre fuera del recinto del templo. Según se informa, el templo de Herodes tuvo un conducto así­, conectado con el cuerno del altar que daba al SO.; en la roca del recinto del templo donde se supone que se alzaba el altar, se ha hallado una abertura que lleva a un canal subterráneo que desemboca en el valle de Cedrón.
El altar del incienso para el templo estaba hecho de madera de cedro, lo único que, según parece, lo diferenciaba del que habí­a en el tabernáculo, ya que también estaba revestido de oro. (1Re 6:20, 22; 7:48; 1Cr 28:18; 2Cr 4:19.)
Cuando se dedicó el templo, Salomón pronunció su oración delante del altar de las ofrendas quemadas. Una vez terminada, bajó fuego del cielo y consumió los sacrificios que habí­a sobre el altar. (2Cr 6:12, 13; 7:1-3.) A pesar de que este altar de cobre tení­a una superficie aproximada de setenta y nueve metros cuadrados, resultó demasiado pequeño para la gran cantidad de sacrificios que se ofrecieron, por lo que fue necesario santificar el centro del patio y así­ disponer de más lugar para el sacrificio. (1Re 8:62-64.)
Durante la parte final del reinado de Salomón y los reinados de Rehoboam y Abiyam, el altar de las ofrendas quemadas cayó en el abandono, de manera que cuando el rey Asá comenzó su reinado, hizo que fuese renovado. (2Cr 15:8.) Algún tiempo después, el rey Uzí­as fue herido de lepra por intentar quemar incienso sobre el altar de oro para incienso. (2Cr 26:16-19.) Respecto al altar de cobre para las ofrendas quemadas, el rey Acaz hizo que se le desplazase a un lado para poner en su lugar un altar pagano. (2Re 16:14.) Sin embargo, su hijo Ezequí­as hizo limpiar el altar de cobre y sus utensilios, los santificó y reanudó su servicio. (2Cr 29:18-24, 27; véase TEMPLO.)

Altares después del exilio. Al regresar a Jerusalén del exilio, lo primero que se construyó, bajo la dirección de Zorobabel y el sumo sacerdote Jesúa, fue el altar para las ofrendas quemadas. (Esd 3:2-6.) Con el tiempo también se hizo un nuevo altar del incienso.
El rey sirio Antí­oco Epí­fanes se llevó el altar de oro del incienso, y dos años más tarde (168 a. E.C.) construyó un altar encima del gran altar de Jehová y en él ofreció un sacrificio a Zeus. (1 Macabeos 1:20-64.) Después de esto, Judas Macabeo construyó un nuevo altar de piedras sin labrar y colocó de nuevo el altar del incienso. (1 Macabeos 4:44-49.)
El altar de las ofrendas quemadas del templo de Herodes se hizo de piedras sin labrar, y, según Josefo (La Guerra de los Judí­os, libro V, cap. V, sec. 6), tení­a 50 codos de lado y 15 codos de alto, aunque la Misná judí­a (Middot 3:1) le atribuye dimensiones menores. Fue a este altar al que Jesús se refirió en su dí­a. (Mt 5:23, 24; 23:18-20.) No se da una descripción del altar del incienso de dicho templo, aunque se le menciona en Lucas 1:11 con relación a Zacarí­as, el padre de Juan, cuando un ángel se le apareció, de pie, al lado derecho del altar.

El altar del templo de Ezequiel. En el templo que Ezequiel vio en visión, el altar para las ofrendas quemadas también estaba situado delante del templo (Eze 40:47), pero tení­a un diseño diferente al de los anteriores altares. Consistí­a en varias secciones que se adentraban sucesivamente dejando salientes escalonados. Sus dimensiones están dadas en función del codo largo (51,8 cm.). La base del altar era de un codo de espesor, y como borde alrededor de la parte superior tení­a un †œlabio† de un palmo (unos 26 cm.) que formaba una especie de ranura o canalón, quizás para recibir la sangre derramada. (Eze 43:13, 14.) Descansando sobre la misma base, pero un codo más adentro del borde exterior, habí­a otra sección que medí­a dos codos de alto (unos 104 cm.). Una tercera sección, también adentrada un codo y de cuatro codos de alto (unos 208 cm.), tení­a asimismo un borde que la rodeaba, en este caso de medio codo (unos 26 cm.), formando quizás un segundo canal o un saliente protector. Finalmente, el hogar del altar, que también estaba adentrado un codo en comparación con la sección que le precedí­a, todaví­a subí­a otros cuatro codos, y de él salí­an cuatro †œcuernos†. Habí­a escalones que daban al E., para facilitar el acceso al hogar del altar. (Eze 43:14-17.) Al igual que ocurrió con el altar construido en el desierto, para este también se debí­a observar un perí­odo de siete dí­as de expiación e instalación. (Eze 43:19-26.) En el primer dí­a de Nisán se debí­a efectuar la expiación anual por el altar y el resto del santuario. (Eze 45:18, 19.) El rí­o de aguas curativas que vio Ezequiel fluí­a desde el templo hacia el E. y pasaba por el lado S. del altar. (Eze 47:1.)
En la visión no se hace una alusión especí­fica al altar del incienso. Sin embargo, la descripción del †œaltar de madera† que se halla en Ezequiel 41:22 y en especial la referencia al mismo como la †œmesa que está delante de Jehovᆝ, indica que este corresponde al altar del incienso más bien que a la mesa del pan de la proposición. (Compárese con Ex 30:6, 8; 40:5; Rev 8:3.) Este altar tení­a tres codos de alto (unos 155 cm.) y probablemente dos codos de lado (unos 104 cm.).

Otros altares. Dado que después del Diluvio la humanidad no siguió con Noé en la adoración pura, es de suponer que proliferaron los altares para la religión falsa. Las excavaciones realizadas en Canaán, Mesopotamia y otros lugares prueban que existieron desde tiempos muy remotos. Balaam hizo levantar sucesivamente siete altares en tres lugares distintos cuando intentó, aunque en vano, invocar una maldición contra Israel. (Nú 22:40, 41; 23:4, 14, 29, 30.)
A los israelitas se les mandó demoler todos los altares paganos y destrozar las columnas y los postes sagrados que se acostumbraban a construir junto a estos. (Ex 34:13; Dt 7:5, 6; 12:1-3.) Nunca deberí­an imitarlos ni ofrecer a sus hijos en el fuego como hací­an los cananeos. (Dt 12:30, 31; 16:21.) En lugar de muchos altares, Israel solo debí­a tener un altar para la adoración del único Dios verdadero, y debí­a estar ubicado en el lugar que Jehová escogiera. (Dt 12:2-6, 13, 14, 27; contrástese con Babilonia, donde habí­a 180 altares exclusivamente en honor a la diosa Istar.) Al principio se les ordenó que hicieran un altar de piedras sin labrar después de cruzar el rí­o Jordán (Dt 27:4-8), orden que cumplió Josué al construir un altar en el monte Ebal. (Jos 8:30-32.) Después de la división de la tierra conquistada, las tribus de Rubén y Gad y la media tribu de Manasés construyeron un altar monumental junto al Jordán, lo que provocó una gran agitación entre las otras tribus hasta que se determinó que no se habí­a construido con motivos apóstatas, sino como recordatorio de su fidelidad a Jehová como el Dios verdadero. (Jos 22:10-34.)
Aunque se construyeron otros altares, parece ser que solo fue para ocasiones especí­ficas, no para un uso continuo, y por lo general después de apariciones de ángeles o por instrucción suya. Algunos ejemplos son: el ubicado en Bokim y los de Gedeón y Manóah. (Jue 2:1-5; 6:24-32; 13:15-23.) El registro no indica si el altar que el pueblo edificó en Betel cuando consideraba cómo impedir la desaparición de la tribu de Benjamí­n tuvo la aprobación divina o sencillamente fue un caso de hacer †œlo que era recto a sus propios ojos†. (Jue 21:4, 25.) Como representante de Dios, Samuel ofreció un sacrificio en Mizpá y también construyó un altar en Ramá. (1Sa 7:5, 9, 10, 17.) Esto quizás se debió al hecho de que, después de haber desaparecido el Arca del tabernáculo de Siló, ya no habí­a ninguna prueba de la presencia de Jehová allí­. (1Sa 4:4, 11; 6:19-21; 7:1, 2; compárese con Sl 78:59-64.)

Uso de altares temporales. En varias ocasiones se construyeron altares temporales. Por ejemplo, Saúl ofreció un sacrificio en Guilgal y construyó un altar en Ayalón. (1Sa 13:7-12; 14:33-35.) En el primer caso se le condenó por no esperar a que Samuel presentase el sacrificio, pero no se dice nada en cuanto a la selección de estos lugares para hacer los sacrificios.
David le dijo a Jonatán que explicara su ausencia de la mesa de Saúl el dí­a de la luna nueva diciéndole que habí­a ido a Belén para un sacrificio familiar anual; sin embargo, dado que esto era un subterfugio, no se puede saber con seguridad si de verdad se celebraba ese tipo de sacrificio. (1Sa 20:6, 28, 29.) Más tarde, siendo ya rey, David edificó un altar en la era de Arauna (Ornán) por mandato divino. (2Sa 24:18-25; 1Cr 21:18-26; 22:1.) La declaración registrada en 1 Reyes 9:25 en cuanto a que Salomón †˜ofrecí­a sacrificios sobre el altar†™ obviamente significa que hací­a que se ofreciesen por medio del sacerdocio autorizado. (Compárese con 2Cr 8:12-15.)
Parece que cuando se erigió el templo en Jerusalén, el altar tuvo una ubicación definitiva: en el †œlugar que Jehová su Dios escoja […], y allá tendrás que ir†. (Dt 12:5.) Con la excepción del altar que utilizó Elí­as en el monte Carmelo para la prueba del fuego delante de los sacerdotes de Baal (1Re 18:26-35), todos los demás altares construidos a partir de entonces estuvieron relacionados con la apostasí­a. Salomón mismo fue el primer culpable de tal apostasí­a debido a la influencia de sus esposas extranjeras. (1Re 11:3-8.) Jeroboán, el rey del reino norteño recién formado, procuró que sus súbditos no fueran al templo de Jerusalén construyendo altares en Betel y Dan. (1Re 12:28-33.) Luego un profeta predijo que durante el reinado del rey Josí­as de Judá se darí­a muerte a los sacerdotes que oficiaban en el altar de Betel y se quemarí­an huesos humanos sobre él. Como señal, el altar se partió, y tiempo después se cumplió cabalmente aquella profecí­a. (1Re 13:1-5; 2Re 23:15-20; compárese con Am 3:14.)
Durante la gobernación del rey Acab de Israel, se empezaron a hacer muchos altares paganos (1Re 16:31-33), y en el tiempo del rey Acaz de Judá habí­a altares †œen todo rincón de Jerusalén†, así­ como en los muchos †œlugares altos†. (2Cr 28:24, 25.) Manasés llegó al extremo de edificar altares dentro de la casa de Jehová y altares para †œel ejército de los cielos† en dos patios del templo. (2Re 21:3-5.)
Aunque los reyes fieles destruyeron periódicamente estos altares paganos (2Re 11:18; 23:12, 20; 2Cr 14:3; 30:14; 31:1; 34:4-7), Jeremí­as todaví­a pudo decir antes de la caí­da de Jerusalén: †œTus dioses han llegado a ser tantos como el número de tus ciudades, oh Judá; y son tantos como el número de las calles de Jerusalén los altares que ustedes han puesto para la cosa vergonzosa, altares para hacer humo de sacrificio a Baal†. (Jer 11:13.)

Durante el exilio y en el perí­odo apostólico. Según los papiros de Elefantina, los judí­os que huyeron durante el perí­odo del exilio a Elefantina, en el Alto Egipto, edificaron un templo y un altar; y algunos siglos más tarde, los judí­os que viví­an cerca de Leontópolis hicieron lo mismo. (Antigüedades Judí­as, libro XIII, cap. III, sec. 1; La Guerra de los Judí­os, libro VII, cap. X, secs. 2 y 3.) Este último templo y su correspondiente altar fueron construidos por el sacerdote Oní­as en un intento de cumplir Isaí­as 19:19, 20.
Ya en la era común, cuando el apóstol Pablo habló a los atenienses, se refirió a un altar dedicado †œA un Dios Desconocido†. (Hch 17:23.) Existe amplia información histórica en respaldo del registro de Hechos. Se dice que Apolonio de Tiana, quien visitó Atenas un poco después que Pablo, comentó: †œHay más moderación en hablar bien de todos los dioses y especialmente en Atenas, en donde incluso en honor de dioses desconocidos se alzan altares†. (Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato, VI, III.) En el siglo II E.C. el geógrafo Pausanias informó que en el camino que iba desde el puerto de la bahí­a de Falero hasta la ciudad de Atenas habí­a observado †œaltares de los dioses llamados desconocidos, [y] de héroes†. También habló del †œaltar de los dioses desconocidos† en Olimpia. (Descripción de Grecia, traducción de Antonio Tovar, Orbis, 1986, ítica, cap. I, sec. 4; Elide, libro I, cap. XIV, sec. 8.) En 1909 se descubrió un altar parecido en Pérgamo, en las inmediaciones del templo de Deméter.

El significado de los altares. En los capí­tulos 8 y 9 de la carta a los Hebreos, el apóstol Pablo expone con absoluta claridad que todo lo relacionado con el tabernáculo y el templo tení­a un valor tí­pico. (Heb 8:5; 9:23.) Las Escrituras Griegas Cristianas ponen de manifiesto cuál es el significado tí­pico de los dos altares. El altar de las ofrendas quemadas representa la †œvoluntad† de Dios, es decir, su voluntad o disposición de aceptar el sacrificio humano perfecto de su Hijo unigénito. (Heb 10:5-10.) El que estuviese frente a la entrada que conducí­a al santuario recalca que el ejercer fe en el sacrificio de rescate es imprescindible para que Dios apruebe a una persona. (Jn 3:16-18.) La insistencia en que solo hubiese un altar de sacrificios armoniza con las palabras de Cristo: †œYo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí­†, y también está de acuerdo con muchas otras referencias bí­blicas sobre la unidad que debe observarse en la fe cristiana. (Jn 14:6; Mt 7:13, 14; 1Co 1:10-13; Ef 4:3-6; véase además la profecí­a de Isa 56:7 y 60:7, en cuanto a que personas de todas las naciones acudirí­an al altar de Dios.)
Es cierto que hubo quienes corrieron a sujetarse a los cuernos del altar en un esfuerzo por obtener protección; no obstante, la ley de Dios prescribí­a que el asesino deliberado tení­a que ser retirado †˜hasta de estar a Su altar, para que muriera†™. (Ex 21:14; compárese con 1Re 1:50-53; 2:28-34.) Por otra parte, el salmista dijo: †œLavaré mis manos en la inocencia misma, y ciertamente marcharé alrededor de tu altar, oh Jehovᆝ. (Sl 26:6.)
Aunque la cristiandad ha usado las palabras que se hallan en Hebreos 13:10 para justificar la edificación de nuevos altares, el contexto muestra que el †œaltar† del que Pablo habla no es literal, sino simbólico. (Heb 13:10-16.) Minucio Félix (al igual que otros apologistas) muestra que era común que cuando a los cristianos primitivos se les acusaba de no tener altares ni templos para el ejercicio del culto, respondieran que †˜no tení­an templos ni altares†™ por considerarlos innecesarios en la adoración. (El Octavio, X, 1-2; XXXII, 1.) Y en un comentario sobre Hebreos 13:10 recogido en la obra Word Studies in the New Testament, de M. R. Vincent, 1957, vol. IV, pág. 567), se hace la siguiente observación: †œEs un error pretender encontrar entre los cristianos primitivos algún objeto en particular que correspondiese a un altar, bien una cruz, la mesa para la eucaristí­a o el propio Cristo. Más bien, los conceptos de acercamiento a Dios —sacrificios, expiación, perdón y aprobación divinas, y salvación—, se conjugan y, por lo general, se representan, mediante un altar figurativo, tal como en el altar judí­o convergieron todos estos conceptos†. Los profetas hebreos condenaron con dureza la multiplicación de altares. (Isa 17:7, 8.) Oseas dijo que Efraí­n se habí­a †œmultiplicado altares para pecar† (Os 8:11; 10:1, 2, 8; 12:11), Jeremí­as afirmó que el pecado de Judá estaba grabado †œen los cuernos de sus altares† (Jer 17:1, 2) y Ezequiel predijo que los falsos adoradores ejecutados llegarí­an a estar †œtodo en derredor de sus altares†. (Eze 6:4-6, 13).
Las expresiones proféticas de juicio divino también están relacionadas con el altar verdadero. (Isa 6:5-12; Eze 9:2; Am 9:1.) Las almas de los que habí­an sido degollados por dar testimonio acerca de Dios, clamaban precisamente desde †œdebajo del altar†, y decí­an: †œ¿Hasta cuándo, Señor Soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra?†. (Rev 6:9, 10; compárese con 8:5; 11:1; 16:7.)
En Revelación 8:3, 4, el altar de oro para incienso está relacionado explí­citamente con las oraciones de los santos. Era una costumbre de los judí­os orar †œa la hora en que se ofrecí­a el incienso†. (Lu 1:9, 10; compárese con Sl 141:2.) Este único altar de incienso también representa la única ví­a de acercamiento a Dios acerca de la cual hablan las Escrituras Griegas Cristianas. (Jn 10:9; 14:6; 16:23; Ef 2:18-22; véase OFRENDAS.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

misbeaj (j’Bezí’mi , 4196), “altar”. Este nombre tiene cognados en arameo, sirí­aco y arábigo. En cada una de estas lenguas la raí­z es mdbj. Misbeaj se encuentra unas 396 veces en el Antiguo Testamento. El vocablo denota un lugar alto en el que se hacen sacrificios, como en Gen 8:20 (el primer caso): “Y edificó Noé un altar a Yahveh, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar”. Más adelante el término se referirá a una mesa sobre la que se quema incienso: “Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás” (Exo 30:1). Desde la alborada de la historia humana se hicieron ofrendas sobre una mesa levantada de piedra o montí­culo de tierra (Gen 4:3). Al principio, los altares de Israel debí­an hacerse de tierra, o sea, de un material hecho directamente por la mano de Dios. Si los judí­os querí­an labrar piedras para construir altares en el desierto, tendrí­an forzosamente que usar herramientas de guerra. (Es más, en Exo 20:25 el término que se usa para “herramienta” es jereb, “espada”.) En Sinaí­, Dios ordenó que los israelitas tallasen altares de maderas y metales finos. Esto era para enseñarles que el verdadero culto requiere lo mejor y que debí­a de estar estrictamente de acuerdo con las ordenanzas divinas. Dios, y no los seres humanos, origina y controla el culto. El altar que se encontraba delante del Lugar Santo (Exo 27:1-8) y el altar de incienso dentro del mismo (Exo 30:1-10) tení­an “cuernos”. Estos cumplí­an funciones vitales en algunas ofrendas (Lev 4:30; 16.18). Por ejemplo, el animal sacrificial se ataba a estos cuernos de modo que se desangrara completamente (Psa 118:27). Mizbeaj se usa también en relación con altares paganos: “Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera” (Exo 34:13). El nombre se deriva del verbo hebreo zabaj, el cual significa literalmente “matar para comer” o “matar para sacrificar”. Zabaj tiene cognados en ugarí­tico y arábigo (dbj), acádico (zibu) y fenicio (zbj). Otro nombre veterotestamentario derivado de zabaj es zebaj (162 veces), que generalmente se refiere a un sacrificio que establece comunión entre Dios y los que comen del sacrificio.

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

1. thusiasterion (qusiasthvrion, 2379), probablemente el neutro del adjetivo thusiasterios; y se deriva de thusiazo, sacrificar. Por ello, denota un altar para el sacrificio de ví­ctimas, aunque se usaba este nombre también del altar de incienso (p.ej., Luk 1:11). En el NT esta palabra se reserva para el altar del Dios verdadero (Mat 5:23,24; 23.18-20,35; Luk 11:51; 1Co 9:13; 10.18), en contraste a bomos, Nº 2, abajo. En la LXX, thusiasterion se usa principalmente, aunque no siempre, del altar divinamente señalado; se usa también para altares de í­dolos (p.ej., Jdg 2:2; 6.25; 2Ki 16:10). 2. bomos (bwmov”, 1041), propiamente un lugar alto, denota siempre un altar pagano o un altar levantado sin orden divino. En el NT solo se halla en Act 17:23, y es la única mención de los tales. En la LXX se usa tan solo en tres ocasiones, pero solo en los libros apócrifos, del altar divino. En Jos_22, los traductores de la LXX observaron cuidadosamente la distinción, utilizando bomos para el altar que las dos tribus y media erigieron (vv. 10, 11,16, 19, 23,26, 34), sin que hubiera existido una disposición divina para el tal; en los vv. 19, 28, 29, donde se menciona el altar ordenado por Dios, se usa el término thusiasterion.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

En todas las religiones es el altar el centro del *culto sacrificial (hebr. zabah = sacrificar, raí­z de mizbeah = altar). El altar es el signo de la *presencia divina; Moisés supone tal creencia cuando lanza la mitad de la sangre de las ví­ctimas sobre el altar y la otra mitad sobre el pueblo, que así­ entra en comunión con Dios (Ex 24,6ss); también Pablo: “¿No participan del altar los que comen de las victimas?” (ICor 10, 18). En el *sacrificio perfecto, el signo cede el puesto a la realidad: Cristo es a la vez sacerdote, victima y altar.

1. Del memorial al lugar del culto. En los origenes, si el hombre construí­a un altar, era para responder a Dios que acababa de visitarle, esto quiere decir la fórmula frecuente en el gesto de los patriarcas: Edificó un altar a Yahveh e invocó su *nombre. (Gén 12,7s; 13,18; 26,25). El altar, antes de ser un lugar en el que se ofrecen sacrificios, era un *memorial del favor divino; los nombres simbólicos que reciben estos altares son *testimonio de ello (Gén 33,20; 35,1-7; Jue 6,24). Sin embargo, era también el lugar de las libaciones y de los sacrificios. Si en los principios podia uno contentarse con *rocas mejor o peor adaptadas (Jue 6,20; 13,19s), pronto se pensó en construir altares de tierra apelmazada o de *piedras brutas, altares sin duda groseros, pero mejor adaptados a su finalidad (Ex 20,24ss).

Para los descendientes de los patriarcas, el lugar del culto tendí­a a representar más valor que el recuerdo de la teofaní­a que le habí­a dado origen. Esta primací­a del lugar frente al memorial se manifestaba ya en el hecho de que se escogí­an con frecuencia antiguos lugares de culto cananeos: así­ Bethel (Gén 35,7) o Siquem (33,19), y más tarde Guilgal (Jos 4,20) o Jerusalén (Jue 19,10). De hecho, cuando el pueblo escogido entra en Canaán, se halla en presencia de los altares paganos que la ley le manda destruir sin piedad (Ex 34,13; Dt 7,5; Núm 33,52); y Gedeón (Jue 6,25-32) o Jehú (2Re 10, 27) destruyen así­ los altares de Baal. Pero ordinariamente se contentan con “bautizar” los altos lugares y su material cultual (I Re 3,4).

En este estadio el altar puede contribuir a la degradación de la religión en dos sentidos: olvido de que sólo es un signo para referirse al Dios vivo, y asimilación de Yahveh con los *í­dolos. Efectivamente, Salomón inaugura un régimen de tolerancia para con los í­dolos aportados por sus mujeres extranjeras (IRe 11,7s), Ajab procederá de la misma manera (IRe 16,32), Ajaz y Manasés introducirán en el templo mismo altares a la moda pagana (2Re 16,10-16; 21,5). Los profetas, por su parte, censuran la multiplicación de los altares (Am 2,8; Os 8,11; Jer 3,6).

2. El altar del templo único de Jerusalén. Un remedio se aportó a la situación con la centralización del culto en Jerusalén (2Re 23,8s; cf. IRe 8,63s). En adelante el altar de los holocaustos cristaliza la vida religiosa de Israel, y numerosos salmos dan testimonio del lugar que ocupa en el corazón de los fieles (Sal 26,ó; 43,4; 84,4; 118,27). Cuando Ezequiel describe el templo futuro, el altar es objeto de minuciosas descripciones (Ez 43,13-17) y la legislaclón sacerdotal que le concierne se pone en relación con Moisés (Ex 27,1-8; Lev 1-7). Los cuernos del altar, mencionados ya hacia tiempo como lugar de asilo (IRe 1,50s; 2,28), adquieren gran importancia: con frecuencia serán rociados con *sangre para el rito de la *expiación (Lev 16,18; Ex 30,10). Estos ritos indican claramente que el altar simboliza la presencia de Yahveh.

Al mismo tiempo se precisan las funciones *sacerdotales: los sacerdotes vienen a ser exclusivamente los ministros del altar, al paso que los levitas se encargan de los cuidados materiales (Núm 3,6-10). El cronista, que subraya este uso (IPar 6,48s), pone la historia de la realeza en armonia con estas prescripciones (2Par 26,16-20; 29,18-36; 35,7-18). Finalmente, es un signo de veneración del altar el hecho de que la primera caravana de repatriados de la cautividad pone empeño en reconstruir inmediatamente el altar de los holocaustos (Esd 3,3ss), y Judas Macabeo manifestará más tarde la misma piedad (IMac 4,44-59).

3. Del signo a la realidad. Para Jesús, el altar sigue siendo *santo, pero lo es en razón de lo que significa. Jesús recuerda, por tanto, este significado, obliterado por la casuí­stica de los fariseos (Mt 23,18ss) y descuidado en la práctica: acercarse al altar para sacrificar es acercarse a Dios; no se puede hacer esto con un corazón airado (5,23s).

Cristo no sólo da el verdadero sentido del culto antiguo, sino que pone fin al mismo. En el nuevo templo, que es su cuerpo (Jn 2,21), no hay ya más altar que él mismo (Heb 13, 10). En efecto, el altar es el que santifica la victima (Mt 23,19); así­ pues, cuando se ofrece Cristo, él mismo se santifica (Jn 17,19); es a la vez el sacerdote y el altar. Así­, comulgar en el cuerpo y en la sangre del Señor, es *comulgar en el altar que es el Señor, es compartir su mesa (ICor 10,16-21).

El altar celestial de que habla el Apocalipsis y ante el cual esperan los mártires (Ap 6,9), altar de oro cuya llama hace que se eleve a Dios un humo abundante y oloroso, al que se unen las oraciones de los santos (8,3), es un sí­mbolo que designa a Cristo y completa el simbolismo del *cordero. Es el único altar del solo sacrificio cuyo perfume es agradable a Dios; es el altar celestial de que habla el canon de la misa y sobre el que se presentan a Dios las ofrendas de los fieles, unidas con la única y perfecta ofrenda de Cristo (Heb. 10,14). De este altar, nuestros altares de piedra no son sino imágenes, como lo expresa el pontifical cuando dice: “El altar es Cristo”. -> Culto – Expiación – Piedra – Presencia de Dios – Sacerdocio – Sacrificio – Sangre – Templo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra hebrea para designar un altar en el AT era mizbeāḥ (= «lugar de sacrificio cruento», ya que se deriva de zāḇaḥ «degollar» o «matar una víctima»). No obstante, la palabra también se usaba para la presentación de sacrificios incruentos de cereales [minḥa] y para libaciones de aceite y vino, así como también para referirse a los sacrificios de animales mediante fuego. Antes que el Tabernáculo de Moisés fuese consagrado, el altar usualmente consistía de una o más piedras en bruto, y Ex. 20:24–26 permitía que se continuase levantando estos altares «laicos» en la tierra santa después de la conquista israelita. Pero la regla general, habiendo sido inaugurado el Tabernáculo (Ex. 40), era que los creyentes israelitas presentaran sus sacrificios cruentos sólo sobre el altar de bronce instalado delante de la puerta del tabernáculo mismo. Este fue construido en conformidad con las medidas exactas (cinco codos de longitud y cinco codos de anchura, una altura de tres codos) que fueran reveladas a Moisés en el Monte de Sinaí, y estaba hecho de madera de acacia cubierta de bronce, y equipado con un cuerno en cada una de sus cuatro esquinas.

También había un altar más pequeño (de un codo por un codo, y de dos codos de altura), el cual estaba hecho de madera de acacia y revestido en oro. Este «altar de oro» (también llamado mizbeāḥ) se distinguía del «altar de bronce» en que estaba designado sólo para ofrecer incienso (aunque podía untarse sangre sobre sus cuernos). Este altar estaba colocado exactamente delante del velo interior en tal posición que el humo del incienso pudiera cubrir el arca del pacto dentro del lugar santísimo. La palabra griega que el NT usa para designar estos altares es zusiastērion (de zuō «sacrificar»). Sólo una vez se usa otra palabra para referirse al altar: bōmos se usa en Hch. 17:23, donde se habla de un altar pagano.

G.L. Archer, Jr.

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (22). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

En todos los casos (salvo cuatro) en que aparece la palabra “altar” en el AT, el término heb. es mizbēah, que significa “lugar de sacrificio” (de zāḇaḥ, ‘matar para el sacrificio’), y en una de las excepciones (Esd. 7.17) se trata simplemente del término análogo arm. maḏbah. Si bien etimológicamente la voz indica matanza, su uso no siempre era restringido, y se lo aplicaba también al altar en el que se quemaba el incienso (Ex. 30.1). Para otros casos en que se usa la palabra “altar” en las vss. castellanas, véase g, inf.

a. Los patriarcas

Los patriarcas erigían sus propios altares y ofrecían sus propios sacrificios sin contar con sacerdotes. Noé edificó uno después del diluvio y ofreció holocaustos en él (Gn. 8.20). Abraham edificó altares a Yahvéh en Siquem, entre Bet-el y Hai, en Hebrón, y en Moríah, en donde ofreció un carnero en lugar de Isaac (Gn. 12.6–8; 13.18; 22.9). Isaac hizo lo propio en Beerseba (Gn. 26.25), Jacob erigió altares en Siquem y Bet-el (Gn. 33.20; 35.1–7), y Moisés edificó uno en Refidim después de la victoria de los israelitas sobre Amalec (Ex. 17.15). Evidentemente los altares se erigían principalmente para conmemorar algún acontecimiento en el cual el personaje principal había tenido alguna relación con Dios. No tenemos información sobre su construcción, pero es razonable suponer que eran del mismo tipo que los que posteriormente permitía la ley mosaica (véase d, inf.).

b. Altares palestinos anteriores a la ocupación israelita

En los primeros tiempos de la exploración de Palestina era habitual creer que muchas cosas que actualmente se conocen como instalaciones domésticas, agrícolas o industriales eran altares. Se han encontrado, sin embargo, verdaderos altares, que datan en diferentes períodos. En Hai, Mme. J. Marquet-Krause descubrió un pequeño templo de la edad del bronce temprana en el cual había un altar de piedras enlucidas, contra la pared, sobre el que se habían hecho ofrendas de animales y alimentos. En la *Meguido de la edad del bronce media (nivel XV) se encontraron dos templos que contenían altares rectangulares, uno de adobes y el otro de piedras revocadas con cal. Templos de la edad de bronce tardía con altares de un tipo similar se han hallado en Laquis, Bet-seán, y Hazor. En los niveles de este período se descubrió en Hazor un gran bloque de piedra labrada, con dos recipientes huecos en una cara, quizás para recibir la sangre de los animales sacrificados. En Meguido y Nahariyeh se encontraron grandes plataformas hechas con piedras, que posiblemente se utilizaron como lugares para realizar sacrificios, pero se trataba más bien de *“lugares altos” que de altares.

En Meguido se descubrió una cantidad de altares de piedra caliza labrada, con cuatro cuernos en los ángulos superiores, de alrededor de la época de la conquista. No obstante, y a juzgar por su tamaño relativamente reducido (el más grande tenía unos 70 cm. de altura), posiblemente eran altares de incienso. En lugares como Meguido, Betseán, y Laquis se hallaron numerosos estrados de arcilla, en los niveles correspondientes a la edad de bronce y a la del hierro, que pueden haberse utilizado para quemar incienso.

Los cananeos utilizaban altares en la tierra prometida, hecho que justifica las cuidadosas reglamentaciones al respecto en la revelación del Sinaí. El que los altares no estaban limitados a Palestina queda demostrado por los descubrimientos arqueológicos en lugares como Eridu, Ur, Khafájah y Asur en Mesopotamia, y quizás el episodio en el que Balaam erigió siete altares en Quiriat-huzot (Nm. 23), sobre los que ofreció becerros, pueda entenderse a la luz de dichos hechos.

c. Los altares del tabernáculo

Dios reveló a Moisés en el Sinaí las especificaciones para dos altares que debían usarse en el *tabernáculo: el altar del incienso y el del holocausto.

d. Altares construidos

En Ex. 20.24–26, Dios ordenó a Moisés que comunicara al pueblo que debía construir un altar de tierra (mizbah ˒aḏāmâ) o de piedras (no labradas) (mizbah ˒aḇānı̂m) para ofrecer sus sacrificios. En ningún caso debía haber gradas, para que no se descubriera la “desnudez” del que subía a sacrificar. La forma de este pasaje, en el que Dios le dice a Moisés que transmita sus instrucciones al pueblo, sugiere que, como en el caso de los Diez Mandamientos al comienzo del capítulo, fue dirigido a cada israelita individualmente mas bien que a Moisés como su representante, como es el caso en Ex. 27. Puede ser que sobre la base de esta disposición el laico estaba facultado par hacerlo él mismo, y es quizás a la luz de esto que se deben considerar los altares construidos por Josué en el mte. Ebal (Jos. 8.30–31); cf. Dt. 27.5), por Gedeón en Ofra (Jue. 6.24–26), por David en la era de Arauna (2 S. 24.18–25) y por Elías en el mte. Carmelo (1 R. 18), como así también los episodios descriptos en Jos. 22.10–34 y 1 S. 20.6, 29 (cf. (Ex. 24.4).

e. El templo de Salomón

Al construir su *templo Salomón, aunque sometido a la influencia de sus aliados fenicios, procuró seguir la disposición básica del tabernáculo y su atrio. Aunque David ya había erigido un altar para holocaustos (2 S. 24.25), probablemente Salomón construyó uno nuevo, como lo indica 1 R. 8.22, 54, 64 y 9.25 (no mencionado en la descripción principal, 1 R. 6–7). Los descubrimientos arqueológicos en Arad ilustran perfectamente los altares de este período (IA II), donde en el patio del templo había un altar de ladrillos y escombros para holocaustos (cf. Ex. 20.25) que medía 5 codos de lado (2, 5 m), como el del tabernáculo (Ex. 17.1; cf. 2 Cr. 6.13). Dos altares de incienso construidos de piedra, con su parte superior cóncava, en forma de recipiente, se hallaron en un escalón que conducía al “lugar santísimo”. Otros altares de incienso del período israelita se han descubierto en Beerseba y otros lugares.

f. Altares falsos

Tanto en Israel como en Judá existieron altares ilícitos, como lo demuestra la condenación de los profetas (Am. 3.14; Os. 8.11) y el relato de los pecados de Jeroboam en 1 R. 12.28–33, como también los hallazgos arqueológicos.

g. La visión de Ezequiel

Durante el exilio Ezequiel tuvo una visión de la restauración de Israel y la reconstrucción del templo (Ez. 40–44), y aunque no se menciona ningún altar de incienso, se describe detalladamente el altar para holocaustos (43.13–17). Consistía en tres estrados que llegaban a una altura de 11 codos sobre una base de 18 codos de lado. En su forma recordaba un zigurat babilónico, impresión que acentúan los nombres de algunas de sus partes. La base, ḥêq hā˒āreṣ (Ez. 43.14, la “base, sobre el suelo”, lit. “seno de la tierra”) recuerda el irat irṣiti ac. que tiene el mismo significado, y los términos har˒ēl y ˒ari˒êl, que se traducen como “altar” en vv. 15–16, pueden ser formas hebraizadas del arallu ac., uno de los nombres de la morada de los muertos, que tenía el significado secundario de “montaña de los dioses”. Sería normal que tales términos se hubieran tomado del vocabulario babilónico, independientemente de su significado etimológico, después de un exilio de muchos años en Babilonia. Se subía al altar por gradas, y en sus cuatro ángulos superiores tenía cuernos.

h. El segundo templo

Cuando se reconstruyó el templo, después del retorno, presumiblemente tuvo altares. Hay referencias a ellos en Josefo (Contra Apionem 1.198) y en la Carta de Aristeas, pero en relación con este período a ninguno de estos autores se lo puede seguir incondicionalmente. En 169 a.C. Antíoco Epífanes se llevó el “altar de oro” (1 Mac. 1.21), y dos años después coronó el altar de los holocaustos con la “abominación de la desolación” (1 Mac. 1.54), probablemente una imagen de Zeus. Los macabeos construyeron un nuevo altar y restauraron el de incienso (1 Mac. 4.44–49); ambos deben haber continuado en uso cuando Herodes amplió el *templo a fines del ss. I. a.C. En la época de Herodes, el altar de holocaustos era una pila de piedras sin labrar, a la que se llegaba por medio de una rampa.

II. En el Nuevo Testamento

En el NT se emplean dos palabras para altar, la más frecuente de las cuales es thysiastērion, que a menudo se usa en LXX para mizbēaḥ. Este término se emplea al hablar del altar en el que Abraham se preparó para sacrificar a Isaac (Stg. 2.21), del altar de holocaustos en el templo (Mt. 5.23–24; 23.18–20, 35; Lc. 11.51; 1 Co. 9.13; 10.18; He. 7.13; Ap. 11.1), y del altar del incienso, no sólo en el templo terrenal (Lc. 1.11) sino también en el celestial (Ap. 6.9; 8.5; 9.13; 14.18; 16.7; cf. tamb. Ro. 11.3; He. 13.10). El otro término, bōmos, se usa una sola vez (Hch. 17.23). Se utilizó en la LXX, tanto para mizbēaḥ como para bāmâ (* Lugar alto), y tenía, en primer lugar, el significado de lugar elevado.

Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985; M. Noth, El mundo del Antiguo Testamento, 1976, pp. 186–192.

R. de Vaux, Ancient Israel, Its Life and Institutions, 1961, pp. 406–414, 546; B. F. Westcort, The Espistle to the Hebrews, 1989, pp. 453ss; A. Edersheim, The Temple, Its Ministry and Services as they were at the Time of Jesus Christ, 1874, pp. 32–33.

T.C.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico