ARQUEOLOGIA

griego arkhaios, antiguo, y logos, estudio. Ciencia que estudia los testimonios y monumentos de las civilizaciones antiguas.

Los rudimentos de la a. bí­blica se remontan al Renacimiento tuvo mucho auge en el siglo XVIII, y ya en el XX se dio su pleno desarrollo. Las primeras expediciones para explorar los lugares bí­blicos, se dieron en el siglo XIX. Henry Layard encontró las ruinas de Ní­nive. La piedra de Rosetta, descubierta por el egiptólogo francés Jean François Champollion, permitió descifrar los antiguos geroglí­ficos egipcios, ya que en ésta se hallaba una inscripción del año 197 a. C., en honor de Tolomeo V de Egipto, en tres alfabetos, el jeroglí­fico, el demótico y el griego, siendo éste último la clave, pues era una traducción griega del texto egipcio. Casi al tiempo del descubrimiento anterior, el británico Henry Creswicke Rawlinson encontró la inscripción trilingüe de Behistún, que permitió descifrar la escritura cuneiforme. A finales del siglo XIX, con el egiptólogo británico sir William Matthew Flinders Petrie comienza el desarrollo de la aplicación del método de la estratigrafí­a a la a., tomado éste de la geologí­a, que permite el estudio de los montí­culos, o tells, formados por la superposición de distintos estratos, o capas de ruinas, los más antiguos sobre los nuevos, lo que se conoce como †œley de superposición†, cada uno de los cuales tiene su espesor, y se encuentran objetos, como la cerámica, que permiten establecer la cronologí­a de cada estrato.

Este método ha sido definitivo para los arqueólogos modernos.

Ya en el siglo XX entre 1919 y 1939, perí­odo de entreguerras, se llevaron a cabo grandes exploraciones en el mediterráneo oriental y en Oriente Próximo: Leonard Woolley exploró en Irak, en un yacimiento arqueológico en Ur, lugar de origen del patriarca Abraham. Arthur Evans en Cnosos, James Breasted en Megiddo, Howard Carter en Egipto y Claude Schaeffer en Ugarit. En 1947, en la orilla occidental del mar Muerto, se hallaron los denominados rollos de Qumran junto con otros manuscritos, que han servido para dilucidar la historia judí­a desde el A. T. al N. T. Entre 1963 y 1965 en Masada, en la orilla occidental del mar Muerto, se descubrió la fortaleza de Herodes el Grande.

De través del siglo XX se desarrollaron métodos avanzados para la a. como la fotografí­a aérea para identificar los yacimientos arqueológicos.

Después de la Segunda Guerra Mundial en 1947, el método de datación del radiocarbono, o carbono 14, introducido por Willard Frank Libby, quí­mico estadounidense, junto con sus colaboradores de la Universidad de Chicago, Estados Unidos, hizo posible establecer fechas a partir de materias orgánicas. Este método se fundamenta en que los organismos absorben durante su vida un isótopo radioactivo del carbono; la cantidad de radiocarbono que arrojan las muestras orgánicas halladas, dan el tiempo pasado desde la muerte del organismo.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Por definición la arqueologí­a es el estudio de la antigüedad. En los tiempos modernos es una importante disciplina cientí­fica, una rama de la historia que estudia los vestigios no escritos de la antigüedad. Además de la excavación, la arqueologí­a incluye el reconocimiento geográfico de las regiones, análisis geológicos, evaluación de artefactos, traducción de inscripciones, reconstrucción de arquitectura, examen de restos humanos, identificación de estructuras artí­sticas y construcción de la tipologí­a cerámica con fines cronológicos.

La arqueologí­a es bí­blica sólo donde y cuando la metodologí­a cientí­fica de la arqueologí­a general descubre algo relativo a la Biblia. La contribución más grande de la arqueologí­a a la erudición bí­blica es que hace más clara nuestra comprensión del contexto cultural en que los diversos libros de la Biblia fueron escritos y que éstos reflejan. La información afecta significativamente, en ocasiones, nuestra interpretación de las secciones pertinentes del texto.

La arqueologí­a moderna comenzó con la expedición de Napoleón a Egipto (1798), cuando uno de sus oficiales descubrió la Piedra Roseta, cuya inscripción idéntica en tres idiomas reveló el misterio de los jeroglí­ficos egipcios y posibilitó el estudio de la historia de Egipto. Más adelante un oficial inglés de nombre Enrique Rawlinson encontró una inscripción trilingüe en Bisitún, Persia, que revela los misterios de la escritura cuneiforme.

Una gran cantidad de descubrimientos arqueológicos ha contribuido al estudio del AT, incluyendo los que se encontraron en Mari, Nuzi, el Amarna, Ugarit, y Ebla. Nuestro conocimiento del perí­odo de la monarquí­a ha sido afectado por las excavaciones en Hazor, Meguido, Jerusalén y Gezer.

El perí­odo de los patriarcas ha sido esclarecido por el descubrimiento en 1925 de aprox. 1.000 tabletas de barro en Nuzi en Mesopotamia, con inscripciones cuneiformes acadias, que datan del siglo XV a. de J.C. Nuestra comprensión de la religión de los cananeos durante el tiempo de la conquista ha sido grandemente enriquecida por el descubrimiento del antiguo Ugarit y su biblioteca.

Las cartas de Amarna, que datan del reinado de Amenhotep IV (Akhenatón) y su padre en los últimos años del siglo XIV a. de J. C., fueron escritas en el idioma babilónico y descubiertas en Tell elamarna, Egipto, en 1887. Se refieren a merodeadores llamados habiru, que posiblemente pueden ser los hebreos, aunque no es seguro.

En 1947 fueron encontrados los Rollos del Mar Muerto en la costa noroeste del mar Muerto en varias cuevas, depositados allí­ por una secta de judí­os generalmente identificados como esenios. Las cuevas produjeron decenas de miles de fragmentos de libros antiguos, incluyendo algo de todos los libros del AT. Se encontró una copia entera de Isaí­as que data del siglo II a. de J.C., la copia más antigua de un libro de la Biblia hebrea. Los documentos esenios fueron producidos entre el año 200 a. de J.C. y 50 d. de J.C. La comunidad, constituida por quizá 200 miembros, fue destruida por los romanos alrededor del año 68 d. de J.C.

En décadas recientes se han encontrado muchos papiros que contienen los libros del NT que datan de los siglos II y III d. de J.C.; p. ej., el papiro de Bodmer II del evangelio de Juan en su totalidad, el papiro de Chester Beatty de las cartas de Pablo y el fragmento de John Rylands de Juan 18 (que data de principios del siglo II, lo que lo hace el trozo más antiguo con que se cuenta de cualquier libro del NT).

En 1945 se descubrió una biblioteca completa en Nag Hammadi, Egipto, que contiene muchos libros apócrifos del NT junto con otros libros relacionados con la religión de las sectas gnósticas del siglo II.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

La arqueologí­a es el estudio cientí­fico de los materiales remanentes que han dejado los hombres de épocas pasadas. La mayorí­a de los paí­ses modernos han emprendido un estudio de su pasado remoto excavando ciudades antiguas, tumbas, etcétera, por lo cual actualmente hay un vasto cúmulo de acontecimientos en cuanto al hombre antiguo alrededor del mundo. Hay muchas ramas de la ciencia de la arqueologí­a. La †œarqueologí­a bí­blica† se interesa por la comprensión de la historia, vida, costumbres y literatura de los israelitas y los pueblos circunvecinos que influyeron en el antiguo Israel. Por lo tanto, un valioso material está disponible del antiguo *Egipto, *Moab, *Edom, *Amón, Siria, *Canaán, *Asiria, *Babilonia, *Persia, Grecia y el mundo romano. Cualquier descubrimiento de estas tierras que arroje luz sobre la historia, la religión, las costumbres o la literatura bí­blicas entra en la esfera de la arqueologí­a bí­blica.
I. Fuentes de Información. La arqueologí­a obtiene su información de los materiales remanentes dejados por los hombres en épocas pasadas. Hay dos categorí­as amplias: los documentos escritos que fueron inscritos en piedra, barro, metal, papiros, pergaminos, madera, etc., y los documentos no escritos que abarcan toda clase de remanentes-edificios de varias clases, fortificaciones, esculturas, vasos caseros, herramientas, ornamentos personales, monedas, armas, vestuario, piezas de arte, comida, huesos humanos y de animales, etcétera. Estos se encuentran en asociación con edificios que han sido parcial o totalmente cubiertos o en tumbas o fosas.
Numerosos edificios están aún más o menos expuestos a la intemperie, entre los cuales pueden notarse las *Pirámides y los templos de Egipto, el Partenón y otros edificios de la *Acrópolis en Atenas, la gran torre *ziggurat en *Ur de los caldeos, y varios templos romanos, *acueductos, caminos y murallas, los cuales pueden verse en muchas regiones. En estos casos, cualquier inscripción, obras de arte o los rasgos arquitectónicos generales están disponibles para estudio con poca o ninguna excavación.
En algunos casos, los edificios remanentes están parcialmente cubiertos por la sedimentación acumulada de los siglos, la cual se amontona alrededor de las porciones bajas. Esta tiene que quitarse antes que toda la estructura sea visible. Algunos de los edificios mencionados se encuentran en esas condiciones.
Otros remanentes están completamente cubiertos y necesian ser expuestos a la vista por la destreza del excavador. Por ejemplo, en el curso de los siglos sucedió que algunas veces una ciudad desierta que yací­a al pie de la montaña o promontorio era gradualmente cubierta por los aluviones producidos por las lluvias. Los edificios del antiguo mercado en Atenas y el Foro de Roma fueron cubiertos de esta manera. En algunos casos, ciudades desiertas fueron cubiertas por la arena o el polvo levantado por el viento, como fue el caso de las antiguas colonias en Arabia y Egipto. Ocasionalmente, una ciudad fue cubierta por cenizas volcánicas, como sucedió con Pompeya y Herculano, las que fueron destruidas por la erupción del Vesubio en el año 79 d. de J.C.
Probablemente la más significativa de todas las ruinas cubiertas es la llamada †œtell†, la cual está compuesta de los restos de varias ciudades que yacen una sobre la otra. En el mundo antiguo, cuando una ciudad amurallada era quemada, abatida por los carneros salvajes o destruida por un terremoto o cualquier otro medio, los nuevos pobladores que la reconstruí­an no removí­an las ruinas ni los fundamentos de la ciudad anterior. Algunos de los materiales mejor conservados eran usados nuevamente, pero los restos de la ciudad anterior eran nivelados y una nueva ciudad era construida sobre las ruinas de la anterior. De este modo, varios metros de ruinas de las ciudades anteriores eran sellados dejando para la posteridad el patrón de edificios y calles así­ como una gran variedad de artí­culos comunes de uso diario.
La mayorí­a de las ciudades importantes de la antigua Palestina entran en esa categorí­a -Betel, Jericó, Ai, Samaria, Jerusalén, Meguido, Bet-sán, Bet semes, Debir, Gezer, Hazor y otras. En algunos casos puede haber diez, doce o aun veinte estratos de ciudades destruidas, cada uno de los cuales revela su propia historia. Es la tarea del arqueólogo cavar a través de las capas sucesivas de cada ocupación y descifrar el relato de siglos de historia. En algunas áreas, estos promontorios pueden variar desde un poco más de 2 hasta 8 hectáreas.
Las tumbas de varias clases proveen una fuente valiosa de información ya sean las tumbas espectaculares de los reyes, tales como las tumbas reales en Ur de los caldeos o las tumbas del faraón Tutankamón por una parte, o ya sean las pequeñas tumbas de los ciudadanos corrientes. El cementerio se encuentra en la vecindad de antiguas ciudades. Una de las tareas del arqueólogo es buscar alrededor en las colinas y campos circundantes hasta encontrar el antiguo cementerio. En el caso de un tell con varios niveles de ocupación puede haber varios cementerios o, en algunos casos, varias áreas dentro del mismo cementerio. Mientras que la cerámica frecuentemente se rompe en el tell, se han encontrado piezas completas en las tumbas junto con otros utensilios los cuales, a causa de su valor, hubieran sido saqueados de la ciudad después de su destrucción.
II. Método de Excavación. Un sitio generalmente es escogido por un propósito particular. Algunas veces puede requerirse más información en cuanto a la secuencia de eventos en una región en particular. O tal vez se requieren más detalles en cuanto a una nación en particular, tal como la de los asirios. Si el sitio está claramente identificado, se excava a fin de descubrir la historia arqueológica de este sitio en particular.
Donde la identificación es posible por referencias de registros escritos, el arqueólogo se preocupa por comparar sus descubrimientos arqueológicos con el registro escrito. Algunas veces el nombre de un sitio se aclara ya que los registros escritos que exhiben el nombre de éste surgen a luz durante la excavación (por ejemplo *Gabaón).
Normalmente los permisos para excavar deben conseguirse de la autoridad gubernamental correspondiente, y el sitio particular debe ser comprado o arrendado de sus dueños. Una vez que todas las formalidades se completan la excavación puede iniciarse.
La excavación en montí­culos se inicia con un sondeo preliminar del promontorio y con una división en áreas cuadradas pequeñas de unos 5 por 5 mts Cada área es entonces excavada estratificadamente, esto es, cada capa de ruinas debe considerarse como una unidad. Normalmente se corta una trinchera a través del área a una profundidad de algunas décimas de metro. Observando las capas en los lados de la trinchera se determina la naturaleza del área. Esta trinchera tentativa, entonces, sirve como la clave para el resto del área, la cual se excava capa por capa. Todos los objetos de cada capa deben juntarse y guardarse en cestas separadas. Cuando aparecen paredes, el excavador empieza a buscar los pisos ya que los objetos que se encuentren sobre el piso pertenecen a su perí­odo final de ocupación, mientras que aquellos debajo del piso pertenecen a un perí­odo anterior.
Una vez que un área razonable de un perí­odo dado ha sido excavada hasta el piso y todos los objetos pequeños se han coleccionado, se elaboran los planes agrimensores y el lugar como un todo es fotografiado. Sólo entonces se desmantelan las paredes y el piso a fin de proceder al siguiente nivel. En cada etapa se guardan registros detallados ya que la arqueologí­a es, básicamente, destrucción. Una vez que el área ha sido excavada no puede ser restaurada nuevamente.
Normalmente, sólo se excavan áreas limitadas de un montí­culo grande, aunque frecuentemente varias de éstas se excavan en diferentes puntos de montí­culo y se penetran a fondo a fin de permitir comparaciones entre los varios estratos revelados en las diferentes áreas. Generalmente es necesario regresar a cierto montí­culo por varias temporadas antes que aparezca un cuadro aceptablemente claro.
La búsqueda de las tumbas de cada etapa normalmente se hace al mismo tiempo que se emprende la excavación del promontorio. Los cementerios raras veces están marcados y son difí­ciles de encontrar; pero una vez que se descubren su excavación no es tan compleja como la excavación del montí­culo. La dificultad mayor yace en el hecho de que el espacio es generalmente muy confinado. Pero los objetos en las tumbas están generalmente intactos, aunque objetos frágiles como los de madera o hueso tienen que ser tratados quí­micamente antes de ser removidos.
Al proceder a la excavación se acumula una cantidad considerable de información, incluyendo fotografí­as, bocetos, planos de agrimensor y un gran número de objetos de cerámica, madera, piedra, hueso, etc., todos los cuales son marcados para definir su origen exacto. Es en base a estos datos que el arqueólogo compila el informe final para su publicación oficial.
III. Perí­odos Arqueológicos. En el curso de miles de años, grandes cambios han tenido lugar en la estructura de los edificios, en la forma y decoración de la cerámica y piezas de arte, en la forma y naturaleza de las armas, en el estilo de escritura, etc. Los arqueólogos distinguen varios perí­odos de tiempo durante los cuales habí­a una uniformidad razonable de cultura en un área particular. El cambio en cultura puede haberse debido a las invasiones por otros pueblos o a una época de invención o a alguna otra causa.
En Palestina los perí­odos comúnmente reconocidos son los siguientes:
Mesolí­tica (Natufiana) ca. 8000-6000 a. de J.C.
Pre-Cerámica Neolí­tica ca. 6000-5000 a. de J.C.
Cerámica Neolí­tica ca. 5000-4000 a. de J.C.
Calcolí­tica ca. 4000-3200 a. de J.C.
Bronce Inferior (BI)
Bl I ca. 3200-2800 a. de J.C.
Bl II ca. 2800-2600 a. de J.C.
Bl III ca. 2600-2300 a. de J.C.
Bl IV (o B III) ca. 2300-2100 a. de J.C.
Bronce Intermedio (BIN)
BIN I (o BI-BIN Intermedio) ca. 2100-1900 a. de J.C.
BIN IIa ca. 1900-1700 a. de J.C.
BIN IIb ca. 1700-1600 a. de J.C.
BIN IIc ca. 1600-1550 a. de J.C.
Bronce Superior (BS)
BS I ca. 1500-1400 a. de J.C.
BS IIa ca. 1400-1300 a. de J.C.
BS IIb ca. 1300-1200 a. de J.C.
Hierro I ca. 1200-900 a. de J.C.
Hierro II ca. 900-600 a. de J.C.
Hierro III ca. 600-300 a. de J.C.
Helénico ca. 300-63 a. de J.C.
Romano ca. 63 a. de J.C.-323 d. de J.C.
Bizantino ca. 323-636 d. de J.C.
Islámico ca. 636 d. de J.C.-presente
Los métodos usados para precisar estos perí­odos son varios. La existencia de amplios perí­odos de estabilidad cultural es fácilmente reconocible en los diversos estratos de los montí­culos. La comparación entre muchos montí­culos diferentes en un área establece estas amplias eras culturalmente estables, de tal modo que los objetos pueden ser colocados antes o después de una relativa secuencia. Para una fecha más exacta el excavador depende de muchas lí­neas de evidencia. Muy a menudo las referencias literarias en la Biblia o en textos extrabí­blicos hacen posible fechar un evento. Así­, la caí­da de Samaria en el 721 a. de J.C. se fija por la historia externa de modo que una de las destrucciones de Samaria se puede fechar en el 721 a. de J.C.
Algunas veces aparecen inscripciones en las excavaciones que se refieren a reyes o a eventos que pueden ser fechados. Las monedas, también, ofrecen evidencia para fechar, particularmente para los perí­odos posteriores al 500 a. de J.C. Una vez que hay evidencia clara para fechar un nivel en particular, los objetos como la cerámica, la joyerí­a, la arquitectura, etc., que aparecen en ese nivel son asociados con la misma edad general. Después, los objetos similares encontrados en otras partes proveen la clave para fechar el ambiente en el cual ocurrieron. En años más recientes los fí­sicos han provisto al arqueólogo con el método de fechar usando el radiocarbono, método que es de más alto valor para los perí­odos más antiguos, ya que los perí­odos posteriores pueden ser fechados por otros medios. Finalmente, una comparación con la información obtenida de territorios que están próximos geográficamente con el paí­s estudiado permiten al arqueólogo alcanzar un grado razonable de seguridad en relación con las fechas de varios perí­odos culturales de su propia área. Al mismo tiempo, él es capaz de poner una fecha aproximada a una amplia variedad de objetos de uso diario-cerámica, herramientas, ornamentos, etc., así­ como a los rasgos arquitectónicos. Con un conocimiento como éste es capaz de conducir investigaciones preliminares de la superficie a fin de determinar el perí­odo aproximado de ocupación de los sitios que no han sido excavados. Este procedimiento ha resultado especialmente útil en la Transjordania y en el *Neguev donde Nelson Glueck ha visitado miles de sitios antiguos en el curso de varios años. De las piezas de cerámica rota (tiestos) que yacen esparcidas en los promontories en estas áreas, él ha podido señalar una historia cultural general del área sin excavarla.
IV. Exploración y Excavación en Tierras Bí­blicas. Durante el siglo XIX el interés en los sitios bí­blicos creció en todo el Cercano Oriente. En Palestina, propiamente, tanto como en la Transjordania, Siria, Turquí­a, Iraq, Persia y Egipto, los turistas se propusieron ver muchas de las ciudades antiguas mencionadas en la Biblia. Para conveniencia, será hecha una referencia breve a tres áreas de exploración y excavación.
A. Exploración y Excavación en Palestina. En 1838, Edward Robinson y Eli Smith emprendieron la primera exploración seria de la superficie de Palestina y fueron capaces de identificar varias ciudades bí­blicas. En 1850-51 y en 1863, F. de Saulcy exploró y excavó varios lugares. En 1865 se estableció el Fondo de Exploración Palestino y se realizó un significativo trabajo por Charles Warren, Charles Wilson, Charles Clermont-Ganneau, C. R. Conder y otros.
En 1890, Flinders Petrie tuvo la idea de que la cerámica podí­a ser usada para establecer fechas. El pudo mostrar, por su excavación en *Tell el Hesy, que los estratos separados en el montí­culo tení­an su propia cerámica caracterí­óstica. F. J. Bliss confirmó el punto de vista de Petrie en los años subsiguientes. En el perí­odo entre 1890 y 1914 una buena cantidad de trabajo pionero pudo realizarse. Se llevaron a cabo excavaciones notables por R. A. S. Macalister en *Gezer y en otros cuatro sitios en el área de la antigua Filistea; por E. Sellin en *Taanac y *Siquem; por G. Schumacher en *Meguido; por Sellin y C. Watzinger en *Jericó y por G. A. Reisner en *Samaria. Este último desarrolló nuevas técnicas como el cuidadoso reconocimiento, los registros fidedignos, la atención a los detalles arquitectónicos, etcétera, en cada estrato.
Grandes avances se hicieron entre las dos guerras mundiales, de 1920 a 1939. Las técnicas mejoraron, y la cronologí­a de la cerámica fue establecida de una manera notablemente precisa por W. F. Albright por su trabajo en *Tell el-Ful en 1922, y *Tell Beit Mirsim (1926-32). Algunas de las otras excavaciones importantes de este perí­odo fueron las de W. F. Bade en *Tell en-Nasbe (1926-35), E. Grant en *Bet-semes (1928-33), J. Garstang en *Jericó (1929-36), J. W. Crowfoot, Miss K. Kenyon y E. L. Sukenik en *Samaria (1931-35), J. L. Starkey en *Laquis (1932-38), C. S. Fisher, Alan Rowe y G. M. Fitzgerald en *Bet-sán (1921-33), C. S. Fisher, P. L. O. Guy y Gordon Loud en *Meguido (1925-39) y Nelson Glueck en Tell el Kheleifeh (*Ezión Geber) (1937-40). Numerosas excavaciones menores se condujeron durante el mismo perí­odo entre las cuales se pueden mencionar las de Tell Jemmeh (posiblemente Gerar), Tell el-Far†™ah (posiblemente Sharuhen), *Petra, Bet-zur, Tell Abu Hawan (posiblemente Salmonah), Et-Tell (*Ai), *Betel, Khirbet et Tannur. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial muchas excavaciones significativas se han llevado a efecto. Uno de los descubrimientos arqueológicos más sorprendentes es el asociado con las cuevas y los antiguos edificios en y alrededor del Qumrán donde, desde 1948, los ahora famosos *Rollos del mar Muerto han salido a luz. Desde 1950 la antigua *Cesarea ha estado bajo excavación. Durante 1950-51 una parte del *Jericó romano en Tulul Abu el-Alayiq fue desenterrado. En 1951 se inició una serie de campañas en *Dibón en la Transjordania. En 1952 Kathleen Kenyon inició nuevamente la excavación en Jericó y ha continuado allí­ por varias temporadas con resultados sorprendentes. Desde 1953, J. P. Free ha estado trabajando en *Dotán y desde 1956 G. E. Wright y otros han trabajado en *Siquem. Otras excavaciones notables durante estos años son las de J. B. Pritchard en *Gabaón, Pere de Vaux en Tell el-Far†™ah (probablemente Tirsa), Kathleen Kenyon en *Jerusalén, B. Mazar en Tell Qasile, Avi-Yonah, N. Avigad y otros en Masada (el palacio de Herodes), y Y. Yadin y sus colegas en Hazor en Galilea. Hay una rápida acumulación de información arqueológica de Palestina y el conocimiento de la vida bí­blica y sus tiempos está siendo enriquecido cada año.
B. Exploración y Excavación en Otras Partes del Cercano Oriente. La excavación ha sido llevada a cabo en muchos sitios antiguos por todo el Cercano Oriente. Algunos de éstos como *Ur, *Babilonia, *Susa, *Ní­nive, Nimrod, *Harán, *Damasco y Jebeil se conocen por la Biblia. Pero muchos otros, no mencionados en el Antiguo Testamento, han producido valiosa información para el entendimiento de los tiempos bí­blicos. En particular, se han encontrado documentos e inscripciones importantes en Ur, Babilonia, Ní­nive, Nimrod, *Alalakh (en el norte de Siria), Amarna (en Egipto), *Mari (en el rí­o Eufrates), *Nuzi (cerca de Kirkuk en Iraq), Ras Shamra, la antigua *Ugarit (sobre la costa mediterránea en el norte de Siria) y Hattusas (en Turquia). Véase Boghazkoy. Todos estos sitios han arrojado evidencia documentada significativa acerca de la historia y la cultura de los pueblos que vivieron en estas tierras durante los años del 2000 a. de J.C. en adelante. Los registros no inscritos tales como cerámica, rasgos arquitectónicos, herramientas, armas, motivos de arte, etcétera, han sido útiles con propósitos de comparación y han permitido al arqueólogo tener un cuadro mucho más claro de la ubicación y papel de Palestina en el antiguo Cercano Oriente. Una gran cantidad de excavación se ha continuado en estas tierras la cual provee un mayor enriquecimiento del conocimiento de la vida y tiempos bí­blicos.
C. Exploración y Excavación en las Tierras Clásicas. De particular significado para el entendimiento del Nuevo Testamento son las excavaciones que se han realizado en las tierras clásicas. Muchas de las ciudades conocidas por el Nuevo Testamento se han excavado en años recientes. Entre las más importantes están *Efeso, *Sardis, *Pérgamo, *Filipos, *Corinto, *Atenas y *Roma. Conocimientos fascinantes referentes a citas del libro de los Hechos han resultado de tales excavaciones. Pero la evidencia de las inscripciones y documentos en la forma de monedas, papiros, inscripciones de monumentos, etc., de cualquiera de las tierras clásicas probablemente arrojan luz sobre el idioma, ley y religión de la edad clásica y así­ suplementan el trasfondo de la era del Nuevo Testamento. En realidad, la erudición del Nuevo Testamento probablemente ha ganado tanto por los descubrimientos arqueológicos como por los estudios del Antiguo Testamento.
V. La Arqueologí­a y la Biblia. La contribución de la arqueologí­a al entendimiento de la Biblia es considerable. No se exagera al decir que el entendimiento de la Biblia se ha revolucionado por los descubrimientos de la moderna arqueologí­a. Hoy es posible estudiar la historia y cultura bí­blicas en base al trasfondo contemporáneo de una manera que no era posible antes de la era moderna del descubrimiento arqueológico. La siguiente discusión tiene la intención de indicar algunas de las áreas principales en las cuales la arqueologí­a ha contribuido al entendimiento tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos.
En primer lugar, el descubrimiento arqueológico ha llenado, con considerables detalles, el trasfondo total no sólo para la vida de Palestina en los tiempos bí­blicos sino también la vida en Egipto, Siria, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Numerosas alusiones a costumbres locales son ahora entendidas claramente. Así­, las narraciones acerca de los patriarcas y de José ahora se sabe que contienen una variedad considerable de referencias a prácticas que eran corrientes en Mesopotamia y Egipto durante el segundo milenio a. de J.C. Asuntos tales como la ley, costumbres sociales, prácticas religiosas e ideas teológicas se han conservado en documentos que han venido a luz en docenas de sitios antiguos por todo el Cercano Oriente. A manera de ilustración se puede hacer referencia a las costumbres que eran corrientes en Nuzi, al norte de Mesopotamia, durante el segundo milenio a. de J.C. con relación a la herencia. Un hombre que no tení­a hijos podí­a adoptar a uno de sus esclavos como heredero. Podí­a, sin embargo, adoptar un familiar o tomar una esposa extra con la esperanza de que naciera un hijo de tal unión. Si un hijo legí­timo nací­a después, este hijo llegaba a ser el verdadero heredero, aunque los otros individuos recibirí­an alguna parte de la herencia. Los relatos patriarcales de Abraham y Eliezer (Gn. 15:2-4), Labán y Jacob (Gn. 29-31), Abraham y Agar (Gn. 16:1-5) y Abraham e Isaac (Gn. 21:1-12) toman un nuevo significado con este trasfondo, el cual, por supuesto, era el trasfondo que Abraham conocí­a muy bien.
En el campo puramente histórico, importantes eventos internacionales, a los cuales la Biblia hace referencia, son descritos en documentos extrabí­blicos que se han descubierto en el curso del trabajo arqueológico. Por ejemplo, la invasión de Sisak (1 R. 14:25, 26) ocurrida ca. 918 a. de J.C., el asalto a Samaria en 722-1 a. de J.C. (2 R. 17:5, 6) y la captura de Jerusalén en 587 a. de J.C. (2 R. 24) están bien confirmados en los registros no bí­blicos y están descritos desde otro punto de vista.
A veces, documentos extrabí­blicos mencionan eventos importantes que no están mencionados en la Biblia. Así­, el rey Acab participó en una gran batalla contra los asirios junto con otros 11 reyes en Karkar en 853 a. de J.C.; Jehú, rey de Israel, se convirtió en vasallo de Salmanasar III de Asiria en el 842 a. de J.C.; Omri, rey de Israel, conquistó a Moab durante los años 876-869 a. de J.C. (véase Moabita, la Piedra).
Algunas veces el significado exacto de un evento bí­blico sólo se aclara cuando otros documentos históricos llegan a estar disponibles.
Ahora está claro que el faraón Necao estaba en camino para ayudar a los asirios en lugar de oponérseles (2 R. 23:29) ya que la preposición hebrea en este versí­culo, †™al, debe traducirse †œjunto con† en lugar de †œcontra†.
Una de las contribuciones más importantes de la arqueologí­a para el entendimiento de la Biblia está en el descubrimiento de textos en varios idiomas el antiguo Cercano Oriente tales como el heteo, cananeo, arábigo del sur, acadio, ugarí­tico, horeo, sumerio, egipcio, etcétera, todos los cuales brindan material comparativo para el estudio del texto del Antiguo Testamento. Ahora es posible contar con traducciones más exactas de una variedad de palabras y frases hebreas. Así­, la palabra †™ed traducida †œvapor† en Génesis 2:6 significa †œrí­o† en sumerio o †œ(dios) rí­o† en acadio. El significado †œrí­o† se ajusta admirablemente al pasaje del Antiguo Testamento.
También, la dificultad en 1 R. 10:28 puede resolverse más fácilmente si se tiene en cuenta que habí­a un antiguo estado Koa (QWH) en el Asia Menor. El pasaje ahora puede traducirse: †œLos caballos que Salomón poseí­a importábalos de Egipto, de Koa; mercaderes del rey los adquirí­an en Koa a precio concertado† (Bover-Cantera). Otro pasaje, Pr. 26:23, ahora puede traducirse: †œBaño de plata sobre olla de barro† (VP), ya que se ha descubierto que en ugarí­tico la palabra spsg significa †œbaño†. Esta clase de descubrimientos halla decenas de aplicaciones en traducciones recientes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos.
Es evidente que la contribución de la arqueologí­a a los estudios bí­blicos es considerable. El volumen de la evidencia que ha llegado a estar disponible ha conducido a una nueva consideración del valor histórico de los registros bí­blicos. Naturalmente, no se dispone de apoyo arqueológico para cada evento bí­blico. Sin embargo, se puede en verdad decir que la arqueologí­a ha corroborado la historicidad substancial de los registros bí­blicos desde la época de los patriarcas hasta la época apostólica. A pesar de esto, sin embargo, no debieran hacerse pretensiones exageradas en cuanto a los logros arqueológicos. Si éstos han compelido a los eruditos a ejercer mayor precaución en sus juicios acerca de la historicidad de los registros bí­blicos, es tambí­en cierto que en ocasiones han hecho más difí­cil, en lugar de más fácil, la interpretación de los mismos. A veces, ciertas interpretaciones anteriores han tenido que modificarse; por ejemplo, en el caso de la interpretación de Garstang de la historia de Josué a la luz de sus excavaciones en Jericó.
Pero la contribución de la arqueologí­a al entendimiento de la Biblia está sólo comenzando. Mientras más piezas del rompecabezas salgan a luz es evidente que tienen que hacerse ajustes en los arreglos anteriores del molde. Los logros del medio siglo anterior han sido tan espectaculares que los estudiantes de la Biblia esperan con sumo interés los descubrimientos que seguirán.
BIBLIOGRAFIA: K. M. Kenyon, Beginning in Archaeology, London, 1952; Digging up Jericho, London, 1957; Archaeology in the Holy Land, London, 1960. G. E. Wright, Biblical Archaeology, London, 1957. W. F. Albright, The Archaeology of Palestine, 2nd. Ed., London, 1960; Archaeology and the Religion of Israel, Baltimore, 1956; From the Stone Age to Christianity, 2nd. Ed., New York, 1957. N. Glueck, The Other Side of the Jordan, New Haven, 1940; Rivers in the Desert, London, 1959. M. Burrows, What Mean These Stones, 1941. A. G. Barrois, Manuel d†™Archéologie Bí­blique, I-II, Paris, 1939, 1953. G. L. Harding, The Antiquities of Jordan, London 1959. M. Wheeler, Archeology from the Earth, London, 1956. L. H. Grollenberg, Atlas of the Bible, 1956. G. E. Wright and F. V. Filson, Westminster Historical Atlas to the Bible, 2nd. Ed., London, 1956, (Ed. en español: Atlas Histórico Westminster de la Biblia, El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1971).

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

tip, ARQU CIEN

ver, í“STRACA, PALESTINA; JERUSALEN, VASIJA La ciencia arqueológica se ha desarrollado muchí­simo en los últimos sesenta años y gracias a ello hoy podemos constatar cientí­ficamente hechos y afirmaciones de los cuales la Biblia era la única evidencia que quedaba. En cuanto ciencia, estudia los restos de civilizaciones en su ambiente y marco, y en su lugar exacto, con unas técnicas especiales que permiten reconstruir los escenarios de los hechos mencionados en los textos antiguos. Los lí­mites de la arqueologí­a bí­blica están impuestos por la historia: desde la época de los patriarcas (hacia 1750 a.C.) hasta el siglo I d.C.; y por la geografí­a: Palestina y aquellos lugares relacionados con los personajes protagonistas de la epopeya bí­blica o cuyas culturas influyeron en la vida de Israel: Egipto, Mesopotamia, Anatolia, Chipre, Persia, Fenicia, Siria, Grecia y Roma. Una rama especial de la historia, la epigrafí­a, interpreta los resultados de la búsqueda arqueológica; pero es evidente que no puede, ni mucho menos, probar o negar aquellas afirmaciones que están por encima de cualquier ciencia, porque son directa revelación de Dios, aunque sí­ nos prueba que en tal situación y en tal época existió un hombre o un pueblo con las caracterí­sticas descritas en el texto bí­blico. Estos testigos del pasado, “colinas de ruinas” (llamados “tell”, “construcciones”, sepulcros con los restos y accesorios de los muertos), son examinados generalmente por medio de excavaciones. La arqueologí­a bí­blica dirige su atención a las excavaciones y hallazgos (armas, cerámica, adornos) de las poblaciones bí­blicas y mira de fijar históricamente cualquier dato que de una manera u otra tenga relación con la Biblia. Su finalidad no es probar la verdad de los relatos de la Biblia, sino encontrar pruebas de la verdad histórica. La historia de la arqueologí­a palestinense comienza en 1890 con las excavaciones de Flinders Petrie en tell “elhesi “. Sus conocimientos han sido de importancia para el trabajo arqueológico posterior: (a) Las colinas que los árabes llaman “tell” son colinas artificiales de escombros formadas por diferentes capas de poblados superpuestos. La primera población está edificada sobre roca o sobre tierra elevada. Después es destruida o abandonada. Los adobes se deshacen. Los siguientes pobladores aplanan el terreno y construyen sobre las antiguas ruinas. La altura de escombros crece con el número de poblados. El “tell” de Meguido, por ejemplo, alcanza una altura de 21 m. (b) La finalidad de una excavación no es recoger piezas para un museo, sino conocer la historia de un lugar. Por lo tanto, tienen que considerarse todos los descubrimientos y, especialmente, el orden de las capas. (c) Las formas de la cerámica cambian en los diversos perí­odos culturales. Los fragmentos resistentes de arcilla cocida son un importante medio para delimitar las capas y fijar su época. Otras ayudas para determinar el tiempo de las capas de las excavaciones son el método de la radiactividad del carbono (para el tiempo anterior a los 3.000 años a.C.) y los hallazgos de monedas (a partir del tiempo de los persas). Después de Petrie se han desarrollado dos métodos de hacer excavaciones: el primero saca las capas del “tell” una después de otra. Primeramente se mide la colina, después se deja al descubierto la primera capa, se busca el plan de las paredes encontradas, se fotografí­a la capa, se registran los hallazgos, se recogen los fragmentos marcados y las monedas, se unen los fragmentos, se enumeran, se describen con exactitud y, a ser posible, se les pone la fecha. Después se quita la capa y se hace lo mismo con la segunda parte (ejemplo: Jasor). Según el método del corte, usado por Mortimer Wheeler y Cathleen Kenyon, el “tell” es abierto por medio por una profunda zanja. Después se hacen otros cortes rectangulares a los muros hallados (ejemplos: Jericó, Ofel en Jerusalén). Las inscripciones y los vestigios de escritura no son frecuentes en las excavaciones, y los hallazgos de bibliotecas enteras como las del Qumram solamente se dan de siglo en siglo; pero la ciencia arqueológica ha desarrollado técnicas precisas que permiten “leer” con una exactitud asombrosa la historia de las civilizaciones pasadas. El análisis de la alfarerí­a y del pedernal nos ha provisto de una cronologí­a de los eventos que, si bien es relativa, se convierte en absoluta cuando se tienen los documentos escritos de determinados perí­odos. La arqueologí­a nos ha dado una visión más coherente y dinámica del Medio Oriente de la que de él tení­amos por las fuentes literarias (cuando tení­amos la fortuna de poseerlas). Así­ se ha podido comprobar que estas culturas no permanecieron anquilosadas o en una situación inalterable, como pretendí­a la escuela panbabilonista de principios del siglo. Palestina y Siria recibieron las influencias de Egipto, Mesopotamia y el Egeo. Los hallazgos arqueológicos han dado nueva fuerza a los datos literarios de la Biblia, y con frecuencia muchos hallazgos arqueológicos sólo de la Biblia reciben su confirmación. Jamás debe olvidarse que los documentos históricos y los restos arqueológicos de una civilización dada son dos cosas distintas, si bien muchas veces se complementan. Muchas hipótesis de biblioteca que se habí­an construido a base de análisis meramente teóricos cayeron por tierra a medida que la arqueologí­a iluminó la evolución cultural de los pueblos antiguos y la vida diaria del pueblo palestinense. Piénsese, por ejemplo, en las peregrinas teorí­as que circulaban sobre la antigüedad de la Sagrada Escritura. Gracias a la ciencia arqueológica existe en ciertos cí­rculos una más alta valoración de los relatos bí­blicos y una actitud más abierta hacia el mensaje de la Biblia. Diversos Institutos Arqueológicos trabajan en Palestina: Ecole Biblique et Archéologique Française, Deutsches Evangelisches Institut für Altertumswissenschaft des Heiligen Landes, Israel Exploration Society, American Schools of Oriental Research y otras. (Véase í“STRACA, PALESTINA; JERUSALEN, VASIJA, etc.).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[007]

Ciencia que estudia las cosas antiguas. En el campo catequético el estudio de lo antiguo se convierte en puerta de entrada para entender el campo bí­blico, la sociedad primitiva cristiana y las manifestaciones del pensamiento de otros tiempos. Estos elementos son imprescindibles para entender, a través de restos de otros tiempos: del arte, de documentos y de tradiciones reflejadas en templos, santuarios, cementerios y demás testigos materiales, lo que de espiritual predominó en cada pueblo o en cada tiempo.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La arqueologí­a bí­blica es el estudio de los pueblos y acontecimientos mencionados en la Biblia a través del fascinante registro sepultado en la tierra. El arqueólogo cava, analiza la roca, las paredes, los edificios en ruinas y las ciudades desmoronadas; descubre alfarerí­a, tablillas de arcilla, inscripciones, tumbas y otros restos antiguos de los que va recogiendo información. A menudo tales estudios mejoran el entendimiento de las circunstancias en las que se escribió la Biblia y las condiciones de vida de los hombres de fe de la antigüedad, así­ como de los idiomas que hablaron ellos y los pueblos circunvecinos. La arqueologí­a ha ampliado nuestro conocimiento de todas las regiones citadas en la Biblia: Palestina, Egipto, Persia, Asiria, Babilonia, Asia Menor, Grecia y Roma.
La arqueologí­a bí­blica es un estudio cientí­fico relativamente nuevo. Fue en 1822 cuando se halló en la Piedra Rosetta la clave para descifrar la escritura jeroglí­fica egipcia. Veinte años más tarde se logró comprender la escritura cuneiforme asiria. En 1843 se dio comienzo a un programa de excavaciones en Asiria, y en 1850 se hizo lo propio en Egipto.

Algunos lugares y hallazgos más importantes. La arqueologí­a ha servido para confirmar muchos aspectos históricos del relato bí­blico en relación con estas tierras y para apoyar cuestiones que en algún tiempo pusieron en duda los crí­ticos modernos. Ha sido posible demostrar que hoy carecen de fundamento tanto el escepticismo mantenido respecto al relato de la Torre de Babel, como la negación de la existencia del rey babilonio Belsasar y el rey asirio Sargón (cuyos nombres no se hallaron en fuentes extrabí­blicas al menos hasta el siglo XIX) y hasta la crí­tica adversa que se ha hecho de diversos aspectos de estas tierras mencionados en la Biblia. Se ha desenterrado un verdadero caudal de prueba material que concuerda por completo con el texto bí­blico.

Babilonia. Las excavaciones efectuadas en la antigua ciudad de Babilonia y en sus alrededores han sacado a la luz la ubicación de varios zigurats o templos en forma de pirámides escalonadas, como el templo en ruinas de Etemenanki dentro del recinto amurallado de Babilonia. Los registros e inscripciones que se hallaron concernientes a estos templos a menudo contienen las palabras: †œSu cima llegará a los cielos†. Hay registro de que el rey Nabucodonosor dijo: †œElevé la cúspide de la Torre escalonada de Etemenanki de modo que su cumbre rivalizara con los cielos†. Un fragmento hallado al N. del templo de Marduk, en Babilonia, relata la caí­da de un zigurat semejante con estas palabras: †œLa edificación de este templo ofendió a los dioses. En una noche derribaron lo que se habí­a edificado. Los esparcieron a otros paí­ses e hicieron extraña su habla. Impidieron el progreso†. (Bible and Spade, de S. L. Caiger, 1938, pág. 29.) Se descubrió que el zigurat ubicado en Uruk (la Erec bí­blica) estaba construido con arcilla, ladrillos y asfalto. (Compárese con Gé 11:1-9.)
Cerca de la Puerta de Istar de Babilonia, se desenterraron alrededor de trescientas tablillas cuneiformes que se remontan al perí­odo del reinado de Nabucodonosor. Entre las listas de nombres de trabajadores y cautivos que entonces viví­an en Babilonia y a los que se daban provisiones, aparece el de †œYaukin, rey de la tierra de Yahud†, es decir, †œJoaquí­n, el rey de la tierra de Judᆝ, llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 617 a. E.C., pero a quien liberó de la casa de detención Awel-Marduk (Evil-merodac), sucesor de Nabucodonosor, y a quien se prescribió una porción designada de alimento. (2Re 25:27-30.) En estas tablillas también se menciona a cinco de los hijos de Joaquí­n. (1Cr 3:17, 18.)
Ciertos hallazgos han puesto al descubierto una gran cantidad de información sobre el panteón de dioses babilonios, entre ellos el principal dios, Marduk —más tarde llamado Bel—, y el dios Nebo, ambos mencionados en Isaí­as 46:1, 2. Mucha de la información sobre las inscripciones del reinado de Nabucodonosor tiene que ver con su amplio programa de construcción, que hizo de la Babilonia de su dí­a una espléndida urbe. (Compárese con Da 4:30.) El nombre de Awel-Marduk, su sucesor (llamado Evil-merodac en 2Re 25:27), aparece en una vasija descubierta en Susa (Elam).
Las excavaciones realizadas cerca de la actual Bagdad en la segunda mitad del siglo XIX aportaron muchas tablillas y cilindros de arcilla, como la hoy famosa Crónica de Nabonido. Todas las objeciones levantadas en contra del capí­tulo cinco del libro de Daniel, en cuanto a que Belsasar gobernara en Babilonia al tiempo de la caí­da de esta ciudad, se desvanecieron gracias a este documento, que probó que Belsasar, el mayor de los hijos de Nabonido, era corregente con su padre, quien en la parte final de su reinado, confió el gobierno de Babilonia a su hijo.
Ur, el que fuera antiguo hogar de Abrahán (Gé 11:28-31), dio prueba de haber sido una metrópoli prominente con una civilización muy avanzada. Esta ciudad sumeria se encontraba situada sobre el Eufrates, cerca del golfo Pérsico. Las excavaciones que hizo sir Leonard Woolley indican que dicha ciudad estaba en la cúspide de su poder y prestigio cuando Abrahán partió de allí­ hacia Canaán, antes de 1943 a. E.C. Su templo en forma de zigurat es el mejor conservado de todos los que se han encontrado. Las tumbas reales de Ur proveyeron una enorme abundancia de objetos de oro y joyas de un gran valor artí­stico, así­ como instrumentos musicales, entre ellos el arpa. (Compárese con Gé 4:21.) Además, se encontró un hacha pequeña de acero, no meramente de hierro. (Compárese con Gé 4:22.) También en este lugar, miles de tablillas de arcilla revelaron muchos detalles en cuanto a cómo se viví­a hace unos cuatro mil años. (Véase UR núm. 2.)
En el lugar donde estaba ubicada la antigua Sippar, en el Eufrates, a unos 32 Km. de Bagdad, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su polí­tica de repatriar a los pueblos cautivos que residí­an en Babilonia, lo que armoniza con el registro bí­blico que habí­a profetizado que Ciro serí­a el conquistador de Babilonia y quien repatriarí­a a los judí­os a Palestina durante su reinado. (Isa 44:28; 45:1; 2Cr 36:23.)

Asiria. En 1843 se descubrió sobre un afluente septentrional del rí­o Tigris, cerca de Jorsabad, el palacio del rey asirio Sargón II, situado sobre una plataforma de casi 10 Ha. Los trabajos arqueológicos allí­ efectuados sacaron a este rey mencionado en Isaí­as 20:1 de la oscuridad en la que se encontraba y lo elevaron a un lugar de importancia histórica. (GRABADO, vol. 1, pág. 960.) En uno de sus anales, Sargón II se atribuye la conquista de Samaria (740 a. E.C.). También registra la captura de Asdod, referida en Isaí­as 20:1. Aunque en un tiempo muchos destacados escriturarios pensaron que Sargón II no habí­a existido, hoy es uno de los reyes asirios más conocidos.
Ní­nive, la capital de Asiria, fue donde se hicieron las excavaciones que desenterraron el inmenso palacio de Senaquerib, que tení­a unas 70 habitaciones con 3.000 m. de paredes cubiertas de losas esculpidas. En una de ellas se representa a prisioneros judaí­tas llevados al cautiverio después de la caí­da de Lakí­s, en 732 a. E.C. (2Re 18:13-17; 2Cr 32:9; GRABADO, vol. 1, pág. 952.) Más interesantes aún resultaron ser los anales de Senaquerib hallados en Ní­nive y que estaban inscritos en prismas de arcilla. En uno de ellos Senaquerib narra la campaña asiria contra Palestina durante el reinado de Ezequí­as (732 a. E.C.), pero —y esto es muy notable— el jactancioso monarca no alardea de haber tomado la ciudad de Jerusalén, lo que da apoyo al registro bí­blico. (Véase SENAQUERIB.) El informe del asesinato de Senaquerib a manos de sus hijos también se registra en una inscripción de Esar-hadón, su sucesor, así­ como en una inscripción del siguiente rey. (2Re 19:37.) Además de la mención que Senaquerib hace del rey Ezequí­as, también aparecen en los registros cuneiformes de diversos emperadores asirios los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí­, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel, así­ como el de Hazael, rey de Damasco.

Persia. Cerca de Behistún, en Irán (la antigua Persia), el rey Darí­o I (521-486 a. E.C.; Esd 6:1-15) hizo grabar una inscripción monumental en lo alto de un despeñadero de caliza, en la que narraba la unificación del Imperio persa que habí­a logrado y atribuí­a el éxito a su dios Ahura Mazda. Es de valor primordial el que la inscripción se registrara en tres idiomas: babilonio (acadio), elamita y persa antiguo, pues esta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme asirobabilonia, ininteligible hasta ese entonces. Como resultado de este trabajo, ahora es posible leer miles de tablillas de arcilla e inscripciones en lenguaje babilonio.
Entre 1880 y 1890, arqueólogos franceses excavaron en Susa, el escenario de los acontecimientos registrados en el libro de Ester. (Est 1:2.) Una vez desenterrado el palacio real de Jerjes, que abarcaba una superficie aproximada de una hectárea, se descubrió el esplendor y la magnificencia de los reyes persas. Los hallazgos confirmaron la exactitud de los detalles mencionados por el escritor del libro de Ester concerniente a la administración del reino persa y la construcción del palacio. El libro The Monuments and the Old Testament (de I. M. Price, 1946, pág. 408) comenta: †œNo hay nada descrito en el Antiguo Testamento que pueda recomponerse tan ví­vida y exactamente por medio de las excavaciones actuales como †˜Susa el palacio†™†. (Véase SUSA.)

Mari y Nuzi. Desde 1933 se han venido realizando excavaciones en la antigua ciudad real de Mari (Tell Hariri), ubicada cerca del Eufrates y a unos 11 Km. al NNO. de Abu Kemal, en el SE. de Siria. Con el tiempo se desenterró un enorme palacio de unas 6 Ha. que tení­a 300 habitaciones, en el que se encontraron unos archivos con más de 20.000 tablillas de arcilla. En el recinto palaciego se hallaban las estancias reales, habitaciones administrativas y una escuela de escribas. Muchas paredes lucí­an grandes pinturas murales al fresco, en los cuartos de baño habí­a bañeras y en las cocinas del palacio se encontraron moldes de pastelerí­a. Según parece, la ciudad fue una de las más sobresalientes y brillantes que hubo hacia el inicio de la andadura del II milenio a. E.C. Las inscripciones en tablillas de arcilla contení­an, entre otras cosas, decretos reales, asuntos públicos, cuentas y dictámenes para la construcción de canales, esclusas, diques y otros proyectos de riego, así­ como correspondencia aduanera y de polí­tica exterior. Hay registro de frecuentes censos tomados con motivo de la aplicación de impuestos y el alistamiento militar. La religión ocupaba un lugar destacado, en particular el culto a la diosa de la fertilidad, Istar, cuyo templo también se encontró. Se practicaba la adivinación del mismo modo que en Babilonia: mediante la observación del hí­gado, la astrologí­a y métodos similares. El rey babilonio Hammurabi destruyó prácticamente esta ciudad. Fue de particular interés el hallazgo de nombres como Péleg, Serug, Nacor, Taré y Harán, todos anotados como nombres de ciudades del N. de Mesopotamia y que correspondí­an a nombres de familiares de Abrahán. (Gé 11:17-32.)
En Nuzi, una ciudad situada al E. del Tigris y al SE. de Ní­nive que fue desenterrada entre 1925 y 1931, se encontró un mapa grabado en arcilla —el más antiguo que se ha descubierto— y también pruebas de que hacia el siglo XV a. E.C. ya se efectuaban allí­ operaciones de compra-venta por pagos aplazados. Se sacaron a la luz unas veinte mil tablillas de arcilla que, según se cree, escribieron en lenguaje babilonio escribas huritas. En este conjunto de documentos habí­a un caudal de información sobre la jurisprudencia de la época, en relación con cuestiones como la adopción, contratos matrimoniales, derechos de herencia y testamentos. En algunos respectos se aprecia una estrecha similitud con las costumbres patriarcales referidas en el relato de Génesis. Cuando una pareja no tení­a hijos, existí­a la costumbre de adoptar uno para que atendiese al matrimonio en su vejez, le diese sepultura y heredase el patrimonio familiar, costumbre que guarda relación con las palabras de Abrahán en Génesis 15:2 acerca de Eliezer, su esclavo de confianza. Se cuenta también la venta de un derecho de primogenitura que recuerda el caso de Jacob y Esaú. (Gé 25:29-34.) Además, en estos documentos se hace referencia a la posesión de pequeñas figuras de arcilla, dioses familiares cuya tenencia se consideraba comparable a la posesión de un tí­tulo de propiedad, de tal modo que al que los poseí­a se le consideraba como aquel en quien recaí­a el derecho a la propiedad o a la herencia. Esto podrí­a explicar el hurto de Raquel de los terafim de su padre y el gran interés de este por recuperarlos. (Gé 31:14-16, 19, 25-35.)

Egipto. El relato de la ida de José a Egipto, seguida de la llegada de toda la familia de Jacob y su estancia en esa tierra, suministra la descripción bí­blica más detallada de ese paí­s. Los hallazgos arqueológicos ponen de manifiesto lo muy exacto que es este cuadro, tanto que no lo hubiera podido presentar de esa manera un escritor que hubiera vivido mucho tiempo después, como algunos crí­ticos han afirmado. J. G. Duncan dice en cuanto al escritor del relato de José en su libro New Light on Hebrew Origins (1936, pág. 174): †œUtiliza el tí­tulo correcto, tal como se usaba en la época de la que se habla, y en los casos en que no hay una palabra hebrea equivalente, sencillamente adopta la palabra egipcia y la translitera al hebreo†. Los nombres egipcios, la posición que ocupaba José como administrador de la casa de Potifar, las casas de encierro, los tí­tulos †œjefe de los coperos† y †œjefe de los panaderos†, la importancia que los egipcios daban a los sueños, la costumbre de los panaderos egipcios de llevar las canastas de pan sobre su cabeza (Gé 40:1, 2, 16, 17), la posición como primer ministro y administrador de alimentos que el Faraón otorgó a José, la manera de investirlo de tal poder, el aborrecimiento que sentí­an los egipcios hacia los pastores de ovejas, la notable influencia de los magos en la corte egipcia, el asentamiento de los israelitas como residentes temporales en la tierra de Gosén, las costumbres funerarias egipcias: todos estos puntos y otros muchos mencionados en el registro bí­blico los verifica con claridad el testimonio arqueológico desenterrado en Egipto. (Gé 39:1–47:27; 50:1-3.)
En Karnak (la antigua Tebas), situada a orillas del Nilo, hay un enorme templo egipcio en cuya pared S. aparece una inscripción que confirma la campaña del rey egipcio Sisaq (Sesonq I) en Palestina, mencionada en 1 Reyes 14:25, 26 y 2 Crónicas 12:1-9. El relieve gigantesco en el que se narran sus victorias muestra a 156 prisioneros de Palestina maniatados, cada uno de los cuales representa una ciudad o aldea, cuyo nombre aparece en caracteres jeroglí­ficos. Entre los nombres identificables se cuentan los de Rabit (Jos 19:20), Taanac, Bet-seán y Meguidó (donde se ha desenterrado una porción de una estela o pilar inscrito de Sisaq) (Jos 17:11), Sunem (Jos 19:18), Rehob (Jos 19:28), Hafaraim (Jos 19:19), Gabaón (Jos 18:25), Bet-horón (Jos 21:22), Ayalón (Jos 21:24), Socoh (Jos 15:35) y Arad (Jos 12:14). En esta relación incluso se menciona el †œcampo de Abrán† como una de sus capturas, lo que constituye la referencia más antigua a Abrahán en los registros egipcios. También en esta zona se encontró un monumento de Merneptah, hijo de Ramsés II, que contiene un himno en el que aparece la única mención del nombre Israel en textos egipcios antiguos.
En Tell el-Amarna, situada a unos 270 Km. al S. de El Cairo, una campesina descubrió por accidente unas tablillas de arcilla que condujeron al hallazgo de un buen número de documentos escritos en acadio, pertenecientes a los archivos reales de Amenhotep III y su hijo Akhenatón. Las 379 tablillas, cuyo contenido se publicó, son parte de la correspondencia que enviaron a Faraón los prí­ncipes vasallos de las numerosas ciudades-reinos de Siria y Palestina, incluso alguna del gobernador de Urusalim (Jerusalén), y revelan un cuadro de luchas e intrigas que concuerda por completo con la descripción bí­blica de aquellos tiempos. Algunos han relacionado con los hebreos a los †œhabiru†, contra quienes se presentan muchas quejas en estas cartas, pero todos los indicios tienden a indicar que se trataba más bien de diversos pueblos nómadas que ocupaban un nivel social muy bajo en la sociedad de aquel tiempo. (Véase HEBREO, I [Los †œhabiru†].)
En Elefantina, una isla del Nilo de nombre griego situada en el extremo S. de Egipto (cerca de Asuán), se estableció una colonia judí­a después de la caí­da de Jerusalén en 607 a. E.C. Allí­ se encontraron en 1903 gran cantidad de documentos escritos en arameo, en su mayor parte en papiro, que datan del siglo V a. E.C. y de la época del Imperio medopersa. Los documentos mencionan a Sanbalat, el gobernador de Samaria. (Ne 4:1.)
Es indudable que los hallazgos más valiosos desenterrados en Egipto son los fragmentos y porciones en papiro de los libros bí­blicos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas, algunos de los cuales se remontan al siglo I a. E.C. El clima seco y el suelo arenoso convirtieron a este paí­s en un almacén idóneo para la conservación de tales documentos en papiro. (Véase MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)

Palestina y Siria. En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de carácter general, es decir: más bien que referirse a acontecimientos especí­ficos, apoyan el registro bí­blico en un sentido amplio. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bí­blico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilonio. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bí­blico. En este sentido W. F. Albright dice: †œNo conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el perí­odo exí­lico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexí­licos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]†. (Arqueologí­a de Palestina, 1962, pág. 144.)
En la antigua ciudad fortificada de Bet-san (Bet-seán), que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el E., se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de 21 m. (GRABADO, vol. 1, pág. 959.) El registro bí­blico muestra que Bet-san no era una de las ciudades que en un principio ocuparon los israelitas y que para el tiempo de Saúl, la habitaban los filisteos. (Jos 17:11; Jue 1:27; 1Sa 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san sufrió destrucción algún tiempo después de la derrota de los israelitas cerca de Siló. (Jer 7:12.) Fue de particular interés el descubrimiento en esta ciudad de ciertos templos cananeos. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl †œen la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san†, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: †œPusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón†. Dos de los templos descubiertos pertenecí­an a la misma época, y uno de ellos al parecer era el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondí­a a Dagón. Esto armonizarí­a con los textos citados antes, que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.
Ezión-guéber fue la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de `Aqaba. Es posible que corresponda al Tell el-Kheleifeh (desenterrado entre los años 1937 y 1940), donde se hallaron pruebas de la existencia de una antigua fundición de cobre, puesto que en un montí­culo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artí­culo publicado en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 73). Su punto de vista de que allí­ habí­a habido un sistema de altos hornos de fundición se basó en el descubrimiento en el más importante de los edificios excavados de lo que —para él— eran †œagujeros de chimeneas†. Más tarde llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del †œdeterioro o la quema de vigas de madera que estaban colocadas a lo ancho de los muros y que serví­an de soportes†. Ahora se cree que el edificio que antes se habí­a considerado una fundición era en realidad una estructura que serví­a de almacén y granero. Si bien todaví­a se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo actividades metalúrgicas, hoy dí­a no se piensa que hayan sido de la envergadura que antes se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen en primer lugar de la interpretación individual del arqueólogo, interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que alude a la fundición de artí­culos de este metal en una localidad del valle del Jordán. (1Re 7:45, 46.)
En tiempos de Josué se dijo que la ciudad de Hazor, en Galilea, era †œla cabeza de todos estos reinos†. (Jos 11:10.) Las excavaciones practicadas en la zona han demostrado que en su dí­a la ciudad ocupó unas 60 Ha. y debió tener una población numerosa, por lo que debió ser una de las ciudades más importantes de la región. Salomón la fortificó, y, por otra parte, el testimonio de aquel perí­odo manifiesta que pudo ser una de las †œciudades de los carros†. (1Re 9:15, 19.)
Con motivo de tres expediciones diferentes (1907-1909; 1930-1936; 1952-1958), la ciudad de Jericó pasó por varios perí­odos de excavaciones. Las interpretaciones que siguieron a los hallazgos ponen de manifiesto una vez más que la arqueologí­a, como ocurre con otros campos del saber humano, no es una fuente de información absolutamente estable. Aunque cada una de las tres expediciones sacó a la luz información, fueron distintas sus conclusiones respecto a los antecedentes históricos de la ciudad y, en particular, a la fecha de su caí­da ante el ejército israelita. En cualquier caso, es posible afirmar que, en su conjunto, los hallazgos de estas tres expediciones presentan un cuadro general como el que se ofrece en el libro Arqueologí­a bí­blica (de G. E. Wright, 1975, pág. 113), que dice: †œLa ciudad sufrió una terrible destrucción o una serie de destrucciones durante el segundo milenio antes de Cristo y […] permaneció prácticamente desierta durante varias generaciones†. La destrucción estuvo acompañada de un gran incendio, como lo muestran los restos desenterrados. (Véase Jos 6:20-26.)
En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salí­a de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHí“N núm. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la toma de la ciudad por David, registrado en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909 y 1911, se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de ellos, conocido como el túnel de Siloam, tení­a un promedio de unos 2 m. de altura y estaba labrado en la roca sólida a lo largo de unos 533 m., desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). Así­ que parece tratarse del proyecto del rey Ezequí­as mencionado en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. Resultó de gran interés la antigua inscripción hallada en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que narra la perforación de dicho túnel e informa de su longitud. Esta inscripción se usa como punto de referencia para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.
A unos 44 Km. al OSO. de Jerusalén, se hallaba Lakí­s, importante fortaleza del sistema defensivo que protegí­a la región montañosa de Judá. A este respecto, el profeta menciona en Jeremí­as 34:7 que †œlas fuerzas militares del rey de Babilonia estaban peleando contra Jerusalén y contra todas las ciudades de Judá que quedaban, contra Lakí­s y contra Azeqá; porque estas, las ciudades fortificadas, eran las que quedaban entre las ciudades de Judᆝ. Las excavaciones realizadas en Lakí­s han demostrado que en el transcurso de muy pocos años la ciudad fue pasto de las llamas en dos ocasiones, lo que parece indicar que sufrió dos ataques babilonios (618-617 y 609-607 a. E.C.); después permaneció desolada por un largo perí­odo de tiempo.
Entre las cenizas del segundo incendio se encontraron veintiún ostraca (fragmentos de vasijas de barro con escritura grabada), que, según se cree, forman parte de una correspondencia mantenida poco antes de que Nabucodonosor destruyese la ciudad en su último ataque. Estos documentos, conocidos como las Cartas de Lakí­s, reflejan una situación crí­tica y angustiosa, y parece que se escribieron a Yaós, el comandante del ejército de Lakí­s, desde un destacamento de las fuerzas judaí­tas. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) La carta IV dice lo siguiente: †œHaga Yahvé que mi señor reciba, aun en esta hora, buenas noticias […] estamos a la espera de las señales de Laquis, conforme a todas las órdenes que ha dado mi señor, porque no podemos ver Azecᆝ. Este informe recoge con notable parecido la misma situación referida en el pasaje de Jeremí­as 34:7, citado antes, y parece que deja entrever que o bien Azeqá ya habí­a caí­do o por alguna razón no se comunicaba por medio de las señales de humo convenidas.
La carta III, escrita por Hosaya, contení­a el siguiente comunicado: †œHaga Yahvé que mi señor escuche nuevas de paz […]. Se ha informado a tu siervo, diciendo: †˜El comandante del ejército, Koní­as, hijo de Elnatán, ha regresado para marchar a Egipto; y ha enviado aviso a Jodaví­as, hijo de Ají­as, y a sus hombres para obtener [alimentos] de él†™†. El fragmento bien podrí­a referirse al hecho de que Judá buscase la ayuda de Egipto, algo que los profetas habí­an condenado. (Isa 31:1; Jer 46:25, 26.) Los nombres de Elnatán y Hosaya, que se hallan en el texto de esta carta, también se encuentran en Jeremí­as 36:12 y 42:1. Otros nombres que figuran en esta colección de cartas aparecen asimismo en el libro de Jeremí­as: Guemarí­as (36:10), Nerí­as (32:12) y Jaazaní­as (35:3). Cierto es que no se puede afirmar que estos nombres correspondan a las mismas personas, pero si se tiene en cuenta que Jeremí­as vivió ese agitado perí­odo, la coincidencia es en sí­ misma notable.
Llama la atención el uso frecuente del Tetragrámaton en estas cartas, pues pone de manifiesto que los judí­os de esa época no tení­an aversión alguna al empleo del nombre divino. También es de interés la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: †œGuedalí­as, que está sobre la casa†. Guedalí­as era el nombre del gobernador de Judá que nombró Nabucodonosor después de la caí­da de Jerusalén, y para muchos es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2Re 25:22; compárese con Isa 22:15; 36:3.)
Meguidó era una ciudad fortificada con un emplazamiento estratégico que dominaba un paso importante al valle de Jezreel. La reedificó Salomón y se la menciona junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1Re 9:15-19.) Excavaciones hechas en el lugar conocido como Tell el-Mutesellim, un montí­culo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que para algunos eruditos parecen haber sido establos con capacidad para unos 450 caballos. Al principio se pensó que estas construcciones pertenecí­an a la época de Salomón, pero después los expertos dijeron que eran de un perí­odo posterior, tal vez del reinado de Acab.
La Piedra Moabita fue uno de los primeros hallazgos de especial importancia en la zona que queda al E. del Jordán. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) Descubierta en 1868 en Dibón, al N. del valle de Arnón, presenta la versión del rey Mesá sobre su alzamiento contra Israel. (Compárese con 2Re 1:1; 3:4, 5.) La inscripción dice en parte: †œYo (soy) Meša, hijo de Kemoš-[…], rey de Moab, el Dibonita […] En cuanto a Omrí­, rey de Israel, humilló a Moab muchos años (lit.: dí­as), pues Kemoš [el dios de Moab] se habí­a enojado con su paí­s. Y su hijo le siguió y dijo también: †˜Humillaré a Moab†™. En mi época habló (así­), pero ¡he triunfado sobre él y sobre su casa, al paso que Israel ha perecido para siempre! […] Y Kemoš me dijo: †˜Ve, ¡toma a Nebo de Israel!†™. Por lo tanto, fui de noche y combatí­la desde el alba hasta el mediodí­a, conquistándola y matando a todos […]. Y tomé de allí­ los [vasos] de Yahweh, arrastrándolos ante Kemoš†. (La Sabidurí­a del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 248.) Puede verse, por consiguiente, que la estela no solo menciona el nombre del rey Omrí­ de Israel, sino también el Tetragrámaton: las cuatro letras hebreas del nombre divino.
La Piedra Moabita también hace referencia a muchos topónimos mencionados en la Biblia, como por ejemplo: Atarot y Nebo (Nú 32:34, 38); el Arnón, Aroer, Medebá y Dibón (Jos 13:9); Bamot-baal, Bet-baal-meón, Jáhaz y Quiryataim (Jos 13:17-19); Bézer (Jos 20:8); Horonaim (Isa 15:5), y Bet-diblataim y Queriyot (Jer 48:22, 24). En consecuencia, apoya la historicidad de todos estos lugares.
Las excavaciones realizadas en Ras Shamra (la antigua Ugarit) en la costa N. de Siria, frente a la isla de Chipre, han aportado información sobre la existencia de un culto muy parecido al de Canaán: deidades de ambos sexos, templos, prostitución †œsagrada†, ritos, sacrificios y oraciones. Entre un templo dedicado a Baal y otro consagrado a Dagón, se encontró una habitación en la que habí­a una biblioteca con centenares de textos religiosos que según se cree datan del siglo XV y principios del XIV a. E.C. Los textos poéticos mitológicos han puesto al descubierto muchos datos relacionados con las deidades cananeas El, Baal y Ashera, y las prácticas idolátricas degradadas que conformaban el culto a estos dioses. Merrill F. Unger dice en su libro Archaeology and the Old Testament (1964, pág. 175): †œLa literatura épica ugarí­tica ha contribuido a revelar el alto grado de depravación que caracterizó a la religión cananea. Por tratarse de un modelo politeí­sta grosero en extremo, sus ritos cultuales eran bárbaros y totalmente licenciosos†. En las excavaciones también se encontraron imágenes de Baal, así­ como de otros dioses. (Véase DIOSES Y DIOSAS [Deidades cananeas].) Los textos hallados estaban redactados en una escritura cuneiforme alfabética desconocida hasta entonces, diferente de la escritura cuneiforme acadia. Se escribí­a de derecha a izquierda, como en hebreo, aunque el alfabeto tení­a algunas letras más, treinta en total. Al igual que en Ur, en este yacimiento se encontró un hacha de guerra de acero.
Samaria, capital sumamente fortificada del reino septentrional de Israel, se edificó sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los mencionados en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mamposterí­a de piedra encontrada en el lugar —que, según se cree, pertenece al tiempo de los reyes Omrí­, Acab y Jehú— es de una artesaní­a espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio tiene una medida aproximada de 90 por 180 m. En el recinto del palacio se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil, que podrí­an tener relación con la casa de marfil de Acab mencionada en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Am 6:4.) En el extremo NO. de la cima de la colina se descubrió un gran estanque revestido de cemento de unos 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del †œestanque de Samaria† en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1Re 22:38.)
Han resultado de gran interés los sesenta y tres fragmentos de vasijas (ostraca) con inscripciones en tinta, que probablemente datan del siglo VIII a. E.C. El sistema israelita de escribir los números usando trazos verticales, horizontales e inclinados, aparece en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo tí­pico leemos lo siguiente:
En el décimo año.
A Gaddiyau [probablemente, el encargado del tesoro].
De Azzo [quizás el pueblo o distrito desde donde se enviaba el vino o el aceite].
Abibáal, 2
Ahaz, 2
Seba, 1
Merib-báal, 1
Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra Baal como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que con toda probabilidad indica la infiltración de la adoración a Baal, como se explica en el registro bí­blico.
La Biblia también da cuenta de la ardiente y violenta destrucción de Sodoma y Gomorra, así­ como de la existencia de pozos de betún (asfalto) en aquella región. (Gé 14:3, 10; 19:12-28.) Son muchos los eruditos que opinan que en aquel tiempo el nivel de las aguas del mar Muerto debió experimentar una inesperada subida, y se extendió así­ el extremo meridional de este mar por una distancia considerable y anegó con ello el lugar donde debieron estar emplazadas estas dos ciudades. Las exploraciones llevadas a cabo en la zona demuestran que se trata de una tierra calcinada debido a la presencia de petróleo y asfalto. A este respecto, Jack Finegan hace el siguiente comentario en su libro Light From the Ancient Past (1959, pág. 147): †œUn minucioso examen de los testimonios literarios, geológicos y arqueológicos conduce a la conclusión de que las depravadas †˜ciudades de la llanura†™ que fueron destruidas (Gé 19:29) se hallaban en una franja de tierra hoy sumergida […], y que su destrucción tuvo lugar a causa de un gran terremoto que probablemente estuvo acompañado de explosiones, descargas eléctricas, combustión de gases naturales y fenómenos í­gneos†. (Véase también SODOMA.)

La arqueologí­a y las Escrituras Griegas Cristianas. El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio puesto en circulación alrededor del año 15 E.C. (GRABADO, vol. 2, pág. 544) confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mr 12:15-17; compárese con Lu 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberieum corrobora el hecho de que por aquel entonces Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea. (Véanse PILATO; GRABADO, vol. 2, pág. 741.)
El libro de Hechos de Apóstoles —que, según todos los indicios del propio texto, escribió Lucas— contiene numerosas referencias a ciudades y a sus provincias respectivas, así­ como a oficiales de distinto rango y con diversos tí­tulos que estaban en funciones en un tiempo determinado (compárese con Lu 3:1, 2), pormenorización esta que se presta a que el escritor incurra en muchos errores. No obstante, el testimonio arqueológico disponible demuestra a un grado notable la exactitud de Lucas. Por ejemplo, en Hechos 14:1-6, Lucas sitúa Listra y Derbe dentro de la región licaónica, pero da a entender que Iconio estaba en otro territorio, mientras que varios escritores romanos, como es el caso de Cicerón, situaron Iconio en Licaonia. Sin embargo, una inscripción descubierta en 1910 muestra que a Iconio se la consideraba una ciudad de Frigia, más bien que de Licaonia.
Asimismo, una inscripción hallada en Delfos corrobora que, seguramente hacia el 51-52 E.C., Galión era procónsul de Acaya. (Hch 18:12.) Unas diecinueve inscripciones que datan del siglo II a. E.C. al siglo III E.C. confirman el uso apropiado que hace Lucas del tí­tulo gobernantes de la ciudad (singular, po·li·tár·kjes) aplicado a los oficiales de Tesalónica (Hch 17:6, 8), y en cinco de estas inscripciones se alude especí­ficamente a dicha ciudad. (Véase GOBERNANTES DE LA CIUDAD.) De manera similar, la referencia a Publio como el †œhombre prominente† (pro·tos) de Malta (Hch 28:7) es el tí­tulo exacto que ha de usarse, como lo atestiguan dos inscripciones aparecidas en Malta, una en latí­n y la otra en griego. En Efeso se han descubierto los restos del templo de írtemis, así­ como algunos textos de magia. (Hch 19:19, 27.) Las excavaciones efectuadas allí­ también sacaron a la luz un teatro con capacidad para unas 25.000 personas e inscripciones que hacen alusión a los †œcomisionados de fiestas y juegos†, como los que intervinieron a favor de Pablo, y también a un †œregistrador†, como el que aquietó a la chusma en la ocasión citada. (Hch 19:29-31, 35, 41.)
Algunos de estos hallazgos impulsaron a Charles Gore a escribir en A New Commentary on Holy Scripture lo siguiente en cuanto a la exactitud de Lucas: †œPor supuesto, debe reconocerse que la arqueologí­a moderna prácticamente ha obligado a los crí­ticos de san Lucas a pronunciarse a favor de la extraordinaria exactitud de todas sus alusiones a hechos y sucesos históricos† (edición de Gore, Goudge y Guillaume, 1929, pág. 210).

Valor relativo de la arqueologí­a. La arqueologí­a ha sacado a la luz información provechosa que ha ayudado a la identificación, a menudo tentativa, de emplazamientos bí­blicos. De igual manera, ha desenterrado documentos escritos que han contribuido a un mejor entendimiento de los idiomas originales en los que se escribió la Biblia; también ha esclarecido las condiciones de vida y las actividades de los pueblos antiguos, así­ como de los gobernantes a los que se hace referencia en las Escrituras. No obstante, en lo que respecta a la autenticidad y veracidad de la Biblia, así­ como a la fe en ella, en sus enseñanzas y en su revelación de los propósitos y promesas de Dios, es preciso decir que la arqueologí­a no es un complemento esencial ni una confirmación necesaria de la veracidad de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo se expresa al respecto del siguiente modo: †œFe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen. […] Por fe percibimos que los sistemas de cosas fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen†. (Heb 11:1, 3.) †œAndamos por fe, no por vista.† (2Co 5:7.)
Esto no significa que la fe cristiana no tenga base alguna en lo que se puede ver o que tan solo trate de lo que es intangible. Lo cierto es que en todas las épocas, las circunstancias del entorno de las personas, sus propias vidas y sus experiencias personales han suministrado pruebas abundantes que permiten convencerse de que la Biblia es la verdadera fuente de revelación divina y que no contiene nada que no esté en armoní­a con los hechos demostrables. (Ro 1:18-23.) El conocimiento del pasado a la luz de los descubrimientos arqueológicos es interesante y tiene cierto valor, pero no es indispensable. El conocimiento del pasado a la luz de la Biblia es, por sí­ solo, suficiente y absolutamente confiable. La Biblia, con o sin la arqueologí­a, da verdadero significado al presente e ilumina el futuro. (Sl 119:105; 2Pe 1:19-21.) Débil, sin duda, será la fe que necesite de ladrillos desmoronados, vasijas rotas y muros derruidos para sustentarse en ellos como si de una muleta se tratase.

Conclusiones arqueológicas poco fiables. Si bien es cierto que los descubrimientos arqueológicos a veces han refutado las crí­ticas de quienes cuestionan los relatos bí­blicos o la historicidad de ciertos sucesos y han ayudado a personas sinceras afectadas por dichos argumentos, no han silenciado a los crí­ticos de la Biblia ni son un fundamento verdaderamente sólido del que depende la confianza en el registro bí­blico. Las conclusiones que se extraen de la mayor parte de las excavaciones dependen principalmente del razonamiento deductivo e inductivo de los investigadores, quienes, al igual que los detectives, reúnen las pruebas en las que se basan para apoyar unas conclusiones. Aun hoy dí­a, aunque los detectives descubran y reúnan una cantidad impresionante de prueba circunstancial y material, cualquier caso fundado tan solo en dicha prueba, pero que carezca de testigos presenciales dignos de crédito, serí­a considerado muy débil si se presentara ante un tribunal. Cuando las sentencias solo se han basado en este tipo de prueba, se han cometido injusticias y errores graves. Por consiguiente, es razonable esperar que sea más probable incurrir en este error cuando entre la investigación y el acontecimiento han transcurrido dos o tres mil años.
El arqueólogo R. J. C. Atkinson trazó un paralelo similar, al decir: †œNo puedo por menos que imaginar lo difí­cil que les resultarí­a a los arqueólogos del futuro la tarea de reconstruir el dogma, el ritual y la doctrina de las iglesias cristianas solo a partir de las ruinas de los edificios eclesiásticos, sin la ayuda de algún documento escrito o inscripción. Nos hallamos, por lo tanto, ante una situación paradójica para la arqueologí­a: siendo el único método que el hombre tiene —en ausencia de registros escritos— de investigar su pasado, se convierte gradualmente en un medio de estudio impráctico al aproximarse a los aspectos de la vida más especí­ficamente humanos†. (Stonehenge, Londres, 1956, pág. 167.)
Pero el que a los arqueólogos no les sea posible presentar el pasado antiguo más que con una exactitud aproximada no es el único problema. A pesar de su deseo de mantener un punto de vista puramente objetivo al estudiar las pruebas que desentierran, están —al igual que otros cientí­ficos— sujetos a las debilidades humanas, así­ como a las inclinaciones y ambiciones personales, lo que puede llevarlos a un razonamiento equivocado. El profesor W. F. Albright menciona este inconveniente en el siguiente comentario: †œPor otra parte, hay peligro en buscar nuevos descubrimientos y novedosos puntos de vista, hasta el grado de menospreciar unas obras más antiguas que tienen más valor. Esto es particularmente cierto en campos como el de la arqueologí­a y la geografí­a bí­blicas, en donde el dominio de los instrumentos y métodos de investigación es tan arduo que siempre existe la tentación de descuidar un método preciso, substituyendo con hábiles combinaciones y brillantes suposiciones una obra más lenta y sistemática†. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, edición de G. E. Wright, 1956, pág. 9.)

Diferencias en la datación. Al considerar las fechas que los arqueólogos asignan a sus hallazgos, es muy importante tener en cuenta lo expuesto con anterioridad. A este respecto, Merrill F. Unger dice: †œPor ejemplo, Garstang fecha la caí­da de Jericó c. 1400 a. E.C. […]; Albright apoya la fecha de c. 1290 a. E.C. […]; Hugues Vincent, el acreditado arqueólogo de Palestina, defiende el año 1250 a. E.C. […]; mientras que para H. H. Rowley, Ramsés II es el Faraón de la opresión y el éxodo aconteció bajo su sucesor, Marniptah [Merneptah], alrededor de 1225 a. E.C.†. (Archaeology and the Old Testament, pág. 164, nota 15.) A la vez que argumenta en favor de la fiabilidad del proceso y del análisis arqueológico moderno, el profesor Albright reconoce que †œa los no especialistas todaví­a les es muy difí­cil abrirse camino entre los datos y las conclusiones contradictorias de los arqueólogos†. (Arqueologí­a de Palestina, pág. 258.)
Con el fin de fechar los objetos descubiertos, se ha empleado el reloj de radiocarbono y otros métodos modernos. No obstante, el siguiente comentario de G. Ernest Wright en The Biblical Archaeologist (1955, pág. 46) pone de manifiesto que este método carece de una total exactitud: †œPuede advertirse que el nuevo método de carbono 14 para fechar ruinas antiguas no ha estado tan exento de error como se esperaba. […] Algunas pruebas han dado resultados que sin duda eran erróneos, probablemente por diversas razones. Por el momento, solo es posible confiar en los resultados, sin cuestionarlos, cuando se han hecho varias pruebas con resultados casi idénticos y cuando mediante otros métodos de cálculo parece confirmarse la fecha [cursivas nuestras]†. Más recientemente, The New Encyclopædia Britannica (Macropædia, 1976, vol. 5, pág. 508) comentó: †œCualquiera que sea la causa […], parece fuera de duda que la datación con carbono 14 carece de la exactitud que los historiadores tradicionalistas quisieran que tuviese†. (Véase CRONOLOGíA [Fechas arqueológicas].)

Valor relativo de las inscripciones. Se han encontrado miles y miles de inscripciones antiguas que se están interpretando. Albright dice: †œLos documentos escritos forman, y con mucho, el más importante cuerpo singular de material descubierto por los arqueólogos. De ahí­ que sea extremadamente importante lograr una clara idea de su carácter y de nuestra habilidad para interpretarlos†. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, pág. 11.) Estas pueden estar escritas en trozos de alfarerí­a, tablillas de arcilla, papiros, o esculpidas en granito. No obstante, cualquiera que sea el material utilizado, ha de sopesarse y probarse en cuanto a valor y fiabilidad a la información que transmiten. El error o la falsedad intencional pueden ponerse por escrito —y con frecuencia así­ ha sucedido— tanto en piedra como en papel. (Véanse CRONOLOGíA [Cronologí­a bí­blica e historia seglar]; SARGí“N.)
Por ejemplo, el registro bí­blico relata que Adramélec y Sarézer, hijos de Senaquerib, mataron a su padre, y que Esar-hadón, otro de sus hijos, le sucedió en el trono. (2Re 19:36, 37.) No obstante, una crónica de Babilonia decí­a que a Senaquerib lo habí­a asesinado su hijo en una revuelta el dí­a vigésimo de Tebet. Tanto Nabonido, rey babilonio del siglo VI a. E.C., como Beroso, sacerdote babilonio del siglo III a. E.C., presentan la misma versión en sus escritos, a saber, que Senaquerib murió a manos de uno solo de sus hijos. Sin embargo, en un fragmento del Prisma de Esar-hadón descubierto más tarde, este hijo de Senaquerib que le sucedió en el trono —el propio Esar-hadón— afirma con claridad que sus hermanos (plural) se rebelaron y mataron a su padre, después de lo cual huyeron. Al comentar sobre este asunto en Universal Jewish History (1948, vol. 1, pág. 27) Philip Biberfeld dice: †œLa Crónica de Babilonia, Nabonido y Beroso estaban equivocados; solo el registro bí­blico demostró ser fidedigno. La inscripción de Esar-hadón lo confirmó hasta en los mí­nimos detalles, así­ que demostró ser más exacto en lo que respecta a este suceso de la historia asirobabilonia que las propias fuentes babilonias mismas. Este es un hecho de máxima importancia, incluso para la evaluación de fuentes contemporáneas que no estén en concordancia con la tradición bí­blica†.

Problemas para descifrar y traducir. Asimismo, es necesario que el cristiano demuestre la debida cautela antes de aceptar sin reservas la interpretación que se da de las muchas inscripciones halladas en los diversos idiomas antiguos. En algunos casos, como el de la Piedra Rosetta y la inscripción de Behistún, los especialistas han adquirido un amplio conocimiento de un lenguaje desconocido hasta ese momento, gracias a comparar relatos escritos en dicho lenguaje con otros paralelos escritos en otro idioma conocido. Sin embargo, no deberí­a esperarse que tales aportaciones resolviesen todos los problemas o permitiesen obtener un entendimiento pleno del lenguaje con todos sus matices y expresiones idiomáticas. Incluso el entendimiento de los idiomas bí­blicos básicos —hebreo, arameo y griego— ha progresado de manera considerable en tiempos recientes, y todaví­a son objeto de estudio. En lo que atañe a la Palabra inspirada de Dios, es lógico esperar que el Autor de la Biblia nos capacite para obtener el entendimiento correcto de su mensaje por medio de las traducciones que están disponibles en los idiomas modernos. Pero no ocurre lo mismo con los escritos de las naciones paganas.
En la obra El misterio de los hititas (de C. W. Ceram, Destino, 1981, págs. 103, 107), se recoge un comentario sobre un prestigioso asiriólogo que contribuyó a descifrar el idioma †œhitita†, con el que se ilustra bien la necesidad de ser precavidos y se pone de manifiesto una vez más que las dificultades existentes para descifrar las inscripciones antiguas a menudo no reciben un tratamiento tan objetivo como cabrí­a esperar. Ceram dice: †œEn [su] obra, que es un verdadero prodigio, las revelaciones de capital importancia se entrelazan con ingeniosos errores […] [;] contiene errores de bulto, pero como están apoyados por argumentaciones que a primera vista parecen irrebatibles, se ha tardado muchos años en poder descubrirlos y eliminarlos†. A continuación, pasa a hablar sobre la fuerte obstinación de este docto ante cualquier intento de modificar sus hallazgos. Después de muchos años, finalmente consintió en hacer algunos cambios, y como resultado, ¡modificó aquellas lecturas que, como más tarde se demostró, eran las acertadas! Al relatar la violenta disputa cargada de recriminaciones personales que surgió entre este docto y otro erudito de la escritura cuneiforme †œhitita†, Ceram escribe: †œQuien tilde de impertinente el tono de esta polémica, olvida que un gran problema […] exige un abandono total por parte del investigador, que a su solución debe consagrar toda una vida†. En consecuencia, a pesar de que el tiempo y el estudio han eliminado muchos errores en la interpretación de las inscripciones antiguas, hacemos bien en tener presente que es probable que las futuras investigaciones resulten en otros ajustes.
Estos hechos realzan la superioridad de la Biblia como fuente de conocimiento confiable, de información veraz y guí­a segura. Este conjunto de documentos escritos —llegado hasta nosotros no por excavación, sino preservados por su Autor, Jehová Dios— nos ha legado el cuadro más claro del pasado del hombre. La Biblia es †œviva, y ejerce poder† (Heb 4:12), y es la †œpalabra del Dios vivo y duradero†. †œToda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre.† (1Pe 1:23-25.)

[Fotografí­a en la página 197]
Estela en la que Merneptah, hijo de Ramsés II, se jacta de su victoria sobre Israel; es la única mención conocida del nombre Israel en un documento egipcio antiguo

Fuente: Diccionario de la Biblia

La arqueología nos abre una nueva puerta para el estudio de las civilizaciones antiguas, lo que a su vez nos ayuda a entender mejor e interpretar adecuadamente los documentos históricos antiguos, tanto seculares como bíblicos. Esta investigación arqueológica de la vida antigua incluye el estudio de los monumentos, inscripciones, lenguaje, literatura, arte, arquitectura, implementos, casas, ciudades, y todos los vestigios del hombre y sus actividades. Aplicada a los estudios de la Biblia, cada una de las áreas de la investigación bíblica es iluminada y enfocada correctamente por el conocimiento que viene de la arqueología del Medio Oriente.

  1. La arqueología y la historia bíblica. Los descubrimientos arqueológicos han ampliado y profundizado nuestro entendimiento de cada uno de los períodos mayores de la historia bíblica. La época de los Patriarcas se iluminó mediante el trabajo arqueológico que se hizo en muchas de las ciudades de ese tiempo—Hai, Siquem, Betel, Beerseba, Cerar, Dotán, Jerusalén—y el descubrimiento de verdaderos textos literarios de ese período—las tablillas de Nuzi y Mari. También se clarifican detalles más pequeños. ¿Cómo fue que Isaac no anuló su bendición a Jacob cuando descubrió que Esaú no la había recibido como era su plan (Gn. 27:34–41)? Las tablillas de Nuzi muestran que en el tiempo de los patriarcas una bendición oral era comprometedora, aun en una corte de justicia (Cyrus Gordon, BA, III, 1, p. 8). ¿Cómo fue que Labán, con toda autoridad, pudo apuntar a sus nietos y decir, «las hijas son hijas mías, y los hijos, hijos míos son» (Gn. 31:43)? Las tablillas de Nuzi muestran que en aquel día el abuelo ejercía el control sobre sus nietos (ibid).

Como resumen de la abundante luz arrojada sobre los reyes de la Biblia, podemos notar que los descubrimientos arqueológicos confirman la existencia de cuarentaiún reyes (R.D. Wilson, A Scientific Investigation of the Old Testament, The Sunday School Times Co., Filadelfia, 1926, pp. 72–73).

  1. La arqueología como un comentario. Por generaciones los estudiantes de la Biblia han recurrido a los comentarios cuando necesitaron alguna luz en relación con algún pasaje bíblico. En tiempos modernos la arqueología ha provisto un enorme nuevo comentario. Los estudiosos de la Biblia podrían hacer conjeturas en cuanto al sentido de la declaración que aparece tres veces en el Pentateuco: «No guisarás el cabrito en la leche de su madre» (Ex. 23:19; 34:26; Dt. 14:21); pero no fue hasta que se descubrieron las tablillas de Ras Shamra (excavadas en 1929), y se estudiaron (1930 hasta el presente), que pudimos saber que el asunto se refería a una práctica ritual pagana: una de las tablillas de Ras Shamra indica que si uno quiere agradar a cierta deidad, debe cocinar un cabrito en leche. El antiguo Israel estaba siendo advertido de no ceder a las prácticas paganas de los pueblos vecinos.

En suma, se han escrito libros completos desde un punto de vista arqueológico en los varios períodos y áreas del estudio de la Biblia. Un ejemplo es John Garstang, Joshua, Judges, Constable, Londres, 1931.

III. La arqueología y la datación de los libros de la Biblia. Varios críticos han fechado estos libros mucho más tarde de lo que requeriría su evidencia interna. Wellhausen y sus seguidores hicieron del Pentateuco una compilación tardía (siglos noveno al quinto a.C.), como mil años después de los días de Abraham y cientos de años después del tiempo de Moisés. Sin embargo, los descubrimientos arqueológicos, tales como las tablillas de Nuzi, muestran que el trasfondo del Pentateuco es muy antiguo y no debe fecharse como si tuviesen un trasfondo tardío.

Muchos de los Salmos han sido fechados como compuestos en los períodos persas y griegos (siglo sexto al tercero a.C.), y aun en el tiempo herodiano. Una y otra vez la evidencia de Ras Shamra ha demostrado que muchos Salmos que habían sido fechados como tardíos por algunos críticos deben volver a su antigua fecha (W. F. Albright, The Archaelogy of Palestina, Penguin, Baltimore, revised 1956, pp. 226–227). Podrían darse otras ilustraciones de cómo las fechas deben empujarse hasta una posición antigua, a causa de la evidencia arqueológica.

  1. Arqueología y evidencias. El valor apologético que tiene la arqueología es tan conocido que casi no necesita mencionarse. Encontramos que la historia bíblica es confirmada en cada uno de sus períodos, tanto en sus áreas generales como en detalles minúsculos. Esto se ve en la exactitud del trasfondo patriarcal (evidenciada por las tablillas de Nuzi, Mari y otras más), en detalles específicos como la confirmación de la existencia de los hititas, pueblo que antes era dudoso (evidenciado por Boghaz-Koi, cf. Free, Archaeology and Bible History, Scripture Press, Wheaton, Illinois, 5th ed., 1956, pp. 125–126) o individuos mencionados una sola vez, tales como Sargón (Is. 20:1; cf. los descubrimientos en Khorsabad, ibid, pp. 200–201) o narraciones dudosas, como el fracaso de Senaquerib cuando trató de tomar Jerusalén (2 R. 19:35–36; confirmado porque Senaquerib no se jactó de haber capturado la ciudad—sólo pudo decir «encerré a Ezequías como a un pájaro en su jaula». De manera que, tanto ejemplos generales como específicos sobre la veracidad histórica de la Biblia podrían ser multiplicados (Millar Burrows, What Mean Those Stones, American Schools of Oriental Research, New Haven, 1941, p. 281).
  2. Arqueología y exégesis. La arqueología no sólo arroja luz sobre la situación histórica en general, sino que con frecuencia le aclara al exégeta el significado particular de las palabras y frases. La afirmación sobre Moisés de que «sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor» (Dt. 34:7), ha causado problemas a los intérpretes de todos los tiempos. La palabra traducida «vigor» (lēaḥ) es similar a la palabra que en hebreo se usa para maxilar, de ahí que algunos por extensión la tradujeron como «dientes» (Jerónimo en la Vulgata). El descubrimiento de las tablillas de Ras Shamra arrojó luz objetiva sobre el problema, ya que allí aparece la palabra dos veces en el sentido de vigor viril o fuerza natural. Tanto Jerónimo como los traductores griegos estaban equivocados, pero la RV60 tenía la razón al traducir «vigor» (Albright, BASOR 94). Podrían darse muchos otros ejemplos de cómo las palabras y frases, tanto del AT como del NT, quedan aclaradas. No hace mucho se abrió toda una nueva área de estudio al principio de este siglo, y se debió al descubrimiento de papiros griegos que en su texto contenían material no literario de la vida diaria. Los papiros fueron hallados en Egipto.
  3. Arqueología y hermenéutica. Con frecuencia la interpretación de un pasaje depende en gran manera de un conocimiento correcto de los factores históricos, geográficos y lingüísticos. Como ya hemos dicho, la arqueología es una ayuda necesaria en todo esto. Más aun, una traducción correcta es un requisito primario, y es aquí donde las fuentes arqueológicas son de ayuda constante. Por ejemplo, es necesario saber si eran los dientes o el vigor físico de Moisés los que nunca decayeron para poder interpretar correctamente el pasaje de Dt. 34:7.

En relación con el NT, un gran número de palabras han sido ampliadas en su significado y otras interpretaciones antiguas modificadas definidamente por el descubrimiento de los papiros no literarios. Fue Adolph Deissmann el primero en hacer notar la gran importancia de estos papiros (Light from the Ancient East, Doran, New York, 1927).

VII. La arqueología y el marco histórico.

Para poder tener una comprensión adecuada de las Escrituras, uno necesita conocer el medio ambiente histórico en los cuales se desenvolvieron sus acontecimientos. Por ejemplo, uno se desorienta al ver cómo Labán persigue a Jacob y Raquel para recobrar las imágenes (ídolos) de la familia que Raquel había robado (Gn. 31:19–23). Al descubrirse las tablillas de Nuzi esta conducta intrigante quedó aclarada, ya que muestran que si alguno poseía las imágenes del padre de la familia, entonces podía reclamar la herencia de la familia. A la luz de esta evidencia uno puede entender fácilmente el apuro de Labán por recobrar las imágenes que creía llevaba Jacob, y al cual no quería como heredero.

Como mil años después del período patriarcal, se narra que Salomón recibió como visita a la pintoresca reina de Sabá, relato que a menudo se tenía como espurio. Algunos encontraban en el relato un aire de irrealidad, pero los descubrimientos arqueológicos de los anales asirios han esfumado la crítica. Estos documentos nos entregan detalles verídicos de la tierra de Sabá al principio del primer milenio a.C. que confirman su realidad histórica. Tal como el profesor James Montgomery de la Universidad de Pennsylvania lo ha hecho notar, el ambiente histórico de Salomón y la reina de Sabá tal como la Biblia lo describe es «totalmente correcto» (Arabia and the Bible, University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 1934, p. 180).

VIII. La arqueología y la crítica literaria. La Crítica Literaria tiene que ver con la paternidad literaria, la fecha, el propósito y la integridad de los libros de la Biblia. La paternidad literaria evidente de los libros de la Biblia a menudo se niega en base a que el libro tiene un trasfondo demasiado tardío para pertenecer al autor que se afirma. De esta forma, según muchos críticos el Pentateuco no pudo ser obra de Moisés por el supuesto trasfondo tardío. Pero al ser descubiertas las tablillas de Nuzi en el siglo veinte y de Mari, al igual que otras también, estas tablillas demostraron justamente lo contrario—un trasfondo temprano, y de esta forma se quitó toda objeción a la paternidad literaria de Moisés. Podrían darse muchos otros ejemplos notables sacados de la arqueología para aclarar problemas de fecha y paternidad literaria de los libros del AT. Una y otra vez la alta crítica queda sin base alguna (cf. W. F. Albright, Archaeology of Palestine, p. 225).

La evidencia arqueológica también confirma las fechas tempranas de la composición del NT. Por ejemplo, el supuesto uso anacrónico de didaskalos o maestro, que señala una fecha tardía para el Evangelio de Juan queda anulado por el descubrimiento de inscripciones osarias antiguas que contenían la palabra (ibid., p. 244).

  1. La arqueología y la teología. El teólogo se mete en problemas cuando se hacen preguntas en cuanto a la bondad de Dios. Por ejemplo, los mandamientos de Dios de arrasar con los paganos cananeos de las tierra prometida son perturbadores (Dt. 7:1–5). ¿Cómo se armoniza esto con la bondad de Dios? En cuanto a este preciso punto los descubrimientos arqueológicos muestran que los cananeos tenían un culto licencioso y corrompido, tal como lo evidencian las tablillas de Ras Shamra, lo que hizo necesario que el juicio cayera sobre ellos.

El teólogo sistemático trabaja con un cuerpo de verdad revelada. Si se presenta esta revelación como inexacta, históricamente incorrecta, y llena de contradicciones, ¿qué le queda al teólogo como cimiento sobre el cual edificar? Los resultados de la investigación arqueológica han demostrado el sólido apoyo que hay a favor de la revelación que los cristianos aceptan y para la teología que de ella se deriva.

BIBLIOGRAFÍA

Obras generales: W.F. Albright, The Archaeology of Palestina (1956); The Archaeology of Palestina and the Bible (1935); Archaeology and the Religion of Israel; From de Stone Age to Christianity; Millar Borrows, What Mean These Stones; Jack Finegan, Light from the Ancient Past. Obras que tratan directamente la arqueología bíblica: J.F. Free, Archaeology and the Bible History; Merril F. Unger, Archaeology and the Old Testament.

Joseph P. Free

BA Biblical Archaeologist

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (55). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. General

La “arqueología bíblica”, rama especializada de la moderna ciencia de la arqueología, selecciona aquellos restos materiales de Palestina y países vecinos relacionados con la época y la historia bíblicas. Estos incluyen los restos de edificios, objetos de arte, inscripciones y todo elemento que ayude a comprender la historia, la vida, y las costumbres de los hebreos y otros pueblos que, como los egipcios, los fenicios, los sirios, los asirios y los babilonios, estuvieron en contacto con ellos y les dejaron su influencia. El interés en los lugares y las épocas mencionados en la Biblia proporcionó el impulso inicial para muchas de las primeras excavaciones, y el cuadro más amplio que actualmente tenemos del fondo religioso, histórico, y ético de la Biblia basado en los descubrimientos arqueológicos ha contribuido notablemente a explicar, ilustrar e, incluso, corroborar muchas afirmaciones bíblicas, como también a contrarrestar teorías insuficientemente basadas en los hechos.

Las limitaciones de la arqueología se deben al amplio lapso de tiempo y al espacio que debe cubrirse, como también al albur de la conservación de los elementos. Los objetos de madera, cuero, o tela raramente sobreviven y debemos suponer su existencia. Ninguno de los lugares bíblicos ha sido excavado completamente, y es probable que nunca lo será. Sólo en años recientes los métodos precisos de estratificación y registro han permitido la realización de comparaciones detalladas entre los diversos lugares excavados. Esto ha permitido revisar algunas conclusiones anteriores, p. ej. la fijación de la fecha que había establecido Garstang para los muros de Jericó a unos cuantos siglos antes por Kenyon. Además, la escasez de inscripciones procedentes de Palestina misma significa que es limitado el conocimiento extrabíblico directo acerca de la vida y el pensamiento de los pueblos primitivos. Como la arqueología, que es una rama de la historia, se ocupa principalmente de los elementos materiales, nunca podrá someter a prueba las grandes doctrinas bíblicas tales como la existencia y la actividad redentora de Dios y de Cristo, el Verbo encarnado.

En Palestina (aceptando que este término incluya los modernos estados de Israel y Jordania) se utilizó por primera vez la técnica arqueológica del fechado sucesivo. En Tell el-Hesi, en 1890, Flinders Petrie llegó a la conclusión de que podían distinguirse diferentes niveles de ocupación tomando como base la alfarería característica y otros rasgos típicos correspondientes. Este esquema estratigráfico y tipológico se aplica actualmente en todo el mundo; excavadores posteriores lo han mejorado en Palestina, especialmente en Tell Beit Mirsín, Samaria, Laquis, y Jericó. Por comparación entre los sitios excavados en Palestina y en otros lugares se ha establecido una red de descubrimientos interrelacionados, que, unidos a los registros históricos ofrecen una cronología extraordinariamente ajustada a partir del 4º milenio a.C. Las fechas anteriores a esa época son imprecisas todavía, aun cuando el método del carbono 14 proporciona algunos resultados. La tabla que acompaña a este artículo presenta las denominaciones actualmente aceptadas para dichos períodos arqueológicos.

Clasificación de los períodos arqueológicos.

II. Prehistoria

El Cercano Oriente fue el escenario del primer surgimiento del hombre como recolector de alimentos en el período paleolítico, y vestigios del mismo se han encontrado en las cuevas del Carmelo (Wadi al-Mugharah), en Eynán, y en Oren. Luego de un intervalo aparecen nuevamente rastros del hombre como recolector de alimentos en la llamada “revolución neolítica”. Muchos especialistas encuentran asociaciones primitivas con la Europa prehistórica más bien que con el África, y relaciones físicas con los tipos neandertales europeos. Asentamientos abiertos con chozas fechadas ca. 9000 a.C. se encontraron en Shanidar (Irak), Eynán (lago Hulé), Jericó, y Beidha (cerca de Petra). Estos conducen al neolítico B precerámico con la iniciación de la economía de producción. De esta época (ca. 7500 a.C.) se han encontrado en Jericó sólidas defensas, además de cráneos desusadamente emplastados y estatuillas cuyo propósito no se ha podido determinar. Se han hallado rastros de sitios neolíticos en Yarmuk y Galilea (Shaar Haggolán). Son contemporáneos de los asentamientos en el Nilo, Chipre, y el vaile del Tigris (Jarmo).

En el período calcolítico hay pinturas murales, alfarería pintada, y cabezas de hachas simples de cobre que provienen del valle del Jordán, Telulat Ghassul, Esdraelón, cerca de Gaza, y el N del Neguev. Los objetos de metal aparecen gradualmente y su uso se difunde, y los modelos en arcilla indican que los techos curvos abovedados constituían una característica de los depósitos subterráneos (Abu Matar), de las cisternas cavadas en la roca, y de algunas viviendas.

La transición a la edad de bronce temprana todavía está mal definida en Palestina. Algunos creen encontrar rastros en una cantidad de asentamientos que posteriormente se convirtieron en ciudades-estados (Meguido, Jericó, Bet-sán, Bet-yerah, y Tell el-Fara cerca de Siquem), o fueron posteriormente abandonados durante un tiempo (Samaria y Tell en-Nasbeh). Hubo invasores, probablemente antiguos nómadas del N o el E, que introdujeron un nuevo tipo de alfarería y que enterraban sus muertos en fosas comunes cavadas en las rocas. Estas tumbas a veces incluyen tipos cerámicos conocidos por el período calcolítico tardío que precedió a esta época, objetos pulidos y alfarería pintada de Esdraelón que posteriormente se hallaron en abundancia (BTe I). Se ha utilizado el término protourbano, correspondiente al período protoliterario (Jemdet Nasr) en Irak ca. 3200 a.C. para describir esta fase.

III. La edad (de bronce) cananea

En la edad de bronce temprana I comienzan a aparecer las ciudades con muros de adobes. Al mismo tiempo la alfarería en el N (Bet-yerah, nivel Il; Bet-sán, nivel XI) es diferente de la del S, que se encontró en Ofel (Jerusalén), Gezer, Hai, Jericó (VI-VII) y Tell en-Nasbeh. Las ciudades del N continuaron floreciendo en BTe II ca. 2900 a.C. (Meguido, XVI-XVII; Bet-yerah, III; Bet-sán, XII), aunque en el S podemos notar alguna influencia egipcia (Jericó, IV). La muy progresista ciudad inferior en Arad (IV-I) con sus templos gemelos muestra afinidades con las ciudades cananeas del N (cf. * Hai). Los textos de Ebla (Siria) ca. 2300 a.C. ya mencionan lugares conocidos posteriormente, p. ej. Laquis, Hazor, Meguido, Gaza. Hubo avances extraordinarios, representados especialmente por una excelente alfarería nueva denominada “Jirbet Kerak” que muestra la evolución gradual de las técnicas alfareras en Palestina y Siria.

Alrededor del 2200 a.C. comenzaron a llegar pueblos con costumbres enterratorias características, como también alfarería y armas propias; se trataba, probablemente, de los amorreos seminómadas (p. ej. Tell Ajjul, Jericó, Meguido). Eran grupos nómadas cuya presencia en las montañas de Palestina fue reconocida posteriormente por los israelitas cuando llegaron (Nm. 13.29; Jos. 5.1; 10.6) y por los textos de execración procedentes de * Egipto.

Otros tipos de alfarería, de armas, y de costumbres relativas a sepultura muestran que hubo quienes estuvieron relacionados con las ciudades-estados de Siria y Fenicia, y pronto empiezan a aparecer las numerosas ciudades-estados característicamente cananeas. Entre sus reyes probablemente se contaban los “gobernantes extranjeros” asiáticos (hicsos) que ocuparon Egipto ca. 1730 a.C. Era una época de prosperidad, aunque de frecuentes guerras entre las ciudades. Las ciudades principales tenían una ciudadela y una ciudad más baja protegida por elevadas murallas (p. ej. Carquemis, Qatna, Hazor, Tell el-Yahudiyeh, Egipto).

La edad de bronce media fue una época en la que grupos seminómadas, incluyendo los habiru, entre los que bien pueden haberse encontrado los patriarcas, se infiltraron en los montes bajos entre las ciudades defendidas (* Patriarcal, Era). En Jericó se han encontrado tumbas de tales pueblos. Las ciudades y sus casas (p. ej. Beit Mirsín, Meguido, y Jericó) siguieron siendo pequeñas, pero con poco cambio hasta que fueron violentamente destruidas (BTa), probablemente por los egipcios (Tutmosis III) cuando rechazaron a los hicsos ca. 1450 a.C. A pesar de sus contactos comerciales con el Mediterráneo oriental (alfarería micénica), las ciudades paleseinas de las montañas se encontraban entonces en mayor pobreza que las ciudades fenicias vecinas.

Nuevamente fueron ocupadas las ciudades principales, pero sólo para ser saqueadas una vez más en el ss. XIII. Se han visto rastros del ataque israelita dirigido por Josué en las ruinas calcinadas de Hazor, Bet-el, Beit Mirsín (Debir [?]),y Laquis, pero es imposible confirmar esta afirmación. Según el AT, Josué no incendió muchos lugares. En Jericó se ha comprobado que la ciudad fue abandonada ca. 1325 a.C., pero los muros derribados que anteriormente se creía pertenecían a este período del BTa (Garstang), ahora se sabe que fueron destruidos en el BTe (Kenyon).

En los sitios correspondientes al BTa en Canaán se encontraron ejemplos de por lo menos seis diferentes tipos de *escritura: cuneiforme babilónico, hierático y jeroglífico egipcios, el alfabeto lineal cananeo (predecesor de los alfabetos heb. y gr.), y un alfabeto de 25 a 30 signos cuneiformes relacionados con el de *Ugarit, la escritura silábica de Biblos, y otras de tipo chipriota o cretense.

Podemos tener una idea de las prácticas religiosas de los cananeos por los restos de sus templos y santuarios en Hazor, Laquis, Meguido, Arad, y otros lugares más, con *altares, mesas para las ofrendas, y muebles destinados al culto. Las estatuillas metálicas representan a *altar, y las de arcilla a Astarté. Se las encuentra con frecuencia. Hay también *sellos cilíndricos con dioses y diosas, uno de ellos de Bet-el con el nombre Astarté en egipcio.

(Para un análisis nuevo de las pruebas arqueológicas y de otros tipos que apoyan una fecha en el ss. XV a.C. para el éxodo, véase J. J. Bimson, Redating the Exodus and Conquest, 1978.)

IV. La edad (de hierro) israelita

Ya en el ss. XII una nueva serie de tipos cerámicos decorados, inspirados en formas micenas tardías pero con elementos locales palestinos, chipriotas, y egipcios, da testimonio del asentamiento filisteo en el SO de Canaán. La falta de indicios de la existencia de dicha alfarería filistea en sitios hasta ahora relacionados con Gat constituye un problema. Por lo demás dicha alfarería existe en toda Filistea, en la Sefela desde Debir hasta Gezer, y por el N hasta Jope. No aparece en sitios ocupados por otros pueblos marítimos y, a no ser por cantidades pequeñas atribuibles al comercio, no se encuentra al principio en las serranías centrales (Gabaa, Jerusalén, Bet-sur, Tell en-Nasbeh), pero ya para el 1050 a.C. se han descubierto rastros de su penetración en Silo y Bet-sán. Estos filisteos fueron los primeros en usar el hierro en Palestina (una daga y un cuchillo de hierro en una tumba en Tell el-Fara), y los israelitas tardaron en romper este monopolio y su consiguiente superioridad económica (1 S. 13.18–22). Acaudaladas y bien construidas fortalezas cananeas resistieron por lo menos un siglo más (Bet-sán). En la época de los jueces los israelitas construyeron casas precarias (Bet-el), vivieron en la planta baja de los edificios cananeos capturados (Beit Mirsín) o se ubicaron precariamente en aldeas toscamente construidas por ellos (Gat, Raqqat). Su alfarería también era primitiva y pobre comparada con la de los cananeos.

La ciudadela de Saúl en Gabaa (Tell el-Ful) indica que los israelitas adoptaron para sus defensas un sistema norteño de muros con casamatas que constituían un rasgo característico de este período en *arquitectura. La vida allí era simple, aunque se destaca por la importación de algunas armas de hierro. Siquem tenía muros de casamata similares que pueden haber sido construidos por Abimelec (Jue. 9), mientras que los de Beit Mirsín y Bet-semes podrían ser obra de David cuando fortificó Judá contra los filisteos. Aparte de esto, excepto por los muros y defensas de Ofel, no podemos atribuir con certidumbre edificio alguno, de los que hasta el momento se han reconocido, al reinado de David.

La época de Salomón muestra un aumento en el uso del hierro y mejores técnicas de construcción. Se utilizó el mismo plan para los edificios que construyó en la puerta de las ciudades de Hazor, Gezer y Meguido (1 R. 9.15). Se construyeron residencias para los gobernadores de distrito en Meguido y Hazor, con grandes graneros para almacenar lo recolectado en concepto de impuestos, pagados en grano, en Laquis y Bet-semes. También hay indicios de un extenso programa de construcción de oficinas para la administración regional. La prosperidad material que caracterizó el reinado de Salomón debe haberse debido en gran parte a la construcción y la explotación de muchas *minas para la obtención de cobre y hierro. Ezión-geber en Ácaba se utilizó para la importación de muchos artículos por mar (* Naves y barcos). Un pote hallado en Tell Qasileh con la inscripción “Oro de Ofir” sirve para corroborar este comercio.

La derrota de los filisteos permitió una indisputada expansión del comercio fenicio, lo que se refleja en la construcción del templo de Salomón. El plano siguió un estilo sirofenicio que ya se había adoptado en Hazor y Tell Tainat. La entrada, flanqueada por dos columnas gemelas libres (cf. * Jaquín y Boaz), conducía por un eje directo a través de un vestíbulo al santuario grande (hêḵāl), al pequeño santuario interior (deḇı̂r). Un agregado peculiar a Salomón fue la provisión de considerable espacio para el almacenamiento de los tesoros a los lados de este edificio. La decoración del *templo, con sus querubines, palmas, diseños calados o accesorios, puede compararse con los marfiles contemporáneos descubiertos en Samaria, Arslán Tash (Siria), o Nimrud (Irak), y corroborarse también mediante ejemplos más antiguos de *arte en *Ugarit. Otros objetos, tales como altares, tarimas, tenazas, y utensilios diversos se han encontrado en las excavaciones.

La invasión de Sisac I de Egipto, ca. 926 a.C., provocó una gran destrucción que llegó hasta Tell Abu Hawán en el N, como también en Beit Mirsín (B) y Bet-semes (IIa). Varias excavaciones han arrojado luz sobre el período de la monarquía dividida. En Tirsa (Tell el-Fara) de Vaux ha demostrado que la ciudad fue abandonada después del ss. X, como se podía esperar dado que Omri transfirió su capital a Samaria (1 R. 16.23–24), lo que le permitió mantener mejores comunicaciones con los puertos marítimos de Fenicia.

En Samaria se dispuso la cima como un barrio real rodeado por un muro de fina albañilería. Muchos marfiles encontrados en el palacio de Omri-Acab podrían provenir de las decoraciones o accesorios de la “casa de marfil” de Acab (1 R. 22.39; Am. 6.4), y algunos tienen inscripciones con marcas fenicias, comunes en los trabajos en *marfil. El tipo de escritura es idéntico al de la inscripción de Mesa que se encontró en Dibhán y que describe sus relaciones con los israelitas ca. 825 a.C. (* Moabita, Piedra). En el atrio del palacio en Samaria había una cisterna abierta o “estanque”, quizás aquel en el que fue lavado el carro de Acab (1 R. 22.38). Sesenta y tres óstraca inscriptos, con cuentas de vino y aceite llevados a los depósitos reales, dan testimonio de la organización administrativa, probablemente bajo Jeroboam II.

En Bet-sán (V) y Meguido (V) se han encontrado edificios oficiales similares a los de Samaria (I). En Meguido, Hazor, y Beerseba se descubrieron grandes depósitos en los que se guardaban los impuestos pagados en especie. Aparentemente Acab extendió la ciudad de Hazor (VIII) mediante la construcción de nuevas fortificaciones alrededor de toda la zona elevada que rodeaba la ciudadela. Allí, como en Samaria (II = Jehú), los sólidos muros de defensa que se construyeron habían de permanecer hasta las reconstrucciones helenísticas, ca. 150 a.C. Alrededor del 800 a.C. Tell el-Fara fue ocupado nuevamente como residencia local para un gobernador, con excelentes casas privadas en las cercanías. La alfarería que allí se ha encontrado es similar a la de Samaria (IV), donde tuvo su residencia Jeroboam II.

Tell en-Nasbeh (Mizpa) y Gabaa fueron considerablemente fortificadas otra vez como ciudades fronterizas durante la monarquía dividida. Ambos lugares fueron reconstruidos sobre la base de un plan idéntico y con materiales similares, lo que podría indicar que esto fue obra de Asa después de haber destruido el fuerte cercano de Baasa en Ramá (1 R. 15). La invasión de Tiglat-pileser III de Asiria, ca. 734 a.C., tuvo como consecuencia una gran destrucción en Hazor (V) y Meguido (IV). En las ruinas de la primera se encontró un tiesto con la inscripción lpqḥ (“perteneciente a Peka”), lo que nos recuerda que, según 2 R. 15.29; 16.5–8 y los anales asirios, Peka gobernó allí durante este período. El mismo rey asirio menciona a (Jo)acaz, cuyo tributo aparece en 2 R. 16.8.

En 722 a.C. Sargón II concluyó el sitio de Samaria y, según sus declaraciones, sacó 27.290 prisioneros y “sus dioses” de la ciudad y la región y puso extranjeros en su lugar (2 R. 17.24). Esto podemos comprobarlo arqueológicamente por la clase de ocupación del lugar, más pobre y parcial, que incluía tipos de alfarería asiria y extranjera importados. A partir de entonces Israel estuvo bajo la dominación e influencia asirias. Cuando Judá representó una amenaza para el avance asirio sobre Egipto, Senaquerib dirigió su ejército hacia el S y saqueó Meguido (IV), Samaria, y Gabaa a su paso hacia Judá en 701 a.C. La caída de Laquis, hecho que podemos observar en los relieves del palacio asirio, fue confirmada por la armadura, las armas, y los cascos de los atacantes caídos cerca de la rampa que conduce a la puerta principal de la ciudad. Una fosa común para 1.500 víctimas puede ser fechada en este período. Ezequías, a quien Senaquerib declara haber “encerrado en su capital Jerusalén como un ave en su jaula”, pudo resistir mejor el sitio asirio de su capital gracias al túnel de 500 m que tuvo la previsión de hacer cavar para llevar agua hasta la ciudad desde el Manantial de la virgen (2 R. 20.20; 2 Cr. 32.30). La inscripción hallada en el túnel de *Siloé en 1880 es uno de los más extensos textos heb. monumentales que existen (DOTT, 209–211). Otros escritos heb. contemporáneos (* Siloé) incluyen una posible inscripción de *Siloé.

El ardor de la oposición de Josías a Egipto puede verse en la destrucción de Meguido (II) por Necao en 609 a.C. mientras se dirigía a Carquemis, ciudad que según muestran las excavaciones fue destruida por fuego poco después. Esto ocurrió durante la batalla de 605 a.C. en la que Nabucodonosor II capturó la ciudad e invadió Siria y Palestina, que se hicieron tributarias de los babilonios (según la Crónica babilónica). Cuando Judá se rebeló, se hizo inevitable un severo castigo. La Crónica babilónica describe la captura de Jerusalén el 16 de marzo de 597 a.C. Muchas ciudades y fortalezas de Judá, pero no del N, evidencian los destrozos causados por los ataques de los babilonios en esta época, y después de la revuelta de Sedequías, durante la guerra de 589–587, algunas fueron destruidas y jamás se las volvió a ocupar (Bet-semes, Tell Beit Mirsín). En los escombros de *Laquis (III) 21 tiestos inscriptos dan testimonio del desasosiego de los defensores (DOTT, pp. 211–217).

Los estudios arqueológicos muestran que el país estaba muy empobrecido durante el exilio, aunque las propiedades reales de Judá siguieron siendo administradas por cuenta de Joaquín, a quien se nombra en textos relacionados con su prisión en Babilonia. Impresiones de un sello de “Eliacim, mayordomo de Yaukín”; *sellos de Jaazanías de Tell en-Nasbeh y de Gedalías de Laquis (2 R. 25.22–25) sirven de testimonio de las actividades de estos jefes.

El repoblamiento de Judá fue lento, y las excavaciones prueban que hasta el ss. III no volvió a ser repoblada en la misma densidad que en épocas anteriores. Samaria, Bet-el, Tell en-Nasbeh, Bet-sur, y Gezer, sin embargo, estuvieron ocupadas casi continuamente, y cementerios en Athlit (Carmelo) y Tell el-Fara (Neguev) produjeron alfarería y objetos persas de la edad de hierro III. Los persas permitieron cierta medida de autonomía local, y en el ss. V empezaron a aparecer monedas acuñadas localmente, las que se hicieron abundantes en el ss. III. La mayor parte son imitaciones de las dracmas áticas, pero algunas llevan inscripciones hebraico-arameas (yehud, ‘Judá’) similares a las halladas en la moneda judía que muestra además una deidad masculina sentada sobre un carro y sosteniendo un halcón (principios del ss. IV a.C.; véase IBA, fig(s). 96). Puede tratarse de un caso temprano de uso de *dinero. Muchas de las asas de jarras de ese período están estampadas con inscripciones como “Judá” (yhd), Jerusalén (yršlm) o el nombre de lugar Mósah. La influencia gr. aumentó continuamente a causa de las importaciones que llegaban desde sus colonias mercantiles costeras. Artículos áticos con figuras rojas, y, posteriormente, jónicos y áticos con figuras negras se encuentran cada vez con mayor frecuencia. El comercio con Arabia floreció con el establecimiento del reino “idumeo”. El S de Palestina estaba controlado por un árabe, Gesem (Neh. 6.1; Gasmu en el vv. 6); el nombre de este “rey de Cedar” aparece en tazones de plata, y es posible que la supuesta villa persa en Laquis, de un diseño similar al palacio parto de Nipur en Babilonia, haya sido un centro de su administración. Vasijas de plata persas fueron desenterradas en Gezer y Saruhén. Incensarios de piedra caliza labrados, de una forma conocida en Babilonia y el S de Arabia, han sido hallados en Tell Jemmeh, Laquis, y otros lugares.

V. Exploración y excavación

El interés en los lugares bíblicos tradicionales reviviá después de la Reforrna, y muchos escribieron sobre sus viajes por Palestina. Sin embargo, fue sólo en 1838 que los norteamericanos Edward Robinson y Eli Smith llevaron a cabo la primera exploración planificada a nivel de superficie, en la que relacionaron varios sitios antiguos con lugares mencionados en la Biblia. El francés De Saulcy realizó la primera excavación cerca de Jerusalén en 1863, a la que siguió una serie de exploraciones por cuenta de la Palestine Exploration Fund en 1865–1914. Las zonas visitadas, y de las cuales se elaboraron mapas, incluyen el O de Palestina, Cades (Conder), Galilea y el Arabá (Kitchener), el desierto del éxodo (Palmer) y sitios como Capernaum, Samaria, y Cesarea (Wilson). El interés se centró en Jerusalén, donde la perforación de túneles subterráneos revelaron bases de muros; además se exploraron niveles rocosos, partes del muro y de las puertas del lado S, y Ofel entre 1867 y 1928. Después de la excavación llevada a cabo en 1890 por Sir Flinders Petrie en Tell el-Hesi, que estableció el primer índice cerámico y la cronología estratigráfica basados en comparaciones con Egipto, muchas expediciones científicas dirigidas por estudiosos norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes, e israelíes han trabajado en diversos lugares, principalmente en *Gezer, *Taanac, *Meguido, *Samaria, *Siquem, y *Bet-semes. Posteriores exploraciones de superficie por N. Glueck en Jordania (1933-) y por los israelíes en el Neguev han posibilitado la preparación de mapas arqueológicos detallados.

En 1029 el Departamento de Antigüedades de Palestina estimuló la adopción de técnicas precisas y de métodos de interpretación cuidadosa, y pronto se elaboró una cronología de la alfarería (especialmente por parte de Albright en Gabaa y Tell Beit Mirsín, que posteriormente se ha hecho más precisa). Se hicieron comparaciones con objetos similares encontrados en otros lugares del antiguo Cercano Oriente. Mientras continuaban los trabajos en lugares investigados en el período anterior a la Primera Guerra Mundial, otros excavaron *Ascalón, *Bet-sán, *Gabaa, Ofel, *Silo, *Hai, *Bet-el, Bet-eglaim, *Bet-sur, aunque los mayores esfuerzos estuvieron dedicados a *Jericó, *Laquis, Ghassul, Tell en-Nasbeh, Tell Beit Mirsín (*Quiriat-sefer o *Debir) y *Tirsa. Se volvió a trabajar en la mayor parte de estos lugares después de la Segunda Guerra Mundial, y se comenzó en *Bet-el, *Cesarea, Der Alla, *Dotán y *Gabaón. La “escuela” de arqueología israelí, de existencia más reciente, y que cuenta con eruditos como Mazar, Yadin, y Aharoni, ha llevado, entre otras cosas, a la realización de trabajos en Aco, *Arad, *Asdod, *Beerseba, *Dan, *En-gadi, Masada, Tell ash-Shériah, Tell Mor, Tell Qasile, Ras-al-Ain (*Afec [?]), y Sinaí.

En Jordania se han llevado a cabo importantes trabajos en Buseirah (* Bosra), *Hesbón (Hes-bán), Madeba, Petra y Ezión-geber. Los resultados de todos estos trabajos se han difundido regularmente en revistas especializadas, en enciclopedias de arqueología, y en obras especiales dedicadas a sitios arqueológicos específicos. Es dable esperar que haya un avance continuo del conocimiento sobre las tierras y las épocas bíblicas.

VI. Inscripciones (Antiguo Testamento)

Muchas excavaciones han permitido descubrir documentos, tanto en archivos como aislados. Dichos documentos emplean diferentes formas de escritura, sobre diversos materiales. Es de esperar que tales inscripciones, especialmente las de *Egipto, *Asiria, y *Babilonia, que pueden fecharse con bastante exactitud, resulten muy valiosas en la comparación con los documentos preservados en el AT. Algunos ofrecen referencias directas, otros ilustran sobre la amplia difusión del arte de leer y escribir, y sobre los estilos literarios utilizados en todo el antiguo Cercano Oriente. También existen en Palestina productos de estas escuelas de escritura, además de escritos locales y autóctonos sobre papiro y óstraca, *sellos, y *dinero en forma de monedas, piedra, madera, y otras superficies.

Algunas colecciones de documentos o archivos adquieren particular importancia para la comparación con el AT. Incluyen, para *Egipto, los textos de execración (ca. 1800 a.C.), y para Siria los textos de *Ebla (ca. 2300 a.C.), *Mari, y *Ugarit (Ras Shamra). Si bien estos, y los textos de *Nuzi (s. XV) y *Amarna (s. XIV), ilustran sobre la historia de los primeros tiempos hasta el período patriarcal, óstraca posteriores de *Samaria y *Laquis proveen el fondo para los ulteriores reinos de Israel y Judá. Otras inscripciones ilustran sobre la evolución de la *escritura en todo el período del AT.

El estudio de la arqueología bíblica (de Palestina) requiere comparaciones tanto con las pruebas generales que aportan los territorios vecinos *Egipto, *Siria, *Asiria, y *Babilonia, como con los aspectos particulares, p. ej. el *arte y la *arquitectura, y sus aspectos específicos, edificación, *palacios, *casas y accesorios (p. ej. *altareses, *amuletos, *vidrio, *alfarería, *dinero) y sitios arqueológicos (p. ej. *Jerusalén, etc.).

Bibliografía.G. E. Wright, Arqueología bíblica, 1975; G. Báez-Camargo, Comentario arqueológico de la Biblia, 1979; A. Schökel, Viaje al país del Antiguo Testamento, 1956; °E. Yamauchi, Las excavaciones y las Escrituras, 1977; °K. M. Kenyon, Arqueología en Tierra Santa, 1960.

Sitios: E. K. Vogel, Bibliography of Holy Land Sites, 1972; detalles actualizados se ofrecen en periódicos tales como The Biblical Archaeologist (American Schools for Oriental Research); Israel Exploration Journal, Iraq, Levant, Palestine Exploration Quarterly.

Textos: ANET, ANEP, DOTT.

Bibliografía seleccionada: W. F. Albright, The Archaeology of Palestine, 1960; E. Anati, Palestine before the Hebrews, 1962; M. Avi-Yonah, Encyclopedia of Archaeological Excavations in the Holy Land, 1976–7; M. Burrows, What Mean these Stones?, 1957; H. J. Franken y C. A. Franken-Battershill, A Primer of Old Testament Archaeology, 1963; G. L. Harding, The Antiquities of Jordan, 1959; K. M. Kenyon, Archaeology in the Holy Land, 1960; K. A. Kitchen, Ancient Orient and Old Testament, 1966; A. R. Millard, The Bible BC; What can archaeology prove?, 1977; P. R. S. Moorey, The Bible Lands, 1975; S. M. Paul y W. G. Devers, Biblical Archaeology, 1973; J. A Sanders, Near Eastern Archaeology ie the Twentieth Century, 1969; D. Winton Thomas (eds.), Archaeology and Old Testament Study, 1967; D. J. Wiseman, Illustrations from Biblical Archaeology, 1962; Peoples of Qld Testament Times, 1973; G. F. Wright, Biblical Archaeology, 1962; E. Yamauchi, The Stones and the Scriptures, 1973.

D.J.W.

VII. El período helenístico-romano

Cuando el macedonio Alejandro Magno se apoderó de Palestina como parte del antiguo imperio persa en 332 a.C., el país se abrió aun más a la influencia helenística. Sin embargo, después de su muerte la sanguinaria lucha entre sus generales demoró dicha influencia. Sólo piezas aisladas de alfarería y monedas pueden atribuirse confiablemente a los Lágidas que gobernaron en 332–200 a.C. En Maresa (Marisa), Idumea, se ha desenterrado una ciudad griega cuidadosamente trazada. Las calles trazadas en ángulos rectos y paralelas entre sí conducían, cerca de la puerta de la ciudad, a una plaza de mercado (agora), alrededor de tres de cuyos lados había tiendas comerciales. Cerca de la ciudad había tumbas de mercaderes griegos, fenicios, e idumeos (ca. 250–200 a.C.).

Sobre los duros días en que los Macabeos luchaban por la independencia judía (165–37 a.C.) han quedado como testimonio campamentos de refugiados y cuevas (Wadi Habsa) y fortalezas como la que construyó Simón Macabeo en Gezer. Cerca de Tel Aviv-Jaffa se han encontrado restos de la línea de fortificaciones en el N que se dice fueron establecidas por Alejandro Janeo (Jos., GJ 7.170). En Bet-sur, dominando la ruta de Hebrón a Jerusalén, Judas (165–163 a.C.) había construido un fuerte encima de una antigua estructura persa, el que a su vez fue reconstruido posteriormente por el general Báquides. Negocios, casas, fortificaciones, estanques, asas estampadas de jarrones de Rodas, y monedas ayudan a ilustrar sobre la vida de los príncipes asmoneos, uno de los cuales, Juan Hircano (134–104 a.C.), destruyó las ciudades paganas de los griegos en Samaria y Marisa.

Herodes el Grande (37–4 a.C.), gobernante hábil y ambicioso, llevó a cabo muchos proyectos de construcción ostentosos. En Jerusalén se encontraron in situ, sobre un lecho de roca, los macizos muros que hizo construir alrededor del monte donde esta ubicado el templo, ampliado y embellecido, y que se elevan por encima del nivel del suelo actual hasta una altura considerable. Las partes superiores del muro estaban rodeadas de pilastras y eran exactamente iguales al muro (que todavía existe) en Hebrón (Macpela). Este muro rodeaba, también, un lugar sagrado, en el que fueron sepultados el patriarca Abraham y su esposa Sara. Trabajos recientes llevados a cabo alrededor del monte del templo en Jerusalén han permitido localizar un complejo de calles y terrazas, como así también fragmentos ornamentales de puertas y claustros (las reconstrucciones y planos se encuentran en pp. 26–31, 34–35 de la obra Jerusalem Revealed). Al excavar en la ciudad superior Avigad (ibid. pp. 41–51; lámina en colores antes de la pp. 41) encontró restos de pinturas murales y mosaicos policromos en lujosas casas de la clase alta, junto con diversas piezas de mobiliario, vajilla, y otros elementos. La llamada torre de David en la ciudad superior, excavada hace ya mucho tiempo por Johns, también es una obra herodiana in situ, construida sobre muros asmoneos. Esta era una de las tres torres herodianas que defendían el ángulo NO de la ciudad; en este punto, justo dentro del muro de la ciudad, se encontraba el palacio de Herodes (en la ciudad superior), y las subestructuras del mismo también han sido excavadas recientemente. Fuera del palacio se encontraba el sitio de Gabata, y el pavimento donde Jesús fue juzgado por Pilato. Al otro lado de la ciudad, en el extremo N del monte del templo, estaba la torre Antonia. Según se cree actualmente los diversos vestigios en el convento de las Hermanas de Sión están demasiado al N para pertenecer a la Antonia; probablemente Aelia Capitolina, la ciudad reconstruida por Adriano. En la época de Jesús los estanques de Betesda se encontraban fuera de los muros de la ciudad, justo al N del monte del templo; pero quedaron dentro de la ciudad gracias al muro de Agripa (el tercer muro septentrional de Jerusalén) ca. 41–44 d.C. Los entendidos no concuerdan sobre las líneas respectivas del segundo y tercer muros de Jerusalén; pero indudablemente (ya sea que aceptemos la línea Sukenik/Mayer o la de la escuela británica) los sitios del Gólgota y de la tumba donde se encuentra el Santo Sepulcro tradicianal estaban fuera del segundo muro septentrional. Hay buenas razones para considerar que estos hayan sido los lugares de la crucifixión y de la sepultura de Jesús, respectivamente, lo cual cuenta con el apoyo de una tradición que aparentemente data de por lo menos la época de Adriano (135 d.C.). Pero la forma de la cámara sepulcral con su arcosolio acanalado, tal como la describe el peregrino Arculfo, es atípico de este período y constituye un problema. El otro lugar que atrae a los peregrinos, la Tumba del Huerto, resulta plausible, pero no hay razones para considerarlo auténtico. Se han encontrado en Jerusalén muchas tumbas del ss. I a.C./d.C., algunas de ellas monumentales. Los grupos en “Dominus Flevit” (mte. de los Olivos) y en Sanedria son interesantes; la tumba de una conversa al judaísmo, la reina Helena de Adiabena, es la que más impresiona. A menudo los osarios (pequeños cofres para huesos) de estas tumbas llevan inscripciones. Recientemente se encontró un osario que contenía los huesos de un hombre que había sido crucificado; dos de sus huesos estaban atravesados todavía por un clavo. Se han hecho diversos intentos de reconstruir la posición del cuerpo durante la crucifixión (p. ej. IEJ 1970, lám. 24).

Los vestigios herodianos más importantes fuera de Jerusalén han aparecido en ciudades establecidas por el rey Herodes (Sebaste, Cesarea Marítima), en su residencia de invierno (Jericó) y en sus fortalezas (Masada, Herodium). En las montañas de Samaria la antigua ciudad del mismo nombre fue fundada nuevamente por Herodes con el nombre de Sebaste, en honar del emperador romano Augusto (el equivalente gr. del lat. augustus es sebastos). Se reconstruyeron antiguos muros israelitas y se los reforzó con torres redondas, se dedicó un templo de Augusto y se fundó un estadio deportivo; todos ellos han sido hallados en excavaciones, incluyendo paneles murales pintados en el estadio, al igual que otros murales en Jericó, Masada y Herodium. Un equipo submarino exploró el gran puerto o malecón herodiano; pueden verse claramente sus líneas en fotografías aéreas. Excavadores italianos han hallado parte del muro de la ciudad correspondiente a la torre de Estratón y el teatro herodiano con sus asientos y escenario y una serie de pisos de estuco pintado (casi únicos). En Jericó el palacio herodiano se encuentra a ambos lados del uadi Qelt con un jardín hundido y una piscina entre las dos alas, de magnífica concepción. Aun más fuera de lo común es el uso de la técnica nativa de construcción con ladrillos secos, junto con técnicas especiales romanas para el uso de hormigón, características de la Italia de Augusto. Solamente en Jericó se ha comprobado el uso de esta técnica romana; hasta el momento no sabemos que Herodes la haya usado en otra parte. En Jericó hasta las macetas del jardín estaban todavía allí (!). La decoración interior de los palacios herodianos incluía paneles murales pintados, pisos de marquetería y mosaicos. En muchos sitios arqueológicos herodianos hay piscinas abiertas o abovedadas con escalones y estucados, pero junto con ellos encontramos la técnica romana de la calefacción por debajo del piso y una cámara de vapor. Baños como estos había en las fortaleza de Herodes, que también contaban con lujosos ambientes para alojamiento. Los mosaicos policromos constituyen quizás la característica más interesante del palacio administrativo en Masada. El pequeño palacio (villa) en el extremo N de Masada estaba ubicado sobre terrazas al borde mismo de los acantilados; nuevamente vemos allí los paneles murales herodianos pintados, En las fortalezas de Masada y Herodium los arqueólogos israelíes afirman haber encontrado por fin los restos de sinagogas del ss. I d.C. (antes de esto las más antiguas que se conocían databan generalmente de fines del ss. II o del ss. III d.C.). En todo esto no se había encontrado nunca arte herodiano con motivos humanos y animales hasta muy recientemente en las excavaciones realizadas por Broshi cerca de la puerta de Sión en Jerusalén.

VIII. Otras inscripciones (Nuevo Testamento)

Ciertas inscripciones encontradas en Jerusalén se han de relacionar con el templo de Herodes. Algunas de ellas aparecen en los pequeños cofres de piedra (osarios) en que se volvía a sepultar los huesos secos de los muertos (s. I a.C./d.C.). Uno de dichos osarios contenía los huesos de “Simón, constructor del templo”, presumiblemente un albañil y no el arquitecto de Herodes. En otro osario se lee lo siguiente: “Huesos de los hijos de Nicanor el alejandrino, que proveyó las puertas”; esto debe referirse al judío, famoso por su piedad, que costeó las más espléndidas de las puertas dentro del nuevo templo. Se ha encontrado una importante inscripción que estaba en posición dentro del recinto del templo. Se conocen dos ejemplos, ambos en gr., uno de los cuales es fragmentario. El texto (s. I a.C./d.C.) dice: “Ningún no judío debe pasar más allá de la barrera y el recinto que rodean el lugar sagrado; cualquiera que [lo haga y] sea sorprendido será responsable de su propia muerte, que es la consecuencia. “Josefo se refiere a estas placas, que se colocaban en gr. y en lat. alrededor del lugar sagrado (templo interior); Josefo utiliza casi las mismas palabras que se ven en las inscripciones (GJ S. 194; Ant. 15. 417). Los incidentes que relata Hch. 21.26–29 deben relacionarse con esta misma prohibición. El tumulto producido debe haber sido provocado por judíos piadosos que creían que Pablo había hecho entrar a un griego dentro de la zona prohibida.

También son pertinentes otras inscripciones que aparecen en osarios. Deben descartarse las palabras “¡Jesús! ¡Ay!” que muchos han relacionado con la crucifixión. Estas palabras, escritas sobre el osario de un judío dentro de su tumba familiar, en realidad no son sino su nombre, “Jesús, hijo de Judas” (que identifican los huesos del muerto, como era costumbre). Puede resultar interesante notar la combinación “Jesús, hijo de José”, que aparece en otro osario; ambos nombres eran comunes en esa época. Más aun la lista de nombres en los osarios de la época es la que podríamos esperar al leer el NT: Juan, Judas, Lázaro (Eliezer), Jesús, María, Marta, etc. Finalmente, debemos mencionar la tumba y los osarios de “Alejandro, hijo de Simón, de Cirene” y de su hermana Sara de la Tolemaida cirenaica. Es muy posible que el padre de este hombre haya sido el “Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo” que pasaba en ese momento (Mr. 15.21).

En Palestina se encuentran las ruinas de muchas sinagogas antiguas. Durante mucho tiempo las más antiguas, según se pensaba, eran las de Capernaum, Corazín y Kefar Biram en Galilea (fechadas generalmente a fines del ss. II y principios del III d.C.). Ahora se afirma que las salas de reunión del ss. I d.C. en Masada y Herodium eran sinagogas; y los excavadores franciscanos sostienen que las ruinas en Capernaum son posteriores a lo que se pensaba (de fines del ss. IV/principios del ss. V d.C.). De todos modos, los indicios más antiguos y seguros de una sinagoga en Palestina provienen de Jerusalén; se trata de una inscripción gr. (s. I a.C./d.C.) que declara que cierto Teodoto, sacerdote, sufragó parte de los pastos de la construcción de una casa de reunión (sinagoga) en la que presidía como “archisynagogos”. Era asunto de familia: su padre y su abuelo habían sido también jefes de la misma sinagoga. La inscripción declara, además, que dicho lugar se construyó “para la lectura de la ley y el estudio de (sus) preceptos”; y que tenía agregado un albergue para los visitantes de ultramar, con sus propios baños y habitaciones.

En excavaciones italianas en Cesarea, la refundación por Herodes del viejo fuerte fenicio, la torre de Estratón, se descubrió que el antiguo teatro había pasado por diferentes fases de construcción y reedificación. Cuando en el período romano posterior se arrojaron los restos herodianos originales bajo los escalones como “escombros”, iba también una piedra inscripta. Los excavadores encontraron que se refería a Poncio *Pilato. Se lo describe como “prefecto de Judea”, y la inscripción indica que había levantado un santuario en honor de Tiberio, el emperador romano. Debe haber sido alrededor de esta misma época que se estaba dejando de usar el término “prefecto” como título de los gobernadores (ecuestres) menores como Pilato; el término “procurador” (anteriormente reservado para los agentes fiscales del emperador) lo reemplazó.

Las inscripciones que hemos descripto hasta aquí se relacionan principalmente con los evangelios. Otras –de Grecia, Turquía, etc.– están relacionadas con acontecimientos descriptos en Hechos o en las epístolas de Pablo. Un decreto de Claudio encontrado en Delfos (Grecia) describe a Galión como procónsul de Acaya en 51 d.C., lo cual establece una correlación con el ministerio de Pablo en Corinto (Hch. 18.12). En Corinto, también, una inscripción en una puerta –“Sinagoga de los hebreos”– podría indicar el lugar en que predicó Pablo (Hch. 18.4). Las excavaciones realizadas allí han revelado un texto que nombra a un benefactor, Erasto, quizás el tesorero de la ciudad de Ro. 16.23; comercios similares a aquellos en los que trabajó Pablo (Hch. 18.2–3), y una inscripción referente a “Lucio, el carnicero”, que probablemente marca la ubicación de la “carnicería” (makellon) que menciona Pablo en 1 Co. 10.25.

En Éfeso se han recuperado partes del templo de Artemisa, la “Diana de los efesios”, junto con el ágora y el teatro al aire libre con capacidad para más de 25.000 personas. Un texto votivo de Salutaris, que dedica una imagen de plata de Artemisa “para ser erigida en el teatro durante una sesión plenaria de la ecclēsia”, indica que la asamblea en pleno se reunía allí, como surge de Hch. 19.28–41. La veracidad histórica de Lucas ha sido corroborada por una cantidad de inscripciones. Los “politarcas” de Tesalónica (Hch. 17.6, 8) eran magistrados y se los nombra en cinco inscripciones de la ciudad en el ss. I d.C. Igualmente, se designa correctamente a Publio como prōtos (“primer hombre”) o gobernador de Malta (Hch. 28.7). Cerca de Listra algunas inscripciones registran la dedicación a Zeus de una estatua de Hermes por parte de unos licaonios, y cerca de allí se encontraba un altar de piedra para “el oidor de plegarias” (Zeus) y Hermes. Esto explica la equiparación local de Pablo y Bernabé con Zeus (Júpiter) y Hermes (Mercurio), respectivamente (Hch. 14.11). Derbe, el lugar donde se detuvo Pablo luego, fue reconocido por Ballance en 1956 como Kaerti Hüyük cerca de Karamán (AS 7, 1957, pp. 147ss). Las primeras referencias de Lucas a *Cirenio como gobernador de Siria antes de la muerte de Herodes I (Lc. 2.2) y a *Lisanias como tetrarca de Abilinia (Lc. 3.1) también han recibido apoyo de las inscripciones.

Bibliografía.Véase la bibliografía al final de VI, sup.

A continuación se mencionan obras recientes no técnicas. Y. Yadin, Masada, 1966; K. M. Kenyon, Jerusalem: Excavating 3,000 Years of History, 1967 (cap(s). 6–11); P. Benoit, HTR 1971, pp. 135–167 (Antonia); Inscriptions Reveal, 1973, inc. Nº 169–170, 182, 216 (publicados por el Museo de Israel, Jerusalén); K. M. Kenyon, Digging Up Jerusalem, 1974 (cap(s). 1–3, 10–15); B. Mazar, The Mountain of the Lord, 1975; L. I. Levine, Roman Caesarea: an Archaeological-Topographical Study, 1975; Y. Yadin, Jerusalem Revealed: Archaeology in the Holy City, 1968–74, pp. 1–91; EAEHL, s.v. Cesarea, Herodium, Jericó, Jerusalén.

J.P.K.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico