ARQUITECTURA

Podrí­a definirse como el arte o ciencia de la construcción.

Como arte, la arquitectura es el esfuerzo por lograr que un edificio sea estéticamente agradable tanto como útil. Los materiales en la arquitectura antigua eran madera, arcilla, ladrillos (formados de arcilla, cocidos al sol o en hornos) y piedra.

Los ladrillos de arcilla parecen haber sido inventados por el pueblo Obeid en Persia antes que descendieran al valle mesopotámico en el cuarto milenio a. de J.C. En Egipto los primeros constructores experimentaron no sólo con arcilla y ladrillo sino también con madera, y luego hicieron una notable transición a la edificación con rocas. El genio a quien tradicionalmente se le adjudica esta nueva técnica era Imhotep, el diseñador y constructor de la pirámide con escalones en Saqqara en época de Zoser (o Djoser) de la tercera Dinastí­a (c. 2780 a. de J.C.).

Uno de los primeros problemas a enfrentar al edificar era la construcción del techo, y las soluciones llevaron a dos formas de arquitectura: envigada y arcuada. La forma envigada es diseñada y construida usando vigas horizontales sostenidas por postes verticales, llamado comúnmente poste y dintel. La forma arcuada usa diversas modificaciones del arco.

Los estilos poco comunes de arquitectura incluyen la construcción en forma de pirámide. Por lo general se cree que los ziggurat en Mesopotamia representan una montaña; eran construidas de ladrillos de arcilla con escaleras exteriores o una rampa en declive y probablemente un santuario en su cima. Las pirámides en Egipto fueron edificadas como tumbas y construidas de piedra, teniendo una o varias habitaciones en su interior. Los egipcios desarrollaron gran precisión en cuadrar y orientar sus pirámides.

Entre los israelitas pareciera que la arquitectura no se desarrolló como un arte o especialidad; más bien, trajeron artesanos de Fenicia para construir el palacio de Salomón y el templo. Parece ser que hay elementos fenicios en los edificios de perí­odos israelitas posteriores.

El apogeo en la arquitectura es sin duda la arquitectura en la edad de Pericles en Grecia (460-400 a. de J.C.). Este es el orden dórico caracterizado por su sencillez y simetrí­a. El orden jónico logró su forma clásica durante este mismo perí­odo, habiéndose originado a lo largo de la costa asiática del mar Egeo. El orden corintio se desarrolló hacia fines del quinto y a principios del cuarto siglo y llegó a su mayor esplendor en el perí­odo grecorromano unos siglos después.

La arquitectura romana tomó mucho de la griega pero adoptó algunos elementos de los etruscos; entre estos últimos principalmente el arco. En general la arquitectura romana no es tan sutil como la de Grecia, pero es más utilitaria. Los griegos habí­an desarrollado la albañilerí­a a un alto grado de perfección y encajaban bloques de mármol con asombrosa exactitud sin mortero ni cemento. Los romanos, por su parte, desarrollaron el uso de pozzolana, una tierra volcánica que era mezclada con cal para hacer un cemento hidráulico. Usando esto como mortero, podí­an pegar las rocas sin tener que hacerlo con exacta precisión en albañerí­a, aumentar la medida en los arcos y construir estructuras de dos pisos. La arquitectura romana, aun más que la griega, incluí­a arcos y columnas memoriales, anfiteatros, teatros y foros (o mercados).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Cuando entraron en †¢Canaán los israelitas, como nómadas que eran, no poseí­an mucha experiencia en materia de construcciones permanentes, por lo cual copiaron los métodos de los cananeos. †¢Casa. †¢Ciudad. Para las edificaciones que fueran algo sofisticadas, como el †¢templo de Salomón y ciertos palacios, se utilizaba tecnologí­a fenicia, como lo demuestra la alianza con †¢Hiram rey de †¢Tiro para la provisión de materiales y obreros especializados. Los materiales a usar eran la madera, abundante en aquel entonces, la piedra caliza, el barro y la arena, que se podí­an encontrar en las cercaní­as y, de manera excepcional, el mármol, que se traí­a de largas distancias si era necesario. En las zonas costeras se utilizaba la piedra arenisca, por su disponibilidad. Por lo general se procuraba poner unos cimientos con pedazos de piedra y desechos. Para los techos se usaban cañas sobre las cuales se vertí­an capas de barro que lo impermeabilizaban. Igualmente se usaba el barro para cubrir las paredes del exterior e interior de las viviendas.

No se conservan vestigios del †¢templo de Salomón ni de los palacios que construyó ese rey, pero por los datos que figuran en las Escrituras puede apreciarse que los conocimientos arquitectónicos de entonces no permití­an grandes espacios techados sin profusión de columnas. Con éstas o limitando las distancias de pared a pared se creaban las áreas, apoyando los techos sobre vigas de madera, especialmente de cedro y pino. En excavaciones realizadas en †¢Samaria y †¢Meguido se han encontrado palacios construidos sobre un promontorio en los cuales se utilizaron excelentes sillerí­as, ornamentos de relieve en marfil y columnas de estilo jónico antiguo. Pero después de la destrucción del Reino del Norte (Israel) y el del Sur (Judá) por los asirios y los caldeos hubo una declinación en la arquitectura israelita, ocasionada sin duda por la pobreza en que se vio sumido el paí­s.
un resurgimiento después de la conquista de †¢Alejandro Magno y con el proceso de helenización posterior, construyéndose en Israel ciudades que seguí­an los modelos urbaní­sticos y arquitectónicos griegos. El punto culminante en este sentido lo representa sin duda †¢Herodes el Grande con su inmenso programa de construcciones, que incluye la reconstrucción del †¢templo, cuyo perí­metro fue ampliado, el Herodión, Masada, la torre de Fasael, la torre Antonia y otras muchas. Las que estaban en Jerusalén fueron totalmente destruidas por los romanos en el año 70 d. C., pero todaví­a en el dí­a de hoy la sola vista de los enormes sillares de lo que era parte del muro occidental del †¢templo causan asombro.
construcción israelita más influyente, sin embargo, resultó ser la †¢sinagoga. Se han excavado muchas de ellas. Las iglesias cristianas, que siguieron arquitectónicamente el modelo de las basí­licas grecorromanas, denotan también una influencia innegable de las sinagogas judí­as.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Arte y técnica de construcción de edificios. La religiosa intenta entender el significado de los “monumentos” como son los templos con sus artes y estructuras, los monasterios, los santuarios, los cementerios y cuanto es respuesta a las creencias y preferencias de los hombres. (Ver Artí­sticos. Lenguajes 2.3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: I. Significado de una proximidad temática – Il. Problemática actual: 1. Factores externos; 2. Factores internos – III. Consideraciones históricas: 1. El perí­odo posapostólico; 2. Del s. iv al medievo; 3. Del medievo al renacimiento; 4. Del concilio de Trento al barroco; 5. De la revolución industrial al Vat. II – IV. Principios bí­blico-litúrgicos de una arquitectura sacra – V. Funcionalidad litúrgica: 1. En los edificios históricos; 2. En los nuevos edificios – VI. El signo en la ciudad – VII. La relación comitente-arquitecto artista: las experiencias recientes – VIII. Orientaciones para la praxis: 1. Unidad en la diversidad; 2. El El respeto tópico; 3. La acogida; 4. La “domus ecclesiae”; 5. El espacio arquitectónico para la asamblea litúrgica: a) El centro ministerial para la eucaristí­a, b) El centro para la iniciación cristiana, c) El centro para la reconciliación, d) El lugar de la presencia eucarí­stica; 6. El signo del testimonio.

I. Significado de una proximidad temática
La legitimación de la proximidad temática entre arquitectura y liturgia, más que resultado de una lectura analí­tica de cada obra, nace de una clara unitariedad en el conjunto del producto arquitectónico: se debe superar, efectivamente, toda simplificación con tendencia a colocar el modelo arquitectónico en un marco de mecánica dependencia de los cánones explí­citos de la liturgia. La verdad, más bien, es que en el proceso formativo de la obra arquitectónica las manifestaciones concretas de la liturgia y, más en general, de la eclesiologí­a, terminan midiéndose naturalmente con las variables de la verdadera y propia búsqueda arquitectónica; con lo que se consigue finalmente una fábrica que, presentándose como sí­ntesis de múltiples aspectos (técnicos, artí­sticos, ideológicos y funcionales), adquiere con toda evidencia su autonomí­a.

II. Problemática actual
La tarea actual en el campo de la arquitectura sagrada nace y se incrementa bajo el impulso de complejos y múltiples factores, más evidentes dentro de la iglesia merced a la evolución a que dieran lugar las orientaciones concretas del Vat. II. Tal impulso a la renovación o, más concretamente, a la refundación de la arquitectura religiosa se expresa a través de dos cauces principales e interdependientes: uno interno a la iglesia, el otro externo.

1. FACTORES EXTERNOS. Entre los principales factores externos figura el acelerado crecimiento de la concentración urbana: ésta exigió la predisposición y aplicación de instrumentos de programación y de control del desarrollo que, como expresión de un mundo secularizado, están evidentemente condicionados por influencias teóricas y por comportamientos colectivos con sus claras valencias de orden cultural, social y económico. Los fenómenos de incomunicabilidad, de soledad, de violencia, de droga, de alcoholismo, cada vez más en auge dentro de nuestras ciudades, se han agravado indudablemente con la elección-uso de estructuras preferentemente ideadas y realizadas por una humanidad considerada como objeto de atenciones productivistas y utilitarias, mas no como sujeto de historia provisto de instrumentos con los que perseguir unos fines según su propia y exclusiva medida.

2. FACTORES INTERNOS. Durante demasiado tiempo, y salvo raras excepciones, la iglesia no participó en el proceso de formación de la ciudad. Mas, superando gradual-mente tal alejamiento de la historia, observamos cómo, bajo el magisterio eclesiástico, la actitud suspicaz oexplí­citamente condenatoria del arte contemporáneo durante casi un siglo y medio se ha venido transformando, en conformidad con la tradición, en una búsqueda de colaboración y de diálogo.

El desconcierto y las consiguientes dificultades que despertara el lvuelco que dio la iglesia a mediados d este siglo [/ infra, III, 5] constituí­an la obligada herencia de relaciones jerárquicas que se habí­an querido imponer en el ámbito del hecho histórico: de ahí­ el desequilibrado juicio sobre el arte moderno y sobre los artistas, atados estos últimos sin cesar a la observancia de normas ajenas a la experiencia artí­stica, más que introducidos en la “cámara secreta donde los misterios de Dios hacen saltar de gozo y de embriaguez”‘ para permitirles expresar la infinita belleza del Creador.

Con esta actitud viene, además, a coincidir un desinterés hacia el edificio sagrado por parte del arquitecto, más seducido por nuevas técnicas, por nuevas atractivas funciones, por el descubrimiento del espacio activo, que por el congelado historicismo y romanticismo de la iglesia del s. xlx y parte del xx. El edificio sagrado que, desde Constantino en adelante, habí­a significado para el mundo cristiano la obra con que se expresaran los más elevados productos del genio humano, no constituye ya el principal polo de referencia de una instalación humana, ni como centro de real atención de una comunidad creyente, ni como centro ideal de las ciudades utópicas renacentistas. La confrontación y el diálogo con la ciudad se realiza ahora entre la aceptación incondicional de un mundo que se desarrolla al margen de la iglesia, y hasta frecuentemente contra ella, y la tentativa de volver a apropiarse de una supremací­a que por lo demás era ya evidente en las dimensiones, en la fuerza expresiva y en el valor artí­stico de los anteriores edificios históricos.

Finalmente, a algunos les parecen sospechosas las mejores proposiciones arquitectónicas posconciliares, simplistamente acusadas de tecnicismo, de sociologismo, de adhesión a una dimensión completamente terrena y que nada tendrí­a de sacral. La dificultad principal con que ha tenido que enfrentarse el clero, y no sólo él, consiste en no encontrar en los edificios religiosos contemporáneos aquella unicidad de imagen que, a pesar de los diferentes estilos, habí­a caracterizado a la iglesia-edificio desde el s. Iv en adelante. La crisis de la construcción sagrada, si así­ la podemos denominar, se verí­a claramente en el trabajo de toda la comunidad eclesial, en busca del modo auténtico de ser hoy iglesia en el mundo.

III. Consideraciones históricas
1. EL PERíODO POSAPOSTí“LICO. Durante casi trescientos años no se formula ninguna definición tipológico-espacial del edificio iglesia; pero se utilizan múltiples estructuras públicas, nacidas con fines diferentes de los cultuales y acomodadas a las nuevas exigencias. La falta de un modelo y de un signo uní­voco, aun dependiendo también de la necesidad de rehuir una fácil individuación con motivo de las constantes persecuciones, revela una fuerza tan profunda del nuevo término cristiano, que éste construye ahora la nueva modalidad más sobre motivaciones que sobre un vistoso signo exterior como, por el contrario, tendrá lugar después de Constantino.

2. DEL S. IV AL MEDIEVO. La alianza de la iglesia con el poder secular y el creciente proselitismo plantean problemas cuantitativos y cualitativos, para cuya solución se pasó de la domus ecclesiae a la experimentación de salas tomadas de la basí­lica forense o de los ambientes representativos del palacio imperial. La inicial indiferencia frente a la fijeza del lugar y sus signos simbólicos se transforma, por parte de la autoridad eclesiástica, en una exaltada aspiración a erigir edificios como testimonio de la presencia de Cristo en la tierra, como señales de una pedagogí­a religiosa orientada a conquistar los nuevos pueblos con los que la cristiandad entra en contacto después de la caí­da del imperio romano.

Basado en concretas fórmulas constructivo-espaciales y rápidamente propagado por todo el mundo cristiano, el modelo de la basí­lica paleocristiana se revela, por univocidad, enormemente productivo en términos de historia de la arquitectura. Las posibilidades de entender esta última como un gran instrumento pedagógico de servicio al pueblo para favorecer la adhesión a la fe comienzan a ser el fundamento más o menos explí­cito de toda la producción de la arquitectura religiosa posconstantiniana.

3. DEL MEDIEVO AL RENACI MIENTO. Con su hegemoní­a en la producción arquitectónica y con su carga de sí­mbolos generalmente reconocibles, el modelo arquitectónico longitudinal-procesional constituye una garantí­a para la transmisión de una espiritualidad que sólo en casos excepcionales es expresión de la liturgia comunitaria.

La participación en la liturgia romana permanece viva todaví­a hasta el comienzo de la edad media; pero ya a partir del s. vii se multiplican las oraciones privadas, se reduce la comunión sacramental, aumentan las prácticas de piedad ascético-morales con las nacientes devociones a la Madre de Dios, a los santos y sucesivamente a la Santí­sima Trinidad.

Los fieles, en vez de unirse al acto sacrificial, reclaman la visión de la hostia consagrada, en la quese ha realizado el misterio de la transubstanciación. En la época de las obras monumentales, señaladas frecuentemente como manifestaciones del genio cristiano, tal vez llenas de espiritualidad, pero distanciadas de las primitivas motivaciones litúrgicas. La participación activa en la liturgia sólo se conserva dentro de los monasterios, que, dado el superior nivel cultural de sus miembros y por haber hecho coincidir en sí­ mismos la ciudad del hombre y la ciudad de Dios, siguen expresando aún el carácter unitario y comunitario de la celebración.

El dilema, ampliamente propagado en la iglesia occidental, entre teologí­a de la cruz y teologí­a de la gloria lo resuelve la jerarquí­a eclesiástica del perí­odo humanista, que presenta la arquitectura como servicio a la predicación y a la presencia gloriosa de la iglesia. Nicolás V, Julio II, León X y todos los papas del triunfalismo renacentista subrayan su preferencia por los edificios grandiosos, por los “monumentos imperecederos, testimonios poco menos que eternos y casi divinos” (Nicolás V, 1447-1455).

El modelo basilical se sustituye, al menos hasta el primer cuarto del s. xv, por el modelo de planta central, de simetrí­as múltiples, elaborado por la técnica arquitectónica del s. xiv como concreta interpretación de las leyes armónicas que rigen el universo. Es el más elevado producto del hombre, digno de representar a Dios; término final de aquel proceso de acentuada simbolización, que habí­a comenzado en el perí­odo constantiniano y que respondí­a a la estética figurativa ampliamente propagada en el mundo cristiano. Para los teorizantes de la ciudad utópica del renacimiento, el edificio religioso, dadas sus internas caracterí­sticas, llega a tomarse como fundamental organizador de la ciudad y a adquirir una situación dominante con respecto a la estructura circundante, implicando en estos modelos de organización urbana la jerarquización de valores postulada por la autoridad religiosa.

4. DEL CONCILIO DE TRENTO AL BARROCO. Superada la crisis de la reforma protestante, afronta la iglesia un nuevo problema: la instauración de su necesaria presencia allí­ donde poder recobrar la adhesión del pueblo a la religión católica mediante la predicación, cosa que se logrará sobre todo gracias a la utilización de la retórica y de la emotividad introducidas en todos los medios pedagógicos aplicados, entre los que ocuparí­a el primer lugar la arquitectura. Así­ es como la arquitectura barroca renuncia al estudio de las estructuras céntricas, de carácter matemático-proporcional, comprometiéndose en cambio al desarrollo de nuevos modelos a través de complicadas geometrí­as agregativas, utilizadas no por los significados cosmológicos en ellas implicados, sino prevalentemente por la voluntad de obtener efectos emocionales. En todo caso -piénsese en Borromini- se llega también a un alto testimonio de la conflictividad existente en el artista y en el mundo contemporáneo; como norma, sin embargo, se mueve en la búsqueda de efectos deseados, aunque no por ello necesariamente sentidos.

5. DE LA REVOLUCIí“N INDUSTRIAL AL VAT. II. Es un perí­odo complejo, de situaciones ampliamente contradictorias y, al mismo tiempo, rico en nuevos fermentos: industrialización, desarrollo de la técnica y de las ciencias naturales, junto al indiferentismo, anticlericalismo, liberalismo, democracia, socialismo utópico y socialismo marxista, ateí­smo, materialismo. La participación en la celebración litúrgica, reducida a una obligatoria presencia pasiva, llega en gran parte a traspasarse al ejercicio de prácticas lato sensu religiosas, que parcializan el misterio de la salvación, a pesar del testimonio contrario de grandes santos.

Dentro de tales dificultades va, sin embargo, madurando un nuevo interés por la liturgia, y a finales del s. xlx asistimos a un florecimiento de estudios teológicos. Por otro lado, las iniciativas y las medidas restrictivas de la jerarquí­a tratan de defender y hasta de reforzar las murallas del ghetto católico con miras a una reconquista cristiana de la sociedad moderna; pretenden guiar y limitar la investigación artí­stica, prefiriendo en el campo arquitectónico, explí­cita o indirectamente, el perí­odo gótico y el barroco.

La apelación, recogida por el código de derecho canónico (1917), a la tradición cristiana y eclesiástica, al ecclesiae sensus, refiriendo ahora tales términos a la tradición del arte sacro europeo, lleva, a comienzos del siglo, a la construcción de iglesias barrocas en California y de edificios góticos en Tokyo. Tal constante tendencia, aunque con diversos acentos, abre un foso entre la cultura arquitectónica, expresión de un mundo en gran parte rechazado, y la iglesia, cada vez más preocupada por su denuncia de errores y desviaciones
El resultado de tal tendencia puede comprobarse por las desafortunadas y desfasadas realizaciones de arquitectura religiosa de la época, que, salvo raras excepciones, modernizando solamente la tecnologí­a de implantaciones formales anteriores acrí­ticamente asumidas, provocan el desinterés de los realizadores más cualificados.

Finalmente, con el avance del movimiento litúrgico y la publicación de la encí­clica Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), Pí­o XII llega a afirmar que “no deben repudiarse generalmente, en virtud de una toma de partido, las formas y las imágenes de hoy, pero sí­ es absolutamente necesario dejar campo libre al arte moderno, cuando sirva con la debida reverencia y el honor debido a los edificios sacros y a los ritos sagrados”. En lugar del ascetismo y de las temibles censuras que todaví­a persistí­an, Juan XXIII abre la iglesia a la esperanza, demuestra aceptar el diálogo y la mentalidad experimental del mundo moderno. Llegamos nuevamente -como final de un ciclo, podemos decir- a hablar de domus ecclesiae en un sentido análogo al utilizado en los primeros siglos: “Introducid en las iglesias -dice, en efecto, Juan XXIII a los arquitectos franceses- la sencillez, la serenidad y el calor de vuestras casas”.

IV. Principios bí­blico-litúrgicos de una arquitectura sacra
La constitución sobre la sagrada liturgia del Vat. II (SC 122-129), es la relación fundamental sobre una arquitectura que aspire a encarnar en sus formas el carácter comunitario de las celebraciones: se explicita allí­ por parte de la iglesia su voluntad de aceptar la colaboración del arte contemporáneo, concretando entre otras cosas, para los nuevos edificios sagrados, dos objetivos principales: la funcionalidad en orden a la celebración litúrgica y la participación activa de los fieles en la misma liturgia. Este último objetivo, por no estar configurado por simbolismos exteriores, es de fácil aceptación por parte del arquitecto,mientras que la funcionalidad con miras a una acción, como signo que es de la nueva alianza entre Dios y los hombres, exige conocer la verdadera esencia, el significado teológico de las acciones litúrgicas, del culto divino y, sobre todo, de la celebración eucarí­stica, de los sacramentos de iniciación y de la liturgia de las Horas (SC 5-20)
Ahora bien, según la óptica del NT, el templo es Cristo, el Cristo total (caput et membra): Cristo y la iglesia conjuntamente, es decir, el pueblo redimido que se congrega para celebrar su memorial en las acciones sacramentales, en la proclamación del evangelio, en la oración comunitaria.

De este fundamental proceso de espiritualización es de donde deriva que el edificio del culto cristiano no sea ya, como sucedí­a en los templos paganos e incluso en el templo de Jerusalén, la morada de la divinidad: es más bien el lugar donde se congrega la comunidad de los fieles para celebrar los misterios de Cristo y hacer presente entre los fieles al mismo Cristo. Mas el lugar que congrega a la comunidad para celebrar con Cristo y en Cristo el misterio de la salvación se convierte igualmente en lugar sagrado por la permanente presencia de Cristo en el sacramento de su cuerpo (cf instr. Eucharisticum Mysterium, 1967, 49).

Todo simbolismo exterior al significado de esta doble presencia de Cristo habrá de considerarse como elemento de segundo orden.

V. Funcionalidad litúrgica
1. EN LOS EDIFICIOS HISTí“RICOS. Es necesario antes advertir que las tipologí­as históricas, con su carga de significados y de experiencias estratificadas, son aceptables por lo que tienen de expresión de una andadura de fe y una cultura que se aplicaron según modalidades propias, si bien reavivándolas hoy a la luz de las aportaciones litúrgicas conciliares; en efecto, y con frecuencia, el uso ‘de tales tipologí­as, unidas a las caracterí­sticas artí­sticas e históricas del monumento -no sólo ineliminables, sino dignas también de conservarse celosamente-, puede aparecer como impedimento frente a la celebración de una liturgia renovada.

Los lí­mites objetivos que, caso por caso, señalan las valoraciones histórico-artí­sticas no siempre permitirán alcanzar óptimas soluciones. Ello no justifica la exigencia culturalmente inaceptable de intervenciones destructoras; baste considerar que una comunidad bien estructurada y fuerte en su fe no halla dificultad alguna en celebrar la liturgia incluso en un prado, y menos aún la encontrará en celebrarla en un edificio cuya evocación del pasado pueda favorecer el sentido de la comunión eclesial. Frente a obstáculos objetivos a unas intervenciones, la competente autoridad eclesiástica podrá circunstancialmente urgir adaptaciones pastorales adecuadas a la acción litúrgica local. Por lo demás, las directrices de la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia no constituyen ninguna serie de normas fijas que, de no aplicarse, harí­an ineficaces las acciones litúrgicas, aunque sí­ expresan una necesidad de clarificación y de comprensión que permita una plena participación en la acción litúrgica como fuente de vida del cristiano en la iglesia.

2. EN LOS NUEVOS EDIFICIOS. La atención del lector se centrará ahora en la relación que se establece entre espacio arquitectónico y acción litúrgica. Precisemos inmediatamente cómo la primera aportación concreta de la arquitectura puede y debe ser el eliminar el mayor número de obstáculos técnicos y de formas que dificulten un armónico desarrollo de los ritos, desde las celebraciones litúrgicas y paralitúrgicas hasta las formas de piedad privada y comunitaria. Consiguientemente, la adecuación tipológica de la arquitectura religiosa es posible en la medida en que se analicen los significados y las exigencias de la acción litúrgica, en estrecha relación con la comunidad jerárquicamente ordenada que celebra. La conciencia del significado (y, por tanto, no sólo de las exigencias funcionales) es necesaria para explicitar y reconocer los valores relacionales que se establecen cada vez que una presencia material, por su inamovilidad, constituye un signo perceptible. Por lo mismo, la funcionalidad litúrgica, entendida como conjunto de relaciones significativas entre los elementos materiales humanos y divinos que forman el edificio-iglesia, dimana de la eclesiologí­a como doctrina teológica sobre la iglesia. Si la relación de comunicación constituye una señal significante, esta última no es a su vez sino el resultado de una compleja intuición de carácter arquitectónico-artí­stico, cuyo éxito solamente puede comprobarse en la elaboración de cada obra según las especí­ficas cualidades que la caracterizan.

Serí­a, pues, nuevamente limitante pretender enmarañar con normas concretas o con modelos uniformes las orientaciones nacidas del análisis de los significados y exigencias de la acción litúrgica, ya que la instrumentación formal que utiliza el realizador arquitectónico posee sus peculiares caracterí­sticas. Es fácil demostrar, por ejemplo, cómola presencia eucarí­stica (el sagrario) situada fuera del altar mayor puede circunstancialmente relacionarse, en términos de significado, con un objeto secundario al no coincidir con el centro ideal del presbiterio; pero, a la inversa, el sagrario, aun situado fuera del altar -si bien en una singular condición espacial entendida como un conjunto homogéneo de formas y de luces-, puede también constituir, si tal es el fin, el centro principal de referencia cuando no hay celebración.

La casi ilimitada potencialidad concedida al artí­fice formal para asignar valores y significados a las distintas partes por medio de relaciones espaciales especí­ficas -en el uso de materiales, en la forma, en la dimensión y en la iluminación- tan sólo exige del comitente la individuación del contenido, que no, ciertamente, la prefiguración de soluciones arquitectónicas.

VI. El signo en la ciudad
En el indiferenciado y caótico tejido del actual contexto urbano serí­a fundamental hallar un lugar más reconocible donde pudiera el espí­ritu humano encontrarse con Cristo en la liturgia. Tal lugar habrá de ser un espacio urbano destinado al encuentro con el Señor y en el que se agrupen los seres humanos en torno a la única mesa y la única palabra; habrá de ser sobre todo reconocible como lugar santo; no sólo por el hecho de celebrarse en él el santo sacrificio, sino también en virtud de la santidad de quienes allí­ se congregan. Deberá ser un espacio acogedor y accesible, donde pueda el hombre encontrarse consigo mismo y encontrar al Otro en una dimensión de diálogo, de amistad y de oracióny que estimule, por otra parte, la realización de la solidaridad humana.

El programa, simplemente perfilado y grávido de esperanza, no apunta inmediatamente a una tipologí­a arquitectónica predeterminada; sus caracterí­sticas implicaciones son: a) la acogida, entendida -en lenguaje arquitectónico urbaní­stico- como comodidad y facilidad de acceso, predisposición de ambientes aptos para el encuentro, no referidos, por consiguiente, a elaboradas simbologí­as; b) la integración arquitectónica y urbaní­stica, como correlación con los espacios y las realidades urbanas circundantes. Una realización de este tipo debe contar con las condiciones de la vida local, así­ como con la forma, dimensión y caracterí­sticas de las instalaciones humanas de su alrededor. La preeminencia dimensional y su monumentalidad predeterminadas no serí­an justificables si no se las confronta con la exigencia de individuación de un espacio social apropiado para la función señalada; c) la apertura, como posibilidad integradora del momento cultual con el misionero: por consiguiente, flexibilidad, adaptación a la realidad local dentro de su devenir, siguiendo programas concretos en relación con la vida de la comunidad. Más que de una sala, debe hablarse de una’ domus ecclesiae donde el espacio para la asamblea litúrgica es el corazón de un organismo vivo [-> infra, VIII, 4]; d) la reconocibilidad, como presencia permanente y real de Cristo en la eucaristí­a, dentro de la ciudad, como señal, incluso, arquitectónica de reconocibilidad de un lugar donde Cristo, único sacerdote, provoca una respuesta aun por parte de cuantos no tienen conciencia de vivir una dimensión de fe.

VII. La relación comitente-arquitecto artista
Se hace necesaria una consiguiente especificación. Entre las dos posturas extremas: dejar al técnico/artista toda decisión o predeterminar por parte de las comisiones eclesiásticas competentes los modelos uní­vocos, se ve la conveniencia de reconsiderar juntos, comunidad local y artistas -como momento de madurez de la comunidad y de concienciación del artista-, la doctrina teológica sobre la iglesia; con lo que se consigue la individuación no de espacios ni de formas, sino de contenidos, de significados de las presencias y de las especí­ficas exigencias locales que puedan constituir la base del programa edilicio a cuya realización concurren de igual manera la intuición, la creatividad, la sensibilidad del artista -correlativas a los ví­nculos internos y externos del programa mismo- dentro de un proceso unitario formativo de la obra. La comunidad local, las comisiones diocesanas y la central sobre el arte sacro podrán después comprobar, dentro de esa correcta relación, la pertinencia y la calidad de la respuesta artí­stica.

Las experiencias recientes. Para comprobar las consideraciones que nos hemos venido haciendo hasta aquí­, resultarí­a casi imposible remitir a obras arquitectónicas ubicadas en distintas ciudades. Tales obras, por lo demás, se prestarí­an a ser interpretadas a través de las simplificaciones convencionales de sus plantas, de su secciones, de sus fachadas; ahora bien, sólo un experto o perito puede apreciar en tales representaciones el valor del espacio arquitectónico resultante y de su significado; por otra parte, en casi todas las publicaciones se representa el edificio-iglesia sin contar con el ámbito edificado circundante ni con las relaciones espaciales y el significado que con su presencia viene a tener la obra en una concreta instalación humana; si, finalmente y por otra parte, se llega a dar imágenes del espacio interior, éste aparece siempre inexplicablemente vací­o. Es, pues, más útil consultar los resultados de los concursos en que los artistas como grupo y con la colaboración de teólogos y liturgistas han tratado de dar una respuesta personal, pero sobre todo eclesiológica.

El descubrimiento más importante de las propuestas arquitectónicas que durante estos últimos años han venido madurando es la enorme diferenciación espacial y formal de cada realización, con el consiguiente desconcierto de quien, buscando soluciones uní­vocas y loables, está llamado a juzgar o, incluso, a intervenir en la programación y realización de un conjunto religioso.

Ante el intento de superar al menos en parte las dificultades, puede resultar útil deducir de todo lo anteriormente expuesto una serie de indicaciones que puedan servir de orientación, ya en la interpretación crí­tica de las recientes realizaciones, ya en la programación de las nuevas domus ecclesiae. Cada interesado podrá así­ adquirir y comprobar, en situaciones concretas, todas aquellas referencias de orden particular y local, necesarias para comprender el significado de la obra.

VIII. Orientaciones para la praxis
El problema de una interpretación crí­tica y bien orientada de las obras de arquitectura religiosa, realizadas o sin realizar, se nos plantea desda la exigencia misma de encontrar posturas comunes que, dentro de situaciones diversas, puedan llevar a reconstruir no ya una imagen formal única, sino una modalidad de la unidad de la iglesia visible.

1. UNIDAD EN LA DIVERSIDAD. No conviene, pues, sugerir un único modelo de iglesia (edificio arquitectónico) como signo de la unidad de los cristianos, confundiendo así­ la unidad en espí­ritu y verdad con la uniformidad de las tipologí­as y de la forma arquitectónica. La arquitectura se expresará como servicio a la iglesia sólo cuando se transforme en edilicia eclesial en el sentido ya varias veces invocado. Las invariables que vamos a señalar se traen como orientación para una definición siempre local del edificio sagrado, por lo que deben interpretarse dentro de unos contextos urbanos bien determinados.

Las indicaciones recogidas en los cinco puntos siguientes no configuran ningún modelo arquitectónico concreto, sino más bien las modalidades determinadas, y frecuentemente olvidadas, que constituyen unos puntos de referencia en orden a la definición del programa edilicio, elaborado conjuntamente por el arquitecto y por la comunidad local, así­ como un instrumento de comprobación de las proposiciones del realizador arquitectónico. Se podrí­a decir, en definitiva, que una iglesia-edificio que, en la diversidad de situaciones, no tenga en cuenta las cinco siguientes invariables, por hermosa que sea, no es “hoy” una iglesia. Ese más, que tal vez todos quisieran, lo proporcionará la modalidad con que la comunidad cristiana se identifique con la iglesia de Cristo.

2. EL RESPETO Tí“PICO (1ª. invariable). Cada ambiente, cada lugar tiene sus especí­ficas propiedades, que exigen una respuesta adecuada. Situaciones urbanas, morfológicas, ambientales, materiales, métodos constructivos locales: todo ello debe ser valorado y asumido amorosamente como material para la construcción localizada del edificio-iglesia. No hay aquí­ justificaciones religiosas, de prestigio, de solemnidad, que avalen contrarias posturas. Esta fundamental orientación no excluye el nacimiento de nuevas catedrales; lo que sí­ excluye con toda claridad son las catedrales en el desierto.

3. LA ACOGIDA (2ª. invariable). La iglesia es un edificio para todos; y son sobre todo los más débiles, los niños, los ancianos, los inválidos quienes más necesidad tienen de sus amorosas atenciones. Las estructuras arquitectónicas deben contar con la realidad articulada del pueblo de Dios. Un edificio accesible, caracterizado por unas estructuras para la acogida, es un modo de ser y una invitación universal a la escucha del mensaje. Para muchos, tal invitación puede llegar a ser una constante interpelación; esta disponibilidad -que es la esencia de la pobreza evangélica-puede crear dificultades: es un riesgo que se corre, so pena de cerrarse en defensa de estructuras de seguridad que marginan a otros muchos. El testimonio de los mejores miembros del pueblo de Dios, los santos que nos han precedido en el camino de la salvación, constituye la primera referencia significativa en el área de la acogida. La acción comunitaria no se realiza entre indiferentes, sino entre hermanos en Cristo: no es posible una comunidad sin fraternidad humana. Un lugar para el encuentro fraterno, antes y después del encuentro con Cristo en la liturgia, distingue a la comunidad cristiana de un self-service que no otorga ningún valor a las relaciones interpersonales entre sus clientes. Más todaví­a: la apelación – al uso de los medios técnicos, que tantas veces se invoca en las instrucciones para la exacta aplicación de la constitución vaticana sobre la liturgia, debe llevar a una más atenta consideración de los aspectos ligados a la acogida: la ventilación, la iluminación adecuada, las condiciones acústicas y de recogimiento; factores frecuentemente olvidados en edificios que no parecen en absoluto construidos para una asamblea de personas humanas.
4. LA “DOMUS ECCLESIAE” (3ª. invariable). La domus ecclesiae indicaba un conjunto de locales diversos para los servicios de la comunidad, que comprendí­an, en el corazón mismo de la domus, la sala para la celebración de la liturgia. Si se adopta nuevamente esta expresión, no es por una maní­a arqueologizante o de retorno a los orí­genes, sino por descubrir explí­citos en ella, dentro de su dinámica de organización, los tres grandes aspectos de la iglesia: el profético, el litúrgico y el caritativo. Evidentemente, ha de ser la pastoral la que indique, con participación de la comunidad, la exigencia, la dimensión, la utilidad y el radio de influencia de tales estructuras. El edificio-iglesia, por consiguiente, está pensado como una pequeña ciudad dentro de la ciudad, como una realización de la Jerusalén terrena, anticipación de la nueva Jerusalén.

5. EL ESPACIO ARQUITECTí“NICO PARA LA ASAMBLEA LITÚRGICA (4ª. invariable). La iglesia, compuesta de personas, no es ante todo una estructura, sino fundamentalmente comunión, comunidad. Hacer posible la participación significa, en primer lugar, eliminar los obstáculos que pudieran impedir la libre acción de la comunidad: ésta debe poderse ver, sentir, cantar juntos. La liturgia es acción que debe hacerse posible. La distinción o diferencia ministerial impone aquí­ la necesidad de distinguir el área presbiterial y la del aula, que no es, sin embargo, una separación: la presidencia de la asamblea lo es para nosotros y con nosotros. Dentro del aula tienen su lugar especí­fico los centros ministeriales para la eucaristí­a, para la iniciación cristiana, para la reconciliación y el lugar de la presencia eucarí­stica. La copresencia de todos ellos, por otra parte significativa, impone una articulación que, según los diversos momentos de la celebración, llegue a establecer el centro de referencia como polo privilegiado. La luz, la forma, el espacio arquitectónico; todo debe dar una respuesta adecuada.

a) El centro ministerial para la eucaristí­a. En el área presbiterial están colocados el altar, el ambón y la sede presidencial. La centralidad del altar no es un marco geométrico, sino una caracterí­stica del espacio. El ambón es el lugar de la proclamación de la palabra, es la mesa de la palabra: Cristo es el único sacerdote. El recorrido procesional que conduce hasta el área presbiterial debe pasar por en medio de la comunidad congregada: la vestición, la preparación del celebrante es ya un comienzo de la celebración (sacristí­a).
b) El centro para la iniciación cristiana. Lo forma la pila bautismal; ahí­ se guardan también el crisma y los santos óleos para la administración del sacramento de la confirmación. Es un lugar donde, al recibir el bautismo, se pide ser acogidos en el seno de la iglesia, ser hermanos en Cristo, hijos del Padre, signo pascual. Es un lugar vivo, de gozo; es un lugar de acogida que lleva a la eucaristí­a. Es la ecclesia que acoge; en modo alguno un lugar privado, sino el lugar propio de una celebración comunitaria.

c) El centro para la reconciliación. Es el lugar donde personalmente respondemos a la invitación de “dejarnos reconciliar” con el Padre, para ser readmitidos a la comunión con los hermanos. Es una respuesta que damos personalmente, pero sin dejar de ser la comunidad la que acoge de nuevo: el lugar, por consiguiente, no puede pensarse independiente del aula comunitaria.
d) El lugar de la presencia eucarí­stica. No es el lugar de la celebración. El misterio eucarí­stico hace sacramentalmente presente a Cristo: se le rinde a este misterio acción de gracias y culto. La presencia eucarí­stica es el principal signo real que llena nuestras iglesias cuando no hay celebraciones, lo que distingue un lugar sagrado de otro ordenado a una comunidad humana. Cristo se ofrece a todos y por todos bajo las sagradas especies: tal ofrenda se presenta como peculiaridad permanente del edificio, signo real que puede distinguir incluso exteriormente el edificio-iglesia.

6. EL SIGNO DEL TESTIMONIO (5ª. invariable). El edificio-iglesia, aun sin la presencia fí­sica de los fieles, está lleno del Espí­ritu de Cristo, el Espí­ritu que guí­a y ayuda a testimoniar la esperanza y el gozo anunciados al mundo. El edificio-iglesia es un continuo interrogante para quien recorre las calles de un barrio, es una invitación a la participación, es el lugar donde la comunidad aprende, a la luz de la palabra de Dios, a vivir la comunión y a rechazar las rivalidades, la indiferencia y el individualismo de la sociedad. Es un signo pedagógico, un instrumento de conocimiento del mensaje. En la Jerusalén mesiánica, descrita en el Apocalipsis de san Juan, leemos: “… la ciudad está rodeada por un muro grande y alto con doce puertas…, al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al mediodí­a tres puertas, al occidente tres puertas…” (Apo 21:12-13). Es una ciudad abierta a todos, si bien es el bautismo el único tí­tulo de pertenencia a la misma.

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E. Abruzzini
BIBLIOGRAFíA, Busquets P., Examen de la problemática actual de las construcciones eclesiales, en “Phase” 68 (1972) 147-167; Un ejemplo de análisis semiológico en la liturgia: el edificio eclesial, en “Phase” 76 (1973) 329-339; Castex J., El templo después del concilio. Arte y liturgia de las iglesias, imágenes, ornamentos y vasos sagrados, PPC, Madrid 1967; Cerezo M., Construcción y adaptación de iglesias, Desclée, Bilbao 1967; Dí­az-Caneja M., Arquitectura y liturgia, Artes Gráficas Grijelmo, Bilbao 1947; De Fusco R., Arquitectura como “mass medium” Anagrama, Barcelona 1970; Fernández A., Iglesias nuevas en España, La Polí­grafa, Barcelona 1963; Fernández Arenas J., La arquitectura mozárabe, La Polí­grafa, Barcelona 1972; Hall E., La dimensión oculta. Enfoque antropológico del uso del espacio, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid 1973; Hani J., El simbolismo del templo cristiano, J. Olañeta, Barcelona 1983; Iturgaiz D., Arquitectura y liturgia bautismal hispanovisigótica, en “La Ciencia Tomista” 98 (1971) 531-579; Luz y color en la arquitectura basí­lica( paleocristiana, ib, 99 (1972) 367-400; Ramseyer J. Ph., La palabra y la imagen. Liturgia, arquitectura, arte sacro, Dinor, San Sebastián 1967; Rombold G., Arquitectura religiosa y libertad creadora de nuestras comunidades, en “Concilium” 62 (1971) 251-259; Tedeschi E., Teorí­a de la arquitectura, Nueva Visión, Buenos Aires 19692; VV.AA., Conversaciones sobre arquitectura religiosa, Patronato Municipal de la Vivienda, Barcelona 1964; VV.AA., Escenario de la celebración eucarí­stica, en “Phase” 32 (1966) 78-124; VV.AA., Arquitectura como semiótica, Nueva Visión, Buenos Aires 1971; VV.AA., Las casas de la Iglesia, en “Phase” I11 (1979) 177-269; Zevi B., Saber ver la arquitectura, Poseidón, Barcelona 1979′; Zunzunegui J.M., La iglesia, casa del pueblo de Dios. Arquitectura y liturgia, IDATZ, San Sebastián 1979; véase también la bibliografí­a de Lugares de la celebración.

D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia

Arte de proyectar y construir edificios. De un examen del registro bí­blico se trasluce que en el transcurso de los mil seiscientos cincuenta y seis años previos al Diluvio del dí­a de Noé, hubo una diversificación tanto de los estilos de construcción de viviendas como de las costumbres domésticas. Después del asesinato de Abel, se dice que Caí­n †œse puso a morar† en un determinado lugar y que allí­ †œse ocupó en edificar una ciudad†. (Gé 4:16, 17.) Jabal, uno de sus descendientes, llegó a ser el †œfundador de los que moran en tiendas y tienen ganado†, mientras que otro de sus descendientes fue †œforjador de toda clase de herramienta de cobre y de hierro†. (Gé 4:20, 22.) Si bien los descendientes de Caí­n perecieron en el Diluvio, las aptitudes manuales y el empleo de herramientas no desaparecieron con ellos.
No obstante, la obra de construcción realmente sobresaliente de ese perí­odo antediluviano —el arca que Noé y sus hijos edificaron— la llevaron a cabo descendientes de Set. Aunque Dios proporcionó la estructura básica y sus dimensiones, es de justicia reconocer las aptitudes arquitectónicas de Noé, el maestro de obras. Las dimensiones del arca fueron: 300 codos de longitud (133,5 m.), 50 codos de anchura (22,3 m.) y 30 codos de altura (13,4 m.), y es posible que haya tenido unos 9.000 m.2 de superficie hábil. Para que una estructura como esa —con tres pisos y una techumbre con voladizo— pudiese soportar todo su peso y tuviese suficiente estabilidad, necesitaba, además de los †œcompartimientos†, un entramado de columnas y travesaños de madera. Aunque se calafateó con alquitrán, fue necesario además casar y ajustar bien los maderos a fin de conseguir la máxima impermeabilidad posible. (Gé 6:13-16; véase ARCA núm. 1.)

Primeras edificaciones postdiluvianas. Después del Diluvio, la Biblia menciona a Nemrod, destacado edificador de varias ciudades. (Gé 10:8-12.) Por entonces se emprendió otra construcción de grandes proporciones: la Torre de Babel, una obra que Dios desaprobó. En su construcción se emplearon nuevos materiales, como ladrillos de arcilla cocida y argamasa de betún. La intención de los edificadores era hacer de esa torre la edificación más alta conocida hasta entonces. (Gé 11:3, 4.)
Seguramente Abrahán, el antepasado de los israelitas, vio en Ur de los caldeos estilos arquitectónicos bastante avanzados. (Gé 11:31.) Las excavaciones practicadas en ese emplazamiento han puesto al descubierto el trazado de calles, edificios de dos plantas con escaleras de ladrillos y conjuntos de templos y palacios que, según estimaciones, datan del III milenio a. E.C. En estos edificios se hallaron también los indicios más antiguos del empleo de arcos voladizos (se construí­an entre dos paredes, haciendo avanzar hiladas sucesivas hasta cerrar el vano) y arcos de medio punto con piedra clave.
Más tarde, durante su estancia en Egipto (Gé 12:10), es posible que Abrahán observara las maravillas arquitectónicas de aquella tierra. Se cree que la pirámide escalonada de Saqqara, construida para el rey Djeser (Zoser), data del III milenio a. E.C., y es uno de los ejemplos más antiguos que quedan de edificaciones monumentales en bloques de piedra labrada. (GRABADO, vol. 1, pág. 530.) La gran pirámide de Khufú (Keops), construida en Gizeh algún tiempo después y cuya inmensa base ocupa una superficie de unas 5,3 Ha., fue erigida con 2.300.000 bloques de piedra caliza, cada uno de los cuales tení­a un peso aproximado de 2,3 Tm. Al tiempo de su construcción, su altura debió ser de 147 m.; sin embargo, a los arquitectos de nuestra época no solo les impresiona por su altura y tamaño, sino por la gran precisión en la ejecución de la obra. Algunos siglos después, los egipcios edificaron más hacia el N., en la orilla oriental del Nilo, el templo de Karnak, el templo más grande conocido que jamás haya construido el hombre. Su techumbre se sostení­a sobre 134 grandes columnas que tení­an un diámetro de 3 m. y estaban decoradas con relieves en vivos colores.

Arquitectura israelita. Durante el perí­odo de sometimiento a esclavitud en Egipto, los israelitas participaron en numerosos trabajos de construcción bajo la dirección de capataces egipcios. (Ex 1:11-14.) Algún tiempo después, Jehová les dio instrucciones en el desierto para que erigiesen el tabernáculo a base de armazones, pedestales con encajaduras, barras y columnas, una estructura cuya ejecución también requerirí­a gran ingenio arquitectónico. (Ex 25:9, 40; 26:15-37; Heb 8:5.) Si bien es cierto que la mayorí­a de los que realizaron este trabajo (y que en Egipto habí­an participado en labores de construcción) murieron antes de llegar a la Tierra Prometida, la generación que les sucedió llevó consigo el concepto y los métodos de construcción, así­ como el conocimiento del manejo de las herramientas destinadas a ese fin. (Compárese con Dt 27:5.) La ley mosaica prescribí­a al menos un requisito aplicable a la construcción. (Dt 22:8.) Como era de esperar, cuando los israelitas conquistaron la tierra, tomaron pueblos y ciudades enteras con sus edificaciones intactas, aunque también llevaron a cabo labores de construcción. (Nú 32:16; Dt 6:10, 11; 8:12.) Por aquel entonces (1473 a. E.C.), en Canaán habí­a muchas ciudades amuralladas y fuertemente fortificadas. (Nú 13:28.)
Aunque el pueblo de Israel no ha dejado restos arquitectónicos impresionantes que demuestren su originalidad e ingenio en este campo, no se debe suponer que carecí­a de esos conocimientos. A diferencia de las naciones paganas, Israel no erigió grandes monumentos en honor de sus gobernantes o sus héroes militares. Por otra parte, aun cuando se construyó un único templo ubicado en Jerusalén, la apostasí­a dio lugar a la edificación de otros centros de adoración falsa. Hoy nada queda ni del primer templo ni del que le sucedió. Entre las ruinas más impresionantes que se han descubierto se hallan las puertas que daban entrada a las ciudades de Meguidó, Hazor y Guézer, todas ellas de idéntica construcción y edificadas, según se cree, durante el reinado de Salomón. (1Re 9:15.) La extensión del muro exterior de cada una de estas tres puertas era de unos 20 m. y habí­a sido levantado con piedras colocadas cuidadosamente. El paso de entrada tení­a a cada lado tres pilastras equidistantes que hací­an de jambas y permití­an la formación de seis cámaras, tres a cada lado, que lo flanqueaban, donde se solí­an materializar algunas operaciones comerciales o se apostaban soldados con el fin de repeler el intento de los ejércitos enemigos de abrirse paso al interior de la ciudad. (Véase PUERTA, PASO DE ENTRADA.) En Meguidó y en Samaria se han encontrado ejemplos de mamposterí­a de gran calidad, piedras cinceladas con meticulosidad y colocadas en su lugar, unidas con tal precisión, que en algunos casos ni siquiera ha sido posible introducir entre dos de ellas la hoja delgada de un cuchillo. Con toda seguridad, la construcción del templo de Salomón se llevó a cabo con la misma alta calidad. (1Re 5:17; 6:7.)
Los hallazgos arqueológicos nos permiten deducir que las casas israelitas debieron ser, por lo general, de construcción muy modesta, o incluso muy toscas, según afirman algunos investigadores. Sin embargo, las pruebas en las que se basan esas opiniones son muy exiguas. A este respecto, The Interpreter†™s Dictionary of the Bible dice: †œEl conocimiento que hoy se tiene del tema se halla limitado tanto por la escasa atención que los escritores antiguos le dedicaron a la arquitectura, como por los pocos restos de edificaciones que han quedado, la mayorí­a de las cuales han sido destruidas con el paso del tiempo y debido a la acción de generaciones posteriores de edificadores† (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 209). En consecuencia, es infrecuente topar con más de una o dos hiladas de mamposterí­a sobre la cimentación de los restos de las edificaciones halladas en Palestina. Por otra parte, también es razonable suponer que las mejores casas hayan sido el blanco principal del saqueo y la acción depredadora de buscadores de materiales de construcción.

Materiales y métodos de construcción en la antigüedad. Desde tiempos antiguos ha sido común emplear la cimentación de piedra para las edificaciones. Cuando se usaban piedras sin labrar, se alineaban y uní­an a una piedra angular, que se alisaba y ajustaba convenientemente. (Compárese con Sl 118:22; Isa 28:16.) En Leví­tico 14:40-48 se hace referencia al mortero de barro que empleaban los israelitas para enlucir sus casas de piedra. Si el resto de la casa, aparte de la cimentación, no se acababa en piedra, se levantaban las paredes con ladrillos de argamasa de barro sobre el fundamento pétreo. (Compárese con Isa 9:10.) A veces se combinaba la madera con la construcción a base de ladrillos. El uso de determinados materiales dependí­a de la materia prima disponible en la zona. En Mesopotamia, por ejemplo, siendo que se carecí­a de madera y piedra, se utilizaba sobre todo el ladrillo de adobe, mientras que en Palestina solí­a abundar la piedra caliza y otros tipos de piedra. El zarzo emplastecido era un método primitivo y económico de levantar una pared: se clavaban en tierra unas estacas, a las que se iba entretejiendo un entramado de cañas o mimbres sobre el que se aplicaba arcilla. Seca y endurecida esta al calor del Sol, la pared formada se enlucí­a cada cierto tiempo con el fin de protegerla de los elementos. (Véase MUROS.)
El techo de una edificación solí­a hacerse colocando travesaños de madera o piedra entre dos paredes maestras, aunque también podí­an colocarse postes o pilares entre las dos paredes, apoyando sobre estos los travesaños, para ampliar el vano de la techumbre. Como desde tiempos antiguos ya se conocí­an y empleaban el arco voladizo y el arco de medio punto, capaces de aguantar mucho más peso, es probable que se utilizase este recurso en edificaciones más grandes para sostener techumbres planas. En estas construcciones se acostumbraba a colocar dos hileras de columnas de madera o piedra, cada una sobre un basamento o plinto. Se ha afirmado que eran de este tipo las columnas de la casa de Dagón, adonde los filisteos llevaron a Sansón después de cegarlo. En aquella ocasión, habí­a unas tres mil personas sobre el techo observando a Sansón, aparte de los que se hallaban reunidos en la casa, cuando este juez derribó las dos columnas y toda la casa se vino abajo. (Jue 16:25-30.)
El techo de las casas y las edificaciones más pequeñas solí­a hacerse de atados de ramajes o juncos que se colocaban apretados de una viga a otra y se recubrí­an con una capa de arcilla, que luego se alisaba. Al techo se le daba una ligera pendiente para que vertiese el agua. Este tipo de techumbre aún se encuentra en las viviendas actuales del valle del Jordán.
Las edificaciones de Palestina seguí­an básicamente el modelo rectangular. Si se trataba de una vivienda familiar, la distribución interior seguí­a una disposición algo irregular a base de pequeñas habitaciones rectangulares. El poco espacio disponible en las ciudades, por lo general superpobladas, determinaba el tamaño y la forma de los edificios. Si se tení­a suficiente espacio, podí­a hacerse un patio interior, en torno al que se disponí­an las habitaciones —todas ellas con acceso a este— y con una única puerta de entrada desde la calle. El mismo concepto de edificación de estilo rectangular, normal en las viviendas familiares, se usó también en la construcción de residencias reales, almacenes, centros de reunión —como las sinagogas—, tumbas y en la construcción de la casa de Dios: el templo.

Obras que realizaron los reyes de Judá e Israel. Cierto es que el registro bí­blico dice que David edificó casas en Jerusalén (1Cr 15:1), pero, al parecer, la única edificación mencionada especí­ficamente que se levantó durante el reinado de David fue la †œcasa de cedros†, construida con materiales y mano de obra aportados por el rey fenicio Hiram de Tiro. (1Cr 14:1; 17:1.) David también hizo grandes preparativos para la construcción del templo que se erigió durante el reinado de su hijo Salomón. Entre otras cosas, mandó labrar piedras cuadradas, forjar clavos de hierro, almacenar cobre y madera de cedro †œen gran cantidad† y, con el mismo fin, guardó un abastecimiento de oro, piedras preciosas y piedrecitas de mosaico. (1Cr 22:1-4; 29:1-5.) Además, fue el medio que Dios usó para inspirar el †œplano arquitectónico† de todo el templo y su equipamiento. (1Cr 28:11, 19.) La palabra hebrea para la expresión †œplano arquitectónico† (tav·ní­th) proviene de la raí­z ba·náh (†œedificar†; 1Cr 22:11), y en otros lugares se traduce por †œmodelo† y †œrepresentación†. (Ex 25:9; 1Cr 28:18.)
La arquitectura israelita alcanzó su máximo esplendor durante el reinado de Salomón. (2Cr 1:15; Ec 2:4-6.) Si bien es verdad que fueron los obreros fenicios del rey Hiram quienes cortaron la madera de cedro de los bosques del Lí­bano que se empleó en la construcción del templo, el registro bí­blico no apoya el punto de vista generalizado de que el templo de Jerusalén fue principal y fundamentalmente una obra de los fenicios. El registro menciona a un fenicio-israelita llamado Hiram que contribuyó en la obra de edificación, pero su trabajo tuvo que ver, sobre todo, con labores decorativas y de metalisterí­a, trabajos realizados después que el templo habí­a sido construido, siguiendo los planos proporcionados por David. (1Cr 28:19.) El rey Hiram de Tiro reconoció que entre los israelitas también habí­a †œhombres hábiles†. (1Re 7:13-40; 2Cr 2:3, 8-16; compárese con 28:20, 21.) Por otra parte, fue el propio Salomón quien dirigió las obras de edificación del templo (1Re 6:1-38; 2Cr 3:1–4:22), como también el que construyó el patio del templo, la Casa del Bosque del Lí­bano —singular por sus cuarenta y cinco columnas de madera de cedro y su especial diseño para la iluminación—, el Pórtico de las Columnas, el Pórtico del Trono, su propia casa y la casa para la hija de Faraón, todo a base de piedra labrada costosa †˜conforme a medida†™. (1Re 7:1-12.)
Otros reyes que se destacaron por sus edificaciones fueron Asá (1Re 15:23), Baasá (1Re 15:17), Omrí­ (1Re 16:23, 24), Acab (1Re 22:39), Jehosafat (2Cr 17:12), Uzí­as (2Cr 26:6-10, 15), Jotán (2Cr 27:3, 4) y Ezequí­as (2Re 20:20). El túnel de Siloam (533 m. de largo), atribuido a Ezequí­as, y los túneles descubiertos en Lakí­s, Gabaón, Guézer y Meguidó, fueron verdaderas proezas de ingenierí­a.

Edificaciones postexí­licas en Palestina. Parece que durante este perí­odo el pueblo judí­o solo llevó a cabo construcciones modestas. Sin embargo, en el siglo I a. E.C., tanto Herodes el Grande como sus sucesores emprendieron grandes obras arquitectónicas, que incluyeron la reconstrucción del templo de Jerusalén (Mr 13:1, 2; Lu 21:5), el puerto de Cesarea, un gran viaducto que atravesaba la parte central de Jerusalén, edificios administrativos, teatros, hipódromos y baños públicos. Una de las proezas arquitectónicas más sobresalientes de Herodes el Grande fue la fortaleza de Masada, construida sobre una montaña que se eleva unos 400 m. sobre el nivel del mar Muerto. Aparte de las zonas fortificadas, Herodes hizo construir un elegante palacio con tres gradas escalonadas colgantes, un jardí­n y varias piscinas. Además, levantó un segundo palacio, que tení­a un baño romano, sistema de calefacción en las paredes y una vasija con conducción de agua para hacerse lavados í­ntimos sentado. Además, dotó a aquella inmensa fortaleza pétrea con doce grandes aljibes, que en conjunto tení­an capacidad para almacenar casi cuarenta millones de litros de agua. (GRABADO, vol. 2, pág. 751.)

Arquitectura asiria, babilonia y persa. Como resultado de la caí­da del reino septentrional de Israel (740 a. E.C.) y la derrota del reino meridional de Judá (607 a. E.C.), el pueblo judí­o tomó contacto con las espléndidas realizaciones arquitectónicas de los imperios asirio, babilonio y persa. El palacio de Jorsabad, levantado por Sargón II, era notable por su uniformidad y simetrí­a, sus magní­ficos relieves, ladrillos vidriados y pinturas en baldosas al esmalte. El palacio que Senaquerib hizo edificar en Ní­nive era una inmensa estructura que tení­a unas setenta habitaciones y más de 3.000 m. lineales de muros con losas esculpidas. (2Re 19:36; compárese con Jon 3:2, 3.) Se cree que fue Senaquerib quien hizo construir un acueducto de 48 Km. de recorrido, para llevar el agua desde el rí­o Gomer hasta los jardines de Ní­nive. En la región oriental de Siria se hallaba el palacio real de Mari, una enorme edificación que tení­a trescientas habitaciones y ocupaba una superficie de 6 Ha. Las ruinas de la antigua Babilonia, con sus impresionantes murallas, avenidas otrora famosas y numerosos palacios y templos, también son un testimonio mudo de una magnificencia extinta.
Es posible que los judí­os que se hallaban en Susa bajo la dominación persa hayan contemplado el esplendor del palacio de Darí­o I y sus recintos interiores, ornamentados con ladrillos vidriados de rico colorido. (GRABADO, vol. 2, pág. 330.) En Persépolis, el fasto tal vez era aún más imponente (GRABADO, vol. 2, pág. 329), desde la Puerta de Jerjes, custodiada por dos colosales toros, hasta el palacio, con las amplias salas de audiencias de Darí­o y Jerjes, y la Sala de las Cien Columnas. Las columnas persas eran más elegantes y estilizadas que las conocidas columnas jónicas de los griegos. La proporción entre la altura y el diámetro de las que se hallaban en la Sala de las Cien Columnas era de 12 a 1, mientras que la proporción máxima de las columnas corintias era de 10 a 1, y solo de 6 a 1 en el caso de las egipcias. Además, el espacio entre columnas en los edificios persas era dos veces más que el que se dejaba en los griegos, con lo que se conseguí­a crear una mayor sensación de espacio, de la que carecí­an edificaciones antiguas similares.

Estilos y métodos griegos y romanos. En el siglo VII a. E.C., la arquitectura griega entró en su †œépoca dorada†, un perí­odo dilatado que duró hasta el siglo IV a. E.C. La ciudad de Atenas se convirtió en centro de majestuosos templos y edificios erigidos en honor de las deidades griegas, como el Partenón, el templo de la Victoria y el Erecteion. Algunas de las construcciones destacadas de Corinto eran el templo de Apolo y la amplí­sima plaza de mercado (a·go·rá). El estilo arquitectónico por lo general recibe el nombre de uno de los tres órdenes de hermosas columnas griegas: dórico, jónico y corintio.
La arquitectura romana debe mucho a los estilos griegos, aunque en términos generales era más funcional y en cierto modo carecí­a de su sutil belleza. Los romanos también se nutrieron de la arquitectura etrusca, conocida por el arco etrusco, montado a base de piedras cortadas en cuña. En el siglo VI a. E.C. se empleó este tipo de arco de forma notable en la construcción de la Cloaca Máxima de Roma. Se atribuye a los arquitectos romanos la difusión del arco de medio punto y la bóveda, elementos empleados en la construcción de rotondas grandes y diáfanas y de espaciosos corredores. Los mamposteros griegos erigieron majestuosas edificaciones sin necesidad de argamasa o cemento, gracias a su singular habilidad y precisión al igualar las juntas de los grandes bloques de mármol que utilizaron. Los romanos usaron una mezcla de tierra volcánica y cal, llamada puzolana, que actuaba como cemento hidráulico de gran fuerza y cohesión. Con el empleo del mortero de puzolana pudieron ampliar el vano de los arcos y construir edificios de varios pisos, como el gigantesco Coliseo, edificación de cuatro pisos que fue construida en el siglo I E.C. y que según diversas estimaciones tení­a un aforo de 40.000 a 87.000 personas sentadas. Entre las construcciones romanas de más valor se hallan las grandes ví­as de comunicación por carretera, de uso militar, y los formidables acueductos, cuyo desarrollo dio comienzo en particular a partir del siglo III a. E.C. El apóstol Pablo dio un buen uso al sistema de carreteras romano, y en su viaje a Roma seguramente vio el acueducto del emperador Claudio, levantado junto a la ví­a Apia.

Arquitectura cristiana. Así­ como la nación de Israel no se distinguió por una arquitectura fastuosa, tampoco fue este el caso de los cristianos primitivos o israelitas espirituales, cuyas edificaciones fueron más bien modestas. A este respecto, el Unger†™s Bible Dictionary (1965, págs. 84, 85) dice: †œHacia el siglo III habí­a en existencia algunas edificaciones que ellos habí­an erigido, pero no eran ni relevantes ni costosas†. Hubo que esperar a la época del emperador Constantino —cuando se favoreció a todos los que estaban predispuestos a relacionarse con el Estado—, para que los cristianos nominales comenzaran a desarrollar un estilo arquitectónico propio, del que con el tiempo saldrí­an algunos de los edificios más recargados y pomposos que se han conocido.

La arquitectura en la profecí­a; uso figurado. En las profecí­as bí­blicas se emplean numerosos términos arquitectónicos, y también se usan en sentido figurado. Las profecí­as sobre la restauración tienen mucho que ver con la edificación (o reedificación) del pueblo de Dios y sus ciudades. (Isa 58:12; 60:10; 61:4; Eze 28:26; 36:36.) Se predice que a Sión se la edificarí­a sobre piedras con argamasa dura, fundamentos de zafiros, almenajes de rubí­es y puertas de piedras relumbrantes como el fuego. (Isa 54:11, 12.) Respecto a la sabidurí­a se comenta que ha edificado su propia casa (Pr 9:1) y que, junto con el discernimiento y el conocimiento, es esencial para la edificación de la familia. (Pr 14:1; 24:3, 4.) A Jehoiaquim se le condena por haber edificado su palacio con injusticia y no haber pagado a los obreros su salario, y a los caldeos, por su parte, por haber edificado una ciudad con derramamiento de sangre y el duro trabajo de pueblos subyugados. (Jer 22:13-15; Hab 2:12, 13.) A los que sin fundamento se imaginan que disfrutan de paz con Dios se les compara a quien construye y enluce un tabique, que Jehová derriba en su furor con una ráfaga de tempestades de viento y piedras de granizo, de manera que lo destroza y pone al descubierto su fundamento. (Eze 13:10-16.) El salmista asegura que a menos que Jehová edifique la casa, en vano trabajan los edificadores. (Sl 127:1.) Asimismo, los que no hacen caso a Dios edificarán casas antes de que venga †œel gran dí­a de Jehovᆝ, pero no las ocuparán. (Sof 1:12-14; compárese con Am 5:11.) En cambio, se dice que los siervos de Dios †œedificarán casas, y las ocuparán† y †œusarán a grado cabal† la obra de sus manos. (Isa 65:17-23; compárese con Ec 3:3.)
En las Escrituras Griegas Cristianas, Jesús hizo referencia a la importancia de calcular el costo antes de iniciar una obra de construcción, cuando animó a los que le escuchaban a evaluar con detenimiento el compromiso de llegar a ser uno de sus seguidores. (Lu 14:28-30.) En varias ilustraciones se pone de relieve la necesidad de colocar un fundamento sólido. (Mt 7:24-27; Lu 6:48, 49; 1Ti 6:17-19; 2Ti 2:19; Heb 11:10.) Jesús también habla de edificar su congregación sobre una †œmasa rocosa† (pé·tra) (Mt 16:18); y del propio Jesús se dice que es el fundamento aparte del cual †œnadie puede poner ningún otro†, aunque también se afirma que es †œla piedra que los edificadores rechazaron†. (1Co 3:11; Mt 21:42; Hch 4:11; Sl 118:22.) Siendo él la principal piedra angular, todas las demás †œpiedras vivas† que constituyen el templo se colocan y alinean sobre él, utilizando por †œcordel de medir† el derecho y por †œinstrumento de nivelar†, la justicia. (Ef 2:20, 21; 1Pe 2:4-8; Isa 28:16, 17.) Jesús comparó su propio cuerpo con un templo que serí­a levantado †œen tres dí­as†, en contraste con el templo de Jerusalén de su dí­a y el conjunto de edificios que lo rodeaban, cuya construcción habí­a tardado unos cuarenta y seis años y aún no habí­a terminado. (Jn 2:18-22.) El apóstol Pablo, †œcomo sabio director de obras†, recomendó que al edificar sobre el fundamento de Cristo, se emplearan materiales de alta calidad, incombustibles. (1Co 3:10-17.) De la cualidad del amor se dice que es un material de construcción básico. (1Co 8:1; compárese con Sl 89:2.) En su visión de la Nueva Jerusalén, el apóstol Juan la describe como una ciudad radiante, formada de piedras preciosas, cuyos muros se apoyaban sobre piedras de fundamento que tení­an inscritos los nombres de †œlos doce apóstoles del Cordero†. (Rev 21:9-27.) Del propio Dios se dice que es el Gran Constructor de todo cuanto existe, por lo que no reside en edificios hechos por el hombre. (Heb 3:4; Hch 7:48-50; 17:24, 25; Isa 66:1.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Comparadas con muchas culturas antiguas, las reliquias arquitectónicas de Palestina correspondientes a la mayor parte de su historia son poco significativas. La naturaleza perecedera de los materiales de construcción que en general se utilizaban es, en parte, la razón de esta deficiencia, como también la frecuente falta de prosperidad de los habitantes en general, sin la cual es imposible emprender la construcción de estructuras monumentales. Si bien la mayor parte de la actividad edilicia en Palestina se llevaba a cabo en forma no profesional, algunos períodos se destacan por su esplendor arquitectónico: el período de bronce medio II, el salomónico, el herodiano, y el omayadiano. El relato bíblico incluye Egipto, la Mesopotamia, Persia, y el mundo clásico, los cuales en su conjunto poseen las reliquias arquitectónicas más imponentes de la antigüedad.

a. Materiales y construcción

Debido a las cantidades que se utilizaban, no era común que los materiales de construcción fuesen transportados grandes distancias. Este es el caso con respecto a la piedra en general, aunque excluyendo el mármol, que en el período romano se transportaba hasta una distancia de 1.500 km. La roca básica de la zona montañosa de *Palestina es la piedra caliza, que se usaba normalmente en las construcciones locales y que, incluso, puede haber sido extraída en el mismo lugar de la construcción, como sucedía en *Samaria y en Ramat Rahel. (BASOR 217, 1975, pp. 37). La piedra arenisca se utilizaba en las franjas costeras de Palestina, mientras que en S de Siria el basalto es una piedra común de construcción. El clima relativamente húmedo de Palestina hacía necesaria la colocación de *cimientos que consistían en muros de escombros, que se elevaban sobre el nivel del suelo a fin de protejer las paredes de adobes de la humedad del suelo. Algunas *fortificaciones se construían casi totalmente de escombros, siendo el caso más antiguo que se conoce una torre neolítica en *Jericó (ca. 7000 a.C.). No fue, sin embargo, hasta ca. 1400 a.C. que se comenzó a emplear la mampostería escuadrada para las construcciones en Palestina. Salomón utilizó mampostería rectangular hilada en muchos de sus edificios, de los cuales son ejemplos las puertas de *Meguido y Gezer. La producción de esta piedra de construcción resultaba costosa y requería mucha mano de obra (2 Cr. 2.18). Ejemplos posteriores de mampostería fina se han encontrado en Samaria y Ramat Rahel, y pueden verse en el “muro de los lamentos” en Jerusalén, que fue edificado por *Herodes el Grande. Durante la monarquía israelita se labraba la piedra para producir una variedad de elementos arquitectónicos, tales como las *columnas protoeólicas (PEQ 109, 1977, pp. 39–52) y la balaustrada de Ramat Rahel que probablemente formaba la parte inferior de una ventana. (* artes y oficios )

La mayoría de los tipos de piedra se han usado en alguna parte del mundo antiguo. Desde el período clásico el mármol fue una de las piedras más preciadas para la construcción, y las ruinas de *Corinto, *Efeso, *Pérgamo, y *Atenas dan una buena impresión de la magnificencia de la arquitectura que empleó dicho material durante el período del NT.

La madera también abundaba en Palestina (Jos. 17.15, 18). Los edificios reales se construían y decoraban con maderas valiosas como el cedro y el ciprés (1 R. 5.6, 8) importadas desde el Líbano, el sándalo (1 R. 10.11–12) de Ofir, y el olivo del país (1 R. 6.23, 31, 33). (* Árboles). Las obras comunes se realizaban normalmente con la madera más apropiada del país, tal como el sicómoro (Is. 9.10, °vm), el pino o el roble. La excavación de una pequeña fortaleza en *Gabaa del año 1000 a.C. aprox. permitió establecer que en la primera construcción se usó el ciprés y el pino, pero, posiblemente debido a la tala de bosques, en la reconstrucción posterior se utilizó el almendro. La gran cantidad de madera carbonizada que se encontró podría indicar que la superestructura era mayormente de madera. Debido a su resistencia a la tensión, se usaba la madera para funciones arquitectónicas vitales como la de servir de sostén para techos, marcos de puertas y ventanas (1 R. 6.31, 34), puertas, y como soportes para las torres en voladizo. Las cañas constituyen el único otro material de construcción que ofrece resistencia a la tensión, y por ese motivo quizás hayan sido usadas para fortalecer las paredes de adobes. Sin embargo, el principal valor de las cañas radica en su uso para la construcción de techos, donde se colocan encima de las vigas de madera para formar una base segura para la cobertura de mezcla. Estos se podían retirar fácilmente (cf. Mr. 2.4).

Los compuestos que comprendían la utilización de tierra eran los materiales más comunes para la construcción en el mundo antiguo. Las tentativas iniciales de construir paredes con masas sólidas de barro seguramente resultaron infructuosas pues la contracción del barro mientras se secaba daría lugar a serios agrietamientos. En lugar de este procedimiento, la práctica normal consistía en dar al barro la forma de terrón o *ladrillo que se secaba al sol antes de incorporarlo a la construcción. En Tell el-Kheleifeh cerca del mar Rojo se encontró un ladrillar en el que había adobes colocados para secarse al sol. Data de ca. 850 a.C. El barro para los adobes se mezclaba con paja triturada, la que no solamente proporcionaba consistencia, sino que también aceleraba el secado y evitaba que el barro se adhiriera al molde mientras se le daba la forma. En Mesopotamia se usaron moldes de madera de forma rectangular desde ca. 4000 a.C., y algo más tarde en Palestina.

Los adobes generalmente se pegaban unos a otros por medio de barro, y luego se los revestía también con revoque de barro. Anualmente todo el edificio se revocaba de nuevo exteriormente, y quizás también del lado interno, a fin de mantener su impermeabilidad. Sin estos trabajos de renovación, los edificios construidos con adobes se deterioran muy pronto. En *Siquem se encontró en los escombros de una casa un pedazo de techo que mostraba sucesivas capas de revoque. Su antigüedad se remonta al 730 a.C. aprox. (G. E. Wright, Shechem, 1965). Excavaciones practicadas en Tell Jemmeh han puesto al descubierto una residencia asiria de ca. 700 a.C. que tiene un techo abovedado de adobes. Este estilo de arquitectura fue común en la Mesopotamia y en Egipto a partir del 3º milenio, pero en Palestina no se conoce ningún caso más antiguo.

En Palestina no se usaron los ladrillos cocidos ni las tejas con anterioridad al período romano, excepto en circunstancias especiales, y aun entonces solamente por las personas pudientes.

b. Descripción general

La vida comunitaria eficiente da como resultado la producción de riqueza que debe ser protegida, de manera que en cuanto el hombre comenzó a establecerse en comunidades se consideró necesario construir *fortificaciones. La forma más primitiva de defensa consistía en reforzar las paredes de las casas en la periferia del poblado. La puerta fue siempre la parte más vulnerable de la fortificación, y la atención especial que se le daba puede observarse en Jawa, en el desierto sirio, donde se usaban ya para ca. 3200 a.C. todos los modelos básicos de puertas que posteriormente se emplearon en Palestina. Después del año 3000 a.C. era común que las ciudades tuvieran muros secundarios para protejer la base del muro principal, como también torres situadas en todos los puntos estratégicos a lo largo del muro principal. También se utilizaban terraplenes, pero no se aprovecharon plenamente hasta después del año 2000 a.C., cuando comenzó la construcción de pronunciadas pendientes fuera de los muros de las ciudades. Dichas pendientes se estabilizaban con trozos de piedra caliza.

Las ciudades de este período eran grandes. Los muros de *Hazor encerraban una superficie de unos 700.000 m²; esto incluía una parte céntrica elevada (o tell), rodeada por un segundo muro principal. Seguía siendo normal que las ciudades tuviesen una cantidad de líneas de defensa, en algunos casos rodeando toda la ciudad como en *Laquis (ca. 700 a.C.), y en otros protegiendo distintas secciones de la misma, como en la *Jerusalén del NT. Durante la expansión asiria (posterior a ca. 850 a.C.) las puertas de las ciudades fueron ampliadas con portales adicionales proyectados para frustrar los ataques con arietes montados sobre carros. En el período romano se consideraba que Palestina era zona de frontera y se la defendía mediante muchos fuertes, uno de los cuales era la Antonia (* Pretorio) en Jerusalén, donde es posible que Jesús haya sido encarcelado (Mt. 27.27; Mr. 15.16).

Desde el punto de vista arquitectónico, los *templos y los santuarios son a menudo difíciles de distinguir de los palacios o las mansiones, y a menos que los objetos que se encuentran dentro de ellos indiquen que estaban destinados a usos religiosos, la determinación resulta difícil. Después del ano 2000 a.C. hubo en la Palestina una gran variedad de edificios religiosos. Solamente en *Hazor se han descubierto cuatro templos y santuarios. Otros templos cananeos importantes han sido excavados en Meguido y en Siquem, donde algunos han reconocido una construcción de tipo “migdol” (torre) como el templo de Berit (Jue. 9.46). Este edificio tenía gruesas paredes de 5, 10 m de espesor con un pórtico en la entrada. En *Bet-seán dos templos que fueron excavados revelaron estilos arquitectónicos egipcios, aunque estaban dedicados a deidades cananeas, *Dagón, y *Astarot. También se han encontrado edificios religiosos apartados de las ciudades, como ser en Nahariyah, donde fueron excavados un altar (* Lugar alto) y templo. Los templos cananeos no revelan ninguna uniformidad de diseño. Esta podría ser una indicación de la diversidad de sus prácticas religiosas, contra las que debían luchar los israelitas (Dt. 7.1–5). En *Arad se ha excavado un templo que probablemente fue usado por los israelitas. Consistía en una amplia habitación santuario que contenía un nicho y un patio donde se ubicaba un altar de 2, 5 x 2, 5 m. Una de las pocas semejanzas con el templo de Salomón (como se lo describe en 1 R. 6 y 7) eran las bases formadas por columnas dobles colocadas a cada lado de la entrada al santuario como Jaquín y *Boaz (1 R. 7.15–22). Un templo del ss. VIII a.C. asociado con un palacio de estilo hitita en Tell Tainat en el N de Siria es el único templo conocido que haya sido concebido en forma semejante al *templo de Salomón. A menudo se ha considerado que el diseño es de origen *fenicio, pero un templo fenicio excavado recientemente en Kitión, Chipre, es completamente distinto. Un templo filisteo encontrado en Tell Qasile (ca. 1000 a.C.) tenía columnas de madera para sostener el techo (cf. Jue. 16.29) y una plataforma. Josefo describió el templo de *Herodes, y con referencia a las ruinas actuales, se puede hacer una reconstrucción razonable. La maciza subestructura de piedra del templo de Herodes todavía puede verse en Haram esh-Sherif (cf. Mr. 13.1–2).

En Palestina no son muy comunes los grandes *palacios En Meguido, cerca de la puerta de la ciudad, se descubrió un edificio que pudo haber sido la residencia de algún monarca de la región. Tenía varios pisos alrededor de un patio y estuvo en uso entre ca. 1500 y 1200 a.C., en cuyo lapso fue reconstruido por lo menos una vez. Los palacios de Salomón en Jerusalén no han sido descubiertos, y poco se ha encontrado de los palacios de *omri y *Acab en *Samaria. El palacio de *Joacim en Ramat Rahel, al que probablemente se refiere Jeremías (22:13–19), ha sido excavado, pero no se ha podido determinar ningún plan preciso. Los enormes palacios de los reyes asirios y babilónicos han sido excavados extensamente en *Nínive, Nimrud, Khorsabad y *Babilonia (ciudad). Estos formaban grandes complejos administrativos, con amplios salones de recepción lujosamente decorados con esculturas en relieve, como también numerosas oficinas y residencias oficiales. El palacio N de Herodes el Grande, espectacularmente situado en Masada, ha sido desenterrado y se pueden ver sus decorados en imitación mármol.

El plano normal de las *casas en Palestina siempre ha contado con un patio. Las casas en Arad (ca. 2800 a.C.) tenían una habitación principal y una o dos habitaciones más pequeñas edificadas alrededor de un patio de forma irregular y tapiado. Los israelitas utilizaban un tipo de casa con patio de forma muy regular, y consistía en una serie de habitaciones construidas alrededor de tres lados de un patio rectangular. En el cuarto lado había una puerta que daba hacia la calle. Este diseño economizaba espacio y aseguraba la protección y el abrigo necesario en la región montañosa de Palestina. Cuando era necesario se agregaban pisos altos (2 R. 4.10). Algunas de las casas más grandes y cómodas de los tiempos antiguos fueron excavadas en *Ur. Estaban en uso ca. 1900 a.C. y se componían de dos pisos edificados alrededor de un patio.

Una construcción muy común en las ciudades israelitas es el almacén o depósito. En las primeras excavaciones en Meguido se creyó que eran establos.

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C.J.D.

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico