ASAMBLEA

v. Congregación, Iglesia, Reunión
2Ch 30:23 a determinó que celebrasen la fiesta
Isa 1:13 el convocar a, no lo puedo sufrir
Joe 1:14; 2:15


En griego “ekklésia”: asamblea del pueblo, reunión convocada, asamblea de fieles; “synagógé”: acción de reunir, de convocar, asamblea, lugar de la reunión. Reunión homogénea, más o menos amplia, de personas en un mismo lugar, con idénticos fines y motivaciones (Mc 14,53; Lc 23,1; Jn 18,20). La reunión puede ser de tipo profano o de tipo religioso, judí­a o cristiana. Los términos de sinagoga y ecclesia indican prácticamente la misma realidad: reunión religiosa, del Sanedrí­n (Mt 26,57; Lc 22,66; Jn 11,47) o de los cristianos (Act 2,12; 12,23; 15,6. 30; Sant 2,2; 1 Cor 11,18). ->; sinagoga.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

La asamblea puede definirse, en sentido general, como un grupo cualquiera de personas reunidas con una finalidad determinada (es decir una reunión cualificada y estructurada de alguna manera). La asamblea litúrgica es propiamente una comunidad de fieles jerárquicamente constituida, legí­timamente reunida en un lugar determinado, altamente cualificada por una presencia salví­fica particular de Cristo.

Para la comprensión cristiana de una asamblea es fundamental la descripción que hace Lucas de la primera comunidad: “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). En ella, y en toda asamblea litúrgica, se realiza la promesa de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí­ estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Efectivamente, en la celebración de la eucaristí­a, en la que se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente.

La asamblea litúrgica cristiana participa de la naturaleza de signo que es propia de la liturgia misma; por eso, están presentes en ella las dimensiones propias de todo signo litúrgico (conmemorativa, demostrativa, comprometedora, escatológica). En primer lugar, la asamblea litúrgica cristiana conmemora las asambleas del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, en especial la primera gran asamblea que celebraron los hebreos a los pies del Sinaí­ inmediatamente después de la liberación de Egipto (Ex 19-24). Las diversas asambleas veterotestamentarias son signos demostrativos y manifestativos del pueblo de la antigua alianza. Del mismo modo, la asamblea litúrgica cristiana es una demostración especial de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, Cuerpo mí­stico de Cristo. La Asamblea litúrgica presidida por el obispo, rodeado de su presbiterio y de los demás ministros, posee una dimensión demostrativa particular (SC 41). Pero la asamblea es también signo de un compromiso de vida que esté en sintoní­a con la realidad significada y que corresponde a la finalidad última a la que tienden las acciones litúrgicas : la santificación del hombre y la glorificación de Dios. El compromiso de la asamblea terrena adquiere una orientación muy concreta cuando se compara con la realidad de la que es imagen: la asamblea del cielo. Es por tanto signo profético de lo que será la Iglesia después de los últimos tiempos. Participando de la liturgia terrena se participa ya a través del signo en la liturgia celestial.

Es obvio que la asamblea litúrgica presupone una Iglesia local, una comunidad estable de fieles, precisamente por ser ella el lugar de este encuentro. Un texto del concilio Vaticano II pone bien en claro sus caracterí­sticas: “Ellas (las legí­timas reuniones locales de los fieles) son, en su lugar, el pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espí­ritu Santo y en gran plenitud. En ellas se congregan los fieles por la predicación del evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor… En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o bien en la dispersión. está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica” (LG 26). La asamblea, fórmada por bautizados, no es por tanto una masa difusa e informe, sino un pueblo reunido y ordenado, en el que todos y cada uno tienen una función que cumplir.

Queda de este modo demostrado el deber que tiene el fiel de participar de forma activa en la asamblea. Este deber es también un derecho, que se basa en el bautismo recibido y en la naturaleza de la Iglesia: es un Cuerpo con varias. funciones, pero unificadas por el Espí­ritu Santo. Esta unidad se experimenta y se manifiesta a través de la escucha en común de la Palabra de Dios, de la unión en la oración, de la participación en el diálogo y en el canto, de los gestos y actitudes – corporales.

Pero la participación tiene que ser ante todo interna: por medio de ella los fieles conforman su mente a las palabras que pronuncian o escuchan, y . cooperan con la gracia de Dios. Además, en la celebración eucarí­stica los fieles alcanzan el grado más alto de participación con la comunión sacramental.

Si la asamblea es la reunión fraternal y unánime de un pueblo, si todos sus miembros son participantes activos, supone también que hay unas funciones diferenciadas : ” En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28). La acción litúrgica tiene como presidente a un ministro ordenado, que preside la asamblea en la persona de Cristo y en la unidad de la Iglesia. Entre los ministros que ejercen un servicio en la asamblea litúrgica, algunos son ministros del altar y del celebrante, otros están al servicio del pueblo de forma más directa. Hay entonces diáconos, lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la comunión eucarí­stica, salmistas, ayudantes, comentadores…, y todos aquellos que cumplen el servicio de acogida, que recogen las ofrendas, que atienden al servicio del canto.

R. Gerardi

Blbl.: T Maertens, L.a asamblea cristiana.

De la teologí­a bí­blica a la pastoral del s. xx, Burgos 1964; A. G. Martimort (ed,), La asamblea, en La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1987 114-137; R. Falsini, Asamblea, en DTI, 1, 484-500; A, Cuva, Asamblea, en NDL, 165-181.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Introducción: 1. Problemática actual sobre la asamblea litúrgica; 2. Noción de asamblea litúrgica; 3. Presencia de Cristo en la asamblea litúrgica; 4. Relación asamblea-acciones litúrgicas; 5. Notas históricas – II. La asamblea, signo: 1. Dimensión conmemorativa; 2. Dimensión demostrativa; 3. Dimensión escatológica; 4. Dimensión compromisoria. III. Los distintos agentes en la asamblea: 1. Los fieles; 2. Los ministros: a) Advertencia sobre los ministerios litúrgicos, b) Los ministros ordenados, c) Los ministros instituidos, d) Los ministros de hecho – IV. Perspectivas pastorales: 1. Previa visión interdisciplinar; 2. Principios generales; 3. Aplicaciones prácticas – V. Conclusión.

I. Introducción
1. PROBLEMíTICA ACTUAL SOBRE LA ASAMBLEA LITÚRGICA. “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Heb 2:42). Son palabras de san Lucas al comenzar su elogiosa descripción de la primitiva comunidad de fieles, sorprendida todaví­a por los acontecimientos del primer pentecostés cristiano. El texto lucano nos interesa porque encontramos en él uno de los primeros testimonios sobre la asamblea litúrgica cristiana. Lo cita la constitución conciliar SC precisamente en relación con el dí­a de pentecostés y con el siguiente comentario: “Desde entonces, la iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura (Luc 24:27); celebrando la eucaristí­a, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2Co 9:15) en Cristo Jesús, para alabar su gloria (Efe 1:12), por la fuerza del Espí­ritu Santo” (SC 6). Nos muestran estas palabras la importancia de la asamblea litúrgica, así­ como también su fin y algunas de sus particularidades.

La asamblea litúrgica es hoy objeto de una variada e interesante problemática’, suscitada por el de-seo de redescubrir la importancia y la actualidad de la misma, pero no siempre inspirada en sólidos principios teológico-litúrgico-pastorales.

Tratando de sintetizar las principales tensiones en torno a dicha problemática, podemos decir que apuntan hacia la búsqueda de la “identidad” de la asamblea litúrgica y el examen de las múltiples relaciones que ésta tiene con otras realidades de orden religioso y social del mundo de hoy, caracterlzado por ese fenómeno que se ha definido como aceleración de la historia. ¿Cuáles son en concreto las orientaciones de tal estudio? SI tiene la justa preocupación de contar con la nueva mentalidad qua ha surgido en la iglesia y en toda la sociedad civil. Se presta atención a las nuevas dimensiones de la relación -> fe-religión y, por consiguiente, a las nuevas tendencias de la piedad cristiana y de la misma vida cristiana. Se contemplan la nueva fisonomí­a que presenta la -> liturgia después de la -> reforma del Vat. II y los reflejos que en ella pueda tener una justa valoración de las cuestiones relativas al -> ecumenismo, a la -> secularización, a la polí­tica. En particular, se consideran atentamente los elementos constitutivos de la asamblea y las relaciones interpersonales que la definen en lo interior, confrontándola al mismo tiempo con la iglesia y con la comunidad de la que es expresión, con los diversos -> grupos que en ella se dan cita y con los más amplios sectores humanos en los que está llamada a ejercer su influjo.

Problemática verdaderamente amplia, a la que la iglesia debe saber oportunamente responder bajo la guí­a del Espí­ritu Santo. De esta respuesta dependerá el futuro de la liturgia, de la cual es importante elemento constitutivo la misma asamblea. Las notas que siguen no pretenden sino fomentar el conocimiento de la identidad de la asamblea litúrgica y ayudar a resol-ver los problemas que la afectan, con miras a una eficaz acción pastoral dentro de este campo.

Nos adentramos en el tema haciendo algunas indicaciones sobre la noción de asamblea litúrgica, sobre la presencia de Cristo que la caracteriza, sobre la relación asamblea-acciones litúrgicas, sobre la historia de la asamblea.

2. NOCIí“N DE ASAMBLEA LITÚRGICA. Con el término asamblea, considerado en su acepción genérica y profana fundamental, se suele significar un grupo cualquiera de personas reunidas con un fin determinado. Considerado ya en el campo eclesiástico, el término ha recibido ante todo la significación estrictamente religiosa de grupo de fieles congregados en nombre de Cristo y, consiguientemente, por intereses que directa o indirectamente entran en la dinámica de la vida cristiana. De aquí­ la significación más especí­fica dada a la expresión asamblea litúrgica: una comunidad de fieles, jerárquicamente constituida, legí­timamente congregada en un determinado lugar para una acción litúrgica y altamente cualificada por una presencia salví­fica particular de Cristo.

El estudio profundo de la asamblea litúrgica, de sus elementos constitutivos, de sus caracterí­sticas, de sus leyes y de sus fines más fundamentales permite considerarla como auténtico sacramento de salvación en estrecha relación con la liturgia misma, con la iglesia y con Cristo,.

3. PRESENCIA DE CRISTO EN LA ASAMBLEA LITÚRGICA. Un elemento caracterí­stico de la asamblea litúrgica que merece subrayarse. Lo puso oportunamente de relieve el Vat. II, siguiendo las enseñanzas de Pí­o XII^. El concilio, después de haber afirmado, en general, que “Cristo está presente a su iglesia, sobre todo en su acción litúrgica” (SC 7), especificando más dice, entre otras cosas, que Cristo está presente “cuando la iglesia suplica y canta salmos al mismo que prometió: Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí­ estoy yo en medio de ellos ( Mat 18:20)”‘. Es importante la referencia al texto de Mateo, fundamental para el tema de la asamblea. Los exegetas insisten en el significado, comunitario-eclesial del texto, encuadrándolo en el contexto de la caridad y del amor fraterno propio de todo Mt 18 y en el contexto de la oración común (cf Mat 18:19).
El tema de la presencia de Cristo [-> Jesucristo, II, 2] en la asamblea litúrgica ha sido igualmente objeto de una clara explicitación en el n. 9 de la instrucción Eucharisticum mysterium, donde se afirma que Cristo está “siempre presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre” (cf Mat 18:20). Tal doctrina se aplica asimismo a asambleas especí­ficas: la que se congrega para la eucaristí­a’ y la que se reúne para la liturgia de las horas’.

4. RELACIí“N ASAMBLEA-ACCIONES LITÚRGICAS. Se trata de una relación muy estrecha que encuentra su fundamento y su justificación en el carácter comunitario de las mismas acciones litúrgicas. Baste recordar algunos principios generales de teologí­a de la -> celebración litúrgica, contenidos en la SC. La liturgia, ejercicio del sacerdocio de Cristo en la iglesia (cf SC 7), halla su expresión y concreción en las acciones litúrgicas. Estas, precisa-mente en cuanto litúrgicas, “no son acciones privadas, sino celebraciones de la iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos…” (SC 26). De donde se sigue que las acciones litúrgicas “pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este cuerpd recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” (ib). Y una nueva consecuencia: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” (SC 27).

De tales principios se desprende que la presencia de la asamblea, aun sin ser esencial para la validez de las acciones litúrgicas, constituye generalmente el clima ideal de su celebración. Esta, en realidad, “exige la congregación de los fieles, la supone siempre y debe, por tanto, provocarla suscitando el necesario esfuerzo pastoral… De esta manera, mientras las acciones litúrgicas están radicalmente orientadas hacia la asamblea de los fieles, ésta a su vez recibe su más rica especificación cuando tiene lugar en las acciones litúrgicas, es decir, cuando es litúrgica.

5. NOTAS HISTí“RICAS. El tema de la asamblea ha sido muy valorado en la iglesia desde los tiempos primitivos. Lo atestiguan la literatura neotestamentaria y la sucesiva literatura patrí­stica. La asamblea fue desde el principio signo de pertenencia a la iglesia, y como tal la vivieron intensamente los cristianos, llegando a constituir una nota distintiva de la iglesia misma. La participación en la asamblea se consideraba algo constitutivo de la vida del cristiano y se realizaba como algo connatural y espontáneo en orden a la profesión de los ideales cristianos.

Al ir sucesivamente mermando el entusiasmo primitivo por las manifestaciones eclesiales, fue también apagándose el interés por la asamblea litúrgica y por la participaciónen ella. De ahí­ el carácter obligatorio impuesto por los pastores de almas a la asamblea de los dí­as festivos. Esa intervención no siempre fue vista como una llamada, oportuna y paterna respecto a la importancia de la asamblea y a una participación verdaderamente consciente y activa en la misma. La obligatoriedad de la asamblea fue para muchos el único móvil de su participación, con lo que se llegó( frecuentemente a despreocuparse de ella.

La historia de la asamblea se ha estudiado también a la luz de las diversas y sucesivas situaciones circunstanciales en que llegaron a encontrarse las comunidades cristianas en sus distintas áreas geográficas o en sus diferentes épocas. Piénsese, entre otras cosas, en el variado semblante que adoptaron: las comunidades cristianas, y hasta las mismas asambleas, en el mundo: pagano; en el régimen sucesivo de la sociedad cristianizada, y en la fase actual de -> secularización-secularismo. Piénsese igualmente en los diversos condicionamientos impuestos a la asamblea desde el seno mismo de la sociedad eclesial, sobre todo en relación con los diferentes perí­odos por los que atravesó la liturgia en su continua, aunque no siempre orgánica ni ordenada evolución.

Es mérito de la renovación litúrgica de finales del s. xix y de las primeras décadas del s. xx el haber puesto de relieve de diversas maneras la importancia de la asamblea. Y merece consignarse la perspectiva teológico-histórica que se ha dado al estudio del tema. Todo ello lo ha recogido el Vat. II. Entre los puntos más logrados de la reforma litúrgica promovida por el concilio ocupa un lugar eminente el de la revalorización de la asamblea litúrgica. Lo confirman las continuas alusiones a la misma que se encuentran en los nuevos -> libros litúrgicos.

II. La asamblea, signo
La teologí­a litúrgica de la asamblea, sobre la que hemos sentado ya algunos principios, recibe una notoria profundización desde el análisis de la naturaleza misma de la asamblea como -> signo. Dedicamos a este aspecto un estudio especial.

La asamblea litúrgica cristiana participa de la naturaleza del signo, propia de la misma liturgia cristiana. En efecto, ésta es un conjunto de signos (o sacramentos, según la primitiva y amplia significación, bí­blica y litúrgica, de tal término), mediante los cuales se significan y se realizan la santificación del hombre y el culto divino (cf SC 7). Uno de tales signos, entre los más patentes y más reveladores, es precisamente la asamblea. En ella están presentes las cuatro dimensiones propias de todo signo litúrgico: conmemorativa, demostrativa, escatológica y compromisoria. Tales dimensiones han de interpretarse sin dejar de prestar atención al cuadro unitario de la economí­a de la salvación, tal y como Dios la ha querido desde la eternidad y realizada por etapas que se suceden ordenada y orgánicamente.

1. DIMENSIí“N CONMEMORATIVA. La asamblea litúrgica cristiana conmemora las asambleas del pueblo de Dios en el AT. En efecto, al escandir el tiempo de la fase eclesial de la -> historia de la salvación, se sitúa en la lí­nea de las asambleas del AT, que hicieron lo propio con el tiempo de la fase preparatoria de la misma historia de la salvación. Se subraya aquí­ la relación í­ntima entre estas dos primeras fases de la historia de la salvación. Por su fundamental referencia a las asambleas del AT, la asamblea litúrgica cristiana constituye la conmemoración de las mismas y, al mismo tiempo, una cierta representación en el nuevo y rico contexto del ejercicio del sacerdocio de Cristo en la iglesia.

Entre las asambleas del AT que se conmemoran y representan ocupa un puesto especial la primera gran asamblea celebrada por los hebreos a los pies del Sinaí­ inmediatamente después de la liberación de Egipto y con ocasión de su constitución como pueblo de Dios. La tradición bí­blica llama a este acontecimiento asamblea de Yavé; y al dí­a en que tuvo lugar, el dí­a de la asamblea.

La asamblea de Yavé se caracterizó por un ritmo especial, determinado en particular por cuatro elementos que en ella se sucedieron, fundiéndose en admirable unidad: la convocación que el mismo Dios hizo de su pueblo; la presencia de Dios en medio de él, sobre todo mediante la palabra que le dirige a través de Moisés; la adhesión del pueblo a las proposiciones de Dios; el sacrificio conclusivo con que se selló la alianza establecida entre Dios y el pueblo (cf Ex 19-24). Tal asamblea fue la primera de toda una larga serie de asambleas que fueron sustancialmente repitiéndose con el mismo ritmo de la primera. Muchas de ellas adquirieron un valor emblemático especial. Baste recordar la celebrada en Siquén bajo la presidencia de Josué después de la entrada en la tierra prometida (cf Jos 24), la que tuvo lugar con ocasión de la dedicación del templo realizada por Salomón (cf 1 Re 8) y la que se celebró al retorno del exilió de Babilonia (cf Neh 8-9).

Las asambleas del AT fueron el tipo o figura de la asamblea cristiana. Adviértase que “la primera gran asamblea cristiana queda inaugurada con ocasión del pentecostés cristiano en estrecha relación con una asamblea que ve congregados en la ciudad santa de Jerusalén a hebreos procedentes de todas las partes para su fiesta anual de pentecostés. Las asambleas cristianas se nos presentan como el desarrollo, genuino y original al mismo tiempo, de las asambleas de Israel en el AT”‘. Como tales, dicen relación a las mismas realidades fundamentales demostradas y patentizadas por las asambleas del AT: el pueblo de la antigua alianza y su misma historia. A través de las asambleas del AT mencionadas, las asambleas litúrgicas cristianas vienen igualmente a ser conmemoración de tales realidades, ahora profundamente orientadas a Cristo y a su obra de salvación, como también a la iglesia en cuanto continuadora de esa misma obra hasta su definitivo cumplimiento.

Y existe otro punto de contacto entre las asambleas litúrgicas cristianas y las asambleas del AT. Las primeras llegan a participar del ritmo propio de las segundas. También ellas están convocadas por Dios a través de sus ministros, se caracterizan por la presencia de Dios y por la adhesión de los fieles a Dios y se coronan con una ratificación de la alianza.

2. DIMENSIí“N DEMOSTRATIVA. La dimensión demostrativa propia de las asambleas del AT, a las que se ha aludido, está particularmente presente en la asamblea litúrgica cristiana. Las asambleas del AT fueron signos demostrativos y reveladores del pueblo de la antigua alianza. De igual manera, la asamblea litúrgica cristiana es una especial demostración de una granrealidad presente: la iglesia, nuevo” pueblo de Dios, cuerpo mí­stico de Cristo [-> Iglesia].

La asamblea litúrgica cristiana no es un simple sí­mbolo de la iglesia; es sobre todo su manifestación más expresiva y accesible, una verdadera epifaní­a de la misma iglesia. Es, efectivamente, “en la asamblea litúrgica donde una comunidad local, sea pequeña o grande, y por tanto la iglesia entera, se encarna al máximo y experimenta en profundidad su vitalidad religiosa. La asamblea litúrgica es, pues, a través de la comunidad local, una manifestación de toda la iglesia. Así­ como cada comunidad local no es una partí­cula aislada del organismo social de la iglesia, sino que es la iglesia misma actualizada y presente en un determinado lugar y grupo de fieles, de igual manera cada asamblea litúrgica, aunque bajo formas distintas según sus diversos niveles, es signo y expresión de toda la iglesia.

Es una dimensión demostrativa particular la que atribuye a las asambleas litúrgicas episcopales la SC cuando dice que “la principal manifestación de la iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma eucaristí­a, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y ministros” (SC 41) “. Y desde ahí­ se habrá de valorar la importancia de las asambleas litúrgicas parroquia-les, por el hecho de ser expresiones particulares de las parroquias que, “distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo, de alguna manera representan a la iglesia visible establecida por todo el orbe” (SC 42).

El especial valor demostrativo en orden a la iglesia atribuido a laasamblea litúrgica en general, aun a la más insignificante, no deja de estar en estrecha relación con la especí­fica cualificación litúrgica de la asamblea misma. Esta se califica como litúrgica cuando es sujeto de las acciones litúrgicas, es decir, de aquellas acciones que, como veí­amos antes, pertenecen a toda la iglesia, la manifiestan y la implican (cf SC 26). Lo que se dice de las acciones litúrgicas se aplica a la asamblea litúrgica misma.

3. DIMENSIí“N ESCATOLí“GICA.

La asamblea litúrgica se considera también “una imagen anticipada de la iglesia celeste, reconocida en la oscuridad de la fe”‘,. En efecto, además de ser signo demostrativo de la iglesia en su situación actual, la asamblea litúrgica es igualmente signo profético de lo que será la iglesia después de los últimos tiempos [-> Escatologí­a], signo profético de la gran asamblea de los santos, ya al completo, después del juicio universal, congregada ante el trono de Dios para celebrar la eterna liturgia del cielo, que constituirá la plena glorificación de Dios y la inefable felicidad del hombre. Encuentra todo ello su confirmación en lo que dice el apóstol Juan en su Apocalipsis sobre el carácter litúrgico de la asamblea de la iglesia celeste, en consonancia admirable con la asamblea de la iglesia peregrinante.

La liturgia celeste está realmente prefigurada por la liturgia terrena. Participando en la liturgia terrena preguntamos y tomamos parte ya en aquella liturgia celestial, nos sentimos unidos a los ejércitos celestiales en el cántico del himno de gloria a Dios, veneramos la memoria de los santos y esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañí­a (cf SC 8). Ahora bien, es propiamente en la asamblea litúrgica donde adquiere su relieve tal dimensión escatológica de la liturgia terrena. La asamblea litúrgica, así­ como cada participante, toman plena conciencia del profundo ví­nculo existente entre la liturgia terrena y la liturgia celeste y se convierten en testigos e intérpretes de la esperanza escatológica de toda la iglesia, que anhela la plena y definitiva realización en la celestial Jerusalén.

Y así­ es como, merced a esta dimensión escatológica de la asamblea litúrgica, manifiesta la iglesia peregrina más plenamente la í­ndole escatológica de su vocación (cf LG 48) y verifica ya en este mundo, de manera sublime, su unión con la iglesia celeste (cf LG 50).

4. DIMENSIí“N COMPROMISORIA. Se ha subrayado, finalmente, la dimensión comprometida de la asamblea litúrgica. En ella encuentran su complemento las otras tres dimensiones. Signo conmemorativo de las asambleas del pueblo de la antigua alianza, signo demostrativo de la iglesia, signo escatológico de la futura iglesia celeste, la asamblea litúrgica es, por consiguiente, signo compromisorio de un régimen de vida que habrá de sintonizar con tales realidades y corresponder al fin último al que se ordenan las acciones litúrgicas: la santificación del hombre y la glorificación de Dios. Se trata de un compromiso peculiar de la asamblea litúrgica como tal; de un compromiso verdaderamente comunitario, aun cuan-do suponga e implique la plena toma de conciencia y la convencida responsabilidad de cada uno de los participantes. La asamblea expresa tal compromiso sobre todo en dos direcciones.

Ante todo ha de sentirse compro-metida a aplicar las condiciones que le permitan adoptar, durante la acción litúrgica, su propia fisonomí­a. Las interpelan a ello los ritos introductorios de cada una de las acciones litúrgicas. Y vale para cada una de ellas cuanto se ha dicho, con particular insistencia, sobre los ritos introductorios de la asamblea eucarí­stica. Su finalidad es que los fieles, al agruparse, formen comunidad y se preparen a la celebración. Es necesario desde el principio fomentar la unión de cuantos se han congregado, hacerles tomar conciencia del misterio de la presencia de Cristo y del misterio de la iglesia allí­ reunida que se realizan en la asamblea e introducir su espí­ritu en la contemplación del misterio que va a ser objeto de la celebración, con lo que se llegará a suscitar en la asamblea el clima ideal para la celebración, caracterizado por un intenso ejercicio de la fe, la esperanza y la caridad. Desde su primera constitución ha de sentirse la asamblea comprometida frente a todo ello. El compromiso de la asamblea deberá después ir incesantemente creciendo durante la celebración misma, animado por sus distintos elementos y estimulado por sus momentos fuertes. Ese compromiso tendrá ya un primer anhelado coronamiento durante la celebración en la intensa unión con Dios y con los hermanos que tiene lugar en la asamblea. Lo cual se verificará, sobre todo, en la celebración eucarí­stica, cuando los que comulgan con el cuerpo y la sangre de Cristo se hacen, en el mismo Cristo, un solo cuerpo y un solo espí­ritu, por la fuerza del Espí­ritu Santo invocado con el Padre en la epí­clesis.

Una segunda dirección del -> compromiso de la asamblea es la de la vida que se desarrolla fuera de las acciones litúrgicas. Nos comprometemos comunitariamente a conducirnos según el estilo aprendido y vivido durante las acciones litúrgicas, así­ como a transfundir en ella las dimensiones santificantes y cultuales propias de la liturgia. Generalmente, será cada uno de los fieles quien haya de responder en concreto a tal compromiso; pero éste deberá encontrar en la asamblea su centro propulsor. Asumido originariamente en la recepción de los sacramentos de la -> iniciación cristiana y ratificado en la recepción de los demás sacramentos, tal compromiso se hallará siempre bajo el benéfico influjo de las periódicas asambleas litúrgicas en las que los fieles toman parte. Se tratará, para ellos, de corresponder cada vez más fielmente a la vocación cristiana, con la luz y fuerza que brotan de la asamblea litúrgica. Se tratará igualmente de vivir de tal manera que lleguen a hacerse cada vez más dignos de la asamblea, de la serie de asambleas tanto pasadas como futuras. Vendrí­a a redundar todo ello en beneficio de la asamblea misma. Viviendo bien el compromiso asumido en la asamblea, los fieles mantendrán siempre vivo el deseo de participar ordinariamente en ella. Y quienes se consagran al trabajo apostólico deben orientarlo decididamente hacia la asamblea litúrgica (cf SC 10).

El compromiso de la asamblea terrena adquiere una segura orientación cuando se compara con la gran realidad de la que es imagen: la asamblea del cielo. La asamblea terrena experimenta la necesidad de realizarse según su modelo lo más fielmente posible, con lo que se convertirá en punto de referencia de ese camino que los fieles deben recorrer dí­a tras dí­a con la esperanza de poder ser admitidos en la asamblea del cielo. Les servirá mucho valorizar el clima de esperanza escatológica caracterí­stico de la asamblea, desarrollándolo e irradiándolo en sus actividades de cada dí­a, a fin de que queden orientadas a su verdadero fin último.

III. Los distintos agentes en la asamblea
No deja de ser útil aquí­ invocar, ante todo, algunos principios generales que regulan el desarrollo de la asamblea. En virtud de su bautismo, todos los cristianos tienen el derecho y el deber de participar en las celebraciones litúrgicas y en las asambleas a ellas destinadas (cf SC 14), a no ser que estén legí­timamente excluidos de las mismas. Todos los participantes en la asamblea litúrgica están, pues, implicados en la celebración de las acciones litúrgicas, si bien de manera distinta, según la diversidad de órdenes, de funciones y de la participación actual (cf SC 26). Todo el que desempeña una determinada función debe limitarse a realizar todo y sólo aquello que, por la naturaleza del rito y por las normas litúrgicas, corresponde a la función misma (cf SC 28). La ordenación de la celebración litúrgica debe ser clara expresión de la estructura orgánica y jerárquica del pueblo de Dios y hacer visible a la iglesia tal y como está constituida en sus distintos órdenes y ministerios. La misma “disposición general del edificio sagrado” debe “presentar en cierto modo la imagen de la asamblea reunida”.

La consideración de tales principios nos lleva a la conclusión de que todos los participantes en la asamblea son verdaderos agentes en ella, desempeñando cada cual un determinado papel. Algunos desempeñan un ministerio litúrgico; otros, no. Los primeros se llaman ministros. que se distinguen en ministros ordenados, ministros instituidos y ministros de hecho”. Los demás figuran bajo la simple denominación de fieles. Pasemos brevemente a describir los distintos agentes de la asamblea, hablando antes de los fieles y después de los ministros. Nos limitaremos a lo más esencial.

1. Los FIELES. La función de los fieles en la asamblea, aunque genérica, merece su justo relieve y su estima. También ellos, por su sacerdocio común, participación del único sacerdocio de Cristo, están capacitados para ejercer el culto, sobre todo durante las acciones litúrgicas (cf LG 10, 11, 34).

Su participación en la liturgia debe ser ante todo interna, es decir, debe manifestarse en la atención de la mente y en los afectos del corazón, para llegar así­ a una conformación de su espí­ritu con las palabras que pronuncian o escuchan y a cooperar con la gracia divina. Pero tal participación debe ser también externa, es decir, debe ser una muestra de la participación interna mediante los correspondientes actos exteriores, como son la oración, el canto, los gestos rituales, la postura del cuerpo (cf SC 11, 30)29. En orden a la consecución de tales metas, han de tener los fieles muy en cuenta las siguientes indicaciones generales contenidas en la Ordenación general del Misal Romano (cuyo texto se halla en la edición oficial española del Misal Romano = MS) y que, aun refiriéndose directamente a la celebración eucarí­stica, conciernen a todas las celebraciones litúrgicas: se mostrarán penetrados de su función “por medio de un profundo sentido religioso y por la caridad hacia los hermanos que toman parte en la misma celebración”; evitarán “toda apariencia de singularidad o de división, ,teniendo presente que es uno el Padre común que tienen en el cielo, y que todos, por consiguiente, son hermanos entre sí­”; se esforzarán en formar un solo cuerpo, manifestando exteriormente esta unidad; se mostrarán dispuestos a “servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida que desempeñen en la celebración algún determinado ministerio”.

Por lo demás, en la celebración de la eucaristí­a han de lograr los fieles su máximo grado de participación mediante la comunión sacramental (cf SC 55).

2. Los MINISTROS. a) Advertencia sobre los ministerios litúrgicos. Antes de hablar de quiénes son agentes en la asamblea litúrgica en calidad de ministros, recordemos las distintas clases de ministerio litúrgico para cuyo desempeño han sido designados. Por -> ministerio litúrgico se entiende todo servicio, con cierta consistencia y estabilidad, previsto y reconocido como tal para el adecuado desarrollo de las acciones litúrgicas. Merecen una mención particular los ministerios de la presidencia, de la oración, del canto, de la lectura, de la predicación y de la acogida”. No se trata de ministerios abstractos. Como las acciones litúrgicas, a cuya realización cooperan, y la misma liturgia son ministerios muy concretos, se realizan mediante una multiplicidad de signos y se configuran variadamente en las acciones litúrgicas según la diversa í­ndole de las mismas. Generalmente se compenetran unos y otros en la misma acción litúrgica y, exceptuado el ministerio de la presidencia, pueden ser al mismo tiempo competencia de distintos ministros.

b) Los ministros ordenados. Son los que han recibido el sacramento del orden, es decir, los obispos, los presbí­teros, los diáconos. Les corresponde a ellos el desempeño de distintos ministerios en el sector especí­fico de la santificación de los hombres y de la glorificación de Dios, propio de la liturgia. Adviértase que tales ministerios litúrgicos de los ministros ordenados, de los que nos ocupamos aquí­ por separado, para comprenderlos adecuadamente han de contemplarse a la luz de los demás ministerios en los otros sectores, como los de magisterio y gobierno.

Los obispos, en la liturgia, presiden en nombre de Dios a la grey de la que son pastores, como sacerdotes del culto sagrado (cf LG 20). Gozando de la plenitud del sacramento del orden, son “los principales administradores de los misterios de Dios, así­ como también los moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica en la iglesia que les ha sido confiada” (CD 15). Al obispo le “ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión cristiana y de reglamentarlo”, y sobre todo de dirigir toda legí­tima celebración de la eucaristí­a (cf LG 26)”. En las distintas celebraciones litúrgicas corresponden a los obispos, además del ministerio de la presidencia, otros ministerios litúrgicos, en orden sobre todo al ejercicio de las funciones principales y fundamentales, ligadas a la función episcopal. Participando activamente en las celebraciones litúrgicas y desempeñando sus especí­ficos ministerios, los obispos ofrecen una particular muestra de su cualidad de grandes sacerdotes de la grey que se les ha confiado; su presencia, más que í­ndice de solemnidad, es especial manifestación del misterio de la iglesia (cf SC 41).

Los presbí­teros son los principales colaboradores de los obispos (cf LG 20) también en el ejercicio del culto. “Son consagrados por Dios, siendo su ministro el obispo, a fin de que, hechos de manera especial partí­cipes del sacerdocio de Cristo, obren en la celebración del sacrificio como ministros de aquel que en la liturgia ejerce constantemente, por obra del Espí­ritu Santo, su oficio sacerdotal en favor nuestro” (PO 5). Los presbí­teros presiden la asamblea como representantes del obispo y desempeñan los demás ministerios a ellos reservados en las distintas funciones litúrgicas, entre los que sobresalen los de la oración y la predicación. Como los obispos, también ellos ejercen su sagrado ministerio sobre todo en la celebración eucarí­stica, en la que, actuando en nombre de Cristo, representan y aplican el sacrificio del mismo Cristo, dirigiendo al mismo tiempo las oraciones de los fieles y anunciándoles el mensaje de la salvación (cf LG 28).

Los diáconos, colaboradores también ellos del obispo (cf LG 20) y en plena comunión y dependencia de él y de su presbiterio (cf LG 29; CD 15), ejercen determinados ministerios en las acciones litúrgicas. Además de prestar, en general, su servicio al sacerdote, anuncian el evangelio, en ocasiones predican, proponen a los fieles las intenciones de la oración, sugieren -si llega el caso- a la asamblea los gestos y las actitudes que hayan de adoptarse y, al finalizar las celebraciones, despiden a la asamblea. En la celebración eucarí­stica, más concretamente, corresponde a los diáconos cuidarse del altar y de los vasos sagrados, en especial del cáliz, y distribuir la eucaristí­a a los fieles, especialmente bajo la especie del vino. En algunos casos, además, compete a los diáconos el ministerio de la presidencia de la asamblea, al que van ligados otros especí­ficos ministerios (cf LG 29) .

c) Los ministros instituidos. Son los designados, por institución, para funciones particulares en la comunidad eclesial. En la actualidad, son ministros instituidos los lectores y los acólitos. Sus funciones, dentro de la liturgia, están respectivamente al servicio de la palabra y del altar.
Los lectores desempeñan de ordinario las siguientes funciones litúrgicas: proclamar las lecturas de la sagrada escritura, exceptuada la del evangelio; recitar el salmo interleccional, a falta del salmista [-> infra, d]; proponer las intenciones de la oración, y dirigir el canto y la participación de los fieles en caso de ausencia del diácono o del cantor.

Los acólitos se han creado para ayudar al sacerdote y al diácono. Desempeñan ordinariamente las siguientes funciones litúrgicas: llevar la cruz en las procesiones; presentar el libro al sacerdote o al diácono; cuidar del altar, de los vasos sagrados y de las ofrendas, juntamente con el diácono, y del incensario. A tenor del derecho, por lo demás, como ministros extraordinarios de la eucaristí­a, los acólitos ayudan al sacerdote o al diácono a distribuir la comunión y exponen públicamente la eucaristí­a a la adoración de los fieles’.

d) Los ministros de hecho. Son los que desempeñan determinadas funciones en la comunidad eclesial, aun sin poseer ningún tí­tulo oficial de ordenación o de institución. En el sector litúrgico merecen mencionarse: los que, en calidad de ministros extraordinarios, tienen la función de distribuir la comunión y exponer públicamente la eucaristí­a a la adoración de los fieles; los salmistas, es decir, los que proclaman el salmo o el canto bí­blico entre las lecturas; los que, en el puesto de los lectores o de los acólitos institucionales, hacen las lecturas de la sagrada Escritura, exceptuada la del evangelio, y llevan el misal, la cruz, los ciriales, el incensario, etc. (llamados ordinariamente estos últimos servidores; cf SC 29)”; los comentaristas, que, sustituyendo al sacerdote o al diácono, o bien para ayudarles, intervienen con breves moniciones y explicaciones para introducir a los fieles en las celebraciones y en sus distintas partes (cf SC 29); los que están al servicio de la acogida, recibiendo a los fieles en la puerta de la iglesia y acompañándoles a sus puestos; los que recogen las ofrendas en la iglesia; los que desempeñan de la forma que sea el servicio del canto, como el cantor, el maestro de coro, el organista, los demás músicos, la misma schola cantorum (cf SC 29); los que, en calidad de guí­as, ayudan al sacerdote y al diácono con su atención al recto desenvolvimiento de las celebraciones, sobre todo de las máscomplejas.

IV. Perspectivas pastorales
¿Qué hacer para que el signo de la asamblea litúrgica se realice siempre con toda su riqueza y en toda su eficacia? Es un interrogante que exige una clara respuesta y, por consiguiente, una decidida toma de posición por parte de los pastores de almas, con miras sobre todo a la formulación de oportunos planes de trabajo [-> Pastoral litúrgica].

1. PREVIA VISIí“N INTERDISCIPLINAR. Es ante todo necesario que los pastores de almas posean pleno conocimiento de los datos teológicos y, más especí­ficamente, litúrgicos relativos a la asamblea. Tales datos, por lo demás, deberán ser objeto de una progresiva profundización en el marco más amplio de la -> formación litúrgica permanente del clero. Un elemento indispensable de tal profundización es la adaptación de esos mismos datos teológicos y litúrgicos a los datos aportados por las ciencias antropológicas [-> Antropologí­a], en especial por la ->psicologí­a y la -> sociologí­a. Para que tal adaptación pueda verdaderamente ser útil y fructuosa, es menester ante todo interpretar los datos de las ciencias antropológicas en la asamblea según la óptica propia de las mismas y con el respeto debido a su autonomí­a. Pero es no menos absolutamente necesaria la relectura de tales datos a la luz de la fe, en cuyo ámbito se inscribe la asamblea litúrgica, y bajo la guí­a del magisterio. Tal estudio interdisciplinar del tema de la asamblea es necesario para que se valore la pastoral de la asamblea de suerte que presente las caracterí­sticas de seriedad y de credibilidad y responda, al mismo tiempo, a las exigencias concretas de las distintas comunidades eclesiales. Con la intención de cooperar al logro de tales metas, señalamos lo que nos parece más importante en el plano de los principios, añadiendo algunas aplicaciones prácticas.

2. PRINCIPIOS GENERALES. a) Asamblea signo. La asamblea debe desarrollarse de forma que responda a su compleja naturaleza de signo [-> supra, II]. Aun reconociendo la imposibilidad de cubrir la gran distancia que existe entre la asamblea-signo y las grandes realidades significadas y realizadas en dicho signo, hay que imprimir a la asamblea un dinamismo que la haga signo cada vez más elocuente y transparente.

b) Asamblea y fe. La asamblea está abierta a todos los fieles. Estos, aun en posesión de la fe, necesitan crecer en ella. Al menos implí­cita y en grado elemental, la fe se supone siempre en los participantes en la asamblea. Se les habrá de ayudar a explicitarla y profundizarla duran-te las celebraciones litúrgicas. La asamblea misma está llamada a ser expresión viva de fe.
c) Asamblea y santidad. La asamblea es signo de la iglesia, que, si bien “indefectiblemente santa” (LG 39), “encierra en su propio seno a pecadores, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación” (LG 8). La asamblea, pues, no agrupa solamente a santos y perfectos; no queda reservada a una élite espiritual. Acoge a todos: santos, imperfectos, pecadores, para que en todos se manifiesten los prodigios de la misericordia y de la gracia de Dios y, de esta manera, la iglesia entera “se purifique y se renueve cada dí­a más, hasta que Cristo se la presente a sí­ mismo gloriosa, sin mancha ni arruga” (UR 4).
d) Asamblea y eclesialidad. En la asamblea debe cultivarse y desarrollarse el sentido de la eclesialidad [-> iglesia], superando las fronteras que provengan de las diferencias de edad, condición de vida, cultura, lengua, raza o nacionalidad. Lo cual habrá de verificar-se sobre todo a nivel parroquial (cf SC 42), de iglesia local (diócesis) (cf SC 41) y de iglesia universal (cf SC 26; LG 26). Llegará. así­ a ser la asamblea signo expresivo de comunión -a diversos niveles-con la iglesia [-> supra, II, 2]. Y a través de la iglesia, “sacramento universal de salvación” (LG 48), de la cual se siente parte viva, entrará la asamblea en comunión con toda la humanidad, convirtiéndose ellamisma en figura y signo de la unión de todos los hombres en Cristo- cabeza.

e) Asamblea y unidad. Sea numéricamente pequeña, mediana o grande, la asamblea debe manifestar la unidad de sus participantes. El objetivo es más fácilmente alcanzable cuando dicha asamblea es expresión de una comunidad a la que los participantes en aquélla están ligados por peculiares lazos de pertenencia. En cambio, podrá experimentarse una cierta dificultad cuando la asamblea litúrgica no es expresión de una comunidad bien definida. Podrí­a superarse tal dificultad mediante una oportuna y bien estudiada dirección [-> Animación], capaz de suscitar en los participantes unos centros comunes de interés sobre la base de la única fe y de la pertenencia al único cuerpo mí­stico de Cristo: la iglesia’
f) Asamblea y participación. La asamblea debe caracterizarse por una -> participación activa y diferenciada de sus miembros [-> supra, III]. En orden a una participación verdaderamente activa será muy útil procurar todo lo concerniente a la función de significación-comunicación de los signos litúrgicos. Tal participación, si ha de ser eficaz, habrá de promoverse en su triple dimensión de instrucción, de creación de actitudes, de consiguiente inserción en el misterio de Cristo. En cuanto a la diferenciación en la participación, será el resultado de una seria valoración de las distintas funciones señaladas a todos los miembros de la asamblea, que llevará a una celebración pluralista y orgánicamente ordena-da mediante la observancia de las normas litúrgicas y bajo la dirección del presidente de la asamblea.

En este contexto se habrá de estudiar el tema de los carismas. Su ejercicio, sometido al criterio de la autoridad competente (cf LG 12), no deja de cooperar al desempeño de las diversas funciones de la asamblea, así­ como a su vivificación. Lo cual termina redundando en beneficio de la eficacia de la celebración entera y de la edificación de dicha asamblea.

g) Asamblea y vida. Aun estando, como litúrgica, hondamente penetrada por todo aquello que tiene lugar durante la celebración, y hasta precisamente por eso, no debe olvidar la asamblea nada de cuanto acompaña y caracteriza la vida del hombre fuera de la celebración. En efecto, el hombre es el sujeto concreto de la liturgia; la liturgia encuentra en él “su materia, su norma, su mismo ser”.
La asamblea debe estar abierta y atenta a todas las situaciones y a todos los problemas humanos, individuales y sociales. Tales situaciones y problemas traspasan, juntamente con sus protagonistas, la frontera de la liturgia, que los ha de contemplar a la luz de la fe. A cada uno de los fieles le será entonces posible, como lo será a la comunidad, el afrontarlos en su concreción de cada dí­a con la fuerza recibida en la liturgia. Reflejando en sí­ misma la dimensión antropológica de la liturgia”, la asamblea no solamente demostrará su respeto hacia todos los valores humanos, sino que, merced sobre todo a la eucaristí­a, llegará a ser también instrumento de su potenciación y, por tanto, fuente de un serio compromiso “y de una verdadera -> promoción humana” [-> supra, II, 4].

h) Asamblea y fiesta. La asamblea debe ser expresión y manantial de -> fiesta. Es la fiesta una de las grandes posibilidades que se le ofrecen al hombre en orden a superar la monotoní­a y las dificultades que derivan de su vida ordinaria. También la asamblea litúrgica presta un gran servicio en este sentido. Su misma constitución es ya una oportunidad festiva para sus participantes. Y lo es con posterioridad, al celebrar, con la variedad y riqueza de los signos que se le ofrecen, el -> memorial de la salvación, llegando ella misma a ser celebración gozosa y festiva de la salvación de cada uno de los participantes y de toda la iglesia. No representan obstáculo alguno aquellos momentos de aparente repliegue sobre sí­ misma provocados por la aplicación de determinados signos con sabor a penitencia o a luto. Se trata en realidad de momentos que hacen brotar con más vigor e intensidad el gozo y la fiesta, después de haber pasado por el crisol de una purificación siempre necesaria. El clima festivo de la asamblea litúrgica se irradia, finalmente, hacia otras manifestaciones festivas de la vida humana, así­ como sobre los mismos acontecimientos que sellan el discurrir ordinario de su jornada
3. APLICACIONES PRíCTICAS.

Entre las muchas aplicaciones de orden práctico que derivan del conjunto de principios generales expuestos, señalamos las siguientes. Apuntamos algunas normas sobre la asamblea contenidas en la Ordenación general del Misal Romano y en la instrucción Eucharisticum mysterium. Aun refiriéndose directamente a la asamblea eucarí­stica, son válidas para todo tipo, de asamblea litúrgica.

a) Recordemos previamente que la asamblea, sobre todo la del domingo (cf SC 106), es un elemento caracterí­stico de la vida de la iglesia (cf SC 6). Tanto la asamblea como su adecuado desarrollo deben, pues, constituir una constante meta del trabajo apostólico (cf SC 10) y uno de los núcleos fundamentales de interés de la pastoral litúrgica.

b) Dentro de las distintas celebraciones litúrgicas, se habrán de tener en cuenta la naturaleza y las caracterí­sticas de cada asamblea, de suerte que se favorezcan la activa participación de todos sus miembros y el bien espiritual común de la asamblea misma. De ahí­ la necesidad de una prudente -> adaptación y de una sabia -> animación. Se habrá de prestar una particular atención a los que se encuentran en la asamblea, pero sin sentirse comprometidos en una efectiva participación, sea por la debilidad de su fe, sea por su insuficiente formación litúrgica
c) La misma disposición general del lugar sagrado ha de ser tal que constituya una verdadera ex-presión de la asamblea en él congregada y favorezca la comunicación entre los distintos participantes.

d) La preparación de cada celebración debe realizarse de común acuerdo entre todos los miembros de la asamblea que hubieren de desempeñar alguna función determinada”. Dése la debida importancia a aquellos elementos que, sien-do signos externos de la celebración Comunitaria, cooperan a manifestar y favorecer la participación de todos.

e) Para una conveniente preparación de las celebraciones es también necesario conocer aquellos sectores particulares del -> derecho litúrgico que regulan el comportamiento de la asamblea y de los llamados en la misma a desempeñar funciones particulares. Merecen especial mención las normas contenidas en los prólogos o introducciones generales de cada uno de los -> libros litúrgicos, caracterizadas por una clara dimensión teológico-espiritual-pastoral. No se han de omitir tampoco las múltiples indicaciones relativas a la participación de los fieles (cf SC 31).

f) Durante la celebración litúrgica, el ejercicio de las diversas funciones no debe ser expresión de individualismos ni causa de des-unión; debe, más bien, alcanzar aquella profunda y orgánica unidad de la asamblea que haga de ella un claro signo de la unidad de todo el pueblo de Dios.

g) Con el fin de eliminar las divisiones y la dispersión, eví­tese tener simultáneamente en la misma iglesia más asambleas de diverso o de idéntico tipo (misa, sacramentos, etcétera).
h) Para fomentar el sentido de la comunidad parroquial y evitar su excesivo fraccionamiento, en los domingos y dí­as festivos no ha de multiplicarse, sin un verdadero y fundado motivo, el número de las asambleas
i) Por principio, las asambleas deben estar abiertas a todos los componentes de la comunidad, reservando una acogida especial a los huéspedes y a los extraños, a no ser que para estos últimos se juzgue más oportuna la programación de asambleas adjuntas.

k) Por razones de orden pastoral, han de fomentarse las asambleas por /grupos particulares. Ténganse, en la medida de lo posible, en los dí­as no festivos. Cuando fuere necesario tenerlas en dí­a festivo, búsquese la forma de fusionarlas convenientemente con la asamblea o asambleas más amplias de toda la comunidad”.

V. Conclusión
Valorizar al máximo la asamblea litúrgica. Muy bien puede ser ésta la más oportuna conclusión de cuanto hemos venido diciendo sobre el tema de la asamblea, sobre su necesidad, dignidad e importancia. Hemos subrayado cómo la función de valorizar la asamblea debe desempeñarse ya en el campo doctrinal, ya en el orden de la praxis. Ante todo, se ha de profundizar cada vez más la doctrina sobre la asamblea, insistiendo en sus fundamentos teológicos y antropológicos. La praxis, a su vez, debe buscar, a la luz de la doctrina, los medios más adecuados para hacer cada vez más comprensible, creí­ble y eficaz el signo de la asamblea. Y entonces se sentirán los fieles llevados a participar en la asamblea sin presiones de ningún género, espontáneamente, con alegrí­a, experimentando su necesidad y desempeñando a conciencia las funciones propias de la asamblea. No se tratará solamente de congregarse de una manera material, sino que se tenderá a esa disponibilidad en la acción y a esa unanimidad de espí­ritu que permitan experimentar la viva y real presencia de Cristo resucitado en medio de la asamblea, revivir intensamente su misterio e irradiar la virtud en beneficio de toda la humanidad.

[-> Animación]
A. Cuva
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D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia

Por ser Jehová Dios el Soberano universal, tiene el derecho de decretar que sus siervos se congreguen y de fijar el tiempo y lugar para hacerlo. Toma medidas como estas con la intención de favorecer a sus siervos. En tiempos pasados, las asambleas del pueblo de Dios cumplieron cometidos diferentes, si bien todas contribuyeron a unificarlo, pues todos los presentes escucharon simultáneamente lo mismo. Aquellas asambleas redundaron en muchos beneficios espirituales y con frecuencia fueron ocasiones de gran regocijo.

Términos en hebreo y griego. En la Biblia se emplean diversas expresiones hebreas y griegas para referirse a una reunión. Una muy común en el texto hebreo es `e·dháh, que proviene de la raí­z ya·`ádh, cuyo significado es †œnombrar; designar†, y por lo tanto se refiere a un grupo de personas reunidas por designación. (Compárese con 2Sa 20:5; Jer 47:7.) Es frecuente que el término `e·dháh se use con referencia a la comunidad israelita en expresiones como †œla asamblea† (Le 8:4, 5; Jue 21:10), †œla asamblea de Israel† (Ex 12:3; Nú 32:4; 1Re 8:5) y †œla asamblea de Jehovᆝ (Nú 27:17).
La palabra hebrea moh·`édh procede asimismo de la raí­z `e·dháh y significa †œtiempo señalado† o †œlugar señalado† (1Sa 13:8; 20:35); se emplea 223 veces en las Escrituras Hebreas, como, por ejemplo, en la expresión †œla tienda de reunión† (Ex 27:21) y en relación con las fiestas estacionales. (Le 23:2, 4, 37, 44.) También se utiliza en Isaí­as 33:20, donde a Sión se le llama †œel pueblo de nuestras ocasiones festivas†.
El vocablo hebreo miq·rá´, cuyo significado es †œconvocación†, procede del verbo raí­z qa·rá´ (llamar). Se emplea en Isaí­as 4:5 con referencia al monte Sión, llamado en este caso †œlugar de convocación†. Además, su uso es frecuente por hallarse en la expresión †œconvocación santa†. (Ex 12:16; Le 23:2, 3.) En dichas convocaciones no se permití­a realizar ningún trabajo cotidiano.
Para referirse a reuniones, también se emplea la palabra qa·hál, relacionada con un verbo que significa †œconvocar; congregar†. (Ex 35:1; Le 8:4.) Suele usarse para designar a la congregación como grupo organizado. A veces se emplea la forma sustantiva qa·hál (congregación) conjuntamente con `e·dháh (asamblea). (Le 4:13; Nú 20:8, 10.) Formas de ambas palabras aparecen en la expresión †œcongregación de la asamblea de Israel† (heb. qehál `adhath-Yis·ra·´él). (Ex 12:6.)
Entre estos términos hebreos ha de mencionarse también `atsa·ráh, traducido por †œasamblea solemne†. Se usa en relación con la fiesta de las cabañas y la Pascua. (Le 23:36; Dt 16:8.)
Para designar reuniones í­ntimas de diversa í­ndole, se empleaba la palabra hebrea sohdh, que significa †œhabla confidencial; intimidad†. (Sl 83:3; Job 29:4.) En el Salmo 89:7 se traduce por †œgrupo í­ntimo† en el siguiente contexto: †œA Dios ha de tenérsele respetuoso temor en medio del grupo í­ntimo de santos; él es grande e inspirador de temor sobre todos los que están a su alrededor†.
La palabra griega ek·kle·sí­Â·a (de ek, †œfuera de†, y kle·sis, †œllamada†) se suele utilizar en la Septuaginta para traducir el término hebreo qa·hál (congregación) y a veces `e·dháh (asamblea), aunque para esta última también se emplea la voz griega sy·na·go·gue (†œjuntamiento†; de syn, †œjuntamente†, y á·go, †œtraer†). Por lo general, en las Escrituras Griegas Cristianas ek·kle·sí­Â·a se traduce por †œcongregación†, y es así­ como se vierte en Hechos 7:38, donde se usa con referencia a la congregación de Israel. La palabra sy·na·go·gue aparece en Hechos 13:43 (†œasamblea de la sinagoga†) y en Santiago 2:2 (†œreunión†). Finalmente, la palabra griega pa·ne·gy·ris (de pan, †œtodo†, y a·go·rá, que designa a cualquier clase de asamblea), se traduce en Hebreos 12:23 por la expresión †œasamblea general† (NM; BAS; Mod; Str, 12:22).
En las Escrituras hay bastantes referencias relacionadas con asambleas de carácter constructivo en sentido espiritual, aunque también se habla de asambleas con una intención inicua o injusta. Por ejemplo, para denominar a los partidarios del rebelde Coré se usó la expresión †œsu entera asamblea†. (Nú 16:5.) En una de sus oraciones a Jehová, David dijo: †œLa mismí­sima asamblea de los tiránicos ha buscado mi alma†. (Sl 86:14.) También, cuando Demetrio el platero instigó a la gente de Efeso para que se opusiese a Pablo, †œunos gritaban una cosa y otros otra; porque la asamblea estaba en confusión, y la mayorí­a de ellos no sabí­a por qué razón se habí­an reunido†. (Hch 19:24-29, 32.)
Por otra parte, debe decirse que el orden era la nota predominante durante las reuniones del pueblo de Jehová; eran asambleas que gozaban de un apoyo masivo, así­ como ocasiones de provecho espiritual que solí­an proporcionar gran regocijo.
En armoní­a con las instrucciones que Dios les habí­a dado, Moisés y Aarón reunieron en Egipto a todos los ancianos de Israel, les expusieron todas las palabras de Jehová, ejecutaron señales y el pueblo creyó. (Ex 4:27-31.) Más tarde, como habí­a ordenado Dios, el pueblo se reunió al pie del monte Sinaí­ (Horeb) y allí­ vivió una impresionante experiencia, pues llegó a ser testigo de la presentación de la Ley. (Ex 19:10-19; Dt 4:9, 10.)
Jehová le mandó a Moisés en el desierto que hiciese dos trompetas de plata que se usarí­an para convocar a la asamblea y para levantar el campamento. Si se tocaban ambas, toda la asamblea acudirí­a a la convocación, mientras que si solo se hací­a tocar una, acudirí­an únicamente los principales de Israel. El lugar concertado para reunirse era a la †œentrada de la tienda de reunión†. (Nú 10:1-4; Ex 29:42.) Tiempo después, por voluntad de Jehová, los israelitas se reunieron con regularidad en el templo de Jerusalén con motivo de las tres grandes fiestas anuales. (Ex 34:23, 24; 2Cr 6:4-6.)

Asambleas representativas. En ciertas convocatorias, al pueblo de Israel podí­an representarlo †œlos principales de la asamblea† (Ex 16:22; Nú 4:34; 31:13; 32:2; Jos 9:15, 18; 22:30), o los †œancianos†. (Ex 12:21; 17:5; 24:1.) Cuando habí­a que dirimir casos judiciales, un determinado grupo de personas se reuní­a a la entrada de la ciudad. Una vez reunidos, allí­ o en cualquier otro lugar, la decisión no se tomaba por procedimientos democráticos, sino, más bien, ancianos respetados imbuidos de un espí­ritu teocrático sopesaban los hechos a la luz de la ley divina y entonces exponí­an su decisión. (Dt 16:18; 17:8-13.) De modo parecido, cuando se producí­an casos de igual naturaleza, a la congregación cristiana primitiva la representaban aquellos a quienes el espí­ritu santo habí­a colocado en puestos de responsabilidad. (Hch 20:28.) En Israel toda la asamblea podí­a tomar parte en la ejecución de la pena capital si el mal cometido exigí­a su aplicación. (Le 24:14; Nú 15:32-36; Dt 21:18-21.)

Asambleas generales. Las asambleas generales celebradas en Israel solí­an ser fiestas religiosas, asambleas solemnes (2Cr 34:29, 30; Joe 2:15) o acontecimientos de importancia nacional sobre los que en ciertas ocasiones informaban al pueblo corredores que iban anunciando la convocación. (1Sa 10:17-19; 2Cr 30:6, 13.) El sábado semanal era un dí­a de †œdescanso completo, una convocación santa† (Le 23:3), un dí­a dedicado a la consideración de la Palabra de Dios, como más tarde se hizo en las sinagogas, donde †˜Moisés era leí­do en voz alta todos los sábados†™. (Hch 15:21.) También se conmemoraban la observancia de la luna nueva (Nú 28:11-15), el dí­a del toque de trompeta (Nú 29:1-6), el Dí­a anual de Expiación (Le 16), la Pascua (en conmemoración de la liberación de Israel del cautiverio egipcio; Ex 12:14) y, tiempo después, la fiesta del Purim (en conmemoración de la liberación de los judí­os de la amenaza de aniquilación en el Imperio persa; Est 9:20-24), así­ como la fiesta de la dedicación (en recuerdo de la rededicación del templo, celebrada el 25 de Kislev del año 165 a. E.C.; Jn 10:22, 23). Aparte de estas, habí­a otras tres †œfiestas periódicas de Jehovᆝ de carácter anual: la fiesta de las tortas no fermentadas, la fiesta de las semanas (después llamada Pentecostés) y la fiesta de las cabañas. (Le 23.) Sobre estas tres fiestas, Dios habí­a decretado: †œEn tres ocasiones del año se presentará todo varón tuyo delante del rostro del Señor verdadero, Jehovᆝ. (Ex 23:14-17.) En reconocimiento del gran valor espiritual de estas celebraciones, muchos varones israelitas procuraban asistir a ellas con toda su familia. (Lu 2:41-45.) Además, Moisés especificó que cada siete años, los hombres, las mujeres, los niños y los residentes forasteros de Israel debí­an congregarse durante la fiesta de las cabañas en el lugar que Dios escogiese, †˜a fin de que escucharan y a fin de que aprendieran, puesto que tení­an que temer a Jehová su Dios y cuidar de poner por obra todas las palabras de la ley†™. (Dt 31:10-12.) Por consiguiente, se ve que se dispusieron medios para que los israelitas se reunieran con mucha frecuencia y examinaran juntos la Palabra de Dios y sus propósitos. (Véase FIESTA.)
Terminada la construcción del templo, Salomón convocó una gran asamblea en Jerusalén con el objeto de dedicar aquel impresionante edificio. La asamblea se extendió por varios dí­as, y cuando se dio por terminada, el pueblo se marchó gozoso y †œsintiéndose bien en el corazón por el bien que Jehová habí­a ejecutado para con David y para con Salomón y para con Israel su pueblo†. (2Cr 5:1–7:10.)
Para las multitudes que se congregaban en el templo con objeto de celebrar las fiestas anuales, estas constituí­an una experiencia muy grata y provechosa espiritualmente, como ocurrió en el caso de la Pascua celebrada en tiempos de Ezequí­as, en la que †œllegó a haber gran regocijo en Jerusalén†. (2Cr 30:26.) En los dí­as de Nehemí­as hubo otra convocación que resultó en un †œregocijo muy grande†. (Ne 8:17.) Esdras leyó del libro de la ley de Moisés ante todos los que se habí­an congregado en Jerusalén, ante †œtodos los de suficiente inteligencia como para escuchar†, y todos estuvieron atentos. (Ne 8:2, 3.) Gracias a la instrucción que Esdras y otros levitas impartieron, los asistentes se regocijaron †œporque habí­an entendido las palabras que se les habí­an dado a conocer†. (Ne 8:12.) Después celebraron la fiesta de las cabañas, y al octavo dí­a †œhubo una asamblea solemne, conforme a la regla†. (Ne 8:18; Le 23:33-36.)

Las sinagogas: lugares de reunión. Durante el cautiverio judí­o, o poco después, se empezaron a usar las sinagogas. Con el tiempo, se abrieron sinagogas en muchos lugares, y las ciudades grandes llegaron a tener más de una. Eran sobre todo centros docentes en los que se leí­an y enseñaban las Escrituras, aunque también fueron lugares de oración y culto a Dios. Jesús y sus discí­pulos acostumbraban a ir a las sinagogas a impartir instrucción y alguna palabra de estí­mulo a los presentes. (Mt 4:23; Lu 4:16; Hch 13:14, 15; 17:1, 2; 18:4.) Debido a que en las sinagogas se leí­an las Escrituras con regularidad, Santiago pudo decirle al cuerpo gobernante cristiano, que se hallaba en Jerusalén: †œDesde tiempos antiguos Moisés ha tenido en ciudad tras ciudad quienes lo prediquen, porque es leí­do en voz alta en las sinagogas todos los sábados†. (Hch 15:21.) Los aspectos básicos del culto practicado en las sinagogas se reprodujeron en los lugares de reunión de los cristianos: lectura y explicación de las Escrituras, palabras de estí­mulo, oración y alabanzas a Dios. (1Co 14:26-33, 40; Col 4:16; véase SINAGOGA.)

Reuniones cristianas. En varias ocasiones, como en el Sermón del Monte, grandes multitudes de personas se congregaron en torno a Jesús para escuchar sus dichos, de lo que derivaron muchos beneficios. (Mt 5:1–7:29.) Estas reuniones multitudinarias no eran asambleas organizadas con anterioridad, pero a veces duraron suficiente tiempo como para requerir que se diese de comer a todos los presentes, circunstancia que Jesús resolvió multiplicando milagrosamente los alimentos. (Mt 14:14-21; 15:29-38.) Jesús reuní­a con frecuencia a sus discí­pulos para impartirles enseñanza espiritual, y después de su muerte, continuaron reuniéndose, como en el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó espí­ritu santo sobre todos los que se habí­an congregado. (Hch 2:1-4.)
Por lo general, los cristianos primitivos se reuní­an en pequeños grupos, si bien hubo ocasiones en las que se llegó a reunir †œuna muchedumbre bastante grande†. (Hch 11:26.) Tiempo después, Santiago, el medio hermano de Jesús, consideró conveniente aconsejar al Israel espiritual que no mostrara favoritismo a personas ricas en la celebración de una reunión pública (gr. sy·na·go·gue) de la congregación. (Snt 2:1-9.)

La importancia de las reuniones. La importancia de obtener beneficio pleno de las reuniones que Jehová provee para el enriquecimiento espiritual de su pueblo se puso de manifiesto en la observancia anual de la Pascua. Todo varón limpio ceremonialmente que no guardase la Pascua debido, no a haberse ausentado por hallarse de viaje, sino por desinterés, tení­a que ser muerto. (Nú 9:9-14.) Cuando el rey Ezequí­as convocó a los habitantes de Judá e Israel en Jerusalén para la conmemoración de una Pascua, el mensaje que les envió decí­a en parte: †œHijos de Israel, vuélvanse a Jehová […], no endurezcan su cerviz como lo hicieron sus antepasados. Den lugar a Jehová y vengan a su santuario que él ha santificado hasta tiempo indefinido, y sirvan a Jehová su Dios, para que la cólera ardiente de él se vuelva de contra ustedes. […] Jehová el Dios de ustedes es benévolo y misericordioso, y no apartará de ustedes el rostro si se vuelven a él†. (2Cr 30:6-9.) La no comparecencia deliberada hubiese indicado fuera de toda duda que la persona le daba la espalda a Dios. Si bien es cierto que los cristianos no celebran fiestas como la Pascua, Pablo los insta a no abandonar las reuniones periódicas del pueblo de Dios, al decir: †œY considerémonos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes, sin abandonar el reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino animándonos unos a otros, y tanto más al contemplar ustedes que el dí­a se acerca†. (Heb 10:24, 25; véase CONGREGACIí“N.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

A. Nombre qahal (lh;q; , 6951), “asamblea; congregación”. Cognados que se derivan de este nombre se encuentran en arameo y sirí­aco. Qahal aparece 123 veces en todos los perí­odos del hebreo de la Biblia. En muchos contextos, el vocablo significa una asamblea que se congrega para planificar o llevar a cabo un consejo de guerra. Uno de los primeros ejemplos se encuentra en Gen 49:6: En 1Ki 12:3, “toda la congregación de Israel” pidió que Roboam aligerase la carga de impuestos que les habí­a dejado Salomón. Cuando Roboam rehusó, se apartaron de él y rechazaron su alianza feudal (militar) con él. Qahal tiene la acepción de “ejército” en Eze 17:17 “Y ni con gran ejército ni con mucha compañí­a hará Faraón nada por él en la batalla”. A menudo, qahal sirve para denotar una reunión para juzgar o deliberar. Este énfasis aparece primero en Eze 23:45-47, donde la “tropa” (rv) o “asamblea” (bj) juzga y ejecuta el juicio. En muchos pasajes el vocablo significa una asamblea que representa a un grupo mayor: “Entonces David tomó consejo con los capitanes de millares y de centenas, y con todos los jefes. Y dijo David a toda la asamblea de Israel” (1Ch 13:1-2). Aquí­ “toda la asamblea” se refiere a los lí­deres reunidos (cf. 2Ch 1:2). Es así­ como en Lev 4:13 encontramos que el pecado de toda la congregación de Israel puede pasar inadvertido por la “asamblea” (los jueces o ancianos que representan a la congregación). A veces qahal representa todos los varones de Israel con derecho a ofrecer sacrificios al Señor: “No entrará a la congregación de Jehová el que tenga magullado los testí­culos, o amputado su miembro viril” (Deu 23:1). Los únicos con derecho a pertenecer a la asamblea eran varones que estaban ligados ritualmente bajo el pacto, que no eran ni extranjeros (residentes no permanentes), ni residentes permanentes no hebreos (Num 15:15). En Num 16:3, 33 se pone de manifiesto que la “asamblea” consistí­a de una comunidad adorante y votante (cf. 18.4). En otros pasajes, el término qahal significa todo el pueblo de Israel. Toda la congregación de los hijos de Israel se quejaron de que Moisés los habí­a llevado al desierto para matar de hambre a toda la asamblea (Exo 16:3; “multitud” rv). La primera vez que se usa el vocablo tiene también un significado de un grupo grande: “Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud [qahal] de pueblos” (Gen 28:3). B. Verbo qahal (lh;q’ , 6950), “congregar”. El verbo qahal, que aparece 39 veces, se deriva del nombre qahal. Al igual que el nombre, el término se usa en todos los perí­odos del hebreo bí­blico. Significa “congregarse” como un qahal en situaciones de conflicto o guerra, con fines religiosos y para juicios: “Entonces Salomón reunió ante sí­ en Jerusalén los ancianos [qahal] de Israel” (1Ki 8:1).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

1. ekklesia (ejkklhsiva, 1577), (de ek, fuera de, y klesis, llamamiento. de kaleo, llamar). Se usaba entre los griegos de un cuerpo de ciudadanos reunido para considerar asuntos de estado (Act 19:39). En la LXX se usa para designar a la congregación de Israel, convocada para cualquier propósito determinado, o una reunión considerada como representativa de la nación toda. En Act 7:38 se usa de Israel; en 19.32,41, de una turba amotinada. Tiene dos aplicaciones a compañí­as de cristianos, (a) de toda la compañí­a de los redimidos a través de la era presente, la compañí­a de la que Cristo dijo: “edificaré mi iglesia” (Mat 16:18), y que es descrita adicionalmente como “la iglesia, la cual es su cuerpo” (Eph 1:22; 5.22), (b) en número singular (p.ej., Mat 18:17), a una compañí­a formada por creyentes profesos (p.ej., Act 20:28; 1Co 1:2; Gl 1.13. 1Th 1:1; 1Ti 3:5), y en plural, refiriéndose a las iglesias en un distrito. Hay una aparente excepción en Act 9:31, donde, en tanto que la RVR vierte “iglesias”, el singular en el original (correctamente vertido por la VM) parece sin embargo señalar a un distrito; pero la referencia es claramente a la iglesia tal como estaba en Jerusalén, de donde habí­a justo sido dispersada (Act 8:1). También, en Rom 16:23, que Gayo fuera “hospedador †¦ de toda la iglesia” sugiere que la asamblea en Corinto se reuní­a generalmente en su casa, donde también Pablo moraba. Véanse CONCURRENCIA, IGLESIA. 2. plethos (plh`qo”, 4128), multitud, muchedumbre. Se traduce “asamblea” en Act 23:7: Véanse CANTIDAD, GENTE, GRANDE, MUCHEDUMBRE, MULTITUD.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento