ASTROLOGIA, ASTRONOMIA

Históricamente, la astrologí­a y la astronomí­a están relacionadas, aunque sus métodos difieren notablemente. La astrologí­a se interesa en la interpretación de las señales de los cuerpos celestes sobre el mundo y sus eventos. Es una forma de adivinación y continúa sólo como una pseudo ciencia. Cuando la observación de los cuerpos celestes la observación de los cuerpos celestes se usó para medir los intervalos del tiempo y cuando llegó a ser matemáticamente precisa, se inició la ciencia de la astronomí­a.
Los orí­genes de la astrologí­a eluden precisión, pero sabemos que alrededor del año 700 a. de J.C. informes sistemáticos de los movimientos de los cuerpos celestes fueron dados a los reyes asirios. Los informes, sin embargo, no se limitaron a los movimientos de las estrellas. Las formaciones de las nubes se consideraron significativas como los eclipses. No se hicieron computaciones matemáticas y el horóscopo no habí­a sido aún inventado. Habí­a muchos medios de adivinación en el mundo antiguo. El examen del hí­gado de un animal que habí­a sido sacrificado era un procedimiento común, y algunos adivinadores eran expertos en interpretar las señales hechas durante el vuelo de las aves.
Se puede fácilmente entender cómo los fenómenos astronómicos y meteorológicos se usaron para tal fin.
En los tiempos romanos, el término caldeo llegó a significar astrólogo y los babilonios fueron considerados como los expertos en los cuerpos celestes. Los estudios de textos astronómicos y matemáticos de la antigua Mesopotamia, efectuados por O. Neugebauer, J. A. Sachs y otros, llegan a la conclusión de que la antigua astronomí­a mesopotámica era muy rudimentaria y que solamente en los últimos tres siglos a. de J.C. es que los textos revelan una teorí­a matemática consistente del movimiento lunar y planetario.
Fue durante el perí­odo clásico y helení­stico cuando la astronomí­a se desarrolló en una verdadera ciencia y la astrologí­a adoptó las fantasí­as que la han caracterizado en las siguientes generaciones. Tales enunció la teorí­a de la redondez de la tierra y predijo el año de un eclipse solar. En el siglo VI a. de J.C. el matemático griego Anaximandro enseñó que la tierra se mueve sobre su propio eje y que la luz de la luna refleja la del sol. Pitágoras y su escuela (530–400 a. de J.C. ) sostuvieron que el sol es el centro del sistema planetario y que la tierra rota sobre su eje.
Los nombres de los cuerpos celestes se remontan a los astrólogos babilónicos, pero el concepto del Zodí­aco mismo parece haberse desarrollado durante la era helénica. Los horóscopos helénicos tienen que ver con individuos especí­ficos y dependen de la posición computada de los siete cuerpos celestes (Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno) y sus signos zodiacales en relación con el horizonte en el momento del nacimiento. La mayorí­a de los textos dan simplemente los resultados de tales computaciones y no ofrecen información en cuanto al método o teorí­a astronómico.
La astronomí­a egipcia, como la de Babilonia, era rudimentaria antes de la era helénica. Con el perí­odo tolomeo el Zodí­aco aparece en los monumentos. A principios del siglo II a. de J.C. , aparecen los papiros astronómicos y astrológicos. Los textos planetarios del tiempo de Augusto a Adriano registran los datos cuando algunos planetas especí­ficos entraron en los signos zodiacales dados. La astronomí­a y la astrologí­a estuvieron entre los elementos culturales compartidos a través del Oriente en los perí­odos helení­sticos y romanos.
La astrologí­a fue prohibida en Israel e Isaí­as predijo que los observadores de las estrellas llegarí­an a ser como †œtamo† (Is. 47:13-15). Los observadores vigilaban la †œluna nueva† para poder anunciar el perí­odo sagrado del calendario hebreo; pero no fue sino hasta el tiempo de Cristo que el conocimiento astronómico fue tal que un calendario fijo pudo adoptarse. Los registros bí­blicos dejan claro que los cuerpos celestes fueron creados por el Señor, e Israel fue advertido contra su adoración. El monoteí­smo israelita pudo muy bien haber desanimado cualquier interés serio en cuanto a los cuerpos celestes en los tiempos precristianos. Los cielos muestran la gloria de Dios pero no se creyó que tení­an mensajes en sí­ mismos para el hombre.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico