BETEL

casa de Dios. Ciudad al norte de Jerusalén y al sur de Silo. Allí­, posiblemente, hubo un santuario cananeo. En B., como se denomina el sitio por primera vez en la Escritura, Abraham edificó un altar e invocó el nombre de Yahvéh, tras salir de su patria, como se lo mandó el Señor, Gn 12, 8; 13, 3. Esta ciudad se llamó primero Luz, pero Jacob, a raí­z del sueño de la escalera le dio al lugar el nombre de B., Gn 28, 10-19; 31, 13; allí­ Dios le cambió el nombre a Jacob por el de Israel y le renovó la promesa hecha a Abraham, 35, 1-16. Este sitio se convirtió entonces en punto de peregrinación, como se dice en 1 S 10, 3. En B. hubo una hermandad de profetas con la que Eliseo tení­a relaciones, 2 R 2, 1-3. Hacia B. subí­a Eliseo y le sucedió lo de la burla de unos niños, a los cuales maldijo en nombre de Yahvéh, de los cuales fueron destrozados cuarenta y dos por dos osos del bosque, 2 R 2, 23-25.

En tiempos de los jueces el Arca estuvo en B. Jc 20, 18-28, y después fue colocada en Siló.

Débora la profetiza que era juez en Israel, se sentaba bajo una palmera, entre Ramá y B., en la montaña de Efraí­m, y a ella acudí­an en busca de justicia Jc 4, 4-5. Samuel, quien viví­a en Ramá, todos los años pasaba por B., para resolver los problemas de sus habitantes, 1 S 7, 16.

Habiéndose dividido el reino Jeroboam, primer rey de Israel, creó el cisma religioso, †œel pecado de Jeroboam†, hizo dos becerros de oro, uno de los cuales instaló en B., el otro en Dan, para que el pueblo israelita no fuera a adorar a Dios en Jerusalén, 1 R 12, 26-33. Esto le acarreó al rey la ira divina 1 R 13, 1-34. Am 7, 13. Los profetas Amós y Oseas denunciaron el pecado de Jeroboam y le vaticinaron su fin; Amós fue expulsado de B. por Amasí­as, sacerdote del santuario, Os 6, 10-11; 10, 15; 12, 5; Am 3, 14; 4, 4; 5, 5-6; 7, 10-13; en Tb 2, 6, encontramos una referencia a los oráculos de Amós contra B. El rey Jehú, 841- 814 a. C., erradicó de Israel a Baal, †œpero no se retractó de los pecados de Jeroboam… los becerros de oro de B. y de Dan† 2 R 10, 28-29. En el año 721 a. C., los asirios tomaron Samarí­a, los israelitas fueron deportados y su lugar fue ocupado por extranjeros, y el rey asirio ordenó que uno de los sacerdotes en el exilio fuera a Samarí­a a enseñarles a los nuevos habitantes †œlas reglas del dios de la tierra†; dicho sacerdote se estableció en B. 2 R 17, 27-28. El rey Josí­as, 640-609 a. C., tras encontrar el rollo de la Ley, cuando restauraban el templo, inició la reforma religiosa, que incluyó la erradicación de los cultos extranjeros. Los objetos en honor de Baal y Astarté fueron quemados y las cenizas llevadas a B. 2 R 23, 4; derribó el altar y el altozano de B., obra de Jeroboam, 2 R 23, 15-20. Algunos de los que volvieron del cautiverio en Babilonia habitaron en B.

Esd 2 28; Ne 7, 32.

El oráculo del profeta Jeremí­as contra Moab dice que éste se avergonzará como la casa de Israel de B., Jr 48, 13.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., beth†™el, casa de Dios).
1. Un pueblo originalmente conocido como Luz, 20 km. al norte de Jerusalén (Gen 28:19), al occidente de Hai. Abraham se detuvo cerca de este lugar en su camino al Néguev y ofreció un sacrificio (Gen 12:8; Gen 13:3). Jacob llamó a Luz Betel (Gen 28:10-22), ya que Dios lo encontró allí­ y le confirmó el pacto abrahámico. Más tarde, Jacob regresó y construyó un altar y adoró, llamando al lugar El-betel (Gen 35:7). Aquí­ Jacob enterró a Débora, la nodriza de Rebeca, que habí­a muerto (Gen 35:8).

A la tribu de Benjamí­n se le dio Betel (Jos 18:21-22) y fue tomada por los descendientes de José bajo la dirección del Señor (Jdg 1:22-26).

Allí­ se conservó el arca durante el perí­odo de los jueces (Jdg 20:26-28) y Samuel juzgaba y adoraba allí­ (1Sa 7:16; 1Sa 10:3).

Jeroboam escogió Betel como uno de los dos centros en que puso becerros de oro (1Ki 12:26-30). Por éstos y otros pecados, Amós clamó en contra de la ciudad (Amo 3:14; Amo 4:4-6). Oseas también pronunció juicio sobre Betel, incluso llamándola Bet-avén, la casa de maldad (Hos 4:15).

Un sacerdote israelita enseñó acerca del Señor al pueblo que Asiria volvió a establecer en este lugar (2Ki 17:27-28), pero ellos combinaron la adoración a sus dioses paganos con la adoración al Señor (2Ki 17:33). No fue sino hasta que Josí­as llegó a ser rey que se quitó esta idolatrí­a de Betel y la verdadera adoración al Señor se estableció (2Ki 23:15-23). Cuando los judí­os volvieron de la cautividad babilónica, tanto Esdras como Nehemí­as registran que algunos volvieron a Betel (Ezr 2:28; Neh 7:32) y, como uno podrí­a suponer, se dice que eran benjamitas (Neh 11:31).
2. Una ciudad en el sur de Judá (1Sa 30:27), también llamada Betul (Jos 19:4) y Betuel (1Ch 4:30).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Las ruinas de la antigua Betel han sido identificadas sobre el lado norte de la villa árabe de Beitin donde W. F. Albright hizo sondeos durante 1927 cuando era director de las Escuelas Americanas de Investigación Oriental en Jerusalén. Excavaciones a escala completa fueron conducidas desde julio hasta septiembre, 1934, por Albright y J. L. Kelso del Pittsburgh-Xenia Theological Seminary (ahora Pittsburgh Theological Seminary).
El nivel más antiguo contiene una muralla y casas de la última edad del bronce con una de las mejores construcciones de ese perí­odo hasta ahora descubiertas en Palestina. Esta era la Betel de la edad de los patriarcas bí­blicos. Se piensa que su ocupación empezó ca. 2200 a. de J.C. Durante el siglo XIII la ciudad cananea fue destruida en una tremenda conflagración que dejó ruinas de un espesor de un metro con ochenta centí­metros en algunos lugares. Albright atribuye esto a los israelitas en la época de la conquista de Palestina. Los niveles israelitas que siguen son inferiores a la ciudad cananea. Dos veces Betel parece haber sido quemada por los filisteos u otros de los primeros enemigos de Israel. La ciudad del siglo IX —la época de Jeroboam I— fue construida mostrando evidencias de un trabajo más fino que aquel de los comparativamente primitivos niveles israelitas antiguos. A comienzos del siglo VI la ciudad fue nuevamente quemada, esta vez por los ejércitos de Nabucodonosor. Por un tiempo el sitio estuvo desocupado, pero una humilde villa se construyó allí­ durante el perí­odo persa. Vespasiano la capturó en el año 69 d. de J.C. , pero fue de nuevo ocupada como ciudad romana continuando su desarrollo hasta la conquista árabe.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

[012] Literalmente en hebreo significa “Casa de Dios”. Era el santuario israelita más significativo anterior al templo de Jerusalén y centro de culto antiguo. Se hallaba en el camino hacia Siquem. Aparece en la Biblia (con Abraham, Gen. 28.10-22; con Jacob, Gen. 25. 1-61; con el Reino de Israel: 1. Rey. 12. 26).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(Casa de Dios).

1. Importante ciudad de Israel mencionada en la Biblia con más frecuencia que cualquier otra, a excepción de Jerusalén. Se cree que las ruinas que se hallan junto al actual pueblo de Beití­n, a unos 17 Km. al N. de Jerusalén, corresponden a la antigua Betel, de modo que la ciudad estaba en una serraní­a rocosa, en el extremo meridional de la región montañosa de Efraí­n, a unos 900 m. sobre el nivel del mar. La zona circundante, en la actualidad bastante yerma, es una altiplanicie pedregosa con escasa vegetación. No obstante, la existencia de varios manantiales muestra que la ciudad antigua tuvo un buen abastecimiento de agua.
Betel gozaba de una posición estratégica, lo que contribuyó de forma notable a su importancia. Situada sobre la cordillera central, estaba en la importante ruta que iba de N. a S. siguiendo el curso del rí­o Jordán. Esta ruta partí­a de Siquem en dirección S. y pasaba por Betel, Jerusalén, Belén y Hebrón, hasta llegar a Beer-seba. (Compárese con Jue 21:19.) Otra ruta uní­a Betel con Jope, al O., en el Mediterráneo, y con Jericó, al E., cerca del Jordán. Por lo tanto, Betel se hallaba en una encrucijada de caminos, al igual que Samaria, Jerusalén, Hebrón y Beer-seba. Además, los hechos indican que la región comprendida entre Jerusalén y Betel estaba densamente poblada, y en ella habí­a mayor concentración de ciudades que en cualquier otra parte de Palestina.
Las excavaciones arqueológicas efectuadas en Beití­n han demostrado la gran antigüedad de este lugar; se supone que el poblado original data más o menos del siglo XXI a. E.C. También se ha comprobado que sufrió una gran destrucción, así­ como un incendio, llegando los escombros y las cenizas en algunos lugares hasta 1,5 m. de espesor. Se cree que esta destrucción se remonta al tiempo en que Israel conquistó Canaán.
Cuando Abrahán entró en Canaán, se detuvo en Siquem y luego se dirigió al S., †œa la región montañosa, al este de Betel, y asentó su tienda, con Betel al oeste y Hai al este†. (Gé 12:8.) Después de pasar algún tiempo en Egipto debido al hambre que azotó Canaán, Abrahán de nuevo se estableció al E. de Betel, en compañí­a de su sobrino Lot. Ya que en ambos casos Abrahán asentó la tienda al E. de Betel, se ha pensado que la ubicación de su campamento estaba en Burj Beití­n, a poca distancia al SE. de Beití­n, en lo que se ha llamado †œuna de las mejores vistas panorámicas de Palestina†. (Encyclopædia Biblica, edición de T. K. Cheyne, Londres, 1899, vol. 1, col. 552.) Debió ser desde un lugar como este desde donde Abrahán invitó a Lot a que escogiera la dirección en la que irí­a cuando ambos se separasen. Lot †œalzó los ojos y vio todo el Distrito del Jordán†, región que decidió escoger para sí­. (Gé 13:8-11.) Más tarde, Jehová le dijo a Abrahán que mirase en todas direcciones, y le aseguró que esa tierra serí­a su herencia y la de su descendencia. (Gé 13:14, 15.)
Aunque al compilar el Génesis, Moisés llama †œBetel† a la ciudad cercana al lugar donde acampó Abrahán, el registro posterior muestra que el nombre original cananeo era †œLuz†. (Véase LUZ, II núm. 1.) Jacob pasó la noche cerca de esta ciudad cuando viajaba de Beer-seba a Harán, y después de tener un sueño de una escalera que llegaba hasta los cielos, en el que oyó la confirmación de Dios de la promesa abrahámica, edificó una columna y †œllamó a aquel lugar por nombre Betel; pero, de hecho, Luz era el nombre de la ciudad anteriormente†. (Gé 28:10-19.) Cuando unos veinte años más tarde, Dios habló a Jacob en Harán, se identificó como aquel que le habí­a hablado en Betel y le dijo que regresara a Canaán. (Gé 31:13.)
Después de la violación de Dina en Siquem y del acto de venganza de los hijos de Jacob contra los siquemitas, Dios le ordenó a Jacob que volviese a Betel. Este se deshizo de los objetos religiosos falsos que habí­a en su casa y en la de sus siervos, y después viajó a Betel con la protección divina. Una vez allí­, construyó un altar y entonces llamó al lugar El-betel, que significa †œEl Dios de Betel†. Allí­ murió y fue enterrada Débora, la nodriza de Rebeca. También fue en este mismo lugar donde Jehová confirmó el cambio del nombre de Jacob a Israel y repitió la promesa abrahámica. (Gé 35:1-16.)
Siglos después, tras la entrada de la nación de Israel en Canaán (1473 a. E.C.), de nuevo se vuelve a usar el nombre Betel para referirse a la ciudad que los cananeos llamaban †œLuz† (aunque en realidad Betel era el nombre que Jacob habí­a dado a su campamento, cercano a esa ciudad). En el relato del ataque a Hai, el registro indica que los cananeos de Betel intentaron apoyar a los hombres de aquella ciudad vecina, pero sin éxito. Si no en esa ocasión, fue más adelante cuando las fuerzas de Josué derrotaron al rey de Betel. (Jos 7:2; 8:9, 12, 17; 12:9, 16.) Más tarde, Betel aparece como una ciudad limí­trofe entre los territorios de Efraí­n y Benjamí­n. Aunque incluida en el territorio de Benjamí­n, el registro muestra que fue la casa de José (de la que Efraí­n formaba parte) la que conquistó la ciudad. (Jos 16:1, 2; 18:13, 21, 22; Jue 1:22-26.) A partir de este momento ya no se aplicó más a la ciudad el nombre Luz.
Durante el perí­odo de los jueces, la morada de Débora, la profetisa, estaba situada †œentre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraí­n†. (Jue 4:4, 5.) Cuando se le hizo pagar a la tribu de Benjamí­n el crimen que algunos benjamitas habí­an cometido, al parecer se habí­a llevado el arca del pacto temporalmente de Siló a Betel, debido a que esta última ciudad estaba muchí­simo más cerca del lugar de la batalla que se estaba librando en las proximidades de Guibeah, a unos 12 Km. al S. de Betel. (Jue 20:1, 18, 26-28; 21:2.)
Betel, Guilgal y Mizpá estaban en el circuito que hací­a Samuel cada año para juzgar al pueblo. Además, se consideraba que Betel era un lugar adecuado para la adoración. (1Sa 7:16; 10:3.) Sin embargo, desde entonces hasta la división del reino (997 a. E.C.), tan solo se hace mención de Betel en relación con el estacionamiento de las tropas del rey Saúl antes de combatir contra los filisteos. (1Sa 13:2.)
Como ciudad importante del reino septentrional, que gobernaba Jeroboán, Betel, el lugar donde en un tiempo se habí­a revelado el Dios verdadero, se convirtió en un famoso centro de adoración falsa. En esta ciudad, situada en el extremo S. del reino de Israel, que acababa de formarse, así­ como en Dan, en el extremo N., Jeroboán colocó becerros de oro en un esfuerzo por disuadir a sus súbditos de ir al templo de Jerusalén. (1Re 12:27-29.) Con su casa de adoración y su altar, su propia fiesta y sacerdotes escogidos de las tribus no levitas, Betel llegó a ser un sí­mbolo de crasa apostasí­a de la adoración verdadera. (1Re 12:31-33.) Jehová Dios no tardó mucho en expresar su desaprobación por medio de un †œhombre del Dios verdadero† enviado a Betel para pronunciar juicio contra el altar utilizado para la adoración de becerros. El que este altar se partiera fue un portento que confirmó el cumplimiento seguro de las palabras del profeta. Sin embargo, cuando salió de Betel, este †œhombre del Dios verdadero† permitió que un profeta anciano de Betel lo persuadiera a aceptar y actuar según un supuesto mensaje de un ángel que violaba las órdenes directas de Dios, con consecuencias desastrosas para él. Un león lo mató, y fue enterrado en Betel, en la sepultura que pertenecí­a al profeta anciano, que vio en todos estos acontecimientos la certeza del cumplimiento de la palabra de Jehová, y por eso solicitó que al morir lo enterraran en la misma sepultura. (1Re 13:1-32.)
Durante algún tiempo, el rey Abí­as de Judá arrebató Betel y otras ciudades del control del reino septentrional (2Cr 13:19, 20), pero parece ser que esta ciudad volvió a poder de Israel, al menos para el tiempo de su rey Baasá, ya que intentó fortificar Ramá, una ciudad situada bastante al S. de Betel. (1Re 15:17; 2Cr 16:1.) Aunque tiempo después el rey Jehú erradicó de Israel la adoración de Baal, aún permanecieron los becerros de oro en Dan y en Betel. (2Re 10:28, 29.)
A pesar del predominio de la adoración falsa en Betel, el registro bí­blico señala que en el tiempo de Elí­as y Eliseo habí­a allí­ un grupo de profetas. De esta ciudad era también el grupo de muchachitos burlones que ridiculizaron a Eliseo, acción que a muchos de ellos les costó la vida, pues Dios los ejecutó. (2Re 2:1-3, 23, 24.)
A finales del siglo IX y mediados del VIII a. E.C., los profetas Amós y Oseas proclamaron la condena de Dios de la corrupción religiosa centrada en Betel. Aunque Oseas hace mención directa de Betel (que significa †œCasa de Dios†) al hablar de la revelación que Dios hizo de sí­ mismo al fiel Jacob en ese lugar (Os 12:4), debe emplear el nombre †œBet-aven†, que significa †œCasa de Nocividad (Algo Perjudicial)†, para referirse a esa misma ciudad y al efecto de sus prácticas religiosas falsas. (Os 4:15; 5:8.) Asimismo, Oseas advirtió que el becerro idolátrico, que atendí­an sacerdotes de dioses extranjeros, llegarí­a a ser una causa de duelo para el Israel idólatra, sus lugares altos serí­an aniquilados y espinos y cardos cubrirí­an sus altares; por otra parte, ante la amenaza del exilio asirio, el pueblo clamarí­a a las montañas: †œÂ¡Cúbrannos!†, y a las colinas: †œÂ¡Caigan sobre nosotros!†. (Os 10:5-8; compárese con Lu 23:30; Rev 6:16.) El profeta Amós habló en un estilo similar, mostrando que, sin importar lo frecuentes que fuesen los sacrificios que los israelitas ofrecí­an en los altares de Betel, sus piadosas peregrinaciones a ese lugar solo serví­an para cometer transgresión, y advirtió que la cólera ardiente de Jehová se encenderí­a contra ellos de manera inextinguible. (Am 3:14; 4:4; 5:5, 6.) Encolerizado por esta profecí­a que Amós pronunció en el mismo Betel, el sacerdote apóstata Amasí­as le acusó de habla sediciosa y le ordenó que †˜volviese a Judá, de donde habí­a venido†™, y profetizara allí­: †œPero en Betel ya no debes volver a profetizar, porque es el santuario de un rey y es la casa de un reino†. (Am 7:10-13.)
Betel continuó siendo un santuario idólatra hasta la caí­da del reino septentrional ante Asiria en 740 a. E.C. De modo que más de un siglo después Jeremí­as pudo referirse a esta ciudad como ejemplo amonestador para los que confiaban en dioses falsos, de los que tendrí­an que avergonzarse. (Jer 48:13.) Incluso después Betel continuó como centro religioso, ya que el rey de Asiria envió de regreso a Israel a uno de los sacerdotes exiliados para que enseñara †œla religión del Dios del paí­s† al pueblo, que estaba siendo plagado por los leones. Este sacerdote se estableció en Betel para enseñar al pueblo †œcómo habí­an de temer a Jehovᆝ. Los resultados muestran con claridad que era un sacerdote del becerro de oro, pues †œde Jehová se hicieron temedores, pero de sus propios dioses resultaron ser adoradores†, por lo que todo siguió el mismo curso falso e idolátrico que inició Jeroboán. (2Re 17:25, 27-33.)
En cumplimiento de la profecí­a de Oseas, se habí­a llevado el becerro de oro de Betel al rey de Asiria (Os 10:5, 6), pero el altar original de Jeroboán todaví­a permanecí­a allí­ en los dí­as del rey Josí­as de Judá. Durante o después de su decimoctavo año de reinado (642 a. E.C.), Josí­as llegó hasta Betel y las ciudades de Samaria en su lucha contra la religión falsa. Destruyó el lugar de adoración idolátrica en esta ciudad, primero quemando en el altar los huesos de las tumbas cercanas y profanándolo así­ en cumplimiento de la profecí­a dada por el †œhombre del Dios verdadero† más de tres siglos antes. La única sepultura que se respetó fue la del †œhombre del Dios verdadero†, lo que supuso respetar también los huesos del profeta anciano que ocupaba la misma sepultura. (2Re 22:3; 23:15-18; 1Re 13:2, 29-32.)
Algunos de los israelitas que regresaron del exilio en Babilonia eran hombres de Betel (Esd 2:1, 28; Ne 7:32), y los benjamitas volvieron a habitar esta ciudad. (Ne 11:31.) Durante el perí­odo macabeo, el general sirio Báquides fortificó Betel (c. 160 a. E.C.). Más tarde, capturó la ciudad el general romano Vespasiano, antes de llegar a ser emperador de Roma.

2. Una de las ciudades a la que David envió regalos después de su victoria sobre los amalequitas. (1Sa 30:18, 26, 27.) El que se la incluya entre †œlos lugares por donde David habí­a andado, él y sus hombres†, parece indicar que es el lugar llamado en otras partes Betul o Betuel, una ciudad simeonita situada en el territorio de Judá. (1Sa 30:31; Jos 19:1, 4; 1Cr 4:30; véase BETUEL núm. 2.)

[Fotografí­a en la página 346]
Ruinas en el lugar donde estuvo la antigua Betel. En esta ciudad, en el camino que llevaba a Jerusalén, Jeroboán estableció un centro de adoración de becerros

Fuente: Diccionario de la Biblia

(hebreo BYT-AL, “casa de Dios”).

Antigua ciudad cananea, a doce millas al norte de Jerusalén, no lejos de Silo, en el camino a Siquem, cuyo nombre primitivo fue Luza. Abraham ofreció dos veces sacrificio al este de Betel (Gén. 12,8; 13,3). En estos pasajes el nombre de Betel se usa anticipación, ya que Jacob llamó así al lugar después de su visión (Gen. 28,19). Cuando los israelitas entraron a la tierra prometida, Betel fue asignada a la tribu de Benjamín, pero que fue tomada y ocupada por los efrainitas (Jc. 1,22-26), y fue un lugar de importancia en la historia posterior. Allí los israelitas, en la época de los Jueces, solían consultar al Señor (Jc. 20,18.26; 21,2; la frase “en Silo”, añadida en estos textos de la Vulgata, es un error) y el Arca de la Alianza probablemente estuvo allí por un tiempo. Samuel solía juzgar en Betel cada año.

Después de la división de los reinos, Jeroboam profanó el lugar mediante la construcción de un becerro de oro y la introducción del culto egipcio a Apis. Esto continuó hasta que Israel fue llevado cautivo a Asiria (2 Rey. 10,29) y fue denunciado a menudo por los profetas Oseas y Amós. Poco antes de su asunción, Elías visitó Betel, donde había una escuela de profetas (2 Rey. 2,2-3); los chicos del pueblo se burlaron de Eliseo, a su regreso y fueron destruidos por osos (2,23). A uno de los sacerdotes que habían sido llevados cautivos se le permitió regresar un poco más tarde, y habitó en Betel para enseñar al pueblo (2 Rey. 23,15). Surgió una gran confusión de culto idolátrico, hasta que Josías finalmente destruyó el altar y el alto lugar allí (2 Rey. 23,15). Después de la cautividad, los benjaminitas regresaron a Betel.

La ciudad fue fortificada por Báquides en tiempos de los Macabeos. No hay ninguna mención de Betel en el Nuevo Testamento, pero Josefo registra que fue tomada por Vespasiano (Bell Jud., IV, IX, 9). Eusebio menciona el lugar como una villa. Hoy día es común identificarla con Beitin. Las ruinas de varias iglesias cristianas en el lugar podrían indicar que en la Edad Media había llegado a tener alguna importancia. El nombre “Betel” también se halla en Jos. 12,16 y en 1 Sam. 30,27; probablemente es otro nombre para Betul (Jos. 19,4), una ciudad de la tribu de Simeón, cuya localización es incierta.

Bibliografía: HAGER, Lexicon Biblicum, s.v.; SMITH, Hist. Geogr. of the Holy Land, 119, 250f.; 290f., 352; ZANECCHIA, La Palestine d’aujourdæhui (1890), II, 488f.; SCHENZ in Kirchenlex., s.v.

Fuente: Corbett, John. “Bethel.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/02532d.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica