CAUTIVERIO

v. Cautividad
Deu 28:41 hijos e hijas engendrarás .. irán en c
Ezr 2:1; Neh 7:6 son los .. que subieron del c
Jer 15:2; 43:11


vet, Dios, frecuentemente, castigaba los pecados de los judí­os mediante servidumbre o cautividades (Dt. 28). Sin embargo, la cautividad de la cual Moisés les libró deberá considerarse como un medio providencial para demostrarles el valor de la libertad y el poder de Jehová en su redención de la esclavitud egipcia (Dt. 4:37; 9:29). En tiempo de los jueces hubo seis subyugaciones del pueblo israelita. Pero las cautividades o expatriaciones más notables fueron bajo los reyes. Una parte de las tribus del reino del norte fue deportada por Tiglat-pileser en el año 740 a.C. (2 R. 15:29). Las tribus al este del Jordán, con elementos de Neftalí­ y Zabulón, fueron los primeros en sufrir (1 Cr. 5:26; Is. 9:1). Veinte años después Salmanasar llevó el resto de Israel (2 R. 17:6), colocándolo en varias ciudades asirias, probablemente cerca del mar Caspio, siendo su propia tierra poblada con colonos persas y babilónicos (2 R. 17:6-24). No hay evidencia de que haya vuelto alguna de las diez tribus a Palestina. A Judá se le reconocen tres cautividades: (a) Bajo Joacim, en el año 606 a.C., cuando Daniel y sus compañeros fueron deportados a Babilonia (2 R. 24:1, 2; Dn. 1:1). (b) En el año 598 a.C., cuando Nabucodonosor deportó más de 3.000 judí­os (2 R. 24:12; Jer. 52:28). (c) Bajo Sedecí­as, el último rey de Judá, cuando Jerusalén fue destruida y todos los tesoros llevados a Babilonia, unos 132 años después de la deportación de las diez tribus. Los 70 años de la cautividad babilónica probablemente deben contarse desde el principio de la primera cautividad en el año 606 a.C. (2 R. 2:5; 2 Cr. 36). Durante estos 70 años los judí­os fueron tratados con benevolencia, más bien como colonos que como cautivos. Se les permití­a decidir casos judiciales según sus propias leyes. Varios de ellos, como Daniel, Ester y Nehemí­as, ocuparon altos puestos en el gobierno. A la vez el idioma y las costumbres de los judí­os sufrieron cambios notables durante su larga permanencia en el extranjero. Durante este perí­odo quedaron completamente curados de la idolatrí­a, desarrollaron un celo excesivo por la guarda del sábado y empezaron a dar una gran importancia a las tradiciones de los rabinos, entre los cuales se destacaban los fariseos. La última cautividad y total dispersión de los judí­os entre los gentiles se verificó con la toma de Jerusalén por el general romano Tito. Durante el sitio pereció, según Josefo, más de un millón del pueblo.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

En la historia bí­blica se habla de varios cautiverios distintos. (Nú 21:29; 2Cr 29:9; Isa 46:2; Eze 30:17, 18; Da 11:33; Na 3:10; Rev 13:10; véase CAUTIVO.) No obstante, con la expresión †œel cautiverio† se suele hacer referencia al gran exilio al que las potencias mundiales de Asiria y Babilonia llevaron a los judí­os lejos de la Tierra Prometida, en el transcurso de los siglos VIII y VII a. E.C. A este suceso también se le conoce como el †œdestierro† y la †œdeportación†. (Esd 3:8; 6:21; Mt 1:17; véase DESTIERRO.)
Jeremí­as, Ezequiel y otros profetas advirtieron de esta gran calamidad en declaraciones como las siguientes: †œÂ¡Y el que esté para el cautiverio, al cautiverio!†. †œY en cuanto a ti, oh Pasjur, y todos los habitantes de tu casa, se irán al cautiverio; y a Babilonia llegarás.† †œHay esta declaración formal contra Jerusalén y toda la casa de Israel […]. †˜Al destierro, al cautiverio irán†™.† (Jer 15:2; 20:6; Eze 12:10, 11.) Años después, Nehemí­as (7:6) relata lo siguiente con respecto al regreso del cautiverio babilonio: †œEstos son los hijos del distrito jurisdiccional que subieron del cautiverio del pueblo desterrado a quienes Nabucodonosor el rey de Babilonia habí­a llevado al destierro y que más tarde volvieron a Jerusalén y a Judᆝ. (Véase también Esd 2:1; 3:8; 8:35; Ne 1:2, 3; 8:17.)
Al parecer, Asiria fue la primera potencia en aplicar la polí­tica de trasladar de su paí­s natal a poblaciones enteras y repoblar el territorio con cautivos procedentes de otras partes del imperio. Esta polí­tica de deportación llevada a cabo por los asirios no se impuso únicamente contra los judí­os, pues cuando Damasco, la capital de Siria, cayó ante el abrumador ataque militar de esta segunda potencia mundial, su pueblo fue desterrado a Quir, como se habí­a predicho por medio del profeta Amós. (2Re 16:8, 9; Am 1:5.) Esta práctica tení­a un doble efecto: por un lado, desanimaba a los pocos que quedaban en su paí­s natal de iniciar un levantamiento, y por otro, las naciones circundantes, que tal vez habí­an sido amigables con los cautivos, estaban menos inclinadas a prestar ayuda y apoyo a los nuevos extranjeros, que habí­an sido llevados de lugares distantes.
Tanto en el caso del reino septentrional de Israel, con sus diez tribus, como en el del reino meridional de Judá, formado por dos tribus, la causa que los llevó al cautiverio fue la misma: el abandono de la adoración verdadera de Jehová en favor de los dioses falsos. (Dt 28:15, 62-68; 2Re 17:7-18; 21:10-15.) Jehová, por su parte, envió a sus profetas vez tras vez con el fin de advertir a ambos reinos, pero fue en vano. (2Re 17:13.) Ninguno de los reyes del reino de diez tribus de Israel llegó a efectuar una limpieza completa de la adoración falsa que habí­a introducido Jeroboán, el primer rey de esa nación. El reino meridional de Judá no prestó atención ni a las advertencias directas de Jehová ni al ejemplo del cautiverio de Israel. (Jer 3:6-10.) Por último, a los habitantes de ambos reinos se les llevó al exilio en varias deportaciones generales.

Comienzo del exilio. Durante el reinado de Péqah, rey israelita de Samaria (c. 778-759 a. E.C.), el rey asirio Pul (Tiglat-piléser III) fue contra Israel, capturó una importante sección del N. del paí­s y deportó a sus habitantes a las partes orientales de su imperio. (2Re 15:29.) Este mismo monarca también se apoderó del territorio situado al E. del Jordán, de donde †œse llevó al destierro a los de los rubenitas y de los gaditas y de la media tribu de Manasés, y los llevó a Halah y a Habor y a Hará y al rí­o Gozán para continuar hasta el dí­a de hoy†. (1Cr 5:26.)
En 742 a. E.C. el ejército asirio bajo el mando de Salmanasar V sitió Samaria. (2Re 18:9, 10.) Cuando esta ciudad cayó en 740 a. E.C., lo que supuso el fin del reino de diez tribus, sus habitantes fueron llevados al exilio a †œHalah y [a] Habor, junto al rí­o Gozán, y [a] las ciudades de los medos†. Esto se debió a que, como dicen las Escrituras, †œno habí­an escuchado la voz de Jehová su Dios, sino que siguieron traspasando su pacto, aun todo lo que habí­a mandado Moisés el siervo de Jehová. Ni escucharon ni ejecutaron†. (2Re 18:11, 12; 17:6; véase SARGí“N.)
Las ciudades de Samaria se repoblaron con cautivos de lugares distantes. †œSubsiguientemente, el rey de Asiria trajo gente de Babilonia y de Cutá y de Avá y de Hamat y de Sefarvaim, y los hizo morar en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel; y ellos empezaron a tomar posesión de Samaria y a morar en sus ciudades.† (2Re 17:24.) Estos pobladores extranjeros importaron su religión pagana; †œcada nación diferente llegó a ser hacedora de su propio dios†. Como no mostraron ningún respeto a Jehová, El †œenvió leones entre ellos, y estos llegaron a ser matadores entre ellos†. Después el rey de Asiria hizo regresar a uno de los sacerdotes israelitas, quien †œllegó a ser maestro de ellos respecto de cómo habí­an de temer a Jehovᆝ. Luego el relato añade: †œDe Jehová se hicieron temedores, pero de sus propios dioses resultaron ser adoradores, conforme a la religión de las naciones de entre las cuales los habí­an conducido al destierro†. (2Re 17:25-33.)
Durante los poco más de cien años siguientes al derrocamiento del reino septentrional, comenzaron otros exilios importantes. Antes de sufrir una derrota humillante por mano de Dios en 732 a. E.C., Senaquerib atacó algunos lugares de Judá. Este rey dice en sus anales que capturó a 200.150 habitantes de los pueblos y ciudades fortificadas de Judá, si bien, a juzgar por el tono de su relato, el número debe ser exagerado. (2Re 18:13.) Su sucesor, Esar-hadón, y el monarca asirio que le siguió en el trono, Asnapar (Asurbanipal), trasladaron a los cautivos a territorios extranjeros. (Esd 4:2, 10.)
En 628 a. E.C. el faraón Nekó de Egipto puso en cadenas a Jehoacaz, hijo de Josí­as, gobernante del reino meridional, y lo llevó cautivo a Egipto. (2Cr 36:1-5.) Sin embargo, tuvo que pasar más de una década, hasta 617 a. E.C., para que cautivos de Jerusalén fueran llevados al exilio babilonio. Nabucodonosor atacó la ciudad rebelde y se llevó a la clase alta de la población, entre quienes se encontraban el rey Joaquí­n y su madre, y hombres como Ezequiel, Daniel, Hananí­as, Misael y Azarí­as, junto con †˜los prí­ncipes y todos los hombres valientes y poderosos —a diez mil estuvo llevando al destierro— y también todo artí­fice y edificador de baluartes. A nadie se dejó atrás excepto a la clase de condición humilde de la gente. A sus oficiales de la corte y a los hombres de nota del paí­s se los llevó como gente desterrada de Jerusalén a Babilonia. En cuanto a todos los hombres valientes, siete mil, y los artí­fices, y los edificadores de baluartes, mil, todos los hombres poderosos que se ocupaban en la guerra, el rey de Babilonia procedió a llevarlos como gente desterrada a Babilonia†™. También se llevó gran parte del tesoro del templo. (2Re 24:12-16; Est 2:6; Eze 1:1-3; Da 1:2, 6.) Sedequí­as, tí­o de Joaquí­n, subió al trono como rey vasallo. Tan solo algunas personas importantes, entre las que estaba el profeta Jeremí­as, permanecieron en Jerusalén. En vista de la gran cantidad de cautivos mencionados en 2 Reyes 24:14, la cifra de 3.023 dada en Jeremí­as 52:28 parece referirse a los que tení­an cierto rango o eran cabezas de familia, sin contabilizar, por tanto, a sus esposas e hijos, que ascendí­an a miles.
Finalmente, Jerusalén cayó ante Nabucodonosor en 607 a. E.C., después de un sitio de dieciocho meses. (2Re 25:1-4.) En esta ocasión se sacó de la ciudad a la mayor parte de sus habitantes. A algunos de los de condición humilde se les permitió permanecer †œcomo viñadores y trabajadores bajo obligación†, con Guedalí­as como gobernador en Mizpá. (Jer 52:16; 40:7-10; 2Re 25:22.) Los babilonios se llevaron cautivos, entre otros, a †œalgunos de los de condición humilde del pueblo y a los demás del pueblo que quedaban en la ciudad y a los desertores […] y a los demás de los obreros maestros†. La expresión †œque quedaban en la ciudad† parece dar a entender que muchos habí­an perecido debido al hambre, la enfermedad o el fuego, o que habí­an muerto en la guerra. (Jer 52:15; 2Re 25:11.) A los hijos de Sedequí­as, los prí­ncipes de Judá, los oficiales de la corte, ciertos sacerdotes y muchos otros ciudadanos importantes se les ejecutó por orden del rey de Babilonia. (2Re 25:7, 18-21; Jer 52:10, 24-27.) Esto explicarí­a el número tan reducido de exiliados, ya que el total indicado ascendí­a únicamente a 832, probablemente los cabezas de sus casas, sin contar ni a sus esposas ni a sus hijos. (Jer 52:29.)
Unos dos meses más tarde, después del asesinato de Guedalí­as, el resto de los judí­os que quedaban en Judá huyeron a Egipto, y se llevaron consigo a Jeremí­as y Baruc. (2Re 25:8-12, 25, 26; Jer 43:5-7.) Es posible que algunos de los judí­os también huyeran a otras naciones cercanas. Probablemente fue de entre estas naciones de donde Nabucodonosor se llevó a 745 cautivos, cabezas de sus casas, cinco años más tarde, cuando Jehová le usó como garrote simbólico para hacer pedazos a las naciones que lindaban con Judá. (Jer 51:20; 52:30.) Josefo dice que cinco años después de la caí­da de Jerusalén, Nabucodonosor invadió Ammón y Moab, y luego prosiguió hacia el S. y se vengó de Egipto. (Antigüedades Judí­as, libro X, cap. IX, sec. 7.)
Jerusalén no sufrió la misma suerte que otras ciudades conquistadas, como, por ejemplo, Samaria, habitada de nuevo con cautivos procedentes de otras partes del Imperio asirio. A diferencia de la polí­tica habitual de los babilonios para con las ciudades que conquistaban, Jerusalén y sus alrededores fueron despoblados de habitantes y quedaron desolados, como Jehová habí­a predicho. Algunos crí­ticos de la Biblia ponen en duda el que la tierra de Judá, en un tiempo próspera, se convirtiese de repente en †œun yermo desolado, sin habitante†, pero no hay pruebas históricas ni registros de este perí­odo que prueben lo contrario. (Jer 9:11; 32:43.) El arqueólogo G. Ernest Wright escribe: †œLa violencia que se abatió sobre Judá queda atestiguada […] por los testimonios arqueológicos de que diversas ciudades fueron quedando una tras otra deshabitadas en esta época. Algunas no volverí­an a ser ocupadas nunca de nuevo†. (Arqueologí­a bí­blica, 1975, págs. 261, 262.) W. F. Albright concuerda con esta misma idea: †œNo conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el perí­odo exí­lico†. (Arqueologí­a de Palestina, 1962, pág. 144.)

Condiciones de los exiliados. Por lo general, el cautiverio se consideraba un perí­odo de opresión y esclavitud. Jehová le dijo a Babilonia que en lugar de mostrar misericordia a Israel, †˜sobre el viejo habí­a hecho muy pesado su yugo†™. (Isa 47:5, 6.) Es muy posible que a los judí­os, al igual que a otros pueblos cautivos, se les exigieran ciertos pagos (impuestos, tributos, peajes) proporcionales a su producción o ganancias. Por otra parte, el que se hubiese despojado y destruido el gran templo de Jehová, se hubiera dado muerte o llevado al exilio al sacerdocio y se hubiera deportado y sometido a una potencia extranjera a los adoradores de Dios era sin duda una situación opresiva.
Sin embargo, el sufrir exilio en una tierra extranjera era preferible a la esclavitud cruel y perpetua o a la ejecución sádica, como era habitual en las conquistas asirias y babilonias. (Isa 14:4-6; Jer 50:17.) Parece ser que los judí­os cautivos disfrutaban de cierta libertad de movimiento y hasta cierto grado podí­an administrar sus propios asuntos. (Esd 8:1, 16, 17; Eze 1:1; 14:1; 20:1.) †œEsto es lo que ha dicho Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel, a todos los desterrados, a quienes he hecho ir al destierro de Jerusalén a Babilonia: †˜Edifiquen casas y habiten en ellas, y planten jardines y coman su fruto. Tomen esposas y lleguen a ser padres de hijos y de hijas; y tomen esposas para sus propios hijos y den sus propias hijas a esposos, para que den a luz hijos e hijas; y háganse muchos allí­, y no se hagan pocos. También, busquen la paz de la ciudad a la cual los he hecho ir en destierro, y oren a Jehová a favor de ella, porque en la paz de ella resultará haber paz para ustedes mismos†™.† (Jer 29:4-7.) Algunos llegaron a adquirir destreza en diversos oficios, lo que resultó muy útil una vez terminado el exilio. (Ne 3:8, 31, 32.) Los judí­os se especializaron en las transacciones comerciales. Entre los archivos de negocios se encontraron muchos nombres judí­os. Debido a las relaciones comerciales y al contacto social con los no judí­os, el lenguaje hebreo empezó a reflejar la influencia aramea.
Como es natural, el perí­odo de cautiverio, que para algunos deportados ascendió a ochenta años, afectó la adoración que como comunidad rendí­an al Dios verdadero Jehová. Puesto que no habí­a templo ni altar ni sacerdocio organizado, no era posible ofrecer sacrificios diarios. No obstante, los fieles podí­an practicar la circuncisión, abstenerse de alimentos inmundos, observar el sábado y orar constantemente, a pesar del desprecio y la burla de que fuesen objeto. El rey Darí­o y otras personas eran conscientes de que Daniel †˜serví­a con constancia†™ a su Dios. Incluso cuando mediante un decreto se prohibió bajo pena de muerte hacer petición a cualquiera excepto al rey, †œhasta tres veces al dí­a [Daniel] se hincaba de rodillas y oraba y ofrecí­a alabanza delante de su Dios, como habí­a estado haciendo regularmente antes de esto†. (Da 6:4-23.) El que los exiliados mantuvieran tal fidelidad en su adoración a pesar de las restricciones existentes, supuso una ayuda para que no perdieran su identidad nacional. También podí­an sacar provecho de contrastar la sencillez de la adoración a Jehová con el ostentoso materialismo idolátrico de Babilonia. Asimismo, la presencia de Ezequiel y Daniel, profetas de Jehová, tuvo que suponer un beneficio para ellos. (Eze 8:1; Da 1:6; 10:1, 2.)
Como los judí­os construí­an sinagogas en los lugares donde estaban, aumentaba la necesidad de tener copias de las Escrituras en las comunidades judí­as esparcidas por Media, Persia y Babilonia. A Esdras se le conocí­a como †œun copista hábil en la ley de Moisés†, lo que indica que se habí­an llevado de Judá copias de la ley de Jehová, de las que se hicieron transcripciones. (Esd 7:6.) Entre estos preciados rollos de generaciones anteriores sin duda se encontraba el libro de Salmos, y es probable que durante el cautiverio o poco después se compusieran tanto el Salmo 137, como quizás también el Salmo 126. Los seis salmos llamados de Hallel (113 a 118) se cantaban en las grandes fiestas de la Pascua celebradas después que el resto judí­o regresó de Babilonia.

Restauración y Dispersión. La polí­tica babilonia de retener indefinidamente a los cautivos no daba lugar a ninguna esperanza de liberación. Israel en otro tiempo habí­a recurrido a Egipto por ayuda, pero entonces esta nación no estaba en posición militar de socorrer al pueblo judí­o, como tampoco lo estaban ninguna de las demás naciones que ya no eran enemigas directas de los judí­os. La base para la esperanza solo se encontraba en las promesas proféticas de Jehová. Moisés y Salomón habí­an hablado con siglos de anterioridad de la restauración que seguirí­a al cautiverio. (Dt 30:1-5; 1Re 8:46-53.) Otros profetas también aseguraron que se producirí­a una liberación del exilio. (Jer 30:10; 46:27; Eze 39:25-27; Am 9:13-15; Sof 2:7; 3:20.) En los últimos 18 capí­tulos (49–66) de su profecí­a, Isaí­as llevó este tema de la restauración a un gran punto culminante. No obstante, los falsos profetas se equivocaron al predecir una pronta liberación, y todos los que confiaron en ellos sufrieron una triste desilusión. (Jer 28:1-17.)
El fiel Jeremí­as fue el único que indicó la duración exacta —setenta años— de la desolación de Jerusalén y Judá, después de lo cual vendrí­a la restauración. (Jer 25:11, 12; 29:10-14; 30:3, 18.) En el primer año de Darí­o el medo, Daniel discernió †œpor los libros el número de los años acerca de los cuales la palabra de Jehová habí­a ocurrido a Jeremí­as el profeta, para cumplir las devastaciones de Jerusalén, a saber, setenta años†. (Da 9:1, 2.)

¿Cuántos exiliados regresaron de Babilonia a Jerusalén en 537 a. E.C.?
A principios del año 537 a. E.C., el rey persa Ciro II emitió un decreto que permití­a a los cautivos regresar a Jerusalén y reconstruir el templo. (2Cr 36:20, 21; Esd 1:1-4.) En seguida se organizó el regreso. Bajo la dirección del gobernador Zorobabel y del sumo sacerdote Jesúa, †œlos hijos del Destierro† (Esd 4:1), que totalizaban 42.360 hombres, además de 7.537 esclavos y cantores, hicieron el viaje de regreso, que duró unos cuatro meses. Una nota al pie de la página de la sexta edición de la traducción de la Biblia de Isaac Leeser dice que en total regresarí­an unas 200.000 personas, incluidos mujeres y niños. Para el séptimo mes, en el otoño, ya estaban instalados en sus ciudades. (Esd 1:5–3:1.) A través de Joaquí­n (Jeconí­as) y Zorobabel se habí­a conservado providencialmente la lí­nea real de David que llevarí­a a Jesucristo. Lo mismo sucedió con el linaje del sumo sacerdote leví­tico, perpetuado a través de Jehozadaq y, luego, de su hijo Jesúa. (Mt 1:11-16; 1Cr 6:15; Esd 3:2, 8.)
Otros cautivos regresaron más tarde a Palestina. En 468 a. E.C. acompañaron a Esdras más de 1.750, cifra que probablemente solo incluye a los varones adultos. (Esd 7:1–8:32.) Unos cuantos años después Nehemí­as hizo al menos dos viajes de Babilonia a Jerusalén, pero no se indica cuántos judí­os regresaron con él. (Ne 2:5, 6, 11; 13:6, 7.)
El cautiverio puso fin a la separación entre Judá e Israel. Cuando los conquistadores deportaban a los desterrados, no distinguí­an entre orí­genes tribales. †œLos hijos de Israel y los hijos de Judá están siendo oprimidos juntos†, dijo Jehová. (Jer 50:33.) En el primer contingente que regresó en 537 a. E.C., habí­a representantes de todas las tribus de Israel. Tiempo después, una vez terminada la reconstrucción del templo, se ofreció un sacrificio de doce machos cabrí­os, †œconforme al número de las tribus de Israel†. (Esd 6:16, 17.) Esta reunificación posterior al cautiverio se habí­a predicho en la profecí­a. Por ejemplo, Jehová habí­a prometido traer †œa Israel de vuelta† (Jer 50:19), y habí­a dicho asimismo: †œTraeré de vuelta a los cautivos de Judá y a los cautivos de Israel, y ciertamente los edificaré tal como en el comienzo†. (Jer 33:7.) La visión de Ezequiel de los dos palos que se fusionaron en uno solo (37:15-28) indicó que los dos reinos se convertirí­an de nuevo en una sola nación. Isaí­as predijo que Jesús llegarí­a a ser una piedra de tropiezo †œpara ambas casas de Israel†, lo que difí­cilmente significarí­a que Jesús o los doce que envió durante su tercera gira por Galilea, tendrí­an que visitar asentamientos judí­os en la lejana Media para predicar a los descendientes de los israelitas del reino septentrional. (Isa 8:14; Mt 10:5, 6; 1Pe 2:8.) La profetisa Ana, que estaba en Jerusalén cuando nació Jesús, era de la tribu de Aser, que en un tiempo habí­a formado parte del reino norteño. (Lu 2:36.)
No todos los judí­os regresaron a Jerusalén con Zorobabel, solo †œun simple resto†. (Isa 10:21, 22.) Muy pocos de los que volvieron habí­an visto el templo original. Muchos de los de edad avanzada no se decidieron a regresar debido a los riesgos del viaje, y otros prefirieron quedarse, aunque desde un punto de vista fí­sico hubieran podido realizar el viaje. Probablemente muchos habí­an conseguido con los años cierta independencia económica y optaron por quedarse donde estaban. Si la reconstrucción del templo de Jehová no ocupaba el primer lugar en su vida, no se iban a sentir impulsados a emprender el arriesgado viaje ni a enfrentarse a un futuro incierto. Y, por supuesto, los que se habí­an hecho apóstatas no tení­an ningún incentivo para regresar.
Esto significa que parte del pueblo judí­o siguió dispersado, y a esta parte se la llegó a conocer como la Di·a·spo·rá, es decir, la †œDispersión†. En el siglo V a. E.C. se encontraban comunidades judí­as en los 127 distritos jurisdiccionales del Imperio persa. (Est 1:1; 3:8.) Algunos descendientes de los desterrados hasta alcanzaron puestos gubernamentales encumbrados: por ejemplo, Mardoqueo y Ester, durante el gobierno del rey persa Asuero (Jerjes I), y Nehemí­as, que llegó a ser copero real de Artajerjes Longimano. (Est 9:29-31; 10:2, 3; Ne 1:11.) Cuando compilaba las Crónicas, Esdras escribió que muchos de aquellos dispersados en varias ciudades orientales continuaban †œhasta el dí­a de hoy† (c. 460 a. E.C.). (1Cr 5:26.) Posteriormente, en tiempos del Imperio griego, Alejandro Magno llevó a los judí­os a su nueva ciudad egipcia de Alejandrí­a, donde aprendieron el idioma griego. Fue allí­ donde empezó la traducción de las Escrituras Hebreas al griego, que llegarí­a a ser conocida como la Versión de los Setenta, en el siglo III a. E.C. Las guerras siro-egipcias ocasionaron el traslado de muchos judí­os a Asia Menor y a Egipto, respectivamente. Después de conquistar Jerusalén en el año 63 a. E.C., Pompeyo se llevó a muchos judí­os a Roma como esclavos.
La gran dispersión de judí­os por todo el Imperio romano fue un factor que contribuyó a la rápida difusión del cristianismo. Jesús limitó su predicación al suelo de Israel, pero mandó a sus discí­pulos que llevaran el testimonio †œhasta la parte más distante de la tierra†. (Hch 1:8.) Durante la fiesta del Pentecostés del año 33 E.C. habí­a en Jerusalén judí­os de diferentes partes del Imperio romano, quienes oyeron a los cristianos engendrados por espí­ritu predicar acerca de Jesús en las lenguas de Partia, Media, Elam, Mesopotamia, Capadocia, Ponto, el distrito de Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Creta, Arabia y Roma. Miles de ellos volvieron a sus hogares con la nueva fe que habí­an hallado. (Hch 2:1-11.) Pablo halló sinagogas en la mayorí­a de las ciudades que visitó, y en ellas pudo predicar con facilidad a los judí­os de la Diáspora. En Listra Pablo encontró a Timoteo, cuya madre era judí­a. íquila y Priscila acababan de llegar de Roma cuando Pablo fue a Corinto, sobre el año 50 E.C. (Hch 13:14; 14:1; 16:1; 17:1, 2; 18:1, 2, 7; 19:8.) La gran cantidad de judí­os que habí­a en Babilonia justificó el que Pedro fuera allí­ para continuar su ministerio entre †œlos circuncisos†. (Gál 2:8; 1Pe 5:13.) Esta comunidad de judí­os de Babilonia fue el centro más importante del judaí­smo por bastante tiempo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C.

Fuente: Diccionario de la Biblia