CIUDAD

v. Aldea, Pueblo
Num 35:11 os señalaréis c, c de refugio tendréis
Deu 6:10 c grandes y buenas que tú no edificaste
Deu 19:2 apartarás tres c en medio de la tierra
Jos 6:3 rodearéis, pues, la c todos los hombres
1Ki 9:11 el rey Salomón dio a Hiram veinte c
Psa 46:4 del río sus corrientes alegran la c de Dios
Psa 48:1 en la c de nuestro Dios, en su monte
Psa 87:3 cosas gloriosas se han dicho de ti, c de
Psa 122:3 Jerusalén .. edificado como una c que
Psa 127:1 si Jehová no guardare la c, en vano
Pro 10:15 las riquezas del rico son su c fortificada
Pro 16:32 mejor es el .. que el que toma una |c
Ecc 9:14 una pequeña c, y pocos hombres en ella
Isa 1:21 te has convertido en ramera, oh c fiel?
Isa 1:26 entonces te llamarán C de justicia, C fiel
Isa 6:11 hasta que las c estén asoladas y sin
Isa 26:1 cantarán .. Fuerte c tenemos; salvación
Isa 48:2 de la santa c se nombran, y en el Dios
Isa 52:1 vístete tu ropa .. oh Jerusalén, c santa
Isa 60:14 y te llamarán C de Jehová, Sion del
Isa 61:4 y restaurarán las c arruinadas, los
Jer 4:29 al estruendo de la .. huyó toda la c
Jer 5:17 a espada convertirá en nada tus c
Jer 21:10 mi rostro he puesto contra esta c para
Jer 29:7 de la c a la cual os hice transportar
Jer 32:28 voy a entregar esta c en mano de los
Jer 52:7 abierta una brecha en el muro de la c
Amo 3:6 ¿habrá algún mal en la c, el cual Jehová
Amo 4:7 hice llover sobre una c, y sobre otra c no
Zec 8:3 Jerusalén se llamará C de la Verdad
Mat 5:14 una c asentada sobre un monte no se
Mat 10:11; Luk 10:8 cualquier c .. donde entréis
Mat 11:20 a reconvenir a las c en las cuales había
Mat 12:25 toda c o casa dividida contra sí misma
Mat 21:10 toda la c se conmovió, diciendo: ¿Quién
Luk 2:3 iban .. para ser empadronados .. a su c
Luk 8:1 que Jesús iba por todas las c y aldeas
Luk 19:17 sido fiel, tendrás autoridad sobre diez c
Act 8:8 así que había gran gozo en aquella c
Act 9:6 entra en la c, y se te dirá lo que debes
Act 13:44 juntó casi toda la c para oír la palabra
Act 21:39 ciudadano de una c no insignificante
Heb 11:10 esperaba la c que tiene fundamentos
Heb 11:16 de ellos; porque les ha preparado una c
Heb 13:14 porque no tenemos aquí c permanente
Rev 16:19 la gran c fue dividida en tres partes
Rev 17:18 la mujer .. es la gran c que reina sobre
Rev 20:9 y rodearon el campamento .. y la c amada
Rev 21:2 yo Juan vi la santa c, la nueva Jerusalén
Rev 22:14 y para entrar por las puertas en la c


Ciudad (heb. îr, “localidad”, agrupación de casas cercadas por un amurallamiento; qiryâh; gr. pólis). El registro bí­blico dice que Caí­n, el hijo de Adán, fue el 1º que construyó una ciudad (Gen 4:17); después del diluvio la 1ª fue Babel o Babilonia (11:4, 9), construida por hombres que desafiaron a Dios. Los patriarcas, en su mayorí­a, no vivieron en ciudades, aunque a veces asentaron sus tiendas cerca de alguna (12:6; 13:3; etc.). Cuando los israelitas entraron en Canaán quedaron satisfechos con vivir en el campo abierto por un tiempo, dejándolas a los cananeos (Jdg 7:8; 1Sa 4:10; cf Jdg 1:22-36). Sin embargo, con el correr del tiempo las tomaron de manos de los nativos del paí­s, y también fundaron nuevas. Pero a decir verdad, la mayorí­a de las “ciudades” de los tiempos bí­blicos eran aldeas; bastante diferente es su situación actual. En Palestina, sus nombres tení­an un significado; a veces hací­an referencia a alguna caracterí­stica natural de la zona. Por ejemplo: Rama, “lugar elevado”; Beer-seba, “pozo de un juramento”; En-ganim, “manantial de jardines”; Kiriat-jearim, “ciudad de los bosques”; Bet-hakerem, “casa del viñedo”; Abel-sitim, “planicie de las acacias”. Algunas veces la ciudad recibí­a el nombre después de algún acontecimiento (como Bet-el, “casa de Dios”; Gen 28:11-19) o de alguna persona (como Dan; Jdg 18:29). La mayorí­a estaba en la ladera o en la cumbre de un cerro (para facilitar la defensa contra el ataque), o sobre la falda de un monte. Las de Palestina solí­an ser pequeñas, aun las importantes, como Samaria, Meguido y Laquis, que abarcaban sólo 7,7, 5,3 y 8,5 hectáreas (cada hectárea tiene 100 m de lado), respectivamente. La ciudad palestina conocida más grande de la antigüedad fue Hazor, que cubrí­a 73,7 ha. Los muros se construí­an de piedra y tení­an torres a intervalos regulares o irregulares como un sistema de fortificaciones. Una o más puertas permití­an el ingreso. Las salas en la zona de las fortalezas se usaban con fines judiciales (Amo 5:12, 15) y como lugar de reunión para la administración de la ciudad (Rth 4:1, 2, 11). Cerca de ellas a veces habí­a lugares amplios que se podí­an usar para reuniones de los pobladores (Neh 8:1). Las calles no estaban pavimentadas, no tení­an iluminación y eran angostas y torcidas; una derecha era una excepción (Act 9:11). Algunas, como la de los panaderos (Jer 37:21), recibí­an su nombre por la clase de negocios que habí­a en ellas. Una ciudad tí­pica está ilustrada en la fig 306. Véase Aldea; Fortificación; Puerta; Montí­culo 2; Muro. En la Biblia y en este Diccionario se nombran las siguientes ciudades (véase bajo cada nombre las explicaciones correspondientes; agréguese “Ciudad de/de la/de las”): Adam, Amalec, Arba, Belén, David, Galaad, Hadadezer, Herez, Jehová, Jerusalén, Jope, Licia, Moab, Nacor, Nahas, Quiriat-arba, Samaria, Sefarvaim, Sehón, Siquem, Susa y Tiatira. Además se mencionan a continuación de este artí­culo: Aguas, Palmeras y Sal. Ciudadaní­a. En Eph 2:12 es traducción de la palabra gr. politéia, “estado”, usada para indicar la exclusión de los gentiles de la participación en la economí­a de Israel por causa del fracaso de Israel en cumplir su misión. En Phi 3:20 la palabra es traducción del gr. polí­teuma, con un significado esencialmente igual. Pablo recuerda a los filipenses que su ciudadaní­a está en los cielos, aun cuando en la actualidad se encuentra en la tierra.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

latí­n civitas. Centro poblacional organizado como comunidad.

Las ciudades comenzaron a formarse en el neolí­tico cuando los nómadas, recolectores y cazadores, evolucionaron hacia la agricultura y se volvieron sedentarios, organizándose dentro de zonas amuralladas donde levantaban sus viviendas o en lugares que contaran con defensas naturales. El sedentarismo posibilitó la división del trabajo, el surgimiento de diferentes oficios, el desarrollo del comercio y de la industria, de las ciencias y el arte.

En Palestina las primeras ciudades surgen en la Edad de Bronce eran pequeñas, según los estudios arqueológicos, con poblaciones, las más altas, que escasamente llegaban a los 3.000 habitantes. Las ciudades contaban con murallas, 1 R, 4, 13; 2 R 18, 13, alrededor de las cuales estaban las aldeas, Nm 21, 15; 32, 41; Jos 13, 32; 15, 32; 1 S 6, 18; Ne 11, 25-30; Mt 9, 35; Mc 5, 14; Lc 9, 12; cuyos pobladores se refugiaban en los centros urbanos en caso de peligro. Las puertas de las ciudades eran los sitios donde se comerciaba, se proclamaban las leyes, se juzgaba y se cumplí­an las penas, Dt 17, 5; 21, 19; Jr 17, 19. Estas puertas se cerraban en la noche, Jos 2, 5; y habí­a guardia, centinelas, que cuidaba las ciudades, Jdt 13, 11; Sal 127 (126), 1; Jr 51, 12. El profeta se queja de la perversidad de las ciudades israelitas, Ez 9, 9; 24, 6 y 9.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

En tiempos antiguos las ciudades debí­an su origen no a la fabricación organizada sino a la agricultura. Las ciudades se construí­an en áreas donde pudiera llevarse a cabo la agricultura, generalmente al lado de una montaña o en la cumbre de una colina, y donde se asegurara suficiente suministro de agua.

Los nombres de las ciudades con frecuencia indican la caracterí­stica que determinaba la selección del sitio. P. ej., los prefijos Beer que significan pozo y En que significa fuente en nombres como Beerseba y Engadi, muestran que habí­a cerca un pozo o fuente. Nombres como Ramá, Mizpa y Gabaa (todos de raí­ces que indican altura), eran muy comunes en Palestina, indicando que un sitio sobre una elevación era preferido para una ciudad. Una familia gobernante a veces daba su nombre a una ciudad (Beth, que significa casa de).

Las villas más pequeñas buscaban la protección de ciudades vecinas. Ese es el significado de la expresión, añadida al nombre de una ciudad, y en todas sus aldeas (Num 21:25; Num 32:42). Como recompensa por la protección que ofrecí­an contra ataques nómadas, las ciudades recibí­an pago en servicios y productos.

El rasgo principal que distinguí­a a una ciudad de una villa era que tení­a una muralla (Lev 25:29-30). Las murallas de 6 a 9 m. de grosor no eran excepciones. La muralla tení­a una o más puertas que estaban cerradas durante la noche (Jos 2:5, Jos 2:7) y en tiempos posteriores durante el sábado (Neh 13:19). Las puertas se reforzaban con barras de hierro o bronce y cerrojos (Deu 3:5; Jdg 16:3) y tení­an cuartos arriba (2Sa 18:24). De la parte superior de la muralla o de una torre al lado de la puerta, un centinela estaba a la mira del peligro que se aproximaba (Jer 6:17). Se llegaba a las puertas por caminos angostos y fáciles de defender.

Dentro de las murallas, los rasgos importantes de una ciudad eran la plaza o fortaleza, el lugar alto, el lugar amplio cerca de la puerta y las calles. La plaza estaba dentro de una fortaleza en el interior protegido por una guarnición a la cual los habitantes podí­an correr cuando las murallas exteriores eran tomadas por un enemigo. La gente de Siquem trató sin éxito de resistir a Abimelec en dicha fortaleza (Jdg 9:49), y el rey después fue asesinado por una mujer que arrojó una piedra desde la torre dentro de la ciudad de Tebes (Jdg 9:50, Jdg 9:53). Cuando David capturó la fortaleza de Sión, tomó posesión de toda la ciudad (2Sa 5:7). Algunas veces las torres se apoyaban en el lado interior de la muralla de la ciudad.

El lugar alto era una parte importante de cada ciudad cananea y retuvo su lugar en Palestina en el tiempo del reinado de Salomón (1Sa 9:12 ss.). Allí­ ofrecí­an sacrificios y realizaban fiestas. Originalmente el culto se realizaba en un sitio elevado, pero el término llegó a referirse a cualquier santuario local aunque estuviera a nivel del suelo.

Poco se conoce de la forma en que el gobierno de la ciudad estaba organizado y administrado. En Deu 16:18 y 19:12 se hace mención de ancianos y jueces. Samaria tení­a un gobernador (1Ki 22:26). Jerusalén debe haber tenido varios oficiales altos (2Ki 23:8).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

En la Biblia, especialmente en el AT, se llama c. a un grupo de casas protegidas por una muralla o defendidas por una fortaleza dentro de cuyo perí­metro estaban incluidas. La mayorí­a de las c. conquistadas por el pueblo de Israel no eran grandes urbes. Como lo que daba carácter de c. era el muro, la destrucción de éste significaba indefensión y vergüenza (Jer 50:15; Neh 1:3). La ley de Moisés establecí­a diferencias entre †œcasa de habitación en c. amurallada† y las †œcasas de las aldeas† (Lev 25:29-31). Caí­n fue el primero que †œedificó una c., y llamó el nombre de la c. del nombre de su hijo, Enoc† (Gen 4:17). Un avance tecnológico, la técnica de fabricar el ladrillo, marcó el aumento de la construcción de c. (†œLes sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla† [Gen 11:3]), lo cual, a su vez, condujo al descuello de la arquitectura (quisieron construir una torre).

Las calles de las c. eran generalmente muy estrechas, sinuosas y sucias (†œComo lodo de las calles† [2Sa 22:43; Sal 18:42; Isa 10:6; Miq 7:10; Zac 9:3; Zac 10:5]). Algunas calles tení­an nombre, como †œla c. de los Panaderos†, en tiempos de Jeremí­as (Jer 37:21), o †œla c. que se llama Derecha† en †¢Damasco, donde vivió Saulo tras su conversión (Hch 9:11). Generalmente los sitios de reunión al aire libre se situaban en las puertas de las murallas. Allí­ se comerciaba y se discutí­an los asuntos de la comunidad (Rut 4:1; Pro 31:23). También se celebraban los juicios y transacciones legales. Job recordaba: †œCuando yo salí­a a la puerta a juicio, y en la plaza hací­a preparar mi asiento…† (Job 29:7). La c. por excelencia en la Biblia es †œJerusalén, que se ha edificado como una c. que está bien unida entre sí­† (Sal 122:3), y que es llamada †œc. de Dios† (Sal 46:4). En el NT se nos enseña que Dios prepara una c. para los suyos (Heb 11:16), que es †œla santa c., la nueva Jerusalén† (Apo 21:2).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CONS

vet, Casi siempre las construí­an en el costado de una montaña o en una loma, donde el abastecimiento de agua era seguro. Las ciudades siempre tení­an murallas, algunas de ellas de hasta 9 m. de espesor; a veces estaban protegidas por fosos y torres. Las puertas de las ciudades se cerraban por la noche (Jos. 2:5, 7). En el interior de la ciudad los rasgos más importantes eran: la torre o el castillo; el lugar alto, donde se ofrecí­an sacrificios y se celebraban fiestas; la amplia plaza junto a la puerta de entrada de la ciudad que serví­a para el intercambio social en general; y las calles, simples callejones angostos, tortuosos, desempedrados, sucios y oscuros.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[810]

Lugar de convivencia bajo una autoridad y en relación a un orden estable de respeto. Se caracteriza por un número suficiente de habitantes (no inferior a 5.000 habitantes en los tiempos recientes) y unos rasgos propios en los edificios
La polis griega y la civitas romana fueron la semilla de la ciudad occidental posterior. Con todo el asentamiento humano numeroso, protegido por murallas y organizado bajo una autoridad local firme, viene de antes. Jericó ya existí­a en el comienzo del neolí­tico, hacia el 7.200 a de C., si bien sus murallas son del 2.000 con vestigios de tres milenios anteriores.

La ciudad se convierte en Occidente en elemento de referencia convivencial. En casi todas las culturas se diferencia grandemente la población rural (del campo) y la urbana (de la urbe). El progreso se apoya en esos asentamientos, unas veces históricos y otras veces nuevos, que surgen ya por estí­mulos laborales ya por necesidades bélicas o de colonización de territorios.

Con los bárbaros medievales, la ciudad en Europa cobra otro sentido. A diferencia de los señorí­os, con sus palacios y castillos, y de los monasterios, con sus tierras, monjes y privilegios, la ciudad recibe cierta independencia y libertad de tributos. Rompe la dependencia feudal y se orienta a desarrollar una vida propia: la urbana. Surgen así­ las villas, los burgos y, con palabra árabe, las “medinas” o mercados libres.

En torno a esos núcleos se multiplican las actividades y se incrementan los poblamientos estables. La formación humana en las ciudades, tanto antiguas como modernas, se tiñe necesariamente de estilos y formas diferentes a la que reclama la vida rural, por lo general agraria. En la urbe se desarrolla el comercio y no la agricultura, la artesaní­a y no la ganaderí­a.

Esto hace que, en cuestiones religiosas, haya también sus diferencias: en las urbes se multiplican los templos y pronto se organizan demarcaciones o territorios (parroquias); y en los poblados rurales se vive menos formalmente y la instrucción religiosa queda más ruda por la falta de relaciones y de frecuentes actos de culto.

Esas diferencias se van a prolongarse hasta tiempos recientes, cuando los nuevos medios de comunicación igualen la información de todo tipo entre los hombres de un paí­s o región.

La pertenencia a la ciudad otorgaba determinados derechos y deberes originales ya en tiempos romanos. Implicaban privilegios (ciudadaní­a romana), que todaví­a hoy son referencia pedagógica y hasta catequí­stica. Los paganos eran habitantes de los “pagus” o predios rurales. Los civilizados eran productos de las “cives”, de las ciudades. Es fácil sacar multitud de aplicaciones para la catequesis rural y para los diversos lugares en que se organiza la catequesis urbana.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. ámbitos nuevos de evangelización, pastoral)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La ciudad es una población de hombres unidos con intereses comunes, que gozan de los mismos derechos y tienen las mismas obligaciones. Se construí­an casi siempre junto a una fuente y en lo alto. Se diferencia de la aldea, la cual es simplemente un conjunto de casas habitadas. En los evangelios, cuando se habla de ciudades, ordinariamente hay que entender aldeas.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> Jerusalén, Sión, cielo). Al principio, los israelitas, constituidos como federación* de tribus, eran contrarios a las ciudades, porque ellas representaban un poder dominador, de tipo im positivo, que esclavizaba a los agricultores y pastores, que habitaban fuera de ellas, y a los pobres, que dependí­an de ellas. Los primeros israelitas eran hombres y mujeres de campo, una federación de agricultores y pastores, enfrentados a los habitantes de las fuertes ciudades cananeas, donde dominaban reyes, sacerdotes y soldados sobre el pueblo. Lógicamente, una vieja historia israelita concibe las ciudades como herencia de Caí­n*, el homicida (Gn 4,17). Es más, las perversiones del mundo se condensan en Babel*, ciudad y torre de soberbia que divide y enfrenta a los hombres (cf. Gn 11,1-9).

(1) Ciudades bí­blicas. Pero más tarde, a partir del Rey David (siglo X a.C.), los israelitas empezaron a conquistar las ciudades cananeas, y entre ellas Jerusalén* (Sión), fortaleza jebusea, a la que interpretaron como signo de presencia divina. Importancia especial han tenido en la Biblia las grandes ciudades imperiales, que aparecen con frecuencia como enemigas de Dios, (a) Ní­nive está en el centro del libro de Jonás*. Es una ciudad inmensa (Jon 3,2-7), sí­mbolo de la maldad; pero ella escucha el mensaje de Jonás y se convierte, apareciendo de esa forma como signo del carácter universal de la salvación de Dios. El anuncio de la destrucción de Ní­nive se encuentra también en el centro de la profecí­a de Nahúm (cf. Nah 1,1; 2,8; 3,7), pero ahora sin conversión, en contra de lo que sucede en Jonás. (b) Babilonia (Babel*) es la ciudad enemiga de Dios por excelencia. Ella está simbolizada en el relato de la torre de Babel (Gn 11,1-9). El anuncio de su condena ocupa amplias páginas de la profecí­a israelita (cf. Is 13-14; Jr 51), retomada y reinterpretada por Ap 17-18. Babilonia se ha convertido así­ en sí­mbolo de todas las ciudades perversas del mundo, (c) Jesús anunció su mensaje en las aldeas de Galilea, donde siguieron actuando muchos de sus discí­pulos. Pero la primera iglesia bien estructurada nació en Jerusalén. Por su parte, el mensaje de Pablo está vinculado a las grandes ciudades del oriente del imperio, entre ellas Antioquí­a (cf. Hch 11,1; Gal 2,12), Efeso (Hch 18,19-24) y Corinto (Hch 18,1; 19,1). El cristianismo helenista (paulino) vino a convertirse en un fenómeno básicamente urbano, de manera que, cierto tiempo después, se pudo pensar que los habitantes de las ciudades eran cristianos, mientras que los de los campo (pagus) eran idólatras (paganos).

(2) Ciudad del Apocalipsis. Ciudad de Dios. El libro del Apocalipsis refleja una cultura urbana y está dirigido a los cristianos de siete ciudades conflictivas de Asia (Ap 1,4; 2,1-3,21). Su modelo de perversión es una ciudad (Babilonia), lo mismo que el modelo de su perfección es otra ciudad (nueva Jerusalén: 21,2). En el centro y final del Apocalipsis aparece la ciudad de Dios, que forma parte de un esquema ternario del misterio sagrado (que se condensa en Dios, en Jesús y en Jerusalén), como si ella fuera la expresión más honda del Espí­ritu divino (cf. Ap 3,12; cf. 1,4-5). Los poderes enemigos rodearán, patearán y destruirán la ciudad de los santos, que es signo de la Iglesia (cf. 11,2; 20,9), pero Dios vendrá en su ayuda y destruirá a sus destructores (cf. 20,9b). En el camino que lleva desde la ciudad de los que crucificaron al Kyrios Jesús (11,8) hasta la Ciudad esposa del Cordero (cf. 21,9-11) nos sitúa el Ap. Así­ aparece la ciudad final: “La ciudad tení­a forma cuadrada: su longitud era igual a su anchura. Y midió la ciudad con la vara: hasta doce mil estadios: su longitud, su anchura y su altura eran idénticas. Y midió luego la muralla y resultaron ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida humana, que es medida de ángel. Los materiales de la muralla eran de jaspe y la ciudad era de oro puro, semejante a puro cristal. Los pilares sobre los que estaba asentada la muralla de la ciudad estaban adornados de toda clase de piedras preciosas…” (Ap 21,15-18). En esta visión de la ciudad se han unido tres imágenes: cuadrado, cubo y, quizá, pirámide.

(3) Ciudad cuadrada, ciudad cúbica. La ciudad del Apocalipsis es un cuadrado (tetrágonos), de cuatro lados con longitud y anchura iguales, de 12.000 estadios (unos 2.130 kilómetros) de perí­metro (1.000 por cada una de las doce tribus de Israel)… Ella es centro de todo el universo; por eso, las gentes del entorno, los pueblos del mundo, que se extienden a sus lados, vienen a buscar refugio en ella, pues allí­ se encuentra la plaza con el Trono de Dios y su Cordero; de ella brota el Rí­o de la Vida que ofrece agua fresca de amor y curación para todos los vivientes (Ap 21,24; 22,15). Al mismo tiempo, la Ciudad es un cubo perfecto, con longitud, anchura y altura idénticas, como dice con precisión el texto (Ap 21,16b). Sin duda, esta Ciudad lo llena todo, el Todo de Dios y de su creación: Cubo Divino que encierra la realidad entera. Los griegos concibieron el Cubo como signo de perfección. Cubo era también para los judí­os el Santo de los Santos o Debir donde Dios habita, Casa llena interiormente de Dios (cf. 1 Re 6,20). Lógicamente, esta Ciudad en la que Dios mismo se vuelve morada y templo* para los hombres que habitan dentro de ella será Cubo, Casa toda interioridad. En el fondo de esta imagen se encuentran visiones sacrales y/o sapienciales que han desembocado luego en la Cábala y en otras corrientes religiosas que comparan a Dios (toda realidad) con un Cubo sagrado universal. El mismo islam ha teorizado sobre este signo, a partir de la Kaaba o Templo (casi) Cúbico donde está inserta la Piedra Sagrada, igual que los judí­os medievales y los cristianos que han representado a Dios (el cielo) a modo de Cubo Sagrado. Pues bien, dentro del cubo-totalidad donde Dios es muro y centro, plaza y rí­o, árboles y presencia de amor, habitan los humanos, en una plaza interior con rí­o y árboles de vida, como luego veremos.

(4) Ciudad pirámide. Posiblemente, al presentar la ciudad (al mismo tiempo) como cuadrada o plana y cúbica, Juan está proyectando sobre ella la imagen de un plano que se eleva, en forma de pirámide inscrita en un cubo transparente. Es normal que evoque las Pirámides de Egipto o las torres elevadas (zigurat) de Babilonia. Sobre una base cuadrada se va elevando una figura escalonada, cuya altura es igual que los lados del cuadrado. Ella está inscrita en el cubo transparente, de manera que en la plaza superior queda el trono de Dios y el agua que brota de ese trono va descendiendo escalón a escalón. De esta forma se unirí­an las imágenes del cuadrado y cubo, pirámide y montaña de los dioses, propia de la tradición religiosa de muchos pueblos antiguos. Resulta conocida la fascinación que han ejercido las pirámides en todas las culturas, como imagen de gradación y jerarquí­a, de estabilidad y vida eterna. Dios mismo serí­a aquí­ pirámide donde los humanos se hallan inscritos, pirámide-esfera donde todos los puntos se encuentran igual mente distantes del centro, siendo centro y cí­rculo, altura y base.

(5) Tres imágenes, una ciudad. El autor del Apocalipsis ha dejado que las tres imágenes (Cuadrado, con muros y puertas abiertas, Cubo completo en sí­ mismo y Pirámide elevada sobre el cuadrado de la base) se limiten y fecunden una a otra. Es posible que las tres se superpongan, para crear la impresión de una Ciudad con las diversas formas que la tradición ofrecí­a para templos y ciudades. El signo del Cubo es el más perfecto, pues nos lleva a la ciudad interior, con la Vida de Dios hecha principio de existencia para los humanos, sobre todo si la completamos con la esfera: un Cubo-Esfera, tal serí­a el signo pleno de Dios (hecho Ciudad) para los humanos. Pero esa imagen rompe todos los esquemas imaginativos, de manera que en ella no pueden visualizarse los restantes elementos de la Ciudad: las puertas de entrada, la plaza interior, los rí­os y árboles de vida.

Cf. A. íLVAREZ VALDES, La nueva Jerusalén ¿Ciudad celeste o terrestre?, Verbo Divino, Estella 2005; F. CONTRERAS, La nueva Jerusalén, esperanza de la Iglesia, Sí­gueme, Salamanca 1998; X. PIKAZA, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

¿La ciudad es, como tal, un lugar de salvación? La pregunta podrí­a también formularse así­: ¿es Ní­nive la que tiene que ser evangelizada, o son los ninivitas? El libro de Jonás considera estos dos términos como intercambiables: “Vete a Ní­nive, la gran ciudad, y pronuncia un oráculo contra ella”; “Jonás se levantó y partió para Ní­nive… los ninivitas creyeron en Dios”. “¿Y no voy a tener yo compasión de Ní­nive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas?” Por tanto, también una gran ciudad puede tener su importancia teológica, si se considera como una realidad unitaria de Dios: “Las ciudades tienen su propia vida y su propia autonomí­a misteriosa y profunda: tienen un rostro caracterí­stico; por decirlo de alguna manera, tienen su propia alma y su propio destino: no son montones de piedras colocadas al azar, son misteriosas viviendas de hombres y, me atreverí­a a decir, son de algún modo las misteriosas viviendas de Dios: “gloria Domini in te videbitur””. En efecto, no podemos olvidar que la ciudad surge para integrar mejor a las personas, para que éstas puedan expresar mejor sus capacidades, enlazándolas con las de los demás, para que sus necesidades encuentren una respuesta mejor y más rápida. La ciudad es, por tanto, un acontecimiento humano, una forma de organizarse que nace de la inteligencia y de la voluntad de búsqueda de un bien común. Es un acontecimiento moral que puede y debe ser iluminado por el evangelio, sostenido por la gracia, animado por la esperanza en la venida de! Reino.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Población de mayor tamaño, número de habitantes o importancia que un pueblo o una aldea. La palabra hebrea `ir, que se traduce †œciudad†, aparece casi 1.100 veces en las Escrituras, aunque de vez en cuando se usa la palabra qir·yáh (pueblo; población) como sinónimo o en paralelo. Por ejemplo: †œDespués de esto se te llamará Ciudad [`ir] de Justicia, Población Fiel [qir·yáh]†, o: †œ¿Cómo sucede que no ha sido abandonada la ciudad [`ir] de alabanza, el pueblo [qir·yáth] de alborozo?†. (Isa 1:26; Jer 49:25.)
Los †œpoblados† (heb. jatse·rí­m), †œpueblos dependientes† (heb. ba·nóth) y †œaldeas† (heb. kefa·rí­m), mencionados también en las Escrituras Hebreas, se distinguí­an de las †œciudades† y los †œpueblos† en que no eran comunidades amuralladas, sino que estaban en †œla campiña abierta†. (1Sa 6:18.) Si estaban situadas en los suburbios o inmediaciones de una ciudad o un pueblo fortificado, a estas comunidades se las llamaba †œpueblos dependientes†, literalmente †œhijas† de la ciudad amurallada. (Nú 21:25; véase PUEBLOS DEPENDIENTES.) La ley de Moisés también hací­a una distinción legal entre las ciudades amuralladas y los pueblos, al igual que entre las poblaciones sin fortificar y las aldeas. Si una persona que viví­a en una población sin amurallar vendí­a su casa, retení­a siempre el derecho de recomprarla, y en el caso de que no pudiera hacerlo, le era devuelta durante el año de Jubileo. Por otro lado, cuando se vendí­a una casa en una ciudad amurallada, el vendedor tení­a que recomprarla durante el año entrante o, en caso contrario, el comprador se quedaba definitivamente con la propiedad, excepto si se trataba de las ciudades levitas. (Le 25:29-34.) La misma distinción se mantiene en las Escrituras Griegas Cristianas, donde pó·lis por lo general se refiere a una †œciudad† amurallada y ko·me, a una †œaldea† sin murallas. La palabra griega ko·mó·po·lis, de Marcos 1:38, puede traducirse por †œvilla†. (Compárese con NTI.) Juan se refirió a Belén como †œla aldea donde David solí­a estar†, y Lucas (conocedor de que Rehoboam habí­a fortificado la aldea) la llamó ciudad. (Jn 7:42; Lu 2:4; 2Cr 11:5, 6.)
Caí­n fue el primero que construyó una ciudad, a la que llamó por el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Si acaso hubo otras ciudades antes del Diluvio, sus nombres desaparecieron junto con ellas durante aquella inundación global del año 2370 a. E.C. Después del Diluvio, las ciudades de Babel, Erec, Akkad y Calné, de la tierra de Sinar, formaron el núcleo inicial del reino de Nemrod, que más tarde extendió dicho núcleo construyendo Ní­nive, Rehobot-Ir, Cálah y Resen (llamadas colectivamente †œla gran ciudad†) al N., en el valle de Mesopotamia. (Gé 10:10-12.) Los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob, por el contrario, no construyeron ciudades, sino que vivieron en tiendas como residentes temporales, incluso cuando visitaban pueblos y aldeas en Canaán y Egipto. (Heb 11:9.) No obstante, los espí­as que entraron en Canaán informaron que habí­a ciudades grandes y bien fortificadas en el paí­s. (Nú 13:28; Dt 9:1.)

Propósito. La gente empezó a construir ciudades por varias razones: protección, industria, comercio y religión. A juzgar por la cantidad y tamaño de los templos que los arqueólogos han desenterrado, la religión fue sin duda uno de los principales motivos de que se edificaran muchas de las ciudades antiguas. La ciudad de Babel con su torre religiosa es un ejemplo. †œÂ¡Vamos! —se dijeron sus edificadores—. Edifiquémonos una ciudad y también una torre con su cúspide en los cielos, y hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos esparcidos por toda la superficie de la tierra.† (Gé 11:4-9.) Otra razón por la que la gente se reunió en ciudades era el temor a que los ejércitos enemigos los tomaran como esclavos. En todo caso protegí­an sus ciudades con murallas y cerraban las puertas durante la noche. (Jos 2:5; 2Cr 26:6.)
Los habitantes de las ciudades solí­an dedicarse a la agricultura y la ganaderí­a extramuros, aunque por lo general residí­an dentro de la ciudad. Otros se dedicaban a trabajos artesanos. Las ciudades se utilizaron como depósitos, centros comerciales y mercados para la distribución. Ciudades como Tiro, Sidón y Jope se convirtieron en centros portuarios y de intercambio para el tráfico marí­timo y las caravanas terrestres. (Eze 27.)
Muchas ciudades empezaron siendo simples aldeas, crecieron hasta alcanzar el tamaño de un pueblo o la categorí­a de una ciudad y, en ocasiones, se convirtieron en grandes ciudades estado que controlaban la vida de cientos de miles de personas. Con tal crecimiento, el poder gubernamental y judicial se concentró en las manos de unos pocos lí­deres polí­ticos y militares, y fue bastante frecuente que el principal poder que dictaba el modo de vida urbano residiera en una jerarquí­a de sacerdotes déspotas. Supuso, por lo tanto, un marcado contraste el florecimiento de las ciudades israelitas, con un gobierno en manos de administradores nombrados teocráticamente que tení­an el deber de regirse por las leyes constitucionales dadas por Dios. Jehová era el Rey, Legislador y Juez de la nación, y cuando sus representantes visibles cumplí­an fielmente con sus deberes, el pueblo se regocijaba. (Isa 33:22; Esd 7:25, 26; Pr 29:2.)

Selección de emplazamientos. La selección del emplazamiento de una ciudad dependí­a de varios factores. Como la defensa solí­a ser de primordial importancia, las ciudades antiguas por lo general estaban situadas en lugares altos. Aunque de este modo quedaban totalmente a la vista, se hací­a difí­cil llegar hasta ellas. (Mt 5:14.) Las ciudades costeras y las que estaban a lo largo de las orillas de los rí­os eran excepciones. Aparte de las barreras naturales, solí­an construirse alrededor de la ciudad muros fuertes o un complejo de muros y torres, y, en algunas ocasiones, también fosos. (2Re 9:17; Ne 3:1–4:23; 6:1-15; Da 9:25.) El crecimiento de las ciudades a veces hací­a necesario extender los muros para abarcar mayores perí­metros. Las entradas de las murallas estaban protegidas con fuertes puertas, que podí­an aguantar sitios prolongados. (Véanse FORTIFICACIONES; MUROS; PUERTA, PASO DE ENTRADA.) Al otro lado de las murallas estaban los campos, las dehesas y los suburbios, muchas veces indefensos en caso de ataque. (Nú 35:1-8; Jos 21:41, 42.)
Algo imprescindible que no debí­a pasarse por alto al escoger un emplazamiento para una ciudad era que hubiera cerca un buen abastecimiento de agua. Por esta razón se consideraba ideal el que las ciudades tuvieran manantiales o pozos dentro de sus lí­mites. En algunos casos, entre los que se destacan Meguidó, Gabaón y Jerusalén, habí­a túneles de agua subterráneos, acueductos y encañados para llevar intramuros el agua de las fuentes exteriores. (2Sa 5:8; 2Re 20:20; 2Cr 32:30.) A menudo se construí­an depósitos y cisternas para recoger y guardar el agua durante la estación lluviosa con el fin de usarla más tarde; por ello, en algunos lugares el terreno estaba lleno de cisternas, pues cada casa procuraba tener su propio suministro de agua. (2Cr 26:10.)
Como eran muy similares los objetivos y propósitos por los que se construí­an las ciudades antiguas, se encuentran grandes similitudes en su diseño y configuración. Además, puesto que con el transcurso de los siglos se han producido pocos cambios, ciertas ciudades actuales son muy parecidas a como fueron hace dos o tres milenios. Cuando entraba por la puerta, la persona se hallaba en un gran lugar abierto, la plaza del mercado de la ciudad, es decir, la plaza pública, donde se realizaban toda clase de ventas y compras, y donde se hací­an los contratos y después se sellaban ante testigos. (Gé 23:10-18; 2Re 7:1; Na 2:4.) Aquí­ estaba el foro público, donde se recibí­an y transmití­an las noticias (Ne 8:1, 3; Jer 17:19), donde los ancianos de la ciudad presidí­an el tribunal (Rut 4:1-10) y donde el viajero podí­a pasar la noche si por casualidad nadie le mostraba hospitalidad. (Jue 19:15-21.) A veces en la ciudad habí­a disponibles otros alojamientos para los visitantes. (Jos 2:1; Jue 16:1; Lu 2:4-7; 10:35; véase MESí“N.)
Algunas ciudades se construí­an con propósitos especiales, como, por ejemplo, Pitom y Raamsés, construidas por los esclavos israelitas como lugares de depósito para Faraón (Ex 1:11); las ciudades de almacenamiento, de los carros y de los jinetes que edificó Salomón (1Re 9:17-19), y las ciudades de almacenamiento de Jehosafat. (2Cr 17:12.) Se apartaron cuarenta y ocho ciudades para los levitas: trece, para los sacerdotes, y seis, como ciudades de refugio para los homicidas involuntarios. (Nú 35:6-8; Jos 21:19, 41, 42; véanse CIUDADES DE LOS SACERDOTES; CIUDADES DE REFUGIO; CIUDADES PARA LOS CARROS.)
Gracias a los restos de las murallas, se puede deducir el tamaño de muchas ciudades antiguas, pero en cuanto a la población, solo es posible hacer cálculos aproximativos. Se dice que Ní­nive era una metrópoli muy grande: †œNí­nive la gran ciudad, en la cual existen más de ciento veinte mil hombres que de ningún modo saben la diferencia entre su mano derecha y su izquierda†. (Jon 4:11; 3:3.)
Los nombres de las ciudades mencionadas en la Biblia solí­an tener un significado y un propósito: hací­an referencia a su ubicación o al carácter o ascendencia de los habitantes, y muchos de ellos eran de naturaleza profética. (Gé 11:9; 21:31; Jue 18:29.) A veces se añadí­a el nombre de la tribu en la que estaba ubicada la ciudad a fin de distinguirla de otra que tení­a el mismo nombre, como en el caso de †œBelén de Judᆝ, pues habí­a otra Belén en Zabulón. (Jue 17:7; Jos 19:10, 15.) Los enclaves eran ciudades que pertenecí­an a una tribu estando situadas en el territorio de otra. (Jos 16:9; véase CIUDADES ENCLAVADAS.)

Uso figurado. En las Escrituras Hebreas la palabra ciudad recibe un uso figurado. (Pr 21:22; Jer 1:18.) Jesús también habló de ciudades en sus ilustraciones (Mt 12:25; Lu 19:17, 19), y Pablo la emplea en una figura retórica. (Heb 11:10, 16; 12:22; 13:14.) En el libro de Revelación se usan las ciudades para ilustrar diversos conceptos: †œla santa ciudad† pisoteada por las naciones (Rev 11:2), †œla gran ciudad† llamada Sodoma y Egipto en sentido espiritual (Rev 11:8), †œBabilonia la gran ciudad† (Rev 18:10-21; 17:18) y †œla santa ciudad, la Nueva Jerusalén, que descendí­a del cielo desde Dios y [estaba] preparada como una novia adornada para su esposo†. (Rev 21:2-27; 22:14, 19; 3:12.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

>éí†r (ry[i , 5892), “ciudad; pueblo; aldea; barrio”. Hay cognados de esta palabra en ugarí­tico, fenicio, sumerio y arábigo antiguo. El nombre aparece unas 1.092 veces durante todas las épocas del hebreo bí­blico. El término sugiere una “aldea”. Para una aldea sin muros se usa la palabra hebrea hacer. Qiryat, un sinónimo de >éí†r, es un término prestado del arameo. No obstante, >éí†r y su sinónimo no siempre sugieren una ciudad amurallada. Un ejemplo de esto se encuentra en Deu 3:5 donde >éí†r puede ser una ciudad situada a campo abierto (tal vez protegida solo por baluartes de tierra o piedra): “Todas estas ciudades estaban fortificadas con altas murallas, con puertas y cerrojos, sin contar las muchí­simas aldeas sin muros” (rva). Una comparación entre Lev 25:29 y Lev 25:31 muestra que >éí†r puede usarse como sinónimo de hacer: “Cuando una persona venda una vivienda en una ciudad amurallada, tendrá derecho de rescatarla dentro del plazo de un año a partir de su venta †¦ Pero las casas de las aldeas no amuralladas [hacer] serán consideradas como parcelas de tierra” (rva). Además de “una aldea de casas permanentes”, >ir puede significar una población ubicada en un sitio permanente, aun cuando sean tiendas: las moradas. “Saúl fue a la ciudad de Amalec y puso una emboscada en el arroyo” (1Sa 15:5). En Gen 4:17 (el primer caso) el vocablo >éí†r significa un “lugar permanente de habitación” con residencias de piedra y arcilla. Por regla general, el término no tiene connotaciones polí­ticas; >éí†r simplemente representa el “lugar en que vive la gente en forma permanente”. Sin embargo, hay casos en que >éí†r representa un ente polí­tico (1Sa 15:5; 30.29). Este vocablo puede señalar a “los que viven en un pueblo dado”: “Cuando llegó, he aquí­ que Elí­ estaba sentado en un banco vigilando junto al camino, porque su corazón temblaba a causa del arca de Dios. Cuando aquel hombre llegó a la ciudad y dio la noticia, toda la ciudad prorrumpió en griterí­o” (1Sa 4:13). >éí†r puede significar solamente “alguna parte de una ciudad”, como la sección rodeada de un muro: “Sin embargo, David tomó la fortaleza de Sion, que es la Ciudad de David” (2Sa 5:7). Las ciudades antiguas (en particular las más grandes) se dividí­an a veces en barrios (o distritos) por muros, para hacer más difí­cil su captura. Esto sugiere que ya en el tiempo del último pasaje citado,>éí†r connotaba usualmente una “ciudad amurallada”.

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

polis (povli”, 4172), primariamente ciudad rodeada de muros (quizá de una raí­z ple– , que significa plenitud, de donde también viene el vocablo latino pleo, llenar; en castellano, pulido, pulir, polí­tica, etc.). Se usa también de la Jerusalén celestial, de la morada y comunidad de los redimidos (Heb 11:10,16; 12.22; 13.14). En Apocalipsis significa la capital visible del reino celestial, destinada para descender a la tierra en una era venidera (p.ej., Rev 3:12; 21.2,14,19). Por metonimia la palabra significa los habitantes, como en su uso en castellano (p.ej., Mat 8:34; 12.25; 21.10; Mc 1.33; Act 13:44). Nota: En Act_16 13, los mss. más auténticos tienen pule, puerta (RVR: “fuera de la puerta”). Nota: Politarques se traduce “autoridades de la ciudad” en Act 17:6,18. Véase AUTORIDADES.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El término griego polis (heb. ʿîr) se aplicaba en los tiempos bíblicos a lugares de modestas proporciones (p. ej. Laquis tenía una superficie de 60 km. cuadrados) y las distinguían de las aldeas y campos (Mr. 6:56). La ciudad hebrea se construía en un lugar alto, como medio de defensa (Jos. 11:13), cerca de alguna fuente de agua y se componía de un fuerte (Jue. 9:51), murallas, puertas, calles angostas, plazas (Mt. 11:16), cisternas y un santuario. En lugares particulares se albergaban artes especiales. El control estaba en manos de los ancianos (Dt. 19:12), jueces y guardas (Is. 62:6). La ciudad-estado griega protegía a los ciudadanos más allá de los muros y se administraba por la ekklēsia (asamblea de ciudadanos) y boulē (concilio), y reconocía su tuchē o diosa (cf. genio romano).

Jerusalén era estimada como la ciudad santa (Is. 52:1 = Mt. 4:5) del gran Rey (Sal. 48:2 = Mt. 5:35) ya que dentro de sus limites estaba el templo de Dios. El concepto de una Jerusalén restaurada aparece en Ez. 40ss.; Zac. 2; Hag. 2:6–9; Salmos de Salomón 17:33 y 1 Enoc 90:28 y lleva a Pablo a visualizar allá en lo alto, una Jerusalén libre, que es madre (2 S. 20:19) de los cristianos (Gá. 4:26). El Apocalipsis describe el presente orden mundial como corrupto, y enseña que la ciudad santa debe establecerse en la era milenial (Ap. 21:9ss.) o como la habitación final de la humanidad redimida en el estado eterno (Ap. 21:1, 2). La ciudad es la iglesia, la esposa de Cristo y el nuevo Israel de doce puertas fundada en el kērugma de los doce apóstoles. Ésta permanece como santa, pero siendo santificada por la presencia de Dios que no necesita de un templo local. Como una alusión a Gn. 2:10 y a Ez. 47:7, el vidente describe la seguridad y las provisiones de agua de la ciudad ideal. Al describir la sociedad cristiana como la Ciudad de Dios, Agustín desarrolló la convicción de que la empírica Iglesia Católica era el reino de Dios.

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; HDB; HERE; Sir Charles Marston, The Bible Comes Alive, pp. 78–118; MNT, MartinKiddle sobre Ap. 21.

Denis H. Tongue

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics

MNT Moffatt’s New Testament Commentary

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (108). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

El vocablo ı̂r aparece 1.090 veces en el AT y describe una amplia variedad de asentamientos de carácter permanente. Al parecer no tenía mayor relación con su tamaño o sus derechos (cf. Gn. 4.17; 19.29; 24.10; Ex. 1.11; Lv. 25.29, 31; 1 S. 15.5; 20.6; 2 R. 17.6; Jer. 51.42–43, 58; Jon. 3.3; Nah. 3.1).

En la Biblia se utilizan otros vocablos para describir una ciudad. Del hebreo podemos señalar los siguientes: qiryâ (Es. 4.10), qiryā˒ (Esd. 4.15, etc.) qereṯ (Job 29.7; Pr. 8.3; 9.3, etc.), ša˓ar, literalmente ‘puerta’, pero usado frecuentemente para describir una ciudad o población en Deuteronomio (5.14; 12.15; 14.27–28).

Una ciudad era amurallada o no amurallada. Los espías que Moisés envió a Canaán recibieron instrucciones de informar en cuanto a este detalle (Nm. 13.19, 28). En su informe hablaron de ciudades que eran “grandes y fortificadas” (cf. Dt. 1.28, “amuralladas hasta el cielo”). Muchas de las ciudades cananeas que encontraron los israelitas en la época de la conquista eran, efectivamente, amuralladas. Las excavaciones modernas de varias ciudades antiguas ilustran en forma detallada la composición exacta de las murallas y las áreas que circundaban. En cada caso corresponde consultar la información proveniente de las excavaciones de cada ciudad en particular.

La palabra ḥāṣēr parece utilizarse para describir específicamente una aldea abierta, a diferencia de ı̂r, que a menudo era amurallada. Para mayor precisión, una ciudad defendida con estructuras sólidas se denominaba ˓ı̂r mibsar, ciudad fortificada (Jer. 34.7).

En una ciudad normal existía la parte central donde se hacían las transacciones comerciales y legales, y alrededor estaban los “suburbios” (migrāš, ‘praderas’), donde se efectuaban las actividades de granja (Nm. 35.2; Jos. 14.4; 1 Cr. 5.16; 6.55; Ez. 48.15, 17). Al parecer también había aldeas en las cercanías de las poblaciones más grandes, las que recibían la denominación de “hijas” (°vrv2 “aldeas”), bānôṯ, y probablemente carecían de murallas (Nm. 21.25; 32.42; 2 Cr. 28.18; Neh. 11.25–31). Donde la ciudad central estaba amurallada, servía como lugar de refugio para la población de toda la zona circundante en tiempo de peligro (* Fortificaciones y el arte de sitiar). En los tiempos preisraelitas muchas de estas zonas con su ciudad amurallada constituían pequeñas ciudades-estados gobernadas por un ”rey”, meleē, que prestaba lealtad a una nación poderosa, como ser Egipto.

Existen numerosas referencias en el AT a ciudades no israelitas, siendo dos de las más famosas Pitón y Ramesés, ciudades de almacenaje de Faraón (Ex. 1.11), las ciudades de los filisteos, que eran en realidad ciudades-estados al estilo griego (1 S. 6.17–18), Damasco, la capital de Siria, *Nínive, “ciudad grande en extremo; de tres días de camino” (Jon. 3.3); *Babilonia la grande (Dn. 4.30; Jer. 51.37, 43, 58), *Susa (“Susán”, °vm), la capital de Persia (Est. 1.2). Las excavaciones y las investigaciones arqueológicas generales nos han provisto de muy importantes y significativas informaciones respecto a algunas de estas ciudades. Así, Nínive estaba rodeada de muros de casi 16 km de circunferencia. En la misma zona había otras dos ciudades asirias, Khorsabad y Nimrud (* Cala), ambas bastante grandes. Además, en la misma zona había numerosas aldeas. El tamaño de la ciudad que tenía presente el escritor de Jonás quizás no resulte muy claro en la actualidad, pero hay razón para considerar que se trataba de una “ciudad grande en extremo”. También Babilonia era una ciudad extraordinaria, con grandes fortificaciones y palacios.

Dentro de los muros de cualquiera de estas ciudades antiguas estaban las viviendas de los ciudadanos, posiblemente las grandes casas de los nobles, y aun quizás algún *palacio. Las excavaciones efectuadas en Palestina dan una buena idea del plan general de estas ciudades. Las puertas de la ciudad, de las cuales muchas ya han sido excavadas (p. ej. Meguido, Hazor, Gezer, Tell Seba) eran el sitio para la realización de transacciones comerciales y tramitaciones legales, y allí, se sentaban los jueces para dar a conocer sus decisiones (Gn. 19.1; 2 S. 15.2–6; 1 R. 22.10; Am. 5.10, 12, 15). El número de puertas variaba. En Jericó parece que había una sola, pero en otras ciudades puede haber habido varias. La ciudad ideal de Ezequiel tenía 12 puertas (Ez. 48.30–35; cf. Ap. 21.12–13). La superficie detrás de los muros estaba normalmente sujeta a una cuidadosa planificación, con un camino de cintura que rodeaba la ciudad y las casas detrás, y otros caminos en el interior de la ciudad. En los planos dibujados por los excavadores se pueden discernir casas, edificios públicos, altares o templos, y espacios libres.

Ciertas ciudades tenían propósitos específicos. Las ciudades egipcias de Pitón y Ramesés eran ciudades de almacenaje (Ex. 1.11). Salomón tenía ciudades para “carros… y… gente de a caballo” (1 R. 4.26; 9.19) además de ciudades de aprovisionamiento. Pensamos que se trataba de ciudades para defensa y almacenaje de cereales. En este sentido, las excavaciones en Meguido fueron particularmente instructivas, porque revelaron que esta ciudad poseía en un tiempo un enorme depósito con capacidad para unos 500.000 litros de cereales. Un cuadro ilustrativo muy común revelado por las excavaciones es el de la puerta de una ciudad donde se ven depósitos de cereales a corta distancia de la misma (p. ej., Tell Seba).

En ciertas ocasiones se utilizaban las ciudades en operaciones de trueque, y cuando se firmaban tratados y se ajustaban las fronteras con frecuencia se transferían ciudades de un estado a otro (1 R. 9.10–14; 20.34). Otras veces ciertas ciudades se incluían en la dote de casamiento (1 R. 9.16). También, la gente de los estados vecinos siempre tenía interés en ganar acceso a los mercados de sus vecinos y de “hacer calles” (°vm; °vrv2, “plazas”) en dichas ciudades (1 R. 20.34) para realizar actividades comerciales.

En toda consideración sobre el término “ciudad”, en lo que atañe a la Biblia, debe otorgársele un lugar muy especial a *Jerusalén, pues entre las ciudades de Israel, Jerusalén predominaba como el asiento de la casa de David y el centro de la vida religiosa de la nación. Se la denomina “ciudad de David” y “ciudad de Dios”, expresiones que tienen una íntima relación con el culto preexílico de Israel y su rey, y que se reflejan en muchos de los salmos. El carácter de Jerusalén en los últimos días de los reyes ha sido enormemente iluminado por obra de Kathleen Kenyon, cuyas excavaciones en las laderas orientales de la antigua ciudad, donde miraba hacia el Cedrón, pusieron al descubierto rastros de terraplenes a lo largo de la ladera, con hileras de casas. Se produjo un derrumbamiento masivo cuando la ciudad fue atacada por Nabucodonosor. Recientemente se ha descubierto el muro occidental de la ciudad de aquellos días.

Jerusalén quedó en ruinas por cerca de un siglo, hasta que fue edificada la nueva ciudad. Al principio carecía de muros, pero en la época de Nehemías contó nuevamente con un muro protector, del cual aún se pueden ver vestigios.

Cuando el AT fue traducido al griego, el vocablo heb. ˓ı̂r se transformó en polis en la l.x.x.. Pero mientras el gr. polis tenía un sentido político y significaba “estado” o “entidad política” más bien que una mera ciudad”, en su uso heb. el término era apolítico. Entre los escritores judíos de tiempos más recientes solamente Filón usó el término polis en su acepción política.

Bibliografía. “Cities” en S. M. Paul y W. G. Dever, Biblical Archaelogy, 1973, pp. 3–26.

J.A.T.

II. En el Nuevo Testamento

En el NT se encuentra frecuentemente el vocablo polis. En los evangelios tiene el significado amplio y apolítico de aldea, etc., relacionado con el fondo judío del ministerio de Jesús. En Hechos se usa en relación con diversas ciudades helenísticas de Asia Menor y Europa, pero sin ninguna referencia a su estructura política. En Ro. 16.23 encontramos al tesorero o mayordomo (el término se encuentra en ciertas inscripciones) de Corinto en comunión con la iglesia cristiana: aparte de la jactancia de Pablo en Hch. 21.39, este es prácticamente el único lugar en el NT donde encontramos la más mínima alusión a la estructura política de la ciudad. Sin embargo, puede resultar tentador ver en las palabras de Hch. 15.28, edoxen tō pneumati tō haugiō kai hēmin, una frase basada en la fórmula cívica edoxen tē boulē kai tō dēmō. Pero aun así, por más atractiva y sugestiva que sea la idea de que aquí el Espíritu Santo ocupa el lugar del concilio y los apóstoles la asamblea de ciudadanos, es evidente que ni los apóstoles ni Lucas tienen interés en insistir en la analogía. También puede resultar significativo notar que el vocablo parrēsia (la “confianza” o “libertad de expresión” del cristiano) tiene, anteriormente, la connotación específicamente política del derecho del ciudadano a la libertad de palabra en la asamblea.

El verbo politeuomai significa en el NT simplemente “vivir la vida, conducirse” (Hch. 23.1; Fil. 1.27). El sustantivo politeia, “república” o “ente político”, se usa con referencia a los derechos y privilegios de Israel (Ef. 2.12). politeuma se usa en Fil. 3.20, donde algunos procuran encontrar el uso técnico de “colonia”, y traducir el versículo “somos una colonia del cielo” (tan apropiado para Filipos). Pero darle este sentido, sin embargo, requiere la modificación de la frase, de manera que la sugerencia debe ser rechazada. Encontramos aquí ya sea el vocablo menos específico “ciudadanía” (cf. Filón, De la confusión de lenguas 78; Epístola a Diogneto 5.9), o la muy general “manera de vivir”, “conducta” (°vrv1, “conversación”), en cuyo caso cf. 2 Co. 4.18.

Jerusalén todavía retiene para los escritores del NT el título de “ciudad santa”, y en el concepto de Jesús figura en muy alta estima como la “ciudad del gran Rey” (Mt. 5.35). Hasta el año 70 d.C. siguió siendo un centro de influencia cristiana y un foco de estima. No obstante, también se habla de ella como una ciudad de hombres pecadores que han perseguido y muerto a los profetas, sobre la cual Jesús llora al ver aproximarse su destrucción. Esta ambivalencia espiritual nos llama la atención en Apocalipsis. Jerusalén es “la ciudad amada” (20.9), objeto de las promesas de Dios, centro del reino milenial; pero en el cap(s). 11 la ciudad santa es Sodoma y Egipto, donde el Señor fue crucificado, y aun la “gran(de) ciudad”, término normalmente reservado para el adversario de Dios (véanse los cap(s). 16–18), de la que Jerusalén era en esa hora lugar y tipo. Podríamos comparar el contraste que hace Pablo de las dos ciudades de Jerusalén en Gá. 4.24–26.

Para el escritor de la Carta a los Hebreos y sus destinatarios (quienesquiera hayan sido él y ellos, y por más hebreos que fueran él o ellos), el acento recae sobre la Jerusalén celestial. Ella es su meta, la visión de la cual sostuvo a los santos de la antigüedad en su búsqueda. Con la venida del Hijo, por fin un Hombre pudo sentarse al lado de Dios, y sus hermanos pudieron acercarse a la ciudad del Dios vivo, y los justos pudieron finalmente ser hechos perfectos (He. 12.22–23: 11.40). Pero todavía tiene que llegar en su plenitud, en ese gran final que el escritor espera con tanto anhelo. Aquí hay afinidades con Filón (p. ej. loc. Cit. sup.), pero la Carta a los Hebreos permanece fiel a los puntos querigmáticos de crisis; la primera y la segunda venidas de Jesús.

La Jerusalén celestial, la nueva Jerusalén, es el tema de Ap. 21–22. Como lo han revelado y destacado recientes estudios del libro de Apocalipsis, se echa mano a varias fuentes para describir la ciudad. En primer lugar, para el plan de la ciudad, Ez. 40–48 es de excepcional importancia, y, para las bendiciones y beneficios de dicho lugar y estado, las profecías, en especial las de Isaías y Zacarías, proveen mucho del lenguaje. Las mismas esperanzas se hallan también en forma muy amplia en los escritos apocalípticos judíos. En segundo lugar, a partir del trabajo comparativo de la escuela histórico-religiosa de exegetas, la relación de la descripción con la astronomía y la astrología de la antigüedad ha cobrado mayor importancia. Las doce piedras preciosas del fundamento son conocidas contrapartes de los doce signos del zodíaco; las piedras y perlas entremezcladas reflejan el cielo estrellado que nos cubre, y tanto la calle como el río, la vía láctea; las dimensiones cúbicas de la ciudad y su enorme tamaño tienen como modelo la inmensidad del espacio. Aun el muro celestial tiene su origen en los pilares del firmamento. En tercer lugar, se pueden establecer numerosos paralelos entre esta descripción y la de las ciudades helenísticas (y Babilonia, su probable modelo) en los geógrafos y oradores griegos. En estas fuentes encontramos un plan tetragonal, una calle central, alabanzas acerca de un río bordeado por avenidas o salpicado por islotes arbolados, visiones de ciudades adornadas con majestuosos árboles y convertidas en lugares salubres por su situación y su flora naturales. Y sin embargo, en un sentido hay un marcado contraste. En las ciudades helenísticas había muchos templos; no hay ninguno en la nueva Jerusalén, porque no hace falta. Ninguna de las fuentes excluye necesariamente las otras; la aceptación de todas revela el significado espiritual de esta visión. En el señalado gran final, cuando Dios ha de ser el todo en todos, encontramos el cumplimiento de las esperanzas de Israel, el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a ella; la manifestación, en una ciudad llena de la gloria de Dios, de la realidad ya declarada por los cielos y el firmamento; y la respuesta a todos los anhelos estéticos y todas las aspiraciones nacionales en el lugar al cual los reyes de la tierra traen su gloria. De esta ciudad los nacidos de nuevo son ciudadanos, y hacia ella convergen todos los peregrinos de la fe. La ciudad también se describe como la esposa del Cordero; en otro aspecto es su iglesia, por la cual murió, modelo y meta de toda la sociedad humana. En última instancia esta ciudad principal de las Sagradas Escrituras consiste en hombres, no paredes: nada más que hombres hechos perfectos, la ciudad del Dios vivo.

Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985; G. E. Wright, Arqueología bíblica, 1975; M. Noth, El mundo del Antiguo Testamento, 1976; J. Ellul, La ciudad, 1970.

R. de Vaux, Ancient Israel, 1961, pp. 229–240; M. du Buit, Géographie de la Terre Sainte, 1958; R. S. Lamon y G. M. Shipton, Megiddo I, 1939; G. Loud, Megiddo II, 1948, pp. 46–57; R. de Vaux, artículos sobre excavaciones en Tell el-Fara en Revue Biblique 1947–52; TWBR, s.v.; W. M. Ramsay, The Cities of St Paul, 1907; E. M. Blaiklock, Cities of the NT, 1965; D.H. McQueen, The Expositor (9ª- serie) 2, 1924, pp. 221–226; R. Knopf, Festschrift für G. Heinrici, 1914, pp. 213–219; W. Bousset, R. H. Charles, G. B. Caird, G. R. Beasley-Murray, comentarios de Apocalipsis sobre loc. Cit.

J.N.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico