ESCLAVO

La idea de esclavitud que tenemos hoy dí­a no coincide con la práctica de los hebreos. Básicamente, un e. era un trabajador. El término hebreo que se utiliza para e., es eved, que viene de una raí­z que significa †œtrabajar†. Pero el e. no recibí­a salario por su trabajo, como pasaba con el jornalero. Además, formaba parte de la familia y del patrimonio familiar del amo (Lev 22:11; Lev 25:46). Sus hijos nací­an e. (Gen 17:12). El amo podí­a buscarle compañero o compañera (Exo 21:1-5). Los e. estaban obligados a guardar el sábado y las fiestas (Exo 20:10; Deu 16:11-14). Participaban de la Pascua, para lo cual tení­an que ser circuncidados (Gen 17:12; Exo 12:44). Los jornaleros, sin embargo, no debí­an participar (Exo 12:45). El criado de Abraham le iba a heredar si su amo llegaba a morir sin dejar descendencia (Gen 15:3).

Los e. tení­an sus derechos (Job 31:13). Estaba prohibido maltratarles (Lev 25:53). Si un amo lo hací­a y la persona morí­a, el castigo era igual a si lo hubiera hecho a un hombre libre (Exo 21:20). Si al golpearlo le hací­a un daño irreparable, aunque fuera la pérdida de un diente, tení­a que darle la libertad (Exo 21:26-27). Habí­a que dar refugio a los e. que huí­an de sus amos y no se les podí­a devolver a sus antiguos dueños ni oprimirlos (Deu 23:15). Esta disposición, como otras relativas a la e., no existí­a en las naciones vecinas de Israel (1Re 2:39-40). El secuestro de personas para venderlas era castigado con la muerte (Exo 21:16).
existí­a el apremio corporal por deudas, un ladrón que no podí­a pagar lo robado era vendido por su hurto (Exo 22:2-3). Una persona que no pudiera cumplir con una deuda podí­a ofrecerse como sirviente, pero estaba prohibido tratarle como e., sino como a un jornalero, pero sin recibir paga, hasta el año del †¢jubileo (Lev 25:39-41). Ningún hebreo podí­a ser e. de otro hebreo, porque como son e. de Dios, †œno serán vendidos a manera de e.† Sólo extranjeros podí­an ser tomados como e. (Lev 25:42-45). Y si un hebreo llegaba a ser e. de un extranjero, la familia tení­a el deber de rescatarlo (Lev 25:47-52). Y en todo caso habí­a que tratar bien al e., recordando la esclavitud que padecieron los israelitas en Egipto (Deu 15:15). Y llegado el año del jubileo, los e. hebreos debí­an ser libertados (Lev 25:54). En ese momento debí­an darles dones (Deu 15:13-14).
tomaba como e. a los prisioneros de guerra (Num 31:26; Deu 20:10-11; 2Pe 2:19). Un padre podí­a vender su hija como e., para servicio de una casa, con intención de casarla, pero con ciertas condiciones. En caso de que el amo o un hijo suyo no casare con ella, el padre podí­a redimirla. Si se realizaba el matrimonio habí­a que otorgarle el tratamiento de novia y esposa como a cualquier otra mujer no e. (Exo 21:7-11).
esclavitud es utilizada para ilustrar los efectos del pecado sobre el ser humano. †œTodo aquel que hace pecado, e. es del pecado†, dijo el Señor Jesús (Jua 8:34). Los creyentes eran antes †œe. del pecado†, pero ahora son †œsiervos de la justicia† tras la †¢redención realizada por Cristo (Rom 6:17; Tit 3:3).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, FUNC LEYE COST

vet, La esclavitud data de la más remota antigüedad. Habí­a diversas maneras de adquirir esclavos: (a) Haciéndolos prisioneros durante las guerras (Nm. 31:9; 2 R. 5:2; Guerras 3:4, 1; 6:9, 2). (b) Por compra a un marchante de esclavos (Gn. 17:27; 37:28, 36; Ez. 27:13; JI. 3:6, 8). (c) Por nacimiento en la casa del dueño (Gn. 17:12). (d) En virtud del sistema de compensación: el ladrón, incapaz de restituir lo que habí­a robado, era vendido como esclavo; también, y en contra del espí­ritu de la ley mosaica, el deudor insolvente, o sus hijos (Ex. 22:3; 2 R. 4:1; Neh. 5:5, 8; Am. 2:6; Mt. 18:25). (e) Los israelitas indigentes podí­an venderse voluntariamente, o vender sus hijos (Ex. 21:2, 7; Lv. 25:39, 47). El precio de los esclavos variaba según época y circunstancias. La legislación hebrea preveí­a el pago de 30 siclos al dueño de un esclavo muerto a causa de la negligencia de un tercero (Ex. 21:32). En el siglo III a.C., los esclavos judí­os de Alejandrí­a se vendí­an a poco más del mismo precio: 120 dracmas (Ant. 12:2, 3). José, con una edad de 17 años, fue adquirido por 20 siclos (Gn. 37:28). El estatuto legal de un esclavo hebreo era muy diferente al de un esclavo extranjero. Si lo deseaba, el esclavo hebreo podrí­a recibir la libertad al cabo de 6 años de servicio. No se le podí­a maltratar, ni se le podí­a dejar ir con las manos vací­as. Cuando el israelita se vendí­a a un extranjero que moraba en Israel, podí­a liberarse en el momento en que dispusiera de la suma legalmente estipulada para el rescate (Ex. 21:2-6; Lv. 25:43, 47-55; Jer. 34:8-16). Los derechos de la muchacha israelita vendida por su padre quedaban salvaguardados gracias a unas normas particulares (Ex. 21:7-11). En el año del Jubileo quedaban liberados todos los esclavos hebreos, tanto los que habí­an decidido quedarse con sus amos en el año séptimo como los que no habí­an cumplido todaví­a los seis años (Lv. 25:40). Esta liberación se derivaba de la Ley, que ordenaba a todo israelita volver a la propiedad de sus padres en el año del Jubileo. Tanto si habí­a elegido la libertad como el retorno posterior a su dueño, el esclavo israelita debí­a, en el año del Jubileo, recuperar su heredad. La ley mosaica reconocí­a derechos también al esclavo extranjero: permití­a su castigo a bastonazos, pero prohibí­a mutilarIo o darle muerte (Ex. 21:20-27; Lv. 24:17, 22). La cautiva que era tomada como mujer adquirí­a derechos (Dt. 21:10-14). Los esclavos extranjeros eran considerados como parte integrante de la comunidad de Israel (Gn. 17:10-14). Iguales a sus dueños delante de Dios, celebraban con ellos las fiestas religiosas, ofrecí­an sacrificios (Ex. 12:44; Lv. 22:11; Dt. 12:12, 18; 16:11, 14), disfrutaban del reposo del sábado (Ex. 20:10; 23:12). La Ley de Moisés impedí­a entregar al esclavo fugitivo a su dueño; ordenaba darle asilo, y que se le permitiera instalarse donde bien le pareciera en el paí­s (Dt. 23:15, 16). Estaba prohibido, bajo pena de muerte, apoderarse de personas, venderlas, secuestrarlas (Ex. 21:16; Dt. 24:7). No hay prueba ninguna de que hubieran existido en Israel mercados de esclavos. La Ley de Moisés era mucho más humana con respecto a la esclavitud que las legislaciones paganas de la antigüedad. Se observa en el AT una relación cordial entre amo y esclavo (Gn. 24). El esclavo tení­a derecho a la protección de la justicia (Jb. 31:13-15); en ocasiones heredaba a su amo (Gn. 15:2, 3), casándose con la hija (1 Cr. 2:34, 35). El cristianismo evitó el brusco cambio de los usos acerca de la esclavitud (1 Co. 7:21). El apóstol Pablo instruye al esclavo a que obedezca a su amo (Ef. 6:5-8; Col. 3:22-25; 1 Ti. 6:1, 2; 1 P. 2:18-21). Demanda del amo cristiano que acepte al esclavo fugitivo (Flm. 10-16). Pero en el cristianismo se enunciaron los principios que iban no sólo a mejorar la condición de los esclavos, sino a llevarlos a su total liberación. La nueva religión proclamaba, en efecto, la igualdad de todos los hombres delante de Dios (1 Co. 7:21-22; Gá. 3:28; Col. 3:11); exhorta a los amos a tratar a sus esclavos con humanidad, recordándoles los derechos que han recibido de Dios (Ef. 6:9; Col. 4:1). Los creyentes esclavos, al igual que los libres, son miembros del cuerpo de Cristo, y por ello son participantes del Espí­ritu Santo (1 Co. 12:13, 27). Con respecto a lo que dice la Biblia, es útil recordar hasta qué punto la esclavitud era el mismo fundamento, a la vez que el oprobio, de las sociedades antiguas. Sin hablar de los miles de esclavos empleados en Egipto y Babilonia, se puede mencionar el hecho de que en las civilizadas sociedades de Grecia y de Roma los esclavos eran mucho más numerosos que los hombres libres. Los más grandes filósofos de aquel entonces justificaban la esclavitud como una institución natural y necesaria. Aristóteles afirmaba que todos los bárbaros eran esclavos de nacimiento, solamente buenos para obedecer. En el año 309 a.C. habí­a en la ítica 400.000 esclavos, 10.000 extranjeros, y solamente 21.000 ciudadanos. En Roma, en época de Claudio, habí­a en la capital 2 o 3 esclavos por cada persona libre. Habí­a familias ricas que tení­an hasta 10.000 y 20.000 esclavos. No se les reconocí­a a estos desventurados ningún derecho civil ni matrimonial. Sus dueños podí­an, a voluntad, venderlos, separarlos, darlos, torturarlos, e incluso matarlos. En el Evangelio, con el reconocimiento de la dignidad del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, que aunque caí­do es hecho objeto de la gracia salvadora de Dios liberándolo de la esclavitud al pecado, se halla también la base que ha hecho posible en la cristiandad la eliminación progresiva de la esclavitud.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Esclavo es el que pertenece en propiedad a otro. Su estado era envilecedor, casi como si fuera un animal o un objeto, con el que el señor podí­a obrar a pleno placer. Dependí­a radicalmente de la voluntad de su amo. Se podí­a comprar y vender, como un objeto o un animal. Cristo se encuentra con una sociedad en la que la esclavitud era una cosa normal, y nunca la condenó directamente. Es más: incluso la utiliza en sus parábolas como punto de referencia y de comparación (Mt. 24, 45-51; Lc 12, 42-48; 17, 7-9). Pero puso unos principios de conducta, por los que debe regirse el ser social del hombre, que se centran en la igualdad de todos los hombres y que exigen la abolición de la esclavitud. Los evangelios aportan datos suficientes para reconstruir la situación del esclavo en el judaí­smo (Mt 8, 9; 18, 27. 34; 24, 45; 25, 30; Lc 17, 710; Jn 15, 15). En un sentido figurado y desde un punto de vista religioso, nos hablan de la esclavitud como condición moral del hombre perfecto: Marí­a es la esclava del Señor (Lc 1, 38); Jesucristo es el siervo de Dios, tomó la forma de esclavo (Flp 2, 7), se hizo esclavo para redimir al hombre de la esclavitud del pecado (Jn 8, 34-36). El hombre debe ser esclavo, servidor de Dios, y no de los bienes de este mundo (Mt 6, 24; Lc 16, 13), y esclavo, servidor de los hombres, sus hermanos (Mt 20, 27; Mc 10, 44).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Las palabras hebreas y griegas que suelen traducirse †œesclavo† o †œsiervo† no solo aplican a personas que son propiedad de otras. El vocablo hebreo `é·vedh puede aplicar a personas que tienen dueño (Gé 12:16; Ex 20:17), pero también puede designar a los súbditos de un rey (2Sa 11:21; 2Cr 10:7), a pueblos subyugados que pagaban tributo (2Sa 8:2, 6) y a personas que estaban al servicio del rey, como coperos, panaderos, marinos, oficiales militares, consejeros y otros por el estilo, tanto si tení­an dueño como si no. (Gé 40:20; 1Sa 29:3; 1Re 9:27; 2Cr 8:18; 9:10; 32:9.) Cuando un hebreo se dirigí­a a alguien de manera respetuosa, en lugar de usar el pronombre personal en primera persona, a veces se referí­a a sí­ mismo como si fuera un siervo (`é·vedh) de aquel con quien estaba hablando. (Gé 33:5, 14; 42:10, 11, 13; 1Sa 20:7, 8.) El término `é·vedh incluso puede referirse a siervos o adoradores de Jehová en general (1Re 8:36; 2Re 10:23) y, más especí­ficamente, a representantes especiales de Dios, como, por ejemplo, Moisés. (Jos 1:1, 2; 24:29; 2Re 21:10.) Aunque no fuese adorador de Jehová, de aquel que realizaba un servicio que estaba en armoní­a con la voluntad divina podí­a decirse que era un siervo de Dios, como en el caso del rey Nabucodonosor. (Jer 27:6.)
El término griego dóu·los equivale a la palabra hebrea `é·vedh y se utiliza con referencia a: personas que tienen a un semejante como dueño (Mt 8:9; 10:24, 25; 13:27); a los siervos dedicados de Dios y de su Hijo Cristo Jesús, sean estos humanos (Hch 2:18; 4:29; Ro 1:1; Gál 1:10) o angelicales (Rev 19:10, donde aparece la palabra sýn·dou·los [coesclavo]), y, en un sentido figurado, a personas que están esclavizadas al pecado (Jn 8:34; Ro 6:16-20) o a la corrupción. (2Pe 2:19.)
El significado primordial de las palabras ná·`ar (hebreo) y pais (griego) es muchacho o joven, pero también pueden designar a un siervo o un servidor. (1Sa 1:24; 4:21; 30:17; 2Re 5:20; Mt 2:16; 8:6; 17:18; 21:15; Hch 20:12.) El término griego oi·ké·tes denota un sirviente o un esclavo de una casa (Lu 16:13), en tanto que la palabra griega pai·dí­Â·ske aplica a la esclava o criada. (Lu 12:45.) La forma participial de la raí­z hebrea scha·ráth se puede traducir †œministro† (Ex 33:11) o †œcriado†. (2Sa 13:18.) La palabra griega hy·pe·ré·tes puede traducirse †œservidor†, †œservidor del tribunal† o †œservidor de la casa†. (Mt 26:58; Mr 14:54, 65; Jn 18:36.) El término griego the·rá·pon solo aparece en Hebreos 3:5 y significa subordinado o servidor.

Antes de la era común. La guerra, la pobreza y el delito eran los factores básicos que reducí­an a las personas a la servidumbre. Los cautivos de guerra a menudo pasaban a ser esclavos de sus captores, o bien estos los vendí­an como esclavos. (Compárese con 2Re 5:2; Joe 3:6.) En la sociedad israelita, aquel que caí­a en la pobreza podí­a venderse a sí­ mismo o vender a sus hijos como esclavos a fin de pagar su deuda. (Ex 21:7; Le 25:39, 47; 2Re 4:1.) El que era culpable de robo pero no podí­a hacer compensación era vendido por las cosas que habí­a robado, y una vez que pagaba todo lo que debí­a, recobraba su libertad. (Ex 22:3.)
A veces los esclavos tení­an una posición de gran confianza y disfrutaban de honra en una casa. El siervo ya mayor del patriarca Abrahán (probablemente Eliezer) administraba todas las posesiones de su amo. (Gé 24:2; 15:2, 3.) Cuando José fue esclavo en Egipto llegó a estar a cargo de todo lo que le pertenecí­a a Potifar, un oficial de la corte de Faraón. (Gé 39:1, 5, 6.) En Israel un esclavo podí­a hacerse rico y recomprarse a sí­ mismo. (Le 25:49.)
Con respecto a reclutar trabajadores, véanse SERVICIO OBLIGATORIO; TRABAJO FORZADO.

Las leyes que gobernaban las relaciones esclavo-amo. Entre los israelitas, la condición del esclavo hebreo diferí­a de la del esclavo extranjero, residente forastero o poblador. Mientras que los esclavos que no eran hebreos permanecí­an como propiedad del dueño y podí­an pasar de padre a hijo (Le 25:44-46), el esclavo hebreo tení­a que ser libertado en el séptimo año de su servidumbre, o en el año de Jubileo, dependiendo de cuál llegase antes. Durante el tiempo de su servidumbre, al esclavo hebreo debí­a tratársele como asalariado. (Ex 21:2; Le 25:10; Dt 15:12.) El hebreo que se vendí­a a sí­ mismo como esclavo a un residente forastero, a un miembro de una familia que residí­a como forastera o a un poblador, podí­a ser recomprado en cualquier momento, tanto por él mismo como por alguien que tuviera el derecho de recompra. El precio de redención se calculaba dependiendo del número de años que quedasen hasta el año de Jubileo o hasta el séptimo año de servidumbre. (Le 25:47-52; Dt 15:12.) Cuando se concedí­a la libertad a un esclavo hebreo, el amo debí­a darle un regalo para ayudarle a tener un buen comienzo como hombre libre. (Dt 15:13-15.) Si un hombre habí­a llegado a ser esclavo cuando ya estaba casado, su esposa salí­a con él. Sin embargo, si el amo le habí­a dado una esposa (probablemente una extranjera, que no tení­a el derecho de ser libertada en el séptimo año de servidumbre), ella y los hijos que ambos hubieran tenido debí­an permanecer como propiedad del amo. En tal caso, el esclavo hebreo podí­a decidir quedarse con su amo. Si esa era la decisión, se le agujereaba la oreja con un punzón para indicar que continuarí­a en servidumbre hasta tiempo indefinido. (Ex 21:2-6; Dt 15:16, 17.)

Esclavas hebreas. A la esclava hebrea le aplicaban ciertas disposiciones especiales. El amo podí­a tomarla como concubina o como esposa para su hijo. En este último caso, ella adquirí­a los mismos derechos que una hija. Incluso si el hijo del amo tomaba otra esposa, no se le tení­a que disminuir el sustento, la ropa o el débito conyugal. El que el hijo fallara en este respecto le daba derecho a la mujer a quedar libre sin el pago de un precio de redención. Si el amo pretendí­a que una esclava hebrea fuese redimida, no se le permití­a hacerlo vendiéndola a extranjeros. (Ex 21:7-11.)

Protecciones y privilegios. La Ley protegí­a a los esclavos de ser tratados con brutalidad. Si un esclavo perdí­a un diente o un ojo como consecuencia de ser maltratado por su amo, tení­a que ser puesto en libertad. Como el precio de un esclavo solí­a ser de 30 siclos (compárese con Ex 21:32), su liberación significarí­a una considerable pérdida para el amo; de modo que esta ley tení­a un fuerte efecto disuasivo en lo que respecta al maltrato de los esclavos. Aunque un amo podí­a azotar a su esclavo, si este morí­a debido a los golpes del amo, tení­a que ser vengado según la decisión de los jueces. Sin embargo, si el esclavo duraba uno o dos dí­as antes de morir, no tení­a que ser vengado, pues esto indicarí­a que el amo habí­a pretendido disciplinar al esclavo, pero no matarlo. (Ex 21:20, 21, 26, 27; Le 24:17.) Además, para que se considerara libre de culpa al amo, no podí­a haber dado los golpes con un instrumento letal, ya que en ese caso se considerarí­a que habí­a habido un asesinato. (Compárese con Nú 35:16-18.) Por lo tanto, si un esclavo sobreviví­a uno o dos dí­as al castigo, serí­a razonable dudar de que la muerte hubiese sido consecuencia del castigo. Por ejemplo, golpear con una vara normalmente no era fatal, como lo muestra Proverbios 23:13: †œNo retengas del simple muchacho la disciplina. En caso de que le pegues con la vara, no morirᆝ.
Bajo la Ley los esclavos disfrutaban de ciertos privilegios. Como todos los esclavos varones eran circuncidados (Ex 12:44; compárese con Gé 17:12), podí­an comer la Pascua, y los esclavos del sacerdote podí­an comer las cosas santas. (Ex 12:43, 44; Le 22:10, 11.) Estaban exentos de trabajar en sábado. (Ex 20:10; Dt 5:14.) Durante el año sabático tení­an derecho a comer de lo que crecí­a de los granos caí­dos y de la vid no podada. (Le 25:5, 6.) Asimismo, debí­an participar del regocijo que producí­an los sacrificios en el santuario y la celebración de las fiestas. (Dt 12:12; 16:11, 14.)

La actitud de los cristianos del primer siglo. En el Imperio romano los esclavos eran muy numerosos, y habí­a quienes tení­an cientos y hasta miles de esclavos. La esclavitud era una institución que tení­a la protección del gobierno imperial. Los cristianos del primer siglo no se opusieron a la autoridad gubernamental en este respecto, ni abogaron por una sublevación de los esclavos. Respetaron el derecho legal de otras personas —entre las que se contaban sus compañeros cristianos— a poseer esclavos. Esta fue la razón por la que el apóstol Pablo envió de regreso a Onésimo, un esclavo fugitivo. Puesto que habí­a llegado a ser cristiano, Onésimo regresó de buena gana a su amo, sometiéndose como esclavo a un compañero cristiano. (Flm 10-17.) El apóstol Pablo también aconsejó a los esclavos cristianos que no se aprovecharan de su relación con sus amos creyentes. Dijo: †œLos que tienen dueños creyentes, no menosprecien a estos, porque son hermanos. Al contrario, que sean esclavos con mayor prontitud, porque los que reciben el provecho de su buen servicio son creyentes y amados†. (1Ti 6:2.) Para un esclavo era una bendición tener un amo cristiano, pues su dueño estaba bajo la obligación de tratarle con justicia y equidad. (Ef 6:9; Col 4:1.)
La aceptación del cristianismo colocaba sobre los que estaban en servidumbre la responsabilidad de ser mejores esclavos, †œno siendo respondones, no cometiendo robos, sino desplegando buena fidelidad†. (Tit 2:9, 10.) Incluso si sus amos los trataban de manera injusta, tení­an que rendir debidamente. Al sufrir por causa de la justicia, imitaban el ejemplo de Jesucristo. (1Pe 2:18-25.) †œEsclavos —escribió el apóstol Pablo—, sean obedientes en todo a los que son sus amos en sentido carnal, no con actos de servir al ojo, como quienes procuran agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, con temor de Jehová. Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Jehová, y no para los hombres.† (Col 3:22, 23; Ef 6:5-8.) Esa conducta excelente para con sus amos evitó que acarrearan reproche al nombre de Dios, ya que nadie podrí­a culpar al cristianismo de producir esclavos perezosos y que no serví­an para nada. (1Ti 6:1.)
Por supuesto, el que un esclavo †˜obedeciera en todo†™ no incluirí­a los actos de desobediencia a la ley de Dios, ya que eso hubiera significado temer a los hombres más bien que a Dios. La mala conducta de los esclavos, hasta en el caso de que la ordenase un superior, no habrí­a †˜adornado la enseñanza de su Salvador, Dios†™, sino que hubiera representado mal y deshonrado esta enseñanza. (Tit 2:10.) Por consiguiente, tení­an que guiarse por su conciencia cristiana.
Todos los miembros de la congregación cristiana ocupaban la misma posición sin importar su condición social. A todos se les ungió con el mismo espí­ritu y, por lo tanto, participaban de la misma esperanza como miembros del mismo cuerpo. (1Co 12:12, 13; Gál 3:28; Col 3:11.) A pesar de que estaba más limitado en lo que podí­a hacer para esparcir las buenas nuevas, el esclavo cristiano no tení­a que preocuparse por este aspecto. Sin embargo, si se le concedí­a la oportunidad de conseguir la libertad, debí­a aprovecharse de esta situación para aumentar su actividad cristiana. (1Co 7:21-23.)

Esclavitud al pecado. Cuando el primer hombre, Adán, desobedeció la ley de Dios, perdió el control perfecto que tení­a sobre sí­ mismo y cedió al deseo egoí­sta de agradar a su esposa pecadora y permanecer con ella. El ceder a este deseo pecaminoso le hizo esclavo tanto del deseo como del resultado del mismo. (Compárese con Ro 6:16; Snt 1:14, 15; véase PECADO.) De esta manera se vendió al pecado. Como toda su prole aún estaba en sus lomos, también fue vendida al pecado, y esta es la razón por la que el apóstol Pablo escribió: †œYo soy carnal, vendido bajo el pecado†. (Ro 7:14.) Por ello, ninguno de los descendientes de Adán pudo llegar a ser justo, ni siquiera guardando la ley mosaica. Como lo expresó el apóstol Pablo, †œel mandamiento que era para vida, este hallé que fue para muerte†. (Ro 7:10.) Al ser incapaces de guardar perfectamente la Ley, los seres humanos mostraron que eran esclavos del pecado y merecí­an la muerte, no la vida. (Véase MUERTE.)
Solo aprovechándose de la liberación que hizo posible Jesucristo podrí­an los hombres emanciparse o conseguir libertad de dicha esclavitud. (Compárese con Jn 8:31-34; Ro 7:21-25; Gál 4:1-7; Heb 2:14-16; véase RESCATE.) Como han sido comprados con la sangre preciosa de Jesús, los cristianos son esclavos o siervos de Jehová Dios y de su Hijo, y están obligados a guardar sus mandamientos. (1Co 7:22, 23; 1Pe 1:18, 19; Rev 19:1, 2, 5; véanse LIBERTAD; LIBERTO, HOMBRE LIBRE.)
Véase también ESCLAVO FIEL Y DISCRETO.

Fuente: Diccionario de la Biblia

véase Servir -1

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La esclavitud era practicada en Israel. Buen número de esclavos eran de origen extranjero : prisioneros de guerra reducidos a esclavitud según la costumbre general de la antigüe-dad (Dt 21,10) o esclavos comprados a los mercaderes que se dedicaban a este. tráfico (Gén 17,12). También a hebreos se vendí­a o ellos mismos se vendí­an como esclavos (Ex 21,1-11; 22,2; 2Re 4,1).

Sin embargo, la esclavitud no alcanzó nunca la amplitud ni la forma conocidas en la antigüedad clásica. Israel, en efecto, llevaba la marca de su doble experiencia inicial: su aflicción en el paí­s de la servidumbre y la maravillosa historia de su *liberación por Dios (Dt 26,6ss; Ex 22,20). De ahí­ por una parte su manera particular de concebir el problema social de la esclavitud y, por otra parte, la reflexión religiosa sus-citada por esta realidad.

I. EL PROBLEMA SOCIAL. Es útil observar primero que en la Biblia la misma palabra significa a la vez servidor y esclavo. Cierto que la *ley acepta la esclavitud propiamente dicha como un uso establecido (Ex 21,21); pero siempre tendió a atenuar su rigor, manifestando así­ un auténtico sentido del hombre. El amo, aun cuando es propietario de su esclavo, no tiene por ello derecho a maltratarle a su talante (Ex 21, 20.26s). Si se trata de un esclavo he-breo, la ley se muestra todaví­a más restrictiva. Salvo consentimiento del interesado, prohí­be la esclavitud por toda la vida : el Código de la alianza ordena la manumisión septenal (Ex 21,2); más tarde el Deuteronomio acompaña a esta manumisión con atenciones fraternas (Dt 15,13s); la legislación leví­tica, por su parte, instituirá una manumisión general con ocasión del año jubilar, quizá para compensar la falta de aplicación de las medidas precedentes (Lev 25,10; cf. Jer 34,8). Final-mente, la ley quiere que el esclavo hebreo adquiera el estatuto de asalariado (Lev 25,39-55), pues los hijos de Israel, rescatados por Dios de la esclavitud de Egipto, no pueden ya ser esclavos de un hombre.

Este problema de la esclavitud volvió a plantearse en las comunidades cristianas del mundo grecorromano. Pablo lo encontró particularmenteen Corinto. Su respuesta es muy tajante : lo que importa ahora ya no es tal o cual condición social. sino el llamamiento de Dios (lCor 7,17…). Así­ pues, el esclavo cumplirá su deber de cristiano sirviendo a su amo “como a Cristo” (Ef 6, 5-8). El amo cristiano, por su parte, comprenderá que el esclavo es su *hermano en Cristo; lo tratará fraternalmente y sabrá incluso manumitirlo (Ef 6,9; Flm 14-21). En efecto, en el *hombre nuevo no existe ya la vieja antinomia esclavo hombre libre : lo único que importa “es ser una nueva criatura” (Gál 3, 28; 6,15).

II. EL TEMA RELIGIOSO. Israel, liberado por Dios de la esclavitud, volví­a a recaer en ella si era infiel (Jue 3, 7s; Neh 9,35s). Así­ aprendió que *pecado y esclavitud van de la mano y sintió la necesidad que tení­a de ser liberado de sus faltas (Sal 130; 141, 3s). El NT revela todaví­a mejor esta aflicción más profunda: desde que con Adán entró el pecado en el mundo todos los hombres le están esclavizados interiormente y por el mismo hecho se doblan bajo el te-mor de la muerte, su inevitable salario (Rom 5,12…; 7,13-24; Heb 2,14s). La ley misma no hací­a sino reforzar esta esclavitud.

Sólo Cristo era capaz de romperla, puesto que era el único sobre quien no tení­a poder el prí­ncipe de este mundo (Jn 14,30). Vino a liberar a los pecadores (Jn 8,36). Para romper las cadenas de su esclavitud consintió él mismo en adoptar una condición de esclavo (Flp 2,7), una carne semejante a la del pecado (Rom 8,3), y en ser obediente hasta la muerte de cruz (Flp 2,8). Se hizo siervo no sólo de Dios, sino también de los hombres, a los que de esta manera rescató (Mt 20,28 p; cf. Jn 13,1-17).

Los bautizados, mejor que los hebreos rescatados de Egipto, han venido a ser los libertos del Señor o, si se quiere, esclavos de Dios y de la *justicia (lCor 7,22s; Rom 6,16-22; cf. Lev 25,55). Ahora están ya liberados del pecado, de la muerte, de la ley (Rom 6-8; Gál 5,1). De esclavos que eran se han convertido en hijos en el Hijo (Jn 8,32-36; Gál 4,4-7.21-31). Pero, aunque libres frente a todos, se hacen, sin embargo, servidores y esclavos de todos a ejemplo de su señor (ICor 9,19; Mt 20,26-27 p; Jn 13,14ss).

-> Cautividad – Liberación – Servir.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas