ESPOSA

Esposa (heb. kallâh; gr. númf’). En la antigüedad, ser que se constituí­a en el objeto exclusivo de los esponsales y del matrimonio.* El esposo* adquirí­a el derecho de propiedad sobre su esposa por el pago del môhar o precio de compra de la novia, y ésta quedaba obligada por deber de fidelidad so pena de muerte (Gen 24:58; Deu 22:20). Por otra parte, la ley protegí­a a la esposa contra falsas imputaciones de infidelidad y castigaba al hombre con multa de 100 siclos; también perdí­a el derecho a la eventual separación de su esposa (22:15-19). En el NT se aplicó la imagen de la esposa tanto a la iglesia (2Co 11:2; Eph 5:22; etc.) como a la totalidad del pueblo de Dios (Rev 17:1-6). Esposo. Traducción de varias palabras hebreas y 2 griegas (aner, numfí­os), ninguna delas cuales es el equivalente exacto de nuestra palabra “esposo”. Ocasionalmente, el pensamiento del termino bí­blico es “amo” o “dueño”, y así­ describe al esposo como quien posee o es dueño 406 de una esposa* Exo 21:22; Est 1:17, 20; etc.); pero generalmente el término español es la traducción de una palabra bí­blica que significa sencillamente “hombre” (Gen 3:6; Rth 1:12; Mat 1:19; 1Co 7:2; etc.). Véase Matrimonio. Esquife. Véase Barco/a.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

tip, TIPO COST

vet, Una mujer a punto de casarse o recién casada. En las Escrituras se usa como sí­mbolo de aquellos que están estrechamente asociados con Jehová o con el Señor Jesús. Casi todo el libro del Cantar de los Cantares está compuesto de un diálogo entre un esposo y su esposa, indudablemente referido a Jehová y al remanente judí­o (cp. Os. 2:19, 20). Como una esposa se adorna con joyas (Is. 61:10), así­ Jerusalén será adornada con la justicia y salvación de Jehová. Cuando Juan fue llamado a que contemplara a la esposa, la novia del Cordero, ve una hermosa ciudad, la santa Jerusalén, teniendo la gloria de Dios (Ap. 21:2, 9, 10). La Iglesia es la esposa del Cordero (cp. 2 Co. 11:2).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

DicEc
 
El simbolismo esponsal es muy importante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Ya en el siglo VIII antes de Cristo, con Oseas, encontramos en la imagen del desgraciado matrimonio de un profeta un sí­mbolo de las relaciones entre Dios y su pueblo: el profeta ama, a pesar de todo, a su infiel esposa (Os 1-3). El tema se convierte luego en un lugar común en el Antiguo Testamento: Dios ama al pueblo pecador; los profetas anhelan el tiempo en que el amor fiel sustituirá a la idolatrí­a, a la que a menudo se da el nombre de “adulterio” (ver Ez 16; Is 54,4-8; 61,10; 62,4-5).

En el Nuevo Testamento abundan las imágenes esponsales. La presencia de Cristo es la presencia del novio (Mc 2,19 par). La invitación al Reino se describe como invitación al banquete de bodas (Mt 22,1-13), el momento de cuya celebración es aún incierto (Mt 25,1-13). San Pablo describe su ministerio como presentación entre el novio y la novia (2Cor 1 1,2). El matrimonio es un sí­mbolo del amor de Cristo a la Iglesia: “Se entregó por ella” (Ef 5,22-32). En el libro del Apocalipsis a los elegidos se les llama “ví­rgenes”, no manchados por la idolatrí­a (14,4); el triunfo escatológico de los redimidos se describe también en términos esponsales (Ap 19,7-9; 21,2.9; 22,17).

En el perí­odo patrí­stico el tema se desarrolla con mucho detalle. Se ve la creación de Eva de la costilla de Adán como un sí­mbolo del nacimiento de la Iglesia, la nueva Eva, nacida del costado de Cristo al dormirse este en la cruz. Cristo asume la humanidad mancillada y la purifica, convirtiéndola en su esposa; la eucaristí­a nutre a la Iglesia con el fin de hacerla una sola carne con Cristo (Cuerpo de Cristo). Son ideas que aparecen con frecuencia en el contexto del Cantar de los Cantares. Una idea que aparece ya en el siglo IV y que se desarrolla en la Alta Edad media es que el obispo se une en matrimonio con su Iglesia.

En la época medieval se transmite la idea de que la encarnación es una suerte de unión esponsal con la humanidad; la Iglesia, al igual que el alma individual, es esposa de Cristo. Así­, por ejemplo, en san Bernardo: “Todos nosotros somos una esposa, todos juntos somos una única esposa, y las almas individuales son como una única esposa”. Aunque se encuentra también en autores reformados, el tema de la esposa no aparece muy subrayado; Calvino, no obstante, afirma: “No es una alabanza común decir que Cristo ha elegido y se ha reservado a la Iglesia como su esposa”.

La idea de la esposa no tení­a mucho protagonismo en la eclesiologí­a anterior al Vaticano II, aunque Pí­o XII acudió a ella para advertir contra la tendencia a identificar a Cristo con la Iglesia: Pablo, “aunque establece una maravillosa unión entre Cristo y su cuerpo mí­stico, los distingue también como esposo y esposa”.

El Vaticano II recoge el tema en LG 6, en un texto elaborado en los borradores finales: “La Iglesia, llamada “Jerusalén de arriba” y “madre nuestra” (Gál 4,26; cf Ap 12,17), es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf Ap 19,7; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo amó y por la que se entregó para santificarla (Ef 5,25-26), la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y cuida (Ef 5,29); a ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí­ y sumisa por el amor y la fidelidad (cf Ef 5,24)”. La Comisión doctrinal del Vaticano II señaló que con la imagen de la esposa se querí­an indicar tres cosas: la í­ntima unión existente entre Cristo y la Iglesia; la distinción entre Cristo y la Iglesia, y la obediencia a él.

El Misal romano usa el texto de Ap 21,2, y en el común de la dedicación de una Iglesia hace referencia a Cristo que santifica a su esposa. En la tradición esponsal de los Padres, los autores medievales y la liturgia, se confunde a veces el sí­mbolo de la esposa aplicado a la Virgen Marí­a y a la Iglesia, dado que el matrimonio de Cristo con la humanidad se inicia en el seno de la Virgen.

El rico tema de la esposa llama la atención sobre la belleza de la Iglesia, la necesidad del amor a la Iglesia, el rostro femenino de la Iglesia y la obligación de guardar fidelidad al amor de Cristo.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

Mujer casada. La voz hebrea ´isch·scháh (literalmente, †œvarona†) significa †œmujer† o †œesposa†, es decir, aquella mujer que era †œposeí­da por un esposo†. (Isa 62:4, nota.) El término griego gy·ne puede significar también †œesposa† o †œmujer† en general, casada o no. Jehová Dios le proveyó una esposa al primer hombre, Adán, quitándole una costilla y formando de ella una mujer. Por eso ella llegó a ser hueso de sus huesos y carne de su carne. La mujer era el complemento del hombre y fue creada como su ayudante. (Gé 2:18, 20-23.) Dios trató directamente con Adán, y este, a su vez, transmitió los mandamientos de Dios a su esposa. Debido a que habí­a sido creado primero y a la imagen de Dios, era el cabeza y el vocero de Dios para ella. El hombre tení­a que ejercer su jefatura con amor, y la mujer, como ayudante, debí­a cooperar en el mandato de procrear dado a la pareja. (Gé 1:28; véase MUJER.)
Después del pecado, primero de Eva, que tentó a su esposo en vez de ayudarlo, y luego de Adán, que la siguió en la transgresión, Dios pronunció juicio sobre la mujer, diciendo: †œAumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolores de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominarᆝ. (Gé 3:16.) Desde aquel tiempo, en muchos pueblos de la tierra la mujer ha sido dominada, a menudo con rudeza, por su esposo, y en muchos casos se la ha tratado más como una sierva que como una compañera y ayudante.

En el pueblo hebreo. En la antigua sociedad hebrea, el hombre era el cabeza de la casa y el dueño (heb. bá·`al) de su esposa, y la mujer era la poseí­da (be`u·láh). La mujer ocupó un lugar honorable y dignificado entre los siervos de Dios. Aun estando sujetas a sus cabezas maritales, las mujeres piadosas tení­an mucha libertad de acción y se sentí­an felices en su lugar; Jehová las bendijo usándolas para llevar a cabo servicios especiales en favor de la adoración verdadera. Algunos ejemplos de las muchas esposas fieles de la Biblia son Sara, Rebeca, Débora, Rut, Ester y Marí­a, la madre de Jesús.

La Ley protegí­a a la esposa. Aunque el esposo ocupaba la posición superior dentro del matrimonio, Dios requerí­a que cuidase y proveyese lo necesario para su familia, tanto de manera material como espiritual. Además, sobre él recaí­a cualquier acción indebida de su familia. Por consiguiente, tení­a una gran responsabilidad. A pesar de que disfrutaba de mayores privilegios que su esposa, la ley de Dios también la protegí­a a ella y le daba ciertos privilegios singulares para que pudiera llevar una vida feliz y productiva.
Algunos ejemplos de las disposiciones de la Ley que tení­an que ver con la esposa son los siguientes: tanto el esposo como la esposa podí­an ser ejecutados por cometer adulterio. Si el esposo sospechaba de infidelidad oculta por parte de su esposa, podí­a llevarla al sacerdote para que Jehová Dios la juzgase. Si la mujer era culpable, sus órganos reproductivos se atrofiaban, pero si no lo era, se exigí­a que el esposo la dejase encinta, para así­ mostrar públicamente su inocencia. (Nú 5:12-31.) Un esposo podí­a divorciarse de su esposa si hallaba en ella algo indecente. Es probable que en este apartado entrasen cosas como mostrarle una gran falta de respeto o traer descrédito sobre la casa de él o la de su padre. No obstante, la esposa estaba protegida, porque se exigí­a que el esposo escribiera un certificado de divorcio. De este modo ella estaba libre para casarse con otro hombre. (Dt 24:1, 2.) El esposo podí­a invalidar un voto de su esposa si pensaba que era imprudente o perjudicial para el bienestar de la familia. (Nú 30:10-15.) No obstante, esto era una salvaguarda para la esposa, pues la protegí­a de cualquier acción precipitada que pudiera acarrearle dificultades.
La Ley mosaica permití­a la poligamia, pero regulada de tal forma que protegí­a a la esposa. El esposo no podí­a transferir el derecho de primogenitura del hijo de una esposa menos amada al de su esposa favorita. (Dt 21:15-17.) Cuando un israelita vendí­a a su hija como sierva y el amo la tomaba como concubina pero no se complací­a en ella, él podí­a dejar que fuese redimida, pero no podí­a venderla a un pueblo extranjero. (Ex 21:7, 8.) Si él o su hijo la habí­an tomado como concubina y después se habí­an casado con otra mujer, a ella se le tení­a que seguir proveyendo alimento, ropa, abrigo y el débito conyugal. (Ex 21:9-11.)
En el caso de que un esposo acusase maliciosamente a su esposa de haber simulado ser virgen cuando se casó y su acusación resultase ser falsa, era castigado: tení­a que pagar al padre de ella el doble del precio de una virgen y no podí­a divorciarse de ella en toda su vida. (Dt 22:13-19.) Si un hombre seducí­a a una virgen no comprometida, tení­a que pagar el precio de matrimonio a su padre y, si este lo permití­a, casarse sin la posibilidad de divorciarse de ella nunca. (Dt 22:28, 29; Ex 22:16, 17.)
Aunque la condición de la esposa en la sociedad hebrea diferí­a en cierto modo de su posición en la sociedad occidental de hoy dí­a, la esposa hebrea fiel disfrutaba del lugar que ocupaba, así­ como de su trabajo. Ella ayudaba a su esposo, criaba a su familia, atendí­a la casa y encontraba muchos motivos de satisfacción y deleite, ya que podí­a manifestar a plenitud su naturaleza y sus talentos femeninos.

Descripción de una buena esposa. En Proverbios 31 se describe el trabajo y la felicidad de la esposa fiel. Se dice que es de más valor que los corales para su esposo. Este puede depositar su confianza en ella. Es trabajadora: teje y hace ropa para su familia, atiende las compras de las cosas necesarias para la casa, trabaja en la viña, dirige la casa y a los siervos, ayuda a aquellos que lo necesitan, viste a su familia de manera atractiva e incluso consigue algunos ingresos con su trabajo, equipa a su familia para emergencias futuras, se expresa de manera sabia y bondadosa, y recibe la alabanza de su esposo y de sus hijos por su temor a Jehová y buenas obras, honrándoles de este modo en la Tierra. Verdaderamente, aquel que ha hallado una buena esposa ha encontrado una buena cosa y consigue buena voluntad de Jehová. (Pr 18:22.)

En la congregación cristiana. La norma en la congregación cristiana es que cada hombre casado tenga solo una esposa. (1Co 7:2; 1Ti 3:2.) A las esposas se les ordena que estén en sujeción a sus esposos, tanto si ellos son creyentes como si no. (Ef 5:22-24.) Las esposas no deben negar a su cónyuge el débito conyugal, pues, como en el caso del esposo, la esposa tampoco †œejerce autoridad sobre su propio cuerpo†. (1Co 7:3, 4.) A las esposas se les aconseja que su principal adorno sea la persona secreta del corazón y que produzcan el fruto del espí­ritu, a fin de que por medio de su conducta el esposo incrédulo pueda ser atraí­do al cristianismo. (1Pe 3:1-6.)

Uso figurado. En sentido figurado, Jehová consideró a Israel como su esposa, debido al pacto que habí­a efectuado con la nación. (Isa 54:6.) El apóstol Pablo llama a Jehová el Padre de los cristianos que han sido ungidos por espí­ritu, y a la †œJerusalén de arriba†, su madre, como si Jehová estuviese casado con ella para producir cristianos ungidos por espí­ritu. (Gál 4:6, 7, 26.) También se habla de la congregación cristiana como la novia o esposa de Jesucristo. (Ef 5:23, 25; Rev 19:7; 21:2, 9.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. gune (gunhv, 1135), véanse CASADA, B, y MUJER. 2. numfe (nuvmfh, 3565), véase DESPOSADA, A. 3. skeuos (skeu`o”, 4632). véase VASO, skeuos, apartado (5).

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento