FIESTAS

(heb., mo†™edh, una asamblea, hagh, danza o peregrinaje). Las fiestas, o festivales sagrados, ocupaban un lugar importante en la religión judí­a.

Eran servicios religiosos acompañados por demostraciones de gozo y alegrí­a.

El dí­a de reposo semanal (Lev 23:3) comprendí­a familias y otros grupos pequeños reunidos bajo la guí­a de los levitas o los ancianos que realizaban actos comunes de devoción.

La Pascua (Lev 23:4-8) fue la primera fiesta anual e histórica y religiosamente era la más importante de todas. Se celebraba el primer mes del año religioso, el dí­a 14 de Nisán (nuestro marzo y abril) y conmemoraba la liberación de los judí­os de Egipto y el establecimiento de Israel como una nación por el acto redentor de Dios. La fiesta de los panes sin levadura comenzaba el dí­a después de la Pascua y duraba siete dí­as (Lev 23:5-8). Esta fiesta junto con la Pascua era una de las tres ocasiones en las cuales la ley mosaica les exigí­a a todos los judí­os varones que estaban fí­sicamente aptos y ritualmente limpios que asistieran (Exo 23:17; Deu 16:16). Las otras dos eran la fiesta de las semanas, o Pentecostés, y la fiesta de los tabernáculos; en todas ellas se ofrecí­an sacrificios especiales, que variaban según la naturaleza del festival (Num. 28—29).

La fiesta de Pentecostés (Lev 23:15-21), también llamada la fiesta de las semanas, de los primeros frutos y de las cosechas, se celebraba el sexto dí­a del mes de Siván (nuestro mayo/junio). El nombre Pentecostés, que significa quincuagésimo, tuvo su origen en el hecho de que habí­a un intervalo de 50 dí­as entre el Pentecostés y la ofrenda de la gavilla después de Pentecostés. El ritual caracterí­stico de esta fiesta era ofrendar y mecer dos panes con levadura hechos de grano maduro recién cosechado.

La fiesta de las Trompetas (Lev 23:23-25) se celebraba el primer dí­a del séptimo mes, Tisri (nuestro septiembre/octubre). Correspondí­a a nuestro Año Nuevo y en él se tocaban cuernos y trompetas desde la mañana hasta la noche.

Se observaba el dí­a de la Expiación (Lev 23:26-32) el décimo dí­a de Tisri. En realidad era mucho menos una fiesta que un ayuno, ya que la naturaleza y el propósito caracterí­stico del dí­a era recordar el pecado colectivo de todo el año para que se pudiera tratar francamente y hacer expiación por él.

En este dí­a el sumo sacerdote confesaba todos los pecados de la comunidad y entraba de parte suya al lugar santí­simo con la sangre de la reconciliación.

La fiesta de los Tabernáculos o de las tiendas o de la recolección (Lev 23:33-43) comenzaba cinco dí­as después del dí­a de la Expiación (Lev 23:34; Deu 16:13) y duraba siete dí­as. Marcaba la terminación de la cosecha y conmemoraba históricamente el peregrinaje en el desierto.

Durante este festival la gente viví­a en tiendas y tabernáculos en Jerusalén para recordar la forma en que sus antepasados habí­an viajado en el desierto y vivido en tiendas. Los sacrificios en esta fiesta eran más numerosos que en cualquier otra.

La fiesta de las Luces se observaba durante ocho dí­as comenzando el dí­a 25 del mes de Kislev (nuestro noviembre/diciembre). Fue instituida por Judas Macabeo en 164 a. de J.C. cuando el templo, que habí­a sido profanado por Antí­oco Epí­fanes, rey de Siria, fue limpiado y reconsagrado al servicio del Señor. Durante esos dí­as los israelitas se reuní­an en sus sinagogas, llevando ramas de árboles en las manos y celebraban servicios jubilosos. Se les contaban los hechos valientes e inspiradores de los macabeos a los niños para que pudieran emularlos.

Se celebraba la fiesta del Purim los dí­as 14 y 15 de Adar (nuestro febrero/marzo). Fue instituida por Mardoqueo para conmemorar el fracaso de los complots de Amán en contra de los judí­os (Est 9:20-22, Est 9:26-28). La palabra Purim significa †œlotes†. La noche del 13 se leí­a todo el libro de Ester públicamente en la sinagoga. Era un acontecimiento gozoso.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Antes de recibir la revelación de Jehová, los hebreos vení­an de una cultura politeí­sta en la cual se llevaban a cabo muchas f. en honor de diversas deidades. Pero después del éxodo Dios les señaló cuáles serí­an las que tendrí­an y por cuáles razones. Esto no quiere decir, sin embargo, que el mandamiento recibido eliminara las fechas de las festividades anteriores. Es posible que continuaran teniendo lugar en las mismas épocas del año, pero ahora lo que hací­an era †œf. solemne para Jehovᆝ (Exo 10:9; Exo 13:6; Lev 23:2).

Dios ordenó: †œtres veces al año me celebraréis f….. También la f. de la siega, los primeros frutos de tus labores, que hubieres sembrado en el campo, y la f. de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo† -éx. 23:14-16). En Exo 34:22 leemos: †œTambién celebrarás la f. de las semanas, la de las primicias de la siega del trigo, y la f. de la cosecha a la salida del año†.
fases de la luna eran muy importantes para los orientales, especialmente los nómadas, pues por ellas medí­an el mes, que fue durante miles de años la medida de tiempo que se usaba entre el dí­a y el año. Por eso leemos de los levitas en 1Cr 23:31, que estaban para †œofrecer todos los holocaustos a Jehová los dí­as de reposo, lunas nuevas y f. solemnes†. En la celebración de la luna nueva se acostumbraba hacer una comida especial para la familia y se hací­a un sacrificio, como puede verse en el caso de Saúl, que esperaba que David viniera a esa celebración en los dí­as que decidió huir (1Sa 20:1-29). Es a esta festividad que se refiere Isa 1:14 (†œVuestras lunas nuevas y vuestras f. solemnes las tiene aborrecidas mi alma†). También se lee en Isa 66:23 : †œ… de mes en mes [de un novilunio a otro], y de dí­a de reposo en dí­a de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí­, dijo Jehovᆝ.

†œEn el séptimo mes, el primero del mes† era dí­a de †œsonar las trompetas† (Lev 23:24; Num 29:1). Coincidí­a con la f. de la cosecha, festejándose así­ la renovación de los ciclos productivos. Se nos dice que se hací­a †œa la salida del año† (Exo 23:16; Exo 34:22). Entre los cananeos se trataba de una celebración del año nuevo. Con el sonido de las trompetas se anunciaba eso a todos, los cuales, a su vez, prorrumpí­an en gritos de alborozo (el Talmud habla de †œclamor†). Por eso dice el Salmista: †œTocad la trompeta en la nueva luna, en el dí­a señalado, en el dí­a de nuestra f. solemne† (Sal 81:2-4). Teniendo esta f. como telón de fondo pueden entenderse mejor las palabras del NT sobre el sonar de la trompeta en la segunda venida del Señor Jesús: †œY enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta…† (Mat 24:31). †œPorque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo…† (1Te 4:16).
cananeos habí­an dejado de ser nómadas antes de la llegada de los israelitas. Eran pueblos agricultores, asentados en la tierra. Como tales, celebraban con festividades en el novilunio que marcaba el comienzo de año nuevo. La nueva cosecha, pensaba el campesino cananeo, indicaba la renovación del ciclo de la naturaleza. No debí­a mezclarse, entonces, con nada viejo. Como la levadura se fabricaba con harina fermentada, vieja, ésta se echaba fuera, para no mezclarla con la renovada producción del agro. Es posible que éste fuera el origen de la f. hebrea de los panes sin levadura, lo que nos ayuda a entender mejor las palabras de Pablo: †œLimpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois…. Así­ que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad† (1Co 5:7-8).
cananeos celebraban también una gran festividad en la época de la cosecha, como puede verse en Jue 9:26-27 (†œ… y los de Siquem pusieron en él [Gaal] su confianza. Y saliendo al campo, vendimiaron sus viñedos, y pisaron la uva e hicieron f.; y entrando en el templo de sus dioses, comieron y bebieron…†). Al salir al campo a vendimiar se confeccionaban cabañas provisionales con ramas para el descanso de los trabajadores. Los israelitas, paralelamente, hicieron de esto una festividad para Jehová, celebrando en la misma fecha (†œLa f. solemne de los tabernáculos harás por siete dí­as, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar† [Deu 16:13]). Pero a las cabañas o tabernáculos les darán otro significado, pues ellos aludirán a la peregrinación de Israel por el desierto (†œEn tabernáculos habitaréis siete dí­as; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto† [Lev 23:42-43]). Con esto como trasfondo se ilumina mucho el pasaje de Apo 7:9-17, donde aparece una gran cosecha de almas (†œuna gran multitud … vestidos con ropas blancas, y con palmas en las manos). Estas palmas aluden a la f. de los tabernáculos, lo cual queda ratificado cuando inmediatamente leemos: †Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven dí­a y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed…”
el inicio de la primavera los cananeos celebraban una festividad mediante la cual ofrecí­an a su dios la primera gavilla cortada, o los primeros frutos. Los israelitas tomaron la f. y la juntaron con otra, la Pascua, durante la cual se hací­a el sacrificio, la comida comunal y se hací­a uso de panes sin levadura. La significación nueva que dieron los israelitas se relacionaba con la salida de Egipto (†œY cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la ví­ctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto† [Exo 12:26-27]), que tuvo lugar en el mes de †¢Abib (†œGuardarás el mes de Abib, y harás pascua a Jehová tu Dios; porque en el mes de Abib te sacó Jehová tu Dios de Egipto† [Deu 16:1]). El NT declararí­a más tarde que Cristo es †œnuestra pascua† que †œya fue sacrificada por nosotros† (1Co 5:7).

†¢Dedicación, Fiesta de la, †¢Jubileo, Año del, †¢Pascua, †¢Pentecostés, †¢Purim, †¢Sábado, y †¢Sacrificios.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CALE TIPO

ver, PASCUA

vet, Las fiestas de Jehová, instituidas bajo la ley dada por Moisés, tienen un carácter de conmemoraciones, o de asambleas de la congregación, para celebrar tratos especiales del Señor, y en consecuencia dispensaciones especiales en la historia de su pueblo, y reciben el nombre de “convocaciones santas”. En Lv. 23 se da una lista de las fiestas anuales. La primera que se menciona es el Sábado. Si entra el sábado en el cómputo, considerando la Pascua y la Fiesta de los panes sin levadura como una, se tienen “siete” fiestas en total, el número perfecto. Si no se incluye el sábado, por cuanto era una fiesta semanal, el reposo de Dios, sobre la que las otras se basaban, la Pascua y la Fiesta de los panes sin levadura pueden contarse como dos, y sigue siendo siete el número de fiestas. Es indudable que estas siete fiestas tipificaban las multiformes bendiciones desde la cruz hasta el milenio. Tipológicamente, se pueden presentar de la siguiente manera: El Sábado (Lv. 23:1-3). 14 de Abib: La Pascua (Lv. 23:5). 15 de Abib: Fiesta de los panes sin levadura (Lv. 23:6-8). Antitipo: “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”; es el cumplimiento de la primera parte de estas dos fiestas tan í­ntimamente ligadas. “Así­ que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Co. 5:7, 8). La gavilla de la primicia, de la cosecha de cebada. “El dí­a siguiente del dí­a de reposo” (Lv. 23:9-14). Antitipo: La Resurrección. (Siete sábados de intervalo.) Siván: Pentecostés. La Fiesta de las semanas: las Primicias, de la cosecha del trigo (Lv. 23:15-22). Antitipo: Descenso del Espí­ritu Santo, formación de la Iglesia. 1 de Tisri: Fiesta de las trompetas (Lv. 23:23-25). 10 de Tisri: Dí­a de la expiación (Lv. 23:26-32). 15 de Tisri: Fiesta de los tabernáculos: la vendimia (Lv. 23:33-44). Antitipo: Despertamiento de Israel (Ez. 37); afligen sus almas (Zac. 12:10-14), recibiendo a su Mesí­as, y son introducidos a bendición en el milenio (Zac. 13:8-14:21; Ez. 36:22-38; 39:25-48). Estas son las que reciben el nombre de las “fiestas solemnes” (Nm. 29:39; 1 Cr. 23:31; 2 Cr. 31:3; Neh. 10:33). Se llaman también “santas convocaciones”, por cuanto el pueblo se reuní­a para ofrecer las varias ofrendas, y tener así­ memoria de su asociación con el Dios viviente, a quien debí­an todas sus bendiciones. Para asegurar que esto se hací­a al menos tres veces al año, habí­a la obligación de que todos los varones capaces comparecieran ante el Señor tres veces anualmente, y que no debí­an ir de vací­o. Estas ocasiones eran la Fiesta de los panes sin levadura (que indudablemente incluí­a la Pascua); la Fiesta de las semanas o de la siega; y la Fiesta de los tabernáculos o de la cosecha (Ex. 23:14-17; Dt. 15:16). Véase PASCUA, etc. Se mencionan otras fiestas anuales que, aunque citadas en las Escrituras, no fueron patentemente ordenadas por Dios. El 25 de Quisleu, la Fiesta de la Dedicación, instituida por Judas Macabeo cuando el templo volvió a ser dedicado después de haber sido profanado por Antí­oco Epifanes, en el año 165 a.C. (Jn. 10:22). La otra es la Fiesta de Purim, los dí­as 14 y 15 de Adar, cuando los judí­os fueron librados de la destrucción que habí­a tramado Amán contra ellos (Est. 9:21, 26). Bibliografí­a: Anónimo: “Las siete fiestas de Jehová” (Editorial “Las Buenas Nuevas”, Montebello, California 1968); C. H. Mackintosh: “Leví­tico” (Editorial “Las Buenas Nuevas”, Montebello, California 1956); J. A. Seiss: “Gospel in Leviticus” (Kregel Pub., Grand Rapids, Michigan 1860/1981).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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El valor religioso de conmemorar acontecimientos espirituales, o vistos como tales, es grande. Es un factor convivencial básico en la mayor parte de las religiones antiguas y modernas. Lo era entre los israelitas y lo sigue siendo en la Iglesia cristiana, la cual tiene como dogma fundamental que Dios ha entrado en la historia humana y en la vida del mundo como figura activa. Recordar y celebrar los hechos terrenos del Salvador implica dar culto a Dios.

Heredera del sentido sacral del judaí­smo, la Iglesia cristiana sintió desde el principio el máximo respeto por los dí­as sagrados de Israel. El mismo Jesús los habí­a celebrado: los sábados, la Pascua, los recuerdos de liberaciones y bondades divinas tales como la fiesta de los tabernáculos, la fiesta de la dedicación del templo, el dí­a de la expiación.

Pero el cristianismo, siguiendo los mensajes del mismo Jesús en referencia al sábado, trató de purificar y desmitificar esos dí­as. Situó las conmemoraciones en su sitio, es decir, como estí­mulo para la piedad y para la caridad.

Los hechos de Jesús fueron desplazando los recuerdos de Israel y surgió el calendario cristiano como ayuda a la vida de la comunidad reunida en torno a los Apóstoles. La venida del Hijo de Dios, su nacimiento, su muerte y sobre todo su resurrección de entre los muertos fueron el motivo del gozo. Se desarrolló luego un abanico cí­clico de recuerdos y de fiestas que giraron en torno a la pascua cristiana. Posteriormente se configuró el ciclo de fiestas en referencia a la natividad del Señor.

En toda celebración latí­a en la sociedad cristiana la palabra del Señor, quien puso la fiesta al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la fiesta. Lo dijo así­ “El sábado ha sido instituido para el hombre y no él hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado” (Mc. 2. 27-28)

1. Fiestas en Israel
El sentido religioso de la fiesta se basa en que Dios, en la mente de los hombres primitivos, tiene que ver con el tiempo, con la vida, con los pueblos, con los sucesos.

El génesis lo dice claro: “Creó el mundo en seis dí­as y al séptimo descansó” (Gen. 2. 2). Y el hombre tiene que admirar y agradecer ese hecho del Señor al mismo tiempo que tiene imitarlo de alguna forma.

El mismo Dios mandó luego, en el Sinaí­, guardar un dí­a de cada siete para recordar el descanso divino, para ofrecer sacrificios en el Templo, para acudir a la sinagoga a recordar las maravillas hechas con su pueblo y para elevar plegarias de agradecimiento y adoración .

1.1. En general
El calendario festivo de Israel se fue incrementando a medida que el influjo de los otros pueblos del entorno se hizo presente.

La motivación festiva primitiva se perdió con el paso del tiempo, aunque algunos vestigios quedaron en las páginas bí­blicas. El diseño festivo judí­o procede de los entornos del Templo, más que de la Diáspora, en los tiempos posteriores a la cautividad. Surgió en los siglos V y IV antes de Cristo y con el peso mayoritario del calendario lunar babilónico y persa, en el que se inspiraron las prescripciones del culto.

El recuerdo de la salida de Egipto, latente como primordial en la formación del Pueblo elegido, fue el punto de partida. Y la santificación del sábado, debida a la orden de Yaweh dada en el Sinaí­, hizo recodar las maravillas de Dios una vez a la semana y no sólo anualmente.

1.2. Los sábados
La fiesta del sábado fue sagrada entre los israelitas: “Recuerda el dí­a del sábado para santificarlo. Seis dí­as trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el dí­a séptimo es dí­a de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo.” (Ex. 20, 8-10; Dt. 5. 12-15).

La referencia de la Escritura a la creación del mundo expresa el sentido mí­stico del sábado: imitar a Dios que trabajó seis dí­as y descansó en el séptimo. La magia del número siete procedí­a del calendario lunar de la cultura babilónica y luego de la persa.

El recuerdo de la creación tuvo en los israelitas un alcance de veneración y agradecimiento intenso. El descanso era un reconocimiento de la supremací­a divina, la cual habí­a hecho al hombre a imagen y semejanza suya. El hombre deberí­a por lo tanto imitar a Dios haciendo obras seis dí­as y descansando al séptimo.

El carácter sagrado del sábado se completó pronto con un interesante abanico de prescripciones minuciosas: número de pasos máximo que se podí­an dar, alimentos que se debí­a preparar la ví­spera, plegaria que se debí­an recitar. El sábado fue un signo de la alianza del hombre con Dios, como respuesta al acto creador de Dios. (Ex. 31. 16)

En la ley mosaica, el deber del sábado se convirtió en el tercer precepto del llamado Decálogo. La idea de la santificación del sábaDo no fue tanto el descansar como el imitar al Señor que descansó. Era un gesto de respeto, de veneración y de santificación.

1.3. La Pascua
La cumbre de la actitud celebrativa se situó pronto en el recuerdo de la liberación de Egipto y en los ritos con que se reguló la fiesta de la Pascua. La Escritura recuerda con regocijo el “paso del Señor”, que castigó a los egipcios con la destrucción, pues eso significaba la muerte de “todos” los primogénitos.

Tan importante era ese recuerdo que incluso no bastaba un dí­a al año, relacionado con “el plenilunio que seguí­a al equinocio de primavera”. Duraba una semana y el mismo Señor lo convirtió en signo de libertad: “Lo explicarás luego a tus hijos… Será memorial para ti… Observarás estas cosas cada año en la fecha señalada”. (Ex. 13. 11.13)

Con la Pascua se multiplicaron determinados ritos o gestos entre los que la ofrenda del cordero pascual y la cena con panes ázimos y salsas amargas, así­ como la actitud de peregrinos durante la comida era lo más significativo.

El sentido de la Pascua se asoció al dí­a sabático: “Acuérdate de que fuiste esclavo en el paí­s de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí­ con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el dí­a del sábado.” (Dt. 5. 15).

1.4. Las otras fiestas
Además del a Pascua, hubo otras fiestas significativas que se añadieron: – La fiesta de la Semana, se celebraba a las siete semanas y un dí­a, es decir a los 50 dí­as (Pentecostés) de la Pascua, como acción de gracia de las cosechas (Ex. 16.23; Lev. 23. 15-21; Deut. 16.9-12)

– El dí­a de año nuevo (Rosh hashanah) tení­a lugar el primer dí­a del séptimo mes y tuvo su origen después de la cautividad (Num. 10. 10; 28.9) – El dí­a de la expiación (Yom Kippur) era dí­a de perdón y de petición. El Sumo Sacerdote entraba en el Sancta Sanctorum del Templo y luego ofrecí­a un sacrifico de expiación por sí­ y por el pueblo.

– La fiesta de los tabernáculos o de las tiendas era popular y alegre y tení­a lugar en otoño, cuando ya habí­a terminado la recolección (Ex, 34. 22; Juec. 21. 19-21; Neh. 8.14; Lev. 23.39) – La fiesta de los “Purim”, o de las suertes, recordaba la salvación de los judí­os reflejada en el libro de Esther.

Estas fiestas en Israel eran complementarias a la pascua y no tení­an el mismo sentido en las ciudades que en las zonasrurales. Al principio debieron ser pocas. La organización cultual posterior a la cautividad resultó más lucida y se orientó a una participación más popular y social.

No interesan los pormenores históricos o antropológicos ahora, sino el espí­ritu que latí­a en esas festividades y en los ritos que las embellecí­an. Son esos aspectos los que inspiraron los primeros usos cristianos y lo que realmente constituye el patrimonio festivo de la inspiración bí­blica.

2. El domingo cristiano

El sentido de la fiesta pasó como tal a los cristianos, que al principio seguí­an yendo al Templo y celebrando los ritos judaicos (Hech. 3.1 y 5.12). Y pronto se dieron cuenta de que una Nueva Alianza habí­a sido sellada con la sangre de Jesús.

La comunidad cristiana centralizó la celebración en la figura del Señor, pues en torno a su figura, a sus enseñanzas y sobre todo a su misterio divino se fue organizando una liturgia festiva llena de resonancias antiguas, pero superándolas conscientemente.

Jesús clarificó el valor del sábado judaico y los discí­pulos entendieron perfectamente y aplicaron prontamente el mensaje del Maestro. En los textos evangélicos se recuerda con frecuencia las tensiones que Jesús tuvo con los fariseos por motivo del sábado. Contra ellos Jesús llegó a declarar que no era quebrantar la ley del sábado el hacer obras buenas, curar a enfermos por ejemplo: Mc. 1. 21; Jn. 9. 16; Mt. 12. 5; Jn. 7. 23.

Y se declaró audazmente y sin miedo superior a esas tradiciones: “El Hijo del hombre es Señor del sábado”. (Mc. 2. 28). Dejó claro que “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2. 27). Cuando los discí­pulos pasaron la referencia sabática a la dominical, es decir cuando reemplazaron el recuerdo de la liberación de Egipto por la liberación conseguida por el Señor desde la Cruz, todo lo dicho por Jesús sobre el sábado fue trasladado al recuerdo de la muerte y resurrección de Jesús.

2.1. Sentido del domingo
Nació la celebración del domingo a la luz de estos criterios evangélicos de liberación del pecado, de la llegada de una nueva creación, de la supremací­a de Jesús sobre Moisés y sobre David. Los ritos del Templo quedaron superados. No es posible entender el sentido que los cristianos dieron al primer dí­a de la semana, que fue cuando resucitó el Señor, sin entender el cambio obrado en su conciencia mesiánica.

El traslado festivo que el cristianismo hizo del sábado al domingo como conmemoración de la jornada semanal de plegaria, meditación, ejercicios de la caridad y celebración eucarí­stica fue el sí­mbolo celebrativo de la nueva fe.

El sacrificio que se ofrecí­a el sábado en el Templo de Jerusalén se comenzó a celebrar de nueva forma en las asambleas cristianas. En el uno se ofrecí­an toros y corderos, signos de la fuerza y de la inocencia. Entre los cristianos el Victorioso Señor (fuerza) y el Inocente Cordero (pureza) se comenzó a ofrecer cada dí­a en sacrificio en todos los lugares del mundo. Aquel mensaje último de Jesús: “Cuantas veces hagáis esto, hacedlo en memoria mí­a” (Lc. 22.19) fue la señal divina de un cambio de Testamento, fue la clausura del último dí­a de una Historia y el primer dí­a de la nueva Realidad.

El “primer dí­a de la semana” resuena como eco de un recuerdo profundo en los evangelistas (Mt. 28. 1; Mc. 16. 2; Lc. 24. 1; Jn. 20. 1). Sin embargo también se dice la expresión de que “resucitó en el dí­a que sigue al sábado”, es decir el “octavo” de la semana judí­a: Mc. 16. 1; Mt. 28. 1. S. Justino explicaba y comentaba ya en el siglo II esa transformación: “Nos reunimos todos el dí­a del sol porque es el primer dí­a (después del sábado judí­o, pero también el primer dí­a), en que Dios, sacando la materia de las tinieblas, creó al mundo; ese mismo dí­a, Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos” (Apol. 1. 67).

La Iglesia, la comunidad, mucho antes de convertirlo en norma positiva y obligación de conciencia, lo celebró en forma de espontánea necesidad de plegaria, de comunidad y de recuerdo. Por eso el domingo fue el dí­a del culto a Dios, un culto exterior y sacramental y un culto interior y espiritual.

2.2. Eucaristí­a dominical

La Eucaristí­a, acción de gracias en comunidad, celebración compartida por la comunidad creyente, implica por tradición apostólica una vinculación eclesial de primer orden. En el encuentro se “reparte el pan”, (fracción del pan, la llamaban en la antigüedad) lo cual quiere decir que se celebraba la fiesta de la fraternidad, de la común unión y del amor al prójimo.

Esa fiesta fraterna semanal hace posible renovar los lazos de la fraternidad. Lo original de la fiesta cristiana es pues la caridad, no simplemente el acto de culto.

La asamblea cristiana, el encuentro, se entendió en los comienzos de la edad apostólica (Hch. 2. 42-46; 1 Cor. 11. 17) como una necesidad litúrgica, como una condición de pertenencia. El autor de la Carta a los Hebreos decí­a ya a finales del siglo I: “No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran a hacerlo, antes bien, animaos mutuamente y permaneced en ella” (Hebr. 10. 25).

Quienes no descubren en el culto eucarí­stico una necesidad dominical y defienden que todos los dí­as son iguales para orar, no han captado lo que supone la fiesta, el domingo y el encuentro comunitario con el Señor.

2.3. Las fiestas cristianas

Las fiestas cristianas, al igual que habí­a acontecido en el judaí­smo con los sábados, con la Pascua y con las festividades, se difundieron con profusión. Si el sábado fue reemplazado por el domingo, la Pascua cristiana, Pentecostés y las celebraciones adquirieron una nueva significación. La Pascua se asoció a la muerte de Jesús y a la Resurrección. Pentecostés se vinculó con la venida del Espí­ritu Santo.

Surgieron más adelante otras diversas fiestas conmemorativas en torno a los recuerdos del Señor: su natividad, su Epifaní­a o manifestación, sus ayunos en el desierto, su transfiguración, su sacerdocio eterno. El tiempo se encargó de ir perfilando esa colección de recuerdos.

Y también el tiempo hizo a los cristianos abrirse a la conmemoración de sus seguidores mártires y apóstoles y sobre todo de su Madre la Virgen Marí­a.

3. El tercer mandamiento

El mandamiento antiguo de celebrar los sábados y las prescripciones bí­blicas referentes a las fiestas, se transformó entre los cristianos en la necesidad de participar en la asamblea de los discí­pulos de Jesús que conmemoraban su resurrección. Y cuando la hora de los catecismos llegó, se condensó en el precepto sintético de “santificar las fiestas que manda la Iglesia y asistir a la Santa Misa los domingos y fiestas de guardar”.

Pero la reflexión moral hizo entender pronto a los cristianos que el mandamiento divino de guardar las fiestas no se podí­a reducir a un mero ejercicios cultual sino que habí­a que llegar al espí­ritu de tal mandato. Por eso se resaltó el deber de rezar y de hacer obras buenas en beneficio de los hermanos en la fe, sobre todo de los más necesitados o de los más próximos.

El precepto dominical no es solo eucarí­stico. Sobre todo lo es fraternal y eclesial. Indica la necesidad de aceptar esa voluntad divina de conmemorar y descansar para poder rezar y vivir en la comunidad el espí­ritu de la fraternidad.

No basta, pues, el cumplir con un rito sacramental, el eucarí­stico, sino que es preciso llegar a reencontrarse periódicamente con los propios hermanos para orar y vivir la caridad.

3.1. Deber eucarí­stico
Por eso el tercer mandamiento alude a un “deber eucarí­stico”, no a un deber “ético” sin más. La Iglesia recoge el sentimiento del salmista cuando aplica sus palabras al domingo: “Este es el dí­a que ha hecho el Señor, exultemos y gocémonos en él.” (Salmo 118. 24)

El Catecismo de la Iglesia Católica sintetiza este deber con gran acierto cuando dice: “El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: ‘El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa’ (C.D.C. can. 1247); y “cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el dí­a de la fiesta como el dí­a anterior por la tarde.” (C.D.C. can. 1248. 1).

El deber no es cumplir, sino participar. El objeto del precepto no es una acción rutinaria externa, sino entrar en juego en una vivencia de amor.

3.2. El descanso oracional El Catecismo e la Iglesia Católica también completa el sentido del domingo: “Durante el domingo y en las fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegrí­a propia del dí­a del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espí­ritu y del cuerpo. Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legí­timas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legí­timas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud. (Nº 2185)

Es todo el espí­ritu cristiano lo que entra en juego bajo el mandato de “respetar los domingos y fiestas de guardar”. Es decir, el cristiano se toma en serio la pertenencia a una comunidad y hace lo posible por crear espacios y tiempos de convivencia. Puede orar en su casa y en cualquier momento. Pero no es suficiente: necesita oportunidades de fraternidad, para sí­ y para los demás. Orando con los demás, vive la fe en compañí­a.

San Juan Crisóstomo decí­a: “No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espí­ritus, la armoní­a de las almas, el ví­nculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes”. (Incomprehens. 3. 6)

3. 3. La fraternidad convivencial
La obligación del domingo se extiende a la realización de obras de misericordia y de solidaridad con los pobres, con los tristes, con los marginados. El descanso dominical deja posibilidad para practicar la caridad de manera especial.

Los cristianos, al hallar tiempo el domingo, deben hacer algunas obras buenas: visitar enfermos, acordarse de sus hermanos y familiares, realizar tareas de instrucción y de solidaridad.

Tal es el sentir de la Iglesia: “El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difí­ciles de prestar los otros dí­as de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana”.

(Cat. Igl. Cat. Nº 2186)

3.4. Los pecados opuestos
La conciencia del cristiano le dice que la misa dominical es una alegrí­a más que una carga. Con poca fortuna se habló durante mucho tiempo del “cumplimiento dominical” y se olvidó que la “fiesta fraternal del domingo” es algo más que cumplimiento y que es una celebración.

Por eso es bueno recordar que quien, sin motivo, “no asiste al encuentro eucarí­stico del domingo” (“no va a misa entera los domingos y fiestas de guardar”), se aleja de la caridad fraterna y de la fidelidad eclesial; y, en consecuencia, se margina de la gracia divina.

Si además lo hace por desprecio o por mala intención, por indiferentismo o por rebeldí­a eclesial, la falta fraterna de ausencia se convierte, más que en incumplimiento, es ofensa nociva para la vida del alma.

Falta también al deber de celebrar el domingo quien prefiere el interés material que le brinda el trabajo a la riqueza espiritual de convivir en familia o de aportar fraternidad a los hermanos con tiempos de mayor disponibilidad. Además escandaliza, es decir, perjudica a quien es testigo de tal comportamiento.

En otros tiempos se hablaba de obras serviles y obras liberales. Se decí­a que los trabajos fí­sicos y materiales eran más fatigosos que los intelectuales o sociales. Ni que decir tiene que esas distinciones ceden su sentido ante la reflexión de los que el domingo y las fiestas representan en la vida del creyente.

El pecado contra el descanso y la santificación del domingo y de las fiestas está en el egoí­smo de preferirse a si mismo sobre los demás y en buscar la rentabilidad material sobre los bienes espirituales.

4. La educación festiva

El buen cristiano tiene que educarse en la fe y en las manifestaciones de la fe. La educación festiva debe ser un objetivo de toda educación religiosa conveniente.

1. La educación festiva implica sentido celebrativo y tal valor implica sensibilidad comunitaria y apertura a los demás, no sólo regocijo egocéntrico.

2. La fiesta no debe ser entendida como ocio y oportunidad de diversión, sino como solidaridad y proyección. Se educa festivamente el que aprende a pensar más en los demás que en sí­ mismo. Por eso es importante aprender en las fiestas a hacer el bien y no sólo a disfrutar de situaciones agradables.

3. Domingo y formación eclesial van estrechamente unidos en el buen cristiano. Prepararse para algún tipo de servicio social y apostólico en esta jornada es tan importante como disponerse para participar en la Eucaristí­a de esa jornada festiva.

4. Cierta prevención contra los espectáculos y diversiones ostentosas que los medios de comunicación moderna exageran y promueven en muchos ambientes en las fiestas y domingos contribuye a que los buenos cristianos entiendan que esos dí­as pueden convertirse en dí­as de diversión ligera y no de plegaria sincera y de fraternidad generosa.

5. Resaltar el domingo o el dí­a festivo como tiempo de familia y convivencia es la mejor forma de descubrir el valor eclesial que Dios quiere para esa jornada.

Este tipo de criterios y de sugerencias no son fácilmente asimilables en las culturas de consumo exagerado en que se vive en la actualidad en muchos lugares. Se entienden y aceptan mejor en los ambientes o paí­ses menos contaminados por las tendencias materialistas y el consumismo. En esto como en tantas cosas, “los pobres serán los primeros en el Reino de los Cielos.” (Mt. 19.30).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto: con ciertos ritos asignados a ciertos *tiempos, la asamblea rinde homenaje, ordinariamente en medio del *gozo o regocijo, de tal o cual aspecto de la vida humana; da gracias e implora el favor de la divinidad. Lo que caracteriza a la fiesta en la Biblia es su conexión con la historia sagrada, pues pone en contacto con Dios que actúa sin cesar en favor de sus elegidos; sin embargo, estas fiestas están enraizadas en el suelo común de la humanidad.

AT. I. ORIGEN DE LAS FIESTAS JUDíAS. El retorno del ciclo lunar, que delimitaba el mes israelita, dio muy naturalmente lugar a fiestas: a veces la luna llena (Sal 81,4), ordinariamente la luna nueva (neomenia: ISa 20,5; 2Re 4,23: Am 8,5), finalmente el *sábado que fijaba el ritmo de la *semana (Ex 20,8-11). El ciclo solar traí­a consigo la fiesta del Año Nuevo, conocida en todas las civilizaciones; en un principio se unió a la fiesta de la recolección en otoño (Ex 23,16), luego a la *pascua de la primavera (Ex 12,2); de esta liturgia derivan ciertos ritos del dí­a de la *expiación (cf. Lev 16).

Además del marco formado por el ritmo de los *astros, la vida cotidiana del israelita, pastor y luego agricultor, dio lugar a fiestas que tienden a confundirse con las precedentes. El dí­a de *pascua, fiesta pastoril de primavera, tení­a lugar la ofrenda de las *primicias del ganado; el trabajo de la tierra dioorigen a tres grandes fiestas anuales: ázimos en primavera, *mieses o semanas en verano, recolección o *vendimia en otoño (Ex 23,14-17; 34,18.22). El Deuteronomio une la pascua a los ázimos y da a la fiesta de la recolección el nombre de fiesta de los tabernáculos (Dt 16,1-17). Ciertos ritos de las fiestas actuales no pueden comprenderse sino en razón de su abolengo pastoril o agrario.

Después del exilio aparecieron algunas fiestas secundarias: Purim (Est 9,26; cf. 2Mac 15,36s), dedicación y dí­a de Nicanor (IMac 4,52-59; 7,49; 2Mac 10,5s; 15,36s).

II. SENTIDO DE LAS FIESTAS JUDíAS.

Las diversas fiestas adquieren nuevo sentido en función del pasado que recuerdan, del porvenir que anuncian, del presente, cuya exigencia revelan.

1. Celebración agradecida de las grandes gestas de Yahveh. Israel celebra a su Dios por diversos tí­tulos. Al Creador se le conmemora cada sábado (Ex 20,11); el Libertador de Egipto está presente no sólo el dí­a del sábado, sino también en la fiesta de pascua (Dt 5,12-15; 16,1); la fiesta de los tabernáculos recuerda las marchas por el *desierto y el tiempo de los desponsales con Yahveh (Lev 23,42s; cf. Jer 2,2); finalmente, el judaí­smo tardí­o asoció a la fiesta de las semanas (en griego *pentecostés) el don de la ley en el Sinaí­. Así­ las fiestas agrarias se convertí­an en fiestas conmemorativas: en la oración del israelita que ofrece sus primicias se eleva la acción de gracias, tanto por los dones de la tierra como por las grandes gestas del pasado (Dt 26,5-10).

2. Anticipación gozosa del porvenir. La fiesta actualiza en una *esperanza auténtica el término de la salud : el pasado de Dios asegura el porvenir del pueblo. El éxodo conmemorado anuncia y garantiza un *nuevo *éxodo: Israel será un dí­a definitivamente liberado (Is 43,15-21 ; 52,1-12; 55,12s), el reinado de Yahveh se extenderá a todas las *naciones, que subirán a Jerusalén para la fiesta de los tabernáculos (Zac 14,16-19). El pueblo debe, pues, “llenarse todo de *gozo” (Sal 118; 122; 126): ¿no está en presencia de Dios (Dt 16, 11-15; Lev 23,40)?

3. Exigencias para el presente. Pero este gozo no es auténtico sino cuan-do emana de un corazón contrito y purificado; los mismos salmos gozosos hacen presentes estas exigencias: “¡Oh Israel, ojalá me escucharas!”, se dice con ocasión de la fiesta de los tabernáculos (Sal 81,9ss). Precisando más, la fiesta de la expiación dice el *deseo de una conversión profunda a través de las *confesiones colectivas (Sal 106; Neh 9,5-37; Dan 9,4-19). Por su parte, loe profetas no cesan de protestar contra la seguridad ilusoria que puede dar una liturgia gozosa celebrada por corazones infieles: “Odio, desdeño vuestras fiestas…” (Am 5,21 ; cf. Os 2,13; Is 1,13s). Con estos oráculos aparentemente destructores no se pretende la supresión real de las fiestas, sino la realización de su sentido pleno: el encuentro con el Dios viviente (Ex 19,17).

NT. I. DE LAS FIESTAS JUDíAS A LA FIESTA ETERNA. Jesús practicó sin duda las fiestas judí­as de su tiempo, pero mostraba ya que sólo su persona y su obra les daban pleno significado: así­ tratándose de la fiesta de los tabernáculos (Jn 7,37ss; 8,12; cf. Mt 21,1-10 p) o de la dedicación (Jn 10,22-38). Sobre todo, selló deliberadamente la nueva alianza con su sacrificio en un marco pascual (Mt 26,2.17ss.28 p; Jn 13,1; 19,36; ICor 5,7s). Con esta pascua nueva y definitiva realizó Jesús también el voto de la fiesta de la expiación, pues su sangre da acceso al verdadero santuario (Heb 10,19) y a la gran asamblea festiva de la Jerusalén celestial (12,22s). Ahora ya la fiesta verdadera se celebra en el cielo. Con palmas en la mano, como en la fiesta de los tabernáculos (Ap 7,9), la multitud de los rescatados por la sangre del verdadero *cordero pascual (5,8-14; 7,10-14). canta un cántico siempre *nuevo (14,3) a la gloria del cordero y de su Padre. La fiesta de pascua ha venido a ser la fiesta eterna del cielo.

II. LAS FIESTAS CRISTIANAS. Si la pascua del cielo redujo a su unidad escatológica la multiplicidad de las fiestas judí­as, en adelante confiere un nuevo sentido a las múltiples fiestas de la Iglesia en la tierra. A diferencia de las fiestas judí­as, conmemoran un acontecimiento acaecido de una vez para siempre, que tiene valor de eternidad; pero las fiestas cristianas, como las fiestas judí­as, están sometidas al ritmo del tiempo y de la tierra, aun cuando refiriéndose a los hechos mayores de la existencia de Cristo. La Iglesia, si bien debe procurar que no se dé valor excesivo a sus fiestas (cf. Gál 4,10), las cuales también son sombras de la verdadera fiesta (cf. Col 2,16), sin embargo, no tiene por qué temer la multiplicidad de aquéllas.

En primer lugar concentra la celebración en el misterio pascual conmemorado en la *eucaristí­a, que congrega a la comunidad el domingo, *dí­a de la resurrección del Señor (Act 20,7; ICor 16,2; Ap 1,10). El domingo, punto de partida de la *semana, cuyo término era el sábado, marca la novedad radical de la fiesta cristiana, fiesta única, cuya irradiación ilumina el año entero, y cuya riqueza se desarrolla en un ciclo festivo centrado en pascua.

Luego podrá empalmar con los ciclos naturales (p.e., las cuatro témporas) evocando las riquezas de su patrimonio judí­o, pero siempre actualizándolo mediante el acontecimiento de Cristo y orientándolo según el misterio de la eterna fiesta celeste.

–> Confesar – Culto – Dí­a del Señor – Presencia de Dios – Reposo – Sábado – Semana – Tiempo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En la iglesia cristiana se ha observado el (véase) domingo desde los tiempos apostólicos como la fiesta semanal de la resurrección del Señor, como un día especial de culto; sin embargo, sólo fue en el año 321 que el Emperador Constantino decretó que el domingo fuera un día festivo general.

Las fiestas eclesiásticas anuales se pueden dividir en dos clases: (a) las fiestas movibles, de las cuales las dos más importantes son la Semana Santa y el Domingo de Pentecostés, cuyas fechas varían de acuerdo con las fiestas judías de la Pascua y Pentecostés; y (b) las fiestas inmovibles, de las cuales las más importantes son la Navidad (25 de diciembre) y la Epifanía (6 de enero). Las fechas de estas fiestas fueron fijadas en el cuarto siglo. Otras fiestas inamovibles incluyen los días de diversos santos y los días de fiestas que se encuentran en los calendarios eclesiásticos.

Véase Año Cristiano, Navidad, Epifanía, Semana Santa y Pentecostés.

Frank Colquhoun

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (268). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Universalmente el hombre ha celebrado la regularidad y las estaciones de la naturaleza. Éstas en su forma palestina fueron tomadas de la ley mosaica, pero aparte de la fiesta menor de la Luna Nueva (Nm. 28:11) celebraban también la gracia de Dios en la salvación. Esto se puede apreciar bien en el Sabbath, aunque su ritmo no es el de una frecuencia lunar (cf. Ex. 20:11 con Dt. 5:15). Esto es así incluso en la Fiesta de las Semanas (cf. Dt. 16:2). Debemos distinguir entre las fiestas de peregrinación (ḥag): Pascua, los Panes sin Levadura, las Semanas y la de los Tabernáculos, y la del Sabbath y la Luna Nueva, celebradas en el hogar. A las últimas se agregaron el Purim (Est. 9:20ss.) y la Fiesta de la Dedicación (ḥănukkāh; 1 Macabeos 4:59, 2 Macabeos 10:8; Josefo, Antigüedades, XII. vii 7). Después del exilio babilónico, el Año Nuevo se cambió de Nisan (Abib, Ex. 12:2) a Tishri, el mes séptimo, conformándose así a lo natural en vez de seguir el patrón soteriológico.

Las fiestas ocasionales fueron frecuentes bajo la monarquía, pero únicamente el Día de la Expiación estaba prescrito en la ley. Éste era un gran evento en el santuario, pero a pesar de la descripción que aparece en el ensayo Yoma en la Mishnah tuvo poco impacto sobre el pueblo como un todo hasta después del año 70 d.C.; de ahí que no se mencione en los libros históricos del AT y que haya una mera referencia al pasar (Hch. 27:9) en los del NT.

Los cristianos judíos continuaron observando las fiestas judías, sin lugar a dudas, con un significado cristiano; pero, a excepción de la Pascua y Pentecostés, pronto las dejaron de lado al descontextualizarse de su significado con motivo de su transplante a Europa.

H.L. Ellison

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (268). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Heb. ḥaḡ, ‘fiesta’ (Lv. 23.6; Dt. 16.16), mô˓aḏê Yahweh, ‘fiestas del Señor’ (Lv. 23.2, 4; Nm. 15.3). Estos términos se refieren a un día, o una temporada, de regocijo religioso. Si bien algunas de estas festividades coinciden con las estaciones, esto no quiere decir que hayan tenido su origen en el ritual religioso del antiguo Cercano Oriente vinculado con las estaciones. Esto último está relacionado con los dioses del panteón, que se reunían a hacer banquetes, o a hacer fiestas con los hombres. (Véase C. H. Gordon, Ugaritic Literature, 1949, pp. 57–103; T. Gaster, Thespis, 1950, pp. 6–108). Las fiestas bíblicas difieren en su origen, su propósito, y su contenido. Para los israelitas las estaciones eran obra del Creador para beneficio de los hombres. Ellas manifestaban la beneficencia de Dios hacia sus criaturas. Por medio de estas fiestas no sólo reconocían a Dios como su proveedor, sino que también registraban el favor ilimitado y gratuito del Señor hacia un pueblo elegido, al que él mismo había liberado mediante su intervención personal en este mundo (Ex. 10.2; 12.8–9, 11, 14; Lv. 23.5; Dt. 16.6, 12). El pozo que se expresaba era genuino. Las obligaciones religiosas no eran incompatibles con el disfrute de las cosas temporales concebidas como dones de Dios (Lv. 23.40; Dt. 16.14). La respuesta del participante era religiosamente ética, y llevaba en sí el reconocimiento del pecado y la devoción a la ley de Dios (Ex. 13.9; Zac. 8.9). Los sacrificios ofrecidos simbolizaban el perdón de pecados y la reconciliación con Dios (Lv. 17.11; Nm. 28.22; 29.7–11; 2 Cr. 30.22; Ez. 45.17, 20). Ser excluido de la fiesta se consideraba pérdida y privación del privilegio correspondiente (Nm. 9.7). Solamente en las fiestas no autorizadas los israelitas no creyentes bebían, comían, y jugaban (Ex. 32.6; 1 R. 12.32–33).

Las fiestas del AT no siguen el modelo de las del antiguo Cercano Oriente, que se caracterizaban por un período de gozo precedido de ritos de mortificación y purgación (T. Gaster, op. cit., pp. 6, 12). El festival de la Biblia contenía en sí el elemento de duelo, ya que dicho elemento estaba incluido en el sacrificio por el pecado (Lv. 23.27; Nm. 29.7). No existe una línea de demarcación claramente definida entre la aflicción por el pecado y el gozo del Señor.

Cuadro de las principales fiestas judías bíblicas y extrabíblicas.

El disgusto de los profetas con respecto a las fiestas como eran observadas por los judíos (Is. 1.13–20) no se debía a que en sí estuvieran en un plano inferior de piedad, sino a que muchos israelitas habían olvidado su propósito espiritual. Hicieron que la religión consistiera en observancias externas, lo cual no coincidía con la intención divina con respecto a las fiestas desde la época de su promulgación (Nah. 1.15). En el NT nuestro Señor y los creyentes piadosos que en forma diligente y espiritual observaban las fiestas prescriptas en el antiguo pacto entendían bien esto (Lc. 2.41; 22.8; Jn. 4.45; 5.1; 7.2, 11; 12.20).

Las fiestas que menciona el AT son las siguientes:

1. La fiesta de los panes sin levadura, heb. ḥaḡ hammaṣṣôṯ (Ex. 23.15), o *pascua, heb. pesuḥ (Lv. 23.S), se instituyó para conmemorar la histórica liberación de Egipto (Ex. 10.2; 12.8, 14). Era uno de los tres festivales anuales, y se observaba el 14º día del primer mes. Durante el 7º día se comía pan sin levadura, y no se efectuaba ningún trabajo servil. El primer día y el último eran de “santa convocacion”, y se ofrecían sacrificios (Nm. 28.16–25; Dt. 16.1–8).

2. La fiesta de las semanas, heb. ḥaḡ šāḇû˓ôṯ. También se denomina “fiesta de la siega” y “fiesta de las primicias” (Ex. 23.16; 34.22; Nm. 28.26). Más adelante se conoció con el nombre de *Pentecostés porque se celebraba en el día 50º posterior al día de reposo en que se iniciaba la pascua. Estaba señalada por una “santa convocación” y el ofrecimiento de sacrificios.

3. La fiesta de los *tabernáculos, heb. ḥaḡ hassukkôṯ, o “fiesta de las cabañas”, también llamada “fiesta de la cosecha”, heb. ḥaḡ ḥā˒āsı̂f (Ex. 23.16; 34.22; Lv. 23.34; Dt. 16.13). Duraba siete días, de los cuales el primero y el último eran de “santa convocación”. Se recogían los frutos y la gente moraba en tabernáculos (cabañas) hechos de ramas de árboles (Lv. 23.39–43; Nm. 29.12–38).

4. El “día de reposo” o *sábado. Se considera como una fiesta en Lv. 23.2–3, y se denominaba “sábado de reposo”. Se caracterizaba por una asamblea solemne (Is. 1.13), y una completa cesación de tareas. También era un día de regocijo (Is. 58.13).

5. El día de sonar las trompetas (Nm. 29.1). En Lv. 23.24 se lo denomina “conmemoración al son de las trompetas” y “día de reposo”. Se ofrecían sacrificios y cesaba el trabajo pesado.

6. El día de la *expiación de pecados (Lv. 23.26–31). Se observaba el día décimo del mes séptimo, y era un día de “santa convocación”, en el que se afligían las almas y se expiaban los pecados. Tenía lugar una sola vez por año (Ex. 30.10).

7. La fiesta de Purim, descripta en Est. 9. Fue instituida por Mardoqueo en la época del rey Asuero, para conmemorar la extraordinaria liberación ante las intrigas de Amán. Era un día de fiesta y regocijo.

La fiesta extrabíblica denominada hanukkâ es la celebración de la recuperación y purificación del templo por Judas Macabeo en 164 a.C., después de que lo hubo profanado Antíoco Epífanes. También se denomina “fiesta de las luces”. Véase Jn. 10.22, donde se la menciona por su nombre gr., enkainia (“dedicación”).

Bibliografía. J. J, von Allmen, “Fiestas”, Vocabulario bíblico, 1968, pp.119–124; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 610–648; P. van Imschodt, Teología del Antiguo Testamento, 1969, pp. 541–575; B. SchaIler, “Fiesta”, °DTNT, 1985, t(t). II, pp.187–195.

EJ, 6, cols. 1189–1196, 1237–1246.

D.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico