GOBIERNO

La palabra g., así­ como el término †œpolí­tica†, no se utilizan en la Biblia. Eso no quiere decir, por supuesto, que no se mencionen diferentes tipos de g. o que no pueda discernirse en las acciones de éstos la clase de polí­tica que desarrollaban. Dios es un Dios de orden. Es él quien establece la autoridad en el mundo. Existe ya la idea de g. cuando Dios le ordena al hombre y a la mujer que debí­an reinar sobre la tierra (†œ… llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra† [Gen 1:28]). En la familia patriarcal habí­a un g., ejercido por los padres, siendo el varón quien desempeñaba el papel principal. La formación tribal también tení­a su g., representado mayormente por el consejo de ancianos. Las tribus de Israel sufrieron bajo el g. egipcio las dificultades de una monarquí­a absoluta, cuando todo el poder estaba en manos del faraón, que disponí­a de personas y bienes. Después del éxodo, el sistema de g. que rigió a los hijos de Israel era una teocracia. Dios era su gobernante. †¢Moisés era su profeta, su representante. No obstante, siguiendo el consejo de †¢Jetro, para los asuntos de menor importancia Moisés nombró ancianos que serví­an mayormente como jueces (Deu 19:12; Deu 21:2-3, Deu 21:19, 20; Deu 22:15, Deu 22:18). Esa estructura de g. continuó así­ hasta la muerte de †¢Josué.

En el perí­odo de los †¢jueces, seguí­a el concepto de que Israel era una teocracia, pero no se sabí­a quién tomaba el papel de Moisés o de Josué, es decir, quién era el que traí­a la voz de Dios al pueblo. Estaban los sumos sacerdotes, pero no tení­an el liderazgo nacional en materia civil y militar. Dios, entonces, levantaba †œsalvadores† o †œlibertadores† para hacer frente a los muchos perí­odos de crisis que tuvo que enfrentar Israel. †¢Samuel, profeta de Dios, fue el último de ellos. Finalmente, el pueblo decidió pedir que Samuel les nombrara un rey (†œConstitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen las naciones† [1Sa 8:5]). Aunque vulneraron el principio teocrático que los regí­a, Dios les concedió su deseo. Así­ nació en Israel la monarquí­a.
leyes del reino, probablemente escritas por Samuel (1Sa 10:25), indicaban: a) Era Dios quien debí­a escoger al gobernante (†œCiertamente pondrás por rey sobre ti al que Jehová tu Dios escogiere† [Deu 17:15]). b) El rey tení­a que ser israelita de nacimiento y origen (†œ… de entre tus hermanos pondrás rey sobre ti; no podrás poner sobre ti a hombre extranjero, que no sea tu hermano† [Deu 17:15]). c) El rey no debí­a aumentar exageradamente su fuerza militar (†œPero él no aumentará para sí­ caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos† [Deu 17:16]). d) El rey debí­a caracterizarse por la sobriedad y el dominio propio (†œNi tomará para sí­ muchas mujeres, para que su corazón no se desví­e† [Deu 17:17]); e) El rey no harí­a acopio de grandes sumas de dinero para fines personales (†œ… ni plata ni oro amontonará para sí­ en abundancia† [Deu 17:17]). f) El rey harí­a una copia de la ley para su uso personal, la leerí­a diariamente y la cumplirí­a… (†œ… escribirá para sí­ una copia de esta ley … y leerá en él todos los dí­as…† [Deu 17:18-20]). Es evidente que el propósito de Dios era que el gobernante estuviera siempre en su absoluta dependencia. Lamentablemente, estas leyes del reino no fueron cumplidas a cabalidad nunca por ninguno de los reyes que tuvo Israel, pero representan el ideal de Dios en cuanto a lo que debí­a hacer un monarca.
aceptando la existencia de un rey entre los israelitas, siempre se entendió que habí­a una esfera en la cual éste no tení­a autoridad. Los aspectos religiosos de la vida de Israel estaban al cuidado de los descendientes de los sacerdotes y los levitas. En algunas ocasiones este poder religioso se concentraba en los profetas, pero nunca se vio como natural que la corona y el sacerdocio estuvieran unidas en una misma cabeza. Hubo un perí­odo en la historia de Israel, el de los asmoneos, en que esto aconteció, pero fue algo que se hizo †œhasta que apareciera profeta o se pudiera consultar con Urim y Tumim†, según se dijo. Y aun así­, fue criticado.
israelitas, entonces, vivieron bajo distintas formas de g., desde el consejo de ancianos de la tribu, hasta la monarquí­a. Cuando ésta desapareció, estuvieron bajo gobernantes que representaban a imperios enormes. Algunas veces esos gobernadores fueron israelitas, como en el caso de Nehemí­as, que gobernó a nombre del g. persa. En otras ocasiones eran extranjeros, como los procuradores romanos. En los tiempos del NT, Judea estaba bajo el dominio romano. éstos tení­an varios tipos de gobernadores para sus territorios, cuyas funciones y duración en el cargo variaban. El †¢procónsul era un †¢gobernador a cargo de una provincia senatorial. El procurador era una persona designada para gobernar un territorio pequeño que por alguna razón necesitaba un trato especial. Ese era el caso de Judea, que fue encargada a †¢Poncio Pilato (Mat 27:2). La Galilea estaba bajo la jurisdicción del tetrarca †¢Herodes Antipas (Luc 23:6-12).
ñanzas del NT El principio clave de todas las enseñanzas del NT acerca del g. humano es que †œtoda autoridad viene de Dios† (Rom 13:1). Esto supone la obediencia en los gobernados, así­ como también impone a los que gobiernan el hacerlo de acuerdo con la voluntad de Dios. Hay que recordar que los sistemas de autoridad que Dios estableció fueron constituidos para atender a los resultados del pecado que se introdujo en la humanidad. Ese elemento disturbador rompe con el orden de la naturaleza y el equilibrio social. Así­, por ejemplo, es la voluntad de Dios que haya policí­as, pero en un mundo donde no hubiera pecado éstos no existirí­an. A causa, pues, del pecado introducido entre los hombres, fue necesario que Dios estableciera jerarquí­as de autoridad para ellos, pero, en fin de cuentas, es el †œsolo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores† quien lo gobierna todo (1Ti 6:15). Que las personas no se den cuenta de que es Dios quien gobierna, no le quita realidad al hecho. En el AT vemos a Dios escoger a los reyes de Israel. él decidió que fuera †¢Hazael el rey de Siria (1Re 19:15). él escogió a Nabucodonosor como su siervo, para sus propósitos (Jer 27:6). Hizo lo mismo con Ciro, aunque éste no lo supiera (Isa 45:1-4).
Señor Jesús reconoce esto cuando dice: †œDad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios† (Luc 20:25). De manera que es Dios mismo, el Soberano, que ordena a sus hijos cumplir con las obligaciones ante la autoridad (†œ… al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra† [Rom 13:7]). La obediencia al g. es un mandamiento. Esto, por supuesto, siempre y cuando las órdenes gubernamentales no afecten negativamente la conciencia de los creyentes delante de Dios. Los apóstoles se negaron a obedecer ciertas órdenes del g. de su paí­s (†œJuzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios† [Hch 4:19]). De manera que las leyes de los hombres, sin excepción, han de pasar por la conciencia de los creyentes antes de cumplirlas o no. En los casos en que se decida no cumplirlas, hay que estar dispuestos a padecer las consecuencias. Otro problema que se levanta con respecto a la obediencia que se debe a la autoridad es qué hacer cuando sus actos son evidentemente injustos. Los reclamos a la autoridad para que cumpla con los propósitos de Dios son legí­timos. Pablo reclamó sus derechos como ciudadano romano, exigiendo que fueran respetados (Hch 16:37). En cuanto al insulto a las autoridades gubernamentales, algunos citan el ejemplo del Señor Jesús, que hablando de Herodes, le llamó †œzorra† (Luc 13:32). La especial autoridad del Señor le permití­a hacer eso. Pero los apóstoles siempre trataron a las autoridades del g. con mucho respeto (Hch 22:1; Hch 23:1-5; Hch 24:10-11; Hch 26:1-3). Por otra parte, es una orden del NT que los creyentes oren por las autoridades. Deben hacerse †œrogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias … por los reyes y por todos los que están en eminencia…† (1Ti 2:1-2).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Acción directiva y organización normativa de una sociedad. El Gobierno es una necesidad de todo grupo humano, que permite disponer los medios conforme a unos fines y ordenar una colectividad conforme a normas de justicia distributiva y conmutativa.

El cristiano ve el gobierno como una voluntad divina. La doctrina de la Iglesia sobre la autoridad es que viene de Dios, que es deber de conciencia aceptar sus normas justas y que todos deben colaborar para que la ordenación para el bien común resulte un apoyo para la perfección del grupo.

Por eso el anarquismo es por esencia anticristiano y la obediencia y la colaboración son cualidades radicales de la naturaleza humana, social, progresiva y autónoma por necesidad creacional.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Acción de dirigir una colectividad dictando las disposiciones para su marcha ordenada y haciéndolas cumplir. Persona, conjunto de personas u organizaciones que constituyen la autoridad gubernativa.
Las distintas formas de la palabra ar·kje (principio) se traducen de diversas maneras en las Escrituras Griegas Cristianas: †œprincipados†, †œgobiernos†, †œsoberaní­as†, †œautoridades† y †œgobernantes† (CI, NM, NBE, Besson, NVI). Aunque las palabras ky·bér·ne·sis y ky·ri·ó·tes, han sido traducidas †œgobierno† en algunas versiones, significan, más bien, †œconducción [guí­a o dirección]† y †œseñorí­o†, respectivamente. En las Escrituras Hebreas la palabra mem·scha·láh, que significa †œdominio† (Isa 22:21), a veces se traduce †œgobierno†. Igualmente ocurre con mis·ráh, que significa †œdominio† y †œregir [o poder] principesco†. (Isa 9:6.)
La Biblia revela que hay gobiernos invisibles que son buenos, establecidos por Dios (Ef 3:10), y otros que son inicuos, establecidos por Satanás y sus demonios. (Ef 6:12.) Dios utilizó a Jesucristo como su agente para formar originalmente todos los gobiernos y autoridades justos, invisibles y visibles. (Col 1:15, 16.) Su Padre, Jehová, le ha colocado como cabeza de todo gobierno (Col 2:8-10), y debe regir hasta que se reduzca a la nada a todos los gobiernos opositores, tanto visibles como invisibles. (1Co 15:24.) El apóstol Pablo indicó que tení­a que venir un sistema de cosas en el que habrí­a un gobierno bajo la autoridad de Cristo. (Ef 1:19-21.)

Gobiernos mundiales. La Biblia representa a los gobiernos mundiales como †˜bestias†™ y dice que reciben su autoridad del Dragón, Satanás el Diablo. Dios les ha permitido existir, pero ha limitado su campo de acción y la duración de su autoridad según Su propósito. (Da 7, 8; Rev 13, 17; Da 4:25, 35; Jn 19:11; Hch 17:26; 2Co 4:3, 4; véase BESTIAS SIMBí“LICAS.)

Los cristianos y los gobiernos. Jesucristo y los cristianos primitivos no se opusieron a la labor de los gobiernos de su dí­a. (Jn 6:15; 17:16; 18:36; Snt 1:27; 4:4.) Reconocieron el hecho de que la sociedad necesita cierta forma de gobierno, y nunca promovieron la desobediencia civil ni la revolución. (Ro 13:1-7; Tit 3:1.) Jesús enunció el principio que deben seguir los adoradores verdaderos de Dios cuando dijo: †œPor lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios†. (Mt 22:21.) Este principio harí­a posible que los cristianos primitivos (y de todas las épocas) mantuvieran el debido equilibrio en su relación con las dos autoridades, la de los gobiernos civiles y la de Dios. Además, cuando Jesús estuvo en la Tierra mostró que su posición y, por lo tanto, la de sus discí­pulos, no era de lucha contra los gobiernos de †œCésar†, sino, más bien, de conformidad con sus disposiciones, siempre que estas no contravinieran la ley de Dios. El mismo Pilato reconoció este hecho cuando dijo: †œYo no hallo en él ninguna falta†. (Jn 18:38.) Los apóstoles siguieron el ejemplo de Jesús. (Hch 4:19, 20; 5:29; 24:16; 25:10, 11, 18, 19, 25; 26:31, 32; véanse AUTORIDADES SUPERIORES; REINO.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

a. En el Antiguo Testamento

Durante el período del AT el pueblo de Dios vivió bajo diversos tipos de gobierno. Podría decirse que los patriarcas eran seminómades. El padre era el jefe de la familia y su sacerdote. Su jurisdicción alcanzaba no sólo a los miembros inmediatos de la familia, sino también a todos los que estuvieran a su servicio o sujetos a él. Este tipo de gobierno era semejante al de los beduinos nómades de Arabia. En el jefe de la familia (e. d. del clan) residía hasta el poder sobre la vida y la muerte, además del de tomar diversas decisiones (cf. Jue. 11.11ss).

En Egipto los descendientes de Jacob fueron esclavos hasta que Moisés los sacó de allí. Moisés actuaba como representante de Dios, y el pueblo lo escuchaba. En esa época existían también funcionarios del pueblo, si bien es difícil determinar exactamente cómo estaban organizados los israelitas en relación con Egipto. La organización del Sinaí fue única en el sentido de que consistió en la formación de una teocracia (e. d. “el gobierno de Dios”: theos, ‘dios’; kratos, ‘poder,’ ‘gobierno’) sobre las tribus. La esencia de este tipo de gobierno se enuncia por revelación divina en Ex. 19.5–6. Principalmente se trataba del gobierno de Dios sobre una nación que debía ser santa y constituir un reino de sacerdotes.

En el desierto hubo ancianos del pueblo que ayudaban a Moisés con sus tareas. El plan de la teocracia les fue presentado a ellos, y ellos lo aceptaron. Dios había de gobernar y había de hacerlo valiéndose de un juez o rey humano. Este hombre debía “reinar con justicia”, en el sentido de tomar decisiones en consonancia con la estricta justicia, y manifestar en su gobierno la justicia de Dios. El pueblo debía vivir apartado del resto del mundo, porque eran santos y pertenecían a Dios mismo.

Por un tiempo la nación no dio muestras de estar preparada para aceptar plenamente las consecuencias del gobierno teocrático. Bajo Josué fue necesario que obtuviesen la posesión de la tierra que les había sido prometida. Por un tiempo tuvieron gobernantes o jueces, pero no había organización central. Dicha situación les hizo pensar en la necesidad de tener rey. No obstante, el pedido lo hicieron con espíritu no teocrático, por cuanto simplemente querían ser como las naciones que los rodeaban. Por esta razón Samuel los amonestó, diciéndoles que habían rechazado a Yahvéh mismo (1 S. 8.7).

Por lo tanto la nación no tenía que aprender simplemente que necesitaba un rey, sino también que debía tener un tipo adecuado de rey. El primer rey que se eligió era un hombre que no seguía a Yahvéh, y por esa razón fue rechazado. En David se encontró al hombre según el corazón de Dios. David se ocupaba de las decisiones más importantes, pero las decisiones menores estaban a cargo de funcionarios subordinados a él. Algunos de los cargos de esta naturaleza se mencionan en las Escrituras, p. ej. los sacerdotes, los oficiales o jefes de la casa, el copero, el mayordomo encargado del palacio (1 R. 4.6), escribas, encargados del registro, consejeros, el comandante del ejército y el jefe de la guardia real (2 S. 8.18). Los ministros del rey se ocupaban de la admimstración de los asuntos del estado (1 R. 4.2ss).

Salomón dividió el reino en doce distritos, sobre cada uno de los cuales puso un prefecto que aprovisionase al rey y su casa (1 R. 4.7ss). El exilio provocó la interrupción de la teocracia, la que en realidad hacía ya mucho que había dejado de ser una verdadera teocracia. Después del exilio los judíos quedaron supeditados a Persia, y Judea fue reconstituida como estado-templo, a cuya cabeza estaba el sacerdote. El rey de Persia estaba representado por un gobernador provincial, el que ocasionalmente podía ser judío (p. ej. Nehemías). Esta misma organización siguió imperando durante el período griego, si bien en dicha época se introdujo un consejo de ancianos. La constitución del templo fue abolida por Antíoco IV en 168 a.C., pero fue restablecida por los asmoneos, quienes, sin embargo, combinaron el sumo sacerdocio y la soberanía civil y militar en su propia familia. El poder secular de los asmoneos llegó a su fin con la conquista romana del año 63 a.C., no obstante lo cual (excepto por las especiales circunstancias del gobierno de Herodes el Grande Arquelao) el sumo sacerdote era reconocido por los romanos como el jefe de la administración interna de los judíos.

El punto central de la teocracia era el templo, que simbolizaba la morada de Dios en medio de su pueblo. Así, Jerusalén, la ciudad donde se encontraba el templo, adquirió el nombre de ciudad santa. La destrucción formal de la teocracia ocurrió cuando el templo fue quemado en el año 70.

E.J.Y., F.F.B.

b. En el Nuevo Testamento

I. La situación en Palestina

La tierra fue dividida en una cantidad de estados republicanos (p. ej. Cesarea y las ciudades de la Decápolis). Se trataba de un sistema utilizado por los sucesivos poderes supervisores, especialmente los romanos, para helenizar a la población y contener de ese modo el nacionalismo judío. Las zonas menos dóciles (p. ej. Galilea) fueron puestas bajo príncipes herodianos, mientras que Jerusalén y las zonas vecinas se encontraban bajo el sanedrín, consejo formado por miembros de la aristocracia religiosa. La maquinaria total del gobierno era supervisada por los césares con el propósito de velar por la seguridad fronteriza de Roma; los césares actuaban en diferentes etapas, ya sea por medio de un rey vasallo herodiano o un representante personal, el prefecto o procurador. El nacionalismo judío encontró expresión institucional en una serie de sectas religiosas, cuya actitud hacia el gobierno iba desde el terrorismo (los zelotes) y la indiferencia (los esenios) por un lado, hasta la colaboración (los saduceos), por el otro. Estaban todos dedicados a su manera a restaurar el reino.

a. La carrera de Jesús

Jesús se encontraba inextricablemente envuelto en esta confusa situación institucional. Fue atacado al nacer (Mt. 2.16), como amenaza al trono de Herodes, y a su muerte fue denunciado como pretendiente al poder real (Jn. 19.21). Se vio presionado por todas partes para que confesara este propósito. La tentación del diablo (Mt. 4.9) se vio reflejada en el entusiasmo popular (Jn. 6.15), en la obtusa arrogancia de los discípulos (Mt. 16.22s), y en los temores de aquellos que precipitaron su arresto (Jn. 11.50). Frente a ese cuadro de malas interpretaciones, Jesús generalmente evitó aludir a sus derechos reales, pero no los ocultó ante sus discípulos (Lc. 22.29–30), y al final los declaró públicamente (Jn. 18.36–37).

b. Las enseñanzas de Jesús

Podemos destacar tres afirmaciones principales sobre la relación entre el reino de los cielos y el gobierno temporal. (i) El reino de Jesús no es del mismo orden que los poderes temporales. No se establece mediante la acción política (Jn. 18.36). (ii) El poder temporal no es autónomo: solamente se disfruta con autorización de Dios (Jn. 19.11). (iii) El poder temporal, por lo tanto, tiene sus derechos, como los tiene Dios (Lc. 20.25): ambos deben aceptarse.

c. La iglesia en Jerusalén

Después de la resurrerción los discípulos nuevamente recibieron instrucción sobre la naturaleza del reino (Hch. 1.3). Su visión del mismo seguía siendo, sin embargo, fundamentalmente política (Hch. 1.6), y aun después de la ascensión, al predicar que Jesús estaba a la derecha de Dios (p. ej. Hch. 2.32–36), podía filtrarse la ambicion política (Hch. 5.31), y por cierto el sanedrín lo consideró como provocación de tono político (Hch. 5.33ss). Los apóstoles desafiaron la prohibición de predicar, debido a que su primer deber era hacia Dios (Hch. 5.29). El procesamiento de Pedro y Santiago (Hch. 12.2–3) puede haber sido de carácter político, pero en el caso de Esteban (Hch. 6.11) y Pablo (Hch. 21.28) las ofensas eran religiosas, y reflejan la transformación de los nazarenos en una secta más de la religión judía, mayormente diferenciada, quizás, por la confirmación adicional que los atributos reales de Jesús habían prestado a la ley (Stg. 2.5, 8).

II. Los estados helenísticos

Todos los lugares fuera de Palestina en los que se establecieron iglesias eran, al igual que Roma, estados republicanos, ya sea satélites de los romanos, o verdaderas colonias romanas. Por ello los cristianos podían llegar a entrar en conflicto con la administración local (p. ej. Hch. 16.19–21; 17.6, 22) o con los gobernadores romanos (p. ej. Hch. 13.7; 18.12). La tendencia a enviar los casos difíciles a la autoridad romana, sin embargo, hacía que la actitud de ese nivel gubernamental fuese lo que más importaba.

a. Apoyo al gobierno

El único caso en que se acusó a los cristianos de oposición directa a los césares (Hch. 17.7) no prosperó debido a la actitud de las autoridades locales. En todos los demás casos que se mencionan los cargos no fueron políticos, y los diferentes gobiernos se mostraron reacios a proseguir las causas. Los escritores cristianos, a su vez, se hicieron eco de este respetuoso laissez faire (Ro. 13.1–7; 1 Ti. 2.2; Tit. 3.1): las enseñanzas de Jesús se presentaron de manera de demostrar que las “autoridades” (exousiai) no sólo tenían la autoridad que Dios había permitido, sino que además eran “ministros de Dios” para el castigo del mal; oponerse a ellas era oponerse a Dios. Esta actitud se mantuvo aun (como ocurrió bajo Nerón) cuando se estaban utilizando los tribunales de justicia para fraguar cargos; se defendió cuidadosamente la legitimidad del gobierno, mientras sus víctimas eran consoladas con los sufrimientos inocentes de Cristo (1 P. 2.11–25). Algumos han sostenido que lo que detiene al anticristo (2 Ts. 2.6–8) es el gobierno romano.

b. Críticas al gobierno

Aun Pablo tuvo algunas reservas, sin embargo. La responsabilidad por la crucifixión recae sobre “los príncipes de este siglo” (1 Co. 2.8). Los santos no deben ventilar sus disputas en los tribunales civiles, porque su destino es “juzgar al mundo” (1 Co. 6.2). Frecuentemente se llama la atención al reino del “solo Soberano, Rey de reyes” (1 Ti. 6.15) y a la ciudadanía de la república que trasciende todas las barreras de los estados terrenales (p. ej. Ef. 2.19). Los poderes demoníacos (arjai o exousiai) sobre los que Cristo ha triunfado (Col. 2.15), y contra los cuales tenemos que luchar nosotros (Ef. 6.12), bien pueden concebirse como las fuerzas que se hallan por detrás de los gobiernos humanos. Este es por cierto el tema que se considera en detalle en el libro de Apocalipsis, que contempla una lucha entre Dios y los poderes satánicos por el dominio del gobierno mundial. Pareciera que la alusión al culto a los gobernantes (Ap. 13.15) identifica con suficiente claridad al enemigo como la sucesión de césares romanos. Sabemos por Plinio (Ep. 10.96) que en las oportunidades en que se trató de inducir a los cristianos a eludir sus condenas haciendo una ofrenda formal al gobernante, la respuesta fue una férrea obstinación. Presumiblemente los cristianos consideraban que se les pedía que dieran a César las cosas que eran de Dios.

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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico