HOMOSEXUALIDAD

(sexo con personas del mismo sexo).

La Biblia lo caracteriza como un “pecado muy grave”, no como algo hereditario; es pecado como el robar o matar o mentir.

– En Rom 1:26-32, Pablo le dedica 2 versos enteros: (26-27), y sólo menciona otros como el homicidio, calumnia. es el pecado contra el propio cuerpo, que debe ser “templo de Dios”: (2Co 6:16).

– Es una abominación, Lev 18:22.

– El homosexual debe arrepentirse, confesarse. ¡y, con Cristo, se puede dejar la homosexualidad!: (Fi12Cr 4:13).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La Biblia señala que la práctica de la h. es un pecado. En Gen 9:22-27, se narra que estando Noé borracho, †œCam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre†. Cuando Noé †œsupo lo que le habí­a hecho su hijo más joven†, lanzó una maldición. Las palabras †œvio la †¢desnudez†, siguiendo la idea de Lev. 18, donde se prohí­be †œdescubrir la desnudez† de ciertos parientes, sugieren algún acto indecoroso más allá de la simple vista. Este pasaje se relaciona con la tradicional acusación de desviaciones y perversiones sexuales que se le hace a los pueblos cananeos, descendientes de Cam.

La próxima referencia al tema aparece en el relato de †¢Lot en †¢Sodoma (Gen 19:1-38). La expresión de los sodomitas: †œSácalos, para que los conozcamos†, refiriéndose a los varones que visitaban a Lot, es una alusión a actos sexuales, aunque algunas personas opinan que el pecado de los sodomitas fue solamente el haber faltado al deber de la hospitalidad. La palabra †œsodomita†, tal como se usa en la RV60, es una traducción que se refiere a los hieródulos, hombres que ejercí­an la prostitución con hombres y mujeres en santuarios y cultos paganos. En hebreo, la palabra que los señala no se deriva de Sodoma (cedom), pues hay un término especí­fico para este tipo de persona: qadesh, con una connotación muy religiosa. Otro incidente digno de observación es el de Jue 19:16-30, donde unos benjamitas quisieron tener relaciones sexuales (†œSaca al hombre … para que lo conozcamos†) con un levita y terminan infligiendo grandes maltratos a su mujer. Esto ocasionó una guerra civil en Israel (Jue 20:1-48).
prohibió la práctica de la h.: †œNo haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita [qadesh] de entre los hijos de Israel† (Deu 23:17). En el versí­culo siguiente se añade: †œNo traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehovᆝ (Deu 23:18). El término †œperro† (Apo 22:15) se aplicaba a los que practicaban la prostitución masculina en los templos paganos. Parte del pago que éstos recibí­an se dejaba para uso en el templo del caso, que es lo que se prohí­be hacer en el †¢templo de Dios. No sólo la Biblia los llama así­, sino que en textos paganos se usa también el término en esa forma. Los griegos los llamaban kinaidos por la apariencia que daban al practicar este abominable acto. Pero los israelitas copiaron estas prácticas de los cananeos, especialmente con el culto de †¢Astarot o †¢Astarté. Así­, hubo †œsodomitas en la tierra, e hicieron conforme a todas las abominaciones de las naciones…† (1Re 14:24). Los reyes †¢Asa y †¢Josafat trataron de eliminarlos (1Re 15:12; 1Re 22:46). En la reforma religiosa de †¢Josí­as se derribaron †œlos lugares de prostitución idolátrica† que estaban en la casa de Jehová, que incluí­a a sodomitas (2Re 23:7).
tradición israelita consideró la h. como una aberración, y su práctica como una violación de la naturaleza y de las leyes de Dios. Al compararse con otros pueblos, los judí­os hací­an resaltar la h. practicada por los gentiles como un signo de degradación, mientras que entre ellos, los judí­os, no se conocí­a la h. como una costumbre generalizada de la población. En el Libro III de los †œOráculos Sibilinos†, obra pseudoepigráfica del perí­odo intertestamentario, un autor judí­o del siglo II a.C. compara la moral israelita con la de los romanos. De estos últimos dice: †œGran decadencia conocerán aquellos hombres … el varón con el varón tendrá comercio carnal, a sus hijos expondrá en vergonzosas casas….† Mientras que de los judí­os expresa: †œLa santa raza de hombres seguirá existiendo … los hombres tienen el pensamiento puesto en el santo lecho y no se unen impuramente con muchachos….† Años después, Pablo, escribiendo sobre la corrupción y decadencia entre los paganos, dice que †œaun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza† (Rom 1:26). Asimismo, dijo que †œlos hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres† (Rom 1:27).
Escrituras condenan totalmente la práctica de la h., pues †œni los afeminados, ni los que se echan con varones … heredarán el reino de Dios† (Gal 6:9-10). Esta condena, sin embargo, no es diferente a la que recibirán los promiscuos sexuales, pues en el mismo versí­culo se mencionan †œlos fornicarios … los adúlteros†, que también son excluidos del reino. Si la sociedad hace diferencia entre fornicarios y adúlteros, por un lado, y los homosexuales, por otro, se trata de un criterio social que no figura en la mente de Dios, que condena la promiscuidad heterosexual de igual manera que la h. No debe confundirse, sin embargo, la inclinación homosexual, ni aun los deseos de este tipo, con su práctica. Como no se confunden los deseos de matar, o de mentir o de hacer cualquier otra cosa mala, con su realización en el campo de los hechos.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

(v. sexualidad)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> hombre, mujer, pena de muerte). La Biblia ha condenado en general la homosexualidad (en el Antiguo Testamento la masculina), por considerar que va en contra de un orden querido por Dios y expresado en la unión del hombre y la mujer, tal como aparece en Gn 2-3. Esa condena se expresa en tres contextos principales y debe ser interpretada desde el conjunto de la revelación bí­blica.

(1) Grandes relatos simbólicos. Dos pasajes básicos sitúan y condenan la homosexualidad en un contexto de polémica, en un caso contra los cananeos de la hoya del mar Muerto (Gn 19,119), en otro contra una ciudad de la tribu de Benjamí­n (Je 19). En el primer caso se trata del “crimen” de los sodomitas, que quieren acostarse con los “hombres” (= ángeles) que han venido a visitar a Lot (Gn 19,5), suscitando la ira de Dios, que destruye su ciudad (Sodoma); de aquí­ ha surgido el nombre “sodomí­a, sodomitas”, que vincula un tipo de violencia homosexual con el pecado mí­tico de los habitantes de Sodoma. En el otro caso se trata del “crimen” de los habitantes de Guibeá de Benjamí­n, que quieren acostarse por la fuerza con un levita que pasa por su ciudad, para así­ humillarle; pero el levita se defiende y, en vez de dejarse violar personalmente, entrega en manos de los violadores a su concubina (en realidad, una esposa con autonomí­a jurí­dica), iniciándose así­ una serie de venganzas y violencias que llenan la parte final del libro de los Jueces (Je 19-21). En ambos relatos se supone que la homosexualidad va en contra de un orden de Dios; pero lo que el texto condena de un modo directo no es la homosexualidad en sí­, sino un tipo de violencia que podrí­a relacionarse con ella, una violencia dirigida en un caso hacia los hombres-ángeles y en el otro hacia un levita.

(2) Las leyes contra la homosexualidad están contenidas en el Código de la Santidad, del libro del Leví­tico. Una ley condena taxativamente la homosexualidad masculina: “no te acostarás con varón como con mujer; es una abominación” (Lv 18,22). Otra impone la pena de muerte sobre los homosexuales: “Si alguien se acuesta con otro hombre como se hace con una mujer, ambos cometen una abominación; son reos de muerte; sobre ellos caerá su sangre” (Lv 20,13). Se trata de leyes sacrales, que han de ser entendidas desde la visión especial de la pureza-santidad que desarrolla el Leví­tico, en un contexto sacerdotal que está marcado por los tabúes de la distinción y por las impurezas rituales vinculadas al mundo de lo sexual. Quien quiera traducir y aplicar directamente esas leyes en el contexto actual (siglo XXI), sin tener en cuenta su trasfondo antropológico, tendrá que asumir y aplicar también el resto de las leyes del Leví­tico, tanto en lo referente a los sacrificios de animales como en los tabúes de sangre, en la distinción de animales puros e impuros y en las diversas enfermedades y manchas, que suelen interpretarse como lepra. Nadie que yo sepa aboga por una interpretación literal del Leví­tico, a no ser en algunos cí­rculos “religiosos” del judaismo. El tema de la homosexualidad puede y debe plantearse hoy desde unas perspectivas antropológicas y teológicas distintas, de manera que no tiene sentido el mantener a la letra las antiguas costumbres israelitas. Sólo de esa forma hacemos justicia a los principios jurí­dicos, por otro lado ejemplar, del mismo Leví­tico.

(3) Interpretación de Pablo. Más cercano a nosotros, pero igualmente ajeno a nuestra cultura y necesitado de explicación, es el argumento de Pablo, cuando habla del pecado de los “gentiles” que, al adorar a los í­dolos, han caí­do en manos de sus propias perversiones (Rom 1,18-31). No se trata de un texto normativo ni legal, en lí­nea de Evangelio, sino de una lectura retórica y apocalí­ptica de la situación del mundo pagano (de la humanidad) que aparece envuelta en pecado ante el Dios de la fe y de la gracia de Cristo. La condena de Pablo puede dividirse en tres partes: una de tipo más personal-individual (Rom 1,21-23), otra más personalsexual (Rom 1,24-27) y otra más social (Rom 1,28-31). Siguiendo algunas tablas morales de su tiempo, Pablo ha querido presentar un retablo de los grandes males de la sociedad de su entorno, que se fundan a su juicio en el rechazo de Dios, que se despliega y expande en forma de “talión teológico”. Esta es la raí­z de su argumento: allí­ donde los hombres han abandonado a Dios, Dios les abandona en manos de su propia perversión, como muestra el caso de la condena de la homosexualidad: “Pretendiendo ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cua drúpedos y de reptiles… Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí­ mismos la retribución debida a su extraví­o. Como ellos no quisieron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer cosas que no deben” (Rom 1,22-23.25-28; en esa lí­nea, cf. 1 Tim 1,10). Este no es un texto de ley moral, que ha de imponerse por la fuerza sobre los culpables, sino de constatación apocalí­ptica. Pablo no dice lo que las cosas deben ser, sino lo que son, desde la perspectiva de un juicio escatológico del judaismo de su tiempo. Pablo, un judí­o celoso, se muestra horrorizado ante lo que, en ese contexto, constituye la perversión sexual grecorromana, expresada en formas de homosexualidad no sólo masculina (como la que condenaba el Antiguo Testamento), sino también femenina, poniendo ya en paralelo las afirmaciones sobre los dos sexos. Las afirmaciones concretas de Pablo son retóricas y exageradas, pues el mundo grecorromano tení­a otros valores que él, en este caso, escribiendo desde una perspectiva apocalí­ptica, no ha destacado. Por otra parte, mirado desde nuestro contexto cultural y leí­do fuera del ámbito retórico de Pablo, éste es un texto difí­cil de aceptar al pie de la letra, pues refleja unas condiciones sociales y religiosas muy distintas de las nuestras. A pesar de ello, el principio y sentido básico de la argumentación paulina nos sigue pareciendo valioso, siempre que tengamos en cuenta algunas observaciones.

(4) Homosexualidad y diferencia. Pablo vincula la homosexualidad con la negación de la “diferencia” de Dios, que constituye, a su juicio, la clave de todo el orden humano. Allí­ donde el hombre niega la “alteridad radical” de Dios y lo identifica con una realidad de este mundo (idolatrí­a) se cierra en sí­ mismo y corre el riesgo de volverse incapaz de aceptar las diferencias personales y sociales, la separación de las distintas realidades, mezclando así­ las cosas, de una forma que para un judí­o, educado en las distinciones de lo puro e impuro (en animales y alimentos), constituye algo escandaloso. El Dios de Pablo marca las identidades, mantiene la alteridad, la distancia, la tensión por lo diferente. Por eso, allí­ donde hombres y mujeres se cierran en un mundo divinizado (de nuevo la idolatrí­a) ellos se vuelven incapaces de amarse como distintos, pues no pueden ya apoyarse en el Dios que es diferente, que es el Otro, el Infinito.

(5) Homosexualidad y ley. Pablo condena la homosexualidad si es que ella aparece como expresión de un amorde-ley, que no arranca al hombre (varón o mujer) de su egoí­smo, sino que le cierra en un plano de talión, de manera que cada uno se busca a sí­ mismo en el otro, sin salir de sí­, sin experimentar la alteridad como gracia. Por eso, cuando Pablo se refiere a la homosexualidad está hablando en el fondo de un tipo de autoerotismo, es decir, de unión sin distancia personal, sin aceptación de la alteridad, es decir, de una unión que rompe todas las diferencias, convirtiéndose en utilización de unos por otros. Pues bien, al situarse en ese nivel, Pablo está planteando un tema que es mucho mayor que el de la homosexualidad como tal (entendida en plano fí­sico, biológico); está planteando el tema del erotismo sin distancia personal, como una forma de buscarse uno a sí­ mismo cuando se relaciona con los demás. Pues bien, el tipo de unión que Pablo está condenando puede darse no sólo en las relaciones homosexuales, sino también en las heterosexuales.

(6) Homosexualidad y gracia. La homosexualidad se opone al Evangelio si es que niega el valor de la alteridad (del otro) y destruye por tanto la gracia. Sólo así­ se puede afirmar que ella es pecado, vinculándola con los otros dos “pecados” que Pablo condena en Rom 1,19-20 (egoí­smo personal) y Rom 1,2831 (lucha de todos contra todos). Lo que Pablo condena al hablar de la homosexualidad es la actitud de aquellos que sólo se buscan a sí­ mismos en los otros y la violencia de aquellos que al buscarse a sí­ mismos en los otros están combatiendo y negando todo lo que es distinto de ellos. Entendido de esa forma, su argumento, expresado con la retórica apocalí­ptica de su entorno, se dirige por igual contra todos los hombres y mujeres (homosexuales o no) que niegan la gracia del amor, es decir, la gracia de la salvación de Dios. El tema resulta complejo en el plano psicológico y social, de manera que es difí­cil ofrecer unas respuestas que sirvan para todos. Pero el intento de condenar toda forma de homosexualidad fí­sica desde la antropologí­a bí­blica y en especial desde Rom 1,24-27 (donde se asume y culmina para los cristianos lo que dice el Antiguo Testamento sobre el tema) carece de sentido y acaba siendo contrario al argumento de Pablo. Condenar la homosexualidad por ley implica caer en la peor de las leyes que Pablo ha querido superar en todo su evangelio. Lo que Pablo está intentando potenciar, de un modo retórico, es la posibilidad de abrirse al otro en cuanto distinto, de tal forma que el amor no sea encerramiento en uno mismo (utilizando así­ al otro con violencia, para egoí­smo propio, sea o no del mismo sexo), sino apertura a la diferencia interpersonal gratuita, en un camino en el que Dios puede revelarse como el Otro, el gran Distinto.

(7) ¿Homosexualidad evangélica? Por eso, si mantienen y desarrollan el principio y experiencia de la alteridad gratuita, muchas uniones homosexuales pueden ser y son más evangélicas (más paulinas) que aquellas uniones heterosexuales en las que cada uno se busca a sí­ mismo en el otro, e incluso en los hijos. Partiendo de estos principios se podrí­a elaborar también una antropologí­a del celibato* paulino (cf. 1 Cor 7), poniendo de relieve que la vida del célibe sólo tiene valor cristiano en la medida en que aparece como posibilidad de apertura a los demás en cuanto distintos (personales) y al Dios que es principio de toda alteridad amorosa. Allí­ donde el celibato es básicamente expresión de clausura en sí­ mismo (de autoerotismo más o menos espiritualizado) va en contra del ideal cristiano. En ese sentido, el celibato cristiano como trascendimiento positivo (no de simple negación) del amor intersexual puede vincularse a un tipo de homosexualidad que no se entienda sólo como pura negación de alteridad sexual, sino como búsqueda de otros tipos de comunicación personal y gratificante con los otros.

(8) Amor como gracia. El contexto paulino. El problema no está por tanto en el género de aquellos que se aman, sino en la forma de relación personal que establezcan, en lí­nea de alteridad, de manera que nadie se busque a sí­ mismo en el otro, sino que busque y encuentre al otro como distinto y así­ en el otro, con el otro, pueda compartir la vida como gracia, superando las diversas formas de imposición y dominio económico, social y personal que Pablo entiende como idolatrí­a o negación de Dios. Con esto no se resuelven todos los problemas, pero pueden plantearse mejor, situándolos en un contexto cristiano, de gracia. Por eso, todo lo que Pablo dice en Rom 1 sobre la homosexualidad ha de reinterpretarse desde lo que va diciendo en Rom 1-3 (pecado universal) y desde lo que dice sobre el pecado y la gracia de Dios, a lo largo de la carta a los Romanos. La “condena” de la homosexualidad grecorromana de Rom 1 forma parte del argumento retórico de Rom 2, donde Pablo condena la “no homosexualidad egoí­sta” de aquellos judí­os que condenan a los grecorromanos, situándose en un nivel más duro de egoí­smo y falta de gracia. En uno y otro caso, Pablo ha querido superar el nivel de la ley, para situar todas las acciones y la vida de los hombres sobre un plano nuevo de gracia (cf. Rom 3,1-31), donde todo queda redimido por el amor de Cristo. Por eso, entender esa condena de la homosexualidad de un modo objetivista, como algo ya resuelto al comienzo de la carta, olvidando que se trata de un argumento retórico, que se invierte y recrea a través del desarrollo y, sobre todo, al final del espléndido despliegue de gracia y amor que ofrece Romanos (culminando en Rom 12-13), significa negarse a entender a Pablo. Leí­do así­, el discurso de Pablo concuerda con el Sermón de la Montaña, donde Jesús no condena la homosexualidad, sino que se sitúa por encima de ella, abriendo unos caminos de amor en gratuidad, que valen tanto para varones como para mujeres, para homosexuales como para heterosexuales.

(9) Un tema abierto. Siguen planteadas muchas cuestiones, sobre todo en un plano psicológico y sociológico, sin que los cristianos queramos imponer a la sociedad unas formas objetivas de conducta sexual que, por otra parte, no derivan del conjunto de la Biblia, rectamente entendida, ni de la vida y mensaje de Jesús, ni del evangelio de la gracia de Pablo. Tanto la homosexualidad como la heterosexualidad suscitan problemas difí­ciles de resolver de un modo objetivo (¿para qué resolverlos en ese plano?) y es posible que en algunos casos las uniones homosexuales resulten más complejas y difí­ciles que las heterosexuales, sobre todo en relación con la adopción y educación de los hijos (pues puede faltar la diferencia y complementariedad de la figura paterna y materna). De todas formas, en muchos casos, precisamente esa misma dificultad, con la problemática social de fondo, puede hacer que las uniones (matrimonios) homosexuales pongan mejor de relieve algunos rasgos de gratuidad y alteridad personal que Pablo ha destacado en Rom 1,1831 y en el conjunto de su carta a los Romanos. Porque en el fondo, desde el Evangelio, puede y debe superarse un tipo de diferencia entre el varón y la mujer (cf. Gal 3,28), siempre que se acentúe y promueva la diferencia y alteridad mayor que existe entre ellos como personas, al servicio del encuentro gratuito. Desde esa base, queremos añadir que nos parece fuera de sentido (exegéticamente falso y cristianamente equivocado) el intento de aquellos que quieren negar a los homosexuales el acceso a los ministerios de la Iglesia, reservándolos sólo para los célibes. En este campo, el magisterio ordinario de la Iglesia romana está tomando un camino muy discutible.

Cf. J.-N. Aletti, Comment Dieu est-il juste? Clefs pour interpreter l’Epitre aux Romains, Seuil, Parí­s 1991; J. Alison, Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay, Herder, Barcelona 2003; M. Borg, “Homosexuality and the New Testament”, Bible Review 10 (1994) 20-54; N. Elliott, The Rlietoric of Romans: Argumentativo Constraint and Strategy and Paid’s Dialogue with Judaism, JSNTSup 45, Sheffield 1990; D. Martin, Arsenokoites and malakos: Meanings and Consequences. Biblical Ethics and Homosexuality, Westminster, Louisville 1996; Th. H. Tobin, Paid’s Rlietoric In Its Contexts: The Argument of Romans, Hendrickson, Peabody MA 2004.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Por homosexualidad se entiende e n general la atracción sexual hacia personas del mismo sexo. Dado que el fenómeno es complejo y presenta grados intermedios, se necesitan algunas precisiones. Se distingue entre homosexuales esenciales o propiamente dichos, que se sienten atraí­dos por personas del propio sexo casi por un instinto innato, y homosexuales ocasionales, que sólo en ciertas circunstancias se entregan a prácticas homosexuales por falta de una pareja del otro sexo o por dinero o por deseo de sensaciones sexuales insólitas.

Entre los homosexuales propiamente dichos están los homosexuales totales y exclusivos, en los que la tendencia homosexual forma parte de la personalidad del sujeto, sin que él advierta ningún impulso heterosexual. Junto a éstos están los homosexuales que, en determinadas circunstancias, pueden tener alguna manifestación al menos parcialmente heterosexual.

En cuanto a las causas que determinan la aparición de la homosexualidad no están de acuerdo los autores. La tesis organicista, que veí­a la homosexualidad como efecto de factores hereditarios y hormonales, cada vez tiene menos vigencia en nuestros dí­as. Al contrario, tiene mayor credibilidad la tesis psico-social, que ve en la homosexualidad el producto de condicionamientos educativos o de una perturbación en el desarrollo psico-sexual.

La homosexualidad está expresamente condenada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento condena en primer lugar la sacralización pagana de la prostitución masculina, al tratar de la homosexualidad en los lugares sagrados durante los cultos orgiásticos (Dt 23,18- 19. 1 Re 14,24; Job 36,14). El libro del Leví­tico condena no solamente la prostitución sagrada, sino todas las formas de homosexualidad desde un punto de vista moral (Lv 18,22) y amenaza con pena de muerte a quienes la practican (Lv 20,13). En el Nuevo Testamento abundan los textos que se refieren al castigo del pecado de homosexualidad (Mt 10,15; 11,23-14; Lc 10,12; 1729).

Pero el texto clásico de condenación es Rm 1,18-32, en donde se condena tanto la forma masculina como la femenina.

La postura tradicional de la moral católica es de franca condenación, basándose en el principio general de que el uso de la facultad sexual sólo puede ser moralmente recto en la relación conyugal. Se puede resumir en las palabras del documento Persona humana de la Congregación de la fe: ” Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable… Los actos homosexuales son intrí­nsecamente desordenados”, aunque “no todos los que sufren esta anomalí­a sean personalmente responsables de ella” (n. 8).

La Congregación hace una distinción entre los homosexuales con una tendencia transitoria y los homosexuales definitivamente tales. Esta segunda categorí­a de personas “tiene que ser juzgada con prudencia” (n. 8).

La reflexión teológica precisa ulteriormente, distinguiendo entre condición o tendencia homosexual y actos homosexuales. Sólo estos últimos son objeto de valoración moral, mientras que la tendencia homosexual en cuanto tal no es pecaminosa. La motivación principal del juicio negativo está en la inautenticidad de un amor que no respeta las leyes internas del lenguaje de la sexualidad, en cuanto que llega a faltar la complementariedad-reciprocidad de la sexualidad masculina y femenina, El juicio se articula sobre todo en relación con las diversas situaciones. distinguiendo ante todo entre la perversión (placer de la transgresión) y los comportamientos inducidos por situaciones neuróticas; y todaví­a más considerando con atención la homosexualidad que se presenta como actitud global de la persona.

La tarea pastoral ante el fenómeno de la homosexualidad tiene que orientarse no solamente a la “cura”, sino también a la “profilaxis” y a la creación de condiciones de respeto y de acogida para los que viven estas experiencias.

G. Cappelli

Bibl.: G, Piana, Homosexualidad y transexualidad, en NDTM, 852-862: AA. -VV Homosexualidad: ciencia y conciencia, Santander 1981; J. J Mc Neill, La Iglesia ante el homosexual. Grijalbo, Barcelona 1979, M. Ruse, La homosexualidad Cátedra, Madrid 1989; A. Mirabet Mullol, Homosexualidad hoy, Herder, Barcelona 1984: P Trevijano, Madurez y sexualidad Sigueme,’ Salamanca 1988, 121

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La Biblia no dice nada específicamente acerca del estado homosexual, pero condena explícitamente la conducta homosexual. El alcance de dicha censura, empero, debe determinarse cuidadosamente. Con harta frecuencia ha sido utilizada como herramienta de una polémica homofóbica que va demasiado lejos.

La exégesis de los relatos de Sodoma y Gabaa (Gn. 19.1–25; Jue. 19.13–20.48) es un buen ejemplo de ello. Debemos resistir la afirmación ampliamente citada de D. S. Bailey de que el pecado que Dios condenó en estas ocasiones fue la ruptura de la etiqueta de la hospitalidad, sin que tuviera connotaciones sexuales (no explica adecuadamente ni el doble uso de la palabra “conocer” (yāḏa˓) ni la razón del ofrecimiento sustitutorio de las hijas de Lot y de la concubina del levita); pero ninguno de los dos relatos equivale a una condenación lisa y llana de todos los actos homosexuales. En ambas ocasiones el pecado que se condena es el intento de llevar a cabo una violación homosexual, y no una relación homosexual amorosa entre partes que consienten.

La fuerza de las restantes referencias a la homosexualidad en el AT está igualmente limitada por el contexto en que se encuentran. Históricamente, el comportamiento homosexual estaba ligado a la prostitución cúltica e idolátrica (1 R. 14.24; 15.12; 22.46). Las severas advertencias de la ley levítica (Lv. 18.22; 20.13) están dirigidas principalmente y al mismo tiempo a la idolatría; la palabra “abominación” (tô˓ēḇâ), por ejemplo, que aparece en ambas referencias, es un término religioso usado a menudo para las prácticas idolátricas. Vistas estrictamente en su contexto, entonces, estas condenas en el AT se aplican a la actividad homosexual llevada a cabo en contexto idolátrico, pero no tienen vigencia más amplia que esta, necesariamente.

En Ro. 1 Pablo condena los actos homosexuales, lesbianos tanto como entre hombres, juntamente con la idolatría (vv. 23–27), pero su encuadre teológico es más amplio que el de Lv. En lugar de tratar la conducta homosexual como expresión del culto idolátrico, atribuye ambas cosas al “intercambio” equivocado hecho por el hombre caído al apartarse de la intención de su Creador (vv. 25s). Vista desde esta perspectiva, todo acto homosexual es antinatural (para fysin, vv. 26), no porque vaya en contra de la orientación sexual natural del individuo (cosa que, desde luego, no debe hacer) o infrinja alguna ley veterotestamentaria (a diferencia de McNeill), sino porque va en contra del plan de Dios cuando creó la expresión de la sexualidad humana.

Pablo hace dos referencias más a prácticas homosexuales en otras epístolas. Ambas aparecen en listas de actividades prohibidas, y provocan la misma nota condenatoria. En 1 Co. 6.9s se incluye a los homosexuales practicantes entre los inicuos que no heredarán el reino de Dios (pero con el agregado de la nota redentora, “esto erais algunos”); y en 1 Ti. 1.9s aparecen en una lista de “transgresores y desobedientes”. Esta última referencia es particularmente importante, porque toda la lista representa una versión actualizada de los *Diez Mandamientos. Pablo hace un paralelo entre el 7º mandamiento (sobre el adulterio) y una referencia a los “fornicarios” (pornoi; cf. °ba “inmorales”, °vp “los que cometen inmoralidades sexuales”) y “sodomitas” (arsenokoitai), palabras que cubren todo tipo de relación sexual fuera del matrimonio, ya sea heterosexual u homosexual. Si el Decálogo tiene validez permanente, la significación de esta aplicación recibe aun más realce.

Se ha sugerido que el significado de arsenokoitēs en 1 Co. 6.9 y 1 Ti. 1.10 podría restringirse al de “prostituto” (masculino) (cf. Vg., masculi concubitores). No existen pruebas lingüísticas para apoyar este punto de vista, sin embargo, si bien la palabra misma es rara por cierto en la literatura de la época neotestamentaria. Parecería no haber dudas de que Pablo se proponía condenar la conducta homosexual (pero no a los homosexuales) en los términos generales y teológicos más amplios a su disposición. Sus tres referencias dispersas se entrelazan de un modo notable como expresión de la voluntad de Dios tal como él la veía. Como Creador, Legislador, y Rey, la condena por parte del Señor de semejante comportamiento resultaba absolutamente clara

Bibliografía. J. León, Lo que todos debemos saber sobre la homosexualidad, 1976; M. Oraison, La cuestión homosexual, 1978; B. Fernández, Homosexualismo, 1974; varios autores, Sexo y Biblia, 1973.

H. Thielicke, The Ethics of Sex, trad. ing. 1964; D. H. Field, The Homosexual Way—A Christian Option?, 1976; J. J. McNeill, The Church and the Homosexual, 1977.

D.H.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

La Iglesia Católica, reflexionando a la luz de la Palabra de Dios y de la recta razón bajo la guía del Espíritu Santo, siempre ha enseñado que el acto homosexual es un pecado objetivamente grave. La Congregación para la Doctrina de la Fe declaró en 1975: “Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En las Sagradas Escrituras están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios” 1.

La Iglesia, sin embargo, distingue entre la maldad objetiva de la actividad homosexual y la responsabilidad subjetiva de quien la realiza. En esa misma declaración del 75 se nos enseña que: “Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso” 2. Esto no quiere decir que las personas que practican estos actos siempre sean subjetivamente excusables, sino que a veces la ignorancia, el abuso de otras personas, las influencias ambientales muy fuertes, etc., pueden conducirlas a realizar actos no totalmente libres. Sin embargo, tales actos son gravemente malos en sí mismos, pues ofenden a Dios y van en contra del bien auténtico de la persona humana.

La Iglesia también distingue entre la inclinación homosexual (u homosexualidad) y la actividad homosexual (u homosexualismo), enseñando que la primera no es pecado en sí misma, aunque inclina a actos que sí lo son. Comentando sobre su declaración del 75, la Congregación, en 1986, en una carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, expresó lo siguiente: “…la Congregación tenía en cuenta la distinción comúnmente hecha entre condición o tendencia homosexual y actos homosexuales…Sin embargo, en la discusión que siguió a la publicación de la Declaración, se propusieron unas interpretaciones excesivamente benévolas de la condición homosexual misma, hasta el punto de que alguno se atrevió incluso a definirla indiferente o, sin más, buena. Es necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada” 3.
La Iglesia, siguiendo el ejemplo y la enseñanza del mismo Cristo, hace una tercera distinción: la de condenar al pecado, pero tratar con misericordia al pecador. Por eso la Declaración del 75 expresó: “Indudablemente, estas personas homosexuales, deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia” 4. Sin embargo, dicha atención pastoral no debe degenerar en una aceptación de la actividad homosexual como algo no reprobable. Por eso la carta del 86 puntualizó: “Quienes se encuentran en esta condición deben, por tanto, ser objeto de una particular atención pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable” 5.
En su atención pastoral a las personas homosexuales, la Iglesia les ofrece ayuda y esperanza de curación. El Padre John Harvey, con más de 30 años de ministerio pastoral hacia estas personas, señala que la conversión heterosexual o al menos una vida feliz en castidad es posible para los homosexuales y las lesbianas. Inclusive las Paulinas de EE.UU. publicaron su folleto titulado Un plan espiritual para reorientar la vida de un homosexual. El Padre Harvey dirige una organización llamada Courage (“Coraje”), precisamente para ayudar a estas personas a vivir con alegría la enseñanza de Dios y de la Iglesia 6. El Dr. Joseph Nicolosi, quién es sicólogo, también ofrece asistencia terapéutica para estas personas. El le llama a su programa “terapia reparativa” y ha escrito un libro sobre la materia 7. [Enlace a Ayuda para las personas homosexuales]
Coherente con esta actitud de condenación de la actividad homosexual, pero de amor y comprensión hacia las personas homosexuales, la enseñanza de la Iglesia también condena todo tipo de violencia o agresión hacia estas personas: “Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los Pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen” 8.
El 23 de julio de 1992, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una serie de consideraciones sobre proposiciones de ley en algunos estados de los EE.UU. y en otros países, que harían ilegal la discriminación en base a la “orientación sexual”. Es decir, que les concederían a los homosexuales ciertos “derechos”, como el de contratos de alquiler de viviendas a parejas homosexuales, el adoptar niños, el ser contratados como maestros en escuelas para cualquier edad, etc. Sobre este punto la Iglesia enseña que: “Las personas homosexuales, como seres humanos, tienen los mismos derechos de toda persona, incluyendo el no ser tratados de una manera que ofenda su dignidad personal. Entre otros derechos, toda persona tiene el derecho al trabajo, a la vivienda, etc. Pero estos derechos no son absolutos; pueden ser limitados legítimamente ante desórdenes externos de conducta…Existen áreas en las que no es una discriminación injusta tener en cuenta la inclinación sexual, por ejemplo en la adopción o el cuidado de niños, en empleos como el de maestros o entrenadores de deportes y en el reclutamiento militar…`La orientación sexual’ no constituye una cualidad comparable a la raza, el grupo étnico, etc., con respecto a la no discriminación. A diferencia de éstas, la orientación homosexual es un desorden objetivo” 9.
Estas consideraciones son muy importantes, pues como señala el mismo documento de la Congregación: “El incluir ‘la orientación homosexual’ entre las consideraciones sobre cuya base está el que es ilegal discriminar, puede fácilmente llevar a considerar la homosexualidad como una fuente positiva de derechos humanos…Esto agrava el error ya que no existe el derecho a la homosexualidad… Incluso existe el peligro de que una ley que haga de la homosexualidad un fundamento de ciertos derechos, incline a una persona con orientación homosexual a declarar su homosexualidad o aún a buscar un compañero para aprovecharse de lo permitido por la ley” 10.
En conclusión, el mismo documento de la Congregación también enseña que ante proyectos de leyes que, sutil o no tan sutilmente, intentan legalizar el homosexualismo, la Iglesia Católica no debe permanecer neutral, aún cuando dichos proyectos no le afectan directamente. “Finalmente, y porque está implicado en esto el bien común, no es apropiado para las autoridades eclesiásticas apoyar o permanecer neutral ante legislaciones adversas, incluso si éstas conceden excepciones a las organizaciones o instituciones de la Iglesia. La Iglesia tiene la responsabilidad de promover la moralidad pública de toda sociedad civil sobre la base de los valores morales fundamentales, y no simplemente de protegerse a sí misma de la aplicación de leyes perjudiciales”11
Parte primordial de nuestra responsabilidad en esta batalla es orar por las personas homosexuales. En realidad nuestra batalla no es contra ellas, sino contra las fuerzas del mal del “Príncipe de las Tinieblas”, quien busca destruirnos (Efesios 6:10-13). La batalla es contra el pecado y la ideología que estos grupos promueven. Se trata de una lucha espiritual que requiere mucha oración y sacrificio, sobre todo la Eucaristía, la adoración al Santísimo y el rezo del Santo Rosario para los católicos. Todos los cristianos debemos unirnos en oración por la conversión y salvación de los homosexuales y de nuestra nación y actuar para impedir que este mal continúe extendiéndose. “Si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelve de sus malos caminos, yo le oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
Fuentes:
1. Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), Declaración “Persona humana” sobre algunas cuestiones de ética sexual, 29 de diciembre de 1975, número 8. 2. Ibíd. 3. CDF, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1ro. de octubre de 1986, número 3. 4. Persona humana, 8. 5. CDF, Carta a los obispos…, 3. 6. Harvey, 76, 119-174. Véase, por el mismo autor, Un plan espiritual para reorientar la vida de un homosexual (Boston: St. Paul Books & Media, 1991). 7. Vida Humana Internacional tiene disponible en audiocassette la conferencia que este doctor pronunció en el XII Congreso Mundial de Human Life International, celebrado en Houston, Estado de Texas, del 14 al 18 de abril de 1993. 8. CDF, Carta a los obispos…, 10. 9. CDF, Consideraciones para la respuesta católica a propuestas legislativas de no discriminación a homosexuales, 23 de julio de 1992, números 10, 11 y 12. 10. Ibíd, 13 y 14. 11. Ibid, 16.

Fuente: Aci Prensa.

Enlaces internos

[1] La actitud frente al homosexual. Punto de Vista de Alejandro Bermúdez, Director de Aci Prensa.

[2] Especial sobre San José (Aci Prensa).

[3]Moral Católica.

[4] Actos humnos.

[5] Libre albedrío.

[6] Caridad.

[7] ¿Se puede curar la homosexualidad?

[8] La homosexualidad, una anomalía curable.

[9] Factores causantes de la homosexualidad

[10] Estudio demuestra que la homosexualidad puede curarse.

[11] Análisis de los argumentos a favor del matrimonio homosexual.

[12] Homosexualidad y Esperanza

[13] Conversión.

[14] Castidad.

[15] Sexo.

[16] Estilo de vida homosexual reduce más años de vida… que fumar

[17] Sodoma y Gomorra.

[18] Todo sobre el Sida.

Enlaces externos

[19] Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las órdenes sagradas.

[20] Catecismo de la Iglesia Católica: Sexto mandamiento.

Fuente: Enciclopedia Católica