IDOLO

v. Dios, Estatua, Figura, Imagen
Gen 31:19 y Raquel hurtó los í de su padre
Lev 19:4 no os volveréis a los í, ni haréis para
Lev 26:1 no haréis para vosotros í, ni escultura
2Ki 21:11 ha hecho pecar a Judá con sus í
2Ch 15:8 quitó los í .. de toda la tierra de Judá
2Ch 34:7 destruido .. los í .. volvió a Jerusalén
Psa 96:5 todos los dioses de los pueblos son í
Psa 115:4; 135:15


tip, LEYE

ver, HISTORIA BíBLICA, ISRAEL, LUNA, DIVINIDADES PAGANAS, ADIVINACIí“N, SACRIFICIO, PABLO, GENTILES

vet, o imagen. Representación mediante una imagen, escultura, u otro medio, de una persona o animal o cosa, a fin de hacer de ello un objeto de adoración, o bien la morada de una divinidad (Ex. 20:4, 5, 23; Jue. 17:3; 1 S. 5:3, 4; Ro. 1:23). Se hací­an í­dolos de plata, de oro (Sal. 115:4; 135:15), de madera o de otros materiales (Is. 44:13-17). Los í­dolos de metal se hací­an vertiendo el metal fundido en un molde, que en este caso recibí­an el nombre de estatuas o imágenes de fundición. Otros tipos de í­dolos se hací­an tallando la madera, que era a continuación dorada, plateada o policromada. De piedra o madera, estas representaciones, trabajadas con instrumentos de corte, reciben el nombre de imágenes de talla o esculpidas. Isaí­as y Jeremí­as describen su fabricación (Is. 40:19, 20; 44:9-20; Jer. 10:9). Las estatuillas representaban, entre otros, a los dioses domésticos, llamados “terafim” (Gn. 31:34; 35:1-4). Habí­a í­dolos que tení­an las dimensiones de un ser humano (1 S. 19:16). Otros, como el que Nabucodonosor erigió en el valle de Dura, eran de dimensiones colosales (Dn. 3:1). En el siglo IV d.C., cuando los paganos fueron introducidos en masa en la iglesia, entraron con ellos imágenes en algunos edificios cristianos, pero sólo, se dijo, para ornamentación y para la instrucción del pueblo. En el año 736, el emperador de Bizancio León III, el Isáurico, promulgó los edictos contra las imágenes. En el año 780, la emperatriz Irene volvió a introducirlas en la iglesia de Oriente, lo que fue ratificado en el año 787 por el segundo concilio de Nicea. La iglesia de Roma alienta igualmente el culto a las estatuas y representaciones de Cristo, la Virgen Marí­a y los santos. Ello es justificado afirmándose que estos últimos son venerados, en tanto que sólo se adora a Dios y a su divino hijo. Sin embargo, la ley de Moisés prohibí­a totalmente hacerse ninguna representación que pudiera usarse para darle culto, fuera de hombre, mujer, o de lo que fuera (Dt. 4:15-18, 23-24). El segundo mandamiento del Decálogo es uno de los más largos y solemnes (Dt. 5:7-10), e insiste en la prohibición de servir a las imágenes y de postrarse ante ellas. Así­, queda prohibido levantarlas sobre altares, arrodillarse ante ellas, y ponerles cirios, dirigirles oraciones, y llevarlas en procesión. Estas prácticas proceden del antiguo paganismo, siendo totalmente extrañas al cristianismo. Por otra parte, el Señor es un Dios celoso, que reclama nuestra adoración y culto de una forma exclusiva. En el gobierno de Dios, se anuncia el castigo hasta la cuarta generación a aquellos que desobedecieran esta orden formal. Los israelitas cayeron en el pecado de quemar incienso ante la serpiente de bronce hecha por Moisés en el desierto (Nm. 21:4-9), por lo que el rey Ezequí­as la hizo pedazos para dar fin a esta idolatrí­a (2 R. 18:4). El NT indica las razones espirituales de prohibiciones semejantes. Ante todo, Cristo es nuestro único mediador e intercesor todopoderoso, y es una ofensa a él y una insensatez dirigirse a las criaturas tanto o más que a El (Hch. 4:12; Ro. 8:31-34; 1 Ti. 2:5 He 7:24-25; 9:24). Por otra parte, si bien es evidente que una estatua no es nada más que un poco de mármol, de metal o de escayola, Pablo indica que el culto ofrecido al í­dolo es en realidad ofrecido a los demonios (1 Co. 10:19-22). Esta palabra puede parecer muy dura, pero está claro que un acto religioso prohibido no puede redundar más que en provecho del enemigo. Un enemigo que empuja a la adoración idolátrica para que los hombres pierdan de vista al Dios único y verdadero, y para atraerlos a las redes de los poderes demoniacos que se agazapan tras los í­dolos. Queda el hecho de que tanto la Virgen como los “santos” representados por imágenes son muertos, aún no resucitados (Jn. 6:40; 1 Co. 15:22, 23). El AT prohibí­a, bajo pena de anatema e incluso de muerte, la búsqueda de contacto con los difuntos, incluso si habí­an sido creyentes (Lv. 20:6, 27; Dt. 18:10-14; 1 S. 28:3-19; 1 Cr. 10:13-14; Is. 8:19-20). A un nivel espiritual, es evidente que se puede llegar a tener otro tipo de verdaderos í­dolos. Todo lo que en nuestro corazón tome el lugar debido a Dios, sean personas o cosas, son í­dolos. El amor al dinero, la avaricia, la codicia, la glotonerí­a, todo ello son formas de idolatrí­a (Mt. 6:24; Lc. 16:13; Ro. 16:18; Ef. 5:5; Col. 3:5; Fil. 3:19; 2 Ti. 3:4). Los hombres del siglo XX tienen de sí­ mismos el concepto de que son mucho más refinados que los de la antigüedad, pero no son por ello menos idólatras. Los dioses a los que sirven son Mamón, Venus, el Deporte, el Estado, el Poder, el Yo, que ponen a la criatura, con su orgullo y apetitos insaciables en pos de placeres, en lugar del Creador (Ro. 1:25). Huyamos, pues, de los í­dolos y de toda idolatrí­a, tanto externa como interior (1 Co. 10:7; Ro. 2:22; 1 Jn. 5:21). El único medio de conseguirlo será dando nuestra adhesión de todo corazón al maravilloso Dios, nuestro Creador, que nos amó hasta el punto de dar a su Hijo unigénito por nosotros, y que busca nuestra adoración en Espí­ritu y en verdad (Jn. 4:23-24). Para un examen histórico de la influencia de la idolatrí­a en Israel, véanse HISTORIA BíBLICA (c), ISRAEL, LUNA, DIVINIDADES PAGANAS. Véanse también ADIVINAClí“N, SACRIFICIO, PABLO, GENTILES.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Objeto al que se le tributa culto, veneración o respeto. Literalmente significa imagen (eidos, en griego imagen; y eidolon, imagen de culto)

Tradicionalmente se relaciona con un objeto de culto, amoroso o temeroso, pero siempre respetuoso y motivo de veneración supersticiosa o de aceptación resignada de su incomprensibilidad.

En la Filosofí­a se alude a imagen atractiva y condicionante que desconcierta. Desde Francisco Bacón de Verulam, se les mira como objetos que perjudican la reflexión pura y perfecta y que deben ser destruidos, o superados, para llegar a la verdad: idola tribus (de la propia raza o familia), idola specus (de los prejuicios propios), idola fori (del entorno social), idola theatri (de apariencia y autoridades)

El sentido metafórico de los í­dolos se hace presente incluso en textos del Nuevo Testamento, cuando la práctica idolátrica entre los racionalistas griegos y los supersticiosos romanos era muy frecuente. Son 33 las veces que se habla de í­dolos; de ellas 25 aparecen en el contexto paulino (sus Epí­stolas y en los Hechos). El rechazo bí­blico aparece preferentemente en los Profetas, en donde se condena sin paliativos y donde se hace frontalmente antagónico con el culto a Yaweh, único y verdadero Dios.

Algunas descripciones idolátricas merecen un comentario singular en catequesis: Salmos 113 y 78; Is. 40. 18-21; Is. 44. 9-22: Jer. 10. 1-26; Dan 3.1-23; Sab. 13. 10-19. El idólatra es lo más opuesto al cristiano. Y por eso siempre la Iglesia miró la idolatrí­a como un pecado grave y consideró alejado de ella a quien la practicara por miedo, debilidad o sobre todo por malicia intencionada.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa