INSTITUTOS SECULARES

DicEc
 
Los elementos principales de los institutos seculares —vida consagrada vivida en medio del mundo y no en comunidad— se remontan a varios siglos atrás. Sin embargo, las opiniones varí­an acerca de cuándo empiezan los institutos seculares en el sentido moderno del término. Para algunos canonistas y teólogos, finales del siglo XIX y comienzos del XX serí­a una fecha aceptable, con O. Kozminski (1829-1916) en Polonia y A. Gemelli (1875-1959), el fundador italiano de los Misioneros del Reino de Cristo. El segundo adoptó una frase que se convertirí­a en una constante en los textos magisteriales, conciliares y canónicos: “trabajar desde dentro del mundo”.

>Pí­o XII reconoció formalmente los institutos seculares en la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia de 1947 y en documentos posteriores. Los institutos seculares se multiplicaron y la literatura relativa a ellos creció consecuentemente (sobre todo en francés y en italiano). Proliferaron los estudios, especialmente sobre su secularidad, su vocación de presencia en el mundo, su papel en la Iglesia, su distinción de la vida religiosa.

El Vaticano II reconoció la vocación particular de los institutos seculares: “Los institutos seculares, aunque no sean institutos religiosos (quamvis non sint instituta religiosa), llevan, sin embargo, consigo la profesión verdadera y completa, en el siglo, de los consejos evangélicos, reconocida por la Iglesia. Esta profesión confiere una consagración a los hombres y mujeres, laicos y clérigos, que viven en el mundo” (PC 11). Pueden constituir organismos similares a las conferencias de superiores mayores (PC 23); se reconoce su contribución a la actividad misionera (AG 40).

El I Congreso internacional de institutos seculares, celebrado en Roma en 1970, mostró un gran >pluralismo: algunos eran prácticamente congregaciones religiosas en todo salvo en el nombre; otros, en cambio, no querí­an aceptar el compromiso con los consejos evangélicos, sino que deseaban una consagración más general.

En el derecho canónico los institutos seculares se tratan dentro del apartado dedicado a la vida consagrada (CIC 573-606), para luego dedicarles unos cánones especiales (710-730), que se inician con una definición: “Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él” (CIC 710). El canon recoge su caracterí­stica especí­fica: la consagración de la secularidad. El modo concreto en que cada instituto ha de vivir los consejos evangélicos han de determinarlo en cada caso las constituciones; y se añade: “conservando sin embargo en el modo de vivir la secularidad propia del instituto” (CIC 712 y cf 598-601 para los consejos). La finalidad apostólica de los institutos seculares se expresa de un modo que recuerda a Pí­o XII: “Los miembros de estos institutos manifiestan y ejercen su propia consagración en la actividad apostólica y, a manera de levadura, se esfuerzan por impregnar todas las cosas con el espí­ritu evangélico, para fortaleza e incremento del cuerpo de Cristo” (CIC 713 § 1). El canon sigue luego describiendo esta misión apostólica con los términos usados por LG al hablar de los laicos (31-32. 34), aun cuando también los sacerdotes puedan ser miembros de estos institutos (CIC 313 § 3; 715 § 1). El derecho contempla la posibilidad de que los miembros puedan vivir solos o en grupo (CIC 714). Se insiste en la formación de los miembros, inicial y permanente (CIC 722; 724). Existe la posibilidad de que algunos institutos ofrezcan una forma de asociación a otros que no sean miembros en sentido estricto (CIC 725); un caso evidente serí­a el de los casados (CIC 721 § 1, n 3), que no pueden atarse por los consejos evangélicos que constituyen a los institutos seculares como una forma de vida consagrada. En general el derecho muestra una flexibilidad apropiada a una forma de la vida de la Iglesia que está todaví­a en proceso de transformación.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

El modo de vivir de los Apóstoles (la “Vida Apostólica”) se ha concretado según diversas modalidades, siempre como “consagración” radical en el seguimiento evangélico. Los Institutos Seculares tienden a vivir esta consagración total en la plena inserción en el mundo (“secularidad”). Sus miembros “quieren vivir la consagración a Dios en el mundo mediante la profesión de los consejos evangélicos en el contexto de las estructuras temporales, para ser así­ levadura de sabidurí­a y testigos de gracia dentro de la vida cultural, económica y polí­tica” (VC 10).

Se busca siempre “la perfección de la caridad” (LG 40) y, por tanto, la santidad, pero con la lí­nea de “santificación” en el mundo y del mundo, desde dentro de las realidades temporales. Se quiere vivir esta santificación desde la práctica de los consejos evangélicos, asumidos con ciertos compromisos, que serán concretados en los estatutos respectivos. La forma de vida fraterna o “comunitaria” queda especificada en esos mismos estatutos, pero, en general, no es tan estricta como en la vida religiosa, para poder dar más margen a la inserción secular. Los Institutos seculares pueden ser laicales, clericales o mixtos, sin modificar su estado laical o clerical. Los sacerdotes pueden estar incardinados en la diócesis o en el Instituto, formando siempre parte del Presbiterio diocesano.

La calificación de “secular” indica la inserción en el mundo para injertar en él el espí­ritu evangélico, por la convivencia, el trabajo, la acción apostólica, los servicios sociales y de caridad. Con su propia autonomí­a (que es distinta en laicos y clérigos), cooperan activa y armónicamente en la comunidad eclesial y, de modo especial, en la Iglesia particular, en comunión con el propio obispo.

Los Institutos seculares sirven a la Iglesia en cuanto ella está en medio de mundo, con una presencia incisiva, mediante una sí­ntesis peculiar de secularidad y de consagración. Su dimensión “secular” es inherente a la misión que deben desempeñar a la luz de la Encarnación. El equilibrio entre consagración, secularidad y misión es un servicio de diálogo entre la Iglesia y el mundo.

Referencias Asociaciones devida apostólica, consagración, laicado, movimientos eclesiales, vida consagrada, ví­rgenes consagradas.

Lectura de documentos Const. Apost. “Provida Mater” (Pí­o XII, 1947); PC 11; AG 40; CIC 710-730; CEC 928-929; VC 10, 32, 110.

Bibliografí­a AA.VV., Preti nel mondo per il mondo. Appunti di spiritualití  presbiterale (Milano, OR, 1983); AA.VV., Movimenti ecclesiali contemporanei (Roma, LAS, 1980); J. BEYER, Institutos seculares, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1972ss) III, 942-946; S. CANALS, Los instituos seculares (Madrid, Rialp, 1960); M.T. CUESTA, Institutos seculares, en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada (Madrid, Publicaciones Claretianas, 1989) 891-907; G. ESCUDERO, Los institutos seculares (Madrid, Coculsa, 1965); F. MAZZOLI, Los Institutos Seculares en la Iglesia (Madrid, Studium, 1971); A. OBERTI, Gli istituti secolari, una presenza viva nella Chiesa e nel mondo (Milán, OR, 1986); Idem, Gli instituti secolari nel nuovo Codice di diritto canonico Vita Consacrata 19 (1983) 294-303; J.M. SETIEN, Institutos seculares para el clero diocesano (Vitoria 1957).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Del sacramento del Bautismo arranca la llamada universal a la santidad, aunque los caminos de realización existencial sean diversos.

Se trata de distintas maneras de colaborar con Cristo en la salvación de todos los hombres. Una de estas formas es la secularidad consagrada; y consagrada no sólo por los sacramentos del bautismo y de la confirmación, sino por una aceptación especial y particular de la llamada de Cristo a participar más í­ntimamente y más radicalmente en la obra de salvación universal en medio del mundo.

Esta nueva consagración, como dice el Vaticano II, “radicada en la consagración bautismal, la expresa más plenamente” (Perfectae Charitatis, n. 5). Y es que la consagración, tanto religiosa como secular, supone un intento de vivir con radicalidad las exigencias del bautismo en cuanto al seguimiento e imitación de Cristo. Su radicalidad se expresa en la plena disponibilidad y dedicación a trabajar por el Reino.

Es lo que dice el Código de Derecho Canónico en el canon 577: “En la Iglesia hay muchos institutos de vida consagrada… siguen más de cerca a Cristo ya cuando ora, ya cuando anuncia el Reino de Dios, ya cuando hace el bien a los hombres, ya cuando convive con ellos en el mundo, aunque cumpliendo siempre la voluntad del Padre”. Recordemos que, a los Institutos Seculares dedica el Código 21 canones: del 710 al 730.

Pí­o XII, en la Provida Mater, fue quien otorgó a los Institutos Seculares como la carta de ciudadaní­a en la Iglesia.

Afirmando que son tan estados de perfección como puedan serlo los Institutos Religiosos, si bien con ciertas peculiariedades. Así­ se afirma expresamente, en el apartado II.1., que “ni admiten los tres votos públicos de religión, ni imponen a todos sus miembros la vida común o morada bajo el mismo techo”.

La novedad de esta intuición viene a romper viejos esquemas y es lógico que hubiese ciertas dubitaciones e imprecisiones a la hora de su reglamentación.

En algunos ambientes sigue latente en el subconsciente la idea de que los Institutos Religiosos son el modelo de estructuración de todos los estados de perfección. Así­, por ejemplo, la vida comunitaria, como una de las diferenciaciones entre los Institutos Religiosos y los Institutos Seculares, exige en los primeros unas determinaciones que no se exigen en los segundos. Por lo que puede dar la sensación de que los primeros están más completos y acabados, y los segundos, un poco mas en el aire. Cuando, en realidad, la finalidad de los Institutos Seculares no está en la separación del mundo y en la vivencia de la vida comunitaria, sino en la inserción en la actuación apostólica dentro del mundo, viviendo y ejerciendo la secularidad en forma cristiana.

Por eso afirma el Primo Feliciten, apart. II, refiriéndose a los Institutos Seculares: “En la ordenación de todos los Institutos se ha de tener siempre presente que debe resplandecer bien patente en todos ellos el propio y peculiar carácter de estos Institutos, es decir, el secular, en el cual radica toda la razón de su existencia”.

Conviene realizar tres observaciones sobre el carácter secular de los Institutos:

1. Se da este carácter secular porque se vive en el siglo. De ahí­ el apelativo secular; y se vive como vive cualquier otro cristiano ” en todo lo que es lí­cito y pueda compaginarse con los trabajos y deberes de la perfección” (Primo Feliciter, Apart. II).

2. Se ejerce la misión y el apostolado en el siglo; esto significa que se ejerce el apostolado en el mundo, no a través de una asociación o agrupación, sino con responsabilidad propia y personal (espiritualidad de mediación), no en nombre del Instituto. Aunque el Instituto sea el punto de referencia en razón del carisma propio. Se ejerce incluso “en lugares tiempos y circunstancias prohibidos o inaccesibles a los sacerdotes y religiosos” (Provida Mater., n. 10).

3. Se ejerce por medio del siglo, es decir, por medio del las estructuras, profesiones y asociaciones netamente seculares. Como dice el Primo Feliciten, Apartado II, se actúa “desde el siglo y, por consiguiente, en las profesiones, formas, actividades, lugares, circunstancias correspondientes a esta condición secular”.

Para afianzar aún más este triple aspecto o dimensión, recordamos unas palabras de Pablo VI el 26 de septiembre de 1970 en el encuentro internacional de Institutos Seculares:

“(…) ¿Abandonaremos o podremos conservar nuestra forma secular de vida? Esta es vuestra pregunta; la Iglesia ya ha respondido; sois libres para elegir; podéis continuar siendo seculares… Y tendréis así­ un campo propio e inmenso en que dar cumplimiento a vuestra tarea doble: vuestra santificación personal, vuestra alma, y aquella consecratio mundi, cuyo delicado compromiso, delicado y atrayente, conocéis; es decir, el campo del mundo; del mundo humano, tal como es, con su inquieta y seductora actualidad, con sus virtudes y sus pasiones, con sus posibilidades para el bien y con su gravitación hacia el mal, con sus magní­ficas realizaciones modernas y con sus secretas deficiencias e inevitables sufrimientos… Es un camino difí­cil, de alpinista del espí­ritu”.

En septiembre de 1972 seguí­a diciendo Pablo VI a los responsables de los Institutos Seculares: “Secularidad (…) debe significar, ante todo, toma de conciencia de estar en el mundo como lugar propio vuestro de responsabilidad cristiana”.

En febrero de 1972, con motivo del XXV Aniversario de la Provida Mater, habí­a dicho que la secularidad “no sólo representa una condición sociológica, un hecho externo, sino también una actitud: estar en el mundo, saberse responsable para servirlo, para configurarlo según el designio divino en un orden más justo y más humano con el fin de santificarlo desde dentro”.

Por tanto, la secularidad hay que entenderla desde la existencia personal, dentro de este mundo, reordenando las realidades temporales según el espí­ritu cristiano y haciendo presente en ellas al Rey y su Reino.

Concretando aún más en este campo de las realidades temporales, Pablo VI, como si tuviera presente a los Institutos Seculares, escribí­a en “Evangelii Nuntiandi”, n. 70:

“Su tarea primera (…) es el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la polí­tica, de lo social, de la economí­a, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas”. De estas palabras se hará también eco Juan Pablo II en su discurso del 28 de agosto de 1980 a los Institutos Seculares.

Todo ello nos hace descubrir la sintoní­a de los Institutos Seculares con el nuevo estilo de evangelización del mundo moderno. Los Institutos Seculares están llamados a una extraordinaria fecundidad apostólica en esta hora de nueva evangelización. De nuevo, Pablo VI alude a este futuro prometedor cuando, dirigiéndose a los Institutos Seculares en el XXV Aniversario de la Provida Mater, dice: “no puede menos de verse la profunda y providencial coincidencia entre el carisma de los Institutos Seculares y una de las lí­neas más importantes y más claras del Concilio: la presencia de la Iglesia en el mundo”.

Hay que saber aunar consagración y secularidad. Ambas realidades, como constitutivos de su carisma propiamente laical. Aludiendo a esta doble realidad de la secularidad y de la consagración dijo Pablo VI a los responsables de Institutos Seculares en 1971: “Ninguno de los dos aspectos de vuestra fisonomí­a espiritual puede ser supervalorado a costa del otro. Ambos son “coesenciales”.

Un cristiano, al ingresar en un Instituto, continúa en la misma situación profesional y secular de antes, pero ahora “especialmente” consagrada.

Con palabras sencillas, una de las caracterí­sticas de los miembros de los Institutos Seculares es que no se trasladan cuando ingresan en éstos, sino que se quedan en el mismo lugar y en la misma profesión en que se encuentran para, desde allí­ mismo, ser fermento evangelizador del mundo y vivir su propia vocación a la santidad radical.

Los Institutos Seculares son una respuesta a la presencia de la Iglesia en el campo de la secularidad; una respuesta a la urgencia de la presencia cualificada del seglar cristiano en el mundo. Esta presencia no es sólo testimonial, sino activa y eficiente. Trata de estructurar el mundo según el espí­ritu del evangelio. La vida secular, reconociendo la presencia de su Señor en la jerarquí­a, y animada por el testimonio de los religiosos, intentará forjar un nuevo mundo que se realice en el amor y en la caridad de Cristo.

La tarea no es fácil; se sienten en medio del mundo en un trabajo de “mediación”, de ser fermentos en la masa. Es necesario que los Institutos hagan un esfuerzo, si es preciso, de adaptación a la hora de vivir la secularidad.

La fidelidad no consiste en no cambiar, sino en tener la decisión necesaria para cambiar, con tal de prestar a la Iglesia y a los hombres el servicio que Dios quiere y como quiere, es decir, una renovación en fidelidad y con creatividad al propio carisma y vocación.

El hecho mismo de que con frecuencia se considere a los Institutos femeninos como “religiosas seglares o como religiosas que viven en sus casas” puede ser una llamada de Dios para purificar un estilo de vida en la lí­nea de la secularidad. Esto no obsta para que se tengan algunas casas, para los fines especí­ficos y muy concretos del propio Instituto.

La Provida Mater lo dice expresamente en III, 4: “Los Institutos Seculares, aunque no imponen a todos sus miembros, según la norma del derecho, la vida común o la conmemoración bajo un mismo techo, sin embargo, conviene que tengan, según la necesidad o utilidad, una o varias casas comunes…”; y sigue señalando algunas de estas necesidades: para que residan los dirigentes-animadores o para formación o reuniones y para casos de enfermos o inválidos, o casos especiales en los que no conviene que vivan privadamente en sus casas.

BIBL. – J. GEA ESCOLANO, Fermento en el mundo, PPC, Madrid 1986, 29-38; 160-165; T. DE URKIRI, Ví­rgenes Seglares Consagradas, Atenas, Madrid 1986; A. DíAZ TORTAJADA, Fermento en el mundo, Edicep, Valencia 1991; CONFERENCIA ESPAí‘OLA DE INSTITUTOS SECULARES, Identidad y misión de los Institutos Seculares hoy, Madrid 1984; J. BEYER, Los institutos de vida consagrada, BAC, Madrid 1978, 198-215; A. L. AMAT, El seguimiento radical de Cristo, Vol II, Encuentro, Madrid 1987, 625-717.

Raúl Berzosa Martí­nez

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Los institutos seculares se distinguen por completo de todas las formas precedentes de vida consagrada, por el hecho de que las personas que forman parte de ellos permanecen en el mundo, sin estar obligados a la vida en común; son laicos entre laicos; es éste el elemento esencial y determinante de su vocación.

1. Sí­ntesis histórica.- Los miembros de los institutos seculares realizan una forma de consagración a Dios vivida en el mundo, en su propia familia: este modo de vivir está atestiguado ya en los cuatro primeros siglos de la era cristiana: era la virginidad consagrada por el “reino” sobre la base del evangelio. En los siglos 1V y y nace la vida común en los monasterios, que se desarrolló notablemente en la Edad Media y, si se exceptúa las experiencia de las beguinas y los begardos en la Edad Media, la consagración en el mundo desaparece hasta la Edad Moderna. El primer intento de constituir asociaciones de personas consagradas a Dios en el mundo, permaneciendo en sus propias familias o en el propio ambiente socio-laboral, se tuvo en el siglo XVl con íngela de Mérici. Pero en aquellos tiempos habí­a serias dificultades, ligadas a las estructuras sociales de la época, sin contar con que la mujer no tení­a entonces aquella plena independencia jurí­dica y aquella autonomí­a que se necesitan para vivir en el mundo la consagración como seglar.

Así­, después de la muerte de íngela de Mérici, la Compañí­a fundada por ella tuvo que encaminarse hacia una forma de vida conventual, por decisión de las autoridades eclesiásticas de aquel tiempo.
El carisma de íngela de Mérici no se apagó por completo: en 1866, su Compañí­a recobró la fisonomí­a que habí­a querido la fundadora y tomó la forma de “Instituto secular”.

A finales del siglo pasado se dieron los primeros intentos de verdaderas asociaciones de laicos consagrados a Dios, confirmadas por el decreto Ecclesia catholica, emitido por la Congregación de obispos y regulares, y confirmado el 1 1 de agosto de 1889 por León XIII.

En 1917 se promulgó el Código de Derecho Canónico, que sancionaba la existencia en la Iglesia de tres categorí­as de personas: clérigos, religiosos y J laicos. En los cánones 107 y 948 se consideraban como “laicos” a los “no clérigos”, aunque fueran religiosos. Se hablaba también de los diversos tipos de asociaciones de laicos, pero la profesión de los consejos evangélicos seguí­a siendo exclusiva de los religiosos y – se distinguí­a de los laicos.

Con la Constitución apostólica Provida mater ecclesia (2 de febrero de 1947) se trazó sintéticamente una historia de los “estados de perfección” desde las órdenes religiosas hasta las congregaciones y asociaciones de vida común. Y al final de este camino se insertan las nuevas instituciones de laicos (y de sacerdotes seculares). De esta manera se concedí­a un lugar en la Iglesia a la nueva forma de vida consagrada.

2. El concilio Vaticano II – El concilio Vaticano II afirmó algunas motivaciones profundas de los laicos consagrados a Dios en el mundo. En la Gaudium et spes se dice que el hombre, creado a imagen de Dios, ha recibido el mandato de someter la tierra con todo cuanto contiene y de gobernar el mundo en la justicia – y la santidad, así­ como de llevar a Dios al universo entero y a él mismo (cf. GS 34 y 43).

Todos en la Iglesia, tanto si pertenecen a la jerarquí­a como si son dirigidos por ella, están llamados a la santidad, según las palabras del apóstol: “Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (cf. LG 39-42). En el n. 31 de la LG se reconoce lo especí­fico del laicos: “A los laicos les pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos-temporales” (LG 31).

El papa Pablo VI, el 26 de abril de 1968, hablando a los miembros del Instituto Cristo Rey, habí­a aludido a la consagración del mundo que debí­a realizarse a través del ejercicio de la propia profesión civil : ” campo fecundo… y fuente constitutiva de vuestra espiritualidad y de vuestra santidad”.

El concilio Vaticano II no habló mucho de los institutos seculares. En el Decreto Perfectae caritatis, n. 1, dice expresamente que la renovación de la vida religiosa se refiere también a los institutos seculares (PC 1 ), aunque “no sean religiosos”; y de manera especí­fica afirma: “Los institutos seculares, aunque no son institutos religiosos, llevan sin embargo consigo una verdadera y completa profesión de los consejos evangélicos en el mundo, reconocida por la Iglesia” (PC 11).

Y para poner de relieve el carácter misionero de los institutos seculares en el Documento Ad gentes, n. 40, dice: “Creciendo cada dí­a en la Iglesia, por inspiración del Espí­ritu Santo, los institutos seculares, sus obras, bajo la autoridad del obispo, pueden resultar fructuosas en las misiones de muchas maneras, como signo de entrega plena a la evangelización del mundo”.

El concilio Vaticano II ha dado paso a una nueva época en la historia de la Iglesia. Los institutos seculares representan precisamente esta ” nueva época” en la historia de la consagración a Dios. Esta nueva época puede compararse con la que iniciaron los mendicantes en el siglo XIII y las congregaciones religiosas en los siglos xv y XVl.

El laico tiene que realizar los consejos evangélicos en el mundo. Los principios son siempre los mismos: la radicalidad del Evangelio, el amor mutuo, el espí­ritu de las bienaventuranzas, la vida de la Palabra de Dios, la aceptación del dolor como medio de purificación, el amor a la Virgen Marí­a, el deseo de ser fermento de unidad en medio del mundo. Para ello el laico tiene que vivir plenamente lo que Jesucristo quiere de él y trabajar por extender el Reino de Diós, por construir la Iglesia.

Teniendo además en cuenta que él tiene la posibilidad de encontrarse en medio del mundo, llevará allí­ la luz del Evangelio, informando de ella todas las cosas.

A. A. Tozzi

BibI.: J Beyer Institutos seculares, en SM, III, 942-946; M. T Cuesta. Institutos seculares, en DTVC.891-907. H. U von Balthasar Sobre la teologí­a de los institutos seculares, en Ensavos teológicos, 11. Sponsa Verbi, Madrid 1965, 503-545; G. Escudero, Los institutos seculares, Coculsa, Madrid 1965: E Mazzoli, Los institutos seculares en la Iglesia, Studium, Madrid 1971.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. Sus orí­genes – II. Consagración secular. Secularidad consagrada – III. Vida evangélica. Consejos evangélicos – IV. Comunidad espiritual – V. Dificultades y remedios. La prueba de los hechos.

1. Sus orí­genes
La historia de la consagración especial de laicos que viven y actúan en pleno mundo se remonta a los tiempos del cristianismo primitivo, en los que se tiene clara noticia de ví­rgenes totalmente dedicadas al reino de Dios. Debido a la extrema simplicidad de las estructuras eclesiales y a las frecuentes persecuciones, tales presencias quedaron aisladas y limitadas en su número.

Las vicisitudes de los siglos sucesivos y la consolidación de la vida religiosa [>Vida consagrada] hicieron cada vez más marginal y limitado el fenómeno, hasta que, a comienzos de la crisis eclesial que siguió a la reforma protestante, santa Angela Merici fundó hacia 1530 una compañí­a de ví­rgenes seculares, las cuales -respondiendo personalmente a las exigencias objetivas que poco a poco se iban manifestando- se dedicaba, permaneciendo en el seno de su familia y en su propio ambiente, a los pobres y sobre todo a la juventud abandonada.

La idea volvió a surgir 260 años más tarde, en el clima candente de la Revolución francesa, con el padre De la Cloriviére. Tras la supresión de las órdenes religiosas decretadas por los Estados Generales (1790), fundó dos sociedades, una sacerdotal y otra femenina (los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús y las hijas del Corazón de Marí­a), las dos con votos y reglas, aunque sin vida común, sin hábito y sin observancia claustral.

Finalmente, cuando en la segunda mitad del s. xlx se puso de manifiesto el grave proceso de descristianización de los paí­ses europeos, este ideal cobró nueva vida en varios paí­ses de Europa.

En 1938 estos organismos (llamados entonces “asociaciones”) eran unos veinte, distribuidos por ocho paí­ses. Sus fundadores o responsables participaron aquel año en una reunión organizada en San Galo (Suiza) por el padre Agostino Gemelli OFM, con el consentimiento de Pí­o XI. Al final firmaron una petición al Santo Padre para que concediese a sus asociaciones el reconocimiento jurí­dico. La cosa resultaba muy difí­cil, ya que el Código de Derecho Canónico no preveí­a una plena consagración de laicos, sino que más bien situaba a los que profesaban los consejo’ evangélicos (llamados entonces indiscriminadamente “religiosos”) en una posición intermedia entre los clérigos y, los laicos (c. 107); así­ pues, parecí­a lógico que los dos términos “laicidad” “consagración” tení­an que excluirse, mutuamente.

En 1939 el padre Gemelli redactó. -con la colaboración de Giuseppe Dossetti- una “memoria” histórico-jurí­dico-canónica sobre las “asociaciones de laicos consagrados a Dios en el, mundo”. Mas por disposición del Santo Oficio tuvo que retirarla; los tiempos no estaban maduros.

Sin embargo, ocho años más tarde, o sea en 1947, era promulgada la constitución apostólica Provida Mater Eeclesia, con la que Pí­o XII daba vida finalmente a los “institutos seculares” (= IS), reconocidos por la Iglesia como “sociedades, clericales o laicales, cuyos miembros, permaneciendo en el mundo, profesan los consejos evangélicos para adquirir la perfección cristiana y para ejercitar plenamente el apostolado”; y esto en dos grandes direcciones: “renovar cristianamente las familias, las profesiones y la sociedad civil, con el contacto í­ntimo y cotidiano de una vida consagrada estable y totalmente a la perfección” y “desempeñar ministerios en lugares, tiempos y circunstancias en los que los sacerdotes y religiosos no podrí­an ejercitarlos o sólo de manera muy difí­cil”.

El año siguiente Pí­o XII, con el motu proprio Primo feliciter, recomendaba que “al dar un ordenamiento a estos institutos” se asegurase de que “siempre y en todo se ponga de manifiesto lo que constituye el carácter propio y especí­fico de estos institutos, o sea, la secularidad, en la que reside toda su razón de ser”. Precisaba, además, que “toda la vida… tiene que convertirse en apostolado”, de tal manera que “manifieste el espí­ritu interior que lo informa y al mismo tiempo lo alimente y lo renueve continuamente”. Este apostolado -entendido como dimensión global de la vida en los IS- tení­a que ejercerse “veluti ex saeculo”, o sea, desde dentro del mundo. [>Vida consagrada, III, 5].

II. Consagración secular. Secularidad consagrada
El ideal estaba ya claramente definido y reconocido oficialmente. Se presentaba ahora el problema de traducirlo en una experiencia colectiva coherente. en una doctrina orgánica y adecuadamente fundada. La empresa resultó difí­cil, sobre todo por causa de algunos teólogos y canonistas que se sentí­an inclinados instintivamente a situar de una manera o de otra esta gran novedad dentro de los esquemas del pasado.

Sólo en septiembre de 1970, con ocasión del l Congreso mundial de los IS en Roma, quedaron definitivamente resueltas las cuestiones de principio. El prefecto de la congregación de religiosos y de IS, el cardenal Ildebrando Antoniutti, afirmó en el discurso inaugural: “Para algunos -que no pertenecen ciertamente a institutos seculares- la secularidad seria una pequeñez, un aspecto puramente fenoménico que esconderí­a una realidad muy distinta; pero esto no es verdad, ni mucho menos hay que entender la secularidad en su aspecto o contenido lógico, que es el más sencillo, el más normal, el más completo, el que más comúnmente se entiende. Lo mismo que el bautismo, la confirmación y el orden dejan intacta la secularidad especí­fica del fiel, así­ la consagración de los IS deja intacta la secularidad de sus miembros”.

Y el papa Pablo VI, después de hablar largamente a los congresistas de su especial consagración en plena profesión de los consejos evangélicos, afirmó claramente por dos veces: “Sois laicos”, concretando: “En la forma común a todos”; “vuestra opción no os separa del mundo, de esa profanidad de vida en la que los valores preferidos son los temporales”.

El 2 de febrero de 1972 Pablo VI volvió sobre el tema al recordar el 25 aniversario de la Provida Mater: “El alma de todo instituto secular ha sido el ansia profunda de una sí­ntesis; ha sido el anhelo de la afirmación simultánea de dos caracterí­sticas: 1) la consagración plena de la vida según los consejos evangélicos y 2) la responsabilidad plena de una presencia y de una acción transformadora desde dentro del mundo para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo”.

Aquel mismo año, hablando a los responsables generales de los IS reunidos en su I asamblea mundial, insistió en el tema, precisándolo más: “Os encontráis en una misteriosa confluencia de dos poderosas corrientes de la vida cristiana, recogiendo riquezas de la una y de la otra. Sois laicos, consagrados como tales por los sacramentos del bautismo y de la confirmación; pero habéis escogido acentuar vuestra consagración a Dios con la profesión de los consejos evangélicos, asumidos con obligaciones y con un ví­nculo estable y reconocido. Seguí­s siendo laicos, empeñados en los valores seculares propios y peculiares del laicado; pero la vuestra es una ‘secularidad consagrada”‘.

De este modo, añadí­a Pablo VI en el discurso a la II Asamblea del Consejo Mundial de IS (25 agosto 1976), “si permanecen fieles a la vocación propia, los institutos seculares, serán algo así­ como el laboratorio experimental en el que la iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo”.

III. Vida evangélica. Consejos evangélicos
El decreto Perfectae caritatis 2, a, del Vat. II, afirma que, “como quiera que la última norma de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio, ésa ha de tenerse por todos los institutos como regla suprema”.

Es un principio importante para la Iglesia de hoy que al comienzo de una nueva época histórica vive una de las aventuras más arduas y decisivas de su historia. Inspirarse, de forma genuina y total, en la enseñanza de Cristo, recogida y transmitida por quienes la escucharon directamente y vivieron con él la experiencia irrepetible de la primera comunidad, es la condición absoluta para enfrentarse con los problemas de una sociedad acuciada por una profunda crisis espiritual, como es precisamente la nuestra. Releer y revivir a fondo el evangelio sine glossa (san Francisco de Así­s), evitando elecciones -siempre arbitrarias- en el conjunto de los temas tan ricos y al mismo tiempo estrechamente unitarios que expresa el evangelio, rechazando tanto los cómodos reductivismos como los rí­gidos literalismos, y abriéndose, por el contrario, con lealtad, sencillez y prontitud al significado de las enseñanzas de Cristo captado en la lectura comunitaria de la Iglesia bajo la guí­a auténtica del magisterio, poniéndolo en contacto directo con nuestra vida entera en sus dimensiones personales y sociales, espirituales y materiales, sagradas y profanas: ésta, y solamente ésta, es la gran regla de todos los consagrados y, de manera especialí­sima, de los miembros de los institutos seculares. Solamente esto “garantiza que la intensa relación directa con el mundo no se convierta en mundanidad o naturalismo, sino que sea expresión del amor y de la misión de Cristo” (Pablo VI, discurso del 2 de febrero 1972).

En esta lí­nea -continúa Pablo VI-“los consejos evangélicos -aunque comunes a otras formas de vida consagrada- adquieren un significado nuevo, de especial actualidad en el tiempo presente”. De esta actualización ofrece el Papa dos versiones: la primera, en el discurso que acabamos de recordar; la segunda, en el que pronunció, unos meses más tarde, en la 1 Asamblea del Consejo mundial de IS (20 sept. 1972). Ofrecemos a continuación una sí­ntesis.

La castidad es amor desinteresado e inagotable sacado del corazón mismo de Dios; entrega gozosa a todos sin ligarse a ninguno; esfuerzo constante para conseguir el dominio real de uno mismo, y vida en el espí­ritu proyectado hacia las realidades celestiales [>Celibato y virginidad]; la pobreza es recto uso de los bienes creados; signo de solidaridad con los hermanos probados; uso de los medios de la civilización y del progreso sin hacerse esclavo de ellos [>Pobre]; la obediencia es humilde aceptación de la mediación de la Iglesia y, más en general, de la sabidurí­a de Dios, que gobierna el mundo a través de las causas segundas; renuncia a toda opción personal cómoda en plena disponibilidad a la voluntad de Dios, cual se manifiesta en la vida cotidiana, en los signos de los tiempos, en las exigencias de salvación del mundo de hoy [>Obediencia].

El orden adoptado pone en primer lugar la castidad. En efecto, como se afirma en un documento de la Congregación de religiosos y de institutos seculares (Les personaes mariées et les instituts séculiers, en Informationes 1976, 1), el elemento esencial y constitutivo de la consagración a Dios en un instituto de perfección es la castidad perfecta en el celibato. En ella está el centro de la vocación especí­fica que caracteriza esencialmente a un instituto secular y a sus miembros en sentido estricto.

Esta alusión no carece de significado. Efectivamente, aunque la Provida Mater disponí­a en la lex peculiaris (art. 3,2) que los miembros “en sentido estricto” de los IS tení­an que profesar el celibato y, en consecuencia, la instrucción Cum Sanctissimus (19 marzo 1948) preveí­a (n. VII, a) que las personas casadas sólo podí­an ser miembros de los IS en “sentido amplio”, en los años que siguieron al Vat. II se fue difundiendo la idea de que el realce dado por el mismo (GS 49) al “valor sagrado del estado matrimonial” suponí­a la posibilidad de una integración completa de las personas casadas en los IS. La Congregación de religiosos, con el documento citado, reafirmó sin vacilaciones las normas de la Provida Mater y de la Cum Sanctissimus, pensando en la posibilidad de asociaciones capaces de ayudar a aquellas personas casadas que quisieran comprometerse comunitariamente en el seguimiento de Cristo dentro del espí­ritu de las bienaventuranzas y de los consejos evangélicos.

IV. Comunidad espiritual
La vida de cada uno de los miembros de los IS se desarrolla en una doble dirección: centrí­fuga (inserción de un sector del mundo, elegido por vocación o circunstancias naturales) y centrí­peta (confluencia en la comunidad del instituto secular, en la que se encuentra con los demás miembros procedentes de las situaciones más diversas, a veces humanamente opuestas).

La primera dirección vital (centrí­fuga) afirma que la salvación que nos ha traí­do Cristo, y que vive de modo especial el que se entrega a él por entero, puede obtenerse directa e inmediatamente en todas las realidades temporales, en contacto con aquellas estructuras y situaciones (trabajo dependiente, sindicato, polí­tica, cultura, conflictos sociales) que fueron, sin embargo, el lugar en que se consumó la separación del mundo moderno de su matriz cristiana; y, asimismo, que es posible vivir la plenitud de la entrega a Dios en el servicio a los hombres inmersos en el mundo descristianizado de hoy; rezar -en la medida que lo exige la consagración especial- en medio de los compromisos agobiantes, pero que obligan en conciencia al que ejerce con dedicación completa una profesión profana o es militante de una formación social; mantener el equilibrio espiritual y psí­quico en el vértigo de los acontecimientos que sacuden la sociedad actual, sin el apoyo de un convento y sin el sos tén y el estí­mulo de una familia.

La segunda dirección vital (centrí­peta) estimula incesantemente a buscar el sentido unitario, globalizante, de cada una de las presencias en el mundo; a animarlas a todas con un espí­ritu común; a hacerlas expresión de aquella comunión universal dentro del respeto a las legí­timas diferencias que caracteriza el ideal cristiano. Es el unum sint extendidp desde la Iglesia a todo el mundo.

El instituto secular es el primer campo de experimentación de esta unidad tan difí­cil, pero indispensable. En él aprende el obrero a vivir en una misma comunidad espiritual con el industrial, el hombre de cultura con el polí­tico, el joven con el anciano; no en la contraposición dialéctica o en el compromiso acomodaticio, sino en profundidad; en ese nivel moral y religioso en donde se logra la unidad a propósito de los valores y de las actitudes supremas.

El instituto secular revela a cada uno, a través de un contacto simple y vital, la existencia concreta de los otros, sus problemas, sus derechos; invita a comprenderse sin falsos irenismos, a respetarse sin fingimientos, a ayudarse sin reserva alguna, como hombres y como cristianos.

Al salir de sus encuentros dentro del instituto secular, el individuo vuelve a su lugar de presencia en el mundo con un espí­ritu renovado, más universal, animado por la voluntad de trabajar más activamente por la paz. No de una forma ingenua o abstracta o adulterada. Los conflictos siguen en pie, independientemente de las buenas intenciones, y hay que tomarlos en serio por lo que encierran de realidad, aun en sus manifestaciones más dolorosas. Pero el miembro del instituto secular aprende a vivirlos orientándolos hacia su superación, aunque sea lejana, dentro de un cuadro de conjunto, en el que los grupos y las personas vayan encontrando progresivamente su verdadero lugar; en el reconocimiento de los mutuos derechos y deberes, con honestidad y generosidad, con sacrificio y entrega, con la inquebrantable confianza en la victoria del amor que desciende del Padre de todos los hombres y se manifiesta en la salvación universal realizada por Jesucristo.

V. Dificultades y remedios. La prueba de los hechos
1. Las resistencias opuestas durante tanto tiempo al reconocimiento canónico de la consagración en pleno mundo no eran injustificadas del todo. La experiencia de dos mil años habí­a enseñado lo arduo que es realizar en el mundo la plenitud de entrega que lleva consigo la consagración especial. Parecí­a imposible presentar a una multitud de personas unos ideales tan comprometedores “sin la protección exterior del hábito religioso o de la vida común, sin la vigilancia de los superiores, que muchas veces estaban lejanos” (Provida Mater 10).

En su primer discurso a los institutos seculares (26 sept. 1970), Pablo VI volvió sobre este tema, indicando que en la forma de vida de sus miembros “la norma moral se ve expuesta a continuas y formidables tentaciones. Por eso vuestra disciplina moral tendrá que estar siempre en estado de vigilancia y de iniciativa personal y habrá de sacar en cada momento, del sentido de vuestra consagración, la rectitud de vuestros actos”. “Camináis sobre un plano inclinado que brinda la tentación del abandono fácil y que aumenta la fatiga de la ascensión. Es un camino difí­cil, de alpinistas del espí­ritu”.

¿Cómo asegurarse de que esto no se quede solamente en su etapa ideal, sino que se concrete cada dí­a más en la vida de cada miembro del instituto secular? Con una intensa y constante “formación en las cosas divinas y humanas”, afirma el decreto Perfectae caritatis 11, señalando en la acción formativa el centro y el significado esencial de los institutos seculares. Con la “fidelidad a la oración, que es el fundamento de la solidez y de la fecundidad”, añade Pablo VI en el discurso a la II asamblea del Consejo mundial de Institutos seculares: “Saber imponerse tiempos de reposo”; “escuchando la Sagrada Escritura…, para buscar en ella, así­ como en la enseñanza del magisterio de la Iglesia, una interpretación exacta de la experiencia cotidiana vivida en el mundo”; con “una participación cada vez más í­ntima en la sagrada liturgia”; con una oración que -en sus diversas formas expresivas- “llegue a ser consciente en el contexto mismo de las actividades seculares”.

2. ¿Han realizado los institutos seculares el ideal que habí­a promovido el Espí­ritu Santo y que la Iglesia ha reconocido y reglamentado? Su forma de vida, humilde y escondida, raramente deja asomar los frutos de santidad y de fecundidad apostólica que está llamada a producir. Valgan entonces, como reveladores, dos órdenes de hechos: las palabras de los papas y las “causas de beatificación” en proceso.

Pí­o XII: “Los más antiguos de estos institutos ya se han acreditado, y con los hechos y las obras han comprobado que… se puede conseguir con certeza una consagración í­ntima y eficaz de sí­ mismo al Señor, no sólo interna, sino también externa.., y que se tiene de este modo un medio muy adecuado de penetración y apostolado” (Provida Mater 9). “En nuestro siglo se han multiplicado silenciosamente los institutos seculares” (Provida Mater 12). “Tenemos ante la vista la multitud de tantas almas escondidas con Cristo en Dios, que en el mundo aspiran a la santidad y, con gran corazón y ánimo valeroso, consagran toda su vida a Dios” (Primo feliciter, prólogo).

Pablo VI: “Veinticinco años son un tiempo relativamente breve; sin embargo, han sido años de especial intensidad, comparables con los de la juventud. Ha sido un florecimiento magní­fico” (Discurso en el 25 aniversario de la Provida Mater).

Causas de beatificación. Ya han sido proclamados beatos Contardo Ferrini y Giuseppe Moscati; Armida Barelli es sierva de Dios. Sólo esta última era miembro de un instituto secular; los otros dos murieron antes de que naciera esta forma de consagración especial, pero participaron sin duda en el gran movimiento espiritual que le dio origen, y con su experiencia demostraron la real posibilidad de llevar hasta el extremo, en una sí­ntesis unitaria, la totalidad de entrega a Dios en el servicio a los hombres vivida plenamente en el mundo
G. C. Brasca
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S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad

Los i.s., según los ha definido Pí­o XII en la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia (2-2-1947: AAS [1947] 114-124), son comunidades de sacerdotes y de laicos aprobadas como tercer estado de perfección en la Iglesia. Sus miembros se consagran a Dios, obligándose a la perfección del amor por la observancia de los tres -> consejos evangélicos, para poder hacer un apostolado fructí­fero en el mundo. Hay tres clases de i.s.: los clericales, cuyos miembros son sacerdotes; los seglares, que tienen miembros masculinos y femeninos; y los mixtos, que agrupan a sacerdotes, hombres y mujeres con división autónoma bajo la dirección de un sacerdote y de un consejo general.

Desde su aprobación los i.s. han experimentado una constante evolución de su estado canónico. Desde 1949 fue reconocido el carácter público de los i.s., así­ como la obligación de sus miembros. Además, gracias a una mejor visión de su vocación mundana, se comprendió cómo la “verdadera secularidad” todaví­a no se da por el mero hecho de decidirse contra el hábito regular y la vida comunitaria. En 1962 la misión obrera de “San Pedro y San Pablo”, fundada por J. Loew, no fue reconocida como i.s. a causa de su vida comunitaria, su acción pública y su apostolado de grupos. Esta decisión cambió profundamente el concepto canónico de “secularidad”; y fue confirmada por el Vaticano II en el decreto Perfectae Caritatis. Sólo en ví­speras de la sesión solemne lograron los i.s. que no fueran declarados órdenes religiosas; y por cierto, no sólo en el sentido canónico, sino también en el teológico. Los i.s. son un estado secular de vida, sin separación del mundo.

El concilio cambió en varios puntos la doctrina de la Provida Mater (1947): 1. En los i.s. se trata de una real y completa consagración de la vida a Dios, y no sólo de un tercer estado de perfección, como los presentaba la Provida Mater. 2. Su forma de vida dejó de describirse como “substancialmente conforme con la de las órdenes religiosas”, frente a una concepción canónica anterior. Esta concepción veí­a en la vida de las órdenes religiosas el auténtico estado de perfección, que habí­a quedado atenuado en las asociaciones de vida comunitaria y más todaví­a en los i.s., los cuales no estaban obligados jurí­dicamente a adoptar un signo de separación del mundo (hábito regular, convento, vida comunitaria). 3. La Provida Mater habí­a exigido de los i.s. que colaboraran en lo posible con los obispos y dieran expresión a esta colaboración en una forma organizada. Según el Vaticano II el apostolado de los i.s. es un apostolado de penetración. Ellos han de trabajar “en el mundo para el crecimiento del cuerpo de Cristo”. Su carácter secular se distingue del de los laicos en general. Esta es la descripción que hallamos en Lumen gentium, sin duda por influjo de la doctrina de A. Gemelli, la cual habí­a sido aprobada por el MP Primo f eliciter.

La esencia de este estado de vida es la entrega a Dios y a los hombres en el mundo y con los medios del mundo. La entrega y el apostolado son seculares. Sus miembros permanecen en sus propios campos de acción y ejercen una profesión civil, sin distinguirse sociológicamente de otros hombres. Los presbí­teros siguen siendo sacerdotes diocesanos y están incardinados en sus propias diócesis.

La secularidad canónica posibilita la secularidad apostólica de los i.s., que Pí­o xii exige en el MP Primo feliciter (19-3-1948: AAS 40 [1948] 283-286). Se trata de un apostolado que requiere la presencia en el respectivo ambiente familiar o social, profesional o polí­tico. Esta presencia es la única forma posible de apostolado en un determinado ambiente, y ha de entenderse como un apostolado de penetración.

Muchos i.s. canónicamente reconocidos no tení­an esta secularidad apostólica. Para cambiar la constitución Provida Mater (donde la actividad de los i.s. se concibe como un apostolado completamentario), Pí­o xii se sintió obligado a adoptar la fórmula de A. Gemelli como expresión de la plena secularidad. Esta presupone un apostolado de presencia, de radicación, de penetración, que se va concibiendo cada vez más como tarea de los i.s., los cuales no requieren necesariamente un trabajo en común, casas propias y obras comunitarias.

Esta secularidad apostólica fue confirmada claramente por el Vaticano ii en el decreto Perfectae Caritatis, que reduce la tarea de las personas responsables a la formación humana y espiritual de los miembros, sin atribuirles una función directora y organizadora en el apostolado. Hemos de resaltar que tanto el trabajo pastoral de los sacerdotes como el trabajo profesional de los seglares no dependen de los responsables de los i.s. Ahí­ se ve, pues, cómo los i.s. cumplen los consejos evangélicos de una manera muy peculiar.

Sus experiencias ya numerosas pueden esclarecerse a base de una reflexión teológica, y ésta a su vez puede dirigir la praxis de los i.s.

Ese esclarecimiento apostólico es necesario para todo apostolado de verdadera penetración en el mundo. Además, puede ser útil e incluso indispensable para una eficaz y armónica colaboración en las obras e iniciativas de la -> acción católica. Los i.s. realizan un aspecto originario del evangelio. Ellos deben ser “levadura, sal de la tierra”. Sus miembros, por la negación de sí­ mismos y el recato, son como el grano de trigo que muere en la tierra para dar fruto; están dispuestos a imitar los misterios de la vida oculta de Jesús; y realizan el misterio de lo divino, que se oculta para atraer mejor a los hombres hacia el ámbito de su vida. Los i.s. reproducen de una manera sumamente singular el misterio de la encarnación en el mundo.

Este ideal presupone una vocación especial. Requiere una fuerte personalidad, para poder cumplir en medio del mundo las exigencias de los consejos evangélicos a base de una vida sencilla.

La misión de los i.s. hace posible a la Iglesia informarse mejor sobre las necesidades del respectivo ambiente y los peligros de cada profesión, para realizar allí­ el ideal de la vida evangélica y exponer el mensaje de Cristo en una forma concreta y cercana a la realidad.

La organización de los i.s. presupone un ví­nculo comunitario, que une a los miembros entre sí­ y con sus directores. A éstos asiste un cuerpo de asesores, junto con los cuales dirigen el instituto según las leyes de la Iglesia y los decretos del comité responsable.

La dirección atiende sobre todo a la formación y a la vida espiritual de los miembros. Esta formación, después de un primer contacto con el instituto (entre seis meses y un año), incluye un tiempo de prueba o una iniciación que generalmente dura un año; luego otro perí­odo de prueba de dos o tres años; y finalmente un tercer perí­odo más amplio con vida retirada para dedicarse a un estudio intenso, que prepara a los miembros para su entrega definitiva. Algunos institutos, que buscan una estricta secularidad, fomentan la formación a través de reuniones periódicas en una casa de ejercicios, o bien a través de revistas, que tienen la finalidad de renovar constantemente la formación. Estos últimos no poseen casas comunes; prefieren un secretariado o un punto de conexión en un piso alquilado.

Como estado fijo y definitivo de vida, los miembros asumen su obligación ante Dios, la Iglesia y su instituto en forma de un voto, de una promesa, o de un juramento. Esta obligación recibe en el instituto el nombre de consagración que es caracterizada en su peculiaridad con los términos “consagración secular” o “entrega”. Lo mismo que el instituto, el compromiso es público, y se designa como un voto reconocido por la Iglesia; en su nombre lo acepta la dirección del instituto.

A través de una evolución normal, los i.s. han dado entrada a miembros en un sentido amplio, los cuales no practican incondicionalmente los tres consejos evangélicos, pero, ya . en el matrimonio, ya manteniéndose célibes, procuran configurar su vida personal según el espí­ritu de los consejos evangélicos. Algunos institutos han aceptado incluso a no católicos como simpatizantes y auxiliares en sus tareas humanas y profesionales.

Los i.s. como estado de vida en la Iglesia presuponen una aprobación por la jerarquí­a. Un grupo que lleva una vida consagrada, después de un primer perí­odo experimental puede recibir primero una aprobación verbal y, luego, una aprobación canónica a través de un decreto para erigir una asociación piadosa. Y si la evolución es favorable, con el beneplácito de Roma puede crearse un i.s. de derecho diocesano. Cuando el instituto ha logrado un mayor campo de acción, tiene la posibilidad de convenirse en un i.s. de derecho pontificio por la aprobación de la Santa Sede, primero a través de un decreto laudatorio (decretum laudis), y luego a través de un decreto de aprobación definitiva.

Además, los i.s. que practican otras formas más sencillas de vida consagrada fueron aprobados en principio por Pí­o xii. Su forma de vida es muy semejante a la de los i.s. que hemos descrito. Mas por diversas razones no quieren ninguna aprobación explí­cita; por ejemplo, porque ven en esa vinculación más fuerte una separación de su medio ambiente. Otros grupos no tienen la estructura de un i.s., y así­ no se rigen por una dirección propia, sino que se ponen a disposición del obispo.

Finalmente, otros i.s. son ramas seculares de congregaciones religiosas. Sus miembros, aunque viven en el mundo, se mantienen en estrecha unión espiritual con la respectiva institución religiosa.

Para terminar deberí­amos referirnos a la formación de nuevos grupos apostólicos que se mantienen lo más cerca posible de su ambiente, y de otros grupos más contemplativos que llevan una vida manifiestamente monástica en medio del mundo y que, durante el tiempo no consagrado a la oración, se ganan sus medios de subsistencia a través de un trabajo sencillo.

Aunque los i.s. no fueron reconocidos por la Iglesia hasta el año 1947, sin embargo, ya durante la revolución francesa hallaron su primera realización válida. Estaban en ví­as de formación con Angela Merici, y varios rasgos de esta vida secular consagrada a Dios se encontraban ya en las Hijas de la caridad, fundadas por san Vicente de Paúl. Los i.s. no son fruto de nuestro tiempo, aunque responden a las necesidades y los signos de nuestro tiempo.

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Jean Beyer

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica