JERUSALEN

v. Sión
Jos 15:63 ha quedado el jebuseo en J con los hijos
Jdg 1:8 combatieron los hijos de Judá a J y la
Jdg 1:21 el jebuseo habitó con .. Benjamín en J
2Sa 5:6 marchó el rey con sus hombres a J contra
2Sa 24:16 el ángel extendió su mano sobre J para
1Ki 14:25; 2Ch 12:2 subió Sisac rey .. contra J
2Ki 24:10 en aquel tiempo subieron contra J los
2Ki 25:10; Jer 52:14 derribó los muros .. de J
1Ch 21:15 envió Jehová el ángel a J .. destruirla
2Ch 36:23; Ezr 1:2 que le edifique casa en J
Neh 2:17 veis .. que J está desierta, y sus puertas
Psa 51:18 haz bien con .. edifica los muros de J
Psa 79:1 las naciones .. redujeron a J a escombros
Psa 122:6 pedid por la paz de J .. los que te aman
Isa 7:1 subieron contra J para combatirla; pero no
Isa 52:1 vístete tu ropa hermosa, oh J, ciudad
Isa 62:7 ni le deis tregua, hasta que restablezca a J
Jer 26:18; Mic 3:12 J vendrá a ser .. de ruinas
Lam 1:8 pecado cometió J .. ha sido removida
Eze 5:5 así ha dicho Jehová el Señor: Esta es J
Eze 16:2 hijo de .. notifica a J sus abominaciones
Dan 9:16 apártese .. ira y tu furor de sobre .. J
Joe 3:17 J será santa, y extraños no pasarán más
Mic 4:2 de Sion .. y de J la palabra de Jehová
Zec 2:2 ¿a dónde vas? .. A medir a J, para ver
Zec 12:6 J será otra vez habitada en su .. en J
Zec 14:2 reuniré .. naciones para combatir contra J
Mat 5:35 ni por J, porque es la ciudad del gran
Mat 20:18; Mar 10:33; Luk 18:31 subimos a J, y el
Mat 21:1; Mar 11:1 se acercaron a J, y vinieron a
Mat 23:37; Luk 13:34 ¡J, J .. matas a los profetas
Luk 2:22 le trajeron a J para presentarle al Señor
Luk 2:42 subieron a J conforme a la costumbre de
Luk 9:51 se cumplió .. afirmó su rostro para ir a J
Luk 10:30 hombre descendía de J a Jericó, y cayó
Luk 21:24 J será hollada por los gentiles hasta que
Luk 24:47 que se predicase .. comenzando desde J
Luk 24:49 quedaos .. J hasta que seáis investidos
Act 1:8 me seréis testigos en J, en toda Judea
Act 2:5 moraban .. en J judíos, varones piadosos
Act 8:1 hubo .. contra la iglesia que estaba en J
Act 15:2 se dispuso que subiesen |Pablo y .. a J
Act 21:13 yo estoy dispuesto .. aun a morir en J
Gal 1:18 después .. subí a J para ver a Pedro
Gal 2:1 subí otra vez a J con Bernabé, llevando
Gal 4:26 la J de arriba, la cual es madre de todos
Heb 12:22 la ciudad del Dios vivo, J la celestial
Rev 21:2 yo Juan vi .. la nueva J, descender del
Rev 21:10 y me mostró la gran ciudad santa de J


Jerusalén (heb. Yerûshâlayim, “posesión [visión] de la paz” o “fundada en paz”: aram. Yerûshelem; gr. Hierosóluma e Hierousalem). Dado que está documentado en diferentes formas (c s XIX a.C., y mucho antes que los hebreos invadieran el paí­s), este nombre es de origen cananeo o amorreo, y probablemente significa “ciudad de (1 dios) Shalim”; en hebreo serí­a “ciudad de paz”. En los textos de execración* egipcios (ss XIX y XVIII a.C.) el nombre se escribe 3wsh3mm, y quizá se pronuncia Urusalimum. En las Cartas de Amarna* (s XIV a.C.) se escribe Urusalim, y en las inscripciones asirias de Senaquerib, Urusalimmu. Una de las ciudades más importantes del mundo, la ciudad santa de 3 grandes religiones: el judaí­smo, el cristianismo y el islamismo. Para los judí­os, es el lugar del templo y la capital de la nación; para los cristianos, el escenario del sufrimiento, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesucristo; y para los musulmanes es el lugar tradicional del ascenso de Mahoma al cielo. Está ubicada a más o menos 1/3 de distancia del extremo norte del Mar Muerto hacia el Mediterráneo, en las montañas de Judea (fig 393). Mapa VIII, E-3. Salem,* que aparece 2 veces en el AT (Gen 14:18; Psa 76:2), probablemente sea una forma abreviada del nombre completo. También se la menciona así­ en las tabletas cuneiformes de Tell Mardikh (la antigua Ebla, en Siria), de la última parte del 3er milenio a.C. La ciudad era conocida como Jebús* (Jos 18:28), tanto durante el perí­odo de los jueces (Jdg 19:10,11) como cuando David tomó la ciudad (1Ch 11:4, 5; porque los habitantes de ese tiempo eran los jebuseos). Con esa designación no ha aparecido fuera de la Biblia todaví­a. Su nombre árabe moderno es el-Quds, “la santa”, pero para quienes no son árabes -judí­os, cristianos y otros- aún es Jerusalén. I. Lugar. La ciudad amurallada yace entre 2 valles: el del Cedrón,* al este, y el de Hinom* al oeste y al sur. La planicie despareja entre estos valles, sobre la que está edificada la ciudad, está conectada con la meseta de Judea por el norte, la que está dividida en términos generales en 2 serraní­as por un valle central que en la Biblia no se nombra (pero que Josefo lo llama valle Tiropeón, o “valle de los queseros”). Era angosto y profundo, pero en tiempos de los macabeos se lo llenó con la demolición de Acra (fortaleza de los sirios que Simón el macabeo demolió). Hoy comienza en la actual Puerta de Damasco y se lo ve como una débil depresión. Las excavaciones han mostrado que los escombros llenan una profundidad de unos 30 m. La serraní­a oriental se eleva hasta unos 744 m s.n.m., en el lugar donde una vez estuvo el “castillo” o “fortaleza” Antonia, al norte del templo. Esta elevación se denomina la colina del templo, o nororiental; se la llama Moriah* en el AT (Gen 22:2; 2Ch 3:1). Estaba dividida en una sección norte y una sur por una depresión poco profunda, ahora llenada con escombros. La sección del sur, el espolón que se inclina hacia la unión de los valles de Hinom y Cedrón, fue el lugar de la Ciudad de David original, conocida con los nombres de Jebús, Salem y Sion.* Su parte más elevada tení­a una altitud de unos 695 m s.n.m. Esta área -la Jerusalén original- está totalmente fuera de los muros de la ciudad actual, que pasan inmediatamente al sur del área del templo (figs 122, 278). Mapas XVII, XVIII. Véanse David, Ciudad de; Ofel. La elevación occidental es más alta que la 621 oriental; tiene unos 777 m s.n.m., unos 30 m más que la colina del templo. No hay nombres antiguos que se conozcan para las varias cumbres de este sector occidental, pero la del sudoeste por muchos siglos fue erróneamente identificada con Sion (y lleva ese nombre aún hoy), aunque la mayor parte de esta colina ni siquiera estuvo encerrada por la antigua ciudad hasta tiempos helení­sticos. Una buena porción de la elevación noroccidental ahora está en la parte noroeste de la Ciudad Antigua de la Jerusalén actual, e incluye como su estructura más famosa la Iglesia del Santo Sepulcro. El valle del Cedrón,* mencionado con frecuencia en la Biblia (2Sa 15:23; Joh 18:1, “torrente”) y ahora llamado Wâd§ en-Nâr, separa la ciudad del monte de los Olivos,* cuya cumbre más alta llega hasta unos 835 m s.n.m. (fig 393). El Cedrón era una garganta angosta y profunda que contribuí­a a la defensa oriental de la ciudad. En ella se encuentran las únicas fuentes de agua de Jerusalén: el manantial de Gihón,* en el falda occidental del valle, y En-rogel,* un pozo cerca de la confluencia de los valles de Hinom y del Cedrón. El valle de Hinom,* hoy llamado Wâd§ er-Rabâbeh, también es mencionado con frecuencia en el AT (Jos 15:8; 18:16; etc.). Es mucho más ancho que el de Tiropeón o el del Cedrón, y sus laderas son más suaves. Este valle separa las colina, o montes del oeste y del sur de la elevación sudoccidental de la planicie de Jerusalén (figs 121, 122, 260, 278, 279). Bib.: FJ,-GJ v.4.1. II. Historia. No se sabe cuándo se fundó Jerusalén, pero las excavaciones han descubierto evidencias que prueban que existió durante la dinastí­a 12ª de Egipto (ss XIX y XVIII a.C.), por los textos de execración egipcios que la mencionan con sus gobernantes amorreos, Yaqar-Ammu y Sasa-Anu (escritos iyk3mw y s7nw en textos hieráticos egipcios), enemigos reales o potenciales del paí­s. Durante ese perí­odo se nombra la ciudad por 1ª vez en el AT como Salem,* cuyo gobernante Melquisedec,* era a la vez sacerdote del Dios Altí­simo y, por lo tanto, con derecho de bendecir a Abrahán y recibir el diezmo de los despojos que el patriarca habí­a quitado a Quedorlaomer y sus aliados (Gen 14:8-20). El libro de Josué habla de Jerusalén como la ciudad principal de una coalición de ciudades-estados cananeas que pelearon contra los israelitas invasores. Su rey en ese tiempo era Adonisedec, que, con sus aliados, fue derrotado en la batalla de Azeca, y luego capturado y ejecutado por Josué (Jos 10:1-27). Poco después, en el tiempo de lknatón de Egipto, el rey Abdu-Heba se sentó en el trono de Jerusalén. Su nombre significa “siervo de [la diosa hitita] Heba”, y posiblemente fuera de descendencia hitita. Si es así­, él y los 2 reyes amorreos ya mencionados son evidencia de que los primitivos habitantes de Jerusalén incluí­an hititas y amorreos. Esto se refleja en las palabras de Ezequiel, que dijo de Jerusalén: “Tu padre fue amorreo, y tu madre hetea” (Eze 16:3; cf v 45). Entre las Cartas de Amarna* hay varias escritas por Abdu-Heba a Iknatón, en las que se queja amargamente por la invasión de los Apiru o Habiru (probablemente los hebreos), y por la inactividad de Egipto, que ocasionaba la pérdida de una región tras otra del paí­s ante los invasores. En Jdg 1:8 se registra una captura y destrucción de Jerusalén realizada por Judá después de la muerte de Josué, pero esta victoria no fue seguida por una ocupación israelita de la ciudad; permaneció en manos de los cananeos o jebuseos hasta el tiempo de la conquista de David (Jos 15:63; cf Jdg 19:11, 12). Después que David fue coronado rey sobre las tribus de Israel, decidió mudar su capital de la importante ciudad de Hebrón a un lugar neutral. Por lo tanto escogió Jerusalén, que estaba en la frontera entre Judá y Benjamí­n, pero no pertenecí­a a ninguna de las 2 tribus. Los jebuseos se burlaron de él cuando comenzó a sitiarla, porque estaban convencidos de que podí­an mantenerse fácilmente en su ciudad bien fortificada. Sin embargo, Joab y sus hombres penetraron en ella trepando el tsinnôr, probablemente el pozo de agua que conectaba el manantial de Gihón* con el interior de la ciudad (2Sa 5:6-8; 1Ch 11:4-6). En su tiempo se la conoció como la “ciudad de David” (1Ch 11:7; 2Sa 5:9). Este construyó un palacio (2Sa 5:11) y también algunas fortificaciones (véase Son 4:4, que menciona la torre de David; cf 1Ch 11:8; esta torre no es la del mismo nombre en la ciudadela actual de Jerusalén, ya que esta última realmente es una de las del palacio construido por Herodes el Grande); David también edificó una estructura llamada “Milo” (2Sa 5:9; 1Ch 11:8). Por otros textos (1Ki 9:15, 24; 11:27; 2Ch 32:5) es probable que Milo estuviera en la ciudad y periódicamente fuera ampliado o fortalecido. Parece que fue parte del sistema de fortificaciones de la ciudad en su punto más débil, que habrí­a estado en el extremo norte de la colina sudorientas (fig 278). La LXX lo identifica con Acra, una ciudadela al sur del templo, 622 278. Mapa de Jerusalén. 623 que estuvo en pie hasta el tiempo de Judas macabeo. El nombre heb. millô’,que significa “relleno”, ha sido explicado de diversos modos. Pudo haber sido un doble muro rellenado de tierra, o una plataforma sobre la que se construyeron las fortificaciones. Cuando David trasladó el arca a Jerusalén, la ubicó en una tienda temporaria. Dios no le permitió levantar un templo. Sin embargo, hizo preparativos para su construcción, y la era de Arauna (Ornán), que él habí­a comprado, fue destinada como el lugar para el templo edificado por Salomón (2Sa 6:17; 24:24; 1Ch 28:2, 3, 19-21; 2Ch 3:1). Cuando el rey David murió fue “sepultado en su ciudad” (1Ki 2:10). Todos los reyes de Judá hasta Acaz fueron inhumanos en el sepulcro real, cuya ubicación es todaví­a desconocida (excepto que una comparación de Neh 3:16 con los vs 15 y 26 muestren que estaba entre el estanque de Siloé y la Puerta de las Aguas). Se ha sugerido que el trazado serpenteante del túnel de Siloé se hizo para no perturbar las tumbas reales (fig 278). Con Salomón, que fue un gran constructor, amaneció una nueva era para Jerusalén. La ciudad fue ampliada hacia el norte y posiblemente hacia el noroeste. El templo, rodeado por un atrio, fue levantado en la colina norte, apenas al oeste del actual Domo de la Roca (figs. 278,281), que cubre la roca que se cree estaba debajo del altar de los holocaustos (1Ki 6:1-38; 2Ch 3:1-14). Probablemente fue entre el templo y la ciudad de David donde Salomón levantó un palacio para sí­ mismo (1Ki 7:1), llamado “la casa real” (9:1). Este pudo haber incluido un complejo de estructuras con: 1. Una “casa” para la hija de Faraón, que tal vez era parte del harén (7:8; 9:24) y pudo haber formado una sola unidad con el palacio. Este estaba rodeado por “otro atrio”, probablemente el mismo que “la mitad del patio” y el “patio de la cárcel” (1Ki 7:8; 2Ki 20:4; Jer 32:2; etc.). 2. Un “pórtico del juicio” (1Ki 7:7), en el que estaba el trono. 3. Un pórtico de columnas, tal vez una sala de audiencias (v 6), que posiblemente era la entrada a la sala principal si no era un edificio aparte. 4. La “casa del bosque del Lí­bano”, quizá llamada así­ por causa de sus 45 columnas, en 3 hileras (vs 2-5), hechas con cedros del Lí­bano. Así­ Salomón añadió todo un nuevo sector a la ciudad, y puede haber poca duda de que la expansión de su administración trajo a Jerusalén mucha gente nueva para quienes habí­a que proveer residencias. Estos nuevos barrios estaban rodeados por “muros de Jerusalén alrededor” (3:1;cf 9:15). Es seguro que los edificios públicos fueron levantados en la colina nororiental, pero es tema de discusión cuánto estuvo incluido en la ciudad. Algunos eruditos opinan que comprendí­a todo el sector occidental. En realidad, parece poco probable que la colina sudoccidental estuviera incluida en la ciudad en esa época tan temprana, porque los arqueólogos no encontraron restos anteriores al s VIII a.C. en la zona. Algunos eruditos aún ponen en duda que la colina noroccidental estuviera dentro de la ciudad de Salomón. Cuando se dividió el reino después de su muerte, Judá perdió más del 75 % de sus dominios, y Jerusalén perdió mucha de su importancia. En consecuencia, no fueron necesarias nuevas expansiones durante varios siglos, aunque se tuvieron que hacer reparaciones de tanto en tanto, especialmente después de las guerras. En el tiempo de Roboam, hijo de Salomón, Sisac de Egipto conquistó Jerusalén y se llevó mucho botí­n (1Ki 14:25-28; 2Ch 12:2-11). No se sabe si en ese tiempo la ciudad cayó después de un sitio, si sufrió algún daño, o si Roboam se entregó sin pelear. También fue tomada por Joás de Israel en tiempos del rey Amasí­as, que rompió uno 400 codos de su muro occidental, desde la Puerta de Efraí­n hasta la Puerta de la Esquina (2Ki 4:13). Este daño a las fortificaciones debió ser reparado, aunque no figura en lo registros. En realidad, no se mencionan actividades de construcción desde Salomón hasta Uzí­as, con excepción de algunas reparaciones en el templo llevadas a cabo por Joás de Judá (2Ki 12:4-15; 2Ch 24:4-14). Uzí­as parece haber sido el 1er rey en 200 años que se ocupó en manera apreciable de construcciones en Jerusalén. Edificó un número no revelado de torres en la Puerta de la Esquina, la Puerta del Valle y la Puerta del íngulo del muro (2Ch 26:9). Su hijo Jotam continuó su obra levantando la Puerta Mayor del templo y reforzando el muro de Ofel (27:3). Se registra gran actividad de construcción en el tiempo de Ezequí­as, quien hizo febriles preparativos para reforzar las fortificaciones de Jerusalén como para poder afrontar un sitio de los asirios. Construyó el largo túnel desde Gihón hasta el estanque de Siloé* (2Ki 20:20; 2Ch 32:4, 30) y así­ trajo el agua de la vertiente al interior de la ciudad. Al mismo tiempo edificó un 2º muro para proteger la parte sur de la colina occidental (así­ lo muestra la muralla descubierta por N. Avigad) y el estanque recientemente construido (que así­ quedaba dentro de las fortificaciones de la ciudad). También reparó el Milo en la antigua ciudad de David (2Ch 32:5; Isa 22:10, 11; para 624 Siloé véanse las figs 242, 278 y 465). Aunque la mayorí­a de las ciudades fortificadas de Judá fueron destruidas en tiempos de Ezequí­as por las fuerzas invasoras de Senaquerib (2Ki 8:13), Jerusalén no pasó por esa prueba, y salió de ese perí­odo difí­cil sin sufrir daños (19:32-36). Manasés, hijo de Ezequí­as, construyó un 2º muro en el noreste, cerca de la Puerta del Pescado (2Ch 33:14). No se sabe si Jerusalén fue dañada durante el reinado de Manasés, aunque se registra que el rey fue llevado cautivo por los asirios y que pasó algún tiempo en una prisión de Babilonia (v 11). Pudo haberse entregado a los asirios sin pelear, aunque es posible que la ciudad en ese momento experimentara un asedio y una captura. Poco después, durante el reinado de Josí­as, se menciona por primera vez “la segunda parte de la ciudad” o “segundo barrio” (heb. mishneh) en la que viví­a la profetisa Hulda (2 R. 22:14; 2Ch 34:22; cf Sof. 1:10). No es seguro si esto se refiere a una nueva parte añadida a Jerusalén por Manasés o al barrio noroeste ya encerrado por el muro desde el tiempo de Salomón (fig 278). El buen rey Josí­as hizo reparaciones adicionales en el templo (2Ki 22:3-7; 2Ch 34:8-13), y durante su reinado Jerusalén experimentó una gran reforma religiosa. Sin embargo, su muerte repentina terminó este último reavivamiento espiritual, y sus sucesores cayeron otra vez en la maldad y la idolatrí­a, con el resultado de que Jerusalén fue capturada 3 veces en 20 años: 1. En el 605 a.C., durante el reinado de Joacim (Dan 1:1, 2). 2. En el 597 a.C., cuando Joaquí­n fue llevado cautivo (2Ki 24:10-16). 3. En el 586 a.C., en el año 11º de Sedequí­as, cuando la ciudad fue destruida después de un prolongado asedio y el rey fue llevado cautivo y ciego a Babilonia con la mayorí­a de la población de Judá (25:1-21). Después que Jerusalén estuviera en ruinas durante unos 50 años, el primer grupo grande de exiliados retornó desde Babilonia dirigidos por Zorobabel. Esto fue probablemente en el 536 a.C.,70 años después (cómputo inclusivo) de la primera deportación (605 a.C.; Jer 25:11,12; 29:10). Inmediatamente se pusieron a reconstruir el templo, pero experimentaron tanta oposición de los samaritanos, además de otras dificultades, que esta obra no se puso en verdadero movimiento hasta el 2º año de Darí­o* I (520/19 a.C.); el templo fue finalmente completado y dedicado en el 6º año de Darí­o I (515 a.C.; Ezr 1:1-4; 3:1-13; 4:1-5, 24; 5:1-6:16). En el 7º año de Artajerjes I, Esdras fue autorizado a llevar un 2º grupo de exiliados a Jerusalén (Ezr 7:6-8:32). Reorganizó la provincia y estableció una administración basada en la ley judí­a (457 a.C.). Tal vez fue durante los años siguientes cuando los judí­os comenzaron otra vez a reconstruir el muro de su ciudad. Sin embargo, otra vez fueron molestados por sus enemigos (Neh 1:3), hasta que Nehemí­as tuvo éxito en conseguir que Artajerjes I lo designara gobernador. Fue a Jerusalén en el 444 a.C., y completó la reconstrucción y reparación en pocas semanas, a pesar de muchos obstáculos (2:1-4:23; 6:15). El muro de Nehemí­as, acerca del que hay disponible mucha información (Neh 2:12-15; 3:1-32; 12:27-40), parece haber seguido el trazo de la muralla de la ciudad que Nabucodonosor destruyó. En su descripción menciona la mayorí­a de las puertas de la antigua, así­ como otras caracterí­sticas topográficas, aunque no todas pueden ser identificadas con precisión. La ubicación de las diversas puertas, torres y otras estructuras nombradas por Nehemí­as se analizan bajo sus respectivos nombres en artí­culos separados (fig 278). Poco se sabe de su historia durante los siguientes 250 años después de Nehemí­as. Josefo informa de una disputa por el sumo sacerdocio durante la cual Johanán mató a su hermano en el templo, por lo que el gobernador persa impuso una pesada multa sobre la nación. También relata la visita de Alejandro Magno a Jerusalén, oportunidad en que se le explicó una profecí­a de Daniel (aparentemente Dan_8). De acuerdo con Josefo, esto le causó tanta impresión que llegó a ser amigo de los judí­os. Bajo los sucesores de Alejandro. Jerusalén fue la capital de un “estado del templo” administrado por los sumos sacerdotes: tutelado a veces por la soberaní­a de los Tolomeos, de Egipto, y otras por la de los Seléucidas de Siria. Véase Johanán 15. Durante este perí­odo, recibió considerable influencia del helenismo. El idioma, el pensamiento, la vestimenta y las costumbres griegas se pusieron de moda, especialmente entre la clase dirigente, que estaba en contacto directo con los extranjeros. Una facción conocida como la de los helenizantes querí­a hacer de Jerusalén una ciudad griega, como tantas otras fundadas o reconstruidas por gobernantes helení­sticos en las regiones cercanas, e introducir un gimnasio griego y juegos atléticos. Pero la masa del pueblo judí­o se levantó en una desesperada resistencia cuando uno de los gobernantes seléucidas, Antí­oco IV Epí­fanes, hizo un esfuerzo decidido para helenizar a los judí­os por la fuerza y profanó el templo con el sacrifico de animales inmundos a deidades paganas. Esto produjo la rebelión macabea 625 y las guerras entre los sirios y los judí­os, de las cuales los macabeos salieron victoriosos. Cuando hicieron de Jerusalén la capital de su nación independiente, ésta registró un crecimiento tremendo, tanto fí­sicamente como en importancia. El primer cambio ocurrió cuando Judas Macabeo tomó Jerusalén (165 a.C.) y lo rededicó. Algunos años más tarde, su hermano Simón capturó la ciudadela, el Acra, que parece haber estado ubicada justo al sur del templo; la destruyó completamente, aplanó la cumbre donde estaba construida y usó los escombros para llenar la parte central del valle de Tiropeón, que está entre las elevaciones oriental y occidental de la ciudad. Los gobernantes macabeos de Judea construyeron un palacio en la colina occidental, la que en ese tiempo estaba completamente incluida en el sistema defensivo de la ciudad. También edificaron una ciudadela al norte del templo, más tarde llamada el Castillo, la Fortaleza* o la Torre Antonia (fig 278). Pompeyo y su ejército romano capturaron Jerusalén y derribaron parte de sus murallas (63 a.C.). Craso saqueó el templo (54 a.C.), y los partos la ciudad (40 a.C.). Tres años más tarde, fue capturada por Herodes el Grande. Reparó sus muros y la adornó con muchas nuevas estructuras, como un palacio con 3 sólidas torres llamadas Hí­pico, Faseolo y Mariamne (donde ahora está la “ciudadela”; fig 282), y también con un gimnasio, un hipódromo y un teatro. Asimismo reconstruyó la fortificación llamada Torre o Fortaleza Antonia (Act 21:34, 37; 22:24; etc.). En ese tiempo, el templo tení­a 5 siglos de antigüedad, y necesitaba muchas reparaciones. Pero Herodes querí­a hacer más que restaurarlo; planificó una reestructuración completa que involucraba extensas alteraciones de los muros y las fortificaciones de la colina del santuario. Esta, su obra más ambiciosa, fue comenzada en el 20/19 a.C. El edificio central del templo se terminó en 18 meses, pero los del área circundante no se completaron hasta el 64 d.C., sólo 2 años antes del estallido de la guerra judí­a contra los romanos. Arquelao, el sucesor de Herodes no realizó actividades de construcción, pero Agripa I levantó lo que se ha llamado el 3er muro. Algunos piensan que seguí­a el trazado de las murallas del norte y del oeste de la actual ciudad vieja, hasta la Puerta de Jafa. Otros, sin embargo, opinan que estaba a unos 460 m al norte de la actual ciudad antigua, donde se han encontrado restos de una antigua muralla en varios lugares, de modo que se lo puede seguir por una gran extensión. Otros sostienen que el 3er muro fue una estructura edificada con apresuramiento en el s II d.C., en ocasión de la rebelión de Barcoquebas (Bar Koshba). Durante el reinado de Herodes el Grande (37-4 a.C.), de su hijo Arquelao (4 a.C.-6 d.C.) y de Agripa I (41-44 d.C.), Jerusalén fue la capital del paí­s, pero no durante los 2 perí­odos en que los procuradores romanos gobernaron Judea (6-41 d.C. y 44-66 d.C.). Estos hicieron de Cesarea el centro de su gobierno, y sólo estuvieron en Jerusalén durante las fiestas importantes por si se producí­an disturbios. Corrientemente, sólo habí­a una guarnición romana en la Fortaleza Antonia para garantizar la ley y el orden en la ciudad. Cuando se desató la rebelión contra Roma (primavera del 66 d.C., hemisferio norte), Jerusalén fue escenario de mucho derramamiento de sangre. Bajo Gesio Floro, el último procurador de Judea, los judí­os comenzaron a masacrar gentiles, y los gentiles a judí­os, hasta que toda apariencia de orden y de gobierno hubo desaparecido. Cestio Galo, el legado de Siria, asumió el comando de Judea y marchó contra Jerusalén (otoño del 66 d.C.). Aunque en un momento penetró hasta el muro norte del templo, fue rechazado, y por alguna razón desconocida se retiró, perdiendo muchos soldados en esa marcha. Los cristianos, obedeciendo la advertencia de Jesús (Mat 24:15-20), aprovecharon esta oportunidad para salir de la ciudad y encontraron refugio en Pella, en Perea. Desde fines del 66 d.C. hasta la primavera del 70 d.C., Jerusalén no sufrió ningún ataque directo de los romanos. Vespasiano, al llegar al paí­s (67 d.C.), siguió el plan de reducirlo a la sumisión, permitiendo que los diversos partidos polí­ticos se pelearan entre sí­ y se debilitaran. Cuando Vespasiano fue proclamado emperador (69 d.C.), la mayor parte de Palestina estaba en manos romanas, pero se habí­a convertido en una desolación. Tito, hijo de Vespasiano, tomó el comando del ejército, e inmediatamente hizo preparativos para capturar Jerusalén, la fuerte ciudad capital de Judea. Durante los 3 años de guerra con Roma habí­a habido un gran ingreso continuo de refugiados en Jerusalén. Entre ellos habí­a bandas de soldados que pertenecí­an a diversas facciones dirigidas por lí­deres opuestos entre sí­. Juan de Gischala, de Galilea, era el jefe de los zelotes. Estos se establecieron en el atrio inferior del templo. Simón bar Giora, un lí­der de merodeadores, dominaba la ciudad alta; y Eleazar, hijo de Simón, también un dirigente insurgente, dominaba la parte superior del complejo del templo. Cuando Tito comenzó 626 el sitio de Jerusalén con 80.000 soldados romanos (abril del 70 d.C.), los 3 lí­deres y sus seguidores estaban comprometidos en sangrientas batallas entre sí­. La lucha fue dura durante los 5 meses del sitio, mientras una sección tras otra era capturada y prevalecí­a el hambre. Más de 100.000 judí­os murieron en la ciudad entre principios de mayo y fines de julio. En ese tiempo, la fortaleza Antonia fue tomada y se dejaron de ofrecer los sacrificios. En agosto, de acuerdo con el informe de Josefo, el templo fue conquistado y contra la orden de Tito, fue quemado totalmente. La colina sudoeste de Jerusalén, llamada la ciudad alta, cayó ante los romanos en septiembre. Josefo afirma que más de 1 millón de judí­os perdieron la vida durante el sitio de Jerusalén, y que 97.000 fueron tomados prisioneros, entre los que estaban Juan de Gischala y Simón bar Giora. La ciudad y el templo fueron arrasados como para mostrar al mundo que aun las fortificaciones más sólidas no eran obstáculo para el ejército romano. Sólo 3 torres del palacio de Herodes y parte del muro occidental fueron dejados en pie como monumentos a la antigua gloria de Jerusalén y para proporcionar un puesto militar para la guarnición romana. 279. Vista de Jerusalén mirando hacia el oeste desde el monte de los Olivos. Entre las construcciones del frente y el muro occidental de la ciudad se encuentra el profundo valle del Cedrón. El gran área abierta en el interior del muro es el sagrado 2aram esh-Sherîf musulmán, el antiguo espacio del templo. La cúpula (centro) cubre la roca donde se cree que estaba el sitio del altar de los holocaustos. En el muro de la ciudad, un poco a la derecha de la “Cúpula de la Roca”, está la “Puerta de Oro” de doble arcada, ahora tapiada. La “Ciudad de David” (cerca de Jerusalén) yace al sur del área del templo y fuera del muro actual (extendiéndose detrás de la torre en el extremo izquierdo al fondo). Jerusalén se recuperó lentamente de esta catástrofe, pero cuando el emperador Adriano la volvió a fortificar y comenzó a reconstruirla como una ciudad gentil, los judí­os se levantaron en una nueva rebelión bajo Barcoquebas en el 132 d.C. Después de haber sido aplastada (135 d.C.), se reanudó y se completó la reconstrucción, y todos los judí­os fueron proscriptos de ella. Su nuevo nombre fue Colonia Eolia Capitolina, lo que indicaba que era una colonia romana asentada en honor de Adriano, cuyo nombre completo era Publio Eolio Adriano, y que estaba dedicada a Júpiter Capitolino. Un templo a este dios romano se levantó en el sitio del viejo. Los cristianos también se establecieron en Jerusalén, y en el s IV llegó a ser una ciudad parcialmente cristiana. Elena, la madre de Constantino, edificó una iglesia en el Monte de los Olivos (326 d.C.), y Constantino construyó la Iglesia del Santo Sepulcro sobre el supuesto lugar de la resurrección de Jesús (333 d.C.). La proscripción contra los judí­os fue levantada también en ese tiempo. En el 614 d.C. los persas bajo Cosroes II tomaron Jerusalén, destruyeron la lglesia del Santo Sepulcro, masacraron a miles de sus habitantes y llevaron cautivos a millares. 627 La ciudad fue reconquistada 14 años más tarde por el emperador romano Eraclio, y tomado por los árabes bajo Omar (638 d.C.). Desde ese tiempo ha estado bajo el gobierno musulmán la mayor parte del tiempo. El lugar del templo llegó a ser el recinto sagrado musulmán llamado 2aram esh-SherTf, dentro del cual está el 3er santuario más venerado de los musulmanes, el Domo de la Roca (erróneamente llamada Mezquita de Omar), el lugar donde se cree que estuvo el altar de bronce del templo de Salomón. En el extremo sur del recinto está la mezquita el-Aqsa. Aunque hubo perí­odos en que los cristianos sufrieron humillaciones en Jerusalén, mayormente no lo pasaron tan mal; y generalmente fueron tolerados. La situación cambió cuando los bárbaros turcos seljuk la tomaron en el 1077 d.C. Toda Europa se levantó indignada a causa del maltrato sufrido por los cristianos en la ciudad santa. El resultado fueron las cruzadas. En 1099 Jerusalén fue conquistada y se estableció un reino cristiano que duró 88 años. En 1187, Saladino, sultán de Egipto y Siria, tomó la ciudad y comenzó a reconstruir sus fortificaciones. Durante otros 2 breves perí­odos Jerusalén fue restituida a los cristianos: primero en 1229, cuando Federico II, emperador de Alemania, la obtuvo por un tratado y los cristianos la tuvieron 10 años; y otra vez en 1243, cuando fue entregada incondicionalmente a los cristianos. Pero sólo un año más tarde fue tomada por los turcos khwarazm; luego cayó en manos de los egipcios, y en 1517 fue conquistada por los turcos otomanos, que la retuvieron hasta 1917, cuando Jerusalén se rindió a los ingleses dirigidos por el general Allenby. El muro actual que rodea la así­ llamada Ciudad Antigua fue construido por el sultán turco Solimán el Magní­fico en 1542. Durante el tiempo que Palestina fue mandato del gobierno británico (1923-1948), Jerusalén sirvió como su capital. Durante la guerra judí­o-árabe de 1948 hubo violentas batallas en Jerusalén, y el barrio judí­o de la amurallada ciudad antigua fue totalmente destruido. Desde 1948 hasta 1967 la ciudad estuvo dividida. La parte principal de la Jerusalén moderna, fuera de los muros y mayormente al oeste de la antigua, estaba en manos israelí­es, y se convirtió en la capital del Estado de Israel. Su población en 1967 era de unos 200.000 habitantes. La ciudad antigua, dentro de los muros, estaba en manos árabes y formaba parte del reino hasemita de Jordania. Una nueva población árabe surgió al norte de aquella. La 628 Jerusalén árabe tení­a una población de unos 70.000 habitantes en 1967. Como resultado de la victoria israelí­ en la guerra de los 6 dí­as en 1967, Jerusalén fue reunificada, y el barrio judí­o dentro de la ciudad antigua fue reconstruido y repoblado por judí­os. El estatus final de Jerusalén no estará decidido hasta que se logre un arreglo polí­tico del paí­s. Bib.: ANET 487-489; FJ-AJ xi.8.5, 6. III. Historia de las investigaciones arqueológicas en Jerusalén. Por más de 100 años se llevaron a cabo investigaciones de naturaleza erudita en Jerusalén: por estudiosos, ministros y otros que viven en ella, y por excavaciones organizadas. Al 1er grupo perteneció Charles Clermont-Ganneau (1846-1923), quien fue a Jerusalén en 1867 y vivió en Oriente por muchos años. Sus descubrimientos, estudios topográficos y publicaciones pusieron un sólido fundamento sobre el que construyeron otros eruditos. Entre sus descubrimientos más importantes están la inscripción de advertencia en griego del templo de Herodes (fig 500), y 2 inscripciones sepulcrales (del tiempo de Ezequí­as) encontradas en Siloé. Otro residente de Jerusalén que vivió en ella por muchos años, el Dr. Conrad Schick (1822-1901), fue incansable en sus investigaciones para reconstruir la antigua historia de la santa ciudad. Gustaf Dalman (1855-1941), director del Instituto Arqueológico Alemán de Jerusalén, desde 1902 a 1914; L.-H. Vincent, de la Escuela Bí­blica Francesa durante medio siglo; y W. F. Albright, que dirigió por 10 años la American School of Oriental Research en Jerusalén, ocupan primerí­simos lugares entre los que clasificaron la extremadamente difí­cil historia topográfica y arqueológica de la antigua Jerusalén. 280. La Ví­a Dolorosa en Jerusalén. Las excavaciones sistemáticas comenzaron en 1867 cuando Charles Warren trabajó en Ofel para el recientemente establecido Palestine Exploration Fund. Por medio de profundos pozos y túneles (hasta de 25 m) ubicó algunos de los restos de murallas más antiguas. A estos descubrimientos pertenece el “muro de Ofel de Warren”, al sur de la esquina sudoriental de Haram esh-Sherîf, que data del tiempo del antiguo Israel. También encontró el pozo que los jebuseos habí­an cavado para tener acceso al agua de la fuente de Gihón, y también hizo las excavaciones de la Puerta de la Cadena en Haram esh-Sherîf, que prueban que la calle actual a esa puerta conduce por sobre el “Arco de Wilson”, un antiguo viaducto que cruzaba el valle de Tiropeón. Desde 1880 hasta 1881, Hermann Guthe, ayudado por Conrad Schick, llevó a cabo algunas excavaciones alrededor de la salida del túnel de Siloé, en la falda sur de la colina sudoriental, y descubrió unos pocos tramos de la antigua muralla en el lado este de la colina sudoriental. Desde 1894 hasta 1897, F. J. Bliss y A. C. Dickie exploraron las fortificaciones del sur de la antigua ciudad por encargo del Palestine Exploration Fund. Descubrieron una antigua pared reforzada al sudeste del estanque de Siloé, hallaron algunas secciones del muro más nuevo que cruzaba el valle de Tiropeón que continuaba en la falda sur de la colina sudoriental. Durante excavaciones clandestinas realizadas entre 1909 y 1911 por el capitán M. Parker en busca de los tesoros escondidos del templo, se limpió el túnel de Siloé, y Vincent pudo hacer un mapa del mismo y de otras partes del sistema de agua relacionado con la fuente de Gihón. En 1913, Raymond Weill comenzó una ambiciosa excavación por encargo del barón E. de Rothschild, con planes de descubrir sistemáticamente toda la parte sur de la colina sudoriental. El estallido de la Primera Guerra Mundial interrumpió este trabajo. Pero descubrió una gran torre circular, probablemente de origen hebreo, y encontró una inscripción griega de la sinagoga de Teodoto (fig. 317). Continuó sus excavaciones 629 por una sesión más (1923/24) durante la cual halló una parte del muro del sur y también una tumba que pudo haber pertenecido a la necrópolis real de los reyes de Judá. Como las tumbas de esta área fueron destruidas hace mucho tiempo, y no habí­a material estratigráfico no perturbado, su naturaleza permanece incierta. R. A. S. Macalister y J. G. Duncan cavaron en el lado oriental de Ofel, desde 1923 hasta 1925, para el Palestine Exploration Fund. Su principal descubrimiento fue parte de un bastión y una torre apoyada en él, que interpretaron como perteneciente a las fortificaciones jebuseas y de David, pero que investigaciones posteriores mostraron que datan del tiempo de Nehemí­as. En 1927, otra campaña importante de excavaciones para la British School of Archaeology, en Palestina, y el Palestine Exploration Fund, fue realizada por J. W. Crowfoot y G. M. FitzGerald en la parte occidental de la colina sudoriental. Descubrieron una puerta de la ciudad, tal vez la “Puerta del Valle” del AT, con una calle en escalones que llevaba desde ella hasta el valle de Tiropeón. 281. El Domo de la Roca. Se cree que la construcción está sobre el sitio en que se hallaba el altar de los holocaustos del templo de Salomón. En el norte se llevaron a cabo 3 importantes empresas arqueológicas. Desde 1925 hasta 1927, Sukenik y Mayer, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, descubrieron largos tramos de los muros de más al norte, llamados por ellos “el 3er muro”. Otros sectores adicionales de esa muralla se descubrieron y excavaron de tanto en tanto, desde entonces. C. N. Johns, del Departamento de Antigüedades del Mandato Británico excavó dentro de la ciudadela, desde 1934 hasta 1940, demostrando que las torres del palacio de Herodes descansaban sobre fundamentos que llegan hasta el tiempo helení­stico. Nuevas excavaciones, llevadas a cabo por R. Amiran y A. Eitan, desde 1968 hasta 1969, han redondeado y completado el cuadro obtenido por Johns. Desde 1937 hasta 1938, R. W. Hamilton, también del Departamento de Antigüedades, llevó a cabo una cantidad de sondeos fuera del muro norte de la actual ciudad antigua y en la Puerta de Damasco. Las excavaciones en esta puerta fueron reanudadas por B. Hennesy desde 1964 hasta 1966. Mostraron que la actual Puerta de Damasco descansa sobre la estructura de una que fue construida originalmente por Aripa I, en el s I d.C., y que más tarde fue reconstruida por Adriano, en el, s II. Las excavaciones también se han realizado dentro de la ciudad, principalmente en los lugares de conventos e iglesias. Han arrojado algo de luz sobre temas que tienen que ver con la extensión de la fortaleza Antonia, la ubicación del estanque de Betesda, la ciudad del tiempo de Constantino y las estructuras edificadas en sus dí­as. Desde 1961 se han realizado excavaciones con resultados sumamente importantes, primero por Kenyon hasta 1967, y desde la guerra de los 6 dí­as, en 1967, por arqueólogos israelí­es. Sólo se mencionarán las más significativas. Las excavaciones de Kenyon clarificaron y corrigieron hallazgos anteriores de antiguas fortificaciones en el lado este de Ofel. Ella encontró los muros jebuseos y daví­dicos de la antigua Jerusalén y demostró que los restos de las fortificaciones que antes se pensaban que eran del tiempo de los jebuseos y de David, en realidid fueron construidas por Nehemí­as. En el Muristán, exactamente al sur de la Iglesia del Santo Sepulcro, se cavó una profunda trinchera hasta la roca, lo que mostró que esta área habí­a estado fuera de los muros de la ciudad en el tiempo de Cristo. Esta evidencia fue confirmada más tarde por excavaciones llevadas a cabo por U. Lux durante las obras de restauración de la Iglesia Luterana del Redentor, que está entre el Muristán y la Iglesia del Santo Sepulcro. Estos hallazgos han demostrado que el sitio del Santo Sepulcro, construido durante el s IV d.C., donde los cristianos de ese tiempo consideraban el lugar de la crucifixión y sepultura de Jesús, en tiempos de Cristo estaba fuera de la ciudad. Por lo tanto, es posible que este sitio tradicional sea el lugar de los sufrimientos y resurrección de Cristo. Las excavaciones de Mazar (1968) al oeste y al sur del área del templo han expuesto, además de ruinas posteriores de la Jerusalén bizantina e islámica, impresionantes restos de la ciudad herodiana del tiempo de Cristo. Incluyen una escalinata monumental de 64 m de ancho que conducí­a desde Ofel, el barrio inferior de Jerusalén, hasta la Puerta de Hulda, que daba acceso al área del templo desde el sur. Las excavaciones llevadas a cabo en el barrio judí­o de la ciudad antigua, bajo la dirección de Avigad (1969), trajeron a la luz casas en ruinas, destruidas en el 70 d.C. Todaví­a 630 contení­an muchos de los utensilios y muebles. Pero el descubrimiento más importante fue una sección del muro de la ciudad erigido en el s VIII a.C., probablemente por el rey Ezequí­as, que encerraba un barrio nuevo en la colina occidental de Jerusalén. Hasta ahora se han excavado unos 65 m de este muro, que tiene unos 7 m de ancho y se ha conservado hasta una altura de unos 3 m. También Avigad descubrió una torre que perteneció al muro occidental de Jerusalén, con evidencias de la destrucción babilónica del 586 a.C. Estos descubrimientos han requerido la corrección del plano de la antigua Jerusalén, como se ve en la fig 278. IV. Resultados de un siglo de investigaciones arqueológicas en Jerusalén. Aunque muchos problemas históricos y topográficos no han sido resueltos todaví­a, se pueden enumerar algunos resultados positivos. La ubicación y el tamaño de la Jerusalén jebusea y de la ciudad de David han sido determinados en forma definitiva. También se han determinado el trazado de los muros de la ciudad más antigua y la ubicación de algunas de sus puertas. Se han explorado los sistemas de agua de los jebuseos y de Ezequí­as. También se conoce la extensión aproximada del área del templo y su ubicación dentro de ella. Asimismo se conoce el sitio y la extensión de la Fortaleza Antonia, del palacio de Herodes, del estanque de Betesda, del estanque de Siloé, de la fuente de Gihón, del pozo de En-rogel, y de los valles del Cedrón y de Hinom. todaví­a falta resolver mucho del trazado exacto de los muros de la ciudad durante diversos perí­odos de la historia antigua de Jerusalén. Los muros que se indican en el plano de la fig 278 representan el estado actual de nuestros conocimientos, pero están sujetos a cambios y correcciones a medida que se hagan nuevos descubrimientos, así­ como fue necesario corregir el plano de Jerusalén publicado en la 1ª edición (en inglés) de este Diccionario, cambios incorporados en esta edición española. 282. La Ciudadela en Jerusalén, con la así­ llamada Torre de David (derecha), cuya parte inferior fue construida por Herodes el Grande. Bib.: Mucho se ha escrito sobre la historia y la arqueologí­a de Jerusalén. A continuación damos una lista parcial de las obras más importantes: L.-H. Vincent, Jérusalem antique [La Jerusalén antigua] (Parí­s, 1912); L.-H. Vincent y F. M. Abel, Jérusalem nouvelle [La Jerusalén moderna] (Parí­s, 1914-1926); L.-H. Vincent y A.-M. Steve, Jérusalem de l ‘Ancien Testament [La Jerusalén del Antiguo Testamento], ts i-iii (Parí­s, 1954-1956); J. Simons, Jerusalem in the Old Testament [La Jerusalén en el AT] (Leiden, 1952); E. L. Sukenik y L. A. Mayer, The Third Wall of Jerusalem [El tercer muro de Jerusalén] (Londres, 1930); K. Kenyon, Jerusalem: Excavating 3.000 years of History [Jerusalén: Excavando 3.000 años de historia] (Nueva York, 1967); Y. Yadin, ed., Jerusalem Revealed: Archaeology in the Holy City 1968-1974 [Jerusalén revelada: Arqueologí­a en la Santa Ciudad. 1968-1974] (Jerusalén, 1975); O. Bar-Yosef, B. Mazar, K. Kenyon, M. Avi-Yonah y N. Avigad, “Jerusalem”, EAEHL 2:579-647.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo Yerushalayim, ciudad de paz. La ciudad más importante de Tierra Santa, considerada, asimismo, santa por las tres las grandes religiones monoteí­stas del mundo: el judaí­smo, porque allí­ estuvo el Templo de Salomón; el cristianismo, porque en ella transcurrieron los últimos momentos de Jesús en la tierra; y el Islam, porque en ella ascendió a los cielos el profeta Mahoma desde la Roca del monte del Templo, Harám al-Sarif. La ciudad ha tenido varios nombres: Urusahalim, que quiere decir, †œfundación de Shalem†, Sahlem era el dios de la paz para los amorreos, y en Ez 16, 3, se lee que de J. dice Yahvéh: †œTu padre era amorreo y tu madre hitita†; de Shalem, también, se deriva shalôm, paz. El primer nombre que encontramos en la Escritura para esta ciudad es Salem, ciudad de paz, Gn 14, 18; Sal 76 (75), 3; En tiempo de los jueces era llamada Jebús, por sus habitantes los jebuseos, Jc 19, 1011; 1 Cro 11, 4-5. Su nombre en árabe es al-Quds, que significa el †œSantuario†. Después que David fue ungido rey de Israel en Hebrón, subió a J. y la conquistó y desde entonces se llama así­, aunque también se le dice Sión, Moriah, Ciudad de David, Ariel, ciudad del Gran Rey, Ciudad Santa. La ciudad estuvo poblada desde el paleolí­tico. Los primeros habitantes fueron expulsados entre el 5000 y el 4000 a. C. por los cananeos, en la edad del bronce. Estos invasores eran una mezcla de pueblos, entre los cuales sobresalí­an los jebuseos. En el siglo XV a. C., durante las conquistas del faraón Tutmosis III, pasaron a ser vasallos de Egipto. En las cartas de Amarna, descubiertas en 1887, que contienen parte de la correspondencia del faraón de la dinastí­a XVIII, Amenofis IV o Ajenatón, 1374-1347 a. C., con los gobernadores de sus provincias, se menciona este vasallaje de J.

Por las Escrituras se sabe que estaba habitada en tiempos del patriarca Abraham; Salem se llamaba la ciudad, y allí­ el patriarca se encontró con el rey y sacerdote Melquisedec, en el valle de Savé, Gn 14, 17-20; este valle, también llamado del Rey, se menciona en 2 S 18, 18, y, según el historiador Josefo, estaba muy cerca de la ciudad.

Cuando los israelitas conquistaron Palestina ca. 1220 a 1200, Jebús, nombre de la ciudad en ese entonces, no pudo ser tomada, Jos 15, 63.

David después de ser ungido rey de Israel, ya habí­a sido proclamado de Judá, tomó hacia el año 1000 a. C. la ciudad, cuya fortaleza jebusita de Sión habí­a sido inexpugnable hasta entonces. David se instaló en la fortaleza y la llamó Ciudad de David. †œEdificó una muralla en derredor, desde el Mil.ló hacia el interior†, 2 S 5, 6-9; 1 Cro 11, 4-9. Así­, David hizo de J. la capital polí­tica y religiosa del reino. Llevó el Arca desde Baalá, o sea, Quiryat Yearim, y la instaló en un nuevo tabernáculo, 2 S 6.

Posteriormente Salomón, hijo y sucesor de David, llevó a cabo grandes obras que embellecieron como nunca la ciudad, construyó el Templo, el palacio real, para lo cual importó maderas del Lí­bano, levantó murallas, 1 R 6; 7; 1 Cro 3; 4. A la muerte de Salomón, ca. 931 a. C., el reino se dividió en el reino del Norte, Israel, y el del Sur, Judá, con capital en J. Los reyes posteriores a Salomón llevaron a cabo varias obras en la ciudad, así­ como también sufrió muchos daños tanto por las luchas con el reino de Israel como con los extranjeros. El rey Ozí­as de Judá, 781-740 a. C., hubo de reconstruir los †œcuatrocientos codos de la muralla de Jerusalén desde la puerta de Efraí­m hasta la puerta de Angulo†, que habí­an sido destruidos por Joás, rey de Israel, 2 R 14, 13; 2 Cro 25, 23; igualmente, la fortaleció, 2 Cro 26, 9 y 15. El rey Ezequí­as, 716-687 a. C., hizo un túnel a través de la colina para llevar el agua desde la fuente de Guijón hasta el estanque de Siloé, obra de ingenierí­a avanzada para la época, 2 R 20, 20; 2 Cro 32, 30.

Ca. 922-921 a. C. Sosaq, rey de Egipto, siendo rey de Judá Roboam, saqueó el Templo y el palacio real, y se llevó los escudos de oro que habí­a hecho el rey Salomón, 1 R 14, 26. En el reinado de Joram, 848-841 a. C., los filisteos y los árabes conquistaron J., saquearon la casa del rey y se llevaron a sus hijos y a sus mujeres, dejando sólo a Ocozí­as, el menor, 2 Cro 21, 17. Bajo el reinado de Joás 835-796 a. C., los arameos invadieron Judá, mataron gente importante de J. y se llevaron un gran botí­n, 2 Cro 24, 23-24. En el 701 a. C., Senaquerib, rey de Asiria, le arrebató cuarenta y seis ciudades al rey Ezequí­as, menos J., y lo sometió a tributo; en la segunda campaña, el monarca asirio debió suspender el asedio a J. a causa de una epidemia, 2 R 18, 17-37; 19; 2 Cro 32, 1-22; Is 36; 37. En 609 a. C., Nekó, rey de Egipto, destronó al rey de Judá Joacaz, y lo sustituyó por su hermano Yoyaquim, 2 R 23, 33-35. Entre el año 598 y el 597 a. C., Nabucodonosor II, rey de Babilonia, asedia a J., el rey Joaquí­n se rinde y es sustituido por Sedecí­as, muchos de los habitantes de J. son deportados a Babilonia. Ca. 589-588, Sedecí­as se rebela; entre junio y julio del 587 ó 586, J. es tomada y Sedecí­as hecho prisionero. Un mes después, Nabuzaradán, jefe de la guardia del rey Nabucodonosor, arrasa la ciudad y el Templo, y hay nueva deportación a Babilonia, dejando sólo a la gente más pobre, 2 R 24: 25; 2 Cro 36, 17-21.

Sin embargo a pesar del desastre de la ciudad y del Templo, J. siguió siendo el centro de la vida religiosa, y el profeta Jeremí­as dice que mientras duró el cautiverio en Babilonia, los judí­os que no habí­an sido deportados y gentes del Norte iban en peregrinación a la Casa de Dios en J., con †œla barba raí­da, harapientos y arañados†, en señal de luto y penitencia, llevando oblaciones e incienso Jr 41, 5.

En el año 539 a. C. Ciro el Grande, rey de Persia, se toma la ciudad de Babilonia. En el año 538 a. C., dicta un decreto que autoriza a los judí­os volver a su tierra, con el alto comisario Sesbasar, reconstruir la ciudad de J. y el Templo; el rey devolvió los objetos del culto robados por Nabucodonosor, Esd 1, 1-11. En este mismo año se restauró el altar de los holocaustos, Esd 3, 3. Entre el 520 y el 515, se levantó el llamado †œsegundo Templo†, bajo el alto comisario Zorobabel, Esd 6, 15; Ag 2, 15.

Entre el año 445 y 443 en la primera misión de Nehemí­as, se reconstruyó la muralla de J., Ne 3.

En 332 a. C. la conquista de Alejandro Magno y el dominio de los lágidas o tolomeos de Egipto no cambiaron demasiado a J. Lo que sí­ sucedió cuando cayó en manos de los seléucidas, en el 193 a. C., y la ciudad cambió por la influencia cultural helenizante de estos monarcas y se presentaron divisiones y conflictos entre los mismos judí­os. El mayor impacto lo sufrió J. bajo Antí­oco IV Epí­fanes, quien saqueó el Templo y lo profanó erigiendo un altar a Zeus, en el 169 a. C., además de desatar una persecución a todo aquel que se rigiera por la Ley, 1 M 1, 21-64. Esto hizo que Matatí­as, con sus cinco hijos, iniciara la guerra santa contra el régimen seléucida, lo que se conoce como la rebelión de los Macabeos.

Muerto Matatí­as ® Judas Macabeo tomó el mando de la guerra de liberación, conquistó el monte del Templo y restableció el santuario. Sin embargo, Judea se libró de los seléucidas, sólo con Simón, el último de los cinco hermanos Macabeos, quien logró el reconocimiento como sumo sacerdote y en el año 141 a. C. finalizó la ocupación seléucida. Bajo los macabeos la ciudad se convirtió en la ciudad santa del judaí­smo y en lugar de peregrinación.

En el año 63 a. C. el general romano Cneo Pompeyo Magno tomó a J., con lo que se inició el dominio romano de la ciudad. Pompeyo nombró sumo sacerdote a ® Hircano. De aquí­ en adelante, la época de mayor prosperidad se vivió bajo ® Herodes el Grande, quien reconstruyó de manera fastuosa el Templo.

Ya desde la época de Herodes el Grande comenzaron a formarse grupos de oposición al dominio de Roma, como los zelotes, y debido a las sublevaciones judí­as, Tito, hijo del emperador Vespasiano, destruyó en el año 70, la ciudad de J. y el Templo, sobreviviendo algunas fortificaciones de la parte occidental, con lo que finalizó la historia de la J. antigua.

Entre el 132 y el 135 se llevó a cabo la rebelión judí­a contra Roma, comandada por Bar Kokebá, la cual fue sofocada sangrientamente e hizo que el emperador Adriano reconstruyera la ciudad, pero una ciudad pagana, prohibida para los judí­os, a la que dio el nombre de Aelia Capitolina, y J. quedó convertida en colonia romana.

En época del emperador Constantino I el Grande 306-337, convertido al cristianismo, se le devolvió el nombre de J. a la ciudad. A instancias de Santa Elena, madre de Constantino, se construyó la iglesia del Santo Sepulcro y muchos otros edificios religiosos, con lo que volvió a ser la ciudad santa. J. fue conquistada en el año 637 por los musulmanes, bajo el califato de Omar I. En el año 691 se construyó la cúpula de la Roca, o mezquita de Omar, en el lugar donde se cree estaba el altar del Templo de Salomón.

Los turcos selyúcidas tomaron la ciudad en el año 1071 y su maltrato a los cristianos así­ como la destrucción de la iglesia del Santo Sepulcro fueron algunas de las causas que llevaron al papa Urbano II a convocar las Cruzadas. En 1099, bajo el mando del noble francés Godofredo de Bouillon, los cruzados conquistaron J., y se instauró el llamado reino latino, y en el año 1100, Balduino I, conde de Bolonia, hermano de Godofredo, fue coronado rey de J. En 1187, fue reconquistada por los musulmanes bajo el mando de Saladino I.

Desde el siglo XIII cuando J. fue conquistada por los mamelucos egipcios, hasta el reinado de los turcos otomanos, que comenzó en 1517, la importancia de la ciudad decayó. Muchos judí­os que huí­an de las persecuciones que padecí­an en Europa regresaron a su ciudad, y ya terminando el siglo XIX formaban un grupo significativo entre los habitantes de la ciudad. En el año 1917, J. fue ocupada por los británicos, y desde 1922 hasta 1948 formó parte del mandato británico de Palestina como capital.

Desde 1949 J. es la capital del Estado de Israel fundado en 1948.

En el N. T. se habla de la J. terrenal y la J. nueva, la celestial, figura de la Iglesia triunfante y sí­mbolo escatológico de la consumación de los tiempos, ciudad de los elegidos, Gl 4, 26; Hb 12, 22 ss; Ap 3, 12-21; 21, 2-4.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Esta es la ciudad más importante sobre la faz de la tierra en relación con la obra de Dios y, a través de la cual, el Señor ha mostrado su redención al mundo. Era la ciudad real, la capital del único reino que (hasta ahora) Dios ha establecido sobre la tierra. Aquí­ se construyó el templo donde se ofrecí­an legí­timamente los sacrificios prescritos por Dios. Esta fue la ciudad de los profetas y de los reyes del linaje de David. Aquí­ fue donde ocurrieron la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesucristo, el Hijo más importante de David. El Espí­ritu Santo descendió en el Pentecostés sobre un grupo reunido en esta ciudad, dando nacimiento a la iglesia cristiana; y aquí­ también se llevó a cabo el primer gran concilio de la iglesia. El cronista tení­a razón al decir que Jerusalén era la ciudad que Jehovah habí­a elegido de entre todas las tribus de Israel para poner allí­ su nombre (1Ki 14:21). Aun Plinio, un historiador romano del primer siglo, se refirió a Jerusalén como la ciudad más famosa del antiguo oriente. Por casi 2.000 años esta ciudad ha sido el objeto principal de las peregrinaciones de hombres y mujeres devotos, y fue con el intento de recuperar la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén que se organizaron las cruzadas.

Ningún otro sitio en las Escrituras recibe tanta y continua alabanza como Jerusalén; y a ningún otro lugar en el mundo se le han hecho tantas promesas de una gloria final y una paz permanente.

Pero aunque la palabra Jerusalén es semita en su origen, aparentemente este no fue el nombre original que los hebreos le dieron a dicha ciudad. Mucho antes, en la época de las Cartas de Amarna (1400 a. de J.C.), se la conocí­a con el nombre de Urusalim; es decir, la ciudad de Salem, comúnmente considerada como queriendo significar ciudad de paz. En la Biblia hebrea la palabra aparece por primera vez en Jos 10:1. Los rabinos dicen que en la Biblia hay 60 diferentes nombres para Jerusalén, lo cual puede ser una exageración, aunque realmente si hay una buena cantidad de nombres. El nombre Jerusalén ocurre como 600 veces en el AT.

Después del libro de los Hechos en el NT, Jerusalén se menciona muy poco: cuatro veces casi al final de la carta a los Romanos (Rom 15:19, Rom 15:25-26, Rom 15:31), una vez al final de la primera carta a los Corintios, y otra vez en Gal 1:17-18; Gal 2:1. El nombre que más se usa para referirse a esta ciudad, aparte de Jerusalén, es Sion, el cual ocurre como 100 veces en el AT.

a menudo se denomina a Jerusalén como la ciudad de David (2Sa 5:7, 2Sa 5:9; 2Sa 6:10-16; Neh 3:15; Neh 12:37; Isa 22:9). Más tarde se aplica este mismo tí­tulo a Belén (Luk 2:4, Luk 2:11).

En contraste con la mayorí­a de ciudades que han sido centros de grandes eventos históricos a través de los siglos, Jerusalén siempre ha permanecido en el mismo sitio. Está situada a 55 km. al este del Mediterráneo y a 23 km. al oeste del mar Muerto; a una elevación de 797 m. sobre el nivel del mar. La ciudad descansa sobre tres montes. En el monte sudoeste, la ciudad original de los jebuseos, la ciudad que David capturó y la cual más tarde fue llamada Sion, ocupaba cerca de cuatro o cinco hectáreas. En contraste, el área de la ciudad de Meguido (una fortaleza) tení­a como 15 hectáreas. Sobre el monte Ofel, en la parte norte, fue donde Salomón edificó el gran templo y su palacio. Al este de estos dos montes habí­a un valle bastante pronunciado conocido con el nombre de Quedrón. Al sur de la ciudad estaba otro valle también un tanto profundo conocido como el valle de Hinom. En la parte más remota del monte al oeste se encontraba situado el valle de Gehenna; realmente una continuación del valle de Hinom. Actualmente no se pueden establecer con toda precisión las profundidades originales de estos valles ya que los desechos los han cubierto en algunos lugares hasta una altura de 16 a 19 m. La ciudad nunca ocupó un área grande. Inclusive en el tiempo de Herodes el Grande, el área dentro de los muros no sobrepasaba el km. y medio de largo por un km. de ancho. La ciudad estaba ubicada fuera de lo que era la ruta común de las grandes carava nas y, en contraste con la mayorí­a de las capitales del mundo, no estaba cerca de un rí­o navegable o algo por el estilo. Por lo tanto, su tamaño era más o menos algo exclusivo. Por el otro lado, estando a 32 km. al norte de Hebrón y 50 km. al sur de Samaria, Jerusalén estaba centralmente localizada para servir como la capital del reino de Israel.

Hay una referencia a los jebuseos que habitaban Jerusalén (Gen 10:15-19). Realmente, la primera referencia a Jerusalén como tal se encuentra en la narración de Abraham entrevistándose con Melquisedec, el rey de Salem (Gen 14:17-24). Muchos creen, y la tradición es unánime en este punto, que el lugar donde Abraham iba a sacrificar a Isaac en el monte Moriah (Gen 22:2; 2Ch 3:1) es el sitio exacto sobre el cual, siglos después, Salomón edificó el templo.

El nombre actual de Jerusalén ocurre por primera vez en Jos 10:5, donde se relata el hecho de que el rey de la ciudad se confederó con otros cuatro reyes en un intento inútil por derrotar a Josué. En este mismo libro se confiesa francamente que los israelitas fueron incapaces de expulsar a los jebuseos (Jos 15:8, Jos 15:63; Jos 18:28). Los israelitas tomaron control de la ciudad por un tiempo breve, pero no pudieron conservarla (Jdg 1:7, Jdg 1:21). No se sabe nada sobre la historia de Jerusalén, sea de fuentes bí­blicas o extrabí­blicas, desde el tiempo de la muerte de Josué hasta su captura por parte de David (2Sa 5:6-10).

Con la muerte de Salomón comenzó a opacarse la gloria de Israel así­ como también la de Jerusalén. En el quinto año del reinado de Roboam, 917 a. de J.C., Sisac, el rey de Egipto, vino contra Jerusalén sin ningún problema y tomó los tesoros de la casa de Jehovah y los tesoros de la casa del rey; todo lo tomó. También tomó todos los escudos de oro que habí­a hecho Salomón (1Ki 14:26; 2Ch 12:9). Este fue el primero de ocho diferentes saqueos que sufrió el templo de Jerusalén dentro de un lapso de un poco más de 300 años.

En el año 701 a. de J.C., ocurrió un evento al que se le presta más atención y del cual se proveen mayores detalles en el AT, que aun a la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. La ciudad estaba bajo la amenaza de Senaquerib (704-681) quien pronunciaba insulto tras insulto en contra del rey Ezequí­as (715-687), recordándole que él, Senaquerib, ya habí­a capturado prácticamente cada una de las ciudades de Judá, ¿y cómo podí­a pensar el rey que Jerusalén se escaparí­a? Pero por una intervención divina, como cumplimiento a la promesa de Dios de que esta vez el rey se salvarí­a de la invasión, el ejército de Senaquerib sufrió una destrucción misteriosa y él tuvo que regresarse a Asiria sin haber podido cumplir su amenaza (2 Reyes 18—19; 2 Crónicas 32; Isaí­as 36).

Jesús pronunció cuatro declaraciones principales sobre la ciudad, todas ellas con una nota de tristeza (Mat 23:37; Mat 24:2; Luk 13:33; Luk 19:42; comparar Mar 13:2; Luk 21:24). El libro de Hechos se inicia haciendo mención de un grupo de los seguidores de Jesús que estaban reunidos en un aposento alto en Jerusalén. La iglesia nació en Jerusalén el dia de Pentecostés (Hechos 2). Las primeras persecuciones ocurrieron en esa ciudad. Fue aquí­ donde se celebró el primer concilio de la iglesia y éxitosamente se hizo frente a la primera gran crisis de la iglesia, decidiendo de una vez por todas el hecho de que la salvación es completamente por gracia, aparte de las obras (cap. 15).

Años más tarde, en esta misma ciudad, el apóstol Pablo fue arrestado, arrastrado dentro del templo por una muchedumbre y falsamente acusado (capí­tulos 21—22).

La destrucción de la ciudad, después de un sitio de 143 dí­as por el ejército romano bajo el liderazgo de Tito, aunque predicho en los Evangelios, no está registrado en ninguna parte del NT. Antes de que concluyera este espantoso evento, 600.000 judí­os fueron muertos y miles más fueron llevados al cautiverio. Un inútil y trágico intento de los judí­os por obtener su libertad de los romanos estuvo concentrado en la rebelión de 134 d. de J.C., liderados por el falso mesí­as Bar Kokhba. Esta rebelión fue abrumadoramente controlada y lo que quedó de la ciudad lo pusieron a ras de la tierra; inclusive los cimientos fueron arados. Dos años más tarde los romanos comenzaron a reedificar la ciudad, pero ahora bajo el nombre de Aelia Capitolina. Todos los judí­os fueron estrictamente excluidos de esta nueva ciudad por cerca de dos siglos, hasta el reinado de Constantino. En la primera parte del siglo IV, por la ferviente devoción de Helena, la madre del Emperador, se construyó la famosa Iglesia del Santo Sepulcro, llamada Anastasis (la palabra gr. para resurrección). De aquí­ en adelante, Jerusalén vino a ser más y más el objeto de peregrinajes y ricas donaciones.

En el año 614 d. de J.C., un general persa bajo el mandato del rey Chosroes II capturó la ciudad y asesinó a 60.000 cristianos, tomando como esclavos a 35.000 más. En 688 la primera Cúpula de la Roca fue edificada.

Mahoma, más o menos familiarizado con el AT y el NT, creyó necesario estar de alguna manera identificado con esta ciudad; una ciudad santa tanto para los judí­os como para los cristianos. El Islam muy pronto interpretó un pasaje en el Corán como implicando que Mahoma habí­a sido llevado milagrosamente a Jerusalén para ser divinamente ordenado ahí­; pero realmente no hay evidencia de dicho viaje. En 1009, el califa Hakim, hijo de una mujer cristiana, inició su devastadora obra en Jerusalén ordenando la destrucción de la Iglesia del Santo Sepulcro. Para 1014 habí­an sido quemadas y saqueadas unas 30.000 iglesias.

El 14 de julio de 1099 d. de J.C., el ejército cristiano de la Primera Cruzada capturó Jerusalén, pero la horrenda matanza llevada a cabo por estos llamados caballeros cristianos es algo que los musulmanes nunca han olvidado ni perdonado. Saladin, después de su indiscutible victoria sobre los cruzados en los Cuernos de Hatin, acampó frente a la ciudad el 20 de septiembre de 1187.

Entró a la ciudad el 2 de octubre y ordenó a sus soldados que no se involucraran en ningún acto violento o conquista bacanal, como la llevada a cabo por los cruzados cristianos casi un siglo antes. En 1229, Federico II recuperó la ciudad pero por medio de negociaciones. En 1244 cayó bajo el dominio de los tártaros. En 1247 fue nuevamente capturada por los egipcios.

En 1260 la recapturaron los tártaros. En 1517 la tomaron los turcos otomanos.

El 9
de diciembre de 1917, el general británico Allenby entró caminando a la ciudad; el 31 de octubre de 1918 se firmó el armisticio, y se dio por terminado 400 años del gobierno ilegal de los turcos.

El 24 de abril de 1920, se firmó el mandato de que la Gran Bretaña gobernara sobre Palestina y la transjordania, y por cerca de 30 años sufrió un revés tras otro en su intento de gobernar el paí­s. El 14 de mayo de 1948 terminó el mandato dado a los británicos y el Concilio Nacional en Tel-Aviv proclamó el Estado de Israel. A esto siguió la amarga y a menudo brutal guerra por el territorio de Palestina. Como resultado de la misma casi un millón de árabes fueron expulsados de sus hogares. Para la primavera de 1949, 45 gobiernos ya reconocí­an a Israel como un Estado. Lamentablemente la batalla con el bloque de paí­ses árabes ha continuado. Una serie de esos enfrentamientos hostiles concluyó en 1967 cuando la administración árabe en la antigua ciudad terminó y los israelitas asumieron el control sobre toda la ciudad de Jerusalén. La ciudad habí­a sido proclamada la capital del paí­s en 1950, pero las Naciones Unidas no la habí­an reconocido como tal. Ya en 1980 la población de la ciudad (después de una cifra baja de 350.000 en 1785), habí­a aumentado a 448.200; en 1987 habí­a declinado a 400.000.

a continuación se presenta un resumen general de las profecí­as concernientes a Jerusalén.

1. En Deuteronomio 12, aunque no se menciona ningún nombre, hay seis referencias al lugar donde en el futuro estarí­a el santuario: el lugar que Jehovah vuestro Dios haya escogido (ver también 1Ki 8:29, 1Ki 8:48).

2. La promesa de que el intento de Senaquerib por capturar la ciudad serí­a frustrado (2Ki 19:32-34; Isa 29:7; Isa 30:19; Isa 31:4-5).

3. La destrucción de la ciudad por Nabucodonosor (2Ki 22:16-17; 2Ch 34:24-25; Isa 4:3-5; Isa 10:11-12; Isa 22:9-11; Eze 24:1 ss.).

4. La profanación de la ciudad por Antí­oco Epí­fanes (Dan 8:11-14; Dan 11:30-32).

5. La destrucción de la ciudad por los romanos bajo el mando de Tito (Dan 9:26; Mat 24:2; Mar 13:2; Luk 13:33-35; Luk 19:41-44; Luk 21:6, Luk 21:20, Luk 21:24).

6. Una profecí­a relacionada con esta ciudad en la era presente (Dan 9:26; Zec 12:3; Luk 21:24).

7. Los judí­os retornarán a Palestina al final de la presente era; algunas veces se menciona especí­ficamente a Jerusalén (Joe 3:1). También se profetiza la construcción de algún tipo de templo en la Ciudad Santa (Isa 55:11; Isa 60:1-3; Jer 31:8-9; Dan 9:27; Dan 12:11; Mat 24:15; Mar 13:14; 2Th 2:3-4).

8. El episodio de los dos testigos que serán martirizados en esta ciudad (Apocalipsis 11).

9. Un asalto final sobre la ciudad por las naciones de la tierra (Isa 29:1-7; Isa 29:31—34; Joe 3:9-12; Zec 14:1-3).

10. La purificación de la ciudad de sus impurezas espirituales (Isa 1:25-26; Isa 4:3-4; Joe 3:17; Zec 14:1-3).

11.

Una ciudad que final y permanentemente conocerá la presencia de la gloria de Dios (Isa 62:2; Eze 43:1-2), la paz (Psa 122:6-9; Isa 60:17; Isa 66:12) y el gozo (Psa 53:6).

12. La ciudad a la cual todas las naciones de la tierra acudirán para instrucción y bendición (Psa 102:21-22; Isa 2:2-4).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

La ciudad de Jerusalén se desarrolló a partir de la ciudad yebusea de Urusalim (o algo similar, con el significado de †œciudad del dios Salim†) que David conquistó y convirtió en su ciudad (la †œciudad de David†). Salomón amplió el recinto urbano hacia el norte, añadiendo a la colina de la ciudad daví­dica, que descendí­a en dirección este hacia el valle del Cedrón, otra parte de dicha colina, con un total de unas 9 hectáreas. Sobre dicha colina construyó la ciudad del palacio y del templo y la rodeó de un muro. Así­ pues, aquella Jerusalén de los reyes limitaba por el este con el valle del Cedrón, y por el oeste con un valle que, según un informe tardí­o de Josefo, se llamó Tiropeón (†œValle de los queseros†). Este valle cortarí­a la actual ciudad antigua de Jerusalén de norte a sur, de no haberse colmatado en parte.
Del tiempo del rey Ezequí­as (721-693 a.C.), o anterior es la †œciudad nueva† (misneh, es decir, la †œciudad segunda†), sita al oeste de la ciudad del palacio y del templo, y por tanto al oeste del Tiropeón, y así­ mismo amurallada; quizás el muro se construyó antes que la ciudad. Por el mismo tiempo debe de haberse amurallado también la parte sur de la colina occidental, como resulta de la instalación de Siloé. Jerusalén quedaba así­ circunscrita entre el valle del Cedrón al este y el Ge-Hinnom, que rodea la colina suroccidental; un tercer valle, el Tiropeón, la atravesaba de norte a sur. Los tres valles confluí­an por debajo de la punta meridional de la ciudad alargada de los yebuseos (la ciudad de David) en el actual wadi en-Nar.
El territorio de la ciudad a derecha e izquierda del Tiropeón no hay que representárselo sin más como una meseta. Tanto la alargada colina oriental (la ciudad de David y la ciudad del palacio con el templo) como la colina así­ mismo longitudinal del oeste con los nuevos barrios estaban cruzadas por numerosos y pequeños pliegues y fallas transversales, de modo que Jerusalén no era sólo una ciudad sobre el monte sino también una ciudad montañosa.
El año 586 a.C. la ciudad fue destruida por el babilonio Nebukadnezzar II; la ciudad de David y la ciudad nueva pronto debieron de quedar escasamente habitadas; el templo y el palacio, así­ como las murallas, debieron de ser reducidos a escombros con toda seguridad por orden de Babilonia; el servicio de los sacrificios en el altar se mantuvo al principio, como ofrendas también por el rey babilonio y seguramente que en honor también (¿o exclusivamente?) de los dioses babilónicos. La restauración empezó lo más pronto en el 536 a.C., después de que Ciro n permitiese el retorno de los judí­os de Babilonia y la construcción de un nuevo templo.
Las guerras subsiguientes dañaron sin duda la ciudad en gran medida, pero no la destruyeron. Heredes el Grande levantó construcciones suntuosas en su ciudad regia; pero ese esplendor de Jerusalén duró muy poco. Al terminar la guerra judeo-romana, el año 70 d.C., fue arrasada hasta los cimientos, y por orden de Tito sólo quedaron en pie algunos lienzos de muralla y las torres junto al palacio herodiano.

Fuente: Diccionario de Geografía de la Biblia

Sagrada para los judí­os, los cristianos y los musulmanes, Jerusalén ha sidon un gran centro religioso desde el tiempo en que David estableció allí­ su capital alrededor del año 1000 a. de J.C. Probablemente fue un importante lugar de adoración cananea por 800 años antes de David porque Abraham adoró allí­ y pagó los diezmos a Melquisedec (Gn. 14:18–20). Las excavaciones de 1961 indican que la ciudad conanea de 1800 a. de J.C. , tení­a murallas hasta la falda oriental de la colina sudoriental y se extendí­a tanto como la ciudad de David. De modo que en los últimos 1750 años, Jerusalén ha sido un centro religioso y en los tiempos bí­blicos llegó a ser la ciudad principal de israel.
I. Nombres. Uno de los textos egipcios de execración del siglo XIX a. de J.C. , menciona primeto un nombre equivalente a Urushalim. Cuatrocientos años más tarde el nombre aparece en las tabletas de Tell el-Amarna como Urusalim. En los registros asirios de un perí­odo posterior se usa el nombre de Urushalim. En la Biblia la ciudad se menciona primero como Salem o Shalem, el reino sacerdotal de Melquisedec (Gn. 14:18). Durante el perí­odo de los jueces fue Jebus de los jebuseos (Jue. 19:10, 11), después de su captura por David (2 S. 5:6–9) el nombre primario era Jerusalén hasta que fue reconstruida en el 135 d. de J.C. , por el emperador romano Aelius Hadrianus (Adriano) como Aelia Capitolina. El nombre Jerusalén fue restaurado en el siglo IV por Constantino, cuya madre, Helena, hizo una peregrinación a la ciudad en el 326 d. de J.C. Hoy los musulmanes la llaman El Kuds (la santa), pero para cristianos y judí­os es Jerusalén.
El nombre hebreo Yerushalaim que se traduce Jerusalén se deriva del cananeo Urushalim que significa †œel dios Shalem fundó (la ciudad)†. Shalem era una deidad de los amorreos y su asociación con Jerusalén apoya el dicho de Ezequiel 16:3; †œ †¦ Así­ ha dicho Jehová el Señor sobre Jerusalén: tu origin, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hetea†. Los nombres de los hijos de David, Absalón y Salomón reflejan el nombre de la deidad de Jerusalén.
II. Localidad y Clima. Apretada entre las Colinas de la meseta central, Jerusalén yaca en el centro mismo de la antigua ruta que conducí­a desde Siquem hasta Hebrón. Esta a ca. 800 mts. sobre el nivel del mar y ubicada ca. a 310 de latitud norte, alrededor de 23 kms. al occidente de la costa del Mediterráneo. Altas montañas la circundan y al alcanzar la cresta del monte Scopus o el monte de los Olivos el viajero se siente embargado momentáneamente por la repentina vista del panorama de la populosa ciudad y el área vasta del templo que se extiende ante sus ojos.
Geográficamente, Jerusalén no es el centro natural del terreno montañoso. Las principales rutas internacionales conducí­an a lo largo de la región costera en el oeste hacia Egipto y hacia el oriente la ruta del rey conducí­a a través de la Transjordania hasta Arabia. Hasta el tiempo de David, Siquem era un centro más importante que Jerusalén tanto polí­tica, comercial como religiosamente. La preeminencia de Jerusalén como la primera ciudad de Biblia se deriva del significado religioso dado por David y Salomón al establecer el primer templo.
Situada sobre el espinoso curse de la vertiente que corre de norte a sur y que divide la región montañosa entre el mar Muerto y el Mediterráneo, Jerusalén sufre a veces de caprichosos cambios de temperatura. Caen aproximadamente sesenta centí­metros de lluvia entre octubre y mayo. Ocasionalmente, en enero y febrero, la lluvia es traí­da por el viento en forma tan torrencial que parece inundar la tierra. Entre mayo y octubre normalmente no llueve y el calor del verano por la noche llega a ser intolerable en algunas ocasiones. Generalmente soplan vientos tibios moderadamente húmedos a través de las estrechas calles, como cuando Nicdemo vino a ver a Jesús (Jn. 3:1 y sigtes.). Pero ocasionalmente, el viento durante perí­odos de 3 a 5 dí­as y el fuerte calor así­ como la sequedad marchita las hojas de los árboles, y hace que tanto los hombres como los animales se sientan incómodos y fácilmente irritables.
III. Topografí­a. Jerusalén es una ciudad edificada sobre una serie de montí­culos estrechamente unidos. Valles profundos rodean la ciudad por todos lados excepto al norte constituyendo fosos naturals lo cual hizo más fácil la edificación de defenses en los tiempos antiguos. Un valle central divide a ciudad del noroeste hasta el sureste y hondonadas laterales cortan a través de un valle central hasta los profundos valles que limitan la ciudad del noroeste hasta el sureste y hondonadas laterales cortan a través de un valle central hasta los profundos valles que limitan la ciudad en el oriente y el occidente creando colinas aisladas pero estrechamente unidas en el terreno original. Sin embargo, la ocupación del sitio durante siglos ha causado alteraciones radicals en la topografí­a de la ciudad interior.
A. Los Valles. En el oriente, el valle del Cedrón limita a Jerusalén a lo largo de su entera longitud con las faldas que alcanzan una inclinación de cuarenta grados. Rodeando el lado occidental alrededor del lí­mite sur del la ciudad está el valle de Hinom con sus lados igualmente pendientes. Este se une al Cedrón en la esquina suroriental de la ciudad cerca del Bir Ayyub o pozo de Jacob, conocido en los tiempos bí­blicos como En-rogel (1 R. 1:9).
El valle central, conocido en los tiempos romanos como el Tiropeon o el valle de los fabricantes de queso, recorre desde un punto cerca de la puerta de Damasco hacia el sur hasta el estanque de siloé donde se une al Cedrón. Un brazo lateral de Tiropeon en los tiempos antiguos cortaba a través del extremo norte del área del templo hasta el Cedrón y un segundo brazo probablemente conducí­a al Cedrón en un punto debajo del ofel, aislando en algo el monte del templo y el montí­culo suroriental. Otra depresión desciende hacia el oeste desde el valle central a lo largo de la lí­nea general de la Calle de David hasta un punto cercano a la puerta de Jafa.
Los valles dentro de las murallas de la antigua ciudad han sido llenados con escombros a través de los siglos hasta que sólo permanecen algunos rastros de ellos. Sin embargo, el curse del valle central puede discernirse en las calles escalonadas de la antigua ciudad o mirando hacia abajo la ciudad desde un punto alto como la torre de la Iglesia Luterana del Redentor.
B. Montañas. El relativamente bajo montí­culo suroriental conocido en los tiempos bí­blicos como el monte Sion fue el sitio de la Jerusalén cananea. Es un borde estrecho y agudo limitado por el Cedrón y el Tiropeon que posiblemente fue cortado desde Ofel por una pequeña hondonada en los tiempos de David. Opuesta a la fuente de Gihón al pie de la falda oriental, el monte de Sion apenas alcanza cincuenta y cinco metros en su cima. Sus lados escalonados fueron hechos en forma de terraza para ampliar el área de la ciudad a fin de incluir una parte de las laderas del área fortificada. Aun incluyendo kas terrazas, el área fortificada del monte de Sion cubre solamente unas 2, 40 a 3, 20 ha.
Inmediatamente al norte del monte de Sion está el monte del templo dominado por la roca sagrada sobre la cual se encuentra ahora la cúpula musulmana de la roca. El monte del templo es mucho más alto que el montí­culo suroriental. En los tiempos bí­blicos era más apretado que lo que indica la presente área amurallada. Herodes el Grande amplió el área del templo artificialmente y fortificó el pavimento de la esquina suroriental, inmediatamente al oriente de la mezquita Al-Aksa, con arcos que formaron los llamados establos de Salomón debajo del patio. El lomo sur redondeado del monte del templo es probablemente el Ofel de los tiempos bí­blicos. Es común hoy dí­a llamar al monte del templo, los que yacen fuera de la presente ciudad amurallada, por el nombre de Ofel.
La alta colina sudoccidental ha llegado a ser conocida en tiempos postrromanos como monte de Sion y se creí­a hasta finales del siglo XIX que la ciudad cananea original estaba situada allí­. Es todaví­a el montí­culo dominante en la ciudad teniendo lados escalonados hacia el occidente y el sur los que caen hacia el valle de Hinom. El Tiropeón separó la colina sudoccidental de los montí­culos más bajos del oriente y una hondonada casi la aislaba de las colinas del norte. Las excavaciones recientes indican que este sitio fue ocupado mucho después que las montañas orientales y que su extremidad sur fue primero fortificada durante el reinado de Herodes Agripa I, ca. 42 d. de J.C. , estando conectada con los montí­culos sudorientales a través de la boca del Tiropeon.
La Iglesia del Santo Sepulcro está construida sobre un montí­culo al norte de la colina sudoccidental. Está en el corazón de la presente ciudad amurallada, pero según la tradición estaba fuera de la ciudad en los tiempos de Cristo y fue el sitio de su crucifixión y sepultura. La ciudad de Herodes Agripa I encerró esta área convirtiéndose así­ en parte de la ciudad amurallada desde ca. 42 d. de J.C.
C. Fuentes. Jerusalén ha tenido siempre problemas con el suministro de agua. Sólo la fuente de Gihón al pie de la ladera oriental de monte Sion y Enrogel cercana al extreme sur del montí­culo son fuentes constantes. Gihón es la fuente mayor. Esta brota intermitentemente entre tres a cinco veces al dí­a en una acción vertiente provocada por las cavidades en las depresiones de la fuenta, las cuales se llenan e inician el proceso de sifón. Túneles y canales fueron excavados para dar acceso a Gihón en las épocas de sitio, y es posible que Joab entrara en la ciudad jebusea a través de estos túneles y capturara la ciudad a nombre de David (2 S. 5:8; 1 Cr. 11:6). El túnel de Siloé fue cortado a través de 548 mts. de piedra caliza a fin de traer las agues de Gihón a través del monte Sion hasta el estanque de Siloé durante el reinado de Ezequí­as (2 R. 20:20; 2 Cr. 32:30).
IV. Excavaciones. Jerusalén ha sido objeto de más excavaciones arqueológicas que cualquier otra ciudad de Palestina y probablemente ha producido los resultados más pobres tanto en objetos como en información. La pobreza de objetos se debe parcialmente al hecho de que Jerusalén ha sido sitiada más de veinte veces y en parte a su pobreza como una ciudad capital. Se ha recogido poca información de los cientos de años de excavación llegaron a Jerusalén mucho más que a las demás ciudades de Palestina.
A. Antes de la Primera Guerra Mundial. El capitán Charles Warren, un ingeniero de minas, excavó primero alrededor del área del monte del templo en 1867–70 con apoyo limitado por parte del Fondo de Exploración Palestino. Warren investigó los 4 lados del Haram esh-Sharif con su sistema de pasajes verticals y túneles, pero no fue capaz de penetrar el área prohibida del templo y conocer lo que existí­a debajo del santuario musulmán. Una pintura de su famos columna vertical de 2.4 mts. de profundidad de la esquina sudoriental del Haram adorna la página de tí­tulo del Palestine Exploration Quarterly.
El método de excavación de túneles fue usado también por H. Guthe en el montí­culo sudoriental en 1881 pero casi no se consiguió ninguna información confiable. J. Bliss y A. C. Dickie exploraron el lí­mite sur del montí­culo occidental entre 1894 y 1897 con sondas y túneles. Una inmensa pared que conectaba los montí­culos sudoriental y sudoccidental se encontró frente a la boca del valle del Tiropeon, pero debido a que se desconocieron o no se tuvieron en cuenta la cerámica y la estratificación en el método de excavación no pudo ser fechada con precisión. Las excavaciones de la misma área en 1961 y 1962 indicaron que Bliss y Dickie planearon cuidadosamente la exploración de las paredes y puertas por medio de túneles, una hazaña destacada en verdad.
Montague Parker reanudó el trabajo en el montí­culo sudoriental entre 1909 y 1911, con el mismo método de pasaje vertical que Warren habí­a usado. Sus exploraciones encima del manantial Gihón de los túneles que provení­an de la fuente produjeron una información precisa en cuanto al sistema de canales de la fuente, gracias al padre H. Vincent quien interpretó y publicó los resultados de la excavación. Esta expedición fue la que descubrió las tumbas de los primeros habitants del montí­culo sudoriental que datan del siglo XXI a. de J.C.
Raymond Weill en 1913–14 comenzó una excavación sistemática de la parte Sur del montí­culo sudoriental y tuvo éxito, en la época en que la Primera Guerra Mundial estalló, en demostrar que el montí­culo sudoriental fue el sitio original del monte de Sion.
B. Primera Guerra Mundial a Segunda Guerra Mundial. Weill condujo la segunda temporada de excavaciones en la parte sur del montí­culo sudoriental en 1923–24, mientras que J. Garrow Duncan y R. A. S. Macalister excavaron en 1923–25 sobre la fuente Gihón en los campos 5, 7 y 9 sobre la cima del cerro. Fue excavada un área grande hasta la roca firme sobre el cerro y las así­ llamadas †œtorre de Salomón† y †œfalda jebusea† fueron identificadas en la cresta del declive oriental. Las excavaciones de 1961 indicaron que estas estructuras eran del segundo siglo a. de J.C. , pero que las estructuras de la edad del bronce superior yací­an profundas en la tierra debajo de ellas.
J. W. Crowfoot y G. M. Fitzgerald, trabajando con la Escuela Británica de Arqueologí­a en Jerusalén y el Fondo de Exploración Palestino como lo hicieron Duncan y Macalister, empezaron en 1927 un foso desde la cresta del montí­culo sudoriental a través del Tiropeon. Una puerta y una pared de la ciudad fueron descubiertas en el lado occidental del montí­culo, demostrando que el montí­culo habí­a estado rodeado de paredes. Sin embargo, la evidencia para fechar la pared y la puerta en el tiempo de David, como los excavadores informaron, es insuficiente.
Al norte de la antigua ciudad amurallada, E. L. Sukenik y L. A. Mayer excavaron durante tres temporadas (1925–27) descubriendo secciones de una muralla atribuida a Herodes Agripa I (40–44 d. de J.C. ), presumiblemente construida antes del sitio de Tito en el 70 d. de J.C. La lí­nea de esta muralla ha sido trazada hacia el oriente pasando la propiedad de la Escuela Americana de Investigación Oriental, pero su relación con las murallas de más al sur es todaví­a incierta. Una excavación más, posiblemente la mejor conducida antes de la Segunda Guerra Mundial, fue dirigida por C. N. Johns con el Departamento de Antigüedades en 1934–40 en la ciudadela del lado occidental de la antigua ciudad. Una historia digna de confianza de las torres de la ciudadela del perí­odo helénico fue establecida pero ninguna arquitectura trazable a la ciudad preexí­lica fue identificada con seguridad.
C. Después de la Segunda Guerra Mundial. A causa de la lucha entre los judí­os y los árabes que siguió a la Segunda Guerra Mundial no se iniciaron excavaciones a gran escala en Jerusalén sino hasta 1961. Bajo el liderazgo de Kathleen M. Kenyon de la Escuela Británica de Arqueologí­a de Jerusalén y el padre R. de Vaux de la Escuela Bí­blica de Arqueologí­a de St. Etienne, un proyecto que duró 7 temporadas se comenzó en 1961. La celebración del centenario de las primeras excavaciones en Jerusalén patrocinado por el Fondo de Exploraciones Palestino bajo Warren en 1867, coincide con las últimas fases de esta significativa exploración. Las técnicas cientí­ficas usadas por Kenyon en Jericó ya están arrojando información en cuanto a las murallas y las secuencias de ocupación de Jerusalén lo cual es una revisión radical del conocimiento de la historia de la ciudad. Las áreas principales bajo excavación son el montí­culo sudoriental sobre la fuente Gihón, el área alrededor de la boca del valle del Tiropeón, un sitio dentro de las murallas de la antigua ciudad contiguas al sur del área de Haram y el área de los jardines armenios justo dentro de la muralla occidental de la antigua ciudad y al sur de la ciudadela sobre el montí­culo sudoccidental. Esta última área está en la vecindad del campo de la décima región romana y posiblemente en los jardines del palacio de Herodes.
V. Jerusalén en la Edad del Bronce Inferior. Alrededor del año 3000 a. de J.C. , aigunas tribus nómadas acamparon en el montí­culo sudoriental y llegaron a ser los primeros habitantes conocidos del sitio. Tres de sus tumbas fueron descubiertas en 1909–11 en una cueva cerca de la cresta oriental de la colina sobre la fuente Gihón. Una cultura similar a la de ellos fue encontrada en el tell en-Nasbeh, *Ai, Gezer y en Jericó donde Kenyon la llamó protourbana B.
La cerámica del bronce inferior II y III ha sido encontrada sobre la roca firme de la falda oriental del montí­culo sudoriental, pero no hay restos de arquitectura. Una cueva profunda fue encontrada cerca de la base del declive en 1962, y las exploraciones preliminares indican que el pueblo del bronce inferior usó la cueva, posiblemente para entierros.
VI. Abraham y Jerusalén de la Edad del Bronce Intermedio. La ciudad que Abram visitó cuando pagó los diezmos al rey Melquisedec de Salem (Gn. 14) fue probablemente el Urushalim mencionado en uno de los *textos egipcios de execración del siglo XIX a. de J.C. Una sección de la muralla de la ciudad de ese tiempo fue excavada en 1961–62. Sorpresivamente ésta yací­a a 49 mts. bajo la cresta del lomo de la montaña y fuera de la muralla más hacia el oriente de la Jerusalén del Antiguo Testamento. No se han hallado más restos fechables del tiempo de Abraham excepto cerámica, pero la muralla maciza de piedra de la falda oriental del monte Sion indica que la ciudad era tan extensa en la edad del bronce intermedio como lo fue durante el tiempo de los jebuseos, 800 años más tarde.
El área sagrada de Jerusalén en los tiempos de Abraham no se ha encontrado, pero probablemente es el área del monte del templo cercana al norte del monte Sion. Ahora es casi seguro que las áreas sagradas de Siquem y Betel fueron altares al aire libre que estaban fuera de las murallas de la ciudad. 2 Crónicas 3:1 identifica el monte Morí­ah donde Abraham ofreció a Isaac (Gn. 22:1-19) con el monte del templo. Hay otras tradiciones las que son menos precisas en la identificación, pero en el tiempo de la composición de 2 Crónicas 3:1 se creí­a que el sitio del templo fue el lugar donde Isaac estuvo a punto de ser sacrificado. Esta área estaba fuera de las murallas de la ciudad hasta que Salomón la cercó cuando construyó el primer templo.
En la ocasión cuando Abram pagó los diezmos a Melquisedec, se registra que se encontró con el rey de Sodoma y Melquisedec en el Valle de Save o el Valle del Rey (Gn. 14:17-20). El Valle de Save estaba aparentemente cerca de la ciudad de Jerusalén, ya que Melquisedec trajo pan y vino (Gn. 14:18) para la ocasión. Puede haber sido el espacio abierto situado donde se juntan los valles del Cedrón e Hinom, posiblemente cerca de la fuente de Enrogel. De todas maneras no parece haber sido el lugar principal de adoración asociado con Jerusalén. La tradición da la prioridad al área del monte del templo paraesta afirmación ya en los tiempos de Abram.
VII. La Edad del Bronce Superior. Entre las cartas del Tell el-Amarna de Egipto que datan del siglo XIV a. de J.C. , hay 5 apelaciones de Abdi-Hiba, rey de Jerusalén, al faraón pidiéndole ayuda militar. Tribus guerreras conocidas como los habiru estaban tomando la región montañosa asaltando las ciudades y entrando en pactos con los gobernadores locales como Lab†™ayu de Siquem. Se cree que los habiru estaban asociados con los hebreos, aunque los dos no pueden ser los mismos ni puede identificarse la revolución habiru del siglo XIV a. de J.C. , con la invasión israelita dirigida por Josué.
Durante el siglo XIV a. de J.C. , bajo Abdi-Hiba o sus sucesores jebuseos, se hicieron cambios radicales en la topografí­a del montí­culo sudoriental. Habí­a una profunda bahí­a en la base rocosa de la cresta oriental de la colina sobre la fuente de Gihón. Fue iniciado un ambicioso proyecto para llenar la bahí­a con una serie de terrazas artificiales elevando la superficie hasta el nivel de la cima de la colina. Se construyeron plataformas que sirvieron como sostén para el inmenso relleno que estaba escalonado hacia abajo en la falda de la fuente Gihón. También se construyeron casas sobre las terrazas. Muy profundo, debajo del así­ llamado terraplén jebuseo, una estructura posterior sobre la cima de la ladera de la montaña erróneamente fechada en la edad del bronce superior por Duncan y Macalister y una serie de murallas se entrelazaban con el relleno en ángulos rectos que miraban hacia la sección oriental. A cada lado del dorso central, una serie de paredes ligeramente inclinadas hacia adentro fortalecí­an la estructura.
La estructura fue obviamente una operación mayor en el planeamiento de la ciudad, tal como se requerí­a en los edificios reales. De este modo se extendí­a el ancho del área de la ladera de la montaña en 18 mts. hacia el oriente siendo así­ apropiado para la construcción por niveles. El inmenso peso del relleno y lo inclinado de la ladera hacia la fuente Gihón hicieron a la estructura vulnerable a terremotos y deslizamientos de tierra causados por excesivas lluvias. A finales de las excavaciones de 1962, cuatro fases de reedificación resultaron evidentes como resultados de colapsos. El último ocurrió en el siglo VII a. de J.C. , y las casas destruidas por los ejércitos de Babilonia bajo Nabucodonosor en 587 a. de J.C. , fueron levantadas sobre las reparaciones del último derrumbe. Estas casas desaparecieron por la erosión de la ladera después del 587 a. de J.C. , pero las terrazas permanecieron hasta que fueron excavadas en 1961–62.
VIII. La Edad del Hierro I y la Ciudad de David. Aunque Adonisedec, rey de Jerusalén, fue derrotado en la batalla de Ajalón con Josué (Jos. 10:1-26), la ciudad no fue tomada por los israelitas. Jueces 1:1-8 indica que Judá tomó a Jerusalén y quemó la ciudad; pero aparentemente los jebuseos la recapturaron ya que Josué 15:63 indica que los jebuseos permanecieron en Jerusalén, presumiblemente hasta el tiempo de David.
A. El reinado de David. La captura de Jerusalén por David es de interés para los arqueólogos porque él usó una estratagema que incluyó la fuente Gihón de la ladera oriental del monte Sion. Los relatos de 2 Samuel 5:6-9 y 2 Crónicas 11:4-8 son concisos y oscuros. Jerusalén es llamada la †œfortaleza de Sion†, lo cual implica una ciudad fuerte. Y la mofa de los Jebuseos de que los †œciegos y los cojos† podí­an defender la ciudad implica que la fortaleza era segura en contra de un ataque frontal. ¿Cómo fue que David capturó la ciudad entonces

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

(ciudad de la paz).

La ciudad santa de la Biblia: (Neh.11: l), y de las tres religiones monoteí­stas: Judí­a, Cristiana y Musulman. Y, a pesar de su nombre, es la ciudad que más veces ha sido conquistada y reconquistada, destruí­da y construí­da, por ser el centro religioso de estas tres religiones en la Biblia.

– Es la Salem, donde Abraham pagó diezmos a Melquisedec o Melchisedec, 1.000 años a.C.

(Gn.14). Edificada en una meseta rocosa, limitada por los valles de Hinon: (Gehenna) y del Cedrón. Tiene varias colinas famosas: El templo estaba situado en el monte Sión: (roca de Moriah), y, en las afueras están el Monte Calvario, Getsemaní­ y el Monte de los Olivos.

– En ese Monte Moriah, Abraham fue a sacrificar a Isaac: (Gen 22:2).

– El Rey David trasladó la capital del reino de Hebrón a Jerusalén, y llevo allí­ el Arca. Y Salomón construyó el templo.

– En la división del reino, en 981, quedó como capital de Judá, el reino del sur, lindando con el norte, con Israel, por lo que tuvo muchos ataques.

– En 609 fue conquistada por los egipcios.

– En 605, Nabucodonosor la reconquistó de nuevo, y en 586 los babilonios quemaron el templo, destruyeron la ciudad, y llevaron cautivos a los habitantes.

– En 520, Nehemí­as comenzó la reedificación del templo y la ciudad.

– En 332 la conquista Alejandro Magno.

– Antí­oco saqueó el templo y lo convirtió en santuario de Zeus, lo que provocó la rebelión de los Macabeos.

– Los romanos la conquistaron en el 63 a.C., y Tito la destruyó el año 70 d.C., no quedando piedra sobre piedra, como habí­a profetizado Jesús.

– Adriano la reconstruyó en 135.

– En 636 cayó en manos de los musulmanes, y el Rey Omar construyó su Mezquita donde estaba el Templo, y donde Abraham habí­a ofrecido ef sacrificio de Isaac, de Gn.22. La Mezquita de Omar existe hoy.

– Durante las Cruzadas, fue conquistada por los cristianos, y reconquistada por los musulmanes.

– Estuvo dividida hasta 1967, en que fue capturada en su totalidad por el actual gobierno del Israel moderno.

Jesucristo predicó muchas veces en Jerusalén, e hizo muchos milagros. Allí­ nos dio el Sermón de la Última Cena (Jn.13-17), y el Sermón de los Últimos Tiempos (Mt.24-25). y allí­ se realizó la Pasión, Muerte, Sepultura, Resurrección y Ascensión de Jesús.

– Allí­ comenzó también la Iglesia de Cristo. Los Hechos nos describen desde Pentecostés, en el piso alto de Jerusalen, en el mismo lugar donde Jesus instituyó la Eucaristí­a. y nos exponen la expansión del cristianismo, desde Jerusalén, hasta Roma, los últimos confines de la tierra conocidos en aquellos tiempos.

– Jerusalén es también objeto de importantes profecí­as de los Últimos Tiempos: Los judí­os volverán a Israel, recuperarán Jerusalen: (que ocurrió en 1967). y queda una profecí­a de por cumplir: Que reconstruirán el Templo, donde está ahora la Mezquita de Omar.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La Ciudad Santa se encuentra en los montes de Judea, entre †¢Bet-el al N y †¢Hebrón, al S. Al E está el desierto de Judea, que desciende hacia el mar Muerto. Al O las laderas de los montes de Judea. La situación geográfica de J. le otorga mucha importancia estratégica, puesto que se encuentra en el mismo centro del territorio y por allí­ debí­an pasar las rutas que uní­an a Asia y ífrica, así­ como las que conectaban el mar Mediterráneo con las tierras hacia el desierto.

La ciudad jebusea. J. se menciona en textos egipcios fechados aproximadamente en los siglos XIX y XVIII a.C., así­ como en las cartas de Tell †¢Amarna (siglo XIV a.C.). La primera mención bí­blica aparece en Gen 14:18, cuando se habla de †¢Melquisedec, que era un sacerdote-rey de la ciudad. Como otras ciudades en el Oriente Medio en esa época, J. era considerada como propiedad de un dios determinado, en este caso El Elión, el Altí­simo. El gobernante ejercí­a sus funciones como representante y sacerdote de la deidad. Más tarde, en tiempos de Josué, encontramos a otro rey de J., †¢Adonisedec, cuyo nombre, en su última parte, indica esa misma polí­tica de gobierno. Aunque este rey fue derrotado y muerto, la ciudad no fue conquistada en ese momento, y continuó en manos de los jebuseos. Pero el hecho de que Adonisedec encabezara una liga de ciudades para oponerse a las conquistas de Josué demuestra ya la importancia de la ciudad en la región (Jos 10:1-26). La J. jebusea ocupaba las laderas orientales de dos colinas, en una de ellas existí­a un manantial, el †¢Gihón. Los arqueólogos han logrado ubicar restos de las cuatro puertas que tení­an las murallas jebuseas, han encontrado también un túnel que permití­a el acceso seguro al agua en caso de sitio, pues se podí­a llegar al manantial por esa ví­a.

La ciudad de David. Cuando David fue coronado rey de todas las tribus, quiso eliminar ese enclave no israelita en medio de todo el territorio. Además, pensó que no estando en manos de ninguna de las tribus, era ideal para convertirla en capital. Por eso, alrededor del año 1000 a.C., buscó y logró conquistarla (2Sa 5:6-9; 1Cr 11:4-8). La toma de la ciudad fue hecha por Joab, con los hombres de David. Al parecer, utilizaron el túnel que se habí­a construido muchos años antes por el problema de abastecimiento de agua. David no exterminó a los habitantes de la ciudad, sino que los sometió a servidumbre. Muchos opinan que †¢Arauna, el dueño del lugar donde después se erigirí­a el †¢templo, fue el último rey jebuseo (2Sa 24:18-25). David proclamó a J. como capital del reino. Para confirmar aun más esa decisión, trasladó el arca a J. y comenzó los planes del templo, a fin de hacer de la ciudad el centro de toda la vida religiosa de Israel. Esto vino a consumarse en el reinado de Salomón, quien ejecutó los planes de David construyendo el templo y el palacio real adyacente. El templo fue construido sobre la colina oriental, quedando el palacio al S de éste. Para esas y otras obras de Salomón fue necesario ampliar el perí­metro de las murallas. Las actividades comerciales de Salomón, su numerosa burocracia, el harén real y el tráfico de las caravanas que pasaba por J. le dieron un perí­odo de gran riqueza.

La capital del reino de Judá. Esa prosperidad disminuye cuando el reino es dividido. Se produjo, además, una invasión del faraón Sisac que amenazó la ciudad. ésta se libró pagando un tributo enorme. Todos los tesoros del templo y los escudos de oro que habí­a hecho Salomón fueron entregados al rey egipcio (2Cr 12:1-9). Pero por otro lado, la posición religiosa de J. se vio enriquecida por el éxodo de los levitas que habitaban en el Reino del Norte, a los cuales †¢Jeroboam excluyó del servicio a Jehová. íˆstos se refugiaron en J., junto con otros israelitas que decidieron mantenerse fieles al pacto. †œAsí­ fortalecieron el reino de Judᆝ (2Cr 11:13-17). Cuando en el Norte gobernaba el rey Omri (siglo IX a.C.), se firmó una paz entre los dos reinos, pero eso trajo como consecuencia alianzas que incluí­an reinas extranjeras que introdujeron las costumbres de sus dioses. En tiempos de Joram de Judá, J. fue atacada por tribus árabes y por los filisteos, que lograron tomar la ciudad, y mataron a los hijos del rey y se llevaron su familia y gran botí­n (2Cr 21:16-17). El culto a †¢Baal se hizo más popular, hasta la revolución de †¢Joiada, que destituyó a la regente †¢Atalí­a. En otra guerra entre los dos reinos, el rey de Judá Amasí­as fue derrotado por †¢Joás, quien tomó a J. y destruyó buena parte de sus murallas, las cuales repararí­a más tarde el rey †¢Uzí­as. Este rey reforzó las defensas de J. y realizó obras de embellecimiento de la ciudad.

†¢Acaz, hijo de Uzí­as, quiso buscó la alianza con Asiria y llegó incluso a construir un altar asirio en el templo. Pero su sucesor, †¢Ezequí­as, a cuyo lado aconsejaba el profeta †¢Isaí­as, purificó el templo, lo reparó e hizo preparativos para un posible ataque asirio. Amplió las murallas, para incluir parte de la colina occidental, †œla segunda parte de la ciudad† (2Re 22:14). Asimismo, †œcubrió los manantiales de Gihón la de arriba, y condujo el agua hacia el occidente de la ciudad de David†, a través de un túnel, para asegurar el abastecimiento de agua a Jerusalén y negarla a los atacantes (2Cr 32:30). Los asirios, efectivamente, hicieron acampar un gran ejército alrededor de la ciudad en el año 701 a.C., pero Dios produjo un desastre en las tropas y tuvieron que retirarse. No hay que dudar que la falta de agua tuviera alguna relación con ello.

†¢Manasés, hijo de Ezequí­as, se distinguió por su idolatrí­a, construyendo altares a deidades paganas en J. Pero fue hecho preso por los asirios, que le llevaron cautivo. Más tarde le permitieron regresar a la ciudad. La historia cuenta de su arrepentimiento y de cómo hizo obras para reparar los daños que habí­a causado, incluyendo otra ampliación y fortificación de las murallas (2Cr 33:14-16). La gloria religiosa de la ciudad se vio parcialmente restaurada en tiempos de †¢Josí­as. El Reino del Norte habí­a sido destruido y J. volvió a ser el centro espiritual de la nación. Después de esto, una serie de reyes desarrollaron una polí­tica exterior que vacilaba entre las alianzas con los caldeos o con los egipcios, hasta que, finalmente, la ciudad cayó en manos de Nabucodonosor en el año 587 a.C. (†œQuemó la casa de Jehová, y la casa del rey, y todas las casas de Jerusalén…† [2Re 25:10]). Los caldeos se llevaron las riquezas de la ciudad, y la destruyeron. Nabucodonosor dejó un gobernador judí­o, pero éste fue asesinado. Por temor a represalias por parte de Nabucodonosor, el pueblo que quedaba se refugió en Egipto, y el paí­s quedó desolado.

La Sion del retorno. Durante el exilio, los judí­os añoraban su ciudad (†œJunto a los rí­os de Babilonia, allí­ nos sentábamos y aun llorábamos, acordándonos de Sion† [Sal 137:1]). Cuando se produce el retorno de los exiliados, encabezados por †¢Zorobabel, †¢Esdras y †¢Nehemí­as, después del decreto del rey persa Ciro, la ciudad estaba en deplorables condiciones. Poco a poco, se fueron reconstruyendo edificios, comenzando con los necesarios para morada de los que regresaron. El templo vino a ser terminado en tiempos del rey †¢Darí­o I, en el 515 a.C. Diez años más tarde †¢Nehemí­as, gobernando a nombre de †¢Artajerjes, vino y reconstruyó las murallas, repobló la ciudad y estableció un impuesto para el mantenimiento del templo. En este perí­odo, la labor de Esdras fue estratégica en los esfuerzos por el levantamiento espiritual de J.

El perí­odo helénico. †¢Alejandro Magno, en su lucha contra el imperio persa y la serie de conquistas que realizó mientras salí­a vencedor de ellas, se hizo dueño de todos los paí­ses de la zona, llegando hasta Egipto. J. no fue destruida, sino ocupada pací­ficamente. †¢Josefo dice que Alejandro llegó a visitarla. A la muerte de éste rey griego en el 323 a.C., quedando su imperio dividido entre sus cuatro principales generales, J. estaba en la frontera entre Siria, gobernada por la dinastí­a seléucida y Egipto, gobernado por los Ptolomeos. Eso dio motivo a frecuentes guerras territoriales. Ptolomeo I, rey de Egipto conquistó a J. El estar la ciudad integrada al imperio egipcio fue beneficioso desde el punto de vista comercial. J. era gobernada de manera autónoma por un consejo o gerusí­a, a cuya cabeza estaba el sumo sacerdote como lí­der religioso y administrativo de J. y de Judá. Pero en el año 198 a.C. los seléucidas la tomaron, con la ayuda de los mismos habitantes de la ciudad. El rey Antí­oco III les otorgó el derecho de vivir de acuerdo con la ley de sus padres y les concedió exoneración de impuestos por tres años. Pero comenzó entonces un proceso de culturización en el cual los judí­os, incluyendo a muchos sacerdotes, adoptaban las formas de vida de los griegos. Se produjo una división entre los que querí­an la helenización y los que se oponí­an a ella. A la cabeza de estos últimos estaba el sumo sacerdote Oní­as. La otra tendencia la encabezaba su hermano Jasón. La situación se agravó a causa de la derrota que sufrió la dinastí­a seléucida a manos de los romanos. Esto produjo una gran necesidad de recursos financieros. Alguien informó al rey Antí­oco que en el templo habí­a una gran cantidad de dinero que no se usaba para fines religiosos. El rey mandó a investigar y quiso apoderarse de esos fondos. Oní­as se negó, porque se trataba de dinero dejado en custodia en el templo. Se produjeron encontronazos entre las autoridades reales y las religiosas, que incluyeron algunos disturbios.
el año 175 a.C. subió al trono Antí­oco IV Epí­fanes. Este rey quiso implantar por la fuerza una polí­tica de helenización general. Jasón, que deseaba la hegemoní­a en J., pidió al rey que lo designara sumo sacerdote en lugar de Oní­as, prometiendo conseguir más fondos a través de subir los impuestos. Jasón llevó a cabo sus propósitos, construyó un gimnasio en J. y la trasformó en una ciudad al estilo griego, llamándola †œAntí­oca†. El gimnasio, que estaba bajo la protección de Hermes y Hércules según la costumbre griega, vino a convertirse en un competidor del templo como centro social. En los libros apócrifos de los †¢Macabeos se nos dice que hasta los sacerdotes abandonaban el culto para ir a ver los juegos. Cuando se celebraron unos juegos en Tiro, la ciudad de Antí­oca (Jerusalén) envió representantes a participar en ellos. Más tarde, Jasón fue sustituido por Menelao. En el año 169 a.C., Antí­oco se llevó de J. el altar de oro, el candelero y otros utensilios valiosos, cuando regresaba de una guerra contra Egipto. Poco después, Jasón encabezó una rebelión, pero ésta fue sofocada por el rey, que hizo entonces construir una fortaleza frente al templo, llamada el Acra, y dejó allí­ una guarnición. Antí­oco profanó el templo, acabó de llevarse sus tesoros, lo convirtió en un santuario dedicado a Dionisos y puso una estatua de Zeus Olí­mpico en él. Esto provocó una rebelión. Los helenizantes se quedaron en la ciudad, pero los que se oponí­an la abandonaron.

Jerusalén asmonea. Esta rebelión dirigida por la familia de los Macabeos tuvo éxito, después de varios años de lucha. El templo fue purificado, se reconstruyó el altar y comenzaron de nuevo los sacrificios en el año 164 a.C. Al morir Antí­oco IV, su sucesor otorgó autonomí­a a los judí­os y nombró como sumo sacerdote a Alquimos. De manera que volvió la autoridad seléucida a J. por varios años. Pero los asmoneos volvieron a ella poco después. Jonatán fue nombrado sumo sacerdote, pero no fue posible expulsar la guarnición seléucida del Acra. Lo que se hizo, entonces, fue construir un muro que separaba la fortaleza de la ciudad. Finalmente, en el año 141 a.C. los judí­os pudieron tomar también esa plaza.
presión de los seléucidas sobre la ciudad se hizo más fuerte a principios del reinado de Juan Hircano. Gobernaba Siria Antí­oco Sidetes VII, quien sitió la ciudad. Hubo que llegar a un acuerdo según el cual las murallas fueron rotas en varios lugares, pero se permitió que la ciudad continuara con su propia administración. Así­, el templo volvió a tener una gran influencia en toda la región, volviendo a ser el centro religioso por excelencia. En el libro apócrifo Carta de Aristeas se describe a una ciudad próspera, con su triple muralla, sus mercados llenos de mercancí­as y su sistema de abastecimiento de agua. J. vivió un perí­odo de paz hasta que una guerra civil estalló entre dos hermanos, Hircano II y Aristóbulo II. El general romano Pompeyo aprovechó la oportunidad y apoyó a Hircano, pero los partidarios de Aristóbulo se encerraron en el templo. Los romanos lo sitiaron y finalmente lo tomaron en el año 63 a.C. Pompeyo no destruyó nada, sino que se fue, dejando el gobierno en manos de Hircano, pero con la asesorí­a de Antí­pater, un idumeo, padre de †¢Herodes.

La ciudad de Herodes. En el año 40 a.C. se produjo una invasión de los partos, que tomaron la ciudad. Herodes, apoyado por tropas romanas, la reconquistó. Los romanos permitieron a Herodes como rey de Judea durante unos treinta y tres años, del 37 a.C. al 4 d.C. Este rey, que se sabí­a odiado por los judí­os, se dedicó a grandes proyectos de construcciones, suministrando así­ trabajo a muchas personas y embelleciendo la ciudad. Trasladó la sede del gobierno a un nuevo palacio. Nuevas torres y plazas fueron levantadas, así­ como hermosos jardines. Unos edificios que hizo construir se llamaron el Vespareum, en honor del emperador Vespasiano, y el Agripeum en honor del general Agripa. En la colina oriental de la ciudad levantó un edificio con altas torres al cual denominó Antonia, en honor de Marco Antonio. Agrandó el área del templo y lo reconstruyó en proporciones dobles a las anteriores. Construyó, asimismo, un muro alrededor de éste con bloques enormes. El †œMuro de los Lamentos† es lo que queda de esa obra.
la muerte de Herodes, Judea fue convertida en provincia del Imperio Romano en el 6 d.C. El centro administrativo fue trasladado a Cesarea. Los procuradores romanos vení­an de vez en cuando a J., sobre todo en tiempos de las festividades religiosas, cuando siempre era posible la presentación de disturbios. La ciudad era gobernada por el sumo sacerdote y el †¢Sanedrí­n.

El sí­mbolo. El nombre de J., así­ como el de Sion se convirtieron en el arquetipo de ciudad santa, lo cual hace que sus pecados vengan a ser todaví­a más repugnantes, puesto que se cometí­an en el lugar donde Dios habí­a puesto su nombre. Por otra parte, ambos nombres, J. y Sion, son utilizados como designaciones del pueblo de Israel, tanto para hablar de su gloria como de su pecado y caí­da. Se producen así­ una serie de expresiones positivas y negativas. Ella es †œla ciudad del gran Rey† (Sal 48:2), pero Isaí­as tiene que decirle: †œ¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel† (Isa 1:21). En los escritos de los profetas, la esperanza de Israel se sintetizaba con la presentación de un futuro esplendoroso para Sion cuando, a la llegada del †¢Mesí­as, los exiliados vuelvan desde todos los puntos de la tierra y J. sea llevada a una situación de gloria y preminencia en el mundo.

J. levantaba en los corazones de todo israelita, viviera o no en ella o en el extranjero, un sentimiento de amor que iba más allá de lo simplemente patriótico, porque estaba í­ntimamente vinculado a la fe en el Dios verdadero. El mismo Señor Jesús, expresó su fervoroso amor hacia la ciudad cuando †œlloró sobre ella† (Luc 19:41), diciendo: †œ J., J., que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados…† (Mat 23:37).

La destrucción. Sin embargo, el mismo Señor se vio en la obligación de profetizar que J. serí­a destruida (†œ… cuando viéreis a J. rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado† [Luc 21:20]). En el año 66 se produjo la rebelión de los judí­os contra los romanos. El gobernador de Siria Cestius Gallus atacó a la ciudad, pero fue rechazado en los muros del templo. Durante tres años la ciudad vivió sin el gobierno de Roma. Pero pronto se desarrolló una fuerte lucha interna y, al mismo tiempo, vinieron al lugar cuatro legiones romanas comandadas por Tito, hijo y heredero del emperador Vespasiano. Sus primeros asaltos no fueron muy eficientes, por lo cual decidió construir un muro alrededor de la ciudad para cercarla totalmente y evitar su aprovisionamiento. Los defensores, debilitados por el hambre y las luchas, fueron cediendo poco a poco. Finalmente, Tito ocupó la ciudad y la destruyó, quemó el templo y se llevó a los pocos que quedaron con vida para venderlos como esclavos.

La celestial. La esperanza de gloria de Israel no desaparece con la destrucción de J. en el año 70 d.C. Pero el mensaje del evangelio toma el sí­mbolo de J. y lo eleva a una categorí­a muy superior. Dios ha prometido una ciudad para los creyentes del antiguo y del nuevo pacto (†œ… por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad† [Heb 11:16]). Eso es lo que contempla Juan en su visión del Apocalipsis (†œY yo Juan vi la santa ciudad, la nueva J., descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido† [Apo 21:2]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CIUD ARQU

ver, JERUSALEN (Historia), MARDIKH (Tell), AMARNA (TELL EL-AMARNA), GIHí“N

sit, a3, 359, 76

vet, (para los hebreos, este nombre significa “fundamento de la paz; posesión de la paz”; su etimologí­a es incierta). Ciudad santa; capital de la monarquí­a unida bajo David y Salomón, del reino de Judá, de Judea, y modernamente declarada por el Knesset (Parlamento del Estado de Israel) la “capital eterna de Israel”. Plan de este artí­culo: A. Nombre. B. La ciudad. a. Situación. b. Suministros de agua. c. Estructuras defensivas. d. Edificios célebres en la época de Cristo. C. Historia de la ciudad. a. La ciudad cananea. b. La ciudad israelita. c. Jerusalén a partir de Tito. A. NOMBRE. Muchos han sostenido que la mención más antigua de Jerusalén que se tiene en la Biblia es la mención de Salem en Gn. 14:18, en relación con el encuentro de Abraham con Melquisedec, “rey de Salem”. En las tabletas cuneiformes de los restos de Ebla (véase MARDIKH [TELL]) aparecen por separado los nombres de Salim y de Urusalima, entre otras ciudades como Hazor, Laquis, Meguido, Gaza, Dor, Sinaí­, Jope, Sodoma y las otras ciudades de la llanura. Estas ciudades estaban en relación comercial con Ebla, y estos registros, anteriores a la catástrofe que destruyó Sodoma y las otras ciudades comarcanas, parecen indicar que Salim o Salem era una ciudad distinta de Jerusalén (Urusalima). Estas tabletas están fechadas alrededor del año 2300 a.C. En el relato de la conquista de Canaán figura bajo el nombre de Jebús y de Jerusalén. Después de ello se encuentra frecuentemente el nombre de Jebús mientras los jebuseos poseyeron la ciudad. Al apoderarse David de ella, el antiguo nombre vino a ser su única designación (aunque también se usó su abreviación Salem, cf. Sal. 76:2). La pronunciación Y’rû, shãlêm se modificó posteriormente a fin de darle una forma dual, Y’rûshãla'(y) im. Esta es la interpretación de ciertos gramáticos. La forma Urusalim se encuentra en las cartas de Tell el-Amarna (véase AMARNA), en las cartas dirigidas a Amenofis IV (o Amenhotep IV), rey de Egipto. Velikovsky y Courville documentan que la asignación de este rey y de las cartas al siglo XV a.C. no es sostenible, y que se refiere a la época de Acab y Josafat, durante un perí­odo entre 870 y 840 a.C., aproximadamente (cf. Courville y Velikovsky, véase Bibliografí­a bajo articulo AMARNA). Así­, se debe reconocer la gran antigüedad de las menciones de Urusalima en las tabletas de Ebla, en tanto que Tell el-Amarna nos da unos documentos relativamente mucho más recientes, del siglo IX a.C. en la cronologí­a revisada, frente a la asignación al siglo XV a.C. en la cronologí­a comúnmente divulgada. B. LA CIUDAD. a. Situación. Jerusalén se halla en una meseta sobre la cordillera central que constituye el eje dorsal de Palestina, en uno de sus puntos más elevados (800 m. sobre el nivel del Mediterráneo). Se halla a la misma latitud que la extremidad septentrional del mar Muerto. Excepto en su parte norte, la ciudad está separada del resto de la meseta por profundos barrancos o torrenteras. Este promontorio está cortado a su vez por una depresión llamada Tiropeón; esta depresión desemboca en el ángulo sureste del promontorio, en la unión de los barrancos meridional y oriental (Hinom y Cedrón, respectivamente). Subiendo desde allí­, el Tiropeón se extiende hacia el norte en un arco, a lo largo de más de 1,5 Km.; a la mitad, desde la zona cóncava, proyecta una ramificación que se dirige directamente hacia el oeste. Esta era la configuración original de la localidad; pero, con el curso de los siglos, los trabajos urbanos y las devastaciones de las guerras rebajaron las alturas y terraplenaron las depresiones. Las ramificaciones de estos valles rodean tres colinas principales: una al este, otra al sudeste, y otra al noroeste: (1) La colina oriental es un monte que se extiende de norte a sur a lo largo de casi 1 Km.; dominando desde una altura entre 60 y 90 m. los valles que la rodean, se aplana en su parte meridional. Al norte, una ramificación del barranco oriental casi aislaba esta colina, en la antigua topografí­a, de la meseta de la que forma parte. Su cumbre tiene una altura media superior a los 731 m. Al sur, una ligera depresión de unos 30 m. de longitud y de una profundidad de 12 m. en algunos lugares, salí­a de la llamada “fuente de la Virgen”, y se dirigí­a al noroeste, en dirección al valle del Tiropeón. (2) La colina oblonga del suroeste, la más grande de las tres, tiene un contrafuerte que se proyecta hacia el noreste. Esta colina se levanta formando un pico sobre los valles circundantes. Su gran cumbre se detiene al principio a una altura de 731 m. y después sube hacia el oeste hasta 775 m. (3) La tercera colina es una proyección de la meseta, más que un cerro aislado. Se halla al norte de la colina anteriormente descrita, a unos 746 m.; se hallaba incluida dentro de la ciudad antes de la era cristiana. Estas tres colinas y sus barrancos protectores hací­an de Jerusalén una ciudad inexpugnable (2 S. 5:6), rodeada y dominada además por otras alturas (Sal. 125:2). El barranco oriental es el valle del Cedrón. Hacia el este, a partir del valle del Cedrón se halla el monte de los Olivos, frente a las colinas de la ciudad. El monte orientado en dirección norte-sur es la colina del Templo, llamada, al menos en la zona donde estaba el santuario, monte de Moria. Su extremidad meridional, más baja, llevaba el nombre de Ofel. El valle situado al Oeste de esta colina es el Tiropeón, en el que está situado, en el extremo meridional de la colina, el estanque de Siloé. El valle de Hinom (de donde viene el nombre Gehena) va desde el extremo noroeste de la ciudad hasta el suroeste; de allí­, gira hacia el este, y se une con el valle del Cedrón. Al norte del Templo se halla el estanque de Betesda. Situación de la altura llamada “Monte Sion”. Este problema ha recibido tres soluciones principales: (1) El monte Sion serí­a la colina del suroeste. Esta opinión ha prevalecido desde el siglo IV: (a) Sion era la ciudad de David (2 S. 5:7-9). Josefo dice que David dio a la ciudad alta el nombre de ciudadela y era indudablemente la colina del suroeste (Guerras 5:4, 1) Por ello es singular que Josefo no le dé explí­citamente el nombre de Sion. (b) En Neh. 3, donde tiene tanta importancia la reconstrucción de las murallas, permite ver que Sion no formaba parte de la colina del Templo. (c) El carácter sagrado de Sion se explica porque el arca reposó muchos años en este lugar del que David cantó la santidad (2 S. 6:12-18; 1 R. 8:1-4; Sal. 26). El nombre de Sion vino a ser así­ el tí­tulo de nobleza de Jerusalén y serví­a para designarla en su conjunto, como ciudad santa (Sal. 48; 87; 133:3); (2) El monte Sion era la colina del noroeste (Warren). Esta eminencia ha sido identificada con el sector de la ciudad que Josefo denomina Acra y que, en griego, significa ciudadela. Si este historiador la denomina ciudad baja es porque habí­a venido a serlo en su época; originalmente, la ciudadela se alzaba más elevada. Simón Macabeo la abatió porque dominaba el Templo (Ant. 13:6, 7). Primitivamente, esta colina del noroeste habí­a sido un lugar adecuado para una fortaleza jebusea. (3) El monte Sion era una parte de la colina del Templo. Los principales argumentos en favor de esta opinión: (a) La colina del Templo sigue siendo la más adecuada para una fortaleza. (b) De la Puerta de la Fuente se subí­a al Templo en una ascensión gradual desde la ciudad de David, más allá de la Puerta de las Aguas (Neh. 12:37). Estas escaleras pueden ser las que se han descubierto que ascienden por la colina a partir del estanque en el extremo meridional. (c) Los términos que hablan de Sion como lugar santo no son aplicables a toda la ciudad, pero tienen su explicación si el Templo se levantaba sobre el monte Sion. Este, efectivamente, recibe el nombre de santo monte, morada del Señor, monte de Jehová (Sal. 2:6; 9:11; 24:3; 132:13). (d) En 1 Mac. 1:33-38, Sion es el monte del Templo. La distinción constante que se hace entre la ciudad de David y el monte Sion, lugar del santuario, demuestra que el sentido de estas expresiones habí­a cambiado desde la época en que eran sinónimas (2 S. 5:7). La explicación más sencilla es que el monte Sion formaba parte de la colina del Templo. Por extensión, se daba frecuentemente el nombre de Sion a toda la colina del Templo, en tanto que la expresión “ciudad de David” habí­a tomado también un sentido más amplio, designando toda la ciudad de Jerusalén (2 S. 5:7; Ant. 7:3, 2), comprendiéndose en esta designación los nuevos suburbios de las colinas vecinas, rodeados de fortificaciones. El término “ciudad de David” podí­a incluir o excluir el santuario, según la oportunidad. Los sirios construyeron una fortaleza en la ciudad de David, pero Judas Macabeo entró, y se apoderó del Templo en el monte Sion (1 Mac. 1:33 ss.; 4:36 ss.). Esta tercera solución tiene todos los visos de verosimilitud. Sion, la ciudadela de los jebuseos, con cuatro puertas, ocupaba la extremidad meridional de la colina oriental al sur del Templo, al sur también de la depresión transversal. Ciertas secciones de antiguas murallas han sido exploradas, y se les asignan fechas del tercer milenio a.C. b. Suministros de agua. En el transcurso de asedios largos y terribles, los moradores de Jerusalén padecieron hambres atroces, pero no parece que carecieran nunca de agua. Eran más los asediadores que los asediados los que se arriesgaban a carecer de ella. No hay ninguna fuente al norte de la ciudad, y las que se conocen, al este, oeste y sur, se hallaban dentro de las murallas, a excepción de la de En Rogel. Esta última se halla al sur, por debajo de la unión de los valles de Hinom y del Cedrón, sobre el wadi en-Nar; recibe también el nombre de pozo de Job (“‘Ain’ Ayyûb”); es indudable que debe ser identificada con la fuente del Dragón o del Chacal (Neh. 2:13). No se han descubierto fuentes que alimenten el estanque de Mamillã ni el del Sultán al oeste. La colina del suroeste no tiene fuentes, que se sepa. En cambio, el monte del Templo está bien provisto de agua (Tácito, Hist. 5:21). Al este de la ciudad antigua, en el valle del Cedrón, hay una fuente de aguas vivas bien conocida: la fuente de la Virgen (el pozo de Santa Marí­a, también conocido como Gihón [véase GIHí“N]). Sus abundantes aguas llegaban al estanque de Siloé, situado en el extremo sur de la colina. Antiguamente, las aguas de la fuente de Gihón llegaban a la superficie por el antiguo canal, yendo a parar al estanque Viejo (llamado también estanque Inferior). Es identificado con el moderno Birket el-Hamra, por debajo de Ain Silwãn (Siloé). Previendo el ataque de Senaquerib, Ezequí­as cubrió el canal que habí­a a cielo abierto, desvió del estanque Viejo (Inferior), las aguas de Gihón, y las dirigió subterráneamente al estanque Nuevo (Superior). (2 R. 18:17; 20:20; 2 Cr. 32:4, 30; Is. 7:3; 8:6; 22:9, 11; 36:2). El estanque del Rey se puede identificar con Siloé (Neh. 2:14). El estanque de Salomón se hallaba, según parece, al este de Siloé (Guerras 5:4, 2). Al lado occidental de la colina, al oeste del Templo, hay las pretendidas aguas curativas de Hammãn eshshifã, y, al lado norte de la colina, se halla Betesda. A las fuentes acompañaban las cisternas. Las torres que dominaban las murallas tení­an grandes depósitos de agua de lluvia (Guerras 5:4, 3) numerosas cisternas de las que todaví­a existen en gran cantidad estaban diseminadas por la ciudad (Tácito, Hist. 5:12). Además del aporte de las fuentes y de las cisternas de la ciudad habí­a también el suministro de agua traí­da de lejos. El estanque de Mamillã tallado en la roca se halla al principio del wadi er-Rabãbi, al oeste de la ciudad. Más abajo del Hi frente al ángulo suroccidental de las murallas actuales, se halla Birket es-Sultãn (el estanque del Sultán), construido en el siglo XII d.C. Algunos arqueólogos identifican el estanque de Mamillã con el de la Serpiente, mencionado por Josefo (Guerras 5:3, 2). Un acueducto llevaba el agua de Mamillã hasta el estanque del patriarca, al este de la puerta de Jafa. La tradición lo identifica con el estanque de Ezequí­as; es probable que se trate del estanque de Amigdalón, es decir, del almendro (o de la torre), mencionado por Josefo (Guerras 5:11, 4). En un perí­odo posterior, se construyó un depósito al norte de la zona del templo, en un terreno donde un pequeño valle se ramifica del Cedrón hacia el oeste. Sus aguas vení­an del oeste. Este depósito se llama “estanque de Israel” (Birket’ Isrã’în). Más hacia el oeste se hallan los estanques gemelos, que Clermont- Ganneau identifica con el estanque Strouthios (del gorrión). Este estanque existí­a durante el asedio de Tito; se hallaba frente a la torre Antonia (Guerras 5:11, 4). El mayor acueducto era el que, desde más allá de Belén, llevaba agua hasta Jerusalén. Según el Talmud, salí­a un conducto de agua de la fuente de Etam para dar el suministro al templo de Jerusalén. Etam se halla en Khirbet el Khoh, cerca de ‘Am ‘Atán, en los parajes del pueblo de Urtãs, a unos 3 Km. al suroeste de Belén. El acueducto es muy antiguo, anterior a la época romana. c. Estructuras defensivas. Inmediatamente después de haberse apoderado de Jerusalén, David hizo construir una muralla alrededor de la ciudad. La antigua ciudadela de los jebuseos, llamada desde entonces “ciudad de David”, ya existí­a. David fortificó también los alrededores de la ciudad, “a partir del Milo” (2 S. 5:9; 1 Cr. 11:8). El Milo de David era una fortificación (quizá de tierra) que defendí­a la antigua ciudad jebusea, al noroeste. Salomón “construyó” Milo y el muro de Jerusalén, para cerrar la brecha de la ciudad de David (1 R. 9:15, 24). Los siguientes reyes restauraron y agrandaron Milo, hasta que al final su muralla llegaba a la actual puerta de Jafa al oeste (2 Cr. 26:9), tocaba el valle de Hinom al sur (Jer. 19:2), el estanque de Siloé (cf. 2 R. 25:4), englobaba Ofel (2 Cr. 27:3; 33:14) y rodeaba al norte el suburbio que creció sobre la colina del noroeste (2 R. 14:13; 2 Cr. 33:14; Jer. 31:38). Nabucodonosor arrasó esta muralla (2 R. 25:10). Nehemí­as reconstruyó este antiguo muro, sirviéndose de materiales de la antigua fortificación (Neh. 2:13-15; 4:2, 7; 6:15). La muralla de Nehemí­as comenzaba en la puerta de las Ovejas (Neh. 3:1), próxima al estanque de Betesda (Jn. 5:2), que fue descubierta cerca de la iglesia de Santa Ana, a unos 90 m. de la actual puerta de San Esteban. El estanque se hallaba sobre el lado septentrional de esta ramificación del valle del Cedrón que se interponí­a entre la colina del Templo y la meseta. Así­, la puerta de las Ovejas se hallaba en esta ramificación del valle o sobre la pendiente que conducí­a a la meseta, al norte o al noroeste. Cerca de la puerta de las Ovejas, se hallaban, al alejarse del Templo, las torres de Hamea y de Hananeel (Neh. 3:1; 12:39). Después habí­a la puerta del Pescado, en el barrio nuevo (segundo) de la ciudad (Neh. 3:3; Sof. 1:10), y a continuación la puerta Vieja (Neh. 3:6; 12:39). A cierta distancia se levantaba el muro ancho (Neh. 3:8; 12:38) y, aún más lejos, la torre de los Hornos (Neh. 3:11; 12:38). Seguí­a la puerta del Valle (técnicamente, este término designaba el valle al oeste de la ciudad (Neh. 3:13; cf. Neh. 2:13-15). A continuación: la puerta del Muladar (Neh. 3:14); la puerta de la Fuente; el muro del estanque de Siloé, cerca del huerto del rey, en el ángulo suroriental de la ciudad; y las escalinatas que descendí­an de la ciudad de David (Neh. 2:15); al este de este lugar se hallaba la puerta de las Aguas (¿quizá de las aguas del Templo?), ante la cual se extendí­a una gran plaza pública (Neh. 8:1-3; 12:37). Después la fortificación pasaba delante de los sepulcros de David, del estanque artificial, de la casa de los héroes (Neh. 3:16); la subida de la armerí­a, en una esquina (Neh. 3:19); la casa del sumo sacerdote Eliasib (Neh. 3:20); la fortificación pasaba después por diversos sectores, indicados por otras casas (Neh. 3:23, 24); la fortificación englobaba el ángulo de la casa real y la torre que dominaba sobre el muro; esta torre tocaba el patio de la cárcel (Neh. 3:25). Los siervos del templo moraban en la colina de Ofel; su sector se extendí­a desde la puerta de las Aguas, al este, hasta esta torre (Neh. 3:26; cf. 11:21). La parte siguiente de la muralla iba de esta torre al muro de Ofel (Neh. 3:27); seguí­a la puerta de los Caballos, en la zona donde viví­an los sacerdotes (Neh. 3:28). Esta puerta de los Caballos, al este de la ciudad, dominaba el valle del Cedrón (Jer. 31:40), pero no era necesariamente una puerta exterior; podrí­a haber servido de enlace entre el Ofel y la zona norte, donde se hallaban el Templo y el palacio. Una parte del muro llegaba frente a la casa de Sadoc; después habí­a un sector que fue restaurado por el guarda de la puerta Oriental (probablemente al este del Templo) (Neh. 3:29); inmediatamente después, frente a la puerta del Juicio (probablemente una de las puertas interiores de la zona del Templo, donde se quemaban los sacrificios por el pecado, cf. Ez. 43:21), un sector de la fortaleza subí­a hasta la sala de la esquina (Neh. 3:32). Finalmente, la muralla volví­a a la puerta de las Ovejas, el lugar donde se ha empezado la descripción (Neh. 3:1, 2). Hay dos importantes puertas de la muralla descrita que no son mencionadas en Neh. 3 a pesar de que una de ellas, al menos, la puerta del íngulo, existí­a en aquella época (2 R. 14:13; 2 Cr. 26:9; cf. Zac. 14:10); la otra era la puerta de Efraí­n (Neh. 8:16; 12:39). La puerta del íngulo parece haber estado situada en el extremo nororiental de la ciudad (Jer. 31:38), a 400 codos de la puerta de Efraí­n (2 R. 14:13) que daba paso al camino que se dirigí­a a Efraí­n; así­, se cree que esta puerta estaba al norte de la ciudad y al este de la puerta del íngulo; en todo caso, se hallaba al oeste de la puerta Vieja (Neh. 12:39). Partiendo de la puerta de las Ovejas, y siguiendo, en dirección oeste, la muralla septentrional, la disposición de las puertas y de las torres era la siguiente: puerta de las Ovejas, torres de Hamea y de Hananeel, puerta de los Peces, puerta Vieja, puerta de Efraí­n y puerta del íngulo. Un problema difí­cil de resolver es si el “muro ancho” y la torre de los Hornos se hallaban más allá de la puerta del íngulo. Se debe señalar que la puerta del íngulo y la de Efraí­n se encontraban en el sector de la muralla mencionado en Neh. 3:8 como el lugar donde “dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho”. Parece que la muralla no precisaba de reparación en este lugar. Esta frase de 3:8 se puede interpretar de diversas maneras. Habí­a también una puerta de Benjamí­n que miraba del lado de esta tribu (Jer. 37:13; 38:7; Zac. 14:10). Es probable que se corresponda con la puerta de las Ovejas. Todaví­a en la actualidad se debate el problema referente a la situación de ciertas puertas. Se podrí­a identificar la puerta de Efraí­n con la puerta de en medio (Jer. 39:3); se ha intentado también asimilarla a la puerta de los Peces. Ciertos comentaristas han pretendido que las expresiones puerta del íngulo y puerta Vieja se refieren a una misma puerta. Desde la época de Nehemí­as a la de Cristo, las fortificaciones de Jerusalén sufrieron numerosas vicisitudes; unos 150 años después de Nehemí­as, Simón el Justo, sumo sacerdote, consideró necesario volver a fortificar el templo y la ciudad, en previsión de un sitio (Eclo. 50:1-4; cf. Ant. 12:1, 1). En el año 168 a.C., Antí­oco Epifanes hizo derribar las murallas de Jerusalén, y erigió una fortaleza con fuertes torres “en la ciudad de David”, expresión con un sentido amplio, que quizá permita diferenciar la ciudad del Templo (1 Mac. 1:31, 33, 39; 2 Mac. 5:2-26). Esta fortaleza, el Acra, se hizo célebre. Dominando el Templo (Ant. 13:67) fue, durante 25 años, una amenaza para los judí­os. Unos dos años después de la demolición de las murallas de la ciudad, Judas Macabeo las reparó parcialmente, y fortifico el muro exterior del Templo; pero su obra fue destruida (1 Mac. 4:60; 6:18-27, 62). Jonatán, su hermano y sucesor, reanudó la obra, propuso la elevación de nuevas fortificaciones, y restauró las murallas, especialmente alrededor de la colina del Templo (1 Mac. 10:10; 12:36, 37; Ant. 13:5, 11). Su hermano Simón acabó la empresa (1 Mac. 13:10; 14:37; Ant. 13:6, 4). Este sumo sacerdote, que tení­a la autoridad de un rey, no se conformó con construir las murallas de la ciudad, sino que, en el año 142 a.C., obligó a la guarnición extranjera a evacuar el Acra (1 Mac. 13:49-51). Al cabo de un tiempo, hizo demoler la fortaleza y rebajar la colina sobre la que habí­a estado elevada, para que fuera más baja que el nivel del Templo (1 Mac. 14:36; 15:28; Ant. 13:6, 7). Aunque Acra significa ciudadela en gr., no debe confundirse este edificio con la Baris, llamada también torre Antonia, que se levantaba al norte del ángulo noroccidental de la zona del Templo. El Acra estaba al oeste del templo, y dio su nombre a la ciudad baja (Guerras 5:6, 1). Pompeyo descubrió que Jerusalén era una fortaleza. Cuando al fin se apoderó de la ciudad, en el año 63 a.C., destruyó las fortificaciones (Tácito, Hist. 5:9 y ss). César permitió su reconstrucción (Ant. 14:8, 5; Guerras 1:10, 3 y 4). Al norte, estas fortificaciones, eran dos murallas que Herodes y los romanos, sus aliados, tomaron en el año 37 a.C. sin destruirlas (Ant. 14:6, 2 y 4; cf. 15:1, 2). En la época de Cristo Jerusalén tení­a, al norte, las dos murallas citadas; pronto adquirió una tercera. Josefo atribuye la primera (una muralla interior) a David, a Salomón y a los reyes que les sucedieron. Basándose en los puntos de referencia que existí­an entonces, Josefo describe así­ el primer cinturón fortificado: partiendo de la torre de Hippicus (inmediatamente al sur de la moderna puerta de Jafa, en el ángulo noroccidental de la muralla de la ciudad vieja), se dirigí­a hacia el este, hacia el pórtico occidental del Templo. Al sur y al este de la torre de Hippicus, pasaba cerca del estanque de Siloé y, por el Ofel, llegaba al pórtico oriental del Templo (Guerras 5:4, 2); rodeaba las colinas del sudoeste y del este. La segunda muralla protegí­a el norte y el principal sector comercial de la ciudad (Guerras 5:4, 2; con respecto a los bazares de este sector, véase 8:1; 1:13, 2; Ant. 14:13, 3). Esta segunda muralla comenzaba en la puerta Gennath, esto es, la puerta de los Huertos, que formaba parte del primer cinturón levantándose cerca de la torre de Hippicus al este (Guerras 5:4, 2; cf. 3:2 para los huertos); la fortificación se terminaba en la torre Antonia (llamada al principio Baris), al norte del Templo (Guerras 5:4, 2). Herodes Agripa I, que reinó en Judea del año 41 al 44 d.C., emprendió la construcción de una tercera muralla, con el fin de incluir en los limites de la ciudad el suburbio no protegido de Bezetha. Sin embargo, el emperador Claudio ordenó a Herodes que cesara los trabajos. Al final, los judí­os mismos concluyeron las obras. Esta tercera muralla comenzaba en la torre de Hippicus, subí­a al norte, llegaba a la torre de Psephino, en el ángulo noroccidental de la ciudad (Guerras 5:3, 5; 4:3), se dirigí­a al este, cerca de la tumba de Elena reina de Adiabene (Guerras 5:4, 2; Ant. 20:4, 3). El muro incluí­a el lugar en el que la tradición situaba el campamento asirio (Guerras 5:7, 3); rebasaba las grutas de los reyes; torcí­a hacia el sur en la torre del íngulo, cerca del edificio del Foulón, y se uní­a con la antigua muralla en el valle del Cedrón (Guerras 5:4, 2). El perí­metro de las murallas era de 33 estadios, o alrededor de 6 Km. (Guerras 5:4, 3). La torre Antonia estaba contigua al Templo, y el palacio de Herodes, con sus torres que dominaban la muralla al oeste, vino a unirse a las fortificaciones ya existentes. Cuando Tito se apoderó de Jerusalén en el año 70 d.C., arrasó todas estas obras defensivas, preservando sólo tres torres: la de Hippicus, de Fasael y de Mariamne. De toda la muralla, este general sólo preservó la parte que rodeaba el Oeste de la ciudad, con el fin de proteger la guarnición romana. En cuanto a las tres torres anteriores, Tito querí­a que ellas fueran testimonio a las futuras generaciones de la importancia que habí­a tenido la ciudad conquistada por el arrojo romano (Guerras 7:1, 1). d. Edificios célebres en la época de Cristo. Además de las fortificaciones ya descritas, habí­a numerosos edificios que suscitaban la emoción en los israelitas piadosos y patriotas. Ante todo, el Templo. La gran colina rocosa sobre la que se levantaba la torre Antonia limitaba parcialmente el lado septentrional de la zona del Templo. Una guarnición romana guardaba la torre Antonia. Al oeste del Templo se levantaba la casa del Concilio; era probablemente donde se reuní­a el Consejo general de la nación, llamado Sanedrí­n. Algo más al oeste, al otro extremo del puente que, enlazando con el pórtico occidental del Templo, salvaba el Tiropeón, se hallaba el gimnasio, llamado también “xystos”. Este establecimiento, aborrecido por los judí­os, propagaba el paganismo griego. El palacio de los Hasmoneos, que evocaba el heroí­smo de los macabeos, dominaba el gimnasio y, más allá del valle, miraba al santuario. Un poco más allá, al norte del Templo y al este de la torre Antonia, se hallaban las aguas curativas del estanque de Betesda. Más al oeste, en el distrito situado frente al Templo, se levantaba el magnifico palacio de Herodes, con sus inexpugnables torres. Esta era la residencia de los procuradores cuando visitaban Jerusalén. Al sureste de la ciudad se hallaban la piscina de Siloé y, en sus cercaní­as, los sepulcros de los reyes. El inmenso anfiteatro de Herodes el Grande debí­a hallarse por estos lugares (Ant. 15:8, 1). Es posible que haya aquí­ una confusión con el hipódromo situado al sur del Templo (Guerras 2:3, 1), porque parece que se celebraban carreras de carros además de combates con leones y entre gladiadores (Ant. 15:8, 1). El hipódromo sirvió ocasionalmente como cárcel (Ant. 17:9, 5; Guerras 1:33, 6). Entre los otros edificios está la casa del sumo sacerdote (Mt. 26:3; Lc. 22:54; Guerras 2:17, 6); la casa de los registros, cerca del Templo (Guerras 2:17, 6; 6:6, 3); el palacio de la reina Elena de Adiabene, que habí­a sido prosélita (cf. los mismos pasajes de Josefo). C. HISTORIA DE LA CIUDAD. a. La ciudad cananea. Si la Salem de Melquisedec se corresponde con Jerusalén, según la opinión tradicional, esta ciudad es mencionada por primera vez en la época de Abraham (Gn. 14:18). La mención de Jerusalén en las tabletas de Tell el-Amarna (véase AMARNA) se asigna generalmente al siglo XV a.C. En base a una investigación crí­tica, estas tabletas resultan corresponder, en realidad, al siglo IX a.C. Cuando los israelitas penetraron en Canaán, el rey cananeo de Jerusalén fue derrotado, con sus aliados, por Josué en Gabaón y en la bajada de Bet-horón (Jos. 10:10). Sin embargo no se lanzaron contra Jerusalén; fue atribuida a la tribu de Benjamí­n. Estando en los confines de Judá, la ciudadela dominaba una parte del territorio de las dos tribus (Jos. 15:8; 18:28). Después de la muerte de Josué, durante la guerra que las diversas tribus mantuvieron contra los cananeos que viví­an dentro de sus fronteras, Judá atacó a Jerusalén, tomándola e incendiándola (Jue. 1:8), pero parece que no pudo apoderarse de la ciudadela; tampoco lo consiguió Benjamí­n (Jue. .1:21). Esta es la razón de que la ciudad reconstruida siguiera estando controlada por la fortaleza jebusea, y que sus moradores fueran también jebuseos. Los israelitas se sentí­an avergonzados de que hubiera, en el mismo centro de su paí­s, una fortaleza extranjera (Jos. 15:63; Jue. 1:21; 19:11, 12). Y así­ se mantuvo la situación al comenzar la carrera de David. Volviendo del campo de batalla, el vencedor de Goliat pasó por Jerusalén y dejó allí­ la cabeza del filisteo (1 S. 17:54). Al venir a ser rey de todo Israel, David pudo hacer uso de la unidad, entusiasmo y obediencia del pueblo, así­ como la resolución de la rivalidad existente entre Judá y Benjamí­n. Dirigió, acto seguido, a sus tropas contra la irreductible ciudad. A pesar de las burlas de sus moradores, que consideraban que sus muros eran inexpugnables, se apoderó de ella (2 S. 5:6 ss.). b. La ciudad israelita. David hizo de Jerusalén la capital del reino, y emprendió la tarea de hacer de ella el centro religioso de la nación. El arca no tení­a morada desde que el Señor habí­a abandonado Silo, y el rey la llevó a Jerusalén, erigiéndole un tabernáculo decoroso y se dedicó a reunir los materiales para la construcción de un santuario (2 S. 6-7). Su hijo Salomón erigió el espléndido Templo, rodeándolo de murallas, que le dieron el aspecto de una fortaleza, y se construyó además un palacio que igualaba al Templo en esplendor(1 R. 6-7). Pero, bajo el reinado siguiente, Sisac, rey de Egipto (identificado por Velikovsky y Courville como Tutmose III, en la cronologí­a revisada de Egipto) penetró en Jerusalén, llevándose los tesoros del Templo y del palacio real (1 R. 14:25-27); después de algo más de 80 años, hordas árabes y filisteas tomaron por poco tiempo la ciudad y la saquearon (2 Cr. 21:17). A pesar de estas vicisitudes, la población fue en aumento; se empezó a diferenciar entre los diversos distritos de Jerusalén (2 R. 20:4; 22:14). Antes del inicio del siglo VIII a.C., una prolongación de la muralla englobaba un suburbio de la colina del noroeste. Se trataba del distrito comercial, que siguió siéndolo aún después del exilio y hasta la destrucción de Jerusalén por Tito (Guerras 5:8, 1). La puerta de las Ovejas y la del Pescado se hallaban en este sector, que estaba situado a lo largo del valle llamado Tiropeón (de los comerciantes del queso). Bajo el reinado de Amasí­as, rey de Judá, los israelitas del reino del norte destruyeron una parte de las fortificaciones al norte de la ciudad, y se apoderaron de los tesoros del Templo y del palacio (2 R. 14:13, 14). Uzí­as y Jotam, reyes de Judá, repararon las destrucciones y aumentaron las defensas, erigiendo nuevos torreones (2 Cr. 26:9; 27:3). Es posible que tuvieran que reparar muchos otros desastres además de los causados por la guerra, porque bajo Uzí­as Jerusalén sufrió los efectos de una fuerte convulsión tectónica (Am. 11; Zac. 14:5; Ant. 9:10, 4). Los israelitas del reino del norte aliados con los sirios asediaron la ciudad durante el reinado de Acaz, pero en vano (2 R. 16:5). Este rey de Judá entregado a la idolatrí­a hizo, poco después del asedio, extinguir las lámparas del santuario y detener los holocaustos, ordenando el cierre del Templo (2 R. 16:14 ss.; 2 Cr. 28:24; 29:7). Ezequí­as volvió a abrir el Templo, restableciendo el culto; sin embargo, para detener el ataque de los asirios, les tuvo que entregar el tesoro real, el del santuario, y las planchas de oro de que estaban revestidas las puertas del Templo. Pero esto sólo fue un alivio pasajero, porque al final los ejércitos de Asiria pusieron sitio a Jerusalén (2 Cr. 29:3; 2 R. 18:15, 16) Sin embargo el ángel del Señor azotó al ejército enemigo librando a Jerusalén de una manera prodigiosa (2 R. 19:35). Cuando Manasés volvió de su breve cautiverio en Babilonia construyó murallas y mejoró las fortificaciones (2 Cr. 33:14) Durante los reinados del hijo y nieto de Josí­as varios reveses abrumaron la ciudad. Bajo Joacim, Nabucodonosor asedió Jerusalén y entró en ella, encadenó al rey, y terminó liberándolo, pero se llevó consigo a una buena cantidad de jóvenes prí­ncipes y de objetos de gran precio del Templo (2 R. 24:1; 2 Cr. 36:6; Dn. 1:1). Después Nabucodonosor volvió, vació el tesoro real y el del Templo, se apoderó del resto de los utensilios de oro y de plata del santuario, llevó cautivo al rey Joaquí­n a Babilonia, deportando asimismo a los más útiles de los moradores de Jerusalén, soldados, artesanos, herreros, etc. (2 R. 24:10-16). Nueve años más tarde, bajo Sedecí­as, Nabucodonosor atacó Jerusalén por tercera vez; la asedió durante dos años, provocando una terrible hambre. Finalmente, los atacantes consiguieron abrir una brecha en las murallas; incendió el Templo, los palacios, demolió las murallas, y deportó al resto de los habitantes, excepto a los indigentes (2 R. 25). Jerusalén estuvo en ruinas durante cincuenta años. Zorobabel, acompañado de 50.000 israelitas, volvió en el año 538 a.C. Al inicio del año siguiente, echó los cimientos del Templo (Esd. 2:64, 65; 3:8). Hacia el año 444 a.C., Nehemí­as reconstruyó la muralla. Los persas tení­an entonces el dominio, que recayó a continuación en los macedonios, bajo Alejandro Magno. En el año 203 a.C., Antí­oco Epifanes se apoderó de Jerusalén, que cayó en manos de Egipto en el año 199 a.C. En el año 198 a.C., la ciudad abrió sus puertas a Antí­oco, que se presentaba como amigo. En el año 170 a.C., Antí­oco se hizo el dueño de Jerusalén, profanando el Templo acto seguido; los macabeos se alzaron en armas en el año 165 a.C. Judas volvió a tomar la ciudad y purificó el Templo. Los reyes de la dinastí­a hasmonea erigieron cerca del Templo una ciudadela que recibió el nombre de Baris, es decir, “la Torre” (véase ANTONIA). Pompeyo se apoderó de Jerusalén en el año 63 a.C., demoliendo una parte de las murallas. Craso saqueó el Templo en el año 54 y los partos entraron a saco en la ciudad el año 40. Herodes el Grande se apoderó de Jerusalén en el año 37 a.C., reparó las murallas, construyó diversos edificios para embellecer la ciudad, reconstruyó el Templo, y le dio un esplendor que contrastaba con el carácter relativamente humilde del Templo de Zorobabel. Comenzado entre el año 20 y 19 a.C., el Templo no quedó totalmente acabado durante la vida terrenal de nuestro Señor. Herodes fortificó la ciudadela, llamándola Antonia. Al morir, Jerusalén tení­a dos murallas que la rodeaban, totalmente o en parte, en tanto que en la época de Salomón sólo habla tenido una. Herodes Agripa comenzó una tercera lí­nea de murallas, hacia el año 42 o 43 d.C., unos doce años después de la crucifixión. En el año 70 d.C., los romanos, conducidos por Tito, ocuparon Jerusalén, después de haber destruido o incendiado, durante el asedio, el Templo y casi toda la ciudad. El general romano demolió las murallas, excepto una parte de la lí­nea occidental, y las tres torres de Hippicus, Fasael y Mariamne (Guerras 7:1, 1). c. Jerusalén después de Tito. Bajo el emperador Adriano, los romanos emprendieron la reconstrucción de Jerusalén como ciudad pagana, que mantení­an frente y contra los judí­os; ésta parece haber sido la causa principal de la revuelta judí­a dirigida por Bar-Kokeba, entre los años 132-135 d.C. El alzamiento fue aplastado, y se reemprendió y finalizó la construcción de la ciudad. El nombre de Jerusalén fue reemplazado por el de Colonia Aelia Capitolina: Colonia, porque se trataba de una colonia romana; Aelia, en honor de Adriano, cuyo nombre propio era Aelio; Capitolina, porque la ciudad fue dedicada a Júpiter Capitolino. Se erigió un templo a esta divinidad pagana, sobre el emplazamiento de los antiguos templos de Salomón, Zorobabel y Herodes. Les quedó prohibido a los judí­os, bajo pena de muerte, que entraran en la ciudad. Esta prohibición no afectaba a los cristianos que, sin duda alguna, ya se distinguí­an netamente de los judí­os por aquel entonces. El nombre de Aelia persistió durante muchos siglos. El emperador Constantino levantó, al principio de una manera parcial, y después total, la prohibición que excluí­a a los judí­os de la ciudad santa. En el año 326 Elena, la madre del emperador, erigió un santuario sobre el monte de los Olivos. En el año 333 se comenzó, por orden de Constantino, la construcción de la iglesia de la Anástasis, señalando el supuesto emplazamiento del Santo Sepulcro (véase CALVARIO). En el año 614, conducidos por su rey Cosroés II, los persas asaltaron Jerusalén. Dieron muerte a gran número de sus moradores, y deportaron a Persia a los supervivientes, e incendiaron la iglesia del Santo Sepulcro. A la muerte de Cosroés, en el año 628, el emperador romano Heraclio recuperó Jerusalén. En el año 638, la ciudad se rindió a los árabes, liderados por Omar (‘Umar). ‘Abd-al-Malik erigió, en el año 691, la magní­fica Cúpula de la Roca (que los europeos llaman, erróneamente, la “mezquita de Omar”). Este edificio se halla sobre el emplazamiento del Templo, encima de las rocas de Moria, el posible emplazamiento del sacrificio no consumado de Isaac (Gn. 22:2; 2 Cr. 3:1). Cerca de la cúpula, en el sector meridional de la zona sagrada, ‘Abd-al-Malik construyó otra mezquita, quizá sobre el lugar de una iglesia anterior. Esta mezquita se llama al-Masjid al-Aksa (la mezquita más alejada), pero esta expresión designa también el conjunto de edificios sagrados de esta zona. Al-Haram al-Sharîf (el noble santuario) es otro nombre aplicado a este grupo de construcciones. Durante la época en que los musulmanes de raza árabe reinaron sobre Jerusalén, los peregrinos cristianos que iban a visitar los lugares santos fueron tratados de diversas maneras. En una ocasión, un soberano fatimita incendió la iglesia del Santo Sepulcro; pero, por lo general, los árabes se mostraron tolerantes. Cuando, en el año 1077 d.C., los turcos (seldyúcidas) remplazaron a los árabes, la situación cambió. Los ultrajes y la opresión de estos últimos provocaron la reacción de los reinos de la Europa occidental y central, lo que provocó las Cruzadas. El 15 de julio de 1099, durante la primera de estas expediciones polí­tico-religiosas, Jerusalén fue tomada por asalto; se fundó entonces un reino cristiano que duró 88 años. Durante la ocupación cristiana, los edificios adyacentes al Santo Sepulcro fueron agrandados y hermoseados, en tanto que iban surgiendo nuevos edificios por la ciudad. En el año 1187, el reino de Jerusalén cayó en manos de Saladino, sultán de Egipto y de Siria; en 1192, este último reparó las murallas, pero el sultán de Damasco las hizo desmantelar en 1219. Federico II, emperador de Alemania, obtuvo la posesión de la ciudad santa, en 1229, por un tratado que estipulaba que las murallas no serí­an restauradas. Diez años más tarde, sus moradores infringieron esta condición. En 1443, la ciudad se rindió incondicionalmente a los cristianos. Al año siguiente, los turcos (Khwãrizim) se apoderaron de Jerusalén y restablecieron el Islam. Al cabo de unos tres años, los egipcios echaron a los invasores de Palestina y se hicieron con Jerusalén hasta 1517, año en el que Jerusalén cayó en manos de los turcos otomanos. El más grande de sus sultanes, Solimán el Magní­fico, construyó en 1542 la lí­nea de murallas que sigue todaví­a en pie. Durante la Primera Guerra Mundial, los ingleses y la Legión Judí­a, encuadrada en el ejército inglés bajo las órdenes del general Allenby, conquistaron Palestina. Jerusalén se rindió el 9 de diciembre de 1917. Después de la primera guerra judeo-árabe (1947-48) y del renacimiento del Estado de Israel, Jerusalén quedó dividida entre los judí­os y los árabes. El Reino de Transjordania consiguió conservar la Ciudad Vieja incluida dentro de las murallas, gracias a la acción de la Legión írabe, dirigida por oficiales británicos y encabezada por el asimismo británico Sir John Bagot Glubb (“Glubb Pachá”), mientras que los judí­os conservaban los suburbios nuevos fuera del recinto amurallado, en una lucha tenaz. Así­ quedó la situación hasta el 7 de junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Dí­as, en que el ejército israelita, venciendo la encarnizada resistencia jordana, logró conquistar el sector oriental de Jerusalén y reunificar la ciudad, capital del actual Estado de Israel.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Es la ciudad sagrada por excelencia de las tras grandes religiones monoteí­stas del universo: hebreos, cristianos y mahometanos.

Para los judí­os, que la llaman en hebreo Yerushalayim, es la santa ciudad convertida en capital del Reino unificado por David y en la que Salomón edificó el templo en el mismo lugar en que Abraham habí­a ofrecido simbólicamente a su hijo primogénito en sacrificio.

Para los cristianos es el lugar donde Jesús murió y resucitó.

Para los mahometanos, que la llaman en árabe, al-Quds, es la ciudad santa desde donde Mahoma ascendió al cielo.

Es la urbe más grande del Israel moderno, convertido en Estado desde 1948, después de casi dos milenios de exilio y persecuciones por la tierra, desde la destrucción de Judea por los romanos el año 70 hasta el holocausto nazi.

1. Datos y referencias
Se halla situada entre el mar Mediterráneo y el mar Muerto, a 93 kms. al Este de Tel Aviv-Yafo. Jerusalén es una ciudad santa y disputada durante siglos. Ha sido destruida 17 veces a lo largo de los siglos y de nuevo ha resurgido de sus ruinas.

En ella quedan restos del templo judaico construido por Herodes (Muro de las lamentaciones) y queda sepulcros arcaicos (Valle de los reyes). Quedan restos de edificios cristianos como la Iglesia del Santo Sepulcro o los lugares santos de Getsemaní­. Y queda la explanada de las mezquitas, con la joya arquitectónica a La Roca. Es un sí­mbolo innegociable para las tres religiones y, por lo tanto, eje de conflicto y centro de irremediables confluencias .

2. Ciudad religiosa

La clásica e histórica distribución de la ciudad quedó alterada como efecto de las cuatro guerras ganadas por los judí­os a los palestinos desde 1948. La ciudad antigua se divide en sectores: armenio, cristiano, judí­o y musulmán. Se halla rodeada por hermosas murallas con siete puertas. Las murallas actuales son construcciones turcas del siglo XVI.

– El sector cristiano, al noroeste, contiene la Puerta Nueva y comparte la Puerta de Yafo con los armenios en el suroeste. También comparten los cristianos la Puerta de Damasco con el sector musulmán al norte.

– El sector musulmán, en la parte nororiental de la ciudad antigua, contiene la Puerta de Herodes, la de San Esteban y la Puerta Dorada. Al este de la cual, se encuentra el monte de los Olivos y de Gethsemaní­.

– El sector judí­o ocupa la parte suroriental, contiene la Puerta de Sión junto al monte del mismo nombre y en donde se halla la tumba del rey David. En este sector también se encuentra la Puerta Dung, por la que se accede a la nueva Jerusalén. La ciudad que el Estado de Israel pretende designar como “capital eterna” sigue siendo objeto de discordia. El resto de los paí­ses del mundo no reconoce la anexión israelita de Jerusalén y mantiene sus embajadas en Tel Aviv.

En torno a la ciudad antigua se ha desarrollado desde el siglo XIX una zona próspera y comercial. El turismo religioso (peregrinaciones y encuentros internacionales) y los donativos a las instituciones religiosas y templos originan la mayor parte de sus ingresos, sobre todo en tiempos de paz.

En la actualidad Jerusalén cuenta con más de un millón de habitantes en amplios y modernos edificios que cubren las colinas cercanas y los suburbios, barrios residenciales y zonas ajardinadas, que llegan hasta el desierto y engloban ya localidades simbólicas de otros tiempos como Belén y Betania.

Entre los monumentos más notables de la ciudad se encuentran la iglesia cristiana del Santo Sepulcro, que se construyó sobre una basí­lica del siglo IV, la cual, a su vez, se erigió sobre lo que tradicionalmente se considera la tumba de Cristo. No menos resonancia religiosa tiene el Muro Occidental el antiguo Templo reedificado por Herodes, también llamado el Muro de las Lamentaciones. Es un resto del muro de contención de la explanada que albergaba el gran templo israelita. Y desde cualquier rincón de la región se admira la cúpula metálica de la mezquita de la Roca (también conocida como la mezquita de Omar, su constructor, o la mezquita de al-Aqsa La Roca), tercer lugar sagrado del mahometismo.

Hay otros monumentos antiguos con resonancias religiosas: la ví­a dolorosa, la tumba de David, la fortaleza de Herodes en la ciudadela, el monte Sion, los templos del Gethsemaní­, la iglesia de la Santa Cena o Santa Sión, la iglesia de Santa Ana, la fuente de Marí­a, la piscina de Siloé, la tumba de Absalón, la de Santiago, la de Marí­a, la de Zacarí­as, el túnel de Ezequí­as, etc. Son varias docenas de construcciones de diverso signo, época y dominación que recogen datos o leyendas de diversa veracidad.

Al lado de los ecos antiguos, han surgido otras realidades modernas admirables: el museo arqueológico, la universidad hebrea de Jerusalén (1918) y los edificios de la Kneset (Parlamento) israelí­, los edificios mercantiles, etc.

3. Valor de Jerusalén
El lugar de Jerusalén estuvo habitado desde el paleolí­tico. Entre el 5000 y el 4000 a.C. dominó allí­ uno de los grupos que se denominan cananeos. Fueran o no idénticos a los jebusitas (o jebuseos), dependí­a de Egipto en el siglo XV a.C., durante las expediciones del faraón Tutmosis III. Al dominar Israel la “Tierra prometida”, hacia el 1250 a. C., los habitantes de la fortaleza de Jerusalén se mantuvieron firmes. Hubo que esperar a la llegada del guerrero David para que cayera bajo el imperio, el culto y la hegemoní­a de su realeza empeñada en hacer allí­ una corte que dominara por igual a las tribus del Norte y a las del Sur. Desde que David la ocupó al ser ungido rey de Israel (2 Sam. 5. 6-9; 1 Cró. 11. 4-7), fue la ciudad sagrada en la que se experimentaba la presencia de Yaweh, primero con el Arca de la Alianza y luego con el Templo (2 Sam. 6. 1-17).

Salomón la fortaleció con muralla y la dotó con magnificencia. Desde entonces Jerusalén fue una ciudad singular. La ciudad creció y se embelleció de forma portentosa durante el reinado de Salomón y en las monarquí­as siguientes, hasta que llegó la campaña de Nabucodonosor II, rey de Babilonia, quien la destruyó en el 587 a. C.

Pero, al llegar los persas victoriosos de los asirios, Ciro autorizó su reconstrucción. De nuevo el Templo cobró vigor inusitado: se reanudaron los sacrificios, se escribió la Biblia tal como hoy la conocemos, se organizó la vida social. Vio en sus calles a los griegos y macedonios de Alejandro Magno, a los reyes asmoneos que siguieron a los Macabeos, quienes edificaron sus palacios, y luego a los romanos cuando el general Pompeyo el año 63 la declaró colonia romana y la puso en la órbita de los dueños del mundo.

4. La Jerusalén de Jesús
Herodes, idumeo de nación y raza, no judí­o, hijo de un general (Antipatro) del último rey asmoneo Aristóbulo II, la engrandeció para congraciarse con el pueblo que le rechazaba. Esa Jerusalén fue la que Jesús de Nazaret, galileo de pobre aldea del norte, conoció cuando comenzó a recorrer las tierras elegidas para anunciar su Evangelio.

El templo de Herodes resultó fastuoso y magní­ficamente dotado. Pero con el templo surgieron también edificios paganos: palacios hermosos, gimnasio, hipódromo y teatro helenistas, todo lo cual reclamó una mejora de las calles y de las conducciones de aguas, el reforzamiento de las murallas y todo lo que precisaba una capital romana de importancia.

Lo único que no ganó Herodes fue el corazón de los israelitas, que siguieron odiando a los invasores que hollaban con sus pies sucios y sus estandartes sacrí­legos la ciudad en la que seguí­a habitando el único Dios del cielo, Yaweh.

Como buen israelita, Jesús amaba a Jerusalén y la miraba como signo de aquel profetismo que en El culminaba: “Ningún profeta puede morir fuera de Jerusalén” (Lc. 13.33 ) y “Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido acoger a tus hijos como la gallina protege a sus pollitos bajos las alas” (Mt. 23. 37; Lc. 13.34). Pero supo poner las cosas en su sitio: “Cree, mujer, ni en este templo (Garizim) ni en Jerusalén se adorará ya a Dios, sino en todo lugary se hará en espí­ritu y en verdad” (Jn. 4.21). En la mente cristiana Jerusalén dejó de ser centro y el pensamiento evangélico se orientó al mundo entero.

El eco misterioso de la ciudad santa late en todo el texto evangélico. De las 140 veces que aparece el término Jerusalén en los 27 libros del Nuevo Testamento, 85 están en los cuatro textos evangélicos. Y son 17 las que aparecen en los labios del mismo Jesús. Ese amor quedó en el Nuevo Testamento como signo de predilección a lo largo de los siglos. Sin embargo Jerusalén habrí­a de ser destruida por su infidelidad: “Yo te digo que tu casa va a quedar desierta” (Mt. 23. 39). La rebelión de los judí­os entre el 66 y el 70 arrasó la ciudad, el templo, el pueblo, el mito, la historia.

Tito, hijo del emperador romano Vespasiano, quiso conservar el Templo. Pero un soldado lo prendió fuego, en el asalto, acaso “inspirado por Dios” (según Flavio Josefo). Sólo sobrevivieron unas fortalezas en la zona occidental, restos de la fortaleza Antonia mandada edificar por Herodes. Esta catástrofe puso fin a la historia de la Jerusalén antigua.

El emperador Adriano visitó la ciudad el 130 d.C. y decidió su reconstrucción, pero como ciudad romana centro de la colonia de Judea. Pero sobrevino una nueva rebelión de los judí­os (bajo el mando de Barcochebas, el hijo de la estrella) los años 132 a 135.

El emperador determinó entonces una ciudad limpia de judí­os. En la nueva población prohibió bajo pena de muerte la entrada de los judí­os. Desde entonces muchos de ellos llegaban hasta sus puertas para llorar su desgracia. Nació el muro de las lamentaciones.

La ciudad se rebautizó con el nombre de Aelia Capitolina. La muralla se mantuvo como antes, por la orografí­a del terreno. Los romanos siguieron mandando en la región de forma excluyente, desde Adriano hasta Constantino I el Grande, es decir durante tres siglos. Pero el Imperio se hizo cristiano y en Jerusalén también fueron dominando los cristianos desde el siglo IV. Surgió en muchos el deseo de peregrinar a la tierra donde vivió y murió Jesús: Belén, Nazaret, el santo Sepulcro, cuyo templo mando edificar y dotar el mismo Constantino. Surgieron los “santos lugares cristianos” con olvido de los lugares judí­os.

El 614 el persa Cosroes II tomó la ciudad en su campaña sobre Palestina y la arrasó. Pero pronto fue recobrada por el bizantino Heraclio en el 628.

La hora de los musulmanes llegó el 637, bajo el califa Omar I. Una capilla, la cúpula de la Roca, surgió sobre el lugar del altar del Templo de Salomón. Los cristianos se vieron alejados de la ciudad y su situación fue tan variable como los tiempos y los gobernantes que se sucedieron: los gobernadores de los califas fatimí­es egipcios se impusieron en el 969 y los turcos selyúcidas llegaron en el 1071. La persecución de los cristianos, residentes o peregrinos, y la destrucción de la iglesia del Santo Sepulcro desencadenaron las Cruzadas.

En 1099 las armas cristianas, bajo el mando del francés Godofredo de Bouillon, se apoderaron de la ciudad. Jerusalén volvió a ser cristiana y se mantuvo así­ hasta 1187, cuando fue reconquistada por los musulmanes bajo Saladino I. En 1517 Jerusalén fue conquistada por los turcos otomanos, pero la importancia de la ciudad decreció notablemente. Desde entonces siguió bloqueada hasta el siglo XIX

5. La Jerusalén actual
En el siglo XIX muchos judí­os se fueron desplazando hacia Palestina y hacia Jerusalén, huyendo de diversas persecuciones contra su raza en Europa cristiana y en Medio Oriente mahometano. Termino él siglo con una importante cantidad de ellos establecida en la zona y próspera en sus negocios. Al mismo tiempo las influencias francesas en el Lí­bano y las inglesas en Egipto fomentaron la reacción a favor de los cristianos.

Al desmembrarse el imperio turco, Jerusalén fue ocupada por las fuerzas militares británicas en 1917. Desde 1922 a 1948 formó parte del mandato británico de Palestina. Los pueblos del entorno: jordanos, palestinos, sirios, libaneses vivieron una paz precaria y se pudo mantener el equilibrio racial, religioso y polí­tico.

Pero la segunda guerra mundial y el exterminio judí­o en Centroeuropa aceleraron y propiciaron los proyectos de los crecientes movimientos sionistas internacionales (Rusia, USA, Inglaterra, Francia) y en 1948 surgió el Estado de Israel después de sangrienta lucha entre judí­os y árabes. Varios millones de palestinos fueron desplazados de sus históricas posesiones. Oleadas de emigrantes judí­os llegaron a la nueva nación durante decenios. La Asamblea General de las Naciones Unidas, aceptando su plan de división del 29 de noviembre de 1947, quiso hacer de Jerusalén un enclave internacionalizando, al menos en cuanto centro de peregrinaciones religiosas para judí­os, islámicos y cristianos. No pudo conseguirlo.

En la primavera de 1948 los ejércitos de Israel y Jordania lograron apoderarse cada uno de la mitad de la ciudad: Israel tomo la parte occidental y Jordania ocupó la parte oriental, donde se encuentra la ciudad antigua. Jerusalén quedó unida a Tel Aviv (Yafo) por un simple pasillo. En el armisticio de 3 de Abril de 1949 entre Israel y Jordania, ambas partes reconocieron la división de la ciudad.

En 1950 se convirtió en la capital de Israel, al menos nominalmente. Y durante la guerra de los Seis Dí­as, en junio de 1967, Israel tomo la parte antigua y la Knesset (Parlamento) israelí­ decretó la reunificación de la ciudad ante la protesta del mundo árabe. En 1980 la Knesset declaró a la ciudad capital eterna de Israel.

Desde entonces hasta los comienzos del siglo XXI, la tensión no ha cesado. En 1996 Yasir Arafat, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, intentó amortiguar unas veces y de acelerar otras la situación de la ciudad santa. La insolencia del militar y gobernante israelí­ Ariel Sharon profanó con su visita a la explanada los sentimientos religiosos islámicos y se desencadenó la Intifada con la que terminó un siglo y comenzó otro, siendo Jerusalén el centro de los “mártires de Alá”, suicidas manipulados polí­ticamente y que hicieron de toda la zona ocupada de Palestina todo menos un lugar sagrado.

Jerusalén sigue viva en la conciencia de millones de hombres como ciudad emblema, que bien podrí­a haber sido un ví­nculo de paz y unidad y no lo es.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. historia de salvación, Israel, Mesí­as, Pascua)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Etimológicamente significa “fundación del dios Salem” o acaso “de paz”. Jerusalén ocupa un lugar central en la historia bí­blica. David la conquistó, arrebatándosela a los jebuseos (2 Sam 5, 6-9). Hizo de ella la capital del reino y fue su gobernador. Por eso se llamó la “ciudad de David”. Fue la sede del Arca de la Alianza (2 Sam 6, 1-23) y luego del templo construido por Salomón (1 Re 7-8); fue, por tanto, el centro polí­tico y religioso de la nación. Ciudad santa, querida y elegida por Dios para morada suya, para que se le diera culto en ella (Dt 12, 5; 14, 23. 25; 15, 20; 16, 5. 7-11; 18, 6; 26, 2). Jerusalén, con todas sus vicisitudes de gracias y castigos, sintetiza la historia del pueblo entero. Por eso en la orientación escatológica se hace casi sinónimo del Reino de Dios, centro de la Nueva Alianza; que anudará en sí­ a todas las naciones (Is 2, 2-5; 12, 6; 23, 20; 40, 1-11; 60, 1-22). Así­ aparece en el N. T. como teatro de los acontecimientos de la Redención -allí­ predica y muere Jesús: Mt 21-28; Mc 11-16; Lc 19-24; Jn 12-21- y del nacimiento de la Iglesia (Act 2) y es punto de partida de la predicación apostólica (Lc 24, 44-53; Act 1, 8). Con esto ha cesado el sentido geográfico de Jerusalén para pasar al teológico. La nueva Jerusalén, como el nuevo Israel, es ya la Iglesia, edificada sobre los doce apóstoles, representantes de las doce tribus, sobre el cimiento, que es Jesús, nuestro David. A través de la historia prosigue su desarrollo interno y oculto, hasta que aparezca al fin del mundo en toda su gloria; precisamente con esta visión de la Jerusalén celeste termina la Biblia (Ap 21-22).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1. Ciudad israelita
(-> Sión, templo, monarquí­a). La historia de Jerusalén se hallaba en el principio desligada de la federación de las tribus de Israel. Era una ciudad pagana, habitada por los jebuseos, bien defendida sobre una colina, rodeada de tierras que habí­an ido conquistando los hebreos. Por su misma importancia estratégica o por pacto con los israelitas, como recordarí­an las relaciones de su rey Melquisedec con Abrahán (Gn 14,18), los jebuseos conservaron su ciudad, mientras crecí­an hacia el sur los habitantes de Judá y hacia el norte iban triunfando los grupos israelitas de las tribus de Benjamí­n y Efraí­n.

(1) Ciudad de David. Pero un dí­a, hacia el 1000 a.C., David unió a sus hombres y conquistó la ciudad, convirtiéndola en centro de su nuevo reino: “Entonces marchó el rey con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que moraban en aquella tierra, los cuales hablaron a David, diciendo: Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos te echarán… Pero David tomó la fortaleza de Sión, la cual es la ciudad de David” (cf. 2 Sm 5,6). Era una ciudad bien protegida, pero parece que los soldados de David entraron por el canal del agua (cf. 2 Sm 5,8) y David la conservó bajo su poder. En general, el territorio de Palestina iba cayendo en manos de las tribus de Israel, que formaban un tipo de federación social y religiosa. En contra de eso, David conquistó la ciudad de Jerusalén, pero no para las tribus, sino para él mismo, convirtiéndola en propiedad de la monarquí­a, ciudad real. Lógicamente, David quiso sacralizar su capital, dándole un valor religioso, a fin de que las tribus, que hasta entonces no tení­an capital, vinieran a centrarse en ésta, que será desde entonces el signo de unidad de los israelitas, especialmente de los que formarí­an parte del reino del Sur. La sacralidad de Jerusalén se funda en dos motivos, (a) Hay un factor israelita, expresado en el traslado del Arca* de la alianza (cf. 2 Sm 6) y en la construcción posterior del templo* de Jerusalén. (b) Hay un factor no israelita. Todo nos permite suponer que Jerusalén era una ciudad sagrada ya antes de la conquista de David; en ella se veneraba al Dios Altí­simo (El Elyon), “creador del cielo y de la tierra” (Gn 14,19). Como buen polí­tico, David quiso unificar las dos tradiciones religiosas. Por un lado, se declaró protector de la religión israelita, representada por el Arca de la Alianza. Pero, al mismo tiempo, quiso ser continuador de los valores sacrales anteriores, centrados en el Dios de la ciudad, creador de cielo y tierra. De esa forma, el mismo Dios Yahvé, propio de Israel, vino a identificarse con el Dios de la ciudad, de manera que se podrá afirmar que “reside en el monte Sión, que aparece así­ como “montaña de la casa de Yahvé” (cf. Is 1,21; 2,2-4; 9,19; Miq 4,1).

(2) Ciudad profética, madre divina. Jerusalén cayó en manos de los invasores babilonios (587 a.C.), pero fue reconstruida y vino a convertirse para los profetas postexí­licos en lugar privilegiado de presencia y promesa de Dios, apareciendo, incluso, como signo de la nueva humanidad: “Alegraos con Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegrí­a, todos los que por ella llevasteis duelo y mamaréis de sus pechos, os saciaréis de sus consolaciones, chuparéis las delicias de sus senos abundantes…” (Is 66,10-13). El orante israelita se siente así­ como un niño que anhela y busca la ternura de la Madre, representada por Jerusalén (Hija Sión, Ciudad engendradora, de pechos abundantes). Esta es la necesidad suprema, éste el primero de todos los deseos de los fieles: saciarse de leche, sentir la dulzura de unos pechos maternos, recibir el sustento firme de unas rodillas donde asentarse. Pues bien, en el fondo de esa Madre Jerusalén viene a revelarse el mismo Dios Yahvé, que recibe ya rasgos maternos. Es como si hubieran terminado las duras experiencias de la historia, las normas religiosas impuestas desde arriba. Los creyentes se saben pequeños y así­ quieren sentirse ante Dios, como hijos de la ciudad sagrada, que les ofrece la promesa de la vida.

(3) Jerusalén, ciudad del fin de los tiempos. Así­ la ha descubierto, por ejemplo, el vidente de 1 Henoc, cuando dice que “desde allí­ fui andando por el centro de la tierra y vi un lugar bendito” (1 Hen 26,1), que es Jerusalén donde hay “un árbol cortado de vástagos vigorosos”, que parecen evocar el “resto de Israel” (cf. Is 4,3; 6,13; Miq 5,6). Este es el lugar donde vuelve a florecer el tronco de Jesé, el árbol de David (cf. Is 11,1), de manera que allí­ donde la vida parecí­a ya truncada (pueblo roto, árbol cortado), surge por la acción de Dios la vida, en esperanza escatológica. En ese contexto se habla de una tierra bendita, vinculada al “monte santo” (Sión) del que brota hacia el oriente el agua* de la que hablaron los profetas (cf. Ez 47). Fuera de la ciudad quedará el valle maldito (gehenna, infierno*) donde “serán reunidos todos los que profieran por sus bocas palabras inconvenientes contra Dios y digan cosas contrarias a su gloria”. En el entorno de Jerusalén se realizará por tanto el juicio: “en los últimos tiempos tendrá lugar el espectáculo del justo juicio contra ellos (los condenados de la gehenna), ante los justos, por la eternidad. Los que han obtenido misericordia del Dios de la gloria le bendecirán allí­ todos los dí­as…” (1 Hen 26,1-27,4). Avanzando en esa lí­nea, la visión de la nueva Jerusalén constituye el culmen y sentido del libro del Apocalipsis cristiano: “Yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo… Y me llevó en el Espí­ritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendí­a del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosí­sima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal” (Ap 21,2.10). Esta es la ciudad* perfecta, en la que Dios habita con los hombres, el verdadero paraí­so. “Mc mostró entonces un Rí­o de agua viva, transparente como el cristal, que salí­a del Trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la ciudad, a uno y otro lado del rí­o, habí­a un Arbol de vida que daba doce cosechas, una cosecha cada mes, cuyas hojas serví­an para curación a las naciones. Y no habrá allí­ nada maldito. Y en ella estará el Trono de Dios y del Cordero y sus siervos le rendirán culto; y contemplarán su rostro y llevarán su nombre escrito en la frente. Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámpara ni luz de sol; el Señor Dios les alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,1-5). Jerusalén, Ciudad de las Piedras Preciosas, aparece así­ como Jardí­n y Paraí­so de Dios, con el Rí­o y la alameda del árbol de la vida.

Cf. J. GONZíLEZ ECHEGARAY, Pisando sus umbrales Jerusalén. Historia antigua de la ciudad, Verbo Divino, Estella 2005; R. J. Z. WERBLOWSKY, El significado de Jerusalem para judí­os, cristianos y musidmanes, Jerusalén 1994.

JERUSALEN
2. Ciudad de Jesús

(muerte). La relación de Jesús con Jerusalén forma parte de su destino profético. En un primer momento, Jesús habí­a dejado el desierto de Juan Bautista y de las tentaciones (cf. Mc 1,1-13), para anunciar el reino en Galilea (Mc 1,14-15), cumpliendo el oráculo antiguo: “¡Zabulón y Neftalí­, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que moraba en tinieblas vio una luz grande” (Mt 4,13-16; cf. Is 9,1-2). Pero después, en otro cambio decisivo, Jesús dejó Galilea para anunciar su mensaje en Jerusalén, como ha puesto de relieve toda la tradición sinóptica, a partir de Mc 8,31 par.

(1) Un profeta debe morir en Jerusalén. A pesar de haber anunciado el mensaje del Reino en Galilea (o precisamente por ello), Jesús sabe que su vida de profeta debe culminar en Jerusalén, ciudad donde ha de manifestarse el rey Mesí­as. “Vinieron algunos fariseos y le dijeron: sal y marcha de aquí­, porque Herodes quiere matarte. Y les respondió: id y decidle a esa zorra que yo expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana y al tercer dí­a acabaré mi obra. De todas formas, es preciso que hoy, y mañana y el tercer dí­a yo vaya avanzando, porque no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,31-33). Herodes, tetrarca de Galilea, se siente molesto con Jesús y busca el modo de matarle (como ha matado a Juan* Bautista). Los fariseos, que aquí­ parecen amigos, le indican el peligro y Jesús contesta rechazando la pretensión de Herodes (¡zorra!) y manteniendo su camino mesiánico; pero añade que Herodes no tiene que preocuparse, pues su destino final no se juega en Galilea sino en Jerusalén, donde quiere subir como profeta, para presentar allí­ su mensaje.

(2) Entrar en Jerusalén. No viene simplemente a predicar y a curar, como un sencillo predicador moralista, sino para llevar hasta el final su destino y tarea de Mesí­as, poniéndose él mismo y poniendo a Jerusalén en manos de Dios. Este es el momento decisivo de la historia. Como nuevo y auténtico David (cf. 2 Sm 4,6-9,1 Re 3,1; 2 Re 16,20), Jesús viene a tomar Jerusalén (Ciudad del gran Rey: Mt 5,36), para ofrecerle su Reino. Acercándose la pascua*, fiesta judí­a de la libertad, sale de su ocultamiento y sube a Jerusalén, abiertamente, como profeta mesiánico del Reino. Lc acompañan algunos discí­pulos y/o amigos, que después le abandonarán, porque esperaban quizá un prodigio externo, aunque han dicho: “Subamos también nosotros y muramos con él” (Jn 11,16). Esta subida no es el impulso ingenuo de un simple campesino galileo que viene emocionado a la ciudad sagrada, ni un gesto violento, como el de los soldados de liberación que, pocos años después (el 66-67 d.C.), tomarán la ciudad expulsando a los romanos. Muchos judí­os habí­an soñado conquistarla y liberarla para siempre, con la ayuda de un Dios entendido a veces como fuente de violencia. Pues bien, en nombre del Dios de la paz entró Jesús en la ciudad de las promesas, no para conquistarla, sino para ofrecer allí­ su mensaje y camino de liberación universal: “Entonces trajeron el asno y echaron encima sus mantos y Jesús se sentó sobre el asno. Y muchos tendieron sus mantos en el camino y otros pusieron las ramas que habí­an cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguí­an gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor. Bendito el reino de nuestro padre David que viene. ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,7-10, cf. Mt 21,5). No necesita soldados, ni instituciones de violencia. Unos cantan, otros callan, los jerarcas se inquietan.

(3) Como rey de paz. Jesús entra en la ciudad del reino y las promesas sobre un asno prestado. No cabalga en caballo victorioso, no conduce un ejército que avanza puesto en pie para la guerra. Trae un mensaje de paz y como signo regio escoge su cabalgadura. Evidentemente, se trata de un asno de rey; por eso deja que lo cubran con mantos y él se monta, como en un trono solemne de realeza (así­ lo destaca Mt 21,5, citando a Zac 9,9). De esa forma avanza, rodeado por la muchedumbre que le aclama y canta, cantando la llegada del Reino prometido. Esta es la verdadera toma de la ciudad. Jesús viene en son de paz, mientras sus acompañantes cantan la gloria de Dios que se revela como salvador sobre la tierra (¡Hosanna!). Significativamente, la palabra del canto ha vinculado dos venidas: por un lado, viene Jesús en nombre de Dios; por otro lado, con Jesús viene el reino de David, se cumplen las promesas. Difí­cilmente se podrí­a haber hallado un signo más potente y denso de esperanza. Viene Jesús como rey de paz ante las puertas de la gran ciudad. Antes que él han venido miles y millones de guerreros, con aire de conquistadores. Después vendrán también muchos miles. Quieren conquistar la ciudad, cambiar el mundo por la fuerza. En medio de ellos, como Mesí­as de Dios y rey de paz, sigue viniendo Jesús, montado sobre un asno de fraternidad. Viene rodeado por un grupo de amigos que le cantan porque siguen esperando el verdadero reino de Dios en el camino y meta de la historia. De esa forma conquista simbólicamente la ciudad: como Mesí­as sin soldados, como alguien a quien pueden apresar o matar, ha entrado en Jerusalén, sobre un asno, no en caballo o con carros de combate, para ofrecer su proyecto a los marginados y excluidos de la tierra. Va con unos amigos que cantan la gloria de Dios y de su Reino.

(4) Jerusalén rechaza a su Rey. La tradición cristiana sabe que Jerusalén no ha querido recibir a su Cristo, no ha creí­do en su mensaje, y de esa forma sigue optando por un mesianismo victorioso con leyes de represión, soldados y cárceles. El Dios de su templo necesita violencia y cárcel para mantenerse. Jesús responde llorando, no por él, sino por la ciudad que, al rechazar la llamada de la paz, se entrega en manos de los profesionales de la muerte: “llegarán los dí­as en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco y te arrasarán, a ti y a tus hijos, no dejando piedra sobre piedra, porque no reconociste el tiempo de Dios…” (Lc 19,43-44). Para los cristianos, Jerusalén aparece así­, ante todo, como la ciudad donde Jesús fue crucificado, bajo el poder de los sacerdotes del templo y del procurador romano. Jesús habí­a venido para anunciar la llegada del reino de Dios, pero los poderes de este mundo le condenan a muerte y le entierran. De ahora en adelante, la ciudad de Jerusalén será la ciudad de la cruz y del sepulcro vací­o. El evangelio de Marcos y de Mateo piden a los discí­pulos de Jesús que dejen Jerusalén (con la tumba vací­a) y que vuelvan a Galilea, para iniciar allí­ de nuevo el camino de la Iglesia (Mc 16,78; Mt 28,16-20). Pero Lucas ha insistido en el valor de Jerusalén, de manera que tanto al final del evangelio como al principio del libro de los Hechos ha situado en Jerusalén la experiencia pascual, la venida del Espí­ritu Santo (Pentecostés*) y el comienzo de la Iglesia.

Cf. F. DE LA Calle, Situación al servicio del kerigma. Cuadro geográfico del evangelio de Marcos, Universidad Pontificia, Salamanca 1975; F. Díez, El Calvario y la Cueva de Adán, Verbo Divino, Estella 2004; D. JUEL, Messiah and Temple: The Trial of Jesús in the Cospel of Mark, Scholars Press, Missoula MO 1977; W. R. TELFORD, The Barren Temple and the Withered Tree, JSNTSup II, Sheffield 1980; J. WILKINSON, La Jerusalén que Jesús conoció, Destino, Barcelona 1990.

JERUSALEN
3.Ciudad cristiana

(-> Iglesia 1, Pedro, Esteban, Santiago). En un momento dado, tras la experiencia pascual, Pedro y los Doce se instalaron en Jerusalén, para formar allí­ una comunidad escatológica, esperando la cercana manifestación de Jesús resucitado, que inaugurarí­a el Reino. Pero las cosas sucedieron de otra manera.

(1) Pedro y los Doce. Ellos elevaron en Jerusalén su propio signo mesiánico (inspirado en Jesús), como hicieron otros grupos judí­os (especialmente esenios), que esperaban también la llegada del tiempo final, basándose en diversos signos o escrituras. Pues bien, esta función intrajudí­a de la iglesia de Pedro y de los Doce fue decayendo por varios motivos: surgieron nuevos movimientos interiores (como el de los helenistas), hubo un rechazo exterior (con persecuciones dirigidas por la autoridad del templo), el conjunto de los habitantes de Jerusalén no respondieron a la llamada mesiánica de los seguidores de Jesús… Por otra parte, la esperanza que anunciaban y simbolizaban se atrasaba y Jesús no llegaba para retomar su obra, reinstaurando en Jerusalén el pueblo de las doce tribus con su Reino. Pues bien, aquello mismo que en un plano pudo parecer fracaso vino a presentarse, en otro plano, como triunfo, pues permitió el surgimiento y despliegue de dos (tres) iglesias o tendencias eclesiales.

(2) Helenistas y hermanos de Jesús. De manera paradójica (pero consecuente), en poco tiempo, los Doce perdieron su importancia y fueron desapareciendo, sin haber cumplido externamente su misión, sin que el conjunto de Israel hubiera aceptado el mensaje de Jesús y de su pascua. En lugar de ellos se elevaron estos grupos o tendencias: (a) Los helenistas (cf. Hch 6-8) que abrieron el mensaje de Jesús a los gentiles, suscitando el rechazo de algunos “celosos” de la Ley, como Saulo, que más tarde se unirá a este grupo y será su portador más significativo; (b) Santiago y los hermanos de Jesús, partidarios de una iglesia judeocristiana, que irá desarrollando una profunda interpretación moral y universal de la Ley, para transformar desde dentro el judaismo, como parecen indicar los estadios más antiguos de Mateo y Juan, con la carta de Santiago. (c) Pedro deja de actuar pronto como cabeza del grupo, pues cuando abandona Jerusalén, hacia el año 43 d.C. (cf. Hch 12), el grupo de los Doce (vinculados de un modo mesiánico con la Ciudad del Templo) ha dejado de ser el núcleo cristiano, para convertirse en referencia simbólica de los orí­genes judí­os de la Iglesia. Cesan los Doce y Pedro se suma de algún modo a la misión de los helenistas, vinculándose con ellos en Antioquí­a, donde le hallaremos (cf. Hch 15; Gal 4). De esa forma, prescindiendo de las mujeres y los galileos, quedan en la iglesia dos lí­neas principales: los judeocristianos de Jerusalén, centrados en Santiago, pariente de Jesús, ocupan de algún modo el espacio de Pedro y de los Doce, como representantes de la esperanza israelita; los helenistas, entre quienes hallamos a Esteban y Felipe y luego a Pablo, reinterpretan la muerte y pascua de Jesús como principio de salvación universal.

(3) Santiago. La iglesia judeocristiana de Jerusalén. No tenemos datos suficientes para precisar mejor los itinerarios, pero lo cierto es que, al final de un proceso que parece haber sido muy rápido, descubrimos que en Jerusalén se alzó (y permaneció) Santiago, el hermano de Jesús, con otros parientes, que fundaron ya una Iglesia estrictamente dicha, es decir, una comunidad judeocristiana fiel al templo de Jerusalén, pero vinculada a la memoria rnesiánica de Jesús, a quien conciben como heredero de las promesas de Israel. Santiago y su grupo, centrado en los hermanos de Jesús, no son dependientes de Pedro y los Doce, sino portadores de una experiencia pascual propia (que Pablo y Lucas suponen válida: cf. en 1 Cor 15,7; Hch 1,13-14). Ellos “han visto a Jesús”, esperan su venida rnesiánica en Jerusalén y se sienten portadores de una misión que les vincula a la ciudad sagrada, con sus tradiciones y su templo, su ley y su esperanza, pues allí­ debí­an reunirse, conforme a la promesa profética más honda, todas las naciones. Santiago y su grupo aparecen así­ como “cristianos” autónomos, al lado de Pedro con los Doce y de Pablo con los helenistas. Los de Santiago tienen su propia visión de Jesús y de su relación con Jerusalén, como “ciudad del Gran Rey” (cf. Mt 35). Son autónomos, pero no están separados, ni forman una secta, sino que mantienen la comunión no sólo con Pedro, sino con el mismo Pablo, como sabe Hch 15 y Gal 4. De esa forma se elevan como testigos de la variedad y riqueza de la herencia de Jesús, en la lí­nea del mesianismo profético judí­o, que interpretaba a Jerusalén como Ciudad del Gran Rey, es decir, como lugar donde se mostrarí­a Jesús, Luz de Dios, con un resplandor de gloria universal, para confirmar la esperanza judí­a y recibir después a todos los gentiles, abiertos, al fin, a la gloria del Mesí­as. Como testigos y garantes de esa fe rnesiánica judí­a, se alzaron, en gesto de pobreza radical, Santiago y sus hermanos, creando una ekklesia o comunidad rnesiánica en el mismo Jerusalén, en los años cruciales del cristianismo naciente (entre el 40 y el 70 d.C.).

(4) Iglesia de Jerusalén, autoridad central. Esta iglesia mantuvo un tipo de autoridad de referencia o arbitraje sobre el resto de las comunidades, como supone Hechos 15 (y algunos textos polémicos de Pablo). No intentó extender directamente su jerarquí­a (obispado o papado de Santiago), sobre otros posibles obispos, como hará la iglesia posterior de Roma, ni dominar a las iglesias helenistas (como sabe Hch 15), pero quiso mantener y mantuvo su propia experiencia de evangelio, en lí­nea de pobreza y radicalidad moral (como supone la carta de Santiago). Pablo aceptó el valor de esta iglesia y la entendió como principio y casi como modelo de las otras (cf. 1 Tes 2,14-16), ofreciéndole incluso un tributo monetario, como signo de reconocimiento (cf. 1 Cor 16,1-4; 2 Cor 8,9; Rom 15,22-33; etc.), aunque se opuso a los que, en nombre del “grupo de Santiago”, quisieron imponerle su visión de evangelio. En ningún lugar se dice que Santiago y Pablo se opusieron, pero pudieron haberse dado choques entre los partidarios de uno y otro grupo, aunque los campos eclesiales están delimitados en Gal 2 y Hch 15. Sea como fuere, la iglesia de Jerusalén, centrada ya en torno a Santiago y definida como iglesia de los pobres, de un modo real y simbólico (cf. Gal 2,10; Rom 15,26), tuvo una aguda conciencia, sagrada y mesiánica, organizativa y legal, hallándose animada (presidida) por los hermanos de Jesús (cf. Mc 3,31-35). Los miembros de ella habrí­an supuesto que el auténtico intérprete del Cristo y guí­a de la Iglesia no era Pedro (como dirá Mateo 16,18-20, contestando quizá a las pretensiones de los judeocristianos), sino Santiago, como suponen diversos estratos del Nuevo Testamento e incluso el EvTom 12, que asume y transforma tradiciones de este grupo (uniéndolas quizá con otras de origen galileo).

(5) Fracaso de la iglesia de Jerusalén. Fue la Gran Iglesia del principio, el primer “experimento cristiano” a gran escala (después del que pudieron haber representado Pedro y los Doce). De todas formas, también esta iglesia fracasó, por razones que pueden resumirse así­. (a) Por conflictos internos, como los que aparecen en otros grupos judeocristianos posteriores, representados por los evangelios de Mt y Jn. (b) Por la persecución del judaismo oficial, que culminó cuando el Sumo Sacerdote hizo matar a Santiago, el año 62 (como habí­a hecho matar antes a Jesús), (c) Por la situación polí­tico-social, que desembocará en la guerra del 67-70 d.C., sin que Jesús viniera a revelarse desde el cielo como Hijo de Hombre glorioso, (d) Porque aquellos que lograron extender el mensaje y movimiento de Jesús fueron otros grupos cristianos (helenistas y Pablo, con Pedro) que desligaron el evangelio de la esperanza mesiánica inmediata de la ciudad de Jerusalén. Posiblemente, esta iglesia de Jerusalén, muy centrada en la Ley de Israel (reinterpretada desde Jesús y formulada de manera radical por Santiago, su hermano), careció de capacidad de adaptación o creatividad. Era una iglesia austera de pobres israelitas, pero no supo o no quiso abrir con sus llaves la puerta de la Ley a los gentiles, recreándola por dentro (como harán los helenistas y ratificará Pedro según Mt 16,17-19). También ella fracasó y comenzó a desaparecer tras el 70 d.C. A pesar de su fuerte organización (o quizá por causa de ella) no fue capaz de mantenerse, pero muchos de sus testimonios (recogidos en diversas tradiciones de los evangelios sinópticos) han influido en el cristianismo posterior.

(6) Pervivencia de la iglesia de Jerusalén. Sus restos se mantuvieron durante casi dos siglos, en grupos judeocristianos de tipo ultra-legalista y en gnósticos antilegalistas (los extremos suelen vincularse) que terminaron por agotarse y desaparecer, fuera de la Gran Iglesia. De todas maneras, su intención más honda, vinculada a la raí­z israelita del evangelio, no se ha cumplido todaví­a y queda aún pendiente (como la intención de los Doce): no se ha cumplido aún la esperanza de las tribus de Israel o de la ciudad de Jerusalén, que, conforme a los profetas, será, como su nombre indica, ciudad de paz, lugar de concordia para todos los pueblos de la tierra. Aquellos judeocristianos fracasaron, pero el ideal de Jesús, a quien veneraban como Mesí­as de la esperanza mesiánica, sigue vivo. No se cumplió lo que querí­an, no vino el Mesí­as de la forma en que le estaban aguardando y algunos fueron perseguidos por los sacerdotes oficiales, otros perecieron en la guerra del 67-70 d.C. y otros se dispersaron o buscaron caminos distintos (incluso de tipo gnóstico, quizá por reacción intimista ante el fracaso de su identidad externa). Fracasó su modelo de mesianismo, pero su tarea básica sigue siendo importante: el evangelio de Jesús debe mantener sus conexiones con el pueblo judí­o, cuya esperanza mesiánica comparte, asumiendo, al mismo tiempo, la suerte de los crucificados de la historia.

(7) Interpretación mí­stica. Lógicamente, para asumir e interpretar viejos oráculos proféticos, algunos seguidores de Jesús distinguieron dos ciudades de Jerusalén: una del mundo, otra del cielo. Así­ lo dice Pablo: “Existen dos alianzas. La primera sobre el monte Sinaí­, que se realiza en clave de servidumbre; ella corresponde a la actual Jerusalén, que vive como sierva, con todos sus hijos. En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; ella es nuestra madre” (Gal 4,24-26). Esta Jerusalén superior es la que viene a manifestarse a través de la Iglesia: es la ciudad de los que viven animados por la fuerza del Espí­ritu, conforme a la promesa de la gracia. Dentro de esa misma perspectiva, aunque en clave teológica diversa, se sitúa la carta a los Hebreos. “No os habéis acercado a un monte tangible y a un fuego ardiente [Sinaí­, Jerusalén antigua, Antiguo Testamento], Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celeste; a los millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo…, al mediador de una nueva alianza, que es Jesús” (Heb 12,18-24). Los cristianos se han acercado, por tanto, a la nueva Jerusalén, de la que trata de manera extensa el Apocalipsis: “Mc mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, radiante con la gloria de Dios…” (cf. Ap 21,2). Del camino que lleva de la vieja ciudad de este mundo a la nueva ciudad esperada trata el conjunto del Nuevo Testamento. Mientras tanto, la Jerusalén de este mundo ha seguido existiendo, bajo el dominio de romanos y bizantinos, de árabes y turcos y, finalmente, en manos de los judí­os sionistas que la han convertido, por su enfrentamiento con otros musulmanes islamistas, en uno de los focos mayores de conflicto de todo el planeta.

Cf. R. AGUIRRE, La iglesia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; J. L. LEí“N AzCíRATE, Santiago, el hermano del Señor, Verbo Divino, Estella 1998; L. SCHENKE, La comunidad primitiva, BEB 88, Sí­gueme, Salamanca 1999; E. W. STEGEMANN y W. STEGEMANN, Historia social del cristianismo primitivo. Los inicios en el judaismo y las comunidades cristianas en el mundo mediterráneo, Verbo Divino, Estella 2001; G. THEISSEN, Teorí­a de la religión cristiana primitiva, Sí­gueme, Salamanca 2002; S. VIDAL, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, Sí­gueme, Salamanca 2003; F. VOUGA, Los primeros pasos del cristianismo. Escritos, protagonistas, debates, Verbo Divino, Estella 2001.

JERUSALEN
4. Apocalipsis

(-> salvación, pecado, exclusión, cielo). Tras el juicio de Dios vendrá a manifestarse la Nueva Jerusalén, como signo de cumplimiento de las promesas.

(1) Ciudad Santa (Ap 21,1-4). La vieja tierra ha estado dominada por la guerra de las bestias y la perversión de la Prostituta; el mismo cielo parecí­a sede del Dragón perverso. Ahora ha cambiado: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, ataviada como una esposa” (21,1). Hay un Cielo sin Dragón, una Tierra sin bestias ni prostitutos/as. Llega la ciudad perfecta de la gloria de Dios, ciudad esposa, adornada de vida. Este es el Tabernáculo de Dios, el Templo universal donde habita con los hombres en alianza de gozo: por eso, enjugará todas las lágrimas, destruirá todos los llantos, como aquellos que se oí­an en las tierras de opresión del mundo. Esta será la ciudad de la intimidad amiga, de la presencia amante de Dios en los hombres, de los hombres entre sí­. Así­ se lo muestran al profeta: “¡Ven, te mostraré a la Novia (mujer: gvnaika) del Cordero!: Y me llevó en el Espí­ritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendí­a del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios” (Ap 21,9-11). Este es el tiempo de las bodas o fiestas finales, cuando cese la guerra de las bestias y la mentira de la Prostituta (Ap 12—13; 17), cuando el Esposo, Cordero degollado, y la Esposa, ciudad santa, se unirán para siempre.

(2). Ciudad amurallada, pero de puertas abiertas (Ap 21,9-27). Tiene los muros más bellos, más altos, como un cubo sagrado, territorio de vida universal. Esos muros no se elevan para encerrar a los de dentro, como en las cárceles del viejo mundo, rodeadas de fuertes sistemas de vigilancia y seguridad, sino para expresar la fortaleza de Dios y la vida que él ofrece a todos. En otro tiempo daba la impresión de que Dios se habí­a reservado una verdad y una vida que era sólo suya, tras unos muros que nadie podí­a atravesar; ahora, en cambio, ha creado la Ciudad de los hombres en el interior de sí­ mismo. Por eso, los muros de esa Ciudad son el signo visible de su amor y su vida, que se abre para todos, en gesto de comunión, abriéndose al espacio amoroso del encuentro universal. Es una ciudad de inmensos portones que jamás se cierran. Las cárceles del viejo mundo se definí­an por sus puertas permanentemente cerradas, blindadas, vigiladas. Pues bien, la ciudad celeste tiene puertas abiertas, presididas por ángeles de Dios que dan la bienvenida a los que vienen, en nombre de las doce tribus de Israel y de los doce apóstoles del Cordero, en las cuatro direcciones de los vientos.

(3). Ciudad de curación, paraí­so eterno (Ap 22,1-4). Por eso se dice que dis currirá por medio de ella, brotando del trono de Dios y del Cordero, el rí­o de la vida y se añade que, en medio de la gran Plaza donde todos pueden comunicarse, a un lado y otro de ese rí­o, brotarán todos los meses las hojas y frutos del árbol de la vida, que servirán de curación para las gentes. Así­ se recupera y se mantiene para siempre el paraí­so del principio (cf. Gn 2), pero ahora sin serpientes y sin prohibiciones. Será el jardí­n de la presencia permanente de Dios cuyo rostro verán los hombres, en contemplación infinita, sin miedos ni imposiciones. Ese mismo Dios de la contemplación es Agua* creadora, creación infinita. Por eso se añade que “en medio de su plaza y de su rí­o, a un lado y a otro”, iba surgiendo, único y multiplicado, sin fin, el árbol de la vida, que ahora, tras la lucha de la historia, debe presentarse como árbol de terapia, es decir, de curación y cambio personal y social para todos y de transformación especial para los encarcelados (casi siempre heridos y enfermos).

(4) Ciudad de Exclusión. Así­ lo indica el mismo texto, al menos de manera negativa: “No se encontrará en la Ciudad nada maldito” (Ap 22,3). En un sentido, debemos afirmar que no se trata de una exclusión por rechazo o castigo, sino por plenitud: deben quedar fuera aquellos que destruyen a los otros, arruinándose a sí­ mismos, pues no puede haber en la ciudad violencia alguna (cf. Ap 11,40). Dios cura a quienes pueden y/o quieren ser curados, en gesto sanador que se abre a todos, pero aquellos que intentaban excluir a los demás (y no quieren curarse) se excluyen a sí­ mismos, y de esa forma quedan fuera. Este parece ser el lí­mite de toda salvación, el confí­n teológico de un Dios que no puede imponer su curación por la fuerza, de manera que aquellos que niegan a Dios (niegan la vida) y quieren destruir a los demás se destruyen a sí­ mismos, sin necesidad de que nadie les arroje fuera o les encierre en un tipo de cárcel que teológicamente se suele presentar como infierno. Este parece el final, el lí­mite de Dios, mirado desde una perspectiva humana, en lí­nea de autotalión que sobreviene y destruye por dentro (sin violencia exterior), a pesar de todos los amores de Dios, a los que quieren destruir a los demás. Este es el infierno de aquellos que se encarcelan a sí­ mismos, enrollándose en una espiral de destrucción sin fin. El Apocalipsis deja claro el aspecto positivo del tema, pero el negativo continúa en una especie de penumbra, sabiendo que sólo puede hablarse de superación de los males del mundo (que desembocan en la exclusión final) a través de una especie de explosión de bondad gratuita, que es la única capaz de construir una ciudad de amor, plaza abierta para todos, ciudad de curaciones. Pero queda este signo de la posible exclusión final que plantea el mayor problema teológico, social y pastoral del cristianismo y de cualquier religión, un problema vinculado a la exclusión y violencia del mundo, que necesita cárceles para que los “pací­ficos” puedan vivir en paz. Sólo podrán limitarse y al fin suprimirse las cárceles del mundo allí­ donde se suscita, por la esperanza de la Vida (expresada para los cristianos en la Jerusalén celeste), un camino distinto, más hondo y gozoso, de vida universal, en ternura y cariño no violento, en acogida sin fin, luminosa, curativa, para todos.

Cf. A. íLVAREZ VALDES, La nueva Jerusalén ¿Ciudad celeste o terrestre?, Verbo Divino, Estella 2005; F. CONTRERAS, La nueva Jerusalén, esperanza de la iglesia, Sí­gueme, Salamanca 1998; X. PIKAZA, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

En el tiempo de Abraham se llamaba Salem o ciudad de paz (Génesis 14:18). Antes que David la conquistara era una ciudad amorrea llamada Jebús (Génesis
15:21; Jueces 19:10, 11). Isaí­as la llamó Ariel o Sion de Dios (Isaí­as 29:1,
2). Otros nombres bí­blicos son Sion o monte de Sion, Ciudad de David, Ciudad del Gran Rey, Ciudad Santa, El Santuario, Ciudad de Justicia, etcétera. El nombre mismo significa posesión de paz.
Está a unos 762 ms. sobre el nivel del mar, en la cima de un monte de la cordillera de Judea; se dice que fue edificada sobre cuatro montes, dos de los cuales, Sion y Moria, se discuten en otro lugar. Está como a 53 Kms. al este de Jaffa en el mar Mediterráneo, y a 28 ó 32 Kms. al oeste del punto más al norte del mar Muerto, donde desemboca el rí­o Jordán. Está situada en la lí­nea fronteriza entre las tribus de Judá y Benjamí­n como a 225 Kms. al sur de Damasco.
El abastecimiento del agua natural es muy escaso, pues hay solamente un manantial intermitente en el valle de Cedrón, que es insuficiente para la población; de modo que desde tiempos antiguos se han usado cisternas, y el agua ha sido llevada a la ciudad por conductos externos, como los estanques de Salomón.
Parece que no fue conquistada por Josué, pues continuó en manos de los jebuseos hasta que David, en el año octavo de su reinado en Hebrón, la atacó y la subyugó. Con la ayuda del rey Hiram de Tiro, quien proveyó material y obreros hábiles, David la reparó, la ensanchó y la fortificó, y entonces llegó a ser el centro polí­tico y religioso del reino de los judí­os. Salomón (970-931 a. de J.C.) la convirtió en una de las ciudades más importantes y hermosas del mundo. Extendió y fortaleció los muros, edificó el templo y varios palacios, incluyendo uno muy hermoso y costoso para su esposa egipcia, y reunió grandes tesoros dentro de los muros de la ciudad.
Después de la división del Reino, del establecimiento de una capital rival en el norte, y centros religiosos rivales en Betel y Dan, Jerusalén llegó a ser solamente la capital de Judá, y desde entonces su condiciónfue muy variada. Floreció bajo buenos reyes y sufrió bajo malos. Durante el reinado de Roboam fue capturada, y los tesoros del templo fueron llevados por Sisac de Egipto; en el tiempo de Amasí­as, Joás rey de Israel la venció, destruyó parte del muro y tomó todo el oro, la plata y los vasos del templo. Fue fortificada por Uzzí­as, Jotam y Ezequí­as, pero pronto fue tomada por los asirios y tuvo que pagar un tributo pesado.
Aquí­ empezó un perí­odo de cambios frecuentes. Pronto fue conquistada por los babilonios (607-587 a. de J.C.), quienes despojaron y quemaron la ciudad y el templo, destruyeron los muros y llevaron en cautiverio a todos, menos a los ciudadanos más pobres y a los incapacitados.
Después de 70 años vino la restauración con la reedificación del muro y el templo, y la institución de ciertas grandes reformas y el establecimiento de nuevo de su adoración antigua. La historia de la restauración se encuentra en los libros de Esdras y Nehemí­as.
Luego cayó bajo el poder de Alejandro el Grande, 332 a. de J. C.; después de Egipto hasta 204 a. de J. C, después bajo los seleucidas de Siria, hasta 167 a. de J. C; y por fin los macabeos la independizaron hasta que cayó bajo el gobierno de Roma en 63 a. de J. C.
Esto marcó el comienzo de otro perí­odo largo que estuvo lleno de calamidades. Durante este tiempo fue cuando Cristo nació, vivió, enseñó, murió y resucitó, y también surgió y creció el cristianismo.
Jerusalén fue destruida por Tito en 70 d. de J.C.; reedificada por Adriano en 138; conquistada por los musulmanes en 637; cayó en las manos de los turcos en 1077; sufrió muchas calamidades durante el perí­odo de las cruzadas; y de 1517 hasta que fue tomada por el general Allenby en 1917, estuvo casi continuamente en manos de los turcos o árabes. Durante este tiempo sus muros han sido parcialmente destruidos y reedificados muchas veces, y se dice que, desde el tiempo de los jebuseos, la ciudad fue vencida en diecisiete grandes guerras que virtualmente la destruyeron, sin mencionar las muchas derrotas menos destructivas.
Durante su larga historia su importancia como centro religioso fue sobresaliente, especialmente durante el reinado de David. La edificación del templo por Salomón, seguida por la construcción de santuarios y templos a otros dioses, parece ser un esfuerzo para concentrar toda la adoración allí­. Se esperaba que tal condición la harí­a más segura, porque otras naciones no estarí­an dispuestas a atacarla por temor a pelear contra sus propios dioses. El templo de Jehová ha sido siempre el asiento de interés principal para judí­os y cristianos, y su gloria antigua era una de las maravillas sobresalientes de todos los tiempos.
Después de la I Guerra Mundial Jerusalén era la capital del territorio de Palestina bajo el gobierno de Inglaterra por acuerdo de la Sociedad de las Naciones Unidas. El nuevo estado de Israel fue sacado de Palestina en1948, y en 1949 Jerusalén fue dividida por un acuerdo entre Israel y Jordán, en dos partes: la ciudad vieja que era árabe y la nueva que pertenecí­a a Israel, y que era la capital de ese paí­s. La ciudad tiene ahora más de 164.000 habitantes.
En 1956 hubo guerra entre los israelitas y los árabes, y bajo la presión de las
Naciones Unidas, los Estados Unidos y Rusia, se terminó la guerra.
Otra vez en 1967 las naciones árabes procuraron destruir a Israel, pero Israel en
una guerra relámpago de seis dí­as obtuvo la victoria sobre sus enemigos; el resultado fue que Israel se quedó con territorio que antes era de los árabes, parte del cual es
la antigua ciudad de Jerusalén que pertenecí­a a los árabes, y ahora toda la ciudad está en manos de los judí­os.
La ciudad tiene muchos edificios hermosos, residencias, hoteles, tiendas, escuelas, hospitales y templos. Es muy moderna, es la ciudad más sagrada de todo el mundo, y sin disputa es la más importante de la historia bí­blica. Se menciona más de 800 veces en la Biblia en 36 diferentes libros.
En el Nuevo Testamento, en las Epí­stolas y Apocalipsis hay referencias a la Nueva Jerusalén. La ciudad habí­a sido el orgullo, el gozo, la paz y la esperanza de Israel, y pronto llegó a ser un tipo de la esperanza espiritual para los cristianos. En este sentido nuestro hogar futuro celestial se llama “la Jerusalén de arriba” (Gálatas 4:26), “Jerusalén la celestial” (Hebreos 12:22), y “la nueva Jerusalén”
(Apocalipsis 3:12; 12:2). Estos versí­culos la describen como la ciudad de nuestro Dios, la esposa de Cristo el Cordero, y como nuestro futuro hogar en el cielo. Está descrita de manera muy hermosa en Apocalipsis 21-22, como la habitación final y gloriosa de los redimidos. Muchos piensan que la idea descansa sobre la profecí­a de la gloria futura de Jerusalén (Isaí­as 52), que parece nunca fue cumplida en la ciudad terrestre.
Era la ciudad de Melquisedec, a quien Abraham pagó su diezmo, Génesis 14:17-28.
Allí­ Josué mató a su rey, quien juntamente junto con otros cuatro reyes hizo un complot en contra de él, Josué 10:1-27.
La tribu de Judá la conquistó, Jueces 1:1-8.
Fue capturada, fortificada y embellecida por David, 2 Samuel 5:6-16.
El Arca fue trasladada a esta ciudad por David, 2 Samuel 6:1; 1 Crónicas 13-
16; Salmo 24. David hizo planes para el templo, 2 Samuel 7; 1 Crónicas 17:22-29.
Fue Preservada de la pestilencia, 2 Samuel 24.
Las empresas de edificación por Salomón, 1 Reyes 6-9.
Fue saqueada por Sisac y otros, 1 Reyes 14:25-28; 11:23, 24; 2 Reyes 14:13, 14.
Fortalecida por Uzí­as, 2 Crónicas 26:9-15; 1 Crónicas 21. Salvada de Asiria, 2 Reyes 18:13-20, 36-39: Salmo 46, 48.
Sufrió muchas guerras, 2 Reyes 25; 2 Crónicas 12, 25, 36; Jeremí­as 39, 52. Fue capturada por Babilonia, 2 Reyes 24-25.
Fue lamentada por los desterrados, Lamentaciones 1-2; Salmo 130, 137.
El retorno de los desterrados fue predicho, Isaí­as 40:1-11; 43:1-21; 35:10; 52:2-6.
Los muros de la ciudad reedificados, Nehemí­as 1-4; Salmo 126, 147.
Cristo estuvo allí­ cuando era un nene, Lucas 2:22; a la edad de doce años,
Lucas 2:41-52; en la entrada triunfal, Mateo 21:1 en adelante.
Cristo lloró sobre la ciudad y predijo su fin, Mateo 23:37; 24; Marcos 13. Cristo fue crucificado (Relato de los Evangelios).
El Espí­ritu Santo descendió en el dí­a de Pentecostés, Hechos 2.
INTERIOR DE LA CIUDAD DE JERUSALEN
En la ciudad hay muchos lugares de interés, por ejemplo la Iglesia de Santo
Sepulcro, que conmemora la sepultura de Jesús; la Iglesia del Redentor; la Ví­a
Dolorosa; el Muro de las Lamentaciones; la tumba de David; la calle de David; escuelas; hospitales; talleres; los establos de Salomón bajo el área del templo y las praderas de él debajo de la ciudad; la mezquita de Omar; los muros de la ciudad; las puertas, etcétera. Junto con estos lugares hay otros que deben llamarnos la atención porque son de importancia especial para el estudiante de la Biblia y del cristianismo. A continuación veremos algunos de los más importantes:
El írea del Templo
El templo de Salomón estaba situado en la cumbre del monte Moriah, uno de los montes de la ciudad. El sitio fue hecho sagrado por primera vez cuando Abraham ofreció a Isaac ahí­. Es un área cubierta con piedra (como 300 ms.2). En su centro hay una gran piedra de cerca de 9.14 ms. de largo sobre la cual se cree que Abraham ofreció a Isaac. Sobre esta piedra fue construida la costosa y hermosa Mezquita de Omar. Esta piedra se hace inaccesible por una tapia circular en donde solamente pueden entrar los sacerdotes y esto muy raras veces.
Aquí­ David dio su encargo a Salomón, 1 Reyes 2:1-9; 1 Crónicas 28:1-29:22.
Salomón construyó el templo, 1 Reyes 5-8; 2 Crónicas 2:1-7:10. Reconstruido por Zorobabel. Esdras 1-3.
Zacarí­as vio una visión acerca del nacimiento de Juan el Bautista, Lucas 1:5-25. Ahí­ Simeón pudo ver a Jesús, Lucas 2:22-38.
Jesús visitó la ciudad a la edad de doce años, Lucas 2:41-51. Jesús enseñó ahí­ durante las fiestas, Juan 7:1-52; 10:22-42.
Limpió el templo, Juan 2:13-16; Mateo 21:12, 13; Marcos 11:15-17;
Lucas 19:45, 46.
Jesús y la mujer hallada en adulterio, Juan 8:2-11. Jesús y la ofrenda de la viuda, Marcos 12:41-44. Pedro y Juan sanan al hombre cojo. Hechos 3:1-4:4. Pablo arrestado, Hechos 21:15; 22:29.

Fuente: Diccionario Geográfico de la Biblia

(Posesión [o: Fundamento] de Paz Doble).
Ciudad que fue capital de la antigua nación de Israel a partir del año 1070 a. E.C. Después de la división de la nación en dos reinos (997 a. E.C.), continuó siendo la capital del reino meridional de Judá. En las Escrituras aparecen más de 800 referencias a Jerusalén.

Nombre. El nombre más antiguo de esta ciudad que se registra es †œSalem†. (Gé 14:18.) Aunque hay quien relaciona el significado del nombre de Jerusalén con un dios semita occidental llamado Salem, el apóstol Pablo muestra que el verdadero significado de la segunda mitad del nombre es †œPaz†. (Heb 7:2.) La grafí­a hebrea de la segunda parte del nombre parece estar en número dual, es decir †œPaz Doble†. En los textos acadios (asirobabilonios) se le da el nombre de Urusalim (o Ur-sa-li-im-mu), por lo que algunos doctos traducen el nombre: †œCiudad de Paz†. Pero la forma hebrea, que es la que lógicamente deberí­a contar, parece significar †œPosesión (o: Fundamento) de Paz Doble†.
En las Escrituras se usaron otros muchos tí­tulos o expresiones para referirse a esta ciudad. En una ocasión el salmista utiliza su nombre primitivo †œSalem† (Sl 76:2), mientras que en otros pasajes se usan los siguientes nombres: †œciudad de Jehovᆝ (Isa 60:14), †œpueblo del gran Rey† (Sl 48:2; compárese con Mt 5:35), †œCiudad de Justicia† y †œPoblación Fiel† (Isa 1:26), †œSión† (Isa 33:20) y †œciudad santa† (Ne 11:1; Isa 48:2; 52:1; Mt 4:5). El nombre †œal-Quds†, que significa †œla [Ciudad] Santa†, es aún la denominación popular que se le da en árabe. En los mapas modernos de Israel se usa el nombre Yerushalayim.

Ubicación. Se encontraba en los lí­mites de un desierto árido (el desierto de Judá), relativamente apartada de las principales rutas comerciales internacionales, y su suministro de agua era limitado. No obstante, habí­a dos rutas comerciales nacionales que se cruzaban cerca de la ciudad: una iba de N. a S. a lo largo de la meseta, formando la †œcolumna vertebral† de la antigua Palestina, y uní­a las ciudades de Dotán, Siquem, Betel, Belén, Hebrón y Beer-seba; la segunda ruta iba de E. a O. desde Rabá (la moderna `Amman), pasaba a través de valles torrenciales hasta la cuenca del rí­o Jordán, subí­a por las escarpadas faldas de las montañas de Judea y luego bajaba serpenteando por las laderas occidentales hasta la costa mediterránea y el puerto de Jope. Además, Jerusalén estaba ubicada casi en el centro de la Tierra Prometida, lo que la hací­a adecuada como el centro administrativo de la nación.
Jerusalén está entre las colinas de la cadena montañosa central, a unos 55 Km. de la costa del Mediterráneo y a unos 25 Km. al O. del extremo N. del mar Muerto. (Compárese con el Sl 125:2.) Su altitud, de unos 750 m. sobre el nivel del mar, la convirtió en una de las capitales más elevadas del mundo. En las Escrituras se hace referencia a su †œencumbramiento† y se dice que los viajeros tení­an que †˜subir†™ desde las llanuras costeras para llegar a la ciudad. (Sl 48:2; 122:3, 4.) Tiene un clima agradable, con noches frescas y una temperatura media anual de 17 °C. La precipitación anual es de 630 mm. y se produce sobre todo entre noviembre y abril.
A pesar de su altitud, Jerusalén no sobresale de sus alrededores, por lo que el viajero solo consigue tener una vista completa de la ciudad cuando se encuentra muy cerca. Al E., el monte de los Olivos se eleva a unos 800 m.; al N., el monte Escopus alcanza una altura de 820 m., y las colinas que circundan la ciudad por el S. y el O. llegan a 835 m. Por consiguiente, desde estas elevaciones puede divisarse el monte del Templo (c. 740 m.).
Podrí­a parecer que esta situación constituí­a una seria desventaja en tiempos de guerra. No obstante, tení­a la ventaja de que por tres de sus lados estaba rodeada de valles con laderas empinadas: al E., el valle torrencial de Cedrón; al S. y al O., el valle de Hinón. También habí­a un valle central —al que al parecer hace referencia Josefo como valle de Tiropeón (o †œvalle de los queseros†)—, que dividí­a la ciudad en dos colinas, una oriental y otra occidental. (La Guerra de los Judí­os, libro V, cap. IV, sec. 1.) Este valle central se ha rellenado considerablemente a través de los siglos, pero los visitantes todaví­a tienen que bajar a una depresión central y luego subir al otro lado para cruzar la ciudad. Hay indicios de que además del valle central que iba de N. a S., habí­a otros dos valles menores que dividí­an las colinas de E. a O.: uno que dividí­a la colina oriental, y el otro, la occidental.
Parece ser que las laderas inclinadas del valle siempre se aprovecharon para formar parte de los muros defensivos de la ciudad. El único lado de la ciudad que no tení­a una defensa natural era el flanco N., por lo que en esa parte los muros se construyeron especialmente fuertes. Según Josefo, cuando el general Tito atacó la ciudad en 70 E.C., por ese lado tuvo que enfrentarse a tres diferentes muros dispuestos uno detrás de otro.

Suministro de agua. Los habitantes de Jerusalén padecieron escaseces de alimentos severas cuando sitiaban la ciudad, pero parece ser que no tuvieron gran problema con el agua. A pesar de que la ciudad está cerca del árido desierto de Judea, tení­a acceso a un constante suministro de agua dulce, y además disponí­a de instalaciones adecuadas para almacenarla dentro de los muros de la ciudad.
Habí­a dos manantiales cerca de la ciudad: En-roguel y Guihón. El primero estaba un poco al S. de la confluencia de los valles de Cedrón e Hinón. Aunque era un valioso abastecimiento de agua, su ubicación lo hací­a inaccesible durante tiempos de ataque o sitio. El manantial de Guihón estaba en el lado O. del valle de Cedrón, junto a lo que llegó a llamarse la Ciudad de David. Aunque se encontraba fuera de los muros de la ciudad, estaba lo bastante cerca como para que se pudiera excavar un túnel y perforar un pozo a fin de que los habitantes de la ciudad pudieran extraer agua del manantial sin salir de los muros protectores. Según los testimonios arqueológicos, estas obras se remontan a los inicios de la historia de la ciudad. En 1961 y 1962 las excavaciones descubrieron una pared primitiva situada debajo del extremo superior o entrada del túnel, con lo que dicha entrada quedaba dentro de la ciudad. Se cree que era el muro de la antigua ciudad jebusea.
Con el paso de los años se hicieron otros túneles y canales para encauzar las aguas de Guihón. Uno de estos canales, que salí­a de la boca de la cueva del manantial de Guihón, bajaba por el valle y rodeaba el extremo de la colina sudoriental hasta un estanque ubicado en la confluencia del valle de Hinón con el valle central de Tiropeón. A juzgar por lo que se ha hallado, era como una zanja cubierta con piedras planas, y algunos de sus tramos estaban perforados a través de la ladera de la colina. A intervalos habí­a aberturas que permití­an sacar el agua para el riego de las terrazas del valle que estaban más abajo. El desnivel del canal, de 4 a 5 mm. por metro, hací­a que el agua fluyera con lentitud, como †œlas aguas del Siloé, que están yendo apaciblemente†. (Isa 8:6.) Se piensa que este canal, desprotegido y vulnerable, se construyó durante el reinado de Salomón, cuando predominaban la paz y la seguridad.
Los hogares y edificios de Jerusalén estaban provistos de cisternas subterráneas para complementar el suministro de agua de los manantiales. El agua de lluvia que se recogí­a de los tejados se almacenaba en estos aljibes, que la mantení­an limpia y fresca. Al parecer, el recinto del templo tení­a cisternas de tamaño considerable. Los arqueólogos han encontrado restos de 37 cisternas en esa zona, y afirman que su capacidad total era de unos 38.000 Kl. Se calculó que una sola cisterna tení­a un volumen de 7.600 Kl.
A lo largo de los siglos se construyeron varios acueductos para suministrar agua a Jerusalén. La tradición atribuye a Salomón la construcción de un conducto que iba desde los †œestanques de Salomón† (tres embalses situados al SO. de Belén) hasta el recinto del templo de Jerusalén. En Eclesiastés 2:6 Salomón dice: †œMe hice estanques de agua, para regar con ellos el bosque†. La empresa de construir estanques bien pudo incluir la construcción de un acueducto que suministrara la cantidad de agua adicional que se necesitarí­a en Jerusalén una vez que se iniciaran los servicios en el templo. No obstante, no hay más pruebas que la tradición para atribuir a Salomón la construcción del citado acueducto. Entre los acueductos descubiertos se encuentra el que llevaba el agua desde los manantiales de Wadi el-`Arrub, a unos 20 Km. al SSO. de Jerusalén, hasta los estanques de Salomón, que posiblemente es el que Josefo dice que construyó Poncio Pilato con los fondos del tesoro del templo. (Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. III, sec. 2; La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. IX, sec. 4.) Dos acueductos iban desde los estanques de Salomón hasta Jerusalén; el inferior es el más antiguo, posiblemente del tiempo de Herodes o de los asmoneos. Pasaba por debajo de Belén y llegaba al monte del Templo cruzando el †œArco de Wilson†.

Investigación arqueológica. Aunque se han hecho muchas excavaciones, se han podido determinar pocos hechos concretos sobre la ciudad de tiempos bí­blicos. Varios factores han condicionado las investigaciones o limitado su valor. La historia de Jerusalén muestra que en nuestra era la ciudad ha sufrido una serie de ocupaciones casi ininterrumpida, lo que ha dejado muy poco espacio donde excavar. Además, la ciudad fue destruida varias veces y se levantaron nuevas ciudades sobre las ruinas de las anteriores. Las sucesivas capas superpuestas de escombros, que en algunos lugares alcanzan hasta los 30 m. de espesor, han ocultado los lí­mites primitivos de la ciudad y dificultado en gran manera la interpretación de los hallazgos. Se han desenterrado algunas partes del muro, estanques, túneles de agua y tumbas antiguas, pero muy poca documentación escrita. Los principales descubrimientos arqueológicos proceden de la colina SE., que ahora se encuentra fuera de los muros de la ciudad.
Las principales fuentes de información sobre la ciudad antigua, por lo tanto, siguen siendo la Biblia y la descripción de la ciudad del primer siglo que da el historiador judí­o Josefo.

Historia primitiva. La primera mención histórica de la ciudad se remonta a la década de 1943 a 1933 a. E.C., cuando se encontraron Abrahán y Melquisedec. Melquisedec era †œrey de Salem† y †œsacerdote del Dios Altí­simo†. (Gé 14:17-20.) Sin embargo, el origen de la ciudad y de su población sigue tan oscuro como el origen de su rey-sacerdote Melquisedec. (Compárese con Heb 7:1-3.)
Parece ser que en las inmediaciones de Jerusalén ocurrió otro acontecimiento de la vida de Abrahán. Se le mandó que ofreciera a su hijo Isaac en †œuna de las montañas† de la †œtierra de Moria†. El templo de Salomón se construyó sobre el †œmonte Moria†, en un lugar que antes habí­a sido una era. (Gé 22:2; 2Cr 3:1.) Por lo tanto, la Biblia relaciona el lugar donde Abrahán estuvo a punto de efectuar el sacrificio con la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Véase MORIA.) No se menciona si Melquisedec aún viví­a entonces, pero es probable que Salem nunca fuera un territorio enemigo para Abrahán.
Las tablillas de el-Amarna, escritas por gobernantes cananeos a su jefe supremo egipcio, incluyen siete cartas procedentes del rey o gobernador de Jerusalén (Urusalim). Estas se escribieron antes de que los israelitas conquistasen la tierra de Canaán. Así­ que en los aproximadamente cuatrocientos sesenta y cinco años transcurridos entre el encuentro de Abrahán con Melquisedec y la conquista israelita, Jerusalén habí­a llegado a ser posesión de los cananeos camitas paganos y estaba bajo la dominación del Imperio egipcio, también camita.
En el relato de la conquista relámpago de Canaán que llevó a cabo Josué, se menciona a Adoni-zédeq, rey de Jerusalén, entre los reyes confederados que atacaron Gabaón. Su nombre (que significa †œ[Mi] Señor Es Justicia†) se asemeja mucho al del anterior rey de Jerusalén, Melquisedec (†œRey de Justicia†), pero Adoni-zédeq no era adorador del Dios Altí­simo, Jehová. (Jos 10:1-5, 23, 26; 12:7, 8, 10.)
Cuando se repartieron por suertes los territorios tribales, Jerusalén quedó en el lí­mite entre Judá y Benjamí­n, siendo el valle de Hinón el verdadero lí­mite. Esto colocarí­a dentro del territorio de Benjamí­n al menos lo que más tarde llegó a ser la †œCiudad de David†, situada en las colinas que están entre los valles de Cedrón y Tiropeón. Sin embargo, parece ser que la ciudad cananea tení­a poblados anexos o †œsuburbios†, que tal vez se extendí­an al O. y al S. del valle de Hinón, ya dentro del territorio de Judá. En Jueces 1:8 se le atribuye a Judá la conquista inicial de Jerusalén, pero después que las fuerzas invasoras siguieron adelante, los habitantes jebuseos se quedaron (o volvieron) con una fuerza suficiente como para formar un foco de resistencia que ni Judá ni Benjamí­n pudieron reducir. Así­ que tanto de Judá como de Benjamí­n se dice que †˜los jebuseos continuaron morando con ellos en Jerusalén†™. (Jos 15:63; Jue 1:21.) Esta situación continuó por unos cuatro siglos, y a veces se hací­a referencia a la ciudad como †œJebús†, una †œciudad de extranjeros†. (Jue 19:10-12; 1Cr 11:4, 5.)

Antes de la división del reino. El centro de operaciones del rey Saúl estaba en Guibeah, en el territorio de Benjamí­n. La ciudad capital del rey David fue en un principio Hebrón, de la tribu de Judá, a unos 30 Km. al SSO. de Jerusalén. Después de gobernar allí­ un total de siete años y medio (2Sa 5:5), decidió transferir la capital a Jerusalén. Hizo este cambio por dirección divina (2Cr 6:4-6), pues Jehová habí­a hablado siglos antes del †˜lugar que escogerí­a para colocar allí­ su nombre†™. (Dt 12:5; 26:2; compárese con 2Cr 7:12.)
Parece ser que para entonces los jebuseos tení­an su ciudad hacia el extremo S. de la colina oriental. Confiaban en que su ciudad fortificada era inexpugnable, con las laderas empinadas de los valles por tres de sus lados como defensas naturales y probablemente fortificaciones especiales en el lado N. Se la conocí­a como †œel lugar de difí­cil acceso† (1Cr 11:7), y los jebuseos se burlaron de David diciendo que †˜los ciegos y los cojos de la ciudad†™ podrí­an repeler sus ataques. No obstante, David conquistó la ciudad con Joab al frente del ataque, quien probablemente entró en la ciudad a través del †œtúnel del agua†. (2Sa 5:6-9; 1Cr 11:4-8.) Los eruditos no están seguros del significado del término hebreo traducido †œtúnel del agua† (BAS, NM, RH), pero por lo general aceptan esta expresión u otras similares (†œcanal†, BJ; †œzanja [acueducto subterráneo]†, MK) como el significado más probable. El breve relato no especifica cómo se superaron las defensas de la ciudad. Desde que se descubrió el túnel y el pozo que llevan al manantial de Guihón, muchos creen que Joab y sus hombres escalaron este pozo vertical, pasaron por el túnel inclinado hasta entrar en la ciudad y luego la atacaron por sorpresa. (GRABADO, vol. 2, pág. 951.) En cualquier caso, David tomó la ciudad y trasladó allí­ su capital (1070 a. E.C.). La fortaleza jebusea llegó a ser conocida entonces como †œla Ciudad de David†, llamada también †œSión†. (2Sa 5:7.)
David empezó un programa de edificación en esa zona, y al parecer mejoró las defensas de la ciudad. (2Sa 5:9-11; 1Cr 11:8.) †œEl Montí­culo† (heb. ham·Mil·lóh´) al que se hace referencia aquí­ (2Sa 5:9) y en otros relatos posteriores (1Re 9:15, 24; 11:27) era un accidente geográfico o una estructura de la ciudad que era bien conocido entonces, pero imposible de identificar hoy. Cuando algún tiempo después David trasladó la sagrada †œarca de Jehovᆝ de la casa de Obed-edom a Jerusalén, la ciudad llegó a ser el centro religioso y administrativo de la nación. (2Sa 6:11, 12, 17; véanse DAVID, CIUDAD DE; MONTíCULO; SEPULTURA.)
No hay registro de que se produjera algún ataque a Jerusalén durante el reinado de David mientras él luchaba contra sus enemigos. (Compárese con 2Sa 5:17-25; 8:1-14; 11:1.) Sin embargo, en una ocasión David creyó conveniente abandonar la ciudad ante el avance de fuerzas rebeldes conducidas por su propio hijo Absalón. Es posible que el rey se retirara para evitar una sangrienta guerra civil en este lugar donde descansaba el nombre de Jehová. (2Sa 15:13-17.) Cualquiera que hubiera sido el motivo de la retirada, desencadenó el cumplimiento de la profecí­a inspirada de Natán. (2Sa 12:11; 16:15-23.) David no permitió que el arca del pacto fuera con él, y ordenó que sacerdotes fieles la devolvieran a la ciudad, el lugar escogido por Dios. (2Sa 15:23-29.) La descripción del inicio de la huida de David, según se registra en el capí­tulo 15 de Segundo de Samuel, perfila bien los accidentes geográficos de la parte oriental de la ciudad.
Hacia el final de su gobernación, David se puso a preparar los materiales de construcción para el templo. (1Cr 22:1, 2; compárese con 1Re 6:7.) Es posible que las piedras labradas se obtuvieran de esa misma zona, puesto que la roca del subsuelo de Jerusalén se puede cortar y cincelar con facilidad según la forma y el tamaño deseados, y cuando se expone a la intemperie, se endurece y se convierte en piedras de construcción duraderas y vistosas. Se han encontrado vestigios de una antigua cantera cerca de la actual Puerta de Damasco; de allí­ se han extraí­do grandes cantidades de piedra en el transcurso del tiempo.
El relato del ungimiento de Salomón por orden del anciano rey David da una idea de la configuración del terreno al E. y al S. de Jerusalén. Otro hijo de David, Adoní­as, estaba en el manantial de En-roguel, donde conspiraba para apoderarse del trono, mientras se ungí­a a Salomón en el manantial de Guihón. Estos dos lugares estaban lo suficientemente cerca uno del otro (c. 700 m.) como para que Adoní­as y los que conspiraban con él oyeran el sonido del cuerno y de las celebraciones que se llevaban a cabo en Guihón. (1Re 1:5-9, 32-41.)
Durante el reinado de Salomón, la ciudad se amplió y quizás se renovó. (1Re 3:1; 9:15-19, 24; 11:27; compárese con Ec 2:3-6, 9.) El templo, su obra de construcción más sobresaliente, con sus edificios anexos y patios, se construyó sobre el monte Moria, en la loma oriental, pero al N. de †œla Ciudad de David†, probablemente en el lugar donde en la actualidad está la Cúpula de la Roca. (2Cr 3:1; 1Re 6:37, 38; 7:12.) Otros edificios cercanos importantes eran la propia casa o palacio de Salomón; la Casa del Bosque del Lí­bano, donde se utilizó mucha madera de cedro; el Pórtico de las Columnas, y el Pórtico del Trono, donde el rey juzgaba. (1Re 7:1-8.) Al parecer, este complejo de edificios estaba al S. del templo, en la pendiente que descendí­a hacia †œla Ciudad de David†. (MAPA, vol. 1, pág. 752; GRABADO, vol. 1, pág. 748.)

Reino dividido (997-607 a. E.C.). La rebelión de Jeroboán dividió la nación en dos reinos, y Jerusalén quedó como la capital del reino de dos tribus, Benjamí­n y Judá, con Rehoboam, el hijo de Salomón, como rey. Los levitas y los sacerdotes también se trasladaron a la ciudad que llevaba el nombre de Jehová, y de este modo fortalecieron el reinado de Rehoboam. (2Cr 11:1-17.) Entonces Jerusalén ya no estaba en el centro geográfico del reino, sino solo a unos cuantos kilómetros de la frontera con el hostil reino septentrional de diez tribus. Casi cinco años después de morir Salomón, la ciudad sufrió la primera invasión. El rey Sisaq de Egipto atacó al reino de Judá, probablemente porque lo vio vulnerable al haberse dividido. Debido a la infidelidad de la nación, pudo entrar en Jerusalén y llevarse los tesoros del templo y otros objetos valiosos. Pero como el pueblo se arrepintió, Dios les concedió cierta medida de protección, e impidió que la ciudad fuera destruida por completo. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-12.)
Durante el reinado del fiel rey Asá, el rey Baasá, del reino septentrional, intentó sin éxito reforzar su posición en la frontera N. del reino de Judá para aislarlo e impedir toda comunicación con Jerusalén (y posibles expresiones de lealtad por parte de sus súbditos al reino de Judá). (1Re 15:17-22.) La continuidad de la adoración pura bajo el gobierno de Jehosafat, hijo de Asá, trajo la protección divina y grandes beneficios a la ciudad, entre estos, mejores medios para atender las causas judiciales. (2Cr 19:8-11; 20:1, 22, 23, 27-30.)
Durante el resto de la historia de Jerusalén como capital del reino de Judá, siguió vigente esta misma pauta: practicar la adoración verdadera resultaba en la bendición y protección de Jehová; la apostasí­a resultaba en graves problemas que hací­an a la ciudad vulnerable a los ataques. Cuando reinaba Jehoram (913-c. 907 a. E.C.), el hijo infiel de Jehosafat, la ciudad fue invadida y saqueada por segunda vez, en esta ocasión por una coalición árabe-filistea, aun a pesar de los fuertes muros defensivos. (2Cr 21:12-17.) Al siglo siguiente, el rey Jehoás se apartó del proceder recto, lo que resultó en que las fuerzas sirias †˜empezaran a invadir a Judá y Jerusalén†™; el contexto indica que pudieron entrar en la ciudad. (2Cr 24:20-25.) Durante la apostasí­a de Amasí­as, el reino septentrional de Israel invadió Judá, y derrumbó unos 180 m. del estratégico muro septentrional, entre la Puerta de la Esquina (en el ángulo NO.) y la Puerta de Efraí­n (al E. de la Puerta de la Esquina). (2Cr 25:22-24.) Es posible que antes de ese hecho la ciudad se hubiera extendido a través del valle central hasta la colina occidental.
El rey Uzí­as (829-778 a. E.C.) mejoró notablemente las defensas de la ciudad, fortificando con torres la Puerta de la Esquina (NO.) y la Puerta del Valle (en el ángulo SO.); además, construyó otra torre en †œel Contrafuerte† (†œel íngulo†, BJ; †œla Esquina†, CI), que pudo ser una parte del muro oriental, no lejos de los edificios reales, ya sea los de David o los de Salomón. (2Cr 26:9; Ne 3:24, 25.) También equipó las torres y las esquinas con †œmáquinas de guerra†, quizás catapultas que disparaban flechas y rocas. (2Cr 26:14, 15.) Su hijo Jotán continuó el programa de construcción. (2Cr 27:3, 4.)
El fiel rey Ezequí­as, que sucedió a su padre, el apóstata rey Acaz, limpió y reparó el recinto del templo, y convocó una gran celebración de la Pascua, que atrajo a Jerusalén adoradores de todo el paí­s, incluso del reino septentrional. (2Cr 29:1-5, 18, 19; 30:1, 10-26.) No obstante, poco después que la adoración verdadera recibió este impulso, los asirios invadieron el paí­s y se burlaron del Dios verdadero cuyo nombre llevaba Jerusalén. En 732 a. E.C., ocho años después que Asiria conquistó el reino norteño de Israel, el rey asirio Senaquerib atravesó Palestina, devastándola a su paso, y envió algunas tropas para intimidar a Jerusalén. (2Cr 32:1, 9.) Ezequí­as habí­a preparado la ciudad para que pudiera enfrentarse a un sitio. Habí­a cegado las aguas de los manantiales que estaban fuera de la ciudad, a fin de esconderlos y dificultar la tarea al enemigo, y habí­a fortificado las murallas. (2Cr 32:2-5, 27-30.) Parece ser que †œel conducto† para llevar el agua dentro de la ciudad desde el manantial de Guihón ya estaba construido para ese tiempo. Tal vez fuera un proyecto realizado en tiempo de paz. (2Re 20:20; 2Cr 32:30.) Si, tal como se cree, este conducto incluí­a el túnel que se perforó en un lado del valle de Cedrón y que terminaba en el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón, no serí­a un proyecto de poca envergadura como para que se acabara en unos cuantos dí­as. (Véanse ARQUEOLOGíA [Palestina y Siria]; GUIHí“N núm. 2.) En todo caso, la fortaleza de la ciudad no dependí­a de sus sistemas defensivos y suministros, sino del poder protector de Jehová Dios, quien dijo: †œY ciertamente defenderé esta ciudad para salvarla por causa de mí­ mismo y por causa de David mi siervo†. (2Re 19:32-34.) La aniquilación milagrosa de 185.000 soldados asirios obligó a Senaquerib a huir de regreso a Asiria. (2Re 19:35, 36.) El registro de esta campaña militar en los anales asirios alardea de que Senaquerib encerró a Ezequí­as en Jerusalén como †˜un pájaro en una jaula†™, pero no menciona que tomara la ciudad. (Véase SENAQUERIB.)
En el reinado de Manasés (716-662 a. E.C.) se ampliaron las murallas de la ciudad a lo largo del valle de Cedrón. Durante ese mismo perí­odo la nación se apartó aún más de la adoración verdadera. (2Cr 33:1-9, 14.) Su nieto Josí­as detuvo por un tiempo esta decadencia, y durante su gobernación el valle de Hinón —que los idólatras habí­an utilizado para practicar ritos abominables— fue hecho †œinservible para adoración†, probablemente siendo profanado y convertido en un basurero de la ciudad. (2Re 23:10; 2Cr 33:6.) Parece ser que †œla Puerta de los Montones de Ceniza† es la que daba a ese valle. (Ne 3:13, 14; véanse GEHENA; HINí“N, VALLE DE.) En el tiempo de Josí­as se menciona por primera vez †œel segundo barrio† (†œla ciudad nueva†, BJ) de la ciudad. (2Re 22:14; 2Cr 34:22.) Por lo general se cree que este †œsegundo barrio† era la sección de la ciudad que quedaba al O. o NO. del recinto del templo. (Sof 1:10.)
Tras la muerte de Josí­as, Jerusalén decayó en seguida, pues se sucedieron en el trono cuatro reyes infieles. En el octavo año del rey Jehoiaquim, Judá llegó a ser tributaria de Babilonia. La sublevación de Jehoiaquim tres años más tarde hizo que los babilonios sitiaran Jerusalén, saquearan los tesoros de la ciudad y deportaran al que entonces gobernaba como rey, Joaquí­n, así­ como a otros ciudadanos. (2Re 24:1-16; 2Cr 36:5-10.) El rey nombrado por Babilonia, Sedequí­as, intentó librarse del yugo babilonio, y en el año noveno de su reinado (609 a. E.C.) Jerusalén volvió a ser sitiada. (2Re 24:17-20; 25:1; 2Cr 36:11-14.) Una fuerza militar egipcia enviada para liberar Jerusalén tuvo éxito en hacer que los sitiadores se retiraran, aunque solo temporalmente. (Jer 37:5-10.) En conformidad con la profecí­a de Jehová dada por medio de Jeremí­as, los babilonios volvieron y reanudaron el sitio. (Jer 34:1, 21, 22; 52:5-11.) Jeremí­as pasó la última parte del sitio preso en †œel Patio de la Guardia† (Jer 32:2; 38:28), que estaba conectado con †œla Casa del Rey†. (Ne 3:25.) Finalmente, al cabo de dieciocho meses de sitio, con sus secuelas de hambre, enfermedad y muerte, en el año undécimo de Sedequí­as los babilonios abrieron una brecha en los muros de Jerusalén y tomaron la ciudad. (2Re 25:2-4; Jer 39:1-3.)

Desolación y restauración. La brecha en los muros se abrió el 9 de Tamuz de 607 a. E.C. Un mes más tarde, el 10 de Ab, Nebuzaradán, el representante de Nabucodonosor, entró en la ciudad conquistada y empezó el trabajo de demolición, de modo que incendió el templo y otros edificios, y derruyó los muros de la ciudad. Se llevó al exilio en Babilonia al rey de Jerusalén junto con la mayor parte del pueblo, y los tesoros de la ciudad fueron tomados como botí­n. (2Re 25:7-17; 2Cr 36:17-20; Jer 52:12-20; GRABADO, vol. 2, pág. 326.)
La declaración del arqueólogo Conder en cuanto a que †œse desconoce la historia de la ciudad arruinada hasta el tiempo de Ciro† es cierta, no solo en lo que respecta a Jerusalén, sino también a toda la región del reino de Judá. El rey de Babilonia no repobló —como habí­an hecho los asirios— la región conquistada. De manera que comenzó un perí­odo de setenta años de desolación, como se habí­a profetizado. (Jer 25:11; 2Cr 36:21.)
En †œel primer año† que Ciro el persa fue gobernante de Babilonia (538 a. E.C.), se emitió el decreto real que liberaba a los judí­os exiliados para que †˜subieran a Jerusalén, que está en Judá y reedificaran la casa de Jehová el Dios de Israel†™. (Esd 1:1-4.) El pueblo que hizo el largo viaje de regreso a Jerusalén, que llevaba consigo los tesoros del templo, se componí­a de 42.360 varones, además de esclavos y cantores profesionales. Llegaron a tiempo para celebrar la fiesta de las cabañas en el mes de Tisri (que cae entre septiembre y octubre) de 537 a. E.C. (Esd 2:64, 65; 3:1-4.) Se comenzó la reconstrucción del templo bajo la dirección del gobernador Zorobabel, y a pesar de serias interferencias y de que se infiltró cierta apatí­a entre los judí­os repatriados, finalmente se terminó para marzo de 515 a. E.C. Por autorización del rey Artajerjes Longimano, en el año 468 a. E.C. volvieron con el sacerdote y escriba Esdras otros exiliados que llevaban más cosas para †œhermosear la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén†. El valor de los tesoros que llevaron consigo debió superar los 43.000.000 de dólares (E.U.A.). (Esd 7:27; 8:25-27.)
Aproximadamente un siglo y medio después de la conquista de Nabucodonosor, los muros y las puertas de la ciudad permanecí­an derruidos. Nehemí­as obtuvo permiso de Artajerjes para ir a Jerusalén y remediar esta situación. (Ne 2:1-8.) El registro de la inspección nocturna que hizo Nehemí­as y la distribución del trabajo de construcción a diferentes grupos familiares es una fuente de información muy importante acerca del trazado de la ciudad en ese tiempo, y en especial de sus puertas. (Ne 2:11-15; 3:1-32; véase PUERTA, PASO DE ENTRADA.) Esa reconstrucción cumplió la profecí­a de Daniel y marcó el principio de las setenta †œsemanas† proféticas con respecto a la venida del Mesí­as. (Da 9:24-27.) A pesar del hostigamiento a que tuvieron que hacer frente los israelitas, en el año 455 a. E.C. edificaron un muro y puertas alrededor de Jerusalén en tan solo cincuenta y dos dí­as. (Ne 4:1-23; 6:15; 7:1; véase SETENTA SEMANAS [†œLa salida de la palabra†].)
Jerusalén era entonces †œancha y grande, [pero] habí­a pocas personas dentro de ella†. (Ne 7:4.) Después de la lectura pública de las Escrituras y las celebraciones que se llevaron a cabo en la †œplaza pública que estaba delante de la Puerta del Agua†, al E. de la ciudad (Ne 3:26; 8:1-18), se hizo que uno de cada diez israelitas entrase a morar en Jerusalén a fin de aumentar la población de la ciudad. Se echaron suertes para tomar esta decisión, aunque hubo quienes se ofrecieron voluntarios. (Ne 11:1, 2.) Se efectuó una obra de limpieza espiritual para que la población de la ciudad tuviera un buen fundamento en lo que respecta a la adoración pura. (Ne 12:47–13:3.) La gobernación de Nehemí­as duró unos doce años, en el curso de los cuales hizo un viaje a la corte del rey persa. Después de volver a Jerusalén, vio necesario realizar otra limpieza. (Ne 13:4-31.) El registro de las Escrituras Hebreas termina con las medidas enérgicas que tomó Nehemí­as para desarraigar la apostasí­a poco después de 443 a. E.C.

Control helénico y macabeo. Con el paso de Alejandro Magno por Judá en el año 332 a. E.C., el dominio pasó de los medopersas a los griegos. Los historiadores griegos no mencionan que Alejandro entrase en Jerusalén. A pesar de eso, la ciudad llegó a estar bajo el dominio griego, y es razonable concluir que Alejandro debió entrar en ella. En el siglo I E.C. Josefo registra una tradición judí­a que dice que cuando Alejandro se acercó a Jerusalén, lo recibió el sumo sacerdote judí­o y se le mostraron las profecí­as inspiradas divinamente que habí­a registrado Daniel, las cuales predecí­an las conquistas relámpago que Grecia realizarí­a. (Antigüedades Judí­as, libro XI, cap. VIII, secs. 4, 5; Da 8:5-7, 20, 21.) En cualquier caso, parece ser que Jerusalén no se vio afectada por este cambio de dominio.
Después de la muerte de Alejandro, Jerusalén y Judea quedaron bajo el dominio de los tolomeos, que gobernaron desde Egipto. En el año 198 a. E.C., Antí­oco el Grande —que gobernaba en Siria— tomó la ciudad fortificada de Sidón y a continuación capturó Jerusalén. Finalmente Judá llegó a formar parte de los dominios del Imperio seléucida (compárese con Da 11:16), y la ciudad de Jerusalén permaneció bajo ese dominio por treinta años. El deseo del rey sirio Antí­oco IV Epí­fanes de helenizar por completo a los judí­os le llevó a dedicar el templo de Jerusalén a Zeus (Júpiter) y en el año 168 a. E.C., a realizar un sacrificio inmundo a fin de profanar el altar. (1 Macabeos 1:57, 62; 2 Macabeos 6:1, 2, 5; GRABADOS, vol. 2, pág. 335.) Esto provocó la sublevación macabea (o asmonea). Después de tres años de lucha, Judas Macabeo consiguió el control de la ciudad y del templo, y volvió a dedicar el altar de Jehová a la adoración verdadera en el aniversario de su profanación, el 25 de Kislev del año 165 a. E.C. (1 Macabeos 4:52-54; 2 Macabeos 10:5; compárese con Jn 10:22.)
La guerra contra los gobernantes seléucidas no habí­a terminado. Los judí­os solicitaron ayuda a Roma, de modo que sobre el año 160 a. E.C. una nueva potencia se presentó en el escenario de Jerusalén. (1 Macabeos 8:17, 18.) De este modo Jerusalén cayó bajo la influencia del Imperio romano en expansión. Cerca de 142 a. E.C., Simón Macabeo pudo hacer de Jerusalén la capital de una región aparentemente libre de sumisión o vasallaje a una nación gentil. Aristóbulo I, sumo sacerdote de Jerusalén, incluso asumió el tí­tulo de rey en el año 104 a. E.C., aunque no era de la lí­nea de David.
Jerusalén no fue una †˜ciudad de paz†™ durante este perí­odo. De hecho, se vio afectada por luchas internas propiciadas por ambiciones egoí­stas y empeoradas por facciones religiosas rivales, como los saduceos, los fariseos o los celotes. Una violenta disputa entre Aristóbulo II y su hermano Hircano resultó en que se llamara a Roma para que arbitrara esta querella. En el año 63 a. E.C. las fuerzas romanas bajo el general Pompeyo asediaron Jerusalén durante tres meses, a fin de entrar en la ciudad y resolver la disputa. Según los registros históricos, murieron 12.000 judí­os, muchos de ellos a manos de sus compañeros israelitas.
En el relato de Josefo sobre la conquista de Pompeyo se menciona por primera vez el puente que cruzaba el valle de Tiropeón. Serví­a para unir las mitades oriental y occidental de la ciudad y permití­a que los que estaban en la mitad occidental tuvieran acceso directo al recinto del templo.
En este tiempo se nombró gobernador romano de Judea a Antí­patro II, un idumeo, y se dejó a un macabeo como sumo sacerdote y etnarca de Jerusalén. Posteriormente Roma nombró rey de Judea al hijo de Antí­patro, Herodes el Grande, pero este no consiguió el control de Jerusalén hasta el año 37 ó 36 a. E.C., fecha a partir de la cual empezó su gobierno efectivo.

Herodes el Grande gobierna. El gobierno de Herodes se caracterizó por un ambicioso programa de construcción, y la ciudad disfrutó de bastante prosperidad. Se construyó un teatro, un gimnasio, un hipódromo (GRABADO, vol. 2, pág. 535) y otros edificios públicos. Herodes también edificó un palacio real bien fortificado (GRABADO, vol. 2, pág. 538), probablemente en la parte O. de la ciudad, al S. de la actual puerta de Jaffa, donde los arqueólogos creen haber encontrado el fundamento de una de las torres. Otra fortaleza, la Fortaleza Antonia, estaba cerca del templo, con el que se conectaba por medio de un pasadizo. (GRABADO, vol. 2, pág. 535; Antigüedades Judí­as, libro XV, cap. XI, sec. 7.) De este modo la guarnición romana tení­a un rápido acceso al recinto del templo, como tal vez ocurrió cuando los soldados rescataron a Pablo de una chusma en el mencionado recinto. (Hch 21:31, 32.)
Sin embargo, la obra más importante de Herodes fue la reconstrucción del templo y de su complejo de edificios, que comenzó en el año decimoctavo de su reinado. (Antigüedades Judí­as, libro XV, cap. XI, sec. 1.) La casa santa se terminó en un año y medio, pero los trabajos en los edificios y los patios adyacentes prosiguieron hasta mucho después de su muerte. (Jn 2:20.) La superficie total era aproximadamente el doble de la del templo anterior. Se cree que el Muro de las Lamentaciones es una parte de la muralla occidental del patio del templo que aún se mantiene en pie. Los arqueólogos afirman que las hiladas inferiores de enormes bloques —de unos 90 cm. de alto cada uno— pertenecen al tiempo de la construcción de Herodes.

Del año 2 a. E.C. al 70 E.C. Ahora son las Escrituras Griegas Cristianas las que nos siguen hablando de Jerusalén. Jesús no nació en Jerusalén, sino en la cercana Belén, †œla ciudad de David†. (Lu 2:10, 11.) No obstante, el informe posterior de los astrólogos sobre el nacimiento del †œrey de los judí­os† hizo que Herodes y †œtoda Jerusalén junto con él† se agitaran. (Mt 2:1-3.) Herodes murió poco después de emitir su infame decreto de matar a todos los niñitos de Belén, probablemente en el año 1 a. E.C. (Véase HERODES núm. 1.) Su hijo Arquelao recibió el gobierno de Jerusalén, Judea y otras regiones. Más tarde Roma lo destituyó por su mala conducta, y a partir de entonces nombró directamente a los gobernadores, como a Poncio Pilato durante el ministerio de Jesús. (Lu 3:1.)
Cuarenta dí­as después de su nacimiento, Jesús fue llevado a Jerusalén, y se le presentó en el templo como el primogénito de Marí­a. Simeón y Ana, ya envejecidos, se regocijaron por ver al Mesí­as prometido, y Ana habló de él †œa todos los que esperaban la liberación de Jerusalén†. (Lu 2:21-38; compárese con Le 12:2-4.) No se dice cuántas veces más se llevó a Jesús a Jerusalén durante su niñez; solo hay registro especí­fico de una visita cuando tení­a doce años. En esa ocasión conversó con los maestros en el recinto del templo, y así­ se mantuvo ocupado en la †˜casa de su Padre†™, en la ciudad que El habí­a escogido. (Lu 2:41-49.)
Después de su bautismo y durante su ministerio de tres años y medio, Jesús fue a Jerusalén con regularidad. Seguramente estuvo allí­ para las tres fiestas anuales, pues la asistencia a las mismas era obligatoria para todos los varones judí­os. (Ex 23:14-17.) No obstante, pasó mucho de su tiempo fuera de la capital, mientras predicaba y enseñaba en Galilea y otras regiones del paí­s.
Aparte del recinto del templo, donde Jesús enseñó con frecuencia, se mencionan pocos puntos especí­ficos de la ciudad en conexión con su ministerio. Se cree que el estanque que se ha desenterrado justo al N. del recinto del templo era el de Betzata, con sus cinco columnatas. (Jn 5:2; véase BETZATA.) El estanque de Siloam está en una de las laderas de la parte meridional de la loma oriental, y recibe el agua del manantial de Guihón a través del conducto y del túnel atribuidos a Ezequí­as. (Jn 9:11; GRABADO, vol. 2, pág. 949.) Se da un cuadro más detallado de la ciudad en el relato de la última visita de Jesús a Jerusalén. (MAPA, vol. 2, pág. 742; GRABADOS, vol. 2, pág. 743.)
Seis dí­as antes de la fiesta de la Pascua del año 33 E.C., Jesús fue a Betania, en el lado oriental del monte de los Olivos. Al dí­a siguiente, el 9 de Nisán, en su calidad de rey ungido de Jehová, se dirigió hacia la capital montado sobre un pollino, en cumplimiento de la profecí­a de Zacarí­as 9:9. (Mt 21:1-9.) Cuando descendió del monte de los Olivos, se detuvo para ver la ciudad, lloró por ella y predijo de manera ví­vida el venidero sitio y la desolación que le sobrevendrí­a. (Lu 19:37-44.) Cuando entró en la ciudad, tal vez a través de una puerta del muro oriental, toda la ciudad †œse puso en conmoción†, pues las noticias correrí­an con rapidez en esa zona relativamente pequeña. (Mt 21:10.)
En las jornadas restantes, pasaba el dí­a en Jerusalén y la noche en Betania. (Lu 21:37, 38.) El dí­a 10 de Nisán limpió de comerciantes el recinto del templo (Mt 21:12, 13), como habí­a hecho unos tres años antes. (Jn 2:13-16.) El 11 de Nisán llevó a cuatro discí­pulos al monte de los Olivos, desde donde podí­an verse la ciudad y su templo, y allí­ pronunció su gran profecí­a con respecto a la venidera destrucción de Jerusalén, su presencia y la †œconclusión del sistema de cosas†. (Mt 24; Mr 13; Lu 21.) El 13 de Nisán Pedro y Juan hicieron los preparativos para la comida de la Pascua en un aposento alto de Jerusalén, donde Jesús celebrarí­a la cena con sus apóstoles aquella noche (el comienzo del 14 de Nisán). Después de la consideración que tuvo con ellos, salieron de la ciudad, cruzaron el †œtorrente invernal de Cedrón† y llegaron al jardí­n llamado Getsemaní­, en el monte de los Olivos. (Mt 26:36; Lu 22:39; Jn 18:1, 2.) Getsemaní­ significa †œPrensa de Aceite†, y aún se encuentran en la falda del monte olivos milenarios. De todos modos, en la actualidad la ubicación exacta del jardí­n es objeto de conjetura. (Véase GETSEMANí.)
Aquella noche Jesús fue detenido y llevado a Jerusalén ante los sacerdotes Anás y Caifás, y más tarde, al salón del Sanedrí­n para juzgarlo. (Mt 26:57–27:1; Jn 18:13-27.) Al amanecer se le condujo ante Pilato, al †œpalacio del gobernador† (Mt 27:2; Mr 15:1, 16), y luego ante Herodes Antipas, que también estaba en Jerusalén entonces. (Lu 23:6, 7.) Finalmente, fue devuelto a Pilato para el juicio definitivo en †œEl Empedrado†, lugar llamado en hebreo †œGáb·ba·tha†. (Lu 23:11; Jn 19:13; véase EMPEDRADO, EL.)
A Jesús se le fijó en un madero en el Gólgota, que significa †œ[Lugar del] Cráneo†. (Mt 27:33-35; Lu 23:33.) Aunque parece obvio que este lugar estaba fuera de los muros de la ciudad, probablemente hacia el N., no se sabe con certeza el sitio exacto. (Véase Gí“LGOTHA.) Lo mismo ocurre con el sepulcro de Jesús. (GRABADOS, vol. 2, pág. 948.)
El †œcampo del alfarero para sepultar a los extraños†, comprado con el dinero del soborno que Judas arrojó en el templo para devolvérselo a los sacerdotes (Mt 27:5-7), se sitúa tradicionalmente en la parte S. del valle de Hinón, cerca de su confluencia con el valle de Cedrón. En esa zona se encuentran muchas tumbas. (Véase AKELDAMA.)

Durante el perí­odo apostólico. Después de su resurrección, Jesús mandó a sus discí­pulos que no se retiraran de Jerusalén en ese tiempo. (Lu 24:49; Hch 1:4.) Este tení­a que ser el punto de partida de la predicación de arrepentimiento para el perdón de pecados sobre la base del nombre de Cristo. (Lu 24:46-48.) Diez dí­as después de que Jesús ascendió al cielo, los discí­pulos recibieron el ungimiento por espí­ritu santo mientras se encontraban reunidos en un aposento alto. (Hch 1:13, 14; 2:1-4.) Jerusalén estaba abarrotada de judí­os y prosélitos de todas partes del Imperio romano que asistí­an a la fiesta del Pentecostés. El testimonio que dieron aquellos cristianos llenos de espí­ritu santo resultó en que miles llegaran a ser discí­pulos bautizados. Con miles de personas dando testimonio de su fe, no sorprende que los lí­deres religiosos airados clamaran: †œÂ¡Miren!, han llenado a Jerusalén con su enseñanza†. (Hch 5:28.) Añadieron fuerza al testimonio los milagros que realizaron, como, por ejemplo, la curación del mendigo cojo en †œla puerta del templo que se llamaba Hermosa†, probablemente la puerta oriental del atrio de las mujeres. (Hch 3:2, 6, 7.)
Incluso después que la testificación empezó a esparcirse fuera de Jerusalén a †œSamaria, y hasta la parte más distante de la tierra† (Hch 1:8), Jerusalén siguió siendo la sede del cuerpo gobernante de la congregación cristiana. La persecución pronto hizo que †˜todos, salvo los apóstoles, fueran esparcidos por las regiones de Judea y Samaria†™. (Hch 8:1; compárese con Gál 1:17-19; 2:1-9.) Desde Jerusalén se envió a algunos apóstoles y discí­pulos para que ayudaran a los nuevos grupos de creyentes, como en el caso de Samaria. (Hch 8:14; 11:19-22, 27.) Saulo de Tarso (Pablo) en seguida creyó conveniente abreviar su primera visita como cristiano a Jerusalén debido a las maquinaciones contra su vida. (Hch 9:26-30.) No obstante, también hubo perí­odos de calma. (Hch 9:31.) Fue en Jerusalén donde Pedro informó a la asamblea cristiana que Dios habí­a aceptado a creyentes gentiles, y también fue allí­ donde se zanjó la cuestión sobre la circuncisión y otros asuntos relacionados. (Hch 11:1-4, 18; 15:1, 2, 22-29; Gál 2:1, 2.)
Jesús se habí­a referido a Jerusalén como †œla que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella†. (Mt 23:37; compárese con los vss. 34-36.) Aunque individualmente muchos de sus ciudadanos mostraron fe en el Hijo de Dios, la ciudad en conjunto mantuvo el proceder del pasado. Por esa razón, †˜su casa se le dejó abandonada a ella†™. (Mt 23:38.) En el año 66 E.C. una sublevación judí­a hizo que las fuerzas romanas al mando de Cestio Galo fueran a la ciudad, la rodearan y avanzaran hasta los muros del templo. De pronto, Cestio Galo se retiró sin ninguna razón aparente, lo que permitió a los cristianos obrar de acuerdo con las instrucciones de Jesús: †œEntonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retí­rense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella†. (Lu 21:20-22.) Eusebio dice en su Historia Eclesiástica (III, V, 3) que los cristianos huyeron de Jerusalén y de toda Judea a una ciudad de Perea llamada Pela (Pella).
El alivio que Jerusalén experimentó cuando se retiraron los romanos duró poco, igual que cuando los babilonios se retiraron por un tiempo para enfrentarse a los egipcios en los últimos años del reinado de Sedequí­as. En 70 E.C. las fuerzas romanas regresaron con muchos más soldados al mando del general Tito, y sitiaron la ciudad, que entonces se encontraba abarrotada con ocasión de la celebración de la Pascua. En cumplimiento de la profecí­a de Jesús (Lu 19:43), los romanos levantaron terraplenes de asedio y una muralla o empalizada continua que rodeaba toda la ciudad, a fin de impedir la huida tanto de dí­a como de noche. Dentro de la ciudad habí­a disputas y luchas entre las facciones rivales, se destruyó gran parte del suministro de alimento y se mataba como traidores a los que se aprehendí­a intentando huir de la ciudad. Josefo, a quien se toma como fuente de esta información, relata que el hambre llegó a ser tan grave, que la gente llegó hasta el punto de comer manojos de heno, cuero y hasta a sus propios hijos. (Compárese con Lam 2:11, 12, 19, 20; Dt 28:56, 57.) Los testarudos lí­deres de la ciudad rechazaron una y otra vez las ofertas de paz de Tito.
Por fin los romanos abrieron sistemáticamente brechas en los muros, y sus tropas invadieron la ciudad. (GRABADO, vol. 2, pág. 752.) El templo fue quemado por completo, en contra de las órdenes que se habí­an dado. Según Josefo, este suceso ocurrió en el aniversario de la destrucción del primer templo por Nabucodonosor siglos antes. Su relato también dice que se quemó el archivo donde estaban todos los libros con los registros genealógicos de la descendencia tribal y familiar, así­ como los derechos de herencia. (La Guerra de los Judí­os, libro VI, cap. IV, sec. 5; libro II, cap. XVII, sec. 6; libro VI, cap. VI, sec. 3.) Por consiguiente, los medios legales para determinar el linaje de los miembros de la tribu mesiánica de Judá y la tribu sacerdotal de Leví­ llegaron a su fin.
La conquista se completó en tan solo cuatro meses y veinticinco dí­as, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 E.C. Así­ que la tribulación, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judí­os en el interior de la ciudad contribuyeron a esa brevedad. Aunque Josefo calcula que hubo 1.100.000 muertos, también quedaron sobrevivientes. (Compárese con Mt 24:22.) Se tomaron 97.000 cautivos, a muchos de los cuales se envió como esclavos a Egipto o murieron a espada o devorados por las bestias en los teatros de las provincias romanas, lo que también cumplió la profecí­a divina. (Dt 28:68.)
Toda la ciudad fue demolida. Tan solo se dejaron en pie las torres del palacio de Herodes y una parte del muro occidental, para mostrar a las generaciones futuras lo inútiles que habí­an sido las fuertes defensas. Josefo observa que, aparte de esos restos, †œlos encargados de destruirla allanaron de tal manera el ámbito de la ciudad, que daba la impresión de que ese sitio jamás hubiese sido habitado†. (La Guerra de los Judí­os, libro VII, cap. I, sec. 1.) En el Arco de Tito, en Roma, hay un relieve que representa a los soldados romanos llevando los vasos sagrados del templo destruido. (Compárese con Mt 24:2; GRABADO, vol. 2, pág. 752.)

Perí­odos posteriores. Jerusalén quedó prácticamente desolada hasta el año 130 E.C., cuando el emperador Adriano ordenó la edificación de una nueva ciudad llamada Aelia Capitolina. Esta acción desató la revuelta judí­a de Bar Kokba (132-135 E.C.), que tuvo un éxito momentáneo, pero terminó por ser aplastada. No se permitió a los judí­os entrar en la ciudad construida por los romanos durante casi dos siglos. En el siglo IV E.C., Elena, la madre de Constantino el Grande, visitó Jerusalén y dio inicio a la identificación de muchos de los llamados lugares santos y santuarios. Tiempo después la ciudad cayó en manos de los musulmanes. En la actualidad hay dos edificios musulmanes en el monte del Templo. A finales del siglo VII E.C. el califa `Abd al-Malik ibn Marwan construyó la Cúpula de la Roca en el lugar donde estaba el templo o cerca de él. Aunque también se le llama mezquita, en realidad es un santuario. Al S. de la Cúpula de la Roca se encuentra la mezquita de al-Aqsa, construida cerca de principios del siglo VII E.C. en el lugar de un edificio anterior.
Véase más información sobre ubicaciones geográficas relacionadas con Jerusalén en artí­culos como CEDRí“N, VALLE TORRENCIAL DE; EN-ROGUEL; MACTES; OFEL; OLIVOS, MONTE DE LOS; SIí“N; TEMPLO.

Importancia de la ciudad. Jerusalén fue mucho más que la capital de una nación terrestre. Fue la única ciudad en toda la Tierra sobre la que Jehová Dios puso su nombre. (1Re 11:36.) Cuando se llevó a Jerusalén el arca del pacto —que simbolizaba la presencia de Dios— y en especial cuando se construyó el santuario del templo o casa de Dios, la ciudad llegó a ser la †˜residencia†™ figurativa de Jehová, su †œlugar de descanso†. (Sl 78:68, 69; 132:13, 14; 135:21; compárese con 2Sa 7:1-7, 12, 13.) Debido a que los reyes de la lí­nea de David eran ungidos por Dios y se sentaban en el †œtrono de Jehovᆝ (1Cr 29:23; Sl 122:3-5), a Jerusalén se la llamaba †œel trono de Jehovᆝ, y, de hecho, a las tribus o naciones que se volví­an a ella en reconocimiento de la soberaní­a de Dios, se las congregaba al nombre de Jehová. (Jer 3:17; Sl 122:1-4; Isa 27:13.) Los que eran hostiles o luchaban contra Jerusalén en realidad se oponí­an a la soberaní­a de Dios. Esa hostilidad tení­a que producirse, en vista de las palabras proféticas de Génesis 3:15.
Por lo tanto, Jerusalén representó la sede del gobierno constituido divinamente o reino tí­pico de Dios. De ella salí­a la ley de Dios, su palabra y su bendición. (Miq 4:2; Sl 128:5.) Los que trabajaban a favor de la paz de Jerusalén y su bienestar trabajaban por el éxito del propósito justo de Dios, por la prosperidad de su voluntad. (Sl 122:6-9.) Aunque Jerusalén estaba entre las montañas de Judá y su apariencia sin duda era impresionante, su verdadera posición encumbrada y belleza se debí­a a cómo Jehová la habí­a honrado y glorificado para que le sirviera de †œcorona de hermosura†. (Sl 48:1-3, 11-14; 50:2; Isa 62:1-7.)
Como los que alaban a Jehová y hacen su voluntad son principalmente las criaturas inteligentes, los edificios de la ciudad no iban a determinar si se seguirí­a utilizando Jerusalén, sino las propias personas, los gobernantes y gobernados, los sacerdotes y el pueblo. (Sl 102:18-22; Isa 26:1, 2.) Mientras fueron fieles y honraron el nombre de Jehová con sus palabras y modo de vivir, El bendijo y defendió a Jerusalén. (Sl 125:1, 2; Isa 31:4, 5.) Sin embargo, debido al proceder apóstata que siguió la mayorí­a, tanto el pueblo como sus reyes pronto cayeron en el disfavor de Jehová. Por esa razón Jehová manifestó su propósito de rechazar a la ciudad que habí­a llevado su nombre. (2Re 21:12-15; 23:27.) Iba a quitar el †œapoyo y sostén† de la ciudad, y como resultado abundarí­a la tiraní­a, la delincuencia juvenil y la falta de respeto a los hombres que ocuparan puestos honorables. Jerusalén sufrirí­a degradación y gran humillación. (Isa 3:1-8, 16-26.) Aunque Jehová restauró la ciudad setenta años después de permitir su destrucción a manos de Babilonia, y la hermoseó de nuevo como el centro gozoso de la adoración verdadera en la Tierra (Isa 52:1-9; 65:17-19), el pueblo y sus lí­deres se volvieron una vez más a la apostasí­a.
Jehová conservó la ciudad hasta que envió a su Hijo a la Tierra, para que así­ se cumplieran las profecí­as mesiánicas. (Isa 28:16; 52:7; Zac 9:9.) El proceder apóstata de Israel alcanzó su momento culminante cuando se fijó en un madero al Mesí­as, Jesucristo. (Compárese con Mt 21:33-41.) Esta acción, que ocurrió en Jerusalén y fue instigada por los lí­deres de la nación con el apoyo del pueblo, hizo que Dios rechazara completa e irreversiblemente a Jerusalén como la ciudad que le representaba y llevaba Su nombre. (Compárese con Mt 16:21; Lu 13:33-35.) Ni Jesús ni sus apóstoles predijeron que Dios restaurarí­a a la Jerusalén terrestre y su templo después de la destrucción que Dios habí­a decretado y que llegó en el año 70 E.C.
No obstante, el nombre de Jerusalén siguió usándose como sí­mbolo de algo mayor que la ciudad terrestre. El apóstol Pablo reveló por inspiración divina la existencia de una †œJerusalén de arriba†, a la que llamó †œmadre† de los cristianos ungidos. (Gál 4:25, 26.) Este hecho coloca a la †œJerusalén de arriba† como esposa de Jehová Dios, el gran Padre y Dador de vida. Cuando se escogió a la Jerusalén terrestre como ciudad principal de la nación escogida de Dios, también se dijo que era una mujer casada con Dios, unida a El con lazos santos en una relación de pacto. (Isa 51:17, 21, 22; 54:1, 5; 60:1, 14.) De manera que significó o representó a toda la congregación de siervos humanos de Dios. La †œJerusalén de arriba† debe representar, por lo tanto, a toda la congregación de siervos celestiales leales de Jehová.

La Nueva Jerusalén. En Revelación el apóstol Juan registra información concerniente a la †œnueva Jerusalén†. (Rev 3:12.) Juan ve en visión a esta †œsanta ciudad†, que desciende †œdel cielo desde Dios y preparada como una novia adornada para su esposo†. Esto guarda relación con la visión de †œun nuevo cielo y una nueva tierra†. Se dice que esta †œnovia† es †œla esposa del Cordero†. (Rev 21:1-3, 9-27.) Otros escritos apostólicos aplican el mismo simbolismo a la congregación cristiana de ungidos. (2Co 11:2; Ef 5:21-32.) En el capí­tulo 14 de Revelación se representa al †œCordero†, Cristo, en el monte Sión, un nombre que también se asocia con Jerusalén (compárese con 1Pe 2:6), y con él están los 144.000 que tienen su nombre y el nombre de su Padre escritos en sus frentes. (Rev 14:1-5; véase NUEVA JERUSALEN.)

La Jerusalén infiel. Como mucho de lo que se dice concerniente a Jerusalén en las Escrituras está en tono condenatorio, está claro que solo la Jerusalén fiel simboliza o prefigura a la verdadera congregación cristiana, el †œIsrael de Dios†. (Gál 6:16.) La Jerusalén infiel, representada como una prostituta y una mujer adúltera, llegó a ser como los amorreos e hititas paganos que en un tiempo controlaron la ciudad. (Eze 16:3, 15, 30-42.) Como ciudad infiel, solo podí­a representar a apóstatas, a los que siguen un proceder de †˜prostitución†™ o infidelidad al Dios cuyo nombre alegan llevar. (Snt 4:4.)
Por consiguiente, se puede ver que el nombre †œJerusalén† se usa en varios sentidos, y en cada caso debe considerarse el contexto para entender bien su aplicación. (Véase TIEMPOS SEí‘ALADOS DE LAS NACIONES.)

[Fotografí­as en la página 75]
Prutá de bronce acuñada durante la guerra judí­a contra Roma, con la inscripción †œLibertad de Sión†
Sestercio de bronce que conmemoraba la conquista romana de Judea; anverso: emperador Vespasiano; reverso: †œIUDAEA CAPTA† (Judea tomada)

[Mapa en la página 74]
(Véase la publicación para ver el texto completo)

JERUSALEN y sus ALREDEDORES
Jerusalén
Belén
Baal-perazim
Betfagué
Betania
Nob
Anatot
Guibeah
Gueba
Ramá Gabaón
Emaús
Quiryat-jearim
Micmash
Mizpá Bet-horón Alta
Bet-horón Baja
Hai
Betel

Fuente: Diccionario de la Biblia

En el reino de David, Dios eligió a Jerusalén como el lugar para su templo (2 Cr. 3:1; Sal. 132:13). Sion llega a ser, entonces, «la ciudad de Dios» (Sal. 46:4); «el gozo de toda la tierra» (48:2; cf. 97:3), ya que indica su presencia. Más aun, «nacer en Sion» representa la salvación de aquellos que «conocen a Dios» (87:4; cf. 9:6) y cuyos nombres están «registrados para vida en Jerusalén» (Is. 4:3), sea nativo de Babilonia o Etiopía (Sal. 87:4; IB; cf. ICC, «adopción religiosa»). La descripción de Sion como una «montaña de santidad» simboliza la reforma del Israel postexílico (Jer. 31:23); e Isaías uso «Sion» (54:1), desolada después del cautiverio de Senaquerib en 701 a.C. (36:1; 49:14; 50:1) en forma simbólica para predecir la iglesia como la novia de Cristo (54:4), perseguida, pero ganando para sí gentiles convertidos (v. 3) en un número mayor del que tuvo antes Israel (Gá. 4:26–28, G. Douglas Young, Evangelical Theological Society, Papers, 1955: pp. 79–80). Pero en la escatología bíblica, «registrados para vida en Jerusalén» significa vida en la tierra (WC; cf. Jl. 3:17).

Las siguientes profecías han sido interpretadas tanto literal como figurativamente. Cristo y sus santos descenderán sobre el monte de los Olivos (Is. 35:10; Zac. 14:4–5; Hch. 1:11), y los incrédulos atacarán a Jerusalén (Zac. 12:2; 14:2). Con todo, Cristo rescatará al remanente judío purificado (Is. 4:3–4; Zac. 12:10; 14:5; Mal. 3:2, 5) y los unirá en Sion con la iglesia (Zac. 12:5; Ro. 11:26, Payne, Evangelical Theological Society, Papers, 1956: pp. 55–68).

Si se interpreta literalmente, la profecía describe Jerusalén como la capital milenial del Mesías (Jer. 31:40; 33:16; Zac. 8:4–5; 14:20–21), con un templo para sacrificios, los cuales no serán expiatorios (Heb. 9:12–28; Ez. 43:20–21 trata sólo de los tiempos después del destierro vv. 10–11), sino de alabanza y acción de gracias (Is. 60:6–7; Jer. 17:20). La ley pacificadora de Cristo saldrá desde Jerusalén (Mi. 4:1–4), causando sumisión (Is. 23:18; 45:14) y adoración (60:3; Zac. 14:16–17). Aun la naturaleza será afectada en Sion (Is. 65:25; Ez. 47:1–12; Zac. 14:10). Si estos versículos se interpretan figuradamente (amilenarismo), entonces simbolizan la iglesia.

El ataque de Gog y Magog (Ez. 38–39) contra la «ciudad amada» (Ap. 20:9) traerá el juicio final de Dios; pero Jerusalén continuará eternamente (Is. 33:20; Mi. 4:7; cf. Heb. 12:27) aunque ahora sin un templo (Ap. 21:22) debido a la santidad perfecta de la tierra (Ap. 21:27; Is. 65:17–18; Ap. 21:2). En lenguaje sacado tanto de Edén como de Sion (cf. Is. 54:11; Ap. 21:19), el estado eterno de la iglesia se identifica con la santa ciudad, la nueva Jerusalén (Ap. 21:9–10).

BIBLIOGRAFÍA

«Jerusalem, New», ISBE; MSt; G.F. Oehler, Theology of the Old Testament, pp. 509–521; G.N.H. Peters, Theocratic Kingdom; III, pp. 32–63.

  1. Barton Payne

IB Interpreter’s Bible

ICC International Critical Commentary

WC Westminster Commentaries

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

MSt McClintock and Strong, Cyclopaedia of Biblical, Theological and Ecclesiastical Literature

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (334). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. Introducción y descripción general

Jerusalén es una de las ciudades famosas del mundo. Bajo ese nombre data de, por lo menos, el 3º milenio a.C., y actualmente la consideran sagrada los adherentes de las tres grandes confesiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo, y el islam. La ciudad se encuentra en un lugar elevado en las montañas de Judea, a unos 50 km del Mediterráneo, y más de 30 km al O del extremo septentrional del mar Muerto. Está ubicada en una meseta de superficie bastante irregular, que desciende visiblemente hacia el SE. Hacia el E se encuentra el monte de los Olivos. Excepto en el N, el acceso a la ciudad se ve dificultado por tres profundas hondonadas que se juntan en el valle de Siloé, cerca del pozo de Bir Eyyub, al SE de la ciudad. El valle oriental es Cedrón; el occidental se conoce ahora como uadi al-Rababi, y probablemente sea el valle de Hinom; y el tercero corta la ciudad en dos partes antes de dirigirse hacia el S, y ligeramente hacia el E, para encontrarse con los otros dos. Esta última hondonada no se menciona o nombra en las Escrituras (aunque el Mactes de Sof. 1.11 bien puede haber sido el nombre de parte de ella), de modo que generalmente se la denonina valle del Tiropeón, e. d., valle de los queseros, según Josefo.

A cada lado del valle del Tiropeón se levantan eminencias, y la ciudad fácilmente puede dividirse en dos mitades, la oriental y la occidental. Si ignoramos alturas menos pronunciadas, podemos subdividir estas dos secciones en cerros septentrionales y meridionales. Cuando consideremos el crecimiento y el desarollo de la ciudad (véase IV) será importante tener presente estos detalles. Al considerar las respectivas alturas y profundidades de estos montes y valles debemos tener en cuenta que han cambiado considerablemente a través de los siglos. Esto es inevitable en toda ciudad continuamente habitada durante siglos, y particularmente cuando se han producido destrucciones periódicas. Capa tras capa de escombros y cascotes se apilan, las que en partes de Jerusalén llegan a más de 30 m. En el caso de Jerusalén también está el hecho de que en distintos períodos se ha tratado deliberadamente de rellenar los valles (especialmente el Tiropeón) y de reducir la altura de los cerros.

La provisión de agua para Jerusalén siempre ha presentado problemas. Aparte de Bir Eyyub, el pozo que ya hemos mencionado, sólo está el manantial de la Virgen, conectado mediante un acueducto con el estanque de Siloé. Hay, y siempre ha habido, otros embalses de agua, por supuesto, como Betesda en la época del NT, y el estanque Mamila en el día de hoy, pero todos dependen de las lluvias o de acueductos para tener agua. Bir Eyyub y el manantial de la Virgen con toda probabilidad son el En-rogel y el Gihón bíblicos, respectivamente. Bir Eyyub se encuentra al SE de la ciudad, en la unión de las tres gargantas mencionadas anteriormente. El manantial de la Virgen se encuentra directamente al N de Bir Eyyub, al E y un poco al S del área del templo. De este modo resulta evidente que solamente la parte suroriental de Jerusalén tiene una provisión segura de agua. (Véase A. Mazar, “The Aqueducts of Jerusalem”, en Y. Yadin, Jerusalem Revealed, pp. 79–84).

II. Nombre

El significado del nombre es incierto. La palabra heb. generalmente se escribe yerûšālaim en el AT, pero esta es una forma anómala, ya que el heb. no puede tener dos vocales consecutivas. Esta anomalía quedó resuelta en el heb. posterior por la inserción de la letra “y”, quedando así yerûšālayim; esta forma efectivamente aparece algunas veces en el AT, p. ej., Jer. 26.18. Esto puede haberse interpretado como un dual (porque la terminación -ayim es dual), y, en consecuencia, haberse considerado a la ciudad en forma doble en algún aspecto. (Similarmente, el nombre heb. pan “Egipto”, miṣrayim, parece ser dual.) Pero no cabe duda de que la forma original de la palabra en heb. era yerušālēm; esto queda evidenciado por la abreviatura šālēm (en cast. “Salem”) en Sal. 76.2, y por la forma arm. del nombre yerûšlēm que encontramos en Esd. 5.14, etc.

Este nombre es preisraelita, y aparece en los textos de execración egp. (ss. XIX-XVIII; la forma parecería ser Rusalimum) y en documentos as. posteriores (como Urusalim o Urisalimmu). También figura el nombre en el archivo de *Ebla, ca. 2500 a.C. Generalmente se piensa que la primera parte del nombre signfica “fundación”; el segundo elemento, que esta relacionado con el término heb. para “paz”, probablemente se refería a la deidad cananea Salem originalmente. Por lo tanto “fundación de Salem” es probablemente el sentido original del nombre; con el transcurso del tiempo, sin embargo, se habrá comenzado a asociar el segundo elemento con “paz” (heb. šālôm) en la mente de los judíos; cf. He. 7.2.

En el gr. neotestamentario el nombre se translitera de dos maneras diferentes: Hierosolyma (como en Mt. 2.1) y Hierousalēm (como en Mt. 23.37). Esta última forma es evidentemente una buena aproximación a la pronunciación heb., y además una prueba adicional de la existencia de una “e” como vocal final originalmente en hebreo. La primera de estas formas ha sido deliberadamente helenizada, a fin de que suene como palabra gr.; la primera parte de la voz nos recuerda inmediatamente el término gr. hieros, ‘santo’, y probablemente se le dio a toda la palabra el significado de “santo Salem”. La LXX sólo tiene la forma Hierousalēm, mientras que los escritores griegos clásicos utilizan Hierosolyma (p. ej. Polibio; así tamb. en lat., p. ej. Plinio).

Jerusalén se describe en Is. 52.1 como la ciudad santa, y hasta nuestros días sigue recibiendo este título. La frase heb. es ˓ı̂r haq-qōḏeš, literalmente “la ciudad de la santidad”. Probablemente la razón de este título es que Jerusalén tenía templo, el santuario en el que Dios se dignaba encontrarse con su pueblo. Por ello el término qōḏeš adquirió también el significado de “santuario” a la vez que “santidad”. Para el judaísmo, entonces, Jerusalén era la ciudad santa, sin rival alguno. Resultaba natural, por lo tanto, que Pablo y Juan, al comprender que la ciudad terrenal distaba de ser perfecta, designaran el lugar en el que Dios mora en verdadera santidad como “la Jerusalén de arriba” (Gá. 4.26), y la “nueva Jerusalén” (Ap. 21.2).

Para otros nombres aplicados a la ciudad, véase III, en secuencia histórica.

III. Historia

Se han encontrado rastros de un asentamiento prehistórico en Jerusalén, pero no se ha podido determinar su historia primitiva. Después de una leve mención en los textos execratorios egipcios, a principios del 2º milenio, vuelve a aparecer en el ss. XIV en las cartas de el-Amarna, en las que se indica que era gobernada por un rey de nombre Abd Jiba. En esa época se encontraba bajo el dominio de Egipto, y probablemente no era más que una fortaleza de montaña. Posibles referencias pentateucas a ella sean como Salem (Gn. 14.18) y la montaña en la “tierra de Moríah” en Gn. 22.2. Según una tradición muy antigua, este último lugar es donde posteriormente se construyó el templo, pero no hay forma de comprobar esto. En lo que respecta a Salem, es casi seguro que se trata de Jerusalén (cf. Sal. 76.2); de ser así, fue gobernada en los días de Abraham por un rey anterior, Melquisedec, que también era “sacerdote del Dios altísimo” (˒ēl ˓elyôn).

Cuando los israelitas entraron en Canaán Jerusalén se encontraba en manos de una tribu semita del lugar, los jebuseos, cuyo rey era Adonisedec. Este gobernante formó una alianza de reyes contra Josué, pero fueron completamente derrotados; empero Josué no tomó la ciudad, sin duda debido a las ventajas que ofrecía su posición natural. Quedó en manos de los jebuseos con el nombre de Jebús. Si comparamos Jue. 1.8 con Jue. 1.21 parecería que Judá tomó la parte de la ciudad por fuera de los muros de la fortaleza, y que Benjamín ocupó esta parte y vivió pacíficamente junto a los jebuseos en la fortaleza.

Esta era la situación cuando David fue coronado rey. Su primera capital fue Hebrón, pero pronto comprendió el valor de Jerusalén y se dispuso a capturarla. No se trataba solamente de una medida táctica, sino también diplomática, porque el uso de una ciudad en la frontera entre Judá y Benjamín tendría la virtud de reducir los celos entre ambas tribus. Los jebuseos se sentían seguros detrás de los muros de la ciudad, pero los hombres de David entraron de manera inesperada y tomaron la ciudadela por sorpresa (2 S. 5.6ss). En este pasaje encontramos un tercer nombre, “Sión”. Probablemente era el nombre del cerro sobre el que se encontraba la ciudadela; sin embargo, Vincent piensa que originalmente este nombre se aplicaba más bien al edificio de la fortaleza que al lugar que ocupaba.

Una vez tomada la ciudad, David mejoró las fortificaciones y construyó un palacio para sí; también instaló el arca en su nueva capital. Salomón siguió fortificando la ciudad, pero su mayor logro fue la construcción del templo. Después de su muerte, y de la consiguiente división de su reino, Jerusalén experimentó cierta declinación, como era de esperar, ya que en adelante sería la capital de Judá únicamente. Ya en el quinto año de su sucesor, Roboam, el templo y el palacio real fueron saqueados por tropas egipcias (1 R. 14.25s). También los merodeadores filisteos y árabes saquearon el palacio en el reinado de Joram. Siendo rey Amasías, parte de los muros de la ciudad fueron destruidos a causa de un pleito con el rey del N, Joás, y nuevamente hubo pillaje en el templo y en el palacio. Uzías reparó el daño ocasionado a las fortificaciones, de modo que en el reinado de Acaz la ciudad pudo soportar los ataques de los ejércitos combinados de Siria e Israel. Poco tiempo después el reino del N sucumbió ante los asirios. Ezequías de Judá también tenía buenas razones para temer el poder asirio, pero Jerusalén escapó providencialmente. Para casos de sitio construyó un conducto para mejorar la provisión de agua potable a la ciudad.

Nabucodonosor de Babilonia capturó la ciudad en 597, y en 587 a.C. destruyó la ciudad y el templo. Al final de ese siglo los judíos, entonces bajo el dominio de los persas, fueron autorizados a retornar a su tierra y su ciudad, y reconstruyeron el templo, pero los muros de la ciudad permanecieron en ruinas hasta que Nehemías los restauró a mediados del ss. V a.C. Alejandro Magno liquidó el poder del imperio persa a fines del ss. IV, y después de su muerte su general Tolomeo, fundador de la dinastía tolemaica en Egipto, entró en Jerusalén y agregó la ciudad a su reino. En 198 a.C. Palestina cayó bajo el poder de Antíoco II, el rey seléucida de Siria. Alrededor de 30 años más tarde, Antíoco IV entró en Jerusalén, destruyó sus muros, y saqueó y profanó el templo, e instaló una guarnición siria en la ciudad, en el Acra. Judas Macabeo encabezó una revuelta judía, y en 165 a.C. se volvió a consagrar el templo. Él y sus sucesores gradualmente fueron ganando independencia para Judea, y la dinastía asmonea gobernó sobre una Jerusalén liberada hasta mediados del ss. I a.C., época en que Roma intervino. Los generales romanos forzaron la entrada de la ciudad en 63 y 54; un ejército la saqueó en el año 40; y tres años más tarde Herodes el Grande tuvo que entrar por la fuerza para volver a controlarla. Primero tuvo que reparar el daño causado por estas diversas incursiones, luego se embarcó en un vasto programa de construcciones, y erigió algunas torres notables. La más renombrada de sus obras fue la reconstrucción del templo, en escala mucho más grandiosa, aunque la tarea no se completó durante la vida de dicho monarca. Una de sus torres fue la Antonia, que dominaba el área del templo (y que posteriormente fue sede de la guarnición romana que acudió en ayuda de Pablo en Hch. 21.34).

La revuelta judía contra los romanos en 66 d.C. sólo podía tener una conclusión; en el 70 d.C. el general romano Tito entró por la fuerza en Jerusalén y destruyó sus fortificaciones y el templo. Dejó tres torres en pie; una de ellas, Fasael, todavía se mantiene, y fue incorporada a la llamada “torre de David”. Pero mayores desastres tenían que caer sobre los judíos: otra revuelta en 132 d.C. dio como resultado la reconstrucción de Jerusalén (en escala mucho menor) como ciudad pagana, dedicada a Júpiter Capitolino, de la que fueron excluidos todos los judíos. Esto fue obra del emperador Adriano, quien llamó a la ciudad recién reconstruida Aelia Capitolina (nombre que fue incorporado al árabe, incluso, como Iliya). Sólo en el reinado de Constantino (a principios del ss. IV) se permitió a los judíos entrar nuevamente en la ciudad. Desde entonces la ciudad dejó de ser pagana y se volvió cristiana, y se construyeron muchas iglesias y monasterios, entre ellas la iglesia del Santo Sepulcro.

Jerusalén sufrió muchas vicisitudes después del ss. II; ha sido capturada, ocupada y administrada, en diversas épocas, por tropas persas, árabes, turcas, británicas, e israelíes, como también por los cruzados. Los adelantos edilicios más importantes en la ciudad vieja (en oposición a los suburbios modernos de rápido crecimiento) se deben a los musulmanes primitivos, los cruzados, y finalmente al sultán turco Suleimán el Magnífico, que en 1542 reconstruyó los muros de la ciudad en la forma en que podemos verlos actualmente. Los israelíes dieron a la ciudad su antiguo nombre heb. yerûšālayim; generalmente los árabes la llaman al-Quds (al-Sharı̂f), ‘el (noble) santuario’.

IV. Crecimiento y extensión

Debemos aclarar desde el comienzo que la historia física de Jerusalén es bastante incierta. Esto, por supuesto, se debe en parte a los desastres y destrucciones periódicos, y a las capas de escombros que se han apilado a través de los siglos. Estos factores han causado dificultades en otras partes también, pero a menudo los arqueólogos han podido solucionarlas en gran medida. La dificultad particular con Jerusalén es que ha sido continuamente habitada y todavía lo está, de modo que es difícil llevar a cabo excavaciones. Los arqueólogos tienen que cavar donde pueden, y no donde piensan que valdría la pena hacerlo. Por otra parte, hay una abundancia de tradiciones: cristianas, judías, y musulmanas; pero en muchos casos no resulta fácil evaluarlas. De modo que subsisten las dudas y la controversia; sin embargo, en el último siglo se han hecho muchos trabajos arqueológicos valiosos, lo que ha permitido resolver algunos problemas.

En ninguna parte de la Escritura encontramos una descripción sistemática de la ciudad. Lo más cercano es la narración de la reconstrucción de los muros por Nehemías. Pero hay un gran número de referencias que ofrecen alguna información. Es necesario unirlas y colocarlas dentro del cuadro que nos proporciona la arqueología. Nuestra primera descripción de la ciudad es la de Josefo (GJ 5.136–141); Josefo ofrece allí el fondo para su narración de la captura gradual de la ciudad por Tito y los ejércitos romanos. También es necesario ubicar esto en el cuadro general.

Las excavaciones han demostrado concluyentemente que la ciudad más primitiva se encontraba en el cerro al SE, zona que ahora está completamente fuera de los muros de la ciudad (el muro meridional fue llevado algo hacia el N en el ss. II d.C.). Debemos tener en cuenta que la Sión original se hallaba sobre la colina oriental; en la época de Josefo ya se había dado erróneamente el nombre al cerro del SO.

Poco queda del período anterior a los jebuseos, pero podemos inferir que una pequeña ciudad creció en la colina SO, cerca del manantial de Gihón en el valle hacia el E. Los jebuseos agrandaron la ciudad hasta cierto límite, principalmente con la construcción de terrazas hacia el E, de modo que su muro oriental quedaba bastante abajo de la ladera, hacia el manantial. Parecería que esta terraza y el muro oriental necesitaron mantenimiento y reparaciones frecuentes, hasta su destrucción final por los babilonios a principios del ss. VI a.C., después de lo cual el muro oriental fue nuevamente movido hacia la colina. La opinión actual se inclina a considerar que el término *“Millo” (p. ej. 2 S. 5.9; 1 R. 9.15), que se deriva de una raíz heb. que significa “llenar”, se refiere a esta terraza.

En tiempos de paz era práctica común construir las casas fuera de los muros, lo que cada tanto requería la construcción de nuevos muros y fortificaciones. La ciudad de David y Salomón se extendía hacia el N, en particular, y el templo se encontraba sobre el cerro NE; el palacio real probablemente estaba ubicado en la zona entre la ciudad más antigua y el área del templo.

La zona intermediaria es probablemente “el Ofel” de pasajes tales romo 2 Cr. 27.3, °vm (el nombre significa “hinchazón”, y fue aplicado a la ciudadela de otras ciudades también, p. ej. Samaria, cf. 2 R. 5.24, °bj ); pero algunos eruditos aplican el término a toda la colina oriental que se encuentra al S del templo. La ciudad jebusea, o quizás más estrictamente su fortaleza central, ya tenía el nombre de “Sión” (cuyo significado es incierto, quizás “área seca” o “eminencia”) en la época de su captura por David, después de lo cual se llamó “ciudad de David” (cf. 2 S. 5.6–10; 1 R. 8.1). El nombre “Sión” se volvió, o siguió siendo, sinónimo de Jerusalén en general.

En los prósperos días del ss. VIII a.C. la ciudad comenzó a extenderse hacia la colina occidental; parecería que este nuevo suburbio se conoció como segundo barrio o Misné (2 R. 22.14). Posteriormente un muro lo circundó, construido ya sea durante el reinado de Ezequías (cf. 2 Cr. 32.5) o algo más tarde. Lo que es seguro es que esta ampliación incluía el cerro NO, pero no se ha podido determinar si el cerro SO estaba ocupado en esa época. Los arqueólogos israelíes han llegado a la conclusión de que sí lo estaba, y de que el estanque de Siloé se hallaba dentro de los muros de la ciudad en el reinado de Ezequías; pero K. M. Kenyon sostiene lo contrario.

Jerusalén fue saqueada por las tropas de Nabucodonosor en 587 a.C.; la mayoría de los edificios fueron destruidos, y se demolieron los muros de la ciudad. El templo fue reedificado a fines del siglo, y Jerusalén nuevamente tuvo una pequeña población; pero no fue hasta mediados del ss. V que las autoridades persas permitieron la reconstrucción de los muros de la ciudad por parte de Nehemías.

Es indudable que Nehemías reconstruyó los muros anteriores hasta el punto que le fue posible, pero de las excavaciones se desprende claramente que la colina occidental quedó abandonada, como así también las laderas orientales del cerro SE. Las terrazas jebuseas fueron tan completamente demolidas que no fue posible repararlas, y fue por ello que Nehemías llevó el muro oriental hasta la colina.

Lamentablemente la descripción que hace Nehemías de la Jerusalén de sus días plantea numerosos problemas. Por un lado, no resulta claro cuáles puertas se encontraban en los muros de la ciudad, y cuáles estaban en el templo. Por otra parte, hay numerosas dificultades textuales en los pasajes pertinentes de Nehemías. Además, no ofrece ninguna indicación en cuanto a dirección o en cuanto a cambios de dirección. A esto tenemos que añadir el hecho de que los nombres de las puertas cambiaban con cierta frecuencia. Debido a las recientes excavaciones es necesario revisar los intentos anteriores de interpretar los datos de Nehemías. Resulta bastante claro, sin embargo, que el circuito que se describe en Neh. 3 sigue una dirección contraria a las agujas del reloj, y que comienza al N de la ciudad.

Hay pocos indicios de que la ciudad llegara hasta la colina occidental nuevamente hasta el ss. II a.C. Después de la revuelta de los Macabeos la ciudad comenzó a crecer nuevamente. A Herodes el Grande se le debe un considerable programa de construcciones a fines del ss. I a.C., y la ciudad siguió creciendo hasta su destrucción al final de la rebelión judía (66–70 d.C.). Nuestra principal fuente literaria para todo este período es Josefo; pero su información deja sin resolver una cantidad de problemas.

El primero de ellos es la posición del “Acra”, la fortaleza siria levantada en Jerusalén en 169 a.C. Evidentemente su propósito fue mantener los atrios del templo bajo estrecha vigilancia, pero ni Josefo ni 1 Mac. aclaran si la guarnición estaba ubicada al N, al O, o al S del templo. Las opiniones están divididas, pero las más recientes excavaciones tienden a apoyar la tercera posibilidad (véase BASOR 176, 1964, pp. 10s).

Un segundo problema es la dirección de la “segunda muralla” y la “tercera muralla” mencionadas por Josefo, que nos dice que los romanos penetraron en Jerusalén en 70 d.C. atravesando progresivamente tres muros septentrionales. Josefo describe los puntos terminales de los tres muros, pero no ofrece información con respecto a la línea que seguían. Las excavaciones han complementado su información aquí y allí, pero aun así queda mucha incertidumbre.

K. M. Kenyon identificó los restos de una antigua muralla en la actual puerta de Damasco como parte del tercer muro, pero según los arqueólogos israelíes es parte del segundo muro; los descubrimientos mas al N han sido relacionados con el tercer muro por estos últimos, pero Kenyon afirma que se trata de una muralla de circunvalación (erigida por Tito durante el sitio de Jerusalén). La tercera muralla se comenzó bajo Agripa I (41–44 d.C.), y estaba recién terminada cuando empezó la guerra judía del 66 d.C., de modo que poco servirían los métodos estratigráficos para distinguir el muro de Agripa del de Tito.

Un punto de especial interés relacionado con la segunda muralla, que debe haber sido construida en el ss. II o I a.C. (Josefo no da la fecha de su construcción), es su relación con la iglesia del Santo Sepulcro. Si, en efecto, la iglesia señala el auténtico sitio de la crucifixión y el entierro de Cristo, debe haberse encontrado fuera de los muros de la ciudad; pero durante muchos años se dudó de si el lugar se encontraba dentro o fuera de la línea del segundo muro (todavía no existía el tercer muro). Actualmente se ha establecido que esta zona está al N de la muralla, y por lo tanto, el lugar puede ser auténtico.

La ciudad quedó en ruinas entre 70 d.C. y la revuelta de Barcoquebá, 60 años después. El emperador Adriano reconstruyó posteriormente la ciudad y la denominó Aelia Capitolina; esta ciudad fue mucho más pequeña que la anterior, con la permanente retracción del muro meridional. Durante la era cristiana el tamaño de Jerusalén se ha mantenido constante. El área amurallada actual (“la ciudad vieja”) adquirió su forma definitiva bajo Sulcimán el Magnífico en el ss. XVI.

V. Significación teológica

Por metonimia natural los nombres “Sión” y “Jerusalén” frecuentemente se aplican al conjunto de ciudadanos (incluso cuando estaban en el exilio), a toda Judá, a todo Israel, o a todo el pueblo de Dios.

Jerusalén representa un papel teológico importante en ambos testamentos; en este sentido tampoco es fácilmente distinguible del país en su totalidad. Dos temas predominan: Jerusalén es, al mismo tiempo, el lugar de la infidelidad y desobediencia de los judíos, y también el lugar de la elección, la presencia, la protección, y la gloria de Dios. La evolución de la historia ha demostrado la validez del primero de ellos, que inevitablemente provocó la ira divina y su correspondiente castigo; las glorias de la ciudad sólo pueden encontrarse en el futuro. (Véase especialmente Is. 1.21; 29.1–4; Mt. 23.37s; y Sal. 78.68s; Is. 37.35; 54.11–17). El contraste entre lo real y lo ideal naturalmente dio lugar al concepto de una Jerusalén celestial (cf. Ga. 4.25s; He. 12.22; Ap. 21).

Bibliografía. °J. Jeremías, Jerusalén en los tiempos de Jesús, 1977; H. Schultz, “Jerusalén”, °DTNT, t(t). II, pp. 373–377; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 410ss; A. Parrot, El templo de Jerusalén, 1962; G. F. Owen, Jerusalén, 1975; G. E. Wright, Arqueología biblica, 1975, pp. 181ss; H. Haag, V. D. Born, S. de Ausejo, “Jerusalén”, °db, 1951.

Sobre historia y arqueología, véase especialmente K. M. Kenyon, Digging up Jerusalem, 1974, y bibliografía allí detallada; Y. Yadin (eds.), Jerusalem Revealed, 1975; B. Mazar, The Mountain of the Lord, 1975; EAEHL, 2, pp. 579–647. Sobre condiciones económicas y sociales, véase J. Jeremias, Jerusalem in the Time of Jesus, 1969. Sobre teología véase TDNT 7, pp. 292–338; W. D. Davies, The Gospel and the Land, 1974.

D.F.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Respecto a la Ciudad Santa de Jerusalén, vea los siguientes artículos:

Jerusalén (antes de 71 d.C.)

Jerusalén (71 – 1099)

Jerusalén, Reino Latino de (1099-1291)

Jerusalén (Después de 1291)

Fuente: Enciclopedia Católica