LENGUAJE

Psa 19:3 no hay l, ni palabras, ni es oída su voz
Psa 81:5 cuando salió por .. oí l que no entendía


tip, ABEC TIPO

ver, BABEL

vet, (a) LENGUAJE FIGURADO. En la Biblia, como en el lenguaje ordinario, se usan metáforas y figuras de lenguaje para expresar conceptos abstractos que escapan a los sentidos. Un ejemplo en el lenguaje ordinario es cuando hablamos de “sentimientos elevados” o de “pensamientos bajos”. Estas expresiones posicionales tomadas del mundo de lo fí­sico sirven para calificar algo que no tiene posiciones, pero con lo que expresamos sus cualidades de una manera comprensible. Es de señalar que estos usos del lenguaje son para clarificar y no para oscurecer. Son numerosas las figuras de lenguaje usadas en la Biblia, procedentes de la vida diaria y de la naturaleza. El Señor usó intensamente el lenguaje figurado en sus parábolas. Pablo también lo usa en diversas ocasiones, como en el famoso pasaje de la armadura cristiana (Ef. 6:11-17). En el Sermón del Monte, el Señor Jesús, usa una serie de ví­vidas imágenes de lenguaje figurado: “hambre y sed de justicia”; “limpio corazón”; “sois la sal de la tierra”; “sois la luz del mundo”, etc. (Mt. 5). (b) LENGUAJE Lengua en sentido propio (Ex. 11:7; Stg. 3:6; Jb. 29:10, etc.). La lengua es asimismo un modo de expresión, el lenguaje (Gn. 10:5; Hch. 2:8). Durante mucho tiempo después del Diluvio, los descendientes de Noé hablaban todos en el mismo lenguaje (Gn. 11:1). El juicio que cayó sobre los hombres en Babel llevó a la confusión de su lenguaje y a su dispersión sobre toda la tierra (vv. 2-9). (Véase BABEL.) Los descendientes de Noé empezaron a hablar distintas lenguas y dialectos. Los pueblos surgidos de Jafet dieron origen al grupo de lenguas indoeuropeas (Gn. 10:25), que entre otras comprenden: el sánscrito, el pracrit, y las lenguas neohindúes; los lenguajes de Irán; el griego antiguo y sus derivados modernos; las lenguas itálicas y románicas, celtas, germánicas, leto-eslávicas; armenio, albanés. Los semitas iniciaron los distintos dialectos semí­ticos (vv. 21-31), entre otros el acádico, incluyendo el babilonio y asirio, el arameo (v. 22), el hebreo, el etiópico (véase SEMITA). Los descendientes de Cam dieron origen a todo el grupo de lenguas camitas. (Véase Bibliografí­a en BABEL, especialmente el trabajo de A. C. Custance.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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El mayor don natural que el hombre tiene, además del conocer y del amar, es el poder comunicarse con los demás y transmitir y recibir expresiones transmisoras de los conocimientos y de los afectos. El tema del lenguaje debe ser muy importante en la vida de los educadores, sobre todo de los que transmiten valores y sentimientos superiores.

Noam Chomsky escribí­a: “La construcción de cualquier gramática de una lengua por cualquier lingüista es en algunos aspectos, análoga a la adquisición del lenguaje por el niño.

El niño cuenta con los datos inanalizados del medio social en que vive. El lingüista trata de formular las reglas de la lengua… Aplica ciertos principios para seleccionar una norma entre muchas posibles, pero que le parece la que mejor se aplica a todas las cosas. El lingüista trata de descubrir teorí­a con principios, condiciones y procedimientos que el niño aplica al adquirir su domino de la lengua. El lingüí­sta llega a la Gramática. El niño se aplica a la vida”.

1. Expresividad como impulso

El ser humano es comunicativo por naturaleza. Sus riquezas interiores no pueden quedar detenidas y agotadas en sí­ mismo, sino que se proyectan necesariamente hacia los demás. Al mismo tiempo desea recibir los mensajes que los otros emiten, a fin de confrontarlos con las propias riquezas interiores y reaccionar con aceptación o rechazo, con satisfacción o insatisfacción.

1.1. Doble función
Una doble labor interna se establece en el hombre: expresión y comprensión.

+ La expresión responde a la necesidad de lanzar hacia el exterior lo que se lleva dentro- ideas, deseos, necesidades, sentimientos, preferencias. Pensar en un ser humano inexpresivo, puramente pasivo, que todo lo guarda en su interior sin enviar nada al exterior, es una contradicción antropológica. Un hombre no comunicativo no podrí­a ser definido, al menos en el plano práctico como un verdadero hombre.

+ La comprensión equivale a la capacidad de recibir e interpretar los mensajes ajenos. Lo que los otros dicen es recibido por cualquiera que se pone en el camino de] mensaje. Pero no basta la recepción para que exista comprensión. Cierta homogeneidad y familiaridad de signos hace posible el captar su intención y su significación. Y así­, detrás de esa interpretación, nacerá la comprensión que provocará la reacción.

No es fácil determinar cuál es el primero o lo más esencial en la conciencia radical del hombre. Si a primera vista es prioritario el comprender antes que el expresar, pues a través de la comprensión se adquieren los modos y los hábitos de expresión, no deja de haber poderosas razones para sospechar que la expresión es condición del equilibrio mental. En ningún caso puede el hombre dejar de anunciar lo que hay en su interior, incluso antes de que lleguen a la comprensión.

El resultado, tanto de la comprensión como de la expresión, es lo que llamamos lenguaje. El lenguaje necesita unos instrumentos en que encarnarse. A ellos les denominamos “lenguajes”. Y al mismo tiempo el lenguaje precisa de unas normas formalizadoras y correctores de su expresión, a esas normas las denominamos lengua.

1.2. Lengua y lenguaje
El lenguaje es por lo tanto una necesidad humana. Es un vehí­culo para hacer efectiva la expresión y la comprensión. Es un conjunto de intenciones que encierran un significado. Es un carril por el que se desliza la expresividad y la energí­a que la impulsa.

– Los lenguajes son los modos concretos y los instrumentos inmediatos de hacer real y auténtico el lenguaje. Esos modos son signos visuales, auditivos, manipulativos, naturales, artificiales, continuas, intermitentes, plásticos, gráficos, verbales y mucho más que nos dan idea de la enorme riqueza que encierra el motor que los produce que es la capacidad y la necesidad expresiva humana.

– La lengua es la corrección, el orden, la coherencia, la precisión, con que se fabrican y emiten los lenguajes. Es la norma de la expresión y la forma convencional y cambiante de la comunicación. Por eso decimos que la lengua es el ropaje que envuelve el lenguaje. Los lenguajes son los cauces por los que se exterioriza el lenguaje.

En todo caso el lenguaje es al mismo tiempo motor de expresión y resultado de la expresividad. Como motor impulsa a la comunicación. Como fruto de la comunicación, encauza también la necesidad expresiva.

No todos los expertos en la comunicación coinciden en las terminologí­as, pues el tema de la expresividad ha sido siempre objeto desafiante para lingüistas y para psicólogos de la comunicación.

– Fernando de Saussure (1857-1917) preferí­a hablar de lenguaje como raí­z de la expresión, de habla como resultado natural y de lengua como producto sometido a regias.

– R. Jakobson (n. 1896) y N. Chomsky (n. 1928) siguen diferenciando insistentemente lo que es el lenguaje, lo que es la lengua, lo que es la expresividad, lo que son tantos conceptos que se precisan para múltiples explicaciones y relaciones gramaticales.

Pero casi todos coinciden con los grandes psicólogos del lenguaje en la necesidad de valorar la expresividad como una de las grandes, cualidades, aptitudes y necesidades del hombre.

– K. Bühler (1879-1963) ya en su libro “Teorí­a del Lenguaje”, publicado en 1934, se caracterizó por sus investigaciones sobre esa necesidad que reconocí­a como la más humanizante del mundo. Por ella precisamente llega el hombre a construir su riqueza mental y sin ella el ritmo del desarrollo intelectual se debilita y conduce a la deficiencia.

– También J. Piaget (1896-1980), en su libro “La inteligencia y el pensamiento en el niño”, ha sentido la decisiva trascendencia de la expresividad para que la mente crezca. El salto de los pensamientos concretos y sensoriales a los pensamientos generales y abstractos parece dirigido por el modo preciso como el lenguaje del niño se desenvuelve.

1.3. Lenguaje como conexión
La mente siempre tiende a establece una relación con un interlocutor real o ficticio, natural o artificial, con capacidad de respuesta o con supuesta capacidad de escucha. Sin alguien que capte el mensaje, la mente queda paralizada, pues parálisis es el silencio mental.

Por eso, en los procesos de comunicación, buscamos un ser que reciba nuestro mensaje.

– Puede ser nuestro yo mismo y entonces nos hablamos de una forma reflexiva y sugestiva – Puede serlo algo o alguien inanimado, y hablamos a las cosas o a los animales, como si fueran susceptibles de entender lo que decimos – Puede nuestra menta hablar con un ser espiritual, distante o superior y entonces transmitimos, en forma de plegaria o de deseo, nuestros sentimientos o ideas.

– Y de ordinario lo es una ser inteligente que escucha y responde, que entiende y sugiere, que interpreta y completa lo que poco a poco vamos diciendo.

Si hablamos con nosotros mismos, simulamos una autoconversación, pues nos convertimos en emisores y receptores al mismo tiempos. Si hablamos con los demás, decimos cosas, cuando las aprobarnos o repudiamos, incluso cuando nos discutimos a nosotros mismos las determinaciones.

En todo caso, la riqueza expresiva de nuestra personalidad y de nuestra mente se desenvuelve con multitud de estilos, formas y modalidades.

– Unas veces son formas simplemente delarativas o informativas, contentándonos con enviar unos contenidos neutros, que esperamos sean entendidos. Pero también elaboramos otras formas expresivas – Empleamos la impositiva, o la comunicación de órdenes y usamos la forma verbal del imperativo, – A veces preferimos la afectiva, o expresión de sentimientos, y empleamos con soltura formas verbales como el modo subjuntivo o el condicional – En ocasiones elegimos la poética o creativa, que conduce a la formulación de metáforas y figuras de lenguaje.
2. Tipos de lenguaje humano
La gran capacidad expresiva del hombre le ha llevado a lo largo de su proceso histórico y constitutivo a incrementar progresivamente los lenguajes y los instrumentos usados. Lo ha hecho como ser dinámico y evolutivo a lo largo de cientos de miles de años, tal vez de millones, pasando poco a poco de meras comunicaciones orales a otras más complejas y en los últimos tiempos sofisticadas. A medida que ha desarrollado su inteligencia, ha debido potenciar sus lenguajes, pues ha necesitado comunicarse más.

Y lo ha hecho también individualmente, saltando desde la mera comunicación sensorioafectiva del recién nacido hasta la más intelectual de los lenguajes artificiales y convencionales.

Este proceso colectivo de toda la especie, y también individual de cada persona, ponen al alcance del hombre formas de precisión creciente y de riqueza abundante.

2.1. Formas por la expresión
Es tradicional clasificar los modos del lenguaje humano en tres géneros o formas: la oral, la gráfica, la mí­mica.

2.1.1. El lenguaje oral
Es el que se fundamenta en la palabra sonora. En este lenguaje entra en juego, supuesta la acción intelectual interior, la emisión de sonidos articulados para la que está singularmente dotado el organismo humano.

Existe también la más compleja capacidad auditiva del receptor, el cual debe percibir materialmente el sonido, pero debe interpretar la intensidad, el tono, el ritmo, las modulaciones con son los verdaderos modos comunicativos.

Ningún otro animal está tan especialmente preparado quedando todos ellos en la mera capacidad repetitivo de sonidos especí­ficos de cada uno (el perro ladra, el caballo relincha, el jilguero trina, etc.). Incluso en aquellas formas en que, como en el caso del delfí­n, existe cierta diferenciación de sonidos, o en la de los loros, que sólo cuentan con cierta habilidad para el mimetismo, se hallan las destrezas infinitamente ricas del hombre.

Sólo el ser humano puede realizar una impresionante variedad de modulaciones y sólo él puede imprimir intencionalidad y significación a sus productos sonoros.

Con esa capacidad elabora fórmulas de gran complejidad. Miles y miles de Términos le sirven para expresar sus conceptos abstractos o intuitivos. Es capaz de relacionar los términos y construir frases o sentencias de muchas formas: afirmativas, negativas, dubitativas, interrogativas, admirativas, etc. Y, además, puede hilvanar las frases en cadenas o argumentos, y en ellas expresa subordinación y coordinación, discursos o reflexiones, análisis o sí­ntesis, como vimos al tratar de la inteligencia humana.

Además, el modo de realizar esa expresividad oral puede hacerlo él sólo o intercalando su expresión oral con la de otros colaboradores en su actividad reflexiva o discursiva.

– Monologa cuando expone él únicamente y emite al exterior su pensamiento en una elocución o disertación dirigida por su mente.

– Dialoga cuando intercala sus expresiones con otro personaje que sincroniza y sintoniza con él sus enunciados.

– Conversa cuando establece coloquios o intercambios con varios interlocutores que armonizan sus emisiones verbales en una común dirección.

La lista de modelos y ejemplos de comunicación oral es abundante: discusión, protesta, homilí­a, entrevista, arenga, conferencia, debate, confidencia, insulto, súplica, etc.

2.1.2. Lenguaje gráfico
Es el que se consigna en documentos o instrumentos a los que se llega con la vista o con otros sentidos no auditivos. El lenguaje escrito supone una mayor capacidad intelectual. Por eso tarda más en aparecer en la historia humana y también en el proceso de enriquecimiento expresivo del individuo.

Requiere mucha habilidad para establecer relación entre elementos significantes y sus correspondientes significados artificiales y convencionales. Este lenguaje gráfico puede ser de dos tipos: verbal o simplemente figurativo.

– Verbal es el que, a partir de un código de signos, ya sea fonético como el fenicio, ya sea ideográfico como el chino, expresa conceptos simples o conceptos complejos.

– No verbal o figurativo es el que usa otros emblemas que transmiten ideas de objetos, cualidades o acciones. Los no verbales emplean los dibujos naturales o representativos. 0 emplean también signos convencionales a los que por acuerdos tácitos o por usos generalizados se les atribuye un significado determinado. Un código con señales de tráfico es ejemplo expresivo.

El valor de los lenguajes gráficos está en la significación que se encierra en los signos. Requiere un aprendizaje oportuno de los modelos. Y, sobre todo, su utilidad se halla en el hábito de interpretarlos de una manera cómoda y automática.

Los alfabetos fonéticos son los más usados en sus diversas formas desde el primer milenio antes de Cristo. Ellos sustentan culturas tan impresionantes como las latinas, las griegas o las o arábigas. Pero son un verdadero desafí­o a los cientí­ficos los otros modelos antiguos como los egipcios, los mesopotámicos o los asiáticos, no menos que los existentes en el continente americano en multitud de lugares y culturas todaví­a en ví­as de suficiente interpretación.

2.1.3. El lenguaje mí­mico
+ Existe el lenguaje que llamamos corporal, dinámico o estático, gestual o no gestual. Tiene también importancia decisiva para la comunicación, pues basta su existencia para transmitir un mensaje que puede ser captado, interpretado, imitado o tal vez contradicho.

Son mí­micos los signos convencionales y producen modos individuales o colectivos de expresar un sentimiento una actitud, un deseo o una disposición. Lo son los gestos, los usos y costumbres, los vestidos, los peinados, los adornos, los ritos religiosos y funerarios, los obsequios, las posturas corporales, los colores y mil más que estamos usando continuamente de forma más o menos consciente.

La Literatura, la Antropologí­a, la Sociologí­a, la Psicologí­a son ciencias humanas que no podrí­an desarrollarse sin esos lenguajes, pues entonces la expresividad quedarí­a encerrada en el interior de los hombres y de sus mentes.

2.2. Resultado: la comunicación
Con los diversos lenguajes, los grupos humanos se interrrelacionan, se comunican, se transmiten sentimientos y deseos, participan en el quehacer reflexivo común e, incluso, desarrollan sus capacidades intelectuales, afectivas, morales y, sobre todo, sociales.

La caracterí­stica básica de los lenguajes es su convencionalidad. Significa que son creaciones colectivas de los grupos humanos, quienes inventan y aceptan los significados de los signos.

Sólo los seres humanos son capaces de esta actividad porque sólo los tienen inteligencia y voluntad. Ningún animal es capaz de fabricar lenguajes, porque ellos carecen de dotes interpretativas. Los lenguajes son uno de los frutos más depurados de la mente superior.

3. Instrumentos de comunicación
Para esta labor de intercomunicación, es preciso contar con instrumentos, pues con ellos se fabrican los signos y se transmiten. Con ellos también se reciben y se acumulan. La labor de interpretación y de asociación es propia de la mente. Pero ella quedarí­a aislada si no existieran vehí­culos de transmisión.

Como el hombre ha sido el único inteligente de los seres animados, ha multiplicado también los instrumentos que le han permitido inventar y perfeccionar lenguajes. El instrumento no es el lenguaje, pero hace posible su mayor precisión y su mayor receptividad. La expresividad viaja encarnada en lenguajes y los lenguajes viven materializados en los instrumentos.

3.1. Tipos de vehí­culos
No es fácil clasificar los instrumentos. Pero en general podemos decir que unos son más personales, como las catas, o más colectivos, como las emisiones de Televisión. Unos se apoyan más en los recursos naturales, como son los gestos manuales o faciales, y otros son más artificiales, como los instrumentos de escribir.

Unos son más antiguos como los adornos y otros son más recientes como los ordenadores y las computadoras. Unos son universales, como las danzas y bailes y otros son más especí­ficos de un pueblo o de un tipo concreto de personas como las fiestas de una aldea o el alfabeto Morse o el Braille.

Una manera entre otras de clasificar los instrumentos de comunicación es la que se fija en el tiempo y en la extensión de los signos que emplean.

Los más naturales fueron universales. Por ejemplo, la canción o los vestidos sirvieron siempre para expresar sentimientos o la posición de sus usuarios.

Y así­ fue la escritura que hizo posible el consignar mensajes concretos que trascendieran el tiempo y el espacio. Con ella se enviaron leyes, órdenes, deseos, amenazas o descubrimientos a hombres lejanos y con ella se conservaron datos para las generaciones siguientes.

– Hubo otros más artificiales. Por eso quedaron más encerrados en el grupo humano en el que nacieron y se desarrollaron. Por ejemplo, los ritos de las diversas religiones, las fiestas familiares, los usos celebrativos o funerarios, los adornos y emblemas que significaron los roles sociales o las posiciones jerárquicas de determinados personajes en un lugar o en una actividad.

3.2. Instrumentos modernos

Podemos llamar instrumentos modernos tecnológicos o cientí­ficos. Han nacido al calor de las revoluciones técnicas del último siglo. Entre estos instrumentos poseen especial importancia los que sirven para intercomunicarse los hombres de forma masiva, es decir con mensajes informativos que llegan a grupos anónimos.

Los massmedia han contribuido a cambiar los estilos de vida, los criterios y las costumbres, los ideales y los afanes, los modos de trabajo y la convivencia.

Hay que resaltar los influyentes instrumentos audiovisuales como la radio, el cine, la televisión, el video de consumo, los insaciables medios de propaganda y, sobre todo, las formas de prensa de consumo y de tráfico de noticias.

Estos instrumentos rompen las fronteras de los paí­ses y de las culturas, superan las diferencias lingüí­sticas y las normas éticas, allanan las creencias religiosas y diluyen los proyectos polí­ticos. Sirven al mismo tiempo para fomentar la comunicación y para anular las diferencias individuales.

También son cada vez más importantes los instrumentos electrónicos e informáticos, que son capaces de originar cierta dependencia viciosa de artilugio mecánico y estimulan la versatilidad de la mente y la atoní­a de la voluntad.

El ordenador y la tecnologí­a fácil están abriendo una brecha creciente entre los estilos de vida pasada y los reclamos insaciables de un consumo basado en necesidades artificiales que fácilmente deshumanizan y esclavizan con postulados aparentes de independencia. Precisamente por que surgen necesidades nuevas es preciso ahondar sus exigencias en el orden expresivo.

4. Ambitos de la comunicación
La tendencia expresiva del hombre le conduce a comunicarse con otros. Basta imaginar, o incluso experimentar, un perí­odo de incomunicación total en una isla, en una cárcel, en un hospital, etc., para sentir lo que es el lenguaje.

Los ámbitos en los que nos relacionamos y comunicamos pueden ser más naturales e imprescindibles y más variables o circunstanciales. Los primeros son necesarios para el equilibrio de la Personalidad. Los segundos se hallan en más dependencia de carácter o temperamento de cada uno.

Entre los medios más naturales recordamos algunos.

4.1. El ámbito familiar
Es el primero al que nos abrimos en la vida. Posee, por su propia naturaleza, intensa resonancia afectiva. Cuando la Personalidad llega a la madurez, la comunicación en la propia familia de origen hace posible que se inicie la comunicación con otra familia originada por cada uno, sea la natural originada en el matrimonio, sea cualquier comunidad de intensa convivencia.

La comunicación familiar es siempre necesaria para el hombre. Por eso es tan desintegradora la ruptura que puede acontecer en ella por diversas circunstancias en el matrimonio, entre hijos y padres, entre los miembros comunitarios entre los que se vive.

4.2. Ambitos sociales
El ámbito de las amistades y compañí­as incrementa el potencial comunicativo de las personas, al diversificar los proyectos y las empresas y al multiplicar los cauces y las ocasiones. El grupo de amigos fieles es imprescindible para la correcta maduración de la Personalidad y de la expresividad. Hay que saber elegirlo, cultivarlo, protegerlo y promocionarlo constantemente.

Entre los más variables y circunstanciales se hallan todos aquellos grupos o personas con los cuales hallamos ví­nculos de diversos modos de relación que se inician y conservan más opcionalmente.

– Los grupos culturales y formativos, como pueden ser en primer lugar los compañeros colegiales, los participantes en alguna entidad o movimiento deportivo, los que acompaña en la realización de algún trabajo, experiencia, viaje o actividad, son siempre ocasión de comunicación, centrada en propios objetivos. Pero al mismo tiempo se hallan alteradas por intereses especiales como son los mercantiles.

– Los grupos religiosos o morales, los centros de convivencia confesional las asociaciones piadosas y otros movimientos, facilitan comunicaciones espirituales y trascendentes que también son necesarias para la Persona.

– También hay que aludir a la importancia que tienen las relaciones esporádicas, que surgen de manera improvisada y que ofrecen encuentros informales.

Es evidente que esos cauces son tantos que resulta interminable clasificarlos por personas, tiempos, intenciones, circunstancias, etc.

– Y poseen la máxima importancia los encuentros sistemáticos por motivo de diversión y evasión, por motivo de profesión y trabajo, por necesidad de habitación común, por usos y costumbres que se extienden en determinadas poblaciones, como es la juvenil, etc.

5. Riesgos de la incomunicación

Un breve recuerdo a los principales riesgos de la incomunicación puede ponernos en guardia contra los nocivos efectos de esta situación de empobrecimiento. Todo lo que dificulte o interrumpa el ejercicio de la expresividad y el dominio de los diversos lenguajes debe ser considerado como estorbo que hay que superar.

En general las barreras más frecuentes provienen de la misma persona que se refugia en sí­ por timidez, por comodidad o por experiencias inhibidoras.

Quien se siente bloqueado en la comunicación con los demás por obstáculos exteriores o por conflictos interiores debe hacer lo posible para superar sus inhibiciones. Pero, no lo conseguirá, si no llega al convencimiento de que la expresividad es una cualidad cultivable.

Es una riqueza que se adquiere por el ejercicio progresivo, ya sea el natural que nos impone la vida, ya sea el intencional y programado que nos proponemos nosotros o nos facilitan los demás. Sólo así­ se mejora la expresividad como energí­a y se adquiere el lenguaje como cauce de expresión de esa energí­a. Reclama, pues, esfuerzos y continuidad en el empeño de relacionarse con los demás de forma correcta, pluriforme y abierta.

El que no es capaz de aceptarse como es o bien desarrolla ambiciones desproporcionadas a las propias posibilidades o bien se vuelve agresivo y más que comunicarse se distancia del entorno. El que pretende imponerse a los demás con sus ideas o sentimientos, más que intercambiar con ellos su riqueza interior corre riesgo de hundirse en su soledad y alejarse de una verdadera comunicación, situación por desgracia frecuente.

A veces la incomunicación proviene de la infravaloración de los propios recursos. Se corre entonces el riesgo psicopatológico del aislarse, del desconfiar de los demás, de caer en vicios o errores como el disimulo, de la timidez enfermiza, incluso de la hipocresí­a.

+ Será importante el aprender a superar en particular aquellas dificultades peculiares de cada uno que impiden la correcta y conveniente comunicación.

– La falta de hábitos en la expresión oral, sobre todo en público, puede ser una de las causas de la inhibición de la comunicación abierta y agradable.

– Quien tiene poca práctica en el uso de los recursos escritos y gráficos corre el riesgo de refugiarse en otros instrumentos más cómodos, como teléfono o internet, para llevar a otros su mensaje.

– La pobreza en aficiones lectoras, el desconocimiento de las posibilidades de la literatura, del periodismo o de otros usos cultos, así­ como la carencia de deseos de cultivo personal, coloca a muchas personas en formas repetitivas y restringidas de comunicación a cí­rculos muy limitados de interlocutores, lo cual impide la apertura del propio espí­ritu.

– También la infravaloración y el uso nulo de los múltiples medios expresivos que ofrecen los instrumentos modernos, entre los que podemos señalar los audiovisuales y los informáticos, reduce mucho los recursos y la adaptación.

Cada persona posee sus formas preferentes para comunicarse: la poesí­a, la fotografí­a, la canción, la carta, el teléfono, la conversación, etc. Aunque haya lenguajes preferidos, es importante saber usar muchos lenguajes y usarlos de hecho. Y es en los años infantiles y juveniles cuando se deben adquirir los buenos hábitos de comunicarse en diversidad de lenguajes y con variedad de instrumentos. Sólo así­ se logrará evitar el riesgo de quedarse en unos pocos o de empobrecerse con cauces poco útiles.

Será interesante tener a manos siempre diversas posibilidades expresivas. Las mentes creativas gozan con ello. Los espí­ritus pobres sienten temor a emplearlos y se restringen rutinariamente a los que siempre han empleado sin querer explorar nuevas posibilidades.

6. La comunicación religiosa

En el contexto de lo que son los lenguajes humanos y lo que es la comunicación entre los hombres, el educador de la fe puede y debe reflexionar sobre lo que demanda su tarea formadora. Debe ser hábil en la comunicación, en la expresión y la en comprensión en estos terrenos religiosos y espirituales.

Esto no se consigue sin frecuentes experiencias y sus actitudes abiertas, porque se trata de lenguajes que se desenvuelven en diversos campos intelectuales, sociales, afectivos, orales.

Comunicarse de modo informativo sobre un misterio cristiano (ideas, términos, relaciones, es muy diferente de hacerlo para intercambiarse un afecto, una norma moral, un sentimiento de admiración o una consigna ascética.

Es importante que el educador de la fe distinga esos terrenos que, además no son percibidos de la misma forma por los niños pequeños, por los jóvenes y por los adultos.

Es frecuente en muchas personas entender el “lenguaje religioso” como un modo de desahogo afectivo o una ocasión de proselitismo moral, defecto profesional en el que caen muchos pastores de almas. Buscan más la persuasión que la instrucción religiosa, más los rasgos piadosos que las ofertas evangélicas. En consecuencia mueven su religiosidad en una dimensión moralizante como si religión y moral fueran de la misma naturaleza y se expresan siempre con las mismas fórmulas.

Es necesario, sobre todo cuando se trata con personas adultas, jóvenes intelectuales o gentes de conciencia autónomna, redescubrir la dimensión kerigmática del mensaje evangélico y la necesidad de un lenguaje propositivo y no impositivo.

Ello implica claridad de conceptos y términos, que sólo una buena formación teológica y filosófica de la mente proporciona. Requiere también una dosis grande de habilidad comunicativa, las cual se incrementa cuando se trata de conocimientos abstracto o de sentimientos espirituales como es todo lo que tiene que ver con el mensaje religioso; y exige también, y sobre todo, persuasión y vivencia personal auténticas de los valores evangélicos.

La comunicación y el lenguaje de alcance religioso no puede reducirse a la palabra ni oral ni escrita. Hay algo en este terreno que se configura en las fronteras de los lenguajes humanos. A veces se llama unción, en ocasiones espí­ritu, los literatos lo denomina estilo y en términos cristianos se llama gracia

Pero hay una gracia humana y una gracia divina cuyas fronteras no siempre es fácil discernir. el educador de la fe siempre debe sentirse portador de una palabra divina envuelta en el ropaje de la palabra humana que él emplea.

Por eso, aunque estas expresiones parezcan mí­sticas, que el educador tenga su lenguaje claro que “si el Señor no construye la casa en vano se empeñan los albañiles.” (Salm. 126.1).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. cultura, Escritura, filosofí­a, inculturación, Palabra de Dios)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: I. El lenguaje: 1. Sistema; 2. Funciones.-II. Concepción filosófica especular del lenguaje: 1. Versión clásica y expresión de Dios; 2. Versión moderna y teologí­a.-III. Concepción filosófica naturalista del lenguaje: 1. La filosofí­a del lenguaje ordinario de Oxford; 2. El problema de Dios, según la analí­tica oxoniense.

I. El lenguaje
1. SISTEMA. Comúnmente, el lenguaje se describe como sistema de signos o sí­mbolos, producidos de manera deliberada por los órganos fónicos del hombre, mediante los cuales se expresan ideas, sentimientos y voliciones. El lenguaje es caracterí­stica exclusivamente humana. Y, aunque este término se aplique también a las comunicaciones del reino animal y se hable, por ejemplo, “del lenguaje de las abejas, de las hormigas o de los delfines”, éste no pasa nunca de la pura esfera instintiva. La razón de la diferencia fundamental entre el código comunicativo animal y el del hombre reside en el fenómeno conocido como doble articulación. La comunicación animal, aunque pueda referirse a algún acontecimiento externo, común tanto para el emisor como para el receptor, es una señal con valor siempre fijo que determina un tipo de comportamiento y sólo uno en el receptor. Por el contrario, la doble articulación asegura a los conjuntos significantes de las lenguas humanas un consante enriquecimiento respecto a las unidades léxicas y a sus significados. La segunda articulación es la que construye unidades significativas (monemas) a partir de unidades sucesivas mí­nimas no significativas, sino distintivas, llamadas fonemas. La primera articulación del lenguaje, en cambio, es la que construye el enunciado con unidades mí­nimas significativas o monemas. Si a esta estructura básica del lenguaje, como sistema, se le añaden las reglas sintácticas, lós fenómenos de sinonimia, de polisemia, de metonimia y de metáfora, entre otros,, se habrá esbozada con cierto rigor, el cuadro’ del, lenguaje humano en toda su riqueza’:
2. FUNCIONES. En el lenguaje, aparecen y se reflejan las tres zonas más importantes de la persona humana: la cognoscitiva, la sentimental y la volitiva. Esto se patentiza al examinar las funciones o los fines para los que el lenguaje sirve y es empleado. Tres son, según K. Bühler, estas funciones: apelativa, expresiva y representativa. En la apelativa, el hombre utiliza el lenguaje para dirigir la conducta de los demás. La función expresiva sirve para poner al descubierto nuestra interioridad, sus deseos y sentimientos. Finalmente, la función representativa muestra que las palabras están en lugar de las ideas y de las cosas. Guardan un nexo, tocan de algún modo la realidad. A este respecto, tratándose de formas nominales principalmente, cabrí­a distinguir entre la mera “deixis” (el objeto o cosa que la palabra señala o menta) y la “connotación” que es la palabra como vehí­culo portador de significados, entre los que se encuentra de modo eminente la “quididad” o “esencia de la cosa”.

Estas funciones, así­ descritas desde la perspectiva psicológica, los lingüistas las reducen a dos: una, central; otra, secundaria.

La central es la de la comunicación, entendiendo por tal la utilización de un código a través del cual se transmite un mensaje que constituye el análisis de una determinada experiencia en unidades semiológicas, con objeto de permitir a los hombres relacionarse entre sí­. La secundaria es la de la expresión. Esta es una manifestación de sí­ misma, al ser el receptor y emisor una sola y la misma persona que utiliza el lenguaje, para precisar en palabras lo que piensa sin preocuparse de las reacciones de los demás. Y, en muchos casos, para afirmar su existencia a sí­ mismo y a los oyentes. Algunos lingüistas añaden a estas funciones, otras como la “estética” y la “fática” que, para nuestro propósito en relación al lenguaje humano que habla o dice de Dios, carecen de mayor interés. Se trata de funciones de carácter puramente lingüí­stico que sirven, bien como ornamentación de las expresionescoloquiales, bien como signo de atención a la persona que habla.

II. Concepción filosófica especular del lenguaje
1. VERSIí“N CLíSICA Y EXPRESIí“N DE DIOS. La concepción ontológica referente al lenguaje que más ha permanecido en el tiempo, es la calificada como “especular o reflejo”. El núcleo central de esta concepción está constituí­do por la intuición filosófica de que el lenguaje es como una suerte de espejo (speculum) de la realidad. Las estructuras o categorí­as gramaticales reflejarí­an las estructuras o categorí­as de la realidad. Y, como consecuencia, habrí­a que afirmar que la corrección idiomática depende de la corrección lógico-ontológica de la percepción de la realidad. Así­, por ejemplo, del análisis de las oraciones, Aristóteles pasa a establecer las categorí­as ontológicas sustancia y accidente. A la pregunta primigenia de la filosofí­a griega qué son las cosas, el Estagirita responde con su doctrina acerca de la sustancia y de los accidentes. La mente capta este hecho mediante el concepto objetivo y éste, en el leguaje, tiene su palabra significativa. El nombre sustantivo es, por antonomasia, el sí­mbolo lingüí­stico de la sustancia. El verbo y el adjetivo lo son de los accidentes. Este paralelismo lógico-ontoló’ gico gramatical se mantiene en la teorí­a lingüí­stica hasta prácticamente nuestros dí­as y adquirió su punto culmi, nante en el siglo XVIII con la famosa; Lógica y Gramática de Port-Royal’., Dentro del marco de esta concepción, especular, la primera elucidación importante en torno al decir humano con valor significativo en torno a Dios fue la de Dionisio Areopagita. En su obra De Divinis Nominibus, señala que los medios que el hombre posee para hablar de Dios son tres: el de la ví­a afirmativa, el de la ví­a negativa y el de la ví­a de eminencia. La ví­a afirmativa se fundamenta en la causalidad eficiente y ejemplar de Dios. Como creador del universo todo, Dios de algún modo está presente en él. Por este motivo, al captarse el hombre a sí­ mismo y a las cosas, capta lo que hay en ellos y su lenguaje “lo refleja”, precisamente por ser espejo de la realidad. Pero, en un segundo momento, el hombre debe negar (ví­a negativa) que cuanto esté presente de Dios en todo lo creado se dé del mismo modo y manera en Dios. Por ello, al aplicarlo a la divinidad lo ha de hacer en forma eminencial (ví­a de eminencia), otorgándole así­ dimensión infinita. Así­, tanto lo catafático como lo apofático cobran su preciso valor significativos. Por otra parte, también san Agustí­n, para justificar el uso teológico del lenguaje humano indica, sobre todo, dos razones. Una pertenece al ámbito de la fe: el Verbo de Dios se hizo hombre y utilizó para revelarnos a Dios la palabra humana. Otra es la de la causalidad ejemplar, descrita ya con anterioridad por Dionisio Areopagita y que adquiere en la especulación agustiniana matices especiales. Con todo, para apreciar en su justo valor el lenguaje teológico, según s. Agustí­n, conviene distinguir entre uso propio y uso figurado (simbólico, metafórico, etc.) de las palabras, También en el santo doctor de Hipona aparece ya todo el núcleo teórico de la analogí­a. Si la concepción especular del lenguaje nos muestra que las cosas “son” y son “sustancia”, se dará entre los nombres que competen a Dios uno que ocupa posición privilegiada: el Ser. Y este “Ser” es concebido como “sustancia primera” de la que proceden todas las demás sustancias. En la época medieval, en esta misma lí­nea, los autores se sienten obligados a justificar “su discurso sobre Dios”. Surge así­, poco a poco, en conformidad con la concepción especular del lenguaje una suerte de metagramática, cuyo contenido más importante versa sobre el modo de significar que tienen las palabras. Por ello, raro es el escolástico que, previamente a sus especulaciones teológicas, no propone una breve lección intitulada De modis significandi. La obra más representativa de esta situación fue la Grammatica Speculativa, debida a Juan de Erfurt y que, durante muchos años, fue atribuí­da a Juan Duns Escoto’. En esta gramática permanece siempre el isomorfismo entre realidad, concepto y palabra. La idea no se identifica con la cosa, pero en ella se nos da “lo que la cosa es”. La palabra significa en virtud de que recibe de la idea, como contenido significativo, “lo que la cosa es”. En consecuencia, para hablar de Dios, de algún modo, “lo que es Dios” ha de caer en el ámbito ontológico y cognoscitivo humano. Para ello, se ha de seguir el camino clásico ya descrito por Dionisio Areopagita: afirmación, negación y eminencia. Dios es, por excelencia, Ser, pero también de El decimos que es “Sustancia”, que posee “naturaleza divina”. Igualmente, afirmamos también que es “Trinidad de Personas”. Conceptos todos filosóficos que revelan lo que el hombre capta en el mundo, pero que para trasladarlos a Dios deben cobrar dimensiones significativas infinitas. Todo esto es solamente posible merced a la doctrina escolástica de la analogí­a -ya preanunciada en san Agustí­n- que, en definitiva y a pesar de sus dificultades, es el instrumento lógico-gramatical para, desde la perspectiva de la concepción especular del lenguaje, poder hablar de Dios.

2. VERSIí“N MODERNA Y TEOLOGíA. A finales del siglo XIX la concepción especular del lenguaje pierde terreno, mientras crece, por el contrario, el interés por las lenguas vivas y sus “hablas”. No obstante, la concepción especular va a ser recuperada para la filosofí­a por algunos de los pensadores más importantes de nuestro siglo, sistematizándola en una versión lógico-formal: la del lenguaje ideal perfecto. Bertrand Rusell y Ludwig Wittgenstein fueron los expositores más conocidos de esta versión, cuya fundamentación metafí­sica es la doctrina del atomismo lógico, En este lenguaje ideal perfecto se establece también una isomorfí­a: una sola palabra para cada objeto simple, y todo lo que no sea simple será expresado por una combinación de palabras. De manera similar a como un cálculo lógico posee signos con los que se construyen sus fórmulas y reglas sintácticas, se pretende sustituir dichos signos por palabras, una para cada objeto simple, aplicándoles entonces la sintaxis de la lógica formal. Desde el punto de vista de la sintaxis, todas las oraciones complejas de este lenguaje podrí­an descomponerse en oraciones simples, de modo que la verdad o falsedad de las primerasserí­a una función de verdad o falsedad de éstas últimas, como ocurre en cualquier cálculo lógico. Por tanto, solamente el lenguaje declarativo o asertórico -pequeña porción del lenguaje ordinario- podrá ser apto para hablar de lo que acontece y que nos revela el estado de las cosas u objetos simples: “esto es blanco”, por ejemplo. Así­, pues, las oraciones complejas del lenguaje ideal perfecto se construirán uniendo oraciones simples mediante términos de enlace como o, y, si…. entonces, etc. y se llamarán proposiciones moleculares en contraposición a las simples, denominadas “atómicas”. El lenguaje, según esto, se descompone hasta sus unidades mí­nimas no analizables ya en otras más simples. Proposiciones de este tipo sólo podrán describir la posesión de una cualidad por una cosa particular. Es decir, “un hecho atómico” o “un estado de cosas”, similar al del ejemplo ya citado de “esto es blanco”. A la pregunta filosófica clásica ¿qué son las cosas?, ahora se contesta: son hechos atómicos a los que conceptualmente corresponden las figuras lógicas y, en la grámatica, las oraciones asertóricas simples. Se ha cambiado el decorado, pero la concepción especular continúa. Se ha llegado a “contemplar la realidad” en el espejo del lenguaje, según el nuevo análisis que de éste se ha llevado a cabo’. Por otra parte, sobre esta situación filosófica comenzó a ejercer su influjo el criterio neopositivista de la verificabilidad en orden a que una oración posea significado. Sólo las proposiciones empí­ricamente verificables en la experiencia son significativas. . Todas las que no sean así­ ces recerdn de significado. Esto afectará, de modo particular, a nuestro discurso sobre Dios. También, por la misma causa, al discurso ateo. Al no caer Dios en el campo de la verificabilidad, se suscita un ateí­smo sin precedentes: el ateí­smo semántico. Estas premisas abonan el terreno para que surja el fenómeno de la secularización. Y con él, una visión teológica nueva en la que se proclama “la muerte de Dios”. En efecto, el lenguaje teológico clásico y tradicional resulta hoy imposible de proponer: Dios no es un hecho atómico y, por tanto, no es verificable ni puede ser “reflejado” en el lenguaje lógico perfecto. De este modo, se produce, en América, un movimiento nuevo de teólogos radicales, para los que Dios ha muerto y es preciso elaborar una nueva teologí­a acorde con el principio de verificabilidad y con el mundo secular en que se vive. De esta manera, los teólogos radicales de la muerte de Dios (Robinson, Van Buren, Hamilton, Cox etc.) se proponen decididamente traducir el mensaje evangélico a un lenguaje secular que, correspondiendo a la mentalidad neopositivista y secularizada del hombre moderno, pueda ser comprendido y aceptado por éste. Y los lenguajes teológicos “seculares”, escogidos por dichos teólogos, se realizan principalmente en clave ética, polí­tica y dialéctico-marxista. De manera análoga, aunque de modo no tan radical, en Europa se da el movimiento de los “teólogos de la esperanza”, tanto en el campo católico como en el protestante (Moltmann, Pannenberg, Metz y Schillebeeckx). El mensaje cristiano puede ser comprendido y aceptado por el hombre secularizado del siglo XX, si le es presentado como anuncio de un evento: la consecución de un Estado (Reino) en el que la humanidad esté libre del mal y de la injusticia, de la opresión de los débiles y en donde gocen de felicidad todos los hombres. Así­, Cristo puede ser seguido, si se le anuncia como “esperanza de la humanidad del, siglo XX”.

III. Concepción filosófica naturalista del lenguaje
1. LA FILOSOFíA DEL LENGUAJE ORDINARIO DE OXFORD. La concepción naturalista del lenguaje recoge la larga tradición gramatical, que deriva de la escuela de Pérgamo y que tuvo su principal influjo en los siglos II y I a. C. Según esta tradición, el uso popular del lenguaje está por encima de cualquier normativa que quiera imponérsele para “hacerlo correcto”. De acuerdo con la escuela de Pérgamo, los filósofos oxonienses del lenguaje ordinario conciben a éste como una actividad natural, que el hombre, entre otras múltiples actividades como pasear, comer, cazar, jugar, realiza. En efecto, el hombre es, por antonomasia, vida. Acción. Y sus coordenadas condicionantes son la necesidad y la circunstancia. Para cada necesidad y circunstancia, él tiene adecuada respuesta. Así­, con el lenguaje, el hombre manda, implora, reza, describe aspectos de un objeto o sus medidas, formula hechos o presenta resultados de una experiencia. Además, el hablar es una actividad natural ineludible para el hombre. Puede cantar o no cantar, labrar o no la tierra, pero no puede jamás dejar de hablar. Ningún sistema artificial de signos, por muy perfecto que sea, puede sustituir al lenguaje.

Tomando como punto de partida esta visión naturalista del lenguaje, la corriente de pensamiento analí­tico inglés ha elaborado y desarrollado una filosofí­a del lenguaje “ordinario” o “común”, siguiendo dos lí­neas maestras. La primera está vinculada a la persona de L. Wittgenstein y a la enseñanza que llevó a cabo en la década de los treinta en Cambridge y que posteriormente recogió en sus Investigaciones Filosóficas. La segunda tiene sus raí­ces y evolución en Oxford. Aquí­ encontró terreno propicio y se manifestó con caracterí­sticas inconfundiblemente locales. No es fácil determinar con exactitud y rigor hasta qué punto L. Wittgenstein influyó en la lí­nea oxoniense. Pero puede afirmarse, sin razonable duda, que por lo menos no tuvo influencia en determinados pensadores de Oxford, como por ejemplo J. L. Austin. En sus Investigaciones Filosóficas, L. Wittgenstein presenta la concepción del lenguaje, en cuanto actividad natural, como una actividad natural que se ejercita en forma de juegos. ¿Qué es un juego? ¿Qué sentido tienen en él las reglas o normas? Ante todo, existen juegos ya inventados que se reciben por tradición y otros nuevos, que surgen con el tiempo. Ambas clases de juego poseen denominador común: no es posible refutarlos. Uno puede no estar de acuerdo, por ejemplo, con el fútbol o el ajedrez, no gustarle estos juegos. Pero serí­a absurdo que, por ello, pretendiera probar su “verdad” o “falsedad”. Que pretendiera, a tí­tulo ilustrativo, mover en el ajedrez los peones como los alfiles, las torres como la reina. Acabarí­amos diciéndole que inventase “otro juego” y nos dejase en paz. Esto nos lleva a concluir que lo que propiamente constituye un juego son sus reglas o normas y que éstas, como el mismo juego, pueden aceptarse o no, jugarse o no jugarse, pero nunca ser refutadas como falsas o ser asumidas como verdaderas. Ahora bien, el lenguaje se ejercita según infinito número de juegos. Pero el juego paradigmático es el del habla “ordinaria”, “común”, “coloquial” o “cotidiana” Con estas premisas, los discí­pulos de L. Wittgenstein, poco a poco, han puesto sólo de relieve los juegos de la expresión cientí­fica, religiosa, filosófica y estética.

Al gran descubrimiento del lenguaje como una suerte de juego se añade otro también harto fundamental: el uso es el significado de las palabras. Con insistencia, Wittgenstein repetí­a a sus discí­pulos de Cambridge: “No busquéis el significado de las palabras, buscad su uso”. El uso mostrará cómo pueden desparecer todas las seducciones y embrujos que el lenguaje ejerce sobre la mente humana. Una de estas seducciones y embrujos es la que produce “espasmos intelectuales”, cuando para palabras como número, virtud, esencia no encontramos en nuestro mundo circundante ningún objeto que designen. Y es que el lenguaje nos hechizaba con el juego de la denominación. Sin embargo, “si tuviéramos que designar algo que sea la vida del signo, tendrí­amos que decir que era su “uso”. Pero ¿qué clase de uso? He aquí­ que la filosofí­a analí­tica inglesa, allí­ donde parecerí­a que iba a ofrecer un criterio clarificador semántico, se presenta llena de ambigüedad. Y esto, porque existen tres clases de uso lingüí­stico, los tres aceptados y admitidos: el cotidiano ocomún, el válido y el regulado. De hecho, cada uno de estos usos es utilizado por la analí­tica oxoniense, según el campo de intereses que investigue. Se ha repetido incesantemente que la filosofí­a de Oxford es la del “lenguaje común”, “ordinario” o “coloquial”. Estos términos significan, en orden a su comprensión, “normal”. Y la normalidad viene dada a la palabra por el juego o contexto en el que se utiliza. Tendrí­amos, aquí­, una suerte de lenguaje-paradigma al que, en última instancia, habrí­a que reducir los demás lenguajes, religioso, poético o cientí­fico. El uso válido se encuentra í­ntimamente unido al “regulado” o “normado”. Y esto, porque la validez resulta sólo posible, en nuestro caso, si se fijan criterios o reglas dentro de las cuales se verifica tal validez. Por este motivo, suele afirmarse que Oxford representa la filosofí­a del lenguaje que especifica sus leyes, sea este lenguaje cotidiano, filosófico, cientí­fico o estético. No obstante, el cúmulo mayor de consideraciones recae sobre el lenguaje “ordinario” por ser éste el primero y más fundamental de todos, al cual hay siempre que acudir para explicar cualquier otra semántica. Además, en él se encuentran vertidas las experiencias y captaciones del mundo, realizadas por multitud de generaciones. En conformidad con estas ideas, los nuevos analistas han superado el criterio de verificabilidad como criterio de significación y han intentado proponer otro de í­ndole diversa. Algunos tienden a buscarlo en el lenguaje ordinario; otros, en cambio, en el uso de las reglas que se utilizan en los diferentes juegos del lenguaje. En este aspecto, un criterio bastante empleado en el análisis del lenguaje teológico es el de la falsabilidad, propuesto por K. Popper. Este criterio afirma que un sistema debe considerarse empí­rico solamente cuando sus afirmaciones pueden ser falcadas por la experiencia de alguna otra afirmación. Se trata en su origen, por tanto, de un criterio de demarcación del ámbito empí­rico. Pero, como para K. Popper lo empí­rico equivale a “cientí­fico”, debe ser considerado como “criterio de cientificidad” de un juego lingüí­stico. Ahora no se negará, como hizo el neopositivismo lógico, la significación de un enunciado que no sea verificable. Se admitirá su significación pero a condición de poder, al menos en teorí­a, acceder a una posible falsificación del mismo. De este modo, cualquier clase de proposición cientí­fica o empí­rica se dividirá en dos subclases: una, llena por las experiencias que corroboran la verdad de la proposición cientí­fica propuesta; otra, vací­a y que puede comenzar a llenarse con experiencias que refutan la proposición cientí­fica propuesta y la hacen falsa”.

2. EL PROBLEMA DE DIOS, SEGÚN LA ANALíTICA OXONIENSE. Dentro de este contexto de la filosofí­a analí­tica del lenguaje ordinario, se suscitaron dos tipos de polémica en torno al problema de Dios. Una toma, como punto de partida, un artí­culo de Malcolm de 1960 acerca del argumento ontológico. Otra es la conocida bajo el nombre de “reto de Flew”, en la que se desafí­a a cualquier creyente a que le pruebe “la posibilidad de la existencia de Dios”.

Según Malcolm, lo que san Anselmo de Aosta ha probado en su conocido argumento ontológico es que la noción de contingencia no puede ser aplicada a Dios. Un análisis del argumento desde el lenguaje ordinario o común lo muestra. En efecto, dentro de este lenguaje se descubre una conexión entre los términos dependencia e inferioridad y los de independencia y superioridad. Correlativos son también los de limitado e ilimitado. Dios es concebido en nuestro lenguaje común, como un ser ilimitado, independiente, superior. Es decir, como el “id quo maius cogitari nequit”. Ahora bien, la única objeción para rechazar este significado anselmiano, coincidente con el de nuestro lenguaje coloquial, serí­a su ilogicidad. La contrariedad de sus notas intrí­nsecas. Ya Leibniz habí­a derivado por este camino la prueba ontológica. Entonces, si la existencia de Dios no es una noción contradictoria en sí­ misma, debe afirmarse como lógicamente necesaria. Y, en tal caso, el Proslogion en su capí­tulo tercero goza de plena razón, al deducir la existencia necesaria de Dios desde su caracterización como el “id quo maius cogitari nequit”. El desarrollo que hace Malcolm del argumento ontológico suscitó viva discusión en la que intervinieron principalmente R. E. Allen, R. Abelson, A. Plantinga y T. Penalhum. Las pruebas racionales de la existencia divina, de las que el argumento ontológico es sólo una expresión, no logran generalmente convencer a los filósofos analí­ticos. Sin embargo, la sola hipótesis de que Dios exista les perturba y agobia. De aquí­, el intento de instalar la problemática teológica en una nueva dimensión de ateí­smo: el semántico. Para ellos en la misma lí­nea de significado se colocan los enunciados “Dios existe” y “Dios no existe”. A este propósito, A. Flew en discusión pública desafió al creyente a que distinguiese con nitidez el significado del aserto “Dios existe” de cualquier otro. El reto de Flew descansaba, como puede observarse, en el principio de falsabilidad de K. Popper. Si la proposición “Dios existe”, no admite en teorí­a al menos según exige la falsabilidad que sea posible la afirmación “Dios no existe”, dejarí­a de ser empí­rica y, en consecuencia, cientí­fica. Entonces ¿qué clase de conocimiento serí­a el de la teologí­a? Se tratarí­a de un conocimiento sin rigor, carente de fuerza para convencer a la gente. Aclarando su postura, A. Flew parafrasea una parábola, aducida por J. Wisdom en su célebre ensayo Gods escrito en 1944. En él, sostiene que la proposición “Dios existe” no puede ser considerada como cientí­fica, por no ser empí­rica, ya que tanto teí­sta y ateo jamás admitirán la posibilidad de la proposición contraria. Es decir, la posibilidad de que la subclase vací­a, de momento sólo falsable, pueda llenarse con experiencias que la corroboren. La creencia y la fe en la existencia de Dios obedecen únicamente a actitudes emotivas frente al mundo. Estas ideas las ilustra con la conocida parábola del jardinero invisible. En ella, el discurso que hacen dos exploradores que, en mitad de la selva, se encuentran con un jardí­n perfectamente cuidado es prácticamente el mismo. Ninguno consigue convencer a su interlocutor de que las experiencias llevadas a cabo confirmen la proposición “Dios existe” o la de “Dios no existe”. El explorador creyente interpretará las experiencias mediante el recurso a un ámbito más allá de cualquier dato sensible en el que éste terminará por carecer de significado. Y el ateo se sentirá corrobado en su tesis por las experiencias según las cuales, Dios no ha aparecido en la constatación empí­rica. El desafí­o de A. Flew no cayó en el vací­o. Inmediatamente se suscitó una gran polémica entre teólogos, cientí­ficos y filósofos del lenguaje. Unos trasladan la problemática de Dios a terrenos diversos de aquellos en donde la sitúa A. Flew. Entre éstos pensadores, los más importantes son: R. M. Hare, J. J. C. Smart, E. A. Allen, T. McPherson, R. F. Holland, R. B. Braithwaite, R. Hepburn, Maclntyre y W. F. Zuurdeeg. Cada uno de ellos encauza el tema hacia terrenos propios que, por otra parte, son muy dispares entre sí­. Los lí­mites de estas diversas teorí­as van desde la concepción de lo religioso, como “blik” o “actitud emotiva” del hombre frente al mundo, hasta la concepción del lenguaje religioso como un “lenguaje convencional” en el que deben proponerse las reglas del “juego”, pasando por la que todo lo reduce a discurso moral. Otros pensadores, en cambio, hacen frente a Flew en el ámbito mismo de la falsabilidad. Entre ellos, son nombres importantes: B. Mitchell, J. Hick, 1. M. Crombie e I. T. Ramsey. En lí­neas generales, según su visión de las cosas, la proposición “Dios existe” -igual que el discurso religioso- es en principio la pugna entre la fe y las realidades empí­ricas que “parecen” ir contra ella. O también en una verificación de tipo escatológico. A la parábola del “jardinero invisible”, R. M. Hare respondió con la parábola del “estudiante psicópata”,. que padece maní­a persecutoria por parte de sus profesores. En ella se muestra que por más razones probatorias que se den a dicho estudiante sobre la benevolencia de los profesores para con él, todo será inútil. ¿Qué tipo de argumentos podrán convencer al psicópata? Ninguno, porque es un enfermo. También B. Mitchell y J. Hick contestan a A. Flew con las parábolas del “guerillero extranjero” y de “los dos viandantes” respectivamente. En ambas se señala que el discurso religioso, por un lado, aunque es contradicho por algunas experiencias, éstas nunca poseen la fuerza suficiente de convicción como para poder rechazarlo y, por otro lado, que dicho discurso religioso es falsable, pero en el tiempo escatológico, no en el presente. Estas son las célebres “parábolas de Oxford”‘Z. Teniendo en cuenta las versiones modernas -especular y naturalista- del lenguaje, las conclusiones a que se llega en lo que respecta al discurso religioso son tres: a) la orientación neopositivista afirma que carece de sentido o significado, b) algunos analí­ticos ingleses, como por ejemplo, B. Mitchell, Mclntyre y otros, partiendo de la multiplicidad de “juegos lingüí­sticos”, cada uno de los cuales elabora su criterio propio de significado, sostienen que el lenguaje religioso tiene valor teorético solamente por la fe, y c) otros analí­ticos (Ferré, Ramsey, etc.), fundándose en la semejanza existente entre los diversos juegos lingüí­sticos, defiende que las proposiciones religiosas no carecen de significado y son verificables desde la fe en su dimensión escatológica. De aquí­ se deduce que la investigación en este siglo, más interesada sobre el lenguaje religioso, llega a una conclusión parecida a la de la antigüedad y medievo: el lenguaje que el hombre emplea para hablar y decir de Dios es de carácter análogo.

[-> Agustí­n, san; Analogí­a; Anselmo, san; Creación; Dionisio Areopagita; Escatologí­a; Escolástica; Escoto, Duns; Esperanza; Experiencia; Fe; Filosofia; Jesucristo; Muerte de Dios; Naturaleza; Teologí­a y economí­a; Trinidad; Verbo; Ví­as.]
Vicente Muñiz Rodrí­guez

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Cualquiera de los sistemas que emplea el hombre para comunicar a sus semejantes lo que piensa o siente. Por antonomasia, es un conjunto de sonidos articulados combinados que emplea una determinada comunidad de personas. Los términos hebreo y griego para †œlengua† también significan †œlenguaje† (Jer 5:15, nota; Hch 2:11, NTI), y el término hebreo para †œlabio† se usa de manera similar. (Gé 11:1, nota.)
El lenguaje hablado está intrí­nsecamente relacionado con la mente, pues esta se sirve de los órganos de la fonación —garganta, lengua, labios y dientes— como instrumentos de comunicación. (Véase LENGUA.) A este respecto, la Encyclopædia Britannica dice: †œEl pensamiento y la palabra van de la mano. Para pensar con claridad, hay que recurrir a los nombres [o sustantivos] y a la relación que esos conceptos tienen entre sí­. […] Si bien hay alguna reserva de menor importancia, la prueba es aplastante […] y refuerza la afirmación ya expuesta: sin palabras no hay pensamiento† (1959, vol. 5, pág. 740). Las palabras son el medio principal que el hombre tiene para recibir, almacenar, manipular y transmitir información.

El origen del habla. Cuando fue creado el primer ser humano, Adán, se le dotó con un vocabulario, así­ como con la capacidad de formar nuevas palabras e irlo ampliando. Sin un vocabulario dado por Dios, el hombre recién creado no habrí­a estado en mejor posición que los animales irracionales para comprender las instrucciones verbales de su Creador. (Gé 1:27-30; 2:16-20; compárense con 2Pe 2:12; Jud 10.) Por eso, entre todas las criaturas de la Tierra solo el hombre inteligente tiene la facultad del habla, aunque él no dio origen al idioma, sino su Creador Omnisapiente, Jehová Dios. (Compárese con Ex 4:11, 12.)
El conocido lexicógrafo Ludwig Koehler escribió sobre el origen del idioma: †œEn tiempos pasados ha habido mucha especulación en cuanto a cómo †˜llegó a existir†™ el habla humana. Hubo escritores que se esforzaron por explorar el †˜lenguaje animal†™, pues los animales también pueden expresar audiblemente mediante sonidos y grupos de sonidos sus impulsos y sensaciones, como contentamiento, temor, emoción, amenaza, cólera, deseo sexual y gratificación sexual, y posiblemente muchas otras cosas. Prescindiendo de lo múltiples que sean estas expresiones [animales] […], carecen de concepto e idea: ámbito inherente al lenguaje humano†. Después de mostrar cómo los hombres pueden explorar el aspecto fisiológico del habla humana, Koehler añade: †œPero se nos escapa qué es lo que realmente sucede en el habla, cómo enciende la chispa de la percepción el espí­ritu del niño, o de la humanidad en general, para llegar a ser la palabra hablada. El habla humana es un secreto; es un don divino, un milagro† (Journal of Semitic Studies, Manchester, 1956, pág. 11).
El lenguaje es muy anterior a la creación del hombre. Jehová se comunicaba con su Hijo primogénito celestial, y debió utilizarlo a él para comunicarse con sus otros hijos celestiales. Por lo tanto, a aquel Hijo primogénito se le llamó la †œPalabra†. (Jn 1:1; Col 1:15, 16; Rev 3:14.) El apóstol Pablo hizo referencia bajo inspiración a las †œlenguas de los hombres y de los ángeles†. (1Co 13:1.) Jehová habla a sus criaturas angélicas en su †˜lengua†™, y ellas †œllevan a cabo su palabra†. (Sl 103:20.) Puesto que Jehová y sus hijos celestiales no tienen necesidad de una atmósfera (que hace posible las ondas y vibraciones del sonido necesarias para el habla humana), el lenguaje angélico obviamente escapa a la imaginación y comprensión del hombre. Por consiguiente, para hablar a los hombres como mensajeros de Dios, los ángeles tení­an que valerse del lenguaje humano. Se han registrado mensajes angélicos en hebreo (Gé 22:15-18), arameo (Da 7:23-27) y griego (Rev 11:15), lenguas en las que se escribieron los citados textos, respectivamente.

¿Cómo se explica la gran diversidad de idiomas?
Según los estudios lingüí­sticos, en la actualidad se hablan unas 3.000 lenguas por toda la Tierra. Hay idiomas hablados por centenares de millones de personas; otros, por solo unos cuantos centenares. Aunque las ideas que se expresan y se comunican por este medio sean las mismas, se pueden transmitir de una infinidad de maneras. Solo la historia bí­blica explica el origen de esa extraña diversidad en la comunicación humana.
Después del diluvio universal, toda la humanidad continuó †œsiendo de un solo lenguaje [literalmente, †œlabio†] y de un solo conjunto de palabras† durante algún tiempo. (Gé 11:1.) La Biblia indica que la lengua que más tarde se llamó hebreo fue el †œun solo lenguaje† original. (Véase HEBREO, II.) Como se mostrará más adelante, esto no significa que todos los otros idiomas se derivaron del hebreo y que estén relacionados con él, pero el hebreo precedió a todas las demás lenguas.
El relato de Génesis menciona que una parte de la familia humana postdiluviana se unió en un proyecto contrario a la voluntad divina, que se le habí­a dado a conocer a Noé y a sus hijos. (Gé 9:1.) En lugar de esparcirse y †˜llenar la tierra†™, se propusieron centralizar la sociedad humana, concentrándose en un lugar de la llanura de Sinar (Mesopotamia). Este también habrí­a de convertirse en un centro religioso, con una torre para esos fines. (Gé 11:2-4.)
El Dios Todopoderoso impidió que llevasen a cabo su presuntuoso proyecto, confundiendo su lengua, lo que imposibilitó que coordinaran el trabajo y los obligó a esparcirse por todas partes de la Tierra. También dificultarí­a el avance de la humanidad en una dirección equivocada de abierto desafí­o a Dios, pues limitarí­a el esfuerzo conjunto, tanto intelectual como fí­sico, en proyectos ambiciosos, y el empleo del conocimiento acumulado por los diferentes grupos lingüí­sticos, un conocimiento que, por otra parte, no procedí­a de Dios, sino de la experiencia y la investigación humanas. (Compárese con Ec 7:29; Dt 32:5.) Por lo tanto, a la vez que significaba un importante factor divisivo en la sociedad humana, la confusión del habla en realidad benefició a la humanidad, pues retrasó la realización de metas peligrosas y dañinas. (Gé 11:5-9; compárese con Isa 8:9, 10.) Solo hay que analizar las circunstancias actuales, fruto del conocimiento acumulado y el mal uso que el hombre ha hecho del mismo, para darse cuenta de lo que Dios previó que se producirí­a en poco tiempo de no haber frustrado el proyecto de Babel.
Normalmente, la filologí­a, el estudio comparativo de los idiomas, clasifica a estos en diferentes †œfamilias†. La †œlengua fundamental común† de cada familia principal aún no se ha identificado; con mucha menos razón, por lo tanto, se conoce la †œlengua fundamental común† de los miles de idiomas que se hablan en la actualidad. El registro bí­blico no dice que todos los idiomas descendieron o se ramificaron del hebreo. En lo que comúnmente se llama †œla tabla de las naciones† (Gé 10) están los descendientes de los hijos de Noé —Sem, Cam y Jafet—, y en cada caso están agrupados †˜según sus familias, según sus lenguas, en sus tierras, por sus naciones†™. (Gé 10:5, 20, 31, 32.) Por tanto, parece ser que cuando Jehová Dios confundió el lenguaje humano de manera milagrosa, no produjo dialectos del hebreo, sino varios idiomas completamente nuevos, con los que se podí­a expresar toda la gama de sentimientos y pensamientos humanos.
Por lo tanto, después que Dios confundió su lenguaje, los edificadores de Babel carecí­an de †œun solo conjunto de palabras† (Gé 11:1), es decir, un vocabulario común, y no tení­an una misma gramática o manera común de expresar la relación entre las palabras. El profesor S. R. Driver escribe: †œSin embargo, las lenguas no solo difieren en gramática y raí­ces, sino también […] en cómo se construyen las ideas en la oración. Las diferentes razas no piensan del mismo modo, y, en consecuencia, las formas que adopta la oración en diferentes lenguas no son las mismas†. (A Dictionary of the Bible, edición de J. Hastings, 1905, vol. 4, pág. 791.) Por consiguiente, diferentes idiomas requieren diferentes patrones de pensamiento, lo que dificulta al estudiante de otro idioma †˜pensar en ese idioma†™. (Compárese con 1Co 14:10, 11.) Por esa razón, una traducción literal bien pudiera parecer ilógica y carente de sentido. En consecuencia, cuando Jehová Dios confundió el habla en Babel, es probable que primero borrara todo recuerdo del lenguaje común anterior, y luego no solo introdujera en la mente de aquellas personas nuevos vocabularios, sino que además cambiara sus patrones o procesos de pensamiento, y así­ diera lugar a gramáticas nuevas. (Compárese con Isa 33:19; Eze 3:4-6.)
Se da el caso, por ejemplo, de que ciertos idiomas son monosilábicos (compuestos de palabras de una sola sí­laba), como el chino. En cambio, los vocabularios de otros idiomas se forman en gran parte por aglutinación, es decir, yuxtaposición de palabras. Por ejemplo, la voz alemana Hausfriedensbruch significa literalmente †œcasa-de paz-rompimiento†, de modo que se podrí­a traducir en algunos casos, a fin de hacerlo más entendible al hispanohablante, por †œallanamiento de morada†. En algunos idiomas la sintaxis —el orden de las palabras en la oración— es muy importante; en otros, sin embargo, importa poco. Asimismo, algunos idiomas tienen muchas conjugaciones (o formas verbales), mientras que otros, como el chino, no tienen ninguna. Se podrí­an citar innumerables diferencias; cada una de ellas exige un ajuste de nuestro esquema mental, lo que a menudo exige un gran esfuerzo.
Parece ser que con el transcurso del tiempo las lenguas originales que resultaron de la acción divina en Babel produjeron dialectos emparentados. Estos dialectos se desarrollaron hasta formar idiomas separados, y su relación con los otros dialectos †œhermanos† o con la †œlengua fundamental común† se hizo en ocasiones prácticamente imperceptible. Incluso los descendientes de Sem, que al parecer no figuraron entre la muchedumbre de Babel, no solo hablaron hebreo, sino también arameo, acadio y árabe. Diversos factores han contribuido históricamente al cambio en los idiomas: separación por distancia o barreras geográficas, guerras y conquistas, deterioro de las comunicaciones e inmigración de otros grupos lingüí­sticos. Debido a estos factores, las principales lenguas de la antigüedad se han fragmentado; algunas se han fusionado parcialmente con otras, mientras que otras lenguas han desaparecido por completo, reemplazadas por las de los pueblos conquistadores.
La investigación lingüí­stica concuerda con la información expuesta. En The New Encyclopædia Britannica (1985, vol. 22, pág. 567) se hace el siguiente comentario: †œLos testimonios más antiguos en lengua escrita —el único registro fósil de escritura con el que el hombre puede contar— datan de no más de unos cuatro mil o cinco mil años†. Un artí­culo publicado en la revista Science Illustrated (julio de 1948, pág. 63) observa: †œLas formas más antiguas de los idiomas que hoy conocemos fueron mucho más difí­ciles que sus descendientes modernos […], parece que el hombre no comenzó con un habla sencilla que progresivamente se hizo más compleja, sino, más bien, que se valió de un habla sumamente compleja en sus albores y con el tiempo la simplificó hasta las formas modernas†. El doctor Mason, lingüista contemporáneo, también señala que †œla idea de que los †˜salvajes†™ hablan con una serie de gruñidos y no pueden expresar muchos conceptos †˜civilizados†™ está muy equivocada†, y que †œmuchos de los idiomas de los pueblos de escasa cultura son bastante más complejos que los idiomas europeos modernos†. (Science News Letter, 3 de septiembre de 1955, pág. 148.) Por lo tanto, las pruebas están en contra de un origen †˜evolutivo†™ del habla o de las lenguas antiguas.
Sir Henry Rawlinson, filólogo orientalista, observó lo siguiente sobre el foco desde donde empezaron a esparcirse los lenguajes antiguos: †œSi nos hubiésemos de guiar por la mera intersección de sendas lingüí­sticas, sin depender en absoluto de las referencias al registro de las Escrituras, aún se nos llevarí­a a fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes ramas [lingüí­sticas]†. (The Journal of the Royal Asiatic Society of Great Britain and Ireland, Londres, 1855, vol. 15, pág. 232.)
Entre las †œfamilias† principales que mencionan los filólogos modernos están: la indoeuropea, la chinotibetana, la afroasiática, la japonesa y la coreana, la draví­dica, la malayopolinesia y la negroafricana. Hoy dí­a todaví­a es imposible clasificar muchos idiomas. Dentro de cada una de las familias principales hay muchas subdivisiones o familias más pequeñas. Por ejemplo, la familia indoeuropea incluye ramas como la germánica, la románica, la baltoeslava, la indoirania, la griega, la céltica, la albanesa y la armenia. A su vez, la mayorí­a de estas familias más pequeñas constan de varios idiomas. Por ejemplo, entre las lenguas románicas están: el francés, el español, el portugués, el italiano y el rumano.

Desde Abrahán en adelante. Abrahán el hebreo no debió tener dificultad alguna en conversar con el pueblo de ascendencia camí­tica de Canaán (Gé 14:21-24; 20:1-16; 21:22-34), pues no se menciona que en sus contactos hubiese presente un intérprete, aunque lo mismo debe decirse de su visita a Egipto. (Gé 12:14-19.) Es probable que por haber vivido en Ur de los caldeos, Abrahán supiese acadio (asirobabilonio) (Gé 11:31), un idioma que por algún tiempo fue lengua internacional. Es posible que la gente de Canaán fuese hasta cierto punto bilingüe, pues viví­a relativamente cerca de las comunidades semí­ticas de Siria y Arabia. Además, dado que en el alfabeto se aprecian indicios claros de su origen semí­tico, es posible que este hecho en sí­ mismo haya contribuido considerablemente a que personas de otros grupos lingüí­sticos, en particular gobernantes y funcionarios, empleasen también las lenguas de origen semí­tico. (Véanse CANAíN, CANANEO núm. 2 [Idioma]; ESCRITURA.)
Al parecer, Jacob tampoco tuvo dificultad alguna en comunicarse con sus parientes arameos (Gé 29:1-14), aunque en ocasiones se aprecian diferencias en el empleo de ciertos términos. (Gé 31:46, 47.)
José, que seguramente aprendió egipcio cuando sirvió de esclavo en la casa de Potifar, se valió de un intérprete la primera vez que habló con sus hermanos hebreos cuando fueron a Egipto. (Gé 39:1; 42:6, 23.) Moisés, educado en la corte faraónica, debió aprender varios idiomas: el hebreo, el egipcio, probablemente el acadio y algunos otros. (Ex 2:10; compárese con los vss. 15-22.)
Con el tiempo, el acadio dejó de ser la lengua franca o de comunicación internacional y fue sustituido por el arameo, que se llegó a usar incluso en correspondencia oficial con Egipto. Sin embargo, cuando el rey asirio Senaquerib invadió Judá (732 a. E.C.), la inmensa mayorí­a del pueblo de Judá no entendí­a el arameo (sirio antiguo), si bien sus funcionarios sí­ lo entendí­an. (2Re 18:26, 27.) De modo semejante, la lengua caldea de los babilonios de origen semita que conquistaron Jerusalén en 607 a. E.C. les pareció a los judí­os como quienes †œtartamudean con los labios†. (Isa 28:11; Da 1:4; compárese con Dt 28:49.) Aunque Babilonia, Persia y otras potencias mundiales construyeron grandes imperios y dominaron sobre pueblos de muy diversos idiomas, no pudieron eliminar la barrera divisiva impuesta por las diferencias lingüí­sticas. (Da 3:4, 7; Esd 1:22.)
Nehemí­as se perturbó muchí­simo cuando supo que los hijos de los judí­os repatriados que se habí­an casado con mujeres extranjeras no sabí­an hablar †œjudí­o† (hebreo). (Ne 13:23-25.) Su preocupación no era otra que la de facilitar la adoración pura, pues sabí­a que era de primera importancia entender los Santos Escritos (por entonces solo en hebreo) cuando se leyesen y comentasen. (Compárese con Ne 13:26, 27; 8:1-3, 8, 9.) Además, la comunicación en una sola lengua serí­a para ellos una fuerza unificadora. No cabe duda de que las Escrituras Hebreas desempeñaron un importante papel en la estabilidad del idioma hebreo, pues durante el perí­odo de mil años que abarcó la redacción de los libros que las integran, prácticamente no se produjo ningún cambio lingüí­stico.
En el tiempo de Jesús, Palestina se habí­a convertido en su mayor parte en una región plurilingüe. Hay testimonio fehaciente de que los judí­os habí­an conservado su propio idioma, pero también se hablaba arameo y griego koiné. Por otra parte, se podí­an ver inscripciones en latí­n que mandaban hacer los gobernadores romanos (Jn 19:20), y también se podí­a escuchar el latí­n en boca de los soldados romanos destacados en todo aquel territorio. En cuanto a qué idioma habló principalmente Jesús, véase ARAMEO; también HEBREO, II.
En el dí­a del Pentecostés del año 33 E.C., se derramó el espí­ritu santo sobre los discí­pulos cristianos en Jerusalén, y de repente se pusieron a hablar en muchas lenguas que ni habí­an estudiado ni aprendido. Jehová Dios habí­a demostrado en Babel su capacidad milagrosa para implantar en el cerebro de una persona un vocabulario y una gramática distintos. En Pentecostés lo volvió a hacer, pero con una diferencia importante: los cristianos dotados súbitamente con la facultad de hablar nuevas lenguas no olvidaron su lengua original, el hebreo. En esta ocasión, el espí­ritu de Dios cumplí­a con un propósito muy distinto: no el confundir y esparcir, sino iluminar y reunir a personas de corazón honrado a la unidad cristiana. (Hch 2:1-21, 37-42.) Desde entonces, el pueblo que estaba en pacto con Dios fue plurilingüe, pero la barrera creada por las diferencias de lenguaje habí­a sido superada, porque en su mente entonces tení­an el lenguaje común de la verdad, alababan unidamente a Jehová y sus justos designios por medio de Jesucristo. Por consiguiente, la promesa de Sofoní­as 3:9 vio su cumplimiento cuando Jehová Dios dio a †œpueblos el cambio a un lenguaje puro, para que todos ellos invoquen el nombre de Jehová, para servirle hombro a hombro†. (Compárese con Isa 66:18; Zac 8:23; Rev 7:4, 9, 10.) Para que esto fuese así­, deberí­an †˜hablar todos de acuerdo†™ y estar †œaptamente unidos en la misma mente y en la misma forma de pensar†. (1Co 1:10.)
La †˜pureza†™ del lenguaje de la congregación cristiana también se debí­a a la ausencia de palabras que expresaran amargura maliciosa, cólera, ira, griterí­a y lenguaje injurioso, así­ como engaño, obscenidad y corrupción. (Ef 4:29, 31; 1Pe 3:10.) Los cristianos tení­an que dar al lenguaje el uso más elevado, alabando a su Creador y edificando a su prójimo con habla sana y veraz, sobre todo, con las buenas nuevas del reino de Dios. (Mt 24:14; Tit 2:7, 8; Heb 13:15; compárese con Sl 51:15; 109:30.) Según se acercara el tiempo de ejecutar sobre todas las naciones del mundo Su decisión judicial, Jehová facultarí­a a un mayor número de personas para que hablasen el lenguaje puro de la verdad.
La Biblia empezó a escribirse en hebreo, y más tarde algunas porciones se registraron en arameo. Luego, en el siglo I E.C., se escribió el resto de las Sagradas Escrituras en el griego común, o koiné (aunque Mateo escribió su evangelio primero en hebreo). Para entonces también se habí­a hecho una traducción de las Escrituras Hebreas al griego, conocida como la Versión de los Setenta. Aunque no era una traducción inspirada, los escritores cristianos de la Biblia la usaron en numerosas citas. (Véase INSPIRACIí“N.) Del mismo modo, las Escrituras Griegas Cristianas, y con el tiempo toda la Biblia, llegaron a traducirse a otros idiomas: latí­n, siriaco, etí­ope, árabe y persa, entre los primeros. En la actualidad, la Biblia está disponible en su totalidad o en parte en más de 1.800 idiomas. Este hecho ha facilitado la proclamación de las buenas nuevas y ha contribuido a superar la barrera de las divisiones lingüí­sticas, a fin de unir a personas de muchos paí­ses en la adoración pura de su Creador.

Fuente: Diccionario de la Biblia

lalia (laliav, 2981), relacionado con laleo (véase HABLAR, B, Nº 1), denota habla, discurso: (a) de un dialecto, lenguaje (Mat 26:73; Mc 14.70: “manera de hablar”); (b) del contenido de lo dicho (Joh 4:42 “tu dicho”; 8.43: “lenguaje”). Véanse también DICHO, MANERA.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento