MAGIA

v. Encantamiento, Hechicería
Act 8:9 pero .. Simón, que antes ejercía la m en
Act 19:19 muchos de los que habían practicado la m


Magia (heb. ‘ônên; gr. perí­ergos). El secreto arte de magos,* adivinos, encantadores, brujos y hechiceros. Por lo general, en la práctica de la magia se utilizan ritos y fórmulas mediante los cuales se cree que fuerzas sobrenaturales se ponen a disposición del que actúa en ella, de modo que pueda producir beneficios o daños a las personas o cosas. Tales artes eran ampliamente conocidas en el mundo antiguo, y estaban profundamente arraigadas en Egipto y Babilonia (Gen 41:8; Exo 7:11; Dan 1:20; 2:2; etc.), los 2 paí­ses más poderosos del pasado y con los cuales Israel tuvo estrechas conexiones durante varios perí­odos de su historia. Sin embargo, la magia también se practicaba entre los cananeos y otras naciones, como lo indican varas, amuletos y otros objetos relacionados encontrados en las excavaciones de Palestina. Los israelitas adoptaron muchas prácticas mágicas de los pueblos entre los cuales viví­an, a pesar de que la ley de Moisés las condenaba bajo pena de muerte (Lev 20:27; Deu 18:10, 11). En momentos de estrés, con frecuencia se dirigieron a quienes las ejercí­an (1Sa 28:7), y ellos mismos practicaron toda clase de magia como lo indican diversas declaraciones de severa reprensión de los profetas del AT (ls. 8:19; Eze 13:18, 20; etc.). En tiempos del NT, los magos o adivinos judí­os estaban esparcidos por todo el mundo 736 greco-romano (Act 8:9-11; 13:6-8). Muchos de los conversos judí­os y gentiles de Pablo en Efeso habí­an practicado la magia y poseí­an costosos manuales sobre este arte, que echaron al fuego después de su conversión (Act 19:18, 19). Pablo enumera la farmakéia, “magia”, “hechicerí­a” (Gá. 5:20), entre los principales pecados de la carne, colocándola inmediatamente después de la idolatrí­a. Bib.: Juvenal vi.542-546; Orí­genes, Against Celsus [Contra Celso] iv.33. Magistrado. Funcionario público que representa y ejerce la autoridad de la ley en un distrito local. El término es traducción del: 1. Aram. tiftay (Dan 3:2, 3), “magistrado”, “oficial de policí­a”, “comisario”. Nabucodonosor convocó a los magistrados de su reino, junto con otros funcionarios, a la llanura de Dura para que adoraran la estatua de oro que habí­a erigido (Dan 3:1-7). 2. Gr. árjí‡n (Luk 12:58; Rom 13:3), “gobemante”, “magistrado”. 3. Gr. strat’gós (Act 16:20-38), “pretor”, “magistrado principal”. La forma plural se usaba para los oficiales de mayor rango de la colonia romana de Filipos. Mago. Este término se aplica a 2 actividades bien diferenciadas: 1. Heb. generalmente mekashshêf (del verbo kâshaf, “practicar la brujerí­a [hechicerí­a]”); jartummîm (aram. jartummîn) y ‘ashshâfîm (en Daniel); gr. mágos, fármakéus, fármakon, fármakos. Alguien que echa mano de la brujerí­a o emplea poderes logrados gracias al auxilio y el control de los espí­ritus malignos; aunque en algunos casos, ciertos términos traducidos así­ pueden referirse a alguien que posee cierto conocimiento de quí­mica y fí­sica, lo que lo capacita para hacer demostraciones que los ignorantes consideran proezas sobrenaturales. Estas palabras también han sido traducidas por “hechiceros”, y se nos dice que eran muy activos en Egipto (Exo 7:11), Babilonia (Dan 2:2; cÆ’ Isa 47:9; etc.), Israel (2Ki 9:22), Judá (2Ch 33:1, 6; Jer 27:1, 9) y entre los judí­os del tiempo de Nehemí­as (Mal 3:5; véase CBA 4:1152). En Egipto, los hechiceros imitaron los milagros de Moisés delante de Faraón (Exo 7:11; etc.). En Israel se condenaba a muerte a los que practicaban la magia o la hechicerí­a (Exo 22:18; cÆ’ Lev 20:6, 27; Deu 18:9-12). Cierto Simón practicaba la magia en Samaria en tiempos de los apóstoles (Act 8:4-11), como también Elimas en Pafos, en la isla de Chipre (Act 13:6, 8). Para Dios, la magia y la brujerí­a se encuentran entre los pecados más viles (Gá. 5:20), y amenaza que los que las practiquen serán totalmente destruidos en el lago de fuego (Rev 21:8). Véase Magia. Otros términos originales relacionados con “mago”, “magia”, etc., son las heb. najash, ‘ôbôth, yidd’ ônîm, qôsêm, me’ônên, menajêsh, hôbrê; y las gr. manteuómenos, kl’doni5ómenos, oií‡ni5ómenos, epáeidí‡n. 2. Gr. mágos. Definidamente, los “magos de oriente” que le trajeron regalos a Jesús (Mat 2:1; cÆ’ vs 7, 16). Nuestros vocablos “mago” y “magia” derivan de este témino griego, y éste, a su vez, es una palabra que originalmente se aplicaba a los miembros de una cierta clase de sacerdotes medos (y más tarde también de persas): la casta o profesión de los Magi, o Magios, sabios que luego ejercieron funciones sacerdotales entre los pueblos iranios. Con el tiempo, la palabra adquirió el sentido de alguien versado en las “ciencias” de la astrologí­a y otras. Una leyenda que no tiene fundamento afirma que fueron 3 los sabios -llamados Melchor, Gaspar y Baltasar- que le llevaron obsequios a Jesús. Que se dice que fueron 3 probablemente se debe a la clase de donativos que llevaron, a saber, oro, incienso y mirra (cp 2:11). Los magos estaban sin duda al tanto de la creencia judí­a relativa al advenimiento del Mesí­as, creencia que muchos conocí­an en el Oriente (véase CBA 5: 61-63). Los magos evidentemente eran sinceros buscadores del verdadero Dios. Bib.: Herodoto i.102.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Originalmente la palabra significaba la ciencia o arte de los magos, la casta sacerdotal persa, la cual, tal como los levitas, estaba dedicada a la práctica de la religión. Con la gran extensión del término magos la palabra magia también adquirió una trascendencia más amplia. Llegó a abarcar todos los ritos o procesos ocultos designados para influir o controlar el rumbo de la naturaleza; para dominar a seres humanos o circunstancias por medio de la alianza, ayuda o uso de poderes supernaturales; y en general para llamar la atención y emplear las fuerzas del mundo invisible. La adivinación, el arte de predecir el futuro para poder evitar sus peligros y riesgos, podrí­a estar incluido bajo esta misma clasificación. Sus métodos eran frecuentemente magia. La Biblia da serias prohibiciones en contra de toda forma de brujerí­a y hechicerí­a (Exo 22:18; Lev 19:26; Lev 20:27; Deu 18:10-11), tomando precauciones como las que rodearon la visita real a la espiritista de Endor (1 Samuel 28). El contacto con la magia y sus practicantes estaba estrictamente prohibido (ver Deu 18:9-14).

La magia es la forma en que el ser humano intenta hacer el futuro seguro, tratando de averiguar de antemano acerca del futuro o por medio de hechizos que hagan pasar las cosas de una manera predeterminada y favorable para uno.

Lo que el Señor desea para su pueblo es que se den cuenta que su soberaní­a ya ha planeado el futuro y que nuestra parte es caminar confiadamente en él. Lo que es más, la voz de profecí­a nos trae toda la guí­a inmediata y conocimiento del futuro que Dios piensa que necesitamos, y nuestra tarea es confiar que Dios es digno de nuestra confianza.

La magia era practicada extensamente en Egipto (Exo 7:11; Exo 8:7, Exo 8:18-19; Exo 9:11) y en Babilonia (Dan 1:20; Dan 2:2). La intrusión de tales creencias insalubres se puede detectar en la historia hebrea (Gen 30:14; y quizá Gen 30:37). Jacob creyó que su conocimiento de la genética animal estaba determinando la tendencia reproductiva, pero Dios le reveló en un sueño que era el Señor, no su propia manipulación, que estaba causando los resultados favorables (Gen 30:10-12). La familia de Jacob estaba remotamente lejos del noble monoteí­smo de Abraham y las aldeas del valle del Eufrates veneraban la magia, por eso se ven los terafim o í­dolos domésticos más adelante en el relato (Gen 31:19; ver también Jdg 17:5; 1Sa 19:13; Eze 21:21-26; Zec 10:2). Estas eran deidades caseras, talladas toscamente, como los †œLares y Penates† romanos.

Muy similar en concepto era el culto de los baales de los campos, cuya adoración corrupta en ritos de fertilidad y magia favorable fue intensamente condenado por los profetas. En cada avivamiento de la adoración pura los terafines fueron arrastrados con todas las otras formas de paganismo despiadado (p. ej., 2Ki 23:24).

En el NT puede ser que las citas a las vanas repeticiones de los paganos (Mat 6:7; p. ej., ver 1Ki 18:26 y Act 19:28) se refieran a las creencias en la repetición mágica de formulas establecidas tal como la repetición sin sentido de los tibetanos om mani padme hum (¡Salud a la joya en la flor de loto!). Simón (Act 8:9) y Elimas (Act 13:8) practicaban la magia. Hay evidencia de que tales tribus de charlatanes se encontraban en todas partes y frecuentemente eran judí­os de nacionalidad (p.ej. ., los hijos de Esceva en Efeso, Act 19:14). La historia del impacto de los primeros cristianos en la ciudad de Efeso revela la tremenda influencia de la magia entre las masas. Con la propagación de la doctrina cristiana, los que practicaban artes curiosas trajeron sus libros de conjuros de fórmulas mágicas a ser quemados. El estimado valor de esos fue 50.000 monedas de plata donde cada moneda representaba el salario promedio de un dí­a de trabajo en la Palestina de los Evangelios. La iglesia primitiva no desechó a la magia como una mera ilusión, sino que atribuyó sus resultados a la obra de seres malignos y malvados, pero que no tení­an poder contra el creyente. El concilio de Ancira (315 d. de J.C.) fue el primero en dictar una ley en contra de la magia.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Actividad ritual. El nombre “magia” proviene de “mago” con el que se designaba a ciertos sacerdotes de la antigua Persia y cuyo significado original pudiera haber sido el de “sabidurí­a”. En realidad pudiera tratarse, en muchos casos, de métodos para controlar o manipular la naturaleza y el medio. La antigüedad de estas prácticas es muy remota y parece haber estado presente en casi todas las culturas de una manera o de la otra. Muchos la consideran una de las ramas del ® OCULTISMO.
La llamada “magia negra” se utiliza para perjudicar a otras personas y su uso es frecuente entre los grupos satánicos. Muchas brujas afirman practicar la “magia blanca”, a la que algunos consideran “buena” y que no incluye, como en el caso de la “magia negra”, ciertos elementos más definidos de superstición, como el uso de ritos, invocaciones, sustancias y otros elementos destinados a la obtención de resultados sobrenaturales o de cierto dramatismo. También se habla de una “magia neutral”. Por otra parte, algunos estudiosos afirman que en esta forma de magia prevalece la operación “mecánica” sobre la invocación de espí­ritus o de poderes sobrenaturales, pero se trata de una materia en la cual mucho queda pendiente de definición.
En prácticas de este tipo prevalece cierto simbolismo, tal y como el representado por los colores, ciertos animales y aves, etc. La magia no puede separarse totalmente de ciertos ritos religiosos donde el simbolismo ayuda a la evocación de actitudes y sentimientos.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de espí­ritus, genios o demonios, efectos o fenómenos extraordinarios, contrarios a las leyes naturales. — Diccionario de la Lengua Española

Magia y hechicerí­a: prácticas por las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo — aunque sea para procurar la salud —, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios.

La magia, utilizada para ejercer un maleficio, se llama †œhechicerí­a.† Pero se debe aclarar que, aunque se pretenda distinguir entre †œmagia buena† (blanca) y †œmagia mala† (negra), en realidad, todo uso de magia ofende a Dios por ser una forma de idolatrí­a. Es por eso que la magia está condenada por el Primer Mandamiento de Dios.

La magia busca sobrepasar las limitaciones de la naturaleza humana, el orden de la creación establecido por Dios y la autoridad de Dios. La magia busca obtener poder sobre la creación y sobre la voluntad de otras personas por medio de la manipulación de los sobrenatural. La magia tiene un concepto errado de la autoridad y busca controlar por medio de poderes ocultos.

No hablamos aquí­ de la magia en cuanto a un juego de meros trucos, como los que hací­a San Juan Bosco para atraer a los jóvenes. En ese caso todos sabí­an que se trataba de un juego ameno.

Fuente: Diccionario Apologético

Ver “Espiritismo”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, RELI LEYE ESCA

ver, ADIVINACIí“N, ASTROLOGíA, ASTRí“LOGOS, MAGOS

vet, Práctica del ocultismo y relación con los malos espí­ritus. El término heb. “hartõm”, que se traduce como mago, significa frecuentemente: escriba, sacerdote instruido (Dn. 1:20), versado en los encantamientos, en las prácticas ocultas (Ex. 7:11), en la interpretación de los sueños (Dn. 2:10). Estas prácticas estaban muy difundidas: en Egipto (Gn. 41:8; en Ti. 3:8 se dan los nombres de Janes y Jambres, que se opusieron a Moisés), en Asiria (Nah. 3:4), en Babilonia (Is. 47:9; Dn. 2:2), en Canaán y en los otros paí­ses paganos (Dt. 18:10). Hay otro término heb., “‘ahshãph”, que se traduce generalmente como encantador. Designa a los hechiceros y a los exorcistas que empleaban fórmulas mágicas para que los malos espí­ritus les ayudaran o para hacer que dejaran de atormentar a sus pretendidas ví­ctimas. Los efectos sobrenaturales buscados concerní­an a los hombres, a los animales o a las fuerzas de la naturaleza. Los textos no distinguen siempre de una manera clara los encantamientos y la adivinación (Nm. 23:23; 24:1; 2 R. 17:17; Jer. 27:9) y otras formas de ocultismo, todas ellas prohibidas formalmente por la ley de Moisés (Dt. 18:9-14). En ella se legislaba la pena de muerte para magos y evocadores de muertos (Ex. 22:18; Lv. 20:6, 27). Los profetas predijeron su castigo (Mi. 5:11; Mal. 3:5; etc.; cfr. Josefo, Vida 31; Ant. 17:4, 1; Sab. 12:4-6). El NT revela la existencia de las mismas prácticas y nos presenta a: Simón el mago (Hch. 8:9, 11); Barjesús (Hch. 13:6, 8); en Efeso, los exorcistas judí­os y los adeptos a las “artes mágicas”, y sus libros de gran precio (Hch. 19:13, 19). La magia es manifiestamente una de las obras de la carne (Gá. 5:20). En Ap. 9:21 el término traducido “hechicerí­as” es “pharmakeia”, lo que sugiere la utilización de drogas y de filtros misteriosos; el castigo de esta diabólica “farmacia” es la perdición eterna (Ap. 18:23; 21:8; 22:15). (Véanse ADIVINACIí“N, ASTROLOGíA, ASTRí“LOGOS, MAGOS.) El arte de encantar a las serpientes, lo que previene la mordedura, no se contaba entre los encantamientos (Ez. 10:11; cfr. Sal. 58:5; Jer. 8:17).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Arte o técnica de producir efectos admirables, aparentemente rompiendo las normas o leyes naturales y obteniendo beneficios para quienes la realizan.

En la Escritura se habla de la magia y de lo que va anexo a ella: adivinación, sortilegios, espiritismo, etc.

En el Antiguo Testamento se advierte el reflejo procedente de los pueblos del entorno, dado a ella, y siempre con un sentido de rechazo: Deut. 18. 9-13; Miq. 5.11; Jer. 27.9; Ex. 13. 18-20; Salm. 30.14. Se castiga con la muerte a quien se entrega a ella, a la hechicera: Ex. 22.17; Lev. 20.27; 1 Sam. 28.3. Esa actitud pasó al Nuevo Testamento, aunque en los textos del Evangelio no se alude al tema, Pablo la rechaza rotundamente: Hech. 19.18; Gal. 5.20.

Para juzgar moral y religiosamente las artes mágicas, hay que diferenciar con claridad: el espiritismo diabólico, si es posible o existe; y el juego de trucos.

La magia negra alude a procedimientos por influencia diabólica. Mediante ellos se podrí­a superar las fuerzas naturales y ocasionar prodigios extranaturales: elevación, volar por el aire, producir males (maleficio). Es rara la acción bajo estas fuerzas, si es que alguna vez se ha dado, ya que el demonio “no está para jugar” y sólo actúa si Dios lo permite. En todo caso esta magia es contraria al respeto divino y se asocia moralmente a los pecados contra el primero y el segundo mandamiento.

La magia blanca, ilusionismo o prestidigitación, se usa como diversión y se logra con trucos y habilidades o incluso con el aprovechamiento de determinadas fuerzas especiales que algunas personas poseen y no tienen nada de sobrenaturales. Es evidente que esa magia, o habilidad para mover los dedos (prestidigitación) o para suscitar ilusiones ópticas o sensoriales (ilusionismo), nada tiene de anormal o inmoral, por espectaculares que sean sus manifestaciones.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Aunque originariamente el término “magia” se aplicó a las doctrinas de los “magos” de Persia (que podí­an versar sobre diversos campos del saber humano, también en relación con los astros), posteriormente el término ha adquirido el significado de un “poder” sobre los fuerzas de la naturaleza por medio de técnicas más o menos ocultas. A veces se habla de “ocultismo” o de “brujerí­a”. Ese poder o magia puede ser benéfica (magia blanca) o maléfica (magia negra). A veces significa un cierto poder de fascinación.

En algunos pueblos, la magia tiene raí­ces culturales muy fuertes, en la lí­nea de describir la relación entre el hombre y la naturaleza. A veces existen fórmulas mágicas (problema psicológico del lenguaje) o también el pensamiento mágico (cuestión de mentalidad). A veces la magia está ligada a la adivinación, el espiritismo, los horóscopos y astrologí­a, la quiromancia, las “suertes”, etc. La astrologí­a, con cierta tendencia religiosa o pseudoreligiosa, intenta leer la “escritura del cielo” para adivinar los acontecimientos. Tiene cierto sentido fatalista. El “espiritismo” puede incluir la adivinación por medio de los espí­ritus o también basándose en los “medium” (personas con gran capacidad de intuición y de telepatí­a).

Aunque en la magia se usan, a veces, conceptos y fórmulas religiosas, en realidad la religión tiene una orientación totalmente diversa la de admitir la realidad divina o sobrenatural sin querer dominarla. No obstante, existe en ambientes populares una cierta mentalidad subjetivista de querer conseguir un objetivo religioso por medios técnicos o también ocultos. Entonces serí­a una práctica pseudoreligiosa.

La “superstición” consiste en creencias o prácticas rituales provenientes de la mentalidad mágica. Indica un cierto miedo a lo sagrado o divino, que puede dar lugar a dos tendencias evitar lo sagrado (como “tabú”) o manipularlo y dominarlo por medio de la magia. La religión auténtica se basa más en la relación personal, sin excluir el santo temor de Dios.

La revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento resumen la historia como salvación, por encima y más allá de las fuerzas de la naturaleza. El cristianismo anuncia el mensaje evangélico de amor y de temor filial respecto a Dios Amor que ha enviado a su Hijo, Señor de la creación y de la historia por medio de su misterio pascual. Los sacramentos no son signos mágicos, sino signos de la presencia activa de Cristo Salvador.

Referencias Espiritismo, religiones tradicionales, religiosidad popular, sagrado.

Lectura de documentos CEC 1852, 2111, 2115-2117.

Bibliografí­a J. CARO BAROJA, De la superstición al ateí­smo (Madrid, Taurus, 1974); J. GUITON, La superstición superado (Salamanca, CEME, 1973); G. HERZENBERGER, Lo mágico en nuestra Iglesia (Bilbao, Desclée, 1971); L. MALDONADO, Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico (Madrid, Cristiandad, 1975); B. MALINOWSKI, Magia, ciencia, religión (Espluga de Llobregat, Ariel, 1974); P. SIWEK, Herejí­as y supersticiones de hoy (Barcelona, Herder, 1965).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

1. Antiguo Testamento

(-> profetas, milagros). Suele entenderse por magia el intento de manipulación de unos poderes sagrados. Ella parece vinculada a un tipo de religiosidad sacra, de manera que son muchos los que identifican al mago con el sacerdote y hechicero. Otros interpretan la misma profecí­a como magia, distinguiendo tres grandes actitudes y respuestas ante el mundo: magia/religión, filosofí­a, ciencia (A. Comte). Sin embargo, en sentido estricto, los magos se dis tinguen de los sacerdotes y mí­sticos, de los profetas y sabios porque tienden a situarse en una lí­nea de manipulación del misterio.

(1) Religión y magia. En principio, la religión es encuentro personal del hombre con Dios, en lí­nea de gratuidad. La magia, en cambio, tiende a ser un intento de dominio, un medio (o técnica) para utilizar en favor propio los poderes misteriosos que dirigen el curso y ritmo oculto de las cosas. En ese sentido, la religión bí­blica se distingue de la magia, porque no quiere influir sobre Dios, sino escuchar su Palabra. La magia se sitúa en la lí­nea de la ciencia: quiere penetrar en el secreto de las cosas, dirigir y dominar el mundo, controlando para servicio del hombre sus poderes más ocultos. En ese aspecto, mago es quien posee (o dice poseer) fuerzas secretas, especiales: un hombre que utiliza el poder de dioses o demonios para influir en la vida de los otros. La Biblia contiene una dura condena contra la magia, aunque, como es natural, pueden encontrarse en ella muchos elementos mágicos. Ciertamente, el hombre bí­blico, desde Abrahán hasta Jesucristo, no pretende conseguir por la fuerza favores especiales de Dios, ni controlar con su poder las fuerzas de los dioses, sino ponerse en manos de Dios: quiere adorar su misterio y dejar que Dios mismo transfigure y enriquezca la vida con su gracia. Pero una y otra vez aparecen en ella rasgos de magia, sobre todo en los diversos tipos de rituales y sacrificios, lo mismo que en las normas sobre los alimentos.

(2) Magia y profecí­a. Después de haber puesto de relieve los peligros de la magia cananea, la Biblia añade: “Un profeta como tú les suscitaré, de en medio de ellos, de entre sus hermanos; y pondré mis palabras en su boca y les hablará todo lo que yo le ordene” (Dt 18,18). Según eso, todos aquellos que evocan y cultivan el poder sacral del cosmos, los que quieren escuchar la voz de lo divino en las voces de este mundo se equivocan, en la medida en que quieren imponerse por ellas sobre el mismo Dios. En contra de los magos, los profetas no han querido explorar la sacralidad de la naturaleza; no se han puesto a explicar voces de espí­ritus o muertos, no han investigado en nubes o serpientes, sino que han escuchado en su propia vida la Palabra de vida de Dios. Los israelitas han contado a lo largo de su historia con hombres especiales, de gran visión teológica, capaces de hablarles de Dios: han tenido a los profetas, que han seguido realizando la tarea de Moisés (Dt 18,15). Así­, frente a la magia, que pretende controlar la sacralidad cósmica para provecho propio, los israelitas han puesto de relieve el valor de la profecí­a, en una lí­nea que une a Moisés (ley primordial) con los profetas (hombres de Palabra en la historia). De todas formas, esta diferencia entre magia y religión no puede trazarse de un modo absoluto y sólo resulta clara allí­ donde el hombre ha trazado de una forma sistemática y precisa sus posibilidades humanas, en perspectiva cientí­fica y religiosa, sin confundirlas, y/o donde ha renunciado religiosamente a todo intento de influir sobre Dios. Sólo se puede superar la magia allí­ donde la ciencia es ciencia, es decir, donde ella renuncia a imponer unos deseos sacrales sobre el conjunto de la realidad. Por su parte, la religión sólo es religión donde ella renuncia a dominar también sobre la realidad, de tal forma que sólo busca el encuentro con Dios en un nivel de gracia.

(3) Formas de magia. Exposición crí­tica (Dt 18,9-22). La Biblia israelita ha condenado la magia, entendida como pecado de los cananeos, en dos lugares principales: Lv 18,21; 20,2-5 y Dt 18,922. Estos son los ejemplos mágicos principales del texto del Deuteronomio. (a) Sacrificio del hijo o la hija (Dt 18,10) a quien se quema (cf. Gn 22) para obedecer a un duro Dios y para conseguir determinados fines (aplacar la violencia, someterse a las fuerzas del destino). Dt 12,31 ha condenado esa práctica, aunque sabemos por la historia israelita que ha sido normal en tiempo antiguo (cf. 2 Re 21,5-6; 23,10). (b) Evocación de muertos (Dt 18,11) o necromancia. Es bien conocida dentro de la Biblia (cf. Saúl y la pitonisa de Endor: 1 Sm 28,325). Está cerca del gesto anterior: hay en ambos casos una misma obsesión de muerte: se sacraliza a un ser humano al ofrecerlo a Dios (o a los poderes demoní­acos), se lo diviniza al evocarlo, (c) Invocación y observación de los espí­ritus (Dt 18,11). Esta práctica está cerca de la anterior, pues entre muertos (metim) y espí­ritus (†™obim) hay una gran continuidad (casi identidad) para los esotéricos antiguos y modernos. Los evocadores de espí­ritus eran y son hombres-mujeres que se dicen expertos en las fuerzas profundas y sagradas de la naturaleza, a la que ponen (= dicen poner) al servicio de la vida humana, (d) Adivino (qosern qesamim: Dt 18,10b) es alguien que descubre lo oculto o predice el futuro por suertes, por el son del viento o por los sueños… Adivino es el mago en general, en cuanto distinto del profeta israelita (o cristiano y musulmán), (e) Observador de nubes (me’onen: Dt 18,10b) es el que estudia y evoca las nubes para descubrir allí­ el destino. En sentido más amplio le podemos llamar astrólogo: establece conexiones entre el ser humano y los fenómenos cósmico-atmosféricos. (f) Encantador de serpientes (menahes: Dt 18,10b). Sabe descubrir y manejar las fuerzas ocultas que se manifiestan en ellas (nhs), conforme a una asociación que parece estar en el fondo de Gn 3,1. (g) Brujo (rnekassep: Dt 18,10b) es alguien que puede influir en los demás de forma ante todo destructiva, evocando o causando sobre él algún maleficio. Tiene capacidad de dañar a los demás, destruyendo los ví­nculos comunitarios, (h) Hechicero (hober haber: Dt 10,11): experto en crear relaciones, tanto positivas como destructivas, entre personas. Tiene el poder de vincular, de suscitar uniones que llevan al amor o al odio. Parece influir sobre todo en las relaciones afectivas.

(4) Fenómenos y seres vinculados a veces con la magia. La magia es un fenómeno muy extenso, que puede influir en otros elementos religiosos. Entre los personajes, poderes y signos que pueden estar cerca de la magia, en un entorno bí­blico (y también en nuestro tiempo), queremos citar los siguientes. (a) Profetas o videntes de la Apocalí­ptica. Son hombres superiores, que entran en contacto con sabios y genios del pasado (Henoc, Noé, Melquisedec, Daniel…), que les abren las puertas ocultas y les desvelan el misterio de Dios y de la historia. Entre ellos destaca Henoc*, a quien la tradición parabí­blica presenta muchas veces como un hombre cercano a los magos, y de un modo especial Daniel*, capaz de resolver los temas que los magos de Babilonia no pueden resolver, (b) Angeles. Ciertamente, ellos no son magos, pero pueden presentarse como iniciadores de un tipo de magia: “Estos son los nombres de los santos ángeles que vigilan: Uriel, ángel del trono y del temblor; Rafael, encargado de los espí­ritus de los humanos; Ragüel, el que castiga al universo y las luminarias (los ángeles caí­dos); Miguel, encargado de la mejor parte de los humanos y de la nación (Israel); Saraquel, encargado de los espí­ritus del genero humano que hacen pecar a los ángeles; Gabriel, encargado del paraí­so, las serpientes y los querubines…” (1 Hen 20). El conocimiento de los nombres y propiedades de los ángeles ha constituido uno de los elementos básicos de la magia israelita. (c) Demonios. Al lado de los ángeles buenos, que guí­an y sostienen por mandato de Dios el universo, están los demonios, ángeles caí­dos, pecadores, que pervierten en su mayorí­a a los humanos. Para gran parte del judaismo de tiempos de Jesús la magia se identifica con un tipo de manipulación demoní­aca (exorcismos*), (d) Hermes, hermeneuta. Hermes, Dios griego del conocimiento y la interpretación profunda de las cosas aparece, también como maestro y guí­a de los magos. Conforme al testimonio de una tradición antigua, el Hermes griego se identifica con el egipcio Thot, Dios psicopompo, es decir, guí­a y conductor de los humanos a quienes va llevando tras la muerte hasta el lugar originario de la vida. Magia y hermetismo han estado muy cerca del entorno bí­blico, (e) Magos zoroastristas y gnósticos. Dentro del mundo bí­blico, los magos han estado especialmente vinculados a la religión de Persia, con su dualismo* y con su visión de los espí­ritus en lucha. En esa lí­nea se sitúa un tipo de gnosticismo posterior, con su distinción de dos figuras divinas: una es buena, espí­ritu perfecto, origen primigenio, más allá de la materia, Padre en el pléroma divino; otra es mala, una especie de divinidad perversa, que los gnósticos presentan con rasgos y figura del Yahvé ( = Yaldabaot, Yabaot) del Antiguo Testamento; es el Dios de la materia, prí­ncipe y regente de este mundo de muerte, cabeza de los ángeles. Los magos saben entrar en esa lucha de dioses, colaborando en el triunfo del Dios bueno, (f) Astrólogos. La astrologí­a toma a las estrellas (especialmente planetas) como libro donde se descubre y pronostica el sentido y futuro de la vida: formamos parte de un universo sagrado y nuestras almas están emparentadas con las almas de los astros, dentro de la rueda de transmigración de los espí­ritus. Por eso se acude al horóscopo (= mirar el horizonte estelar), para fijar así­ la suerte astral de los diversos individuos, influyendo en ella, (g) Alquimistas. La alquimia (del árabe al-kimiya, es decir, la-quí­mica) vive todaví­a en el nivel de la magia participativa. No es ciencia, sino un tipo de mí­tica cósmica, adornada con pretensiones cientí­ficas. Según ella, en el fondo de la realidad hay un misterio, de manera que todo puede transmutarse en todo. El universo entero tiene rasgos y matices de carácter espiritual (de pensamiento, de unidad entre los seres). Por eso puede darse un tipo de transmutación material, que está en la lí­nea de la transmigración de los espí­ritus, de forma que podemos cambiar la materia y cambiarnos en ella, descubriendo nuestro propio ser eterno, reflejado en la bebida del elixir de la vida.

Cf. A. CASTIGIIONI, Encantamiento y magia, FCE, México 1972; B. J. MALINA, On the Genre and Nlessage of Revelation. Star Visions and Sky Jounieys, Hendrickson, Peabody MA 1985; J. NEUSNER (ed.), Religión, Science and Magic: I11 concert and in conflict, Oxford University Press 1989; W. O. E. OESTERLEY y Th. H. ROBINSON, Hebrew Religión. Its Origin and Development, SCPK, Londres 1966, I-I24; A. OHLER, Elementi mitologici nell†™Antico Testamento, Marietti, Turí­n 1970; X. PIKAZA, Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1996; El fenómeno religioso, Trotta, Madrid 1999; D. SALADO, La religiosidad mágica, San Esteban, Salamanca 1980; G. WIDENGREN, Fenomenologí­a de la religión, Cristiandad, Madrid 1976.

MAGIA
2. Jesús

(-> Jesús, curaciones, exorcismos). Jesús fue sin duda un carismático, un exorcista: hombre de fe, capaz de curar a muchos enfermos y de liberar a muchos endemoniados de su opresión interna. Siguiendo en esa lí­nea, algunos exegetas como M. Smith han pensado que era un mago helenista, injertado de forma secundaria en un ámbito de religiosidad judí­a.

(1) Tiempo de magos. Aquél era, sin duda, un tiempo propicio para magos. Mutuamente se mezclaban especulaciones filosóficas de Grecia y experiencias religiosas; el dualismo persa ofrecí­a espacios de vivencia para muchos, que estaban preocupados por el fin del mundo; el monoteí­smo hebreo gozaba de mucho prestigio, pero algunos paganos lo mezclaban con mitos y ritos, recreados dentro del contexto sincretista del Imperio romano. Las antiguas concepciones de la vida se mezclaban y cambiaban mutuamente. Triunfaba por un lado el optimismo racional unido a la paz romana. Pero, al mismo tiempo, se extendí­an creencias y personajes antes ignorados: filósofos, santones, magos, charlatanes recorrí­an los caminos, ofreciendo soluciones aparentemente nuevas a los viejos problemas de la vida. Se expandí­an los cultos del misterio, con su salvación ritual, lo mismo que las especulaciones gnósticas, pero la mayorí­a de la gente sufrí­a bajo el miedo de la muerte. En ese contexto, la magia estaba unida al sufrimiento: era consuelo de muchos a quienes la religión oficial no lograba consolar, signo del dolor y la protesta de los más amenazados. Para algunos de nosotros, racionalistas poscristianos, bien situados en el mundo, aquella magia nos puede parecer superstición: una manera de evadimos de la tierra y sus problemas. Para muchos pobres de entonces (y de ahora) era más bien una protesta contra el mal, era un deseo de dar sentido a una vida sin sentido. Ciertamente, algunos magos podí­an parecer embaucadores, personas que se aprovechaban de la ingenuidad de los demás para engañarles y medrar a costa de ellos. Pero esa acusación no vale para todos: muchos eran hombres y mujeres respetables, expertos en poderes sacrales.

(2) La internacional mágica. La magia constituí­a una experiencia extendida casi por todas partes, al menos en las tierras del oriente del Imperio romano, que conocemos mejor a través de papiros mágicos (como los de Egipto entre los siglos I-IV d.C.). Lógicamente, la magia ha jugado un papel fuerte con relación a los enfermos. No hace falta insistir en el carácter misterioso de muchas enfermedades, que obedecí­an a causas desconocidas y podí­an curarse por medios que hoy nos parecen psicosomáticos, atribuidos a espí­ritus y dioses. En el mundo griego se conocen, sobre todo, los relatos de curaciones del dios Esculapio en Epidauro (en incubación o sueño sagrado). En ámbito judí­o se recuerdan nombres de carismáticos como Honi y Janina ben Dosa, que curaban con la ayuda de su Dios (Yahvé). Habí­a también en otros paí­ses del Imperio curanderos, santones y hechiceros, como Apolonio de Tiana, a quien algunos han relacionado con Jesús, aunque el origen y sentido de sus curaciones resulte muy distinto, pues Apolonio “curaba” imponiendo su violencia contra los pretendidos culpables o chivos emisarios, no por gratuidad y perdón, como Jesús. En ese contexto ha situado M. Smith a Jesús: “Parece que Jesús se hizo famoso y atrajo a sus seguidores como milagrero, especialmente como exorcista y sanador… Sus milagros atrajeron enormes multitudes e hicieron que muchos pensaran que él era el Mesí­as. Tanto aquellas masas como las especulaciones mesiánicas ampliamente extendidas entre ellas inquietaron a los sacerdotes que regí­an el templo y la ciudad de Jerusalén… Los romanos estaban pendientes del templo como de un posible centro de dificultades y no perdí­an de vista el resto del paí­s, interviniendo con su fuerza militar para dispersar a las asambleas que consideraban peligrosas… Las autoridades de la ciudad (sacerdotes) prendieron a Jesús y lo entregaron a Pilato (gobernador romano); éste lo crucificó como a un pretendido Mesí­as”.

(3) El auge de Jesús mago. Lógicamente, la gente le seguí­a, como siempre ha seguido a los sanadores de fama. Pero a Jesús no le bastaba con curar, sino que vinculó sus curaciones con una doctrina nueva sobre un Dios que sana a los enfermos. Su misma capacidad de hacer milagros le llevó a pensar que era Mesí­as, enviado de Dios, y así­ le entendieron muchos de sus discí­pulos y seguidores. Animado por ese convencimiento, en nombre del Dios de la salud, subió a Jerusalén, donde fracasó como mago, no siendo capaz de evitar su condena y muerte. Los evangelios habrí­an contado, según eso, la historia de Jesús, un mago fuerte, que ofreció salud a enfermos de diverso tipo, pero que acabó juzgado por los sacerdotes y polí­ticos, que tení­an miedo de su influjo sobre el pueblo. A pesar de ese fracaso, su recuerdo se mantuvo y creció, suscitando un tipo de nueva religión, de fondo mágico. Dentro del judaismo estricto hubiera sido difí­cil (por no decir imposible) tomarle como un ser divino. Pero Jesús no era un judí­o de observancia estricta, si vale ese lenguaje, sino un galileo, que pertenecí­a a una zona de paganos recién convertidos (o reconvertidos) por la fuerza al judaismo (hacia el 104-75 a.C.). Así­ le presenta M. Smith.

(4) La condena de Jesús mago. Las afirmaciones anteriores no son nuevas, sino que aparecen en uno de los testimonios judí­os más antiguos sobre Jesús: “En la vigilia de la Pascua colgaron a Jesús. A lo largo de cuarenta dí­as, el heraldo habí­a proclamado: Será llevado a lapidar porque se ha dedicado a la hechicerí­a: ha seducido a Israel, les ha hecho apostatar. Cualquiera que tenga algo que decir en su defensa, que venga y que lo diga… Sucedió que nadie vino a decir nada en su defensa; por eso se le colgó en la vigilia de la Pascua” (Talmud de Bab, Sanedrí­n 43). El Talmud cita aquí­ una antigua baraí­ta (tradición no contenida en la Misná) sobre la ejecución de Jesús, situada en la vigilia de Pascua (como en Jn 19,31). Las razones de la condena de Jesús como mago reflejan con nitidez la concepción de algunos rabinos que acusan a Jesús de hechicero, pues realizaba curaciones empleando métodos religiosamente sospechosos, con poderes que desbordan la sacralidad israelita y que, por tanto, provienen de Satán (cf. Mc 3,21-30). Nótese que el texto no ha querido disculpar a Jesús, sino confirmar la validez de la condena. Si le hubieran tomado como un simple hechicero, es posible que no hubiera sido ajusticiado (cf. Dt 18,10-12); pero le han tomado como hechicero seductor y por eso le juzgan digno de muerte (como exigí­a Dt 13,1-19). En ese contexto, los maestros rabí­nicos han debido afirmar que Jesús era digno de condena. Pues bien, la presentación de Jesús como mago puede contener algunos elementos válidos, pero olvida otros rasgos básicos del mensaje de Jesús: la experiencia de Dios como Padre y la exigencia de gratuidad (amor al enemigo, no juicio), la forma de enseñar (parábolas) y la superación de los rituales de pureza israelita… Ciertamente, mirado desde fuera, Jesús pudo ser considerado un mago; pero en el fondo de esa magia vino a darse la más honda experiencia de gratuidad de la historia humana. Se puede decir que Jesús fue un mago, pero su magia nos obligarí­a a reelaborar todos los ele mentos de una visión mágica del mundo. Por eso, la interpretación puramente mágica de Jesús resulta insostenible.

(5) Jesús entre los magos (Mt 2). El evangelio de Lucas evocaba la presencia de unos pastores* ante el pesebre de Jesús. El de Mateo evoca a unos magos gentiles, que buscan a Dios en las señales del cielo y de la historia (quizá en los mismos astros). Ellos han estado esperando por siglos, mirando a las estrellas como signos de la vida. Ahora han visto el signo de Jesús y quieren adorarle. Por eso se ponen en camino. “Viendo la estrella se alegraron con un gozo inmenso. Y llegando a la casa vieron al niño con Marí­a su madre y, postrándose en el suelo, le adoraron; y abriendo sus tesoros le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños la advertencia de no dirigirse a Herodes volvieron a su tierra por otro camino” (Mt 2,10-13). Ellos son los sabios de este mundo, buscadores del bien, hombres religiosos de los pueblos de oriente, no de occidente (Roma), donde se extenderá el evangelio de Pablo; son los magos de oriente, es decir, de las tierras donde habí­an surgido los grandes imperios antiguos (Babilonia, Persia), tierras que se extienden todaví­a más, hacia la India y China. Todas ellas aparecen aquí­ para Mateo como tierras abiertas al Evangelio. De allí­ vienen los que buscan a Dios en la estrellas, buscando lo inaudito, lo que nunca se ha visto ni pensado. Han llegado recorriendo los caminos de los grandes oráculos y libros de la tierra, para descubrir al fin lo más sencillo, aquello que podí­an haber visto y venerado en su lugar de origen: un niño con su madre. Esta es la paradoja de Dios, ésta la poesí­a verdadera y más profunda de la historia: después de mil extrañas invenciones venimos a lo más normal y simple. Un niño con su madre, éste es el culmen, es la meta de las iniciaciones sabias de la tierra. Parece que la madre está pasiva: no hace nada; silenciosa y muda espera en la casa donde ella misma tiene y ofrece al niño. Sin embargo, si miramos mejor, como en el caso previo de la fe de José (Mt 1,18-25), descubrimos que en su aparente inactividad ella es muy activa. Los sabios vienen buscando de lejos lo que ella ya tiene: su niño que es Hijo, Mesí­as de Dios en la tierra. Por eso, descubren al niño con ella; no lo encuentran solo, perdido sobre el campo (alimentado por los animales como en muchas fábulas antiguas); no lo ven aislado, sabio y prodigioso, capaz de vivir y triunfar por sí­ mimo, como en tantos mitos de Oriente y Occidente… Lo encuentran como niño-niño en brazos de su madre, infante (= incapaz de hablar aún) y sometido a todos los poderes de la tierra. Los magos han venido de la raya oriental de la tierra para descubrir aquello que podí­an haber hallado en su lugar de origen. Esto es lo que sucede casi siempre: nos negamos a ver lo que está cerca y sólo al fin de un largo camino lo entendemos. Pero, miradas las cosas en otra perspectiva, los magos han hallado en Belén algo absolutamente nuevo: los niños con madre son signo de Dios, pues lo ha sido este Niño de la Estrella, con su madre. Por eso, siendo como todas, su madre es única en la historia, es la madre del Hijo de Dios. Aquí­ se inscribe la gran paradoja, con sus dos actores principales (de José no se habla en este caso): (a) Niño. Siendo presencia de Dios (Emmanuel, Dios con nosotros), ese niño es un ser amenazado al que hace falta el cuidado constante de los otros. De ahora en adelante todo ser humano perseguido, enfermo, cautivado, hambriento o exiliado (cf. Mt 25,31-46) será signo, humanidad de Dios sobre la tierra, (b) Niño con madre. Es evidente que ella cumple una obra de Dios cuidando al hijo (a quien Mt 25 ha de mostrar como signo del hambriento, el exiliado, etc.). Esta es toda su tarea, ésta su fortuna: ella recibe, acuna y engrandece a Dios dando cariño y ofreciendo espacio de existencia al más pequeño de la tierra. Por su parte, los magos representan el orden de los sabios (los más sabios) de oriente que han buscado durante siglos el secreto de Dios sobre la tierra. Su larga peregrinación ha terminado: han aprendido la lección y depositan lo que tienen, lo que saben (oro, incienso y mirra) ante ese niño. La magia se convierte de esa forma en fe cristiana.

Cf. J. P. Meier, Un judí­o marginal. Nueva visión del Jesús histórico I-IV, Verbo Divino, Estella 1998-2006; M. Smith, Jesi’is el Mago, Martí­nez Roca, Barcelona 1988; X. Pikaza, La nueva figura de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003; G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Sí­gueme, Salamanca 2000.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Este término indica una presunta capacidad de influir milagrosamente sobre el curso de los acontecimientos humanos y de dominar las fuerzas naturales (generalmente experimentadas por la mentalidad primitiva como incontrolables y amenazadoras) por medio de varias técnicas ocultas, de tipo benéfico (mafia blanca) o de tipo maléfico (magia negra). Este último tipo de magia se confundió luego con el concepto de brujerí­a, que no era idéntico en su origen. En nuestros dí­as las formas mágicas son objeto de estudio por parte de etnólogos, antropólogos, psicoanalistas, y se consideran como un trámite de gran importancia para el conocimiento de las relaciones naturaleza-cultura.

La magia y la religión reconocen ambas la existencia y la importancia de una realidad “distinta”‘, pero el pensamiento religioso vive esta realidad esencialmente en un contexto relacional, sea cual fuere su forma de concebirse y de mediarse, y sitúa en el centro las actitudes y las opciones del sujeto religioso; el pensamiento mágico, por el contrario, cree posible influir en la realidad “distinta” por medio de habilidades y de técnicas reservadas. Naturalmente, este concepto no está claro ni mucho menos y, en determinados ambientes y circunstancias, puede resultar surriamente lábil. También es posible (como sucedió a lo largo de los tiempos y como quizás sucede todaví­a hoy) que se usen algunos elementos de la religión cristiana (consciente o inconscientemente) de manera ” mágica” y autotranquilizante.

El término griego magéia se referí­a originalmente sólo a la doctrina de los magos persas; luego conoció, por razones histórico-religiosas evidentes, una notable dilatación o degradación de su significado. Hoy se han recuperado, gracias sobre todo a la literatura y al lenguaje de los medios de comunicación social y de la publicidad, ciertos valores del término más amplias y positivas en su conjunto, aunque banalizadas; en estos sentidos “magia” puede indicar diversos tipos de fascinación secreta, alusiva y sugestiva.

L. Sebastiani

Bibl: G, Silvestri, Superstición, en NDTM, 1747-1762: A. G. Hamman, Magia, en DPAC, 11. 1336-1337; J. G, Frazer, La rama dorada, Magia y religión, Fondo Cultura Económica, Mexico 1956; L. Maldonado, Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico, Cristiandad, Madrid 1975; P Siwek, Herejí­as y supersticiones de hoy, Herder Barcelona 1965.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La palabra mago (magus, µáyos, término tomado del Irán, con significado no esclarecido) es primeramente el nombre de una casta sacerdotal médica o de una tribu de sacerdotes (cf. levitas; HERODOTO I 101). Por su enlace con el sacerdocio babilónico adquiere después la significación de astrólogo, intérprete de sueños, encantador. M. es consiguientemente la doctrina de los magos: arte de encantar, arte secreto para apoderarse de fuerzas suprasensibles.

1. En la historia de la religión
La significación exacta del concepto, su deslinde de la religión, o su posición dentro de la misma, han sido y son todaví­a discutidos. Determinadas acciones tienen por objeto forzar inmediatamente, por su propio poder, determinados resultados “o, dicho con más exactitud, deben producirlos directamente…; con lo cual se ve que tales acciones son simplemente una concepción dinámica del mundo traducida a la práctica. Aquí­ tenemos ya en su núcleo la definición de la m.” (A. BERTHOLET: RGG3 Iv 596).

Se trata, pues, en la m. de alcanzar, transmitir o rechazar un poder. La experiencia de este poder en toda la realidad y en entes o fenómenos especiales en particular, constituye el trasfondo y origen de la teorí­a y la práctica mágicas, sin que pueda aclararse el origen óntico e histórico de la m., y sin que pueda tampoco fundamentarse (cf. después en 3) un esquema cronológico sobre el tránsito “de la m. a la religión”.

Tanto la m. defensiva como el hechizo pueden servirse del método de transmisión de fuerzas mágicas por contacto, o del método de la imitación en la m. de analogí­a. Piedras, plantas, animales y sobre todo el hombre, particularmente hombres distinguidos, son portadores de la fuerza que debe ganarse, ya en todo su ser, ya en alguna de sus partes (así­, p. ej., la fuerza radica en el caparazón de la tortuga, en el diente del león, en la sangre, en los cabellos o la saliva del hombre). La fuerza del hálito vital aparece sobre todo en la palabra mágica, que, particularmente en la bendición y maldición, opera inmediatamente lo que dice. Aquí­ adquiere categorí­a particular el nombre, y en estadios de cultura superior la adquieren también la escritura, las letras, las fórmulas escritas, los números y las combinaciones numéricas, las formas geométricas (cuadrado, cinco estrellas, etc.).

Dada esta indeterminación de los “lí­mites” de una persona se confunden también los lí­mites entre m. por contacto y m. por analogí­a (así­; p. ej., cuando el dañar las huellas del enemigo ha de dañar a éste mismo). En la m. de imitación lo igual produce igual efecto (“magia homeopática”). Aquí­ merecen citarse las escenas de caza representadas en pintura o en danza, que aseguran el éxito de la caza; y las figuras de madera o de barro que, como ofrendas sepulcrales, tienen por objeto representar al muerto egipcio en los trabajos que él desea; y sobre todo las “muñecas de defixión”, cuya trasfixión mata al representado mismo.

Ambos métodos se ponen al servicio de la m. blanca y de la negra, es decir, de aquella que (en una determinada sociedad) es considerada como auxiliadora, provechosa y permitida, y de aquella que es usada para fines dañosos y criminales (y en ambas intenciones, como queda dicho, para ganar o para transmitir positivamente el poder, así­ como para “desviar” una fuerza mala y peligrosa, que ha inficionado al sujeto con enfermedad o pecado). Cuanto más amplio se concibe el respectivo campo de fuerza, cuanto más se extienden las analogí­as, tanto más amplio y refinado es el sistema de la teorí­a y la práctica mágicas, desde el humo indio del tabaco, que opera la formación de nubes de lluvia, hasta las “ciencias” bien desarrolladas de la mántica y la astrologí­a.

2. En la Biblia
En Israel (como en toda religión, aun en el cristianismo; cf. después) no faltan prácticas mágicas (p. ej., 1 Sam 28, 3-25: Saúl en la evocación de los muertos; 2 Re 21, 6); pero la “ley y los profetas” las prohí­ben y combaten expresamente, poniéndolas en la más estrecha relación con la idolatrí­a (ley: p. ej., Ex 22, 17; Lev 20, 27 [pena de muerte]; Dt 18, 9-12. Profetas: p. ej., Is 44, 25; Jer 27, 9; Ez 13, 18-23). Ni los milagros ni las profecí­as son m. (Ex 8, 12-15; Núm 23, 23; Dt 13, 2-6). Sobre todo encanto vence la palabra de Dios (Sab 16, 5-14; 17, 7ss). Sin embargo, una y otra vez son necesarias reformas para encauzar los abusos mágicos (cf. 2 Re 18, 4: el rey Ezequí­as manda hacer pedazos no sólo las estelas y aferá, sino también la serpiente de bronce de Moisés).

El NT, como llamamiento a la conversión y como mensaje de liberación (de las “virtudes y potestades”) está en la más viva oposición a toda m. (Act 8, 9ss [Simón Mago]; 13, 6-11 [Bar Jesús]; 19, 19 [de los libros de m. en Efeso] ). Los milagros de Jesús y de los apóstoles (así­ precisamente en el “duelo” con Bar Jesús) no son el encanto más fuerte, sino obras del poder de Dios (“dedo de Dios”: Lc 11, 20). En la estructura de servicio y oración (de diálogo) de la acción radica la diferencia decisiva frente a la práctica mágica.

3. Aspecto filosófico y teológico
La diferencia radical entre m. y religión está marcada por la diferencia entre el “automatismo de la acción de una fuerza”, por una parte, y la referencia a la personalidad y a la libertad, por otra; una referencia que, también y precisamente en la voluntad de influir (por conjuro, por el sacrificio, etc.), confiesa la capacidad de decisión del “otro”. Sin embargo, a la vez es evidente lo difí­cil que resulta trazar en concreto esta lí­nea divisoria.

En todo caso, hay que renunciar aquí­ de antemano a una delimitación entre actitud “mágica” y “racional” ante el mundo. Y hay que renunciar a ello por la sencilla razón de que la distinción corriente entre “mágico” y “racional” no coincide en manera alguna con la distinción entre “m.” y “religión”. La m. en contraste con la racionalidad es entendida como cierta oscuridad de la visión del mundo, en la cual todaví­a no se distingue suficientemente entre sujeto y objeto, entre lo animado y lo inanimado, entre el individuo y lo universal, etc. Una reflexión más penetrante sobre la naturaleza permanente del hombre, a la vez espiritual y corpórea, y sobre su historicidad descubre lo condicionado y problemático de esta distinción, que en gran parte ha perdido ya en la ciencia su aparente evidencia. En lugar de tratar del mundo mágico de los “primitivos”, hay que tratar en investigaciones detalladas de las distintas culturas particulares; y, a la inversa, no es el -> estructuralismo el primero que ha mostrado las analogí­as de la visión mágica del mundo en nuestra civilización (pues éstas sirven de punto de partida a dicho sistema para sus conclusiones). Aquí­ no se piensa ya en prácticas supersticiosas, sino en estructuras de articulación y recapitulación, en concepciones de la comunidad, de la representación y del sí­mbolo con carácter racional y consciente.

Si, por tanto, resulta problemática la distinción entre “mágico” y “racional” (y hasta ciertos racionalismos pueden diagnosticarse francamente – no sólo en el psicoanálisis individual – como m. con otros medios), en consecuencia también resulta difí­cil descalificar determinados actos como mágicos en oposición a la verdadera religiosidad. ¿Cuánta “ciencia natural” (errónea de hecho) o medicina hay en la así­ llamada práctica mágica? Es decir, hay allí­ una acción (legí­timamente) arreligiosa como medio para un fin. Por el contrario, una acción llena de sentido y de éxito como medio para un fin puede ser mágica a pesar de toda su racionalidad, si quiere y en cuanto quiere representar y sustituir la finalidad especí­ficamente religiosa (consiguientemente, si pretende, p ej., alcanzar la “salvación” del hombre entero). Así­, en una objetivación “mágica”, no racional, puede mantenerse la experiencia del fondo misterioso del mundo y del hombre a pesar de toda su insuficiencia, mientras que esa experiencia en determinadas interpretaciones racionales, lejos de ser más exacta, puede eliminarse y perderse en una mentalidad positivista. Sin embargo, ni lo irracional es en sí­ religioso, ni lo racional es de suyo irreligioso (piénsese en las distintas formas de la actual m. “profana”: amuletos, mascotas, horóscopos etc., hasta las doctrinas técnicas y sociológicas sobre la salvación humana).

“Así­, pues, sólo se llamará mágica aquella conducta que, si bien ve y toma en consideración (con razón o sin ella) un poder (real o supuesto) en la existencia del hombre, sin embargo lo concibe como un poder impersonal (y pluralí­stico) y, bajo algún aspecto, dominable. Y así­ lo desprende de una última referencia al Dios uno, libre y soberano (teórica o sólo prácticamente), y hace independiente su manipulación de la adoración personal y de la obediencia absoluta al Dios uno y personal” (A. DARLAP: LThK2 vr 1275). Ahora bien, puesto que el mundo y el hombre y, por ende, también la realidad religiosa son permanentemente plurales (y serí­a mera m. de un grado superior el querer unificar sus dimensiones – aunque fuera para “gloria de Dios” -, a fin de hacer más dominables las relaciones y la tarea exigida), el peligro de m. entra de manera permanente en la situación de la libertad del hombre. Eso aparece en la espiritualidad y corporeidad del hombre, lo mismo que en su interpersonalidad en general, donde la personalidad está inserta en la naturaleza (y frecuentemente vinculada a ella; cf. -> concupiscencia). Piénsese en fenómenos como la propaganda, los anuncios, la sugestión de masas.

Recogiendo las definiciones aducidas, la m. puede describirse ahora más ampliamente como la teorí­a y práctica de la inmediata determinación natural de la libertad. La definimos como determinación de la libertad, a diferencia de las “ciencias naturales”, comoquiera que éstas se entendieren; y como inmediata y natural, a diferencia de la referencia de la libertad a la corporalidad, que es también natural, pero mediata. Los lí­mites entre la referencia libre de la libertad y la acción natural sobre la libertad, sin duda no pueden trazarse en concreto; por otra parte, lo natural como dimensión de la realidad y realización de la libertad no puede rechazarse simplemente como “mágico”, frente al reino de la pura libertad.

Ahora bien, lo dicho vale también para el orden religioso de acuerdo con la “estructura encarnada de la gracia” (K. Rahner). El signo, la institución, la visibilidad (-> sacramentos, -> sacramentales, ritos) pertenecen ineludiblemente a la totalidad del acto religioso. También la libertad religiosa se pone esencialmente en el sí­mbolo; y la acción de los sacramentos ex opere operato no significa un automatismo mágico, sino que se funda en la promesa de fidelidad de Cristo, histórica y libre (por eso su “firmeza” garantizada, como apertura de una libre acción interpersonal, no implica sin más su “fertilidad”). Pero a la vez lo categorial, desde el concepto hasta el culto, se “cosifica” mágicamente y se hace disponible una y otra vez (en la “pequeña fe”; ya sea por un exceso de racionalismo, ya por un exceso de irracionalismo). Así­ la ” -> discreción de espí­ritus”, la critica constante, tan cauta (“paciente”) como inexorable de cara a la purificación de toda m., es tarea siempre nueva de la fe y la religión.

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Jörg Splett

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

La magia es el arte de conseguir resultados que están más allá del poder humano por medio de agencias sobrenaturales o demonios. El término en todo su significado abarca más que la mera charlatanería clarividente, el juego de manos o prestidigitación. A veces, la magia no es más que estas astutas manipulaciones de los fenómenos naturales. Pero tal como aparece en la historia antigua y en la Biblia, envuelve la actividad de demonios que realizan milagros por un sobrenaturalismo malvado.

La adivinación (véase) es una especie de magia, y se relaciona tanto con la profecía bíblica como la magia pagana lo hace con los milagros divinos. La práctica general de las artes mágicas en los tiempos bíblicos se puede comprender por el hecho de que sólo la Escritura habla que se practicaba en Egipto (Ex. 7:11), Babilonia (Ez. 21:21), Asiria (2R. 17:17), Caldea (Dn. 5:11) Canaán (Dt. 18:14, 21), Asia Proconsular (Hch. 19:13, 19) y Macedonia (Hch. 16:16).

La Biblia, así como reconoce el poder y la realidad de la magia, también descubre su ilegitimidad y maldad. Los magos o escribas sagrados», ḥarṭummîm, de Egipto, quienes hicieron milagros delante de Moisés (Ex. 7–11), pertenecían a un sacerdocio entendido en ocultismo y experto en la religión controlada por demonios. Como otros agentes de Satanás (2 Ti. 3:8), en otras naciones paganas, practicaron las «artes negras». Babilonia fue especialmente notoria por su práctica de lo oculto (Dn. 1:20; 2:2, 27; 4:7, 9; 5:11).

Estas poderosas demostraciones de poder demoníaco ocurrían al parecer periódicamente, como avivamientos religiosos, y se encuentran hoy en día en el espiritismo con sus trances, materializaciones, arrebatos extáticos, clarividencia, dibujos, sanidades físicas, y escritura automática, etc.

Los poderes ocultos se revelarán en el tremendo último día del avivamiento demoniaco bajo el Anticristo (2 Ts. 2:9–12), que irá acompañado con señales y milagros tremendos (Ap. 13:13–18).

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Merril F. Unger

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (372). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Magos persasEste término general incluye varias prácticas a las que la Enciclopedia le ha dedicado artículos específicos: ANIMISMO, ASTROLOGIA, ADIVINACIÓN, FETICHISMO. El artículo siguiente trata sobre la forma del ocultismo conocida como “Magia”.
Mago egipcioLa palabra inglesa magic (magia) se deriva a través del latín, griego, persa y asirio de la palabra sumeria o turania imga o emga (“hondo”, “profundo”) como una designación propiamente de los sacerdotes o magos proto-caldeos. Magi se convirtió en un término estándar para el sacerdocio zoroastra -o persa- posterior por medio del que las artes ocultas de oriente se hicieron conocidas a los griegos. Así, magos (como también las palabras afines magikos , mageia) se refieren a un mago o a una persona dotada con conocimientos secretos y poderes como un magus persa.
dios ShamashEn un sentido limitado, se dice que la magia es una interferencia con el curso común y corriente de la naturaleza física por medios aparentemente inadecuados (recitación de formularios, gestos, la mezcla de elementos incongruentes y otras acciones misteriosas); conocimiento que es obtenido por medio de la comunicación secreta con las fuerzas subyacentes del universo (Dios, el demonio, el alma del mundo, etc.). Es el intento por realizar milagros mediante el uso de fuerzas ocultas más allá del control del hombre y no por el poder de Dios gratuitamente conferido a éste. Sus defensores, desesperados por conmover a la Deidad por medio de ruegos, buscan el resultado deseado evocando poderes normalmente reservados a la Deidad. dios Marduk Es una corrupción de la religión y no un estado preliminar, como lo han sostenido los racionalistas. Surge como acompañamiento de una civilización decadente más que de una naciente. No hay nada que indique que el uso de magia en Babilonia, Grecia y Roma haya disminuido mientras las naciones progresaron. Al contrario; el uso de la magia se incrementó mientras éstas declinaron. No es cierto que “la religión represente la desesperación de la magia”; en realidad la magia no es sino una dolencia de la religión. Hechicera Circe
El mal se ha extendido, sin embargo, si hay tierra que se pueda designar como hogar de la magia, lo es Caldea -o el sur de Babilonia-. Los registros escritos más tempranos sobre magia se encuentran en las inscripciones de encantos cuneiformes que escribas asirios copiaran (800 a.C.) de originales babilónicos. La magia medicinal y la magia natural eran ampliamente practicadas en el último periodo caldeo aun cuando las placas religiosas más antiguas mencionan la adivinación, y aun cuando la astrología absorbe la energía de la jerarquía babilónica. Ahura Mazda El sacerdote Baru – en su papel de adivinador – parece haber tenido el rango principal. Sin embargo, el sacerdote Ashipu – el sacerdote de encantamientos que recitara los formularios mágicos del “Shurpu”, “Maklu”, y “Utukku” –, apenas era considerado inferior. “Shurpu” (abrasador) era un hechizo para eliminar una maldición debida a una impureza. “Maklu” (que consume, consumidor) era un contra-hechizo contra hechiceros y brujas. Rigveda El “Utukki limmuti” (espíritus malignos) era una serie de dieciséis fórmulas contra espíritus y demonios. El “Asaski marsuti” era una serie de doce fórmulas contra fiebres y enfermedades. La influencia maligna, en este caso, era primeramente transferida a una figura de cera que representaba el cadáver del paciente o animal; la fórmula se recitaba sobre el sustituto. Las tablas ti’I -nueve en total- ofrecen recetas contra el dolor de cabeza. La repetición de encantamientos “Labartu” (sobre figurillas) debía de alejar tanto a ogros, como brujas de los niños. Todas estas fórmulas, pronunciadas sobre figuras, estaban acompañadas por un ritual elaborado, por ejemplo:
Yajurveda“Colocarás una mesa tras el incensario que se encuentra delante del Dios-Sol (estatua de Shamash). Colocarás sobre ella 4 jarras de vino de sésamo. Colocarás encima 3 x 12 barras de pan. Añadirás una mezcla de miel y mantequilla y la espolvorearás con sal. Colocarás una mesa detrás del incensario que se encuentra delante del Dios-Tormenta (estatua de Adad) y detrás del incensario que se encuentra delante de Merodach.”

Los magos mencionados anteriormente estaban autorizados y practicaban la magia “blanca”, o benevolente. Los “Kashshapi” – o practicadores no autorizados – empleaban la magia “negra” contra la humanidad. Nadie dudaba que los últimos tuvieran poderes sobrenaturales para causar daño; de ahí el castigo tan severo que se les imponía. El código de Hammurabi (c. 2000 a.C.) estableció la prueba del agua tanto para quien era acusado de hechicero, como para el acusador. Si el acusado se ahogaba, su propiedad pasaba a manos del acusador; si el acusado se salvaba, se le daba muerte al acusador y su propiedad pasaba a manos del acusado. Esto, claro está, sólo se llevaba a cabo si la acusación no se podía probar satisfactoriamente de otro modo. El dios principal invocado en la magia caldea era Ea – fuente de toda sabiduría – y su hijo Marduk (Merodach) – quien heredó el conocimiento de su padre-. Una escena curiosamente inocente debía llevarse a cabo antes de la aplicación del hechizo medicinal: Marduk fue a la casa de Ea y le dijo: “Padre, el dolor de cabeza del Hades continúa. El paciente no conoce el motivo. A través de qué puede ser aliviado?” Ea contestó: “Oh, Marduk, hijo mío; qué puedo añadir a tu conocimiento? Lo que sé, lo sabes tú también. Ande y ve, hijo mío.” La prescripción le sigue a esta escena. Este cuento era repetido regularmente antes de usar la receta.

Sin sugerir la dependencia de un sistema nacional de magia en otro, hay que notar la similitud de algunas ideas y prácticas en la magia de todos los pueblos: Todos confían en el poder de las palabras, en el sonido de un nombre secreto, o en la mera existencia del nombre dado a un amuleto o piedra. La magia debía de representar el triunfo del intelecto sobre la materia, la palabra siendo la llave a los misterios del mundo físico: Pronuncia el nombre de una influencia maligna y su poder se deshará; pronuncia el nombre de una deidad benevolente y fuerza saldrá a destruir al adversario. El nombramiento repetido de Gibel-Nusku y de sus atributos destruyó la influencia maligna en las figuras de cera que representaban a la persona afectada. La fuerza del Iota-Alpha-Omega gnóstico era notoria. En la magia egipcia se suponía que una mera aglomeración de vocales o de sílabas sin sentido obraba el bien o el mal. Los sonidos bárbaros eran objeto de ridículo para el hombre con sentido común. En muchos casos estos sonidos eran de origen judío, babilónico o arameo. Como esas palabras sonaban ininteligibles para los egipcios, eran corrompidas normalmente más allá de cualquier posible reconocimiento. Así encontramos en un papiro demótico la siguiente receta: “En tiempo de tormenta y peligro de naufragio, grita Anuk Adonai y el desastre será evitado”; en un papiro griego encontramos el nombre del Ereskihal asirio como Eresgichal . Un nombre es tan potente que poderes sobrenaturales entran en juego si se bebe el agua con la que se lavó un amuleto grabado con éste, o si se toma el agua en la que se remojó un papiro en el que se había escrito el encanto, o si se come los huevos cocidos en los que se ha escrito la palabra. Otra idea prevalente en la magia es la de la sustitución: a) se reemplaza a la persona -o cosa- a la que se desea hechizar con su imagen; b) las imágenes sustituyen a los poderes protectores invocados (como con las figuras “ushabtiu” en las tumbas egipcias); c) por último, alguna parte de la persona (cabello, uñas, vestimentas, etc.) toma su lugar. El “círculo mágico”, símbolo casi universal, sólo imita un muro contra los espíritus malignos externos y se remonta a la magia caldea donde lo encontramos bajo el nombre usurtu (hecho con una espolvoreada de cal y harina). Si el mago médico o el hechicero indio se rodean a sí mismo -o a otros- con un parapeto de piedras pequeñas, volvemos a la simulación del muro.

Después de Babilonia, Egipto fue la tierra principal en cuanto a la magia. La práctica medieval de la alquimia nos indica su origen egipcio mediante su nombre. Los exorcismos coptos contra toda clase de enfermedades abundan en los papiros referentes a la magia. Esta reclama una gran parte de la literatura egipcia antigua. A diferencia de la magia babilonia, sin embargo, parece haber conservado su carácter medicinal y preventivo hasta el final. Sin embargo, a diferencia de Babilonia, parece haber mantenido su carácter medicinal y preventivo hasta el fin. Raramente se dio el gusto de caer en astrología o predicción. La leyenda egipcia mencionó a un mago Teta quien realizó milagros ante Khufu (Cheops) (c. 3800 a.C.) y la tradición griega menciona a Nectanebus -último rey de Egipto (358 a.C.)- como el más grande de los magos.

El hecho de que los judíos eran propensos a la magia queda de manifiesto en las leyes estrictas contra ella y en las advertencias de los profetas (Éxodo 22,18, Deuteronomio 18,10, Isaías 3,18.20, 57.3, Miqueas 5,11. Cf. 2 Reyes 21,6). Sin embargo, la magia judía floreció especialmente justo antes del nacimiento de Cristo, tal y como aparece en el libro de Enoc, en el testamento de los Doce Patriarcas y en el Testamento de Salomón. Orígenes testifica que conjurar demonios, en sus días, era considerado como específicamente “judío” que estos conjuros tenían que hacerse en hebreo y de los libros de Salomón (In Mt. 26,63, P.G., XIII, 1757). La frecuencia de la magia judía también está corroborada en la tradición popular talmúdica.

Las razas arias de Asia parecen un tanto menos adictas a la magia que las semíticas o turanias. Los Medes y los persas, en el periodo anterior y más puro de su religión Avesta –o Zoroastrismo-, parecen haberle tenido horror a la magia. Cuando los persas, tras la conquista del Imperio Caldeo, finalmente absorben características caldeas, los magi se convierten más bien en astrónomos científicos que en hechiceros. Del mismo modo, y a juzgar por el Rigveda, los indios estuvieron originalmente libres de esta superstición. En el Yajurveda, sin embargo, sus funciones litúrgicas son prácticamente presentaciones mágicas. El Atharvaveda contiene poco más que recitaciones mágicas contra cualquier enfermedad y para toda clase de acontecimiento. Los Sutras, finalmente, -especialmente aquellos para los rituales Grihya y Sautra- muestran cuán plagados estaban los aspectos superiores de la religión con ceremonias mágicas. El Vedanta resiste esta degeneración vigorosamente e intenta regresar la mente India a su simplicidad y pureza anterior. El budismo, que al principio se mostraba indiferente a la magia, cayó presa de este contagio universal sobre todo en China y en el Tíbet.

Ni los arios de Europa, ni los griegos, ni los romanos, ni los teutones, ni los celtas estuvieron tan plagados como los asiáticos. Los romanos eran demasiado autosuficientes y prácticos como para que la magia los aterrorizara. Su práctica de la adivinación y sus augurios parecen haber sido tomados prestados de los etruscos y de los Marsi; éstos últimos eran considerados expertos en magia incluso durante el imperio (Verg., “Æn.”, VII, 750, ss.; Pliny, VII, II; XXI, XII). Los Dii Aurunci usaban poderes mágicos a fin de prevenir calamidades pero no eran deidades romanas nativas. Los romanos estaban conscientes de su sentido común en cuanto a estas cuestiones sintiéndose superiores a los griegos. La magia oriental invade al Imperio Romano en el primer siglo de nuestra era. Plinio, en los capítulos iniciales del libro XXX de su “Historia Natural” (a.C. 77), ofrece la discusión más importante sobre magia que escritor antiguo alguno haya dado, a fin de tildarla como un fraude. Su libro, sin embargo, es un almacén de recetas mágicas. Por ejemplo: “Lleva como amuleto el cadáver de una rama (quitándole las uñas y envuelta en un paño color rojizo y curará la fiebre” (libro XXXII, XXXVIII). Tal consejo al menos sostiene una creencia en la magia medicinal pero entre los romanos puede decirse que la magia fue condenada en todas épocas por muchas de las mejores mentes de sus días: Tácito, Favorinus, Sextus Empiricus y Cicerón (quien incluso objetó contra la adivinación). La magia “maléfica” y “matemática” estuvo prohibida oficialmente por medio de muchas leyes del imperio bajo Augusto, Tiberio, Claudio, e incluso Caracalla. Extraoficialmente, sin embargo, los emperadores a veces se interesaron por ella. Se dice que Nerón la estudió pero que al no poder realizar milagros la abandonó, totalmente asqueado. Poco después los magos encontraron apoyo en Otón, tolerancia bajo Vespasiano, Adriano y Marco Aurelio, e incluso apoyo financiero bajo Alexianus Severus.

Los griegos consideraban a Tracia y a Tesalia como naciones especialmente adictas a magia. La diosa Hecate , de quien se creía presidía sobre funciones mágicas, fue originalmente una deidad extranjera que probablemente fue presentada a la mitología griega por Hesiodo. Ni La Iliada ni La Odisea la mencionan aun cuando la magia abundaba en tiempos homéricos. La gran hechicera mítica de La Odisea es Circe, famosa por el famoso truco de transformar a hombres en bestias (Od., X-XII). En tiempos posteriores la hechicera más destacada fue Medea, sacerdotisa de Hecate. Pero los terribles cuentos que se contaban sobre ella no sólo expresan el horror griego hacia la magia negra, sino la creencia en ésta. Las maldiciones o los hechizos mágicos contra la vida de cualquier enemigo no parecen haber encontrado nombre más poderoso que Hermes Chthonios. Como dios-tierra era la manifestación del alma del mundo y controlaba los poderes de la naturaleza. En Egipto se le identificó con Thoth, dios de la sabiduría secreta, donde se convierte en el vigilante de secretos mágicos y da su nombre a la literatura trismegista. Grecia, además, daba la bienvenida y honraba a magos extranjeros. Apuleio, ateniense por educación, satirizó en “El Burro de Oro” (d.C. 150) los fraudes de realizadores de milagros contemporáneos pero elogió al magi genuino de Persia. Cuando se le acusó de practicar magia, se defendió en su “Apología”, la cual demuestra claramente la actitud pública de aquel tiempo hacia la hechicería. Apuleius citó a Platón y a Aristóteles quienes dieron crédito a la magia verdadera. San Hipólito de Roma presenta un esbozo hechicería practicada en el mundo greco parlante (“A Refutation of All Heresies”, Una Refutación contra toda Herejía , Libro IV).

Los teutones y los celtas también tenían su magia propia aunque poco se conoce sobre ésta. El elemento mágico en el Edda Poético (o Edda Antiguo) y en el Beowulf (un poema épico) es simple y está estrechamente conectado con los fenómenos de la naturaleza. Woden (Wodan u Odin), quien inventó las runas, era el dios de la sanación y de los amuletos de la buena suerte. Loki era un espíritu maligno que acosaba a la humanidad y quien, junto con la bruja Thoeck, causó la muerte de Baldur (Balder). La magia del muérdago parece ser una reliquia de los primeros tiempos teutónicos. La magia de los celtas parece haber estado en manos de los druidas quienes, tal vez, eran principalmente adivinadores y quienes también aparecen como magos en la literatura heroica celta. Como ellos no dejaron nada por escrito, poco se conoce de su tradición mágica. Si desea informarse sobre magia entre razas no civilizadas, consulte “Malay Magic”, La Magia Malay (Londres, 1900).

La magia, como práctica, no tiene lugar en el cristianismo aun cuando los cristianos creen en la existencia de poderes mágicos y hay entre ellos quienes la practican. Hay dos razones principales para esta creencia: Primero, la ignorancia sobre las leyes físicas. Se supone que algunos individuos habían adquirido control casi ilimitado sobre la naturaleza cuando el límite entre lo físicamente posible e imposible era incierto. Sus almas estaban en tono con la sinfonía del universo; ellos sabían sobre el misterio de los números y sus poderes, en consecuencia, excedieron la comprensión común. Esto, sin embargo, era magia natural.

Segundo, la creencia en la frecuencia de la interferencia diabólica con las fuerzas de la naturaleza llevó a creer en la magia como algo real. A los primeros cristianos se les advirtió enfáticamente contra su práctica en el “Didajé” (V, 1) y en la carta a Barnabás (S, 1). De hecho, la magia era considerada como un crimen atroz. El peligro, sin embargo, vino no solamente del mundo pagano, sino de los pseudo-cristianos conocidos como los gnósticos. Aun cuando Simón el Hechicero y Elimas (Hch.13,6 ss) sirvieron como ejemplos disuasivos para todos los cristianos, tomó siglos erradicar la tendencia a practicar magia. San Gregorio el Grande, San Agustín, San Crisóstomo y San Efraín protestaron vehementemente contra ella. Un punto de vista más racional sobre religión y naturaleza apenas había ganado terreno cuando las naciones germanas entraron a la Iglesia, trayendo con ellos una inclinación hacia la magia heredada de siglos de paganismo. No es de asombrarse que la hechicería haya sido practicada durante la Edad Media en muchos lugares en secreto a pesar de innumerables decretos de la Iglesia sobre ella. La creencia en la frecuencia de la magia finalmente llevó a tomas medidas severas contra la brujería.

La teología católica define magia como el arte de llevar a cabo acciones más allá del poder del hombre con ayuda de poderes que no son Divinos y la condena. Cualquier intento por practicarla es un grave pecado contra la virtud de la religión porque toda práctica mágica, si es llevada a cabo seriamente, se basa en la espera por la interferencia de demonios o almas perdidas. Aun cuando haya sido emprendida por mera curiosidad, la ejecución de una ceremonia mágica es pecaminosa puesto que prueba la falta de fe además de ser una superstición vana. La iglesia católica admite, en principio, la posibilidad de que espíritus benignos o malignos (exceptuando a Dios) interfieran en el curso de la naturaleza pero nunca sin el permiso de Dios. En cuanto a la frecuencia de tal interferencia –especialmente por agentes malignos a petición del hombre- ella guarda la mayor reserva.

Bibliografía: R. CAMPBELL THOMPSON, Semitic Magic, Magia Semítica (Londres, 1908); THORNDYKE, The Place of Magic in the intellectual history of Europe in Stud. Hist. Econom. of Columbia University XXIV, El Lugar de la Magia en la Historia Intelectual de Europa en Estudios Historia Economía de la Universidad de Columbia XXIV (Nueva York, 1905); BUDGE, Egyptian Magic, Magia Egipcia (Londres, 1899), SCHERMAN Griechische Zauberpapyri, Papiros Mágicos Griegos (Leipzig, 1909): KIESEWETTER Gesch. des neuren Okkultismus, Historia del Ocultismo Nuevo (Leipzig, 1891); WIEDEMANN Magic und Zauberei im alten Egypten, Magia y Hechicería en el Egipto Antíguo (Leipzig, 1905), LANG, Magic and Religion, Magia y Religión (Londres 1910), HABERT, La religion des peuples non civilizes, La religion de Pueblos no Civilizados (París, 1907) IDEM, La Magic, La Magia (París, 1908); ABT, Die Apologie des Apulejus u.d. antike Zauberei, La Apología de Apulejo y la Hechicería antígua (1908), WEINEL, Die Wirkung des Geistes . . . bis auf Irendus, El Efecto del Alma . . . exceptuando Irendus (Freiburg, 1899); DU PREL, Magic als Naturwissenschaft, Magia como Ciencia Natural (2 vole., 1899); MATHERS, The Book of Sacred Magic, El Libro de la Magia Sagrada (1458), reimpresión (Londres, 1898); FRASER, The Golden Bough: a Study in Magic and Religion, La Rama Dorada: Un Estudio en Magia y Religión (3 volt., Londres, 1900). Esta última obra mencionada es de hecho un cúmulo de información curiosa, pero debe usarse con la mayor precaución pues está viciada con los prejuicios del autor. Se advierte a los lectores contra las siguientes obras, las cuales son libros de conjuros o producciones de la Prensa Racionalista. AGENCY CONYBEARE Myth, Magic and Morals; EVANS, The Old and New Magic; THOMPSON, Magic and Mystery.

Fuente: Arendzen, John. “Occult Art, Occultism.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/11197b.htm

Traducido por Marielle Schmitz San Martín

Fuente: Enciclopedia Católica