NACIMIENTO

Ecc 7:1 mejor el día de la muerte que el día del n
Isa 60:3 andarán .. reyes al resplandor de tu n
Mat 1:18 el n de Jesucristo fue así .. desposada
Luk 1:14 gozo .. y muchos se regocijarán de su n
Act 22:28 Pablo dijo: Pero yo lo soy de n


en el n. de un hijo asistí­an a la madre las vecinas, 1 S 4, 13-17, o una comadrona, Gn 35, 17 y 38, 28; durante los dolores de parto, la madre colocaba las manos en las caderas, Jr 30, 6. El rey de Egipto con el fin de debilitar la fuerza hebrea, ordenó a las parteras que cuando asistiesen a las hebreas y viesen a la criatura, si era niño lo matasen, Ex 1, 16. Además del n., en la Biblia se menciona también el aborto, Jb 3, 16, y la muerte del feto en el seno de la madre, Nm 12, 12; el retraso del n., Os 13, 13; la muerte de la madre, Gn 35, 16-19; 1 S 4, 19 ss.

Una vez cortado el cordón umbilical se procedí­a a lavar con agua al recién nacido, se le frotaba con sal y se le envolví­a en pañales, Ez 16, 4.

Después del parto la mujer era considerada impura. †œCuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete dí­as; será impura como durante sus reglas. El octavo dí­a será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres dí­as más purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los dí­as de su purificación.

Si da a luz una niña será impura durante dos semanas, como en el tiempo de sus reglas, y se quedará en casa sesenta y seis dí­as más purificándose de su sangre. Al cumplirse los dí­as de su purificación, sea por niño sea por niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvéh, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre.

Esta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña.

Si no le alcanza para presentar una res menor tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.†, Lv 12.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Dar a luz una vida nueva, acompañado de dolor desgarrador por causa del pecado de Eva (Gen 3:16). Casi todos los 40 usos de la expresión dolores de parto apuntan a un sufrimiento intenso (Jer 13:21; Rom 8:22; Gal 4:19). Los cumpleaños se celebraban (Gen 40:20; Mat 14:6) y se observaban ceremonias en un nacimiento (Leví­tico 12; Luk 2:24). Un segundo nacimiento (el nuevo nacimiento) es necesario (Joh 3:3-6) para heredar la vida eterna.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Lev.12 explica las ceremonias relacionadas con el nacimiento: (Luc 1:58).

Nacimientos profetizados.

– Ismael, Gen 16:11.

– Isaac, Gen 18:6.

– Sansón, Jue 13:3.

– Samuel, 1 52Cr 1:11, 2Cr 1:27.

– Josí­as, 1Re 13:2.

– Hijo de la Sumanita, 2Re 4:16.

– San Juan Bautista, Lc-2Re 1:13.

– Jesucristo, Gen 3:15, Isa 7:14, Miq.S, Luc 1:31, Luc 1:2, Mt.l, 2.

Nacimiento Virginal de Jesucristo: Fue anunciado por Isa 7:14, Mat 1:23 y Lc.

26,-27, 35.

San José estuvo a punto de abandonar a la Virgen, porque él, que estaba desposado con Marí­a, no habí­a tenido que ver nada en el embarazo de Jesús, Mat 1:18-25.

Es el único caso en la historia de la humanidad, ¡la maravilla de las maravillas!: Nacidos de Dios: Jua 1:13, Jua 3:3, 1Pe 1:23, 1Jn 3:9, 1Jn 5:1.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Véase PARTO.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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En la mayor parte de los pueblos se celebra el nacimiento natural como un gran don de Dios y se conmemora cada año el aniversario de ese hecho. La Iglesia prefiere celebrar el dí­a del nacimiento sobrenatural por santo Bautismo, aunque la práctica se haya extendido menos en los ambientes cristianos.

En las tareas educativas es bueno aprovechar estas circunstancias rememorativas para suscitar en la mente y en corazón de las personas los sentimientos de agradecimiento por la vida natural y espiritual y enseñar a dar sentido a esos recuerdos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> anunciación, concepción por el Espí­ritu, Marí­a, madre de Jesús). La Biblia sabe que el hombre tiene un carácter natal y mortal: es ser que nace y muere, y ambos momentos definen su existencia. La teologí­a cristiana ha puesto más de relieve el carácter mortal, centrándose en la confesión de la muerte* de Jesús y en su resurrección*. Pero la Biblia ha destacado también el carácter salvador del nacimiento y lo ha hecho, de un modo especial, en los evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2), abriendo así­ un camino para la experiencia cristiana posterior de la Navidad. Según eso, el cristianismo es experiencia natal y pascual: nacer desde Dios, morir en manos de Dios. De manera paradójica, una de las personas que mejor han captado el carácter natal de la vida ha sido la antropóloga judí­a H. Arendt, cuando dice que las dos aportaciones fundamentales del cristianismo a la cultura humana han sido el descubrimiento del valor infinito de cada nacimiento y la capacidad del perdón. Ahora insistimos en el primer rasgo, poniendo de relieve el carácter salvador del nacimiento de Jesús, que ha de aplicarse a todo nacimiento humano.

(1) Nacido de Marí­a Virgen. El credo de la Iglesia afirma que Jesús nació de la virgen Marí­a (cf. Lc 1,26-38 y Mt 1,18-25). Esta afirmación, que algunos han interpretado como puro mito de evasión, constituye uno de los signos privilegiados de la irrupción salvadora de Dios en la historia. Algunos teólogos muy reconocidos (como W. Pannenberg) han pensado que el tema del nacimiento virginal de Jesús (que serí­a de origen pagano) se encuentra, por su contenido, en una contradicción insoluble con la fe en la encarnación del Hijo (que serí­a de origen cristiano), de manera que los relatos de Jn 1,1-8 (encarnación) y los de Mt 1 y Lc 1 (nacimiento virginal) no podrí­an compaginarse. En contra de eso, hay que afirmar que preexistencia y concepción por el Espí­ritu son sí­mbolos (¡no conceptos!) complementarios, que sirven para destacar el único misterio de la presencia de Dios desde perspectivas distintas: la preexistencia acentúa el hecho de que Cristo brota de la eternidad de Dios, naciendo en el tiempo; la concepción y nacimiento virginal muestran que el Cristo nace de la historia (de Marí­a), proviniendo del misterio generador del Espí­ritu divino. Ambos sí­mbolos se implican y completan: precisamente porque nace sobre el N
mundo siendo preexistente, el Hijo de Dios rompe, desborda, el plano puramente cósmico del nacimiento; como representante y principio de la humanidad reconciliada, Jesús nace desde Dios, por el Espí­ritu Santo.

(2) Jesús, humanidad de Dios. Todo nacimiento es un signo de perdón, es decir, un nuevo comienzo desde Dios, que ofrece a los hombres la oportunidad de comenzar su existencia, no desde el pecado y la violencia que parecen dominar toda la tierra, sino desde el mismo despliegue de la Vida de Dios. Así­ lo ha querido destacar el evangelio de Juan, lo mismo que los grandes himnos y testimonios de la teologí­a paulina (cf. Flp 2,6-11; 1 Cor 15,42-43; Rom 5,12-21). Sobre esa base, partiendo de los textos del nacimiento evangélico (¡del nacimiento como evangelio*!), la Iglesia ha visto a Marí­a, grávida de Dios, como signo de maternidad virginal, presencia del poder de Dios que engendra y suscita la Vida en Amor, venciendo al Dragón o serpiente venenosa de la muerte. Esta es una forma simbólica de expresar una experiencia que está en el fondo de los textos israelitas del Emmanuel (¡una doncella concebirá!: Is 7,14) y de los grandes sí­mbolos de la mujer* del Apocalipsis (Ap 12,1-4). En ese sentido, el nacimiento virginal (¡es decir, no manchado!) de Jesús expresa la fuerza creadora de la Vida de Dios que se introduce en la misma vida humana. Jesús cumple así­ lo que parecí­a imposible: nace como hombre, en plena y total humanidad, dentro de la más dura violencia de la historia (en un mundo convulso), naciendo del amor de Dios. Este nacimiento de Jesús nos introduce en un nuevo y más alto umbral de realidad. En medio de un mundo que parece condenado a interpretarlo todo en claves de violencia y pecado, de sistema imperial y exclusión de los pobres, naciendo en debilidad total, Jesús es signo de la fuerza de Dios, como sabe el Libro del Emmanuel, que los cristianos han aplicado a su nacimiento: es el prí­ncipe de la paz (Is 9,6) y en su tiempo, cuando su palabra se expanda por el mundo y todos puedan nacer como él, “habitarán juntos el lobo y el cordero” (Is 11,6).

(3) Fe y amor de madre. Los relatos de la infancia de Jesús afirman que Marí­a, su madre, concibió por obra del Es pí­ritu Santo. Esa afirmación no puede tomarse en un sentido puramente biológico, pues entendida así­ la virginidad serí­a algo vací­o: nacer sólo de mujer es menos perfecto que nacer del encuentro de un hombre y una mujer que se aman, y amando hacen posible el despliegue de la vida de Dios. Por eso, entender el tema de la virginidad maternal sólo en clave de ausencia de varón o soledad femenina es, al menos, peligroso. No es que en el nacimiento de Jesús falte algo: lo que falta es un varón patriarcalista y dominador que entiende el despliegue de la vida como una continuación de su dominio sobre ella. En el fondo de los relatos del nacimiento Jesús se va mostrando, al lado de Marí­a, su madre. Pero en ese contexto emerge un varón creyente, que escucha la voz de la Vida de Dios y que se pone a su servicio, al lado de la madre. Sólo el diálogo personal de Marí­a con la Palabra de Dios hace que ella sea virgen madre de la Palabra de Dios hecha carne (cf. Lc 1; Jn 1,14). Sólo el diálogo con Dios, es decir, el amor gratuito, al servicio de la gracia de la vida, hace a José virgen padre (cf. Mt 1,18-25). Al dialogar con Dios, al presentarse como Sierva del Señor, para volverse templo de su Espí­ritu (cf. Lc 1,35.38), Marí­a empieza a ser la virgen cristiana por la mente (por el corazón), en gesto de afirmación personal en que se incluye el mismo “vientre”; ella es virgen por ser madre creyente, que ofrece a Jesús una vida abierta al amor que se expresa en la solidaridad con los pobres. En esa lí­nea, la Iglesia ha logrado vincular la fiesta del nacimiento de Jesús con el signo de la Madre de Dios. Pero esa misma Iglesia, al menos por ahora, no ha logrado integrar el sentido y figura de José, padre virginal, quizá porque la figura de los padres varones sigue estando mucho más vinculada a la violencia de la historia, que Jesús ha venido a superar.

(4) Nacimiento e historia de Jesús. Jesús no se define sólo por su referencia a José, padre legal judí­o, representante de la Ley y del mesianismo de este mundo, que le habrí­a encerrado en la cadena de generaciones siempre repetidas de Israel (cf. Heb 9), sino que ha superado ese nivel, para situarnos allí­ donde la vida se abre hacia todos los hombres, en amor universal. En ese sentido no podemos llamarle, por ahora, sin más Yosluia ben Yosef (hijo de José), porque el viejo signo de José, hijo de David (cf. Mt 1,20), sigue demasiado vinculado al mesianismo de los triunfadores. Por otra parte, el nacimiento virginal de Jesús ha de entenderse como encamación plena del Hijo del Dios creador, en una lí­nea abierta a todos los hombres, pues, como sabe Jn 1,12-13, todos y cada uno de los creyentes nacen de Dios, superando el nivel de la pura carne y sangre, de la voluntad de poder del varón y de la ley del mundo. Todo nacimiento humano es (ha de ser) en esa lí­nea un nacimiento virginal: Dios mismo nace en cada ser humano, de manera que, si se quiere utilizar ese lenguaje, todos los padres y madres que engendran y acogen la vida en amor son ví­rgenes. Esto no niega, sino que potencia la maternidad virginal de Marí­a.

(5) Navidad y superación de la injusticia. Parece que la ley de evolución de los vivientes hace triunfar a las especies que mejor se adaptan al ambiente, imponiéndose por encima de las otras. También la historia humana se vincula a la victoria de los fuertes, de manera que nacen y se desarrollan los que mejor se adaptan y vencen en la lucha de la historia. Algo de eso habí­a presentido una tradición cristiana que interpretaba todo nacimiento como expresión de violencia carnal y pecado, pues “el mayor pecado del hombre es haber nacido” (así­ parecen afirmar san Agustí­n y Calderón de la Barca, los gnósticos antiguos y muchos budistas). Pues bien, en contra de eso, la concepción y nacimiento de Jesús nos sitúan en el lugar de la gran inversión de la historia: allí­ donde la vida se concibe y expande en gratuidad de amor, no en deseo violador. Aquellos cristianos que, de un modo o de otro, han entendido la concepción y nacimiento en lí­nea de pecado siguen en la lí­nea del dualismo apocalí­ptico, donde todo nacimiento es violación diabólica (como supone la tradición de Henoc*). En contra de eso, la Iglesia sabe que Jesús no ha nacido por violación, sino por presencia amorosa del Espí­ritu de Dios, de tal manera que, como dice su madre, abre un espacio y camino de vida para los pequeños y los pobres, los hambrientos, derrotados y aplastados de la historia (cf. Lc 1,46-55); con ellos nace, a favor de ellos quiere vivir, para que todo nacimiento humano sea nacimiento desde Dios. Jesús nace con los exiliados de la historia, como sigue sabiendo el relato de Mt 2,13-15, cuando añade que José tuvo que refugiarse en Egipto, con Marí­a y el niño, para liberarse y librarles de la polí­tica oficial de los que sienten amenazado su trono cuando nace el verdadero rey.

(6) Navidad, una mala nueva para los opresores del mundo. Nació Jesús de la gracia de Dios y de la gracia de Marí­a su madre (de sus padres), para que todos los hombres y mujeres puedan nacer en un mundo de paz, abiertos a la vida del amor y al despliegue generoso de la Vida. Así­ lo puso de relieve H. Arendt, superviviente del holocausto nazi, pues sabí­a que sólo si aprendemos a nacer de un modo distinto, no para la seguridad y consumo del sistema homicida (Herodes), seremos capaces de sobrevivir, pues de lo contrario moriremos todos en los campos de concentración de los nuevos sistemas, que sólo nos dejan nacer como esclavos del consumo. Este es el evangelio del nacimiento del Hijo de Dios, que Lc 2,8-14 ha proclamado con palabras que evocan y superan los nacimientos imperiales del viejo mundo que se empeña en engañarse y matarse. Mirada de esa forma, la celebración de la Navidad, fiesta de padres y niños que engendran y nacen en amor, puede y debe convertirse en mala noticia para los representantes del sistema que, hoy como antaño, no quieren que nazca Moisés (Ex 2,1-8), ni tampoco Jesús (Mt 2). En esa lí­nea, en el Libro del Emmanuel, que ha servido a la Iglesia para entender el nacimiento de Jesús, se dice no sólo que ha nacido el Prí­ncipe de la paz (Is 9,5), sino que él ha roto la vara del opresor, el yugo de su carga (Is 9,3). Como suele suceder con frecuencia, los opresores de este mundo quieren adueñarse de la Navidad, convirtiéndola en un momento más de su gran feria de opresiones, al servicio de su consumo. Pero el Dios que nace en Jesús y en cada niño amado es más fuerte que todas las opresiones. Por eso, la Navidad puede y debe convertirse en mala noticia para los que se valen de todos los medios, incluso de los religiosos, para oprimir a los pobres.

Cf. H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993; R. E. BROWN, El nacimiento del Mesí­as, Cristiandad, Madrid 1982; J. McHugh, La Madre de Jesiis en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bil bao 1978; W. PANNENBERG, Fundamentos de Cristologí­a, Sí­gueme, Salamanca 1974; X. PIKAZA, La Madre de Jesils. Mariologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 1991; I. DE LA PoTTERIE, X. PIKAZA y J. LOSADA, Mariologí­a fundamental. Marí­a en el misterio de Dios, Sec. Trinitario, Salamanca 1996.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La palabra hebrea ya·ládh significa †œdar a luz; alumbrar; producir; ser padre de† (Gé 4:1, 2; 16:15; 30:39; 1Cr 1:10), y está emparentada con yé·ledh (†œniño†; Gé 21:8), moh·lé·dheth (nacimiento; hogar; parientes; Gé 31:13, nota) y toh·le·dhóhth (historia; orí­genes históricos; engendramientos; genealogí­a; Gé 2:4, nota; Mt 1:1, nota). Si bien el término hebreo jil (o, jul) se utiliza en general respecto a los dolores de parto, también se emplea en Job 39:1 y Proverbios 25:23 con referencia al alumbramiento. (Compárese Isa 26:17, 18; véase DOLORES DE PARTO.) El término griego guen·ná·o significa †œser padre (o madre) de; dar a luz; nacer† (Mt 1:2; Lu 1:57; Jn 16:21; Mt 2:1), y tí­Â·kto se traduce †œdar a luz†. (Mt 1:21.)
Salomón señaló que hay un †œtiempo de nacer†, lo que en el hombre suele ocurrir a los doscientos ochenta dí­as de la concepción. (Ec 3:2.) Aunque el dí­a en que un bebé nace por lo general es un dí­a de gran regocijo para los padres, según el sabio rey Salomón, el dí­a de la muerte es aún mejor que el dí­a del nacimiento, siempre que respalde a la persona una vida llena de logros y un buen nombre ante Dios. (Lu 1:57, 58; Ec 7:1.)
Desde tiempos antiguos las parteras han ayudado en el alumbramiento. Para ayudar a la madre, así­ como a la partera, se han utilizado ciertas sillas parteras. Es posible que se tratara de dos piedras grandes o ladrillos sobre las que la madre se poní­a en cuclillas durante el alumbramiento. (Ex 1:16.) La palabra hebrea que se traduce †œasiento para partos† en el libro de Exodo (´ov·ná·yim) está relacionada con el término hebreo para †œpiedra†, y solo aparece una vez más en la Biblia, en Jeremí­as 18:3, donde se traduce †œruedas del alfarero†. The International Standard Bible Encyclopedia explica: †œEn ambos casos esta palabra se utiliza en la forma dual, lo que sin duda indica que la rueda del alfarero estaba compuesta por dos discos, y sugiere que el asiento para partos era igualmente doble† (vol. 1, 1979, pág. 516). Los antiguos jeroglí­ficos confirman que tales sillas parteras se empleaban en Egipto.
En Ezequiel 16:4 se explica, aunque de modo figurado, los procedimientos que solí­an emplear las parteras después del nacimiento. Primeramente se cortaba el cordón umbilical y se lavaba al niño, luego se le frotaba con sal y se le envolví­a con bandas de tela. La razón para emplear sal podrí­a ser secar la piel y hacerla firme y tersa, mientras que el envolverlo en bandas de pies a cabeza, como en el caso de Jesús (Lu 2:7), que daba al niño una apariencia casi de momia, serví­a para mantener el cuerpo caliente y erguido; por otra parte, se decí­a que pasar las bandas bajo la barbilla y alrededor de la cabeza enseñaba al niño a respirar por la nariz. Tal cuidado de los recién nacidos se remonta a tiempos antiguos, pues Job conocí­a dichas bandas de tela. (Job 38:9.)
Después de atender las necesidades inmediatas del hijo y la madre, se presentaba al padre el recién nacido o se le anunciaba el nacimiento, y el padre lo reconocí­a como suyo. (Jer 20:15.) Asimismo, cuando una sirvienta tení­a un niño engendrado por el esposo de su ama estéril en sustitución de ella, se reconocí­a que la prole pertenecí­a al ama. (Gé 16:2.) Tal debió ser el propósito de Raquel cuando pidió que su esclava Bilhá †˜diera a luz sobre las rodillas de ella†™ para †˜poder conseguir de ella hijos†™. (Gé 30:3.) Sin embargo, esas palabras no significaban que el alumbramiento fuera a hacerse literalmente sobre las rodillas de Raquel, sino que podí­a tener al niño sobre sus rodillas como si fuera suyo. (Compárese con Gé 50:23.)
Bien cuando nací­a el bebé, bien cuando se le circuncidaba, ocho dí­as después, uno de los padres le poní­a nombre. Si entre ellos habí­a diferencias de opinión, predominaba la decisión del padre. (Gé 16:15; 21:3; 29:32-35; 35:18; Lu 1:59-63; 2:21.) Por lo general la madre amamantaba al bebé (Gé 21:7; Sl 22:9; Isa 49:15; 1Te 2:7), si bien en algunas ocasiones lo hací­an otras mujeres. (Ex 2:7.) Al niño no se le solí­a destetar hasta los dos o tres años o más. Parece que en el caso de Isaac fue a los cinco años, ocasión que se celebró y festejó. (Gé 21:8; 1Sa 1:22, 23.)
Bajo la ley mosaica, la mujer que daba a luz un varón quedaba ceremonialmente inmunda por siete dí­as, además de otros treinta y tres dí­as para su propia purificación. Si el bebé era niña, la madre permanecí­a inmunda por catorce dí­as, a los que se añadí­an sesenta y seis dí­as más para su purificación. Cuando finalizaba el perí­odo de purificación, tení­a que ofrecer un holocausto y una ofrenda por el pecado: un carnero joven junto con un pichón o una tórtola, o bien dos tórtolas o dos pichones, según lo permitiera la situación de los padres. (Le 12:1-8; Lu 2:24.) En caso de que se tratase del hijo primogénito, tení­a que ser redimido mediante el pago de cinco siclos de plata (11 dólares [E.U.A.]). (Nú 18:15, 16; véase PRIMOGENITO.)
En muchas ocasiones las Escrituras utilizan de forma figurada términos relacionados con el alumbramiento. (Sl 90:2; Pr 27:1; Isa 66:8, 9; Snt 1:15.) La intensidad de los dolores de parto es un buen sí­mil del sufrimiento inevitable que puede provenir de otras fuentes. (Sl 48:6; Jer 13:21; Miq 4:9, 10; Gál 4:19; 1Te 5:3.) Por otra parte, Jesús dijo que para entrar en el Reino, se deberí­a †˜nacer del agua y del espí­ritu†™ en sentido espiritual. Esto implica el bautizarse en agua y ser engendrado por el espí­ritu de Dios, y así­ llegar a ser hijo de Dios con la perspectiva de participar del Reino celestial. (Jn 3:3-8; 2Co 5:17; 1Pe 1:3, 23.) Revelación narra en lenguaje simbólico el alumbramiento de †œun hijo, un varón† en los cielos después de un perí­odo de dolores intensos. (Rev 12:1-5.)

Fuente: Diccionario de la Biblia