NUMEROS

En tiempos antiguos, los hebreos utilizaron como método de conteo el sistema decimal común. No existe evidencia de que hayan utilizado sí­mbolos para representar a los números. Con anterioridad al exilio, escribí­an para cada número la palabra completa, del mismo modo en que se observa en la actualidad en las Escrituras hebreo Después del exilio, algunos judí­os utilizaron sí­mbolos como los que utilizaban los egipcios, arameos y fenicios: una lí­nea vertical para el 1, dos para el 2, tres para el 3, etc., y signos especiales para el 10, 20, 100. Ya en tiempos tan antiguos como en el reinado de Simón Macabeo (143-135 a. de J.C.), numeraron los caps. y vv. de la Biblia hebreo utilizando las consonantes del alfabeto heb.: álef para el 1, bet para el 2, etc.

Del mismo modo se empleaban las letras del alfabeto griego Los números se utilizaban de manera tanto convencional como simbólica.

Ciertos números y sus múltiplos tení­an un significado sagrado o simbólico: 3, 4, 7, 10, 12, 40, 70. Por ejemplo el 3 recalcaba un concepto, como en ¡En ruinas, en ruinas, en ruinas la convertiré! (Eze 21:27). Desde tiempos muy antiguos el siete fue un número sagrado entre los semitas (Gen 2:2; Gen 4:24; Gen 21:28); el diez era considerado un número completo.

Los rabinos en tiempos posteriores desarrollaron la teorí­a de que todos los números tienen significados secretos y que todos los objetos tienen sus números fundamentales, por lo cual se determinaron complejas reglas matemáticas para apoyar estos conceptos. El sistema llegó a conocerse como gematrí­a, una distorsión de la palabra geometrí­a. Algunos estudiosos de la Biblia creen encontrar un ejemplo de esto en Rev 13:18, donde el número de la Bestia es 666.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(ciento cuarenta y cuatro mil, seisseis-seis). A lo largo de la Biblia, los números tienen un valor simbólico vinculado al orden de la creación, en la perspectiva del tiempo (siete dí­as, siete astros), del espacio (cuatro puntos cardinales) y de la organización social (doce tribus…). Especial importancia recibe el siete, relacionado con los dí­as de la semana y las obras de Dios, trascendidas en el sábado, que está más allá de todo número. Una parte considerable de la especulación de los apocalí­pticos (como 1 Henoc* y Jubileos) y de los textos de Qumrán está relacionada con cálculos numéricos y la fijación de tiempos sagrados. En el Nuevo Testamento el libro que más ha insistido en los números ha sido el Apocalipsis. (1) Uno. Significa excelencia y autoridad y puede aplicarse a Dios (que Es, Era y Viene: Ap 1,4.8) y a Cristo (Primero y último…: Ap 1,17; 2,8; 22,13). (2) Dos. Implica cooperación, tanto positiva (en los profetas: Ap 11,1-13) como negativa (en las bestias: Ap 13,1-18). (3) Tres y medio (= mitad de siete). Es tiempo que pasa, momento breve de persecución de los fieles. Partiendo de cálculos tomados de Dn 7,25; 12,7; Juan lo identifica con un tiempo (= año), dos tiempos y medio tiempo: los 42 meses o 1.260 dí­as simbólicos de la crisis final (Ap 11,9-13; 12,14). (4) Cuatro. Es el mundo perfecto y peligroso: cuatro son los Vivientes del cielo (4,6.8; 5,6; etc.), los caballos destructores de la historia (6,18), los elementos cósmicos (8,7-12; 16,1-9), los ángulos del mundo con sus ángeles y vientos (7,1-3; cf. 9,14-15; 20,8), lo mismo que los cuernos del altar (cf. 9,13) y los ángulos o muros de la Ciudad nueva (21,16). (5) Seis. Es la imperfección del mundo (del hombre) que, oponiéndose al siete de Dios y su mesí­as, acaba encerrándose en sí­ mismo, en violencia destructora. Es número de la Bestia: 6.6.6 (13,18) y del 6° emperador, que ahora reina (tras los cinco pasados), incapaz de permane cer, pues no puede hacerse siete (cf. 17,10-11). (6) Siete. Es la plenitud divina que se expresa en los espí­ritus (Ap 1,4; 3,1; 4,5; 5,6), ángeles (1,20; 8,2.6), candelabros (1,12.20; 2,1), astros (1,16.20; 2,1), iglesias (1,4.11.20) y en los cuernos y ojos del Cordero, que reflejan su poder (5,6). Siete son también los acontecimientos finales que marcan el juicio de Dios sobre el mundo: sellos (5,1.5; 6,1), trompetas (8,2.6), truenos (10,3.4) y copas destructoras (15,1.6.7). Hay también un siete negativo que se expresa en las cabezas del Dragón y de la Bestia (12,2; 13,1; 17,3.7), en las colinas (de Roma) que forman el asiento de la Prostituta, en los reyes perversos de la historia (17,9) y, sobre todo, en el 7° emperador, que permanece poco tiempo; cuando él desaparezca volverá como octavo uno de los anteriores, pero Cristo lo destruirá (17,10-11). (7) Diez. Es número del poder perverso: los cuernos del Dragón y de la Bestia (13,3; 13,1; 17,3.7), los reyes de la tierra (17,12.16) y los dí­as de prueba que Daniel y compañeros han de padecer porque no aceptan la comida impura del imperio (2,10). Se opone probablemente al doce de la perfección israelita y cristiana. (8) Doce. Número perfecto de los cielos, como muestran las estrellas de la corona de la Mujer (12,1), y de la historia mesiánica, que se expresa por los hijos de Israel y los apóstoles del Cristo, vinculados a los ángeles de Dios y a los cimientos y puertas de la Jerusalén perfecta (21,12-14), con sus medidas y piedras preciosas (21,16.21). Desde ahí­ han de entenderse sus múltiplos: los 24 Ancianos (dos por doce) que forman la corte de Dios (4,4) y los 144.000 triunfadores (doce mil por doce mil) del monte Sión (14,1; cf. 7,4). (9) Mil. Es signo de una gran multitud (millares de millares forman la muchedumbre incontable de los ángeles, 5,11). Se emplea de un modo especial para indicar el milenio: los años del tiempo del reino de los elegidos; frente al breve tres y medio de la persecución se eleva el mil de gloria de los elegidos (20,2-7).

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Cuarto libro del Pentateuco, describe parte del viaje de Israel después de la liberación de Egipto (Exodo) y antes de llegar a la tierra prometida (Josué).

El tí­tulo “números” (griego arith moi) proviene, a través de la Vulgata, de la traducción griega (llamada de los Setenta) del Antiguo Testamento, y se debe al contenido de los cuatro primeros capí­tulos dedicados al censo de la comunidad israelita según las órdenes que Yahvéh dio a Moisés. En la tradición hebrea, como ocurre con los otros libros de la Torá (Ley), el tí­tulo se saca de las primeras palabras de la obra:
bemidbar (en el desierto).

Estos dos tí­tulos distintos dan ya razón en parte de su contenido: el censo-organización y la peregrinación por el desierto constituyen realmente los dos aspectos fundamentales de la obra en que se presenta la organización y la estructura de Israel como pueblo de Dios. Israel es desde su origen, según la presentación de los Números, una sociedad teocrática; su camino en la historia y su futuro están guiados por Yahveh.

A estos temas se añaden algunos otros que son caracterí­sticos de la descripción de las relaciones de Israel con su Dios, como el tema tan importante de la continua infidelidad del pueblo que ya se conocí­a en la narración del Exodo.

La formación del libro de los Números, como la de los otros libros del Pentateuco, liberada de la atribución tradicional a Moisés como “autor” en el sentido moderno de la palabra, es fruto de un largo proceso de composición literaria, en el que se fueron fundiendo paulatinamente entre sí­ varias tradiciones de tipo histórico, jurí­dico y litúrgico.

La forma final de la obra se atribuye al llamado redactor sacerdotal (con la sigla “Pn, del siglo VI a.C.). A este redactor le debemos no sólo la aportación de algunas tradiciones propias, sino también la forma definitiva de la obra, a través de la sistematización de las fuentes precedentes Yahvista, siglo x a.C., y Elohí­sta, siglos IX-VIII a.C.). La compleja formación del libro y su naturaleza teológica no permiten, evidentemente, una reconstrucción simple de los acontecimientos, tal como son narrados. Pensemos a este propósito en los problemas histórico-geográficos que plantea el intento de reconstruir el itinerario del viaje por el desierto. Tampoco se puede prescindir del carácter histórico de la revelación, que constituye un aspecto fundamental del relato bí­blico. Sobre esta base las narraciones deben ser releí­das para distinguir, donde sea posible, los acontecimientos de su interpretación teológica. Una sumaria articulación del libro, en el que la trama histórica se ve interrumpida continuamente por leyes y reglamentos, presenta tres partes principales : a) 1,1-10,10: los últimos diecinueve dí­as de estancia en el Sinaí­. Esta sección suele atribuirse a la tradición sacerdotal.

b) 10,11-22,1: la larga peregrinación por el desierto (38 años). El tema principal de esta sección es la marcha progresiva de Israel entre asechanzas e infidelidades. Forman parte de esta sección algunos episodios conocidos de la peregrinación por el desierto; las codornices (1 1,31-35); las aguas de Meribá (20,1 – 1 1); la serpiente de bronce (21 ,4-9); son relatos que ya conocemos por el libro del Exodo, pero en los que se pone aquí­ de relieve el elemento de juicio y de castigo divinos con vistas a la conversión. En esta sección central es donde suele identificarse la aportación más significativa de la tradición yahvista.

c) 22,2-36, J3: es la parte más heterogénea, en la que se narran los acontecimientos relativos a la permanencia del pueblo en Moab, en las fronteras de Canaán, la tierra prometida. En esta última parte se inserta el conocido ciclo de Balaán (22,2-24,25), fruto de la fusión de las tradiciones yahvista-elohí­sta, particularmente importante para las relecturas tanto judí­as como cristianas en clave mesiánica.

Los temas teológicos de este libro, el itinerario de Dios con su pueblo, la presencia de Yahveh que se manifiesta de varias maneras, entre ellas la “nube”, la “morada”, constituyen otros tantos temas centrales de la teologí­a tanto hebrea como cristiana. Esta última, ya desde los escritos del Nuevo Testamento, aplica al pueblo de la nueva alianza el concepto de “pueblo de Dios” (asamblea: hebreo qahal; griego: ekklesí­a), así­ como el tema del pueblo en camino hacia la presencia de Dios, que ha alcanzado tanto relieve en la teologí­a que animó al Vaticano II (cf” en especial, la Lumen gentium).

G. Castello

Bibl.: G. Ravasi, Números (libro de los), en NDTB, 1306-1313; A. González Lamadrid, Números. Texto y comentario, La Casa de la Biblia, Madrid 1990: Ph. J King, Los Números, Mensajero/Sal Terrae, Bilbao/Santander 1969; J. Briend, El Pentateuco, Verbo Divino, Estella “1995.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Cuando se encuentran indicaciones numéricas en los libros sagrados hay que comenzar por verificar si se han transmitido con exactitud. Como los números se escribí­an antiguamente con letras, el texto ha podido ser alterado o mutilado. Así­, acerca de 2Sa 24,13, algunas lecciones leyeron z (7), mientras que en IPar 21,12, texto paralelo, se lee g (3). Una vez fijado el texto, todaví­a hay que preguntarse si en la intención del autor habí­a que entender el número en cuestión según su valor atritmético u sólo como cierta aproximación, o hasta según su significado simbólico. Consta, en efecto, que las antiguas civilizaciones semí­ticas se preocilpaban poco por la exactitud matemática en la forma en que la encarece nuestra civilización; en cambio, multiplicaban los empleos convencionales y simbólicos de los números.

I. APROXIMACIONES Y SIGNIFICACIONES CONVENCIONALES. 1. De los “números redondos” o “aproximativos” se pasa fácilmente en la Biblia a los empleos convencionales, que serí­a un error entender al pie de la letra. El 2 puede significar “algunos” (Núm 9, 22). el doble puede significar una sobreabundancia (Jer 16,18; Is 40,2; 61,7; Zac 9,12; Ap 18,6). El 3 es una aproximación del número (1Re 7,23); por otra parte, la triple repetición de un gesto (IRe 17,21) o de una palabra (Jer 7.4) indica el énfasis, la insistencia, el “superlativo del superlativo” (Is 6,3). El 4 indica la totalidad del horizonte geográfico (delante, detrás, la derecha, la izquierda): los 4 vientos (Ez 37.9; Is 11, 12), los 4 rí­os del paraí­so (Gén 2, 10). El 5 tiene valor mnemotécnico (dedos de una mano), que pudo influir en el origen de ciertas prescripciones rituales (Núm 7,17.23.29); pero es puramente aproximativo en Gén 43,34 (la porción de Benjamí­n es “5 veces mayor”), Le 12,6 (“5 pajarillos por 2 ases”; Mt 10,29 dice “2 pajarillos por un as”), lCor 14,19 (“mejor 5 palabras que instruyan que 10 000 en lenguas”). El 7 sugiere un número bastante considerable: Caí­n será vengado 7 veces (Gén 4,15), el justo cae 7 veces al dí­a (Prov 24, 16), Pedro quiere perdonar 7 veces (Mt 18,21) y Jesús lanza 7 demonios de Magdalena (Mc 16,9); pero este número tiene un superlativo : Lamec será vengado 77 veces (Gén 4,24) y Pedro deberá perdonar 77 veces o 70 veces 7 veces (Mt 18,22). El 10 tiene valor mnemotécnico (los 10 de dos), y de ahí­ su empleo para los 10 mandamientos (Ex 34,28; Dt 4,13) o las 10 plagas de Egipto (Ex 7,14-12, 29); de ahí­ fluye la idea de una cantidad bastante grande: Labán cambió 10 veces el salario de Jacob (Gén 31, 7) y Job fue insultado 10 veces por sus amigos (Job 19,3). El 12 es el número de las lunaciones del año y sugiere por tanto la idea de un ciclo anual completo: las 12 prefecturas de Salomón se encargan por turno del abastecimiento del palacio durante un mes (lRe 4,7-5,5); se ha supuesto que el número de las 12 tribus de Israel estaba en relación con el servicio cultual en el santuario común durante los 12 meses del año. El 40 designa convencionalmente los años de una generación: 40 años de permanencia en el desierto (Núm 14, 34), 40 años de tranquilidad en Israel después de cada liberación completa por los Jueces (Jue 3,11.30; 5, 31, etc.), 40 años de reinado de David (2Sa 5,4)… De ahí­ la idea de un perí­odo bastante largo, cuya duración exacta no se conoce: 40 dí­as’ y 40 noches del Diluvio (Gén 7,4), la permanencia de Moisés en el Sinaí­ (Ex 24,18); pero los 40 dí­as del viaje de Elí­as (lRe 19,8) y del ayuno de Cristo (Me 1,13 p) repiten simbólicamente los 40 años de Israel en el desierto. Empleos semejantes se pueden mencionar de 60 y de 80 (Cant 6,8), de 100 (Lev 26,8; Ecl 6,3; el céntuplo de Mt 19,29), mientras que los 70 ancianos de Núm 11,16.24 se refieren al empleo convencional de 7 (cf. Le 10,1). Igualmente, ciertos empleos del número 70 (10 veces 7) están en relación con el simbolismo de la *semana y del *sábado (Jer 25,11; 2Par 36,21; Dan 9,2). La cifra 1000 evoca una cantidad considerable: Dios hace misericordia hasta 1000 generaciones (Ex 20,6; Jer 32,18); para él 1000 años son como un dí­a (Sal 90,4), y un dí­a cerca de él es mejor que 1000 en otra parte (Sal 84,11). Pero la misma cifra sirve también para designar las divisiones interiores de las tribus, y el “millar” por su parte se subdivide convencionalmente en centenas, cincuentenas y decenas (Ex 18,21). Más adelante, la mirí­ada (10000) designa una cantidad fabulosa (Lev 26,8). En todo caso estos número grandes tienen valor hiperbólico, sensible en pasajes como Gén 24,60 ó ISa 18,7.

2. Un procedimiento original para indicar el énfasis consiste en encarecer un número haciendo que le siga el número superior : “Una vez habló Dios, dos veces oí­ yo” (Sal 62,12). Se halla también: 1+2 (Jer 3,14; Job 40,5); 2+3 (Os 6,2; Job 33,29; Eclo 23,16); 3+4 (Am 1-2; Prov 30, 15-33; Eclo 26,5; cf. el ter quaterque beati de Virgilio); 4+5 (ls 17, 6); 5+6 (2Re 13,19); 6+7 (Prov 6, 16; Job 5,19); 7+8 (Miq 5,4; Ecl 11,2); 9+10 (Eclo 25,7). Se ve que el procedimiento es frecuente en los sabios, las más de las veces bajo la forma de mashal numérico.

II. SIGNIFICACIONES SIMBí“LICAS. El antiguo Oriente gustó mucho del simbolismo de los números. En Mesopotamia, donde las matemáticas estaban relativamente desarrolladas, se atribuí­an a los dioses ciertos números sagrados. Según las especulaciones pitagóricas, 1 y 2 eran masculinos, 3 y 4 femeninos, 7 virginal, etc. Estas especulaciones aparecen a veces en los escritos judí­os y en los Padres, pero son ajenas a la Biblia, donde ninguna cifra es sagrada per se. En cambio, partiendo de ciertos empleos convencionales o por influjo lateral de las civilizaciones circundantes, se encuentran en gran número en la Biblia empleos simbólicos e incluso “gematrias”.

1. Empleos simbólicos. El 4, cifra de la totalidad cósmica (que forma también el trasfondo de los “4 vivientes” en Ez 1,5…; Ap 4,6) acaba por designar todo lo que tiene carácter de plenitud: 4 plagas en Ez 14,21; 4 bienaventuranzas en Le 6.20ss (y 8 en Mt 5,1-10).

El 7 designa tradicionalmente una serie completa: 7 aspersiones con la sangre (Lev 4,6.17; 8,11; 14,7; Núm 19,4; 2Re 5,10), inmolación de 7 animales (Núm 28,11 ; Ez 45,23; Job 42,8; 2Par 29,21). Se aplica fácilmente a objetos sacrosantos: los 7 ángeles de Tob 12,15; los 7 ojos sobre la piedra en Zac 3,9. Es sobre todo el número de los dí­as de la semana y caracteriza al *sábado, dí­a santo por excelencia (Gén 2,2). De ahí­ las especulaciones apocalí­pticas de Dan 9,2.24, donde las 70 semanas de años (10 jubileos de 7 veces siete años) rematan en el *dí­a de la salvación, independientemente de toda cronologí­a real. El 7, cifra de perfección divisible en 3+4, figura por esta razón en las visiones proféticas (Is 30,26; Zac 4,2) y sobre todo en los apocalipsis (Ap 1,12.16; 3,1 ; 4,5; 5,1.6; 8,2; 10,3; 15,1: 17,9), pero también se. menciona su mitad, 3 1/2 (Dan 7,25; 8,14; 9,27; 12,8.11s; Ap 11,2s.9ss; 12,6.14; 13,5). Por el contrario, 6 (7-1) es el tipo de la perfección fallida (Ap 13,18: 666).

El 12, como cifra de las 12 tribus, es también una cifra perfecta, que se aplica simbólicamente al pueblo de Dios. De ahí­ su empleo significativo en el caso de los 12 *Apóstoles de Jesús, que regirán a las 12 tribus del nuevo Israel (Mt 19,28 p). Así­ la nueva *Jerusalén dei Apocalipsis tiene 12 puertas, en las que están grabados los nombres de las 12 tribus (Ap 21,12), y 12 hiladas que llevan los nombres de los 12 apóstoles (21,14). Igualmente, el pueblo salvado forma el número de 144 000, 12 millares por cada tribu de Israel (7,4-8). Pero las 12 estrellas que coronan a la *mujer (otro sí­mbolo de la nueva humanidad) podrí­an hacer alusión a las 12 constelaciones zodiacales (12,1). 2. Gematrias. Se llama gematria (corrupción del gr. geómetria) a un procedimiento caro a los antiguos, según el cual una cifra dada designa un hombre o un objeto porque el valor numérico de las letras que constituyen su nombre corresponde al número en cuestión. La Biblia ofrece de esto algunos ejemplos ciertos.

Los 318 partidarios de Abraham (Gén 14,14) corresponden probablemente a la cifra del nombre de Eliezer, intendente de Abraham : +L+Y+` +Z+R = 1+30+10+ +70+7+200 = 318. También se ha propuesto ver en las 3x 14 generaciones que componen la genealogí­a de Jesús (Mt 1) una gematria del nombre de David (DWD), superpuesta al empleo simbólico de la cifra 7: Jesús serí­a así­ designado como “triple David” (eminentemente daví­dico y mesí­as). Es seguro el caso de la cifra de la bestia (666) en Ap 13,18, aun cuando la base del cómputo se preste a discusión. San Ireneo pensaba ya en el nombre LATEINOS (30+ 1 +300+ 5 + 10+50+ + 70 + 200) para designar al imperio romano. Hoy dí­a se propende a creer que se trata de Nerón César, según su nombre hebreo NRWN QSR (50 + 200 + 6 + 50 + 100 + 60 + +200). En todo caso el número 6, con su simbolismo, se superpone a esta designación crí­ptica.

II. CONCLUSIí“N. Cierto número de cifras bí­blicas deben explicarse por el doble procedimiento de los valores simbólicos y de las gematrias; pero con mucha frecuencia se ha perdido para nosotros la clave y es sumamente difí­cil volverla a hallar. Así­, las edades fabulosas de los patriarcas antediluvianos (por lo demás modestas al lado de las que figuran en las leyendas mesopotámicas) tienen probablemente un significado; pero éste apenas si’ aparece fuera del caso de Henoe, el único justo de la serie, que vive 365 años, cifra perfecta de un año solar. Quizá se pueda decir lo mismo acerca de las edades de los antepasados de Israel, del total de las registradas en Núm 1,46, de los 38 años de Jn 5,5, los 153 grandes peces de Jn 21,11, etc.

Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que los números citados en los libros sagrados no deben tomarse siempre al pie de la letra. Para comprender su alcance hay que tener siempre presente la intención de los narradores : ¿pretenden dar cifras exactas, o aproximaciones, cuya eventual exageración tiene un valor de hipérbole, o de sí­mbolos que se salen de la pura aritmética? En los libros históricos se exagera con mucha frecuencia el número de los combatientes o de los prisioneros (cf. Ex 12,37), pero es una convención del género, y la afirmación del hagiógrafo se entiende en función de ella, por encima de una norma aritmética más o menos convencional. Igualmente, si interviene el simbolismo, los autores se atienen esencialmente al alcance de los sí­mbolos.

Así­ pues, hay que ver de qué se trata en cada caso particular, ya para evitar el incurrir en una interpretación simbólica intemperante, o el cristalizar afirmaciones que deben entenderse con ciertos matices, o, finalmente. el vaciar de su contenido a las indicaciones dadas por el texto. No hay que olvidar que además de su valor numérico las cifras representan no pocas veces nociones de un orden completamente distinto, que en más de un caso no están al alcance de los lectores de hoy.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Introducción

TITULO
Las Biblias en castellano, siguiendo las versiones latinas y gr., dan el nombre de Números a este libro. Este tí­tulo era conocido desde el siglo II d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, y quizá mucho antes. El tí­tulo indica que el libro comienza y termina con un censo de Israel y sus sacerdotes (caps. 1–4, 26). La tradición judí­a usaba otro tí­tulos, tomados de las primeras palabras del texto heb. Estas palabras eran: †œEn el desier to† (refiriéndose a los 40 años de esta historia que pasaron en el desierto); †œY él habló† (algunos de los primeros Padres de la iglesia favorecí­an este tí­tulo ya que enfatizaba el hecho de que todo el libro tiene que ver con la palabra de Dios, el negarse Israel a creer en esa palabra, y la fidelidad de Dios para con ella); y †œEl cuarto libro de Moisés† (parte del Pentateuco, desde Gén. hasta Deut.).

BOSQUEJO DEL LIBRO

El libro de Núm. se divide en tres partes.
Preparación para salir hacia Canaán y heredar la tierra (caps. 1–10). En esta sección Moisés prepara a Israel. Las tribus son contadas, organiza das y purificadas, se establece el sacerdocio, se consagra el tabernáculo y se celebra la Pascua. Cada detalle de esta preparación es ordenado por la palabra de Dios. Dos son las cosas que se preten den: Hacer que Israel sea digno de la presencia de Dios y prepararlos para que posean la tierra prometida como su herencia, según lo que Dios habí­a prometido en su pacto con Abraham. Al final de esta preparación completa, el pueblo se dirigió hacia Canaán, guiados por la presencia de Dios en la nube y el fuego que estaban sobre el arca del pacto.
En camino hacia Canaán (caps. 11–25). Lo que hubiera sido un peregrinaje gozoso se convirtió en un sendero de descontento. Mientras que la gente viajaba comenzó a quejarse. Cuando vieron a las poderosas naciones que habitaban Canaán rehusaron entrar. En incredulidad, rechazaron las promesas de Dios. Consecuentemente, tuvieron que permanecer en el desierto y morir ahí­. Cerca del fin de los 40 años, otra vez se encaminaron hacia Canaán.
Nuevos preparativos para heredar la tierra (caps. 26–36). Después de 40 años, el pueblo llegó hasta los campos de Moab. El enfoque de esta sección está sobre la herencia. La nueva generación es contada y se le ordena cómo repartir la tierra, y qué ofrendas presentar ahí­. De esta manera se preparaban para heredar la tierra prometida. Los pre parativos finales incluyeron el mandato de que la tierra asignada a cada tribu nunca debí­a ser traspasada; de esta manera se garantizaba la herencia. A pesar de la incredulidad de Israel, Dios fue fiel al propósito de su pacto.

TABLA 1. ESTRUCTURA DEL BOSQUEJO

I.
1–10
PreProSinII.En camiIncredDe caminIII.
26–36
Nuevos preparativos para
heredar la tierra
Promesa (tierra)
La palabra del Señor
reafirma la promesa

En
TABLA 2. LA RELACION ENTRE EL MARCO NARRATIVO Y LAS LEYES

Marco narrativo
Leyes
I. Preparaci4:4-33 ReglamII. De vi15 OfrIII. Nuevos27:8-10 Leyes

TIPO DE LITERATURA

Es muy importante conocer qué tipo de literatura es Núm. Por supuesto, este es un principio de interpretación: Se debe identificar el tipo de literatura de los libros bí­blicos y su contenido. Los libros de la Biblia no son todos iguales. Están conformados de diferentes tipos de literatura: ley, historia, salmos, Evangelios, cartas, etc. Los diferentes tipos no pueden leerse de la misma manera. Por ejemplo, la historia es diferente a la doctrina. Hech. (historia) re gistra la circuncisión de Timoteo †œpor causa de los judí­os† (16:3). Aun así­, por carta (doctrina) Pablo enseña que la circuncisión ya no es requerida (Gál. 2:3; 5:2; 6:12–16). La distinción es importante porque debemos obedecer la doctrina, pero no necesariamente seguir el ejemplo de la historia.
En el libro de Núm. encontramos cuatro tipos principales de escritura: Narración, ley, registros administrativos y discursos. Si extrajéramos las secciones narrativas, tendrí­amos una historia continuada de los eventos que se sucedieron. Por ejemplo, pudiéramos dejar afuera los detalles de los censos y las leyes acerca de las ofrendas y las fiestas y quedarí­amos con un relato de lo que sucedió con Is rael en Sinaí­, en el desierto y en las planicies de Moab. Este es el marco de referencia del libro (ver Tabla 2). Los principales asuntos de las leyes son el sacerdocio (4:4–33; 8:6–26; 18:1–19:22), la purificación (5:5–6:21), las ofrendas y las fiestas (9:11b–14; 10:1–10; 15:1–41; 28:1–30:16) y mandamientos relacionados con la herencia de la tierra de Canaán (27:8–11; 31:21–24; 34:1–35:34; 36:7–10). Los registros administrativos incluyen listas de lí­deres (1:5–16; 13:4–16; 34:19–29), genealogí­as y censos (1:20–46; 3:1–4, 17–29; 4:34–49; 26:4–51, 57–62), registros de los lugares donde acamparon (2:3–33; 33:1–49), listas de las ofrendas de las tribus y tributos (7:12–88; 31:32–40, 42–47), correspondencia diplomática (20:14–20; 22:5, 6, 16, 17), y los registros de los lí­mites de la tierra (34:3–12). Los discursos que son citados incluyen oración (10:35, 36), bendiciones (6:24–27), oráculos (23:7–10, 18–24; 24:3–9, 15–24), votos (21:2), juramentos (5:19–22; 14:20–25, 28–35), poemas, cantos y dichos antiguos (21:14, 15, 17, 18, 27–30). A me nudo estos discursos hacen resaltar lo significativo de los eventos registrados en la narración y, por lo tanto, pueden ser cruciales para su trasfondo.

MARCO DE REFERENCIA NARRATIVO

Las leyes, los registros administrativos y los discursos todos caen perfectamente dentro de la narración, la cual provee un marco de referencia. Los registros administrativos forman una parte natural de la narración. Por ejemplo, los mensajes enviados entre Edom e Israel (20:14–20) ayudan a relatar la historia de cómo Edom se negó a permitir que Israel pasara por su territorio camino a Canaán. De hecho, los registros administrativos ayudan a crear el carácter especial de las narraciones de Núm.
No es muy claro cómo es que las leyes caen dentro de la narración. Muchos lectores han quedado con la duda del porqué las leyes están colocadas donde están. Sin embargo, existe una conexión y si no se reconoce el libro no puede ser comprendido de manera apropiada. Se pueden proveer dos ejemplos de esto. Primero, el relato de la rebelión del levita Coré en contra de Aarón (caps. 16, 17) es seguido inmediatamente por leyes que confirman el sumo sacerdocio de Aarón de entre los levitas (caps. 18, 19). Segundo, el relato del fracaso de Israel de no entrar a Canaán a causa de su incredulidad y el juramento de Dios de que esa generación nunca entrarí­a (caps. 13, 14) es seguido inmediatamente con leyes que implican que Israel algún dí­a poseerí­a la tierra (cap. 15). Esas leyes comenzarí­an †œcuando hayáis entrado en la tierra †¦ †, y las ofrendas requeridas serí­an de harina, aceite y vino; es decir, de los productos de la tierra. Así­, estas leyes muestran la gracia de Dios a pesar del pecado de Israel. La relación entre las narraciones y las leyes se muestra más claramente en la Tabla 2.
La narración muestra un enfoque sobre los discursos clave. Los relatos hebreos tienden a citar las palabras de los personajes principales. El clí­max de una historia frecuentemente se expresa en algún discurso significativo. Por ejemplo, el relato de la prueba de fe de Abraham (cuando se le ordenó sacrificar a Isaac) alcanza su clí­max con el juramento de Dios (Gén. 22:15–18). Dichos discursos clave expresan el punto central del relato. Núm., al igual que Gén., cita los discursos clave en puntos cruciales de la narración. Estos se muestran en la Tabla 3.

CARACTERISTICAS IMPORTANTES DE LA NARRACION
Se puede aprender mucho del estilo y carácter de la narración.

La narración no es perfectamente cronológica

Generalmente hablando, Núm. es bastante cronológico. Sin embargo, en algunos lugares no se sigue el orden histórico. Esto es verdad particularmente en los caps. 1–10, los cuales registran los eventos de los primeros dos meses del segundo año después del éxodo. Si se reorganizara el texto, el orden cronológico quedarí­a de la siguiente manera: en el primer dí­a, el tabernáculo es erigido (9:15–23); durante 12 dí­as las tribus trajeron sus ofrendas para su consagración (7:1–8:26); en el dí­a 14 se celebró la Pascua (9:1–14); dos semanas más tarde, en el primer dí­a del segundo mes, se llevó a cabo el censo y se purificó el campamento (1:1–6:27); en el dí­a 20 Israel se puso en marcha hacia Canaán (10:1–36). Núm. no es el único libro en la Biblia donde el orden cronológico se ha hecho a un lado para dar paso a otro arreglo. Este parece ser el caso en algunos de los Evangelios, por ejemplo. En tales casos, existe una razón del porqué no se ha seguido el orden histórico. Si podemos descubrir esa razón, arrojará luz sobre el propósito del autor.
En los caps. 1–10 el autor parece seguir el plan del campamento. El campamento estaba organizado en dos cí­rculos: En el cí­rculo externo se encontraban las tribus, y en el cí­rculo interno estaban los sacerdotes con el tabernáculo en el centro (ver material sobre 2:1–34). Este plan mostraba a Israel que Dios debí­a ser el centro de sus pensamientos y vi da. Israel necesitaba sobre todo que Dios morara entre ellos (Exo. 33:3–16). Debí­an desear su presencia más que cualquier otra cosa (Sal. 42:1–3). Siguiendo el orden: El campamento de las tribus (cí­rculo externo), el campamento de los sacerdotes, y el tabernáculo (centro del cí­rculo interno), el autor dirige al lector al centro del mismo. Hace esto tres veces. Primero, con el censo de las tribus (caps. 1–2) y después con el de los levitas (caps. 3–4) y, en segundo lugar, con la consagración de los campamentos (caps. 5–6) y después con la del tabernáculo y el sacerdocio (caps. 7–8). Final mente, ya cerca del tiempo de partir, Israel observa primero la Pascua en todo el campamento (9:1–14), después la nube aparece sobre el tabernáculo (9:15–23), y luego la partida de Israel. El evento más importante, la manifestación de la presencia de Dios, la cual realmente se llevó a cabo antes que todos los otros eventos, se reserva para el final. Esta demora crea un sentido de clí­max y resalta lo que es más importante. De esta manera el deseo de Israel se retiene hasta el final. Por último, la nube desciende y la presencia permanente de Dios se manifiesta a su pueblo (9:15–23). Sólo entonces pueden partir hacia Canaán (cap. 10).
Es interesante comparar Exo. y Núm. (Exo. 40 guarda un paralelo con Núm. 9:15–23.) El libro de Exo. nos lleva desde la esclavitud en Egipto hasta el Sinaí­ y la gloria de la presencia de Dios en el tabernáculo y la nube (Exo. 40). El clí­max es la morada de Dios entre su pueblo tal como se lo prometiera a Abraham (Gén. 17:7). Núm. va un poco más allá de este punto a un nuevo foco de interés: La herencia de la tierra de Canaán. Dios guí­a a Is rael a la tierra prometida en el pacto con Abraham (Núm. 10:29). El resto del libro de Núm. trata con la herencia que perdió una generación, pero fue preservada para la siguiente.

TABLA 3. DISCURSOS CLAVE EN LA NARRACION

I.
1–10
6:24–27
La bendición sacerdotal. Esta es provista sólo después de que el campamento ha sido ordenado, el sacerdocio establecido y el campamento purificado

10:35, 36
La oración de Moisés: ¡Levántate, oh Jehovah, y sean dispersados tus enemigos! ¡Huyan de tu presencia los que te aborrecen! y ¡Vuelve, oh Jehovah, a las mirí­adas de millares de Israel! Esta oración de invocación resume el punto de 1–10. Dios está presente entre las huestes de Israel y los guí­a hacia adelante a la herencia prometida en la tierra prometida de Canaán.
II.
11–25
14:20–25, 28–35
El juramento del Señor. La incredulidad de Israel en cuanto a la promesa de Dios y la negación de entrar a la tierra conducen a este juramento divino con todas sus terribles implicaciones: Ninguno verá la tierra que prometí­ con juramento a sus padres.

23:7–10, 18–24; 24:3–9, 15–19, 20–24.
Bendiciones sobre Israel. Aunque por medio de la boca de Balaam, el texto es claro en sugerir que estas bendiciones se expresan por mandato de Dios. Estas no pueden cambiarse, ni revocarse. Las mismas son muy significativas debido a que Israel está casi a punto de entrar en Canaán.

25:12, 13
Pacto del sacerdocio perpetuo. Esto es sumamente importante: Israel ha derrotado a sus enemigos, pero aun así­ cae debido a su propio pecado. Por la gracia de Dios, se garantiza el medio para vencer el pecado; es decir, el sacerdocio.
III.
23–26
26:52–56; 33:50–56; 34:2 (3–12), 29
Los mandatos repetidos de que la tierra debe repartirse a Israel como su herencia.

36:7, 9 (27:7–11)
Un mandato final: Así­ la heredad de los hijos de Israel no pasará de tribu en tribu, porque cada uno de los hijos de Israel se mantendrá ligado a la heredad de la tribu de sus padres. Este mandato abarca el propósito de Dios: Porque toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia, para siempre (Gén. 13:15). La promesa de Dios a Abraham, entonces, conduce al derecho inalienable de la here

La narración deja mucho fuera

Núm. cubre un perí­odo como de 40 años. Sin embargo, no registra todo lo que sucedió en esos 40 años. Hay un vací­o como de 38 años entre los caps. 19 y 20 (Deut. 2:14; Núm. 21:12). El relato se concentra en unos cuantos meses del segundo año y al final del año 40; no se dice nada de lo que pasó en medio de esos años.
Moisés conservó una lista de los lugares en que acamparon (cap. 33). La narración sólo menciona unos cuantos lugares en el transcurso del viaje (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1:1; 9:1; 12:16; 20:1, 22, 23; 33:50; 36:13). Una comparación con la lista de Moisés confirma el vací­o en la narración. Dos episodios pueden haber ocurrido en los años intermedios en el desierto. La lapidación de un violador del sábado (15:32–36) y la rebelión de Coré (16:1–50). El primero ocurrió †œen el desierto†, pero esto parece significar el desierto de Parán (15:32). El segundo no está fechado, pero parece haber resultado del fracaso de poseer la tierra (16:14), y es bastante razonable concluir que esto sucedió muy rápido (notar 16:41, por ejemplo). Israel permaneció en Cades por muchos dí­as, suficiente tiempo para que sucedieran estas cosas (Deut. 1:46). Aun si es que ocurrieron más tarde en el peregrinaje, el autor no se preocupa por decí­rnoslo; al contrario, él los adhiere a la rebelión. De esta manera, no hay ningún registro del peregrinaje desde Ritma hasta Cades (33:19, 36).
El punto básico es que el autor enfoca su atención en tres fases cruciales: La preparación (caps. 1–10); la rebelión (caps. 13–19); y el final del peregrinaje y una nueva preparación (caps. 20–25, 26–36). Además, su silencio en cuanto al perí­odo que pasaron en el desierto es un testimonio elocuente de que esos fueron años perdidos. Es obvio que el autor ha sido altamente selectivo, escogiendo cuidadosamente qué incluir. Quiere que no sotros prestemos atención a lo que ha registrado e ignoremos lo demás.

La narración alterna entre la palabra de Dios y las palabras de los hombres

Se establece un marcado contraste entre los dos. Dios da su palabra y la obediencia produce excelente progreso. Sin embargo, cuando Israel habla, lo que se escucha es murmuración, quejas y rebelión, y esto provoca el juicio de Dios.
En los caps. 1–10, el factor que provee dirección es la palabra de Dios. Repetidamente leemos: †œEl Señor habló† (1:1; 2:1; 3:1; etc.). El término hebreo para †œhabló†, tal como se usa aquí­, conlleva el sentido de dar mandato; es decir, todo se hizo †œconforme a la palabra del Señor† (3:39, 42; 9:18–23). El resultado fue el progreso y la paz. A través del libro se deben notar declaraciones como: †œEl Señor habló†, refiriéndose a la dirección que proveí­a la palabra de Dios.
En los caps. 11–25 el cuadro cambia completamente. Cuando el pueblo comienza a hablar, se quejan contra Dios. La murmuración caracteriza el peregrinaje y repetidamente leemos que †œel pueblo se quejó†. Rezongaban debido a las penurias (11:1), la falta de carne (11:4) y por lo que les esperaba en Canaán (14:1–4). Marí­a y Aarón se opusieron a Moisés (12:1); Coré y sus seguidores se opusieron a Moisés y a Aarón (16:2, 3), y muy pronto los siguió toda la comunidad (16:41, 42). Muchos años más tarde aún se encontraban quejándose, esta vez en cuanto a la falta de agua (20:2, 3); y sólo a seis meses antes del final de los 40 años (21:4 ss.) aún se estaban quejando. En la sección central de Núm. (caps. 11–25), la palabra de Dios viene como respuesta a las palabras malignas de Israel. Leemos que †œlo oyó el Señor† (11:1, 18; 12:2). Aunque el pueblo fue castigado, la palabra de Dios reafirmó su voluntad y proveyó para bendiciones continuadas.
En los caps. 26–36 la palabra de Dios dirige a Israel y confirma la herencia.
Esta estructura alternada revela un elemento fundamental en la teologí­a de Núm.: Dios permanece fiel a su propósito del pacto a pesar de los repetidos fracasos de Israel. Quienes le provocan pierden su herencia. También pierden la vida. Aun así­ Dios permanece fiel y su palabra constantemente confirma que sus propósitos no cambian. Esto lo confirman las Escrituras. Pablo escribe: †œSi somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí­ mismo† (2 Tim. 2:13), y †œ¿Qué, pues, si algunos de ellos han sido infieles? ¿Acaso podrá la infidelidad de ellos invalidar la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera! Antes bien, sea Dios veraz, aunque todo hombre sea mentiroso †¦ † (Rom. 3:3, 4).

INFORMACION GEOGRAFICA

Núm. contiene información en cuanto a la ruta de Israel en su viaje desde Sinaí­ hasta Moab (cap. 33). Consecuentemente, muchos comentarios dividen el libro de acuerdo con su geografí­a; es decir, según las tres localidades principales: Sinaí­, el desierto y Moab (ver Tabla 1 y el mapa en la p. 119). Sin embargo, la geografí­a no determina la estructura del libro. Ya hemos visto que la mayorí­a del viaje es ignorado. Si hacemos demasiado hincapié en la geografí­a, el resultado puede oscurecer la estructura teológica del texto.
Sin embargo, la geografí­a sí­ apoya la teologí­a. Sinaí­ fue el monte de la revelación (y la palabra de Dios dirige, caps. 1–10). Las zonas desoladas del de sierto, fuera de la herencia prometida, forman el ambiente de los años perdidos de esterilidad espiritual y muerte (caps. 11–25). Moab estaba en la frontera de Canaán, donde Israel se preparó nuevamente para recibir la herencia. Sin embargo, Núm. no es una colección de episodios aislados unidos porque sucedieron en el mismo viaje o lugar. Al contrario, el libro presenta una clara teologí­a a la cual apoya la información geográfica.
Obsérvese también que hacia el fin del libro los lugares donde Israel acampa se mencionan más a menudo. Esto conlleva el sentido de un avance rápido hacia la meta por la cual Israel ha esperado lar go tiempo. Su progreso se acelera porque los 40 años del peregrinaje están llegando a su final. Cada campamento es un paso más cerca a la tierra prometida. La emoción crece mientras se acercan a Canaán (20:1–22:1; 33:1–50).

TABLA 4. LA PALABRA DE DIOS ALTERNANDO CON LAS PALABRAS CONTRADICTORIAS DE LOS HOMBRES

I. Palabra de Dios
Respuesta de Moisés
1—10 El Señor habla a Moisés ordenando a Israel que se prepare para partir hacia la tierra.
Moisés hace todo de acuerdo con el mandato del Señor. Se hacen los preparativos.
II. La palabra contraria del pueblo (incredulidad)
Respuesta: Palabra de Dios (fidelidad).
11, 12 Quejas durante el viaje. El pueblo prefiere a Egipto.
13 Mandato de espiar la tierra, listos para entrar.
(Marí­a y Aarón se oponen a Moisés.)
(12:6-8 La palabra de Dios en cuanto a Moisés.)
14 Queja por haberlos traí­do a la tierra; prefieren el desierto.
14:20-35 Jur16 Coré se opone a Moisés y a Aarón.
17-19 Mandatos confirmando el sacerdocio aarónico.
20, 21 Pugna contra Moisés e impaciencia frente a la oposición de los enemigos.
22-24 La bendición irrevocable de Dios se ordena, aun por medio de la boca de un enemigo: Balaam.
25 Israel peca con Moab (una rebelión abierta.)
25:10-18 La continuidad del sacerdocio aarónico, los medios para tratar con el pecado son garantizados por el pacto.
III. Palabra de Dios
Respuesta de Moisés
26-36 Una nueva preparación incluyendo la repartición y la garantí­a de la herencia, se ordena preparar un calendario y otras cosas para cuando entren en la tierra prometida.
Moisés hace lo que el Señor le ordena, inclusive el registrar las etapas del peregrinaje.

LUGAR EN EL PENTATEUCO

Núm. es una parte integral del Pentateuco. Está unido a los otros libros en dos maneras cruciales. Primera, hay una continuidad en la historia. Núm. sigue a Exo. y conduce a Deut. Exo. se mueve desde Egipto hasta el primer año en Sinaí­; Núm. cubre los siguientes 40 años, moviéndose desde Sinaí­ hasta Moab (estudiado en Deut. 1:6–3:29); Deut. trata con la renovación del pacto en las planicies de Moab. Hay continuidad y desarrollo en las leyes e ins tituciones. Exo. registra la construcción del tabernáculo (Exo. 25–40); Núm. se superpone a Exo. en el relato de la construcción del tabernáculo y contiene instrucciones pa ra transportarlo (4:4–33). Otros temas comunes incluyen el sacerdocio, las ofrendas, fiestas, votos y purificación.
Segunda, hay unidad en la teologí­a. El principal factor unificador es el pacto que Dios hizo con Abraham (Gén. 11–22). Este es el fundamento provisto en Gén. y compartido por Exo., Lev., Núm. y Deut. Esta es la razón por la que Dios libera a Israel de Egipto, se encuentra con ellos en Sinaí­ y los conduce por el desierto hasta las planicies de Moab. Esta es la razón para un tabernáculo y un sacerdocio. Estas verdades fundamentales deben ahora explorarse en el estudio de la teologí­a de Núm. y sus principales doctrinas.

TEOLOGIA Y DOCTRINAS PRINCIPALES
El libro de Núm. contiene una doctrina fundamental: El pacto con Abraham, el cual unifica todo el libro. Hay otras doctrinas importantes, particularmente, la palabra de Dios, la fe, la apostasí­a y la santidad del sacerdocio. Estas se mantienen unidas por el pacto con Abraham, el cual provee el principio organizador.

El pacto con Abraham

Las promesas de Dios a Abraham estaban enmarcadas en un pacto y confirmadas con un juramento (Gén. 12:1–3, 7; 13:14–17; 15:1–16; 17:1–21; 22:15–18). Fue tal la fuerza de este juramento que es imposible que Dios abandone las promesas de su pacto (Heb. 6:13–18). Este pacto juramentado es más permanente que los cielos y la tierra (Neh. 9:6, 7; Isa. 40:8; Jer. 31:36, 37; 33:25, 26; Mat. 24:35; 1 Ped. 1:23–25). El mismo pacto fue renovado con Isaac y con Jacob (Gén. 26:3–5; 28:13–15). Al repetirse el pacto, emerge una fórmula que contiene cuatro promesas principales.
1. La relación con Dios. †œYo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre yo y tú, y tu descendencia después de ti por sus generaciones, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti† (Gén. 17:7; cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 15:1; 26:3; 28:13, 15). Dios atrajo a Abraham y a sus descendientes a una relación con él por medio de un pacto perpetuo (Luc. 20:37, 38; Rom. 8:35–39). Esa relación recibe varios nombres en las Escrituras: Compañerismo, hijos, ser el pueblo de Dios y vida eterna (1 Jn. 1:3, 6–10; Rom. 9:4–6; 1 Ped. 2:9, 10). Dios es nuestro Padre celestial. La relación es la meta fundamental de toda la historia redentora; es el interés fundamental en toda la Biblia.
2. La tierra. †œLevántate, anda a lo largo y a lo ancho de la tierra, porque a ti te la dar醝 (Gén. 13:17). A veces se demarcan los lí­mites de Canaán (Gén. 15:18–21), pero en otras ocasiones la tierra prometida sólo se describe de manera general como †œla tierra que te mostrar醝 (Gén. 12:1) o †œlas ciudades de sus enemigos† (Gén. 22:17). No hay duda de que Canaán es lo que especí­ficamente estaba en mente. Jacob y José dejaron instrucciones de que se les enterrara allí­ (Gén. 50:5, 12–14, 24, 25). Las últimas palabras de Gén. hacen referencia a la promesa de Canaán. Pero, ¿serí­a Canaán lo suficientemente grande para los descendientes de Abraham quienes cubrirí­an la faz de la tierra como el polvo de la tierra? (Gén. 13:14–17). El NTNT Nuevo Testamento indica que la promesa era más amplia: †œPorque la promesa a Abraham y a su descendencia, de que serí­a heredero del mundo †¦ † (Rom. 4:13). Gén. apoya esto. En la creación, Dios le dio a la humanidad el dominio sobre la tierra. Pero a causa de la caí­da este dominio se perdió con la maldición y la muerte. El pacto de Dios era su plan para redimir a la creación (Rom. 8:18–23) y Canaán sólo era la primicia. Los profetas y los apóstoles hablaron de una nueva tierra y una nueva Jerusalén descendien do a esa nueva tierra. De esta manera, Abraham †œesperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios† (Heb. 11:10), y los santos del ATAT Antiguo Testamento †œanhelaban una patria mejor† (Heb. 11:16; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 14:1–4; Heb. 4:1–6).
3. El pueblo. Los descendientes de Abraham vendrí­an a ser una inmensa multitud. †œYo haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra† (Gén. 13:16), †œYo haré de ti una gran nación† (Gén. 12:2), †œ †¦ en gran manera multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del mar† (Gén. 22:17). Esta inmensa multitud incluye a los redimidos de toda la humanidad (Gén. 17:4). Juan vio que esto se cumplirí­a al final de todos los tiempos, exactamente como se le prometió a Abraham: †œDespués de esto miré, y he aquí­ una gran multitud de todas las naciones y razas y pueblos y lenguas, y nadie podí­a contar su número. Están de pie delante del trono y en la presencia del Cordero †¦ † (Apoc. 7:9). Repetimos, el pacto tiene un alcance universal en relación con todas las naciones, aunque no así­ en cuanto a todo individuo.
4. Las naciones bendecidas en la simiente de Abraham. El término heb. para †œsimiente† (†œdescendencia†, Gén. 22:18) puede referirse tanto a todos los descendientes como a un solo hijo. Todas las naciones compartirán las bendiciones prometidas a Abraham; su descendencia logrará esto. Aquí­ se encuentra la promesa de Cristo Jesús, la simiente de Abraham y luz del mundo (Juan 1:9; 9:5; Gál. 3:16). Su vida y obra en la tierra fueron el me dio para atraer a los hombres a Dios (Juan 3:14–16; 12:32). Pero más que eso, todos los hijos de Abra ham, que son los hermanos de Cristo, deben compartir su obra; ellos vienen a ser el medio para bendecir a otros de diversas naciones. Esto es lo que Cristo quiso decir cuando expresó: †œVosotros sois la sal de la tierra† y †œvosotros sois la luz del mundo† (Mat. 5:13–16).
Todo el libro de Núm. se preocupa esencialmente de la primera y segunda promesas anteriormente mencionadas: Que Dios podí­a estar con su pueblo y que ellos podí­an entrar a la tierra de Canaán. Los caps. 1–10 tratan de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Esta es la oración de Moisés (†œÂ¡Vuelve, oh Jehovah, a las mirí­adas de millares de Israel!†, 10:36) y la bendición de Aarón (6:22–27). El pueblo se preparaba para esto ordenando y purificando el campamento. Dios no podí­a morar con algo inmundo (Sal. 15; Apoc. 21:27). El sacerdocio fue establecido en sus grados a fin de que Israel pudiera servir a Dios. El tabernáculo se construyó como la morada de Dios. Después de que todo lo ordenado se preparó fielmente, Dios reveló su presencia: La nube apareció sobre el tabernáculo y guió a Israel hacia adelante. Esta preparación tení­a en vista la primera promesa: Que Dios podí­a tener compañerismo con su pueblo.
La segunda preocupación principal brota de la promesa de la tierra: †œNosotros partimos hacia el lugar del cual Jehovah ha dicho: †™Yo os lo dar醙 † (10:29). Viajaron hacia Canaán porque Dios habí­a jurado que se la darí­a. Aun cuando se rebelaron y se les prohibió entrar a la tierra (cap. 14), el resto del libro muestra que Dios no habí­a abandonado su propósito. Después de 40 años Dios nuevamente los preparó para heredar la tierra. Por supuesto, la clave en los caps. 26–36 es la herencia. Sin embargo, la tierra no serí­a poseí­da por el simple hecho de poseerla. La tierra era el lugar donde Dios podrí­a morar entre su pueblo. Sin Dios la tierra no era herencia del todo. Por lo tanto, todo se relaciona con el propósito principal del pacto: Ser el pueblo de Dios; asegurado por el compañerismo con él.
Las otras dos promesas son menos prominentes (ver material sobre 23:1–24:25). El punto principal es que el pacto con Abraham determina la teologí­a de Núm. Si no se entiende esto, Núm. continúa siendo un libro cerrado.

La palabra de Dios
Una de las doctrinas principales en Núm. es la palabra de Dios. Los caps. 1–10 hacen hincapié en el hecho de que todo se hizo de acuerdo con la palabra de Dios. Mientras esto fue así­, Israel gozó la bendición de Dios (6:22–27) y su presencia (9:15–23; 10:35, 36). Ciertas caracterí­sticas son prominentes. Primera, la palabra de Dios no cambia. Esta era la confianza de Moisés cuando partieron de Sinaí­ (10:29) y su refugio en medio de las dificultades (14:17–19). La osadí­a de Josué y Caleb frente a los fieros enemigos nació de la palabra de Dios, del hecho que él les darí­a la tierra (14:7–9). Segunda, la palabra de Dios es irresistible. Los israelitas que rehusaron entrar a Canaán, pero que más tarde cambiaron de parecer estaban resistiendo la palabra de Dios. Ellos perecieron por su torpe za (14:41–45). Después, Balaam no pudo resistir la palabra de bendición de Dios. No pudo maldecir a Israel sino decir: †œAunque Balac me diera su casa llena de plata y de oro, yo no podrí­a transgredir el mandato de Jehovah, para hacer cosa alguna, buena ni mala, por mi propia voluntad, y que sólo lo que Jehovah dijera, eso dirí­a yo† (24:13). Cuando la palabra de Dios viene en forma de juramento, se hace hincapié en su naturaleza inmutable e irresistible (14:20–35).

Apostasí­a

El término †œapostasí­a† es muy raro en las Escrituras, pero el pecado de apostasí­a se enfoca ví­vidamente en los caps. 14 y 15. Dos pasajes se combinan para exponer y prevenir en contra de la apostasí­a: El relato de la rebelión de Israel (cap. 14), y las subsiguientes leyes que marcan la diferen cia entre los pecados por inadvertencia y los pecados por rebeldí­a (15:22–31). El término †œapostasí­a† lit.lit. Literalmente significa †œpararse lejos de†. La persona que comete apostasí­a se †œpara lejos de† su pacto de relación con Dios. Lo que significa, entonces, que sólo quienes se adhieren al pacto pueden apostatar. Esaú lo hizo cuando †œvendió (los derechos de) su propia primogenitura† (Heb. 12:16). El texto permite hacer un análisis de la apostasí­a, y se pueden observar los siguientes elementos:
1. La apostasí­a implica conocimiento. Israel habí­a visto la gloria de Dios y sus señales (14:22). Ellos conocí­an la promesa de que la tierra serí­a de ellos (14:3). Los espí­as habí­an visto la tierra y sabí­an que era exactamente como se les habí­a prometido, †œla cual ciertamente fluye leche y miel† (13:27; 14:8).
2. La apostasí­a implica rechazo. Israel rehusó escuchar la voz de Dios (14:22). El pueblo se rebeló en contra de Dios (14:9) y rechazó la tierra prometida (14:31). Los israelitas rechazaron las buenas nuevas que les trajeron los espí­as (Heb. 4:1, 2, 6).
3. No hay expiación para la apostasí­a. Aquellos que a sabiendas rechazan la promesa del pacto de Dios no pueden quedar sin castigo. Aunque Dios perdonó y estuvo dispuesto a preservar a la nación, no podí­a ignorar el pecado de quienes †œme han menospreciado† (14:23). No habí­a expiación para ellos; la intercesión no tendrí­a ningún efecto en este caso. †œPero de ninguna manera dará por inocente al culpable† (14:18, 22, 23).
4. La apostasí­a lleva al desposeimiento. El juramento de Dios negó la entrada del pueblo a la tierra (14:23, 28–35). En 14:12, después de las palabras †œYo lo heriré con peste†, el texto en heb. dice: †œy lo desalojar醝 (como lee la RVARVA Reina-Valera Actualizada. Algunas versiones dicen: †œlos destruir醝). El punto es que serí­an desheredados, privados de su herencia según el pacto. Sólo Caleb y Josué obtendrí­an herencia (14:24).
¿Qué fue la causa de esta terrible secuencia de eventos? Incredulidad. Después de recibir el precioso conocimiento, el pueblo rehusó creer. †œ¿Hasta cuándo me ha de menospreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me ha de creer, a pesar de todas las señales que he hecho en medio de ellos?† (14:11). La desobediencia externa brota de un rechazo interno de creer a pesar de tener suficiente evidencia. Consecuentemente, el pueblo †œmenospreció† a Dios (14:11, 23). Los mismos elementos se encuentran en la ley de 15:22–31 donde se presentan en términos de un marcado contraste entre el fracaso inadvertido y el pecado desafiante.
De esta manera, Núm. provee un análisis del terrible pecado de la apostasí­a. Toda una generación fracasó de entrar a Canaán a causa de su pecado. La esencia de la apostasí­a es el rechazo del pacto adoptando una posición de incredulidad. Conociendo las promesas y el poder de Dios quien las confirmó con juramento, Israel rehusó creer. Así­, se rebelaron despreciando a Dios. Después ya no pudieron encontrar la manera de regresar. No habí­a manera de deshacer su pecado. Nunca podrí­an entrar a la tierra. Fueron desposeí­dos y murieron fuera de la tierra prometida. No es accidente que el registro de su apostasí­a concluya con las palabras: †œy los hirieron y los destrozaron hasta llegar a Horma† (14:45). El lugar se designó con el nombre de Horma más adelante (21:3), pero el escritor lo usa en este lugar porque significa †œdestrucción to tal† (su equivalente en el NTNT Nuevo Testamento es anatema). El nombre significa lo opuesto a la relación de pacto. El autor está estableciendo el hecho que Israel realmente fue cortado, como lo serí­an los cananeos más tarde.

TABLA 5. EL CONTRASTE ENTRE EL FRACASO POR INADVERTENCIA Y EL PECADO CON ALTIVEZ (15:22–31)

El fracaso por inadvertencia (15:22–29)
El pecado con altivez (15:30, 31)
1. No conocimiento. Aunque se tiene conocimiento de la ley, el fracaso de observarla se oculta del pueblo (vv. 22–24). El término heb. “error” o “errar” (traducido †œpecar†) se repite diez veces.
1. Conocimiento. El hombre tiene conocimiento de la palabra de Dios, y sabe que está actuando en contra de ella.
2. No rechazo. No hay rechazo del mandamiento. El énfasis del lenguaje es que el pecado es por error.
2. Rechazo. El pecado se comete con altivez (heb.: †œcon la mano en alto†). El hombre desafí­a a Dios: blasfema (v. 30). Desprecia la palabra y actúa en completa rebeldí­a contra el mandamiento.
3. Expiación. Se provee sacrificio. El sacerdote debí­a hacer expiación por el pueblo (vv. 25, 26, 28).
3. No expiación. No se prescribe ofrenda. Por el contrario su iniquidad estará sobre ella (v. 31).
4. Perdón. La promesa se repite: la comunidad, o el individuo, será perdonado.
4. Desposeimiento. La persona debe ser excluida del pueblo. Esto se declara dos veces; la segunda vez, el texto es más enfático; tal persona será excluida (vv. 30, 31)

Sacerdocio

Núm. contiene instrucciones relacionadas con el sacerdocio. El principal interés parece ser la jerarquí­a. Aarón era el sumo sacerdote, sus hijos eran sacerdotes juntamente con él, y los levitas serví­an bajo la supervisión de ellos (3:1–10). La jerarquí­a determinaba el servicio (4:1–33), teniendo los sacerdotes las responsabilidades más santas (sólo ellos podí­an entrar al lugar santí­simo, pero aun así­, no todo sacerdote, ni en cualquier tiempo). Esta jerarquí­a también determinaba el sistema de diezmos (18:8–32). Israel pagaba los diezmos a los levitas quienes a su vez pagaban los propios. La familia de Aarón recibí­a una porción de los diezmos de los levitas. La doctrina del sacerdocio es un medio para enseñar la santidad de Dios y su misericordia. Por un lado, la santidad de Dios se magnifica con la distancia establecida entre él e inclusive la mayorí­a de los sacerdotes. Se enfatiza por la necesidad de mediación. Por otro lado, la provisión de mediadores que hizo Dios es una muestra de su misericordia. El provee los medios para tratar con los pecados. De esta manera, Israel podí­a continuar siendo su pueblo.
Cuando sus oponentes desafiaron el sumo sacerdocio de Aarón (y el liderazgo de Moisés), Dios defendió a sus siervos (caps. 16–17). La razón es ob via. Su oposición desafiaba la autoridad misma de Dios quien era el que habí­a apartado a sus siervos.

USO EN EL NUEVO TESTAMENTO

La influencia de Núm. sobre el NTNT Nuevo Testamento es extensa y profunda.
1. Provee principios que influyen en el orden y ministerio de la iglesia. El ordenamiento del campamento (2:1–34) muestra que Dios requiere orden, no desorden, en las iglesias (1 Cor. 14:33). La jerarquí­a de los sacerdotes y los levitas (3:1–4:49; 17:1–13) muestra que los ministros no deben funcionar sin autoridad, pero tampoco deben pensar demasiado alto de sí­ mismos sino estar sujetos uno al otro (Rom. 12:3–8; ver 27:12–23; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 14:32). El hecho de que no habí­a herencia para los levitas (26:57–62) muestra que los siervos de Dios no deben tener intereses terrenales sino dedicarse al servicio a Dios (2 Tim. 2:4). El diezmo (18:8–32) es lo que está detrás de la enseñanza que los mi nistros del evangelio tienen el derecho de sostén económico (1 Cor. 9:3–14; Gál. 6:6; 1 Tim. 5:17, 18). Los 70 ancianos (11:16–30) proveen un modelo para los concilios de la iglesia (Hech. 15), la asociación de las iglesias locales, unidad en la práctica y ayuda mutua (Col. 4:15, 16; 1 Cor. 11:16; 2 Cor. 8–9). La rebelión de Coré (16:16–35) también se yergue como una advertencia (Stg. 5:9; Jud. 11). Las ofrendas diarias (28:1–8) son un modelo para la oración continua (1 Tes. 5:17).
2. Se traza un paralelo entre el viaje a Canaán y el peregrinaje cristiano (esta es la base de 1 Cor. 10:1–13; 2 Cor. 5:1–10; Heb. 3:1–4:13). Por ejemplo, la común experiencia de Cristo y la promesa (1 Cor. 10:3, 4; Heb. 4:2), las quejas por el pan del cielo (11:4–15; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 6:1–65, especialmente el v. 41), el rehusar creer el mensaje haciendo a Dios mentiroso (14:11; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Jn. 5:10), el pecado deliberado que no puede perdonarse (15:22–31; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 12:22–32), la imposibilidad de arrepentimiento (14:39–45; cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 6:4–20; 12:17) y el pecado por el cual no debemos orar (1 Jn. 5:16). En esencia, el NTNT Nuevo Testamento toma la generación que cayó en el desierto como una seria advertencia en contra de la apostasí­a.
3. El sumo sacerdocio de Cristo se compara y se contrasta con el sumo sacerdocio de Aarón (Heb. 4:14–5:10; 6:13–8:13). Es difí­cil interpretar el libro de Heb. aparte de su trasfondo en Núm. De igual manera, el sacrificio de Cristo se presenta teniendo como trasfondo los sacrificios del tabernáculo (Heb. 9:1–10:18); por ejemplo, la referencia a las cenizas de la vaquilla (19:1–22; cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 9:13, 14).
4. El NTNT Nuevo Testamento extrae varias imágenes de Núm.: La serpiente alzada (21:4–9; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 3:14), el llamado de la trompeta (10:1–10; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 24:31; 1 Cor. 14:8; 15:52; 1 Tes. 4:16; Heb. 12:19), la nube y el tabernáculo (9:15–23; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 1:14) y el sacrificio de los corderos (28:1–8; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 1:29).
5. Las tres fiestas principales (28:16–29:38) proveen el trasfondo para los tres eventos principales de la salvación. La Pascua, la fiesta de las semanas y de los Tabernáculos corresponden a la resurrección, Pentecostés y la segunda venida de Cristo. Así­, la fiesta de los Tabernáculos simboliza la cosecha al final de los tiempos (ver material sobre 29:12–38). El Evangelio de Juan también está orientado alrededor de las fiestas.
6. Otros elementos de la enseñanza del NTNT Nuevo Testamento están influenciados por Núm. El dí­a de la Expiación (29:7–11), celebrada unos cuantos dí­as antes de la fiesta de los Tabernáculos, enfatiza la necesidad de arrepentimiento, sin el cual la persona será excluida. De igual manera, el arrepentimiento es necesario antes de que Cristo venga: †œsi no os arrepentí­s, todos pereceréis de la misma manera† (Luc. 13:5; cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 1:1–8). Balaam (caps. 22–24) se presenta como una advertencia para no ambicionar ganancias derivadas de la maldad (2 Ped. 2:15, 16; Jud. 11; Apoc. 2:14). La purificación del campamento ilustra la pureza requerida en las iglesias (ver material sobre 5:1–4). La bendición de Aarón influye en los saludos en todas las cartas de Pablo y también al final del libro de Apoc. (ver material sobre 6:22–27).
7. Heb. parece haber adoptado una estructura similar a la de Núm.: El peregrinaje a la tierra y la conexión entre la palabra de promesa en el pacto, y la fe o incredulidad. El libro comparte un agudo interés con otras doctrinas relacionadas, tales como el sacerdocio y la apostasí­a.

PATERNIDAD LITERARIA

Tradicionalmente, como parte del Pentateuco, Núm. ha sido atribuido a Moisés. El es la figura central, los eventos se llevaron a cabo durante su vida, y las leyes fueron dadas por medio de él. Sin embargo, hay indicaciones de que Moisés no dio al texto su forma final. Note los siguientes puntos en cuanto a Núm., los cuales toman en cuenta la evidencia en el resto del Pentateuco.
1. A través de todo el libro, a Moisés se le refiere como si alguien más estuviera escribiendo acerca de él (1:1 dice †œJehovah habló a Moisés†; no dice †œa mí­†). Además, el texto alaba altamente a Moisés (12:3). ¿Se hubiera alabado Moisés a sí­ mismo?
2. El Pentateuco muestra evidencia de haber sido escrito algún tiempo después de la vida de Moisés. Registra su muerte y los 30 dí­as de duelo (Deut. 34:5–8) y lo compara con profetas posteriores (Deut. 34:10). Núm. menciona que algunos nombres de ciudades fueron cambiados, lo que probablemente sucedió después de que Israel se estableciera en la tierra prometida (32:38, 42).
3. La Biblia en ninguna parte reclama que Moisés haya escrito todo desde Gén. hasta Deut. Sí­ sostiene que Moisés realmente escribió ciertas partes (Exo. 17:14; 24:4; 34:27, 28; Núm. 33:2; Deut. 31:9, 19, 22). Más tarde la Escritura se refiere al †œlibro de la ley de Moisés† (1 Rey. 2:3; 2 Rey. 14:6; Esd. 7:6; Neh. 8:1; 13:1; Dan. 9:11, 13). El NTNT Nuevo Testamento considera la ley como viniendo de Moisés y se refiere al Pentateuco como †œde Moisés† (Luc. 16:29, 31; Juan 1:17). Se dice que Moisés escribió acerca de Cristo (Juan 1:45; 5:46). De esta manera, la Escritura indica que Moisés escribió la ley, un registro del peregrinaje de Israel, un canto y profecí­a en cuanto a Cristo (Deut. 18:15). Por lo tanto, en estos términos hay base escritural para hablar de Moisés como autor. Aun así­, es posible que los sucesores de Moisés hayan recopilado y puesto en forma final el texto, tal como aparece actualmente. Otrosescritos bí­blicos parecen haber pasado por el mismo proceso (considere Isa. 8:16; Juan 21:24, 25; Rom. 16:22); Heb. por ejemplo, fue escrito por aquellos que escucharon a los apóstoles (Heb. 2:3).
Los eruditos han propuesto varias teorí­as para explicar cómo fue que el Pentateuco llegó a suforma canónica final. Estas se presentan en la introducción general al Pentateuco. Al tratar esta cuestión, es necesario distinguir entre la clara evidencia de las Escrituras y lo que los eruditos hacen con dicha evidencia.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-10:36 Preparativos para salir hacia la tierra prometida
1:1-2:34 Israel es contado y ordenado (primer censo)
3:1-4:49 Los sacerdotes son contados y organizados
5:1-6:27 Consagración del campamento de Israel
7:1-8:26 Consagración del tabernáculo y del sacerdocio
9:1-10:36 Partiendo hacia la tierra prometida, guiados por la presencia del Señor

11:1-25:18 De viaje hacia la tierra prometida
11:1-12:16 Quejándose
13:1-14:45 Israel rechaza la tierra prometida
15:1-41 Leyes para cuando ya estén en Canaán: ofrendas y perdón
16:1-17:13 La rebelión de Coré y confirmación del sacerdocio de Aarón
18:1-19:22 Los deberes de los sacerdotes
20:1-21:35 Viajando otra vez hacia Canaán
22:1-24:25 Los oráculos de Balaam
25:1-18 Israel es seducido por Moab

26:1-36:13 Nuevos preparativos para heredar la tierra prometida
26:1-27:23 Israel es contado (segundo censo); la tierra que debe ser repartida
28:1-30:16 Ofrendas y votos
31:1-32:42 Venganza sobre Madián y establecimiento en la Transjordania
33:1-49 Resumen del viaje
33:50-36:13 Mandamientos acerca de la herencia
COMENTARIO
Comentario

1:1-10:36 PREPARATIVOS PARA SALIR HACIA LA TIERRA PROMETIDA

La primera parte de Núm. contiene el registro de los preparativos finales de Israel antes de salir de Sinaí­ rumbo a Canaán. Estos diez capí­tulos deben considerarse dentro de su contexto en el Pentateuco. Israel permaneció en el Sinaí­ casi un año (10:11; Exo. 19:1). Se hizo un pacto (Exo. 20:1–24:18) y se construyó el tabernáculo (Exo. 25–31; 35–40). Al principio del segundo año hubo una explosión de actividad: el tabernáculo fue erigido (Exo. 40:34–38; Núm. 7:1), los sacerdotes fueron ordenados (Lev. 8–10) y por 12 dí­as las tribus presentaron ofrendas (7:1–89). En el dí­a 14 se celebró la Pascua (por siete dí­as, 9:1–14), se levantó un censo y las tribus fueron organizadas alrededor del tabernáculo (caps. 1–4). Durante este tiempo, Moisés estuvo recibiendo leyes (Lev. 1–7; 11–27) y purificando el campamento (5:1–4). Después de un mes y 20 dí­as, Israel estaba listo para partir hacia Canaán (10:11, 12).
Los siguientes puntos deben extraerse del contexto de esta sección. La tierra prometida era la meta de Israel desde el momento del éxodo (Exo. 13:11). Se les sacó de Egipto a fin de que fueran a la tierra prometida y sirvieran a Dios (Exo. 6:6–8). Después de que Israel pecó con el becerro de oro, Dios le dijo a Moisés que fueran a Canaán sin su presencia (Exo. 33:3). Si Moisés hubiera partido en ese momento crí­tico, Lev. y Núm. nunca se hubieran escrito. Israel hubiera partido sin ninguna preparación, sin tabernáculo, sin sacerdocio, sin mandamientos. En pocas palabras, hubieran partido †œsin Dios†, y hubieran entrado a Canaán (¡o quizá no!) como una nación secular. Esto muestra que la preparación descrita en los caps. 1–10 tení­a su pro pósito: Que Dios pudiera estar con su pueblo cuando partieran de Sinaí­. Esto separa a Israel de cualquier otra nación. Para Israel hubiera sido una maldición de incalculables proporciones partir de Sinaí­ sin Dios; hubieran sido como los gentiles, †œhijos de ira†, †œsin esperanza y sin Dios en el mundo† (Ef. 2:3, 12).
Así­, la preparación se mueve hacia su clí­max. Al salir Israel de Sinaí­ para Canaán, Moisés resume la situación: †œÂ¡Levántate, oh Jehovah, y sean dispersados tus enemigos! ¡Huyan de tu presencia los que te aborrecen! †¦ Nuelve, oh Jehovah, a las mirí­adas de millares de Israel!† (10:35, 36). Dios estaba con su pueblo y los guió triunfantemente a la tierra que habí­a jurado que les darí­a. El sentido de victoria es abrumador.
Esta sección está escrita de acuerdo con un esquema que no es del todo cronológico (véase la Introducción). La estructura sigue el plan del campamento provisto en el cap. 2. Primero, se menciona el conteo y ordenamiento de Israel (caps. 1–2) y después los sacerdotes (caps. 3–4); segundo, la consagración del campamento de Israel (caps. 5–6) y después el campamento de los sacerdotes (caps. 7–8); y por último, los preparativos finales y la partida (caps. 9–10). Los detalles del texto deben estudiarse según se presentan dentro de este esquema general.

1:1-2:34 Israel es contado y ordenado (primer censo)

1:1–3 El Señor ordena a Moisés que cense al pueblo. Las primeras palabras del libro, El Señor habló, muestran que la palabra de Dios dirigió todo lo que fue hecho en preparación para el viaje (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:49; 7:89; 9:18–23). Ya se ha explicado en la Introducción cómo este libro alterna entre la palabra de Dios y las palabras del hombre. Inmediatamente que comienzan a hablar, su incredulidad y descontento se revelan y comienzan los problemas (11:1–3). Los detalles del tabernáculo de reunión se dan en Exo. 25–31 y 35–40 (ver material sobre 4:1–33). Este era el lugar donde Dios moraba en medio de su pueblo (Exo. 25:8).
Es sabido que aproximadamente 600.000 hombres salieron a pie de Egipto, juntamente con mujeres, niños y gentiles que se unieron a ellos (Exo. 12:37, 38). Ahora se toma un censo. El censo siguió ciertos principios. Respeta la estructura tribal y familiar. Sólo los hombres arriba de 20 años son contados. Aparentemente, a la edad de 20 se convertí­an en adultos (v. 3). Las mujeres no eran contadas porque no tení­an una posición independiente, sino estaban bajo la autoridad del padre o del esposo (ver material sobre el cap. 30). En base a esto es obvio que la autoridad del hombre sobre la mujer era incuestionable. Los hijos también estaban sujetos a sus padres. Israel no era una sociedad de iguales; tal idea es completamente extraña a la Biblia. Entre los hombres habí­a lí­deres; y entre los levitas encontramos una jerarquí­a. Dios requiere que el pueblo respete las diferencias que él ha establecido entre ellos. Esto también es verdad en la iglesia actual, cuyos miembros tienen dones que difieren de acuerdo con la gracia y voluntad de Dios (Rom. 12:3–8). Sin embargo, esto no debe convertirse en una excusa para imponer distinciones hechas por los hombres, las cuales no son de Dios.
En Exo. 30:12–16 se provee una idea sobre cómo se llevó a cabo el censo: Mientras eran contados, los israelitas cruzaban cierta lí­nea y se uní­an a los que ya habí­an sido contados del pueblo de Dios (ver también Exo. 38:25–28). Este es un cuadro bastante gráfico. La lista del censo se asemeja de alguna manera al libro de la vida que menciona Moisés. ¡Qué terrible ser borrado de la lista del pue blo de Dios! (Exo. 32:32, 33; Sal. 69:28). El libro de la vida se menciona varias veces en las Escrituras. Más tarde se denomina †œel libro de la vida del Cordero†. Cualquiera cuyo nombre no se encuentre inscrito ahí­ no entrará a la presencia de Dios, sino será echado fuera para siempre (Apoc. 13:8; 20:11–15). Existe una analogí­a entre Israel preparándose para Canaán y el pueblo de Dios actual preparándose para el reino que no puede ser conmovido. Así­ como el campamento fue purificado de toda inmundicia (5:1–4), igualmente sólo los puros serán registrados en el libro de la vida y entrarán a la ciudad celestial (Apoc. 3:5; 21:27). Uno de los propósitos del censo era conformar un ejército. Este serí­a el medio para conducir al pueblo a su herencia: la tierra prometida. De esta manera, el censo inmediatamente introduce la meta última de Núm., establecida por la promesa de Dios. La palabra escuadrones o †œejército† también significa †œmultitudes†; un recordatorio más de que Dios estaba cumpliendo su promesa de que los descendientes de Abraham se multiplicarí­an. Los israelitas ya eran tantos que los egipcios tení­an miedo de ellos. La promesa de Dios era que llegarí­an a ser tan numerosos que no podrí­an ser contados. El censo, entonces, indica que la promesa aún no habí­a sido cumplida. De esta manera se presagia un censo mucho más grande, cuando todo el pueblo de Dios se congregará ante él (Apoc. 7:4–9).
1:4–16 Los lí­deres de las tribus. Los hombres designados para contar al pueblo eran lí­deres entre las tribus, jefes de familias (v. 4). Las tribus de Israel estaban formadas de clanes y †¦ casas paternas (familias; v. 20). Al designar a estos hombres para que condujeran el censo, Dios escogió respetar el orden social que él mismo habí­a establecido. Aunque Dios trata con la gente de acuerdo con su posición (p. ej.p. ej. Por ejemplo los maestros serán juzgados más rigurosamente), sin embargo, esto es balanceado por una estricta imparcialidad. La Biblia advierte que Dios no muestra favoritismo, lo cual algunos han comprobado, sufriendo la consecuencia (caps. 16–17; Lev. 10). Los nombres incluidos en la lista de lí­deres son interesantes. Ocho nombres incluyen la palabra El, que significa †œDios† (p. ej.p. ej. Por ejemplo Elisur en el v. 5 significa †œmi Dios es una roca†); otros tienen el nombre de Dios, shaddai, como parte de su nombre (p. ej.p. ej. Por ejemplo Amisadai en el v. 12). Ninguno usa el nombre divino que se le reveló a Moisés en la zarza ardiendo, lo cual contrasta con nombres posteriores como Josafat (Yeho-shapat) o Jeremí­as (Jeremi-Yah). El nombre de Dios revelado a Moisés en Exo. 3:13–15 se escribe en heb. haciendo uso de cuatro letras YHWH. Dado que la pronunciación es incierta, la mayorí­a de las versiones bí­blicas tienden a traducirla como Señor. El hecho de que ninguno de los nombres de los lí­deres se forma usando este nombre divino indica que la lista es genuinamente antigua. Nótese que estos lí­deres más tarde presentan las ofrendas de las tribus para dedicar el tabernáculo de la reunión (7:1–89).
1:17–46 El censo. Las cantidades son impresionantes. Sólo 70 personas habí­an entrado en Egipto (Exo. 1:1–5) pero se habí­an multiplicado hasta el punto que el faraón tení­a temor de ellos (Exo. 1:7–9). Aun en lo más duro de la esclavitud, Dios habí­a guardado su promesa de hacer que los descendientes de Abraham fueran como las estrellas, imposible de contarse. Sin embargo, después de 40 años, el segundo censo revela que sus números habí­an caí­do de 603.550 a 601.730 (1:46; 26:51). Esto quizá manifestaba que Dios habí­a retenido sus bendiciones de la generación malvada, la cual pereció en el desierto. Aun así­, no fueron totalmente abandonados, y cuando Moisés repasó la historia pudo recordarles: †œJehovah tu Dios te ha bendecido en toda la obra de tus manos. El conoce tu caminar por este gran desierto. Jehovah tu Dios ha estado contigo estos 40 años, y ninguna cosa te ha faltado† (Deut. 2:7). Por supuesto, el pueblo habí­a sido alimentado con maná del cielo desde el dí­a que salieron de Egipto (Exo. 16:35). Nótese también que algunas tribus habí­an crecido mientras que otras decrecieron, pero Judá se mantuvo como la más numerosa. A través de toda la historia de Israel, Judá fue favorecida por Dios. De esta tribu vendrí­a oportunamente el Mesí­as (ver material sobre 2:1–34). El registro del censo sigue una fórmula y las mismas palabras se repiten para cada tribu. Una y otra vez se lee que estos hombres podí­an ir a la guerra. Aquí­ hay un recordatorio de la responsa bilidad. La Biblia siempre une el privilegio con el deber. Entrar a Canaán era el privilegio; pero mientras que cada hombre era contado y cruzaba la lí­nea, sabí­a que se estaba convirtiendo en un soldado (Exo. 23:20–33). De igual manera, la responsabilidad de ser soldados espirituales cae sobre la iglesia del NTNT Nuevo Testamento (Ef. 6:10–17; 1 Tim. 6:12; Heb. 4:11). Ningún miembro está exento de este deber. El camino al reino es angosto y difí­cil (Mat. 7:14).
Los eruditos han observado cuatro dificultades con las cantidades registradas en el texto.
1. El problema del tamaño. Si habí­a arriba de 600.000 hombres de guerra, toda la multitud debe haber sido de más de dos millones de personas. ¿Cómo pudieron sobrevivir todos estos en el desierto por 40 años? La realidad de este problema lo enfrentó Israel desde el principio (Exo. 16:3) y la provisión del maná se recordó a través de toda la historia (Deut. 29:5, 6; Juan 6:31). Además, el pueblo salió de Egipto con sus rebaños y ganados suficientemente grandes como para ofrecer sacrificios (Exo. 12:32; Núm. 32:16; 7:1–89), bebieron agua de la roca, y se mudaron repetidamente a diferentes sitios. También tomaron botí­n en las batallas (31:25–54; Exo. 17:8–16).
Tabla 6. Los dos censos
Tribu
Primer censo
Segundo censo

(1:20–46)
(26:5–51)
Rubén
46.500
43.730
Simeón
59.300
22.200
Gad
45.650
40.500
Judá
74.600
76.500
Isacar
54.400
64.300
Zabulón
57.400
60.500
Efraí­n
40.500
32.50011 El orden está invertido en el segundo censo
Manasés
32.200
52.70011 El orden está invertido en el segundo censo
Benjamí­n
35.400
45.600
Dan
62.700
64.400
Aser
41.500
53.400
Neftalí­
53.400
45.400
Total
603.550
601.730
2. Supuesta incongruencia en las Escrituras. Algunos textos dicen que las cantidades eran pequeñas; se dice que eran insignificantes entre los pueblos (Exo. 23:29, 30; Deut. 7:7). Tales declaracio nes no incluyen la cuenta de las personas sino que son evaluaciones para enseñarle humildad a Israel; ellos no eran merecedores del amor de Dios. Estas declaraciones son balanceadas por la evidencia de que, a pesar de todo, Israel era una fuerza substancial (Exo. 1:7).
3. Los totales son figuras redondas y, por lo mismo, parecen artificiales. El texto declara que los hombres contados †œpodí­an ir a la guerra†. Es posible que los hombres fueran puestos en grupos y que los números impares no fueran incluidos, pero debemos evitar la especulación. Simplemente no se nos dice el porqué los números son redondos. Sin embargo, una cosa es clara: En este tiempo Moisés habí­a organizado a Israel bajo †œjefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez† (Exo. 18:21). Esta puede ser la razón más obvia de por qué el censo produjo totales que se acercaban a los 100, 50 y 10.
4. Los relativamente pocos primogénitos. Habí­a 22.273 hijos primogénitos (3:43), pero 603.550 adultos hombres, una proporción de 1 por 27. Si habí­a un número similar de hijas, las cantidades sugerirí­an que las familias tení­an 50 o más hijos, y sólo uno era el †œprimogénito†. Se han presentado varias sugerencias para resolver este problema; p. ej.p. ej. Por ejemplo quizá sólo se contaron los que habí­an nacido desde la Pascua, o la familia puede haber incluido hijos, esclavos nacidos en casa y siervos comprados con dinero (p. ej.p. ej. Por ejemplo la familia de Abraham en Gén. 14:14; 15:2; 17:13 incluí­a todos estos, pero Isaac era su heredero). El término †œprimogénito† puede referirse al hijo que, con el tiempo, sucederí­a a su padre como cabeza de la familia. Otras consideraciones pueden incluir la polí­tica egipcia de matar a los varones al momento de nacer, pero esto sucedió muchos años antes y fracasó en reducir los números de Israel (Exo. 1:22).
Inquietos por dichas aparentes dificultades con las cantidades, algunos han pensado que los números no son reales sino que requieren una interpretación; p. ej.p. ej. Por ejemplo el término †œmil† puede significar un clan o grupo, no exactamente 1.000 personas. Sin embargo, Exo. 38:25–28 no favorece dicho punto de vista porque confirma el total de 603.550. Además, en otros lugares en Núm. donde se presentan las cantidades y medidas, parece ser que los totales dados tienen el fin de ser matemáticamente exactos y congruentes (3:21, 22; 31:32–47; 35:4, 5). ¿Debemos, entonces, tomar los números en estos censos literalmente? Esta es la manera natural de entender un censo (por persona) a menos que descubramos fuerte evidencia al contrario. Las cuatro objeciones observadas anteriormente no deben sobreestimarse. Las primeras dos no son suficientemente fuertes para imponerse sobre la interpretación lite ral. No podemos saber con certeza si los totales eran figuras redondas; sin embargo, esta caracterí­stica puede alertarnos para buscar algún postulado subyacente que se daba por hecho en el antiguo Israel que nosotros no conocemos. La evidencia de Exo. 18:21 apunta a esto. La cuarta objeción, que proporcionalmente hay pocos primogénitos, puede apuntar en la misma dirección. Debemos tener cuidado de no rechazar una interpretación literal simplemente porque no podemos comprenderla completamente. Una cosa sí­ es clara: el texto no hace ningún esfuerzo por conciliar estas figuras. No presentaba ningún problema para el autor.
1:47–54 La tribu de Leví­. Leví­ fue uno de los 12 hijos de Jacob (Gén. 29:34) y era conocido por su violencia (Gén. 34:25–31; 49:5–7). La fiereza de los levitas por una causa justa permitió que fueran apartados como sacerdotes. Después del pecado del becerro de oro, estuvieron listos para matar con la espada a cerca de 3.000 de su propia raza (Exo. 32:25–29). Ahora se confirma su separación para el sacerdocio. No se les debí­a contar en el censo ni servirí­an en el ejército. Al contrario, ellos estaban a cargo del tabernáculo. Esta era una gran tarea y no dejaba lugar para tareas adicionales. El apóstol Pablo aplica el mismo principio al ministerio cristiano (2 Tim. 2:1–7). Lo levitas no debí­an acampar con las otras tribus sino alrededor del tabernáculo de reunión (v. 53), también conocido como el tabernáculo del testimonio (refiriéndose a las tablas del testimonio, Exo. 34:29).
Aunque Israel fue llamado a ser un reino de sacerdotes, no todos podí­an acercarse al tabernáculo. Sólo la tribu de Leví­ fue escogida para este servicio. Cualquier otra persona (descrita en el heb. como †œel extraño† a la tribu de Leví­) que se atreviera a acercarse serí­a condenada a muerte (v. 51). Dios nunca permitirí­a que su santidad fuera olvidada. Su pueblo debí­a temerle todo el tiempo con reverencia y respeto. La exagerada familiaridad con Dios era demasiada insensatez y pecado. De aquí­ que el monte Sinaí­ no debí­a tocarse (Exo. 19:11–13, 21–24), y Moisés tuvo que quitarse las sandalias ante la zarza ardiendo (Exo. 3:5, 6). Debe sorprendernos en gran manera el hecho de que la belleza del santuario estaba vedada a los ojos de casi todo Israel. Aun entre los sacerdotes, sólo el sumo sacerdote podí­a entrar al lugar santí­simo, y sólo una vez al año (Lev. 16:2). El NTNT Nuevo Testamento usa esto para mostrar que el sumo sacerdocio de Cristo es muy superior que el de Aarón; Cristo abrió el camino hacia el cielo mismo. Por supuesto, esto no quita el deber de temer al Señor; al contrario, lo enfatiza más (Heb. 10:19–22; 12:18–29). Sin embargo, la separación de Leví­ no redujo el número de las tribus. Los dos hijos de José, Efraí­n y Manasés, formaron dos tribus para completar e

Plan del campamento

2:1–34 Organización del campamento. El orden del campamento de Israel era de interés para el Dios Todopoderoso. Los apóstoles nunca perdieron de vista el hecho que Dios es un Dios de orden, no de confusión (1 Cor. 14:33). El plan del campamento presenta tres lecciones: Primera, el tabernáculo de reunión estaba en el centro, significando la presencia de Dios con su pueblo. Dios estaba cum pliendo su palabra a los patriarcas de ser el Dios de sus hijos. Todo ojo debe estar sobre él. Este es un tema continuo de la Biblia (p. ej.p. ej. Por ejemplo Sal. 46:5, 7, 10, 11) y su meta última (Apoc. 21:3, 22, 23; 22:1–5). Por medio de la encarnación, el Señor Jesús también estuvo en medio de su pueblo. Juan usa la figura del campamento cuando dice que Jesús †œhabitó† (de †œtabernáculo†) entre nosotros (Juan 1:14). El Señor prometió a sus discí­pulos: †œY he aquí­, yo estoy con vosotros todos los dí­as, hasta el fin del mundo† (Mat. 28:20).
Segunda, como una lección acerca de la santidad de Dios, las tribus fueron mantenidas a cierta distancia del tabernáculo. No se nos dice cuán lejos, pero el espacio en medio debe haber sido lo suficientemente grande para toda la tribu de Leví­. Más tarde, cuando cruzaron el Jordán, Israel iba detrás del arca a una distancia de cerca de 1.000 m.m. Metro (Jos. 3:4).
Tercera, el lado oriental del tabernáculo era el lugar de honor; Moisés y Aarón acampaban en ese lado, frente a la entrada (3:38). Judá, en lugar de Rubén, el hijo primogénito de Jacob, estaba coloca do al oriente. Esto significa que Judá dirigió la marcha desde Sinaí­ hasta Canaán. Al marchar, el tabernáculo era llevado después de las primeras seis tribus, justo en medio (v. 17), pero el arca del pacto iba adelante de ellas (10:33–36). Después de describir el arreglo del campamento, el texto concluye con un resumen: Israel fue contado, una multitud de 603.550, sin contar a los levitas; y todo esto fue hecho por mandato del Señor.
Notas. Las 12 tribus. En las Escrituras hay varias listas de las tribus (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gén. 29–30; 49; Deut. 33; Jos. 13–21; Apoc. 7:5–8). Estas listas suscitan unas preguntas muy interesantes. Por ejemplo, el orden cambia y a veces se deja afuera alguna tribu (Dan es omitida en Apoc. 7:5–8, un punto que hizo notar Ireneo en el siglo II d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo). Encontra mos otra lista en Josefo, los Rollos del Mar Muerto y otros textos antiguos, tales como el Testamento de los Doce Patriarcas. La visión de Ezequiel en cuanto a la restauración incluye una lista de las tribus (Eze. 48), y la nueva Jerusalén tendrá 12 puertas, una para cada tribu (Eze. 48:30–35; Apoc. 21:10–21). El rollo de Qumrán llamado las Reglas de la Guerra provee instrucciones para †œdesencadenar el ataque de los hijos de luz en contra de la compañí­a de los hijos de las tinieblas†. Esto muestra la influencia de la organización del campamento. La preparación para la guerra se asemeja en varias maneras a la preparación en Sinaí­.
El lugar de Judá. En el censo Rubén está primero (1:20), pero Jacob habí­a dicho que Rubén perderí­a su lugar de preeminencia y que Judá tendrí­a la alabanza de sus hermanos, y que el Mesí­as saldrí­a de la tribu de Judá (Gén. 49:4, 8–12). Durante el curso de la historia, Judá fue elevado. El campamento de Judá estaba al oriente del tabernáculo. Judá trajo sus ofrendas el primer dí­a cuando el tabernáculo fue dedicado (7:12). Judá fue el primero en ir a la batalla en contra de los cananeos (Jue. 1:1). Judá fue el primero en recibir su herencia (Jos. 15:1), mientras que la herencia de Rubén fue al otro lado del rí­o Jordán. El rey David era de la tribu de Judá, y Jerusalén estaba en el territorio de Judá. Las diez tribus fueron llevadas al cautiverio en 721 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, pero Judá fue librada (ver material sobre 4:34–39). Nuestro Señor vino de la tribu de Judá, †œel León de la tribu de Judá, la Raí­z de David† (Apoc. 5:5).

3:1-4:49 Los sacerdotes son contados y organizados

3:1–4 La familia de Aarón y Moisés. El sacerdocio es uno de los focos de interés a través de todo el libro. Aarón y sus hijos, ungidos sacerdotes, a quienes él invistió para servir como sacerdotes (v. 3), tení­an el oficio más alto entre los levitas (Exo. 28–29; Lev. 8–9). Fuego de Dios habí­a consumido su primera ofrenda, una señal de aceptación (Lev. 9:23, 24). Con el tiempo, Elí­as oró por la misma señal para mostrar que Dios aún era el Dios de Israel y confirmar que Elí­as realmente era su siervo (1 Rey. 18:36–39). Pero aunque Aarón y sus hijos tení­an un lugar de mucho honor, se nos recuerda que los dos hijos mayores de Aarón murieron cuando ofrecieron fuego extraño (Lev. 10:1–4). Esto llama la atención a la importancia de la autoridad divina, uno de los principales asuntos en Núm.
Dios estaba determinado a establecer un sacerdocio autorizado en Israel. Varias veces durante los años en el desierto, Moisés y Aarón fueron desafiados, y cada vez Dios los defendió y rechazó a los otros (caps. 12; 16–18). A causa de la absoluta necesidad de la autoridad divina, el escritor de Heb. hace hincapié en que el sumo sacerdocio de Cristo es legal, porque †œnadie toma esta honra para sí­, sino porque ha sido llamado por Dios, como lo fue Aarón† (Heb. 5:4). Cristo no se nombró a sí­ mismo como sumo sacerdote, sino fue designado legal mente por Dios, aun cuando tuvo que haber un cambio en la ley, ya que Cristo no descendí­a de la tribu de Leví­ (Heb. 7:12). Por lo tanto, es de suma importancia saber que Cristo fue designado como sumo sacerdote por Dios. Además, Cristo es superior: El fue nombrado con un juramento (a diferencia de Aarón) y su sacerdocio es eternamente efectivo porque él vive para siempre.
La muerte de los hijos de Aarón nos enseña algo más: el privilegio conlleva responsabilidad. Los ministros de Dios tienen mayor responsabilidad que el pueblo. Cuando los dos hijos de Aarón fueron muertos, Moisés dijo: †œEsto es lo que habló Jehovah diciendo: †™Me he de mostrar como santo en los que se acercan a mí­, y he de ser glorificado en presencia de todo el pueblo†™ † (Lev. 10:3). De igual manera, Santiago advierte: †œHermanos mí­os, no os hagáis muchos maestros, sabiendo que recibiremos juicio más riguroso† (Stg. 3:1). Así­, la Biblia nos advierte que ante Dios el hombre está en peligro mortal, y que sus siervos deben cuidarse de obedecerle en todo aspecto. (Ver 1 Sam. 15:19; 1 Rey. 22:28; Isa. 6:1–7; Hech. 5:1–11; 1 Cor. 11:27–34.) Lutero enseñó acerca del sacerdocio de todo creyente; es decir, que todo cristiano debe servir a Dios con su vida (Rom. 12:1–8; 1 Ped. 2:9). En este asunto, debe tenerse mucho cuidado de observar una distinción apropiada, ya que las Escrituras no han abolido la necesidad de predicadores y lí­deres que sean propiamente llamados y designados. Estos aun deben cuidar de servirle de la manera que él ha ordenado (Rom. 10:15) para evitar la acusación: †œYo no enviaba a aquellos profetas, pero ellos corrí­an. Yo no les hablaba, pero ellos profetizaban† (Jer. 23:21). Aun peor será el juicio contra aquellos que reclaman servir a Cristo pero están en error: †œMuchos me dirán en aquel dí­a: †™Â¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿En tu nombre no echamos demonios? ¿Y en tu nombre no hicimos muchas obras poderosas?†™ Entonces yo les declararé: †™Nunca os he conocido. ¡Apartaos de mí­, obradores de maldad!†™ † (Mat. 7:22, 23).
3:5–10 Los levitas son dados a Aarón. Toda la tribu de Leví­ asistirí­a a Aarón en el servicio en el tabernáculo. Esta es una medida bastante práctica; se necesitaban muchas manos para transportar el tabernáculo y su mobiliario. Se mantuvo una distinción entre los sacerdotes (la familia de Aarón) y los levitas (v. 10). Sólo los sacerdotes podí­an acercarse al santuario; cualquier otro serí­a condenado a muerte. Esta jerarquí­a fue establecida para elevar la gloria de Dios. Cuando algunos levitas desafiaron este estricto mandamiento, perdieron la vida (16:1–33). Muy temprano en tiempos del NTNT Nuevo Testamento, los apóstoles nombraron a siete hombres para que los asistieran, más adelante son identificados como diáconos (Hech. 6). De esta manera era muy común comparar a los ancianos y diáconos con los sacerdotes y levitas. La estructura leví­tica se resume en el v. 9.
3:11–13 Los levitas en lugar de los primogénitos. Aunque los levitas fueron dados a Aarón y a sus hijos, ellos pertenecí­an a Dios. Estaba establecido que los primogénitos (y los primeros frutos) pertenecí­an al Señor (v. 13). En la noche de la Pascua, Dios habí­a reclamado a los primogénitos como suyos (Exo. 13:1–16). Ahora se escoge a los levitas en vez de los primogénitos. Esta sustitución pudo haber ayudado en la transición de los sacrificios familiares a la adoración nacional. En el tiempo de los patriarcas, el jefe de la casa (hombres como Noé y Jacob) actuaba como el sacerdote familiar (Gén. 8:20; Job 1:5), y quizá con el tiempo era sucedido por el hijo primogénito. Ahora que Israel era una nación, aunque algunas celebraciones de fe continuaban dentro del hogar (p. ej.p. ej. Por ejemplo. la Pascua), debí­a haber un santuario unificado y organizado (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 12:5–14).
3:14–39 El primer censo de los levitas. Los levitas estaban constituidos de tres clanes: Gersón, Cohat y Merari, cada uno con sus diferentes familias. Todo varón, de un mes en adelante, fue contado a fin de equiparar a los levitas con los primogénitos (vv. 40–51). Los deberes de cada clan se resumen, y más tarde se agregan otras instrucciones (4:4–33).
Los levitas también fueron instruidos en cuanto a dónde debí­an acampar. Aarón y sus hijos tení­an que acampar frente a la puerta del tabernáculo, al este. Ellos eran sacerdotes y a nadie más se le permití­a acercarse al santuario (v. 38). Entre los levitas, los cohatitas tení­an las tareas más sagradas. Estaban dirigidos por Eleazar, el principal de los jefes (heb. †œprí­ncipe de prí­ncipes†; v. 32). Con el tiempo él llegarí­a a ser el sumo sacerdote en lugar de Aarón (20:26–28). Los otros levitas estaban bajo el mando de Itamar (ver 4:28, 33). El total de los tres clanes levitas sumaba 22.300, no 22.000 (v. 39). Sin embargo, 22.000 no es una cifra redonda porque está equiparada con los 22.273 primogénitos, y queda corta por 273 (v. 43). Varios eruditos aceptan que una pequeña corrupción del texto pudo haber ocurrido muy temprano en el proceso de co piar los manuscritos hebreos y que la letra hebrea †œl† fue omitida (es decir, sh-l-sh †œtres† se convirtió en sh-sh †œseis†) y, de esta manera 8.300 fue cambiado a 8.600 cohatitas.

TABLA 7. RESUMEN DE LOS DEBERES DE LOS LEVITAS

Gersonitas (3:1–26) (bajo Itamar)
Cohatitas (3:27–32) (bajo Eleazar)
Meraritas (3:33–37) (bajo Itamar)
La tienda del tabernáculo: Cubierta, cortinas, cuerdas, etc.
El santuario: Arca, mesa, lámpara, altar, artí­ulos relacionados y el velo.
El tabernáculo y el atrio: Travesaños, pilares, bases, estacas y cuerdas.

Plano del tabernáculo de reunión

3:40–51 Censo y rescate de los primogénitos. Habí­a 273 primogénitos más que levitas. Cada uno de ellos tení­a que ser rescatado con cinco siclos de plata, lo cual probablemente era equivalente al salario de un obrero por casi seis meses. El redimir pagando un rescate era una práctica común (Lev. 25). El precio se medí­a por un peso oficial, al siclo del santuario (v. 47; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 30:13). Los sacerdotes probablemente mantení­an una medida estándar en el santuario para asegurarse de que se usaran las medidas justas (Lev. 19:35, 36). Esta muestra de amor práctico para con el prójimo llegó a ser parte de la fe de Israel: †œLa balanza falsa es una abominación a Jehovah, pero la pesa exacta le agrada† (Prov. 11:1; ver Prov. 16:11; 20:23; Eze. 45:10). Las Normas de Disciplina de los Metodistas Calvinistas o los Presbiterianos de Gales (adoptada en 1823) también establecen los mismos principios para sus miembros: †œQue sean hombres de pocas palabras al comprar y vender, †¦ sin tomar ventaja de la ignorancia de otros para poner dos precios sobre el mismo artí­culo; sino, según estén conscientes de su valor y el precio en el mercado, pidan y paguen lo que es propio y justo por cualquier artí­culo† (XIV). De la misma manera en que los levitas fueron dados a Aarón, también se le dio a él y a sus hijos el dinero del rescate.
4:1–33 Deberes de los levitas. Los levitas entre las edades de 30 a 50 años harí­an el trabajo, y estos fueron contados. El término trabajo (v. 4) puede significar guerra, trabajo duro o pruebas. Por lo tanto, el lí­mite de edad era un asunto práctico; los siervos de Dios debí­an estar fí­sicamente en forma para su labor. Dado que los cohatitas estarí­an a cargo de las cosas más sagradas (3:31), ahora son puestos adelante de los gersonitas. Detalladamente fueron instruidos sobre cómo debí­an mantener el arca del testimonio (siempre protegida o cubierta por la cortina del lugar santí­simo), la mesa de la presencia, la lámpara y el altar de oro. Todos eran de oro, con sus utensilios y vasos. Aarón y sus hijos tení­an que cubrirlos con paños de colores antes de que los cohatitas entraran. Aun cuando mudaban el tabernáculo, a los cohatitas no se les permití­a ver ni tocar las cosas santas, si no morirí­an (vv. 15, 20).
Los colores de las cubiertas son significativos. Cada pieza del mobiliario sagrado era cubierta con un paño azul. Quizá el azul, el color del cielo, era un recordatorio de la presencia de Dios. Cuando Dios se reveló a sí­ mismo a los lí­deres de Israel en Sinaí­, leemos que †œMoisés, Aarón, Nadab, Abihú y setenta de los ancianos de Israel subieron, y vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies habí­a como un pavimento de zafiro, semejante en pureza al mismo cielo† (Exo. 24:9, 10). También habí­a un propósito práctico en escoger un paño azul. Serví­a para distinguir los vasos sagrados de otros artí­culos que eran cubiertos con paños carmesí­ y púrpura (4:8, 13). A simple vista los hombres sabrí­an lo que estaba debajo de las cubiertas azules. Cualquiera que mirara o tocara no tendrí­a excusa alguna, y lo que seguirí­a serí­a su muerte.
Las instrucciones provistas a los levitas les enseñaba a honrar a Dios. Cada hombre tení­a que llevar a cabo sus tareas asignadas y no excederse en su autoridad. Entre los que le serví­an, Dios serí­a glorificado y temido. A veces se ha formulado la pregunta: †œ¿Cómo podemos reconciliar esto con el amor de Dios? Y, ¿por qué no suceden esas terribles cosas hoy dí­a?† Yendo un paso más adelante, se pregunta: †œ¿No es el ATAT Antiguo Testamento un tanto imperfecto?† †œ¿Puede este Dios ser el mismo Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo?† Preguntas como éstas revelan un error fundamental para entender la naturaleza de Dios. El ATAT Antiguo Testamento y el NTNT Nuevo Testamento son perfectamente congruentes: Nuestro Dios es fuego consumidor; no puede ser burlado (Hech. 5:1–11; Gál. 6:7; Heb. 12:29). Aun cuando el amor de Dios y su perdón son inmensurables, él no permite que los hombres le deshonren. Su propia gloria es primero; el bienestar del hombre es segundo. Es el milagro de su gracia lo que permite que estas dos cosas sean satisfechas en la obra de Cristo. Una discusión bastante interesante sobre este mismo asunto se encuentra en el tomo dos de la biografí­a del doctor Martyn Lloyd-Jones, por Iain Murray (I. H. Murray, David Martyn Lloyd-Jones. The Fight of Faith [1939–1981] [The Banner of Truth Trust, 1990] vol. 2, p. 319). Este mensaje hace que aquellos que aman al Señor se regocijen †œcon temblor† (Sal. 2:11). También se ofrece una segunda lección. Cuando los dones del pueblo de Dios se ordenan según Dios lo ha mandado, hay lugar para cada uno de los dones. Cada uno, funcionando en su propio lugar, sirve a la comunidad. El apóstol Pablo imprimió este concepto en la iglesia en Corinto. La iglesia es como un cuerpo, en el cual cada una de sus partes se ayudan mutuamente, y cada una es necesaria (1 Cor. 12–14; Ef. 4:7–16).
4:34-49 El censo se completa. Un total de 8.580 levitas fueron asignados al servicio activo. Evidentemente era una tarea bastante grande trasladar el tabernáculo y su mobiliario.
Nota. La primera generación de levitas pasarí­an toda su vida siguiendo estas instrucciones mientras viajaban por el desierto. Sin embargo, después de que Israel se estableció en Canaán su papel cambió. Los levitas viví­an por todo Israel (ver material sobre 35:6–34). Cuando Jerusalén se convirtió en el lugar permanente para el tabernáculo (y más tarde del templo), los clanes de los levitas recibieron nuevas responsabilidades. David los puso a cargo de la música y otras tareas en el tabernáculo; los sacerdotes aarónicos todaví­a ofrecí­an las ofrendas (1 Crón. 6:31–49).

5:1-6:27 Consagración del campamento de Israel

Estos capí­tulos contienen el primer grupo de leyes en Núm. A primera vista, las leyes parecen un tanto variadas y sin relación: Enfermedades de la piel, fraude, adulterio, votos nazareos, y la bendición sacerdotal. Sin embargo, estas leyes están relacionadas una con la otra por un tema común, y se ajustan perfectamente a su contexto. El tema común es la separación, de la impureza y para servir el Señor, a fin de que todo Israel pueda recibir la bendición del Señor. Ahora que Israel y sus sacerdotes han sido contados y organizados debe darse el siguiente paso: Israel debe ser purificado antes que la bendición y presencia de Dios puedan ser conocidas. La consagración de Israel sigue dos etapas. Primera, todo el campamento debe ser purificado (caps. 5); segunda, el tabernáculo y el sacerdocio deben ser consagrados (caps. 7–8). Las leyes (5:5–6:27) enfatizan la pureza y dedicación completas que se requieren, y la gran bendición que viene como resultado.
5:1–4 Expulsión de los contaminados. Este pasaje resume el interés de los caps. 5–6: Todo el campamento debe ser puro para la presencia del Señor. La necesidad de limpieza se manifestó desde el momento en que Israel arribara al monte Sinaí­ (Exo. 19:10, 14, 15). Después se formularon leyes explicando qué podí­a causar inmundicia; por ejemplo, enfermedades infecciosas de la piel (Lev. 13–14), flujos (Lev. 15:2–25) y tocar cuerpos muertos (Lev. 11:39; 21:1–4). Las enfermedades infecciosas de la piel tradicionalmente eran identificadas como lepra, pero los eruditos modernos creen que se trataba de psoriasis o algún problema similar. Los animales eran limpios o inmundos, y sólo los animales limpios podí­an comerse (Lev. 11; ver Hech. 10:9–16, 28, 29). †œLimpios† e †œinmundos† eran términos legales simbolizando santidad espiritual y contaminación. Por eso, la santidad de Dios demandaba pureza, para que no contaminen el campamento de aquellos entre los cuales yo habito (v. 3). Nótese que el mandato es amplio. En el v. 2 la palabra †œtodos† se repite tres veces (al igual que en heb.).
La diferencia entre lo santo y lo contaminado se observa en todo el universo. Los dos reinos de la luz y las tinieblas, el reino de los cielos y el reino del mal, están en pugna. El pacto con Abraham hace división entre el pueblo santo y las naciones impuras , quienes son extraños a los pactos de la promesa están sin Dios y sin esperanza en el mundo. La polaridad entre los dos reinos se inicia en Gén. 3 (Dios echó a Adán y Eva a causa de la contaminación del pecado), y se observará al final cuando en la nueva Jerusalén †œjamás entrará en ella cosa impura† (Apoc. 21:27). De esta manera, 5:1–4 provee una seria advertencia sobre la exclusión final de aquellos que aún estén en sus pecados (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 25:41; 2 Tes. 1:9, 10).
Pudiera parecer un tanto severo y sin amor el expulsar del campamento de Israel a quienes sufrí­an de esta enfermedad. Sin embargo, esto nos enseña que Dios no bajará sus normas para acomodar a algunas personas. Es cierto que él se compadece de nuestras debilidades, pero nunca rebajándose a sí­ mismo. El siempre mantiene su santidad y justicia. El nunca aceptará al impuro en su compañerismo (1 Jn. 1:5–7). La preocupación mayor era el honor de Dios y eso demandaba excluir a estos enfermos. ¿Cómo podí­a dicha santidad absoluta ser reconciliada con la compasión de Dios para con los pecadores, los necesitados y los destituidos? Dios muestra compasión proveyéndole al hombre el medio de remover su impureza y de esta manera remover la causa de su exclusión. Ese medio es Cristo.
También hay otro principio que surge de este incidente, el hecho de que el bienestar de todo el pueblo toma prioridad sobre el bienestar del individuo. No se permití­a que los intereses de ciertos individuos pusieran en peligro el futuro de la nación. Si los inmundos no eran expulsados, todo Israel se contaminarí­a y Dios nunca hubiera morado entre ellos. Aquí­ hay instrucción para la iglesia actual acerca de no albergar la impureza. ¡Que la iglesia no se atreva a albergar el mal y adaptarse a los pecados de las varias minorí­as que insisten en su propio camino, quizá bajo un falso reclamo de amor!
Nótese que los gentiles eran considerados como inmundos, pero en el NTNT Nuevo Testamento ya no deben considerarse en esta manera. El significado de la visión de Pedro es que ahora los gentiles pueden ser parte de la iglesia (Hech. 10). Pablo establece que los hijos de un padre creyente son limpios (1 Cor. 7:14). Esta limpieza, igualmente para judí­os como para gentiles, la obtuvo Cristo (Heb. 9:11–14). El fue crucificado †œafuera del campamento† con este propósito (Heb. 13:12–14).
5:5–10 Confesión y restitución por fraude. La propiedad robada tení­a que ser restituida (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 6:1–7) y agregarse una quinta parte para compensar el daño. La idea de fondo aquí­ es que la propiedad robada contamina a quien la tiene en su poder. Esta interpretación puede establecerse en dos maneras. Primera, el contexto une la infidelidad con la impureza (vv. 12–31) y, segunda, existe el caso de Acán que llegó a ser †œdedicado a destrucción† por haber tomado objetos que estaban †œdedicados a destrucción† (Jos. 7). Las consecuencias prácticas del fraude no se exploran en el texto, pero no hay mucha duda de que tales fraudes crearí­an serias divisiones entre el pueblo de Dios y destruirí­an la paz. Con el tiempo el profeta Isaí­as describe dicho conflicto como la impureza de podridas llagas (Isa. 1:5, 6). Aquí­ Núm. se centra más en la naturaleza del daño como infidelidad para con el Señor, no simplemente para con el hombre. La naturaleza espiritual del fraude o robo debe ser entendida. El hombre que roba a su hermano se apropia de lo que Dios le ha dado, rehusando confiar en la bondad de Dios para mantenerlo en tiempos de necesidad y enriquecerlo con su abundancia. Su incredulidad lo lleva a odiar a su hermano, a codiciar lo que éste tiene y a robárselo. También revela lo que está en su corazón, el hecho de que su amor no está en Dios sino en las cosas materiales. Un análisis revela lo profundo del mal en el corazón de un ladrón. Finalmente, podemos recordar la enseñanza de Cristo respecto a que las ofrendas no son aceptables si hay cosas no resueltas entre la gente (Mat. 5:23, 24). Nótese que el sacerdote debe actuar y tratar esta situación, y que se requiere la confesión de pecado.
5:11–31 La esposa sospechosa de infidelidad. Este es otro ejemplo donde se viola la confianza, esta vez entre el esposo y la esposa. En este caso el esposo sospecha que su esposa ha cometido adulterio; dicha infidelidad es causa de impureza y destruye el compañerismo con Dios. Si hubiera testigos, lo que seguirí­a serí­a la pena de muerte (Gén. 20:3; Lev. 20:10; Deut. 22:22). Pero sin testigos, ningún juez podí­a condenar en base a la mera sospecha. Donde habí­a duda, el asunto debí­a dejarse en la manos de Dios quien conoce todas las cosas. El sacerdote tení­a que llevar a cabo un ritual, haciendo que la mujer bajo sospecha tomara una maldición sobre sí­ misma. Su respuesta, AmeÅ’n, significa †œque esto sea una realidad en mi caso† (ver Deut. 27:14–26). Si era culpable, la maldición caerí­a sobre ella: †œJehovah te haga maldición y juramento en medio de tu pueblo† (v. 21). El pensamiento de que la maldición se encarnarí­a en ella se expresaba en el ritual (vv. 23–28). El sacerdote escribí­a la maldición en un rollo, lavaba las palabras con agua y la mujer la bebí­a. Esto no era magia, y no habí­a ninguna sustancia dañina en la tinta. Los materiales de escritura probablemente lo constituí­an un rollo de piel y la tinta que se hací­a de pigmento negro o tizne mezclado con agua y goma, materiales que ya estaban disponibles en el desierto. La imprecación era poderosa porque se pronunciaba delante del Señor (v. 16), quien conoce el corazón, y él harí­a que la maldición fuera efectiva si la mujer era culpable.
Nota. El lenguaje del v. 23 nos brinda la oportunidad de discernir el significado de escrituras posteriores. Leemos que †œCristo nos redimió de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros† (Gál. 3:13); aunque no era culpable, él sufrió la maldición en su propio cuerpo. De igual manera, Isaí­as profetiza que el Siervo del Señor serí­a puesto †œcomo pacto para el pueblo† (Isa. 42:6; 49:8). Y así­ como el Siervo encarnó el pacto, Pablo expresa su confianza de que todas las promesas de Dios se confirman †œen Cristo Jesús† (2 Cor. 1:20).
6:1–21 El voto nazareo. El voto nazareo era un voto especial (v. 2); es decir, un voto extraordinario que no debí­a tomarse a la ligera. Se suponí­a que el voto durarí­a por un tiempo limitado. Habí­a tres marcas de la separación nazarea: Abstenerse del vino y de los productos de la uva (vv. 3, 4; con el tiempo Israel pecó dándoles vino a los nazareos; Amós 2:11, 12); no tocar cuerpos muertos (vv. 6–8); y no cortarse el cabello (v. 5). Las primeras dos condiciones son iguales a las normas para los sacerdotes durante su servicio. Los sacerdotes no debí­an beber vino porque cesarí­an de estar vigilantes en observar la ley y enseñarla (Lev. 10:6–11). El sumo sacerdote ni siquiera podí­a entrar a un lugar donde hubiera un cadáver; aunque fuera el de su padre o madre, aunque un sacerdote regular podí­a atender a un familiar cercano (Lev. 21:1–4, 11). El no cortarse el pelo era peculiar de los nazareos y era sí­mbolo de su separación para Dios (v. 7). La palabra †œnazareo† se relaciona con el término heb. nezer, el cual tiene dos significados: †œvoto† y †œcorona†. Así­, el texto heb. dice: †œEl nezer a su Dios está sobre su cabeza.† Esto puede contener una sugerencia deliberada en cuanto a que el pelo largo, el cual constituí­a una señal de su voto (nezer), era como una corona (nezer). Si se rompí­a el voto (p. ej.p. ej. Por ejemplo †œsi alguien muere de repente junto a él†), tení­a que pagar una multa y comenzar de nuevo (vv. 9–12). Cuando expiraba el perí­odo de separación tení­a que rasurarse la cabeza y quemar el pelo en las llamas de la ofrenda de paz (vv. 13–21). Sansón era un nazareo desde su nacimiento (Jue. 13; cf.cf. Confer (lat.), compare 16:17–20), y Pablo parece haber hecho un voto semejante (Hech. 18:18; 21:20–26). El nazareato expresaba la forma más alta de separación al Señor, aparte del sacerdocio. Era una muestra de la dedicación de Israel al Señor. La ley establecí­a claramente que los votos tení­an que cumplirse (Deut. 23:21–23; ver Jue. 11:30–39; Sal. 56:12; 65:1; 116:18; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 5:33–37).
6:22-27 La bendición sacerdotal. Esta bendición se encuentra en el lugar apropiado. Israel habí­a sido organizado y consagrado al Señor, y ahora Dios provee la bendición después de que ellos habí­an obedecido. La bendición no es un irreflexivo cliché de simples repeticiones; la misma está llena de significado. Se divide en seis partes.
1. Jehovah te bendiga. La bendición reúne todos los beneficios del pacto que Dios manifiesta a su pueblo (Deut. 28:1–14). Los hijos esperaban una bendición de su padre (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gén. 27:27–29, 38; 49:1–28). Las bendiciones de Dios fueron impartidas a Adán, a quien Lucas llama †œel hijo de Dios† (Gén. 1:28; 5:1–3; Luc. 3:38). A causa de la caí­da de Adán vino la maldición (Gén. 3:14–19), pero de nuevo se prometió la bendición a Abraham y a sus descendientes (Gén. 12:1–3). La bendición acarrea fecundidad (descendientes, rebaños, cosechas), pero estos beneficios sólo son muestra de la verdadera bendición, la relación con Dios. Sólo si Dios es nuestro Padre somos realmente bendecidos (Gén. 17:16; 22:17, 18; Lev. 26:3–13; Deut. 28:2–14).
2. Y te guarde. El propósito de la protección era guardar a Israel en su relación de pacto con Dios. El Señor era el guardador de Israel (Sal. 121:7, 8; cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 13:6). Cristo, el buen pastor, guardó a sus ovejas y no perdió ninguna, excepto Judas Iscariote (Juan 6:37–40; 10:11–16; 18:9).
3. Jehovah haga resplandecer su rostro sobre ti. Su rostro significa su presencia, revelada en la nube de fuego (Exo. 40:34 ss.); resplandecer †¦ sobre ti significa que Dios se complace en su pueblo y los salva (Prov. 16:15; Sal. 31:16; 67:1 ss.; 80:3, 7, 19).
4. Y tenga de ti misericordia. El resultado de la complacencia de Dios es su gracia; su misericordia revelada en el pacto. Para la salvación es fundamental reconocer que el favor de Dios es inmerecido. No se merece de ninguna manera; al contrario, Dios manifiesta misericordia debido a su propio amor y fidelidad para con su juramento (Deut. 7:7, 8). Este principio puede trazarse por toda la Escritura (Eze. 16:1 ss.; Rom. 5:1–11; 9:10–13, 18; 11:5; 1 Cor. 1:26 ss.).
5. Jehovah levante hacia ti su rostro. Esto es más enfático y pide que Dios preste atención a Israel. Puede reflejar el hecho que él los ha escogido a ellos y no a otra nación. Si Dios escondí­a su rostro, Israel hubiera sufrido y perecido (Sal. 30:7; 44:24; 104:29).
6. Y ponga en ti paz. Paz significa entereza y bienestar. Desde hace mucho éste ha sido reconocido como lenguaje del pacto. Los pactos se hací­an para asegurar la paz por medio de una relación apropiada. Pero cuando Dios otorga paz, esta se extiende a la vida entera; aun los enemigos, humanamente hablando, se aquietan (Lev. 26:6; Prov. 16:7). Más tarde estas palabras fueron vistas como una promesa relacionada con el Mesí­as, el †œPrí­ncipe de Paz† (Isa. 9:6), y encuentran su verdadero significado en Cristo (Juan 14:27; Ef. 2:14–18).
Debemos observar dos puntos en cuanto a la forma de esta bendición. Primero, es poética, teniendo tres lí­neas divididas en dos partes. Cada lí­nea es más larga que la anterior, haciendo que la bendición sea más fuerte y enfática. Segundo, usa repetición. Dos veces habla del rostro de Dios (presencia); la meta de toda redención es que podamos entrar a la presencia de Dios. Repite el nombre divino de Señor (heb. YHWH) tres veces. Algunos piensan que esto anticipa la trinidad (ver Rom. 10:9; 2 Cor. 3:17). Los eruditos consideran esto como poesí­a bastante antigua. En 1979 se desenterraron en Jerusalén dos rollos pequeños de plata provenientes del siglo VII a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Se descubrió que contení­an las palabras de Núm. 6:24–26 en forma casi idéntica al texto heb.
La influencia de estas palabras corre a través de toda la Biblia (Sal. 67; 121; 122; 124; 128). Las cartas de Pablo comienzan con un saludo, el cual siempre usa las palabras †œgracia† y †œpaz† (p. ej.p. ej. Por ejemplo Rom. 1:7; 1 Cor. 1:3; y 2 Tim. 1:2 agrega †œmisericordia†). En la mayorí­a de casos Pablo dice que la gracia y paz provienen de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, y sin lugar a duda él está tomando el pensamiento de la bendición sacerdotal.
Dios dice: Así­ invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel (v. 27), lo cual es una marca de propiedad. Esta idea aparece nuevamente en dos lugares clave en las Escrituras. Primero, en las profecí­as de Isaí­as en cuanto a la restauración de Israel: †œEste dirá: †™Yo soy de Jehovah†™ †¦ y aquél escribirá sobre su mano: †™De Jehovah†™ † (Isa. 44:5). Ese era un perí­odo de mucha bendición, cuando Judá e Israel fueron restaurados de la cautividad. Segundo, en la última reunión del pueblo de Dios, profetizada en Apoc.: †œVerán su rostro, y su nombre estará en sus frentes† (Apoc. 22:4; ver 2:17; 14:1). La Biblia cierra con un vislumbre del estado bendito final de los santos (Apoc. 22:1–5), profetizado en un lenguaje que refleja la bendición sacerdotal: †œYa no habrá más maldición† (Apoc. 22:3; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 6:24, 27); †œel Señor Dios alumbrará sobre ellos† y no necesitarán ni del sol ni de lámpara (Apoc. 22:5; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 6:25). Así­, estas antiguas palabras contienen la promesa de esa rica bendición del pacto que han anhelado los hijos de Dios en todos los tiempos, y la cual será concedida en su perfección en el dí­a que Dios ha designado.

7:1-8:26 Consagración del tabernáculo y del sacerdocio

La clave en estos capí­tulos es la santidad y purificación. El tabernáculo es santificado y los sacerdotes purificados. Todo esto se hace con bastante derramamiento de sangre.
7:1–89 Consagración del tabernáculo. El lenguaje que se usa aquí­ es muy preciso: Moisés consagró el tabernáculo (es decir, lo santificó) y †œdedicó† el altar (vv. 1, 10, 11). La palabra dedicación ocurre sólo en unos pocos lugares en las Escrituras. De manera similar, Salomón consagró el atrio intermedio y dedicó el altar (2 Crón. 7:7, 9) pero la ocasión vino a ser conocida como la †œdedicación† del templo (2 Crón. 7:5). En los apócrifos, 2 Macabeos 2:19 dice: †œJasón de Cirene escribió la historia de Judas Macabeo y sus hermanos, de la purificación del gran templo, de la consagración del altar.† Este evento se conmemora durante la fiesta de Hanukkah, el 25 del mes Quisleo (diciembre), una fiesta que se menciona en Juan 10:22. La consagración del tabernáculo fue el primero de dichos eventos. Los lí­deres de Israel trajeron presentes, ofrendas por el pecado y ofrendas de paz. No se nombran estos lí­deres, pero el texto dice que fueron los que supervisaron el censo (v. 2). El censo realmente se llevó a cabo un mes después de que el tabernáculo fuera erigido (1:1), pero el autor ya lo habí­a relatado. El mismo tipo de anticipación se encuentra en los vv. 6–8: Los levitas recibieron carretas y bueyes, pero aún no habí­an sido ordenados (vv. 3, 4; 8:5–26). Los presentes y las ofrendas se trajeron en dos etapas. Primera, las carretas y los bueyes para el tabernáculo (vv. 3–9); segunda, los presentes de los platos de plata, tazones, cucharones de oro y ofrendas para el altar (vv. 10–88). Los cohatitas no recibieron ni carros ni bueyes porque éstos sólo podí­an usarse para el tabernáculo, no para las cosas sagradas, las cuales ellos tení­an a su cargo (v. 9). Cuando David trajo el arca a Jerusalén, fue colocada en una carreta nueva (2 Sam. 6:3, 4). Sin embargo, después de la muerte de Uza ya no se menciona ninguna carreta, sólo a †œlos que llevaban el arca de Dios† (2 Sam. 6:13; 15:24). La muerte de Uza hizo que el pueblo descubriera exactamente lo que la ley requerí­a (1 Crón. 15:11–15). El registro de las ofrendas de las tribus (vv. 10–88) muestra cuán repetitiva puede ser la Biblia (quizá sea un recordatorio que la Biblia no fue escrita para entretenimiento, sino para nuestra instrucción).
De paso podemos notar que otra vez se menciona a Judá en primer lugar (ver material sobre 2:1–34). Al mencionar la ofrenda de cada tribu en su dí­a, se observa que sus ofrendas eran voluntarias e iguales. El apóstol Pablo, haciendo una colecta para ayudar a los santos en Jerusalén, requiere la misma clase de igualdad a las iglesias macedonias: †œPero no digo esto para que haya para otros alivio, y para vosotros estrechez; sino para que haya igualdad† (2 Cor. 8:13, 14a).
Los totales de las ofrendas para la dedicación se dan en los vv. 84–88. En esos 12 dí­as se derramaron rí­os de sangre. Sin el derramamiento de la sangre de los sacrificios no podí­a haber purificación (Heb. 9:22). Durante esos 12 dí­as también se ofrecí­an otros sacrificios (p. ej.p. ej. Por ejemplo cuando Aarón fue ordenado; Lev. 8–9). Y antes de que terminaran los 12 dí­as ya estaban escogiendo el cordero de la Pascua para sacrificarlo en el dí­a 14.
El resultado de la dedicación se presenta de tres maneras en tres relatos paralelos (7:89; Exo. 40:34, 35; Lev. 8–9), reflejando cada relato el interés central del libro donde se encuentra. Exo. 40:34, 35 describe la nube cubriendo el tabernáculo y la gloria del Señor llenándolo continuamente, reflejando así­ su tema de la gloriosa presencia de Dios con su pueblo. Lev. 9:23, 24 relata cómo Moisés y Aarón bendijeron al pueblo y cómo descendió fuego y consumió los sacrificios, reflejando su tema del sacerdocio aceptable a Dios. Aquí­ (v. 89) el Señor habla a Moisés, reflejando el tema de Núm. en cuanto a la palabra de Dios. Sin embargo, Núm. no ignora los otros aspectos. De hecho, el sacerdocio leví­tico se menciona enseguida (8:5–26), y después la nube (9:15–23).
El enfoque de estos primeros diez capí­tulos es sobre la palabra de Dios, y el texto implica el gran privilegio de tenerla. Dios ha favorecido a Moisés de una manera única hablando con él cara a cara (12:6–8). Por supuesto, el texto heb. ni siquiera menciona a Dios directamente en el v. 89, pero dice que Moisés entró en el tabernáculo para hablar †œcon él† (la RVARVA Reina-Valera Actualizada pone con Dios a manera de explicación). El hecho de que la voz de Dios viniera desde encima del propiciatorio (tradicionalmente conocido como †œla silla de misericordia†) que estaba sobre el arca del testimonio, muestra que su palabra viene como un privilegio del pacto y manifiesta su gran misericordia. Además, Dios habla de entre los querubines, los cuales en el principio guardaban el camino hacia el paraí­so de Dios y del árbol de la vida (Gén. 3:24). La palabra de Dios es vida; y esta conexión entre la palabra de verdad y la vida eterna nunca se pierde, pero se manifiesta más claramente en las enseñanzas de Cristo en los Evangelios (p. ej.p. ej. Por ejemplo Juan 1:4; 6:63).
8:1–4 Las siete lámparas. Estas lámparas estaban hechas según el modelo que se le mostró a Moisés (v. 4; Exo. 25:31–40; ver Heb. 8:5) y debí­an mirar hacia adelante para alumbrar el área frente al candelabro. En esta posición, arrojarí­an luz sobre la mesa de la presencia con los 12 panes. Las luces tení­an que mantenerse ardiendo continuamente (Lev. 24:2–4). Las siete lámparas de oro se ven en la visión de Juan donde representan las siete iglesias (Apoc. 1:12 ss.).
8:5–26 Los levitas son purificados y se les asigna su trabajo. Los levitas debí­an ser ceremonialmente purificados con el agua para la purificación, lit.lit. Literalmente †œagua del pecado† (v. 7). Los israelitas pusieron sus manos sobre los levitas (v. 10), y después éstos pusieron las suyas sobre la ofrenda por el pecado. Esto por lo común se hací­a confesando el pecado, y manifestaba que el animal era un sustituto (v. 12). El significado básico de poner las manos sobre algo parece ser el de †œtransferir† un derecho o una condición a un sustituto: Transfiriendo bendición a un sucesor (Gén. 48:14); transfiriendo autoridad en la ordenación (Núm. 27:23); transfiriendo culpa a una ví­ctima sacrificial. La ordenación por la imposición de manos fue practicada en la iglesia del NTNT Nuevo Testamento (Hech. 6:6; 13:3; también Mar. 5:23; Hech. 8:15–18; Heb. 6:2). Parece que implicaba participación con alguien en su trabajo, de aquí­ que Pablo advierte en contra de hacerlo precipitadamente (1 Tim. 5:22). El contexto del cap. 8 indica que los levitas eran la ofrenda de Israel para Dios (vv. 11, 15). Ellos estaban consagrados al Señor (vv. 14, 16) y tomaban el lugar de los primogénitos (v. 17 ss.). Pero a pesar de este énfasis no se pasa inadvertido el hecho que los levitas también habí­an sido dados a Aarón (vv. 19, 22). Por último, se mencionan los lí­mites de edad: de 25 a 50 años (vv. 24–26). El censo sólo incluyó a los hombres de 30 a 50 años de edad (4:3; pero la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) aquí­ también dice 25). En el tiempo de David, cuando el tabernáculo estaba en Sion, se bajó la edad lí­mite a 20 años (1 Crón. 23:24–27), aunque David sólo contó a los de 30 años para arriba (1 Crón. 23:3). Esto se continuó practicando en generaciones posteriores (2 Crón. 31:17; Esd. 3:8). La jubilación no significaba retirarle del ministerio. A los 50 años los levitas podí­an continuar funcionando, sirviendo a sus hermanos. Por regla general, los siervos de Dios parecen haber continuado sirviéndole hasta una edad avanzada, y hasta su muerte, según se lo permitieran sus fuerzas (Deut. 34:7; 1 Sam. 4:14 ss.; 12:2; 2 Tim. 4:6–8; 2 Ped. 1:13–15).

9:1-10:36 Partiendo hacia la tierra prometida guiados por la presencia del Señor

9:1–14 La Pascua. La Pascua original marcó la salida de Israel de Egipto. Ahora celebraban su primer aniversario antes de salir de Sinaí­. Ya hemos notado que la narración está fuera de secuencia cronológica, y aquí­ el autor desea colocar la Pascua antes de la partida. De esta manera, él nos recuerda que Dios aún estaba liberando y dirigiendo a su pueblo. Aquí­ se discute el problema de la inmundicia que podrí­a impedir que un hombre observara la Pascua (vv. 6–13; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 18:28). El problema era bastante serio: Los hombres que estaban inmundos a causa del contacto con un muerto no podí­an unirse al pueblo para presentar ofrendas al Señor. Existí­a un temor real de ser cortado de la comunidad. Por lo tanto, se da una ley adicional, que éstos observarí­an la Pascua un mes después. Sin embargo, no se reduce la importancia de la Pascua ya que ellos aún debí­an observar las mismas normas (vv. 11, 12). Pero si acaso un hombre no tení­a una excusa legí­tima y dejaba de observar la Pascua, serí­a cortado de Israel. No recibirí­a perdón por haber descuidado voluntariamente la ley de Dios. La debilidad se entiende; la rebelión nunca se tolera. También hay provisión para que el extranjero participe, pero no de una manera casual; tení­a que ser circuncidado (Exo. 12:48, 49). De esta manera, la Escritura anticipa el lugar de los gentiles en la salvación. Pudiera observarse que las Escrituras presentan la Pascua como algo muy serio. Esto vino a ser algo muy importante para Juan quien interpreta la muerte de Cristo como el cumplimiento de la Pascua en todos sus detalles (ver Juan 19:17–37). Por supuesto, Juan establece la verdad de que este verdadero Cordero de Dios quitarí­a el pecado †œdel mundo† (Juan 1:29; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 5:7).
9:15–23 La nube. Según el libro de Exo., la nube representaba la gloria del Señor que llenaba el tabernáculo (Exo. 40:34–38). Núm., sin embargo, no dice nada en cuanto a la gloria pero sí­ muestra interés en el hecho de que la nube guió a Israel. El pasaje repite que Israel partí­a y acampaba al mandato del Señor, el cual se manifestaba por el movimiento de la nube. Hay también un desarrollo de pensamiento por medio de la repetición: La nube estaba allí­ desde el principio (v. 15); tení­a apariencia de fuego en la noche (v. 16); guiaba a Israel (vv. 17, 18); el tiempo que pasaban en un campamento variaba, desde unos pocos dí­as hasta todo un año, anticipando que Israel pasarí­a un largo tiempo en el desierto (vv. 19–22); y el texto termina haciendo hincapié en el hecho que Israel obedeció el mandato del Señor (v. 23). La nube aparece más tarde cuando Salomón dedica el templo (1 Rey. 8:10–12). Cristo Jesús fue cubierto por la nube en el monte de la transfiguración (Luc. 9:34), y de nuevo en su ascensión (Hech. 1:9). Las imágenes de la nube de la presencia de Dios y del templo se unen en la persona de Cristo. El es el templo (Apoc. 21:22), y en él mora toda la plenitud de la gloria de Dios (Juan 17:21; Col. 1:19). Por medio de la presencia del Espí­ritu Santo, los creyentes llegan a ser piedras vivas en el templo (Juan 7:37–39; 1 Cor. 6:19; 1 Ped. 2:4, 5). Así­ fue como Dios consideró oportuno manifestar su gloria en la hechura espiritual de la iglesia (Ef. 2:22; 3:10, 11, 21).
10:1–10 Las trompetas de plata. Esta fue la preparación final antes de partir de Sinaí­. Las trompetas fueron hechas de plata modeladas a martillo. (La plata se habí­a fundido y trabajado por siglos antes de este tiempo.) Josefo las describe como unos tubos angostos de unos 45 cm.cm. Centí­metro de largo, bien formadas al final, y se muestran en el arco de la entrada triunfal de Tito a Roma. Eran diferentes a los cuernos de carnero, que eran bastante comunes, y podí­an dar una nota más clara. Diferentes sonidos de las trompetas serví­an para convocar a diferentes asambleas (los lí­deres, toda la asamblea, la partida de las tribus), y se tocaban en tiempos de guerra y al inicio de las fiestas principales. Las trompetas estaban a cargo de los sacerdotes quienes tení­an la autoridad de guiar (ellos también eran guiados por medio de la instrucción que se les daba). El bienestar de Israel estaba asegurado mientras la trompeta emitiera el llamado de Dios. Así­, la trompeta continuó en uso por generaciones (2 Rey. 11:14; Esd. 3:10; Sal. 98:6). El apóstol Pablo consideró esto como un sí­mbolo de la predicación, diciendo que el ministerio debe producir un sonido claro (1 Cor. 14:8), de otra manera los hombres no se prepararán para la batalla espiritual. Así­ como las trompetas estaban a cargo de los sacerdotes, la predicación también ha sido encargada a los siervos de Dios, y a los ancianos en particular (Hech. 20:17–35; Tito 1:5; Heb. 13:17; 1 Ped. 5:1–4). Si la trompeta llegara a caer en manos de un impostor arruinarí­an la iglesia de Cristo, de la misma manera que los lobos rapaces no perdonarí­an al rebaño. El NTNT Nuevo Testamento presenta una poderosa segunda imagen: Así­ como la trompeta llamaba a Israel a las fiestas, la trompeta llamará a los muertos a la vida (Mat. 24:31; 1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16; Apoc. 8–9). El llamado a las fiestas era un sonido gozoso (Sal. 98:6); así­ que esta imagen conlleva el gozo de la resurrección a la vida eterna y a la mesa preparada en el reino de Cristo.
10:11–34 Israel parte de Sinaí­. Este es el clí­max de la primera parte de Núm. (caps. 1–10). Todo el propósito de la preparación en Sinaí­ era que Dios pudiera estar presente con su pueblo, y los guiara a Canaán. Se provee nueva información en cuanto al orden en que marcharon: El tabernáculo iba detrás de la primera división, no en medio con los vasos sagrados. Esto era, quizá, una medida práctica, a fin de que el tabernáculo fuera erigido antes de que los vasos sagrados arribaran al lugar de un nuevo campamento. El arca iba a la vanguardia (v. 33), con Judá como la primera tribu (v. 14) y Dan a la retaguardia (v. 25). Moisés querí­a que Hobab, el hijo de Reuel, su suegro, viajara con ellos porque él conocí­a el terreno en el desierto. Las palabras que Moisés le dirige explican lo que Israel estaba haciendo: La razón de su viaje descansaba en la promesa a Abraham, y su meta era la tierra prometida.
10:35, 36 Conclusión. Las palabras de Moisés expresan dos temas bí­blicos clave: La victoria del Señor sobre sus enemigos y la presencia permanente de Dios con su pueblo. Estas palabras se pronunciaban cuando el arca partí­a, y cuando nuevamente se asentaba en el centro del campamento. Dado que este era el clí­max supremo después de casi un año de preparación (Exo. 19:1), debemos prestarle mucha atención.
La Biblia muy a menudo habla del triunfo de Dios sobre sus enemigos. En Edén, se prometió que la serpiente, enemiga mortal del hombre, serí­a derrotada (Gén. 3:15). Babilonia (la cual es la misma que Babel) llegó a ser la †œcapital† de los enemigos de Dios, y la torre de Babel fue un sí­mbolo de una rebelión unificada en contra del supremo Dios (Gén. 11:1–9). Más tarde, Babilonia fue el lugar donde el pueblo de Dios estuvo cautivo. Era el odiado enemigo (Sal. 137) y estaba destinada a ser destruida (Isa. 13–14). En Apoc., la victoria de Dios es descrita como la caí­da de Babilonia, lo cual es motivo de una gran alabanza (Apoc. 12:7–17; 14:8; 17:4–6; 18:1–19:5).
Dios ha jurado que toda rodilla se doblará ante él (Isa. 45:23). Esto incluirá a todos sus enemigos, quienes se encogerán a causa del terror en vez de postrarse humildemente en adoración; pero aun así­, se arrodillarán. La destrucción del reino de este mundo se determinó en el concilio eterno del trino Dios, el cual se llevó a cabo antes de la creación. Después se ordenó el curso de la historia, el cual incluyó la guerra espiritual en el cielo. Por medio de este plan, Dios será glorificado y se manifestará que está sobre todas las cosas, el Señor todopoderoso del universo. El Padre exaltará al Hijo, y le dará un nombre que es sobre todo nombre, y el Hijo honrará al Padre. La meta es que se vea que Dios está en todo. Este plan vincula la creación, la caí­da del hombre y la redención. No se reveló desde un principio, sino que se fue dando a conocer poco a poco a través de los pactos históricos, y a través del curso de la historia redentora. Se verá completamente al final de las edades, cuando cada criatura admirará la profundidad de la sabidurí­a de Dios y su misericordia.
El segundo tema en las palabras de Moisés es uno de suprema misericordia y gracia: Dios mora en medio de las mirí­adas de millares de Israel. Este es el compañerismo que los santos de todas las edades han deseado. Este es el reino de Dios. Warfield escribe diciendo que †œel establecimiento y desarrollo del reino de Dios †¦ bien puede denominarse el tema fundamental del Antiguo Testamento† (B. B. Warfield, Biblical Doctrines [Banner of Truth Trust, 1988, primera edición en 1929], p. 11). De esta manera, las palabras finales de la primera parte de Núm. nos llevan al corazón del mensaje de la Biblia. La segunda y tercera partes tratan principalmente con este mismo tema clave: La entrada del pueblo de Dios a la tierra prometida.

11:1-25:18 DE VIAJE HACIA LA TIERRA PROMETIDA
La sección intermedia del libro (caps. 11–25) cubre el viaje desde Sinaí­ hasta la frontera de Canaán, el fracaso de Israel al no tomar posesión de la tierra y los años del peregrinaje en el desierto. Primero, leemos acerca de la rebelión de Israel (caps. 11–19); después nos movemos directamente hasta el final del perí­odo, cuando Israel nuevamente se acerca a Canaán, y está a punto de poseerla (caps. 20–25). Esta sección intermedia marca un tremendo contraste con la primera parte. Nos movemos de la palabra de Dios preparando al pueblo, hasta las palabras de queja del pueblo y su rechazo a creer y entrar a la tierra prometida.

11:1-12:16 Quejándose

El primer versí­culo es muy dramático si se lee con lo que está inmediatamente antes (10:35, 36). Moisés apenas habí­a invocado a Dios para que derrotara a sus enemigos y permaneciera con su pueblo, y sin ningún intervalo leemos: Aconteció que el pueblo se quejó amargamente (heb. †œmal†) a oí­dos de Jehovah (v. 1). El contraste con todo lo bueno que él apenas habí­a hecho con ellos es absoluto. La redacción en heb. marca un contraste deliberado: El pueblo se quejó †œen cuanto a lo malo† cuando habí­an recibido lo bueno. La †œqueja† es uno de los temas principales en los caps. 11–25. El texto heb. usa varios términos; pero la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) sólo usa uno, gonguzo (el cual la RVARVA Reina-Valera Actualizada traduce se quejó), un término que Juan y Pablo usan significativamente (ver material sobre 11:4–15).
11:1–3 La primer queja en Tabera. El patrón de futuras quejas se establece en esta primera corta narración: La gente murmura; el Señor escucha y es provocado a ira; Moisés intercede y se detiene el juicio. Moisés a menudo se encuentra intercediendo por ellos (como lo hizo en Horeb, cuando pecaron con el becerro de oro; Exo. 32). El castigo nos recuerda que nuestro Dios es fuego consumidor. El fuego casi siempre simboliza la presencia y actividad de Dios (ver Gén. 15:17, 18, cuando la antorcha ardiente se paseaba entre los animales cortados; Exo. 3, y en la zarza ardiendo; cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 12:29). Los israelitas ya habí­an aprendido esto en una manera costosa, con la muerte de los dos hijos de Aarón: Nadab y Abihú (Lev. 10).
11:4–15 Una segunda queja. El término heb. para populacho transmite la idea de una asamblea general, y la traducción gr. (epimiktos) conlleva el sentido de una mezcla de gente. Probablemente se refiera a los gentiles que se habí­an juntado con el pueblo. Por lo tanto, el texto agrega que †œlos hijos de Israel volvieron a llorar†. Aquí­ hay una lección objetiva en cuanto a que el pueblo de Dios puede ser influenciado por quienes le rodean y guiarlos a pecar. Sus palabras muestran que ellos habí­an menospreciado al Señor: ¡Quién nos diera a comer carne! De pronto el texto se convierte en un menú: pescado, pepinos, melones (v. 5), como si los israelitas estuvieran comparando el maná provisto por Dios con las diferentes comidas que habí­a en Egipto. Ellos se habí­an olvidado que habí­an sido rescatados del horno ardiente y despreciaban lo que la bondad divina les enviaba del cielo. El Sal. 78 describe el pecado de Israel detalladamente (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 16:3); no tení­an fe, olvidaron lo que Dios habí­a hecho y le mintieron (Sal. 78:22, 32, 36, 42). El asunto esencial tiene que ver con incredulidad y olvido, lo cual guí­a al descontento y a la queja. Núm. presenta un cuadro bastante exacto de la conducta del pueblo. Se fueron a sus hogares y esparcieron las quejas entre sus familias (v. 10), lo cual fue completamente destructivo. Al provocar el descontento entre sus familias las estaban llevando a su propia muerte. Debemos notar que la palabra †œqueja† no es muy común en el NTNT Nuevo Testamento, pero Juan decide usarla en una ocasión especí­fica: Cuando Cristo les dice a los judí­os que él es el pan de vida que ha venido del cielo, y que es superior al maná (Juan 6:35, 41–61). Porque †œmurmuraban de él†, estos judí­os estaban repitiendo los pecados de sus antepasados registrados en Núm.; y la causa era la misma: incredulidad (Juan 6:64). Estos ejemplos sirven de advertencia a la iglesia actual (1 Cor. 10:10, 11). La murmuración puede conducirnos a caer, y también puede destruir la fe de otros. Quizá muchos jóvenes se han olvidado de la iglesia, y aun hasta perecido, porque oyeron quejas en sus hogares. Es un hecho que el hablar nocivo destruye a quienes escuchan. Ahora Núm. expone la carga que Moisés sentí­a (v. 11): Israel era como un niño al cual debí­a cuidarse.
11:16–35 El nombramiento de los ancianos y la provisión de carne. El problema se resolvió con una doble respuesta. Primero, 70 ancianos fueron elegidos para asistir a Moisés. Jetro ya habí­a visto que Moisés necesitaba ayuda y habí­an escogido jueces (Exo. 18:13–26). Ahora 70 ancianos son establecidos como un concilio regente. Estos ancianos pudieron haber sido los mismos que subieron con Moisés al monte Sinaí­; es decir, los hombres principales de entre la gente (Exo. 24:9–11). Más tarde en la historia, encontramos grupos regentes similares; por ejemplo, el Sanedrí­n, mencionado en los Evangelios. De igual manera, la iglesia cristiana pronto convocó concilios para discutir asuntos concernientes a la iglesia universal (comenzando en Hech. 15). Así­, Israel estaba gobernado por ancianos desde tiempos remotos. Probablemente haya sido un desarrollo natural en una sociedad en la cual el padre era la cabeza de la familia, la que incluí­a a los sirvientes tanto como a los hijos. El gobierno de los ancianos continuó durante todo el perí­odo del ATAT Antiguo Testamento (ver Rut 4:2; Prov. 31:23); se ve entre los judí­os en el tiempo de Cristo (Mat. 16:21; Luc. 7:3); los apóstoles lo adoptaron como el modelo para las iglesias locales (Hech. 20:17; 1 Tim. 4:14; 5:17; Tito 1:5; Stg. 5:14; 1 Ped. 5:1); y, aparentemente, existirá al fin de las edades (Apoc. 4:4; 19:4). En el tiempo de Moisés estos hombres fueron escogidos para que juntamente con Moisés actuaran como pastores. El NTNT Nuevo Testamento designa a los ancianos como pastores, quienes sirven al Prí­ncipe de los pastores (1 Ped. 5:1–4) y deben rendirle cuentas a él (Heb. 13:17). Por esta razón deben ser obedecidos. Los ancianos fueron escogidos para asegurar que Moisés no llevarí­a solo la carga, y este parece ser el patrón que siguieron las generaciones posteriores, hasta el punto que en el NTNT Nuevo Testamento parece muy natural pensar que haya habido iglesias dirigidas por un cuerpo de ancianos (u obispos, Fil. 1:1). El Señor puso su Espí­ritu sobre los ancianos que asistirí­an a Moisés (vv. 24–30). La señal de la venida del Espí­ritu fue profecí­a, al igual que en otras ocasiones (1 Sam. 10:6–13; Joel 2:28; Hech. 2:4; 1 Cor. 12:10). A través de toda la Biblia, los lí­deres del pueblo de Dios fueron capacitados para funcionar sólo por el Espí­ritu Santo. Los jueces, Saúl, David, los profetas, los apóstoles y los ancianos de la iglesia en Efeso son todos ejemplos.
Además de darle ancianos espirituales a Moisés, el Señor trató con la otra parte del problema: la queja del pueblo. Evidentemente parecí­a imposible encontrar en el desierto suficiente carne para satisfacer el antojo del pueblo. (Eran 600.000 hombres de a pie; 11:21, 22. Aquí­ se confirma que las cantidades registradas en los censos deben tomarse literalmente; ver material sobre 1:17–46.) La reacción de Moisés es similar a la de los discí­pulos en la alimentación de los 5.000 (Juan 6:7). Cuantas veces las cosas son imposibles para el hombre, las Escrituras dan la misma respuesta: ¡La mano del Señor no se ha acortado! (Gén. 18:14; Isa. 50:2; 59:1; Jer. 32:17, 27). Nada es imposible para Dios. El gran poder del soberano gobernador del cielo y la tierra siempre ha sido un refugio para quienes confí­an en él (ver Dan. 1–6). Dios manifestará su poder para confirmar su palabra (v. 23). La provisión de las codornices es un ejemplo del control que Dios ejerce sobre su creación. Estas aves pertenecen a la familia del faisán y de la perdiz. Invernan en Africa y emigran hacia el norte, comúnmente en marzo o abril. En ese año estaban siendo llevadas en grandes cantidades a Israel por un viento. Sin embargo, con la respuesta vino la ira. Al estar comiendo, la gente murió de la plaga. Por eso, los dos primeros lugares en el peregrinaje de Israel recibieron los nombres de Tabera (†œincendio†; 11:3) y Quibrot-hataavah (†œtumbas de la gula†; 11:34). El viaje se estaba convirtiendo en una senda de muerte. No se sabe dónde estaban estos sitios, excepto que deben haber estado localizados en algún lugar entre el monte Sinaí­ y Hazerot (ver Núm. 33).
12:1–16 Marí­a y Aarón se oponen a Moisés. Una tercera rebelión se llevó a cabo en Hazerot, el siguiente campamento. Moisés se habí­a casado con una mujer cusita, probablemente etí­ope (en Gén. 10:6 Cus significa Etiopí­a), y ésta probablemente era su segunda esposa (su primera esposa era Séfora, una madianita; Exo. 2:16–21). Tomando esto como excusa, Marí­a y Aarón hablaron en contra de él. Deseaban igualdad con él como lí­deres de Israel. Marí­a parece haber sido la principal culpable y llevó el castigo. Pudiera parecer extraño que ella, siendo una mujer, hubiera desafiado la autoridad de su hermano. Sin embargo, era una profetiza y lí­der de las mujeres israelitas (Exo. 15:20, 21).
De nuevo leemos que el Señor escuchó sus palabras hostiles. Su respuesta fue confirmar su elección de Moisés (vv. 6–8) y después juzgó a Marí­a y a Aarón (vv. 9, 10). Hay varios paralelos entre la rebelión de Marí­a y la gula de Israel por carne (11:4–35). En ambas ocasiones la provisión de Dios (el maná; el liderazgo de Moisés) fue rechazada, y en respuesta el Señor confirmó la posición de Moisés (por darle ancianos y por medio de su palabra) y envió juicio (la plaga; la lepra de Marí­a). El autor comenta acerca de la mansedumbre de Moisés (v. 3). La verdadera humildad consiste en comprometerse a obedecer la voluntad de Dios hasta el punto de negarse a uno mismo. Dicho autosacrificio puede dejar a un hombre vulnerable y ser forzado a descansar en Dios para que él lo proteja y sustente. Además, mientras se esfuerza por servir a Dios, descubre sus propias debilidades y fracasos, y de esta manera logra obtener una perspectiva apropiada de sí­ mismo. La humildad no es una cualidad negativa (una desvalorización de sí­ mismo), sino un compromiso positivo a servir, de lo cual Cristo es el ejemplo supremo (Fil. 2:3–8). Moisés mostró humildad al continuar guiando a Israel a través del desierto por 40 años, aunque fuera una carga. El no se defendió sino que se volvió a Dios, quien defiende y ayuda al humilde (Sal. 147:6; 149:4; Mat. 5:5; 1 Ped. 5:6). En esta ocasión, el Señor no dejó ninguna duda en Marí­a o en Aarón al defender a su siervo Moisés. Así­, Núm. registra tres †œquejas† antes de que Israel estuviera a medio camino en su viaje a Canaán.

13:1-14:45 Israel rechaza la tierra prometida

El desierto de Parán queda al sur de Canaán y desde aquí­ los espí­as podí­an explorar la tierra. El viaje habí­a estado lleno de quejas, pero cuando los espí­as regresaron, la rebelión de Israel se convirtió en una catástrofe total.
13:1–16 Los espí­as. El texto comienza con la palabra de Dios. El mandato de ir a espiar la tierra incluye el recordatorio que él les estaba dando la tierra y el tiempo estaba cerca. Cada tribu fue representada por un lí­der. Estos eran diferentes a los que habí­an llevado a cabo el censo y presentaron las ofrendas cuando el tabernáculo fue dedicado. Quizá eran más jóvenes. Josué, p. ej.p. ej. Por ejemplo uno de los escogidos, era siervo de Moisés y joven (Exo. 33:11; Núm. 11:28). Moisés le cambió el nombre de Oseas a Josué, un cambio de significado de †œél salva† a †œel Señor salva† (v. 16). Este es quizá el primer nombre israelita en el cual se usa el nombre del Señor. Su traducción al gr. es Jesús.
13:17–25 Cuarenta dí­as de exploración. Los espí­as fueron enviados a explorar las dos regiones de Canaán, el Néguev en el sur y la región montañosa en el norte (v. 17). Viajaron lejos, hasta la frontera norte, cubriendo la tierra de la que se hablaba en la promesa de Dios (v. 21). El hecho de que era el tiempo de las primeras uvas (es decir, finales de julio) indica que eran dos meses después de haber salido del Sinaí­. Los espí­as viajaron unos 400 km.km. Kilómetro(s) hacia el norte, y no regresaron sino hasta mediados de septiembre. Visitaron Hebrón (v. 22), donde estaban enterrados los patriarcas (Gén. 23:17–20; 49:29–33; 50:13). Núm. nos cuenta que Hebrón fue construida siete años antes que Zoán (Tanis o Avaris), la capital de Egipto, edificada en 1700 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (v. 22). Es probable que el autor de Núm. haya conocido la historia de la construcción de Zoán por los egipcios porque Israel haya estado involucrado. Hebrón era un recordatorio poderoso de la promesa de Dios. Pero aquí­, en el centro de la meta de Israel, estaban los anaquitas, quienes tení­an buena reputación como guerreros (Deut. 9:2). Aun se les menciona en los textos egipcios de 1800–1700 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Con el tiempo Caleb los derrotó (Jos. 15:14; Jue. 1:10).
13:26–33 Un informe desalentador. Las primeras palabras de los espí­as los descubre. La tierra a la cual nos enviaste no dice que el Señor era quien los habí­a enviado, y no se menciona su promesa (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:29). Mostraron el rico fruto y confirmaron que la tierra era una donde ciertamente fluye leche y miel. (Esta descripción de fertilidad se usa para la región de Galilea en la Historia de Sinuhe, una historia egipcia.) Esto confirmaba las palabras exactas de la promesa de Dios en cuanto a la tierra (Exo. 3:8, 17). Sin embargo, los espí­as enfocaron su atención sobre las ciudades fortificadas y sus poderosos habitantes, de los cuales algunos eran como gigantes, y declararon que la conquista era imposible. Caleb tuvo que callar a la gente (v. 30). Más tarde nos damos cuenta de que Josué estaba de su lado (14:6). El pueblo ya habí­a comenzado a quejarse otra vez. Es una trágica ironí­a que los espí­as estaban refiriéndose a las mismas naciones mencionadas en la promesa de Dios a Abraham (Gén. 15:18). Dios ya habí­a indicado que los amonitas estaban †œllegando al colmo† de su maldad y estaban siendo reservados para su juicio, el cual ejecutarí­a Israel (Gén. 15:16).
14:1–10 El pueblo se rebela. Los israelitas se quejaron, y esto no era otra cosa que rebelión (v. 9). La naturaleza de su pecado se magnifica a través de todo el capí­tulo; quejándose contra Dios (vv. 27, 29, 36); rechazando la tierra, lo cual es lo mismo que rechazar el pacto (v. 31); y alejarse del Señor (v. 43). Ellos cuestionaban el propósito de Dios (v. 3) y rechazaron a Moisés (v. 4). Nótese que se les concede su loco deseo de perecer en el desierto (vv. 2, 28 ). Esto nos recuerda de una advertencia posterior en cuanto a que los hombres darán cuenta por cualquier palabra ociosa que digan (Mat. 12:36, 37). Josué y Caleb podí­an ver lo suficientemente claro como para comprender lo grande del pecado de Israel; rompieron sus ropas como señal de su dolor y enojo. Es como si hubieran estado lamentándose por los muertos. Ellos reafirmaron su convicción de que Dios harí­a lo que habí­a prometido y los guiarí­a a la tierra prometida (v. 8).
14:11–25 La misericordia y juicio del Señor. Las palabras del Señor comienzan con un análisis exacto del pecado de Israel: su incredulidad. Ellos rehusaron creer en Dios y lo trataron con menosprecio (v. 11). †œEl que no cree a Dios le ha hecho mentiroso† (1 Jn. 5:10). La verdadera falta de Israel fue pensar que Dios no era capaz de cumplir su palabra. La fe es en esencia la certeza de que Dios cumplirá lo que ha prometido. La incredulidad de Israel en este momento está en contraste con la fe de su antepasado Abraham (Gén. 15:6). La respuesta de Dios es doble: Yo lo heriré con peste y lo desalojaré. †œDesalojar† significa desheredar; es decir, no recibirí­an la herencia de la tierra. Moisés intercedió en base al pacto (v. 16) y a la misericordia de Dios (vv. 18, 19). El se habí­a encontrado en esta misma situación cuando Israel hizo el becerro de oro (Exo. 32:11–14). La verdadera oración tiene esta caracterí­stica: Descansa en las promesas de Dios y pide que Dios cumpla su palabra. Esto es lo que se quiere decir por oración de fe; se hace de acuerdo con su voluntad (1 Jn. 5:14). La gloria de Dios en toda la tierra está ligada a su pacto y cumplimiento del mismo. La respuesta del Señor nos enseña mucho en cuanto a lo que es el corazón de la teologí­a bí­blica. Primero, hay perdón, a causa del cual Dios continuarí­a con Israel como su pueblo y llevarí­a a cabo su promesa con la nueva generación (v. 24). Segundo, hay juicio. El perdón nunca es arbitrario, ni a expensas de la gloria de Dios. Su juramento (vv. 21–25) muestra que su misma gloria es su principal interés. Por lo tanto, quienes le han despreciado nunca verán la tierra. Al siguiente dí­a tuvieron que echar marcha atrás en su camino, regresando hacia el mar Rojo. Esto era como anular el progreso que habí­an logrado.
14:26–38 Muerte en el desierto. Un segundo juramento siguió al primero (v. 28). Cada uno de los incluidos en el censo en Sinaí­ que se habí­a quejado contra el Señor morirí­a en el desierto, tal como lo habí­an deseado. Sus hijos tendrí­an que soportar el desierto por 40 años. Vemos aquí­ un ejemplo del pecado de los padres y su efecto sobre los hijos. Tendrí­an que pasar 40 años antes de que pudieran entrar a la tierra prometida. En todo este capí­tulo hay una constante referencia al propósito del pacto y el cual es confirmado a los hijos (v. 31): que Dios les darí­a la tierra. Finalmente, la congregación que conspiró contra el Señor ahora experimentarí­a su oposición (v. 34). El castigo vino inmediatamente, y la plaga mató a los diez espí­as que habí­an traí­do un mal informe a Israel.
14:39–45 Algunos intentan entrar a la tierra prometida. Aún habí­a otra lección que aprender. El pueblo se dio cuenta de su error cuando ya era muy tarde. Deseaban recobrar su posición y procedieron a atacar la tierra. Primero, este es un caso donde el arrepentimiento vino muy tarde. Nos recuerda el caso de Esaú llorando después que habí­a vendido su primogenitura y perdiera la bendición. Para entonces ya era muy tarde (Heb. 12:17). Segundo, otra vez estaban menospreciando la palabra de Dios. El les habí­a mandado que regresaran al desierto (v. 25). Por lo tanto, cuando se dirigieron a Canaán iban solos y el Señor no estaba con ellos; el arca no salió del campamento (vv. 42, 44). Sus mismas palabras: †œVamos a subir al lugar del cual ha hablado Jehovah† (v. 40) muestra su falta de fe, no haciendo referencia alguna a la promesa dada a los patriarcas. El texto dice que fueron heridos hasta llegar a Horma en el Néguev (su lugar exacto es asunto de debate). Su nombre se relaciona con la palabra heb. herem (†œdedicado a destrucción†), una conclusión que calza perfectamente con este pasmoso episodio. (Ver material sobre †œapostasí­a† en la introducción.)

15:1-41 Leyes para cuando ya estén en Canaán: ofrendas y perdón

Retornamos a la palabra del Señor después de la destrucción de los rebeldes. Inmediatamente hay consuelo. Aun cuando el juramento de Dios ha cerrado las puertas a Canaán por 40 años, se confirma la promesa de que Israel habitará Canaán: Cuando hayáis entrado en la tierra que vais a habitar y que yo os doy †¦ (v. 2). De esta manera, las leyes que se presentan a continuación están conectadas con lo que ha sucedido recientemente.
15:1–21 Ofrendas de la tierra. Todas las ofrendas quemadas sobre el altar debí­an estar acompañadas con harina fina mezclada con aceite, y rociadas con vino. Se establecen las diferentes cantidades según los animales ofrecidos. Un efa equivale más o menos a 22 litros, y un hin como unos 3, 6 litros. En esta ley hay considerable afirmación. Repetidamente habla de un olor grato a Jehovah, dando a entender que él aceptarí­a nuevamente a Israel. Los tres elementos: Harina, aceite y vino, eran los productos principales de Canaán. Por supuesto, dado que los espí­as recientemente habí­an visitado la tierra y estaban a mediados de septiembre, Israel probablemente sabí­a que para entonces los habitantes estaban en la cosecha del olivo, de donde algún dí­a sacarí­an el aceite. Esta ley contiene un principio sobre acción de gracias. Israel debí­a regresarle al Señor una ofrenda de la tierra que él les habí­a dado en primer lugar. Tal es el espí­ritu de la ley, lo opuesto a la murmuración y quejas.
La última parte de la ley también es asombrosa (vv. 13–16). Nos recuerda que la comunidad incluí­a a extraños (extranjero), y da lugar para que ellos ofrezcan sacrificios con los israelitas. Ellos también deben obedecer los mismos estatutos y leyes. Esto refleja el propósito del pacto de Dios con Abraham, que las naciones serí­an bendecidas a través de su simiente (Gén. 12:3; 17:12). Por lo tanto, en diferentes lugares la ley incluye al extranjero, y de esta manera respeta la promesa de Dios. Después de expresar esto, Dios manda a Israel que presente una ofrenda de lo primero de la cosecha del grano (vv. 17–21). Esto subraya el principio acerca de que el pueblo de Dios primero debe presentarle ofrendas a él, y después satisfacer sus deseos. Estas prácticas debí­an permanecer vivas entre el pueblo de Dios (vv. 15, 21).
15:22–31 Errores y pecado deliberado. Las leyes anteriores confirman la promesa de Dios acerca de Canaán, mientras que esta sección trata con el obstáculo del pecado. Hay una distinción primordial entre fallar inadvertidamente (error) y pecar deliberadamente (la expresión idiomática en heb. dice: †œcon mano alta†). El fracaso inadvertido es un pecado cometido sin conciencia de ello; se hace sin darse †œcuenta de ello† (v. 24), ya sea por la comunidad como un todo o individualmente (v. 27). El perdón estaba disponible para un pecado como tal, y otra vez también se aplica al extranjero. El perdón se aplicaba cuando el pecado no era cometido deliberadamente. No habí­a posibilidad de perdón para ninguna persona que pecara con altivez (vv. 30, 31).
La distinción que se hace aquí­ corre por toda la Biblia. La blasfemia contra el Espí­ritu Santo no puede ser perdonada ni en la presente edad ni en la eternidad (Mat. 12:22–32). Este pecado involucra rechazar el testimonio del Espí­ritu respecto de Cristo. Por supuesto, Cristo Jesús advirtió a los judí­os que no creí­an en él que su culpa permanecí­a porque ellos decí­an no tener conocimiento alguno (Juan 9:39–41). Su pecado era la incredulidad; el rehusar creer en el Hijo de Dios. Otras advertencias en cuanto a la imposibilidad de ser restaurados se encuentran en Heb. (Heb. 6:4–8) y Juan nos prohí­be orar por un pecado semejante, el cual conduce a la muerte (1 Jn. 5:13–17). Todo este asunto es de vital importancia para el pueblo de Dios en cualquier tiempo. Esto nos estimula a crecer en la fe y a †œdespojarnos de la vieja naturaleza† con su espí­ritu quejumbroso y de incredulidad.
15:32–36 El violador del sábado. Este caso se presenta aquí­ como ejemplo de un pecado desafiante. No establece que el ofensor haya violado el sábado deliberadamente, pero es imposible verlo de otra manera ya que toda la comunidad estaba descansando. El debe haber conocido las leyes acerca del sábado, y la conducta de todos los demás seguramente era suficiente testimonio. La sentencia era la muerte (v. 35). La ejecución se llevó a cabo fuera del campamento. La congregación lo sacó fuera del campamento probablemente como una demostración simbólica de su exclusión de Israel (cortado de su pueblo).
15:37–41 Flecos azules. Estos eran un recordatorio a guardar los mandamientos. Aparentemente se usaban en los cuatro extremos del manto (Deut. 22:12). El color azul se escogió nuevamente. La cortina del tabernáculo que escondí­a el arca del pacto era azul, y pudo haber sido la razón del porqué el cordón tení­a que ser azul.
Hay una escena bastante interesante en la vida del rey David en conexión con esto. Atrapado por Saúl en la cueva de En-guedi, David furtivamente cortó el borde del manto de Saúl (1 Sam. 24:1–15). David hizo esto para probar que él no estaba procurando matar a Saúl. Su decisión de cortar el borde del manto pudo haber sido simbólica. Algunos sugieren que fue una señal de estarle arrebatando el reino. Si el cordón azul colgaba de la esquina del manto de Saúl, bien pudo haber sido un manera de decirle a Saúl que, al estar tratando de matar a David, se habí­a olvidado de la ley de Dios. El uso de las borlas o flecos se convirtió en un rasgo permanente en la vida judí­a, y a los fariseos les gustaba hacer sus flecos largos como una muestra de piedad y para obtener la alabanza de los hombres (Mat. 23:5).
Las palabras de conclusión son un recordatorio del propósito fundamental de la ley: Se dio porque el Señor era el Dios de Israel, y a fin de que ellos realmente pudieran ser su pueblo (v. 41).

16:1-17:13 La rebelión de Coré y confirmación del sacerdocio de Aarón

El texto no dice cuándo o dónde ocurrió esta rebelión. Sin embargo, hay indicaciones de que los rebeldes estaban insatisfechos porque Moisés no los habí­a metido en Canaán (v. 14). Por lo tanto, esta nueva oposición a Moisés y Aarón puede haber surgido poco después del fracaso de entrar a Canaán. El asunto principal en los caps. 16–19 es el sumo sacerdocio de Aarón.
16:1–15 La rebelión en contra de Moisés y Aarón. Los rebeldes fueron dirigidos por hombres de mucha importancia. Coré era un levita del clan de los cohatitas, quienes cuidaban del arca y los vasos del santuario. Los hijos de Rubén también pertenecí­an a una familia noble. Se juntaron con ellos 250 prí­ncipes de la comunidad, quienes habí­an sido convocados a formar el concilio y eran bien conocidos en la comunidad. Su queja iba dirigida en contra de la jerarquí­a; estaban reclamando una posición igual a la de Moisés y Aarón. Esto, por supuesto, era un desafí­o a la orden dada por Dios en Sinaí­ (caps. 3–4). También estaban buscando el sacerdocio (v. 10). Las palabras de Moisés, os habéis juntado tú y todo tu grupo (v. 11), contienen un juego de palabras. Juntado es una palabra heb. conectada con el nombre de Leví­. Cuando Moisés los convocó, el motivo de su resistencia salió a luz. Contradijeron las promesas del pacto de Dios de dos maneras (vv. 13, 14): Describieron a Egipto como la tierra que fluí­a leche y miel (la descripción que Dios habí­a usado para Canaán), y se quejaron de que Moisés y Aarón habí­an fracasado al no llevarlos a la herencia prometida.
16:16–35 Juicio sobre los rebeldes. El escoger a los sacerdotes era prerrogativa de Dios. El llevar incienso simbolizaba presentarse delante de Dios para su aprobación. Las Escrituras comparan las oraciones de los santos con el incienso (Sal. 141:2; Apoc. 8:3). Cuando el tabernáculo fue erigido, Nadab y Abihú, dos de los hijos de Aarón, ofrecieron incienso que Dios no habí­a mandado. No fueron aceptados y murieron (Lev. 10). Por lo tanto, Coré y sus seguidores deben haberse dado cuenta de lo serio de la situación mientras que se acercaban con sus incensarios. El peligro fue más notorio cuando la gloria del Señor apareció a la entrada del tabernáculo, una siniestra advertencia de juicio (cf.cf. Confer (lat.), compare 12:5; 14:10). Esta imagen debe haber influido en Santiago cuando advierte a la iglesia: †œHermanos, no murmuréis unos contra otros, para que no seáis condenados. ¡He aquí­, el Juez ya está a las puertas!† (Stg. 5:9).
El Señor no reconoció al grupo de Coré. Sólo se dirigió a Moisés y a Aarón. Más adelante en el relato se nos dice que los ancianos estaban con Moisés (v. 25). A la congregación se le ordenó apartarse de las tiendas de los rebeldes, †œno sea que perezcáis con todos sus pecados† (v. 26). Sin embargo, cuando vino el juicio se hizo evidente que la mera separación no era suficiente. La gente huyó aterrorizada (v. 34), a semejanza de Lot escapando de la ruina de Sodoma y Gomorra (Gén. 19:17).
El juicio sobre Coré y su séquito fue inmediato. La forma en que el autor narra su muerte trae a colación el hecho de que estaban perdidos espiritualmente. El Seol los tragó vivos. El seol (†œtumba†) era visto como la morada de los muertos debajo de la tierra. Sus pertenencias perecieron con ellos, tal como sucedió en el caso de Acán cuando tomó del botí­n de Jericó que estaba destinado a la destrucción (Jos. 7). Por último, el texto resume diciendo que ellos perecieron en medio de la asamblea, implicando que habí­an perdido su lugar entre el pueblo de Dios (v. 33). Los 250 partidarios murieron al igual que habí­an muerto Nadab y Abihú. Algunos eruditos piensan que la abertura de la tierra fue un fenómeno natural, señalando condiciones en partes del desierto que harí­an posible algo como esto. Tales explicaciones, cualquiera que sean sus bases, nunca deben oscurecer la verdad de que Dios habí­a juzgado a los enemigos de sus siervos Moisés y Aarón.
16:36–40 Bronce para cubrir el altar. La atención cambia ahora de Moisés a Aarón. Desde aquí­ hasta el cap. 19, el sujeto clave es el sacerdocio aarónico. Los incensarios fueron hechos láminas para cubrir el altar como un recordatorio de que sólo los hijos de Aarón debí­an quemar incienso (ver material sobre 3:1–4).
16:41–50 El pueblo murmura. Al siguiente dí­a el pueblo manifestó que su corazón estaba con Coré. Se refirieron al grupo de Coré como el pueblo de Jehovah (v. 41). ¡Qué pronto olvidaron el tremendo juicio que habí­a caí­do el dí­a anterior! Por supuesto, era peor que el simple hecho de olvidar; era negarse a creer que Dios habí­a hecho esto. Ellos culpaban a Moisés de haberlos matado. Este es otro ejemplo de la incredulidad de esa generación. Al igual que antes, la aparición de la nube manifestando la gloria de Jehovah señalaba la inminente ira divina. Aunque parece ser que Moisés habí­a intercedido nuevamente (v. 45), fue Aarón quien hizo la expiación para parar la plaga. De esta manera Aarón estaba actuando como el sumo sacerdote de Israel. El hecho de que la plaga cesó, fue una señal más de que Dios habí­a escogido a Aarón. Hay un ví­vido cuadro de Aarón estando de pie entre los vivos y los muertos, el cual debiera ser recordado por todo el pueblo de Dios ya que Aarón es una figura de Cristo, quien es nuestro sumo sacerdote y está entre nosotros y la muerte eterna. Somos salvos por medio de su intercesión y expiación. La lección primaria en este texto es unirse a los siervos escogidos por Dios. Podemos tomar como ejemplo a la iglesia primitiva, la cual era bastante devota al compañerismo de los apóstoles (Hech. 2:42; 1 Tim. 4:16). La razón es clara: A través del compañerismo de los apóstoles, ellos entraban al compañerismo con Dios y Cristo (1 Jn. 1:1–4). De la misma manera es hoy: Debemos entrar al único compañerismo por la fe (ver Juan 17:20–23).
17:1–13 La señal de Dios confirma su selección de Aarón. La persistente incredulidad y queja de Israel encontró respuesta con una señal. Parece ser que las señales no eran dadas para los creyentes sino para los incrédulos y rebeldes (v. 10). Por ejemplo, este fue el propósito del don de lenguas (1 Cor. 14:22) y las señales hechas por Cristo (Juan 6:30); y Acaz no pidió señal porque no querí­a probar a Dios (Isa. 7:10–14). El objetivo de esta señal era silenciar la constante murmuración contra Aarón. Realmente ésta era la segunda señal, siendo la primera la lámina de bronce que cubrí­a el altar; pero esta señal era milagrosa. Las 12 varas representaban las 12 tribus (el término heb. significa †œvara, ramas o tribus†). Las varas fueron colocadas, con nombres de los lí­deres en ellas, delante del arca del testimonio, ante la presencia misma de Dios. De la vara de Aarón brotó vida nuevamente, echando botones, floreciendo y produciendo almendras. Esto no significaba simplemente la elección divina, pero la naturaleza de la señal también expresa abundancia de vida. El mensaje era: A través de mi siervo escogido ustedes encontrarán vida. Esto ya se habí­a experimentado cuando Aarón se puso de pie entre los muertos y los vivos (16:48). La vara floreciente se guardó por generaciones (Heb. 9:4). Se convirtió en un testimonio de que Dios confirmarí­a su palabra. Quizá sea esto lo que está detrás de las referencias posteriores al Retoño justo (Jer. 23:5; 33:15, 16; Zac. 3:8; 6:12). El cap. 17 culmina con el temor de Israel de que todos morirí­an a causa de que no podí­an acercarse al Señor. Esta es una confesión: Ellos necesitaban un mediador (como en el Sinaí­; Exo. 20:18–21); y las leyes que están a continuación (caps. 18–19) son una respuesta a esta necesidad. Lo mismo es verdad para cada persona, y la necesidad se suple, finalmente, sólo en Cristo Jesús. Esto se establece claramente en Heb.
El mensaje de los caps. 16–17 insiste en que el sumo sacerdocio de Aarón debe respetarse. Esto es, en primer lugar, una expresión de la santidad de Dios: Nadie se le puede acercar, excepto aquel a quien él ha llamado. Esto apunta hacia el nuevo pacto: Sólo podemos acercarnos a Dios a través de Cristo, nuestro sumo sacerdote, a quien él ha nombrado. Segundo, aprendemos que Dios no permitirá que sus siervos sean destituidos; él los defenderá. En la era cristiana, él ha escogido a hombres que le sirvan. Estos no son jefes sino siervos encargados de cuidar el rebaño. Estos hombres son ancianos (que es el mismo oficio que obispo; ver, p. ej.p. ej. Por ejemplo J. Calvino, Institutos de la Religión Cristiana, IV. 3.8; y Tito 1:5–7). La iglesia debe respetar a estos lí­deres como resultado de su reverencia a Dios, quien los ha provisto. Su único mandato es servir a Cristo, y ellos no ejercen ninguna otra autoridad más que la palabra de Dios. Cargan con una tremenda responsabilidad, la cual sólo pueden cumplir teniendo santidad, fidelidad y amor. Aun cuando hay abundantes enseñanzas sobre esto en el NTNT Nuevo Testamento, sus raí­ces profundas se encuentran en tales textos como éste del ATAT Antiguo Testamento.

18:1-19:22 Deberes de los sacerdotes

Los siguientes dos capí­tulos son una respuesta a la pregunta de Israel: †œ¿Acabaremos por perecer todos?† La respuesta descansa en el sacerdocio, en sus deberes (cap. 18) y en la purificación de Israel (cap. 19).
18:1–7 Responsabilidades de los sacerdotes y de los levitas. Aquí­ se combinan el rango y la responsabilidad. La familia de Aarón llevarí­a la culpa por cualquier ofensa en contra del tabernáculo y su servicio. Los levitas fueron dados a los sacerdotes para que los asistieran, y juntos llevarí­an la culpa por cualquier falta (v. 3). Se dice que los levitas acompañarí­an a Aarón. El término heb. para †œacompañar† viene de la misma raí­z que el nombre de Leví­. El Señor se los habí­a dado a Aarón como una dádiva. Al mismo tiempo se mantení­a la distinción entre los sacerdotes y los levitas (v. 7).
18:8–32 Diezmos. Cuando Coré, Datán y Abiram trataron de usurpar el poder de Moisés, él insistió en que no los habí­a tratado con despotismo. Particularmente, él no habí­a tomado nada de ellos, †œni siquiera un asno† (16:15). Ahora el Señor ordenaba que Aarón tuviera una porción de las ofrendas de Israel. Esta fue una provisión perpetua (v. 19). Este mandato es justo como práctico. Es justo que los obreros reciban su salario. Aun el buey no debe tener bozal cuando trilla el grano, tal es el cuidado de Dios por sus criaturas (Deut. 25:4). Es práctico en el sentido que aseguraba que los sacerdotes pudieran dedicarse completamente a su oficio, ya que no estarí­an preocupados en cuanto a su comida. El sistema del diezmo es lógico. La tribu de Leví­ no poseí­a tierra en Canaán como para dedicarse al cultivo. En vez de eso, Dios serí­a su herencia y ellos le servirí­an sin distracción alguna, sostenidos por los diezmos. Las 12 tribus (600.000 hombres), cada uno trayendo diezmos y ofrendas mantendrí­an a unos 22.000 levitas (v. 26). El pueblo habí­a recibido gratis la tierra, y por eso pagaban sus diezmos de lo que Dios les habí­a dado primero. Por su parte, los miles de levitas debí­an traer sus diezmos al Señor. De estos diezmos tomarí­a su parte la familia de Aarón (v. 28). De esta manera todos los sacerdotes tendrí­an lo necesario para vivir.
El principio del diezmo no fue introducido por la ley. Abraham habí­a reconocido este deber antes de que la ley fuera dada. Es un principio de justicia el devolver algo a Dios de todo lo que él ha dado (Gén. 14:20; Heb. 7:4). Más adelante en la historia, los levitas fueron descuidados, y una de las reformas de Nehemí­as fue restaurar la práctica del diezmo (Neh. 10:32–39). Malaquí­as acusó a Israel de estarle robando a Dios por medio de su incredulidad. El los desafió a traer todo el diezmo después del cual las bendiciones de Dios serí­an grandes †œhasta que sobreabunde† (Mal. 3:6–12). El principio del diezmo fue establecido para siempre. Así­, de la manera en que el sacerdocio aarónico se cumple en Cristo, no hay duda de que los diezmos de la iglesia también son suyos. En el NTNT Nuevo Testamento hay continuidad. Pablo defendió su derecho a vivir del evangelio (1 Cor. 9:3–14). Si se ignora este mandamiento, el resultado será la negligencia para con el ministerio, y el resultado será declinación espiritual (Mat. 10:9, 10; Gál. 6:6, 7; 1 Tim. 5:17, 18).
19:1–22 Agua para la purificación. La ley demanda pureza y santidad. Antes de partir del Sinaí­ Israel habí­a expulsado del campamento a todas las personas impuras. En este punto se proveyó un medio de purificación del pecado e inmundicia. La razón para colocar esta ley aquí­ se da en el v. 20: si alguien está inmundo contamina el santuario. Así­, la preocupación es la misma que en el cap. 18: Las faltas en contra del santuario atraen ira sobre Israel por ofender la santidad de Dios. Las cenizas de la vaca roja deben mezclarse con agua, y después esta agua serí­a usada para la purificación. Esto no era algo nuevo. Moisés también habí­a mezclado la sangre de las vacas con hisopo, lana roja y agua para rociar al pueblo y el rollo del pacto (Exo. 24:6–8; cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 9:19–22). El libro de Heb. enseña que el pecado no puede ser purificado sin derramamiento de sangre (Heb. 9:22). Aun así­, el rociamiento con las cenizas de una vaquilla sólo purifican la carne; la sangre de Cristo purifica nuestra conciencia (Heb. 9:13, 14). Si alguien hací­a caso omiso del agua purificadora, serí­a cortado de su pueblo. Estarí­a menospreciando deliberadamente lo que Dios habí­a provisto, y de esta manera pecando voluntariamente, haciéndolo con el conocimiento pleno de la ley de Dios. El mismo principio se aplica al sacrificio de Cristo. Si alguien rehúsa creer en él ya está condenado, porque no ha creí­do en el Hijo de Dios (Juan 3:18). Le ha dado la espalda al único medio que Dios ha provisto para remover sus pecados.

20:1-21:35 Viajando otra vez hacia Canaán

En el mes primero probablemente signifique a mediados de marzo. Habí­an pasado 38 años y el año 40 habí­a llegado. No se nos dice esto directamente, pero si comparamos la lista de los campamentos que Moisés guardó (20:1 corresponde con 33:36, nótese el v. 38), podemos ver que el autor ha omitido aproximadamente 38 años que ya habí­an pasado en el desierto (un testimonio silencioso de que fueron años perdidos). Ya cerca de octubre, Israel cruzarí­a el arroyo de Zered, 38 años después de haberse regresado de Cades-barnea al desierto de Parán (Deut. 2:14; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 14:25). Moisés, y más tarde Jefté, repasan esta historia (Deut. 2:2–15; Jue. 11:15–27).
20:1 Marí­a muere. Más tarde ese año, Aarón y Moisés también morirí­an. Esto marca el fin de la generación que no pudo entrar a Canaán.
20:2–13 Quejándose en Meriba. Los años en el desierto concluyeron tal como se habí­an iniciado, con quejas. Es posible que la segunda generación estuviera copiando la conducta de la primera. Deut. narra cómo Moisés les advirtió que eran duros de cerviz y que pronto se alejarí­an de Dios. Como en tiempos pasados, la gloria del Señor apareció para confrontar a los rebeldes. Moisés y Aarón tomaron la vara que habí­a florecido, la señal de que Dios habí­a comisionado a Aarón (17:1–13). Pero Moisés no hizo exactamente lo que Dios le mandó. No le habló a la roca sino que la golpeó dos veces, y sus palabras sugieren que él era quien estaba sacando el agua de la roca (v. 10). Y porque no honró al Señor, no pudo introducir al pueblo en la tierra.
20:14-21 Edom rehúsa dejar pasar a Israel. Israel comenzó a tener contacto con las naciones alrededor de Canaán. Por siglos su historia serí­a hondamente afectada por este encuentro, tanto en el intercambio diplomático como en asuntos de guerra. Cades estaba situado en la frontera de Edom. Si Israel querí­a entrar a Canaán por el sur, tení­a que pasar por Edom. Nótese cómo el texto incluye los mensajes entre las dos naciones. No se concedió permiso.
20:22–29 Aarón muere (cf.cf. Confer (lat.), compare 33:37–39). El lugar del monte Hor es incierto, excepto que estaba en la frontera de Edom (Deut. 10:6, donde se le identifica con el nombre de Mosera). Aarón murió cuatro meses después que Marí­a, a mediados de julio en el año 40 (33:38). Estas muertes significaban el final de la primera generación. Moisés, quien ahora quedaba solo, también morirí­a muy pronto, ya que los 40 años habí­an transcurrido y se tendrí­a que tomar posesión de la tierra sin él. Aun cuando este pasaje es bastante triste, también anuncia que la entrada a la tierra prometida está cerca. Eleazar toma el lugar de Aarón.
21:1–3 Arad es destruida. Arad era una ciudad cananea. Esta misma gente, juntamente con los amalequitas, habí­an destruido a algunos de los israelitas 38 años atrás en el mismo lugar, Horma (14:45). Ahora los atacan nuevamente. En esta ocasión, Israel confiaba en Dios. El juramento de Israel, †œyo destruiré por completo sus ciudades†, también estaba acorde con las promesas de Dios. Los cananeos tení­an que ser destruidos.
21:4–9 La serpiente de bronce. No pudiendo cruzar el territorio de Edom, Israel tuvo que rodearlo, lo que significó regresar hacia el mar Rojo (y esto a mediados del año 40). La impaciencia dio lugar una vez más a una rebelión abierta y se manifestó descontento con el maná que Dios les habí­a provisto. Las serpientes ardientes pueden haber sido un tipo de ví­boras muy comunes en los desiertos arenosos del Sinaí­, y que son muy venenosas. El antí­doto era mirar a la serpiente de bronce puesta sobre un asta. Con el tiempo, Ezequí­as destruyó la serpiente de bronce porque habí­a llegado a ser objeto de idolatrí­a (2 Rey. 18:4). El hecho de que Cristo haya sido levantado fue comparado con este evento en el desierto, y quienes miran hacia él vivirán (Juan 3:14, 15). Aparentemente, en ambos casos el medio para ser salvos fue, y es, la fe.
21:10–20 Viajando hacia Moab. El ritmo de la historia se acelera. Las tribus estaban moviéndose rápidamente hacia la frontera con Canaán. Estas son las últimas etapas del peregrinaje, y el autor las inspecciona breve y rápidamente. El lenguaje heb. es muy repetitivo: †œpartieron y acamparon† (21:10–13). Mirando en el texto, la misma frase, †œpartieron†, introduce las etapas anteriores (20:22; 21:4). La repetición es un instrumento para crear un sentido de prisa. Israel estaba de prisa para llegar a la tierra. Esta narración del viaje contiene dos citas. La primera es de un registro antiguo:El libro de las batallas de Jehovah (vv. 14, 15; cf.cf. Confer (lat.), compare las referencias al libro de Jaser en Jos. 10:3; 2 Sam. 1:18). La cita, tal como se traduce en la RVARVA Reina-Valera Actualizada, es una lista incompleta de los nombres de lugares. Sin embargo, el texto heb. puede admitir otras traducciones. La LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) dice: †œPor lo tanto, se dice en un libro, una guerra del Señor prendió fuego a Sufa, y los arroyos de Arnón. Y él habí­a dispuesto que los arroyos hicieran que Er habitara allí­; y esto está cerca de las costas de Moab.†
La segunda cita es de un canto. Israel ahora cantaba de gozo mientras Dios los ayudaba en su viaje. Esto cuadra perfectamente con la impresión que el autor está tratando de crear del progreso rápido hacia la meta.
21:21–35 Derrota de Sejón y Og. Israel estaba encerrado entre los amorreos y los moabitas (21:13). El camino a Canaán estaba cerrado. El mensaje enviado a Sejón, rey de los amorreos, fue similar al mensaje enviado a Edom (v. 22; 20:17), y la respuesta fue la misma: Formó un ejército y ofreció resistencia. En esta ocasión Israel no se volvió atrás sino derrotó al agresor y ocupó sus ciudades. Otra vez, se cita un dicho antiguo para sellar esta victoria. Los poetas (v. 27) literalmente hablando, son †œlos hombres que hacen uso de los proverbios†, y probablemente se refiera a los hombres sabios de Israel, quienes resumieron la situación en un dicho enigmático. Anticiparon la derrota de Moab, cuyo dios era Quemós (v. 29; 1 Rey. 11:33).
Og, rey de Basán, fue el siguiente enemigo derrotado (vv. 32–35; en Deut. 3:1–11 se encuentra un relato más completo). Después de ambas victorias, Israel ocupó la tierra que habí­an tomado (vv. 25, 31, 35). Más adelante se proveen otros detalles en cuanto a la ocupación de la Transjordania por dos tribus y media (cap. 32).
EL Aí‘O 40: RECONSTRUCCIí“N DEL POSIBLE PATRON DE EVENTOS.

22:1-24:25 Los oráculos de Balaam

Esta sección comienza registrando la última etapa del viaje, la cual encuentra a Israel acampando a lo largo del Jordán frente a Jericó, listo para entrar a Canaán (v. 1; 33:48). Jericó serí­a la primera ciudad conquistada (Jos. 5:13–6:27). Los eventos que se llevaron a cabo en las llanuras de Moab probablemente cubrieron los últimos cinco meses del año 40 (desde mediados de octubre a mediados de marzo), y cubre el resto de Núm. y todo el libro de Deut. Deut. apenas si menciona el episodio de Balaam (Deut. 4:3; 23:4, 5).
22:1–20 Se manda a buscar a Balaam. Moab unificó sus fuerzas con los madianitas que viví­an en Sinaí­ y al este del Jordán (Exo. 2:15–17; Jue. 6). Juntos enviaron a buscar a Balaam de Petor, junto al Rí­o (es decir, el Eufrates) para que viniera y maldijera a Israel. Este se encontraba ahora en un punto crí­tico, probablemente a cuatro meses del final de los 40 años de su exilio en el desierto. Estaban a punto de heredar Canaán cuando se envió a buscar a este pernicioso enemigo. El mensaje crucial de los caps. 22–24 era que Dios ciertamente bendecirí­a a su pueblo y confirmarí­a las promesas de su pacto con ellos. El relato de cómo Balac envió a buscar a Balaam establece este punto en tres maneras.
Primera, el mensaje de Balac anuncia el asunto en juego: ¿Será Israel bendecido o maldecido? Sus palabras a Balaam: porque yo sé que aquel a quien tú bendices es bendito, y aquel a quien maldices es maldito (v. 6), hacen recordar la promesa de Dios a Abraham: †œTe bendeciré †¦ Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldecir醝 (Gén. 12:2, 3; cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 27:33). De esta manera las palabras de Balac nos alertan sobre el hecho de que el propósito del pacto de Dios ahora está a prueba. Balac mandó a llamar al falso profeta, reconocido por el poder de sus conjuros, para que contradijera la bendición de Dios. El mensaje central de estos capí­tulos, entonces, se establece con agudo alivio: La bendición de Dios es irrevocable. Todo el episodio es importante por esta sola razón: La bendición de Dios fue confirmada por medio de la boca de un enemigo peligroso (v. 12).
Segunda, Dios prohí­be a Balaam que vaya y maldiga a Israel (v. 12) o que diga cualquier otra cosa que él no le mande (vv. 20, 38). Mientras Balaam iba a donde estaba Balac, el ángel del Señor se le opuso (vv. 21–35).
Tercera, la certeza de la bendición de Dios fue reconocida aun por los enemigos de Israel (vv. 3–5, 11). En otras palabras, Israel ya estaba siendo bendecido y era muy numeroso; tal como Dios lo habí­a prometido. La seguridad de la bendición del pacto se ratifica por medio de este episodio. En las Escrituras Balaam es considerado como un hombre perverso. El veredicto del apóstol Pedro es que †œamó el pago de la injusticia† (2 Ped. 2:15, 16; Jud. 11). Su ambición por las riquezas lo llevó a oponerse a Dios y a su pueblo. El texto repetidamente menciona sus honorarios por la adivinación (22:7, 17, 18; 24:11). Cuando Israel se vengó de Madián, Balaam pereció con ellos (31:8).
22:21–41 Se ordena a Balaam que sólo hable la palabra de Dios. El hecho que el asna haya hablado hace de este incidente algo excepcional. Aunque por naturaleza es incapaz de hablar, el asna fue capacitada por Dios para censurar la extrema torpeza del profeta. Pero el asna también era una reprensión viva para Balaam, a causa del contraste entre ambos. El asna vio al ángel que estaba de pie en el camino, y sabiamente se apartó; Balaam no vio nada y perversamente continuó su camino. El asna sirvió fielmente a Balaam, salvándole la vida; él azotó cruelmente al animal (cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 12:10). Balaam descubrió que Dios era su adversario. El punto primordial de esta escena poco común era hacerle ver a Balaam que no debí­a hablar ni tan solo una palabra más allá de lo que Dios le habí­a ordenado (vv. 35, 38). El afán de Balac de contar con la ayuda de Balaam rebosa el texto. Vino hasta la frontera a recibirlo, reprendiéndole levemente por la tardanza y mencionándole de nuevo cómo pensaba recompensarlo (vv. 36, 37). A la siguiente mañana, ambos subieron a Bamot-baal (†œlos lugares altos de Baal†) para que pronunciara la maldición (v. 41).
23:1—24:25 Los oráculos de Balaam bendiciendo a Israel. Balaam pronunció cuatro oráculos acerca de Israel y tres oráculos acerca de las naciones. El texto hace claro que Dios habí­a puesto las palabras en la boca de Balaam (23:5, 12, 16, 17, 26; 24:2, 13, 16). Una cosa debe entenderse en relación con estos oráculos dados por Dios. Cada uno de los cuatro oráculos concernientes a Israel toca una de las promesas del pacto con Abraham y la confirma. El primer oráculo (23:7–10), haciendo hincapié en el hecho de que Dios no ha maldecido a Israel, confirma que Israel serí­a como el polvo de la tierra: ¿Quién contará el polvo de Jacob? ¿Quién calculará la polvareda de Israel? (23:10; otras traducciones dicen: †œla cuarta parte†. Ver nota en la RVARVA Reina-Valera Actualizada). El segundo oráculo (23:18–24), enfatizando el hecho de que Dios no puede cambiar su promesa, confirma la presencia de Dios entre su pueblo (una clara referencia a la promesa de una relación con Dios). Jehovah su Dios está con él (23:21). El tercer oráculo (24:3–9), una visión del Todopoderoso, el nombre con el cual Dios se dio a conocer a Abraham, confirma que Israel heredará la tierra prometida (24:5, 6). La predicha derrota de Agag, el rey amalequita, muestra que lo que se tiene en mente aquí­ es Canaán (ver 1 Sam. 15:8). Por último, la predicción de que Israel devorarí­a naciones hostiles (24:8) cumple la promesa de que ellos poseerí­an las ciudades de sus enemigos (Gén. 22:17). Las últimas palabras del v. 9 establecen más claramente el hecho de que lo que aquí­ se tiene en mente es el pacto con Abraham: ¡Benditos sean los que te bendigan, y malditos lo que te maldigan! (ver Gén. 12:3).
El cuarto oráculo es quizá el más sobresaliente (24:15–19). Es un oráculo procedente del Altí­simo (24:16), por quien Melquisedec bendijo a Abraham (Gén. 14:18–20). En el NTNT Nuevo Testamento Melquisedec es asociado con Cristo Jesús (Heb. 7:1–17; ver Sal. 110:4). Este oráculo promete un rey en un futuro distante quien derrotará a los enemigos de Israel (vv. 17–19). Aplastará las sienes de Moab (v. 17) parece anticipar las victorias de David (2 Sam. 8:2). Sin embargo, la promesa a Abraham (Gén. 12:3; 22:18), con el resto de las Escrituras, nos enseña a ver en la promesa del trono de David la promesa del Mesí­as a quien obedecerán los gentiles (Gén. 49:10). De esta manera, Balaam confirmó las promesas de Dios a Abraham.
Balac se enojó mucho más mientras Balaam procedí­a a pronunciar sus oráculos, pero el profeta no podí­a hacer nada para evitarlo. Estaba siendo forzado a bendecir a Israel. En seguida, y de manera espontánea, prosiguió profetizando el futuro de otros pueblos: Amalec (v. 20), los queneos (vv. 21, 22), Asiria y Heber (v. 24). Los amalequitas, fieros enemigos de Israel, fueron destruidos en el tiempo de Ezequí­as (1 Crón. 4:43). Algunos de los queneos estaban con Israel, pero Canaán era su tierra y ellos son los primeros mencionados en la lista de los que tení­an que ser desposeí­dos (Gén. 15:19). Heber puede referirse a Babilonia y a Quitim (es decir, Grecia). Si es así­, Balaam estaba viendo hacia el futuro distante de la historia de Israel.

25:1-18 Israel es seducido por Moab

Aunque Israel no podí­a ser maldecido porque la palabra de Dios es todopoderosa, podí­a ser seducido a causa de su debilidad. Una vez más observamos una caracterí­stica de Núm.: yuxtapone la palabra de Dios con la rebelión del hombre. La palabra de Dios habí­a bendecido; ahora Israel se rebelaba. El texto de Núm. no lo dice, pero más adelante en las Escrituras encontramos que fue idea de Balaam seducir a Israel a la idolatrí­a e inmoralidad sexual (2 Ped. 2:13–16; Apoc. 2:14). Ambos pecados estaban conectados, ya sea que el culto a Baal haya involucrado prácticas sexuales, un tipo de culto a la fertilidad, o que la seducción de las mujeres moabitas llevaran a Israel a compartir su idolatrí­a. Esto era un anticipo de los peligros en Canaán, y más adelante Israel cayó de la misma manera. Al pueblo de Dios continuamente se le advierte en contra de los matrimonios con personas de las naciones que los rodeaban, porque los alejarí­an de los caminos de Dios.
Cuando Israel pecó en Sinaí­ con el becerro de oro, los levitas se consagraron a sí­ mismos para el servicio a Dios matando inclusive a sus propias familias (Exo. 32:25–29). En esa ocasión, el nieto de Aarón, Fineas, sobresalió mostrando celo por la gloria del Señor. Viendo que un israelita tomaba a la hija de un jefe madianita y la metí­a en su tienda, los siguió y atravesó a ambos con su lanza. Eran culpables de haber desafiado abiertamente la palabra de Dios y descaradamente hací­an caso omiso del dolor de los israelitas. La acción de Fineas detuvo la plaga que ya habí­a cobrado 24.000 vidas (Pablo dice 23.000 en un solo dí­a; 1 Cor. 10:8; cf.cf. Confer (lat.), compare la acción de Aarón unos años atrás, 16:47, 48). En reconocimiento al celo de Fineas, Dios confirmó su sacerdocio con un pacto perpetuo (25:13; ver Neh. 13:29). Dios manifestó su misericordia haciendo este pacto, porque eso garantizó que habrí­a sacerdo tes en el futuro para hacer expiación por Israel. El NTNT Nuevo Testamento declara que el sacerdocio aarónico habí­a sido cambiado con la obra de Cristo (Heb. 7:11–22). En esto no hay ningún conflicto. Por medio del trabajo de los profetas se aclaró que el sacerdocio encontrarí­a su cumplimiento en Cristo.
Finalmente, en el desierto, Dios ordenó a Israel que tratara a los madianitas como a enemigos a causa de este evento. Su destrucción se llevó a cabo rápidamente (cap. 31).

26:1-36:13 NUEVOS PREPARATIVOS PARA HEREDAR LA TIERRA PROMETIDA
El tema de la tercera parte del libro es la herencia. El perí­odo en el desierto estaba concluyendo, e Israel estaba en su último campamento. Necesitaban hacer nuevos preparativos para poseer la tierra que Dios habí­a jurado darles. La atención se centra sobre cómo deberá repartirse la tierra y sobre las leyes que habrí­an de observarse una vez que estuvieran allí­.

26:1-27:23 Israel es contado (el segundo censo); la tierra que debe ser repartida

26:1–4 Se ordena un segundo censo. Esta fue la manera en que se inició la primera preparación. El nuevo censo fue una señal de que el perí­odo de juicio estaba concluyendo y que era tiempo para prepararse de nuevo para entrar a la tierra prometida. El censo se llevó a cabo sobre la misma base del primero (26:2 repite brevemente 1:2).
26:5–51 Israel es contado por clanes. Deben notarse tres caracterí­sticas en el informe de este censo: El total de israelitas habí­a caí­do ligeramente en el lapso de los cuarenta años (ver 1:17–46); algunas tribus habí­an aumentado, otras disminuido; en esta ocasión se nombran los clanes dentro de cada tribu. Se hacen algunos comentarios sobre la rebelión de Coré (lo cual es una advertencia; v. 10; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 10:6–11), la muerte de dos de los hijos de Judá (v. 19) y el hecho de que Zelofejad, de la tribu de Manasés, sólo tení­a hijas (v. 33).
Es importante comprender por qué se registró el censo de esta manera. Primero, el escaso decrecimiento en los números apunta al hecho de que a la generación que cayó en el desierto se le retuvo la bendición debido a su rebelión. El crecimiento en número era una bendición de Dios, pero al refle- xionar sobre la historia, Israel consideró que esos habí­an sido años perdidos. La otra caracterí­stica refleja el interés primordial del autor en los caps. 26–36: la herencia. Cada una de estas caracterí­sticas da forma a la manera en la cual Israel poseerí­a la tierra. Esto será más obvio mientras la tercera parte de Núm. se vaya desenvolviendo. De manera particular, la tierra se repartirí­a entre las tribus de acuerdo con su tamaño, y esto determinarí­a su oportunidad para enriquecerse y crecer a través de los siglos. También se puede observar que otras dos secciones más se dedican al problema del derecho de herencia de las hijas de Zelofejad, una preocupación vital porque la herencia normalmente se pasaba a los hijos (27:1–11 y 36:1–13).
26:52–56 Repartición de la tierra. El interés central de la tercera parte de Núm. es la herencia en Canaán. Cada tribu poseerí­a tierra en proporción a su tamaño, distribuida por sorteo. Esto no significa dejarlo al azar. Era bien sabido que Dios tení­a el poder para determinar el resultado del sorteo (Prov. 16:33).
26:57–62 Los levitas son contados. En el primer censo los levitas fueron contados aparte porque no servirí­an en el ejército, sino que serí­an sacerdotes. En esta ocasión, fueron omitidos del censo principal porque no recibirí­an herencia alguna. Esta no era una nueva o diferente razón. Si hubieran recibido tierra al igual que las otras tribus, se hubieran distraí­do de su servicio a Dios debido al cultivo (ver 18:8–32). Esto refleja un principio: Que los ministros de Dios no deben enredarse con negocios mundanos sino que deben dedicarse completamente al servicio a Dios (2 Tim. 2:4).
26:63-65 No quedaba ni uno de la primera generación. Esta era la razón por la que se ordenó el censo. Este es un serio recordatorio de que el juicio de Dios es seguro y cierto. Así­ como lo prometió con juramento, no quedó ni uno de la generación que se rebeló, salvo Josué y Caleb. Nunca se debe ignorar el hecho que Dios siempre cumplirá su palabra. Particularmente, ningún juramento de Dios ha dejado de cumplirse, ni dejará de cumplirse.
27:1–11 Herencia de las hijas de Zelofejad. Era costumbre que la herencia pasara a los hijos (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gén. 27; Deut. 21:15–17; Luc. 15:11–32). Las genealogí­as rara vez mencionan a una mujer (Mat. 1:3–5 es una excepción). Es obvio que las mujeres no tení­an una posición independiente sino que estaban bajo la autoridad del padre o del esposo (ver material sobre el capí­tulo 30). Los apóstoles observaron el principio de la autoridad del hombre dentro de la iglesia (1 Cor. 11:2–16; 14:34–37; 1 Tim. 2:9–15; 1 Ped. 3:1–6). Las hijas de Zelofejad tení­an temor de quedarse sin herencia, ya que su padre habí­a muerto y no tení­an hermanos. Su acción es bastante significativa. Ellas se pusieron de pie a la entrada del tabernáculo (v. 2). (Este era el lugar de juicio donde los lí­deres del pueblo se reuní­an y, lo más importante, el lugar donde estaba el Juez de toda la tierra [ver material sobre 16:16–35].) De esta manera, apelaron a Dios, el defensor de los indefensos, los huérfanos y las viudas (Stg. 1:27). Siempre fue preocupación suya defender el derecho de su pueblo para ocupar la tierra (considere 1 Rey. 21; Isa. 5:8).
La apelación presentada por las hijas de Zelofejad les permitió obtener justicia, e Israel recibió una ley permanente para defender los derechos de quienes se encontraran en una situación similar (vv. 6–11). Este no era un detalle accidental en la vida de Israel. La posición de las hijas de Zelofejad ya se habí­a insinuado en 26:33, y es el asunto con el cual se cierra todo el libro (36:1–13). El significado espiritual de este asunto es inmenso. Canaán era la tierra donde Dios establecerí­a compañerismo con su pueblo. Si alguien era excluido, quedarí­a fuera del compañerismo con Dios. Canaán no era simplemente un lugar dónde vivir; tampoco era un mero sí­mbolo de la nueva tierra o de la nueva Jerusalén. Históricamente constituí­a el reino de Dios y el único lugar en la tierra donde Dios era conocido (Deut. 4:7). Por medio de la instrucción que se impartirí­a aquí­, los hombres y las mujeres entrarí­an al reino de Dios. Por lo tanto, no era un asunto sin importancia.
27:12–23 Josué es nombrado sucesor de Moisés. Moisés pronto ascenderí­a al monte Nebo, donde morirí­a (Deut. 32:48–52; 34:1–12). Sus últimas acciones serí­an: Nombrar a Josué, vengarse de Madián y entregar nuevamente la ley de Dios. Aun este gran siervo de Dios, quien fue fiel †œen toda la casa de Dios† (Heb. 3:2), no pudo entrar a Canaán porque en una ocasión no le dio la honra a Dios como santo. Esto debe enseñar al pueblo de Dios a temer su santo nombre (Isa. 6:1–5). La santidad de Dios es absoluta; no puede ser modificada ni una jota para acomodar a la gente pecadora. Esto debiera servirnos como un solemne estí­mulo para escuchar la palabra de Dios, cada lí­nea y oración de ella. Pero aun así­, parece imposible que la gente pueda entrar al reino de Dios y, por lo mismo, es causa de regocijo que Cristo Jesús haya entrado al mismo cielo en nuestro favor (Heb. 9:24). El entró a donde ningún hombre puede ir.
Moisés, sabiendo que pronto morirí­a, mostró su caracterí­stica preocupación por el pueblo; no los dejarí­a como ovejas sin pastor (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Rey. 22:17; Eze. 34:5; Mat. 9:36). El le pidió a Dios que eligiera un nuevo lí­der, porque sólo Dios conoce el corazón de los hombres, y él es Dios de los espí­ritus de toda carne (v. 16; ver 16:22). Los apóstoles mostraron la misma preocupación cuando escogieron a alguien que tomara el lugar de Judas Iscariote (Hech. 1:24). El pueblo de Dios necesita ser dirigido por gente aprobada por Dios. Los lí­deres escogidos por Dios siempre se sentí­an inquietos deseando saber si estaban o no actuando bajo su voluntad (ver 1 Sam. 30:7, 8; Hech. 16:6–10). Josué es identificado como hombre en el cual hay espí­ritu (v. 18). Los lí­deres de Israel sólo podí­an proveer dirección por el Espí­ritu de Dios (ver 11:25; 1 Sam. 16:1–13; Hech. 20:28). El acto simbólico que se usó para comisionar a Josué fue la imposición de manos (ver material sobre 8:5–26).

28:1-30:16 Ofrendas y votos

28:1–8 Los holocaustos diarios. Esto confirma la ley provista en Exo. 29:38–43. A esta sección también se adhieren otras leyes (Lev. 1–7; 23; y Núm. 15). Cada mañana y cada tarde se tení­a que sacrificar un cordero. Pero lo más importante era el motivo para ello: †œYo habitaré en medio de los hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehovah su Dios †¦ † (Exo. 29:45, 46). El sacrificio que ofreció Elí­as en el monte Carmelo se llevó a cabo a la hora del sacrificio vespertino, y su propósito era exactamente el mismo establecido en la ley: †œÂ¡Oh Jehovah, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel† (1 Rey. 18:36). Estas leyes se confirman en este punto porque el interés principal es la herencia. La única razón para que el pueblo realmente deseara la herencia era porque ahí­ serí­a el lugar donde Dios morarí­a con ellos. Todo el tiempo el autor tiene su mira puesta en el cumplimiento del pacto con Abraham. Poseer la tierra y convertirse en una gran nación era el propósito principal por el cual Dios pudo haber creado un pueblo para alabanza suya. Por eso, los sacrificios de los corderos eran un medio para lograr ese gran propósito.
El NTNT Nuevo Testamento enseña que estos sacrificios eran †œtipos†, presagiando la muerte de Cristo. El era el cordero sin mancha que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Por supuesto, él murió a la hora del sacrificio de la tarde, cuando también se inmolaban los corderos de la Pascua. Su muerte abolió estos sacrificios, y muy pronto dejaron de ofrecerse cuando el templo finalmente fue destruido en el año 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo
La gran cantidad de sacrificios muestra el peso del pecado que debe ser quitado antes de poder acercarse a Dios. También hablan de la inmensa gracia de Dios al haber provisto a Israel con riquezas, rebaños y manadas a fin de que pudieran presentarle sus sacrificios. Ellos sólo traí­an una parte de lo que él les habí­a dado. Lo mismo es verdad en cuanto a las ofrendas que los cristianos de hoy deben presentar; sólo le devuelven a Dios una pequeña parte de lo que han recibido. El patrón de los sacrificios matutinos y vespertinos ha sido tomado como un modelo para perí­odos de oración en la iglesia. Ciertamente, los apóstoles en los primeros tiempos del NTNT Nuevo Testamento observaban las horas de oración del templo (Hech. 3:1). No se nos dice si acaso esta práctica se mantuvo, pero sí­ sabemos que los apóstoles enseñaban a las iglesias que oraran continuamente (1 Tes. 5:17).
28:9, 10 El holocausto de cada sábado. Estos eran además de las ofrendas diarias. El sábado estaba santificado para el Señor (Exo. 20:8–11; Deut. 5:12–15).
28:11–15 El holocausto para el primero de cada mes. Los israelitas usaban un calendario lunar, de esta manera los meses se determinaban por las fases de la luna. Cada mes era de unos 29 a 30 dí­as; de ahí­ que el año era aproximadamente 14 dí­as más corto que un año solar completo. Por lo tanto, a intervalos se tení­a que agregar un mes a fin de restaurar el calendario. El inicio de cada mes se observaba como un sábado. En este dí­a se ofrecí­an dos novillos, un carnero y siete corderos, además de un macho cabrí­o como ofrenda por el pecado. Es como si no se hubiera podido comenzar cada nuevo mes sin cubrir el pecado.
28:16–25 El holocausto en la Pascua. Las ofrendas durante la Pascua eran las mismas que para la fiesta de la luna nueva, excepto que se repetí­an por siete dí­as. La Pascua también se distinguí­a por el uso de los panes sin levadura. Se celebraba en el primer mes, Nisán (o Abib), el cual caí­a en marzo-abril (Exo. 12; Núm. 9:1–14; Deut. 16; Jos. 5:10; 2 Rey. 23:21). Este fue el tiempo durante el cual Cristo Jesús murió como el cordero pascual (Juan 19:17–37; 1 Cor. 5:7).
28:26–31 El holocausto en la fiesta de las semanas. Este era el segundo gran festival; también se le conocí­a como el dí­a de las primicias y celebraba el final de la cosecha de la cebada (Exo. 23:16; Lev. 23:15–21; Deut. 16:9–12). Caí­a siete semanas (50 dí­as) después de la Pascua, a finales de mayo (el comienzo de Siwan); también se le conocí­a como Pentecostés. Fue durante esta fiesta que el Espí­ritu Santo fue enviado sobre los primeros discí­pulos de Cristo, quienes eran como las primicias de la cosecha del evangelio (Hech. 2).
29:1–6 El holocausto en la fiesta de las Trompetas. Los restantes tres festivales se celebraban en el séptimo mes (Tishri, septiembre/octubre). Las trompetas se tocaban en el primer dí­a del mes (cf.cf. Confer (lat.), compare Lev. 23:23–25). Las ofrendas eras las mismas que para las dos primeras fiestas, excepto que sólo se ofrecí­a un macho cabrí­o. El tocar las trompetas era significativo. Convocaba al pueblo y pedí­a a Dios que se acordara de ellos (ver 10:1–10).
29:7–11 El holocausto en el dí­a de la Expiación. El dí­a diez del séptimo mes era el dí­a de la Expiación, cuando se alejaba todo pecado (Lev. 16:1–34; 23:26–32). Esta era la única ocasión en el año cuando el sumo sacerdote podí­a entrar al lugar santí­simo. La santidad de Dios y la naturaleza pecaminosa humana son enteramente incompatibles (Lev. 16; Heb. 9:7). En ese dí­a, el pueblo de Israel debí­a afligirse y negarse. El verbo heb. significa †œhumillarse† y parece implicar el ayuno. El ritual involucraba quemar todo el sacrificio en vez de comerlo (el cordero pascual se comí­a) y el chivo expiatorio se enviaba lejos al desierto. Con el tiempo, Isaí­as pudo haberse estado refiriendo a esto cuando habló del dí­a de ayuno (Isa. 58:1–4). La razón principal para negarse a sí­ mismo era que Israel estaba haciendo memoria de sus pecados y arrepintiéndose de ellos.
29:12–38 El holocausto en la fiesta de los Tabernáculos. El tí­tulo †œfiesta de los Tabernáculos† se deriva de Lev. 23:33–43, pero no se usa aquí­. Este era el último gran dí­a del año, †œel dí­a 15 del mes séptimo†. En el primer dí­a se sacrificaban 13 novillos, 2 carneros y 14 corderos. Por siete dí­as se reducí­a el número de los novillos, uno cada dí­a. En el octavo dí­a se presentaban las mismas ofrendas que se ofrecí­an en las otras fiestas. El interés en Núm. es sobre las ofrendas. De Lev. y Deut. 16:13–17 aprendemos un poco más en cuanto al significado de la fiesta de los Tabernáculos (ver también Neh. 8:13–18). Era el tiempo de la última cosecha, un tiempo de regocijo cuando Israel traerí­a abundantes ofrendas voluntarias (v. 39). Esta fue la ocasión cuando Salomón dedicó el templo, ofreciendo 22.000 toros y 120.000 ovejas y cabras, durante el lapso de catorce dí­as (1 Rey. 8:2, 62–66).
Existe una gran analogí­a espiritual en estos festivales. La Pascua (la conmemoración de la liberación de Egipto y de la muerte) corresponde a la crucifixión de Cristo; la fiesta de las semanas o Pentecostés (el dí­a de las primicias) corresponde al enví­o del Espí­ritu Santo y los primeros frutos de la cosecha del evangelio (Hech. 2). De igual manera, la de los Tabernáculos corresponde a la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, marcando el final de la cosecha. El tiempo entre la fiesta de las semanas y la de los Tabernáculos era un perí­odo ocupado cuando Israel trabajaba para la cosecha. De igual manera, entre Pentecostés y la segunda venida los obreros son enviados a levantar la cosecha entre los gentiles (Mat. 9:37, 38; 13:30–39; Luc. 10:2; Juan 4:35). Al final de los tiempos se levantará la cosecha y la cizaña será arrojada al fuego (Mat. 13:39; Mar. 4:29; Apoc. 14:15).
La cosecha también era un tiempo para recordar que Dios les habí­a dado la tierra prometida y bendecido abundantemente allí­ (he aquí­ por qué habitaban temporalmente en enramadas, recordando su peregrinaje hacia la tierra). De igual manera, al final de los tiempos, el pueblo de Dios se regocijará en él quien los ha llevado al reino eternal. De esta manera, la fiesta de los Tabernáculos celebra la herencia, el tema central de los caps. 26–36. Por último, hay un punto análogo. Así­ como las trompetas convocaban al pueblo a ésta que era la más grande de las fiestas, así­ al final de los tiempos la trompeta llamará a la gente a reunirse ante Dios quien es el juez de los vivos y los muertos.
29:39, 40 Ofrendas adicionales. Todos estos holocaustos eran en adición a ofrendas voluntarias y a ofrendas entregadas en cumplimiento de votos. Muchos sacrificios eran una expresión de gratitud abundante. El corazón del asunto se resume en el NTNT Nuevo Testamento: †œDios ama al dador alegre† (2 Cor. 9:7). Aun después de hacer todo lo que hacemos, somos siervos inútiles, porque sólo hemos cumplido con nuestro deber (Luc. 17:10).
30:1–16 Leyes acerca de los votos. Las leyes acerca de los votos siguen naturalmente a las leyes relacionadas con los holocaustos (29:39). El fundamento principal es que los votos deben cumplirse (Deut. 23:21–23; Ecl. 5:4). Hay muchos ejemplos de votos en las Escrituras, y algunos son muy extremistas (Jue. 11:30–40). Si no se podí­a cumplir el voto, Lev. 27 explica qué debí­a hacerse. Sin embargo, aquí­ la preocupación es con los votos hechos por una mujer. El asunto es que la mujer estaba bajo la autoridad de su padre o esposo, y él podí­a anular su voto. Ella no tení­a un derecho absoluto en este asunto. Sin embargo, si una viuda, que no estaba bajo la autoridad de ningún hombre, hací­a un voto, estaba obligada a cumplirlo. El NTNT Nuevo Testamento requiere que las esposas cristianas se sometan a sus esposos en la misma manera en que Sara se sometió a Abraham, llamándole †œseñor† (Ef. 5:24; 1 Ped. 3:1–7). Esto se contradice ampliamente hoy, lo cual sólo confirma la verdad de las Escrituras (2 Tim. 4:3; cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 31:10; Ecl. 7:28), y sirve de comentario sobre la edad presente (2 Tim. 3:1–9). La enseñanza del NTNT Nuevo Testamento es sana en este asunto y no permite que los esposos se conviertan en dictadores. Al contrario, ordena el más profundo amor y autosacrificio para con la esposa, pero sólo dentro de los lí­mites de la Escritura y nunca al punto de abdicar su autoridad bí­blica (Ef. 5:25–33).

31:1-32:42 Venganza sobre Madián y establecimiento en la Transjordania

El punto más importante que debe notarse en cuanto al cap. 31 es que no es una narración de alguna batalla. Por ejemplo, no es como Jos. 8 (la batalla en contra de Hai) o 1 Sam. (el ataque de Jonatán sobre los filisteos). El autor no está interesado en la batalla como tal, la cual menciona en un versí­culo (v. 7). Por el contrario, el interés del autor descansa en tres áreas: El botí­n y los despojos de la batalla (lo cual abarca 46 versí­culos; vv. 9–54); el orden de batalla (como en ocasiones anteriores, el autor está interesado en el orden de marcha; 10:11–36); y la purificación (vv. 19–24). Estas son preocupaciones constantes de Núm. Los atributos divinos relacionados son su santidad y el hecho de que él es un Dios de orden, no de confusión (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 14:33). Dios muestra su santidad tomando venganza, ordenando su ejército, tomando botí­n y requiriendo que sus soldados se purifiquen.
31:1–24 Venganza sobre los madianitas. Este relato comienza con un solemne recordatorio de que Dios tiene autoridad de quitar la vida. La destrucción de los madianitas era una venganza justa por el mal que habí­an hecho en contra del pueblo de Dios, conduciéndolo a deshonrar a Dios (ver Núm. 25). Al mismo tiempo, Dios recuerda a Moisés que él también morirá en breve. Esto también muestra la perfecta justicia de Dios. No sólo tomó venganza en contra de sus enemigos, sino que tampoco pasó por alto el pecado de su amado siervo. Esto es porque su santidad y gloria son más importantes que la vida de los hombres. Moisés impartió a Israel la lección de que Dios †œno hace distinción de personas ni acepta soborno† (Deut. 10:17; Eze. 18; cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 10:34, 35).
El orden de batalla se estableció en conformidad con principios bien establecidos, reflejando la santidad y orden de Dios. Cada tribu tení­a una parte igual que desempeñar. Fineas, el hijo del sumo sacerdote, fue con el ejército de 12.000. El ya se habí­a distinguido (25:6–13), y debe haber sido una fuente de estí­mulo para el ejército tenerlo en su medio, ya que Dios habí­a jurado que su sacerdocio perdurarí­a (25:10–13). Tomó las trompetas para dirigir la batalla e invocar a Dios para que se acordara de su pueblo en tiempo de guerra (10:9), y los utensilios del santuario (v. 6). El texto registra una victoria. Israel mató a todos los varones madianitas, incluyendo a Balaam, el arquitecto de su caí­da (v. 8). Más tarde en la historia los madianitas se levantaron nuevamente como enemigos (Jue. 6–8). Esto no arroja duda sobre la verdad histórica del registro de esta victoria. Por el contrario, aparentemente los madianitas eran una confederación de tribus ampliamente diseminadas, asociadas con los amalequitas, moabitas, ismaelitas y otros. Estos eran los madianitas que se encontraban con Moab.
Moisés no permitió que a su retorno el ejército trajera los cautivos al campamento. El estaba enojado porque habí­an perdonado la vida de las mujeres, las mismas que habí­an seducido a Israel con la idolatrí­a e inmoralidad. A su mandato, sólo las jóvenes ví­rgenes fueron perdonadas, y ellas vinieron a ser parte de la nación. Es importante comprender la verdadera naturaleza de esta matanza de mujeres y niños varones. Dicha destrucción casi total no fue de la misma í­ndole de la que sufriera Arad: †œdedicado a destrucción† (21:1–3), y que más tarde también cayera sobre Jericó (Jos. 7) y los amalequitas (1 Sam. 15:3). (Este tema se discute en 14:39–45.) Aquella requerí­a que toda alma viviente fuera muerta, incluyendo los animales, y las ciudades y posesiones eran quemadas o puestas en la tesorerí­a del santuario. El ataque sobre Madián fue diferente; fue una venganza o †œretribución† (v. 3). Por lo tanto, el botí­n no tení­a que ser destruido. Una vez que era purificado podí­a ser dividido (cf.cf. Confer (lat.), compare Jos. 6:21, 24; 7:1–26; 1 Sam. 15:13–33). Las mujeres y los niños eran matados porque las mujeres ya habí­an hecho que Israel se apartara del Señor, y si se les dejaba vivas continuarí­an siendo una amenaza a la fidelidad de Israel (ver 25:1–18). Este tipo de mujeres fueron la causa de la caí­da de Salomón (1 Rey. 11:1–13).
Los soldados eran impuros a causa de su contacto con los muertos, y no pudieron entrar al campamento por siete dí­as (vv. 19–24). La pureza del campamento era de vital preocupación para Moisés. El no admitirí­a las mujeres madianitas (v. 13).
Nota. †œRetribución† sugiere justicia, mientras que venganza sugiere la ira personal de Dios. La ira y venganza de Dios son ideas ofensivas a mucha gente moderna, mayormente porque presuponen que la ira y venganza de Dios es algo irracional, caprichoso, fuera de control. Pero las Escrituras enseñan que la ira de Dios se manifiesta en contra del pecado del hombre (Rom. 1:18), †œmí­a es la venganza; yo pagaré, dice el Señor† (Rom. 12:19). Su ira y †œvenganza† manifiestan su justa indignación, y no son el resultado de un mal carácter.
31:25–54 Reparto del botí­n de la victoria. El autor muestra más interés en el botí­n que en la batalla porque éste era parte de la herencia en la Transjordania. El plan de dividirse el botí­n (ovejas, ganado vacuno, asnos y las jóvenes ví­rgenes) rendí­a respeto al sacerdocio y recompensaba la faena de la batalla de los soldados. Los soldados recibí­an la mitad, de la cual pagaban tributo, uno por cada 500 para el sumo sacerdote. La congregación recibió la mitad, de la cual dieron una quinta parte a los levitas. Así­, por ejemplo, la familia de Eleazar recibió 675 ovejas, cada soldado del ejército (de 12.000 hombres) cerca de 28 ovejas, los levitas (23.000) aprox. una oveja entre cuatro y la congregación (589.730 excluyendo el ejército de 12.000) cerca de una oveja entre dos. No se da un total del botí­n de plata y oro. Cada soldado tomó su parte (v. 53). Dado que ningún soldado murió en la batalla, ellos ofrecieron el oro al Señor (vv. 49, 50). Esto también era para hacer expiación por sí­ mismos. Habí­an tomado la vida de hombres, y el derramamiento de sangre los habí­a hecho impuros (vv. 19–24). Las cantidades han sido cuestionadas por varios eruditos. Ellos dudan que 12.000 hombres pudieran derrotar a todo el pueblo madianita que debe haber incluido muchos guerreros, juzgando por el hecho que fueron tomadas 32.000 jóvenes ví­rgenes. Algunos sugieren que el número es artificial. Sin embargo, puede ser un error ignorar el hecho que a través de la historia el pueblo de Dios ganó notables victorias (p. ej.p. ej. Por ejemplo: Jue. 7; 1 Sam. 30). Esto sucede por una sola razón, porque el Señor peleaba por ellos, tal como lo habí­a prometido (Deut. 28:7; 32:30).
32:1–42 Establecimiento en la Transjordania. Los territorios de Jazer y Galaad están al oriente del Jordán. Eran tierras altas (arriba de 600 m.m. Metro), gozaban de buena lluvia y eran ideales para los rebaños y el ganado (v. 4). Sin embargo, estaban afuera de la tierra prometida a Abraham. Por lo tanto, es sorprendente que estas tribus desearan establecerse ahí­. Moisés realmente estaba pasmado, recordando la rebelión en Cades-barnea aproximadamente 40 años atrás (vv. 11, 12; ver 14:21–35). El tení­a temor de que estas tribus desanimaran a toda la nación de entrar a Canaán. Moisés conocí­a bastante bien la naturaleza humana. Es una tendencia natural poner nuestra mirada en la gente a nuestro alrededor en vez de mantener nuestros ojos puestos en Dios y en su palabra (ver, p. ej.p. ej. Por ejemplo Juan 21:20, 21). Cuando esto sucede, las normas de la obediencia tienden a rebajarse entre el pueblo de Dios.
En esta ocasión, los hijos de Rubén y los de Gad se comprometieron a cruzar el Jordán, inclusive adelante de las otras tribus, a fin de cumplir con su responsabilidad de asegurar que Israel tomara posesión de la tierra prometida. Moisés los obligó a que cumplieran con esto, dejando instrucciones a Josué y a Eleazar de no darles la herencia si no cumplí­an con su palabra (vv. 28–30). Cualquier falla serí­a pecado: y sabed que vuestro pecado os alcanzará (v. 23). Estas palabras se han convertido en un proverbio. Después de acordar que los de las tribus de Rubén y Gad podí­an establecerse en la Transjordania, media tribu de Manasés se unió a ellos (v. 33), ya que también habí­an estado involucrados en la conquista de esas tierras (vv. 39–42). El relato concluye con una breve nota en relación con el trabajo de construcción que llevaron a cabo.
Si aceptamos que los eventos de los caps. 20–36, desde la muerte de Marí­a, abarcaron los 40 años, entonces el asunto del establecimiento en la Transjordania debe haberse presentado en algún tiempo alrededor de diciembre (es decir, el noveno mes). Esto debe haber sido después de las primeras lluvias, y la riqueza de las pasturas debe haber sido muy atractiva (vv. 1, 4). Antes del fin del año, el primer dí­a del décimo primer mes (Deut. 1:3), Moisés convocó a todo Israel para que otra vez escucharan la ley, antes que él ascendiera al monte Nebo y muriera ahí­. Esto deja un intervalo de más o menos un mes, en el cual estas tribus organizaron su asentamiento. Esto no hubiera sido suficiente para llevar a cabo un buen trabajo de construcción. Por lo tanto, los últimos pocos versí­culos (vv. 34–42) pueden referirse al trabajo que llevaron a cabo un tiempo más tarde (después de Josué 13:1–33; 22). Por supuesto, los nombres de las ciudades fueron cambiados, lo cual probablemente se hizo después del establecimiento. El hecho de que esto se registre aquí­ parece ser para implicar que el relato finalmente se escribió después de que las tribus se habí­an establecido en sus tierras. Esta no es la única indicación de que el Pentateuco se completó un tiempo después de los eventos en la vida de Moisés (ver la Introducción).

33:1-49 Resumen del viaje

Este registro de los lugares donde Israel acampó durante su peregrinaje es una parte del texto que Moisés escribiera (v. 2). Algunos de los lugares mencionados en esta lista son difí­ciles de identificar. Por lo tanto, es imposible, debido a nuestro conocimiento, marcar exactamente en un mapa la ruta. El formato de la lista es muy repetitivo; se agregan algunos comentarios ocasionales (vv. 4, 8, 9, 14, 38, 40). La razón por qué este registro se encuentra aquí­ es bastante obvia: Es un resumen y conduce a la conclusión del relato. Lo único que resta en Núm. tiene que ver exclusivamente con la herencia: Posesión, distribución y la expulsión de los habitantes (33:50–56); delimitaciones (34:1–15); lí­deres con la responsabilidad de asignar el territorio (34:16–29); pueblos y ciudades para los levitas (35:1–34); y la naturaleza inamovible de la herencia (36:1–13).
El registro está constituido estrictamente de una lista de los lugares donde acampó el pueblo y no es una breve historia, y por ello se refiere de paso al éxodo (vv. 3, 4) y al cruce del mar Rojo (v. 8), y no menciona para nada la larga estadí­a en Sinaí­ (vv. 15, 16). Este registro cierra el vací­o entre los caps. 19 y 20, describiendo la ruta que tomó Israel (vv. 19–35). El dí­a de la muerte de Aarón, el primer dí­a del noveno mes del año 40, es importante para fechar los eventos (v. 38). Comenzando con la primera Pascua, el registro cubre los 40 años y concluye con un cuadro de las huestes de Israel expandidas a orillas del Jordán entre dos lugares separados por varios km.km. Kilómetro(s), Bet-jesimot (la moderna Tell el-Azeimeh) y Abel-sitim (la moderna Tell Kefraim). La amplitud de los campamentos implica grandes cantidades. Los miles de millares de israelitas esperaban a la puerta de su herencia. Antes de que entraran, tení­an que ser instruidos en la ley.

33:50-36:13 Mandamientos acerca de la herencia

Estas leyes, y todo el libro de Deuteronomio, fueron dados en las planicies de Moab, frente a Jericó (36:13).
33:50–56 Mandato de expulsar a los habitantes de Canaán. El mandato de tomar posesión de Canaán contiene tres elementos: La tierra es dada a Israel, tal como se prometiera en el pacto con Abraham (Gén. 15:18–21); un resumen de la manera en que debí­a ser distribuida (repitiendo así­ 26:52–56); y el mandato de expulsar a las naciones, destruir sus í­dolos y sus lugares altos. Este mandato se encuentra en Exo., Lev. y Deut. (Exo. 23:23–33; 34:11–17; Lev. 20:1–5, 22–26; Deut. 7:1–5; 12:29, 30; 13:6–18; 29:16–28).
34:1–15 Fronteras de la tierra prometida. A Abraham se le prometió la tierra que se extendí­a entre los rí­os de Egipto y el Eufrates, identificada como †œla tierra de los queneos, quenezeos, cadmoneos, heteos† (Gén. 15:18–21; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 11:24). Las fronteras aquí­ descritas se ajustan a las que se conocen por medio de textos egipcios del segundo milenio a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Esto indica que la descripción de Canaán que se da aquí­ es antiquí­sima. Para el tiempo cuando Israel arribó a Moab, las fronteras podí­an definirse refiriéndose a ciudades y lugares, y Josué siguió estas mismas fronteras (Jos. 15–19). La tierra debí­a repartirse entre nueve tribus y media, ya que dos tribus y media se establecerí­an en la Transjordania (v. 32). Sin embargo, parece ser que nunca se tomó posesión de la tierra prometida en toda su extensión. Por un breve perí­odo, durante los reinados de David y Salomón, Israel controló la tierra desde el Eufrates hasta Gaza, o desde Dan hasta Beerseba (1 Rey. 4:24, 25), pero después su territorio se redujo. Sin embargo, el ideal de la promesa nunca se perdió de vista (Eze. 47:15–20). Inclusive hoy, Israel aún reclama, en una escala más limitada, este territorio. El restablecimiento del Estado de Israel, en la medianoche del 14 de mayo de 1948, fue un evento sensacional en tiempos modernos, después de siglos durante los cuales la tierra habí­a sido ocupada por otras naciones. Pero la promesa a Abraham espera su cumplimiento.
34:16–29 Los lí­deres repartirí­an la tierra. Josué y Eleazar fueron autorizados para realizar esta tarea (v. 17), y su labor se registra en Jos. 14–19. Diez lí­deres de las tribus fueron nombrados para que les asistieran (vv. 18–29). Varios de los nombres en la lista contienen la palabra †œEl† (†œDios†). Esto es evidencia de la antigüedad de la lista misma, ya que nombres posteriores contienen el nombre de †œel Señor† (ver material sobre 1:4–16). También pudiera apuntarse que estos eran hombres de edad bastante avanzada; p. ej.p. ej. Por ejemplo Caleb tení­a como 80 años (ver Jos. 14:10). Aun cuando estos eran los lí­deres de las tribus de Israel, estaban definitivamente sujetos a Josué y a Eleazar. Caleb, p. ej.p. ej. Por ejemplo, unos cinco años más tarde, le pidió a Josué que le diera la herencia que se le habí­a prometido. Este tipo de una alta autoridad era esencial para prevenir disputas territoriales entre las tribus. Tení­a que estar claro que la tierra era repartida de acuerdo con la voluntad de Dios, por medio de sus siervos asignados, y las delimitaciones no debí­an ser alteradas (ver Prov. 22:28; 23:10).
35:1–5 Ciudades levitas. La familia de Aarón y los levitas no tendrí­an ninguna herencia (18:20–24). Dependerí­an de los diezmos que las otras tribus pagarí­an. Sin embargo, a fin de preservar su identidad en Israel, les fueron asignadas ciudades en donde vivir. Después de que las tribus tomaran posesión de la tierra, tendrí­an que asignar ciudades para los levitas (Jos. 21). Cada ciudad tendrí­a que incluir campos para pastura, a un lí­mite de 450 m.m. Metro de los muros de la ciudad (v. 4), y con medidas de unos 900 m.m. Metro cuadrados (v. 5). La geometrí­a presenta un pequeño problema. Si los lados eran 900 m.m. Metro de largo, y cada lado del cuadro estaba a 450 m.m. Metro de los muros, los cuatro lados no podí­an unirse. Las medidas podí­an completar un cuadro sólo si se tomaban de un punto central. La evidencia arqueológica sugiere que Bet-semes, una de las ciudades escogidas (Jos. 21:16), cubrí­a aprox. como tres hectáreas. El problema de interpretación de la geometrí­a ha puesto a prueba el ingenio de los eruditos. Es probable que las delimitaciones hayan sido establecidas trazando primero un cuadro o rectángulo alrededor de los muros de la ciudad y después midiendo 450 m.m. Metro desde el muro de la ciudad hacia afuera, a fin de establecer los lí­mites.

Plano de la ciudad leví­tica

El principio, sin embargo, es perfectamente claro en cuanto a que los levitas deberí­an tener una limitada área de tierra para pastura alrededor de sus ciudades.
35:6–34 Ciudades de refugio. Las ciudades de los levitas estaban diseminadas por toda la tierra, en proporción al territorio de cada tribu (v. 8). Esto aseguraba que la instrucción en la ley fuera plantada entre todas las tribus (Deut. 31:9; Mal. 2:6, 7). Debí­a haber 48 de estas ciudades; las mismas fueron escogidas por sorteo unos cuantos años más tarde (Jos. 21:1–42). Mirando hacia adelante, es interesante que los sacerdotes aarónicos se establecieron en Judá (con Simeón y Benjamí­n), y el resto de los cohatitas, los gersonitas y meraritas se establecieron entre las otras tribus. Dios favoreció a Judá colocando sus mejores siervos en ella. Esta debe haber sido la razón principal por la que Judá no se apartó de la ley tan rápidamente como el reino del norte (Israel), escapándose así­ de los asirios que conquistaron Samaria en el año 721 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo La declinación de Judá fue resistida por los descendientes de Aarón; hombres como Jeremí­as. Sin embargo, Judá fue llevada al cautiverio en 586 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Esta historia nos enseña que cuando la iglesia tiene predicadores fieles es una señal del favor de Dios. La iglesia debe orar constantemente porque Dios levante ministros fieles y los vista con salvación.
Seis de las ciudades levitas serí­an ciudades de refugio (v. 6), tres a cada lado del Jordán (v. 14). La persona que mataba a alguien podí­a huir a una de esas ciudades buscando asilo. Huirí­a del vengador. El término heb. para vengador es go†™el, †œpariente redentor† (vv. 12, 19, 21, 24, 25, 27). Era una costumbre antigua que el familiar más cercano a una ví­ctima de homicidio vengara a su familiar. Esto pudiera haber conducido a una serie de asesinatos de †œdiente por diente†. Un ejemplo gráfico de esto se encuentra en el caso de Abner (2 Sam. 2:8–28; 3:19–39). Parte de la tragedia de Abner fue que él murió en las puertas de Hebrón, una ciudad de refugio. Las ciudades de refugio ofrecí­an seguridad al homicida hasta que compareciera para juicio.
El acto de proveer ciudades de refugio muestra que Dios ama la justicia. Por este medio él impuso la ley sobre la costumbre de disputas sangrientas. En una disputa de este tipo se podí­a matar al homicida aun por un asesinato accidental. Por lo tanto, se hizo la distinción entre asesinato y homicidio impremeditado. El asesinato es un acto premeditado, llevado a cabo por hostilidad y alevosí­a (vv. 16–21). El homicidio es matar a alguien pero sin premeditación (vv. 22–24). Esto hace recordar la diferencia entre el pecado deliberado y el pecado por inadvertencia (ver material sobre 15:22–31). Alguien que habí­a cometido un homicidio accidentalmente era protegido de la venganza de algún familiar, aunque perdí­a su libertad (vv. 28, 32). Por otro lado, a ningún asesino se le permití­a seguir viviendo (vv. 21, 31). No habí­a rescate por la vida de un asesino, de la misma manera que no habí­a expiación por el pecado deliberado (15:30, 31). La ley no evitaba que el familiar tomara venganza donde la ley lo permití­a. Por supuesto, en el caso de las viudas que no tení­an familiar alguno, Dios mismo tomaba ese papel (Exo. 22:22–24). El NTNT Nuevo Testamento instruye a los creyentes para que no busquen la venganza, sino que se la dejen al Señor (Rom. 12:19), quien los vengará (Luc. 18:7, 8; Apoc. 6:10; 19:2).
La justicia se fortalecí­a por el requisito de dos o más testigos (v. 30; ver Deut. 17:6; 19:15; Mat. 18:16; 2 Cor. 13:1; Heb. 10:28). Este fue un principio permanente al cual apeló Cristo (Juan 8:16–18; 5:32–41; 1 Jn. 5:6–8). Esta debe haber sido la razón por la cual los apóstoles no iban solos sino en parejas, ya que eran los testigos de Cristo y su testimonio tení­a que ser legalmente válido (Luc. 10:1; Hech. 13:2; note el plural en Hech. 2:32; 10:23; y cómo los discí­pulos son enviados en parejas en Mat. 10:1–4).
La causa fundamental para las ciudades de refugio se encuentra en el pacto con Abraham (el cual está implí­cito en los vv. 33, 34), en cuanto a que la sangre humana profana la tierra. Israel no debí­a contaminar la tierra donde Dios moraba entre ellos. Por esta misma razón Israel habí­a purificado el campamento en Sinaí­, 40 años atrás (5:3). Por lo tanto, la mayor razón no era la justicia por el simple hecho de tener justicia. Por el contrario, era para conservar los propósitos de Dios establecidos en el pacto con Abraham. Estos eran, primero, preservar el compañerismo de Israel con Dios, quien es †œdemasiado limpio como para mirar el mal† (Hab. 1:12, 13) y, segundo, preservar a Israel en la tierra. Sobre este asunto se unen dos de las promesas (v. 34).
El regalo de las ciudades de refugio no era un asunto accidental. Era algo vital y práctico, y tocaba el corazón mismo del plan redentor de Dios. Y lo que es más, el espí­ritu de la ley debe comprenderse. La ley se resume en el amor para Dios y para su pueblo (Mat. 22:34–40). El homicidio va de la mano con el odio, lo cual es lo opuesto al amor (1 Jn. 3:11–15).
36:1–13 La preservación de la herencia. Estas leyes, dadas a Israel en las llanuras de Moab (v. 13), concluyen con un mandato que preservaba la herencia de Israel. El libro de Deut., que está a continuación, trata del mismo asunto pero desde otro punto de vista, instruyendo a Israel sobre cómo vivir a fin de permanecer en la tierra.
Las hijas de Zelofejad recibirí­an la herencia de su padre (cap. 27). Sin embargo, esto presentaba una amenaza a la tribu de Manasés si ellas se casaban con miembros de otra tribu y llevaban consigo parte de la herencia tribal (v. 3). Se presentó la solución y se arregló la situación inmediata: las mujeres debí­an casarse dentro de la misma tribu (v. 6). Es importante observar que la libertad para casarse no es absoluta, sino que queda confinada dentro de los lí­mites de la voluntad de Dios. Hubiera sido ridí­culo para estas mujeres argumentar que ellas amaban a alguien de otra tribu. ¡Ni siquiera lo intentaron! Ellas obedecieron a Dios (vv. 10–12). Esto permite observar un principio para hoy: Los matrimonios cristianos deben llevarse a cabo en sumisión a lo que se conoce de la voluntad de Dios.
El texto continúa hasta establecer un principio general para Israel: Así­ la heredad de los hijos de Israel no pasará de tribu en tribu †¦ (v. 7). Esto se repite para énfasis (v. 9). Esta es una conclusión que coincide con Números. El Señor estaba ordenando que la herencia se preservara por siempre. Esto tiene un inmenso valor para el creyente. Dado que la herencia en Canaán anticipaba la venida del reino de Dios en toda su plenitud, esta ley también asegura que Dios no permitirá que a su pueblo le sea arrebatada la herencia. Se reserva un lugar para cada uno de los que pertenecen a su pueblo. Este mensaje se deja ver en las enseñanzas de Cristo (Luc. 12:32; Juan 6:37, 40; 10:28). ¿Qué es lo que garantiza eternamente la herencia prometida? Es el pacto y juramento que Dios hizo con Abraham, el cual fue confirmado para siempre por el Señor Jesucristo.
Peter John Naylor

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia

Este libro es a veces llamado “En el desierto” por algunos escritores rabínicos porque cubre prácticamente la totalidad de la vida de Israel en el desierto. Su narración comenzó en el Éxodo pero quedó interrumpida por la legislación sinaítica; Números reasume la narrativa a partir del primer mes del segundo año y la continúa hasta el mes undécimo del cuadragésimo año. Pero este perído de 38 años es tocado brevemente; sólo se mencionan el inicio y el fin; pues este espacio de tiempo fue ocupado por la generación de israelitas que habían sido condenados por Dios.

  • 1. Primera Parte (1,1- 14,45): Resumen de los acontecimientos anteriores al rechazo de la generación rebelde, especialmente durante los dos primeros meses del segundo año. El escritor invierte el orden cronológico de esos dos meses para no interrumpir el relato del recorrido por el desierto con la descripción del censo, la organización de las tribus y los deberes de las varias familias de levitas, cuyos sucesos y ordenanzas ocurrieron durante el segundo mes. Así que el autor comienza estableciendo lo que quedó inalterado a través de la vida en el desierto y después vuelve al recorrido desde el primer mes del segundo año.
    • a. 1,1 – 6,27: Se toma el censo, se organizan las tribus en su propio orden, se definen los deberes de los levitas, se promulgan los reglamentos referentes a la limpieza en el campamento.
    • b. 7,1 – 9,14: Los acontecimientos del primer mes: ofrecimiento de los jefes durante la dedicación del tabernáculo; consagración de los levitas y duración de su ministerio; celebración de la segunda Pascua.
    • c. 9,15- 14,45: Señales para desmontar el campamento; el pueblo abandona el Sinaí el vigésimo segundo día del segundo mes y viaja rumbo a Cadés en el desierto de Parán; murmuran contra Moisés debido a la fatiga y el deseo de comer carne; engañados por espías sin fe, se niegan a entrar en la Tierra Prometida y como consecuencia Dios rechaza a toda esa generación.
  • 2. Segunda parte (15,1 – 19,22): Acontecimientos relativos a la generación rechazada.
    • a. 15,1-41: Algunas leyes relativas a los sacrificios; la no observancia del sábado es castigada con la muerte; la ley de los flecos en los vestidos.
    • b. 16,1 – 17,27: El cisma de Coré y sus seguidores; su castigo; se confirma el sacerdocio de Aarón a través de la rama florecida que se conserva como recuerdo en el tabernáculo.
    • c. 18,1 – 19,22: Funciones de los sacerdotes y levitas; su porción; la ley del sacrificio de la vaca roja y las aguas lustrales.
  • 3. Tercera parte (20,1 – 36,13): Historia del viaje desde el primero al undécimo mes del cuadragésimo año.
    • a. 20,1 – 21,20: Muerte de Miriam, hermana de Moisés; de nuevo Dios da agua de la roca al pueblo que murmura, pero niega la entrada a la Tierra Prometida a Aarón y Moisés a causa de sus dudas; Aarón muere mientras el pueblo rodea las montañas de Idumea; los descontentos son castigados con serpientes venenosas.
    • b. 21,21 – 25,18: Captura de la tierra de los amorreos; los moabitas en vano intentan destruir a Israel con la maldición de Balaam; los madianitas inducen al pueblo a la idolatría.
    • c. 26,1 – 27,23: Se toma un nuevo censo orientado a dividir la tierra; la ley de herencia; se designa a Josué como sucesor de Moisés.
    • d. 28,1 – 30,17: Se repiten y completan algunas leyes relativas a los sacrificios, votos y fiestas.
    • e. 31,1 – 32,40: Luego de la victoria sobre los madianitas, se entrega el territorio de la otra rivera del Jordán a las tribus de Rubén y Gad, y a la media tribu de Manasés.
    • f. 33,1-40: Lista de campamentos del pueblo de Israel durante su travesía por el desierto.
    • g. 33,50 – 36,13: Orden de acabar con los cananeos; límites de la Tierra Prometida y nombres de los varones que habrían de dividirla; ciudades levíticas y de refugio; ley relativa al asesinato y homicidio; ordenamiento relativo al matrimonio de las herederas.

Fuente: Maas, Anthony. “Pentateuch.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/11646c.htm

Traducido por Javier Algara Cossío. L H M

Fuente: Enciclopedia Católica