PASCUA

v. Fiesta
Exo 12:11 y lo comeréis así .. es la P de Jehová
Num 9:5 celebraron la p en el mes primero, a los
Num 28:16 a los 14 días del mes .. la p de Jehová
Deu 16:1 el mes de Abib, y harás p a Jehová tu
Jos 5:10 los hijos de Israel .. celebraron la p
2Ki 23:21 haced la p a Jehová vuestro Dios
2Ch 30:1 para celebrar la p a Jehová Dios de
2Ch 35:1 Josías celebró la p a Jehová en Jerusalén
Ezr 6:19 hijos de la cautivida celebraron la p
Mat 26:2 que dentro de los días se celebra la p
Mat 26:19; Mar 14:16; Luk 22:13 prepararon la p
Luk 22:1 la fiesta de los panes .. que e llama la p
Luk 22:15 comer con .. esta p antes que padezca!
Joh 2:23 en la fiesta de la p, muchos creyeron en
Joh 13:1 antes de la fiesta de la p, sabiendo
Joh 18:39 costumbre de que os suelte uno en la p
Act 12:4 sacarle al pueblo después de la p
1Co 5:7 p, que es Cristo, ya fue sacrificada
Heb 11:28 por la fe celebró la p y la aspersión de


Pascua (heb. Pesaj; transliteración del egip. P3sh, “el que hiere”; o Pashhu, palabra que aparece en las Cartas de Amarna y describe los resultados de la formación de un pacto; gr. Pásja [una transliteración del heb.]). Fiesta instituida en ocasión del éxodo para conmemorar la noche en que fueron muertos todos los primogénitos de los egipcios y los israelitas salieron de Egipto. Inmediatamente antes de su salida de Egipto, Dios instruyó a Moisés que “este mes” (Abib, más tarde llamado Nisán) debí­a de ser el 1er, mes del año; que el 10º dí­a del mes cada familia o grupo mayor tení­a que separar un cordero, matarlo el 14 al atardecer y comerlo a la noche. Se dieron las instrucciones detalladas (Exo 12:1-28) para esta comida ceremonial que debí­a ser una fiesta anual. El cordero tení­a que ser degollado por cada familia, presumiblemente en su casa, y la sangre se debí­a asperjar en el dintel y parantes de la puerta como señal de que ese 903 hogar estaba protegido cuando el ángel de la muerte pasara por Egipto para destruir a todos los primogénitos de los hogares egipcios. El cordero tení­a que ser asado entero, comido esa misma noche con hierbas amargas y pan sin leudar y apresuramiento, todos de pie, vestidos como para viajar, con sus bastones en la mano. Esa misma noche, la plaga de muerte a medianoche indujo a Faraón a “echar” a los israelitas con urgencia antes de la mañana del 15 (Exo 12:12, 29-33; Num 33:3; Deu 16:1). La reglamentación de la Pascua y los siguientes 7 dí­as de la fiesta de los Panes sin Levadura fue repetida en la ley leví­tica de las fiestas en el Sinaí­ (Lev 23:5-8). Se hizo provisión para tener una 2ª Pascua en el mes 2º, para los que por viajes o por contaminación ritual no habí­an podido participar de ella en el momento apropiado (Num 9:10-13). Más tarde, la Pascua sólo se celebró en el santuario central, y eventualmente en Jerusalén (Deu 16:2, 5, 6). Aunque sólo se requerí­a que los varones adultos asistieran (Exo 23:14-17), las familias podí­an ir si lo deseaban, como ocurrió con José y Marí­a y el niño Jesús (Luk 2:41-43). En tiempos de Cristo, los corderos pascuales eran sacrificados por los sacerdotes en el templo la tarde del 14, y sus dueños los llevaban entonces a sus casas para asarlos. Por ese tiempo, el procedimiento estaba prescripto en detalle, incluyendo el rito preliminar de buscar por la casa cualquier resto de levadura, la clase y el orden de los platos que se servirí­an en esa cena, el número de tazas de vino, los himnos, la recitación de la historia del éxodo y las oraciones. Los participantes ya no se vestí­an como para salir de viaje y comí­an sentados o reclinados en lugar de mantenerse de pie; esas señales de premura no eran apropiadas puesto que no eran extranjeros y vagabundos, pues viví­an en su propia tierra. Se registra que Jesús asistió a varias Pascuas (Joh 2:13; etc.), la última de las cuales fue aquella en que instituyó la Cena del Señor (Mat 26:18-30). La palabra “Pascua” se llegó a usar para referirse a todo el perí­odo, desde el 14 del mes hasta el 21, incluyendo la muerte del cordero, la cena pascual y toda la fiesta de los Panes sin Levadura que la seguí­a; inversamente, la expresión “panes sin levadura” se usaba para todo el perí­odo, incluyendo el dí­a 14 (Luk 22:1, 7). Además de ser un recordativo del éxodo, la fiesta de la Pascua, centrada alrededor del cordero, apuntaba hacia Cristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Joh 1:29). Además, las instrucciones dadas a Moisés de que no se debí­a quebrar ningún hueso del cordero pascual (Exo 12:46; Num 9:12) era una predicción de que a Jesús no se le quebrantarí­a ninguno (cf Joh 19:36; Psa 34:20). Pablo declara directamente que Cristo es “nuestra pascua… sacrificada por nosotros” (1Co 5:7). Bib.: Couroyer, RB 62 (1955):481-496; Mendenhall, BASOR 133 (1954):29.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo pesakh, griego pascha, paso, tributo. Fiesta judí­a en conmemoración de la salida de Egipto. Se celebraba con pan ázimo y durante siete dí­as. Yahvéh dio instrucciones a Moisés y a Aarón para que a su vez lo comunicara al pueblo judí­o, de cómo se celebrarí­a la P. y sus prescripciones, Ex 12, 1-28.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Es el dí­a en el cual la mayorí­a de los creyentes celebran la resurrección de Jesús. No hay una celebración de la resurrección en el NT. Los judí­os cristianos la asociaban con la Pascua judí­a y la celebraban el decimocuarto dí­a de Nisan sin importar el dí­a de la semana. Pero los creyentes gentiles celebraban la resurrección en domingo. Esta diferencia fue resuelta por el concilio de Nicea en el 325 d. de J.C., que determinó que se celebrarí­a la Pascua el primer domingo después de la primera luna llena del equinoccio vernal. Este es el sistema que se sigue hoy. La fecha de la pascua varí­a entre el 22 de marzo el 25 de abril.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(pasar de largo, passover).

-La Pascua o Fiesta de pan sin levadura, celebra la salida de los judí­os de Egipto, guiados por Moisés, después de 400 años de esclavitud. La Fiesta dura una semana, en los meses de Abril o Mayo, y la asistencia de los hombres es obligatoria: (Lev 23:5-8).

– El Dí­a de la Pascua, de Ex.12, Dios ordenó a Moisés que los israelitas rociaran de sangre el dintel de la puerta, porque iba a pasar el ángel del Senor matando a todos los primogénitos de cada casa, pero no matarí­a a los primogénitos donde la puerta estuviera rociada de sangre. Y así­ ocurrió, en Ex.12, que fueron matados por el ángel del Senor todos los primogénitos de Egipto, pero ningún israelita. ante este castigo, la décima plaga, el Faraón dejo salir a los israelitas de Egipto.

– La Pascua Cristiana celebra la Resurrección del Senor, la liberación del pecado, del diablo y de la muerte. Es un domingo, en fechas similares a la judí­a.

– El Cordero pascual era un tipo de Cristo, Exo 12:5, 1Co 5:7, Jua 1:29, Jua 1:36. – Inmolado por el pueblo, Hec 2:23.

– Ni un solo hueso fue quebrado, Jua 19:36.

– El pan sin levadura es tipo de la Sagrada Hostia, Exo 12:39, 1 Cor.S
7-8, 2Co 1:12, Jua 6:48-58, Mat 26:26 : – Cristo observó la Pascua Judí­a, y en ella instituyó la Eucaristí­a, Mt.26.

19-29, Mar 14:12-25, Luc 22:7-20, Jn.13.

– La candela pascual, con cuatro granos de incienso, simbolizando las 4 heridas de Cristo, se enciende el Dia de Pascua de Resurrección, simbolizando a Cristo, luz del mundo.

– El “tiempo pascual” son los 50 dí­as que siguen al Domingo de Resurrección hasta Pentecostés. Todo católico tiene la obligación de recibir los sacramentos de la Penitencia y Eucaristí­a durante este tiempo pascual. Es un tiempo de alegrí­a, el sacerdote viste de blanco, y las oraciones terminan con el “aleluya”, “alabado sea el Senor”.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Una de las principales fiestas de los israelitas. Era un festival de primavera que comenzaba el 15 del mes de Nisán (Abib, primer mes en el año hebreo) y que duraba una semana. En el primero y el último dí­a no se podí­a trabajar. Con esta fiesta se conmemoraba la salida de Israel de Egipto. En hebreo, el nombre es hag-ha-Pesah (†œla fiesta de la pascua† [Exo 34:25]). La palabra P., en castellano, viene del griego pasca, que significa †œtránsito†. La etimologí­a de la palabra en hebreo es incierta, pero tradicionalmente se piensa que está relacionada con el hecho de que en la noche en que murieron los primogénitos en Egipto, se dijo: †œ… pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir† (Exo 12:23). También se llama a la P. †œla fiesta de los panes sin levadura† (Exo 23:15; Lev 23:6; Deu 16:16). Parte importante del evento era el cordero pascual (o una vaca, Deu 16:2), llamado a veces †œP.†, el cual debí­a ser asado y luego consumido en una comida familiar (Exo 12:1-28; Deu 16:1-8). Si alguien por razones de impureza ceremonial o por vivir lejos, no podí­a comer la P. en la fecha prescrita, se permití­a celebrar otra un mes después (Num 9:1-14).

El cordero pascual tení­a que ser reservado cuatro dí­as antes de la fiesta. Debí­a ser comido como quien tiene prisa para salir a un viaje (†œ… ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente† [Exo 12:3-11]). La interpretación que los rabinos daban a esos hechos era que se comí­a la P. (o el cordero pascual) porque Dios pasó de largo y no tocó a los israelitas. Que se usaban panes sin levadura para simbolizar la liberación de Israel de Egipto (†œY cocieron tortas sin levadura de la masa que habí­an sacado de Egipto, pues no habí­a leudado, porque al echarlos fuera los egipcios, no habí­an tenido tiempo para prepararse comida† [Exo 12:39]). Y que se acompañaba la comida con hierbas amargas en recuerdo de que los egipcios †œamargaron su vida con dura servidumbre† (Exo 1:14). Además, en el dí­a anterior a la fiesta, era deber de los dueños de la casa eliminar toda la levadura que hubiere (†œ… y así­ el primer dí­a haréis que no haya levadura en vuestras casas† [Exo 12:15]).
primera P. celebrada dentro de la Tierra Prometida se llevó a cabo en †¢Gilgal (Jos 5:10-11). Al parecer la costumbre siguió, pero nunca se celebró con tanta pompa a nivel nacional como en los dí­as del rey †¢Josí­as (†œNo habí­a sido hecha tal p. desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judᆝ [2Re 23:22]). Desde los dí­as del segundo †¢templo, la P. se convirtió en una festividad famosí­sima, que atraí­a multitudes hacia Jerusalén, como lo atestigua †¢Josefo.
el NT aparece la celebración de la P. en distintas porciones. Los padres del Señor Jesús solí­an ir †œtodos los años a Jerusalén en la fiesta de la p.† (Luc 2:41). Más tarde, junto con sus discí­pulos, el Señor hací­a lo mismo (Mat 26:2). Cuando ocurrieron los eventos de su apresamiento y crucifixión, eran los dí­as de la festividad. él habí­a ordenado que se hiciesen los preparativos para la comida, que fue la última con sus discí­pulos antes de ser entregado, cuando instituyó la †¢Cena del Señor (Luc 22:1-20).

Simbolismo en el NT. El Señor Jesús es †œel Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo† (Jua 1:29). él ofreció su cuerpo en la cruz como sacrificio para nuestra redención, nuestra liberación. Por eso Pablo dijo: †œPorque nuestra p., que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros† (1Co 5:7). La levadura es presentada como el sistema antiguo, el viejo pacto, del cual debemos prescindir. También habla de las viejas costumbres pecaminosas (†œLimpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura [en vosotros] como sois…. Así­ que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad† [1Co 5:7-8]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, CALE TIPO

ver, FIESTAS, PENTECOSTES

vet, (término derivado del heb. “pesach”, de “pasar de”: cfr. Ex. 12:13, 22, 27; Ant. 2:14, 6). (a) La primera de las tres solemnidades anuales en las que todo varón israelita no impedido se debí­a presentar en el Templo (Ex. 12:43; Dt. 16:1). Fue instituida en Egipto con el fin de conmemorar el acontecimiento fundamental de la liberación de los israelitas (Ex. 12:1, 14, 42; 23:15; Dt. 16:1, 2). Con ella se celebraba solemnemente el hecho de que Dios, que habí­a hecho morir a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, habí­a sin embargo pasado por alto las moradas de los israelitas, marcadas con la sangre del cordero. Debí­an comerla apresuradamente, con el bastón en la mano, y con la actitud de personas dispuestas a partir en la liberación prometida por Dios. La fiesta comenzaba el dí­a catorce del mes de Abib (Nisán) al atardecer, esto es, al inicio del dí­a quince, con la comida que seguí­a al sacrificio del cordero (Lv. 23:5). Se daba muerte a un cordero o a un cabrito entre las dos tardes, cerca del momento del ocaso (Ex. 12:6; Dt. 16:6), o entre las horas novena y undécima (Guerras 6:9, 3). Asado entero, se comí­a con panes sin levadura y con hierbas amargas (Ex. 12:8). No podí­a ser hervido en agua. Su sangre derramada era tipo de la expiación; las hierbas amargas simbolizaban los sufrimientos de la esclavitud en Egipto, y el pan sin levadura representaba la pureza (cfr. Lv. 2:11; 1 Co. 5:7, 8). Los israelitas que tomaban parte en este acto de redención constituí­an el pueblo santo, comunicando gozosamente en presencia del Dios invisible. La participación en la cena pascual era obligatoria sólo para los varones, aunque las mujeres tení­an derecho a participar, así­ como toda la casa. Si la familia era poco numerosa, podí­an juntarse vecinos con ellos para comer todo el cordero (Ex. 12:4). La pascua expone en tipo la ofrenda de Cristo como aquello en lo que se ha declarado la justicia de Dios con respecto al pecado. La sangre del cordero era un testimonio de muerte, esto es, de la eliminación a los ojos de Dios del hombre en su pecado contra El. Esta eliminación tuvo lugar vicariamente en la persona del Justo, que se dio a Sí­ mismo como rescate por todos. Al comer el cordero asado al fuego (emblema de juicio), el pueblo se asociaba en aquello que habí­a tenido lugar en tipo. El Señor Jesús deseó vivamente comer la última pascua con Sus discí­pulos, por cuanto formaban todos un singular cí­rculo “familiar”. Esta pascua estaba a punto de ser cumplida en Cristo mismo, que tomaba Su lugar de separación de la tierra hasta el advenimiento del reino de Dios (Lc. 22:15-18). Manera de comer la Pascua. Las autoridades judí­as señalan que la manera de comer la pascua en la época del Señor era la siguiente: (A) Cuando todos estaban en su lugar, el presidente de la fiesta daba las gracias, y todos bebí­an entonces de la primera copa de vino mezclado con agua. (B) Todos se lavaban las manos. (C) Se preparaba la mesa con el cordero pascual, panes sin levadura, hierbas amargas, y un plato de salsa espesa (con la que se decí­a simbolizar el mortero con el que hací­an los ladrillos en Egipto). (D) Todos mojaban una parte de las hierbas amargas en la salsa, y la comí­an. (E) Se sacaban los platos de la mesa, y los niños o prosélitos recibí­an instrucción acerca del significado de la fiesta. (F) Después se volví­an a traer los platos, y el presidente decí­a: “Esta es la pascua que comemos, porque el Señor pasó por alto las casas de nuestros padres en Egipto.” Sosteniendo en alto las hierbas amargas, decí­a a continuación: “Estas son las hierbas amargas que comemos en memoria de que los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en Egipto.” Después se referí­a al pan sin levadura, y repetí­a los salmos 113 y 114, finalizando con una oración. Todos bebí­an entonces la segunda copa de vino. (G) El presidente rompí­a uno de los panes sin levadura, y daba las gracias. (H) Todos participaban entonces del cordero pascual. (I) Para finalizar la cena, todos tomaban un trozo de pan con algo de hierbas amargas, y, habiéndolo mojado en la salsa, se lo comí­an. (J) Bebí­an entonces la tercera copa de vino, llamada “copa de bendición”. (K) El presidente pronunciaba entonces los Sal. 115, 116, 117 y 118, y con otra copa de vino finalizaba la fiesta. Después de la destrucción del Templo de Jerusalén por las tropas de Tito, desapareció la posibilidad de inmolar el cordero en el Templo, por lo que el judaí­smo celebra desde entonces la pascua sin la ví­ctima, sin su componente central, que era precisamente el tipo de Aquel a quien ellos rechazaron, y a quien reconocerán cuando venga en gloria (cfr. Zac. 12:9-14 ss.; 14:1-9). íntimamente relacionada con la pascua habí­a la “Fiesta de los panes sin levadura”. La cena pascual era el aspecto caracterí­stico de esta fiesta, que se prolongaba hasta el dí­a veintiuno del mes (Ex. 12:18; Lv. 23:5, 6; Dt. 16:6, 7). El dí­a en que los israelitas abandonaron Egipto, Moisés les reveló que la solemnidad de la pascua durarí­a siete dí­as (Ex. 12:14-20; 13:3-10). Les habí­a dado entonces las instrucciones necesarias sólo para la primera noche (Ex. 12:21-23), informándoles que serí­a un estatuto perpetuo (Ex. 12:24, 25). La presencia de los peregrinos en el santuario central elegido por Jehová para la celebración de la fiesta era obligatoria sólo durante el tiempo de la cena pascual; al dí­a siguiente podí­an dirigirse a sus propias localidades (Dt. 16:7). El primer dí­a de la fiesta se correspondí­a con el dí­a quince del mes, que adquirí­a el carácter de sábado, lo mismo que el dí­a séptimo de la pascua: en estos dí­as no se debí­a hacer ninguna obra servil, pues estaban marcados para convocación santa (Ex. 12:16; Lv. 23:7; Nm. 28:18, 25; Ex. 13:6; Dt. 16:8). Al siguiente dí­a de este sábado, el segundo dí­a de la fiesta, el sacerdote mecí­a delante de Jehová una gavilla de cebada, primicia de la siega: este gesto consagraba el inicio de las cosechas (Lv. 23:10-14; cfr. Jos. 5:10-12; Lv. 23:7, 11 en la LXX; Ant. 3:10, 15). (Véanse FIESTAS Y PENTECOSTES.) Pero el dí­a del mecimiento de la gavilla no era asimilado a sábado. El año agrí­cola tení­a más relación con la fiesta de las semanas o de pentecostés y con la de los tabernáculos o cabañas que con la pascua. Además de los sacrificios habituales en el Templo, se debí­an ofrecer en holocausto cotidiano, durante los siete dí­as de solemnidades pascuales, dos becerros, un carnero, siete corderos de un año y, como sacrificio de expiación, un macho cabrí­o (Lv. 23:8; Nm. 28:19-23). El pan a comer durante estos siete dí­as tení­a que estar exento de levadura. La noche de la primera pascua no habí­a levadura en la casa de los israelitas, que partieron precipitadamente, llevándose consigo masa sin levadura (Ex. 12:8, 34, 39). El pan ázimo, sí­mbolo de pureza y verdad, recordaba esta huida precipitada de Egipto (Dt. 16:3; 1 Co. 5:8). La Biblia menciona la celebración de la pascua: en el Sinaí­ (Nm. 9:1-14), durante la entrada en Canaán (Jos. 5:11), bajo Ezequí­as (2 Cr. 30:1-27; los vv. 5, 26 hacen alusión a Salomón); bajo Josí­as (2 R. 23:21-23; 2 Cr. 35:1-19), en la época de Esdras (Esd. 6:19-22. Véanse también Mt. 26: 17 ss.; Mr. 14:12 ss.; Lc. 22:7 ss.; Jn. 28:28; Ant. 17:9, 3; 20:5, 3; Guerras 6:9, 3). Es evidente que el término “pascua” se aplicaba a la Fiesta de los panes sin levadura, como en Dt. 16:2, 3: “Y sacrificarás la pascua a Jehová tu Dios, de las ovejas y de las vacas… no comerás con ella pan con levadura; siete dí­as comerás con ella pan sin levadura, pan de aflicción…” Es evidente que el término “pascua”, aplicado a las vacas, se refiere a la fiesta de los panes sin levadura; además, se afirma que “comerás con ella (refiriéndose evidentemente a “la pascua”) siete dí­as pan sin levadura”. Esto explica a la perfección la mención de Juan (Jn. 18:28) de que los judí­os rehusaron entrar en el pretorio “para no contaminarse, y así­ poder comer la pascua”. Se ha pretendido en ciertos medios “crí­ticos” que hay contradicción entre Juan y los Evangelios Sinópticos, por cuanto éstos sitúan la Última Cena en el dí­a marcado por la Ley, en tanto que Juan indicarí­a que el Señor adelantó la celebración de la Pascua un dí­a, muriendo el dí­a en que se sacrificaba el cordero pascual. Pero esta idea es errónea, evidenciando ignorancia del hecho que en el judaí­smo se conocí­a como pascua todo el perí­odo de siete dí­as, y de que por “comer la pascua” se entendí­a en un sentido general participar de los sacrificios ofrecidos durante los siete dí­as de la pascua (cfr. Anderson, Sir R.: “El Prí­ncipe que ha de venir”, el capí­tulo “La cena pascual”, PP. 127-135). (b) El cordero o cabrito inmolado en la fiesta de la pascua (Ex. 12:21; Dt. 16:2; 2 Cr. 30:17). Cristo es nuestra pascua (1 Co. 5:7). El fue sin tacha alguna, como el cordero pascual (cfr. Ex. 12:5; 1 P. 1:18, 19); ninguno de Sus huesos fue quebrantado (cfr. Ex. 12:46 con Jn. 19:36); Su sangre fue nuestra redención ante Dios (Ex. 12:13). “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así­ que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Co. 5:7, 8). El pan sin levadura exhibe aquel sentido de la gracia por medio de la fe, en el que, aparte de las influencias negativas que pueda sufrir por la carne y viejas asociaciones, puede el cristiano estar habitualmente en comunión con el sacrificio de Cristo, de manera que toda su vida sea coherente con todo lo que ello comporta. Bibliografí­a: Anderson, Sir R.: “El Prí­ncipe que ha de venir” (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1980), Anderson, Sir R.: “The Gospel and its Ministry” (Kregel Publications, Grand Rapids, 1978), Anderson, Sir R.: “Redemption Truths” (Kregel Publications, 1980); anónimo: “Las siete fiestas de Jehová” (Editorial “Las Buenas Nuevas”, Montebello, California 1968) Darby J. N.: “The blood of the Lamb” en Bible Treasury dic 1875 (reimpres 1969 H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda), Edersheim A.: “The Life and Times of Jesus the Messiah” (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, reimpr. 1981) Edersheim A.: ” The Temple, its Ministry and Services as they were at the time of Christ” (Eerdmans, reimpr. 1983) Edersheim A.: “Old Testament Bible History (Eerdmans, reimpr., 1984); Mackintosh, C. H.: “Exodo” (Ed. “Las Buenas Nuevas”, 1960).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Fue la primera fiesta cristiana, pues en ella se recordó la despedida, la muerte y la resurrección de Jesús. Y por las circunstancias, estuvo asociada estrechamente a la Pascua judí­a. La esencia de la pascua judí­a era la conmemoración de la liberación de Egipto y el paso del mar Rojo. La esencia de la pascua cristiana fue la liberación de la muerte redentora de Jesús.

Los judí­os tení­an la Pascua el 14 de Nisán, que coincidí­a con el primer sábado que sigue al plenilunio inmediatamente posterior al equinocio de primavera.

En esta fecha surgió una discrepancia litúrgica entre los primeros cristianos, según los datos que nos quedan. Mientras unos, sobre todo en Asia Menor, querí­an seguir la costumbre judí­a y celebrarla siempre coincidiendo con el calendario judí­o, otros, sobre todo en Roma, querí­an celebrarla el domingo siguiente, pues en domingo, primer dí­a de la semana, habí­a resucitado el Señor. Parece que fue el Papa Ví­ctor, (papa entre 189 y 199) el que determinó que deberí­a celebrarse el domingo siguiente al 14 de Nisán siempre y en todas partes. El concilio de Nicea del 325 zanjó la discrepancia imponiendo el uso romano.

El rito del cordero pascual que celebraban los judí­os perdió entre los cristianos su sentido, al ser reemplazado por la Eucaristí­a. Por eso, los ritos que se reflejan en el Antiguo Testamento, y que fueron seguidos por Jesús en la Ultima Cena, nunca tuvieron eco entre los cristianos. Sin embargo, toda la liturgia pascual que celebra la resurrección está llena de lecturas y de figuras sacadas de los textos judí­os: Ex. 12, 21-24 y 12. 32-39: Ex. 23. 14-16; 2 Rey. 23. 21-23. La Pascua cristiana, pues, se hilvana con la judí­a y se relaciona con los anuncios de salvación de los Profetas.

El sentido educativo de estos ritos, y por lo tanto su dimensión catequí­stica, queda hermosamente resaltado en el mismo texto sagrado. “Cuando hayáis entrado en la tierra que Yaweh os va a dar, guardaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: “Qué significa para vosotros este rito?”, les responderéis: “Es el sacrificio de la Pascua en honor de Yaweh, que pasa por delante de las casas de los hijos de Israel, en Egipto, cuando hirió a sus familias mientras perdonaba nuestra casa.” (Ex.12. 25-27)

Ese sentido catequético del simbolismo pascual pasarí­a a los cristianos, pero en referencia a la celebración eucarí­stica. En la Pascua fue donde Jesús dejó el memorial del pan y del vino, no del cordero y de las salsas. El origen de la catequesis litúrgica y la profundización de la Palabra del Nuevo Testamento es lo que define la Pascua cristiana.

La referencia de los cristianos está en el hecho de la Ultima Cena. Jesús la ví­spera de su muerte, dí­a solemne Viernes de parasceve, antes del sábado sagrado, reunió a los suyos y celebró la Pascua. Sobre el rito del cordero, realizó el signo sensible del pan y del vino, hizo el gesto de la humildad con el lavatorio de los pies de los discí­pulos, les ofreció la mejor catequesis de su ministerio con el sermón que refleja Juan en su Evangelio, les dio el mandato nuevo del amor y elevó al cielo la plegaria que luego llamarí­an los cristianos sacerdotal.

Después se preparó con la oración del Huerto para lo que le vení­a encima. Esa fue la primera pascua cristiana. Cristo en el centro, los Apóstoles en el entorno, las mujeres con Marí­a en las cercaní­as, toda la Iglesia de los siguientes milenios misteriosamente presente en su corazón.

Los diferentes relatos del banquete pascual (Evangelio y Pablo) se centran en las palabras del señor y en su sentido de memorial. Mateo y Marcos describen la institución del nuevo rito en torno al pan y el vino. Lucas refiere la singular disputa entre los apóstoles sobre sus derechos de precedencia, que los otros evangelistas sitúan en otro momento (Lc. 22. 24-27). Juan consigna el lavatorio de los pies, el discurso y la oración.

Más tarde Pablo sintetizarí­a el sentido de la celebración: “Cada vez que coméis este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, tendrá que responder del cuerpo y de la sangre del Señor.” (1 Cor. 11. 26-27)

La catequesis litúrgica apareció en relación al Bautismo que se celebraba entre los primeros cristianos coincidiendo con la celebración pascual y después de una preparación suficiente. Toda catequesis deberá tener siempre esa dimensión rememorativa y celebrativa de signo pascual. Por eso la Pascua cristiana adquiere un signo especial bautismal y eucarí­stico, conmueve a toda la comunidad (y no sólo a los neófitos) y renueva en todos su actitud de conversión, de liberación y de profesión de fe consciente y comunitaria que lleva a la unión a Cristo cordero muerto pero héroe resucitado.

Los ritos se multiplican y se hacen cada vez más entrañables: la bendición del fuego, la aspersión del agua, la bendición del cirio, la procesión en las tinieblas y el nacimiento de la luz, el canto del pregón, la invocación del aleluya. Todas estas realidades simbólicas dan la originalidad de la pascua cristiana y son gritos de alegrí­a por la salvación recibida y por el Salvador que ha llegado y está presente.

La Pascua cristiana es la expresión de la alegrí­a por el Señor resucitado, el emblema y garantí­a máxima de nuestra salvación y futura resurrección. Es una acción de esperanza.

No acontece lo mismo en la Pascua judí­a, en donde los hijos del pueblo elegido, y provisionalmente rechazados, siguen esperando que venga quien ya ha venido y anunciando la llegada de quien ya ha pasado, Cristo Jesús.

(Ver Resurrección 9.2)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El “paso” salví­fico-liberador

“Pascua” (del hebreo “Pesah”) significa el “paso” salví­fico y liberador en aquella noche en que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto. La sangre del cordero “pascual”, con que marcaron el dintel de la puerta, hizo “pasar” de largo al ángel exterminador de los primogénitos. Ese “paso” de Egipto hacia el desierto del Negeb y del Sinaí­ (Horeb), bajo la guí­a de Moisés, es el momento definitivo de la Alianza para poder entrar en la tierra prometida.

Todos los años los israelitas celebraban (y siguen celebrando ) ese acontecimiento como la fiesta más importante que actualiza el “éxodo”, recordando el fin de la esclavitud y el inicio de la libertad, para transformarse en pueblo de Dios. Cuando se destruyó el templo, la Pascua se celebraba en las casas. Antes de la cena propiamente dicha, se toman unos alimentos simbólicos que recuerdan los orí­genes las hierbas amargas recuerdan los sufrimientos de la esclavitud; el cordero asado recuerda al cordero de la noche de la Pascua, cuya sangre hizo “pasar” de largo al ángel exterminador; el dulce, hecho de miel y nueces, simboliza la alegrí­a de la libertad, etc.

En la cena propiamente dicha se distinguen tres momentos la cena celebrada con gran alegrí­a; la explicación del significado de la noche pascual, especialmente para la comprensión de los niños; la acción de gracias y cantos. En la cuarta copa de vino, se canta el himno “Hallel” (salmos 115-118), como hizo Jesús en la última cena, cuando instituyó la Eucaristí­a como “memorial” de su Pascua.

La vida de Jesús en la perspectiva de la Pascua

Toda la vida de Jesús está caracterizada por una dinámica pascual. Su vida es un acontecimiento pascual permanente, un “paso”, por la muerte y resurrección, hacia el Padre (cfr. Jn 13,1). Su vivencia pascual se expresa con un significativo “voy al Padre” (Jn 14,12.28; 16,5-10; 21,17). En el evangelio según San Lucas se describe la vida de Jesús como un itinerario hacia Jerusalén para celebrar la Pascua. La vida de Jesús es un camino de Pascua profundamente anhelada (Lc 9,51; 22,15).

Esta tensión pascual está orientada por el Espí­ritu Santo (Lc 10,21). La vida donada de Jesús, su “sangre”, ha sido ofrecida a Dios en el amor del Espí­ritu “La sangre de Cristo, por el Espí­ritu Santo, se ofreció a Dios como ví­ctima sin tacha” (Heb 9,14). La celebración de la Pascua, la vigilia de su muerte, no es ocasional, sino que le señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29.36; 1Pe 1,18-19). Es el cordero pascual al que no se le rompí­a ningún hueso (Ex 12,46; Num 9,12; Jn 19,33-36). Jesús es el nuevo Moisés que conduce a la Nueva Alianza sellada con su sangre (cfr. Hech 3,22; Heb 3,1-6; 9,11-28).

Iglesia, Pueblo pascual

Toda celebración eucarí­stica es la actualización o “anámnesis” de la Pascua de Cristo, como plenitud de la Pascua veterotestamentaria (cfr. 1Cor 11,23-26). Ahí­ se muestra la victoria del Cordero inmolado, cuya sangre redime a todos los pueblos (Apoc 5,9). La Iglesia, al celebrar la Pascua (todos los domingos y especialmente en el aniversario anual), realiza, con la presencia y ayuda de Cristo, un itinerario pascual hacia la “nueva Jerusalén” (Apoc 21-12), “hasta el dí­a en que él vuelva” definitivamente (1Cor 11,26). En esta fiesta central del año litúrgico se celebra el “éxodo” compartiendo la muerte y resurrección del Cristo por el bautismo.

Sólo Cristo, en virtud de su “Pascua” hecha presente en la Eucaristí­a, puede hacer “pasar” o transformar toda actitud relacional con Dios y con los hermanos, en actitud filial de decir, con él y como él, “Padre nuestro”, en unión con toda la humanidad. Toda la Iglesia es “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su propiedad para anunciar las grandezas de quien llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1Pe 2,9; cfr. Apoc 5,10).

Referencias Alianza, Antiguo Testamento, ascensión, cruz, domingo, misterio pascual, pasión, Pentecostés, resurrección.

Lectura de documentos SC 5, 61; GS 38; CEC 571, 1067-1068.

Bibliografí­a AA.VV., La Pascua en la vida cristiana (Salamanca, San Esteban, 1976); R. FABRIS, Pascua, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 1409-1418; H. HAAG, De la antigua a la nueva Pascua (Salamanca, Sí­gueme, 1980); P. SORCI, Misterio pascual, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 1342-1365. Ver bibliografí­a en misterio pascual.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

1. Biblia israelita

(-> fiestas, sacrificio, alianza, resurrección). La Biblia cristiana ha de entenderse desde una perspectiva “pascual”. Esto significa que está centrada en el “paso” de Jesús de Nazaret, que la Iglesia ha interpretado desde el trasfondo de la Pascua judí­a, es decir, de la liberación de los hebreos de Egipto, según el testimonio del libro del Exodo*, reasumido y reinterpretado en el conjunto de la Biblia y, de un modo especial, por el libro de la Sabidurí­a*. En ese sentido, los cristianos entienden su vida como una experiencia de muerte y resurrección, de manera que ellos se integran en el misterio de un Dios que se manifiesta a través de la pascua de Jesús. Así­ podemos afirmar que el hombre forma parte del “paso” o despliegue de Dios, es decir, del camino de la vida.

(1) Origen. Fiesta de pastores y agricultores. La fiesta israelita de la pascua, en cuyo entorno sitúan los cristianos la muerte y resurrección de Jesús, recoge y vincula la celebración de los antiguos pastores, que mataban los primeros corderos en la primavera, y la celebración de los agricultores, que comí­an el pan ázimo, hecho con la harina de las primeras espigas de la cosecha, sin mezclarlo con la levadura de la cosecha precedente. De esa forma se juntan los ritos que Caí­n (agricultor) y Abel (pastor) mantení­an separados, de manera que podemos hablar de una fiesta de concordia de agricultores y ganaderos. Los israelitas posteriores situaron en su centro el recuerdo del Exodo de Egipto, con la muerte de los primogénitos egipcios. Así­ quedan sus elementos principales: (a) Sacrificio de corderos (Ex 12,2-14; Dt 16,1-2). La pascua ha recogido e incluye un posible rito de paso, celebrado anualmente por los pastores trashumantes hacia el fin de la primavera, cuando dejaban los pastos de invierno, en la zona más familiar de la estepa, para venir con su rebaño de ovejas y/o cabras hacia las tierra cultivadas de Palestina, donde los agricultores les permití­an pastar sobre campos de cereales segados (para que así­ los abonaran). Se trataba posiblemente de un rito apotropaico, que serví­a para ahuyentar malos espí­ritus con la sangre de los nuevos corderos o cabritos, que ellos comí­an después de haberlos ofrecido a Dios. De esa forma celebraban el comienzo de su verano, con el sacrificio de sus animales sagrados, (b) Comida de los ázimos (Ex 23,15; Lv 23,6; Dt 16,8). La pascua de los corderos se habí­a vinculado desde antiguo al rito de los agricultores que comenzaban su año nuevo, cociendo pan sin levadura, con harina de trigo recién segado. Así­ iniciaban un tiempo distinto, de agradecimiento y comida, y se insertaban en los ritmos sagrados (anuales) de la tierra. Comer el nuevo pan ha sido hasta hace poco (y en ciertos lugares sigue siendo) un gesto clave de muerte y nacimiento para los agricultores.

(2) Unión de ázimos y corderos. Los liberados de Egipto. La unión de las dos fiestas (de ázimos y corderos) se realizó probablemente en el entorno de Jericó, en el santuario de Gilgal (cf. Jos 5,10-15), y constituye un acontecimiento clave en la historia israelita, pues marcó la reconciliación entre dos culturas, la de Abel (pastores) y la de Caí­n (agricultores), sin que unos tuvieran que matar a otros, sino todo lo contrario: compartiendo juntos los bienes de la tierra para ofrecérselos a Dios. Los dos grupos se vincularon en el contexto de la fiesta. Este pacto del corde ro y el pan, de pastores y agricultores, constituye una de las bases duraderas de la historia israelita y humana. Pues bien, en el fondo ese “pacto” ha venido a situarse, probablemente, en el influjo de la fiesta nacional de los liberados de Egipto (cf. Ex 12). En un momento determinado, los hebreos provenientes de Egipto, portadores de un recuerdo de liberación, se vincularon con los que celebraban esta fiesta de corderos y panes ázimos y la interpretaron como recuerdo de una liberación social: de la liberación de los hebreos esclavos, para formar un pueblo de hombres y mujeres libres. Por eso, la fiesta de la pascua se celebra el dí­a de la salida de Egipto, vinculándose con los dones de la nueva tierra de libertad donde todos, pastores, agricultores y hebreos liberados, podí­an vincularse, formando un mismo pueblo.

(3) Fiesta nacional, fiesta de nacimiento. La pascua se instituye así­ como celebración del nacimiento y de la vida del pueblo, en un contexto de enfrentamiento y muerte. En ese contexto de salida de Egipto se inscribe el más violento de los signos de pascua. Para vivir resguardados y sacralizar su descendencia, dentro de una cultura violenta, muchos padres habí­an tenido que ofrecer sus primogénitos a Dios (cf. Isaac*). Pues bien, ahora, al salir de Egipto y celebrar la pascua, los hebreos descubren que no tienen que sacrificar a sus primogénitos, sino todo lo contrario, pues el mismo Dios ha sacrificado a los primogénitos de Egipto, para que ellos, los hebreos, pudieran vivir en libertad (Ex 12). Desde aquí­ se entienden los elementos básicos de la pascua en la memoria posterior de Israel. (a) Memoria de libertad. Los judí­os celebran su liberación, reflejada en la sangre del cordero que han sacrificado; la celebran en la noche, comiendo de prisa, en medio de grandes peligros, las hierbas amargas de la prueba y el pan ázimo del nuevo tiempo que debe empezar precisamente ahora. Ellos recuerdan que su libertad va unida a la muerte de los primogénitos de Egipto. Nos movemos, por tanto, dentro de un esquema dual donde la salvación de unos depende del sacrificio de otros. En ese sentido, la pascua es fiesta de las Suertes (Purim*, Ester*), de la inversión y dualidad terrible y salvadora: mueren los hijos de aquellos que que rí­an matar a los hebreos, se salvan los que iban a ser sacrificados, (b) Sangre salvadora. Los israelitas se saben protegidos por la sangre del Cordero sacrificado, untada como signo en las jambas de sus puertas, sabiéndose así­ protegidos de la ira de Dios por la muerte del animal sacrificado. Es fiesta de comida* y camino, fiesta de un pueblo que se siente amenazado, pero que opta por comer y mantenerse en medio del peligro, con los lomos ceñidos y bien preparados, para iniciar la marcha de la libertad, (c) Fiesta de muerte. Se celebra en ella no sólo la muerte de los corderos, sino también de los egipcios, a quienes se acusa de perseguir a los hebreos; ellos aparecen como culpables de haber amenazado a Israel, no cuentan con la protección de la sangre del cordero untada en las jambas de sus puertas. En ese sentido, la pascua es fiesta de muerte y de vida.

(4) Una fiesta compleja. Elementos. La pascua, tal como aparecí­a en la Escritura y se celebraba en tiempos de Jesús, era una fiesta compleja donde confluí­an muchos rasgos de la vida israelita, que ahora resumimos a partir de lo antes dicho, (a) Sacrificio de corderos. Quizá empezó siendo rito apotropaico, pero se ha vuelto rito de comunión familiar, en torno al cordero, que es signo de presencia de Dios. Es sin duda un rito de comunión con el mismo Dios que da vida a los hombres, (b) Comida de ázimos. Marcaba el comienzo del año agrí­cola: comer el nuevo pan, éste era (ha sido hasta hace poco) un gesto clave de muerte y nacimiento para los agricultores, (c) Pacto de pastores y agricultores. Toda fiesta es pacto, vinculación de gentes de diversa procedencia, intercambio de dones, momento para matrimonios, tiempo de regalos. Toda pascua es pacto al servicio de la vida, (d) Salida de Egipto. Se celebraba el nacimiento del pueblo, de cada familia, del conjunto de la nación israelita, que se identificaba con aquellos que habí­an salido de Egipto, animados y dirigidos por un Dios de libertad, que “perdonaba” la vida de los primogénitos porque amaba a todos, (e) Hierbas amargas. Desde el principio de la tradición (cf. Ex 12,8; Nm 9,11) hasta el comienzo del judaismo rabí­nico (Pesahim), las hierbas amargas que se comen en pascua simbolizan la vuelta a la naturaleza (son silvestres) y el dolor y riesgo de la vida, en clave penitencial (amargas), (f) ¿Vino? En principio, el vino no forma parte de la fiesta de pascua, pues el momento y circunstancias de su celebración no lo permití­an (la fiesta del vino se celebra tras la vendimia, en otoño, no en primavera). Pero más tarde, ya cerca del tiempo de Jesús, se ha introducido el vino de pascua, como atestigua Jubileos y confirma la Misná, que divide la fiesta con las cuatro copas*.

(5) Fiesta de Jerusalén. A partir de la centralización del culto (templo* 1), conforme al Deuteronomio, especialmente tras la caí­da de Jerusalén (el año 587 a.C.), la celebración de la pascua (que antes se podí­a haber realizado en otros santuarios) se vincula a Jerusalén. Sobre esta base destaca la formulación del tercer gran código israelita (el Deuteronomio), que fija ya los elementos principales de lo que será la pascua posterior, donde los ázimos se unen a la fiesta de los corderos y se interpretan a partir de la salida de Egipto, en un contexto cultual determinado por el templo de Jerusalén: “Guarda el mes de Abib y celebra en él la Pascua en honor de Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib, por la noche, cuando Yahvé tu Dios te sacó de Egipto. Sacrificarás en honor de Yahvé tu Dios una ví­ctima pascual… en el Lugar elegido por Yahvé tu Dios para morada de su Nombre… No podrás sacrificar la pascua en cualquiera de las ciudades que Yahvé tu Dios te da, sino en el lugar que Yahvé tu Dios escogiere para que habite allí­ su nombre. Sacrificarás la pascua por la tarde a la puesta del sol, a la hora que saliste de Egipto. Y la asarás y comerás en el lugar que Yahvé tu Dios hubiere escogido; y por la mañana regresarás y volverás a tu morada” (Dt 16,1-3.6-7). La pascua es así­ gozo y unidad nacional (sólo se celebra en Jerusalén, en cuyo templo se sacrifican los corderos) y de identificación familiar (se come por familias o pequeños grupos). Jerusalén se convierte de esa forma en centro sacrificial (muerte de corderos) y alimenticio para el pueblo (corderos y ázimos), y de esa forma se establece la eucaristí­a de Israel, interpretada rí­tmicamente en proceso de concentración (todos en Jerusalén, una vez al año, para así­ identificarse volviendo a las raí­ces de su historia) y de expansión (vuelve después cada familia a sus “tiendas” para el resto del año). Los que celebran la fiesta se definen como pueblo de “nómadas santos”, cuya casa central está en Jerusalén, donde se juntan para comer el cordero de la libertad y celebrar la presencia actuante de Yahvé. Tras la destrucción del templo (70 d.C.), los judí­os ya no pueden celebrar su pascua de una forma estricta, pues no pueden sacrificar los corderos. Ellos mantienen, sin embargo, los restantes elementos de la celebración y se siguen identificando por ellos.

Cf. R. CANTALAMESSA, La Pasqua della nostra salvezza: Lc tradizioni pasquali della Bibbia e della primitiva Chiesa, Soc. Ed. Internazionale, Turí­n 1971; Th. H. GASTER, Passover, Its History and Traditions, Londres 1958; H. HAAG, De la antigua a la nueva Pascua. Historia y teologí­a de la fiesta de pascua, BEB 25, Sí­gueme, Salamanca 1980; “Páque”, en DBSup 6,1120-1140; E. KURSCH, “Erwágungen zur Geschichte der Passafeier und des Massotfestes”, ZTliK 55 (1958) 1-35; E. OTTO y T. SCHRAMM, Fiesta y gozo, Sí­gueme, Salamanca 1983; J. B. SEGAL, The Hebrew Passover from the Earliest Times to AD 70, Londres 1963; P. VAN IMSCHOOT, Teologí­a del Antiguo Testamento, Fax, Madrid 1969, 543552.

PASCUA
2.Celebración cristiana

(-> sepulcro, resurrección, eucaristí­a). Algunos exegetas han interpretado la última cena de Jesús, actualizada por la eucaristí­a*, como celebración pascual. Pero la tradición cristiana identifica la nueva pascua de Jesús con su resurrección, es decir, con su “paso” al Padre. El recuerdo de Jesús no está vinculado a un sepulcro* venerable, como el de David, enterrado con honor y gloria en Jerusalén (cf. Hch 2,29); Jesús no es tampoco un espí­ritu-fantasma, que actúa a través de otros personajes, que reciben su poder y pueden realizar así­ prodigios, como piensa Herodes del Bautista, a quien habí­a ajusticiado (cf. Mc 6,14-16). En contra de eso, el recuerdo de Jesús se formula y expresa de un modo pascual, alabando al Dios que le ha resucitado de los muertos (Rom 4,24-25; 8,11; Gal 1,1; Col 2,12; Ef 1,20; 1 Pe 1,21; Heb 13,20) de manera que el mismo Jesús es la pascua cristiana, comida y experiencia de plenitud mesiánica (cf. 1 Cor 5,7). Esta es la pascua cristiana, la celebración activa de Jesús resucitado. Los evangelios sinóp ticos, reasumiendo antiguas tradiciones de la Iglesia, han traducido el misterio pascual cristiano en forma de “relato mesiánico”, que puede vincularse con la tradición del sepulcro* vací­o: así­ cuentan y expanden el mandato y promesa de Mc 16,1-8 (¡id a Galilea!), en textos de encuentro pascual con Jesús (Mt 28; Lc 24 y Jn 20—21), que pueden recibir formas distintas, con elementos teofánicos (Dios se manifiesta) y antropológicos (se les aparece el mismo Jesús crucificado). Desde esa perspectiva podemos evocar algunos signos y elementos de la pascua cristiana.

(1) Rapto divino, rapto humano. Se ha dicho a veces que los relatos pascuales transmiten la experiencia de Jesús raptado al cielo como algunos de los grandes personajes de la historia simbólica de la humanidad o de Israel (Henoc, Elias). Allí­ estaban, en el cí­rculo de Dios, y de allí­ podrí­an descender esos personajes al final de los tiempos, para culminar su obra de revelación o purificación del pueblo. Por eso, la experiencia pascual de los creyentes constituirí­a una especie de rapto en segundo grado: también ellos habrí­an subido, en espí­ritu, a la altura de Dios, descubriendo allí­ a Jesús-raptado (elevado, exaltado), que volverá de nuevo, pronto, a culminar su obra. Pero, conforme al mito israelita, los héroes de la historia antigua no murieron; Jesús, en cambio, ha muerto y su pascua es creación escatológica más que retorno desde el pasado. Por otra parte, la misma Biblia recoge la reacción de aquellos que dicen: “vinieron sus discí­pulos de noche y han robado su cadáver, para seguir engañando de esa forma al pueblo” (cf. Mt 27,62-65; 28,11-15). Evidentemente, nadie ha podido demostrar ese engaño, pero tampoco refutarlo de un modo absoluto: los discí­pulos podrí­an haber sucumbido a la trampa de su propia fantasí­a. Pero, mirado desde la totalidad de la experiencia cristiana, ese rapto de los discí­pulos resulta imposible. Ellos no han querido engañarse a sí­ mismos. Tampoco han querido engañar a los demás robando el cuerpo de Jesús (¿cómo podrí­an haberlo sacado de una tumba común?), sino que han transmitido una experiencia inexplicable: en torno a la tumba de Jesús hay un enigma que no se puede resolver humanamente, sino acudiendo a Dios, en forma de celebra ción: ante una tamba vací­a celebran los cristianos el “paso” de Dios, la gloria de Cristo.

(2) Anticipación escatológica. Muchos creyentes han supuesto y suponen que la pascua o resurrección personal de Jesús ha de entenderse como punto de partida de aquella resurrección universal (final) que la tradición israelita (sobre todo la apocalí­ptica) esperaba para la culminación de los tiempos. El mensaje de Jesús habí­a vinculado varias esperanzas: la llegada del reino de Dios, la manifestación del Hijo de Hombre, la Resurrección de los muertos. Pues bien, todas ellas se condensan y han empezado a cumplirse de un modo personal en la resurrección de Jesús, que ratifica y anticipa el cumplimiento definitivo de su mensaje. Lo normal para un judí­o hubiera sido la llegada del fin de los tiempos: que viniera Jesús (como personaje celeste, Hijo de Hombre) sobre las nubes del cielo y terminara el mundo viejo. Pero los discí­pulos de Jesús afirman que él ha venido y está vivo de otra forma. La novedad cristiana está en esa nueva forma de entender el tiempo apocalí­ptico. El tiempo final han comenzado, pero entre comienzo y fin se abre una historia de testimonio y misión, primero en Israel, luego entre los gentiles. De esa manera, la vida de los cristianos se incluye dentro del transcurso de la pascua. En ese sentido debemos recuperar el primer final de Mc (16,1-8), que nos lleva del sepulcro vací­o a Galilea (lugar de encuentro eclesial), para hacer que allí­ veamos a Jesús. En esa misma perspectiva nos sitúa 1 Cor 15,3ss, cuando identifica la experiencia pascual con el surgimiento de la Iglesia. El peso fuerte de la pascua sigue estando en el futuro (en el Jesús que vendrá). En el camino que conduce a ese futuro se sitúan los cristianos que han visto ya a Jesús, es decir, que han tenido la certeza de su culminación, sabiendo que ha triunfado ya de la muerte, para ofrecer su camino (experiencia de vida) a todos los humanos. No es que haya fallado la parnsí­a; no es que los seguidores de Jesús, decepcionados por su ausencia (por su no venida), hayan creado en su lugar la Iglesia, sino todo lo contrario: enriquecidos por la nueva presencia de Jesús, a quien han visto como triunfador de la muerte, y esperando la culminación de su obra, ellos han comenzado a extender el mensaje de Jesús, creando así­ la Iglesia, como signo palpable y anticipo del cumplimiento escatológico. La pascua es, según eso, una experiencia escatológica iniciada, pero aún no culminada. Por eso, los cristianos celebran la pascua diciendo “¡Ven Señor Jesús!”, anticipando así­ la plenitud de la esperanza.

(3) Experiencia visionaria. Teniendo un elemento de rapto celeste (como supone Pablo en 2 Cor 12,1-10 y el autor de Ap 4,1 -11) y de anticipación de la venida apocalí­ptica del Hijo de Hombre (cf. Mc 13,41; Mt 25,31), las experiencias pascuales son visiones de un fallecido. A lo largo de la historia, han sido muchos los que han visto a un difunto o al espí­ritu de un muerto que retorna, revelando secretos divinos o inspirando tareas sobre el mundo (como suponen los magistrados judí­os de Hch 23,9 y ratifican los espiritistas modernos de diverso tipo). Pues bien, es evidente que en la base de la novedad pascual de la Iglesia han existido experiencias visionarias, que pueden inducir a engaño, como supone 1 Cor 12-14 y ratifican diversas escenas evangélicas (desde Lc 24,39 y Jn 20,19-28 hasta Mc 6,49). Pero debemos indicar que los cristianos no han insistido en las visiones en sí­ (como experiencias carismáticas extrañas), sino en la nueva revelación de Dios y de Jesús que ellas suponen y transmiten. Desde esta perspectiva se entiende un dato muy significativo: aisladas del conjunto de la experiencia de Jesús y de su enví­o mesiánico, las visiones no bastan para fundar la fe pascual. Por eso, Mt 28,17 afirma que algunos vieron a Jesús en la montaña de la gloria y del enví­o y, sin embargo, dudaban. En contra de lo que se ha dicho con frecuencia, los primeros cristianos no eran más influenciables que nosotros, hombres del siglo XXL Ciertamente, creí­an en un tipo de visiones, como la que testifica Jesús (he visto a Satanás caer como un astro del cielo: Lc 10,18), pero, a su juicio, las visiones pascuales sólo tení­an sentido como expresión de una nueva experiencia de Dios, que se revela y/o aparece por Jesús, ofreciéndoles un modo más profundo de entender su vida actual y de esperar la gloria. En este contexto han podido hablar de una aparición del mismo Jesús resucitado, como presencia y plenitud huma na, como revelación de Dios. En ese sentido, toda celebración cristiana de la pascua implica una forma de “ver” a Jesús, descubriendo su presencia en la vida de los fieles.

(4) Pascua cristiana, experiencia apocalí­ptica. Siguiendo en la lí­nea anterior, la tradición cristiana ha sentido la necesidad de representar la resurrección de Jesús con signos de presencia (acción) externa de Dios en la historia. Mc 16,1-8 habí­a sido totalmente sobrio: sólo ofrece una tumba vací­a y la palabra del mensajero celeste invitando a las mujeres al encuentro con Jesús en Galilea (la misión cristiana). Mateo, en cambio, ha querido narrar lo sucedido. Evidentemente, sólo puede hacerlo en sí­mbolos de tipo apocalí­ptico: “En la madrugada tras el sábado… vinieron Marí­a Magdalena y la otra Marí­a a mirar el sepulcro. Y hubo un gran terremoto: el Angel del Señor, bajando del cielo y adelantándose, descorrió la piedra (del sepulcro de Jesús) y se sentó encima de ella; era su rostro como relámpago, sus vestidos blancos como la nieve” (Mt 28,1-3). La resurrección aparece como un hecho que puede contarse, volviéndose visible dentro de la historia. Es como si quebraran las fronteras y se uniera el cielo con la tierra, en una especie de gran continuo histórico y sacral, divino y humano. El evangelio apócrifo de Pedro ha destacado esos motivos: “Pero en la noche en que comenzaba a iluminarse el dí­a del Señor, mientras los soldados montaban guardia de dos en dos, resonó en el cielo un fuerte grito. Ellos (los soldados) vieron los cielos abiertos y dos hombres descendiendo de allí­ con gran esplendor, para acercarse al sepulcro. La piedra que habí­a sido puesta al ingreso rodó por sí­ misma y quedó a un lado. Así­ se abrió el sepulcro y los dos jóvenes entraron. Ante tal visión, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos (de los judí­os), que estaban también allí­ de vigilancia. Mientras les explicaban lo que habí­an visto, he aquí­ que tres hombres salí­an de la tumba: dos rodeaban a un tercero, mientras una cruz les seguí­a. La cabeza de los dos primeros alcanzaba al cielo, mientras que la cabeza de aquel a quien ellos dirigí­an superaba los cielos. Entonces oyeron una voz del alto que decí­a: ¿Has predicado a los durmientes? Después se sin tió la respuesta que procedí­a de la cruz: ¡sí­!” (EvPe IX-X, 35-42). Algunos exegetas han tomado este pasaje del Evangelio de Pedro como la primera expresión de la teologí­a de la pascua, llegando a decir que los demás testimonios de la tradición sinóptica resultan derivados. Esa opinión nos parece insostenible, pues pensamos que EvPe deriva de Mt (y no al contrario). Pero debemos añadir que su relato resulta importante para entender la novedad del cristianismo, porque expresa la experiencia de la pascua en clave apocalí­ptica: la resurrección de Jesús constituye el acontecimiento fundamental de la historia, la culminación del tiempo; el misterio de Dios (el ángel o ángeles del Señor) ha irrumpido en el proceso de la humanidad, de manera que los mismos poderes del mundo (soldados, ancianos) han sido testigos del triunfo divino. Es evidente que esos datos han de interpretarse de forma simbólica, dentro del lenguaje apocalí­ptico: no son la crónica de algo que ha sucedido en el ámbito material (externamente demostrable), pero expresan el sentido profundo de la nueva realidad pascual.

(5) Confesión pascual. Teniendo en cuenta lo anterior, podemos recoger de una manera esquemática algunos momentos de la confesión pascual. Como hemos visto ya, la referencia a una tumba abierta o vací­a no basta, pues la fe cristiana implica una experiencia de encuentro personal con Jesús, que puede incluir rasgos visionarios (de rapto o anticipación escatológica), pero que se centra en unos elementos distintos, totalmente nuevos: descubrimiento de la verdad de Jesús y experiencia de su cercaní­a personal, revelación del sentido de su muerte y perdón de los pecados, esperanza escatológica y certeza de la salvación presente… Muchos historiadores han supuesto y siguen suponiendo que serí­a bueno que pudiéramos organizar y narrar de un modo objetivo y uní­voco el orden de los hechos que integran la experiencia de la pascua. Pues bien, en contra de eso, el Nuevo Testamento no ha querido (ni podido) transmitir un esquema pascual cerrado, pues no lo habí­a, sino que ha ofrecido varios caminos convergentes, que se han vinculado para formar así­ la comunión eclesial. Esa diversidad de principios pascuales constituye para algunos un signo de fragilidad cristiana. Pero debe afirmarse que ella es todo lo contrario: el hecho de que la Iglesia haya transmitido de formas distintas el recuerdo y presencia de la pascua de Jesús es una prueba de la fiabilidad de su testimonio. En contra de lo que ha intentado a veces gran parte de la teologí­a posterior, los primeros cristianos no se han esforzado en armonizar los datos, no han construido una visión unitaria y uniforme de las apariciones de Jesús, sino que han dejado que los mismos acontecimientos hablen, desde diversas perspectivas, sabiendo que ellos se vinculan desde la gratuidad y comunión del Evangelio.

Cf. J. D. CROSSAN, El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; G. LüDEMANN, Resurrección, Trotta, Madrid 2001; X. LEON-DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sí­gueme, Salamanca 1973; E. NODET y E. TAYLOR, The Origins of Christianity, Gpazier, Collegeville MI 1998; Ph. PERKINS, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection, Chapman, Londres 1984; M. SAWICKI, Seeing the Lord. Resurrection and Early Christian Practices, Fortress, Mineápolis 1994; G. THEISSEN, La religión de los primeros cristianos. Una teorí­a del cristianismo primitivo, Sí­gueme, Salamanca 2002.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La luz de la resurrección no hace desaparecer la cruz, sino que ayuda al creyente a comprender el misterio de la vida y del amor que se desprende de ella. Si olvidamos esta conexión que es la estructura í­ntima del misterio pascual, nos exponemos a decepciones a veces dramáticas. La alegrí­a pascual, en efecto, y el deseo pascual, tienen que contar con la realidad en la que, desde el punto de vista histórico del desarrollo de los acontecimientos en su materialidad, parece que nada ha cambiado: siguen subsistiendo a nuestro alrededor la enfermedad, la muerte, el odio, las agitaciones sociales. La pascua no quita estas realidades de inmediato, pero nos dice que, si Cristo vive en la gloria de Dios, si Cristo vive en la Iglesia y en la historia, si está vivo, por tanto, en nosotros, todo esto no solamente no nos impide amar, sino que nos permite esperar y amar cada vez más. Para el que ha entendido algo de la vida y del amor, ésta es una palabra que lo dice todo; Cristo nos asegura que si uno vive con amor incluso el sufrimiento y la muerte, Dios no le abandona, sino que le acoge, le ama, le conduce hacia la plenitud de la vida y del gozo. El que ama recibe la vida de Cristo, que le hace capaz de transmitir vida a su alrededor. El gozo pascual, por tanto, no es superficial ni desaprensivo, no es la alegrí­a de un instante, sino el gozo capaz de recordar seriamente la cruz de Cristo: de este modo nos ayuda a encontrar los caminos a través de los cuales podemos anunciar a los hermanos la verdadera esperanza.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

SUMARIO: I. La Pascua de Israel: revelación del nombre de YHWH y liberación-constitución del pueblo de la alianza.-II. La Pascua de Jesucristo: revelación del Dios trinitario y constitución del Pueblo de la nueva alianza: 1. La cena pascual, clave hermenéutica de la Pascua de la nueva alianza; 2. El acontecimiento pascual como acontecimiento trinitario: a) El acontecimiento pascual como acto del Padre, b) El acontecimiento pascual como acto del Hijo, c) El acontecimiento pascual como acto del Espí­ritu; d) Sí­ntesis dogmática; 3. La Iglesia, sacramento del acontecimiento pascual en la historia.

La perspectiva desde la que tocamos el tema de la Pascua es de carácter estrictamente teológico, en el sentido de que intentaremos descifrar el significado tanto en la Pascua hebrea (a partir del acontecimiento fundador del éxodo) como de la Pascua de Jesucristo (preanunciada en su última cena pascual y continuamente actualizada en el acontecimiento de la Iglesia), en relación con la revelación progresiva del misterio de Dios, estrechamente vinculada con la revelación del misterio del hombre. Por consiguiente, una perspectiva formalmente teológico-trinitaria y antropológica (en el sentido integral, y por tanto igualmente social, de esta palabra, más bien que estrictamente histórico-exegética o litúrgico-sacramental, aunque, como es obvio, estas dimensiones no pueden faltar en la exposición.

I. La Pascua de Israel: revelación del Nombre de YHWH y liberación-constitución del Pueblo de la alianza
El término “pascua” es la transcripción griega y latina del original hebreo pésah y del arameo pasha’, que remiten al verbo pasah, que significa “pasar”, “saltar”. La celebración de la fiesta de Pascua está en el corazón de la experiencia veterotestamentaria, porque constituye el memorial (zikkarón) del acontecimiento fundador de la historia del pueblo de Dios -el éxodo y la alianza- y de la autocomunicación del Nombre de Dios mismo -YHWH-como signo tangible de su presencia en medio de su pueblo. La celebración del rito pascual, tal como se nos transmite en el libro de Exodo (cf. 12, 1-13, 16) recoge dos ritos procedentes, con toda probabilidad, de fuentes distintas: el rito de la inmolación del cordero primogénito, que constituí­a una fiesta de los pastores, que en primavera rociaban con la sangre de un cordero los sostenes de sus tiendas, para proteger a los hombres y a los animales de los espí­ritus malvados; y el rito de los panes ázimos, un rito agrí­cola de primavera, en el que los campesinos ofrecí­an los primeros frutos de sus cosechas. Estos dos ritos arcaicos quedan unificados y situados en el contexto histórico-salví­fico del éxodo de Egipto y de la estipulación de la alianza con YHWH. De esta manera, el antiguo rito nomádico del cordero “se convierte en el signo y en el rito memorial del paso del Señor y del paso del pueblo a la libertad”‘; en efecto, la serie de prescripciones que se dan en el libro del Exodo se concluye con la solemne declaración: “Es la pascua del Señor (…). Este dí­a será para vosotros un memorial. Lo celebraréis como fiesta del Señor, de generación en generación lo celebraréis como rito perenne” (Ex 12, 11.14).

En el acontecimiento del éxodo y de la alianza, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob manifiesta por tanto, a través de su obra de salvación, las caracterí­sticas de su Ser omnipotente y soberano, resumidas en el nombre revelado a Moisés en el Sinaí­: YHWH (cf. Ex 3, 1-15). El es el presente y el futuro de la salvación de su pueblo; el Dios de la santidad y del celo (gadósh we ganna’.†¢ cf. Jos 24, 19), de la misericordia y de la fidelidad (hésed we ‘emet: cf. Ex 34, 6). En estrecha conexión con esta revelación del Nombre de Dios hemos de considerar no sólo la estipulación de la alianza, por la que Israel se convierte en el pueblo del Señor, sino también el precepto del amor al prójimo que representa el eje y la norma de inspiración de toda la legislación social del AT (cf. Ex 23, 4-5; Dt 22, 1-4; Lev 19, 17-18). La expresión de este precepto central es el mandamiento de solidaridad con el pobre (cf. Dt 15, 7-8; Lev 19,11-15). El significado del acontecimiento del éxodo es, por tanto, al mismo tiempo teológico (revela el rostro de YHWH como Dios omnipotente y liberador de su pueblo) y antropológico-social (muestra y protege la dignidad de cada ser humano, sobre todo del pobre, proponiendo el estatuto ideal de un pueblo libre y solidario). “La tierra -escribe en este sentido J. Alfaro-, don del Señor para todo el pueblo, tení­a que ser el “sacramento” que hiciera realidad la libertad, dignidad y seguridad logradas a través del éxodo (…) El éxodo tení­a por meta la hermandad y libertad perfectas entre los israelitas, las cuales, mediante el don de la tierra, tendrí­an como resultado la desaparición de toda opresión, injusticia y pobreza”2. Incluso ciertas normas como la del año sabático y jubilar (cf. Dt 15, Lev 25, Ex 23) tienen la clara intención de establecer el principio de que cada cierto tiempo la historia y la vida de Israel tienen que volver a partir del éxodo, para eliminar las discriminaciones que se habí­an ido introduciendo entre tanto, y para transformar continuamente y desde dentro la vida social del pueblo elegido y hacerla conforme con el designio de YHWH.

El acontecimiento del éxodo y de la alianza, renovado por la celebración de la pascua, va poniendo ritmo a los momentos decisivos de la historia bí­blica: desde el aniversario de la salida de Egipto en el desierto del Sinaí­ (Núm 9, 1-5), hasta el paso del Jordán con la entrada en la tierra prometida (Jos 5,11-12); desde la pascua relacionada con la reforma de Josí­as (2 Re 23,21), cuando se convierte en una de las tres grandes fiestas de peregrinación al templo de Jerusalén, hasta la pascua del regreso a la tierra prometida y de la reconsagración del templo (Esd 6, 19-22). También la perspectiva de la nueva alianza que se va afirmando progresivamente a, través de los profetas (desde Oseas 2,1-3, que preanuncia una nueva conquista de la tierra prometida, hasta Isaí­as 1,26-27; 11,1, que habla de un nuevo David y de una nueva Sión, y Jeremí­as 31,25-34 y Ezequiel 40-43, que anuncian expresamente una nueva alianza) se vincula estrechamente a la memoria de la primera Pascua y es representada sintéticamente por el Deutero-Isaí­as (Is 43,16 s.) como un nuevo éxodo, con una nueva venida de YHWH en medio de los suyos para conducirlos de nuevo a la patria. De esta manera, también la estructura del ritual pascual hebreo, que se irá precisando y fijando con el paso del tiempo (y que puede reconstruirse sobre la base de la Mishnah, tratado Pesahim, del siglo II d. C., o en el comentario a la Mishnah, el Talmud, en sus dos formas palestina y babilonia), se va cargando progresivamente del significado que la historia de Israel atribuye sucesivamente al acontecimiento pascual del éxodo, no sólo como memorial del acto fundador de su identidad, sino también como tensión escatológica hacia la nueva alianza. El cordero se convierte en “el sí­mbolo del sacrificio y de la ofrenda a Dios, con un valor salví­fico para el perdón de los pecados. Es también sí­mbolo del mesí­as, relacionado con las figuras de Moisés y de David”, en la perspectiva del Siervo doliente del Deutero-Isaí­as; “el pan ázimo representa el pan de la prisa y de la huí­da (….), pero es también el primer fruto de la tierra prometida”; el vino, finalmente, “representa el gozo y la fiesta por el don de la salvación”. Todo esto ofrece el presupuesto esencial para la comprensión de la Pascua de Jesús.

II. La Pascua de Jesucristo: revelación del Dios trinitario y constitución del pueblo de la nueva alianza
1. LA CENA PASCUAL, CLAVE HERMENEUTICA DE LA PASCUA DE LA NUEVA ALIANZA. “Según las esperanzas judí­as (…) el mesí­as liberador tení­a que manifestarse en Jesusalén una noche de pascua. Nos lo recuerda la antigua paráfrasis aramea al texto de Ex 12,42 (…). No es un hecho casual el que Jesús concluya su vida histórica, que comenzó a orillas del lago de Galilea, en la capital judí­a, en la ciudad santa, una noche de pascua, el 14/15 de Nisán, de los años treinta”. No es la primera vez que el testimonio de los evangelios nos habla de una venida de Jesús a Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-50; Jn 2,13-22; 6,1-14; 11,55 ss.) Pero la última cena pascual de Jesús (Mc 14,22-25 y par.) -sea en referencia a su historia anterior, sea en referencia a lo que sucederí­a más tarde- asume un valor decisivo. Puede decirse que en este momento se concentra todo el significado del proyecto mesiánico de Jesús (kerigma y praxis, su misma existencia y su persona), que él ilumina y carga con un nuevo valor, vinculándolo a la antigua Pascua del éxodo, como su realización escatológica en relación con el sacrificio de su vida en la cruz. En la cena pascual, en una palabra, Jesús ofrece una hermenéutica actualizante de la antigua pascua y una hermenéutica profético-escatológica de la nueva alianza, en la lí­nea de la profecí­a veterotestamentaria: nos encontramos frente al centro de la historia de la salvación, tanto en la autoconciencia de Jesús como en el testimonio de la fe apostólica.

Ciertamente, en la cena pascual de Jesús, como preanuncio del acontecimiento de la cruz-resurrección, hemos de reconocer la culminación de su convivencia con los últimos, que es un rasgo caracterí­stico, ‘hasta el punto de ser constitutivo, de su proyecto mesiánico, y al mismo tiempo el signo del banquete mesiánico que anuncia el establecimiento del reino de Dios. Pero el significado más profundo de la cena pascual tiene que relacionarse, a través de las palabras mismas de Jesús, con el establecimiento de la nueva y definitiva alianza. En esta perspectiva, Jesús se identifica con el Cordero pascual que, sacrificado, da la vida a los hombres, en la lí­nea del Siervo doliente (Is 52, 13-53, 12), que se carga con los pecados de la multitud, mientras que la Pascua se convierte en el paso de Jesús de este mundo al Padre (cf. Jn 13, 1), al mismo tiempo que en el paso de los hombres de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios. Todo esto se expresa claramente en las palabras del pan y del vino: el pan se convierte en signo del don de la vida; el vino, identificado con la sangre, es el instrumento de la comunión entre Dios y los hombres. Todo ello, dentro de la atmósfera del anuncio previo de la alegrí­a mesiánica que se realizará precisamente a través del sacrificio de la cruz. A la luz de la última cena, por consiguiente, el acontecimiento pascual de Jesús adquiere el significado escatológico del establecimiento definitivo de la nueva alianza y de la llegada del reino de Dios anunciada por él. Tiene un significado teológico (como plena autocomunicación de Dios a los hombres) y un significado antropológico-salví­fico. Revela el amor de Dios, más aún, al Dios mismo que es Amor (“Jesús, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”: Jn 31, 1), e ilustra el mandamiento nuevo del amor recí­proco como ley de vida del nuevo pueblo de Dios (cf. Jn 13, 34), según la acción simbólica del lavatorio de pies a los discí­pulos (cf. Jn 13, 1-20). Detengámonos en cada una de estas dos dimensiones, tal como se realizan en el acontecimiento pascual de Jesús.

2. EL ACONTECIMIENTO PASCUAL COMO ACONTECIMIENTO TRINITARIO. En el testimonio de los Evangelios sinópticos, pero también del evangelio de Juan y en el epistolario paulino, la Pascua de Jesús se nos presenta ante todo e inseparablemente como acto del Padre, del Hijo y del Espí­ritu: punto culminante de la autocomunicación de Dios y suprema “glorificación” de su Nombre (Jn 12, 28). Es un acto que afecta al Padre, en cuanto que la muerte de Jesús tiene que comprenderse dentro del proyecto salví­fico de YHWH sobre el Mesí­as; es además un acto del Hijo, en cuanto que es Jesús el que se entrega libremente a la muerte y por ello resucita; y es también finalmente un acto del Espí­ritu, en cuanto que es el lugar y el momento de la efusión escatológica del Espí­ritu Santo sobre la humanidad.

a) El acontecimiento pascual como acto del Padre. La cruz de Jesús representa sin duda el punto interrogante decisivo sobre toda su misión y en particular sobre la revelación que hizo de Dios como Abbá. El hecho de que muera de esta manera tan trágica representa, al menos a primera vista, un fracaso completo y definitivo, no sólo frente a los hombres, ya que se ven entonces desmentidas aparentemente su pretensión mesiánica y su misma exousí­a filial, sino incluso para el mismo Jesús que -como nos indica ya el propio episodio de Getsamaní­- se ve como obligado a sumergirse en el abismo del sufrimiento y de la soledad, sin ningún apoyo por parte de Dios.

En realidad, leyendo más en profundidad el testimonio neotestamentario, ya en su formulación prepascual,hay que reflexionar sobre el hecho fundamental de que Jesús interpretó su destino de sufrimiento y también de muerte como obediencia a una voluntad precisa del Padre, como adecuación e incluso como cumplimiento de su designio de salvación en favor de los hombres. Basta en este sentido recordar cómo en los loghia que en la tradición sinóptica atestiguan el preanuncio de la pasión por parte del mismo Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34 y par.), él habla de una “necesidad” (se utiliza el verbo griego dei = “es necesario”) del rechazo de Israel y de su entrega a la muerte infamante de la cruz. También el testimonio de la última cena -como hemos visto- subraya que precisamente la entrega de su vida y el derramamiento de su sangre representan el momento y el instrumento del establecimiento de la nueva alianza preparada por YHWH para los hombres. Así­ pues, la muerte de Jesús tiene que comprenderse dentro del designio global de salvación que lleva a cabo YHWH a través de su ministerio mesiánico. Por tanto, no hay que entender la muerte de Jesús como un acto de justicia vindicativa o como un castigo de la ira de Dios: todo esto está totalmente ausente del testimonio prepascual del NT. Al contrario, desde el punto de vista del Abbá, la muerte de Jesús en la cruz tiene que interpretarse como el gesto supremo de su misericordia: expresión de su voluntad de solidaridad con los hombres, atestiguada a través del Hijo y llevada hasta el fin. Y también -dentro del horizonte misterioso y gratuito de su designio de salvación- como el instrumento paradójico a través del cual, mediante el Hijo, puede brotar en la historia la novedad de la nueva y definitiva alianza.

Moviéndonos precisamente en esta perspectiva es como la reflexión postpascual de la Iglesia comprenderá la muerte de Jesús, desde el punto de vista de Dios-Padre, como el don, la entrega por amor que hizo de su Hijo por la salvación de los hombres. En este sentido, el cuarto evangelio dirá sintéticamente que “Dios envió al mundo a su Hijo, no para condenarlo, sino para salvarlo” (Jn 3, 17); y Pablo, como deslumbrado. por la inaudita grandeza del don que Dios nos ha hecho en el Hijo, exclamará: “¿Cómo no nos va a dar todas las cosas con él?” (Rom 8, 32), queriendo indicar que, si Dios nos ha dado lo que es más querido para él, o sea, su Hijo, cualquier otro don está como comprendido e infinitamente superado por éste. Todo el testimonio neotestamentario habla en este sentido de la muerte de Cristo como de una “entrega” (el verbo casi técnico que se utiliza es el verbo paradí­domi

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

Esta palabra. derivada del hebreo pesach (paso), indica la celebración repetida todos los años de la primera Pascua de Israel, que consistió en el paso salví­fico de Yahveh en la noche en que salió de Egipto el pueblo hebreo.

Junto a esta primera Pascua de la historia sagrada, la Escritura recuerda otras tres: la de los judí­os, que consistí­a en el recuerdo y la actuación anual del paso de Yahveh, enriquecida por el memorial de todas las innumerables intervenciones salví­ficas realizadas por Dios en favor del pueblo elegido; la Pascua de Cristo, que consistió en su inmolación, es decir, en su “paso de este mundo al Padre” (Jn 13,1) a través de la pasión y de la resurrección. Finalmente, la Pascua de la Iglesia, que anualmente, pero también cada semana y cada dí­a, renueva la Pascua de Cristo ” hasta el dí­a en que vuelvan (1 Cor 1 1,26).

En la antigüedad cristiana se pueden distinguir dos tipos de teologí­as pascuales: la primera, que se afirmó en Asia Menor, celebraba el misterio del Exodo, es decir, el paso del pueblo elegido cristiano de la esclavitud de Egipto o del pecado a la libertad de los hijos de Dios; la segunda, presente en Alejandrí­a de Egipto, celebraba el misterio de la pasión de Cristo, su muerte y su resurrección.

Agustí­n nos presenta una sí­ntesis de estas dos tradiciones pascuales, conjugando la Pascua-pasión con la Pascua-resurrección y la Pascua de Dios con la pascua del hombre. ” Pasión y resurrección del Señor: he aquí­ la verdadera Pascua” (De catechizandis rudibus, 36): así­ se expresa Agustí­n culminando aquel proceso de cristianización de la Pascua judí­a que está va presente en las páginas del Nuevo Testamento.

En relación con las diversas formas y fechas de celebración de la Pascua, hay que observar que las Iglesias de Asia Menor, inspirándose en la tradición joánica, la celebraban en una fecha fija, el 14 de Nisán, mientras que las Iglesias de Alejandrí­a y de Roma la celebraban el domingo inmediatamente posterior al primer plenilunio de primavera. Solamente en el siglo 1V, y no sin dificultades y tensiones entre las Iglesias, empezó a uniformarse la determinación de la fecha y la celebración de la Pascua y del ciclo pascual en las diversas regiones eclesiásticas.

O. Van Asseldonk

Bibl.: w Rordorf Pascua, en DPAC, 11, 1702-1705: P Coda, Pascua, en DCDT 1047-1061: H,’Haag, De la antigua a la nueva pascua, Sí­gueme, Salamanca 1980: X, Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y misterio pascual, Sí­gueme, Salamanca 1978.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. La pascua bí­blica. 1. La pascua en las tradiciones del Exodo: a) La historia de las tradiciones y la pascua, b) El cordero pascual, c) Los ácimos y los primogénitos; 2. La celebración de la pascua en la Biblia. 11. La pascua hebrea. 111. La pascua de Jesús y la pascua cristiana: 1. La pascua y la actividad pública de Jesús; 2. La última pascua de Jesús; 3. La pascua-paso al Padre; 4. La pascua cristiana: a) La pascua anual, b) La pascua semanal, c) Pascua y vida cristiana.

I. LA PASCUA BíBLICA. El término “pascua” proviene de la transcripción griega y latina, pasja; de una palabra de origen hebreo y arameo, respectivamente, pesah y pasha ; que remite a su vez al verbo pasah, que significa “pasar”, “saltar”. De aquí­ procede el significado del sustantivo: “fiesta” (danza) y “paso”. La celebración de la pascua está en el centro y en el corazón de la experiencia bí­blica, ya que está relacionada con el acontecimiento fundador del pueblo de Dios: el éxodo y la alianza. Por medio de la celebración de la pascua se actualiza el acontecimiento salví­fico en su forma litúrgica. Al modelo o esquema de la pascua bí­blica se refieren también los textos del NT para interpretar la acción salví­fica de Jesús. En el culto cristiano como “memorial” se prolonga el acontecimiento salví­fico de toda la historia bí­blica, que culmina en Jesús, muerto y resucitado.

1. LA PASCUA EN LAS TRADICIONES DEL / Exodo. En la colección actual de los textos de Ex 12-13 vinculados con la pascua se mencionan el rito del cordero, el de los ácimos y el rescate de los primogénitos. La inmolación del cordero precede históricamente a la experiencia de éxodo de los hebreos, en cuanto que es el rito de los nómadas que, antes de partir con sus rebaños para el pasto de la primavera, inmolan de noche el cordero y rocí­an con su sangre los postes de la tienda para proteger a los hombres y a los animales de los ataques del espí­ritu maligno. Este rito del cordero fue relacionado con el éxodo desde el dí­a en que un grupo de hebreos abandonó Egipto, uniéndose a los pastores o nómadas en una noche de luna llena de marzo/ abril alrededor del año 1250 a.C. La fiesta de los ácimos, panes sin fermentar, se asocia actualmente a la pascua. Se trata de un rito agrí­cola de primavera asumido por los hebreos de las costumbres de los habitantes de Canaán. El sacrificio de los primogénitos, por el contrario, que practicaban las poblaciones cananeas, fue sustituido por la ofrenda de un primogénito de animales. Estos tres ritos se refieren actualmente a la experiencia del éxodo y se ponen bajo la autoridad legislativa de Moisés.

a) La historia de las tradiciones y la pascua. Las disposiciones legislativas sobre la pascua interrumpen el relato de los “signos” o plagas con que el Señor castigó la arrogancia de Egipto para liberar a los hebreos oprimidos (Exo 12:1-13, 16). En el centro de esta colección legislativa, aunque dispuesta de forma narrativa, se relata el décimo “signo” o plaga, la muerte de los primogénitos egipcios (Exo 12:29-34). Por lo que se refiere a la estructura literaria y al valor histórico de este conjunto de textos pascuales, es preciso hacer algunas observaciones que tienen en cuenta la génesis y el desarrollo de las tradiciones del / Pentateuco.

Se trata de una colección de carácter legislativo litúrgico, que asume en algunos casos un acento catequí­stico. En efecto, el género literario de los códigos bí­blicos no debe confundirse con una lista árida de prescripciones. La ley es ante todo una instrucción y revelación de la voluntad de Dios. Esta se refiere a un obrar y a un actuar como respuesta agradecida y gozosa a todo lo que Dios ha hecho gratuitamente por la salvación de su pueblo. Incluso el hecho de la atribución a Moisés de estos textos hay que colocarlo dentro de la misma óptica. / Moisés está en el origen de aquel proceso que condujo a la celebración ritual de la pascua, tal como se describe en el libro del Exodo. Por eso, aun cuando en el texto actual se condensan otras prescripciones y prácticas tardí­as (siglos vi[-v), unidas a un núcleo arcaico, todas ellas entran en la única perspectiva de la pascua de / liberación, de la que Moisés fue el animador y el profeta.

El texto bí­blico se puede subdividir teniendo en cuenta las tradiciones históricas que están en su origen. Una primera parte del texto actual (Exo 12:1-14) se resiente del estilo de la tradición sacerdotal, que maduró durante el destierro y después del destierro. Presenta las prescripciones sobre rúbricas del sacrificio del cordero y de la cena pascual. A esta misma tradición pertenecen las normas relativas a la fiesta de los ácimos (Exo 12:15-20). A una tradición o nivel más antiguo, llamado yahvista, de la época de David-Salomón, se remonta el texto de Exo 12:21-27. En este trozo es posible reconocer algunas relecturas de la tradición deuteronomista, que debe su impulso a la reforma de Josí­as y se desarrolla durante el destierro y después de él. Afecta a la explicación del rito del cordero pascual en forma de catequesis familiar. A esta misma tradición yahvista pertenece la sección narrativa sobre la muerte de los primogénitos de Egipto, el despojo de los egipcios y la partida de los hebreos de Egipto (Exo 12:29-39). El capí­tulo 12 termina con otro pequeño trozo de la tradición sacerdotal, relativa a las prescripciones sobre la cena pascual (Exo 12:40-51). Esta misma tradición se prolonga en los primeros versí­culos del capí­tulo 13, sobre la consagración de los primogénitos (Exo 13:1-2). El relato prosigue con la antigua tradición yahvista, en la que se reconocen algunos añadidos deuteronomistas. En este pasaje se explica el significado de los ácimos en forma de catequesis familiar (Exo 13:3-10). Finalmente, una sección de la misma tradición recoge las prescripciones y el significado religioso de la consagración de los primogénitos (Exo 13:11-16).

b) El cordero pascual. La celebración ritual de la pascua tiene su centro en la consumición del cordero. Este rito se relaciona con las costumbres de primavera de los nómadas. Los pastores, antes de partir para los pastos tras el invierno, intentan propiciar a las divinidades protectoras sacrificándoles un cordero. El texto actual del Exodo conserva algunos indicios de esta práctica arcaica y de su significado. En efecto, la pascua hay que celebrarla al comienzo de los meses, en el primer mes del año. En el antiguo calendario era el mes de las espigas (Abid); después del destierro, según el calendario babilonio, el mes de Nisán (Exo 12:2). El dí­a 10 de dicho mes habí­a que apartar un cordero, en conformidad con lo que podí­a consumir una familia. Tení­a que ser un animal sin defecto, macho, nacido aquel año (Exo 12:5). Tras este rito de consagración vení­a la matanza del cordero el dí­a 14 del mes por la tarde. Lo que se subrayaba no era la muerte del animal, sino el valor simbólico de la sangre con la que se rociaban los postes de la tienda. Este rito tení­a una función apotropaica, es decir, mantener alejadas las desgracias o al exterminador ( Exo 12:13.23). También la forma de preparar el cordero, asado, y su consumición total con el pan sin fermentar y las hierbas amargas -lechuga silvestre- recuerdan las costumbres de los nómadas. Una nueva confirmación de este hecho es la manera de celebrar el banquete: “Lo comeréis así­: ceñidos los lomos, calzados los pies, báculo en mano. Lo comeréis deprisa” (Exo 12:11).

Pero este antiguo rito de los nómadas asume un nuevo significado con la experiencia del éxodo. Se convierte en el signo yen el rito memorial del paso del Señor y del paso del pueblo a la libertad. En efecto, la serie de prescripciones termina con esta solemne declaración: “Es la pascua del Señor”. Y se explica inmediatamente después: “Esa noche pasaré yo por el territorio de Egipto y mataré a todos los primogénitos de Egipto… La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver la sangre, pasaré de largo y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera a Egipto. Este dí­a será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, como institución perpetua de generación en generación” ( Exo 12:12-14).

La palabra hebrea pesah, con el significado original relacionado con la raí­z pasah, “danzar/ saltar” (cf 1Re 18:26), es reinterpretada en clave religiosa como “paso”. El Señor pasó por delante, salvó a su pueblo de la muerte de los primogénitos. Este significado es el que recoge la pequeña catequesis familiar en la que el padre responde a la pregunta de sus hijos: “¿Qué rito es éste?”; el padre les dice: “Es el sacrificio de la pascua del Señor, el cual pasó de largo por las casas de los israelitas en Egipto, cuando hirió a los egipcios y preservó nuestras casas” (Exo 12:26-27). El significado actualizante de la pascua queda expresado en el término hebreo zikkarón, “memorial”. La pascua es memoria; no en el sentido de un aniversario en el que se recuerda un hecho del pasado, sino en cuanto que es una experiencia que se revive cada vez que se la evoca en los sí­mbolos del rito.

Con la reforma de Josí­as en el siglo vol la pascua se convirtió en una de las tres grandes fiestas de peregrinación al santuario central de Jerusalén. Conserva, sin embargo, su significado familiar a través de la comida del cordero, en la que solamente pueden participar los hijos de Israel o aquellos que se asimilan a ellos, como el forastero domiciliado y circunciso (Exo 12:43-49).

c) Los ácimos y los primogénitos. El ritual de los ácimos (hebreo, massót) guarda relación con la costumbre agrí­cola de primavera de comenzar el año nuevo con la primera cosecha de cebada (cf Deu 16:9). Este comienzo, o consagración, se expresaba simbólicamente mediante la eliminación de la levadura vieja. El rito de los ácimos se asoció al del cordero, fiesta de primavera de los nómadas, asumiendo también su significado histórico y salví­fico. De esta manera, de su sentido arcaico -comienzo de un nuevo ciclo vital-pasó a transformarse en el recuerdo de la fundación del pueblo liberado por Dios. Este pueblo ofrece ahora al Señor en señal de gratitud los dones de la tierra, en la que fue introducido por su acción poderosa y gratuita (cf Jos 5:10-12).

La consagración de los primogénitos se vinculó con la pascua por la asociación temática con el último signo de Dios contra Egipto: la muerte de los primogénitos. También esta consagración asume un significado nuevo. De antiguo rito propiciatorio -ofrenda a Dios de las primicias, los hijos (cf Eze 16:20; Miq 6:7)- se convirtió en la respuesta agradecida a Dios por la liberación histórica y en signo de su pertenencia a él.

2. LA CELEBRACIí“N DE LA PASCUA EN LA BIBLIA. La primera celebración de la pascua tuvo lugar en el aniversario de la salida de Egipto en el desierto del Sinaí­ (Núm 9:1-5). Un fragmento de la tradición sacerdotal recuerda el tiempo y la modalidad de la celebración según el ritual tradicional: “Celebraron la pascua en el desierto del Sinaí­ el primer mes, el dí­a catorce del mes, al atardecer” (Núm 9:5). La segunda pascua se recuerda después del paso del Jordán y de la entrada en la tierra prometida, don de Dios. La antigua tradición litúrgica del santuario de Guilgal recuerda que los hijos de Israel celebraron la pascua el dí­a 14 del mes, al atardecer, en la estepa de Jericó. Con este rito memorial termina el tiempo del desierto. En efecto, el primer dí­a después de pascua comieron ya los productos de la región: “Ese mismo dí­a comieron panes sin levadura y trigo tostado; pero desde el dí­a siguiente empezaron a comer los productos de la tierra. Desde ese momento el maná dejó de caer” (Jos 5:11-12). La tercera pascua que se recuerda es la que se celebró en tiempos del rey Ezequí­as (721 a.C.); se recuerda como una solemne convocatoria hecha por el rey en el templo de Jerusalén, a la que son invitadas también las tribus del norte (Israel); la celebración se desplazó al segundo mes, porque los sacerdores no se habí­an purificado en número suficiente y el pueblo no se habí­a reunido en Jerusalén; esta celebración pascual se prolongó durante catorce dí­as en medio de un clima de alegrí­a extraordinaria (2Cr 30:1-27).

La cuarta celebración que se menciona en los libros históricos es la que se relaciona con la reforma del rey Josí­as (621/622). En el contexto de la fiesta de la renovación de la alianza, motivada por el hallazgo de la ley en el templo -el núcleo del Deuteronomio-, se celebró una pascua solemne y llena de gozo. “El rey ordenó a todo el pueblo: `Celebrad la pascua del Señor, vuestro Dios, conforme está escrito en el libro de la alianza’ ” (2Re 23:21). La quinta celebración pascual se menciona en el libro de Esdras, como la pascua del retorno y de la reconstrucción del templo (515 a.C.). El relato del cronista recuerdaque los repatriados celebraron la pascua el 14 del primer mes: “Los israelitas repatriados comieron el banquete pascual con todos aquellos que se habí­an separado de la impureza de los paganos del paí­s… Celebraron con júbilo la fiesta de los panes sin levadura durante siete dí­as, porque el Señor les habí­a llenado de alegrí­a” (Esd 6:19-22).

Así­ pues, la celebración de la pascua jalona los momentos decisivos de la historia bí­blica. Va unida con el recuerdo, memorial, de la experiencia del éxodo, liberación, y con el compromiso de la alianza, como pertenencia y consagración a Dios. El eco de estas celebraciones, mencionadas en los libros históricos, se encuentra en las colecciones legislativas diseminadas por el Pentateuco: en el código de la alianza (Exo 23:15), en el dodecálogo cultual (Exo 34:18.25), en el código deuteronomista (Deu 16:1-8), en el código sacerdotal (Lev 23:5-8; cf Núm 28:16-25). También el profeta Ezequiel, en el contexto ideal del templo nuevo, proyecta la celebración de la pascua el dí­a 14 del primer mes (Eze 45:18-24). La tradición de Isaí­as remite a este rito de celebración de la salvación histórica, que anticipa el futuro de la salvación definitiva o escatológica (Isa 30:29; Isa 25:6-8).

II. LA PASCUA HEBREA. La reconstrucción de los ritos y la recuperación del significado de la pascua hebrea tienen una importancia fundamental para comprender el significado y el valor de la pascua cristiana, que está en la base de la interpretación salví­fica de la muerte de Jesús. La tradición judí­a se fundamenta en la bí­blica y la desarrolla en función de las nuevas experiencias del pueblo judí­o y de su evolución religiosa. Las fuentes principales para reconstruir la pascua judí­a antigua son algunos textos extrabí­blicos o apócrifos, los escritos de los autores judeo-helenistas del primer siglo, las tradiciones y los comentarios bí­blicos judí­os, así­ como los textos de la tradición rabí­nica y samaritana.

El Libro de los Jubileos, apócrifo del siglo I a.C., documenta el ritual de la pascua antigua y su significado. Se la celebra como memorial de la liberación de Egipto y como garantí­a de protección para el futuro. La pascua guarda también relación con el sacrificio de Isaac, al que se atribuye un valor de rescate (Jub 49,1-20).

Flavio Josefo (por el 37-100 d.C.) habla de la pascua en las Antigüedades judí­as y en la Guerra de los judí­os. Según el testimonio de este historiador judí­o, con la pascua están asociadas las esperanzas mesiánico-nacionalistas de carácter popular. Recuerda que algunas sublevaciones de los judí­os contra Arquelao o contra los romanos tuvieron lugar con ocasión de la fiesta-peregrinación a Jerusalén para la celebración de la pascua (cf Lev 13:1). También Filón de Alejandrí­a (25 a.C.-41 d.C.) documenta la celebración de la pascua en sus escritos y ofrece una interpretación alegórico-simbólica de los diversos ritos, subrayando el hecho de que en la celebración de la pascua todo el pueblo de Israel tiene una dignidad sacerdotal.

En las antiguas traducciones arameas para uso litúrgico en Palestina y en Babilonia, puestas por escrito en los siglos III-1v d.C., se conservan algunas tradiciones mucho más antiguas sobre la celebración y el significado de la pascua. Puede verse una confirmación de ello en los comentarios homiléticos hebreos a la Biblia, que van desde finales del siglo II en adelante. También aquí­ se recogen algunas antiguas tradiciones hebreas, especialmente en el comentario del Exodo que recibe el nombre de Mekilta. Finalmente, la tradición rabí­nica de la pascua se puede reconstruir sobre la base de las prescripciones recogidas en la Misnah, tratado Pesahîn, del siglo II, o en el comentario a la Misnah, el Talmud, en sus dos formas palestina y babilonia. La única celebración pascual que apela al antiguo ritual bí­blico, con el sacrificio del cordero consumido al atardecer de la luna llena de marzo-abril, es la de los samaritanos del monte Garizí­n, junto a Nablús. Muchas de las prácticas de los samaritanos se refieren al antiguo ritual de la pascua que se usaba en tiempos de Jesús en Palestina.

Sobre la base de estos documentos se puede reconstruir la estructura del ritual o seder pascual judí­o. Comienza con unos aperitivos en una habitación aparte, que comprenden hierbas amargas, una salsa, el haroset, fruta empapada de vinagre. Viene luego la bendición sobre el vino y la primera copa con la fórmula: “Bendito eres, Señor, Dios nuestro, rey del universo, creador del fruto de la vid”. Con la bendición del vino se asocia la de la fiesta, en donde se hace la conmemoración del acontecimiento salví­fico del éxodo. Luego se lava la mano derecha, que sirve para comer, y comienza así­ la comida central, que se toma en el piso superior, tumbados en el diván como signo de libertad. Se hace entonces el relato de la pascua, con la explicación de los ritos por parte del padre, que responde a las preguntas del hijo menor. Es la haggadah pascual, que comprende los textos de Deu 6:20-25; Deu 26:5-11; Jos 24:2-13. Es éste el “credo” de Israel, que vuelve a proponerse en el contexto de la cena pascual. Viene luego la presentación de la segunda copa de vino y el canto del Hallel, los salmos pascuales 113-114. La bendición y la fracción del pan por parte del que preside la mesa, que se lo distribuye a los comensales, preceden a la comida del cordero. Tras la tercera copa de vino, con la relativa bendición de acción de gracias, viene el canto final del Hallel, salmos 114-118. Con una cuarta copa de vino se cierra el ritual de la cena de pascua.

Es importante recordar el significado de los diversos elementos de la cena pascual judí­a para la comprensión de la celebración cristiana. El cordero es el sí­mbolo del sacrificio y de la ofrenda a Dios, con un valor salví­fico para el perdón de los pecados. Es también sí­mbolo del mesí­as, relacionado con las figuras de Moisés y de David. El pan ácimo representa el pan de la prisa y de la huida, el pan de la desgracia, comido en el desierto; pero es también el primer fruto de la tierra prometida. La bendición del pan hace participar de la salvación, como don de Dios. El vino en la comida pascual es obligatorio, incluso para los más pobres; en efecto, representa el gozo y la fiesta por el don de la salvación. Las cuatro copas de vino recuerdan los gestos liberadores de Dios señalados en Exo 6:6. El banquete pascual judí­o, con su significado religioso salví­fico, ofrece el marco de comprensión de la pascua de Jesús y de la cristiana. Es memoria, anuncio y esperanza de la salvación definitiva.

III. LA PASCUA DE JESÚS Y LA PASCUA CRISTIANA. Las fiestas de pascua que se mencionan en los evangelios sinópticos y en el de Juan marcan las etapas decisivas de la actividad pública de Jesús. De manera particular y única, esto es verdad en lo que se refiere a la última pascua, durante la cual Jesús fue arrestado y condenado a muerte.

1. LA PASCUA Y LA ACTIVIDAD PÚBLICA DE JESÚS. La primera fiesta de pascua que recuerda la tradición evangélica es la de Luc 2:41-50. Como conclusión del evangelio de los orí­genes o de la infancia, Lucas narra cómo Jesús con sus padres, según la costumbre, subió a Jerusalén para celebrar la fiesta de pascua. Se trata de la peregrinación anual para la gran festividad judí­a. No es un hecho casual que se mencione esta peregrinación pascual de Jesús a Jerusalén al cumplir los doce años, en los umbrales de su vida adulta. El evangelista relee aquí­ el episodio como si fuera la primera manifestación de la sabidurí­a de Jesús y de su decisión profética de dedicarse a las “cosas” o a la “casa”/templo del Padre (Luc 2:49). Esto sucedió en Jerusalén, en el templo, en donde Jesús revela su destino y su opción a sus padres, que lo habí­an estado buscando angustiados durante “tres” dí­as. Es ésta una discreta alusión al episodio de su última pascua.

El evangelio de Juan recuerda expresamente al menos tres pascuas. La primera guarda relación con el signo que Jesús hace en el templo (Jua 2:13-22). Esta intervención de Jesús comprende dos momentos: la acción profética, la purificación del templo, “la casa de mi Padre” y la palabra con que anuncia la constitución del nuevo templo, que, a la luz de la resurrección, se identifica con su propio cuerpo. La segunda pascua, la de la crisis, va unida al signo de la multiplicación de los panes en Galilea, junto al lago de Tiberí­ades (Jua 6:1-4). También el drama de esta pascua se desarrolla en dos partes: el signo del pan que distribuye a la gente en el desierto como signo mesiánico y un diálogo-discurso, en donde Jesús explica el significado profundo del don del pan. Frente a las esperanzas de un mesianismo de tipo nacionalista, Jesús establece su proyecto salví­fico, que pasa a través de la fe. En efecto, solamente la fe sabe acoger el don del Padre, la palabra auténtica que viene del cielo como pan que sacia el hambre de las exigencias profundas del ser humano y que se manifiesta en el don que Jesús hará de sí­ mismo en su muerte (Jua 6:51). El discurso del pan está construido según el modelo de las homilí­as sinagogales que desarrollan la reflexión sobre los textos de la Escritura (Exo 16:4.5: el maná, pan del cielo; Isa 54:13 : la nueva alianza). Parece ser que estos textos, citados por Juan, se leí­an con ocasión de la liturgia sinagogal en el tiempo pascual.

La tercera pascua evangélica mencionada por Juan va asociada al episodio de la resurrección de Lázaro, que provoca la muerte de Jesús para la definitiva resurrección (Jua 11:55). El gesto profético de Marí­a, la unción de Jesús con el perfumne precioso, es un signo premonitorio de la muerte de Jesús (Jua 12:1-8). Pero esta pascua está también relacionada con la entrada mesiánica de Jesús, que culmina en el anuncio de la salvación universal a los paganos (Jua 12:20.32). Sólo en este punto puede proclamar Jesús que ha llegado su hora (Jua 12:23). El tiempo de la revelación definitiva del amor salví­fico de Dios explota en la última pascua, a partir de la cual comienza también la misión para convocar a los hijos dispersos de Dios.

2. LA ÚLTIMA PASCUA DE JESÚS. Según las esperanzas judí­as, que habí­an ido madurando a lo largo de los siglos, el mesí­as liberador tení­a que manifestarse en Jerusalén una noche de pascua. Nos lo recuerda la antigua paráfrasis aramea al texto de Exo 12:42 (TgN I). Allí­ se mencionan las cuatro noches de las que es un memorial la pascua: la de la creación, la del sacrificio de Isaac, la del éxc Jo y la última noche, en la que se manifestará el mesí­as. No es un hecho casual el que Jesús concluya su vida histórica, que comenzó a orillas del lago de Galilea, en la capital judí­a, en la ciudad santa, una noche de pascua, el 14/ 15 de Nisán, de los años treinta. En este contexto Jesús proclama el último anuncio del reino de Dios, presentando su muerte como el signo supremo de fidelidad y de solidaridad por la salvación de los hombres.

Los tres evangelios sinópticos están de acuerdo en referir los detalles de la última pascua de Jesús. Las secuencias de este drama final se pueden reconstruir a través de los actuales textos evangélicos, que reflejan el contexto celebrativo litúrgico de las primeras comunidades cristianas. Con un gesto profético, Jesús manda preparar la sala en casa de un amigo de Jerusalén para comer la pascua con sus discí­pulos (cf Luc 22:1.7-13). Esto contrasta con los preparativos de los dirigentes judí­os para apresar a Jesús a fin de evitar una sublevación popular dentro del clima de la fiesta judí­a (cf Mar 14:1-2). Todos los detalles que conservan los evangelios sinópticos nos llevan a esta conclusión: Jesús celebró en Jerusalén, antes de ser arrestado, una cena festiva dentro de un clima pascual. Los elementos esenciales se pueden reconstruir sobre la base de la tradición común de los evangelios. La sucesión más clara y evidente del rito judí­o y cristiano la tenemos en el evangelio de Lucas: “A la hora fijada se puso a la mesa con sus discí­pulos. Y les dijo: `He deseado vivamente comer esta pascua con vosotros antes de mi pasión. Os digo que ya no la comeré hasta que se cumpla en el reino de Dios’. Tomó una copa, dio gracias y dijo: `Tomad y repartidla entre vosotros, pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios”‘ (Luc 22:14-19). Las palabras de Jesús se refieren al ritual judí­o, a la explicación de la cena con su referencia a su momento escatológico. Dispuestos en forma simétrica, vienen a continuación los gestos y las palabras que introducen la nueva pascua; ésta se realiza en la muerte de Jesús, en su cuerpo dado y en su sangre derramada, como fundamento de la nueva alianza (Luc 22:19-20). La copa del vino, que mencionan Lucas y Pablo “después de la cena”, puede corresponder a la tercera copa del ritual judí­o (1Co 11:25; 1Co 16:16 : “el cáliz de bendición”). También la alusión al canto del himno, que precede a la salida hacia el monte de los Olivos, es una reminiscencia del canto del Hallel pascual (Mar 14:26) [1 Eucaristí­a].

3. LA PASCUA-PASO AL PADRE. También el relato de la cena en Juan, que precede al arresto de Jesús, conserva algunos rasgos claramente pascuales (cf Jua 13:21-30). Durante esta cena Jesús realiza el gesto profético de lavar los pies a los discí­pulos como anticipación simbólica de su muerte, el mayor servicio y el don más alto para fundar la nueva comunidad. La introducción solemne y teológica de Juan da el verdadero significado al gesto de Jesús y a todo el libro de la “gloria”: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le habí­a llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús, que habí­a amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jua 13:1). La “gloria” de Dios y la glorificación de Jesús coinciden en la manifestación definitiva del amor salví­fico. La acción simbólica de lavar los pies a los discí­pulos es comentada y confirmada por el testamento espiritual de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así­ también os améis unos a otros” (Jua 13:34). Este es el mandamiento nuevo, sobre el que se basa toda la nueva alianza.

El tema pascual vuelve a aparecer en el relato de la pasión y muerte de Jesús, que refleja en el fondo las imágenes del cordero pascual. Jesús es el verdadero cordero, que con su ofrenda libera al mundo del pecado y establece el nuevo pueblo de los liberados (cf Jua 1:29.36). Según Juan, Jesús muere en el momento en que se sacrificaban los corderos en el templo para la celebración de la pascua judí­a (Jua 18:28). La muerte de Jesús es interpretada como el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas, representadas por el cordero pascual (Jua 19:35-36; cf Apo 5:6.12).

4. LA PASCUA CRISTIANA. Los testimonios de los primeros documentos cristianos son muy sobrios en lo que se refiere al culto y a los ritos cristianos. Los únicos textos explí­citos sobre el culto cristiano en forma indirecta son las secciones eucarí­sticas de los sinópticos, que hablan de la cena final de Jesús, y algunos trozos bautismales de Pablo en función teológico-exhortativa. Por eso no hay que extrañarse de que dentro del NT no se encuentren muchos textos que hablen de la celebración de la pascua cristiana. Pero hay suficientes datos para hablar de un papel de la pascua en la vida de las primeras comunidades, tal como habí­a sucedido durante la vida y la muerte de Jesús.

a) La pascua anual. Es probable que las primeras comunidades cristianas celebrasen la memoria anual de la muerte y resurrección de Jesús. El es el verdadero cordero pascual que da la auténtica libertad a los creyentes y hace de ellos un pueblo nuevo. El texto más antiguo en este sentido nos lo ofrece la primera carta a los Corintios, escrita en Efeso por la mitad de los años cincuenta: “¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Echad fuera la vieja levadura para ser una masa nueva, puesto que sois panes sin levadura; porque Cristo, nuestro cordero pascual, ya ha sido inmolado. Así­ que celebremos la fiesta, no con levadura vieja, con levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, panes de sinceridad y de verdad” (1Co 5:6-8). Este texto, que guarda el tono de las profesiones de fe y de las ardorosas exhortaciones pastorales, se inserta en la intervención de Pablo por resolver el caso de un desorden moral, que los corintios habí­an aceptado sin escrúpulos en su propia comunidad: un cristiano conviví­a con la segunda mujer de su padre difunto. La apelación a la condición pascual de la comunidad cristiana, liberada del viejo pecado en virtud de la muerte salví­fica de Cristo, es el motivo para vivir coherentemente en el nuevo estatuto de pueblo santo de Dios. De las antiguas fuentes cristianas del siglo u se puede reconstruir también la forma de la celebración anual de la pascua: ayuno hasta la vigilia matutina, cuando se celebraba el ágape eucarí­stico en un clima gozoso de comunión con el Señor resucitado. Esto es lo que se deduce de la práctica de los cristianos del Asia, llamados cuartodecimanos porque celebraban la pascua el 14 de Nisán, según el calendario judí­o.

b) La pascua semanal. Más documentada está la celebración que caracterizaba a la semana cristiana. Desde los primeros tiempos la reunión festiva de los cristianos, a diferencia de la de los judí­os, tení­a lugar el dí­a primero de la semana, en lugar del sábado, para recordar la resurrección de Jesús en un clima de gozo y de acogida fraternal. La asamble cristiana en Corinto, en la que se realiza también la colecta de las ofrendas para los pobres de Jerusalén, se tiene el primer dí­a de la semana (1Co 16:2). La asamblea eucarí­stica, caracterizada por la fracción del pan, se celebra en Tróade, en un clima claramente festivo y gozoso, por Pablo antes de emprender su partida (Heb 20:7-12). También el Apocalipsis recuerda que la revelación al profeta tiene lugar en “el dí­a del Señor” (Apo 1:10).

Esta ubicación de la asamblea cristiana en el primer dí­a de la semana hay que relacionarla con la memoria de / resurrección de Jesús, como atestiguan los relatos pascuales (Mat 28:1; Jua 20:1 : “el primer dí­a después del sábado”; cf Jua 20:19.26: “en la tarde de aquel dí­a, el primero de la semana”; “ocho dí­as después”). La forma de la celebración es la de una comida fraternal, dentro de la cual tiene lugar la cena memorial en un contexto de esperanza mesiánica: el Señor viene en medio de los suyos, porque es el resucitado. Este puede ser el sentido de la exclamación litúrgica, que se ha conservado en lengua aramea y que refiere Pablo en la carta a la iglesia de Corinto: “Marana-tha: ¡Ven, Señor!” (lCor 16,22; cf lCor 11,26) [/ Eucaristí­a].

c) Pascua y vida cristiana. La pascua no es sólo una fiesta conmemorativa, aniversaria o semanal, sino una dimensión de la vida cristiana inaugurada en el bautismo. Mediante el / bautismo, el cristiano ha quedado unido al destino salví­fico de Cristo para formar parte del pueblo nuevo, el que camina ahora hacia la pascua definitiva (cf IPe 1,22-2,10). Según Pablo, el bautismo es inmersión en la muerte y resurrección de Jesús, lo cual supone un paso real de la muerte a la vida, de la lógica y mentalidad de muerte a un estilo y opción de vida que se realizan en la justicia y en la caridad fraterna (Rom 6:4-11; cf ,4).

La experiencia bautismal prefigura y prepara la de la pascua final y escatológica. Para los textos del Apocalipsis esta pascua no representa solamente la meta final de la esperanza cristiana, sino que señala precisamente el punto de llegada de la historia de la salvación que concierne al mundo entero.

En el centro de la historia humana está ahora el cordero inmolado yvivo, el Cristo muerto y resucitado, que da sentido a los acontecimientos humanos y garantiza la victoria de Dios sobre el mal histórico de la idolatrí­a y de la injusticia.

Es el cordero el que abre el libro sellado del designio de Dios sobre la historia (Apo 5:1-14). A esta revelación le hace eco el canto de los mártires, de los que han vencido a la bestia, el poder polí­tico idolátrico. Ellos cantan el cántico de Moisés, el de la liberación definitiva (Apo 12:10-11; Apo 15:2-4).

Así­ pues, la pascua no es sólo un recuerdo arcaico, sino el dinamismo de salvación y de liberación que está dentro de la historia humana desde el dí­a en que Dios se sumergió en nuestra historia de modo irreversible con la encarnación, muerte y resurrección de Jesús.

BIBL.: Auzou G., De la servidumbre al servicio. Estudio del libro del Exodo, Fax, Madrid 1969; CAMPOS L.-Di SEGNI R., Haggadah di Pesach. Testo e traduzioni dellhaggadah ebraica, B. Carucci, Así­s-Roma 19792; CANTALAMESSA R., La Pasqua della nostra salvezza. Le tradizioni pasquaei della Bibbia e della primitiva Chiesa, Marietti, Casale Monferrato 1971, 19842; ID, La Pasqua nella chiesa antica, Ed. Intern., Turí­n 1978; CARENA O., Cena pasquale ebraica per comunitá cristiane, Marietti, Turí­n 1980; FGGEISTER N., 11 valore salví­fico delta pasqua, Suppl. al GLNT, Paideia, Brescia 1976; GARMENDIA S.R., La pascua en el AT. Estudio de los textos pascuales del AT a la luz de la crí­tica literaria y de la historia de la tradición, Ed. Eset, Vitoria 1978; HAAG H., Páque, en DBS VI, 1960, 1120-1149; HENNINGER J., Lesfetesdeprintemps chez les sémites et la páque israélite, Gabalda, Parí­s 1975; JEREMIAS J., páscha, en GLNT IX, 1974, 963/984; ID, La última cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980; LE DEAUT R., La nuit pascale. Essai sur la significa/ion de la Páque juive á partir du Targum d’Esode XLII, 12 PIB, Roma 1963; NOTH M., Esodo, Paideia, Brescia 1977; SEGRE A., Pesach, Ed. UCII, Roma 1972; TOAF A.S., Haggadah di pasqua, Texto hebreo con traducción italiana, introducción y notas, Casa Ed. Israele, Roma 1931, 19713; VAUx R. DE, Pascua y los ácimos, en Instituciones del AT, Herder, Barcelona 19853, 610-620.

R. Fabris

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(HEB. PE·SAJ; GR. PíÂ·SKJA).
La Pascua se instituyó la noche anterior al éxodo de Egipto. La primera Pascua se observó el 14 de Abib (posteriormente llamado Nisán, marzo-abril en el calendario gregoriano) del año 1513 a. E.C. sobre el tiempo de la luna llena. A partir de entonces tení­a que celebrarse todos los años. (Ex 12:17-20, 24-27.) La Pascua iba seguida de los siete dí­as de la fiesta de las tortas no fermentadas, del 15 al 21 de Nisán. Conmemoraba la liberación de los israelitas de Egipto y el hecho de que Jehová †˜pasase por alto†™ a sus primogénitos cuando aniquiló a los primogénitos egipcios. Coincidí­a con el principio de la cosecha de la cebada. (Ex 12:14, 24-47; Le 23:10.)
Era una celebración conmemorativa, y por eso el mandato bí­blico decí­a: †œY tiene que suceder que cuando sus hijos les digan: †˜¿Qué significa este servicio para ustedes?†™, entonces tienen que decir: †˜Es el sacrificio de la pascua a Jehová, que pasó por alto las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando plagó a los egipcios, pero libró nuestras casas†™†. (Ex 12:26, 27.)
Debido a que para los judí­os el dí­a comenzaba después de la puesta del Sol y finalizaba con la puesta del Sol del dí­a siguiente, el 14 de Nisán empezarí­a después de la puesta del Sol. Por lo tanto, la Pascua se observarí­a la noche que seguí­a a la terminación del 13 de Nisán. Como la Biblia dice especí­ficamente que Cristo es el sacrificio de la Pascua (1Co 5:7) y que observó la cena de la Pascua la noche antes de morir, la fecha de su muerte tuvo que ser el 14 de Nisán, no el 15, a fin de cumplir exactamente con el elemento tiempo del tipo o sombra provisto en la Ley. (Heb 10:1.)

Las leyes sobre su observancia. Cada familia tení­a que escoger un macho sano de un año de edad de entre las ovejas o las cabras. Se introducí­a en la casa el décimo dí­a del mes de Abib y se guardaba hasta el decimocuarto. Luego se degollaba y se salpicaba su sangre sobre los postes de la puerta y la parte superior de la entrada de la morada en donde habí­a de comerse (no sobre el umbral, pues se pisarí­a la sangre).
El cordero (o la cabra) se degollaba y desollaba, luego se lavaban sus partes interiores, se volví­an a colocar en su lugar y se asaba bien, sin quebrarle hueso alguno. (2Cr 35:11; Nú 9:12.) Si en la casa no eran suficientes para consumir el animal entero, tení­a que compartirse con unos vecinos y comerlo aquella misma noche. Todas las sobras que hubiese debí­an quemarse antes de la mañana. (Ex 12:10; 34:25.) El cordero (o la cabra) se comí­a con tortas no fermentadas, el †œpan de aflicción†, y con verduras amargas, pues su vida habí­a sido amarga durante la esclavitud. (Ex 1:14; 12:1-11, 29, 34; Dt 16:3.)

¿Qué significa la expresión †œentre las dos tardes†?
Como ya se ha mencionado, los israelitas contaban los dí­as de anochecer a anochecer, por lo que el dí­a de la Pascua empezarí­a al anochecer del dí­a 13 de Abib (Nisán). Habí­a que degollar al animal †œentre las dos tardes†. (Ex 12:6.) Hay diferencias de opinión en cuanto al tiempo exacto al que se referí­a dicha expresión. Según algunas autoridades, así­ como según los judí­os caraí­tas y los samaritanos, este perí­odo de tiempo transcurre desde la puesta del Sol hasta que oscurece por completo. Sin embargo, los fariseos y los rabinistas lo veí­an de otra manera: la primera tarde era cuando el Sol empezaba a descender y la segunda, cuando se consumaba la puesta del Sol. Debido a este último punto de vista, los rabinos sostienen que el cordero se degollaba al tiempo del ocaso del dí­a 14, no cuando este empezaba, y por lo tanto la cena de la Pascua se comí­a en realidad el 15 de Nisán.
Los profesores Keil y Delitzsch comentan sobre este punto: †œDesde una fecha muy temprana los judí­os han tenido diferentes opiniones en cuanto al perí­odo de tiempo exacto que indicaba esta expresión. Aben Ezra concuerda con los caraí­tas y los samaritanos en considerar que la primera tarde era cuando el Sol se escondí­a bajo el horizonte y la segunda, la oscuridad total; en ese caso, †˜entre las dos tardes†™ serí­a desde las seis hasta las siete y veinte […]. Según la opinión rabí­nica, cuando el Sol empezaba a descender, es decir, de tres a cinco, era la primera tarde, y la puesta del Sol, la segunda; así­ que †˜entre las dos tardes†™ era desde las tres hasta las seis. Los comentaristas modernos se han decantado con acierto a favor del punto de vista de Aben Ezra y la costumbre de los caraí­tas y los samaritanos†. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 1, †œThe Second Book of Moses†, pág. 12; véase DíA.)
Los hechos expuestos anteriormente y, en especial, textos como Exodo 12:17, 18; Leví­tico 23:5-7 y Deuteronomio 16:6, 7, permiten concluir que la expresión †œentre las dos tardes† aplica al tiempo transcurrido entre la puesta del Sol y la noche cerrada. De modo que la Pascua se comí­a bastante tiempo después de la puesta del Sol con la que empezaba el 14 de Nisán, puesto que tomaba bastante tiempo degollar, despellejar y asar bien el animal. En Deuteronomio 16:6 se daba el mandato: †œDebes sacrificar la pascua por la tarde, luego que se ponga el sol†; Jesús y sus apóstoles observaron la cena de Pascua †œcuando hubo anochecido† (Mr 14:17; Mt 26:20); Judas salió inmediatamente después de la observancia de la Pascua, †œy era de noche† (Jn 13:30); cuando Jesús observó la Pascua con sus doce apóstoles, debieron conversar bastante; además, el que Jesús lavase los pies de los apóstoles también ocuparí­a algún tiempo. (Jn 13:2-5.) Por lo tanto, resulta obvio que la institución de la cena del Señor tuvo lugar bastante tarde. (Véase CENA DEL SEí‘OR.)
En la Pascua que se celebró en Egipto, el encargado de degollar el cordero (o la cabra) en cada hogar era el cabeza de familia, y todos tení­an que permanecer dentro de la casa para evitar que el ángel los ejecutase. Debí­an comer la Pascua de pie, con sus caderas ceñidas, báculo en mano y las sandalias puestas, a fin de estar preparados para un largo viaje sobre terreno escabroso (a menudo hací­an su trabajo cotidiano descalzos). A medianoche todos los primogénitos egipcios fueron muertos, pero el ángel pasó por alto las casas sobre las que se habí­a salpicado la sangre. (Ex 12:11, 23.) Toda casa egipcia donde habí­a un primogénito varón se vio afectada, desde la del propio Faraón hasta la del prisionero. No murieron los que eran cabezas de una casa, aunque fueran ellos mismos primogénitos, sino todo primogénito varón que estaba bajo un cabeza de familia, además del primogénito macho de los animales. (Ex 12:29, 30; véase PRIMOGENITO.)
Aunque las diez plagas de Egipto fueron un juicio contra los dioses de Egipto, la décima, la muerte de los primogénitos, lo fue en especial. (Ex 12:12.) Como el carnero era el animal sagrado del dios Ra, el salpicar la sangre del cordero pascual en las jambas de las puertas habrí­a sido una blasfemia a los ojos de los egipcios. El toro también era sagrado, de ahí­ que la muerte de sus primogénitos asestarí­a un golpe al dios Osiris. Y a Faraón mismo se le veneraba como el hijo de Ra, por lo que la muerte de su primogénito pondrí­a de manifiesto la impotencia tanto de Ra como de Faraón.

En el desierto y en la Tierra Prometida. Solo se registra una celebración de la Pascua en el desierto. (Nú 9:1-14.) El que no se celebrara con regularidad la Pascua durante ese perí­odo probablemente se debió a dos razones: 1) Las instrucciones originales de Jehová eran que debí­an observarla cuando llegasen a la Tierra Prometida. (Ex 12:25; 13:5.) 2) Los nacidos en el desierto no se habí­an circuncidado (Jos 5:5), mientras que todos los varones que participaran de la Pascua tení­an que ser circuncisos. (Ex 12:45-49.)

Pascuas registradas. Las Escrituras Hebreas registran de manera especí­fica las siguientes pascuas: 1) en Egipto (Ex 12); 2) en el desierto de Sinaí­, el 14 de Nisán de 1512 a. E.C. (Nú 9); 3) en Guilgal, en 1473 a. E.C., una vez que llegaron a la Tierra Prometida y después de haber circuncidado a todos los varones (Jos 5); 4) cuando Ezequí­as restableció la adoración verdadera (2Cr 30); 5) la Pascua de Josí­as (2Cr 35), y 6) la que celebró Israel después de regresar del exilio en Babilonia (Esd 6). Asimismo, en 2 Crónicas 35:18 se hace mención de pascuas celebradas en los dí­as de Samuel y durante la época de los reyes. Después que los israelitas se establecieron en la tierra, la fiesta de la Pascua se observó †˜en el lugar que escogió Jehová su Dios para hacer residir allí­ su nombre†™, en lugar de en cada hogar o en sus diversas ciudades. Con el tiempo, el lugar escogido fue Jerusalén. (Dt 16:1-8.)

Añadiduras. Después que Israel se estableció en la Tierra Prometida, se hicieron ciertos cambios y diversas añadiduras en la observancia de la Pascua. No celebraban la fiesta de pie o preparados para un viaje, pues entonces ya estaban en la tierra que Dios les habí­a dado. En el siglo I E.C. acostumbraban a comerla recostados sobre su lado izquierdo, con la cabeza descansando sobre su mano izquierda. Esto explica por qué †œante el seno de Jesús estaba reclinado uno de sus discí­pulos†. (Jn 13:23.) Cuando se celebró la Pascua en Egipto, no se utilizó vino ni habí­a ningún mandato de Jehová sobre su uso durante la fiesta. Esta costumbre se introdujo más tarde. Jesús no condenó el uso del vino con la comida, sino que lo bebió junto con sus apóstoles, y después les ofreció una copa para que bebiesen de ella cuando introdujo la Conmemoración o Cena del Señor. (Lu 22:15-18, 20.)
Según fuentes judí­as tradicionales, se usaba vino tinto y se pasaban cuatro copas, aunque podí­a utilizarse un mayor número de copas según requiriese la ocasión. Durante la comida se cantaban los Salmos 113 al 118, concluyendo con este último. Es probable que fuera uno de estos salmos el que Jesús y sus apóstoles cantaron al concluir la Cena del Señor. (Mt 26:30.)

Costumbres con relación a la Pascua. En Jerusalén se hací­an grandes preparativos cuando se acercaba el tiempo de la fiesta, pues era un requisito de la Ley que la observase todo varón israelita y todo varón de los residentes forasteros circuncisos. (Nú 9:9-14.) Esto significaba que muchí­simas personas realizarí­an el viaje a la ciudad con algunos dí­as de anticipación, a fin de limpiarse en sentido ceremonial. (Jn 11:55.) Se dice que aproximadamente un mes antes se enviaban hombres para preparar los puentes y dejar los caminos en buen estado para comodidad de los peregrinos. Como el contacto con un cuerpo muerto dejaba a una persona inmunda, se tomaban precauciones especiales para proteger al viajero. Debido a que era costumbre enterrar a las personas en campo abierto en el caso de que muriesen allí­, se blanqueaban las sepulturas un mes antes para que se distinguieran con facilidad. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo, de A. Edersheim, traducción de Santiago Escuain, CLIE, 1990, págs. 235, 236.) Esta costumbre permite entender las palabras que Jesús dirigió a los escribas y fariseos cuando los comparó a †œsepulcros blanqueados†. (Mt 23:27.)
Se hací­a disponible alojamiento en los hogares para aquellos que iban a Jerusalén con el fin de observar la Pascua. En un hogar oriental se podí­a dormir en todas las habitaciones y era posible acomodar a varias personas en una misma habitación. También se podí­a usar la azotea de la casa. Además, hay que tener en cuenta que muchos de los que llegaban para celebrar la fiesta conseguí­an alojamiento extramuros, especialmente en Betfagué y Betania, dos aldeas situadas en las laderas del monte de los Olivos. (Mr 11:1; 14:3.)

Orden de los sucesos. La cuestión de la contaminación dio lugar a las siguientes palabras: †œEllos mismos no entraron en el palacio del gobernador, para no contaminarse, sino poder comer la pascua†. (Jn 18:28.) Estos judí­os creí­an que el entrar en una morada gentil los contaminaba. (Hch 10:28.) Sin embargo, esta declaración se hizo †œtemprano en el dí­a†, por consiguiente después de la comida de la Pascua. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo habí­a ocasiones en las que al perí­odo entero —que incluí­a el dí­a de la Pascua y la fiesta de las tortas no fermentadas que iba después— se le llamaba †œla Pascua†. A la luz de este hecho, Alfred Edersheim ofrece la siguiente explicación: En la Pascua se hací­a una ofrenda de paz voluntaria, y al dí­a siguiente, el 15 de Nisán, es decir, el primer dí­a de la fiesta de las tortas no fermentadas, se hací­a otra, una obligatoria. Era esta segunda ofrenda la que los judí­os temí­an no poder comer si se contaminaban en la sala del tribunal de Pilato. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempo de Cristo, 1990, págs. 237, 238.)

†œEl primer dí­a de las tortas no fermentadas.† Surge otra cuestión relativa a la declaración de Mateo 26:17: †œEn el primer dí­a de las tortas no fermentadas vinieron los discí­pulos a Jesús, y dijeron: †˜¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua?†™†.
En esta frase la expresión †œel primer dí­a† podrí­a traducirse †œel dí­a anterior†. En relación con el uso de la palabra griega que aquí­ se traduce †œprimer†, una nota al pie de la página de la Traducción del Nuevo Mundo sobre Mateo 26:17 dice: †œO: †˜En el dí­a antes de†™. Esta traducción del término gr. [pro·tos], seguido por el caso genitivo de la siguiente palabra, concuerda con el sentido y la traducción de una construcción semejante en Jn 1:15, 30, a saber: †˜existió antes [pro·tos] que yo†™†. De acuerdo con el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, †œ[pro·tos] se usa [a veces] donde deberí­amos esperar [pró·te·ros (que significa †œprecedente, anterior†)]† (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1535). En aquel tiempo, se consideraba que el dí­a de la Pascua era el primer dí­a de la fiesta de las tortas no fermentadas. Por lo tanto, a la luz del griego original y en armoní­a con la costumbre judí­a, se puede comprender que a Jesús se le formulara la pregunta el dí­a antes de la Pascua.

†œPreparación.† En Juan 19:14, hablando de la parte final del juicio de Jesús ante Pilato, el apóstol Juan dice: †œEra, pues, la preparación de la pascua; era como la hora sexta [del dí­a, entre las 11 de la mañana y el mediodí­a]†. Naturalmente, esto fue después de la comida de la Pascua, que se habí­a tomado la noche anterior. Se hallan expresiones similares a estas en los versí­culos 31 y 42. Aquí­ la palabra griega pa·ra·skeu·e (de la que viene la española †œparasceve†) se traduce †œpreparación†. Esta palabra no parece referirse al dí­a anterior al 14 de Nisán, sino al dí­a anterior al sábado semanal, que en esta ocasión era †œgrande†, es decir, no solo era sábado por ser 15 de Nisán, el primer dí­a de la verdadera fiesta de las tortas no fermentadas, sino que también era un sábado semanal. Esto puede entenderse así­, porque, como se ha dicho, el término †œPascua† se usaba a veces para referirse a toda la fiesta. (Jn 19:31; véase PREPARACIí“N.)

Significado profético. Cuando el apóstol Pablo exhorta a que las vidas de los cristianos sean limpias, atribuye un significado simbólico a la Pascua, pues dice: †œPorque, en realidad, Cristo nuestra pascua ha sido sacrificado†. (1Co 5:7.) En esta ocasión asemeja a Cristo Jesús al cordero pascual. Juan el Bautista señaló a Jesús diciendo: †œÂ¡Mira, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!†. (Jn 1:29.) Puede que Juan haya pensado en el cordero pascual; también pudo haber pensado en el carnero que Abrahán ofreció en lugar de su hijo Isaac, o en el cordero que se ofrecí­a sobre el altar de Dios en Jerusalén todas las mañanas y todas las tardes. (Gé 22:13; Ex 29:38-42.)
Ciertos aspectos de la observancia de la Pascua se cumplieron en Jesús. Un cumplimiento está relacionado con el hecho de que la sangre salpicada sobre las casas de Egipto libró al primogénito de ser muerto a manos del ángel destructor. Pablo dice a este respecto que los cristianos ungidos son la congregación de los primogénitos (Heb 12:23), y que Cristo es su libertador por medio de su sangre. (1Te 1:10; Ef 1:7.) Además, al cordero pascual no debí­a quebrársele ningún hueso. Asimismo, se habí­a profetizado que a Jesús no se le quebrarí­a ninguno de sus huesos, y se cumplió al tiempo de su muerte. (Sl 34:20; Jn 19:36.) Por lo tanto, la Pascua que los judí­os observaron durante siglos fue una de aquellas cosas en que la Ley proveyó una sombra de las cosas por venir y señaló a Jesucristo, †œel Cordero de Dios†. (Heb 10:1; Jn 1:29.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. La pascua bí­blica. 1. La pascua en las tradiciones del Exodo: a) La historia de las tradiciones y la pascua, b) El cordero pascual. c) Los ácimos y los primogénitos; 2. La celebración de la pascua en la Biblia. II. La pascua hebrea. III. La pascua de Jesús y la pascua cristiana: 1. La pascua y la actividad pública de Jesús; 2. La última pascua de Jesús; 3. La pascua-paso al Padre; 4. La pascua cristiana: a) La pascua anual, b) La pascua semanal, c) Pascua y vida cristiana.
2388
1. LA PASCUA BIBLICA.
El término †œpascua† proviene de la transcripción griega y latina, pasja; de una palabra de origen hebreo y arameo, respectivamente,pesah ypasha†™, que remite a su vez al verbo pasah, que significa †œpasar†, †œsaltar†. De aquí­ procede el significado del sustantivo: †œfiesta† (danza) y †œpaso†. La celebración de la pascua está en el centro y en el corazón de la experiencia bí­blica, ya que está relacionada con el acontecimiento fundador del pueblo de Dios: el éxodo y la alianza. Por medio de la celebración de la pascua se actualiza el acontecimiento salví­fico en su forma litúrgica. Al modelo o esquema de la pascua bí­blica se refieren también los textos del NT para interpretar la acción salví­fica de Jesús. En el culto cristiano como †œmemorial† se prolonga el acontecimiento salví­fico de toda la historia bí­blica, que culmina en Jesús, muerto y resucitado.
2389
1. La pascua en las tradiciones del / Exodo.
En la colección actual de los textos de Ex 12-13 vinculados con la pascua se mencionan el rito del cordero, el de los ácimos y el rescate de los primogénitos. La inmolación del cordero precede históricamente a la experiencia de éxodo de los hebreos, en cuanto que es el rito de los nómadas que, antes de partir con sus rebaños para el pasto de la primavera, inmolan de noche el cordero y rocí­an con su sangre los postes de la tienda para proteger a los hombres y a los animales de los ataques del espí­ritu maligno. Este rito del cordero fue relacionado con el éxodo desde el dí­a en que un grupo de hebreos abandonó Egipto, uniéndose a los pastores o nómadas en una noche de luna llena de marzo/abril alrededor del año 1250 a.C. La fiesta de los ácimos, panes sin fermentar, se asocia actualmente a la pascua. Se trata de un rito agrí­cola de primavera asumido por los hebreos de las costumbres de los habitantes de Canaán. El sacrificio de los primogénitos, por el contrario, que practicaban las poblaciones cananeas, fue sustituido por la ofrenda de un primogénito de animales. Estos tres ritos se refieren actualmente a la experiencia del éxodo y se ponen bajo la autoridad legislativa de Moisés.
2390
a) La historia de las tradiciones y la pascua.
Las disposiciones legislativas sobre la pascua interrumpen el relato de los †œsignos† o plagas con que el Señor castigó la arrogancia de Egipto para liberar a los hebreos oprimidos (Ex 12,1-13,16). En el centro de esta colección legislativa, aunque dispuesta de forma narrativa, se relata el décimo †œsigno† o plaga, la muerte de los primogénitos egipcios (Ex 12,29-34). Por lo que se refiere a la estructura literaria y al valor histórico de este conjunto de textos pascuales, es preciso hacer algunas observaciones que tienen en cuenta la génesis y el desarrollo de las tradiciones del / Pentateuco.
Se trata de una colección de carácter legislativo litúrgico, que asume en algunos casos un acento catequí­stico. En efecto, el género literario de los códigos bí­blicos no debe confundirse con una lista árida de prescripciones. La ley es ante todo una instrucción y revelación de la voluntad de Dios. Esta se refiere a un obrar y a un actuar como respuesta agradecida y gozosa a todo lo que Dios ha hecho gratuitamente por la salvación de su pueblo. Incluso el hecho de la atribución a Moisés de estos textos hay que colocarlo dentro de la misma óptica. / Moisés está en el origen de aquel proceso que condujo a la celebración ritual de la pascua, tal como se describe en el libro del Exodo. Por eso, aun cuando en el texto actual se condensan otras prescripciones y prácticas tardí­as (siglos vn-y), unidas a un núcleo arcaico, todas ellas entran en la única perspectiva de la pascua de / liberación, de la que Moisés fue el animador y el profeta.
El texto bí­blico se puede subdividir teniendo en cuenta las tradiciones históricas que están en su origen. Una primera parte del texto actual (Ex 12,1-14) se resiente del estilo de la tradición sacerdotal, que maduró durante el destierro y después del destierro. Presenta las prescripciones sobre rúbricas del sacrificio del cordero y de la cena pascual. A esta misma tradición pertenecen las normas relativas a la fiesta de los ácimos (Ex 12,15-20). A una tradición o nivel más antiguo, llamado yahvista, de la época de David-Salomón, se remonta el texto de Ex 12,21-27. En este trozo es posible reconocer algunas relecturas de la tradición deuterono-mista, que debe su impulso a la reforma de Josí­as y se desarrolla durante el destierro y después de él. Afecta a la explicación del rito del cordero pascual en forma de catequesis familiar. A esta misma tradición yahvista pertenece la sección narrativa sobre la muerte de los primogénitos de Egipto, el despojo de los egipcios y la partida de los hebreos de Egipto (Ex 12,29-39). El capí­tulo 12 termina con otro pequeño trozo de la tradición sacerdotal, relativa a las prescripciones sobre la cena pascual (Ex 12,40-51). Esta misma tradición se prolonga en los primeros versí­culos del capí­tulo 13, sobre la consagración de los primogénitos (Ex 13,1-2). El relato prosigue con la antigua tradición yahvista, en la que se reconocen algunos añadidos deuteronomistas. En este pasaje se explica el significado de los ácimos en forma de catequesis familiar (Ex 13,3-10). Finalmente, una sección de la misma tradición recoge las prescripciones y el significado religioso de la consagración de los primogénitos (Ex 13,11-16).

2391
b) El cordero pascual.
La celebración ritual de la pascua tiene su centro en la consumición del cordero. Este rito se relaciona con las costumbres de primavera de los nómadas. Los pastores, antes de partir para los pastos tras el invierno, intentan propiciar a las divinidades protectoras sacrificándoles un cordero. El texto actual del Exodo conserva algunos indicios de esta práctica arcaica y de su significado. En efecto, la pascua hay que celebrarla al comienzo de los meses, en el primer mes del año. En el antiguo calendario era el mes de las espigas (Abid); después del destierro, según el calendario babilonio, el mes de Nisán (Ex 12,2). El dí­a 10 de dicho mes habí­a que apartar un cordero, en conformidad con lo que podí­a consumir una familia. Tení­a que ser un animal sin defecto, macho, nacido aquel año (Ex 12,5). Tras este rito de consagración vení­a la matanza del cordero el dí­a 14 del mes por la tarde. Lo que se subrayaba no era la muerte del animal, sino el valor simbólico de la sangre con la que se rociaban los postes de la tienda. Este rito tení­a una función apotro-paica, es decir, mantener alejadas las desgracias o al exterminador (Ex 12,13; Ex 12,23). También la forma de preparar el cordero, asado, y su consumición total con el pan sin fermentar y las hierbas amargas -lechuga silvestre- recuerdan las costumbres de los nómadas. Una nueva confirmación de este hecho es la manera de celebrar el banquete: †œLo comeréis así­: ceñidos los lomos, calzados los pies, báculo en mano. Lo comeréis deprisa† (Ex 12,11).
Pero este antiguo rito de los nómadas asume un nuevo significado con la experiencia del éxodo. Se convierte en el signo y en el rito memorial del paso del Señor y del paso del pueblo a la libertad. En efecto, la serie de prescripciones termina con esta solemne declaración: †œEs la pascua del Señor†. Y se explica inmediatamente después: †œEsa noche pasaré yo por el territorio de Egipto y mataré a todos los primogénitos de Egipto… La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; al ver la sangre, pasaré de largo y no habrá entre vosotros plaga ex-terminadora cuando yo hiera a Egipto. Este dí­a será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, como institución perpetua de generación en generación† (Ex 12,12-14).
La palabra hebrea pesah, con el significado original relacionado con la raí­zpasah, †œdanzar! saltar† IR 18,26), es reinterpretada en clave religiosa como †œpaso†. El Señor pasó por delante, salvó a su pueblo de la muerte de los primogénitos. Este significado es el que recoge la pequeña catequesis familiar en la que el padre responde a la pregunta de sus hijos: †œ,Qué rito es éste?†; el padre les dice: †œEs el sacrificio de la pascua del Señor, el cual pasó de largo por las casas de los israelitas en Egipto, cuando hirió a los egipcios y preservó nuestras casas† (Ex 12,26-27).Lsignificado actualizante de la pascua queda expresado en el término hebreo zikkarón, †œmemorial†. La pascua es memoria; no en el sentido de un aniversario en el que se recuerda un hecho del pasado, sino en cuanto que es una experiencia que se revive cada vez que se la evoca en los sí­mbolos del rito.
Con la reforma de Josí­as en el siglo vm la pascua se convirtió en una de las tres grandes fiestas de peregrinación al santuario central de Jeru-salén. Conserva, sin embargo, su significado familiar a través de la comida del cordero, en la que solamente pueden participar los hijos de Israel o aquellos que se asimilan a ellos, como el forastero domiciliado y circunciso (Ex 12,43-49).
2392
c) Los ácimos ylos primogénitos.
El ritual de los ácimos (hebreo, massót) guarda relación con la costumbre agrí­cola de primavera de comenzar el año nuevo con la primera cosecha de cebada (Dt 16,9). Este comienzo, o consagración, se expresaba simbólicamente mediante la eliminación de la levadura vieja. El rito de los ácimos se asoció al del cordero, fiesta de primavera de los nómadas, asumiendo también su significado histórico y salví­fico. De esta manera, de su sentido arcaico -comienzo de un nuevo ciclo vital- pasó a transformarse en el recuerdo de la fundación del pueblo liberado por Dios. Este pueblo ofrece ahora al Señor en señal de gratitud los dones de la tierra, en la que fue introducido por su acción poderosa y gratuita (Jos 5,10-12).
La consagración de los primogénitos se vinculó con la pascua por la asociación temática con el último signo de Dios contra Egipto: la muerte de los primogénitos. También esta consagración asume un significado nuevo. De antiguo rito propiciatorio -ofrenda a Dios de las primicias, los hijos (Ez 16,20 Miq Ez 6,7)- se convirtió en la respuesta agradecida a Dios por la liberación histórica yen signo de su pertenencia a él.
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2. La celebración de la pascua en la Biblia.
La primera celebración de la pascua tuvo lugar en el aniversario de la salida de Egipto en el desierto del Sinaí­ (Nb 9,5). La segunda pascua se recuerda después del paso del Jordán y de la entrada en la tierra prometida, don de Dios. La antigua tradición litúrgica del santuario de Guilgal recuerda que los hijos de Israel celebraron la pascua el dí­a 14 del mes, al atardecer, en la estepa de Jericó. Con este rito memorial termina el tiempo del desierto. En efecto, el primer dí­a después de pascua comieron ya los productos de la región: †œEse mismo dí­a comieron panes sin levadura y trigo tostado; pero desde el dí­a siguiente empezaron a comer los productos de la tierra. Desde ese momento el maná dejó de caer† (Jos 5,11-12). La tercera pascua que se recuerda es la que se celebró en tiempos del rey Ezequí­as (721 a.C); se recuerda como una solemne convocatoria hecha por el rey en el templo de Jerusalén, a la que son invitadas también las tribus del norte (Israel); la celebración se desplazó al segundo mes, porque los sacerdores no se habí­an purificado en número suficiente y el pueblo no se habí­a reunido en Jerusalén; esta celebración pascual se prolongó durante catorce dí­as en medio de un clima de alegrí­a extraordinaria
2Cr 30,1-27).
La cuarta celebración que se menciona en los libros históricos es la que se. relaciona con la reforma del rey Josí­as (621/622). En el contexto de la fiesta de la renovación de la alianza, motivada por el hallazgo de la ley en el templo -el núcleo del Deutero-nomio-, se celebró una pascua solemne y llena de gozo. †œEl rey ordenó a todo el pueblo: Celebrad la pascua del Señor, vuestro Dios, conforme está escrito en el libro de la alianza† (2R 23,21). La quinta celebración pascual se menciona en el libro de Esdras, como la pascua del retorno y de la reconstrucción del templo (515 a.C). El relato del cronista recuerda que los repatriados celebraron la pascua el 14 del primer mes: †œLos israelitas repatriados comieron el banquete pascual con todos aquellos que se habí­an separado de la impureza de los paganos del paí­s… Celebraron con júbilo la fiesta de los panes sin levadura durante siete dí­as, porque el Señor les habí­a llenado de alegrí­a (Esd 6,19-22).
Así­ pues, la celebración de la pascua jalona los momentos decisivos de la historia bí­blica. Va unida con el recuerdo, memorial, de la experiencia del éxodo, liberación, y con el compromiso de la alianza, como pertenencia y consagración a Dios. El eco de estas celebraciones, mencionadas en los libros históricos, se encuentra en las colecciones legislativas diseminadas por el Pentateuco: en el código de la alianza Ex 23,15), en el dodecálogo cultual (Ex 34,18; Ex 34,25), en el código deuteronomista (Dt 16,1-8), en el código sacerdotal (Lv 23,5-8 cf Núm Lv 28,16-25). También el profeta Ezequiel, en el contexto ideal del templo nuevo, proyecta la celebración de la pascua el dí­a 14 del primer mes (Ez 45,18-24). La tradición de Isaí­as remite a este rito de celebración de la salvación histórica, que anticipa el futuro de la salvación definitiva o escatológica (Is 30,29; Is 25,6-8).
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II. LA PASCUA HEBREA.
La reconstrucción de los ritos y la recuperación del significado de la pascua hebrea tienen una importancia fundamental para comprender el significado y el valor de la pascua cristiana, que está en la base de la interpretación salví­fica de la muerte de Jesús. La tradición judí­a se fundamenta en la bí­blica y la desarrolla en función de las nuevas experiencias del pueblo judí­o y de su evolución religiosa. Las fuentes principales para reconstruir la pascua judí­a antigua son algunos textos extrabí­blicos o apócrifos, los escritos de los autores judeo-helenis-tas del primer siglo, las tradiciones y los comentarios bí­blicos judí­os, así­ como los textos de la tradición rabí­-nica y samaritana.
El Libro de los Jubileos, apócrifo del siglo i a.C, documenta el ritual de la pascua antigua y su significado.
Se la celebra como memorial de la liberación de Egipto y como garantí­a de protección para el futuro. La
pas-cuaguarda también relación con el sacrificio de Isaac, al que se atribuye un valor de rescate (Jub
49,1-20).
Flavio Josefo (por el 37-1 00 d.C.) habla de la pascua en las Antigüedades judí­as y en la Guerra de los judí­os. Según el testimonio de este historiador judí­o, con la pascua están asociadas las esperanzas mesiánico-nacionalistas de carácter popular. Recuerda que algunas sublevaciones de los judí­os contra Arquelao o contra los romanos tuvieron lugar con ocasión de la fiesta-peregrinación a Je-rusalén para la celebración de la pascua (Lc 13,1). También Filón de Alejandrí­a (25 a.C.-41 d.C.) documenta la celebración de la pascua en sus escritos y ofrece una interpretación alegórico-simbólica de los diversos ritos, subrayando el hecho de que en la celebración de la pascua todo el pueblo de Israel tiene una dignidad sacerdotal.
En las antiguas traducciones arameas para uso litúrgico en Palestina y en Babilonia, puestas por escrito en los siglos iil-iv d.C, se conservan algunas tradiciones mucho más antiguas sobre la celebración y el significado de la pascua. Puede verse una confirmación de ello en los comentarios homiléticos hebreos a la Biblia, que van desde finales del siglo II en adelante. También aquí­ se recogen algunas antiguas tradiciones hebreas, especialmente en el comentario del Exodo que recibe el nombre de Mekilta. Finalmente, la tradición rabí­nica de la pascua se puede reconstruir sobre la base de las prescripciones recogidas en la Misnah, tratado Pesahí­n, del siglo II, ? en el comentario a la Misnah, el Talmud, en sus dos formas palestina y babilonia. La única celebración pascual que apela al antiguo ritual bí­blico, con el sacrificio del cordero consumido al atardecer de la luna llena de marzo-abril, es la de los samaritanos del monte Garizí­n, junto a Nablús. Muchas de las prácticas de los samaritanos se refieren al antiguo ritual de la pascua que se usaba en tiempos de Jesús en Palestina.
Sobre la base de estos documentos se puede reconstruir la estructura del ritual o seder pascual judí­o. Comienza con unos aperitivos en una habitación aparte, que comprenden hierbas amargas, una salsa, el haroset, fruta empapada de vinagre. Viene luego la bendición sobre el vino y la primera copa con la fórmula: †œBendito eres, Señor, Dios nuestro, rey del universo, creador del fruto de la vid†. Con la bendición del vino se asocia la de la fiesta, en donde se hace la conmemoración del acontecimiento salví­fico del éxodo. Luego se lava la mano derecha, que sirve para comer, y comienza así­ la comida central, que se toma en el piso superior, tumbados en el diván como signo de libertad. Se hace entonces el relato de la pascua, con la explicación de los ritos por parte del padre, que responde a las preguntas del hijo menor. Es la haggadah pascual, que comprende los textos de Dt 6,20-25; 26,5-11; Jos 24,2-1 3. Es éste el †œcredo† de Israel, que vuelve a proponerse en el contexto de la cena pascual. Viene luego la presentación de la segunda copa de vino y el canto del Hallel, los salmos pascuales 113-114. La bendición y la fracción del pan por parte del que preside la mesa, que se lo distribuye a los comensales, preceden a la comida del cordero. Tras la tercera copa de vino, con la relativa bendición de acción de gracias, viene el canto final del Hallel, salmos 114-118. Con una cuarta copa de vino se cierra el ritual de la cena de pascua. Es importante recordar el significado de los diversos elementos de la cena pascual judí­a para la comprensión de la celebración cristiana. El cordero es el sí­mbolo del sacrificio y de la ofrenda a Dios, con un valor salví­fico para el perdón de los pecados. Es también sí­mbolo del mesí­as, relacionado con las figuras de Moisés y de David. El pan ácimo representa el pan de la prisa y de la huida, el pan de la desgracia, comido en el desierto; pero es también el primer fruto de la tierra prometida. La bendición del pan hace participar de la salvación, como don de Dios. El vino en la comida pascual es obligatorio, incluso para los más pobres; en efecto, representa el gozo y la fiesta por el don de la salvación. Las cuatro copas de vino recuerdan los gestos liberadores de Dios señalados en Ex 6,6. El banquete pascual judí­o, con su significado religioso salví­fico, ofrece el marco de comprensión de la pascua de Jesús y de la cristiana. Es memoria, anuncio y esperanza de la salvación definitiva.
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III. LA PASCUA DE JESUS Y LA PASCUA CRISTIANA,
Las fiestas de pascua que se mencionan en los evangelios sinópticos y en el de Juan marcan las etapas decisivas de la actividad pública de Jesús. De manera particular y única, esto es verdad en lo que se refiere a la última pascua, durante la cual Jesús fue arrestado y condenado a muerte.
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1. La pascua y la actividad publica DE Jesüs.
La primera fiesta de pascua que recuerda la tradición evangélica es la de Lc 2,41-50. Como conclusión del evangelio de los orí­genes o de la infancia, Lucas narra cómo Jesús con sus padres, según la costumbre, subió a Jerusalén para celebrar la fiesta de pascua. Se trata de la peregrinación anual para la gran festividad judí­a. No es un hecho casual que se mencione esta peregrinación pascual de Jesús a Jerusalén al cumplir los doce años, en los umbrales de su vida adulta. El evangelista relee aquí­ el episodio como si fuera la primera manifestación de la sabidurí­a de Jesús y de su decisión profética de dedicarse a las †œcosas† o a la †œcasa†/templo del Padre (Lc 2,49). Esto sucedió en Jerusalén, en el templo, en donde Jesús revela su destino y su opción a sus padres, que lo habí­an estado buscando angustiados durante †œtres† dí­as. Es ésta una discreta alusión al episodio de su última pascua.
El evangelio de Juan recuerda expresamente al menos tres pascuas. La primera guarda relación con el signo que Jesús hace en el templo (Jn 2,13-22). Esta intervención de Jesús comprende dos momentos: la acción profética, la purificación del templo, †œla casa de mi Padre† y la palabra con que anuncia la constitución del nuevo templo, que, a la luz de la resurrección, se identifica con su propio cuerpo. La segunda pascua, la de la crisis, va unida al signo de la multiplicación de los panes en Galilea, junto al lago de Tiberiades (Jn 6,1-4). También el drama de esta pascua se desarrolla en dos partes: el signo del pan que distribuye a la gente en el desierto como signo mesiánico y un diálogo-discurso, en donde Jesús explica el significado profundo del don del pan. Frente a las esperanzas de un mesianismo de tipo nacionalista, Jesús establece su proyecto salví­fico, que pasa a través de la fe. En efecto, solamente la fe sabe acoger el don del Padre, la palabra auténtica que viene del cielo como pan que sacia el hambre de las exigencias profundas del ser humano y que se manifiesta en el don que Jesús hará de sí­ mismo en su muerte (Jn 6,51). El discurso del pan está construido según el modelo de las homilí­as sinagogales que desarrollan la reflexión sobre los textos de la Escritura (Ex 16,4; Ex 16,5, maná, pan del cielo; Is 54,13, la nueva alianza). Parece ser que estos textos, citados por Juan, se leí­an con ocasión de la liturgia sinagogal en el tiempo pascual.
La tercera pascua evangélica mencionada por Juan va asociada al episodio de la resurrección de Lázaro, que provoca la muerte de Jesús para la definitiva resurrección (Jn 11,55). El gesto profético de Marí­a, la unción de Jesús con el perfumne precioso, es un signo premonitorio de la muerte de Jesús (Jn 12,1-8). Pero esta pascua está también relacionada con la entrada mesiánica de Jesús, que culmina en el anuncio de la salvación universal a los paganos (Jn 12,20; Jn 12,32). Sólo en este punto puede proclamar Jesús que ha llegado su hora (Jn 12,23). El tiempo de la revelación definitiva del amor salví­fico de Dios explota en la última pascua, a partir de la cual comienza también la misión para convocar a los hijos dispersos de Dios.
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2. La última pascua de Jesús.
Según las esperanzas judí­as, que habí­an ido madurando a lo largo de los siglos, el mesí­as liberador tení­a que manifestarse en Jerusalén una noche de pascua. Nos lo recuérdala antigua paráfrasis aramea al texto de Ex 12,42 (TgN 1). Allí­ se mencionan las cuatro noches de las que es un memorial la pascua: la de la creación, la del sacrificio de Isaac, la del éxcio y la última noche, en la que se manifestará el mesí­as. No es un hecho casual el que Jesús concluya su vida histórica, que comenzó a orillas del lago de Galilea, en la capital judí­a, en la ciudad santa, una noche de pascua, el 14/15 de Nisán, de los años treinta. En este contexto Jesús proclama el último anuncio del reino de Dios, presentando su muerte como el signo supremo de fidelidad y de solidaridad por la salvación de los hombres.
Los tres evangelios sinópticos están de acuerdo en referir los detalles de la última pascua de Jesús. Las secuencias de este drama final se pueden reconstruir a través de los actuales textos evangélicos, que reflejan el contexto celebrativo litúrgico de las primeras comunidades cristianas. Con un gesto profético, Jesús manda preparar la sala en casa de un amigo de Jerusalén para comer la pascua con sus discí­pulos Lc 22,1; Lc 22,7-13). Esto contrasta con los preparativos de los dirigentes judí­os para apresar a Jesús & fin de evitar una sublevación popular dentro del clima de la fiesta judí­a (Mc 14,1-2). Todos los detalles que conservan los evangelios sinópticos nos llevan a esta conclusión: Jesús celebró en Jerusalén, antes de ser arrestado, una cena festiva dentro de un clima pascual. Los elementos esenciales se pueden reconstruir sobre la base de la tradición común de los evangelios. La sucesión más clara y evidente del rito judí­o y cristiano la tenemos en el evangelio de Lucas: †œA la hora fijada se puso a la mesa con sus discí­pulos. Y les dijo: †˜Ac deseado vivamente comer esta pascua con vosotros antes de mi pasión. Os digo que ya no la comeré hasta que se cumpla en el reino de Dios†™. Tomó una copa, dio gracias y dijo: †˜Tomad y repartidla entre vosotros, pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios† (Lc 22,14-19). Las palabras de Jesús se refieren al ritual judí­o, a la explicación de la cena con su referencia a su momento escatológico. Dispuestos en forma simétrica, vienen a continuación los gestos y las palabras que introducen la nueva pascua; ésta se realiza en la muerte de Jesús, en su cuerpo dado y en su sangre derramada,, como fundamento de la nueva alianza (Lc 22,19-20). La copa del vino, que mencionan Lucas y Pablo †œdespués de la cena†, puede corresponder a la tercera copa del ritual judí­o ico 11,25; ico 16,16, †œel cáliz bendición†). También la alusión al canto del himno, que precede a la salida hacia el monte de los Olivos, es una reminiscencia del canto del Halle! pascual (Mc 14,26) [1 Eucaristí­a].
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3. La pascua-paso al Padre.
También el relato de la cena en Juan, que precede al arresto de Jesús, conserva algunos rasgos claramente pascuales (Jn 13,21-30). Durante esta cena Jesús realiza el gesto profético de lavar los pies a los discí­pulos como anticipación simbólica de su muerte, el mayor servicio y el don más alto para fundar la nueva comunidad. La introducción solemne y teológica de Juan da el verdadero significado al gesto de Jesús y a todo el libro de la †œgloria†: †œAntes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le habí­a llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús, que habí­a amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1). La †œgloria† de Dios y la glorificación de Jesús coinciden en la manifestación definitiva del amor salví­fico. La acción simbólica de lavar los pies a los discí­pulos es comentada y confirmada por el testamento espiritual de Jesús: †œOs doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así­ también os améis unos a otros† (Jn 13,34). Este es el mandamiento nuevo, sobre el que se basa toda la nueva alianza.
El tema pascual vuelve a aparecer en el relato de la pasión y muerte de Jesús, que refleja en el fondo las imágenes del cordero pascual. Jesús es el verdadero cordero, que con su ofrenda libera al mundo del pecado y establece el nuevo pueblo de los liberados (Jn 1,29; Jn 1,36). Según Juan, Jesús muere en el momento en que se sacrificaban los corderos en el templo para la celebración de la pascua judí­a (Jn 18,28 ). La muerte de Jesús es interpretada como el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas, representadas por el cordero pascual (Jn 19,35-36; Ap 5,6; Ap 5,12).
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4. La pascua cristiana.
Los testimonios de los primeros documentos cristianos son muy sobrios en lo que se refiere al culto y a los ritos cristianos. Los únicos textos explí­citos sobre el culto cristiano en forma indirecta son las secciones eucarí­s-ticas de los sinópticos, que hablan de la cena final de Jesús, y algunos trozos bautismales de Pablo en función teológico-exhortativa. Por eso no hay que extrañarse de que dentro del NT no se encuentren muchos textos que hablen de la celebración de la pascua cristiana. Pero hay suficientes datos para hablar de un papel de la pascua en la vida de las primeras comunidades, tal como habí­a sucedido durante la vida y la muerte de Jesús.
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a) La pascua anual.
Es probable que las primeras comunidades cristianas celebrasen la memoria anual de la muerte y resurrección de Jesús. El es el verdadero cordero pascual que da la auténtica libertad a los creyentes y hace de ellos un pueblo nuevo. El texto más antiguo en este sentido nos lo ofrece la primera carta a los Corintios, escrita en Efeso por la mitad de los años cincuenta: †œ,No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Echad fuera la vieja levadura para ser una masa nueva, puesto que sois panes sin levadura; porque Cristo, nuestro cordero pascual, ya ha sido inmolado. Así­ que celebremos la fiesta, no con levadura vieja, con levadura de malicia y dé maldad, sino con panes sin levadora, panes de sinceridad y de verdad† (1Co 5,6-8). Este texto, que guarda el tono de las profesiones de fe y de las ardorosas exhortaciones pastorales, se inserta en la intervención de Pablo por resolver el caso de un desorden moral, que los corintios habí­an aceptado sin escrúpulos en su propia comunidad: un cristiano conviví­a con la segunda mujer de su padre difunto. La apelación a la condición pascual de la comunidad cristiana, liberada del viejo pecado en virtud de la muerte salví­fica de Cristo, es el motivo para vivir coherentemente en el nuevo estatuto de pueblo santo de Dios. De las antiguas fuentes cristianas del siglo w se puede reconstruir también la forma de la celebración anual de la pascua: ayuno hasta la vigilia matutina, cuando se celebraba el ágape eucarí­stico en un clima gozoso de comunión con el Señor resucitado. Esto es lo que se deduce de la práctica de los cristianos del Asia, llamados cuartodecimanos porque celebraban la pascua el 14 de Nisán, según el calendario judí­o.
2401
b) La pascua semanal.
Más documentada está la celebración que caracterizaba a la semana cristiana. Desde los primeros tiempos la reunión festiva de los cristianos, a diferencia de la de los judí­os, tení­a lugar el dí­a primero de la semana, en lugar del sábado, para recordar la resurrección de Jesús en un clima de gozo y de acogida fraternal. La asam-ble cristiana en Corinto, en la que se realiza también la colecta de las ofrendas para los pobres de Jerusalén, se tiene el primeT dí­a de la semana (1Co 16,2). La asamblea eucarí­stica, caracterizada por la fracción del pan, se celebra en Tróade, en un clima claramente festivo y gozoso, por Pablo antes de emprender su partida (Hch 20,7-12). También el Apocalipsis recuerda que la revelación al profeta tiene lugarea†el dí­adel Señor† (Ap 1,10),
Esta ubicación de la asamblea cristiana en el primer dí­a de la semana hay que relacionarla con la memoria de / resurrección de Jesús, como atestiguan los relatos pascuales (Mt 28,1; Jn 20,1, †œel primer dí­a después del sábado†; Jn 20,19; Jn 20,26, la tarde aquel dí­a, el primero la semana†; †œocho dí­as después†). La forma de la celebración es la de una comida fraternal, dentro de la cual tiene lugar la cena memorial en un contexto de esperanza mesiánica: el Señor viene en medio dejos suyos, porque es el resucitado. Este puede ser el sentido de la exclamación litúrgica, que se ha conservado en lengua aramea y que refiere Pablo en la carta a la iglesia de Corinto: †œMarana-tha: ¡Ven, Señor!† (1Co 16,22; ico 11,26) [/Eucaristí­a].
2402
c) Pascua y vida cristiana.
La pascua no es sólo una fiesta conmemorativa, aniversaria o semanal, sino una dimensión de la vida cristiana inaugurada en el bautismo. Medí­ante el / bautismo, el cristiano ha quedado unido al destino salví­fico de Cristo para formar parte del pueblo nuevo, el que camina ahora hacia la pascua definitiva (cf 1P 1,22-2,10). Según Pablo, el bautismo es inmersión en la muerte y resurrección de Jesús, lo cual supone un paso real de la muerte a la vida, de la lógica y mentalidad de muerte a un estilo y opción de vida que se realizan en la justicia yen la caridad fraterna (Rm 6,4-11 cf Col 2,12-3,4).
La experiencia bautismal prefigura y prepara la de la pascua final y escatológica. Para los textos del Apocalipsis esta pascua no representa solamente la meta final de la esperanza cristiana, sino que señala precisamente el punto de llegada de la historia de la salvación que concierne al mundo entero.
En el centro de la historia humana está ahora el cordero inmolado y vivo, el Cristo muerto y resucitado, que da sentido a los acontecimientos humanos y garantiza la victoria de Dios sobre el mal histórico de la idolatrí­a y de la injusticia.
Es el cordero el que abre el libro sellado del designio de Dios sobre la historia (Ap 5,1-14). A esta revelación le hace eco el canto de los mártires, de los que han vencido a la bestia, el poder polí­tico idolátrico. Ellos cantan el cántico de Moisés, el de la liberación definitiva (Ap 12, ??? 1; 15,2-4).
Así­ pues, la pascua no es sólo un recuerdo arcaico, sino el dinamismo de salvación y de liberación que está dentro de la historia humana desde el dí­a en que Dios se sumergió en nuestra historia de modo irreversible con la encarnación, muerte y resurrección de Jesús.
2403
BIBL.: Auzou G., De la servidumbre al servicio. Estudio del libro del Exodo, Fax, Madrid 1969; Campos L.Di Segni R., Haggadah di Pe-sach. Testo e traduzionidell†™haggadah ebral-ca, B. Carucci, Así­s-Roma 19792; Cantalamessa R., La Pasqua delta riostra salvezza. Le tradizio-nipasquali della Bibbia e de ¡la primitiva Chiesa, Marietti, Cásale Monferrato 1971, 19842; Id, La Pasqua nella chiesa antica, Ed. lntern., Tu-rí­n 1978; Carena O., Cena asqualeebraicapercomunita cristiane, Marietti, Turí­n 1980; Füglister N., ¡valore salví­fico della pasqua, Suppl. al GLNT, Paideia, Brescia 1976; Gar-mendia SR., La pascua en el A T. Estudio de los textos pascuales del A T a la luz de la critica literaria y de la historia de la tradición, Ed. Eset, Vitoria 1978; Haag H., Páque, en DBSVI, 1960,1120-1149; HenningerJ., Lesfétesdeprintempschez les sémites etla páque israéllle, Gabalda, Parí­s 1975; Jeremí­as J.,páscha, en GLNT IX, 1974, 963/984; Id, La última cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980; Le Déaüt R., La nuitpaséale. Essai sur la signification de la Páquejuive a partir du Targum d†™Esode XLII, 12 PIB, Roma 1963: Noth M., Esodo, Paideia, Brescia 1977; Segre ?., Pesach, Ed. UCII, Roma 1972; ToafA.S., Haggadahdipasqua, Texto hebreo con traducción italiana, introducción y notas, Casa Ed. Israele, Roma 1931,197 P; Vaux R. de, Pascua ylos ácimos, en Instituciones deIAT, Herder, Barcelona 19853, 610-620.
R. Fabris

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

I. Misterio pascual
1. El concilio Vaticano II emplea reiteradamente la expresión mysterium paschale como designación sintética del acontecimiento de la salvación cristiana en sus aspectos más esenciales: el misterio pascual de la pasión, resurrección y ascensión de Cristo es el cumplimiento de la obra redentora de Cristo prefigurada en el AT y consistente en la victoria sobre la muerte y en la concesión de la vida (Sobre la liturgia, n.° 5). Consiguientemente, ese misterio es origen de la Iglesia y de los sacramentos, del bautismo y de la eucaristí­a ante todo (ibid., n.° 5 61; cf. n.° 10 47). De ahí­ se sigue el carácter pascual de la vida cristiana, que es participación sacramental y existencial en el misterio pascual de Cristo, al que se incorporan los cristianos por el bautismo y la eucaristí­a (ibid., n.° 6), y que ellos, en virtud de una unión con Cristo (la cual de algún modo afecta también a los no cristianos) han de reproducir concretamente en la vida diaria (Sobre la Iglesia en el mundo actual, n.° 22; cf. n.° 38 52), tal como lo reprodujeron ejemplarmente los santos (Sobre la liturgia, n.° 104). Eso se hace posible por la liturgia, cuyos dos focos – la eucaristí­a semanal del domingo y la p. anual – celebran y representan el misterio pascual (ibid., n° 106ss 119; cf. n.° 102), en el que los sacerdotes y los obispos deben introducir a los fieles por medio de la predicación (Sobre la formación sacerdotal, n.° 8; Sobre los obispos, n.0 15; cf. el Decreto sobre las misiones, n.° 14).

2. La vida de Cristo está marcada ya en el Nuevo Testamento por el misterio pascual: a) una fiesta judí­a de p. fue la “hora” determinada por el Padre desde la eternidad; y, según los Evangelios, Jesús se acercó conscientemente a esa hora.

b) Jesús murió como “nuestro cordero pascual” (1 Cor 5, 7; cf. Jn 19, 34 36; 1 Pe 1, 18ss), y del vocabulario pascual veterotestamentario procede una gran parte de los temas y términos soteriológicos (p. ej., la familia de términos relacionados con “redimir”) que expresan la salvación eterna operada por el hecho pascual neotestamentario. c) La cena de despedida de Jesús, por la que se funda etiológicamente la representación memorial-eucarí­stica de Cristo y su obra, es vista por los sinópticos en relación con una comida pascual judí­a de origen veterotestamentaria (esta relación teológica es importante; en cambio, tiene una importancia meramente secundaria la cuestión de si la última cena históricamente fue en realidad una comida de p.; por el hecho de que en tiempo de Jesús se seguí­an distintos calendarios puede explicarse incluso históricamente la divergencia entre la cronologí­a sinóptica y la de Juan [cf. -> Biblia, C iv, 10d] ).

3. Aparte de los puntos aislados de contacto mencionados expresamente por el NT, existe un profundo e instructivo parentesco estructural entre la p. judí­a veterotestamentaria, por una parte, y el acontecimiento neotestamentario de la salvación cristiana, el estado salví­fico que de ahí­ resulta y la representación de la salvación que actualiza el acontecimiento y el estado de salvación, por otra parte. En lo que sigue se esbozan brevemente las principales lí­neas estructurales de la teologí­a pascual, para esclarecer teológicamente el Mysterium paschale cristiano.

II. La base histórico-salví­fica
1. La teologí­a pascual judí­a del AT se refiere a la obra fundamental de salvación de Yahveh en favor de Israel, y lleva por tanto esencialmente un sello histórico-salví­fico. Trátase ante todo, a tenor de la narración penetrada de prescripciones rituales y de etiologí­a cultual, que ha de atribuirse principalmente al yahvista y al escrito sacerdotal (en parte con una revisión deuteronomista: Ex 12, 1-13, 16 [6 15, 211), de la salvación o “redención” de Israel. Esta comprende tres fases o aspectos: el rescate de la muerte en favor de Israel (o de sus primogénitos) por razón de la sangre del cordero pascual empleada como signo de protección (12, 13 27); la liberación de Israel de la servidumbre de Egipto (12, 42; 13, 8); y el paso a través del mar Rojo como nueva salvación de la muerte y como liberación definitiva de la tribulación (13, 17-15, 21). Se trata, pues, de la vida: del paso de la muerte a la plenitud de la vida, en cuanto la liberación de la servidumbre como redención (rescate) incluye el tránsito a la posesión del redentor, es decir, de Yahveh. Dios mismo es el que produce la salvación (como lo afirma ampliamente también el NT), en cuanto él mismo redime y rescata (los LXX emplean los términos sódsein, rúesthai, [ápo-]lytroústhai, que son fundamentales para el vocabulario neotestamentario de la salvación). Sin embargo, Yahveh se sirve en su obra de un mediador y de un medio de la salvación, cuya función traspasa el NT a Jesús: de Moisés, su siervo, y del cordero sacrificado o de su sangre.

2.` Como se acaba de exponer, la obra de salvación pascual es salida (éxodo) y paso o tránsito (diabasis; Filón ve en ella, espiritualizada como tránsito del pecado a la virtud, de lo material a lo espiritual, la esencia de la p., que consecuentemente se llama tá diabatéria = sacrificio del tránsito; cf. en Juan el “pasar” [metabaí­nein] de Cristo y del cristiano desde la muerte a la vida, desde el mundo al Padre). A ello se añade como nuevo acontecimiento pascual y última fase que corona todo el movimiento de salvación, la entrada en la tierra de promisión y “descanso” (cf. Heb 3, 7-4, 11); pues, según Jos 5, 10ss (donde se trata también de una etiologí­a cultual) inmediatamente después del paso del Jordán, visto en analogí­a con el paso del mar Rojo, los israelitas celebraron en Guilgal la primera p. de la tierra prometida.

3. Señaladamente el judaí­smo posterior al AT consideró como acontecimientos pascuales toda una serie de otros hechos, de forma que la p. vino más y más a ser compendio de la historia de -› salvación (I). Por su importancia teológica y por su origen precristiano (cf. particularmente los targumes palestinenses sobre ex 12, 42) han de mencionarse a este respecto la creación del mundo y del hombre (Gén lss), la alianza de Yahveh con Abraham (Gén 15, 17) y el sacrificio de Isaac (Gén 22), al que se reconoció en el rabinismo una múltiple y amplia significación soteriológica, que corre a menudo paralela con la muerte y el sacrificio de Jesús.

III. Trasfondo de la historia de las religiones
1. La p. judí­a unió en sí­ dos celebraciones de suyo distintas: la celebración nocturna y doméstica de la p., y la fiesta de peregrinación de los panes ácimos (massot), que duraba siete dí­as. Ambas fiestas – pashá y massot – son de origen preisraelí­tico. La p. es originariamente un rito de pastores nómadas de ganado menor, que ellos celebraban en la noche de la luna llena al tiempo del equinoccio de primavera para protección y prosperidad suya y de sus rebaños (cf. la significación apotropaica de la sangre) antes de emprender la marcha de los pastos de invierno a los de verano (es decir, de la estepa a la tierra de cultivo). Los massot, en cambio, pertenecen a la civilización de los agricultores, los cuales, al comienzo de la cosecha, marcaban la transición de lo viejo a lo nuevo comiendo panes ácimos, a los que, como tales, no se les habí­a añadido nada de trigo procedente del año anterior. Se trata, pues, de dos fiestas de la naturaleza, que fueron “historizadas” por los israelitas, pues ellos, al aceptarlas, las convirtieron en una representación de recuerdos histórico-salví­ficos (un proceso semejante de historización subyace también en la evolución de diversas fiestas cristianas, p. ej., la de navidad).

2. Sin embargo, no se perdió lo natural. Así­ se ve particularmente en que también en el AT la idea del sacrificio de las primicias quedó ligada tanto a la p. como a los massot. Aunque posteriormente no seusó ya en la p. la ofrenda de las primicias, la idea de las mismas es un elemento integrante de la temática pascual (cf. entre otros textos ex 12, 12 y 13, 11-16); y los massot, que son el primer pan de la nueva cosecha, incluyen la oblación de la gavilla de primicias (cf. Lev 23, 9-14; en el NT – Rom 8, 28; 1 Cor 15, 20 23, en un contexto pascual – Cristo es el protótokos y la áparjé).

Las primicias son tenidas por lo más precioso y vital de la familia, del rebaño o de la cosecha que ellas representan. De su ofrenda se espera prosperidad y fecundidad, en una palabra, vida. De esta manera el tema de la vida, al que se dedicaban en las religiones extraisraelitas los cultos primaverales de las divinidades de la vegetación que mueren y resucitan, y que es de importancia central para el acontecer pascual neotestamentario (el Señor resucitado en p. es el origen y causa de la vida comunicada por los sacramentos pascuales), entra ya en la raí­z natural de la pascua.

3. Con ello la p. penetra en la temática de año nuevo del antiguo oriente. A ella pertenece no sólo el ritual de la fecundidad, que juntamente con el culto a las divinidades de la vegetación que mueren y resucitan comprende las bodas sagradas, sino también la representación actualizante de la cosmogoní­a concebida como teomaquia, por la que la divinidad vencedora recibe la monarquí­a sobre el mundo de los dioses y de los hombres. Directa o indirectamente, ahí­ puede fundarse el hecho de que, por una parte, en el judaí­smo el Cantar de los cantares, con su alegorí­a nupcial aplicada a Yahveh e Israel, proporcionó la perí­copa sinagogal de la fiesta de p., y, por otra parte, ya en el AT tanto la creación (pascual) del mundo como el acontecer de p., por el que Yahveh vino a ser rey, fueron descritos con material imaginativo tomado de las luchas mí­ticas del caos (cf., entre otros textos, la cantata de Ex 15, 1-18, así­ como lo que diremos luego en VI 1). Con ello iba ligada en el antiguo oriente la entronización del rey terreno, que era considerado como representante de la divinidad. Quizá haya una resonancia de este nexo de ideas cuando en el judaí­smo la realización de la realeza daví­dico-mesiánica es esperada en p., y cuando en el NT leemos que Jesús fue hecho “Kyrios y Cristo” por su resurrección pascual (Act 2, 32-36; 13, 33ss, con apoyo en los Sal 2 y 110).

IV. El aspecto litúrgico y sacramental
1. La p. es esencialmente una fiesta memorial: “Este dí­a (o este rito) será un memorial para vosotros” (Ex 12, 14; 13, 9). Por la predicación (en la llamada haggada) y por la alabanza (particularmente de los Salmos del Hallel) se conmemoran los principales hechos salvificos de Yahveh y la salvación que de ellos resultó para Israel y los israelitas. Ahora bien, esta anamnesis litúrgica no es en absoluto un mero acto de recuerdo, sino a la vez, por razón del concepto bí­blico de conmemoración, una representación subjetiva y objetiva del hecho, que en sí­ aconteció una sola vez tanto en el israelita que celebra como en el Dios celebrado (cf. la oración “Acuérdate, Señor…” en unión con la función de signo que la sangre de p. tiene para Yahveh en Ex 12, 13 23 y en el judaí­smo). Así­ en cada representación se da para los celebrantes una reactualización concreta y eficaz de la salvación pascual: “Hoy salí­s”, por lo cual el rito se ejecuta “a causa de lo que Yahveh hizo por mí­ cuando yo salí­ de Egipto” (Ex 13, 4 8; cf. entre otros textos Misna, Pes 10, 5).

El mismo carácter tiene la celebración eucarí­stica del NT: se realiza, predicando y dando gracias, como anamnesis kerygmática y eucarí­stica, para hacer presente de nuevo la fundamental acción salví­fica de Dios en Cristo (cf. 1 Cor 11, 23-27; Lc 22, 19).

2. En esta memoria pascual no se trata de un mero recuerdo mental y verbal, sino de una reproducción ritual, real y simbólica: la vigilancia nocturna (como origen de las vigilias cristianas) corresponde a la vigilancia de Yahveh y de los israelitas en la primera p. (Lx 12, 42); el atuendo de caminantes (Ex 12, 11) o, en la p. judí­a, el tranquilo sentarse a la mesa simbolizan la disposición para la partida o la ya lograda liberación de la servidumbre.

Sin embargo, la función conmemorativa está ligada de manera especial a los elementos de la comida, de cuya interpretación en el judaí­smo (pero cf. ya Ex 12, 26ss; 13, 7ss)arrancará la conmemoración kerygmática y catequética: lo mismo que las hierbas amargas, el pan sin levadura significa el pan de la miseria de la servidumbre (Dt 16, 3), y a la vez la salida (más precisamente, la prisa inesperada con que se hizo: Ex 12, 34 39) y, juntamente con el vino, no mencionado aún en el AT, pero que desempeña un papel importante en la p. judí­a, la gozosa posesión de la tierra prometida (cf. Jos 5, 10ss). El pan y el vino, sobre los que pronunciaba la bendición el presidente de la mesa, podí­an además ser entendidos por los comensales a quienes se distribuí­an no sólo como expresión y realización de una comunión fraterna, sino también, en circunstancias, como fuentes de bendición. También aquí­ es notable la analogí­a con la eucaristí­a neotestamentaria, que consiste igualmente en una “acción”: pan y vino son aquí­ también a la vez recuerdo y fuente de gracia (cf. particularmente 1 Cor 10, 14-22; 11, 23-32).

3. La p. judí­a veterotestamentaria era a la vez un banquete sacrificial. Al igual que en los llamados sacrificios de la salvación, por razón de la centralización cultual deuteronómica, en la llamada p. postegipcia (cf. Dt 16, 1-8; 2 Re 23, 21ss; 2 Par 30, 1-27; 35, 11-19; Esd 6, 19-22) el cordero (o cabrito) que habí­a de consumirse en la celebración familiar se sacrificaba previamente en el templo. El padre de familias (o el autorizado por él) sacrificaba el cordero, y los sacerdotes ofrecí­an a Yahveh la parte que le tocaba (quemando las grasas y vertiendo la sangre sobre el altar): Yahveh y los oferentes tomaban parte en el mismo banquete. Como en todo sacrificio cruento, también a la sangre de p. se le atribuí­a, según la concepción judí­a, significación expiatoria: puede operar expiación (en el sentido genuinamente bí­blico de borrar el pecado; cf. entre otros bPes 61b 65b) para aquellos por quienes se sacrifica el cordero. Sobre este fondo se comprende la idea de sacrificio que va ligada a la eucaristí­a neotestamentaria, así­ como la significación salví­fica que, también en conexión con la -~ eucaristí­a (Mt 26, 28: “para remisión de los pecados”), se atribuye particularmente a la sangre de Jesús (1 Pe 1, 18ss; Ap 5, 9 12; 7, 14; 12, 11; cf. Jn 19, 34 36: sangre del cordero pascual).

V. Los componentes eclesiales
1. Aunque la salvación pascual afecta personalmente a cada uno (“lo que Yahveh ha hecho por mí­”), la p., como hecho salví­fico y rito litúrgico, es necesariamente comunitaria. En tiempo de Jesús, la liturgia de p. tení­a una doble estructura social: como sociedad doméstica menor y como gran comunidad popular. La liturgia de la comida (el llamado seder), de acuerdo con el carácter originario de p. se celebraba en la intimidad de la familia o en el marco de una comunidad menor (háburáh, fratrí­a, cf. comunidad de la última cena de Jesús), para la que se sacrificaba previamente el cordero; la fiesta era presidida por el padre de familia como liturgo. Pero juntamente, por haberse fusionado el pashá’ con la fiesta de peregrinación de los massot y por tenerse que sacrificar los corderos en el templo a causa de la centralización cultual, la p. vino a ser una fiesta de Israel, que como tal comprendí­a a toda la comunidad del pueblo (la qáhál o ékklesí­a; cf. antes en iv 3; ya en Jos 5, lOss). Una doble estructura de sorprendente analogí­a con lo dicho se encuentra en el NT: como sujeto y objeto de la liturgia aparece también aquí­ la Iglesia entera como pueblo de Dios y a la vez la Iglesia particular como comunidad doméstica, que se reúne en las casas particulares para celebrar la comida (Act 2, 46; 5, 42: kat’oí­kí­an, como Ex 12, 3, según los LXX).

2. La p. no sólo es una fiesta de Israel, sino simplemente la fiesta de Israel, y como tal fue celebrada con toda probabilidad hacia el cambio de los tiempos, después de haberle disputado transitoriamente este tí­tulo la fiesta de otoño. Es, en expresión de los rabinos, “el dí­a del nacimiento de Israel”. Con razón, pues, refirió Israel su existencia y su puesto singular entre los pueblos a la acción pascual de Dios, expresada en el dogma central de que Yaveh sacó a Israel de Egipto. “Con la p. se designa preferentemente el comienzo de la historia de Israel” (M. Noth). También aquí­ salta a la vista el paralelismo con el NT: La Iglesia es el pueblo de Dios, “que él adquirió por su propia sangre” (Act 20, 28; cf. Ap 5, 9ss, así­ como Jn 19, 34 36: la formación de Eva del costado de Adán, con la que compararon los padres el nacimiento de la Iglesia del costado taladrado de Cristo, la sitúa Jub 2, 14; 3, 8 en el viernes después de la luna llena de p., es decir, en el dí­a de la crucifixión de Jesús).

3. Todo esto sugiere cierto enlace entre la p. y la alianza. De hecho, ya el AT habla a menudo de la “alianza que Yahveh concluyó con Israel, (el dí­a) que lo sacó de Egipto” (Dt 29, 24; 1 Re 8, 9; Jer 31, 32; 34, 13). La renovación de la alianza parece haberse sellado también, con preferencia, por una solemne fiesta de p. (2 Re 23, 21ss; cf. 2 Par 35, 1-18, así­ como 30, 1-27). Según Sap 18, 6-9 (quizá parte integrante de una haggada pascual alejandrina), la noche de p. los israelitas en medio del sacrificio “se obligaron (diatithesthai) unánimemente a la ley divina”, apoyados “en los juramentos hechos a sus padres”; con ello se alude a la alianza de Yahveh con Abraham (cf. Gén 15, 13-18), alianza que, como lo muestran textos extrabí­blicos de Palestina, aproximadamente contemporáneos (cf. antes II 3), hubo de concluirse en unión con un pashä’. Por eso, se establece con gusto un paralelismo entre la sangre de p. y la sangre de la circuncisión, identificada con la de la alianza. La circuncisión, mencionada con frecuencia en el AT en estrecho enlace con la p., es efectivamente el signo de la alianza (cf. entre otros textos Ex 12, 44 48; Jos 5, 2-10, así­ como Gén 17, 10-14). Esto explica de algún modo por qué razón el NT, precisamente dentro del marco de p., pudo designar la sangre eucarí­stica de Jesús como “la sangre de la (nueva) alianza” (Mc 14, 24).

VI. La orientación escatológica
1. Ya dentro del AT, la p. y la salvación pascual pasaron a ser una figura del acontecer y de la salvación finales. Asf se hizo, por una parte, porque la salvación del futuro, escatologizada más y más, fue descrita como nuevo acontecimiento pascual, como nueva acción protectora y salvadora de Dios (Is 31, 5; cf. 30, 29), y sobre todo como nuevo éxodo (entre otros textos: Is 35, 1-10; 43, 16-21; cf. ya Os 2, 16ss), en que se decidirí­a definitivamente la lucha de Yahveh con los poderes mí­ticos del caos (cf. Is 27, 1; 51, 9ss; Sal 74, 12ss; 89, 10ss, así­ como Ap 12, 3-17; por medio de un solo y mismo motivo se enlazan protologí­a y escatologí­a tanto entre sí­ como con la p.). Por otra parte, como lo muestra particularmente el libro de la Sabidurí­a, rasgos escatológicos fueron proyectados hacia atrás en la primitiva narración de la p., con lo cual los acontecimientos intrahistóricos de la p. en Egipto fueron traspuestos a lo meta-histórico. El NT utiliza esta escatologí­a de la p., elaborada todaví­a más por el judaí­smo posterior al AT, para anunciar y expresar, por medio del material conceptual e imaginativo preparado por ella, la salvación final traí­da ahora por Cristo y en Cristo, ora en su fase ya realizada, ora en la no cumplida todaví­a.

2. Sin embargo, el acontecer final no sólo fue considerado por el judaí­smo en analogí­a con el hecho del p., sino que también fue esperado simplemente como el acontecimiento de p., por cuanto habí­a de llegar en una p. como conclusión insuperable de la larga serie de acciones salví­ficas pascuales. Así­ la traducción que los LXX dan de Jer 31(38), 8, significa que Yahveh en una p. congregará a los israelitas de los confines de la tierra, para celebrar con ellos la “nueva alianza” (31, 31-34); y el himno inserto por los targumes palestinenses en Ex 12, 42 sobre las cuatro grandes noches de salvación alaba la última noche de p., no venida todaví­a, como la noche del fin de los tiempos, en que se quebrantará definitivamente el yugo del mal y aparecerá el Mesí­as. Según el NT, de hecho Jesús fue elevado en p. a la dignidad de Mesí­as (cf. antes 111 3), para retornar durante una nueva y última p. en su gloria regia, según una primitiva expectación cristiana, atestiguada aún por Jerónimo (Hont. in Mt 25, 6).

3. Suelo nutricio y sede principal de esta esperanza escatológica de la p. fue indudablemente la fiesta judí­a veterotestamentaria del pashá’. Ante el creciente fracaso histórico de los mediadores de salvación, de las instituciones y los proyectos salví­ficos, era natural que, sobre todo en tiempos de opresión (cf. a este propósito Flavio Josefo), al celebrar la anamnesis de la pasada acción redentora de Yahveh se encendiera y nutriera la expectación de unanueva intervención de Dios, esta vez definitiva. Con ello la celebración neotestamentaria se acerca una vez más al pashä’: en ella, que encontrará su cumplimiento (no llegado todaví­a) en el banquete celeste de la salvación (cf. Lc 22, 14-18), se anuncia la muerte pascual del Señor, entretanto presente y ausente a la vez, “hasta que venga” (1 Cor 11, 26).

BIBLIOGRAFíA: PARA LA HISTORIA: T. H. Gaster, Passover. Its History and Tradition (NY 1949); J. B. Segal, The Hebrew Passover from the Earliest Times to A. D. 70 (Lo 1963); H. Haag: DBS VI 1120-1149; :dem: LThK2 VIII 133-137; idem: Haag DB 1457-1460 – PARA EL RITUAL: Billerbeck 1 985-992, IV 41-76; G. Beer, Pesachim = Die Mischna I1/3 (Gie 1912); E. D. Goldschmidt, Die Pessach Haggadah (B 1937); J. Jeremias, Palabras de Jesús (Fax Ma 1969). – PAJA LA TEOLOGíA: N. Füglister, Die Heilsbedeutung des Pascha (Mn 1963); R. Le Déaut, La nuit pascale (R 1963).

Notker Füglister

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

pasca (pavsca, 3957), transcripción griega del término arameo para la Pascua, del hebreo pasac, pasar por encima, dejar a un lado; fiesta instituida por Dios en conmemoración de la liberación de Israel de Egipto, y esperando expectativamente el sacrificio expiatorio de Cristo. Esta palabra significa: (I) la Fiesta de la Pascua (p.ej., Mat 26:2; Joh 2:13, 23; 6.4; 11.55; 12.1; 13.1; 18.39; 19:14; Act 12:4; Heb 11:28); (II) por metonimia: (a) la Cena Pascual (Mat 26:18,19; Mc 14.16; Luk 22:8,13); (b) el cordero pascual (p.ej., Mc 14.12; cf. Exo 12:21; Luk 22:7); (c) el mismo Cristo (1Co 5:7). La Fiesta de la Pascua celebrada por los cristianos en los tiempos post-apostólicos era una continuación de la fiesta judí­a, pero no fue instituida por Cristo, ni estaba relacionada con la cuaresma. La fiesta pagana en honor a la diosa de la primavera, Eástre (otra forma del nombre Astarte, uno de los tí­tulos de la diosa caldea, la reina del cielo), era totalmente distinta de aquella Pascua; sin embargo, la fiesta pagana se introdujo en la apóstata religión occidental, bajo la guisa de “pascua”, como parte del intento de adaptar las fiestas paganas en el seno de la cristiandad. Por cierto que en inglés recibe el nombre de Easter, derivado de Eástre, lo que evidencia el verdadero origen pagano de la llamada “Pascua cristiana”, que no coincide en el tiempo con la Pascua judí­a. Notas: (1) En Act 12:4, la frase traducida “después de la pascua” significa después de que hubiera finalizado toda la fiesta. (2) Para pareskeue, traducido “ví­spera de la pascua” en Luk 23:54 (RVR; RV: “de la ví­spera”); Joh 19:31 (RVR: “ví­spera de la pascua”; RV: “la ví­spera”); v. 42 (RVR: “preparación de la pascua”; RV: “ví­spera”), véanse PREPARACIí“N, VíSPERA.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

En los tiempos de Jesús la pascua judí­a reúne en Jerusalén a los fieles de Moisés para la inmolación y la manducación del *cordero pascual; con ella se conmemora el *éxodo que liberó a los hebreos de la servidumbre egipcia. Hoy dí­a la pascua cristiana reúne en todas partes a los discí­pulos de Cristo en la comunión de su Señor, verdadero cordero de Dios; los asocia a su *muerte y a su *resurrección, que los han liberado del *pecado y de la muerte. Es evidente la continuidad entre una fiesta y otra, pero se ha cambiado de plano, pasando de la antigua a la nueva *Alianza por intermedio de la pascua de Jesús.

I. LA PASCUA ISRAELITA. 1. Pascua primaveral, nómada y doméstica. En los orí­genes es la pascua una fiesta de familia. Se la celebra de *noche, en el plenilunio del equinoccio de primavera, el 14 del mes de abib o de las espigas (llamado nisán después del exilio). Se ofrece a Yahveh un animal joven, nacido en el año, para atraer las bendiciones divinas sobre el rebaño. La ví­ctima es un cordero o un cabrito, macho, sin tacha (Ex 12,3-6); no se le debe romper ningún hueso (12,46; Núm 9,12). Su *sangre se pone, como signo de preservación, a la entrada de cada vivienda (Ex 12,7.22) Su carne se come en una *comida rápida, tomada por los comensales en traje de viaje (12, 8-11). Estos rasgos nómadas y domésticos sugieren un origen muy antiguo de la pascua: pudiera ser el sacrificio que los hebreos piden al Faraón que les permita ir a celebrar en el desierto (3,18; 5,1ss); en este caso serí­a más antigua que Moisés y la salida de Egipto. Pero el éxodo fue el que le dio su significación definitiva.

2. Pascua y éxodo. La gran primavera de Israel es aquella en que Dios lo libera del yugo egipcio mediante una serie de intervenciones providenciales, la más asombrosa de las cuales se afirma en la décima plaga : el exterminio de los primogénitos egipcios (Ex 11,5; 12,12.29s). Con este acontecimiento asociará más tarde la tradición la inmolación de los primogénitos del ganado y el rescate de los primogénitos israelitas (13,1s. 11-15; Núm 3,13; 8,17). Tal asociación es secundaria. Lo que importa es la coincidencia de la pascua con la liberación de los israelitas ; se convierte en el memorial del *éxodo, acontecimiento mayor de su historia ; recuerda que Dios castigó a Egipto y tuvo consideración con sus fieles (12,26s; 13,8ss). Tal será en adelante el sentido de la pascua y el nuevo alcance de su nombre.

Pascua es un calco del griego paskha, derivado del arameo pashá y del hebreo pesah. El origen de este nombre es discutido. Algunos le atribuyen una etimologí­a extranjera, asiria (pasahu, apaciguar) o egipcia (pash, el recuerdo ; pesah, el golpe); pero ninguna de estas hipótesis se impone. La Biblia relaciona pesah con el verbo pasah, que significa ora cojear, ora ejecutar una danza ritual en torno a un sacrificio (1Re 18,21.26), en sentido figurado, “saltar”, “pasar”, perdonar. La pascua es el paso de Yahveh, que pasó de largo las casas israelitas, mientras que herí­a a las de los egipcios (Ex 12,13. 23-27; cf. Is 31,5).

3. Pascua y ázimos. Con el tiempo se soldará con la pascua otra fiesta, originariamente distinta, pero relacionada con ella por su fecha primaveral: los ázimos (Ex 12,15-20). Pascua se celebra el 14 del mes; los ázimos se fijan finalmente del 15 al 21. Estos *panes no fermentados acompañan la ofrenda de las *primicias de la recolección (siega) (Lev 23,5-14; Dt 26,1); la eliminación de la vieja levadura es un rito de *pureza y de renovación anual, cuyo origen nómada o agrí­cola se discute. Sea de ello lo que fuere, la tradición israelita relacionó igualmente este rito con la salida de Egipto (Ex 23,15; 34,18). Ahora evoca la prisa de la partida, tan precipitada que los israelitas hubieron de llevarse la masa antes de que fermentara (Ex 12, 34.39). En los calendarios litúrgicos pascua y ázimos se distinguen unas veces (Lév 23,5-8; cf. Esd 6,19-22; 2Par 35,17) y otras se confunden (Dt 16,1-8; 2Par 30,1-13).

De todos modos, en las pascuas anuales se actualiza la liberación del éxodo, y este significado profundo de la fiesta se siente con más intensidad en las etapas importantes de la historia de Israel: las del Sinaí­ (Núm 9) y de la entrada en Canaán (Jos 5); las de las reformas de Ezequí­as hacia 716 (2Par 30) y de Josí­as hacia 622 (2Re 23,21ss); la del restablecimiepto postexí­lico en 515 (Esd 6,19-22). El segundo Isaí­as presenta el retorno del *exilio como un nuevo éxodo (cf. Is 63,7-64,11), y la reunión de los dispersos (Is 49,6) la considera como obra del cordero-siervo (Is 53,7) que debe además ser la luz de las naciones y que, con el cordero pascual, servirá de figura del *Mesí­as venidero.

4. Pascua, fiesta del templo. La pascua fue evolucionando al atravesar así­ los siglos. Sobrevinieron puntualizaciones, modificaciones. La más importante es la innovación del Deuteronomio, que transforma la vieja celebración familiar en una fiesta del *templo (Dt 16,1-8). Esta legislación conoció quizá bajo Ezequí­as un comienzo de realización (2Par 30; cf. ls 30,29); en todo caso pasa a la práctica bajo Josí­as (2Re 23,21ss; 2Par 35). La pascua se encuadra así­ en la centralización general del *culto. Su rito se adapta; la sangre se derrama sobre el altar (2Par 35,11); sacerdotes y levitas son los actores principales de la ceremonia.

Después del exilio viene a ser la pascua la fiesta por excelencia, cuya omisión acarrearí­a a los judí­os una verdadera excomunión (Núm 9,13); todos los circuncisos, y sólo ellos, deben tomar parte en la misma (Ex 12,43-49); en caso de necesidad puede retrasarse un mes (Núm 9,9-13; cf. 2Par 30,2ss). Estas puntualizaciones de la legislación sacerdotal fijan una jurisprudencia ahora ya inmutable. Sin duda que fuera de la ciudad santa se celebra la pascua acá o allá en el marco familiar; ciertamente lo hace así­ la colonia judí­a de Elefantina, en Egipto, según un documento del año 419. Pero la inmolación del cordero se elimina progresivamente de estas celebraciones particulares, que quedan ya eclipsadas por la solemnidad de Jerusalén.

La pascua se ha convertido en una de las grandes peregrinaciones, uno de los puntos culminantes del año litúrgico. A través del recuerdo de la liberación de Egipto fomenta la esperanza de la *liberación venidera. Hay aquí­ un peligro de que despierte el nacionalismo: con frecuencia es en el momento de la pascua cuando se afirman movimientos polí­ticos (cf. Lc 13,1ss) o se exasperan las pasiones religiosas (Act 12,1-4), En la época romana la administración cuida de mantener el orden durante las festividades pascuales y cada año sube el procurador por este tiempo a Jerusalén. Pero la fe religiosa puede también ver más lejos que esta agitación y mantenerse pura de compromisos: la pascua es una fiesta de esperanza porque, como se dice corrientemente, durante esta *noche es cuando vendrá el *Mesí­as.

II. LA PASCUA DE JESÚS. En efecto, el Mesí­as viene; para comenzar, Jesús torna parte en la pascua judí­a; la desearí­a mejor, pero al fin la suplantará dándole cumplimiento.

En el tiempo de la pascua pronuncia Jesús palabras y realiza actos que poco a poco cambian su sentido. Tenemos de este modo la pascua del *Hijo único, que se detiene junto al “santo de los santos” porque sabe que allí­ está en casa de su Padre (Lc 2,41-51); la pascua del nuevo *templo, en que Jesús purifica el santuario provisional y anuncia el santuario definitivo, su cuerpo resucitado (Jn 2,13-23; cf. 1,14. 51; 4,21-24); la pascua del *pan multiplicado, que será su *carne ofrecida en sacrificio (Jn 6); finalmente, y sobre todo, la pascua del nuevo *cordero, en que Jesús ocupa el puesto de la ví­ctima pascual, instituye la nueva comida pascual y efectúa su propio éxodo, “paso” de este mundo pecador al *reino del Padre (Jn 13,1).

Los evangelistas comprendieron bien las intenciones de Jesús y las ponen de relieve con diversos matices. Los Sinópticos describen la última *comida de Jesús (aun cuando se celebrara la ví­spera de la pascua) como una comida pascual: la cena se toma dentro de los muros de Jerusalén; está encuadrada por una liturgia que comporta, entre otras cosas, la recitación del Hallel (Mc 14,26 p). Pero es la comida de una nueva pascua: en las bendiciones rituales destinadas al *pan y al *vino inserta Jesús la institución de la *eucaristí­a; al dar a comer su *cuerpo y a beber su *sangre derramada, describe su muerte como el *sacrificio de la pascua, cuyo nuevo cordero es él (Mc 14.22-24 p). Juan prefiere subrayar este hecho insertando en su evangelio diversas alusiones a Jesús-cordero (Jn 1,29.36) y haciendo coincidir en la tarde del 14 de nisán la inmolación del cordero (18,28; 19,14.31.42) y la muerte en cruz de la verdadera ví­ctima pascual (19,36).

III. LA PASCUA CRISTIANA. 1. La pascua dominical. Jesús, crucificado la ví­spera de un *sábado (Mc 15,42 p; Jn 19,31), resucita al dí­a siguiente de este mismo sábado: el primer dí­a de la *semana (Mc 16,2 p). Este dí­a también se encuentran los apóstoles con el Señor resucitado, durante una comida que renueva la cena (Lc 24, 30.42s; Mc 16,14; Jn 20,19-26; 21, 1-14 [?]; Act 1,4). Por tanto, el primer dí­a de la semana se reunirán las asambleas cristianas para la fracción del pan (Act 20,7; lCor 16,2). Este dí­a recibirá pronto un nombre nuevo: el *dí­a del Señor, dies Domini, el domingo (Ap 1,10). Hace presente a los cristianos la *resurrección de Cristo, los une a él en su eucaristí­a, los orienta hacia la espera de la parusí­a (lCor 11,26).

2. La pascua anual. Además de la pascua dominical existe también para los cristianos una celebración anual que da a la pascua judí­a un contenido nuevo: los judí­os celebraban su liberación del yugo extranjero aguardando un mesí­as, libertador nacional; los cristianos festejan su *liberación del *pecado y de la *muerte, uniéndose a Cristo crucificado y resucitado para compartir con él la vida eterna y orientan su esperanza hacia su parusí­a gloriosa.

En esta *noche que brilla a sus ojos como el dí­a, a fin de preparar su encuentro en la sagrada cena con el cordero de Dios que lleva sobre sí­ y quita los pecados del mundo, reemplazan la comida pascual judí­a por un *ayuno y una vigilia en que se les lee el relato del Exodo a una profundidad nueva (lPe 1,13-21): bautizados, constituyen el *pueblo de Dios en exilio (17), marchan con los *lomos ceñidos (13), librados del mal, hacia la *tierra prometida del *reino de los cielos. Puesto que Cristo, su ví­ctima pascual, ha sido inmolado, tienen que celebrar la fiesta, no con la vieja levadura de la mala conducta, sino con los ázimos de pureza y de *verdad (lCor 5,6ss). Con Cristo han vivido personalmente el misterio de la pascua muriendo al pecado y resucitando para una *vida nueva (Rom 6,3-11; Col 2, 12). Por eso la fiesta de la *resurrección de Cristo viene muy pronto a ser la fecha privilegiada del *bautismo, resurrección de los cristianos, en que revive el misterio pascual. La controversia del siglo 11 sobre la celebración de la pascua deja intacto este sentido profundo que subraya la superación definitiva de la fiesta judí­a.

3. La pascua escatológica. El misterio pascual se rematará para los cristianos con la muerte, la resurrección y el encuentro con el Señor. La pascua terrenal prepara para ellos este último “paso”, esta pascua del más allá. En efecto, la palabra pascua no designa solamente el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, ni el rito eucarí­stico hebdomadario o anual, sino que también designa el banquete celestial, hacia el que todos caminamos. El Apocalipsis eleva nuestros ojos hacia el cordero marcado todaví­a por su suplicio, pero que vive y está en pie; investido de gloria, atrae a sí­ a sus *mártires (Ap 5,6-12; 12,11). Jesús, según sus propias palabras, *cumplió y realizó verdaderamente la pascua con la oblación eucarí­stica de su muerte, con su resurrección, con el sacramento perpetuo de su sacrificio, finalmente, con su parusí­a (Le 22,16), que debe reunirnos para el *gozo del festí­n definitivo en el reino de su Padre (Mt 26,29).

-> Cordero – Bautismo – Eucaristí­a – Exodo – Fiestas – Dí­a del Señor – Resurrección – Sacrificio.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La pascua fue la primera de las tres fiestas anuales en la que se requería la presencia de todos los hombres en el santuario (Ex. 23:14–17). El sustantivo pesaḥ se deriva del verbo pasaḥ, «pasar por alto», en el sentido de eximir o librar de algo (Ex. 12:12, 13). La pascua está asociada a la fiesta de los panes sin levadura (ḥaḡ hammaṣṣôṯ), la semana durante la cual la levadura estaba rígidamente excluida de la dieta de los hebreos (Ex. 23:15).

Históricamente, la Pascua está relacionada con la décima plaga: la muerte de los primogénitos en Egipto. Israel fue instruido en el sentido de preparar un cordero para cada familia. Debía untarse con sangre el dintel y los postes de la puerta (Ex. 12:7). El símbolo de la sangre sería el mejor seguro para cada casa así designada.

En el atardecer del día décimo cuarto de nisán (abib), se sacrificaban los corderos pascuales. Después de asarlos, se comían con panes sin levadura y con hierbas amargas (Ex. 12:8), enfatizando la necesidad de una partida apresurada y recordando la amarga esclavitud de Egipto (Dt. 16:3). La pascua era una fiesta familiar. En el caso de las familias pequeñas, podía invitarse a los vecinos a participar de la comida pascual.

Las instrucciones iniciales se relacionaban con el éxodo histórico (Ex. 12:21–23). Posteriormente, se entregaron instrucciones acerca de la celebración de los siete días de la fiesta de los panes sin levadura (Ex. 13:3–10). La experiencia de la pascua debía repetirse cada año, como un medio de instrucción a las generaciones futuras (Ex. 12:24–27).

En los años subsiguientes, el ritual de la Pascua fue desarrollando rasgos adicionales. Se usaban cuatro copas sucesivas de vino mezclado con agua. En los lugares apropiados se cantaban los Salmos 113 al 118. La fruta mezclada con vinagre en un mortero hasta que la mezcla alcanzaba cierta consistencia, servía como un recordatorio del mortero usado en la esclavitud.

Se observaban como sabbaths los días séptimo y primero de la semana. Cesaba todo el trabajo y el pueblo se reunía en una convocación santa (Ex. 12:16; Nm. 28:18, 25). En el segundo día de la festividad, el sacerdote mecía una gavilla de fruto maduro para consagrar el comienzo de la cosecha (Lv. 23:10–14). Además de los sacrificios regulares, se ofrecían dos becerros, un carnero y siete corderos como una ofrenda quemada; y un macho cabrío como ofrenda por el pecado, cada día (Nm. 28:19–23; Lv. 23:8).

La observación de la Pascua, frecuentemente fue dejada de lado en el AT. Después de Sinaí (Nm. 9:1–14) no se celebró ninguna hasta después de la entrada en Canaán (Jos. 5:10). Los reyes reformadores, Ezequías (2 Cr. 30) y Josías (2 R. 23:21–23; 2 Cr. 35), dieron importancia a la celebración de la pascua. Una pascua digna de mención fue la que tuvo lugar después de la dedicación del segundo templo (Esd. 6:19–22).

La muerte de Cristo en el tiempo de la Pascua fue tenida como muy significativa por la iglesia primitiva. Pablo habla de Cristo como de «nuestra Pascua» (1 Co. 5:7). El mandato de no quebrar un hueso del cordero pascual (Ex. 12:46) Juan lo aplica a la muerte de Cristo: «No será quebrado hueso suyo» (Jn. 19:36). El cristiano debe apartarse de la «vieja levadura» de malicia y de maldad, y debe reemplazarla con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Co. 5:8).

BIBLIOGRAFÍA

  1. Edersheim, The Temple: Its Ministry and Services; W.H. Green, The Hebrew Feasts in their Relation to Recent Critical Hypotheses; T.H. Gaster, Passover: Its History and Traditions; S.M. Lehrman, The Jewish Festivals; John Lightfoot, The Temple Service; The Mishna (edited by H. Danby), tractate «Pesahim», pp. 136–151; R. Schaefer, Das Passah-Mazzoth-Fest; H. Schauss, The Jewish Festivals, pp. 86–95.

Charles F. Pfeiffer

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (455). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

La pascua de Ex. 12 se refiere (1) al acontecimiento histórico original de la liberación de Israel de la esclavitud egp.; (2) a la posterior conmemoración institucional periódica de dicho acontecimiento (Mishnah Pesaḥim 9.5). Íntimamente ligados, aunque independientes, están (3) la prohibición de la *levadura, que simbolizaba el apresuramiento de esa inolvidable noche del éxodo, y (4) la posterior dedicación de los *Primogénitos, con las ofrendas correspondientes, que conmemoraban a los primogénitos divinamente protegidos en las casas con la sangre rociada. Es muy posible que Moisés haya adoptado costumbres ceremoniales más antiguas, el pan sin levadura era un festival agrícola, la pascua una fiesta nómada y pastoril (EBr, 1974, Makropaedia, t(t). 10, pp. 219s). Originariamente la pascua puede haber tenido vínculos con la circuncisión, la demonolatría, el culto a la fertilidad, o la oblación por los primogénitos (cf. H. H. Rowley, Worship in Ancient Israel, 1967, pp. 47ss). Hasta el 70 d.C. la pascua se celebró en Jerusalén, en cualquier casa dentro de los límites de la ciudad, y en grupos pequeños; al cordero se lo mataba ritualmente en el recinto del templo. Cuando tanto el templo como la nación palestina fueron destruidos por la guerra, la pascua inevitablemente se convirtió en ceremonia doméstica.

Los *samaritanos siguen observando en forma meticulosa su antiguo rito pascual israelita anualmente en el mte. *Gerizim, en absoluta conformidad con el Pentateuco, celebrando la pascua y la fiesta de los panes sin levadura en forma completamente separada. A diferencia de los judíos, siguen utilizando un cordero. Ahora se utilizan las laderas de Gerizim, ya que la cumbre ha sido profanada ritualmente por un cementerio musulmán (EBr, Mikropaedia, t(t). 4, pp. 494). Apoyan sus pretensiones leyendo, como variante, “Gerizim” en lugar de “Ebal” en Dt. 27.4 y también relacionando Dt. 12.5, 14; 16.6 con Gerizim, y no con Sión. Durante un tiempo hubo un templo samaritano rival en Gerizim (cf. R. de Vaux, Ancient Israel, trad. ing. 1961, pp. 342s [en cast. Instituciones del Antiguo Testamento, 1985]), aunque se discuten las fechas precisas en que funcionó (cf. tamb. John Macdonald, The Theology of the Samaritans, 1964, pass.).

I. En el Antiguo Testamento

Ex. 12, punto natural para comenzar el estudio, sugiere las siguientes consideraciones principales.

1. Pascua (heb. pesaḥ) proviene de un verbo que significa “pasar por alto”, en el sentido de “perdonar, excusar” (Ex. 12.13, 27, etc.). Este significado proporciona un sentido excelente; no es necesario desestimar el punto de vista tradicional y antiguo de que Dios literalmente pasó por alto o por encima de las casas de los israelitas que estaban marcadas con la sangre rociada, mientras que hirió a los primogénitos en las casas de los egipcios. El término se usa tanto para la ordenanza como para la víctima del sacrificio. BDB menciona otro verbo con las mismas raíces, con el significado de “cojear”, lo cual ha dado lugar a diversas teorías (cf. T. H. Gaster, Passover: Its History and Traditions, 1949, pp. 23–25); pero KB modifica esta conclusión.

2. Abib, luego llamado Nisán, el mes en que maduran las espigas y el de la primera pascua, se estableció, en consecuencia, como el primer mes del año judío (Ex. 12.2; Dt. 16.1; cf. Lv. 23.5; Nm. 9.1–5; 28.16).

3. ¿Fue habitualmente un cordero la víctima pascual, como se cree popularmente? En Dt. 16.2 la elección del tipo de animal es incuestionablemente más amplia; en Ex. 12 depende de la exégesis. BDB restringe la palabra heb. śeh (v. 3) a las categorías de la oveja y la cabra, sin tener en cuenta la edad; KB la restringe más todavía al cordero o al cabrito. No hay acuerdo total en cuanto al significado de la frase ben-šānâ (v. 5), lit. “hijo de un año”. Para algunos esto significa primal, de 12–24 meses de edad, e. d. un animal plenamente desarrollado (cf. Gesenius-Kautzsch-Cowley, Hebrew Grammar, sección 128 v; G. B. Gray, Sacrifice in the OT, 1925, pp. 345–351). Pero la exégesis tradicional, que toma los 12 meses como el límite superior, no el inferior, no ha sido enteramente refutada. Las indicaciones talmúdicas parecieran limitar la legitimidad de la víctima para la pascua a las familias de la oveja y la cabra, apoyándose en Éxodo más que en Deuteronomio (cf. Menaḥoth 7.6, con Gemara). La elección entre cordero o cabrito, cordero o cabra, recibe corroboración várias veces (Pesaḥim 8.2; 55b; 66a), pero no cabe duda de que tomando las referencias en conjunto se establece una cierta preferencia por el cordero (Shabbath 23.1; Kelim 19.2; Pesaḥim 69b; etc.). Una disposición excluye al animal hembra, o al macho que ha sobrepasado los dos años, lo cual aportaría apoyo tácito a la interpretación del primal (Pesaḥim 9.7). Mas un pasaje contradictorio declara categóricamente que el sacrificio de la pascua es válido a partir del octavo día de vida (Parah 1.4). Si el uso universal del cordero no puede demostrarse con seguridad sobre la base de la Escritura o el Talmud, por lo menos está claro que dicha práctica fue fuertemente sancionada por el uso consuetudinario. Resulta interesante y significativo que los samaritanos, siguiendo antiguos precedentes, continúen sacrificando un cordero en las laderas del mte. Gerizim hasta el día de hoy.

4. En la noche de la pascua en Egipto, los dinteles y los parantes de todas las puertas israelitas fueron rociadas (apotropaicamente, sugieren algunos) con la sangre de la víctima. La sangre se llevaba en un tazón, heb. saf, vv. 22, “lebrillo” (palabra que tamb. podría significar “umbral”, con un pequeño cambio exegético), y se aplicaba con un hisopo, o sea el follaje de la mejorana, emblema común de pureza. Véase además N. H. Snaith, The Jewish New Year Festival, 1947, pp. 21ss.

5. La frase “entre las dos tardes” en Ex. 12.6 (tamb. Ex. 16.12; Lv. 23.5; Nm. 9.3, 5, 11) ha recibido dos interpretaciones diferentes, según prácticas comunitarias diversas: ya sea entre las 3 de la tarde y la puesta del sol, como sostenían y practicaban los fariseos (cf. Pesaḥim 61a; Josefo, GJ 6. 423); o, como sostenían los samaritanos y otros, entre la puesta del sol y la hora en que oscurece. La primera interpretación, como lo señala Edersheim, proporciona más tiempo para la matanza de los innumerables corderos, y probablemente sea la más acertada.

6. Ex. 12.43–49 excluye a los gentiles de la participación en la pascua, pero no a los prosélitos, naturalmente, de los que se esperaba que cumpliesen plenamente; incluso se las obligaba a hacerlo.

Todo el dramatismo y el sentido interior de Ex. 12 está contenido en diecisiete palabras gr. cargadas de significación en He. 11.28.

La pascua de Dt. 16 difiere en importantes sentidos menores de la de Ex. 12. Ha desaparecido el hincapié que se ponía en la sangre; una ceremonia esencialmente doméstica se ha convertido en un sacrificio más formal, que se cumple en un santuario central, con una elección más amplia de victimas; el vv. 7 estipula que se deberá cocer el animal, no asarlo; la pascua y el pan sin levadura, denominado aquí pan de aflicción, están más integralmente vinculados que en Éxodo. Se trata de evolución, el acontecimiento se transforma en institución, no en contradicción; más todavía, se acerca más a lo que registra el NT en relación con la pascua. No es necesario suponer un gran lapso entre los pasajes; el cambio de las circunstancias puede haber sido anticipado proféticamente en el período del desierto. Se registra incluso que se instituyó una segunda pascua, que se celebraba un mes más tarde, para beneficio de los que estaban levíticamente impuros en el momento de la celebración de la primera (Nm. 9.1–14).

La pascua se celebraba en los llanos de Jericó durante la conquista (Jos. 5.10s). En las celebraciones de Ezequías (2 Cr. 30.1–27) y Josías (2 Cr. 35.1–19), se considera que el lugar apropiado es el templo de Jerusalén. La ceremonia de Ezequías aprovecha la segunda pascua legítima mencionada antes, porque la gente no está congregada en Jerusalén, y los sacerdotes no se encuentran en estado de pureza levítica, en la fecha más temprana. La breve referencia de Ezequiel (45.21–24) trata de la pascua en el templo ideal concebido por él. Los tres puntos de interés son la participación más plena del líder secular, el hecho de un sacrificio por el pecado, y la total transformación de la celebración familiar en ceremonia pública. Las víctimas que se especifican incluyen novillos, carneros, y cabritos. Las prescripciones de Deuteronomio están considerablemente ampliadas, aunque no se trata de un esquema nuevo.

La práctica judaica en los últimos días del templo herodiano se refleja en el tratado denominado Pesaḥim de la Misná. El pueblo se reunía en grupos en el patio exterior del templo para matar las víctimas pascuales. Los sacerdotes se ubicaban en dos filas; en una fila cada uno de los sacerdotes tenía un tazón de oro, y en la otra un tazón de plata. El tazón que recibía la sangre del animal que moría se pasaba de mano en mano en un intercambio continuo hasta el otro extremo de la fila, donde el último sacerdote echaba la sangre en forma ritual sobre el altar. Todo esto se hacía al tiempo que se cantaba el Hallel (Sal. 113–118). Los grupos celebrantes generalmente constituían unidades familiares, pero también existían otros vínculos, tales como el que ligaba a nuestro Señor a sus discípulos.

II. En el Nuevo Testamento

En la época neotestamentaria, todos los israelitas varones debían concurrir a Jerusalén tres veces por año, para la fiesta de la pascua, la de las semanas o Pentecostés, y la de los tabernáculos. Incluso los judíos de la dispersión a veces cumplían; la población temporaria de la ciudad santa (cf. los que se hallaban presentes en el momento de Pentecostés en Hch. 2) podía llegar hasta casi los tres millones según Josefo (GJ 6. 425), cifra limitada en forma más realista a 180.000 por J. Jeremias (Jerusalem in the Time of Jesus, 1969, pp. 83s [en cast. Jerusalén en tiempos de Jesús, 1977]). Después de buscar a la luz de las velas rastros de la levadura prohibida, además de otros preparativos minuciosos (cf. Mr. 14.12–16 y paralelos), la cena pascual misma se comía en posición reclinada. Incluía los elementos simbólicos siguientes: cordero asado, pan sin levadura, hierbas amargas, algunos condimentos menores, y cuatro copas de vino en momentos determinados. El lavado ritual de las manos se observaba cuidadosamente. La mesa (más probablemente el piso) se limpiaba antes de la segunda copa de vino, se relataba la historia de la pascua egipcia y el éxodo en un diálogo entre padre e hijo (o sustitutos adecuados). Luego se volvían a traer los platos de comida, se cantaba parte del Hallel, seguido esto por la segunda copa de vino. Luego se procedía a partir el pan. En la última Cena probablemente fue a esta altura que Judas recibió el pan mojado, y salió a la oscuridad de la noche con el propósito de traicionar a su Maestro (Jn. 13.30). En esa noche fatídica, puede suponerse que la institución de la Cena del Señor o eucaristía estuvo asociada con la tercera copa de vino. El canto del Hallel se completaba con la cuarta copa, seguramente el himno de Mt. 26.30. Se supone aquí que la última Cena coincidió con la pascua reglamentaria, a pesar de las negativas de ciertos opositores. A. Plummer, p. ej. (Luke, ICC, 1896, pp. 491s), postula una pascua anticipada, veinte horas antes de que fuesen muertos los corderos, y sostiene que a la hora correspondiente Jesús moría o había ya muerto. Otros sugieren una qiddush pascual, o comida ritual de purificación celebrada con anticipación. J. N. Geldenhuys arguye detalladamente en el sentido de que la última Cena era justamente la pascua, que se celebró el 14 de Nisán, el día antes de la crucifixión, que no hay contradicción alguna entre los sinópticos y el cuarto evangelio, cuando los pasajes pertinentes se analizan correctamente. La pasión, dice, ha de fecharse alrededor del 6 de abril del año 30 d.C. Se encontrarán otras interpretaciones en diversos comentarios corrientes.

El simbolismo, “Cristo nuestra pascua”, “Cordero de Dios”, resulta familiar por su uso en el NT. Hemos visto que el cordero tradicional, si no puede demostrarse en todos los casos, tiene precedentes amplios. Se afirma en Ex. 12.46 y Nm. 9.12 que ningun hueso de la víctima pascual ha de ser quebrado. Este pequeño detalle se cumple tipológicamente cuando se aplica reverentemente al Crucificado (Jn. 19.36).

Después de la destrucción del templo de Jerusalén en el 70 d.C. cesó toda posibilidad de matar las víctimas en forma ritual, y la pascua judía se transformó nuevamente en la fiesta familiar que fuera en los primeros tiempos: la rueda había completado el círculo. Mientras que la iglesia y la sinagoga habrían de seguir caminos separados finalmente, el hábito de celebrar la pascua habría de continuar entre ciertos cristianos por un tiempo, particularmente entre los de origen judío o los prosélitos. Pero la Cena del Señor vino a remplazar al mandato judío, así como el bautismo remplazó a la circuncisión.

Bibliografía. °J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, 1977; F. Fernández, “Pascua”, °EBDM, t(t). V, cols. 896–898; M. de Tuya, J. Salguero, Introducción a la Biblia, 1967, t(t). II, pp. 520ss; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). I, pp. 108–121; B. Schaller, “Pascua”, °DTNT, t(t). II, pp. 193–195.

Véase la lit. citada en el artículo; también J. Jeremias, TDNT 5, pp. 896–904; SB, 4.1, pp. 41–76; B. Schaller, NIDNTT 1, pp. 632–635; R. A. Stewart, “The Jewish Festivals”, EQ 43, 1971, pp. 149–161; G. B. Gray, Sacrifice in the OT, 1925, pp. 337–397; A. Edersheim, The Temple: Its Ministry and Services as they were in the Time of Jesus Christ; J. B. Segal, The Hebrew Passover from Earliest Times to A.D. 70, 1963; A. Guilding, The Fourth Gospel and Jewish Worship, 1960; J. Jeremias, Jerusalem in the Time of Jesus, 1969.

R.A.S.

III. La pascua cristiana

En el ss. II d.C. y después hubo considerable diversidad y mucha discusión en torno a la fecha para la celebración de la pascua cristiana; las iglesias de Asia Menor siguieron durante mucho tiempo el cálculo “cuartodecimano”, por el que se observaba regularmente el 14 de Nisán, mientras que los de Roma y otras partes siguieron un calendario que conmemoraba la pasión año a año en viernes, y la resurrección en domingo. Este último criterio ha prevalecido.

F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Contenido

  • 1 Definición y Etimología
  • 2 La Fiesta
  • 3 El Oficio y la Misa de Pascua
  • 4 Costumbres Peculiares del Tiempo Pascual

Definición y Etimología

El término inglés para Pascua, Easter, según San Beda el Venerable (De temporum ratione, I, V), se relaciona con Estre, una diosa teutónica de la luz naciente del día y de la primavera, deidad que, sin embargo, es por lo demás desconocida, incluso en los Edda (Simrock, Mythol., 362); en anglosajón, eâster, eâstron; en el alto alemán antiguo, ôstra ôstrara, ôstrarun; en alemán, Ostern. A abril se le llamaba easter-monadh. Se usa el plural eâstron porque la fiesta dura siete días. Al igual que el plural francés Pâques, es una traducción del latín Festa Paschalia, toda la octava de Pascua.

El término griego para Pascua, pascha, no tiene nada en común con el verbo paschein, “sufrir”, aunque los escritores simbólicos posteriores lo relacionaron con él; es la forma aramea de la palabra hebrea pesach (transitus, paso). Los griegos llamaban a la Pascua la pascha anastasimon; al Viernes Santo la pascha staurosimon. Los términos respectivos usados por los latinos son Pascha resurrectionis y Pascha crucifixionis. En los breviarios romano y monástico la fiesta lleva el título de Dominica Resurrectionis; en el breviario mozárabe, In Laetatione Diei Pasch resurrectionis; en el breviario ambrosiano, In Die Sancto Paschae.

Las lenguas romances han adoptado el término greco-hebreo: en latín, Pascha; en italiano, Pasqua; en español, Pascua; en francés, Pâques. También algunas naciones célticas y teutónicas lo usan: en escocés, Pask; en holandés, Paschen; en danés, Paaske; en sueco, Pask; incluso en las provincias alemanas del bajo Rin la gente llama a la fiesta Paisken y no Ostern. La palabra, principalmente en España e Italia, se identifica con la palabra “solemnidad” y se extiende a otras fiestas, por ejemplo en español, Pascua florida es el Domingo de Ramos; la Pascua de Pentecostés, Pentecostés; la Pascua de la Natividad, la Navidad; la Pascua de Epifanía, la Epifanía. En algunas partes de Francia también se llama Pâques a la primera Comunión, sea cual sea la época del año en que se administra.

La Fiesta

Pascua es la fiesta principal del año eclesiástico. León I (Sermo XLVII in Exodum) la llama la fiesta máxima (festum festorum), y dice que la Navidad se celebra sólo como preparación para la Pascua. Es el centro de la mayor parte del año eclesiástico. El orden de los domingos desde septuagésima al último domingo después de Pentecostés, la Fiesta de la Ascensión, Pentecostés, Corpus Christi, y todas las demás fiestas movibles, desde la de la Oración de Jesús en el Huerto (martes después de septuagésima) a la fiesta del Sagrado Corazón (viernes después de la octava del Corpus Christi), depende de la fecha de Pascua. La conmemoración de la muerte del verdadero Cordero de Dios y la Resurrección de Jesucristo, la piedra angular sobre la que se construye la fe cristiana, es también la fiesta más antigua de la Iglesia Cristiana, tan vieja como el cristianismo, el vínculo que une al Antiguo y el Nuevo Testamento. Que no la mencionen los Padres Apostólicos y que oigamos hablar por primera vez de ella principalmente por medio de la controversia de los cuartodecimanos es puramente accidental. La conexión entre la Pascua judía y la fiesta cristiana de Pascua es real e ideal. Real, puesto que Cristo murió el primer día de la Pascua judía; ideal, como la relación entre tipo y realidad, porque la muerte y Resurrección de Cristo tiene sus figuras y modelos en el Antiguo Testamento, particularmente en el cordero pascual, que se comía hacia el anochecer del 14 de Nisán. De hecho la fiesta judía fue absorbida en la celebración de la Pascua cristiana; la liturgia (Exultet) canta el paso de Israel a través del Mar Rojo, el cordero pascual, la columna de fuego, etc.

Sin embargo, aparte de la fiesta judía, los cristianos celebraban el aniversario de la muerte y Resurrección de Cristo. Pero para tal fiesta era necesario conocer la fecha exacta del calendario de la muerte de Cristo. Saber esta fecha era muy sencillo para los judíos; era el día después del 14 del primer mes, el 15 de Nisán de su calendario. Pero en otros países del vasto Imperio Romano había otros sistemas de cronología. Los romanos desde el 45 antes de Cristo habían utilizado el calendario juliano reformado; también estaban los calendarios egipcio y siromacedonio. El fundamento del calendario judío era el año lunar de 354 días, mientras que los demás sistemas dependían del año solar. Por consiguiente los primeros días de los meses y años judíos no coincidían con un día fijo del año solar romano. Cada cuarto año el sistema judío tenía un mes intercalar. Al insertarse este mes, no de acuerdo a un método científico o una regla definida, sino arbitrariamente, por orden del sanedrín, una fecha judía lejana nunca puede trasponerse con certeza a la correspondiente fecha juliana o gregoriana (Ideler, Chronologie, I, 570 y s.). La relación entre la Pascua judía y la cristiana explica el carácter móvil de esta fiesta. Pascua no tiene, como la Navidad, una fecha fija, porque el 15 de Nisán del calendario semítico cambiaba de fecha en fecha en el calendario juliano. Puesto que Cristo, el verdadero cordero pascual, había sido muerto el mismo día en que los judíos, al celebrar su Pascua, inmolaban al cordero que lo prefiguraba, los cristianos judíos de Oriente siguieron el método judío, y conmemoraban la muerte de Cristo el 15 de Nisán y su Resurrección el 17 de Nisán, sin que importara en qué día de la semana cayeran. Para esta costumbre alegaban la autoridad de San Juan y San Felipe.

En el resto del imperio predominó otra consideración. Cada domingo del año era una conmemoración de la Resurrección de Jesucristo, que había tenido lugar en domingo. Puesto que el domingo posterior al 14 de Nisán fue el día histórico de la Resurrección, en Roma la fiesta de Pascua fue este domingo. Pascua se celebraba en Roma y Alejandría el primer domingo después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, y la Iglesia Romana alegaba para esta costumbre la autoridad de los Santos Pedro y Pablo. El equinoccio de primavera en Roma caía el 25 de marzo; en Alejandría el 21 de marzo. En Antioquía la Pascua se celebraba el domingo posterior a la Pascua judía (Vea Controversia Pascual). En la Galia un cierto número de obispos, deseando evitar las dificultades del cómputo pascual, parecen haber señalado para Pascua una fecha fija del calendario romano, celebrando la muerte de Cristo el 25 de marzo, su Resurrección el 27 de marzo (Marinus Dumiensis en P.L., LXXII, 47-51), puesto que ya en el siglo III se consideraba el 25 de marzo el día de la Crucifixión (Computus Pseudocyprianus, ed. Lersch, Chronologie, II, 61). Esta práctica fue de corta duración. Muchos calendarios de la Edad Media contienen estas mismas fechas (25 de marzo, 27 de marzo) por razones puramente históricas, no litúrgicas (Grotenfeld, Zeitrechnung, II, 46, 60, 72, 106, 110, etc.).

Los montanistas en Asia Menor guardaban la Pascua el domingo posterior al 6 de abril (Schmid, Osterfestberechnung in der abendlandischen Kirche). El Primer Concilio de Nicea (325) decretó que toda la Iglesia debía observar la práctica romana. Pero incluso en Roma la fecha de Pascua se cambió repetidamente. Los que continuaron guardando la Pascua con los judíos fueron llamados cuartodecimanos (14 de Nisán) y fueron excluidos de la Iglesia. El computus paschalis, el método de determinar la fecha de Pascua y las fiestas de ella dependientes, fue considerado de antiguo tan importante que Durando (Rit. div. off., 8, c.i.) declara indigno de su nombre a un sacerdote que no conozca el computus paschalis. El carácter móvil de Pascua (22 de marzo a 25 de abril) da origen a inconvenientes, especialmente en los tiempos modernos. Durante décadas, los científicos y otra gente han trabajado en vano por una simplificación del cómputo, fijando Pascua el primer domingo de abril o el domingo más próximo al 7 de abril. Algunos incluso desean poner todos los domingos en una cierta fecha del mes, vg., empezando el Año Nuevo siempre en domingo, etc. [Ver L. Günther, “Zeitschrift Weltall” (1903); Sandhage y P. Dueren en “Pastor bonus” (Tréveris, 1906); C. Tondini, “L’Italia e la questione del Calendario” (Florencia, 1905).]

El Oficio y la Misa de Pascua

Las primeras Vísperas de Pascua se relacionan ahora con la Misa del Sábado Santo, porque esa Misa se celebraba antiguamente por la tarde (ver SÁBADO SANTO); sólo consisten en un salmo (cxvi) y el Magnificat. Los Maitines sólo tienen un Nocturno; el Oficio es breve porque el clero está ocupado con los catecúmenos, la reconciliación de los pecadores, y la distribución de las limosnas, que se daban abundantemente por los ricos en el día de Pascua. Esta peculiaridad de recitar sólo un Nocturno se extendió por algunas iglesias desde la octava de Pascua a todo el tiempo pascual, y pronto a todas las fiestas de los Apóstoles y fiestas mayores similares de todo el año eclesiástico. Esta práctica se encuentra en los breviarios alemanes ya en el Siglo XIX (“Brev. Monaster.”, 1830; Baumer,“Breview”, 312). La octava de Pascua termina con la Nona del Sábado y el Domingo se recitan los tres Nocturnos con los dieciocho salmos del Oficio dominical ordinario. Muchas iglesias, sin embargo, durante la Edad Media y posteriormente (Brev. Monaster., 1830), en el Domingo de Cuasimodo (Dominica in Albis) se repetía el Nocturno breve de la semana de Pascua. Antes de que el usus Romanae Curiae (Baumer, 301) se extendiera por los Franciscanos por toda la Iglesia los dieciocho (o veinticuatro) salmos de los Maitines regulares del domingo se distribuían, tres a tres, en los Maitines de la semana de Pascua (Bäumer, 301). Esta práctica es aún una de las peculiaridades del Breviario Carmelita. El Breviario simplificado de la Curia Romana (Siglo XII) estableció la costumbre de repetir los Salmos i, ii, iii, cada día de la octava. Desde el Siglo IX al XIII en la mayor parte de las diócesis se observaban los dos preceptos de oír Misa y abstenerse de trabajos serviles durante toda la semana de Pascua (Kellner, Heortologie, 17); más tarde esta norma se limitó a dos días (lunes y martes), y desde finales del Siglo XVIII, al lunes solo. En los Estados Unidos incluso el lunes no es fiesta de precepto. Los tres primeros días de la semana de Pascua son dobles de primera clase, los demás días semi-dobles. Durante esta semana, en el Oficio Romano, por costumbre inmemorial, se omiten los himnos, o más bien nunca se introdujeron. El antiguo Oficio eclesiástico no contenía himnos, y por respeto a la gran solemnidad de Pascua y al antiguo cántico “Haec Dies”, la Iglesia Romana no tocó el antiguo Oficio de Pascua introduciendo himnos. Por tanto hasta ahora el Oficio de Pascua consiste solo en salmos, antífonas, y las grandes lecturas de los Maitines. Sólo el “Victimae Paschali” se adoptó en muchas de las iglesias y órdenes religiosas en las Segundas Vísperas. Los Oficios Mozárabe y Ambrosiano usan el himno ambrosiano “Hic est dies versus Dei” en Laudes y Vísperas, el Breviario Monástico, “Ad coenam Agni providi” en Vísperas, “Chorus novae Jerusalem” en Maitines, y “Aurora lucis rutilat” en Laudes. El Breviario Monástico tiene también tres Nocturnos el día de Pascua. Aparte de los himnos se omite la lectura breve y las Horas Intermedias no tienen antífonas; el lugar de los himnos, lecturas breves, y responsorios se ocupa por el cántico, “Haec Dies quam fecit Dominus, exultemus et laetemur in ea”. Las Misas de la semana de Pascua tienen una secuencia de carácter dramático, “Victimae paschali”, que fue compuesta por Wipo, un sacerdote borgoñón de las cortes de Conrado II y Enrique III. El Prefacio actual es una abreviación del largo Prefacio del Sacramentario Gregoriano. El “Communicantes” y el “Hanc igitur” contienen referencias al bautismo solemne de la víspera de Pascua. Dos aleluyas se añaden al “Benedicamus Domino” de Laudes y Vísperas y al “Ite Missa est” de la Misa durante toda la octava. Cada día de la octava tiene una Misa especial; un antiguo misal manuscrito español de 855 contiene tres Misas para el Domingo de Pascua; los misales galicanos tiene dos misas para cada día de la semana, una de las cuales se celebraba a las cuatro de la mañana, precedida de una procesión (Migne, La Liturgie Catholique, París, 1863, p. 952). En el Sacramentario Gelasiano cada día de la semana de Pascua tiene su propio Prefacio (Probst, Sacramentarien, p. 226).

Para tener una idea correcta de la celebración de la Pascua y de sus Misas, debemos recordar que estaba íntimamente relacionada con el solemne rito del bautismo. Los actos litúrgicos preparatorios comenzaban la víspera y se continuaban durante la noche. Cuando la cantidad de personas a bautizar era grande, las ceremonias sacramentales y la celebración de Pascua se unían. Esta conexión se cortó en una época en que, al haber cambiado la disciplina, se perdió incluso el recuerdo de las viejas tradiciones. La mayor parte de las ceremonias se trasladó a las horas de la mañana del Sábado Santo. Este cambio, sin embargo, no produjo una nueva creación litúrgica adaptada al nuevo orden de cosas. Las antiguas ceremonias bautismales se dejaron intocadas y ahora no tienen más razón para su conservación, aparentemente, que su antigüedad. El hueco dejado en los servicios litúrgicos después de que las solemnidades de la noche se habían trasladado a la mañana del Sábado Santo se cubrió en Francia, en Alemania y en algunos otros países por una ceremonia doble que, sin embargo, nunca se adoptó en Roma. Primero, estaba la conmemoración de la Resurrección de Cristo. A medianoche, antes de Maitines, el clero en silencio entraba en la iglesia a oscuras y transportaba la cruz desde el sepulcro al altar mayor. Luego se encendían las velas, se abrían las ventanas, y se celebraba una procesión solemne con la cruz por la iglesia, el claustro, o el cementerio. Mientras la procesión iba del altar a la puerta, se cantaba la hermosa antífona, “Cum Rex gloriae”, la primera parte en voz baja (humili ac depressâ voce), para simbolizar la tristeza de las almas en el limbo; desde Advenisti desiderabilis los cantores elevaban sus voces como muestra de alegría, mientras los acólitos hacían sonar las campanillas que llevaban. El texto completo de esta antífona, que ha desaparecido de la liturgia, sigue:

Cum rex gloriae Christus infernum debellaturus intraret, et chorus angelicus ante faciem ejus protas principum tolli praeciperet, sanctorum populus, qui tenebatur in morte captivus, voce lacrimabili clamabat dicens: Advenisti desiderabilis, quem expectabamus in tenebris, ut educere hac nocte vinculatos de claustris. Te nostra vocabant suspiria, te large requirebant lamenta, tu factus est spes desperatis, magna consolatio in tormentis. Alleluja.

Cuando volvía la procesión, en muchas iglesias se cantaba en la puerta el “Attollite portas” (Sal. xxiii), para simbolizar la entrada victoriosa de Cristo en el limbo y el infierno. Después de la procesión se cantaban los Maitines. En siglos posteriores el Santísimo Sacramento tomó el lugar de la cruz en la procesión. Esta ceremonia se celebra aún, con la aprobación de la Santa Sede, en Alemania en la víspera de Pascua con ceremonias más sencillas, en forma de devoción popular.

Segundo, la visita al Sepulcro. Tras la tercera lectura del Nocturno dos clérigos, representando a las santas mujeres, iban al sepulcro vacío donde otro clérigo (el ángel) les anunciaba que el Salvador había resucitado. Entonces los dos llevaban el mensaje al coro, donde dos sacerdotes, representando a Pedro y Juan, corrían a la tumba y, al encontrarla vacía, mostraban al pueblo la tela en la que el cuerpo había estado envuelto. Luego el coro cantaba el “Te Deum” y el “Victimae paschali”. En algunas iglesias, vg., en Ruán, se representaba también la aparición de Cristo a María Magdalena. De esta solemne ceremonia, que se remonta al Siglo X, se desarrollaron las numerosas obras de Pascua. (Nord-Amerikanisches Pastoralblatt, Octubre de 1907, p. 149, tiene un largo artículo sobre estas dos ceremonias). Las obras teatrales de Pascua al principio solo utilizaban las palabras de los Evangelios y el “Victimae paschali”; en el curso de su desarrollo se convirtieron en dramas normales, en versos latinos o en lengua vernácula, que contenían el regateo entre el vendedor de ungüentos y las tres mujeres, el diálogo entre Pilatos y los judíos pidiendo soldados para guardar el sepulcro, la competición de Pedro y Juan corriendo a la tumba, el Salvador resucitado apareciéndose a Magdalena, y el descenso de Cristo al infierno. Hacia el fin de la Edad Media el tono de estas obras teatrales se volvió mundano, y estaban llenas de largos discursos burlescos de comerciantes de ungüentos, judíos, soldados, y demonios (Creizenach, Gesch, des neuen Dramas, Halle, 1893).

La procesión combinada con las solemnes Segundas Vísperas del Domingo de Pascua es muy antigua. Hay gran variedad en la forma de solemnizar estas Vísperas. El servicio comenzaba con los nueve Kyrie Eleisons, cantados como en la Misa de Pascua, a veces incluso con el correspondiente tropo lux et origo boni. Después del tercer salmo todo el coro iba en procesión a la capilla bautismal, donde se cantaban el cuarto salmo, el “Victimae paschali”, y el Magnificat: de ahí la procesión se desplazaba a la gran cruz de la entrada del santuario (coro), y de allí, después de que se cantara el quinto salmo y el Magnificat, al sepulcro vacío, donde acababa el servicio. Los Carmelitas y un cierto número de diócesis francesas, vg., París, Lyon, Besançon, Chartres, Laval, han conservado, con el permiso de la Santa Sede, estas Vísperas solemnes desde la reintroducción del Breviario Romano. Pero se celebran de manera diferente en cada diócesis, muy modernizadas en algunas iglesias. En Lyon, el Magnificat se canta tres veces. En Colonia y Tréveris las Vísperas solemnes de Pascua se abolieron en el Siglo XIX (Nord-Amerikanisches Pastoralblatt, Abril de 1908, p. 50). Mientras que el Rito Latino sólo admite conmemoraciones en Laudes, Misa, y Vísperas desde el Miércoles de la semana de Pascua y excluye cualquier conmemoración en los tres primeros días de la semana, las Iglesias Griega y Rusa trasladan los Oficios de los santos que tocan (cánones) de Maitines a Completas durante toda la octava, incluso el Domingo de Pascua. Después de la Anti-pascha (Domingo de Cuasimodo), los cánones y otros cánticos de Pascua continúan en todo el Oficio hasta el día de la Ascensión, y los cánones de los santos sólo ocupan el segundo lugar en Maitines. También los griegos y rusos tienen una procesión solemne, antes de Maitines, durante la cual cantan ante la puerta de la iglesia el salmo lxvii, repitiendo después de cada versículo la antífona de Pascua. Cuando sale la procesión, la iglesia está a oscuras; cuando vuelve, cientos de velas y lamparillas de colores se encienden para representar el esplendor de la Resurrección de Cristo. Después de Laudes todos los que están presentes se dan unos a otros el beso de Pascua, no excluyendo ni siquiera a los mendigos. Uno dice: “Cristo ha resucitado”; el otro contesta: “Verdaderamente ha resucitado”; y estas palabras son el saludo de los rusos durante el tiempo de Pascua. Una costumbre similar se adoptó, por influencia de la corte bizantina, en Roma durante una época. El saludo era: Surrexit Dominus vere; R. Et apparuit Simoni. (Maximilianus, Princ. Sax., Praelect. de liturg. Orient., I, 114; Martene, De antiq. Eccl. rit., c. xxv, 5.) La Iglesia Armenia durante todo el periodo de Pascua a Pentecostés celebra solo la Resurrección con exclusión de todas las fiestas de los santos. El Lunes de Pascua celebran el día de Todos los Santos, el sábado de la misma semana la Decapitación de San Juan Bautista, el tercer domingo después de Pascua la fundación de la primera iglesia cristiana en Sión y de la Iglesia en general, el quinto domingo la Invención de la Santa Cruz en Jerusalén, luego el jueves la Ascensión de Cristo, y el domingo posterior la fiesta de la gran Visión de San Gregorio. Desde Pascua a la Ascensión los armenios nunca ayunan ni se abstienen de carne (C. Tondini de Quaranghi, Calendrier de la Nation Arménienne). En el Rito Mozárabe de España, después del Padre Nuestro el día de Pascua y durante la semana el sacerdote entona la palabra “Regnum” y canta “Vicit Leo de Tribu Juda radix David Alleluja”. El pueblo responde: “Qui sedes super Cherubim radix David. Alleluja”. Esto se canta tres veces (Missale Mozarab.). En algunas ciudades de España antes de salir el sol salen dos procesiones de la iglesia principal; una con la imagen de María cubierta con un velo negro; otra con el Santísimo Sacramento. Las procesiones caminan en silencio hasta que se encuentran en un lugar predeterminado; entonces se quita el velo de la imagen de María y el clero y el pueblo cantan el “Regina Coeli” (Guéranger, Kirchenjarh, VII, 166). Para el santuario de Emaús en Tierra Santa, la Santa Sede ha aprobado una fiesta especial el Lunes de Pascua, “Solemnitas manifestationis D.N.I. Chr. Resurg., Titul. Eccles. dupl. I Cl.”, con Misa y Oficio propios (Cal. Rom. Seraph. in Terrae S. Custodia, 1907).

Costumbres Peculiares del Tiempo Pascual

1. Risus Paschalis

Esta extraña costumbre se originó en Baviera en el Siglo XV. El sacerdote incluía en su sermón historias divertidas que podían producir la risa a sus oyentes (Östermarlein), vg., una descripción de cómo el demonio intenta mantener cerradas las puertas del infierno contra Cristo que desciende. Luego el predicador extraía la moraleja de la historia. Esta risa de Pascua, al dar origen a graves abusos de la palabra de Dios, fue prohibida por Clemente X (1670-1676) y en el Siglo XVIII por Maximiliano III y los obispos de Baviera (Wagner, De Risu Paschali, Königsberg, 1705; Linsemeier, Predigt in Deutschland, Munich, 1886).

2. Huevos de Pascua

Puesto que el uso de huevos estaba prohibido durante la Cuaresma, se sacaban a la mesa el día de pascua, coloreados de rojo para simbolizar la alegría de Pascua. Esta costumbre se encuentra no sólo en la Iglesia Latina sino también en las Orientales. El significado simbólico de una nueva creación de la humanidad por Jesús resucitado de entre los muertos fue probablemente una invención de épocas posteriores. La costumbre puede tener su origen en el paganismo, pues una gran cantidad de costumbres paganas, que celebraban el retorno de la primavera, se introdujeron en la Pascua. El huevo es el emblema de la vida que germina al comienzo de la primavera. Los huevos de Pascua, se les dice a los niños, vienen de Roma con las campanas que el Jueves van a Roma y vuelven el Sábado por la mañana. En algunos países los padrinos dan a sus ahijados huevos de Pascua. Los huevos coloreados se usan por los niños en Pascua en una especie de juego que consiste en probar la resistencia de las cáscaras (Kraus, Real-Encyclopedie, s.v. Ei). Los huevos tanto coloreados como sin colorear se usan en algunos lugares de Estados Unidos para este juego, conocido como “escoger el huevo”. Otra costumbre es el “rodar los huevos” por los niños el Lunes de Pascua en el césped de la Casa Blanca en Washington.

3. El Conejo de Pascua

El Conejo de Pascua pone los huevos, por cuya razón están escondidos en una madriguera o en el jardín. El conejo es un símbolo pagano y siempre ha sido un emblema de fertilidad (Simrock, Mythologie, 551).

4. Balonmano

En Francia jugar a balonmano fue una de las diversiones de Pascua, que se encuentra también en Alemania (Simrock, op. cit., 575). El balón puede representar al sol, que se cree da tres saltos al salir en la mañana de Pascua. Obispos, sacerdotes y monjes, tras la estricta disciplina de Cuaresma, solían jugar al balón durante la semana de Pascua (Beleth, Expl.Div. off., 120). Esto se llamaba libertas Decembrica, porque antiguamente en Diciembre, los señores solían jugar al balón con sus sirvientes, doncellas y pastores. El juego de pelota estaba relacionado con una danza, en la que tomaban parte incluso obispos y abades. En Auxerre, Besançon, etc. la danza se ejecutaba en la iglesia a los compases del “Victimae paschali”. En Inglaterra, también, el juego de pelota era un deporte favorito de Pascua en el que intervenía la corporación municipal con el debido alarde y dignidad. Y en Bury St.Edmunds, en años recientes, el juego se mantenía con gran ánimo por doce ancianas. Tras el juego se celebraba un banquete, durante el cual se leía una homilía sobre la fiesta. Todas estas costumbres desaparecieron por razones obvias (Kirchenlex., IV, 1414).

5. Hombres y mujeres

El Lunes de Pascua las mujeres tenían derecho a golpear a sus maridos; el Martes los hombres golpeaban a sus esposas, como en Diciembre los sirvientes reprendían a sus amos. Hombres y mujeres hacían esto “ut ostendant esse mutuo debere corrigere, ne illo tempore alter ab altero thori debitum exigat” (Beleth, I, c. cxx; Durandus, I, c. vi, 86). En los lugares del Norte de Inglaterra los hombres desfilan por las calles el Domingo de Pascua y reclaman el privilegio de alzar del suelo tres veces a todas las mujeres, recibiendo en pago un beso o una moneda de plata de seis peniques. Lo mismo se hace por las mujeres con los hombres al día siguiente. En Neumark (Alemania) el día de Pascua los sirvientes azotan a las doncellas con látigos; el lunes las doncellas azotan a los hombres. Obtienen su liberación con huevos de Pascua. Estas costumbres son probablemente de origen precristiano (Reinsberg-Düringsfeld, Das festliche Jahr, 118).

6. El Fuego de Pascua

El Fuego de Pascua se enciende en la cumbre de montañas (montañas de Pascua, Osterberg) y debe encenderse con fuego nuevo, obtenido de la madera por fricción (nodfyr); esta es una costumbre de origen pagano de moda por toda Europa, que significa la victoria de la primavera sobre el invierno. Los obispos publicaron severos edictos contra los sacrílegos fuegos de Pascua (Conc. Germanicum, a. 742, c.v.; Concilio de Lestines, a. 743, n. 15), pero no tuvieron éxito en abolirlos en todas partes. La Iglesia adoptó la costumbre en las ceremonias de Pascua, refiriéndola a la columna de fuego en el desierto y a la Resurrección de Cristo; el fuego nuevo del Sábado Santo se saca del pedernal, simbolizando la Resurrección de la Luz del Mundo de la tumba cerrada por una piedra (Missale Rom.). En algunos lugares se arrojaba una figura en el fuego de Pascua, simbolizando el invierno, pero para los cristianos del Rhin, Tirol y Bohemia, a Judas el traidor (Reinsberg-Düringfeld, Das festliche Jahr, 112 y s.).

7. Procesiones y despertares

En Le Puy (Francia), desde tiempo inmemorial hasta el Siglo X, era costumbre, cuando en el primer salmo de Maitines un canónigo estaba ausente del coro, que algunos de los canónigos y vicarios, llevando con ellos la cruz procesional y el agua bendita, fueran a casa del ausente, cantando el “Haec Dies”, rociarle con agua, si estaba aún en la cama, y conducirle a la iglesia. En castigo tenía que invitar a un desayuno a sus acompañantes. Una costumbre similar se encuentra en el Siglo XV en Nantes y Angers, donde fueron prohibidas por los sínodos diocesanos de 1431 y 1448. En algunas partes de Alemania padres e hijos intentaban sorprenderse unos a otros en la cama en la mañana de Pascua para darse saludables azotes (Freyde, Ostern in deutscher Sage, Sitte und Dichtung, 1893).

8. Bendición del alimento

Tanto en la Iglesias Orientales como en la Latina, es costumbre que las vituallas que estaban prohibidas durante la Cuaresma se bendigan por los sacerdotes antes de comerlas el día de Pascua, especialmente la carne, los huevos, la mantequilla, y el queso (Ritualbucher, Paderborn, 1904; Maximilianus, Liturg. or., 117). Los que comían antes de que el alimento se bendijera, según la creencia popular, eran castigados por Dios, a veces instantáneamente (Migne, Liturgie, s.v. Pâques).

9. Bendiciones de la casa

La víspera de Pascua se bendicen las casas (Rit. Rom., tit. 8, c. iv) en memoria del paso del ángel en Egipto y del señalar las jambas de las puertas con la sangre del cordero pascual. El párroco visita las casas de su parroquia; los apartamentos papales también se bendicen en este día. Sin embargo, la habitación en que el Papa se encuentra con el cardenal visitante se bendice por el mismo Pontífice (Moroni, Dizionario, s.v. Pasqua).

10. Deportes y celebraciones

Los griegos y rusos tras su larga, severa Cuaresma hicieron de la Pascua un día de deportes populares. En Constantinopla el cementerio de Pera es el ruidoso lugar de cita de los griegos; hay música, danzas, y todos los placeres de una concurrencia popular oriental; la misma costumbre prevalece en las ciudades de Rusia. En Rusia cualquiera puede entrar en los campanarios en Pascua y tocar las campanas, un privilegio del que muchas personas se prevalen.

Bibiografía: DUCHESNE, Orig. du Culte Chret. (París, 1889); KELLNER, Heortologie (Friburgo de Br., 1906); PROBST, Die altesten römischen Sacramentarien und Ordines (Münster, 1892); GUERANGER, Das Kirchenjahr, Ger. tr. (Maguncia, 1878), V, 7; KRAUS, Real-Encyk.; BERNARD, Cours de Liturgie Romaine; HAMPSON, Calendarium Medii AEvi (Londres, 1857); Kirchenlex., IX, cols. 1121-41; NILLES, Calendarium utriusque Ecclesiae (Innsbruck, 1897); MIGNE, La Liturgie Catholique (París, 1863); BINTERIM, Denkwurdigkeiten (Maguncia, 1837); GROTEFEND, Zeitrechnung (Hannover, 1891-1898); LERSCH, Einleitung in die Chronologie (Friburgo, 1899); BACH, Die Osterberechnung (Friburgo, 1907); SCHWARTZ, Christliche und judische Ostertafeln (Berlín, 1905); Suntne Latini Quartodecimani? (Praga, 1906); DUCHESNE, La question de la Paque du Concile de Nicee in Revue des quest. histor. (1880), 5 sq.; KRUSCH, Studien zur christlish- mittelalterlichen Chronologie (Leipzig, 1880); ROCK, The Church of Our Fathers (Londres, 1905), IV; ALBERS, Festtage des Herrn und seiner Heiligen (Paderborn, 1890).

Fuente: Holweck, Frederick. “Easter.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. 23 Feb. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/05224d.htm

Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica