PERFECCION

Psa 101:2 entenderé el camino de la p cuando
Psa 119:96 a toda p he visto fin; amplio .. es tu
2Co 13:9 gozamos .. y aun oramos por vuestra p
Heb 6:1 vamos adelante a la p; no echando otra
Heb 7:11 si, pues, la p fuera por el sacerdocio


Perfecto es aquello que está completo, que no le falta nada. En el AT se usaba la palabra tamam para indicar †œel ser completo†, con varios derivados, entre ellos tam, equivalente a †œperfecto†. A veces refleja la idea de sanidad, como en el Sal 38:3 (†œNada hay sano en mi carne, a causa de tu ira†). Los sacrificios que se hací­an a Dios tení­an que ser de animales †œsin defecto†, sanos, perfectos (Lev 22:21). La frase †œhablar lo recto†, incluye también este sentido de p. (Amo 5:10). En la mente hebrea no se hablaba de la p. de Dios. Dios es santo. Pero se menciona la p. de su obra (†œél es la Roca, cuya obra es perfecta† [Deu 32:4]), su ley (†œLa ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma† [Sal 19:7]), su camino (†œEn cuanto a Dios, perfecto es su camino† [2Sa 22:31]).

En el NT se utiliza mayormente el término teleios, para la idea de p. Se enseña sobre la p. del Señor Jesús, †œel cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca† (1Pe 2:22), hasta tal punto que Dios pudo decir de él: †œEste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia† (Mat 3:17). Por eso su ofrenda a Dios en la cruz fue aceptable, pues él era un †œcordero sin mancha y sin contaminación† (1Pe 1:19). Además de esta p. intrí­nseca, el Señor Jesús fue perfeccionado †œpor aflicciones† para constituirse en sumo sacerdote en favor de los creyentes. †œY habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen† (Heb 2:10; Heb 5:9). De manera que por sus experiencias con las tentaciones, el dolor y los problemas de este mundo, el Señor Jesús fue †œhecho perfecto† para su función sacerdotal (Heb 7:28).
ña el NT, además, acerca del proceso mediante el cual los creyentes pueden ir creciendo en perfección y hacia ella. Un cristiano es perfecto en dos sentidos. Uno es absoluto y otro es progresivo. El absoluto lo encontramos en el lenguaje que nos dice que, en Cristo, no nos falta nada (†œ… y vosotros estáis completos en él† [Col 2:10]). El sentido progresivo de la p. lo vemos en las amonestaciones a crecer, a buscarla (†œSed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto† [Mat 5:48]). El Señor Jesús es el modelo paradigmático de ser humano, el nuevo hombre. Y el Espí­ritu Santo va induciendo en los cristianos experiencias que les hacen crecer a la imagen del Hijo de Dios (†œ… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo† [Efe 4:13]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Cualidad del hombre de hacer las cosas de manera conveniente y de acuerdo con unos ideales superiores. En el terreno humano, el concepto de perfección alude a armoní­a, orden, coherencia con las normas éticas o estéticas; y ello supone lo más conveniente.

En el lenguaje cristiano, perfección hace referencia a Dios Padre como ideal y a Cristo modelo como camino. Se condensa en el consejo evangélico de “Sed perfectos como vuestro padre es perfecto.” (Mt. 5.48).

El término “perfectos” (teleios), empleado 19 veces en el Nuevo Testamento y sólo tres en los evangelistas (Mt. 5.48 y 19.21; en Jn. 17.23 como “teteleiomenoi, perfectamente), es sinónimo de términos similares a “plenos”, “totales”, “completos”. Supone cumplimiento generoso de todo lo que resulta posible o conveniente en la propia actividad. Lo aluden las cartas apostólicas como ideal de vida: “Todos los perfectos tengamos estos sentimientos.” (Filip. 3.15) “Sed perfectos” (1 Cor. 14.2) “Que seáis perfectos e í­ntegros”. (Sant. 1.4) “El amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn. 18.4) (Ver Hombre. 8

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. caridad, santidad)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Del latí­n perficere, indica cumplimiento: la perfección puede considerarse como la posesión plena del propio acto, es decir, como actualidad en oposición a potencialidad y virtualidad. En este sentido Dios es perfección infinita, por ser Acto puro, Ser subsistente sin limitación alguna. En teologí­a espiritual la perfección se define como la meta del camino de los principiantes y de los proficientes hasta el grado de perfectos, en correspondencia con los estados expresados como ví­a purgativa, iluminativa y unitiva.

Otros subdividen el camino hacia la perfección en ví­a común y ví­a extraordinaria o mí­stica. Cada una de estas ví­as recoge en torno a sí­ notables experiencias, de tal manera que su utilización y su práctica llegan a designar también a las diversas escuelas teológicas y espirituales relacionadas con ellas.

G, Bove

Bibl.: N Silanes, Perfección, en DTVC, 1295-1310; A, Dagnino, Perfección (grados de) en DE, III, 149-153; A, Royo Marí­n, Teologí­a de la perfección cristiana, BAC, Mlidrid 1968; p, Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, palabra, Madrid 1980.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El concepto de perfección se expresa en hebreo con términos derivados de verbos tales como ka·lál (perfeccionar; compárese con Eze 27:4), scha·lám (quedar completo; compárese con Isa 60:20) y ta·mám (completar; llegar a la perfección; compárese con Sl 102:27; Isa 18:5). En las Escrituras Griegas Cristianas se emplean las palabras té·lei·os (adjetivo), te·lei·ó·tes (nombre) y te·lei·ó·o (verbo) para comunicar ideas como: llevar a la perfección o alcanzar la plenitud (Lu 8:14; 2Co 12:9; Snt 1:4); ser una persona desarrollada fí­sicamente, adulta o madura (1Co 14:20; Heb 5:14), y haber alcanzado el objetivo, propósito o meta conveniente o señalada. (Jn 19:28; Flp 3:12.)

La importancia del punto de vista correcto. Para entender correctamente la Biblia, no se debe incurrir en el error común de pensar que todo lo que se llama †œperfecto† lo es en sentido absoluto, es decir, a un grado infinito o ilimitado. La perfección en sentido absoluto tan solo corresponde al Creador, Jehová Dios. Debido a esto, Jesús pudo decir de su Padre: †œNadie es bueno, sino uno solo, Dios†. (Mr 10:18.) Jehová es incomparable en su excelencia, merecedor de toda alabanza, supremo en sus magní­ficas cualidades y poderes, a tal grado, que †œsolo su nombre es inalcanzablemente alto†. (Sl 148:1-13; Job 36:3, 4, 26; 37:16, 23, 24; Sl 145:2-10, 21.) Moisés alabó la perfección de Dios, diciendo: †œPorque yo declararé el nombre de Jehová. ¡Atribuyan ustedes grandeza, sí­, a nuestro Dios! La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él†. (Dt 32:3, 4.) Todos los caminos, palabras y leyes de Dios son perfectos, refinados y no tienen falta o defecto. (Sl 18:30; 19:7; Snt 1:17, 25.) Nunca podrí­a presentarse una causa justa contra Dios, criticar o censurar sus obras; más bien, siempre se le debe alabanza. (Job 36:22-24.)

Toda otra perfección es relativa. La perfección de cualquier otra persona o cosa es relativa, no absoluta (compárese con Sl 119:96); es decir, una cosa es †œperfecta† en relación con el propósito o fin para el que su diseñador o hacedor la designa, o el uso al que la destina su receptor o usuario. El significado mismo de perfección requiere que haya quien decida cuándo algo está †œcompleto†, las normas de excelencia, los requisitos que han de satisfacerse, así­ como los detalles que son esenciales. En última instancia, Dios, el Creador, es el írbitro supremo de la perfección, Aquel que fija las normas de acuerdo con sus propósitos e intereses justos. (Ro 12:2; véase JEHOVí [Un Dios de normas morales].)
Veamos un ejemplo: el planeta Tierra fue una de las creaciones de Dios, y al final de los seis †˜dí­as†™ creativos Dios declaró el resultado: †œmuy bueno†. (Gé 1:31.) Satisfací­a sus normas supremas de excelencia, por consiguiente, era perfecto. Sin embargo, después de esto Dios asignó al hombre a †˜sojuzgar la tierra†™, en el sentido de cultivarla y hacer que toda ella, no solo el Edén, fuese un jardí­n de Dios. (Gé 1:28; 2:8.)
La tienda o tabernáculo que se levantó en el desierto por mandato de Dios y de acuerdo con sus especificaciones, fue un tipo o modelo profético en pequeña escala de una †œtienda más grande y más perfecta†; el Santí­simo de aquella tienda es la residencia celestial de Jehová, en la que Cristo Jesús entró como Sumo Sacerdote. (Heb 9:11-14, 23, 24.) La tienda terrestre fue perfecta, pues satisfizo los requisitos de Dios y sirvió para el fin designado. No obstante, una vez que cumplió el propósito de Dios, dejó de utilizarse. La tienda representaba algo de una perfección mucho mayor.
A la ciudad de Jerusalén, con el monte Sión, se la llamó la †œperfección de belleza†. (Lam 2:15; Sl 50:2.) Estas palabras no significan que hasta el más mí­nimo detalle de la ciudad fuese de una belleza sublime, sino que su belleza provení­a del esplendor que Dios le habí­a conferido al convertirla en capital de sus reyes ungidos y sede de su templo. (Eze 16:14.) También se representa a la próspera ciudad comercial de Tiro como un barco cuyos constructores —los que trabajaban para enriquecerla— habí­an †˜perfeccionado su belleza†™, y la habí­an llenado con lujosos productos de muchas tierras. (Eze 27:3-25.)
Por lo tanto, en cada caso se debe examinar el contexto para determinar el sentido que se da a la palabra perfección.

La perfección de la ley mosaica. La Ley que se dio a Israel a través de Moisés incluí­a entre sus disposiciones la institución de un sacerdocio y las ofrendas de sacrificios de animales. Como muestra el apóstol Pablo bajo inspiración, aunque la Ley provení­a de Dios, por lo que era perfecta, ni la Ley ni el sacerdocio ni los sacrificios mismos hicieron perfectos a los que se esforzaban por cumplirla. (Heb 7:11, 19; 10:1.) En lugar de libertar del pecado y la muerte, en realidad hizo más patente el pecado. (Ro 3:20; 7:7-13.) No obstante, todas estas disposiciones divinas cumplieron con el propósito designado por Dios: la Ley sirvió de †œtutor† para conducir a los hombres al Cristo, fue una †œsombra [perfecta] de las buenas cosas por venir†. (Gál 3:19-25; Heb 10:1.) Por consiguiente, cuando Pablo habla de la †œincapacidad de parte de la Ley, en tanto que era débil a causa de la carne† (Ro 8:3), es obvio que se refiere —como explica Hebreos 7:11, 18-28— a la incapacidad del sumo sacerdote judí­o (que era quien, según la Ley, se encargaba de los sacrificios y entraba en el Santí­simo el Dí­a de Expiación con la sangre del sacrificio) de †œsalvar completamente† a quienes serví­a. Aunque el ofrecer sacrificios por medio del sacerdocio aarónico permitió que el pueblo tuviera una posición aprobada ante Dios, esto no les libró por completo (es decir, a la perfección) de la conciencia del pecado. El apóstol se refiere a este aspecto cuando dice que los sacrificios de expiación no pueden †œperfeccionar a los que se acercan†, es decir, perfeccionarlos respecto a su conciencia. (Heb 10:1-4; compárese con Heb 9:9.) El sumo sacerdote no podí­a proporcionar el precio de rescate necesario para una verdadera redención del pecado. Solo el servicio sacerdotal perdurable de Cristo y su sacrificio pueden lograrlo. (Heb 9:14; 10:12-22.)
La Ley era †œsanta†, †˜buena†™, †œexcelente† (Ro 7:12, 16), y todo el que pudiera cumplir a plenitud con esta Ley perfecta serí­a perfecto y merecedor de vida. (Le 18:5; Ro 10:5; Gál 3:12.) Por esta misma razón, la Ley trajo condenación y no vida, no porque no fuese buena, sino a causa de la naturaleza imperfecta y pecaminosa de los que estaban bajo ella. (Ro 7:13-16; Gál 3:10-12, 19-22.) La Ley perfecta puso de manifiesto la imperfección de ellos y su pecaminosidad. (Ro 3:19, 20; Gál 3:19, 22.) A este respecto, también sirvió para identificar a Jesús como el Mesí­as, pues fue el único capaz de observar toda la Ley, con lo que demostró que era un hombre perfecto. (Jn 8:46; 2Co 5:21; Heb 7:26.)

La perfección de la Biblia. Las Sagradas Escrituras constituyen el mensaje perfecto, refinado, puro y verdadero de Dios. (Sl 12:6; 119:140, 160; Pr 30:5; Jn 17:17.) Aunque con el transcurso de los siglos se han hecho numerosí­simas copias de los escritos originales que han introducido algunas variaciones, es un hecho reconocido que dichas variaciones son de menor importancia, de tal modo que aun si las traducciones modernas de la Biblia no fuesen absolutamente perfectas, sí­ lo serí­a el mensaje divino que contienen.
Es posible que para algunas personas la Biblia sea un libro más difí­cil de leer que otros, que requiere mayor esfuerzo y concentración; hasta puede que encuentren pasajes que no entienden. Puede que algunas personas más crí­ticas insistan en que, para ser perfecta, ni siquiera deberí­an existir diferencias menores o lo que, según sus criterios, parecen ser inconsecuencias. Sin embargo, ni unas ni otras restan perfección a las Santas Escrituras, pues la verdadera medida de su perfección radica en que alcance las normas de excelencia fijadas por Jehová Dios, cumpla con el propósito para el que él, su Autor, la ha destinado y que, por ser la Palabra publicada del Dios de la verdad, esté libre de falsedades. El apóstol Pablo puso de relieve la perfección de †œlos santos escritos† al decir: †œToda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra†. (2Ti 3:15-17.) Lo que las Escrituras Hebreas hicieron a favor de los israelitas cuando las observaron, lo que el conjunto de las Escrituras logró en provecho de la congregación cristiana durante el siglo primero y lo que la Biblia puede hacer hoy en pro de las personas, todo esto es de por sí­ una prueba convincente de sus cualidades como un instrumento ideal de Dios para llevar a cabo Su propósito. (Compárese con 1Co 1:18.)
El contenido mismo de las Escrituras, incluidas las enseñanzas del Hijo de Dios, tiene por finalidad que el entendimiento del propósito de Dios, el que se haga su voluntad y se obtenga la salvación dependan fundamentalmente del corazón de la persona. (1Sa 16:7; 1Cr 28:9; Pr 4:23; 21:2; Mt 15:8; Lu 8:5-15; Ro 10:10.) La Biblia se destaca por su capacidad para †œdiscernir pensamientos e intenciones del corazón†, y así­ poner al descubierto la verdadera condición interior de la persona. (Heb 4:12, 13.) También muestra claramente que el conocimiento de Dios no puede adquirirse sin esfuerzo. (Compárese con Pr 2:1-14; 8:32-36; Isa 55:6-11; Mt 7:7, 8.) También es un hecho evidente que Dios ha revelado sus designios a las personas humildes y no a los altivos, porque †˜hacerlo así­ vino a ser la manera que él mismo aprobó†™. (Mt 11:25-27; 13:10-15; 1Co 2:6-16; Snt 4:6.) En consecuencia, el hecho de que una persona cuyo corazón no responde al mensaje de la Biblia encuentre en las Escrituras razones que, en su opinión, justifican que rechace su mensaje, censura y disciplina, no significa que la Biblia sea imperfecta. Demostrarí­a, más bien, la veracidad de los razonamientos bí­blicos expuestos antes y que la Biblia, desde el único punto de vista válido, el de su Autor, es perfecta. (Isa 29:13, 14; Jn 9:39; Hch 28:23-27; Ro 1:28.) El tiempo y la experiencia práctica demuestran que aquellas cosas relacionadas con la Palabra de Dios, que son †˜necias†™ o †˜débiles†™ para los sabios de este mundo, encierran una sabidurí­a y poder superiores a las teorí­as, puntos de vista filosóficos y razonamientos de sus detractores humanos. (1Co 1:22-25; 1Pe 1:24, 25.)
Para entender y apreciar la perfecta Palabra de Dios, la fe sigue siendo un requisito esencial. Puede que una persona piense que ciertos detalles y explicaciones deberí­an estar en la Biblia, a fin de revelar por qué en determinados casos Dios aprobó o desaprobó acciones concretas o por qué actuó de una manera en particular; puede que también piense que hay otras explicaciones en la Biblia que son superfluas. No obstante, es de rigor reconocer que si la Biblia se conformara a criterios humanos como los suyos, no serí­a entonces perfecta desde el punto de vista de Dios. Esa actitud equivocada queda de manifiesto en la declaración de Jehová respecto a la superioridad de sus pensamientos y caminos en comparación con los del hombre, y por su afirmación de que su palabra †œtendrá éxito seguro† en el cumplimiento de su propósito. (Isa 55:8-11; Sl 119:89.) Este es el sentido de la palabra perfección, tal como muestran las definiciones que aparecen al comienzo de este artí­culo.

Perfección y libre albedrí­o. La información que ya se ha considerado sienta la base para entender que hasta las criaturas perfectas de Dios podí­an ser desobedientes. Pensar que la desobediencia no podrí­a darse en una criatura perfecta presupone desconocer el significado del término, sustituyéndolo por un concepto personal que es contrario a los hechos. Dios ha facultado a las criaturas inteligentes con libre albedrí­o: el privilegio y la responsabilidad de decidir por sí­ mismas el proceder que deben seguir. (Dt 30:19, 20; Jos 24:15.) Este fue el caso de la primera pareja humana, lo que hizo posible que pudiera ponerse a prueba su devoción a Dios. (Gé 2:15-17; 3:2, 3.) Como su Hacedor, Jehová sabí­a con qué facultades los habí­a dotado, y las Escrituras dejan claro que deseaba una adoración y un servicio que emanaran de mentes y corazones movidos por amor genuino, no una obediencia mecánica, como de autómatas. (Compárese con Dt 30:15, 16; 1Cr 28:9; 29:17; Jn 4:23, 24.) Si Adán y su esposa no hubiesen tenido libre albedrí­o, no habrí­an satisfecho los requisitos de Dios, ni habrí­an sido completos o perfectos según Sus normas.
Ha de recordarse que en lo que tiene que ver con el hombre, la perfección es relativa y está circunscrita al ámbito humano. Aunque Adán fue creado perfecto, no podí­a traspasar los lí­mites que el Creador le habí­a fijado, ni podí­a, por ejemplo, comer tierra, piedras o madera, sin sufrir las consecuencias. Si intentaba respirar agua en lugar de aire, se ahogarí­a. De manera similar, si permití­a que su mente y corazón se alimentaran con pensamientos incorrectos, llegarí­a a abrigar deseos insanos y, por último, pecarí­a y morirí­a. (Snt 1:14, 15; compárese con Gé 1:29; Mt 4:4.)
Está claro que los factores determinantes son la voluntad y selección personales. Si insistiéramos en que un hombre perfecto no puede adoptar un mal proceder cuando hay una cuestión moral de por medio, ¿no deberí­amos, por la misma razón, argüir también que una criatura imperfecta no podrí­a adoptar un proceder correcto si tuviese que decidir sobre esa misma cuestión moral? Sin embargo, hay criaturas imperfectas que sí­ han adoptado un proceder correcto en asuntos morales que implican obediencia a Dios y hasta han escogido ser perseguidos antes que transigir, mientras que al mismo tiempo hay quienes escogen hacer lo que saben que es incorrecto. Por consiguiente, no todas las malas acciones pueden justificarse con la imperfección humana. De nuevo, los factores determinantes son la voluntad y la selección personal. Asimismo, en el caso del primer hombre, la perfección humana por sí­ sola no garantizaba una conducta recta, sino el ejercicio de su libre albedrí­o y la facultad de selección, impulsados ambos por el amor a su Dios y a lo que es recto. (Pr 4:23.)

El primer pecador y el rey de Tiro. Como muestran las palabras de Jesús en Juan 8:44 y lo que revela el capí­tulo 3 de Génesis, el pecado y la imperfección en el ámbito humano fue antecedido por un proceso semejante en el ámbito de las criaturas celestiales. Aunque la endecha que se halla en Ezequiel 28:12-19 se dirige al †œrey de Tiro†, debe ser un reflejo del comportamiento paralelo al del primer hijo celestial de Dios que pecó. La vanidad del †œrey de Tiro†, el que se erigiera a sí­ mismo en †˜dios†™, el que se le llame †œquerubí­n† y la referencia al †œEdén, el jardí­n de Dios†, son datos que corresponden a lo que la Biblia dice en relación con Satanás el Diablo: que se hinchó de orgullo, estuvo relacionado con la serpiente edénica y se le llama †œel dios de este sistema de cosas†. (1Ti 3:6; Gé 3:1-5, 14, 15; Rev 12:9; 2Co 4:4.)
El anónimo †œrey de Tiro†, que residí­a en una ciudad sobre la que se afirmaba que era †œperfecta en belleza†, estaba él mismo †œlleno de sabidurí­a y [era] perfecto [adjetivo derivado del heb. ka·lál] en hermosura† y estaba †œexento de falta [heb. ta·mí­m]† en sus caminos desde que se le creó hasta que la iniquidad se halló en él. (Eze 27:3; 28:12, 15.) Esta endecha puede que tenga su primer cumplimiento en la dinastí­a de reyes tirios, no en un rey en concreto. (Compárese con la profecí­a pronunciada en Isa 14:4-20 en contra del anónimo †œrey de Babilonia†.) En ese caso, puede que la endecha haga alusión a las relaciones amistosas y de cooperación que la dinastí­a de reyes tirios mantuvo con David y Salomón durante sus respectivos reinados, cuando incluso contribuyeron a la edificación del templo de Jehová en el monte Moria. Por lo tanto, al principio no hubo nada que reprochar a la postura oficial del gobierno tirio hacia Israel, el pueblo de Jehová. (1Re 5:1-18; 9:10, 11, 14; 2Cr 2:3-16.) Sin embargo, otros reyes posteriores abandonaron esa postura †˜intachable†™, †˜exenta de falta†™, y Tiro fue condenada por Joel, Amós y Ezequiel, los profetas de Dios. (Joe 3:4-8; Am 1:9, 10.) Al margen de la evidente similitud entre el comportamiento del †œrey de Tiro† y el del principal Adversario de Dios, esta profecí­a es un ejemplo más de cómo las expresiones †œperfección† y †œexento de tacha† pueden emplearse en sentido relativo.

¿Cómo es posible decir que los siervos imperfectos de Dios fueron †œexentos de falta†?
El justo Noé fue †œexento de falta entre sus contemporáneos†. (Gé 6:9.) Job era un hombre †œsin culpa y recto†. (Job 1:8.) Se emplean expresiones similares al hablar de otros siervos de Dios. Como todos eran descendientes del pecador Adán, y por consiguiente pecadores, es obvio que tales hombres se hallaban †˜exentos de falta y sin culpa†™ en el sentido de que estaban a la altura de lo que Dios requerí­a de ellos, y lo que Dios requerí­a de ellos tení­a en cuenta sus limitaciones e imperfección. (Compárese con Miq 6:8.) Igual que un alfarero no puede esperar la misma calidad si moldea una vasija con barro común que si la moldea con arcilla refinada, los requisitos de Jehová toman en consideración la fragilidad de los humanos imperfectos. (Sl 103:10-14; Isa 64:8.) Aunque cometieron errores e incurrieron en males debido a su carne imperfecta, no obstante, los hombres fieles manifestaron un †œcorazón completo [heb. scha·lém]† para con Jehová. (1Re 11:4; 15:14; 2Re 20:3; 2Cr 16:9.) Por lo tanto, dentro de sus lí­mites, su devoción era completa, sin fisuras y, en sus circunstancias, satisfací­a los requisitos divinos. Puesto que el Juez Divino se complací­a en su adoración, ninguna criatura humana o celestial tení­a base para criticar el servicio de ellos a Dios. (Compárese con Lu 1:6; Heb 11:4-16; Ro 14:4; véase JEHOVí [Por qué puede tratar con humanos imperfectos].)
En las Escrituras Griegas Cristianas se reconoce que la imperfección es inherente a la humanidad que desciende de Adán. En Santiago 3:2 se muestra que el que pudiera dominar la lengua y no tropezar en palabra serí­a un †œvarón perfecto, capaz de refrenar […] su cuerpo entero†; sin embargo, en esto †œtodos tropezamos muchas veces†. (Compárese con el vs. 8.) No obstante, se habla de ciertas perfecciones relativas alcanzadas por el hombre pecaminoso. Jesús dijo a sus seguidores: †œUstedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto†. (Mt 5:48.) En esta ocasión hizo referencia al amor y la generosidad. Mostró que simplemente †˜amar a los que los aman†™ constituí­a un amor incompleto, defectuoso. Por consiguiente, sus seguidores deberí­an perfeccionar su amor o completarlo, al amar también a sus enemigos y así­ imitar el ejemplo de Dios. (Mt 5:43-47.) De manera similar, al joven que le preguntó a Jesús cómo obtener la vida eterna se le mostró que su adoración —que ya presuponí­a obediencia a los mandamientos de la Ley— aún carecí­a de algunas caracterí­sticas esenciales. Si †˜deseaba ser perfecto†™, tení­a que desarrollar plenamente su adoración (compárese con Lu 8:14; Isa 18:5) cumpliendo con estos rasgos. (Mt 19:21; compárese con Ro 12:2.)
El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con El, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1Jn 2:5; 4:11-18.) Este amor perfecto echa fuera el temor y concede †œfranqueza de expresión†. El contexto muestra que Juan se refiere en este pasaje a la †œfranqueza de expresión para con Dios†, franqueza que habrí­a de tenerse, por ejemplo, al orar. (1Jn 3:19-22; compárese con Heb 4:16; 10:19-22.) La persona en la que el amor de Dios alcanza una expresión plena, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o estuviera desaprobado. Sabe que observa los mandamientos de Dios y hace lo que le agrada a su Padre, por lo que se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová. No se siente como si Dios le restringiera el privilegio de lo que puede decir o pedir. (Compárese con Nú 12:10-15; Job 40:1-5; Lam 3:40-44; 1Pe 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al †œdí­a del juicio† con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Heb 10:27, 31.) Al contrario, igual que un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que †œno importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él†. (1Jn 5:14, 15.)
Sin embargo, este †˜amor perfecto†™ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que El ocupa, su poder y su justicia. (Sl 111:9, 10; Heb 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual una persona puede evitar el peligro y proteger su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1Sa 21:10-15; 2Co 11:32, 33; Job 37:1-5; Hab 3:16, 18.)
Además, la unidad completa se consigue por medio del †œví­nculo perfecto† del amor, lo que hace que los verdaderos cristianos sean †œperfeccionados en uno†. (Col 3:14; Jn 17:23.) Naturalmente, esta perfección también es relativa y no significa que desaparecerán todas las diferencias de personalidad, como aptitudes, hábitos, conciencia y otros factores individuales afines. Sin embargo, cuando se alcanza, su plenitud conduce a acción, creencia y enseñanza unificadas. (Ro 15:5, 6; 1Co 1:10; Ef 4:3; Flp 1:27.)

La perfección de Cristo Jesús. Jesús nació como ser humano perfecto, santo, sin pecado. (Lu 1:30-35; Heb 7:26.) Como es natural, su perfección fí­sica no era infinita, sino que se hallaba dentro de los lí­mites humanos, y experimentó algunas limitaciones propias de su condición humana: se cansó, tuvo hambre y sed; era mortal. (Mr 4:36-39; Jn 4:6, 7; Mt 4:2; Mr 15:37, 44, 45.) El propósito de Jehová Dios era emplear a su Hijo como Sumo Sacerdote a favor de la humanidad. Aunque era un hombre perfecto, tuvo que ser †˜perfeccionado†™ (gr. te·lei·ó·o) para acceder a ese puesto, y satisfacer a cabalidad los requisitos que su Padre habí­a fijado, lo que le capacitaba para el fin o la meta designada. Se exigí­a que fuera †œsemejante a sus †˜hermanos†™ en todo respecto†, aguantara el sufrimiento y aprendiera la obediencia bajo prueba, como tendrí­an que hacerlo sus †œhermanos† o seguidores. De esta manera, podrí­a †œcondolerse de nuestras debilidades, [como] uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado†. (Heb 2:10-18; 4:15, 16; 5:7-10.) Además, después de morir como un sacrificio perfecto y resucitar, recibirí­a vida espiritual inmortal en los cielos, y así­ serí­a †œperfeccionado para siempre† para su puesto sacerdotal. (Heb 7:15–8:4; 9:11-14, 24.) Igualmente, todos los que servirán con Cristo como sacerdotes serán †˜hechos perfectos†™, es decir, llevados a la meta celestial que buscan y a la que han sido llamados. (Flp 3:8-14; Heb 12:22, 23; Rev 20:6.)

El †œPerfeccionador de nuestra fe†. A Jesús se le llama el †œAgente Principal [o Caudillo Principal] y Perfeccionador de nuestra fe†. (Heb 12:2.) Es cierto que mucho antes de la venida de Jesucristo, la fe de Abrahán fue †œperfeccionada† por sus obras de fe y obediencia, de manera que consiguió la aprobación divina y Dios celebró con él un pacto juramentado. (Snt 2:21-23; Gé 22:15-18.) Pero la fe de todos aquellos hombres fieles anteriores al ministerio terrestre de Jesús era incompleta o imperfecta, pues ellos no comprendí­an las profecí­as que para entonces aún no se habí­an cumplido con relación a Jesús como el Mesí­as y la Descendencia de Dios. (1Pe 1:10-12.) Con su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección a la vida celestial, estas profecí­as se cumplieron, y la fe en Cristo tuvo un fundamento más firme, respaldado por hechos históricos. Por lo tanto, en este sentido de fe perfeccionada, la fe †œha llegado† a través de Cristo Jesús (Gál 3:24, 25), quien demostró ser el †œguí­a† (CP), †œjefe† (Mensajero, Vi), †œcaudillo† (FF), †œconductor† (CJ), †œiniciador† (LT, Sd, UN), †œpionero† (GR, NBE) o Agente Principal de nuestra fe. Desde su posición celestial, continuó siendo el Perfeccionador de la fe de sus seguidores: derramó espí­ritu santo sobre ellos en el Pentecostés y les dio revelaciones que progresivamente alimentaron y aumentaron su fe. (Hch 2:32, 33; Heb 2:4; Rev 1:1, 2; 22:16; Ro 10:17.)

†œPara que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros.† Después de repasar el registro de hombres fieles del perí­odo precristiano, desde Abel en adelante, el apóstol dice que ninguno de estos obtuvo †œel cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros†. (Heb 11:39, 40.) En este pasaje, la expresión †œnosotros† se refiere claramente a los cristianos ungidos (Heb 1:2; 2:1-4), los †œparticipantes del llamamiento celestial† (Heb 3:1), por quienes Cristo †œinauguró [un] camino nuevo y vivo† en el lugar santo de la presencia celestial de Dios. (Heb 10:19, 20.) Ese llamamiento celestial implica ser sacerdotes celestiales de Dios y de Cristo durante su reinado milenario. Asimismo, se les concede †œpoder para juzgar†. (Rev 20:4-6.) Parece lógico, entonces, que el †œalgo mejor† que Dios previó para esos cristianos ungidos sea la vida celestial y los privilegios que ellos reciben. (Heb 11:40.) No obstante, su revelación —al intervenir junto a Cristo en la destrucción del inicuo sistema de cosas— abre el camino para que aquellos de la creación que procuren alcanzar †œla gloriosa libertad de los hijos de Dios† consigan la liberación de la esclavitud a la corrupción. (Ro 8:19-22.) En Hebreos 11:35 se muestra que los hombres fieles de tiempos precristianos mantuvieron integridad bajo sufrimiento †œcon el fin de alcanzar una resurrección mejor†, seguramente mejor que la de los †œmuertos† mencionados al comienzo del versí­culo, quienes resucitaron solo para volver a morir. (Compárese con 1Re 17:17-23; 2Re 4:17-20, 32-37.) Por consiguiente, el que se †˜perfeccione†™ a estos hombres fieles de tiempos precristianos, debe estar relacionado con el que se les resucite o restablezca a la vida y después se les liberte †œde la esclavitud a la corrupción† gracias a los servicios del sacerdocio de Cristo Jesús y sus sacerdotes durante el gobierno milenario.

La humanidad recupera la perfección en la Tierra. En armoní­a con la oración: †œEfectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra†, este planeta ha de experimentar el efecto y fuerza plenos de la realización de los propósitos de Dios. (Mt 6:10.) El inicuo sistema de cosas controlado por Satanás será destruido. Se eliminará toda falta y defecto de los sobrevivientes que continúen demostrando obedientemente su fe, de modo que todo cuanto quede satisfaga las normas de Dios en cuanto a excelencia, plenitud y cabalidad. De Revelación 5:9, 10, se desprende que esto incluirá el perfeccionamiento de las condiciones terrestres y de las criaturas humanas. En ese pasaje se declara que las personas †˜compradas para Dios†™ (compárese con Rev 14:1, 3) llegan a ser †œun reino y sacerdotes para nuestro Dios, y han de reinar sobre la tierra†. El deber de los sacerdotes bajo el pacto de la Ley no solo era representar a las personas ante Dios al ofrecer sacrificios, sino también proteger la salud fí­sica de la nación, oficiando en la limpieza ceremonial de los que incurriesen en inmundicia y determinando cuándo estaba curado alguien que habí­a padecido lepra. (Le 13-15.) Además era responsabilidad del sacerdocio ayudar al pueblo a elevar su salud mental y espiritual. (Dt 17:8-13; Mal 2:7.) Puesto que la Ley tení­a †œuna sombra de las buenas cosas por venir†, es de esperar que el sacerdocio celestial bajo Cristo Jesús, que actuará durante su reinado milenario (Rev 20:4-6), ejecute un trabajo similar. (Heb 10:1.)
El cuadro profético de Revelación 21:1-5 garantiza que la humanidad redimida no tendrá más lágrimas, lamento, clamor, dolor y muerte. Por medio de Adán entró en la raza humana el pecado y, como consecuencia, el sufrimiento y la muerte. (Ro 5:12.) Naturalmente, todo esto es parte de las †œcosas anteriores† que han de desaparecer. La muerte es el salario del pecado, y †œcomo el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a nada† por medio del gobierno del Reino de Cristo. (Ro 6:23; 1Co 15:25, 26, 56.) Esto significa para la humanidad obediente regresar a la perfección de que disfrutaba el hombre en Edén al principio de la historia. Por lo tanto, los seres humanos podrán disfrutar no solo de perfección en cuanto a fe y amor, sino también de perfección en lo que respecta a estar totalmente libres de pecados; estarán, plenamente y sin defecto, a la altura de las justas normas de Dios para el hombre. La profecí­a de Revelación 21:1-5 también tiene que ver con el Reino de mil años de Cristo, ya que a la †œNueva Jerusalén†, cuyo †˜descenso del cielo†™ está enlazado con la desaparición de las aflicciones de la humanidad, se la muestra como †œnovia† o congregación glorificada de Cristo, es decir: los que componen el sacerdocio real del gobierno milenario de Cristo. (Rev 21:9, 10; Ef 5:25-32; 1Pe 2:9; Rev 20:4-6.)
La perfección de la humanidad será relativa, limitada al ámbito humano. Sin embargo, quienes la consigan gozarán a plenitud de la vida terrestre. †œEl regocijo hasta la satisfacción [plena] está con [el] rostro [de Jehová]†, y el que †˜la tienda de Dios esté con la humanidad†™ indica que se refiere a la humanidad obediente, aquellos hacia quienes el rostro de Jehová se vuelve con aprobación. (Sl 16:11; Rev 21:3; compárese con Sl 15:1-3; 27:4, 5; 61:4; Isa 66:23.) No obstante, la perfección no significa que no haya variedad, como a menudo concluyen las personas. El reino animal, producto de la †˜actividad perfecta†™ de Jehová (Gé 1:20-24; Dt 32:4), encierra una gran variedad. La perfección del planeta Tierra tampoco es incompatible con la variedad, el cambio o el contraste. Admite lo sencillo y lo complejo, lo simple y lo elaborado, lo amargo y lo dulce, lo áspero y lo suave, los prados y los bosques, las montañas y los valles. Abarca el frescor estimulante de la incipiente primavera, el calor del verano con su cielo azul translúcido, la hermosura de los colores otoñales y la belleza de la nieve recién caí­da. (Gé 8:22.) Los humanos perfectos no serán criaturas estereotipadas, con personalidad, talento y aptitudes idénticos. Como han mostrado las definiciones iniciales, la uniformidad no es necesariamente una acepción de perfección.

Fuente: Diccionario de la Biblia

Una frase del Evangelio da a Dios como modelo de perfección que imitar: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Este sorprendente precepto ocupa en el NT el lugar que en el AT ocupaba el del Leví­tico “Sed santos como yo soy santo” (Lev 11,45; 19,2). Del uno al otro se manifiesta claramente un cambio de punto de vista.

AT. 1. Santidad de Dios y perfección. Más que de perfección, el AT habla de santidad. Dios es *santo, es decir. es de un orden muy distinto que los seres de este mundo: es grande, poderoso, terrible (Dt 10, 17: Sal 76); se muestra también maravillosamente bueno y fiel (Ex 34; Sal 136): interviene en la historia con justicia soberana (Sal 99). No se le califica de “perfecto”: en hebreo no se aplica bien la palabra sino a seres limitados (como “completo” en nuestras lenguas). Pero se habla de perfección acerca de sus obras (Dt 32. 4). de su ley (Sal 19.8). de sus caminos (2Sa 22,31).

2. Exigencia de perfección. Cuando el Dios de santidad se escoge un pueblo, este pueblo resulta santo a su vez, es decir, separado de lo profano y consagrado. Por razón de esto se le impone una exigencia de perfección: lo que está consagrado debe ser intacto y sin defecto.

En primer lugar, integridad fí­sica: ésta se requiere en los animales ofrecidos en sacrificio: “No ofreceréis a Yahveh animal ciego. cojo o mutilado…” )Lev 22,22). La misma ley se aplica a los sacerdotes (Lev 21,17-23) y en cierto grado a todo el pueblo: las reglas sobre lo puro y lo impuro precisan sus modalidades (Lev 11-15).

Cuando se trata de personas, a la integridad fí­sica debe añadirse la integridad moral. Israel sabe que hay que servir a Yahveh “con corazón perfecto”, con toda sinceridad y fidelidad (I Re 8,61; cf. Dt 6,5; 10, 12). y que este servicio comprende la obediencia a los mandamientos y la lucha contra el mal: “Has de extirpar el mal de en medio de ti” IDt 17.7.12). Las desviaciones del sentido religioso fueron ásperamente combatidas por los profetas (.Am 4, 4..,: Is 1.10-17; 29.13): hay que buscar la verdadera *justicia, desterrando la violencia y el egoí­smo, viviendo en la fe en Dios, en el respeto del derecho y en la beneficencia (Is 58). La orden de Dios a Abraham: “Camina en mi presencia y sé perfecto” (Gén 17.1), reiterada en Dt 18,13, manifiesta así­ más y más la riqueza de su contenido.

3. Práctica de la perfección. Los judí­os piadosos, meditando los ejemplos de los antepasados (Sab 10: Eclo 44-49) buscaban la perfección en la observancia de la *ley; “Dichosos, perfectos en su camino, los que marchan en la ley de Yahveh” (Sal 119). Pero su misma adhesión al ideal hací­a más acuciantes ciertos problemas. Job es modelo de perfección, “hombre í­ntegro y recto, que teme a Dios y se aleja del mal” (Job 1,1); ¿por qué no le perdona la desgracia? Esta dolorosa pregunta mantení­a a las almas abiertas y en espera.

NT. 1. Perfección de la ley. El Evangelio tributa homenaje a esta perfección abierta hacia una espera, como la de los padres de Juan Bautista, “irreprochables” en su fidelidad a la ley (Lc 1,6), o la de Simeón y de Ana. Pero si la práctica de la ley pretende recluirse con complacencia en sí­ misma, no es ya sino una falsa perfección que suscita la irreductible oposición de Jesús (p.e. Le 18,9-14; Jn 5,44), continuada por la de Pablo (cf. Rom 10,3s; Gál 3,10).

2. Jesús y la perfección. En efecto, la ley debe lograr su *cumplimiento y remate en forma muy distinta. Revelando Jesús plenamente que el Dios muy santo es un Dios de amor, da nueva orientación a la exigencia de perfección que suscita la relación con Dios. No se trata ya de una integridad que preservar, sino de los dones de Dios: se trata del amor de Dios que se ha de recibir y propagar.

Jesús no se sitúa entre los “justos” que huyen el contacto con los pecadores: ha venido precisamente por los pecadores (Mt 9,12s). Cierto que es el “cordero sin mancha” (IPe 1,19), prefigurado por las prescripciones del Leví­tico, pero toma sobre sí­ nuestros pecados, por cuya remisión derrama su sangre; así­ viene a ser nuestro sacerdote “perfecto” (Heb 5, 9s; 7,26ss), capaz de perfeccionarnos también a nosotros (Heb 10,14).

3. Perfección en la humildad. Por tanto, quien quiera participar de la *salvación que él aporta debe reconocerse pecador (Un 1,8) y renunciar a enorgullecerse de éxito alguno personal, para confiar únicamente en su *gracia (Flp 3,7-11; 2Cor 12,9). Sin *humildad y desasimiento no se puede *seguir a Jesús (Le 9,23 p; 22, 26s). No todos son llamados a las mismas formas de renuncia efectiva (cf. Mt 19,11s; Act 5,4), pero quien quiera avanzar en la perfección debe caminar generosamente por este camino; la palabra dirigida al joven rico se impone a su atención : “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes… y ven y sí­gueme” (Mt 21; cf. Act 4,36s).

4. Perfección del amor. La perfección a que son llamados los hijos de Dios, es la del amor. En el pasaje de Lucas paralelo a Mt 5,48, eh lugar de “perfecto” se lee “misericordioso” (Lc 6,36), y el mismo contexto de Mateo habla también de caridad universal, de *amor, extendido incluso al enemigo y al perseguidor. El cristiano debe, sí­, guardarse del mal (Mt 5,29s; lPe 1,14ss); pero para asemejarse a su *Padre (Mt 5,45; Ef 5,1s) debe al mismo tiempo preocuparse por el malo (cf. Rom 5,8), amarlo y, por mucho que le cueste, “vencer el mal a fuerza de bien” (Rom 12,21; lPe 3,9).

5. Perfección y progreso. Esta generosidad conquistadora no se da nunca por satisfecha con el resultado obtenido. La idea de progreso está ahora ya ligada a la de perfección. Los discí­pulos de Cristo tienen siempre que progresar, que *crecer en el amor (Flp 1,9), incluso cuando forman parte de la categorí­a de los cristianos formados (en griego “los perfectos” ; comp. F1p 3,15 y 3,12).

6. Perfección en la parusí­a. No cesan de prepararse para el advenimiento de su Señor, esperando que Dios les conceda ser hallados sin reproche cuando llegue ese *dí­a (lTes 3,12s). Tienen empeño en responder al deseo de Cristo, que es el deseo de que entonces se le presente una Iglesia “totalmente resplandeciente…” (Ef 5,27); olvidando lo que ya se ha realizado se dirigen, por tanto, hacia adelante (cf. Flp 3,13), hasta “llegar todos juntos… a constituir el *hombre perfecto, en el vigor ‘de la edad, que realiza la *plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

-> Cumplir – Crecimiento – Puro – Santo – Simple.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El concepto bíblico de perfección es el de un estado de plenitud o realización ideal, en el que se ha eliminado o dejado atrás toda incapacidad, falta o defecto que anteriormente haya podido existir.

Dos raíces heb. expresan esta idea en el AT: šlm y tmm. (Para el sentido literal del adjetivo šālēm, véase Dt. 25.15, °vrv2 “exacta”, °vrv1 “cumplida”, °nbe “cabal”; 27.6, “enteros” (°vrv2 ); para el de tāmı̂m, véase Lv. 3.9; 23.15.) En el NT el adjetivo (19 veces) usual es teleios (sustantivo teleiotēs, Col. 3.14; He. 6.1), que expresa la idea de haber alcanzado el telos apropiado o determinado (“fin” en el sentido de “meta”, “propósito”). El verbo correspondiente, teleioō (que aparece dieciseis veces en este sentido), significa llevar a dicha condición. En el gr. secular teleios significa: (i) adulto, plenamente desarrollado, en el sentido de opuesto a infantil e inmaduro, y (ii), en relación con los cultos de misterio, plenamente iniciado. El primer sentido emerge en 1 Co. 14.20; Ef. 4.13; He. 5.14; cf. 6.1; el segundo en 1 Co. 2.6 y quizás Fil. 3.15; Col. 1.28. Dos adjetivos de significado similar son: (i) artios (2 Ti. 3.17; °vrv2 “perfecto”, °nbe “competente”), que denota capacidad y disposición para hacer frente a todas las demandas de que uno sea objeto, y (ii) holoklēros (Stg. 1.4, con teleios; 1 Ts. 5.23, °vrv2 “irreprensible”, °nbe “sin tacha”), para lo que Arndt propone “entero, completo, sano, intacto, sin tacha”. El NT emplea también (siete veces) el verbo katartizō, traducido “perfeccionar” en °vrv2, que significa “poner en orden”, o “llevar a un estado adecuado”, por medio del entrenamiento, proveyendo lo que falta, o corrigiendo algún defecto.

El término perfección es relativo: significa simplemente el logro de lo propuesto, o el disfrute de un estado ideal. La meta y el estado varían según el caso. La Biblia habla de perfección en tres relaciones diferentes.

I. La perfección de Dios

La Biblia dice que Dios (Mt. 5.48), su “obra” (Dt. 32.4), su “camino” (2 S. 22.31 = Sal. 18.30), y su “ley” (Sal. 19.7; Stg 1.25) son perfectos. En cada contexto se tiene en vista alguna característica de su gloria moral manifiesta, y la idea es que lo que Dios dice y hace se encuentra totalmente libre de fallas y es digno de toda alabanza. En Mt. 5.48 Cristo hace resaltar la conducta ideal del Padre eterno (particularmente, en el contexto, su bondad hacia aquellos que se le oponen) como norma que sus hijos deben imitar.

II. La perfección de Cristo

El autor de Hebreos dice que el Hijo de Dios encarnado fue perfeccionado por aflicciones (He. 2.10). La referencia aquí no es a ninguna prueba personal de Jesús como hombre, sino a haber sido capacitado, mediante su experiencia del poder de la tentación y del costo de la obediencia, para el ministerio sumo sacerdotal al que Dios lo había llamado (He. 5.7–10; cf. 7.28). Como sumo sacerdote, “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados” (He. 10.12), “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5.9), asegurándoles, por su intercesión, acceso constante ante Dios (He. 7.25; 10.19ss), y dándoles el constante aliento y ayuda que necesitan ante sus constantes tentaciones (He. 4.14ss). Fue su propia experiencia directa de la tentación lo que lo capacitó para cumplir este último ministerio (He. 2.17s; 5.2, 7ss).

III. La perfección del hombre

Se habla de ella con referencia (a) a la relación de Dios con el hombre en el pacto, y (b) a su obra de gracia en el hombre.

a. La relación de Dios con el hombre en el pacto

La Biblia habla de la perfección del hombre en el pacto con Dios. Esta es la perfección que el AT exige al pueblo de Dios (Gn. 17.1; Dt. 18.13) y atribuye a santos individuales (Noé, Gn. 6.9; Asa, 1 R. 15.14; Job, Job 1.1): una leal, sincera, y total obediencia a la voluntad conocida de su benevolente Dios. Es fe en acción, que mantiene una correcta relación con Dios por medio del culto y el servicio reverentes. Esta perfección es esencialmente cuestión del corazón (1 R. 8.61; 2 R. 20.3; 1 Cr. 29.9); una conformidad externa a los mandatos de Dios no es suficiente si el corazón no es perfecto (2 Cr. 25.2). Regularmente se relaciona la perfección con la rectitud, como su expresión externa natural (Job 1.1, 8; 2.3; Sal. 37.37; Pr. 2.21). En Mt. 19.21 teleios, al tiempo que expresa el sentido negativo, “sin faltar cosa alguna, también parecería expresar el significado positivo, “sinceramente y verdaderamente en pacto con Dios”.

La Biblia también habla de que Dios perfecciona la relación del pacto con el hombre. Se trata de ese perfeccionamiento de los hombres por medio de Cristo del que se ocupa el autor de Hebreos. “El perfeccionamiento de los hombres se refiere a su condición en el pacto … Perfeccionar … es colocar al pueblo en la correcta relación del pacto como adoradores del Señor, para llevarlos a una comunión completa con él” (A. B. Davidson, Hebrews, pp. 208). Dios llevó a cabo esto remplazando el antiguo pacto, el sacerdocio, el tabernáculo, y los sacrificios, por algo mejor. El “viejo pacto” de Hebreos significa el sistema mosaico para establecer una comunión viva entre Dios y su pueblo; pero, dice el autor, nunca podía “perfeccionarlos” en esa relación, porque no podía dar completa seguridad de la remisión de todos los pecados (He. 7.11, 18; 9.9; 10.1–4). Bajo el nuevo pacto, sin embargo, los creyentes reciben de Dios la seguridad de que no recordará más sus pecados (10.11–18). De este modo son “hechos perfectos para siempre” (v. 14). Esta perfección en la comunión con Dios es algo que los santos del AT no conocieron en la tierra (11.40), aunque, por medio de Cristo, ahora la disfrutan en la Jerusalén celestial (12.23s).

b. La obra de la gracia divina en el hombre

La Biblia habla de que Dios perfecciona a su pueblo a la imagen de Cristo. Dios espera que los que por medio de la fe disfrutan de comunión con él pasen de una infancia espiritual a la madurez (perfección) en la que nada les faltará de la estatura plena de Cristo, a cuya imagen están siendo renovados (Col. 3.10). Deben crecer hasta que estén, en este sentido, completos (cf. 1 P. 2.2; He. 5.14; 6.1; Gá. 3.14; Ef. 4.13; Col. 4.12). Este pensamiento tiene tanto un aspecto individual como un aspecto corporativo: corporativamente hablando la iglesia debe convertirse en “un hombre perfecto” (Ef. 4.13; cf. 2.15; Gá. 3.28), y el cristiano individual “(será) perfecto” (Fil. 3.12). En cualquier caso, la concepción es cristológica y escatológica. El reino de la perfección se encuentra “en Cristo” (Col. 1.28), y la perfección de la comunión con Cristo, y la semejanza a Cristo, es un don divino que no disfrutaremos hasta el día de su venida, cuando la iglesia esté completa y se produzca la resurrección de los creyentes (cf. Ef. 4.12–16; Fil. 3.10–14; Col. 3.4; 1 Jn. 3.2). Mientras tanto, sin embargo, puede decirse que los cristianos maduros y vigorosos han logrado una relativa perfección en el plano de su comprensión espiritual (Fil. 3.15, cf. vv. 12), el atemperamiento del carácter cristiano (Stg. 1.4), y un firme amor para con Dios y los hombres (1 Jn. 4.12, 17s).

La Biblia nunca relaciona directamente el concepto de la perfección con la ley, ni lo equipara directamente con la falta de pecado. La absoluta falta de pecado es una meta que deben buscar los cristianos (cf. Mt. 5.48; 2 Co. 7.1; Ro. 6.19), pero que todavía no encuentran (Stg. 3.2; 1 Jn. 1.8–2.2). Sin duda el cristiano estará sin pecado cuando haya sido perfeccionado en la gloria, pero equiparar el concepto bíblico de la perfección a la falta de pecado y argumentar que, como la Biblia llama perfectos a algunos hombres, debe de ser una posibilidad práctica vivir sin pecado en la tierra, significa haber interpretado mal las Escrituras. La perfección actual, que, de acuerdo a la Escritura, logran algunos cristianos, es cuestión, no de falta de pecado, sino de una fe poderosa, una paciencia gozosa, y un amor desbordante que los caracteriza (* Santificación).

Bibliografía. °J. Wesley, Perfección cristiana, s/f; E. Tiedtke y otros, “Perfecto, recto”, °DTNT, t(t). III, pp. 344–348; R. Le Deaut, “Perfección”, °EBDM, t(t). V, cols. 1028–1030; F. Mussner, “Perfección”, °DTB, 1967, cols. 807–818; K. Koch, “Estar completo”, °DTMAT, t(t). II, cols. 1309–1316.

Arndt; R. C. Trench, New Testament Synonyms10, 1880, pp. 74–77; B. B. Warfield, Perfectionism, 1, 1931, pp. 113–301; R. N. Flew, The Idea of Perfection in Christian Theology, 1934, pp. 1–117; V. Taylor, Forgiveness and Reconciliation, 1941, cap(s). v; comentarios sobre Hebreos por A. B. Davidson, 1882, pp. 207–209, y B. F. Westcott³, 1903, pp. 64–68; J. Wesley, A Plain Account of Christian Perfection, 1777.

J.I.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico