POBREZA

Pro 10:15 el desmayo de los pobres es su p
Pro 13:18 p y .. tendrá el que menosprecia el
Pro 24:34 así vendrá .. tu p como hombre armado
Pro 28:19 sigue a los ociosos se llenará de p
Pro 28:27 el que da al pobre no tendrá p; mas
Pro 30:8 no me des p ni riquezas; manténme del
Luk 21:4 mas ésta, de su p echó todo el sustento
2Co 8:2 su profunda p abundaron en riquezas
Rev 2:9 conozco tus .. y tu p (pero tú eres rico)


estado del que carece de lo necesario para vivir. Los pobres ocupan en las sagradas Escrituras un lugar preponderante, el que no se les da en la historia mundana. Comenzando por el pueblo de Israel que se formó en la p. más extrema. La travesí­a por el desierto la llevó a cabo con toda clase de privaciones, con todo tipo de penurias. Su subsistencia dependió de la voluntad divina, el maná y las codornices que le mandó; de los milagros de Moisés, por el poder de Dios, para conseguir la bebida, quien hizo manar fuentes de las rocas y tuvo que descontaminar fuentes de agua para que Israel pudiera saciar la sed en el desierto. Esta fue una prueba necesaria para que después el pueblo entrara a disfrutar de la abundancia en la Tierra Prometida; por esto dice la Escritura: †œTe humilló y te hizo pasar hambre, y después te alimentó con manᆝ, Dt 8, 3; igualmente, tras haberle anunciado la entrada en una tierra que mana leche y miel, Dt 8, 7-10, Yahvéh le dice al pueblo: †œGuárdate de olvidar a Yahvéh… que te sacó de Egipto de la casa de la servidumbre, que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones, lugar de sed y sin agua, pero hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el desierto con el maná, que no habí­an conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para al final hacerte feliz†, Dt 8, 11-16.

Esta bendición de Yahvéh a su pueblo la Tierra Prometida, la fertilidad del suelo y la abundancia de frutos es la realización de la promesa hecha a los padres del pueblo de Israel, pero Yahvéh le advierte a Israel; †œNo por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón vas a entrar en posesión de la tierra, sino… por cumplir la palabra que juró a tus padres, Abraham, Jacob e Isaac†, Dt 9, 5-6. Es decir que la bendición que elimina la pobreza es fruto de la vida justa, como se dice en los libros sapienciales, Pr 3, 16; 15, 6; 19, 23; 28, 20; Jb 5, 24; 2, 10.

La bendición está ligada a la fidelidad del hombre a Dios depende del cumplimiento de los mandamientos y preceptos, condición de la Alianza del Sinaí­. Por eso Yahvéh dice que maldecirá la tierra y los israelitas serán sujetos de nuevo a la miseria si incumplen con la Alianza, Dt 28, 15-68. Por esto, en muchos pasajes bí­blicos la p. se considera consecuencia del pecado. Sin embargo, también es considerada como fruto de la injusticia social, pues aunque la tierra fue distribuida al entrar en Canaán de manera equitativa, con el tiempo se presentaron los desequilibrios sociales, hasta el punto de que muchos vendieron sus tierras, para provecho de los poderosos, y muchos se vieron en la necesidad de entregarse como esclavos de sus propios connacionales. Las injusticias son denunciadas, Ex 21, 16; 22, 20-21 y 25-26; Lv 19, 13-14. Por esto se establecieron leyes al respecto, Ex 21; se estableció el año sabático y el jubileo, Ex 23, 10-11; Lv 25; Dt 15, 1-11. La Ley, recordando la estancia en la esclavitud en Egipto, dice: †œNo tuerzas el derecho del pobre en sus pleitos… No oprimas al forastero; ya sabéis lo que es ser forastero, porque e forasteros fuisteis vosotros en el paí­s de Egipto†, Ex 23, 6-9.

Los profetas se distinguieron por la denuncia constante de la injusticia social. Denuncian la opresión a que el rico somete al pobre, la vida de lujos a costa de los más necesitados, los crí­menes de sangre cometidos por despojar a los desvalidos de lo poco que tienen, Am 2, 6-8; 8, 4-6; 3, 10; 5, 11-13; Isaí­as denuncia la hipocresí­a de los principales de Judá, tan cumplidores de los ritos, pero sin escrúpulos para explotar al necesitado y derramar su sangre, Is 1, 10-16; 3, 11-15. De igual forma se expresa Jeremí­as, quien anuncia el castigo, la destrucción de Jerusalén, la deportación y el fin de su rey que será enterrado como un asno, Jr 7; 22.

En el N. T. lo primero que se pone de presente es que el Evangelio es la Buena Nueva para los pobres, Mt 11, 5; Lc 4, 18. Los escritos neotestamentarios no cesan de exhortar a la caridad y al socorro de los más necesitados. Jesús exige la limosna, pero con sinceridad, sin ostentación, Mt 6, 2-4; del cumplimiento de esta exigencia evangélica depende nuestra suerte en el juicio final, allí­ pesarán las obras de misericordia para con el prójimo, Mt 25, 31-46. Esto es ilustrado por Jesús en la parábola de Lázaro y el rico epulón, Lc 16, 19-31. Otros ejemplos muestran este ideal evangélico, como la aceptación de Mateo al llamado de Jesús, se compromete a resarcir a sus semejantes por las injusticias cometidas como recaudador de impuestos, devolviendo el cuádruple, además de entregar al mitad de sus bienes a los pobres, Lc 19, 8. La pureza de corazón se obtiene, dice Lucas, dando limosna, Lc 11, 41; con lo cual se acumula un tesoro inagotable para el cielo, †œporque donde está vuestro tesoro allí­ estará también vuestro corazón, Lc 12, 33-34. Jesús dijo en las bienaventuranzas, †œBienaventurados los pobres de espí­ritu†, Mt 5, 3, refiriéndose a los pobres y humildes como aptos para recibir el Reino de Dios, pues toda su confianza la tienen puesta en la fidelidad de Dios, ya que los poderosos la ponen en sus posesiones materiales, como se dice en Sal 52 (51), 9. Poder, autoridad, dominio, imperio. Esto corresponde en las Escrituras solamente a Dios, todos los poderes están sometidos a la potestad divina, hasta los poderes del mal, Sal 62 (61), 12. El p. de Dios se manifiesta en la creación, el cosmos surgió de la victoria de Dios sobre los poderes del caos primordial, Gn 1; y la mantiene con su poder, Sal 65, 6-8; 148, 5-6.

El espí­ritu de Dios da poderes a los hombres Gn 1, 26-31; Sal 8, 5-9. Sin embargo, interviene en ciertos momentos históricos de su pueblo de Israel, lo libera de sus enemigos, Ex 15, 6-7; Dt 5, 15.

En las Escrituras para celebrar la omnipotencia de Dios los israelitas se refieren a él como †œel fuerte de Jacob†, Gn 49, 24; †œel fuerte de Israel†, Is 1, 24.

En el N. T. el Espí­ritu de Dios otorga poderes a Jesús, Mc 1, 10; es portador de la autoridad y el poder divinos, por esto Jesús realiza actos insólitos en el Templo, la entrada triunfal como Mesí­as, la expulsión de los mercaderes, las curaciones milagrosas, sobre lo cual los sumos sacerdotes y los ancianos le preguntaron que con qué autoridad hací­a todo eso, y Jesús los calló con otra pregunta sobre si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres, Mt 21, 23-27; Mc 11, 27-33; Lc 20, 1-8.

Jesús recibió de su Padre el p. para perdonar los pecados y para luchar contra los poderes del mal, a los cuales ha de imponerse el Reino de Dios; todo ha sido puesto por el Padre en manos de Jesús, Jn 3, 35; 13, 3; 17, 2; y éste es el fundamento de su realeza, Jn 18, 36-37; que inaugurará el dí­a de su glorificación, Jn 12, 32; Hch 2, 33; Ef 4, 8; y el reinado del Prí­ncipe de este mundo llegará a su fin, Jn 12, 31. Este p. también transmitió a sus apóstoles, para hablar, obrar y luchar contra el mal, en su nombre: †œMe ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discí­pulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del hijo y del Espí­ritu Santo, y enseñándoles a guardar todo cuanto yo os he mandado†, Mt 28, 18.

El apóstol Pablo dice que la prueba más importante del poder de Dios es la resurrección de su propio hijo, Rm 1, 4; 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Col 2, 12; Ef 1, 19-20.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(no tener dinero).

– Bienaventurados los pobres: Luc 6:20.

– “Hay de vosotros los ricos”? Luc 6:24, Luc 12:13-34, Mat 19:22-30, Stg 5:1-6.

– Bienaventurados los pobres de espí­ritu, Mat 5:32Cr 10:9-10.

– Los pobres y los ricos, Sant.1:9-I1, 2:1-9, 15-17, 5:1-6.

– La “pobreza” es el estado para ser “perfecto”, Mat 19:21, Luc 14:33, Mar 8:36, Mat 16:24-26.

– Ayudar a los “pobres”: Mat 25:31-46, Gal 2:10, Stg 2:15-17, 2 Cor.9.

– Pobreza de Cristo: Nació de padres pobres, en una cueva en Belén, vivió en una ciudad humilde, siendo carpintero, sin amigos ricos ni influyentes, ¡y las raposas tienen madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tení­a dónde reposar la cabeza!, Mat 8:20. Toda la herencia que dejó, fue el vestido que llevaba puesto, Mat 27:35.

-Voto de “pobreza”: Millones de cristianos, hombres y mujeres, han vivido, y siguen viviendo, con “voto de pobreza”, renunciando a todos los bienes materiales, para parecerse un poco a Cristo. Ver “í“rdenes Religiosas”.

– Su recompensa: El ciento por uno, en esta vida, ¡el 10.000%!, aquí­ en la tierra, en hermanos, posesiones, etc. y después, ¡la vida eterna!, Mat 19:2029, Mar 10:28-30.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

La carencia de bienes materiales. En la sociedad israelita, los marginados sociales eran los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros. La ley de Moisés se preocupa de ellos de manera particular, estableciendo normas para su protección. En tiempo de cosecha, habí­a que dejar frutos en el campo †œpara el pobre y el extranjero† (Lev 19:10). En el año sabático no se cosechaba la tierra, se dejaba †œpara que coman los pobres de tu pueblo† (Exo 23:11). †œCuando haya en medio de ti menesteroso … no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre† (Deu 15:7). Sin embargo, no se podí­a hacer †œinjusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande† (Lev 19:15). Se prohibí­a prestar dinero a un pobre y portarse †œcomo logrero†, es decir, con usura (Exo 22:25). En caso de tomar en prenda el vestido de un p., debí­a devolvérselo al anochecer (Exo 22:26-27).

Habí­a pobres en Israel aun en los tiempos de su vida nómada, cuando las desigualdades sociales no era muy pronunciadas (†œPorque no faltarán menesterosos en medio de la tierra†). Por eso Dios ordenó: †œAbrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra† (Deu 15:11; Mat 26:11). Las diferencias sociales aumentaron considerablemente después del establecimiento del reino. La urbanización y el comercio produjeron grandes fortunas, con su secuela de injusticias. Los profetas denunciaron fuertemente esa situación. †¢Amós habla de los comerciantes que explotan †œa los menesterosos†, jugando con los precios y las medidas de los productos, para luego †œcomprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos† (Amo 8:4-7). Contra los que hací­an tales injusticias se anunció el juicio de Dios (†œ… porque vosotros habéis devorado la viña, y el despojo del pobre está en vuestras casas† [Isa 3:14]). En cambio, se alaba a los gobernantes que se preocupan por los pobres (†œDel rey que juzga con verdad a los pobres, el trono será firme para siempre† [Pro 29:14]).
tema de la injusticia y la persecución contra los pobres es recurrente en la Biblia (†œCon arrogancia el malo persigue al pobre† [Sal 10:2]; †œSi opresión de pobres y perversión de derecho y de justicia vieres en la provincia…† [Ecl 5:8]; †œ¿Qué pensáis vosotros que majáis mi pueblo y moléis las caras de los pobres?† [Isa 3:15], etcétera).
término hebreo que se utiliza más frecuentemente es ani, que significa pobre, afligido. Viene de la misma raí­z que aná (afligir, humillar, oprimir). Por eso en algunos pasajes el término †œpobre† se torna equivalente a †œpí­o†, o †œjusto†, o †œtemeroso de Dios†, o †œhumilde†. Así­, en el Sal 14:5-6, se dice: †œPorque Dios está con la generación de los justos. Del consejo del pobre se han burlado, pero Jehová es su esperanza†. Y Sofoní­as dice: †œBuscad a Jehová todos los humildes de la tierra† †œY dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre† (Sof 2:3; Sof 3:12-13). Es con este sentido, que el Señor hablarí­a luego de que †œa los pobres es anunciado el evangelio† (Luc 7:22). él fue †œungido para dar buenas nuevas a los pobres† (Luc 4:18).
el Señor Jesús iba a pronunciar el sermón del monte, †œalzando sus ojos hacia sus discí­pulos, decí­a: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios† (Luc 6:20). ¿Qué significan estas palabras? ¿Son una glorificación de la pobreza? ¿Poseen el reino de Dios automáticamente los que no tienen muchos bienes materiales? Es evidente que el lenguaje que utiliza el Señor Jesús es heredado del que usaron los profetas, llamando pobres a las personas humildes, pí­as, justas, temerosas de Dios. De ellas es el reino de los cielos.
obstante, durante su ministerio terrenal, cuando no tení­a †œdonde recostar su cabeza† (Mat 8:20), el Señor y sus discí­pulos tení­an una bolsa común, recibiendo ayuda de mujeres pudientes, y aun así­ se preocupaban de compartir de lo que recibí­an con los pobres (Jua 13:29), sin distinción de la actitud espiritual de ellos. Los miembros de la primitiva iglesia de Jerusalén decidieron repartir entre sí­ todos sus bienes, de tal manera †œque no habí­a entre ellos ningún necesitado† (Hch 4:34). Algunos han señalado que esto pudo haber sido causa de parte de los problemas de indigencia que luego sufrieron los hermanos de Jerusalén y que motivaron la necesidad de hacer colectas para su beneficio en otras regiones. Pero, de todos modos, queda como un testimonio cristiano sobre la preocupación por los pobres. Hablando de ello, Pablo dijo: †œSolamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual procuré con diligencia hacer† (Gal 2:10).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Es una virtud de gran trascendencia humana y religiosa. Es esencial para entender lo que es el mensaje cristiano. Cristo se presentó como pobre, desde el nacimiento (recostado en un pesebre) hasta la muerte (desnudo en la cruz). Reclamó el desprendimiento de las riquezas de este mundo como condición de salvación.

No existe educación cristiana auténtica si no se parte de la renuncia a las cosas materiales y superfluas, para tener más libertad radical para orientarse a las cosas de Dios.

En catequesis la actitud de pobreza debe ser mirada como algo esencial, como un cierto estilo o talante de vida y no sólo como una virtud más, sobre la que hay que ofrecer un vocabulario y unos conceptos básicos.

1. Biblia y pobreza
La pobreza tiene valor singular en el cristianismo, pues constituye un hilo conductor en toda la Historia de la salvación. La Palabra de Dios es guí­a básica en catequesis. Y la pobreza y los pobres se presentan como estilo y mensaje, más que como virtud que se consigue con la repetición de acciones buenas.

El mensaje de la pobreza en la Biblia puede ser abordado de dos formas: desde el punto de vista de la historia de Israel y de los pobres que en ella aparecen; y desde el hecho culmen de Cristo que lleva la pobreza de vida a un ideal recomendable para sus seguidores.

Se puede explorar lo que dice cada libro de la Sagrada Escritura acerca de la pobreza para terminar concluyendo que es algo esencial para el ser cristiano. El espí­ritu evangélico está configurado por valores de pobreza y por ellos son condición de la educación cristiana.

1. Pobreza y Biblia
En el Pueblo elegido por Dios existieron pobres y seres humanos que sufrieron las opresiones de los fuertes. La Historia de los Patriarcas ya muestra perseguidos por ser pobres, desde el justo Abel hasta los tiempos de Jesús.

Pero fueron los Profetas los que proclamaron con más claridad el valor del desprendimiento de la tierra y pronunciaron las más duras condenas contra los explotadores de los hombres. Ellos anunciaron el castigo de quienes abusaran de sus hermanos.

Como enviados de Dios, se sintieron obligados a reclamar respeto para los necesitados, desde el reparto justo de la tierra hasta el pago cotidiano del salario merecido. (Jer. 22. 13; Mal. 3. 5; Eclo. 7. 22; Is. 3.14; Ez. 16.49))

Lo que existe detrás del mensaje de Jesús en contra del apego a la riqueza y en defensa y bienaventuranza de la pobreza, es la sí­ntesis de una palabra divina que reclama libertad.

Y el grito de libertad que en nombre de los oprimidos, de los pobres, lanzaron los profetas se mantiene en los seguidores posteriores de todos los tiempos, hasta hoy.

Ese mensaje profético, llevado a la cumbre por Jesús, es el alma del cristianismo. Se concentrará en las demandas que luego recogieron los evangelistas: “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y a las riquezas.” (Mt. 6.24; Lc. 16.13). “Ay de los ricos, porque ya tenéis ahora vuestro consuelo…” (Lc. 6. 24) “Bienaventurados los pobres de espí­ritu, porque de ellos es el Reino de los cielos…” (Mt.5. 3)

Es importante el mensaje de los Profetas, pues va a ser la referencia básica de Jesús y de los apóstoles, la cual pasarí­a como tónica del cristianismo.

Dios tiene tal preferencia por los pobres que hay que hacerse “pobre” ante Dios para estar seguro de su preferencia: Sal. 149. 4; Sal. 37.7 y 11; Sal. 69. 33-34; Salm. 35.10; Sal. 140. 13; Sal. 18. 28; Sal. 9-10; Sof. 2.3; Is. 57. 15.

2. Amor a los pobres
La Biblia entera rezuma amor a los pobres, sobre todo en la conciencia de los grandes Profetas de Israel. Es una constante en la Palabra divina que debe trascender a la catequesis.

Basta repasar textos como Am. 3.9-10; Am. 4. 1-3 y 6; Os.12,8-10); Is. 1. 10-17 y 21-28; Is. 5. 23 y 10. 1-4, para entender que Dios ama de forma especial a los pobres.

Miqueas clama contra los opresores (Miq. 3. 1-4 y 3,9-12). Jeremí­as grita contra los dirigentes soberbios (Jer.5. 26-29 y 6. 13-15 o 34. 8-22). Isaí­as ataca quienes promulgaban leyes opresoras para los necesitados (Is. 10. 1-3).

La sí­ntesis de todo el mensaje profético contra los “adversarios” de los pobres se halla en el “sermón del templo” de Jeremí­as, en donde condena un culto que se ha convertido en artimaña sacrí­lega de opresión. (Jer. 7. 1-15).

Por eso el texto sagrado se convertirá en un programa de fe en Dios que revela la salvación, pero sólo para quienes por su disposición pueden recibirla.

2.1. En el Evangelio Con este mensaje latiendo en la entraña popular, el Profeta Jesús se atrae a la gente sencilla, pues se presenta como ajeno, no opuesto, a la ampulosa vida del Templo de Jerusalén. Sigue fiel a las tradiciones de su pueblo, yendo en la Pascua a adorar al Padre al lugar santo; pero proclama que “llega el tiempo de adorar a Dios en espí­ritu y en verdad y no en este monte y en el Templo de Jerusalén” (Jn. 4.23)

La sí­ntesis de su mensaje, las Bienaventuranzas (Mt. 5. 1-12,12 y Lc. 6.20-23), precisamente comienza con la alabanza a los pobres y sencillos, junto con la promesa del premio divino.

La condena que Jesús hace de la riqueza no es tanto a la posesión cuando al apego. Tiene amigos con bienes suficientes para estar en el Sanedrí­n. Pero condena sin paliativos el mal uso, es decir la ambición y la avaricia. Por eso se enfrenta a los escribas y fariseos y los fustiga con claridad y publicidad.

En el contexto del Evangelio queda muy claro que la pobreza como ideal no se debe identificar con la miseria como carencia, sino con la libertad de la mente y del corazón para el mejor servicio al Reino de Dios. “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y la riqueza” (Lc. 16.19-31). La parábola del rico y del mendigo Lázaro (Lc. 16. 19-31) expresa otro mensaje iluminador. En este mundo se puede malgastar los bienes dejando que los demás coman las migajas que caen de la mesa. Pero en el otro se recogerán los resultados de semejante estilo.

Al fin y al cabo Jesús vino a evangelizar a los pobres hombres. Por eso responde con claridad sobre la propia misión cuando el Bautista le remite una pregunta clave: “¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar a otro?” Multiplica sus signos de amor antes de responder: “Y decid a Juan lo que habéis visto: los cojos andan, los ciegos ven, los muertos resucitan… los pobres son evangelizados. Y dichoso el que no se escandaliza por ello”: (Mt. 15.32-16)

La sintoní­a entre los pobres y el Evangelio es clara, así­ como lo es la existente entre los ricos y la conversión. “Que difí­cilmente entrarán los ricos en el Reino de los cielos. Antes pasarí­a un camello por el ojo de la aguja que un rico entre en el cielo.” (Mt. 19.25; Mc. 10.26)

Los relatos evangélicos están poblado de referencias y gestos de defensa de Jesús para los pobres y desvalidos: Mt. 18. 6-9; Mc. 9. 42-48; Lc. 17. 1-2… Y también lo están de alusiones de recompensa a quien haga el bien a los necesitados: Lc. 9. 48; Mt. 25. 31-46).

2.2. Mensaje de la Iglesia

Desde los primeros dí­as del nacimiento de la Iglesia, los seguidores de Jesús entendieron el valor de los pobres en la comunidad de los creyentes, al recordar que habí­an estado en el centro del mensaje de Jesús. Lo vemos en el relato de los Hechos de los Apóstoles: “Eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunidad de bienes (koinoní­a), a la fracción del plan y a las oraciones.(…) Los creyentes viví­an todos unidos y lo tení­an todo en común (koinoní­a); vendí­an sus posesiones y sus bienes y repartí­an el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.” (Hech. 2. 42-45; 4. 32-35)

No estuvo cerrado el Evangelio a los ricos, sino que fueron los ricos los que se cerraron al Evangelio. Para vivir la exigencia de Jesús se hizo imprescindible vencer el amor a las riquezas de la tierra. Los discí­pulos ajustaron su vida a este primordial criterio.

San Pablo lo decí­a también con claridad: A los Colosenses: “Extirpad la codicia, que es una idolatrí­a.” (Col 3.5). A los Efesios: “Ningún codicioso, que es ser idólatra, tendrá parte en el reino de Cristo y de Dios.” (Ef. 5.5). Y a su discí­pulo Timoteo con más nitidez: “Nada hemos traí­do al mundo y exactamente igual nada podemos sacar de él. Teniendo, pues, alimento y vestido, sepamos contentarnos. Respecto a los que quieren acumular riquezas, caen en la tentación, en el lazo, en una multitud de codicias insensatas y funestas, que sumergen a los hombres en la ruina y la perdición. Porque la raí­z de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim. 6. 6-10).

El resto de la Historia eclesial estuvo siempre orientado por esa dirección. La lista de testimonios en este sentido resultarí­a interesante, desde las recomendaciones de caridad, limosna y compasión, hasta los que identifican la entrega al pobre como un acto de justicia. Así­ lo decí­a S. Gregorio Magno: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les hacemos regalos personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad,, lo que hacemos es cumplir con un deber de justicia.” (Past. 3.21)

En este sentido, la Iglesia fue clara y tajante; hasta los últimos momentos de su historia terrena no podrá enseñar otra cosa. Lo dijo hace muchos siglos San Juan Crisóstomo: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos nos son bienes nuestros, sino suyos.” (Laz. 1.6) Y lo siguen diciendo los cristianos de hoy. 3. Educación en la pobreza

Educar en el amor a los pobres es condición imprescindible de una catequesis. Pero esto sólo se logra desde la propia actitud de pobreza. Al igual que hablar de la oración o de la caridad, no se puede hacer sin rezar y sin amar, el educador y el catequista deben recordar que no se puede transmitir ningún mensaje de pobreza si no se asumen actitudes y hechos de pobres.

A partir de este principio se pueden aludir a otros criterios o consignas.

1. El educador de la fe tiene que descubrir en ciertas referencias básicas del Evangelio los ejes básicos de una buena educación cristiana: Fe, Providencia, Cruz, oración, amor al prójimo. El sentido de pobreza, equivalente al desprendimiento, a la generosidad, a la compasión, debe estar presente en toda catequesis

2. Esto se hace de una forma negativa, criticando y condenado los afanes de riqueza, de consumo, posesión, poder; y se hace sobre todo de forma positiva, es decir asumiendo vida pobre y facilitando experiencias de pobreza auténtica y real.

3. Desde la actitud de los pobres, el ejemplo luminoso procede del Evangelio. Es preciso hablar con frecuencia de las acciones y de las palabras de Jesús en este sentido. Desde ellas tienen sentido, y eficacia, las invitaciones a la renuncia, a la austeridad, al sacrificio, no por lo que en si tienen de dolor, sino por lo que tienen de imitación de Jesús y de beneficio de los más necesitados.

4. La adaptación a los niños y jóvenes de hoy exige cierta sensibilidad en los criterios y en las invitaciones. Invitar a no comer sólo para poder pasar hambre porque Cristo la pasó, apenas si será entendido en el mundo de hoy. No comer en un dí­a de ayuno voluntario para transformar el ahorro en una limosna en beneficio de quien sufre de verdad, es más fácilmente asumido.

5. Por otra parta la pobreza se descubre a lo largo de un proceso largo y paciente de formación. No se pueden acelerar la asimilación de unos valores que tan directamente van contra las demandas de la naturaleza y contra los hábitos y reclamos de la sociedad.

6. Muy importante es superar el concepto material o económico de riqueza y pobreza. No es pobre el que tiene poco, sino el que renuncia a poseer más por motivo superior. Del mismo modo, no es rico el que tiene mucho, sino el que se apega a los bienes. El pobre resentido y amargado se halla más lejos del Reino de Dios que el rico desprendido o dadivoso. Pobreza o riqueza están en el corazón, no en el bolsillo.

7. Además conviene recordar que no es bueno hablar excesivamente de los pobres lejanos, y olvidar las atenciones a los pobres que pasan por nuestra puerta. El riesgo de la utopí­a, y en ocasiones de la demagogia, acecha siempre a los que alardean de amor a los pobres.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El verdadero valor de la pobreza no es su situación en sí­, ni la lucha por salir de ella, sino el potencia! de amor que puede desarrollarse al vivirla o al salir de ella. Y es la sabidurí­a de la fe, dentro de la caridad, la que nos va diciendo cada vez cuándo y cómo tenemos que vivirla y cuándo y cómo tenemos que salir de ella. O cuándo y cómo tenemos que elegir libremente convertirnos en los últimos, a ejemplo de Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo, y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí­ mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

1. La pobreza en el Nuevo Testa,.).lento – La pobreza de Jesús no es carencia . bienes, va que vive en la casa de su de padre Jose .- (Mt 2.23): ejerce un oficio remunerado (Mc 6,3); su grupo está sostenido por la ayuda de los amigos, sobre todo de las mujeres acomodadas de la burguesí­a (Lc 8,1-3); posee una ropa más que decorosa (Jn 19,23). Su pobreza equivale a libertad (Mt 8,20), a mansedumbre, a humildad de corazón (Jn 11,29), a disponibilidad a la voluntad del Padre (Jn 4,34) hasta la muerte en la cruz (Flp 2,8), a aceptación consciente del sufrimiento.

Cristo de rico se hizo pobre para enriquecer a los demás (2 Cor 8,9). La pobreza de Cristo es cumplimiento de las profecí­as, adhesión plena y total al proyecto del Padre. No faltan las persecuciones polí­ticas, el destierro (Mc 2,14-15; cf Os 11,1), la sencillez que oculta la majestad (Mt 21,4-5; cf. 1s 62,1 1; Zac 9,9- 10), la traición por parte de un apóstol y amigo (Jn 13,18; cf. Sal 41,10; Lc 22’48), el despojo total (Jn 19,24; cf. Sal 22,19; 15 52,13-53,12).

Jesús es pobre porque como Mesí­as evangeliza a los pobres (Mt 11,5; Lc 4,18; cf 1s 61,1), a los que anuncia la salvación. Jesús se solidariza con los pobres hasta tomar sobre sí­ los pecados de todo el mundo (Jn 1,29. cf. 1s 53,7-12). Jesús comparte el afán de los pobres, llena sus esperanzas, los proclama “bienaventurados” (Lc 6,20-21).

Para Jesús son pobres los pecadores, los enfermos, los indigentes, los extranjeros, a los que dirige no una palabra de consuelo, sino de salvación.

Pablo sintetiza así­ el (“misterio” de la pobreza de Jesús: “El, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres” (Flp 2,6-7), y “siendo pobre, se hizo rico por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8-9).

Jesús ofrece como “signo” del cumplimiento de las promesas mesiánicas la evangelización de los pobres (Mt 11,5; Lc 7 22) y sintetiza el dato existencial de la pobreza integral: ” Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). Jesús se pone de parte de los pobres (93 veces en el evangelio), los felicita en la primera bienaventuranza (Mt 5,3; Lc 6,20); los exalta en la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (Lc 6,19-31) y en el “óbolo de la viuda” (Mc 12,41-44); quiere hacer que participen de la vida social (Lc 14,21), compartiendo los bienes con los demás (Mt 19,21). Advierte y exhorta a no preocuparse por las riquezas (Mt 6,19-21.25-33), resalta los peligros de las riquezas (Lc 12,16-21; Mc 10,17-25) e invita al joven rico a renunciar a todo lo que tiene. La condición esencial para seguir a Jesús es “hacerse pobre”.

Jesús preveí­a que no faltarí­an nunca pobres. Su palabra no institucionaliza la pobreza, sino que intenta despertar en los discí­pulos el esfuerzo por eliminar un malestar, un sufrimiento, una indigencia a través de la justicia social (Mt 23,23), el reparto de la propia riqueza (Mt 19,21; Lc 12,33; 19,8), la distribución generosa y purificadora (Mt 6,2; Lc 1 1,41; 12,33134), la ayuda tangible y real (Mt 23,31-46), sin interrupción. Los pobres en la dimensión del evangelio son ” sacramento”. En ellos se oculta el mismo Cristo y se le sirve o se le desprecia (Mt 10,4’2; 25,40-45), Ellos simbolizan la realidad del reino celestial (Lc 14,15-24; 15,1 1-32; 16,1931). Los pobres constituyen la prueba de la fidelidad de Dios, que les promete mediante la palabra de Jesús el reino de los cielos y al mismo tiempo la satisfacción de su hambre y de su sed (Lc 6,20-23). Otros personajes del evangelio atestiguan esta pobreza: Juan Bautista, José, Marí­a de Nazaret

2. La pobreza en los Padres.- La Didajé, san Justino, san Cipriano, Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes ofrecen claros testimonios sobre la pobreza. Con Antonio y con Pacomio este hecho se hace colectivo y se organiza.

Es la espiritualidad del desierto como medio principal de perfección; la pobreza produce frutos copiosos : abandono filial a la providencia, libertad y gozo de espí­ritu, trabajo material y moral, santidad y apostolado.

Y esto tanto en la expansión geográfica en Oriente (Egipto, Palestina, Siria, Grecia) y en Occidente, como en su evolución organizativa (anacoretismo inicial, cenobitismo pacomiano).

Con san Basilio llegamos a la renuncia pública y con san Cesáreo a la fórmula jurí­dica: “venditionis chartanl faciat” (Regula ad monacos, y PL 67 1099) y a la clausura, como -cautelas para la pobreza efectiva e integral. En la Regla de san Benito no aparece la palabra pobreza, pero ordena la expropiación individual y permite la propiedad colectiva (es el monasterio el que posee). Algo parecido es lo que ocurrí­a en la Iglesia de los Hechos. Contra los abusos y la relajación surgieron las diversas reformas benedictinas : Cí­ster Fonte Avellana, Grandmont, Camáldula, Valleumbrosa, Monteoliveto y otras. Respecto a la vida monacal femenina, hay que reconocer que durante unos diez siglos (empezando por san Cesáreo, que fundó un monasterio para su hermana Cesárea) recurrió “a la propiedad sobre la base de una seguridad material perfectamente garantizada por medios humanos” (Duval).

La pobreza entró en la fórmula de los votos en 1148, adoptándola luego los frailes menores y los trinitarios.

3. La pobreza voluntaria es el fundamento del Reino de Dios.- La pobreza interior requiere la participación de la conciencia en una opción libre. La pobreza voluntaria es el fundamento del Reino de Dios. San Clemente escribe en el 101 : “Cristo pertenece a los humildes”. Orí­genes identifica la humildad con la justicia, la templanza, la fortaleza, la sabidurí­a. La verdadera pobreza es una dimensión que brota del espí­ritu.

a) La pobreza en los documentos del concilio Vaticano II – El concilio Vaticano II reconoce en la pobreza una opción voluntaria para concretar el seguimiento de Cristo. El concilio habla de practicar una pobreza interna y externa no sólo como dependencia cí­e los superiores en el uso de los bienes; de compartir la ley . común del trabajo; de dar un testimonio comunitario de pobreza, de apoyo a los pobres y de comunión de biénes; de reafirmar el derecho de los Institutos a poseer, pero advirtiéndoles que eviten toda apariencia de lujo, de lucro excesivo y de acumulación de bienes. El concilio ha confiado a la responsabilidad de cada Instituto la búsqueda y la recuperación de aquella pobreza evangélica que pensaron y vivieron sus fundadores.

La íglesia se propone ser ella misma pobre, como Cristo (LG 8; AG 5, 12). En la Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975) se desarrolla este mismo tema. Se insiste en la ejemplaridad de Cristo: evangeliza a los pequeños y a los pobres, que se convierten en discí­pulos suyos.

b) comunión de bienes.- La Iglesia primitiva asentó sus fundamentos en el evangelio de Jesús. La comunidad primitiva vive y actualiza la koinoní­a en la comunión de bienes. ” Muchos de los que habí­an oí­do la predicación de los apóstoles creyeron, y la comunidad de creyentes aumentó en número hasta unas cinco mil personas” (Hch 4 4).

Esta comunión no se limita a los bienes de consumo, sino que requiere una comunicación existencial, el ponerlo todo en común: los carismas personales, las aspiraciones, la afectividad, etc., es decir, toda la propia personalidad
A,A. Rozzi

Bibl.: J Lois, Oración por el pobre, en CFET 635-655; P. Richard – Ellacurí­a, Pobí­eza/Pobres, en CFC. 1030-1057. P Christophe, Para leer la historia de la pobreza, Verbo Divino, Estella 1989; A, Gelin, Los pobres de Yahvé Nova Terra, Barcelona 1970; R, Fabris, La opción por’ los pobres en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1993; J. 1. González Faus, Vicarios de Cristo, Los pobres en la teologí­a y espiritualidad cristianas, Trotta, Madrid 1991 .

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: Introducción. I. El vocabulario bí­blico de la pobreza: 1. El AT; 2. El NT. II. Pobreza, bendición y maldición: 1. El Pentateuco; 2. La pobreza como efecto de maldición; 3. Pobreza y vicio. III. Pobreza e injusticia: 1. Las situaciones injustas de pobreza; 2. La condena de los profetas: a) Natán y Elí­as el tesbita, b) El profeta Amós, c) La predicación de los otros profetas, d) El Deuteronomista, e) La enseñanza de Jesús, f) La acusación de Santiago; 3. La ayuda al pobre: a) La legislación sinaí­tica, b) La predicación de los profetas, c) Los modelos del amor a los pobres, d) La exhortación de los sabios de Israel, e) La parénesis del NT. IV. Teologí­a de la pobreza: 1. Dios defiende a los pobres; 2. La espiritualidad de los pobres: a) Los pobres del Señor en el Salterio, b) La búsqueda de la pobreza, c) ¿Forman los pobres de Yhwh un partido o un grupo religioso?, d) El mesí­as pobre, enviado a los pobres, e) Marí­a Virgen, la pobre del Señor. V. Pobreza por el reino: 1. Dichosos los pobres!: a) La pobreza en sentido social, b) La pobreza “de espí­ritu”; 2. Necesidad de la pobreza voluntaria: a) Jesús exige la pobreza, b) La perspectiva del misterio pascual.

INTRODUCCIí“N. Los pobres en la Biblia ocupan un puesto de gran relieve. Mientras que la historia profana casi siempre ignora a estas personas y se limita a hablar de ellas sólo en las raras ocasiones en que son protagonistas con rebeliones, sublevaciones y revoluciones (cf la revuelta de los plebeyos contra los patricios en la joven república de Roma o la insurrección de los esclavos guiados por el gladiador Espartaco, etc.), la Sagrada Escritura, por el contrario, aborda expresamente el tema de la pobreza; es más, llega a proponer este estado, humanamente despreciable y mí­sero, como ideal de vida. Si puede parecer excesivo considerar que los pobres son los protagonistas de la historia de Israel, es indiscutible, sin embargo, que esta categorí­a de personas atrae la atención de los legisladores, de los profetas y de los salmistas en el AT, y de Jesús y de los autores inspirados en el NT.

El pueblo de Dios nació en la pobreza más extrema; Israel en el desierto tuvo la experiencia de este estado de penuria: “(El Señor) te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná” (Deu 8:3). Más aún, entre los miembros del pueblo de Dios no existí­a ningún rico o acaudalado, sino que todos dependí­an completamente para la subsistencia de la intervención divina, tanto para el alimento (el maná, las codornices, etc.; cf Ex 16) como para la bebida (los milagros con los cuales Moisés hizo brotar agua de la roca o purificó fuentes contaminadas; cf Exo 15:22ss; Exo 17:1 ss). Así­ pues, el nacimiento de Israel está marcado profundamente por la pobreza más extrema, por las privaciones y por los sufrimientos.

Sobre todo no se debe desvalorizar el factor teológico siguiente: los protagonistas de la fase final o escatológica de la historia salví­fica son los pobres: el profeta de Nazaret y su madre, la virgen Marí­a, vivieron en la pobreza más absoluta; además, Jesús exigió de sus seguidores la elección de ese estado, mientras que la comunidad cristiana de los orí­genes vivió en la más perfecta comunión de bienes, después de haber vendido sus miembros sus riquezas, poniendo lo recabado a disposición de todos los hermanos.

I. EL VOCABULARIO BíBLICO DE LA POBREZA. La importancia del tema de la pobreza para la Sagrada Escritura lo sugiere también el léxico rico y diversificado que se emplea para indicar la condición de las personas indigentes, que no tienen medios de subsistencia y viven en la miseria.

1. EL AT. La Biblia hebrea indica a los pobres con varios términos: entre ellos, el más frecuente es ciertamente el sustantivo ‘ani o ‘anaw (unas 105 veces), que aparece con mucha frecuencia en plural (anawim); la fórmula “los pobres del Señor”, ‘anawim Yhwh, se hizo célebre en la teologí­a y en la espiritualidad veterotestamentaria, como veremos en breve.

La traducción griega de los LXX tradujo estas voces sobre todo por adynatos, asthenés, endeés, pénes, penijrós, prays, ptojós, tapeinós y sus derivados.

2. EL NT. Los autores del NT utilizan el vocabulario de los LXX; las voces más frecuentes son las que tienen la raí­z ptoj- y tapein-. La frecuencia de estos términos insinúa ya el relieve dado en el NT a la temática de la pobreza; en efecto, la estadí­stica indica que las voces ptojós, ptojéia, ptojeúein aparecen 38 veces, mientras que las de la segunda raí­z (tapeinós, tapeinoún, tapeí­nosis) lo hacen 26 veces.

II. POBREZA, BENDICIí“N Y MALDICIí“N. El estado de indigencia más absoluta lo experimentó Israel durante el / éxodo, que luego será presentado como un ideal de vida religiosa, pero no ciertamente social. En el primer estadio de la historia del pueblo hebreo, la pobreza es considerada una necesidad y una condición para poder gustar la futura abundancia de los bienes de la tierra prometida. A este respecto es muy significativo el aviso o recuerdo de Deu 8:14-18 : “(No te olvides) del Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud; que te ha conducido a través de vasto y horrible desierto, de serpientes venenosas, de escorpiones, tierra de sed y sin agua; que hizo brotar para ti agua de la roca más dura y te alimentó en el desierto con’el maná, desconocido por tus mayores, con el fin de humillarte y probarte para prepararte un futuro dichoso” (vv. 14-16). Por ese motivo Palestina es descrita como la región bendita, en la cual fluyen leche y miel, y que produce aceite, vino y trigo en gran abundancia (cf Exo 3:17; Núm 13:21-24.27; Deu 6:18; Deu 11:9): “El Señor, tu Dios, te va a introducir en una tierra buena; tierra de los torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en el fondo de los valles y sobre los montes; tierra de trigo y de cebada, de viñas, higos y granados; tierra de olivos, aceite y miel; tierra que te dará el pan en abundancia sin carecer de nada; tierra donde las piedras son de hierro y de cuyas montañas sale el bronce. Comerás hasta saciarte y bendecirás al Señor, tu Dios, en la buena tierra que te da” (Deu 8:7-10).

1. EL PENTATEUCO. El Señor bendecirá a su pueblo dándole con munificencia los frutos del suelo, por lo cual Israel nadará en la abundancia y se saciará de los bienes de la tierra. Esta es la promesa de Yhwh a su pueblo esclavo en Egipto: “He determinado sacaron de la opresión de Egipto á la tierra… que mana leche y miel” (Exo 3:17).

Esa eliminación de la pobreza es presentada, pues, como la concretización de la promesa y de la bendición del Señor a su pueblo fiel a las cláusulas de la alianza (Lev 26:3ss). La bendición divina tiene por objeto también la fertilidad del suelo y la abundancia de sus frutos (Deu 6:14-19.24s; Deu 7:11-15; Deu 11:8s.13ss; Deu 28:1-6.8.11s). De este modo se realiza la bendición de Yhwh a los padres de Israel: a / Abrahán (cf Gén 12:1ss.7; Gén 13:14-17; Gén 15:18; etc.) y a / Jacob (cf Gén 28:13): “No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón vas a entrar en posesión de la tierra, sino… para cumplir el juramento hecho (por el Señor) a vuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob. Reconoce que el Señor, tu Dios, no te da la posesión de esa buena tierra debido a tu justicia” (Deu 9:5s). Pero esa bendición está ligada a la observancia de los preceptos del Señor: “Haz lo que es justo y bueno a los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres a tomar posesión de la hermosa tierra que el Señor prometió con juramento a tus padres” (Deu 6:18).1487
En los libros sapienciales encontramos la exaltación de la riqueza como fruto de la bendición divina a los justos (cf Pro 3:16; Pro 15:6; Pro 19:23; Pro 28:20; Job 5:24; Job 42:10ss).

3. LA POBREZA COMO EFECTO DE LA MALDICIí“N. Por el contrario, el Señor maldecirá la tierra si su pueblo se muestra infiel al pacto sinaí­tico; por eso Israel experimentará nuevamente la penuria, la pobreza y la miseria (cf Lev 26:14ss; Deu 11:16s; Deu 28:14-46). Por tanto, en la Biblia la indigencia es considerada a menudo consecuencia del castigo divino por los pecados de su pueblo. De este modo se afirmó no sólo la idea de que el justo es bendecido con las riquezas, sino que el pobre es un pecador. Mientras que Abrahán, el amigo de Dios, y los otros patriarcas son bendecidos con la propiedad económica (cf Gén 13:2; Gén 26:13s; Gén 30:30; Gén 33:11; etc.), los impí­os son castigados con la pobreza; por eso la pérdida de los bienes es considerada como castigo del pecado (cf Job 22:6s).
4. POBREZA Y VICIO. Los sabios de Israel presentan con frecuencia la pobreza también como consecuencia de la pereza y el desarreglo en los placeres: los vicios de la gula y del sexo reducen a menudo al hombre a la miseria (cf Pro 6:6-11; 10-4; Pro 12:11; Pro 14:23; Pro 20:13; Pro 21:17; Pro 23:20s; Pro 24:30-34; Pro 28:19; Sir 18:33s). Por eso amonesta Tobí­as a su hijo: “En la ociosidad y la penuria está el hambre, pues la ociosidad es la madre del hambre” (Tob 4:13).

III. POBREZA E INJUSTICIA. Pero no siempre el estado de indigencia en Israel es fruto de la maldición divina; con frecuencia la pobreza de muchas personas es consecuencia de la injusticia y de la avidez de los poderosos, los cuales extorsionan, despojan y reducen a la miseria a sus hermanos.

1. LAS SITUACIONES INJUSTAS DE POBREZA. Después de la entrada en Palestina, aunque la división con la asignación de las tierras por Moisés y Josué se hizo inspirándose en criterios de equidad basándose en la población de cada una de las tribus (cf Núm 32,Iss; Jos 13-21), lentamente se produjo una fuerte disparidad de bienes y riquezas, haciéndose algunos israelitas cada vez más ricos y poderosos, mientras que otros, a causa de deudas y de otros factores económicos, se empobrecieron cada vez más, e incluso hubieron de vender sus terrenos y en algunos casos fueron reducidos desgraciadamente a la esclavitud.

Para evitar que se agudizaran semejantes situaciones injustas e inicuas, el legislador de la tórah en el código de la alianza creó la institución del jubileo y del año sabático (Exo 21:1s; Exo 23:10s; Lev 25; Deu 15:1-11), después de condenar la explotación de los _pobres y las injusticias sociales (cf Exo 21:16; Exo 22:20s.25s; Lev 19:13s). En particular, la ley de Moisés exige la justicia en favor de los humildes y de los indefensos: “No violarás el derecho del pobre en sus causas… No explotarás al emigrante, porque vosotros conocisteis la vida del emigrante, pues lo fuisteis en Egipto” (Exo 23:6.9). [/ Ley / Derecho VII].

2. LA CONDENA DE LOS PROFETAS. Las situaciones de injusticia social, por las cuales también en Israel los bienes y las riquezas se encontraban en manos de unos pocos individuos, mientras que la gran masa del pueblo viví­a en la miseria y en apuros, suscitó la indignación y las iras de los hombres carismáticos animados por el Espí­ritu del Señor. Las desigualdades sociales, demasiado marcadas y escandalosas, rompen la solidaridad sagrada del pueblo de Dios y violan la justicia.

a) Natán y Elí­as el tesbita. El rey David cometió una gran injusticia contra Urí­as, súbdito suyo y soldado fiel. No sólo incurrió en adulterio con la mujer de Urí­as, sino que se las arregló para que éste pereciese en la batalla (2Sa 11:2ss). La fábula del rico y del pobre, narrada al rey por el profeta Natán, es muy elocuente al respecto. El profeta, con gran valor, denunció en nombre de Dios la prepotencia del rey en perjuicio del pobre (2Sa 12:1-12).
/ Elí­as el tesbita mostró no menor fortaleza al enfrentarse con otro rey prepotente, que habí­a hecho asesinar a un súbdito para aduefiarse de su viña (1Re 21:1 ss). El intrépido profeta se enfrentó a Ajab justamente cuando éste iba a tomar posesión de la viña de Nabot, denunciando abiertamente su delito en perjuicio de un pobre, y anunciándole los tremendos castigos divinos por la usurpación perpetrada (IRe 1,19ss).

b) El profeta Amós. El primer gran profeta escritor que amenazó con tremendos castigos divinos a los injustos ricos propietarios de Israel fue / Amós. Con lenguaje rudo, fustigó los vicios de cuantos oprimí­an a los pobres. Hablando en nombre del Señor, acusó a los poderosos de haber vendido al pobre por un puñado de dinero, cambiándolo por un par de sandalias; más aún, de haber pisoteado como polvo de la tierra la cabeza de los infelices (Amó 2:6s; Amó 8:6) después de haberlos despojado de sus vestidos (Amó 2:8). Los notables de Samarí­a acumularon en sus palacios violencia y rapiña (Amó 3:10), y con semejantes latrocinios y extorsiones pudieron edificarse casas para el invierno y casas para el verano, grandes palacios con piedras labradas y adornados con lujosos objetos de marfil (Amó 3:15; Amó 5:11s). Sus mujeres, llamadas despectivamente “vacas de Basán”, no les van a la zaga a sus maridos en oprimir a los débiles (Amó 4:1). Estos voluptuosos que viven en el lujo más desenfrenado y en francachelas (Amó 6:4ss), pisoteando la justicia más elemental (Amó 6:121, oprimen a los pobres y los humildes (Amó 8:4), cometen engaños y fraudes (Amó 8:5s). A causa de tales delitos, Amós amenaza con la venganza divina en el dí­a del Señor (Amó 2:13ss; Amó 3:14s; Amó 8:9s). Y vendrán la guerra y la deportación Amó 4:2s; Amó 6:7).

c) La predicación de los otros profetas. No menos lacerantes son las invectivas contra los ricos y poderosos lanzadas por otros hombres de Dios en defensa de los pobres y de la justicia.
/ Oseas, el profeta de la ternura y del amor, no puede menos de señalar con el dedo acusador a los israelitas que defraudan y engañan, evidentemente en perjuicio de los pobres (Ose 12:8).

/ Isaí­as comienza sus oráculos condenando la hipocresí­a de los notables de Judá, semejantes a los jefes de Sodoma y Gomorra, los cuales se muestran observantes y precisos en los actos externos del culto, pero no tienen el menor escrúpulo en derramar sangre y en oprimir a los humildes (Isa 1:10-16), pisoteando el rostro de los pobres y quitándoles sus pocos bienes imprescindibles (Isa 3:11s). También este profeta amenaza con el castigo del Señor a los opresores que viven en el lujo más desenfrenado (Isa 3:16ss; Isa 5:8-24, Isa 5:9,9-10, 4; Isa 32:9-14), privando del espacio vital a los pobres, defraudando y despojando a los infelices. De igual modo / Jeremí­as no calla tampoco el pecado de los judí­os hipócritas, que van al templo de Jerusalén a celebrar el culto y al mismo tiempo viven en la injusticia, oprimiendo a los pobres y derramando su sangre (Jer 7:1-11; Jer 22:3.13ss); más aún, les anuncia ya la inminente venganza del Señor, la destrucción de la ciudad santa, la deportación de sus habitantes (Jer 7:12ss; Jer 22:5ss) y el fin ignominioso de su rey, que será sepultado como un asno (Jer 22:13. 17-19).

El que comete tales abominaciones, oprimiendo al pobre y al indigente y perpetra rapiñas e injusticias contra el prójimo, ciertamente no vivirá, sino que será castigado con la muerte (Eze 18:12s). Elifaz el temanita estima que la terrible prueba abatida sobre Job, ya próximo a su fin, debe considerarse como una severa lección de Dios contra su amigo, porque éste habrí­a vejado a los hermanos, despojándolos y robándolos, e incluso mostrándose sin piedad con los pobres y los infelices (Job 22:6-10). Pues el Señor venga a los oprimidos: “Yo vendré a juzgaros; seré testigo del acusador… contra los que explotan al jornalero, a la viuda y al huérfano y violan el derecho del extranjero sin ningún temor de mí­” (Mal 3:5).

d) El deuteronomista. En el último libro del Pentateuco encontramos algunas leyes contra los opresores de los pobres: el que secuestra a una persona debe ser muerto (Deu 24:7); el que ha tomado como prenda el manto de un pobre debe restituirlo al ponerse el sol, a fin de que también el infeliz pueda dormir con lo único que tiene para arroparse (Deu 24:12s). El deuteronomista ordena además, en nombre del Señor, no defraudar el salario de un pobre e indigente, sino dárselo antes de ponerse el sol (Deu 24:14s). Asimismo, el israelita justo no herirá el derecho de los indefensos (el extranjero y el huérfano), ni tomará en prenda los vestidos de la viuda (Deu 24:17s); el que se comporte de ese modo injusto, hiriendo el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda, será maldecido por todo el pueblo (Deu 27:19).
El justo Tobí­as (Deu 4:14s) se inspira en esta legislación cuando exhorta a su hijo a comportarse con el prójimo con justicia, respeto y amor. También el Sal 82:2-4 contiene la orden de Dios a los jueces de Israel de tomar la defensa de los pobres sin favorecer a los poderosos.

e) La enseñanza de Jesús. Los “iay!”de los profetas contra los ricos que oprimen a los pobres del tercer evangelista son puestos en boca de Jesús (Lev 6:24). El profeta de Nazaret amenaza severamente a los ricos y enseña que muy difí­cilmente podrán participar de la gloria del reino de los cielos; es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el / reino de Dios (Mar 10:23ss y par).
f) La acusación de Santiago. Pero el autor del NT que usa un lenguaje profético particularmente duro contra las injusticias perpetradas por los ricos en perjuicio de los pobres es el “hermano del Señor”: “Vosotros, los ricos, llorad con fuertes getnidos por las desventuras que van a sobreveniros…”, etc. (cf Stg 5:1-5).

3. LA AYUDA AL POBRE. La Biblia no sólo condena las injusticias perpetradas contra los humildes y los indigentes, presentando a Dios como vengador de estas personas indefensas y sin protección humana, sino que inculca también el deber de socorrer a los pobres para aliviar su miseria y hacer menos duro su estado de indigencia.

a) La legislación sinaí­tica. Moisés, al transmitir las órdenes del Señor al pueblo, no olvida a las personas más pobres e indefensas: legisla sobre ellas para protegerlas, ante todo prohibiendo el interés en los préstamos al indigente y exigiendo la restitución de la prenda antes de ponerse el sol (Exo 22:24ss; Deu 23:20s). Igualmente ordena que los hacendados, durante la siega y la vendimia, dejen las espigas al borde de los campos y los racimos de la vid para los pobres y los forasteros que viven en la miseria (Lev 19:9s).

Los israelitas deberán amar a los extranjeros como a sí­ mismos (Lev 19:33s; Deu 10:19) y sentirse solidarios con los hermanos caí­dos en la miseria, ayudándoles concretamente (Lev 29:35ss); y cada tres años ofrecerán los diezmos de las cosechas a los necesitados: el levita, el forastero, el huérfano y la viuda (Deu 26:12s).

b) La predicación de los profetas. La parénesis de los enviados de Dios para educar la fe de los israelitas no podí­a omitir la ayuda a los pobres. Isaí­as exhorta a los jefes del pueblo a hacer el bien, a buscar la justicia, socorriendo al oprimido, haciendo justicia al huérfano y defendiendo la causa de la viuda (Isa 1:17). Análoga es la parénesis de Jeremí­as al rey de Judá, a sus ministros y a todo el pueblo: “Esto dice el Señor: Practicad el derecho y la justicia y librad al oprimido de las manos del explotador; no maltratéis al extranjero, al huérfano y a la viuda; no les hagáis violencia, ni derraméis sangre inocente en este lugar” (Jer 22:3).
El Trito-Isaí­as, por su parte, enseña que el ayuno aceptable al Señor consiste en dejar libres a los oprimidos, en compartir el pan con el hambriento, en introducir en casa a los mí­seros sin techo, en vestir al desnudo, socorriendo al propio hermano pobre (Isa 58:6ss).

c) Los modelos del amor a los pobres. El AT nos ofrece ejemplos sublimes de caridad con los indigentes: el piadoso rey Josí­as es descrito, en antí­tesis con el comportamiento del hijo impí­o Joaquí­n, como el monarca ideal, que defendí­a la causa del pobre y del desgraciado (Jer 22:16). Análogamente, Job, al presentar su apologí­a, se describe como un hombre misericordioso y benévolo con los pobres (Job 31:16-22); lloraba con el oprimido y tení­a compasión del pobre (Job 30:25), examinaba la causa del desconocido, trituraba las muelas del malvado y de entre sus dientes arrancaba la presa (Job 29:16s).

Tobí­as constituye otro ejemplo excepcional modelo de justicia y de caridad con los miserables: ofrecí­a la décima parte del tercer año a los huérfanos, a las viudas y a extranjeros (Tob 1:8), daba limosna a los israelitas indigentes, pan a los hambrientos y vestido a los desnudos; si veí­a a alguno de sus connacionales muerto y arrojado fuera de los muros de Ní­nive, lo enterraba (Tob l,l6s). La grave desgracia de la ceguera le ocurrió a Tobí­as durante el ejercicio de la caridad y ella fue el comienzo de todas las pruebas y desventuras: este santo personaje deseaba que algún pobre participara de su opulenta mesa festiva, por lo cual envió a Tobí­as a buscar a alguno; pero, informado de que un hebreo estrangulado yací­a en la plaza y que nadie se atreví­a a darle sepultura, Tobí­as se levantó de la mesa, dejando intacta la comida, para realizar la obra de misericordia de enterrar a los muertos (Tob 2,lss). Justamente por haber ofrecido ejemplos tan heroicos de caridad con los necesitados y los pobres, podí­a luego Tobí­as amonestar con eficacia a su hijo (cf Tob 4:7ss).

d) La exhortación de los sabios de Israel. La abundante y varia parénesis que puede encontrarse en los libros sapienciales no ha descuidado el tema que estamos ilustrando: los sabios del pueblo hebreo exhortaban férvidamente a socorrer al pobre. Aunque el indigente es odiado incluso por el amigo, se proclama dichoso al que tiene compasión de los humildes y los socorre (Pro 14:20s); éste, en el dí­a de la desventura, será librado por el Señor (Sal 41:2). El que tiene compasión del miserable será honrado por el Creador, mientras que el que oprime al pobre o se burla de él ofende a Dios (Pro 14:31; Pro 17:5). El que da con generosidad su pan al indigente será honrado y bendecido no sólo por los hombres, sino también por Dios (Pro 22:9). Igualmente, el rey que juzga con equidad a los pobres consolida su trono (Pro 29:14).

El que practica la caridad con el indigente hace un préstamo al Señor, el cual le pagará la buena acción (Pro 19:17; cf 11,25) también con la abundancia de bienes. “El que da a los pobres no sufrirá la miseria, el que cierre sus ojos será maldito” (Pro 28:27). La persona benéfica prosperará, y el que largamente da largamente recibirá (Pro 11:25). En cambio, el que cierra los oí­dos al grito del pobre, en la desgracia llamará, pero no obtendrá respuesta (Pro 21:13); igualmente, el que cierra los ojos al pobre tendrá grandes maldiciones (Pro 28:27), lo mismo que el opresor de los desgraciados atraerá sobre sí­ los castigos divinos (Pro 28:3).

El justo se distingue claramente por el amor a los pobres; por eso cuida de la causa de los miserables (Pro 29:7; Sal 112:9). De modo análogo, la mujer sabia y perfecta se distingue también por su generosidad y por el amor a los indigentes: “Tiende su brazo al desgraciado y alarga la mano al indigente” (Pro 31:20).

e) La parénesis del NT. En los evangelios y en los demás escritos neotestamentarios encontramos no sólo calurosas exhortaciones a socorrer a los pobres y a los necesitados, sino que se nos presentan modelos extraordinarios de caridad para con los humildes y los infelices. La justicia evangélica exige el ejercicio de la limosna, aunque practicada con un estilo nuevo (Mat 6:2ss). Es más; el juicio final se realizará en base a las obras de misericordia a favor de los pobres: los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos, etc. (Mat 25:34ss). Jesús exige de sus seguidores que querí­an ser perfectos la venta de los bienes para distribuir a los pobres lo recabado a fin de aliviar su indigencia (Mar 10:21 y par), mientras que condena a los ricos que cierran el corazón a los pobres y a los miserables: la parábola del rico epulón ilustra con rara eficacia esta enseñanza y es altamente estimulante para abrir a la sensibilidad activa en favor de los infelices (Luc 16:19ss).

En los escritos lucanos, además, se nos ofrecen modelos no comunes de amor concreto a los desgraciados y a los pobres. La parábola del buen samaritano muestra cómo hay que comportarse con el prójimo indefenso, oprimido y herido casi de muerte (Luc 10:30ss). Zaqueo es presentado como un verdadero convertido a las exigencias del evangelio, pues declara no sólo que quiere reparar las injusticias cometidas restituyendo el cuádruple, sino que se compromete a distribuir la mitad de sus bienes a los pobres (Luc 19:8). Para Lucas en particular, la ética evangélica exige la limosna y la ayuda activa a los indigentes: el que quiera convenirse en serio deberá hacer partí­cipes a los pobres de sus bienes (alimento y vestido; Luc 3:11). Para obtener la pureza de corazón hay que distribuir las riquezas propias a los necesitados (Luc 11:41), construyéndose así­ un tesoro inagotable en los cielos (Luc 12:33s) y haciéndose amigos en el reino escatológico (Luc 16:9). Por lo demás, Jesús mismo, aunque era pobre, con las ofertas recibidas de sus bienhechores ayudaba a los indigentes (Jua 13:29; cf Mar 14:5 y par).

En los Hechos de los Apóstoles, Lucas presenta otros modelos de solidaridad y de servicio en favor de los pobres. Los “siete” fueron elegidos para este fin (Heb 6:1 ss). Tabita es una discí­pula muy amada en vida y llorada en la muerte, porque abundaba en obras buenas y hací­a muchas limosnas, además de confeccionar túnicas y mantos para las viudas (Heb 9:36.39). También el centurión Cornelio ejercitaba la beneficencia; por eso el ángel de Dios le reveló que sus limosnas, con sus oraciones, habí­an subido a la presencia del Omnipotente (He 10,Iss). Pablo declara a los amigos de Efeso que les ha enseñado cómo es preciso cuidar de los débiles, acordándose de las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Heb 20:35).

Pablo habí­a tomado muy a pecho socorrer a los pobres: Heb 11:29s nos informa de la colecta hecha en Antioquí­a y llevada a los hermanos necesitados de Jerusalén; en 2Cor 8-9 y en Rom 15:25ss, el apóstol habla de semejante colecta de bienes para ofrecerlos a los cristianos de la Iglesia madre. Las cartas paulinas nos informan además de que la asistencia o servicio a los pobres constituí­a uno de los ministerios de las comunidades cristianas (cf Rom 12:7s; 1Co 13:3ss).

Santiago enseña que la religión pura delante de Dios consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones (Stg 1:27), mientras que Pablo exhorta a los creyentes a ser solí­citos en las necesidades de los hermanos y diligentes en la hospitalidad (Rom 12:13-13).

IV. TEOLOGíA DE LA POBREZA. Las últimas reflexiones sobre el deber de ayudar a los indigentes muestran hasta qué punto la Sagrada Escritura considera importante la solidaridad en favor de los pobres. Sin embargo, aunque ese socorro humano llegara a faltar, la Biblia enseña que los miserables y los humildes tienen un poderoso defensor en Dios. Pues el Señor escucha el grito de los oprimidos, protege y socorre a los pobres y venga a los miserables y a los indefensos. Por eso el que conculca a estas personas ofende a Dios. Por lo demás, los pobres, conscientes de esa protección divina, a menudo se dirigen al Señor y esperan de él socorro y justicia, confiando en su ayuda. En el Salterio encontramos numerosas súplicas, con frecuencia conmovedoras, de los miserables, que son oprimidos y humillados por la arrogancia de los prepotentes y de los impí­os.

1. DIOS DEFIENDE A LOS POBRES. Los humildes y los indigentes se encuentran en una relación especial con el Señor, protector de los pobres y de los indefensos, además de ser justo retribuidor del que ama a los oprimidos y a los miserables.

En el código de la alianza sinaí­tica [/ Ley/Derecho II] encontramos la prohibición de maltratar a las personas indefensas, porque si claman al Señor, éste las escuchará; se encenderá su ira y matará con la espada a los opresores, haciendo viudas a sus mujeres y huérfanos a sus hijos (Exo 22:21ss). Igualmente se manda aquí­ devolver al pobre el manto recibido en prenda, antes de ponerse el sol, porque, no teniendo con qué cubrirse para dormir, invocará la ayuda del Señor y su clamor será escuchado en el cielo (Exo 22:25s). De modo análogo, la ley mosaica ordena no defraudar al asalariado pobre y necesitado, porque éste podrí­a clamar al Señor contra el rico (Deu 21:14s). Porque Dios es testigo en contra de los defraudadores y los opresores de los pobres (Mal 3:5) y los venga (Stg 5:4).

El Dios de Israel hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero, le da pan y vestidos (Deu 10:17s) y protege a todas las personas indefensas. Por eso el que oprime al pobre ofende a Dios, mientras que el que tiene compasión del miserable honra al Creador (Pro 14:31). Asimismo el que se burla del pobre ofende al Señor, que lo ha creado (Pro 17:5); por el contrario, el que practica la caridad con el pobre hace un préstamo al Señor (Pro 19:17). Por tanto, el que oprime a los miserables se atrae los castigos divinos (Pro 28:3), mientras que el que da generosamente al pobre será bendecido con la abundancia y con el éxito (Pro 11:25; Pro 22:9; Pro 28:27). Dada esa protección por parte de Dios de los humildes, el sabio amonesta: “No robes al pobre porque es pobre, ni oprimas al débil en el tribunal; porque el Señor defiende su causa y quitará la vida a los que los despojan” (Pro 22:22s).

2. LA ESPIRITUALIDAD DE LOS POBRES. Conscientes de la especial protección que el Señor reserva a los miserables, en Israel se formó una auténtica espiritualidad propia de los pobres; los salmos son la prueba y la documentación más elocuente de ello. Muchas de esas oraciones inspiradas y a menudo conmovedoras contienen las súplicas angustiosas de estas personas humildes que viven en la opresión y en medio de restricciones económicas, pero que confí­an totalmente en Dios y en él sólo. En efecto, los salmistas se manifiestan con frecuencia como pobres y piadosos que invocan con profunda confianza al Señor para ser librados de su situación de miseria, de vejación y de angustia. También en los oráculos proféticos no raras veces encontramos ecos de semejante espiritualidad de los pobres, que se consideran los protegidos especiales de Dios.

a) Los pobres del Señor en el Salterio. Los humildes y los oprimidos encuentran un abrigo y un refugio seguro en aquel Dios que escucha el grito de los afligidos (Sal 9:10.13.38s; Sal 14:6) y cuida de los pobres y los infelices (Sal 40:18), por ser el padre de los huérfanos y el defensor de las viudas (Sal 68:6), de todas las personas humildes e indefensas (Sal 146:7-9). Los pobres se abandonan a Dios para encontrar en él sostén (Sal 9:35), sustento (Sal 22:27; Sal 132:15), libertad (Sal 35:10) y protección contra los engaños de los impí­os (Sal 35:20; Sal 116:6). El Señor se alza para juzgar, es decir, para salvar a todos los pobres y miserables que se dirigen a él (Sal 76:10). Pues Dios escucha la oración de los rechazados y no desprecia su súplica (Sal 102:18); levanta al pobre de la miseria (Sal 107:41) y se pone a su derecha para salvar de los jueces su vida (Sal 109:31). El Señor “levanta del polvo al indigente y saca al pobre del estiércol, para sentarlo con los prí­ncipes…; instala a la estéril en su casa, madre gozosa de toda la familia” (Sal 113:7-9). Por eso los pobres, sobre todo en el peligro y en la angustia, se dirigen con fe a su divino protector, implorando su socorro: “Mira mi miseria, obra de mis enemigos” (Sal 10:14); “Yo soy un pobre y desgraciado, Señor, socórreme; tú eres mi ayuda y mi liberador, Señor, no tardes” (Sal 70:6; cf Sal 74:21s; Sal 109:22.26).

Los miserables están seguros de no ser olvidados por Dios; más aún, están firmemente convencidos de ser guiados por Dios y amaestrados por el Señor (Sal 25:9); por eso su esperanza no se verá decepcionada (Sal 9:19). Los salmistas ponen en boca de Dios expresiones como ésta: “Por la opresión del débil y el gemido del pobre ahora me levanto yo, dice el Señor; yo daré mi auxilio al que lo ansí­a” (Sal 12:6). Pues el grito de los pobres es escuchado por el Señor (Sal 34:7.18). He aquí­ una clara profesión de fe en Dios, protector de los pobres: “Yo sé que el Señor hará justicia a los humildes y defenderá el derecho de los pobres” (Sal 140:13). Por eso los humildes son invitados a alegrarse en el Señor (Sal 34:3), porque ellos heredarán la tierra y gozarán de una paz profunda (Sal 37:11). Pues Dios escucha su oración (Sal 69:33s).

Los pobres, en efecto, son los piadosos, los inocentes y los bondadosos, contrapuestos a los impí­os y a los malvados, a los poderosos, los ricos y los orgullosos, que oprimen a los pobres y desprecian al Señor (Sal 10:2ss; Sal 34:10s.16s.20ss). En cambio, los impí­os desaparecerán de la faz de la tierra, mientras que los humildes reinarán para siempre (Sal 37:10ss. 20ss.28s). Los impí­os, violentos y malvados traman para oprimir al pobre; pero éste invoca al Señor y es salvado (Sal 140:2ss), porque Dios sostiene a los humildes y humilla hasta la tierra a los impí­os (Sal 147:6); más aún, corona a los pobres con la victoria (Sal 149:4).

b) La búsqueda de la pobreza. No sólo el Señor no desprecia un corazón abatido y humillado (Sal 51:19), sino que él, el Altí­simo y excelso, que mora en el lugar santo del cielo, vive también con los pobres, oprimidos y humillados, para reavivar su espí­ritu y reanimar su corazón (Isa 57:15). Por tanto, el omnipotente y el soberano del cielo y de la tierra se encuentra en una relación especialí­sima con los humildes y los miserables. Por esa relación privilegiada de los pobres con el Señor es no sólo comprensible, sino lógica, la exhortación del profeta a dedicarse a buscar la pobreza para evitar los efectos tremendos del juicio punitivo: “Buscad al Señor vosotros todos, humildes de la tierra, que habéis puesto en práctica sus preceptos; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá podáis quedar seguros el dí­a de la ira del Señor” (Sof 2:3).
c) ¿Forman los pobres de Yhwh un partido o un grupo religioso? En los últimos decenios algunos estudiosos han sostenido que “los pobres del Señor” constituí­an un verdadero partido religioso. Este grupo de devotos, formado después de la vuelta de los hebreos del destierro, habrí­a compuesto la mayor parte de los salmos. Esta asociación religiosa habrí­a sido perseguida por los judí­os polí­tica y económicamente poderosos, pero infieles a la ley mosaica y contagiados por el paganismo.

Sin embargo, otros autores contemporáneos prefieren considerar a los ” pobres del Señor” como un movimiento religioso de judí­os piadosos, y no como un verdadero y auténtico partido o fracción organizada. Diversos estudios realizados en los años 1925-1955 sobre estas personas humildes, bondadosas y mí­seras, consideraban a tales devotos no como un grupo socialmente organizado, sino como individuos particulares, los cuales, aunque pobres e infelices, se mantení­an fieles a la alianza con Yhwh, y por ello se oponí­an a los impí­os, ricos y poderosos, pero traidores al pacto sinaí­tico.

Los monjes de Qumrán eran “los pobres”, que poní­an en común sus bienes y formaban una auténtica comunidad religiosa. Se los podrí­a considerar los herederos o los descendientes espirituales de los autores de tantos salmos compuestos por los “pobres del Señor”. Esa espiritualidad de la pobreza monástica de Qumrán se trasluce con evidencia en sus documentos recientemente descubiertos; a este respecto es muy significativo el peser, es decir, comentario al Sal 37, encontrado entre los manuscritos de esta comunidad [! Judaí­smo II, 7 d].

d) El mesí­as pobre, enviado a los pobres. La espiritualidad de los pobres del Señor encuentra su expresión suprema en la figura del personaje mesiánico, que en algunos oráculos veterotestamentarios es presentado como un pobre, bondadoso, manso y como el profeta y salvador de los miserables y de los humildes. En el Sal 22 el mesí­as paciente es descrito como el pobre que en la opresión y en la humillación, obra de los poderosos impí­os, invoca a Dios para ser librado en tiempo de angustia mortal (vv. 2ss); en realidad, el Señor no ha despreciado ni desdeñado la aflicción de este fiel suyo mí­sero y pobre (v. 25). En el cuarto canto del siervo del Señor, este personaje mesiánico es presentado como humillado (Isa 53:4). Estos textos insinúan, pues, que el Cristo habrí­a de ser un pobre. Esa alusión es explicitada en el canto de Zac 9:9s, donde se describe al rey mesiánico como un justo, humilde y manso: “Salta de júbilo, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén, porque tu rey viene a ti: justo y victorioso, humilde y montado en un asno” (Zac 9:9).

No sólo el Cristo es un pobre del Señor, sino que es enviado a los pobres: será el vengador de los humildes (Sal 72:4), “él liberará al pobre que suplica, al miserable que no tiene apoyo alguno; se cuidará del débil y del pobre; a los pobres les salvará la vida; él los defenderá contra la explotación y la violencia, su sangre tendrá un gran precio ante sus ojos” (Sal 72:12-14). El personaje mesiánico será el mensajero de la buena nueva de la salvación a todos los pobres (Isa 61:1ss).

/ Jesús [III] de Nazaret realiza plenamente esos oráculos, como lo enseña explí­citamente Lucas en la descripción de la escena inaugural del ministerio del Salvador (Luc 4:16-21). Cristo es el pobre perfecto, de corazón manso y humilde, como él mismo declara a sus discí­pulos al invitarles a ir a él (Mat 11:28s). Con la entrada real en la ciudad de David realiza el oráculo de Zac 9:9s sobre el mesí­as pobre y humilde, según se apresura a puntualizar el primer evangelista al describir esa escena (Mat 21:4s). Es el modelo de la pobreza más absoluta y más radical en todas sus dimensiones. Aunque Hijo de Dios, creador, omnipotente y rey de reyes, eligió nacer no en un palacio o en una familia acomodada, sino de pobres pobrí­simos, y además en un establo en el campo, cerca de Belén (Luc 2:4-7). Durante su ministerio vivió en la pobreza más completa: “Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mat 8:20 par). Esta expresión de tono pintoresco y paradójico contiene el timbre del lenguaje del Cristo histórico, y por eso resulta muy preciosa para manifestarnos su auténtico pensamiento sobre la pobreza. Con la crucifixión Jesús fue despojado también de sus vestiduras, muriendo en la pobreza más total (Mar 15:24ss y par).

El profeta de Nazaret no sólo practicó concreta y radicalmente la pobreza, desprendido de todos los bienes terrenos,’sino que vivió en la actitud religiosa del pobre de Yhwh, abandonándose completamente al amor del Padre, confiándole toda su persona, hasta el gesto extremo del grito en la cruz en el instante de su muerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu” (Luc 23:46). En las horas de la crucifixión, Cristo se presenta realmente como el pobre abandonado totalmente en las manos de Dios, como lo describió por anticipado el Sal 22 (Mar 15:34 y par).

El himno cristológico de la carta a los / Filipenses [III, 1] sintetiza poéticamente todo el misterio de la salvación realizada por el Hijo de Dios como un camino de pobreza desde el despojo de la naturaleza divina para asumir la condición de esclavo, haciéndose hombre y aniquilándose hasta la humillación suprema de la crucifixión (Flp 2:3ss). Por tanto, en esta perspectiva la encarnación y la redención forman el estado de pobreza radical, que podrí­amos llamar “metafí­sica” o “sustancial”, porque toca a la esencia o naturaleza del Hijo de Dios. Humillación o pobreza más profunda no es imaginable.

e) Marí­a Virgen, la pobre del Señor. El mesí­as, pobre y profeta de los mí­seros y de los humildes, quiso tomar carne humana de una madre pobre; mejor, de la pobre del Señor por excelencia. El tercer evangelista nos presenta a / Marí­a Virgen en esa perspectiva al considerar el estado de esta mujer como una condición de pobreza “metafí­sica”, análoga a la de la encarnación y de la crucifixión de Cristo; pues no por casualidad en los primeros versí­culos del Magnificat canta la madre del mesí­as la misericordia salví­fica de Dios por haber dirigido su mirada benévola a la pobreza (tapeí­nosis) de su sierva (Luc 1:47s), temática que halla eco en el himno cristológico que acabamos de recordar, donde encontramos los mismos conceptos referidos al Hijo de Dios, que se hace siervo, humillándose (etapeí­nosen) o escogiendo el camino de la pobreza “metafí­sica” (F1p 2,7s). Sin embargo, la perspectiva propia del Magní­ficat no es la de la cruz, como en el himno cirstológico de Flp 2:5ss, sino la del estado de virginidad. La condición de pobreza o humillación suprema de Marí­a la constituye su estado virginal, que Dios sin embargo transformó y exaltó con la maternidad divina.

Según el metro humano y la sensibilidad del pueblo judí­o, la exaltación y la riqueza de la mujer se derivan de su maternidad, y por tanto la esterilidad y la virginidad se consideran objeto de desprecio y motivo de llanto; piénsese en el drama de la hija de Jefté, que debe morir virgen (Jue 11:37ss), o de la esterilidad de Ana (lSam 1,4ss). Pero la Virgen de Nazaret eligió este estado de pobreza radical porque no quiso “conocer varón” (Luc 1:34). Mas, así­ como el Señor transformó la situación humillante de Ana, haciéndola fecunda y dándole un hijo excepcional (lSam 1,19ss; 2,lss), así­ en el caso de Marí­a realizó el Señor un portento análogo, obrando el prodigio de la fecundidad virginal (Luc 1:34ss.46ss). Las analogí­as entre la situación de Ana y la de Marí­a, además de las estrechas correspondencias literarias entre sus dos cánticos, hacen indiscutible la concretización de la pobreza y la situación humilde y despreciable de la madre del mesí­as en el estado de virginidad, elegido ciertamente por las exigencias del reino, bajo la acción del Espí­ritu Santo. Aunque de modo inconsciente, es decir, sin darse cuenta plenamente del significado de su gesto con vistas a la inauguración inminente del tiempo mesiánico, Marí­a de Nazaret abrazó el estado de pobreza radical constituido por la virginidad para estar en sintoní­a con la novedad que iba a nacer con la llegada de Cristo.

V. POBREZA POR EL REINO. Entre las exigencias del reino inaugurado por el mesí­as, la pobreza radical forma uno de los elementos más significativos. El profeta de Nazaret no sólo mostró con su ejemplo, fuertemente estimulante, que la pobreza concreta es una condición indispensable del reino mesiánico, sino que exigió de sus seguidores el abandono de todos sus bienes y proclamó dichosos a los pobres, porque de ellos es el reino de Dios. El reino pertenece a los pobres; es de los humildes y de los miserables.

1. ¡DICHOSOS LOS POBRES! Jesús, al comienzo de su primer gran discurso, tal como se nos refiere en el primero y en el tercer evangelio, no hace otra cosa que proclamar dichosos a cuantos son miembros del reino mesiánico. Estas personas se reducen, en sustancia, a los pobres, porque Lucas ignora las bienaventuranzas sobre la misericordia y la bondad, referidas por Mateo después de las de la pobreza evangélica (Mat 5:3-9; [/ Bienaventuranza/ Bienaventuranzas].

Mas, en concreto, ¿a quién alude Jesús cuando declara dichosos a los pobres? ¿Se trata de los miserables y de los indigentes, o sea de las personas que no tienen ni casa, ni pan, ni vestidos, ni medicinas, o bien de los que no ponen su confianza en las riquezas, aunque posean bienes de fortuna? Sobre este problema especí­fico difieren profundamente las dos redacciones evangélicas de las bienaventuranzas, pues, según Lucas, Jesús proclama dichosos a los pobres en sentido social, mientras que tomando como base la versión de Mateo se declara dichosos a los pobres “de espí­ritu”, o sea a los humildes, que no confí­an en las riquezas, sino sólo en Dios padre.

a) La pobreza en sentido social. Probablemente el tercer evangelista refiere con mayor fidelidad las expresiones sobre las bienaventuranzas salidas de la boca del Cristo histórico (Luc 6:20ss). De acuerdo con esa versión, el profeta de Nazaret declara dichosos a los miserables, es decir a cuantos tienen hambre y lloran en la pobreza más absoluta; se les contrapone a los ricos, a los que gozan, a los epulones, declarados malditos, y por ello dignos de los terribles “¡ay!” (Luc 6:24s). Se trata, pues, evidentemente, de los pobres en sentido social, semejantes a Lázaro, los cuales son presentados en antí­tesis con el rico epulón (Luc 16:19ss). Estas personas son evangelizadas por Cristo; más aún, se presentan como el objeto principal de la acción mesiánica (Luc 4:18; Luc 7:22); son llamadas al banquete escatológicoy ocupan el puesto de los invitados oficiales (Luc 14:21ss). Por esa razón son proclamados dichosos los pobres (Luc 6:20ss).

b) La pobreza “de espí­ritu” En la redacción del primer evangelio Jesús proclama dichosos a los pobres de espí­ritu, o sea a los mansos, los afligidos y cuantos tienen hambre y sed de justicia (Mat 5:3-6). Evidentemente, con esta expresión el profeta de Nazaret especifica la categorí­a de los pobres considerados dichosos: no deben ser considerados dichosos todos los pobres, sino sólo los que lo son “en espí­ritu”. ¿Qué significa con precisión esta locución semí­tica, que se encuentra también en los documentos de Qumrán? ¿Se trata de los pobres en el sentido social o de otra especie de pobres?
La expresión “en espí­ritu” no aparece en ningún otro sitio en el primer evangelio; pero es semejante a la locución “de corazón”, que se emplea en la sexta bienaventuranza para indicar la pureza interior, la del ánimo (Mat 5:8). La expresión “de corazón” significa “en lo í­ntimo”, “en lo secreto del propio corazón” (cf Mat 5:28; Mat 9:4; Mat 24:48). También en el pasaje de Mat 11:29 encontramos un dicho de Jesús muy similar al de la primera bienaventuranza, como se ve por el cotejo de los textos:
“Bienaventurados los pobres DE ESPíRITU”(Mat 5:3).

“(Yo) soy afable y humilde “DE CORAZí“N” (Mat 11:29).

Así­ como Jesús se caracteriza en lo más profundo de su ser por la afabilidad y por la humildad, así­ los hijos del reino deben caracterizarse por la pobreza interior, es decir, del ánimo.

La locución “pobres de espí­ritu”, aunque en el NT aparece sólo en Mat 5:3, se emplea más de una vez en los documentos de Qumrán: en el Manual de la guerra (1QM 14,7) y en los Himnos (1QM 14,3). Es una traducción de la expresión hebrea ánwej rúah, que indica la actitud espiritual de los siervos del Señor, débiles y humildes, que consiguen la victoria sobre los soberbios, los impí­os y los poderosos, porque su confianza está puesta en Dios (cf 1QM 11,8-11; 14,4-12). El Señor no abandona a los necesitados, a los huérfanos, los humildes y los pobres (cf 1QH 5,20-23); los libra de todas las asechanzas de Belial (cf 4QpPs 37,2.8-11).

El peser, o comentario al Sal 37, es particularmente precioso para la recta comprensión de la pobreza de espí­ritu, pues se la presenta como sí­ntesis de humildad y confianza, como caracterí­stica del pueblo de los pobres, en antí­tesis con los impí­os, los malhechores y los malvados, que viven en la opulencia. Pues el justo, aunque se encuentra en la pobreza (Sal 37:16), pone su confianza en el Señor (vv. 3.5.17), espera en él (vv. 7.9); es el afable que poseerá la tierra, aunque ahora sea miserable e indigente (vv. 11.14.22). Los pobres del Señor se abandonan a la fidelidad de Dios, mientras que los poderosos y los impí­os no ponen su confianza en Dios, sino que confí­an en sus grandes riquezas (Sal 52:9s). Así­ pues, la pobreza de espí­ritu indica la profunda confianza de los humildes en solo Dios.

2. NECESIDAD DE LA POBREZA VOLUNTARIA. Dada la especialí­sima relación existente entre el / reino de Dios y los pobres, resulta lógica y comprensible la elección del estado de pobreza para vivir una relación de particular intimidad con el Señor y para ser miembros del reino celeste. Si la felicidad verdadera y profunda se reserva a los pobres, no hemos de extrañarnos que Cristo pida a sus seguidores la opción por la pobreza.

a) Jesús exige la pobreza. El profeta de Nazaret dio el ejemplo de la pobreza más heroica; por eso pudo pedir a sus discí­pulos el abandono de todas las riquezas y de todo bien temporal para seguirlo de modo radical. Si en la descripción de la llamada de los primeros discí­pulos no se ve que Jesús pidiera explí­citamente la elección de la pobreza, sin embargo los evangelistas observan que estos pescadores abandonaron la barca, las redes y al padre para seguir al maestro (Mat 4:20.22 y par); más aún, Lucas indica que lo dejaron todo (Luc 5:11). Pedro le recordará a Jesús que lo habí­a abandonado todo, como hicieron sus compañeros (Mar 10:28 y par).

En el dicho del Señor, ya mencionado, de Mat 8:18s (= Lev 9:57s), el profeta de Nazaret exige de su seguidor que comparta su pobreza más absoluta, debido a la cual no puede disponer ni de un lugar donde resguardarse, ni de una almohada o de un lecho. Al rico deseoso de heredar la vida eterna, Jesús le enseña la necesidad de vender todos sus bienes y de distribuir lo recabado a los pobres (Mc 10.21 y par), después de haberle instruido sobre el deber religioso de observar los mandamientos de Dios (Mar 10:17ss y par). En el loghion de Luc 12:33, Jesús exhorta a vender todos los bienes para ejercer la beneficencia con los pobres. Además, Cristo exige de sus misioneros el ejercicio de la pobreza más completa y radical (Mar 6:8s y par).

Aunque no todos los amigos y discí­pulos de Jesús abandonaron todos sus bienes y vendieron sus posesiones, porque entre ellos se cuentan también personas ricas que proveí­an a su sustento y al de los apóstoles (cf Luc 8:3; Luc 19:3ss; Mar 14:3; Mar 15:43 y par), sin embargo, el profeta de Nazaret exigió a todos el desprendimiento del dinero y la libertad de espí­ritu ante las riquezas.

La primera comunidad cristiana vivió a la letra la exigencia de la elección de la pobreza radical, pues Lucas en los primeros sumarios de los Hechos observa que los recién convertidos vendí­an cuanto poseí­an para llevar lo obtenido a los apóstoles, los cuales lo distribuí­an según las necesidades (Heb 2:44s; Heb 4:32ss). El levita Bernabé es presentado como un modelo de desprendimiento total de sus bienes, pues vendió el campo de su propiedad y consignó su importe a los apóstoles (Heb 4:36s).

Con la elección de la pobreza por Cristo y su evangelio se realiza un negocio inteligente, porque se adquiere el más fabuloso de los tesoros; se compra la perla más preciosa que pueda existir, sí­mbolo del reino de los cielos (Mat 13:44ss).

b) La perspectiva del misterio pascual. Cerramos la panorámica de la teologí­a de la pobreza ilustrando brevemente un aspecto importante de esa temática, que, sin embargo, no resalta a primera vista: la dimensión pascual de este estado elegido por el reino. En efecto, en las cartas paulinas el misterio de Cristo es presentado también como una elección de pobreza radical, o sea de impotencia y de humillación suprema, para permitir que Dios transforme esa condición mí­sera en poder, en riqueza y en gloria; se trata, pues, del misterio pascual en su doble aspecto de aniquilamiento y de glorificación. En 2Co 8:9, Pablo insinúa esa perspectiva pascual de la pobreza, pues presenta el misterio de la obra salví­fica de Cristo como una acción de aniquilamiento para hacer a los hombres ricos en vida divina; toda la obra de la gracia redentora, desde la encarnación a la muerte y resurrección, es vista, pues, a esta luz.

Estas claras alusiones al misterio pascual como humillación extrema o autoempobrecimiento del Dios de la gloria con un fin y un término de enriquecimiento o de glorificación, encuentran una explicitación indiscutible y manifiesta en el himno cristológico de F1p 2,5ss. Como ya se ha aludido, esta perí­copa presenta poéticamente, en una sí­ntesis admirable, toda la acción redentora del Hijo de Dios, desde su encarnación a su pasión, muerte y glorificación, en una perspectiva de humillación suprema, concretizada en el despojamiento de la gloria divina y el empobrecimiento supremo en la esclavitud de la condición humana hasta la muerte de cruz (aspecto negativo del misterio pascual), con el epí­logo sublime de la glorificación, verdaderamente superior a toda imaginación, mediante el don del nombre del Señor (Kyrios) al hombre Jesús.

El creyente que desee ser discí­pulo de Cristo debe seguir a este maestro recorriendo las etapas de su existencia, reviviendo su misterio salví­fico de glorificación a través de la pasión y la muerte. Por algo Jesús recuerda al que quiera seguirle la empresa ardua y heroica que constituye semejante gesto, porque éste deberá compartir la pobreza total, sin pretender poseer ni siquiera un lecho o una almohada (Luc 9:57 y par).

Por lo demás, el seguimiento de Cristo consiste en caminar en pos de Jesús, llevando cada dí­a la cruz propia, concretizada en perder la vida en este mundo y en negarse a sí­ mismo, renunciando al deseo de construirse fortunas en este mundo (Mar 8:4ss y par). Por eso el auténtico discí­pulo para seguir a Cristo “odiará” no sólo a las personas más queridas (el padre, la madre, la mujer y los hijos), sino también su misma vida (Luc 14:25ss); además renunciará a todos sus bienes para poseer la vida eterna (Mar 10:28ss y par.). El Señor, que rebaja a los ricos y a los soberbios, exalta a los pobres y a los humildes (Luc 1:52). Justamente así­ obró con la Virgen Marí­a (Luc 1:48) y con su Hijo (Flp 2:5ss).

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S. A. Panimolle

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Sumario: Introducción. 1. El vocabulario bí­blico de la pobreza 1. El AT; 2. El NT. 11. Pobreza; bendición y maldición: 1. El Pentateuco; 2. La pobreza como efecto de maldición; 3. Pobreza y vicio. 111. Pobreza e injusticia: 1. Las situaciones injustas de pobreza; 2. La condena de los profetas: a) Natán y Elias el tesbita, b) El profeta Amos, c) La predicación de los otros profetas, d) El Deuteronomista, e) La enseñanza de Jesús, 19 La acusación de Santiago; 3. La ayuda al pobre: a) La legislación sinaí­tica, b) La predicación de los profetas, c) Los modelos del amor a los pobres, d) La exhortación de los sabios de Israel, e) La parénesis del NT. IV. Teologí­a de la pobreza 1. Dios deñende a los pobres; 2. La espiritualidad de los pobres: a) Los pobres del Señor en el Salterio, b) La búsqueda de la pobreza, c) ¿Forman los pobres de Yhwh un partido o un grupo religioso?, d) El mesí­as pobre, enviado a los pobres, e) Marí­a Virgen, la pobre del Señor. V. Pobreza por el reino: 1. Dichosos los pobres!: a) La pobreza en sentido social, b) La pobreza †œde espí­ritu†; 2. Necesidad de la pobreza voluntaria: a) Jesús exige la pobreza, b) La perspectiva del misterio pascual.
2546
Introducción.
Los pobres en la Biblia ocupan un puesto de gran relieve. Mientras que la historia profana casi siempre ignora a estas personas y se limita a hablar de ellas sólo en las raras ocasiones en que son protagonistas con rebeliones, sublevaciones y revoluciones (cf la revuelta de los plebeyos contra los patricios en la joven república de Roma o la insurrección de los esclavos guiados por el gladiador Espartaco, etc.), la Sagrada Escritura, por el contrario, aborda expresamente el tema de la pobreza; es más, llega a proponer este estado, humanamente despreciable y mí­sero, como ideal de vida. Si puede parecer excesivo considerar que los pobres son los protagonistas de la historia de Israel, es indiscutible, sin embargo, que esta categorí­a de personas atrae la atención de los legisladores, de los profetas y de los salmistas en el AT, y de Jesús y de los autores inspirados en el NT.
El pueblo de Dios nació en la pobreza más extrema; Israel en el desierto tuvo la experiencia de este estado de penuria: †œ(El Señor) te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el manᆝ (Dt 8,3). Más aún, entre los miembros del pueblo.de Dios no existí­a ningún rico o acaudalado, sino que todos dependí­an completamente para la subsistencia de la intervención divina, tanto para el alimento (él maná, las codornices, etc.; Ex 16) como para la bebida (los milagros con los cuales Moisés hizo brotar agua de la roca o purificó fuentes contaminadas; cf Ex 15,22ss; 17, lss). Así­ pues, el nacimiento de Israel está marcado profundamente por la pobreza más extrema, por las privaciones y por los sufrimientos.
Sobre todo no se debe desvalorizar el factor teológico siguiente: los protagonistas de la fase final o escatológica de la historia salví­fica son los pobres: el profeta de Nazaret y su madre, la virgen Marí­a, vivieron en la pobreza más absoluta; además, Jesús exigió de sus seguidores la elección de ese estado, mientras que la comunidad cristiana de los orí­genes vivió en la más perfecta comunión de bienes, después de haber vendido sus miembros sus riquezas, poniendo io recabado a disposición de todos los hermanos.
2547
1. EL VOCABULARIO BIBLico DE LA POBREZA.
La importancia del tema de la pobreza para la Sagrada Escritura lo sugiere también el léxico rico y diversificado que se emplea para indicar la condición de las personas indigentes, que no tienen medios de subsistencia y viven en la miseria.

2548
1. El AT. La Biblia hebrea indica a los pobres con varios términos: entre ellos, el más frecuente es ciertamente el sustantivo †˜anio †˜anaw (unas 105 veces), que aparece con mucha frecuencia en plural fanawim); la fórmula †œlos pobres del Señor, †˜anawí­m Yhwh, se hizo célebre en la teologí­a y en la espiritualidad veterotestamen-taria, como veremos en breve.
La traducción griega de los LXX tradujo estas voces sobre todo por adynatos, asthenés, endeés, penes, penijrós, prays, piojos, tapemos y sus derivados.
2549
2. El NT. Los autores del NT utilizan el vocabulario de los LXX; las voces más frecuentes son las que
tienen la raí­z ptoj- y tapein-. La frecuencia de estos términos insinúa ya el relieve dado en el NT a la
temática de la pobreza; en efecto, la estadí­stica indica que las voces piojos, ptojéia, ptojeúein aparecen 38
veces, mientras que las de la segunda raí­z (tapeinós, tapeinoün, tapeí­nosis) lo hacen 26 veces.
2550
II. POBREZA, BENDICION Y MALDICION.
El estado de indigencia más absoluta lo experimentó Israel durante el / éxodo, que luego será presentado como un ideal de vida religiosa, pero no ciertamente social. En el primer estadio de la historia del pueblo hebreo, la pobreza es considerada una necesidad y una condición para poder gustar la futura abundancia de los bienes de la tierra prometida. A este respecto es muy significativo el aviso o recuerdo de Dt 8,14- 18: †œ(No te olvides) del Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud; que te ha conducido a través de vasto y horrible desierto, de serpientes venenosas, de escorpiones, tierra de sed y sin agua; que hizo brotar para ti agua de la roca más dura y te alimentó en el desierto con el maná, desconocido por tus mayores, con el fin de humillarte y probarte para prepararte un futuro dichoso† (vv. 14- 16). Por ese motivo Palestina es descrita como la región bendita, en la cual fluyen leche y miel, y que produce aceite, vino y trigo en gran abundancia (cfEx 3,17; Núm 13,21-24.27; Dt 6,18; Dt 11,9): †œEl Señor, tu Dios, te va a introducir en una tierra buena; tierra de los torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en el fondo de los valles y sobre los montes; tierra de trigo y de cebada, de viñas, higos y granados; tierra de olivos, aceite y miel; tierra que te dará el pan en abundancia sin carecer de nada; tierra donde las piedras son de hierro y de cuyas montañas sale el bronce. Comerás hasta saciarte y bendecirás al Señor, tu Dios, en la buena tierra que te da† (Dt 8,7-10).
2551
1. El Pentateuco.
El Señor bendecirá a su pueblo dándole con munificencia los frutos del suelo, por lo cual Israel nadará en la abundancia y se saciará de los bienes de la tierra. Esta es la promesa de Yhwh a su pueblo esclavo en Egipto: †œAc determinado sacarosde la opresión de Egipto a la tierra… que mana leche y miel† (Ex 3,17).
Esa eliminación de la pobreza es presentada, pues, como la concreti-zación de la promesa y de la bendición del Señor a su pueblo fiel a las cláusulas de la alianza (Lev 26,3ss). La bendición divina tiene por objeto también la fertilidad del suelo y la abundancia de sus frutos (Dt 6,14-19; Dt 6, Dt 7,11-15 ll,8s.l3ss; Dt 28, ??. Dt 8 . De este modo se realiza la bendición Yhwh los padres Israel: ¡Abrahán (cf Gen IZlss.7; 13,14-17; 15,18; etc.) y ¡Jacob , †œNo por tu justicia ni por la rectitud tu corazón vas entrar en posesión la tierra, sino.., para cumplir el juramento hecho vuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob. Reconoce que el Señor, tu Dios, no te la posesión esa buena tierra debido tu justicia (Dt 9,5s). Pero esa bendición está ligada la observancia los preceptos del Señor: †œHaz lo que es justo y bueno los ojos del Señor, para que seas dichoso y entres tomar posesión la hermosa tierra que el Señor prometió con juramento tus padres†™ (Dt 6,18).
En los libros sapienciales encontramos la exaltación de la riqueza como fruto de la bendición divina a los justos (Pr 3,16; Pr 15,6; Pr 19,23; Pr 28,20; Jb 5,24 42,lOss).
2552
2. La pobreza como efecto de LA maldición.
Por el contrario, el Señor maldecirá la tierra si su pueblo se muestra infiel al pacto sinaí­tico; por eso Israel experimentará nuevamente la penuria, la pobrezayla miseria (cf Lev 26,l4ss; Dt 11,16s; 28,14-46). Por tanto, en la Biblia la indigencia es considerada a menudo consecuencia del castigo divino por los pecados de su pueblo. De este modo se afirmó no sólo la idea de que el justo es bendecido con las riquezas, sino que el pobre es un pecador. Mientras que Abrahán, el amigo de Dios, y los otros patriarcas son bendecidos con la propiedad económica (cf Gen 13,2; 26,1 3s; 30,30; 33,11; etc.), los impí­os son castigados con la pobreza; por eso la pérdida de los bienes es considerada como castigo del pecado (cf Jb 22,6s).
2553
3. Pobreza y vicio.
Los sabios de Israel presentan con frecuencia la pobreza también como consecuencia de la pereza y el desarreglo en los placeres: los vicios de la gula y del sexo reducen a menudo al hombre a la miseria Pr 6,6-11; Pr 10-4; Pr 12,11; Pr 14,23; Pr 20,13; Pr21,17 23,20s; Pr 24,30-34; Pr 28,19 Si 18,33s). Por eso amonesta Tobí­as a su hijo: †œEn la ociosidad y la penuria está el hambre, pues la ociosidad es la madre del hambre† (Tob4,13).
2554
III. POBREZA? INJUSTICIA.
Pero no siempre el estado de indigencia en Israel es fruto de la maldición divina; con frecuencia la pobreza de muchas personas es consecuencia de la injusticia y de la avidez de los poderosos, los cuales extorsionan, despojan y reducen a la miseria a sus hermanos.
2555
1. Las situaciones injustas de pobreza.
Después de la entrada en Palestina, aunque la división con la asignación de las tierras por Moisés y Josué se hizo inspirándose en criterios de equidad basándose en la población de cada una de las tribus (cfNúm 32,lss; Jos 13-21), lentamente se produjo una fuerte disparidad de bienes y riquezas, haciéndose algunos israelitas cada vez más ricos y poderosos, mientras que otros, a causa de deudas y de otros factores económicos, se empobrecieron cada vez más, e incluso hubieron de vender sus terrenos y en algunos casos fueron reducidos desgraciadamente a la esclavitud.
Para evitar que se agudizaran semejantes situaciones injustas e inicuas, el legislador de la tórah en el código de la alianza creó la institución del jubileo y del año sabático (Ex 21,ls; 23,lOs; Lv 25; Dt 15,1-11), después de condenarla explotación de los pobres y las injusticias sociales (cfEx 21,16; 22,20s.25s; Lev 19,13s). En particular, la ley de Moisés exige la justicia en favor de los humildes y de los indefensos: †œNo violarás el derecho del pobre en sus causas… No explotarás al emigrante, porque vosotros conocisteis la vida del emigrante, pues lo fuisteis en Egipto† (Ex 23,6; Ex 23,9). [1 Ley! Derecho VII].
2556
2. La condena de los profetas.
Las situaciones de injusticia social, por las cuales también en Israel los bienes y las riquezas se encontraban en manos de unos pocos individuos, mientras que la gran masa del pueblo viví­a en la miseria y en apuros, suscitó la indignación y las iras de los hombres carismáticos animados por el Espí­ritu del Señor. Las desigualdades sociales, demasiado marcadas y escandalosas, rompen la solidaridad sagrada del pueblo de Dios y violan la justicia.
2557
a) Natán y Elias el tesbita.
El rey David cometió una gran injusticia contra Urí­as, subdito suyo y soldado fiel. No sólo incurrió en adulterio con la mujer de Urí­as, sino que se las arregló para que éste pereciese en la batalla (2S 1 1,2ss). La fábula del rico y del pobre, narrada al rey por el profeta Natán, es muy elocuente al respecto. El profeta, con gran valor, denunció en nombre de Dios la prepotencia del rey en perjuicio del pobre
2S 12,1-12).
! Elias el tesbita mostró no menor fortaleza al enfrentarse con otro rey prepotente, que habí­a hecho asesinar a un subdito para adueñarsede su viña (IR 21,1 ss). El intrépido profeta se enfrentó a Ajab justamente cuando éste iba a tomar posesión de la viña de Nabot, denunciando abiertamente su delito en perjuicio de un pobre, y anunciándole los tremendos castigos divinos por la usurpación perpetrada (1 R l,l9ss).
2558
b) El profeta Amos.
El primer gran profeta escritor que amenazó con tremendos castigos divinos a los injustos ricos propietarios de Israel fue / Amos. Con lenguaje rudo, fustigó los vicios de cuantos oprimí­an a los pobres. Hablando en nombre del Señor, acusó a los poderosos de haber vendido al pobre por un puñado de dinero, cambiándolo por un par de sandalias; más aún, de haber pisoteado como polvo de la tierra la cabeza de los infelices (Am 2,6s; 8,6) después de haberlos despojado de sus vestidos (Am 2,8). Los notables de Samarí­a acumularon en sus palacios violencia y rapiña (Am 3,10), y con semejantes latrocinios y extorsiones pudieron edificarse casas para el invierno y casas para el verano, grandes palacios con piedras labradas y adornados con lujosos objetos de marfil (Am 3,15; Am 5,1 Is). Sus mujeres, llamadas despectivamente †œvacas de Basan†, no les van a la zaga a sus maridos en oprimir a los débiles (Am 4,1). Estos voluptuosos que viven en el lujo más desenfrenado y en francachelas (Am 6,4ss), pisoteando la justicia más elemental (Am 6,12), oprimen a los pobres y los humildes (Am 8,4), cometen engaños y fraudes (Am 8,5s). A causa de tales delitos, Amos amenaza con la venganza divina en el dí­a del Señor (Am 2,l3ss; 3,14s; 8,9s). Y vendrán la guerra y la deportación (Am 4,2s; 6,7).
2559
c) La predicación de los otros profetas.
No menos lacerantes son las invectivas contra los ricos y poderosos lanzadas por otros hombres de Dios en defensa de los pobres y de la justicia.
/ Oseas, el profeta de la ternura y del amor, no puede menos de señalar con el dedo acusador a los israelitas que defraudan y engañan, evidentemente en perjuicio de los pobres (Os 12,8).
/ Isaí­as comienza sus oráculos condenando la hipocresí­a de los notables de Judá, semejantes a los jefes de Sodoma y Gomorra, los cuales se muestran observantes y precisos en los actos externos del culto, pero no tienen el menor escrúpulo en derramar sangre y en oprimir a los humildes (Is 1,10-16), pisoteando el rostro de los pobres y quitándoles sus pocos bienes imprescindibles (Is 3,1 Is). También este profeta amenaza con el castigo del Señor a los opresores que viven en el lujo más desenfrenado (Is 3,l6ss; 5,8- 24, 9,9-10,4; 32,9-14), privando del espacio vital a los pobres, defraudando y despojando a los infelices. De igual modo ¡Jeremí­as no calla tampoco el pecado de los judí­os hipócritas, que van al templo de Jerusalén a celebrar el culto y al mismo tiempo viven en la injusticia, oprimiendo a los pobres y derramando su sangre (Jr 7,1-11; Jr22,3; Jr22, ; más aún, les anuncia ya la inminente venganza del Señor, la destrucción la ciudad santa, la deportación sus habitantes (Jer 7,l2ss; 22,5ss) y el fin ignominioso su rey, que será sepultado como un asno (Jer 22,13. 17-19).
El que comete tales abominaciones, oprimiendo al pobre y al indigente y perpetra rapiñas e injusticias contra el prójimo, ciertamente no vivirá, sino que será castigado con la muerte (Ez 18,12s). Elifaz el temanita estima que la terrible prueba abatida sobre Jb, ya próximo a su fin, debe considerarse como una severa lección de Dios contra su amigo, porque éste habrí­a vejado a los hermanos, despojándolos y robándolos, e incluso mostrándose sin piedad con los pobres y los infelices (Jb 22,6-10). Pues el Señor venga a los oprimidos: †œYo vendré a juzgaros; seré testigo del acusador… contra los que explotan al jornalero, a la viuda y al huérfano y violan el derecho del extranjero sin ningún temor de mí­† (Ml 3,5).
2560
d) El deuteronomista. En el último libro del Pentateuco encontramos algunas leyes contra los opresores de los pobres: el que secuestra a una persona debe ser muerto (Dt 24,7); el que ha tomado como prenda el manto de un pobre debe restituirlo al ponerse el sol, a fin de que también el infeliz pueda dormir con lo único que tiene para arroparse (Dt 24,12s). El deuteronomista ordena además, en nombre del Señor, no defraudar el salario de un pobre e indigente, sino dárselo antes de ponerse el sol (Dt 24,14s). Asimismo, el israelita justo no herirá el derecho de los indefensos (el extranjero y el huérfano), ni tomará en prenda los vestidos de la viuda (Dt 24,17s); el que se comporte de ese modo injusto, hiriendo el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda, será maldecido por todo el pueblo (Dt 27,19).
El justo Tobí­as (4,14s) se inspira en esta legislación cuando exhorta a su hijo a comportarse con el prójimo con justicia, respeto y amor. También el Ps 82,2-4 contiene la orden de Dios a los jueces de Israel de tomar la defensa de los pobres sin favorecer a los poderosos.
2561
e) La enseñanza de Jesús.
Los iay!de los profetas contra los ricos que oprimen a los pobres del tercer evangelista son puestos en boca de Jesús (Lc 6,24). El profeta de Nazaret amenaza severamente a los ricos y enseña que muy difí­cilmente podrán participar de la gloria del reino de los cielos; es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el/reino de Dios (Mc 10,23ss y par).
2562
f) La acusación de Santiago.
Pero el autor del NT que usa un lenguaje profético particularmente duro contra las injusticias perpetradas por los ricos en perjuicio de los pobres es el †œhermano del Señor: †œVosotros, los ricos, llorad con fuertes gemidos por las desventuras que van a sobreveniros…†, etc. (St 5,1-5).
2563
3. La ayuda al pobre.
La Biblia no sólo condena las injusticias perpetradas contra los humildes y los indigentes, presentando a Dios como vengador de estas personas indefensas y sin protección humana, sino que inculca también el deber de socorrer a los pobres para aliviar su miseria y hacer menos duro su estado de indigencia:
2564
a) La legislación sinaí­tica.
Moisés, al transmitir las órdenes del Señor al pueblo, no olvida a las personas más pobres e indefensas:
legisla sobre ellas para protegerlas, ante todo prohibiendo el interés en los préstamos al indigente y exigiendo la restitución de la prenda antes de ponerse el sol (Ex 22,24ss; Dt 23,20s). Igualmente ordena que los hacendados, durante la siega y la vendimia, dejen las espigas al borde de los campos y los racimos de la vid para los pobres y los forasteros que viven en la miseria (Lev 19,9s).
Los israelitas deberán amar a los extranjeros como a sí­ mismos (Lev 19,33s;Dt 10,19) y sentirse solidarios con los hermanos caí­dos en la miseria, ayudándoles concretamente (Lev 29,35ss); y cada tres años ofrecerán los diezmos de las cosechas a los necesitados: el levita, el forastero, el huérfano y la viuda (Dt 26,12s).
2565
b) La predicación de los profetas.
La parénesis de los enviados de Dios para educar la fe de los israelitas no podí­a omitir la ayuda a los pobres. Isaí­as exhorta a los jefes del pueblo a hacer el bien, a buscar la justicia, socorriendo al oprimido, haciendo justicia al huérfano y defendiendo la causa de la viuda (Is 1,17). Análoga es la parénesis de Jeremí­as al rey de Judá, a sus ministros y a todo el pueblo: †œEsto dice el Señor: Practicad el derecho y la justicia y librad al oprimido de las manos del explotador; no maltratéis al extranjero, al huérfano y a la viuda; no les hagáis violencia, ni derraméis sangre inocente en este lugar† (Jr22,3).
El Trito-lsaí­as, por su parte, enseña que el ayuno aceptable al Señor consiste en dejar libres a los oprimidos, en compartir el pan con el hambriento, en introducir en casa a los mí­seros sin techo, en vestir al desnudo, socorriendo al propio hermano pobre (Is 58,6ss).
2566
c) Los modelos del amor a los pobres.
El AT nos ofrece ejemplos sublimes de caridad con los indigentes: el piadoso rey Josí­as es descrito, en antí­tesis con el comportamiento del hijo impí­o Joaquí­n, como el monarca ideal, que defendí­a la causa del pobre y del desgraciado (Jr22,16). Análogamente, Jb, al presentar su apologí­a, se describe como un hombre misericordioso y benévolo con los pobres (Jb 31,16-22); lloraba con el oprimido y tení­a compasión del pobre (Jb 30,25), examinaba la causa del desconocido, trituraba las muelas del malvado y de entre sus dientes arrancaba la presa (Jb 29,16s).
Tobí­as constituye otro ejemplo excepcional modelo de justicia y de caridad con los miserables: ofrecí­a la décima parte del tercer año a los huérfanos, a las viudas y a extranjeros (Tb 1,8), daba limosna a los israelitas indigentes, pan a los hambrientos y vestido a los desnudos; si veí­a a alguno de sus connacionales muerto y arrojado fuera de los muros de Ní­nive, lo enterraba (Tob 1,16s). La grave desgracia de la ceguera le ocurrió a Tobí­as durante el ejercicio de la caridad y ella fue el comienzo de todas las pruebas y desventuras: este santo personaje deseaba que algún pobre participara de su opulenta mesa festiva, por lo cual envió a Tobí­as a buscar a alguno; pero, informado de que un hebreo estrangulado yací­a en la plaza y que nadie se atreví­a a darle sepultura, Tobí­as se levantó de la mesa, dejando intacta la comida, para realizar la obra de misericordia de enterrar a los muertos (Tob 2,lss). Justamente por haber ofrecido ejemplos tan heroicos de caridad con los necesitados y los pobres, podí­a luego Tobí­as amonestar con eficacia a su hijo (cf Tob 4,7ss).
2567
d) La exhortación de los sabios de Israel.
La abundante y varia parénesis que puede encontrarse en los libros sapienciales no ha descuidado el tema que estamos ilustrando: los sabios del pueblo hebreo exhortaban férvidamente a socorrer al pobre. Aunque el indigente es odiado incluso por el amigo, se proclama dichoso al que tiene compasión de los humildes y los socorre (Pr 14,20s); éste, en el dí­a de la desventura, será librado por el Señor (Sal 41,2). El que tiene compasión del miserable será honrado por el Creador, mientras que el que oprime al pobre o se burla de él ofende a Dios (Pr 14,31; Pr 17,5). El que da con generosidad su pan al indigente será honrado y bendecido no sólo por los hombres, sino también por Dios (Pr 22,9). Igualmente, el rey que juzga con equidad a los pobres consolida su trono (Pr 29,14).
El que practica la caridad con el indigente hace un préstamo al Señor, el cual le pagará la buena acción Pr 19,17 cf Pr 11,25) también con la abundancia de bienes. †œEl que da a los pobres no sufrirá la miseria, el que cierre sus ojos será maldito† (Pr 28,27). La persona benéfica prosperará, y el que largamente da largamente recibirá (Pr 11,25). En cambio, el que cierra los oí­dos al grito del pobre, en la desgracia llamará, pero no obtendrá respuesta (Pr 21, 13); igualmente, el que cierra los ojos al pobre tendrá grandes maldiciones (Pr 28,27), lo mismo que el opresor de los desgraciados atraerá sobre sí­ los castigos divinos Pr 28,3).
El justo se distingue claramente por el amor a los pobres; por eso cuida de la causa de los miserables Pr 29,7; Sal 112,9). De rrodo análogo, la mujer sabia y perfecta se distingue también por su generosidad y por el amor a los indigentes: †œTiende su brazo al desgraciado y alarga la mano al indigente† (Pr 31,20).
2568
e) La parénesis del NT.
En los evangelios y en los demás escritos neotestamentarios encontramos no sólo calurosas exhortaciones a socorrer a los pobres y a los necesitados, sino que se nos presentan modelos extraordinarios de caridad para con los humildes y los infelices. La justicia evangélica exige el ejercicio de la limosna, aunque practicada con un estilo nuevo (Mt 6,2ss). Es más; el juicio final se realizará en base a las obras de misericordia a favor de los pobres: los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos, etc. (Mt 25,34ss). Jesús exige de sus seguidores que querí­an ser perfectos la venta de los bienes para distribuir a los pobres lo recabado a fin de aliviar su indigencia (Mc 10,21 y par), mientras que condena a los ricos que cierran el corazón a los pobres y a los miserables: la parábola del rico epulón ilustra con rara eficacia esta enseñanza y es altamente estimulante para abrir a la sensibilidad activa en favor de los infelices (Lc 16,l9ss).
En los escritos lucanos, además, se nos ofrecen modelos no comunes de amor concreto a los desgraciados y a los pobres. La parábola del buen sa-maritano muestra cómo hay que comportarse con el prójimo indefenso, oprimido y herido casi de muerte (Lc 10,3Oss). Zaqueo es presentado como un verdadero convertido a las exigencias del evangelio, pues declara no sólo que quiere reparar las injusticias cometidas restituyendo el cuádruple, sino que se compromete a distribuir la mitad de sus bienes a los pobres (Lc 19,8). Para Lucas en particular, la ética evangélica exige la limosna y la ayuda activa a los indigentes: el que quiera convertirse en serio deberá hacer partí­cipes a los pobres de sus bienes (alimento y vestido; Lc 3,11). Para obtener la pureza de corazón hay que distribuir las riquezas propias a los necesitados (Lc 11,41), construyéndose así­ un tesoro inagotable en los cielos (Lc 12,33s) y haciéndose amigos en el reino esca-tológico (Lc 16,9). Por lo demás, Jesús mismo, aunque era pobre, con las ofertas recibidas de sus bienhechores ayudaba a los indigentes (Jn 13,29; Mc 14,5 y par).
En los Hechos de los Apóstoles, Lucas presenta otros modelos de solidaridad y de servicio en favor de los pobres. Los †œsiete† fueron elegidos para este fin (Hch 6,1 ss). Tabita es una discí­pula muy amada en vida y llorada en la muerte, porque abundaba en obras buenas y hací­a muchas limosnas, además de confeccionar túnicas y mantos para las viudas (Hch 9,36; Hch 9,39). También el centurión Cor-nelio ejercitaba la beneficencia; por eso el ángel de Dios le reveló que sus limosnas, con sus oraciones, habí­an subido a la presencia del Omnipotente (Ac 10,lss). Pablo declara a los amigos de Efeso que les ha enseñado cómo es preciso cuidar de los débiles, acordándose de las palabras del Señor Jesús, que dijo:
†œHay más felicidad en dar que en recibir† (Hch 20,35).
Pablo habí­a tomado muy a pecho socorrer a los pobres: Ac 1 l,29s nos informa de la colecta hecha en Antioquí­a y llevada a los hermanos necesitados de Jerusalén; en 2Co 8-9 y en Rom 15,25ss, el apóstol habla de semejante colecta de bienes para ofrecerlos a los cristianos de la Iglesia madre. Las cartas paulinas nos informan además de que la asistencia o servicio a los pobres constituí­a uno de los ministerios de las comunidades cristianas (cf Rom 12,7s; ico 13,3ss).
Santiago enseña que la religión pura delante de Dios consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones (St 1,27), mientras que Pablo exhorta a los creyentes a ser solí­citos en las necesidades de los hermanos y diligentes en la hospitalidad (Rm 12,13).
2569
IV. TEOLOGIA DE LA POBREZA.
Las últimas reflexiones sobre el deber de ayudar a los indigentes muestran hasta qué punto la Sagrada Escritura considera importante la solidaridad en favor de los pobres. Sin embargo, aunque ese socorro humano llegara a faltar, la Biblia enseña que los miserables y los humildes tienen un poderoso defensor en Dios. Pues el Señor escucha el grito de los oprimidos, protege y socorre a los pobres y venga a los miserables y a los indefensos. Por eso el que conculca a estas personas ofende a Dios. Por lo demás, los pobres, conscientes de esa protección divina, a menudo se dirigen al Señor y esperan de él socorro y justicia, confiando en su ayuda. En el Salterio encontramos numerosas súplicas, con frecuencia conmovedoras, de los miserables, que son oprimidos y humillados por la arrogancia de los prepotentes y de los impí­os.
2570
1. DIOS DEFIENDE A LOS POBRES.
Los humildes y los indigentes se encuentran en una relación especial con el Señor, protector de los pobres y de los indefensos, además de ser justo retribuidor del que ama a los oprimidos ya los miserables.
En el código de la alianza sinaí­tica [/Ley/Derecho II] encontramos la prohibición de maltratar a las personas indefensas, porque si claman al Señor, éste las escuchará; se encenderá su ira y matará con la espada a los opresores, haciendo viudas a sus mujeres y huérfanos a sus hijos (Ex 22,2lss). Igualmente se manda aquí­ devolver al pobre el manto recibido en prenda, antes de ponerse el sol, porque, no teniendo con qué cubrirse para dormir, invocará la ayuda del Señor y su clamor será escuchado en el cielo (Ex 22,25s). De modo análogo, la ley mosaica ordena no defraudar al asalariado pobre y necesitado, porque éste podrí­a clamar al Señor contra el rico (Dt 21,14s). Porque Dios es testigo en contra de los defraudadores y los opresores de los pobres (MI 3,5)y los venga (St 5,4).
El Dios de Israel hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero, le da pan y vestidos (Dt 10,17s) y protege a todas las personas indefensas. Por eso el que oprime al pobre ofende a Dios, mientras que el que tiene compasión del miserable honra al Creador (Pr 14,31). Asimismo el que se burla del pobre ofende al Señor, que lo ha creado (Pr 17,5); por el contrario, el que practica la caridad con el pobre hace un préstamo al Señor (Pr 19,17). Por tanto, el que oprime a los miserables se atrae los castigos divinos Pr 28,3), mientras que el que da generosamente al pobre será bendecido con la abundancia y con el éxito Pr 11,25; Pr 22,9; Pr 28,27). Dada esa protección por parte de Dios de los humildes, el sabio amonesta:
†œNo robes al pobre porque es pobre, ni oprimas al débil en el tribunal; porque el Señor defiende su causa y quitará la vida a los que los despojan† (Pr 22,22s).
2571
2. La espiritualidad de los pobres.
Conscientes de la especial protección que el Señor reserva a los miserables, en Israel se formó una auténtica espiritualidad propia de los pobres; los salmos son la prueba y la documentación más elocuente de ello. Muchas de esas oraciones inspiradas y a menudo conmovedoras contienen las súplicas angustiosas de estas personas humildes que viven en la opresión y en medio de restricciones económicas, pero que confí­an totalmente en Dios y en él sólo. En efecto, los salmistas se manifiestan con frecuencia como pobres y piadosos que invocan con profunda confianza al Señor para ser librados de su situación de miseria, de vejación y de angustia. También en los oráculos proféticos no raras veces encontramos ecos de semejante espiritualidad de los pobres, que se consideran los protegidos especiales de Dios.
2572
a) Los pobres del Señor en el Salterio.
Los humildes y los oprimidos encuentran un abrigo y un refugio seguro en aquel Dios que escucha el grito de los afligidos (Sal 9,10; Sal 9,13; Sal 9, Sal 14,6) y cuida de los pobres y los infelices (Sal 40,18), por ser el padre de los huérfanos y el defensor de las viudas (Sal 68 S6), de todas las personas humildes e indefensas (Sal 146,7-9). Los pobres se abandonan a Dios para encontraren él sostén (Sal 9,35), sustento (Sal 22,27; Sal 132,15), libertad (Sal 35,10) y protección contra los engaños de los impí­os Sal 35,20; Sal 116,6). El Señor se alza para juzgar, es decir, para salvar a todos los pobres y miserables que se dirigen a él (Sal 76,10). Pues Dios escucha la oración de los rechazados y no desprecia su súplica Sal 102,18); levanta al pobre de la miseria (Sal 107,41) y se pone a su derecha para salvar de los jueces su vida (Sal 109,31). El Señor †œlevanta del polvo al indigente y saca al pobre del estiércol, para sentarlo con los prí­ncipes…; instala a la estéril en su casa, madre gozosa de toda la familia† (Sal 113,7-9). Por eso los pobres, sobre todo en el peligro y en la angustia, se dirigen con fe a su divino protector, implorando su socorro: †œMira mi miseria, obra de mis enemigos† (Sal 10,14); †œYo soy un pobre y desgraciado, Señor, socórreme; tú eres mi ayuda y mi liberador, Señor, no tardes† (Sal 70,6 cf Ps 74,21s; Sal 109,22; Sal 109,26).
2573
Los miserables están seguros de no ser olvidados por Dios; más aún, están firmemente convencidos de ser guiados por Dios y amaestrados por el Señor (Sal 25,9); por eso su esperanza no se verá decepcionada (Sal 9,19). Los salmistas ponen en boca de Dios expresiones como ésta: †œPor la opresión del débil y el gemido del pobre ahora me levanto yo, dice el Señor; yo daré mi auxilio al que lo ansia† Sal 12,6). Pues el grito de los pobres es escuchado por el Señor (Sal 34,7; Sal 34,18). Ac aquí­ una clara profesión de fe en Dios, protector de los pobres: †œYo sé que el Señor hará justicia a los humildes y defenderá el derecho de los pobres† (Sal 140,13). Por eso los humildes son invitados a alegrarse en el Señor (Sal 34,3), porque ellos heredarán la tierra y gozarán de una paz profunda (Sal 37,11). Pues Dios escucha su oración (Ps 69,33s).
Los pobres, en efecto, son los piadosos, los inocentes y los bondadosos, contrapuestos a los impí­os y a los malvados, a los poderosos, los ricos y los orgullosos, que oprimen a los pobres y desprecian al Señor (Ps 10,2ss; 34,lOs.16s.2Oss). En cambio, los impí­os desaparecerán de la faz de la tierra, mientras que los humildes reinarán para siempre (Ps 37,lOss. 2Oss.28s). Los impí­os, violentos y malvados traman para oprimir al pobre; pero éste invoca al Señor y es salvado (Ps 140,2ss), porque Dios sostiene a los humildes y humilla hasta la tierra a los impí­os (Sal 147,6); más aún, corona a los pobres con la victoria (Sal 149,4).
2574
b) La búsqueda de la pobreza.
No sólo el Señor no desprecia un corazón abatido y humillado (Sal 51,19), sino que él, el Altí­simo y excelso, que mora en el lugar santo del cielo, vive también con los pobres, oprimidos y humillados, para reavivar su espí­ritu y reanimar su corazón (Is 57,15). Por tanto, el omnipotente y el soberano del cielo y de la tierra se encuentra en una relación especia-lí­sima con los humildes y los miserables. Por esa relación privilegiada de los pobres con el Señor es no sólo comprensible, sino lógica, la exhortación del profeta a dedicarse a buscar la pobreza para evitar los efectos tremendos del juicio punitivo: †œBuscad al Señor vosotros todos, humildes de la tierra, que habéis puesto en práctica sus preceptos; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá podáis quedar seguros el dí­a de la ira del Señor† (So 2,3).
2575
c) ¿Forman los pobres de Yhwh un partido o un grupo religioso?

En los últimos decenios algunos estudiosos han sostenido que †œlos pobres del Señor† constituí­an un verdadero partido religioso. Este grupo de devotos, formado después de la vuelta de los hebreos del destierro, habrí­a compuesto la mayor parte de los salmos. Esta asociación religiosa habrí­a sido perseguida por los judí­os polí­tica y económicamente poderosos, pero infieles a la ley mosaica y contagiados por el paganismo.
Sin embargo, otros autores contemporáneos prefieren considerar a los† pobres del Señor† como un movimiento religioso de judí­os piadosos, y no como un verdadero y auténtico partido o fracción organizada. Diversos estudios realizados en los años 1925-1 955 sobre estas personas humildes, bondadosas y mí­seras, consideraban a tales devotos no como un grupo socialmente organizado, sino como individuos particulares, los cuales, aunque pobres e infelices, se mantení­an fieles a la alianza con Yhwh, y por ello se oponí­an a los impí­os, ricos y poderosos, pero traidores al pacto sinaí­tico.
Los monjes de Qumrán eran †œlos pobres†, que poní­an en común sus bienes y formaban una auténtica comunidad religiosa. Se los podrí­a considerar los herederos o los descendientes espirituales de los autores de tantos salmos compuestos por los †œpobres del Señor†. Esa espiritualidad de la pobreza monástica de Qumrán se trasluce con evidencia en sus documentos recientemente descubiertos; a este respecto es muy significativo elpeser, es decir, comentario al Ps 37, encontrado entre los manuscritos de esta comunidad [El Judaismo II, 7 d].
2576
d) El mesí­as pobre, enviado a los pobres.
La espiritualidad de los pobres del Señor encuentra su expresión suprema en la figura del personaje mesiánico, que en algunos oráculos ve-terotestamentarios es presentado como un pobre, bondadoso, manso y como el profeta y salvador de los miserables y de los humildes. En el Ps 22 el mesí­as paciente es descrito como el pobre que en la opresión y en la humillación, obra de los poderosos impí­os, invoca a Dios para ser librado en tiempo de angustia mortal (vv. 2ss); en realidad, el Señor no ha despreciado ni desdeñado la aflicción de este fiel suyo mí­sero y pobre (y. 25). En el cuarto canto del siervo del Señor, este personaje mesiánico es presentado como humillado (Is 53,4). Estos textos insinúan, pues, que el Cristo habrí­a de ser un pobre. Esa alusión es explicitada en el canto de Za 9,9s, donde se describe al rey mesiánico como un justo, humilde y manso: †œSalta de júbilo, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén, porque tu rey viene a ti: justo y victorioso, humilde y montado en un asno† (Za 9,9).
No sólo el Cristo es un pobre del Señor, sino que es enviado a los pobres: será el vengador de los humildes (Sal 72,4), †œél liberará al pobre que suplica, al miserable que no tiene apoyo alguno; se cuidará del débil y del pobre; a los pobres les salvará la vida; él los defenderá contra la explotación y la violencia, su sangre tendrá un gran precio ante sus ojos† (Sal 72,12-14). El personaje mesiánico será el mensajero de la buena nueva de la salvación a todos los pobres (1s61,lss).
/ Jesús [III] de Nazaret realiza plenamente esos oráculos, como lo enseña explí­citamente Lucas en la descripción de la escena inaugural del ministerio del Salvador (Lc 4,16-21). Cristo es el pobre perfecto, de corazón manso y humilde, como él mismo declara a sus discí­pulos al invitarles a ir a él (Mt 1 l,28s). Con la entrada real en la ciudad de David realiza el oráculo de Za 9,9s sobre el mesí­as pobre y humilde, según se apresura a puntualizar el primer evangelista al describir esa escena (Mt 21,4s). Es el modelo de la pobreza más absoluta y más radical en todas sus dimensiones. Aunque Hijo de Dios, creador, omnipotente y rey de reyes, eligió nacer no en un palacio o en una familia acomodada, sino de pobres po-brí­simos, y además en un establo en el campo, cerca de Belén (Lc 2,4-7). Durante su ministerio vivió en la pobreza más completa: †œLas raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza† (Mt 8,20 par). Esta expresión de tono pintoresco y paradójico contiene el timbre del lenguaje del Cristo histórico, y por eso resulta muy preciosa para manifestarnos su auténtico pensamiento sobre la pobreza. Con la crucifixión Jesús fue despojado también de sus vestiduras, muriendo en la pobreza más total (Mc 15,24ss y par).
El profeta de Nazaret no sólo practicó concreta y radicalmente la pobreza, desprendido de todos los bienes terrenos, sino que vivió en la actitud religiosa del pobre de Yhwh, abandonándose completamente al amor del Padre, confí­ándole toda su persona, hasta el gesto extremo del grito en la cruz en el instante de su muerte: †œPadre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu† (Lc 23,46). En las horas de la crucifixión, Cristo se presenta realmente como el pobre abandonado totalmente en las manos de Dios, como lo describió por anticipado el Ps 22 (Mc 15,34 y par).
El himno cristológico de la carta a los / Filipenses [III, 1] sintetiza poéticamente todo el misterio de la salvación realizada por el Hijo de Dios como un camino de pobreza desde el despojo de la naturaleza divina para asumir la condición de esclavo, haciéndose hombre y aniquilándose hasta la humillación suprema de la crucifixión (Ph 2,3ss). Por tanto, en esta perspectiva la encarnación y la redención forman el estado de pobreza radical, que podrí­amos llamar †œmetafí­sica o †œsustancial†™, porque toca a la esencia o naturaleza del Hijo de Dios.† Humillación o pobreza más profunda no es imaginable.
2577
e) Marí­a Virgen, la pobre del Señor.
El mesí­as, pobre y profeta de los mí­seros y de los humildes, quiso tomar carne humana de una madre pobre; mejor, de la pobre del Señor por excelencia. El tercer evangelista nos presenta a / Marí­a Virgen en esa perspectiva al considerar el estado de esta mujer como una condición de pobreza †œmetafí­sica†, análoga a la de la encarnación y de la crucifixión de Cristo; pues no por casualidad en los primeros versí­culos del Magní­ficat canta la madre del mesí­as la misericordia salví­fica de Dios por haber dirigido su mirada benévola a la pobreza (tapeí­nosis) de su sierva (Lc l,47s), temática que halla eco en el himno cristológico que acabamos de recordar, donde encontramos los mismos conceptos referidos al Hijo de Dios, que se hace siervo, humillándose (etapeí­nosen) o escogiendo el camino de la pobreza †œmetafí­sica† (Ph 2,7s). Sin embargo, la perspectiva propia del Magní­ficat no es la de la cruz, como en el himno cirstológico de Ph 2,5ss, sino la del estado de virginidad. La condición de pobreza o humillación suprema de Marí­a la constituye su estado virginal, que Dios sin embargo transformó y exaltó con la maternidad divina.
Según el metro humano y la sensibilidad del pueblo judí­o, la exaltación y la riqueza de la mujer se derivan de su maternidad, y por tanto la esterilidad y la virginidad se consideran objeto de desprecio y motivo de llanto; piénsese en el drama de la hija de Jefté, que debe morir virgen (Jg ll,37ss), o de la esterilidad de Ana (1S l,4ss). Pero la Virgen de Nazaret eligió este estado de pobreza radical porque no quiso †œconocer varón† (Lc 1,34). Mas, así­ como el Señor transformó la situación humillante de Ana, haciéndola fecunda y dándole un hijo excepcional (1S 1,l9ss; 2,lss), así­ en el caso de Marí­a realizó el Señor un portento análogo, obrando el prodigio de la fecundidad virginal (Lc l,34ss.46ss). Las analogí­as entre la situación de Ana y la de Marí­a, además de las estrechas correspondencias literarias entre sus dos cánticos, hacen indiscutible la concretización de la pobreza y la situación humilde y despreciable de la madre del mesí­as en el estado de virginidad, elegido ciertamente por las exigencias del reino, bajo la acción del Espí­ritu Santo. Aunque de modo inconsciente, es decir, sin darse cuenta plenamente del significado de su gesto con vistas a la inauguración inminente del tiempo mesiánico, Marí­a de Nazaret abrazó el estado de pobreza radical constituido por la virginidad para estar en sintoní­a con la novedad que iba a nacer con la llegada de Cristo.
2578
V. POBREZA POR EL REINO.
Entre las exigencias del reino inaugurado por el mesí­as, la pobreza radical forma uno de los elementos más significativos. El profeta de Nazaret no sólo mostró con su ejemplo, fuertemente estimulante, que la pobreza concreta es una condición indispensable del reino mesiánico, sino que exigió de sus seguidores el abandono de todos sus bienes y proclamó dichosos a los pobres, porque de ellos es el reino de Dios. El reino pertenece a los pobres; es de los humildes y de los miserables.
2579
1. Dichosos los pobres!
Jesús, al comienzo de su primer gran discurso, tal como se nos refiere en el primero y en el tercer evangelio, no hace otra cosa que proclamar dichosos a cuantos son miembros del reino mesiánico. Estas personas se reducen, en sustancia, a los pobres, porque Lucas ignora las bienaventuranzas sobre la misericordia y la bondad, referidas por Mateo después de las de la pobreza evangélica (Mt 5,3-9 [1 Bienaventuranza! Bienaventuranzas].
Mas, en concreto, ¿a quién alude Jesús cuando declara dichosos a los pobres? ¿Se trata de los miserables y de los indigentes, o sea de las personas que no tienen ni casa, ni pan, ni vestidos, ni medicinas, o bien de los que no ponen su confianza en las riquezas, aunque posean bienes de fortuna? Sobre este problema especí­fico difieren profundamente las dos redacciones evangélicas de las bienaventuranzas, pues, según Lucas, Jesús proclama dichosos a los pobres en sentido social, mientras que tomando como base la versión de Mateo se declara dichosos a los pobres †œde espí­ritu†, o sea a los humildes, que no confí­an en las riquezas, sino sólo en Dios padre.

2580
a) La pobreza en sentido social.
Probablemente el tercer evangelista refiere con mayor fidelidad las expresiones sobre las bienaventuranzas salidas de la boca del Cristo histórico (Lc 6,2Oss). De acuerdo con esa versión, el profeta de Nazaret declara dichosos a los miserables, es decir a cuantos tienen hambre y lloran en la pobreza más absoluta; se les contrapone a los ricos, a los que gozan, a los epulones, declarados malditos, y por ello dignos de los terribles †œjay!† (Lc 6,24s). Se trata, pues, evidentemente, de los pobres en sentido social, semejantes a Lázaro, los cuales son presentados en antí­tesis con el rico epulón (Lc 16,l9ss). Estas personas son evangelizadas por Cristo; más aún, se presentan como el objeto principal de la acción mesiánica (Lc 4,18; Lc 7,22); son llamadas al banquete escatológico y ocupan el puesto de los invitados oficiales (Lc 14,2lss). Por esa razón son proclamados dichosos los pobres (Lc 6,2Oss).
2581
b) La pobreza †œde espí­ritu†.
En la redacción del primer evangelio Jesús proclama dichosos a los pobres de espí­ritu, o sea a los mansos, los afligidos y cuantos tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,3-6). Evidentemente, con esta expresión el profeta de Nazaret especifica la categorí­a de los pobres considerados dichosos: no deben ser considerados dichosos todos los pobres, sino sólo los que lo son †œen espí­ritu†. ¿Qué significa con precisión esta locución semí­tica, que se encuentra también en los documentos de Qumrán? ¿Se trata de los pobres en el sentido social o de otra especie de pobres?
La expresión †œen espí­ritu† no aparece en ningún otro sitio en el primer evangelio; pero es semejante a la locución †˜de corazón†™, que se emplea en la sexta bienaventuranza para indicar la pureza interior, la del ánimo (Mt 5,8). La expresión †œde corazón†™ significa †˜en lo í­ntimo†™, †˜en lo secreto del propio corazón†™ Mt 5,28; Mt 9,4; Mt 24,48). También en el pasaje de Mt 11,29 encontramos un dicho de Jesús muy similar al de la primera bienaventuranza, como se ve por el cotejo de los textos:
†œBienaventurados los pobres de ESPíRITU†(Mt 5,3).
†œ(Yo) soy afable y humilde †œde corazón† (Mt 11,29).
Así­ como Jesús se caracteriza en lo más profundo de su ser por la afabilidad y por la humildad, así­ los hijos del reino deben caracterizarse por la pobreza interior, es decir, del ánimo.
La locución †œpobres de espí­ritu†, aunque en el NT aparece sólo en Mt 5,3, se emplea más de una vez en los documentos de Qumrán: en el Manual de la guerra (1QM 14,7)yenlos Himnos (1QM 14,3). Es una traducción de layexpresión hebrea †˜anwej rüah, que indica la actitud espiritual de los siervos del Señor, débiles y humildes, que consiguen la victoria sobre los soberbios, los impí­os y los poderosos, porque su confianza está puesta en Dios (cf 1QM 11,8-11; 14,4-1 2). El Señor no abandona a los necesitados, a los huérfanos, los humildes y los pobres (cf 1QH 5,20-23); los libra de todas las asechanzas de Belial (cf 4QpPs 37,2.8-11).
Elpeser, o comentario al Ps 37, es particularmente precioso para la recta comprensión de la pobreza de espí­ritu, pues se la presenta como sí­ntesis de humildad y confianza, como caracterí­stica del pueblo de los pobres, en antí­tesis con los impí­os, los malhechores y los malvados, que viven en la opulencia. Pues el justo, aunque se encuentra en la pobreza (Sal 37,16), pone su confianza en el Señor (vv. 3.5.17), espera en él (vv. 7.9); es el afable que poseerá la tierra, aunque ahora sea miserable e indigente (vv. 11.14.22). Los pobres del Señor se abandonan a la fidelidad de Dios, mientras que los poderosos y los impí­os no ponen su confianza en Dios, sino que confí­an en sus grandes riquezas (Ps 52,9s). Así­ pues, la pobreza de espí­ritu indica la profunda confianza de los humildes en solo Dios.
2582
2. Necesidad de la pobreza voluntaria. Dada la especialí­sima relación existente entre el / reino de Dios y los pobres, resulta lógica y comprensible la elección del estado de pobreza para vivir una relación de particular intimidad con el Señor y para ser miembros del reino celeste. Si la felicidad verdadera y profunda se reserva a los pobres, no hemos de extrañarnos que Cristo pida a sus seguidores la opción por la pobreza.
2583
a) Jesús exige la pobreza. El profeta de Nazaret dio el ejemplo de la pobreza más heroica; por eso pudo pedir a sus discí­pulos el abandono de todas las riquezas y de todo bien temporal para seguirlo de modo radical. Si en la descripción de la llamada de los primeros discí­pulos no se ve que Jesús pidiera explí­citamente la elección de la pobreza, sin embargo los evangelistas observan que estos pescadores abandonaron la barca, las redes y al padre para seguir al maestro (Mt 4,20; Mt 4,22 par); más aún, Lucas indica que lo dejaron todo (Lc 5,11). Pedro le recordará a Jesús que lo habí­a abandonado todo, como hicieron sus compañeros (Mc 10,28 Y par).
En el dicho del Señor, ya mencionado, de Mt 8,18s (=Lc 9,57s), el profeta de Nazaret exige de su seguidor que comparta su pobreza más absoluta, debido a la cual no puede disponer ni de un lugar donde resguardarse, ni de una almohada o de un lecho. Al rico deseoso de heredar la vida eterna, Jesús le enseña la necesidad de vender todos sus bienes y de distribuir lo recabado a los pobres (Mc 10; Mc 21 par), después de haberle instruido sobre el deber religioso de observar los mandamientos de Dios (Mc 10,l7ss y par). En el loghion de Lc 12,33, Jesús exhorta a vender todos los bienes para ejercer la beneficencia con los pobres. Además, Cristo exige de sus misioneros el ejercicio de la pobreza más completa y radical (Mc 6,8s y par).
Aunque no todos los amigos y discí­pulos de Jesús abandonaron todos sus bienes y vendieron sus posesiones, porque entre ellos se cuentan también personas ricas que proveí­an a su sustento y al de los apóstoles (Lc 8,3 19,3ss; Mc 14,3; Mc 15,43 y par), sin embargo, el profeta de Nazaret exigió a todos el desprendimiento del dinero y la libertad de espí­ritu ante las riquezas.
La primera comunidad cristiana vivió a la letra la exigencia de la elección de la pobreza radical, pues Lucas en los primeros sumarios de los Hechos observa que los recién convertidos vendí­an cuanto poseí­an para llevar lo obtenido a los apóstoles, los cuales lo distribuí­an según las necesidades† (Ac 2,44s; 4,32ss). El levita Bernabé es presentado como un modelo de desprendimiento total de sus bienes, pues vendió el campo de su propiedad y consignó su importe a los apóstoles (Ac 4,36s).
Con la elección de la pobreza por Cristo y su evangelio se realiza un negocio inteligente, porque se adquiere el más fabuloso de los tesoros; se compra la perla más preciosa que pueda existir, sí­mbolo del reino de los cielos (Mt 13,44ss).
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b) La perspectiva del misterio pascual.
Cerramos la panorámica de la teologí­a de la pobreza ilustrando brevemente un aspecto importante de esa temática, que, sin embargo, no resalta a primera vista: la dimensión pascual de este estado elegido por el reino. En efecto, en las cartas paulinas el misterio de Cristo es presentado también como una elección de pobreza radical, o sea de impotencia y de humillación suprema, para permitir que Dios transforme esa condición mí­sera en poder, en riqueza y en gloria; se trata, pues, del misterio pascual en su doble aspecto de aniquilamiento y de glorificación. En 2Co 8,9, Pablo insinúa esa perspectiva pascual de la pobreza, pues presenta el misterio de la obra salví­fica de Cristo como una acción de aniquilamiento para hacer a los hombres ricos en vida divina; toda la obra de la gracia redentora, desde la encarnación a la muerte y resurrección, es vista, pues, a esta luz.
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Estas claras alusiones al misterio pascual como humillación extrema o autoempobrecimiento del Dios de la gloria con un fin y un término de enriquecimiento o de glorificación, encuentran una explicitación indiscutible y manifiesta en el himno cris-tológico de Ph 2,5ss. Como ya se ha aludido, esta perí­copa presenta poéticamente, en una sí­ntesis admirable, toda la acción redentora del Hijo de Dios, desde su encarnación a su pasión, muerte y glorificación, en una perspectiva de humillación suprema, concretizada en el despojamiento de la gloria divina y el empobrecimiento supremo en la esclavitud de la condición humana hasta la muerte de cruz (aspecto negativo del misterio pascual), con el epí­logo sublime de la glorificación, verdaderamente superior a toda imaginación, mediante el don del nombre del Señor (Kyrios) al hombre Jesús.
El creyente que desee ser discí­pulo de Cristo debe seguir a este maestro recorriendo las etapas de su existencia, reviviendo su misterio salví­fico de glorificación a través de la pasión y la muerte. Por algo Jesús recuerda al que quiera seguirle la empresa ardua y heroica que constituye semejante gesto, porque éste deberá compartir la pobreza total, sin pretender poseer ni siquiera un lecho o una almohada (Lc 9,57 y par).
Por lo demás, el seguimiento de Cristo consiste en caminar en pos de Jesús, llevando cada dí­a la cruz propia, concretizada en perder la vida en este mundo y en negarse a sí­ mismo, renunciando al deseo de construirse fortunas en este mundo (Mc 8,4ss y par). Por eso el auténtico discí­pulo para seguir a Cristo †œodiarᆝ no sólo a las personas más queridas (el padre, la madre, la mujer y los hijos), sino también su misma vida (Lc 14,25ss); además renunciará a todos sus bienes para poseerla vida eterna (Mc 10,28ss y par.). El Señor, que rebaja a los ricos y a los soberbios, exalta a los pobres y a los humildes (Lc 1,52). Justamente así­ obró con la Virgen Marí­a (Lc 1,48) y con su Hijo (Ph 2,5ss).
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5. A. Panimolle

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

P. es carencia de medios y posibilidades externos para la vida (alimentos, vestido, vivienda, etc.). Pero, junto a las carencias de este tipo, pertenece también al cuadro fenoménico de la p. el desamparo frente a las exigencias de la vida: ignorancia, debilidad, carencia de libertad, la experiencia de la soledad, de estar entregado a la injusticia, etc. Una tal p. es más o menos relativa; la culminación radical de la p. la experimenta el hombre en el desposeimiento absoluto ante la muerte.

I. En la Biblia
A partir de la revelación la p. recibe su plena significación tanto en el sentido de una necesidad ineludible que abre al hombre para Dios, como en el sentido de una renuncia humilde y amorosa a las propias exigencias.

1. En el Antiguo Testamento
Aun cuando en el Antiguo Testamento frecuentemente aparece la riqueza como bendición y la p. como castigo y retribución de Dios (y en consecuencia allí­ el rico es el piadoso y el pobre es el pecador), sin embargo, en los profetas y en el tiempo posterior al exilio creció la opinión de que los ricos cierran demasiado fácilmente su corazón a la miseria del prójimo y se abandonan a la tentación de la “impiedad” que se justifica a sí­ misma, del poder que no respeta nada y de la explotación, mientras que el experimentar la pobreza puede promover la solidaridad con los compañeros de destino (p ej., en el exilio). Principalmente la experiencia humillante de la p. y de la servidumbre hicieron que aquélla se convirtiera en un concepto religioso equivalente a “humilde”, “piadoso” (Isaí­as, Salmos, Zacarí­as, Proverbios); para Isaí­as los “pobres” son simplemente el Israel oprimido, que sólo encuentra refugio en su Dios (14, 32; 25, 4; 49, 13). A estos “pobres de Yahveh” les es anunciado el reino de Dios, y se les pide la expectación sin reservas de su gloria venidera.

2. En el Nuevo Testamento
Sólo en Cristo adquiere plena claridad la significación religiosa de la pobreza. Su desprendimiento incondicional y su entrega hasta la muerte (Flp 2, 5-11) son revelación de la gloria del Padre. En la solidaridad más extrema con la necesidad del hombre está presente la realidad divina por la muerte y la resurrección. Jesús ha tomado tan en serio la necesidad de los hombres, que llama bienaventurados a los pobres y les promete saciarlos (Mt 5, 1-12); a todos los que en su necesidad se confí­an a él y no se le cierran, seguros de sí­ mismos (Mt 9, 12), les promete la -> salvación (Mt 11, 1-6).

La “comida” que Jesús promete a los hambrientos es el -> reino de Dios. Jesús no viene, por consiguiente, como un revolucionario social; otorga su amor a los pobres porque ellos representan sencillamente la necesidad humana de redención, y porque en la propia necesidad son accesibles a su mensaje. El participa de su p. y exige de los que le siguen la misma p. (Mt 8, 20 par; 19, 12-21 par), para que se entreguen í­ntegramente al reino de Dios. Jesús no conoce la p. por desprecio de los bienes o por motivos puramente ascéticos (cf. Mc 14, 3-9; Lc 8, 2ss; 10, 38). El amor a los necesitados recibe su sentido por Cristo (Mt 25, 31-46), de manera que en este amor se manifiestan la perfección y la gloria del Padre (Mt 5, 16 48).

La familia Dei (Jn 15, 9-17) está fundada en el desamparo aceptado voluntariamente y en la disposición a prestar una ayuda desinteresada. Act 4, 32 (“lo poseí­an todo en común”) no se opone en principio a la posesión por parte de la comunidad primitiva, sino que explica la frase anterior: “La multitud de creyentes formaba un solo corazón y una sola alma.” En el NT sólo la epí­stola de Santiago toma una posición clarameite adversa a la posesión y a la riqueza.

La conducta de Jesús, principalmente la entrega de su vida por los hermanos, revela el aspecto soteriológico de su pobreza. Toda p. es en él signo de que el hombre está perdido y de que necesita redención, y es al mismo tiempo camino posible de salvación.

II. Teologí­a moral
La p. debe ser reconocida por el necesitado mismo como un hecho; el imperativo interno de cada forma de p. exige la confesión de la propia insuficiencia. A la situación humana pertenece inevitablemente el hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos y éxitos de la civilización y de la técnica, la necesidad no puede ser eliminada totalmente, y el de que cada progreso y desarrollo suscitan nuevos problemas y peligros, o nos hacen conscientes de ellos; esto quiere decir que fundamentalmente el hombre no puede producir una seguridad definitiva en la vida. Eso vale no sólo para las privaciones que se dan forzosamente, sino también para la entrega de la vida propia o la renuncia a ciertos valores, que en algunas circunstancias se presenta como una misión, y por ello en cierto sentido debe hacerse voluntariamente. Por ejemplo, cuando el bien del prójimo o de la comunidad lo exigen, o cuando el hombre particular se siente llamado a seguir a Cristo y al servicio del reino de Dios.

1. Pobreza material
La p. en las cosas más necesarias para la vida se encuentra en el mundo europeo occidental sólo aisladamente. El sentido y la comprensión de la pobreza han desaparecido ampliamente en estos paí­ses. En lugar de la p. social surgen aquí­ frecuentemente otras modalidades de la p.: soledad espiritual, pérdida del sentido de la existencia, angustia y aislamiento; todo lo cual debe ser entendido como una especie de aspiración a la redención y al amor y ha de ser aceptado por el cristiano, que en sí­ mismo o en los otros lo experimenta en el espí­ritu de Jesucristo, como posibilidad de un encuentro con Dios y como tarea de andar por caminos nuevos en el amor cristiano al prójimo. Al lado de esas necesidades está la descorazonadora p. de los pueblos asiáticos y africanos. Esto exige la extensión radical del amor cristiano al prójimo, amor que ya no puede quedar limitado al cí­rculo estrecho del “prójimo” formado por los hombres que nos rodean inmediatamente, sino que debe hacerse mundial, dándose también a los lejanos. Pues, aunque la p., cuando es aceptada y realizada voluntariamente, puede ser camino de salvación; sin embargo, cuando la existencia misma se ve amenazada por la necesidad, puede ser también camino hacia el odio, la desesperación y la amargura; lo cual es signo de que no ha encontrado ningún amor.

La p. mundial no puede ser socorrida solamente por obras aisladas de misericordia (limosnas y las obras llamadas “supererogatorias”), sino que exige una planificación hecha con sentido. El cristiano ha de tomar conciencia nuevamente de que la -> propiedad – como, p. ej., en la concepción de la comunidad primitiva – es un bien dado para que se administre con sentido, de que es un bien dirigido a las necesidades de todos; para ser usado según las exigencias de la llamada “justicia social”. Esto puede acarrear una renuncia a la propia riqueza y a la posición de poder que a ella va inherente, y debe también mover a pensar hasta qué punto determinados sistemas económicos (p. ej., el liberalismo económico y el capitalismo ilimitado) han de modificarse hasta alcanzar una ordenación equitativa de la economí­a, a fin de que sea posible atender a las tareas hoy planteadas. En las modernas sociedades de masas se requieren acciones bien organizadas y planificadas. -> totalitarismo, -> revolución, -> movimiento social cristiano y doctrina social cristiana [ -> sociedad]).

2. Pobreza “espiritual”
Para la vida cristiana el concepto de p. “espiritual” tiene una decisiva fuerza configuradora. Significa que el cristiano se esfuerza por vivir humildemente como “hombre esperanzado” en la expectación de la venida de Cristo, libre de los cuidados de este siglo y con la postura de un abandono cristiano. Este concepto presupone una carencia de necesidades y la posesión prudencial de lo que se requiere para vivir. Los religiosos intentan realizar una forma especial de p. espiritual. Es base de esta p. la p. real y voluntaria, si no de toda la comunidad religiosa, por lo menos de sus miembros (-> consejos evangélicos). Esa p. ha encontrado su realización más radical y su forma más bella en Francisco de Así­s. Disposición para el servido y disponibilidad para el reino de Dios y el bien del prójimo, así­ como una actitud de penitencia, paciencia y amor al enemigo son los frutos de la p. espiritual. Precisamente desde ella han de superarse la tentación de justificarse por sí­ mismo y el formalismo farisaico, y en ella ha de probarse si una espiritualidad es auténtica. El desposeimiento total en la muerte recibe valor salví­fico y carácter de testimonio por la p. espiritual.

III. La Iglesia de los pobres
No raramente se habla hoy de la “Iglesia de los pobres”. Esto lleva consigo un doble peligro: primero, se plantean exigencias al estilo de vida de los cristianos que aspira, esencialmente, a fijar la economí­a y la forma de vida de tiempos pretéritos, sin ver los cambios que Dios mismo quiere; y, segundo, con demasiada facilidad uno se siente dispensado del cometido de atenuar la necesidad de los pobres (si no de suprimirla) en la medida en que eso va incluido en el mandato de amor que Jesús dio a sus discí­pulos; cosa que en todo caso debe afirmarse si las crecientes posibilidades de manipulación del mundo se toman en serio como llamada de Dios y como forma obligatoria de concretar el -> amor cristiano. Pero así­ como para el hombre, a pesar del esfuerzo técnico, no hay una seguridad definitiva de vida; igualmente la Iglesia, mediante una comprensión teológica más profunda, deberá seguir (y seguirá) siendo “pobre”, como comunidad de los que, imitando a su Señor desposeí­do, con fe y confianza toman sobre sf aquel “en vano” en el que Cristo les precedió por su muerte.

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Sigismund Verhey

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

ptoqueia (ptwceiva, 4432), miseria (relacionado con ptoceuo, véase POBRE, C). Se utiliza de la pobreza que Cristo experimentó voluntariamente en favor nuestro (2Co 8:9); de la condición de pobreza de los santos en Judea (v. 2); de la condición de la iglesia en Esmirna (Rev 2:9), donde se usa el término en un sentido general. Notas: (1) Para justerema, traducido “pobreza” en Luk 21:4, véanse ESCASEZ, A, Nº 1, FALTA, A, Nº 2, DEFICIENCIA, A. (2) Justeresis, traducido “pobreza” en Mc 12.44; “escasez” en Phi 4:11, se trata bajo ESCASEZ, A, Nº 2.¶ Cf. Nota (1) anterior.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

I. En el Antiguo Testamento

A veces se da la impresión de que Dios hacía prosperar a los justos con posesiones materiales (Sal. 112.1–3). Aun cuando es cierto que se ven con claridad los beneficios de la industriosidad y la economía tanto para los individuos como para la nación, y que Dios promete bendecir a los que guardan sus mandamientos (Dt. 28.1–14), hubo siempre gente pobre en Israel, en todas las etapas de la historia de la nación. Su pobreza puede haber sido ocasionada por desastres naturales que arruinaban cosechas, por invasiones enemigas, por la opresión de vecinos poderosos, o por la usura extorsionadora. Los miembros más ricos de la comunidad tenían la obligación de sostener a sus hermanos más pobres (Dt. 15.1–11). Los más expuestos a sufrir pobreza eran los huérfanos y las viudas, y los extranjeros sin tierras (gērı̂m). Con frecuencia eran víctimas de la opresión (Jer. 7.6; Am. 2.6–7a), pero Yahvéh era su vindicador (Dt. 10.17–19; Sal. 68.5–6). La ley mandaba que se hiciera provisión para ellos (Dt. 24.19–22), y con ellos se contaba también a los levitas (Dt. 14.28–29), porque no poseían tierras. Los hombres podían venderse a sí mismos como esclavos, pero en el caso de ser hebreos debían ser tratados de modo diferente que el extranjero (Lv. 25.39–46).

A algunos de los salmistas les resultaba difícil entender cómo en tantos casos la riqueza había ido a parar a manos indignas. Sobre una base puramente material podría parecer vano servir a Yahvéh (Sal. 73.12–14), pero al final los malos serían destruidos, mientras que los justos disfrutarían de la mejor posesión: el conocimiento de Yahvéh mismo (Sal. 73.16–28). Pero con tanta frecuencia resultaba que los ricos eran opresores, que en muchos casos la expresión “pobres” vino a ser sinónima de “justos” (Sal. 14.5–6).

II. En el Nuevo Testamento

En la época del NT los judíos tuvieron que soportar pesados impuestos de diversos tipos. Probablemente muchos se encontraban en grandes aprietos económicos, mientras que otros obtenían ganancias considerables colaborando con los romanos. Los saduceos, que eran de mentalidad mundana, generalmente eran pudientes, como lo eran también los recolectores de impuestos.

Jesús era hijo de padres pobres (Lc. 2.24), pero no hay razón para suponer que viviera en una gran pobreza. Como hijo mayor, probablemente hubiera heredado algo de José, y parece que solía pagar el impuesto del templo (Mt. 17.24). Algunos de sus discípulos disfrutaban de una posición económica razonablemente buena (Mr. 1.20), y él tenía algunos amigos bastante pudientes (Jn. 12.3). Él y los Doce, sin embargo, compartían una bolsa común (Jn. 12.6). No les molestaba carecer de las comodidades de la vida de familia (Lc. 9.58) y, sin embargo, encontraban ocasión para dar a los pobres (Jn. 13.29).

En la enseñanza de Jesús las posesiones materiales no se consideran malas sino peligrosas. Con frecuencia se hace ver que los pobres son más felices que los ricos, porque les resulta más fácil adoptar una actitud de dependencia de Dios. A ellos vino a predicar el evangelio (Lc. 4.18; 7.22). Son ellos los primeros en ser bendecidos, y a quienes se asegura la posesión del reino de Dios (Lc. 6.20), si su pobreza se reconoce como bancarrota espiritual (Mt. 5.3). La ofrenda de una persona pobre puede ser de un valor muy superior a la de un rico (Mr. 12.41–44). A los pobres se les debe mostrar hospitalidad (Lc. 14.12–14), y se les debe dar limosnas (Lc. 18.22), aunque la caridad debía ocupar un lugar secundario con respecto a la adoración (Jn. 12.1–8).

La iglesia primitiva hizo un experimento de administración comunal de los bienes (Hch. 2.41–42; 4.32). Esto condujo al principio a la eliminación de la pobreza (Hch. 4.34–35), pero con frecuencia se ha sostenido que dicho intento fue responsable del colapso económico posterior de la iglesia en Jerusalén. Buena parte del ministerio de Pablo estuvo relacionada con la reunión de dinero en las iglesias gentiles para ayudar a los cristianos pobres de Jerusalén (Ro. 15.25–29; Gá. 2.10). A estas iglesias también se les enseñó a ayudar a sus propios miembros pobres (Ro. 12.13, etc.). Santiago habla vehementemente contra los que toleraban diferencias en cuanto a riquezas en la comunidad cristiana (Stg. 2.1–7). Los pobres han sido llamados por Dios, y su salvación trae gloria a su nombre (1 Co. 1.26–31). La riqueza material de la iglesia de Laodicea ofrecía un triste contraste con su pobreza espiritual (Ap. 3.17).

En las epístolas la exposición más sistemática en cuanto a la pobreza y las riquezas se encuentra en 2 Co. 8–9, donde Pablo coloca la idea de la caridad cristiana en el contexto de los dones de Dios, y especialmente el de su propio Hijo, quien, “por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. A la luz de esto, correr el riesgo de la pobreza material conduce a la bendición espiritual, así como los apóstoles fueron pobres pero hicieron ricos a muchos (2 Co. 6.10). (* Limosnas; * Huerfano )

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico