PUEBLO

v. Aldea, Ciudad, Gente, Nación
Exo 5:1 deja ir a mi p a celebrarme fiesta en el
Exo 6:7 os tomaré por mi p y seré vuestro Dios
Exo 7:16; Exo 8:1, Exo_20; Exo 9:1, Exo 9:13; Exo 10:3 deja ir a mi p
Exo 15:13 condujiste en tu misericordia a este p
Exo 32:9 he visto a este p .. es p de dura cerviz
Exo 33:13 ruego .. y mira que esta gente es p tuyo
Exo 33:16 yo y tu p seamos apartados de .. los p
Lev 26:12 seré vuestro Dios, y vosotros .. mi p
Num 11:33 ira .. se encendió en el p, e hirió .. al p
Deu 4:20 para que seáis el p de su heredad como
Deu 9:26 no destruyas a tu p y a tu heredad que
Deu 14:2 p único de entre todos los p que están
Deu 27:9 hoy has venido a ser p de Jehová tu Dios
Deu 29:13 para confirmarte hoy como su p, y para
Deu 32:9 la porción de Jehová es su p; Jacob la
Deu 32:36 Jehová juzgará a su p, y por amor de
Rth 1:16 tu p será mi p, y tu Dios mi Dios
1Sa 9:16 sobre mi p Israel, y salvará a mi p de
2Sa 3:18 por la mano de .. David libraré a mi p
2Sa 7:23 ¿y quién como tu p, como Israel, nación
2Sa 7:23 fue Dios para rescatarlo por p suyo
2Sa 22:44; Psa 18:43 p que yo no conocía me
1Ki 3:8 está en medio de tu p .. un p grande
1Ki 8:51 son tu p y tu heredad, el cual tú sacaste
1Ki 22:4; 2Ki 3:7; 2Ch 18:3 y mi p como tu p
1Ch 17:21 ¿qué p hay en la .. como tu p Israel
2Ch 1:10 ¿quién podrá gobernar a este tu p tan
2Ch 7:14 si se humillare mi p, sobre el cual mi
2Ch 23:16 hizo pacto .. que serían p de Jehová
Neh 1:10 ellos, pues, son tus siervos y tu p, los
Job 12:2 ciertamente vosotros sois el p, y con
Psa 3:8 la salvación es de Jehová; sobre tu p sea
Psa 33:12 p que él escogió como heredad para sí
Psa 67:3, 5 alaben los p .. todos los p te alaben
Psa 77:15 con tu brazo redimiste a tu p; a los
Psa 79:13 nosotros, p tuyo, y ovejas de tu prado
Psa 85:6 vida, para que tu p se regocije en ti?
Psa 105:43 sacó a su p con gozo; con júbilo a sus
Psa 106:40 encendió .. furor de Jehová sobre su p
Psa 135:14 porque Jehová juzgará a su p, y se
Psa 144:15 bienaventurado el p .. p cuyo Dios es
Isa 1:3 Israel no .. mi p no tiene conocimiento
Isa 5:13 mi p fue llevado cautivo, porque no tuvo
Isa 9:2 el p que andaba en tinieblas vio gran luz
Isa 24:2 sucederá así como al p .. al sacerdote
Isa 30:9 este p es rebelde, hijos mentirosos, hijos
Isa 32:18 mi p habitará en morada de paz, en
Isa 40:1 consolaos, p mío, dice vuestro Dios
Isa 43:21 este p he creado para mí; mis alabanzas
Isa 51:16 tierra, y diciendo a Sion: P mío eres tú
Isa 52:6 mi p sabrá mi nombre por esta causa en
Isa 60:21 y tu p, todos ellos serán justos, para
Isa 62:12 y les llamarán P Santo, Redimidos de
Jer 5:23 este p tiene corazón falso y rebelde; se
Jer 7:16 tú .. no ores por este p .. ni me ruegues
Jer 7:23; Jer 11:4; Jer 24:7; Jer 30:22; Jer 31:33; Jer 32:38; Eze 14:11; Jer 36:28 seré .. Dios, y .. me seréis por p
Jer 18:15 porque mi p me ha olvidado, incensando
Jer 31:7 oh Jehová, salva a tu p, el remanente de
Eze 36:20 éstos son p de Jehová, y de la tierra de
Dan 7:14 todos los p, naciones y .. le sirvieran
Dan 12:1 pero en aquel tiempo será libertado tu p
Dan 12:7 acabe la dispersión del poder del p santo
Hos 1:9 no sois mi p, ni yo seré vuestro Dios
Hos 1:10 les fue dicho: Vosotros no sois p mío, les
Hos 4:6 mi p fue destruido .. le faltó conocimiento
Hos 11:7 mi p está adherido a la rebelión contra
Mic 3:5 de los profetas que hacen errar a mi p
Zec 2:11 se unirán muchas .. y me serán por p
Zec 8:22 vendrán muchos p y fuertes naciones a
Zec 13:9 diré: P mío; y él dirá: Jehová es mi
Mat 14:5 Herodes quería matarle, pero temía al p
Mar 12:37 gran multitud del p le oía de buena gana
Luk 1:17 preparar al Señor un p bien dispuesto
Luk 1:68 Dios .. que ha visitado y redimido a su p
Luk 2:10 nuevas de .. gozo, que será para todo el p
Luk 2:32 luz para ser .. y gloria de tu p Israel
Luk 7:16 glorificaban .. Dios ha visitado a su p
Act 4:25 ¿por qué .. los p piensan cosas vanas?
Act 7:34 he visto la aflicción de mi p que está en
Act 15:14 para tomar de ellos p para su nombre
Act 18:10 porque yo tengo mucho p en esta ciudad
Rom 9:25 llamaré p mío al que no era mi p, y a la
Rom 9:26 donde se les dijo: Vosotros no sois p mío
Rom 11:1 digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su p?
Tit 2:14 y purificar para sí un p propio, celoso
Heb 4:9 tanto, queda un reposo para el p de Dios
Heb 9:19 roció el .. libro y también a todo el p
Heb 10:30 y otra vez: El Señor juzgará a su p
1Pe 2:9 sois .. p adquirido por Dios, para que
1Pe 2:10 no eráis p .. que ahora sois p de Dios
Jud 1:5. habiendo salvado al p sacándolo de Egipto
Rev 5:9 Dios, de todo linaje y lengua y p y nación
Rev 18:4 salid de ella, p mío, para que no seáis
Rev 21:3 él morará con ellos; y ellos serán su p


sobre el p. elegido ® Israel; respecto a los †œpueblos† o naciones ( ® gentiles).

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

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Población que se da en un lugar, en una región, en una nación. En la Sda. Escritura el “pueblo de la tierra” representa a los habitantes de una región. Y se suele contraponer con el concepto de “Pueblo de Dios”, formado por los descendientes de Jacob, o Israel después del cambio de nombre que Dios le hizo por medio del ángel. La idea de pueblo conduce a la idea de “pueblo de Dios”, de pueblo elegido.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Véanse CIUDAD; PUEBLOS DEPENDIENTES.

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. laos (laov”, 2992), se utiliza de: (a) el pueblo en general, especialmente reunido en asamblea (p.ej., Mat 27:25; Luk 1:21; 3.15; Act 4:27); (b) un pueblo de la misma raza y lenguaje (p.ej., Rev 5:9); en plural (p.ej., Luk 2:31; Rom 15:11; Rev 7:9; 11.9); utilizado especialmente de Israel (p.ej., Mat 2:6; 4.23; Joh 11:50; Act 4:8; Heb 2:17); en distinción de sus gobernantes y sacerdotes (p.ej., Mat 26:5; Luk 20:19; Heb 5:3); en distinción a los gentiles (p.ej., Act 26:17, 23; Rom 15:10); (c) de los cristianos como el pueblo de Dios (p.ej., Act 15:14; 18.10; Tit 2:14; Heb 4:9; 1Pe 2:9,10). 2. oclos (o[clo”, 3794), multitud, gentí­o. Se traduce “pueblo” en Mat 14:5; 21.26,46; 27.15,20,24; Mc 10.1; 11.18,32; 12.37: “multitud del pueblo” (RV: “del pueblo”); v. 41; 15.15; Luk 13:17; 22.6: “a espaldas del pueblo” (RV traduce “sin bulla”); Joh 7:12, 2ª mención (RV: “gentes”); v. 31 (RV; RVR: “multitud”); Act 14:13 (RV; RVR: “muchedumbre”); v. 18 (RV; RVR: “multitud”); 16.22; 18.8; v. 13 (RV; RVR: “multitudes”); 21.27 (RV; RVR: “multitud”); v. 35 (RV; RVR: “multitud”). Véase MULTITUD, Nº 1, y también GENTE, MUCHEDUMBRE, TURBA. 3. demos (dh`mo”, 1218), el común del pueblo, el pueblo en general (cf. los términos castellanos demagogo, democracia, etc.), especialmente la masa del pueblo reunida en un lugar público. Se traduce pueblo en todos los pasajes en que aparece (Act 12:22; 17.5; 19.30; 33, RV, RVR, RVR77, VM).¶ 4. ethnos (e[qno”, 1484), Véanse GENTE, Nº 1, GENTILES, A, Nº 1, , Nº 1. Se traduce “pueblo” en Act 24:2 (RV, RVR; VM: “nación”).

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en sí­ntesis todos los aspectos de la vida de *Israel, es tan central en el AT como lo será en el NT el tema de la *Iglesia, nuevo pueblo de Dios, pero también *cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de enlace la escatologí­a profética: en el marco de la antigua *alianza, anuncia y describe anticipadamente al pueblo de la nueva alianza, aguardado para el “fin de los tiempos”.

A) EL PUEBLO DE LA ANTIGUA ALIANZA. Las palabras hebreas goy y ‘am, de valor originariamente idéntico (= grupo humano que forma comunidad), se especializaron poco a poco en el lenguaje del AT: ‘am (en sing.) designó preferentemente al pueblo de Dios, mientras que goyim (en plur.) estaba reservado a las *naciones extranjeras, a los paganos (ya Núm 23,9); este uso, sin embargo, conoce excepciones. En la Biblia griega laos significó igualmente al pueblo de Dios (más raramente demos cuando se insistí­a en su organización polí­tica), mientras que ethne (en plur.) se aplicaba a las naciones paganas; pero también aquí­ hay excepciones. Este hecho lingüí­stico muestra que se sintió la necesidad de una palabra especial para expresar el carácter excepcional de Israel, pueblo tan diferente de los otros por el misterio de su vocación, que su experiencia nacional adquirió un significado religioso y un aspecto esencial del designio de salvación comenzó a revelarse en ella.

1. TRASCENDENCIA DEL PUEBLO DE DIOS. 1. *Elección. *vocación, *alianza. Israel, como todos los demás pueblos, pertenece a la historia humana; pero desde su origen la revelación lo presenta como desbordando el orden de la historia. Si existe, es porque Dios lo ha elegido (Dt 7,7; Is 41,8) y llamado (l.s 48, 12), no por su nombre, su fuerza o sus méritos (Dt 7,7; 8,17; 9,4), sino por *amor (Dt 7,8; Os 11,1). Habiéndolo distinguido de este modo entre los otros, lo rescató y liberó en el tiempo del éxodo (Dt 6,12; 7,8; 8,14…; 9,26). Constituyéndolo en nación independiente, en cierto modo lo *creó (cf. Is 48,15), lo formó como a un niño en el seno materno (Is 44;2.24). La conciencia viva de una dependencia total respecto a Dios acompaña por tanto en Israel a la toma de conciencia de la nación como tal. Luego viene la *alianza, y este acto de fundación subraya que ahora ya todo se situará para Israel en un plano doble: el de la historia y el de la fe. Un pacto sagrado, en el que las doce tribus son partes contratantes, se sella con la *sangre de un *sacrificio (Ex 24,8); con esta Yahveh viene a ser el Dios de Israel, e Israel el pueblo de Yahveh (cf. Dt 29,12; Lev 26,12; Jer 7,23 etc.; Ez 11,20 etc). De este modo se establece un ví­nculo único entre Dios y una comunidad humana; todo el que por la *circuncisión sea agregado a esta comunidad participará también en este ví­nculo (cf. Gén 17,10…).

2. Tí­tulos y funciones del pueblo de Dios. Israel es el pueblo *santo, consagrado a Yahveh, puesto aparte para él (Dt 7,6; 14,2), su bien propio (Ex 19,5; Jer 2,3), su *herencia (Dt 9, 26). Es su rebaño (Sal 80,2; 94,7), su *viña (Is 5,1; Sal 80,9), su *hijo (Ex 4,22; Os 11,1), su *esposa (Os 2,4; Jer 2,2; Ez 16,8). Es un “*reino de *sacerdotes” (Ex 19,6), en el que Dios reina sobre súbditos consagrados a su servicio. Esta finalidad cultual de la alianza muestra al mismo tiempo la función que desempeña Israel para con las otras naciones: *testigo del Dios único cerca de ellas (Is 44,8), es el pueblo *mediador, por el que se reanudará el ví­nculo entre Dios y el conjunto de la humanidad, de modo que se eleve a Dios la alabanza de la tierra entera (Is 45,14s.23s) y todas las naciones tengan participación en la *bendición de Dios (Gén 12,3; Jer 4,2; Eclo 44,21).

II. SIGNIFICACIí“N RELIGIOSA DE UNA EXPERIENCIA NACIONAL. Así­ pues, Israel, en virtud de la alianza realiza una paradoja en medio de la historia humana: el pueblo de Dios, comunidad especí­ficamente religiosa, trascendente por su naturaleza misma, es al mismo tiempo una magnitud de este mundo, con todos los elementos temporales que componen acá en la tierra la vida de los pueblos. Consiguientemente su experiencia nacional, en la que todas las otras podrán reconocer su propio rostro, va a adquirir un significado religioso luminoso para la fe.

1. Una comunidad de raza. El pueblo de Israel se representa su unidad interna como derivada de su unidad de origen. Los patriarcas *hebreos son los *padres de la raza, y los recuerdos de la historia anterior al éxodo cristalizan en el marco de una genealogí­a que va de *Abraham, por Isaac, a Jacob-Israel, padre de doce hijos, epónimos de las doce tribus. Es cierto que en el transcurso de las edades la raza asimiló no pocos elementos heterogéneos, desde la salida de Egipto (Ex 12,38), en el desierto (Núm 11,4; Jwe 4,11), después de la conquista de Canaán (Jos 9; Jue 3,1…). Pero en época tardí­a se ve más bien acentuarse la preocupación por la *pureza de la sangre judí­a: se prohiben los matrimonios extranjeros para defender la “raza santa” (Esd 9,2) contra los pueblos paganos que llevan la idolatrí­a en la sangre. Hasta se idealiza el pasado enlazando con la genealogí­a patriarcal a ciertos extranjeros asimilados ya mucho tiempo atrás, como los clanes calebitas (IPar 2,18; cf. Núm 32,12 y Gén 15,19). Es que por sus padres pasó la elección de Israel: ¿no vemos, en cada etapa de su genealogí­a, a los pueblos vecinos descartados en sus padres del designio de salvación (Gén 19,30; 21,8.:.; 25, 1…; 36)? Para participar en las promesas y en la alianza divina hay, pues, que ser de la raza de Abraham, el amigo de Dios (Is 41,8; 51,2; cf. 63,16; Jer 33,26; Sal 105,6; 2Par 20,7). Cierto universalismo subsiste en el horizonte del pensamiento, puesto que Abraham debe llegar a ser “padre de numerosos pueblos” (Gén 17, 5s). Pero prácticamente los *extranjeros que se convierten al judaí­smo, los prosélitos (Is 56,8), se agregan de hecho a la raza elegida para participar de sus privilegios religiosos. La fe común no basta aún para construir el pueblo de Dios; tiene por base concreta una rama étnica escogida por Dios en medio de las otras.

2. Una comunidad de instituciones. La raza de los profetas no es una masa amorfa, sino una sociedad or ganizada. Sus células fundamentales, familia y clan (mispaha), en que se reconoce la comunidad de sangre, atraviesan los siglos y sobreviven aun después del desenraizamiento de la dispersión (Esd 2; Neh 7). Ahora bien, en materia económica, determinan la propiedad de los ganados, de las tierras, de los derechos de pasto; determinan costumbres como la *venganza de la sangre (Núm 35:19), el levirato (Dt 25,5…), el derecho de rescate (Rut 4,3). Por ellas cada individuo toma conciencia de una pertenencia social que le protege y le obliga a la vez. Los clanes mismos se reagrupan en tribus, unidades polí­ticas de base, y la primera forma que adopta la nación organizada es la de una confederación de doce tribus ligadas entre sí­ por el pacto de la alianza (Ex 24,4; Jos 24). Cuando el Estado israelita adquiera más consistencia, la monarquí­a centralizada se superpondrá a la confederación sin abolirla (2Sa 2,4; 5,3), tanto que después de la ruina del edificio monárquico, cuando se disperse la nación, la confederación de las tribus quedará como el ideal de los restauradores judí­os (cf. Ez 48). Ahora bien, si esta evolución de las instituciones depende de factores históricos diversos, depende sobre todo de un principio que rebasa la presión de los hechos: la *ley, cuyos fundamentos esenciales echó Moisés y que desarrollándose asegura en el transcurso de las edades la permanencia de un mismo espí­ritu en ‘los usos y costumbres (cf. Neh 8). Por ella todas las instituciones de Israel adquieren sentido y valor en función del designio de Dios: ella es el “pedagogo” providencial del pueblo de la Alianza (Gál 3,24).

3. Una comunidad de destino. Paralelamente a las instituciones que estructuran la nación, la comunidad de destino da a sus miembros un alma común: experiencia de la vida nómada, de la opresión y de la liberación, de la vida errante por el desierto y de los combates por la posesión de una patria, de la unidad nacional pagada cara y del apogeo imperial, de la división polí­tica, preludio de la ruina de las dos fracciones del Estado, del desastre y de la dispersión… Ahora bien, todas estas experiencias tienen un significado religioso; son a su manera una experiencia concreta de las ví­as de Dios. Su rostro luminoso muestra claramente los *dones de Dios a su pueblo y hace presagiar y desear sus intenciones secretas; su rostro sombrí­o hace sentir la *ira divina, que se manifiesta en *juicios ejemplares. Con esto la historia se convierte en *revelación. De sus experiencias seculares saca el pueblo de Dios esquemas fundamentales de pensamiento en los que se vierten las experiencias sucesivas (cf. 1Mac 2,51…; 2Mac 8,19); en su pasado halla puntos de referencia para representarse su propio porvenir y para expresar el objeto de sus esperanzas (cf. 1s 63,8…).

4. El enraizamiento en una patria. Del desierto, su habitat primitivo, fue conducido el pueblo de Dios a Canaán. Es la *tierra en que vivieron sus padres y donde tienen sus tumbas (Gén 23;25,9; etc); es la tierra prometida (Gén 12,7; 13,15) dada luego por Dios en *herencia (Ex 23, 27… ; Dt 9,1… ; Jer 2,7; Sal 78,54s); es la tierra conquistada a lo largo de una empresa humana que realizaba el designio de Dios (Jos 1,13…; 24,11…). No es ya, pues, Canaán, un paí­s pagano, es la tierra de Israel, la tierra santa donde Dios mismo, presente en medio de su pueblo, ha puesto su residencia (lRe 8,15). *Jerusalén, morada de Yahveh y capital polí­tica, es un signo sensible de unidad nacional y religiosa a la vez (Sal 122). Así­ la *dispersión que sigue a la catástrofe nacional no hace sino reforzar el apego del pueblo de Dios a su tierra. La mí­stica sionista nace ya con el decreto de Ciro (Esd 1,2) y se mantiene viva en los siglos siguientes (Esd 7). Los judí­os, aun cuando viven en medio de ‘los extranjeros, no se sienten nunca totalmente desenraizados, puesto que allá tienen todaví­a una *patria, en la que se hallan las tumbas de sus padres (Neh 2,3) y hacia la que se vuelven para orar (Dan 6,11).

5. La comunidad de lenguaje. Israel, al conquistar la tierra santa, hizo de la “lengua de Cancán” (Is 19,18) su propia lengua. En un pueblo la *lengua es factor de unidad, garantiza una mentalidad común, sirve de vehí­culo de una cultura y de una concepción del mundo; es una verdadera patria espiritual. Ahora bien, en Israel la misma revelación divina se expresa en hebreo, adoptando las categorí­as de pensamiento forjadas por la cultura semí­tica y sacando partido del carácter concreto y dinámico del hebreo. De siglo en siglo va cobrando forma una verdadera cultura nacional, en la que se reconocen aportaciones humanas muy diversas (cananea, asirobabilónica, irania, hasta griega); pero la revelación efectúa siempre una filtración, eliminando los elementos inasimilables, dando a las palabras y a las concepciones del espí­ritu contenidos nuevos en relación con el designio de Dios. Finalmente, cuando los judí­os hablan arameo o griego, el hebreo queda como la “lengua santa” ; sin embargo, la práctica de los targums y la versión de los Setenta permiten entonces al arameo y al griego transportar, a su vez, la doctrina revelada sin traicionarla. De este modo la evolución cultual de Israel está dominada por la palabra de Dios, fijada en las sagradas Escrituras; pero la palabra de Dios, para hacerse inteligible, se vertió en un molde judí­a.

6. La comunidad cultual. En las sociedades del antiguo Oriente era el culto un aspecto esencial de la vida civil. En Israel el *culto del Dios único es, conforme a la alianza, la función suprema de la nación. La lengua hebrea posee términos técnicos para designar al pueblo reunido en esta función cultual. Forma una comunidad (‘edah), una convocación sagrada (miqra), una asamblea (qahal), y estos términos, transpuestos al griego, dieron origen a las palabras synagoge y ekklesí­a. El judaí­smo, buscando su ideal en la comunidad santa del desierto, tal como la describe el Pentateuco, no es ciertamente todaví­a una *Iglesia en el sentido fuerte del término, pues sigue ligado a las estructuras temporales de una nación particular; pero esboza ya sus rasgos, puesto que los caracteres especí­ficos del pueblo de Israel se acusan con la mayor claridad en su calidad de comunidad cultual (qahal/ekklesí­a).

III. LA ANTIGUA ALIANZA: VALOR Y LíMITES. Así­ pues, ya en la antigua alianza se reveló la estructura social del designio de salvación: el hombre no será salvado por Dios evadiéndose de la historia; no hallará a Dios en la soledad de una vida religiosa separada del mundo. Se enlazará con Dios compartiendo la vida y el destino de la comunidad elegida por Dios para que sea su pueblo. Este designio de Dios tiene ya un comienzo de realización en Israel, pues los miembros del pueblo de la alianza poseen ya efectivamente una vida de *fe, que tiene por soportes las instituciones y la historia nacional no menos que la palabra de Dios y las asambleas cultuales. Aquí­ aparece el carácter imperfecto de esta realización provisional. En ella la vida de fe está ligada con condiciones que la limitan de dos maneras: sus perspectivas no rebasan el orden de las cosas temporales ni el horizonte de una sola nación. Y sin embargo, por esta misma sutura de una realidad trascendente (el “pueblo de Dios”) con una realidad nacional y temporal en que halla un soporte visible, algo de su misterio profundo se hizo inteligible a los hombres: a partir de las experiencias de Israel como pueblo de este mundo, poco a poco se fueron esbozando bajo el velo de las *figuras los diversos aspectos de la sociedad santa, en que finalmente se consumará el designio de salvación.

B) LA PROMESA DEL PUEBLO NUEVO. La economí­a fundada en la antigua alianza no tení­a sólo los lí­mites que acabamos de decir; era incapaz de “hacer” nada “perfecto” (Heb 7,19; 9,9; 10,1), incapaz de realizar acá en la tierra el “pueblo *santo” que estaba llamado a formar Israel. Los hechos mismos lo mostraron; puesto que los pecados de Israel atrajeron sobre él el *castigo radical del *exilio y de la *dispersión. Pero no por esto vino a caducar el *designio de Dios; así­ la escatologí­a profética anuncia para los “últimos *tiempos” la venida de una economí­a *nueva en la que Dios hallará el pueblo perfecto, cuyo esbozo y germen era el antiguo.

I. EL PUEBLO DE LA NUEVA ALIANZA. 1. Superioridad de la nueva alianza. Como en otro tiempo Israel, el pueblo nuevo debe nacer de una iniciativa de Dios. Pero esta vez Dios va a triunfar del ‘pecado que habí­a contrarrestado su primer plan : purificará a su pueblo, cambiará su *corazón, derramará en él su *Espí­ritu (Ez 36, 26…); eliminará de él a los pecadores para conservar un *resto humilde y justo (Is 10,20s; Sof 3,13; Job 3,5). Con este pueblo “*creado” por él (Is 65,18) concluirá una nueva *alianza (Jer 31,31…; Ez 37,26). Este pueblo será el “pueblo santo” (Is 62,12), el rebaño (Jer 31,10), y la *esposa (Os 2,21) de Yahveh. La rectitud interior así­ descrita contrasta con el estado espiritual de Israel, pueblo pecador; evoca un estado de la humanidad anterior al pecado de su primer *padre (Gén 2).

2. Universalidad del pueblo nuevo. Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues las *naciones van a unirse a Israel (Is 2,2…); tendrán parte con él en la *bendición prometida a Abraham (Jer 4,2; cf. Gén 12,3) y ale alianza cuyo mediador (Is 42,6) será el misterioso siervo de Yahveh. La puesta aparte de Israel aparece así­ como un estadio provisional en el desenvolvimiento del plan divino; al final de los tiempos se logrará el universalismo primitivo.

II. EVOCACIí“N SIMBí“LICA DEL PUEBLO NUEVO. Para evocar en forma concreta el pueblo nuevo no tienen los profetas más que interrogar la experiencia pasada del pueblo de Israel: si se eliminan de ella las imperfecciones y las sombras, aparece como una *figura anticipada de los “últimos tiempos”.

1. Una nueva raza. Israel entrará en el pueblo nuevo en calidad de raza de *Abraham (Is 41,8). Pero también las *naciones se unirán al pueblo del Dios de Abraham (Sal 47,10), como para convertirse a su vez en la posteridad espiritual del patriarca. A Sión, *madre simbólica del pueblo santo, todos le dirán: “¡Madre!” (Sal 87). Así­ pues, la raza humana entera recobrará su *unidad primitiva, cuando se reúnan los salvados de las naciones dispersas después de la aventura de Babel (Is 66,18ss; cf. Gén 10-11; Zac 14,17).

2. Nuevas instituciones. Para describir anticipadamente el pueblo nuevo como una comunidad organizada se recurre todaví­a a las instituciones figurativas: nueva *ley, inscrita esta vez en los corazones (Jer 31,33; Ez 36,27); reunión de las doce tribus (Ez 48) y fin del antagonismo entre Israel y Judá (Ez 37,15…); realeza del germen de David (Is 9; 11; Jer 23,5; Ez 34,23; Zac 9,9), etc. También aquí­ el universalismo hace saltar las barreras de las instituciones pasadas. El *rey, hijo de David, reina sobre todas las naciones (cf. Sal 2; 72); sobre todo, todas ellas reconocen por su *rey al Dios único (Zac 14,16; Sal 96,10), y se les enseña su derecho a que se les aporte la *luz (Is 2,2…; 42,1.4). Así­, sin perder su personalidad se agregan al pueblo de Dios en forma orgánica.

3. Los acontecimientos de la salvación. La experiencia histórica de Israel proporciona igualmente el medio de representar los acontecimientos de la salvación: nuevo *éxodo, que será como el primero *redención y liberación (Jer 31,11; Is 43, 16..,; 44,23); nueva marcha a través del *desierto, que renueve los prodigios de otros tiempos (Os 2,16; Jer 31,2; Is 40,3; 43.14; 48,21; 49, 10), retorno a la *tierra prometida (Os 2,17; Jer 31,12; Ez 37,21), triunfo del rey sobre los enemigos de alrededor para inaugurar un reinado pací­fico (Is 9)… Pero una vez más se amplí­a el horizonte: no sólo Samarí­a participará en la restauración prometida, sino incluso Sodoma (Ez 16,53…), tipo de la ciudad pecadora… La *paz universal así­ restablecida al final de la historia de la *salvación (Is 2) restituirá al género humano a un estado que ya no conocí­a desde el pecado de Caí­n (cf. Gén 4,8).

4. La nueva tierra santa. La *tierra santa será naturalmente el lugar de reunión del nuevo Israel (Ez 34,14; Jer 31,10…). Pero entonces tendrá una *fecundidad maravillosa que dejará muy atrás las más entusiastas descripciones del Deuteronomio (Ez 47,12; Jl 4,18). Literalmente será el *paraí­so recobrado (Ez 36,35; Is 51, 3). *Jerusalén, su capital, será el centro del mundo entero (Is 2). Así­, en el universo “recreado” (Is 65,17) realizará Dios la unidad de todas las *patrias para proporcionar a sus elegidos una felicidad y una *paz paradisí­acas (Os 2,20; Is 65,17-25).

5. La reunión de todas las lenguas. No en vano hizo Dios de la lengua de Canaán la lengua santa; cuando Egipto se convierta en los últimos tiempos, invocará a Yahveh en la lengua santa (Is 19,18…) Pero la escatologí­a profética va más lejos: Dios purificará los *’labios de todos los pueblos para que cada uno pueda alabarle en su propia *lengua (Sof 3,9). Así­, en un *culto que habrá vuelto a ser unánime se operará la reunión de las naciones y de las lenguas (Is 66,18); esta reunión pondrá fin a la fragmentación del género humano y será signo de la unión espiritual recuperada, como en los orí­genes del designio de Dios (Gén 11, 1).

6. El nuevo culto de Dios. Evidentemente, el culto escatológico se describe bajo los rasgos del culto israelita (cf. Ez 40-48). Pero es muy de notar que constantemente se afirma el universalismo. La humanidad recobrará su unidad por el *servicio común del Dios único (Is 2,2…; 56, 6s; 66,20s). Su reunión final adoptará la forma de las peregrinaciones en que el pueblo de Dios se congrega para la *fiesta de los tabernáculos (Zac 14,16), y la de las *comidas cultuales por las que entra en *comunión con Dios (Is 25,6). Aunque la palabra no figura en los textos, se piensa en una nueva “asamblea santa” análoga al qahal (= ekklesí­a) del desierto, en la que las naciones se unirán al resto de Israel.

III. EL PUEBLO ESCATOLí“GICO Y EL ISRAEL DE LA HISTORIA. Así­ pues, el pueblo de la alianza es evocado anticipadamente partiendo de la experiencia histórica de Israel, cuyo valor de prefiguración se ve así­ claramente. Sin embargo, en dos puntos se trascienden los datos de la experiencia : se rebasa el marco nacional, y el pueblo nuevo se abre a la humanidad entera; la humanidad y el universo mismo recobran su perfección original, perdida por razón del pecado humano.

Pero en este cuadro simbólico subsisten ciertas ambigüedades, de las que es responsable en parte la experiencia de Israel. La restauración de la *unidad humana en torno al pueblo de la antigua alianza, de su rey, de su ciudad santa, conserva a veces estrecheces (cf. Is 52,1), resonancias nacionalistas (Is 60,12), y hasta unaspecto *guerrero (Sal 2; 72).’Y sobre todo, aun cuando ‘la felicidad prometida al pueblo implique la supresión de todo mal moral y fí­sico (el *sufrimiento: Is 65,19; la *muerte misma: Is 25,8), el horizonte sigue siendo las más de las veces temporal, apegado a los *goces terrenales. Aun al “pueblo de los *santos del Altí­simo” (Dan 7,22.27), que tiende a rebasar estos lí­mites y adopta un sesgo trascendente, se le asigna un dominio que se parece al de los poderes de este mundo (Dan 7,27; cf. 14).

Para que se disipe la ambigüedad será necesario que con Cristo y su Iglesia el pueblo escatológico entre a su vez en el campo de la experiencia humana.

C) EL PUEBLO DE LA NUEVA ALIANZA. En el griego del NT se halla todaví­a mejor que en los LXX la especialización de las palabras laos, pueblo de Dios, y ethne, naciones paganas. Pero para definir la comunidad de la salvación, ligada a Dios por la nueva alianza, el tema de la ekklesí­a (“asamblea cultual”) se impone a todos los otros. Sin embargo, la *Iglesia de Cristo, en la que se invita a entrar al pueblo de la antigua alianza y luego a las otras naciones, es verdaderamente un pueblo, con todas las resonancias que implica este término, pues la realidad escatológica, sucediendo a sus prefiguraciones, no abroga su sentido sino que lo *cumple o verifica.

I. EL NUEVO PUEBLO. Por la nueva *alianza, sellada con la sangre de Jesús, ha creado, pues, Dios un nuevo pueblo, acerca del cual se realiza plenamente el dicho de la Escritura: “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (2Cor 6,16, cf. Lev 26, 12; Heb 8,10; cf. Jer 31,33; Ap 21, 3). Es el pueblo cuyos pecados *expió Jesús (Heb 2,17), el pueblo al que santificó por medio de su *sangre (13,12). De este modo los tí­tulos de Israel se trasladan ahora a este pueblo: pueblo particular de Dios (Tit 2,14; cf. Dt 7,6); raza elegida, nación santa, pueblo adquirido (lPe 2,9; cf. Ex 19,5 e Is 43,20s); rebaño (Act 20,28; lPe 5,2; Jn 10, 16) y *esposa del Señor (Ef 5.25; Ap 19,7;’ 21,2). Y puesto que el pueblo de la antigua alianza habí­a experimentado las ví­as de Dios en los acontecimientos de su historia, la experiencia de la salvación otorgada al pueblo nuevo se puede verter en categorí­as de pensamiento que recuerden estos acontecimientos figurativos: este pueblo debe entrar en el *reposo divino prefigurado por la *tierra prometida (Heb 4,9); debe salir de *Babilonia, ciudad del mal (Ap 18,4), para reunirse en *Jerusalén, residencia de Dios (Ap 21,3).

Pero esta vez se rebasa el nivel de la vida temporal en que se mueven las *naciones. La trascendencia del pueblo de Dios es total: siendo un “*reino sacerdotal” (lPe 2,9), no pertenece a este *mundo (Jn 18,36); su *patria está en los cielos (Heb 11,13…), donde sus miembros tienen derecho de ciudadaní­a (Flp 3,20), pues son los hijos de la *Jerusalén de lo alto (Gál 4,26), ‘la prisma que al final de los tiempos descenderá del cielo a la tierra (Ap 21,1ss). Sin embargo, este pueblo mora todaví­a acá en la tierra. Así­ pues, por él lo espiritual y lo escatológico se articulan en lo temporal y en lo histórico. Después de la paradoja de Israel viene ‘la paradoja de la Iglesia : en su condición terrenal es un pueblo visible llamado a desarrollarse en el tiempo.

II. ISRAEL Y LAS NACIONES EN EL NUEVO PUEBLO. Es natural que *Israel sea el primer llamado a formar parte del nuevo pueblo; tal era su vacación desde la primera alianza. Jesús fue enviado como “el *profeta semejante a *Moisés” (Act 3,23) para “salvar a su pueblo” (Mt 1,21), llevarle *luz (Mt 4,15s), *redención (Lc 1,68), conocimiento de la salvación (Lc 1,77), *gozo (Lc 2,10), *gloria (Lc 2,32). Es el jefe que debe regirlo (Mt 2,6) y que finalmente morirá por él (Jn 11,50). Pero alrededor de Jesús y del anuncio del *Evangelio se reproduce después el drama del “pueblo de dura cerviz”, del que el AT ofrecí­a ya ejemplos impresionantes (Mt 13,15; 15,8; Act 13,45; 28,26; Rom 10,21; 11,1s).

Entonces es cuando logra su objetivo completo el designio de salvación. En efecto, la muerte de Jesús, que lleva a su colmo el pecado del pueblo de la antigua alianza (Mt 23, 32-36; cf. Act 7,51s), pone fin a esta primera economí­a. Derriba la barrera que separaba a Israel de las otras *naciones (Ef 2,14…): Jesús muere “no sólo por su nación, sino para congregar en la *unidad a todos los *hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Un *resto del primer pueblo de Dios se convertirá y entrará en el nuevo pueblo; pero Dios tiene resuelto “sacar también de entre las naciones un pueblo para su nombre” (Act 15,14); de los que no eran su pueblo quiere ahora hacer su pueblo (Rom 9,25s; lPe 2,10), “para que todos tengan participación en la herencia con los santificados” (Act 26,18).

Así­ pues, mediante esta conjunción de Israel y de las naciones se realiza la reunión escatológica de la “nueva humanidad” (Ef 2,15), raza elegida (lPe 2,9) que es todaví­a espiritualmente la raza de Abraham (Rom 4, lls), pero que engloba de hecho a la raza humana entera, ahora que Cristo, nuevo Adán, recapitula en sí­ toda la descendencia del primer Adán (lCor 15,45; Rom 5,12…). El pueblo santo está ahora ya constituido por hombres “de todas las tribus, pueblos, naciones y lenguas” (Ap 5,9; 7,9; 11,9; 13,7; 14,6), estando el antiguo Israel comprendido en esta enumeración. Tal es el semblante eterno de la Iglesia, que contempla en el cielo el vidente del Apocalipsis. Tal es también su realidad terrestre, pues no siendo ya “ni griega ni judí­a” (Gál 3,28), constituye un tertiurn genus, como decí­an los cristianos de los primeros siglos.

III. EL NUEVO PUEBLO EN MARCHA HACIA SU CONSUMACIí“N. De este modo resulta ser la Iglesia un “pueblo” enraizado en la historia. Como los hijos de Israel, sus miembros tienen comunidad de origen, comunidad de instituciones y de destino, comunidad de patria hacia la cual se encaminan (Heb 11,16), comunidad de lenguaje asegurada por la palabra de Dios, comunidad cultual, que es la finalidad suprema de la ekklesí­a (cf. lPe 2,9; Ap 5,10). El destino terreno de este pueblo aparte presenta todaví­a sorprendentes paralelismos con el de Israel: las mismas infidelidades de sus miembros pecadores (cf. Heb 3,7…); las mismas persecuciones que vienen de los poderes terrenales que encarnan la *bestia diabólica (Ap 13,1-7; cf. Dan 7); la misma necesidad de abandonar *Babilonia para librarse de la ruina que la amenaza (Ap 18,4…; cf. Is 48,20). La historia sagrada y las Escrituras del AT quedan así­ cargadas de sentido para el pueblo nuevo en tanto está en marcha hacia la consumación celestial.

-> Alianza – Iglesia – Judí­os – Israel – Naciones – Patria – Padres y Padre – Unidad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El AT tiende a usar la palabra ʿam para referirse al «pueblo de Dios», y gôy para los paganos. Por cierto, en la literatura judía posbíblica gôy llega a ser sinónimo de «gentil». La LXX y el NT continúan esta práctica general con laos y eznos. Sin embargo, las palabras son a veces intercambiables, y la diferencia básica parece ser que gôy y eznos enfatizan «pueblo» como un grupo nacional (Ex. 19:16; Hch. 13:19), en tanto que ʿam y laos hablan de individuos similares unidos por ciertos lazos y responsabilidades. El «pueblo» en este último sentido pueden ser los miembros de una familia (Gn. 32:8; 35:2), una tribu (Gn. 49:16; Hch. 4:27), una ciudad (Gn. 19:4), una nación (1 R. 12:27), o un grupo racial (Hch. 26:17; Ap. 7:9), pero son más que una colección de seres humanos. Constituyen una comunidad psíquica, un todo unificado formado de generaciones pasadas y futuras, así como la presente; y existen en cualquier individuo con todas sus bendiciones y responsabilidades. Esto es particularmente cierto en el AT con el «pueblo» de Israel. Así, Acab es castigado cuando su hijo Joram es asesinado (1 R. 21:19; 2 R. 9:26; cf. Ex. 20:5, 6), Gedeón se beneficia cuando su hijo Abimelec es hecho rey (Jue. 9:16, 19; cf. 1 S. 20:16; 24:21, 22), y el pueblo de Israel es castigado cuando David peca (2 S. 24; cf. 1 S. 22:19).

De ahí que exista un lazo común, un alma común, una experiencia común, un fortalecimiento del pasado, presente y futuro implicadas en las palabras ʿam y laos. El «pueblo» de Israel es un todo coherente, teniendo una historia y responsabilidad común, del mismo modo que los otros pueblos tienen su propio mundo unificado. Esto da un gran significado a la iglesia como un «pueblo de su posesión» (de Dios) (laos peripoiēsin; 1 P. 2:9; cf. Ex. 19:5). Las acciones de uno en cualquier tiempo son las acciones de todos; las responsabilidades de todo el conjunto son, las responsabilidades del individuo.

BIBLIOGRAFÍA

BDB; Arndt; J. Pedersen, Israel, Its Life and Culture, I–II, pp. 54–57; 275–279; 475–479; H. Strathmann, R. Meyer en TWNT.

Robert B. Laurin

LXX Septuagint

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (501). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

1. El heb. le˒ôm, ocasionalmente el sing., pero más frecuentemente el pl. le˒ummı̂m, puede significar: (i) raza o conjunto étnico (Gn. 25.23, sing. y pl.); (ii) la suma total de la población sujeta a un gobernante, el mismo concepto desde un punto de vista diferente (Pr. 14.28, sing.); (iii) la totalidad o una sección considerable de una comunidad étnica considerada como vehículo de juicio y sentimientos (Pr. 11.26, sing.); (iv) excepcionalmente, el pueblo judío (Is. 51.4, sing.); (v) frecuentemente, en el pl., las naciones no judaicas (p. ej. Is. 55.4).

2. El heb. gôy, ‘nación’, ‘pueblo’, vino a significar específicamente, por asociación más que por etimología, los gentiles; o también, cuando se aplicaba a los israelitas, apostasía o infidelidad religiosa (Jue. 2.20; Is. 1.4; etc,). Este término se usa como parte de una gráfica metáfora para una manga de langostas en Jl. 1.6. La LXX usa regularmente ethnos para gôy, pero en el NT ocasionalmente se usa ethnos para Israel, demostrando así que estas asociaciones adquiridas no deben extremarse demasiado.

3. Con excepciones poco importantes (cf. Gn. 26.11, “filisteos”; Ex. 9.15, “egipcios”) el heb. ˓am, ‘pueblo’, pasó a aplicarse en forma bastante exclusiva a Israel como raza elegida, pero este significado es adquirido, no intrínseco. El equivalente en la LXX es laos. Más excepciones a la referencia a Israel son las descripciones metafóricas de hormigas y conejos en comunidad (Pr. 30.25s). La inusual forma negativa en Dt. 32.21, agregada directamente al sustantivo, le niega a un pueblo de carne y hueso aquellas características espintuales que justificaban su título (cf. “Loammi”, Os. 1.9). La frase bíblica ˓am hā˒āreṣ significa en los primeros libros el pueblo común de la tierra, a diferencia de los gobernantes y la aristocracia. En el período de Esdras-Nehemías, la frase quedó restringida a los palestinos cuyo judaísmo no era puro o resultaba sospechoso, con los cuales los judíos escrupulosos no podían casarse; cf. Esd. 9.1–2, etc. En la literatura rabínica este término—ahora usado en sing. para un individuo y en pl. (˓ammê hā˒āreṣ) para un grupo o clase—se usó específicamente para hacer referencia a los que no cumplían la totalidad de la ley tradicional en todos sus detalles. Una clara premonición del menosprecio rabínico hacia tales personas puede verse en Jn. 7.49.

4. El equivalente neotestamentario común para ˓am es laos o dēmos, en contraposición con ojlos, que significa simplemente multitud.

Bibliografía. H. Bietenhard, “Pueblo”, °DTNT, t(t). III, pp. 437–451; K. Rahner, “Pueblo de Dios”, Sacramentum mundi, 1972, t(t). V, cols. 700–704; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). I; S. Talmón, “Pueblo”, °EBDM, t(t). V, cols. 1333–1337; A. R. Hulst, “Pueblo”, °DTMAT, t(t). II, cols. 373–415.

R.A.S.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico