SAMUEL

Nace, 1Sa 1:19-20; es dedicado a Jehová, 1Sa 1:21-28; ministra ante Jehová, 1Sa 2:11, 18-21


Samuel (heb. Shemû’êl, quizás “oí­do por Dios”, “pedido a Dios” o “Dios ha oí­do”; gr. Samouel). Por interpretación se le ha dado el significado de “Nombre de Dios”; pero parece que su madre quiso significar “Dios ha oí­do”, una combinación del verbo shâma y del sustantivo ‘íŠl. Primer gran profeta de Israel después de Moisés, Jeremí­as lo ubica al lado del gran legislador Moisés (Jer 15:1). Su padre, Elcana, era un levita de la familia de Coat (1Ch 6:26, 33, 34) que viví­a en el territorio de Efraí­n, razón por la cual también se lo consideraba efraimita (1Sa 1:1). La ciudad donde viví­a se llamaba Ramataim de Sofim (Ramá; 1:1, 19; 2:11), ciudad que tuvo diversas identificaciones, pero tal vez la más acertada sea asimilarla a la moderna Ramallah (véase CBA 2:457-459). El relato bí­blico dice que Elcana tení­a 2 esposas: Ana y Penina. La 1ª era su favorita, pero era estéril (1Sa 1:2, 7, 8). Luego de un profundo examen de conciencia y mucha oración, Ana hizo la promesa de que si Dios le daba un hijo, lo dedicarí­a al Señor como nazareo. Dios escuchó su oración y le dio un hijo, a quien le puso por nombre Samuel. Después de su destete lo llevó al sumo sacerdote Elí­, que viví­a en Silo, con el fin de que lo preparara en el tabernáculo para el servicio del Señor (1:9-28). En Silo, Samuel viví­a en una habitación contigua al santuario y muy cerca de la del sumo sacerdote, vestí­a un sencillo efod de lino, la vestimenta de los sacerdotes y levitas, y llevaba a cabo tareas sencillas, como ser abrir las puertas del santuario en la mañana (2:18; 3:1, 3, 4, 15). Según Josefo, aún era un niño (12 años) cuando el Señor le reveló el castigo que recaerí­a sobre la casa de Elí­ por causa de la conducta profana de sus hijos (porque no los habí­a corregido como debió hacerlo; 3:1-18). El Señor se le apareció a Samuel en otra oportunidad, pero el mensaje que contení­a esa revelación no ha sido registrado. Como resaltado de todo esto, la nación lo reconoció como profeta cuando llegó a la adultez (vs 20, 21). Con el tiempo, los juicios de Dios cayeron sobre Israel y la casa de Elí­. Sus hijos murieron en la batalla, el arca cayó en poder de los filisteos y el sumo sacerdote falleció, tal vez de un ataque cardí­aco, al oí­r las noticias del desastre (4:1-18). Las evidencias arqueológicas revelan que la destrucción de Silo se produjo alrededor de esa época, quizá por los filisteos. Nunca más se menciona a Silo (fig 464) como sede del santuario, sino sólo como lugar desolado (Jer 7:12-14; 26:4-6), pues cuando el arca les fue devuelta a los israelitas, quedó en Quiriat-jearim, donde estuvo por muchos años (1Sa 7:1, 2). Desde entonces se convirtió en lí­der, profeta y juez de Israel. Exhortó a la nación a abandonar los í­dolos y a servir sólo al verdadero Dios. En Mizpa, probablemente la moderna Tell en-Natsbeh, reunió al pueblo para que hiciera un pacto con Dios. Los filisteos creyeron que esa gran asamblea tení­a intenciones hostiles, y la atacaron. Animados y conducidos por Samuel, los israelitas combatieron valientemente y lograron una gran victoria sobre sus enemigos; de ese modo recuperaron su libertad. Mientras Samuel fue su lí­der, los filisteos no los molestaron más (1Sa 7:3-14). Ese triunfo reafirmó su autoridad como juez indiscutido del paí­s. Cada año administraba justicia en Gilgal, Betel y Mizpa, además de Ramá, la ciudad de residencia (vs 15-17). Parece que para el desempeño de estos deberes Samuel contaba con la ayuda de 1048 profetas que viví­an en comunidades. La primera mención que se hace de ellos es en sus dí­as (10:5; 19:20). Al avanzar en años, Samuel nombró a sus 2 hijos como jueces adicionales y los ubicó en Beerseba, en el lí­mite meridional del paí­s. Pero, a diferencia de su padre, eran corruptos, y la gente se quejó de ellos. Insatisfechos con la falta de continuidad de una dirección sólida, los israelitas llegaron a la conclusión de que el establecimiento de la monarquí­a serí­a la mejor solución para sus problemas polí­ticos. Por eso le pidieron que nombrara un rey sobre ellos. El profeta no aprobó este pedido, e incluso lo tomó como una disconformidad con su administración. Pero Dios le ordenó que accediera a las demandas del pueblo, señalándole que al expresar su deseo de pasar de una forma teocrática de gobierno a una monarquí­a, no lo estaban rechazando a él, sino al dirigente supremo, a Dios mismo. Samuel recibió instrucción de advertirles acerca de las desventajas de su decisión, y de las inevitables consecuencias que iba a traer aparejadas sobre la vida de todos ellos este cambio de gobierno (1Sa 8:1-22). Al seguir las indicaciones de Dios, Samuel ungió a Saúl, primero en privado en Ramá y después en una ceremonia pública en Mizpa (cps 9 y 10). Una tercera ceremonia se celebró en Gilgal después de la victoria de Saúl sobre Nahas, rey de los amonitas (11:14-12:25). Pero la conducta de Saúl pronto le reveló a Samuel que habí­a razones para albergar gran preocupación. El nuevo rey comenzó a manifestar una actitud independiente y una persistente desobediencia a la conducción divina. En consecuencia, el profeta se vio obligado a decirle primero que su reino no iba a continuar (13:8-14), y más tarde que le serí­a quitado (15:22-29). Samuel no volvió a ver a Saúl después de este incidente, aunque se lamentó por él (v 35). Luego, por orden de Dios, cumplió la peligrosa tarea de ungir a David como rey de Israel, aunque Saúl todaví­a estaba en pleno ejercicio de sus poderes (16:1-13). Cuando Saúl comenzó a perseguirlo, David se refugió temporalmente junto a Samuel (19:18, 19). Poco después de esto el anciano profeta falleció, y David huyó como fugitivo al desierto del sur de Judea (25:1). Samuel aparece otra vez en relación con la visita que el rey Saúl hizo a una médium espiritista (nigromante) que ejercí­a ilegalmente su profesión en Endor. Saúl le pidió a la mujer que lo contactara con el fallecido profeta. El espí­ritu que se le apareció a la mujer durante la sesión pretendió ser Samuel, y predijo la muerte* de Saúl (1Sa 28:3-19). Que este espí­ritu no era el del fallecido Samuel resulta evidente por las Escrituras, que enseñan que no hay conciencia después de la muerte y condenan la nigromancia y el espiritismo por ser obras del demonio. Samuel fue un gran hombre. En el NT aparece entre los héroes de la fe (He, 11:32). Se manifestó como un dirigente polí­tico que recuperó la independencia y la libertad de su pueblo, y que logró conservarla durante el largo perí­odo que duró su administración. Estuvo en comunión con Dios desde su infancia, y constantemente obró en consonancia con la dirección divina. Como juez gozó de la alta estima del pueblo por su imparcialidad, su lealtad y su honestidad. Como fundador del reino de Israel manifestó humildad y prudencia al ponerse a un lado cuando el pueblo solicitó un nuevo lí­der. Por otra parte, era un hombre que no aceptaba transigencia alguna cuando estaba en juego el honor de Dios o cuando no se habí­a llevado a cabo una orden directa del Señor. La cruenta severidad ejercida contra Agag (1Sa 15:33) es una ilustración de esto. No obstante, Samuel tení­a un corazón tierno. Constantemente oraba por su pueblo (12:23) y nunca dejó de amar a Saúl, aun cuando se vio obligado a rechazarlo como rey. Desgraciadamente sus hijos no siguieron sus pasos (8:3). Bib.: FJ-AJ v.10.4. Samuel, Libros de. Contienen el registro histórico del pueblo hebreo a partir del nacimiento de Samuel,* el último de los jueces, para proseguir con el establecimiento de la monarquí­a bajo Saúl y para cubrir el reino de David* prácticamente hasta su mismo fin. En todos los antiguos manuscritos hebreos, 1 y 2 S. constituyen un solo tomo, al que se le da el nombre de Samuel y que en el canon hebreo se encontraba entre los Antiguos Profetas (Jos. hasta 2 R., menos Rth_ Los masoretas descubrieron que 1Sa 28:24 se encontraba en la mitad del libro tal como aparecí­a en el texto que ellos disponí­an en su tiempo. La división del libro de Samuel en 2 partes se originó con los traductores de la LXX alrededor del s III a.C. con los tí­tulos de “Primero de los Reinos” y “Segundo de los Reinos”. En este arreglo 1 y 2 R. aparecí­an como “Tercero de los Reinos” y “Cuarto de los Reinos”. En la Vulgata Latina, traducida por Jerónimo hacia fines del s IV d.C., se cambiaron los tí­tulos para que se leyera “Reyes” en lugar de “Reinos”. I. Autor. Los libros no nos proporcionan información alguna acerca de quién o quiénes pudieran ser sus autores. De acuerdo con la 1049 tradición judí­a, Samuel mismo habrí­a escrito los primeros 24 capí­tulos de 1 S. (hasta la muerte del profeta). El resto de 1 S. más 2 S. habrí­a sido escrito por los profetas Natán y Gad (1Ch 29:29). Cuando el libro se dividió en las Biblias hebreas (1517 d.C.), y más tarde en las Biblias en idiomas modernos, el nombre original de “Samuel” se le adjudicó a ambas porciones, aunque ese nombre no se menciona ni una sola vez en la 2ª parte (figura por última vez en 1Sa 28:20). Sin duda, el nombre de Samuel se le adjudicó a todo el conjunto, porque su vida y su ministerio dominan la 1ª porción del libro en su forma combinada. Aparte del tema de quién es el autor, el tí­tulo es apropiado en vista del papel importante que desempeñó el último de los jueces, como uno de los mayores profetas (evidentemente fundador de las escuelas de los profetas), el instrumento señalado por Dios para el establecimiento del reino hebreo. Si el libro combinado fuera la obra de un solo autor, tendrí­a que haber sido escrito después de la muerte de David (2Sa 23:1). Sin embargo, es más razonable concluir que 1 y 2 S. fueron escritos por varios autores, y que son la recopilación de 2 o más narraciones, cada una de ellas completa en sí­ misma. Sea como fuere, constituyen un registro inspirado de un perí­odo importante de la historia hebrea. 447. Restos de las primeras 2 columnas de un rollo del libro de Samuel encontrado entre los Rollos del Mar Muerto. La LXX se aparta en algunas porciones del texto masorético, especialmente en 1Sa_17 y 18. Que esas diferencias de redacción pueden tener su origen en un manuscrito hebreo diferente del que usaron los masoretas y que llegó a ser el texto hebreo normativo, resulta evidente gracias a un manuscrito de Samuel descubierto entre los Rollos* del Mar Muerto. A partir de numerosos fragmentos, encontrados en la Cueva Nº 4 de Qumrán, se ha podido reconstruir unos 2/3 de un rollo de 1 y 2 S. Este rollo tiene una í­ntima relación con la LXX (fig 447). II. Libros 1º y 2º. Mientras 1 S. contiene el relato de la transición del gobierno hebreo a partir de los “jueces” administrativos y militares (que duró alrededor de un siglo; c 1111-c 1011 a.C.), 2 S. se refiere exclusivamente al reino de David (que duró unos 40 años; c 1011-c 971 a.C.). La transición algo repentina de siglos de pura teocracia (ejercida por medio de profetas y jueces) hacia la monarquí­a fue una época de difí­ciles ajustes para el pueblo hebreo. A esto le siguió una edad de oro que comenzó con el glorioso reinado de David. El informe acerca de los últimos años de David y de su muerte aparece en los 2 primeros capí­tulos de 1 R. La narración comienza con el nacimiento de Samuel, su dedicación a servir en el santuario y su llamado al ministerio profético (1Sa 1:1-4:1). Cuando Samuel sucede a Elí­ en el cargo de sacerdote, juez y profeta, Israel se halla postrado bajo los filisteos, pero pronto cambia el destino de la nación (cps 5-7). En las postrimerí­as de su ministerio la demanda popular de un rey conduce a la elevación de Saúl al trono (cps 8-12). Los primeros años del reinado de Saúl están marcados por guerras frecuentes con los filisteos y otras naciones vecinas (14:47). En ese tiempo Saúl desobedece 2 veces flagrantemente las claras instrucciones del Señor dadas por medio de Samuel (cps 13-15). Cuando Dios rechaza a Saúl como rey, Samuel unge secretamente a David; el resto de 1 S. se dedica mayormente a relatar los intentos de Saúl, nacidos de los celos, de destruir a David (cps 16-27). Finalmente, en una batalla entre los filisteos y los israelitas, Saúl halla la muerte (cps 28-31). Después David llega a ser rey de Judá, y al cabo de unos 7 1/2 años de contiendas las otras tribus también lo reconocen como rey (2 S.1:1-5:5). Los cps 5-10 nos cuentan las glorias de los primeros años del reinado de David, mientras que los cps 11-21 se dedican en amplia medida a su pecado y a las dificultades familiares que afectan el trono. Los cps 1050 22-24 constituyen una especie de apéndice que contiene el himno de acción de gracias; de David, sus últimas instrucciones y una lista de sus valientes y de sus hazañas. La historia termina con el relato del pecado que cometió al censar al pueblo y los tristes resultados que le siguieron (cp 24; véase CBA 2:447-453).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

lí­der religioso y polí­tico de Israel, profeta y último juez de los israelitas, 1 S 7,15. Le correspondió vivir uno de los perí­odos crí­ticos de Israel, la transición del gobierno de los jueces a la monarquí­a.

S. fue hijo de Elcaná descendiente de Suf, de la ciudad de Ramatáyim, más tarde llamada Ramá, en las montañas de Efraí­m. La madre de S. se llamaba Ana, la cual no le habí­a dado hijos a su marido, mientras la otra mujer, Peninná, sí­. Ana oró fervientemente a Dios pidiéndole un hijo, al cual prometió para su servicio. El niño nació y, una vez destetado, fue llevado al santuario en Siló, entregado al cuidado del sacerdote Elí­, 1 S 1, 21-28. Estando al servicio del santuario de Siló, S. recibió el llamado de Yahvéh, la primera revelación que lo consagra como profeta. A S. le anunció Yahvéh la condena y el castigo para la casa del sacerdote Elí­, la cual serí­a borrada, por la mala conducta de sus hijos Jofní­ y Pinjás, 1 S 3.

Dice el texto sagrado: †œSamuel crecí­a Yahvéh estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras†, 1 S 3, 19; en la guerra contra los filisteos, el Arca fue capturada por éstos y los hijos de Elí­ perecieron, y éste mismo murió al recibir la noticia, lo que fue el principio del castigo a la casa de Elí­, que después seguirí­a con la matanza de los sacerdotes de Nob, 1 S 22, 18; y la destitución de Abiatar por Salomón, 1 R 2, 27, reemplazado por Sadoq.

Pasaron veinte años desde que el Arca fue instalada en Quiryat Yearim y S. surge como el lí­der, reformador religiosos, liberador y juez de Israel, que habí­a estado a merced de los filisteos. S. reunió la asamblea de Israel en Mispá, e hizo que el pueblo volviera los ojos a Yahvéh y abandonara las abominaciones idolátricas. S. rogó a Yahvéh por su pueblo y ofreció un sacrificio. Los israelitas humillaron a los filisteos y hubo paz; S. juzgaba a Israel, desde su ciudad de Ramá, y hací­a recorridos cada año por todo el territorio, 1 S 7.

Siendo ya anciano S. puso a sus hijos Joel y Abí­as como jueces de Israel, los cuales no siguieron el ejemplo de su padre, torcieron el derecho buscando el lucro personal. Los ancianos de Israel fueron a Ramá y le pidieron a S. que les diera un rey que los gobernara, como sucedí­a en todas las naciones. S. se opuso, pues consideraba que Israel no era como los demás pueblos, su único rey era Yahvéh. Sin embargo, S. consultó al Señor, quien le pidió que accediera, pues el rechazado no era S. sino Yahvéh mismo, pero que le pusiera de presente al pueblo cuál era el fuero real, 1 S 8. Yahvéh mandó a S. para que ungiera como rey a Saúl, 1 S 9 17 ss. S. reunió a todo el pueblo en Guilgal, donde se inauguró la monarquí­a de Israel, 1 S 11, 14-15; Saúl reinó, aproximadamente, entre el año 1030 y el 1010 a. C. Tras esto, S. dijo un discurso de despedida ante el pueblo, en el que recordó las grandes obras de Yahvéh en favor de su pueblo, cuya protección estará asegurada siempre y cuando los israelitas sean fieles a los preceptos de su Dios, 1 S 12.

Pero aquí­ no termina la vida pública de S. Fue hasta donde Saúl para anunciarle que Yahvéh no afianzarí­a el reino en sus manos, pues habí­a perdonado la vida al rey de Amalec, Agag, desobedeciendo las órdenes del Señor de entregarlo todo al anatema, tras derrotar a los amalecitas; éstos habí­an atacado a Israel alevemente cuando salió de Egipto, Ex 17, 8-16; Dt 25, 17-19. S., entonces, ejecutó la orden de Yahvéh, que ha debido cumplir el rey Saúl, y mató a Agag. Desde entonces, Saúl no volvió a ver al profeta S., 1 S 15.

Posteriormente S. fue enviado por Yahvéh, a Belén, a ungir como rey a David, hijo de Jesé, 1 S 16, 1-13. S. murió en la época en que el rey Saúl perseguí­a a David; fue sepultado en Ramá, 1 S 25, 1; 28, 3.

El salmista elogia S. como uno de los grandes intercesores del pueblo de Israel ante Yahvéh, junto con Moisés y Aarón, Sal 99, 6; e igualmente en Jr 15, 1; en Si 46, 13-20, se le logia por su fidelidad a Dios, como profeta y fundador de la realeza en Israel; en Hb 11, 32, se elogia por su fe. A S. se le atribuyen los dos libros bí­blicos del A. T., que llevan su nombre.

Estos textos formaban un solo libro en la Biblia hebrea; la versión griega de la Septuaginta los dividió en dos y los juntó con los dos libros de los Reyes bajo el mismo tí­tulo, los cuatro libros de los Reinos; igual hizo la versión latina de la Vulgata, bajo el tí­tulo de los cuatro libros de los Reyes.

La tradición talmúdica considera al profeta Samuel autor del texto del primer libro que termina con su muerte; los que sigue es atribuido a Natán y Gad. En general, se cree que los libros son obra de varios autores y que hay diversas fuentes y tradiciones.

Los libros de S. abarcan un perí­odo de la historia de Israel que va desde la terminación del gobierno de los jueces e instauración de la monarquí­a, hasta los últimos dí­as del reinado de David. Se puede dividir la obra en tres grandes partes: desde el nacimiento de Samuel hasta la unción de Saúl como primer rey panisraelita, 1 S capí­tulos 1 a 7; hechos del reinado de Saúl, 1 S 8 a 2 S 1; y hechos del reinado de David, 2 S capí­tulos 2 a 24; aquí­ se destacan la derrota de los filisteos; la unificación del territorio, la asimilación de los restos de poblaciones cananeas y la erección de Jerusalén como capital polí­tica y religiosa del reino; el sometimiento de Transjordania y de los arameos de Siria septentrional.

Es de destacar que a pesar de que David logró la unificación de la nación israelita, al morir no estaba verdaderamente solidificada. Ya en su reinado, como consta en los libros de S., se presentaron amagos de división, como el de su propio hijo Absalón, apoyado por los del Norte; igualmente la rebelión de Seba, el benjaminita. El ideal teocrático alcanzado, aunque no del todo afianzado, se verá resquebrajado, según el mensaje religioso de S., por las infidelidades de Israel, que llevarán a la división y al cisma religioso y a la ruina de los dos reinos, Israel y Judá. Pero surge en S. la promesa de Yahvéh a la casa de David, la profecí­a de Natán sobre la llegada del Mesí­as, 2 S 7, 5-16; palabras que son citadas en el N. T., cumplidas en Jesús, del linaje de David, Hch 2, 30; 2 Co 6, 18; Hb 1, 5.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., shemu†™el, nombre de Dios, o su nombre es El; algunos gramáticos prefieren la derivación de yishma†™El, Dios oye; otros asocian el nombre con sha†™al, preguntar, sobre la base de 1Sa 1:20). Samuel a menudo es llamado el último de los jueces (comparar 1Sa 7:6, 1Sa 7:15-17) y el primero de los profetas (1Sa 3:20; Act 3:24; Act 13:20). El fue el hijo de Elcana, un zufita, y Ana, de Ramataim en la región montañosa de Efraí­n.

Los eventos asociados con el nacimiento de Samuel indican que sus padres eran una pareja dedicada y devota (1Sa 1:1—1Sa 2:10). La oración de Ana por un hijo fue contestada. Después que Samuel fue destetado, ella lo llevó a la casa del Señor en Silo.

El Señor llamó a Samuel en la noche y le reveló el juicio inminente contra la casa de Elí­. El Señor bendijo a Samuel y no dejaba sin cumplir ninguna de sus palabras (1Sa 3:19), de modo que todo Israel sabí­a que Samuel era un profeta del Señor. Elí­ murió cuando recibió la noticia de la muerte de sus hijos y la captura del arca del pacto en una victoria filistea sobre Israel. Algún tiempo después de la devolución del arca a Israel, Samuel desafió al pueblo a desechar los dioses foráneos y a servir al Señor únicamente (1Sa 7:3). Cuando los filisteos amenazaron a los israelitas reunidos en Mizpa, Samuel intercedió en favor de Israel y el Señor respondió con truenos en contra del enemigo. Los filisteos fueron derrotados completamente, y Samuel erigió una piedra memorial, a la que llamó Eben-ezer (piedra de la ayuda, 1Sa 7:12).

Samuel, juez y sacerdote, estableció su hogar en Ramá, donde él administraba justicia y donde también edificó un altar. El hací­a un recorrido en forma de circuito por Betel, Gilgal y Mizpa (1Sa 7:15). En su vejez, él nombró a sus hijos, Joel y Abí­as (comparar 1Ch 6:28), como jueces en Beerseba, mas el pueblo protestó el hecho de que sus hijos no andaban en sus caminos, sino que aceptaban sobornos y pervirtieron la justicia. El pueblo solicitó un rey que gobernase sobre ellos (1Sa 8:5-6). Dios le reveló a Samuel que Saúl debí­a venir a verle y, al final de este primer encuentro, Samuel secretamente ungió a Saúl como rey (1Sa 10:1) y le predijo algunas señales confirmadoras, las que acontecieron tal como las predijo (1Sa 10:1-13). Samuel entonces convocó a una asamblea de Israel en Mizpa y el escogimiento de Saúl fue confirmado echando suertes.

Saúl tomó parte en una batalla victoriosa sobre los filisteos. Después del éxito de Saúl, Samuel lo comisionó que aniquilara a los amalequitas (1 Samuel 15).

En esta expedición, Saúl mostró una obediencia incompleta; Samuel le recordó la necesidad de obediencia absoluta y le dijo que Dios lo habí­a desechado como rey (1Sa 15:35).

El Señor envió a Samuel a Belén a ungir al joven pastor David como sucesor de Saúl (comparar 1Ch 11:3). Más tarde, huyendo de Saúl, David se refugió en una ocasión con Samuel en Nayot de Ramá (1Sa 19:18), donde Samuel presidí­a a un grupo de profetas. Cuando Saúl vino en busca de David, el Espí­ritu de Dios vino sobre Saúl, y él profetizó ante Samuel (1Sa 19:23-24). Samuel fue diligente en el servicio del Señor y conservó la Pascua fielmente (2Ch 35:18); fue también un escritor (comparar 1Sa 10:25; 1Ch 29:29). Samuel murió mientras Saúl aún era rey; él fue sepultado en una asamblea solemne del pueblo en Ramá (1Sa 25:1).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(nombre de Dios, o Dios escuchó).

El último Juez y el primer Profeta: (1Sa 7:15, 2Cr 35:18, Jer 15:1).

– Nacido de Alcana y Ana por una providencia especial; lo crió Elí­, 1 S.1-3.

– Fue sacerdote, y ungió a los reyes Saul y David, 1 52Cr 2:17-35, 2Cr 2:10, 2Cr 16:13. – Vidente, 1 52Cr 9:9. Murió en Rama,2Cr 25:1.

– Escribió los Libros de Samuel.

SAMUEL
Libros de: Son 2 libros históricos que originariamente formaban uno. La Septuaginta los dividió, con el nombre de 1 Reyes y 2 Reyes: (el 1 y 2 Reyes actuales eran el 3 y 4 Reyes). Relatan el establecimiento de la monarquí­a en Israe: Esquema.

1- Samuel, Juez, Profeta y Sacerdote.

2- Saúl como Rey, 1 S.8 a 2 S.1.

3- David como Rey, 2 S.2 -a 24.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

El último de los jueces de Israel. El relato de S. comienza con el prodigio de su nacimiento, que fue en respuesta a la oración de su madre †¢Ana, que era estéril. Cuando el niño nace, su madre lo crí­a hasta destetarlo, lo llevó entonces al sacerdote †¢Elí­ y lo consagró al Señor (1Sa 1:28). †œEl joven S. ministraba a Jehová en la presencia de Elí­† (1Sa 3:1). Los hijos de Elí­ tení­an un mal comportamiento en la casa de Dios. S. recibió un llamamiento divino, que incluí­a un mensaje de juicio sobre la casa de Elí­. Conjurado por éste, se lo reveló (1Sa 3:1-21).

En una de las muchas batallas que se libraban con los filisteos, los israelitas salieron derrotados. Pensaron entonces en llevar el arca con ellos a la pelea, lo cual hicieron. Fueron derrotados de nuevo y el arca cayó en manos de los filisteos. Al saber la noticia Elí­ murió. Por una plaga enviada por Dios los filisteos devolvieron el arca. Desde entonces Samuel quedó como sacerdote y juez de Israel. Pero cuando envejeció, sus hijos tení­an mala fama y el pueblo no los querí­a. Por lo cual pidieron un dí­a: †œConstitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones† (1Sa 8:5). Siguiendo órdenes divinas, S. ungió a †¢Saúl como rey de los israelitas (1Sa 8:1-22; 1Sa 9:1-27; 1Sa 10:1-27).
algunas victorias iniciales, Saúl tuvo un gran fracaso cuando no cumplió las órdenes de Dios en el asunto de la destrucción de los amalecitas. S. se dio cuenta de que estaba incapacitado para ser un buen rey y le anunció que Dios habí­a escogido a otro. Debido a la suerte de su protegido, S. vivió lamentando por Saúl (†œY nunca después vio S. a Saúl en toda su vida; y S. lloraba a Saúl† [1Sa 15:35]), hasta que, guiado por Dios, ungió a David como futuro rey de Israel. Tendrí­a luego que aconsejarlo en los momentos en que Saúl le perseguí­a.
enviado el rey a matar a David, que se escondí­a en casa de S., los soldados se encontraron con †œuna compañí­a de profetas que profetizaban, y a S. que estaba allí­ y los presidí­a. Y vino el Espí­ritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron†. Avisado el rey, vino personalmente, pero también le pasó lo mismo (1Sa 19:20). S. murió en Ramá, donde fue sepultado (1Sa 25:1).
menciona a S. como levita (1Cr 6:28), organizador de los porteros en el †¢tabernáculo (1Cr 9:22), vidente (1Sa 9:19), y profeta (Hch 13:20). Su prestigio en la historia de Israel es tal que se le compara con Moisés y Aarón (†œMoisés y Aarón entre sus sacerdotes, y S. entre los que invocaron su nombre† [Sal 99:6; Jer 15:1]). S. fue el hombre clave en un momento muy crí­tico: el paso de los israelitas de la condición de simple conjunto de tribus a constituir un reino centralizado.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG PROF JUEZ HOMB HOAT

ver, FILISTEOS, SAMUEL (Libros), ALTAR

vet, = “pedido a Dios”. Profeta de Israel (1 Cr. 6:33), fue el primer gran profeta posterior a Moisés, y el último de los Jueces. Su padre, Elcana, era un levita de la familia de Coat, de la casa de Izhar, que descendí­a de Zuf (1 S. 1:1; 1 Cr. 6:26, 35). Esta familia habí­a recibido su heredad en el monte de Efraí­n (Jos. 21:5; 1 Cr. 6:26, 35). Elcana viví­a en Ramá (1 S. 1:1, 19; 2:11). Elcana tení­a dos esposas: Penina y Ana. Esta última, que era estéril, suplicó al Señor que le concediera un hijo, e hizo el voto de consagrárselo toda la vida, aparentemente como nazareo, ya que ella dijo: “Y no pasará navaja sobre su cabeza” (1 S. 1:11; cfr. Nm. 6:1-5). Dios otorgó esta petición. Ana llamó al recién nacido Samuel. Cuando lo hubo destetado, lo llevó al Tabernáculo, en Silo, confiándolo a Elí­, el sumo sacerdote, a fin de que lo formara para el servicio del Señor (1 S. 1; 2:1-17). El niño Samuel llevaba a cabo su tarea en presencia del Señor; vestí­a un simple efod de lino, vestidura de los sacerdotes cuando oficiaban, y también de los levitas (1 S. 2:18). El niño dormí­a en una estancia contigua al Tabernáculo, y por la mañana abrí­a las puertas de la casa de Jehová, y ayudaba a Elí­ (1 S. 3:1, 3, 15). Samuel era sólo un joven cuando el Señor le reveló el juicio que caerí­a sobre la casa de Elí­, a causa de la insensata indulgencia del padre hacia sus indignos hijos (1 S. 3:1-18). Josefo dice que Samuel tení­a entonces doce años (Ant. 5:10, 14), estimación probablemente correcta, pero de la que se desconoce la fuente. Cuando Samuel llegó a ser un hombre joven, todo Israel, de Dan a Beerseba, reconocí­a que era un profeta, porque el Señor se le reveló en Silo (1 S. 3:20, 21). Poco después caí­a el juicio predicho sobre la casa de Elí­ y sobre Israel: los dos hijos de Elí­ murieron sobre el campo de batalla, los filisteos se apoderaron del arca, y Elí­ murió al saber esto (1 S. 4:1-22). Los filisteos tuvieron que devolver el arca a los israelitas, sin embargo, ante las plagas de Dios, y quedó depositada en Quiriat-jearim, en casa de Abinadab. El nivel espiritual del pueblo era entonces sumamente bajo. Después de la muerte de Elí­, Samuel ejerció la autoridad, y se esforzó en rectificar las costumbres; veinte años después de la restitución del arca, habí­a llegado a conseguirlo en cierta medida. Convocó entonces a los israelitas a Mizpa, cerca del lugar en el que habí­a sido arrebatada el arca del pacto. El profeta les ordenó confesar sus pecados, ayunar delante de Jehová e implorar Su misericordia. Al saber esto, los filisteos atacaron a los israelitas, que pidieron a Samuel que suplicara el socorro divino. El Señor otorgó la ayuda pedida mandando sobre los filisteos una terrible tormenta, bajo la que sufrieron una tremenda derrota. Mientras Samuel estuvo al frente de los israelitas, los filisteos renunciaron a atacar (1 S. 7:3-14). (Véanse FILISTEOS, SAMUEL [LIBROS DE].). Samuel fue a la vez juez y profeta. En el ejercicio de estas funciones, iba cada año a Bet-el, Gilgal y Mizpa. Su residencia era Ramá, donde se hallaba una comunidad de profetas que lo ayudaban en su obra de reforma (1 S. 7:15-17; 19:18-20). En Ramá erigió un altar, por cuanto Dios habí­a abandonado Silo. El arca no estaba a disposición del culto público, el pacto con Dios habí­a quedado suspendido por la idolatrí­a y los sacrilegios de los israelitas. Samuel era considerado como el representante de Jehová (véase ALTAR). Bajo su enérgica dirección, el paí­s fue preservado de la dominación extranjera. A su vejez, Samuel estableció en Beerseba a sus dos hijos como jueces sobre Israel. Sin embargo, éstos se mostraron indignos de tan alto cargo, dejándose sobornar y pisoteando la justicia. A causa de la malvada gestión de ellos y de la amenazadora actitud de las naciones paganas a su alrededor, los ancianos y el pueblo pidieron la instauración de la monarquí­a. Dios ordenó al profeta que ungiera a Saúl como rey, y después a David, tras de que Saúl hubiera sido rechazado (véase SAMUEL [LIBROS DE]). Samuel murió mientras David, huido de Saúl, se hallaba en el desierto de En-gadi. Fue sepultado en Ramá; todo Israel lo lloró (1 S. 25:1). La noche antes de la batalla de Gilboa, Saúl pidió a una adivina que evocara a Samuel del Seol (1 S. 28:3-25). (Véase SAÚL, b.). Hemán, uno de los cantores de David, era nieto de Samuel (1 Cr. 6:33; cfr. v. 28). Samuel figura entre los héroes de la fe del AT (He. 11:32).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[012]
El primer gran vidente y profeta de Israel, después del establecimiento del pueblo en la tierra prometida. Es la figura central del primero de los llamados libros de Samuel. (Ver Profetas 3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: I. Cuestiones historiográficas. II. El mapa del relato: 1. Siete cuadros; 2. Tres grandes actores; 3. Tres grandes cantos. III. La teologí­a de la historia: 1. La alianza “mesiánica” con la “casa”daví­dica; 2. La elección del último; 3. El juicio sobre el pecado.

I. CUESTIONES HISTORIOGRíFICAS. Reunidos en un volumen único en el TM (la división en dos libros sólo aparece con la edición de D. Bomberg en 1516-17), pero ya articulados en dos partes (A y B) por los LXX, donde se los denominaba “de los Reyes” (1-2Re, a los que seguí­an 3-4Re, es decir, los respectivos 1-2Re del TM), estos dos libros bí­blicos son, obviamente, una obra compacta, que desemboca lógicamente en 1-2Re que les siguen. Su origen está ligado, como es sabido, a la tradición deuteronomista (Dt, Jos, Jue, 1-2Sam, 1-2Re), y en el lenguaje del canon hebreo pertenecen a los “profetas anteriores”. Por algo el Talmud consideraba 1-2Sam obra de Samuel, Natán y Gad. M. Not, basándose en la uniformidad de estilo de estos siete libros, de su cadencia estructural y de su organicidad histórica, ha formulado la hipótesis de una unidad verdadera y profunda de redacción, incluso cronológica, después de la destrucción de Jerusalén. Ahora, en cambio, se tiende a pensar que esta redacción homogénea tuvo lugar en dos fases distintas, la primera en la época del rey Josí­as (muerto en el 609 a.C.) y la segunda durante el destierro. La determinación de esta duplicidad sólo se puede hacer a través de operaciones redaccionales complejas y pormenorizadas.

Desde este punto de vista, 1-2Sam se los puede leer divididos en dos grandes secciones. La primera es la de 1 Sam 1-15, y describe la transición no indolora de la institución de los jueces (Samuel) a la institución monárquica. Los materiales antiguos han sido coordinados en un único hilo narrativo, a pesar de que presentaban evidentes discrepancias (p.ej., las dos relaciones antitéticas sobre los orí­genes de la monarquí­a, sobre las cuales volveremos). Las reconstrucciones de esta actividad redaccional, llevadas a cabo por los estudiosos, son- múltiples y dispares (M. Noth, H.J. Bócker, A. Weiser, H. Seebass, T. Veijola, etc.), y los resultados aún provisionales.

La segunda gran área es la que tiene por protagonista a David, y desde 1 Sam llega a l Re 2, con la subida de Salomón al trono. Esta “historia de David” se articula netamente en dos sectores distintos por contenido y por forma literaria: la subida al trono de David (1Sam 16-2Sam 5) y la sucesión (2Sam 7-1Re 2). En el centro está intercalado 2Sam 6, con el tema del arca en Sión. Contrariamente a L. Rost, el cual consideraba casi contemporánea de los acontecimientos la narración de la sucesión, ahora se piensa en una redacción más reciente, que ha desarrollado el motivo mesiánico ya presente en el relato de la subida al trono. También aquí­ los análisis para definir las vicisitudes de esta redacción son múltiples y varios (E. Würthwein, T. Veijola, F. Langlamet, E. Cortese, etc.), y los resultados son aún provisionales. Dada la finalidad de nuestra presentación, nos contentamos con señalar la complejidad de la aproximación historiográfica y literaria. Sin embargo, la homogeneidad final del texto bí­blico nos permite en todo caso trazar un discurso teológico muy orgánico.

II. EL MAPA DEL RELATO. A partir de A. Gunkel, si bien dentro de los lí­mites de su teorí­a literaria deudora de los modelos de la crí­tica romántica alemana, cada vez se está más convencidos de que el relato, sobre todo en ámbitos culturales orales, no es un simple vehí­culo que expresa los acontecimientos, sino una verdadera y auténtica hermenéutica histórica. El relato popular, con su “acción de presentación”, su “reacción”, sus protagonistas asistidos por héroes secundarios, no constituye un fenómeno sólo narrativo y literario, sino auténticamente historiográfico. Lo mismo vale para la “leyenda” (entendida en el sentido técnico de relato etiológico), que tiene por fin establecer el origen histórico de una praxis, de un recuerdo, de una memoria topográfica o cúltica (pensemos en la “leyenda real”). Nosotros, considerada la finalidad de nuestro análisis, nos contentamos ahora con aislar tres elementos significativos de la deliciosa narración de 1-2Sam. Pues la redacción deuteronomista sabe coordinar en un tejido literario homogéneo la complejidad de las fuentes y de los materiales.

1. SIETE CUADROS. El primer dato que debemos señalar es el estructural. Sin entrar en la cuestión de las varias hipótesis ‘y de la compleja organización de los detalles, podemos notar, sin embargo, ya en la superficie del texto, algunas demarcaciones bastante ní­tidas. Cada una de las áreas resultantes está preferentemente confiada a un “héroe” protagonista rodeado de una multitud de personajes menores; en algún caso el protagonista es doble, tratándose de un auténtico duelo o dúo (Saúl-David).

El primer cuadro se contiene en ISam 1-7, y tiene como actor dominante a Samuel, que es seguido desde el nacimiento fí­sico (c. 1) y espiritual (c. 3) hasta los comienzos del gran cambio institucional. El fondo está recorrido por sombras y pesadillas (los filisteos, el arca en el templo de Dagón). Con el capí­tulo 8 y hasta el capí­tulo 15 se abre el segundo cuadro, se desarrolla y concluye con la copresencia de dos actores, Samuel y Saúl. Como veremos, la mezcla de las dos relaciones sobre el nacimiento de la monarquí­a hace que, junto a escenas luminosas (victorias de Saúl, cc. 10-11), haya páginas negativas (c. 15). Con el capí­tulo 16 de 1 Sam hasta 2Sam 1 nos encontramos con una cerrada confrontación entre Saúl y David. El relato en este tercer cuadro es muy rico, lleno de golpes de escena y de personajes diversos (Goliat, Jonatán, Nabal, Abigaí­l, los sacerdotes de Nob, Aquí­s, rey de Gat, etc.), y culmina en la trágica escena final de Saúl, que se suicida en los montes de Gelboé.

Con el cuarto cuadro entra plenamente en escena la figura de David, el protagonista de 2Sam entero. En los capí­tulos 2-6, David asume oficialmente el reino poniendo sitio a Hebrón, con la conquista de Jerusalén y con el traslado del arca a la nueva capital, mientras que en el horizonte se adivina la sombrí­a presencia de Joab, el omnipotente y sanguinario sobrino de David, que tanta parte tendrá en la gestión polí­tica del reino. Los capí­tulos 7-12 del quinto cuadro son los más densos y tensos a nivel teológico, pues la narración gira en torno a la promesa divina y al pecado de David, a los esplendores y a las miserias de esta figura. Pero el relato se precipita luego en el drama con el sexto cuadro (2Sam 13-20), dedicado a la revolución de Absalón que, entre otras cosas, revela la fragilidad del reino (traiciones, espí­asde doble juego, maniobras de poder de Joab, escándalos de harén, sangre, la rebelión de Sebá…). El texto de 2Sam se cierra en los capí­tulos 21-24, con un séptimo cuadro muy heterogéneo, que tiene el sabor de un apéndice y cuya finalidad es armonizar la narración de la vida de David con la de Salomón. En este apéndice se reconocen al menos seis perí­copas: una sí­ntesis de datos diversos (carestí­a y guerras contra los filisteos: 21,1-14), una primera lista de los “valientes” de David (21,15-22), la cita del Sal 18 (c. 22), otro cántico con el “testamento” de David (23,1-7), una segunda lista de los “valientes” (23,8-39), el censo, la peste, el altar, prefiguración del templo salomónico (c. 24).

2. TRES GRANDES ACTORES. Dentro de este relato que corre opulento, aunque muy ágil, se suceden in crescendo tres héroes, alrededor de los cuales se ordena y desarrolla toda la trama literaria (y teológica). El primero es, naturalmente, Samuel, prototipo de los profetas (con Abrahán y Moisés), último de los jueces, padrino poco entusiasta del giro institucional de la monarquí­a, sacerdote del santuario de Silo (pero ver 1Cr 6:22.28). Entre paréntesis, a propósito del culto notamos que en 1-2Sam asistimos implí­citamente al proceso de centralización cúltico tan querido del Dt (1Cr 12:2-12): Silo, Mispá (1Sa 7:5-12; 1Sa 10:17), Gálgala (lSam 11,14; 13,4-14; 15,12) y Hebrón (2Sa 2:4; 2Sa 5:3; 2Sa 15:7-9), clásicos santuarios locales, son suplantados con el traslado del arca a Sión (2Sam 6).

Samuel tiene su “evangelio de la infancia” en lSam 1-3, en el cual encontramos los elementos tradicionales de la madre estéril, del anuncio, del cántico de acción de gracias por el nacimiento, de la vocación descrita según un curioso esquema “pedagógico” de etapas progresivas (c. 3; cf l Apo 19:9-18 para la segunda vocación de Elí­as). Dentro del espí­ritu de la judicatura está su función pública, sobre todo en el confuso perí­odo de las primeras ofensivas filisteas; dentro del espí­ritu del sacerdocio está su misión de consagrador del nuevo rey (ISam 10); dentro del espí­ritu de la profecí­a está su crí­tica del poder, sobre todo según los cánones del kerigma profético, que exigí­a coherencia entre culto y vida, entre fe y justicia: “¿Se complace tanto el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a sus palabras? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad más que las grasas de los carneros” (lSam 15,22). Y desde ese momento, su palabra será sólo de juicio, y se transformará en silencio hasta la célebre noche de la nigromante de Endor, cuando el espectro de Samuel se alce para anunciar sobre Saúl y sobre su reino la sentencia definitiva.

Saúl es la otra figura central del relato, descrita con vivos colores y con una buena dosis de simpatí­a humana, a pesar de la sombrí­a tragedia que le envuelve. Mas no es el héroe solitario imaginado en la homónima tragedia de V. Alfieri. Su lúcida locura; el contraste no sólo maní­aco, sino polí­tico con David, al que, sin embargo, está ligado por ví­nculos de simpatí­a y de parentesco; su crepúsculo desolado buscando consuelo en la magia; el fin en un abrazo suicida con su misma espada plantada en el suelo (1Sam 31) no son realmente elementos “patéticos” o épicos, sino antes de nada teológicos, destinados a ilustrar la crí­tica a la monarquí­a y a abrir el horizonte a David.

Y es justamente en conexión con el advenimiento de la monarquí­a, que tiene en él su primera y desafortunada realización, donde Saúl reviste una importancia particular. Como queda dicho, el nacimiento de la monarquí­a está representado en lSam de acuerdo con dos registros opuestos y discordantes. El primero, antimonárquico, es paradójicamente conservador y nostálgico, y está presente en 1Sa 8:1-22; 1Sa 10:17-25; 12; 15. Se trata de una acerba crí­tica a la nueva institución, formulada en perspectiva profética y deuteronomista, pero anclada en el hecho histórico de la antigua estructura tribal, que perdurará en formas diversas incluso en épocas sucesivas. La novedad monárquica es vista como una veleidad del pueblo infiel a Dios y cansado de su reino justo; es vista como imitación idolátrica de los otros pueblos, gobernados justamente por regí­menes monárquicos. Samuel insiste en que Dios es el único rey de Israel, y su único intermediario visible es el profeta. Renunciar a esta estructura significa quitarle la confianza a Dios para atribuí­rsela a un hombre, y por tanto confiar la garantí­a de la justicia a un individuo despótico y prepotente. Iluminadora en este sentido es la carta de los derechos reales proclamada por Samuel en 8,11-18; en ella resuena continuamente el pronombre posesivo de tercera persona, porque todo lo que era de la tribu es ahora suyo, del rey absoluto, como eran justamente todos los soberanos de Oriente. Los derechos reales legalizan en la práctica lo que prohibí­an el noveno y el décimo mandamiento (Exo 20:17): los tres capí­tulos fundamentales de la propiedad tribal: la familia, las tierras y los productos, quedan sometidos a la depredación legal del fisco real y, al final, Israel es descrito como cuando era un pueblo esclavo en Egipto y clamaba a Dios para que lo liberara.

A esta versión se yuxtapone en el relato una serie de páginas en las cuales se exalta el nuevo régimen como una innovación providencial bendecida por Dios (9,1-10,16; 11,1-15; 13; 14). Es ésta la orientación más “laica y progresista”, que querí­a reestructurar el poder sacerdotal y religioso, y asegurar, a través de la lí­nea dinástica, una continuidad de poder, mientras que la unificación de las tribus bajo un gobierno central harí­a más sólido al Estado contra los asaltos hostiles, sobre todo filisteos: “Saúl hizo la guerra a todos sus enemigos de alrededor, y siempre salí­a victorioso. Hizo verdaderas proezas, y libró a Israel de las bandas de salteadores” (1Sa 14:47-48). El advenimiento de la monarquí­a marcarí­a, pues, una era de triunfos militares y de libertad (ver al respecto la salmografí­a real: Sal 2; 72; 110) [/ Polí­tica 1].

El centro del libro lo ocupa, naturalmente, el tercer “héroe”, sobre cuyas radicales onomásticas (dwd) se construirán preciosismos alegóricos ya en la Biblia; pensemos en dódí­, “mi amado”, que recorre todo el Cant y que Isaí­as coloca al principio de su “cántico de la viña” (Isa 7:1); pensemos en el número 14, de acuerdo con el cual se distribuye la genealogí­a de Jesús en Mt, evocación simbólica del valor numérico de las tres letras hebreas de dwd… Su figura, desde el punto de vista estrictamente histórico, aparece en 1-2Sam fuertemente reestructurada: pensemos en sus miserias morales, subrayadas sin empacho (2Sam 10-12; 24); en las tragedias familiares (Absalón), en el poder paralelo de Joab frente al cual el rey sólo puede augurar una venganza póstuma (2Sal 19,23; 1Re 2:5-6), en la difí­cil sucesión y en las venganzas sangrientas que recorren todo su reinado. Las Crónicas sentirán la exigencia de purificar esta imagen de todas estas miserias, ofreciéndonos un retrato de David mucho más hagiográfico, dentro del espí­ritu de la tradición sucesiva.

En realidad, como veremos, David entrará en la teologí­a como un “tipo”, como un modelo idealizado de la perfección y de la esperanza mesiánica.

También la tradición cristiana lo rodeará de una interpretación cristológica (Mt l,lss; Luc 1:32-33; Luc 3:31-35; Mar 11:10; Mar 12:35; Jua 13:18-19; Heb 1:15-20; etc.). El arte cristiano lo exaltará en todos los momentos de su existencia: David ungido por Samuel del Veronés, David tocando el arpa para Saúl de Rembrandt, el David perfecto de Miguel Angel y de Donatello, el David con la cabeza de Goliat de Caravaggio, las infinitas miniaturas sobre los salterios… Por eso la mayor importancia de este fundador de la dinastí­a del reino de Judá ha de buscarse en el plano teológico.

3. TRES GRANDES CANTOS. Intercalados en la narración de 1-2Sam se encuentran tres espléndidas composiciones, que merecen, incluso por su riqueza espiritual, mención aparte. El primero es el cántico de Ana, la madre de Samuel (ISam 2,1-10), puesto en sus labios a causa del versí­culo 5b (“La mujer estéril tiene siete hijos, y la madre fecunda se marchita”). En realidad, se trata de un salmo real de victoria del rey hebreo contra enemigos más poderosos, que forma un trí­ptico con los Sal 20 y 21. El motivo teológico es el clásico del débil que vence por la intervención de Dios. El rey, inferior militarmente a los reyes idólatras, y la mujer estéril consiguen vencer a las superpotencias y a las rivales fecundas, celebrando así­ la fidelidad de Dios, que interviene en la historia humana. Pero la victoria divina supera también la historia y se extiende más allá del cosmos y del mismo se ol: “Yhwh hace morir y vivir, bajar al Se ‘o1 y salir de él” (v. 6). Que el salmo es real es del todo manifiesto en el final litúrgico, donde se añade una jaculatoria por el rey mesí­as (v. 10). Recordemos, entre otras cosas, que el cántico, obra antológica basada sobre todo en el salterio, servirá de modelo literario y temático para el Magní­ficat de Marí­a.

Sublime es, en cambio, la elegí­a fúnebre de David por la muerte de Saúl y de Jonatán, “que se ha de enseñar a los hijos de Judá” (2Sa 1:19-27; cf 3,33-34). Sobre el panorama de los montes de Gelboé, los de la muerte de los dos héroes, sobre el júbilo frenético de las “hijas de los filisteos” en medio de las calles de Gat y de Ascalón, David hace descender el velo de sus lágrimas que todo lo cubren de niebla y lo ofuscan. Su grito angustiado, marcado por el “¿por qué?”de las súplicas, que indica el ritmo del poema como una antí­fona: “¿Por qué han caí­do los héroes?” (vv. 19.25.27). Toda la qinah (lamentación) por el rey enemigo pero amado, Saúl, está sostenida por pares de sustantivos: rocí­o y lluvia, sangre y óleo, arco y espada, águila y leones. Pero sobre todo resuenan dos nombres, Saúl y Jonatán, espasmódicamente invocados por cuatro veces.

Finalmente, hay que citar el monumental y difí­cil Sal 17 (18), reeditado en 2Sam 22, verdadero y auténtico Te Deum de David (la atribución es muy probable), oda real de liberación y de victoria (una sí­ntesis aparece también en Sal 144:1-11). Basada en una variedad creativa de géneros (lamentación, teofaní­a, profesión de inocencia, agradecimiento, salmo real), esta composición lí­rica contiene fragmentos poéticos y religiosos inolvidables. Pensemos en Yhwh representado como el misterioso caballero envuelto en el manto negro de las nubes que, cabalgando sobre un querubí­n y desatando una tempestad, se inclina sobre las aguas del océano para recoger a su fiel “haciéndolo salir de las aguas caudalosas porque le ama” (vv. 5-20). Pensemos también en el simbolismo de Dios roca, fortaleza, refugio, escudo, baluarte, fuerza, liberador, potencia, con que se abre el salmo (vv. 2-3), o en la particularmente sugestiva del Dios instructor militar de su fiel: “Adiestra mis manos para la lucha y mis brazos para tensar arcos de bronce…” (v. 35). “Este admirable canto de victoria, incluso en su rudeza, es susceptible de una trasposición cristiana. El sentimiento del poder victorioso de que nos reviste el triunfo de Cristo sobre el mundo y sobre la muerte constituye uno de los elementos esenciales de toda espiritualidad cristiana” (E. Beaucamp).

III. LA TEOLOGíA DE LA HISTORIA. Naturalmente, la historia deuteronomista posee una perspectiva precisa, desde la cual lee todo acontecimiento y cada documento recibido de la tradición. Tres son las pautas teológicas que presiden esta hermenéutica de la historia: la promesa-alianza con David, la elección del último, el juicio sobre el pecado. Intentemos definir ahora estos tres nudos hermenéuticos a través de algunas páginas tí­picas.

1. LA ALIANZA “MESIíNICA” CON LA “CASA” DAVíDICA. El texto fundamental es el célebre oráculo de Natán, registrado en 2Sam 7 y elaborado poéticamente también por el Sal 89 (es difí­cil decidir su mutua correlación o su eventual dependencia de una fuente preexistente). Al deseo de David de poseer un templo en la capital recién constituida, Jerusalén, así­ como de tener por ciudadano de su reino también a Yhwh, Natán opone la inesperada decisión de Dios. El Señor, más que ser encuadrado en el espacio sagrado de la “casa” del templo (bajit), prefiere estar presente en la realidad que más afecta al hombre, a saber, la historia, expresada en la “casa” dinástica (bajit) de David: “Yhwh te hará grande, porque una casa te hará Yhwh” (v. 11). “Afirmaré tu dinastí­a para siempre” (Sal 89:5). Tenemos aquí­ la configuración de dos grandes quicios de la teologí­a bí­blica.

El primero define estructuralmente una de las cualidades fundamentales: la revelación bí­blica conoce como campo privilegiado la historia y la existencia del hombre. El segundo es, en cambio, el mesiánico. El oráculo de Natán, que anuncia una presencia especial de Dios en la estirpe de David, constituye el texto base de la esperanza mesiánica real. Dentro de este hilo dinástico, a menudo retorcido y oscuro, se entrevé la promesa de un “hijo de David” perfecto, que sea verdaderamente “Emanuel”: “Dios con nosotros”, presencia suprema de Dios y de su palabra en la historia.

A esta luz, el texto de 2Sam 7 se proyecta sobre muchas páginas bí­blicas a partir justamente del retrato daví­dico de 2Sam. El motivo aparece en el “testamento de David” de 2Sam 23: “Mi casa es estable junto a Dios, porque hizo conmigo un pacto eterno bien reglamentado y garantizado en todo” (v. 5). Es celebrado por todo “el libro del Emanuel” de Is 7-11, tiene una reformulación en Jer 23:5-6 (=Jer 33:15; cf Zac 3:8; Zac 6:12) y una repetición en 33,20-22, donde se evocan también las alianzas cósmicas (Gén 9) y abrahamí­tica (Gén 15:5; 17; Gén 22:17). El motivo reaparece en el Segundo Isaí­as (Gén 55:3); es muy querido también del cronista (2Cr 13:5; 2Cr 21:7) y, según se ha dicho, en el Sal 89. Será esta página la que sostenga a Israel incluso en los momentos tenebrosos: el “consagrado” de Dios es el heredero de la promesa divina; promesa que no puede extinguirse, porque nace de Dios y se puede realizar incluso por caminos inesperados (Sal 132). Con el fin de la dinastí­a daví­dica en el 586 a.C. se abre entonces un nuevo horizonte para el oráculo de Natán: la genealogí­a del mesí­as daví­dico no será ya necesariamente biológica y dinástica, sino espiritual y teológica [/ Alianza II, 5; / Mesianismo III, 2].

2. LA ELECCIí“N DEL ÚLTIMO. Las extrañas elecciones de Dios, que dan la preferencia al débil, al menor, a la estéril, al pobre, son una constante dentro de toda la Biblia, naturalmente también en el mundo neotestamentario: “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil, para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo” (1Co 1:27-28). Este planteamiento es particularmente querido de la teologí­a deuteronomista, que lo usa casi como un hilo teológico sutil en toda su obra (Jue, Jos, 1-2Sam, 1-2Re). Tí­pica en este sentido es la página del duelo entre David y Goliat (lSam 17,40-51), que, en su vigorosa escenificación, parece ser justamente la demostración simbólica de la tesis.

Guerrero frente a pastor, violento frente a pequeño (v. 42), ideal humano e ideal divino se enfrentan en esta escena ejemplar. El discurso contenido en los versí­culos 45-47 es una profesión de fe que hace a Dios aliado invencible del hombre. A las tres armas del filisteo -espada, lanza y venablo- se contrapone la realidad del Señor expresada a través de sus tres nombres, el nombre por excelencia (Yhwh) y sus dos tí­tulos antiguos más famosos: “Señor de los ejércitos” y “Señor de las huestes de Israel” (v. 45). Desde aquel momento, detrás de David se alza el Señor, que se convierte en el verdadero árbitro de la lucha (v. 47).

Pero este tema puede seguirse muy a menudo. Pensemos en el contraste inicial de 1 Sam: entre Ana, la estéril, y la orgullosa Peniná, la fecunda. Pensemos en el citado cántico de Ana (lSam 2), presidido justamente por el tema del poder del Señor, que en sus opciones prefiere al débil y al humilde. Pero sobre todo pensemos en la oposición David-Saúl. El segundo es “buen mozo. No habí­a entre los israelitas quien le superase; a todos les sacaba la cabeza” (lSam 9,2). En cambio, el primero es pequeño y olvidado incluso por su padre. En efecto, es significativo el relato de lSam 16,1-13, cuando, en presencia de Samuel, Jesé hace pasar a sus hijos mayores. Pero “el Señor dijo a Samuel: `No consideres su aspecto ni su alta estatura, porque yo lo he descartado. El hombre no ve lo que Dios ve; el hombre ve las apariencias y Dios ve el corazón'” (v. 7). Y también en el contraste bélico entre David “partisano” en el desierto de Judá y el ejército de Saúl, el acento recae siempre en la bondad y en la magnanimidad del primero (1Sam 23-24). También cuando David haya alcanzado el nivel supremo de la realeza, el narrador estará siempre atento a subrayar su debilidad, e incluso su pecado, para hacer resaltar el primado de Dios, que puede usar también instrumentos imperfectos para la realización de su proyecto.

De este modo se perfila otro tema teológico que ahora desarrollaremos. Pero dentro de él aparece una vez más el esquema de la elección del débil: la ví­ctima Urí­as, herido por la prevaricación del poder de David, no es olvidada, porque la voz de Dios a través del profeta Natán le da satisfacción y le hace justicia. Pero esto aparece más netamente en el breve análisis que vamos a hacer ahora de lSam 11-12.

3. EL JUICIO SOBRE EL PECADO. Orí­genes escribió que el rostro de David irradiaba luz como el de Moisés, pero que esta luminosidad estaba atravesada por franjas de sombras, es decir, por el pecado. También Saúl es colocado muy pronto bajo el signo del pecado (lSam 15). Pero es curioso que la narración de 1-2Sam insista tanto en presentar la vida de David como surcada por el pecado. En efecto, su historia de rey está rodeada, en inclusión, por dos grandes cuadros de pecado.

El primero es el de los capí­tulos 11-12, construidos hábilmente a nivel literario en nueve pequeñas escenas recitadas siempre por dos actores (11,1-5: David y Betsabé; 11,6-13: David y Urí­as; 11,14-17: David y Joab; 11,18-25: David y Joab; 11,26-27: David y Betsabé; 12,1-14: David y Natán; 12,15-16: David y Dios; 12,17-23: David y los ministros; 12,24-25: David y Betsabé). El pecado de adulterio con Betsabé y del asesinato de Urí­as, justificado por el poder, está bajo el juicio de Dios, que se coloca siempre del lado de la justicia violada: “Pero esto que hizo David desagradó al Señor” (11,27). En medio del silencio cómplice y adulador de los súbditos se alza acusadora la voz de la profecí­a, que adopta el conocido método de implicar al pecador en un caso externo, que al final se revela estrictamente personal: de espectador que condena, el pecador se convierte en el autocondenado. Es el caso de la estupenda parábola del pobre y de su “corderilla” (12,1-4). En el fuerte grito: “Tú eres ese hombre” se oculta la implacable denuncia de Dios de las injusticias de los poderosos.

El que juzga entonces es Dios mismo, que es también la parte civil; porque no es sólo Urí­as el herido, sino el mismo Señor, defensor de los débiles. La condena está formulada según el canon de la justicia del talión: “Mataste con la espada… no se apartará nunca la espada de tu casa… Por haber tomado por esposa a la mujer de Urí­as…, tomaré ante tus propios ojos a tus mujeres y se las daré a tu prójimo” (12,9-11). David, vuelto a la sinceridad de la conciencia, se abre a Dios en la confesión: “He pecado contra el Señor” (12,13; cf Sal 51). Pero Dios, aunque perdona la culpa, debe ser el garante de la justicia, por lo cual ha de dar curso a la pena: David será castigado como padre perdiendo el hijo tenido de Betsabé. La muerte del hijo -en la visión veterotestamentaria- se convierte casi en el sí­mbolo de la muerte del rey pecador justamente en su misma carne. Pero el nacimiento de Salomón será la señal del “renacimiento” de David y de su vuelta a la comunión con Dios y con su justicia.

El pecado aparece también al final del relato de 2Sam. El capí­tulo 24 está también presidido por el esquema pecado-arrepentimiento-perdón. El censo (vv. 1-9) es visto como un acto de orgullo por parte de David, acto instigado por Dios mismo según la arcaica concepción por la que a Dios se atribuye todo, bien y mal, para evitar el dualismo (ver, en cambio, lCrón 21,1). La peste (vv. 10-15) es el juicio de Dios por el pecado del rey; la súplica y la conversión de David tienen como exvoto el altar, que anticipará idealmente el templo salomónico (vv. 16-25). En todo caso, en las palabras de David aparece un fuerte sentido del pecado: “He cometido un gran pecado por haber hecho esto. Señor, perdona el pecado de tu siervo, porque he obrado como un insensato” (v. 10). Se introduce también el principio de la responsabilidad personal frente al tradicional de la culpa comunitaria, siendo el rey sí­mbolo de la nación: “Yo soy quien ha pecado y ha obrado mal; pero estos otros, el rebaño, ¿qué han hecho? Que tu mano caiga sobre mí­ y sobre mi familia” (v. 17).

BIBL.: Auzou G., La danza ante el arca, Fax Madrid 1971; BbcKER H.J., Die Beurteilungder Anfdnge des Kónigtums in den deuteronomistischen Ahschnitten des 1 Samuelbuches. Ein Beitrag zum Problem des “deuteronomistische Geschichtswerks”, Neukirchener Verlag, Neukirchen-Vluyn 1969; BRESSAN G., Samuele, Marietti, Turí­n 1954; CAMPBELL A.F., Yahweh and the ark: a case study in narrative, en “JBL” 97 (1979)31-43; CAZELLES H. (Dir.), Los Salmos, en Introducción crí­tica al AT, Herder, Barcelona 1981, 309-332; CLEMENS R.E., The deuteronomistic interpretation of the founding of the monarchy in 1 Sam 8, en “V T” 24 (1974) 398-410; CORTESE A., Da Mosé a Esdra, Dehoniane, Bolonia 1985; GARBINI G., “Narrativa della successione”o storia dei re?, en “Henoch” 1 (1979) 19-41; GIBERT P., La Bible á la naissance de 1’histoire. Ay temps de Saül, David et Salomon, Fayard, Parí­s 1979; ID, Los libros de Samuel y de los Reyes, Verbo Divino, 1983; GUNN D.M., ThefateofkingSaul (suppl. Journal for the Study of the Old Testament, n. 14), Londres 1980; HERMANN S., Historia de Israel, Sí­gueme, Salamanca 1979; LANGLAMET F., Les récits de l’nstitution de la royauté (1 Sam 7-12), en “RB” 86 (1979) 194-213; 385-436; 481-513; 87 (1980) 161-210; 88 (1981) 321-332; ID, Affinités sacerdotales, deutéronomiques, élohistes dans l’histoire de la succession (2Sam 9-20; I Re 1-2), en Festschrift H. Cazelles, Neukirchen 1981, 233-246; ID, David fils de Jesse, en “RB” 89 (1982) 5-47; MCCARTHY D.J., 2Samuel 7 and the structure of the deuteronomic history, en “JBL”84(1965) 131-138; SCIPPA V., Davide conquista Gerusalemme, en “BibOr” 27 (1985) 65-76; SEEBASS H., Traditionsgeschichte von 1Sam 8; 10,17ff und 12, en “ZAW” 77 (1965) 286-295; SOGGIN J.A., Storia d’Israele, Paideia, Brescia 1984; ID, Das Kónigtum in Israel, Berlí­n 1967; ID, 1 Sam ald Schlüssel für das Verstdndnis der sogennanten Kónigsfreundlichen Reihe 1Sa 9:1-10.16; 1Sa 11:1-15 und 13,2-14,52, en “ZAW” 78 (1966) 148-179; ID. Die Vorgesschichte des Konigserhebung Sauls, en “ZAW” 79 (1967) 155-171; TURRO J.C., 1-2 Samuel, en Comentario Bí­bl. San Jerónimo I, Cristiandad, Madrid 1971, 449-489; VEIJOLA T., Das Kcinigstum in der Beurteilung der deuteronomistischen Historiographie, Helsinki 1977; ID, Die ewige Dynastie, Helsinki 1975; WEISER A., Samuel. Seine geschichtliche Aufgabe und religióse Bedeutung, Gotinga 1962; WHITELAM K.W., The just king. Monarchical and judical authority in Ancient Israel, Oxford University Press, Londres 1979; WCRTHWEIN E., Die Erzdhlung von der Trongefolge Davids. Theologische oder politische Geschichtsschreibung?, Zurich 1974.

G. Ravasi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(Nombre de Dios).
Destacado profeta (Hch 3:24; 13:20) al que tradicionalmente se atribuye la escritura de los libros bí­blicos de Jueces, Rut y parte de 1 Samuel. (Compárese con 1Sa 10:25; 1Cr 29:29.) Su padre, Elqaná, era un levita de la familia no sacerdotal de Qohat. (1Cr 6:27, 28, 33-38.) Samuel tuvo tres hermanos y dos hermanas carnales. (1Sa 2:21.)
Como Ana habí­a prometido antes de concebir a su hijo que lo darí­a al servicio de Jehová como nazareo (1Sa 1:11), llevó a Samuel al tabernáculo de Siló una vez destetado (quizás, como mí­nimo, a la edad de tres años; compárese con 2Cr 31:16), donde lo dejó al cuidado del sumo sacerdote Elí­. (1Sa 1:24-28.) Así­ pues, ceñido con un efod de lino, Samuel †˜ministraba delante de Jehovᆙ mientras era solo un muchacho. Todos los años su madre le llevaba una vestidura sin mangas nueva cuando lo visitaba. (1Sa 2:18, 19.) A medida que crecí­a, Samuel se hací­a †œmás agradable, tanto desde el punto de vista de Jehová como del de los hombres†. (1Sa 2:26.)

Llega a ser profeta a una edad temprana. Por la noche Samuel dormí­a en el †œtemplo de Jehová, donde estaba el arca de Dios†, y parece ser que su primera asignación por la mañana era abrir †œlas puertas de la casa de Jehovᆝ. (1Sa 3:3, 15.) Obviamente, las palabras †œdonde estaba el arca de Dios† aplicaban al recinto del tabernáculo, y no debe interpretarse por ello que Samuel dormí­a en el Santí­simo. Como levita qohatita no sacerdotal, no tení­a derecho a ver el Arca ni el mobiliario sagrado que habí­a dentro del santuario. (Nú 4:17-20.) La única parte de la casa de Jehová a la que Samuel tení­a acceso era el patio del tabernáculo. Por lo tanto, debieron ser las puertas que conducí­an al patio las que abrí­a, y es posible que fuese allí­ donde dormí­a. Durante el perí­odo en que el tabernáculo estuvo ubicado permanentemente en Siló, es probable que se levantasen algunos anexos, uno de los cuales pudo haber servido de dormitorio para Samuel.
Una noche, después de haberse retirado, Samuel oyó una voz que le llamaba por su nombre. Imaginando que le hablaba el sumo sacerdote Elí­, corrió a verle. Después de ocurrir lo mismo tres veces, Elí­ discernió que Jehová estaba llamando a Samuel, y le dio instrucciones sobre qué hacer. Luego Jehová le hizo saber a Samuel su juicio contra la casa de Elí­. Temeroso, Samuel no querí­a darle ninguna información concerniente a la palabra de Jehová, hasta que Elí­ le pidió que lo hiciese. Así­ empezó la obra profética de Samuel, y con el tiempo todo Israel se dio cuenta de que era en verdad el profeta de Jehová. (1Sa 3:2-21.)

Conduce a Israel a la adoración verdadera. Veinte años más tarde, los israelitas abandonaron la adoración idolátrica y se pusieron a servir únicamente a Jehová, debido a la exhortación de Samuel. Posteriormente, Samuel reunió a los israelitas en Mizpá. Los filisteos se aprovecharon de la situación para invadir la tierra. Temerosos, los hijos de Israel le pidieron a Samuel que invocase a Jehová por ayuda. Samuel lo hizo, y además ofreció un corderito lechal en sacrificio. (1Sa 7:2-9.) Por supuesto, como levita qohatita no sacerdotal, Samuel no estaba autorizado para oficiar en el altar del santuario (Nú 18:2, 3, 6, 7), y no hay registro de que alguna vez lo hiciese. Sin embargo, como representante de Jehová y profeta, podí­a ofrecer sacrificios en otros lugares si así­ se lo indicaba Dios, como hicieron Gedeón (Jue 6:25-28) y Elí­as. (1Re 18:36-38.) La respuesta de Jehová a la oración de Samuel causó confusión entre los filisteos, lo que permitió que los israelitas obtuvieran una victoria decisiva. Para conmemorar este hecho, Samuel erigió una piedra entre Mizpá y Jesaná, a la que llamó Ebenézer (que significa †œPiedra de Ayuda†). (1Sa 7:10-12.) Seguramente Samuel apartó algo del botí­n de esta guerra y de otras como cosas santas para el mantenimiento del tabernáculo. (1Cr 26:27, 28.)
Los dí­as de Samuel se caracterizaron, por un lado, por el hecho de que los filisteos sufrieron más reveses (1Sa 7:13, 14), y, por otro, por las sobresalientes celebraciones de la Pascua que hubo. (2Cr 35:18.) Parece ser que Samuel también organizó algún programa para los porteros levitas que quizás sirvió de base para la organización de David. (1Cr 9:22.) Desde su casa en Ramá, en la región montañosa de Efraí­n, Samuel hací­a anualmente el circuito de Betel, Guilgal y Mizpá, juzgando a Israel en esos lugares. (1Sa 7:15-17.) Nunca abusó de su posición, y su registro fue sin tacha. (1Sa 12:2-5.) Sin embargo, sus hijos, Joel y Abí­as, †œpervertí­an el juicio†. (1Sa 8:2, 3.)

Unge a Saúl por rey. La infidelidad de los hijos de Samuel, unida a la amenaza de guerra con los ammonitas, impulsó a los ancianos de Israel a solicitar a Samuel que nombrase un rey sobre ellos. (1Sa 8:4, 5; 12:12.) La respuesta de Jehová a la oración de Samuel fue que, si bien la petición del pueblo mostraba falta de fe en la gobernación de Jehová, el profeta debí­a acceder a ello y advertirles de lo que implicaba el †œdebido derecho del rey†. Aunque Samuel les informó que la monarquí­a resultarí­a en la pérdida de ciertas libertades, insistieron en tener un rey. Después que Samuel despidió a los hombres de Israel, Jehová dirigió los asuntos para que Samuel ungiese rey al benjamita Saúl. (1Sa 8:6–10:1.) Más tarde, Samuel hizo que los israelitas se congregaran en Mizpá, y allí­ se designó como rey a Saúl mediante suertes. (1Sa 10:17-24.) Samuel se refirió de nuevo al derecho que le correspondí­a al rey, y lo hizo constar por escrito. (1Sa 10:25.)
Después de la victoria de Saúl sobre los ammonitas, Samuel hizo que los israelitas se reunieran en Guilgal para volver a confirmar la realeza. En esa ocasión, repasó su propio registro, así­ como la historia pasada de Israel, y les mostró que tanto el rey como el pueblo tení­an que obedecer a Jehová para que pudiesen contar con la aprobación divina. A fin de grabar en ellos la seriedad de haber rechazado a Jehová como rey, Samuel oró para que hubiese una tormenta de lluvia y truenos fuera de temporada. La respuesta de Jehová a esa petición hizo que el pueblo reconociese su seria transgresión. (1Sa 11:14–12:25.)
Posteriormente, Samuel tuvo que censurar en dos ocasiones a Saúl por desobedecer la dirección divina. En la primera le anunció que su reinado no durarí­a debido a su presuntuosa precipitación al hacer un sacrificio y no esperar como se le habí­a ordenado. (1Sa 13:10-14.) El rechazo de Saúl como rey fue el segundo mensaje condenatorio que Samuel le entregó en nombre de Jehová, por haber desobedecido y conservado vivo al rey Agag y lo mejor del ganado lanar y vacuno de los amalequitas. En respuesta a la súplica de Saúl, Samuel compareció junto a él delante de los ancianos de Israel y del pueblo. Después ordenó que le llevaran a Agag, y a continuación †œse puso a tajar[le] en pedazos […] delante de Jehová en Guilgal†. (1Sa 15:10-33.)

Unge a David. Después que los dos hombres se separaron, no volvieron a tener más relación. No obstante, Samuel se puso de duelo por Saúl. Jehová Dios interrumpió ese perí­odo de duelo cuando lo comisionó para que fuese a Belén a ungir a uno de los hijos de Jesé por futuro rey de Israel. Para evitar cualquier sospecha de Saúl que pudiese resultar en la muerte de Samuel, Jehová hizo que este llevase una vaca para sacrificarla. Tal vez por temor a que Samuel hubiese ido para reprender o castigar algún mal, los ancianos de Belén se pusieron a temblar. Samuel les aseguró que su visita significaba paz, y luego dispuso que Jesé y sus hijos participasen en la comida sacrificatoria. Impresionado por la apariencia de Eliab, el primogénito de Jesé, supuso que debí­a ser el escogido de Jehová para reinar. Pero Jehová no habí­a escogido ni a Eliab ni a ninguno de los otros seis hijos de Jesé presentes. De modo que ante la insistencia de Samuel, llamaron a David, el hijo más joven, que estaba apacentando las ovejas, y Samuel lo ungió en medio de sus hermanos. (1Sa 15:34–16:13.)
Más tarde, después que el rey Saúl atentó varias veces contra David, este huyó a Samuel en Ramá. Luego ambos fueron a Nayot, donde David permaneció hasta que Saúl fue personalmente a buscarlo. (1Sa 19:18–20:1.) Durante el tiempo en que David estaba todaví­a bajo restricción debido a Saúl, †œmurió Samuel; y todo Israel procedió a juntarse y a plañirlo y a enterrarlo en su casa, en Ramᆝ. (1Sa 25:1.) Por consiguiente, Samuel murió como un siervo aprobado de Jehová Dios después de una vida de servicio fiel. (Sl 99:6; Jer 15:1; Heb 11:32.) Habí­a demostrado persistencia en cumplir con su comisión (1Sa 16:6, 11), devoción a la adoración verdadera (1Sa 7:3-6) y honradez en sus tratos (1Sa 12:3), así­ como valor y firmeza en anunciar y apoyar los juicios de Jehová y sus decisiones (1Sa 10:24; 13:13; 15:32, 33).
En cuanto al relato sobre la petición de Saúl a la médium espiritista de En-dor para que hiciese subir a Samuel, véase SAÚL.

Fuente: Diccionario de la Biblia

IS 1-31 2S 1-24
Sumario: 1. Cuestiones historiogrgficas.U. El mapa del relato: 1. Siete cuadros; 2. Tres grandes actores; 3.
Tres grandes cantos. IfI. La teologí­a de la historia: 1. La alianza †œmesiánica† conla†™casa†™daví­dica; 2. La
elección del último; 3. El juicio sobre el pecado.
3035
1. CUESTIONES HISTORIO-GRAFICAS.
Reunidos en un volumen único en el TM (la división en dos libros sólo aparece con la edición de D. Bomberg en 1516-1 7), pero ya articulados en dos partes (A y B) por los LXX, donde se los denominaba †œde los Reyes† (l-2R, a los que seguí­an 3-4Re, es decir, los respectivos l-2R del TM), estos dos libros bí­blicos son, obviamente, una obra compacta, que desemboca lógicamente en l-2R que les siguen. Su origen está ligado, como es sabido, a la tradición deuteronomista (Dt, Jos, Jg, l-2S, l-2R), y en el lenguaje del canon hebreo pertenecen a los †œprofetas anteriores†™. Por algo el Talmud consideraba l-2S obra de Samuel, Natán y Gad. M. Not, basándoseen la uniformidad de estilo de estos siete libros, de su cadencia estructural y de su organicidad histórica, ha formulado la hipótesis de una unidad verdadera y profunda de redacción, incluso cronológica, después de la destrucción de Jerusalén. Ahora, en cambio, se tiende a pensar que esta redacción homogénea tuvo lugar en dos fases distintas, la primera en la época del rey Josí­as (muerto en el 609 a.C.) y la segunda durante el destierro. La determinación de esta duplicidad sólo se puede hacer a través de operaciones redaccionales complejas y pormenorizadas.
Desde este punto de vista, l-2S se los puede leer divididos en dos grandes secciones. La primera es la de 1 S 1-15, y describe la transición no indolora de la institución de los jueces (Samuel) a la institución monárquica. Los materiales antiguos han sido coordinados en un único hilo narrativo, a pesar de que presentaban evidentes discrepancias (p.ej., las dos relaciones antitéticas sobre los orí­genes de la monarquí­a, sobre las cuales volveremos). Las reconstrucciones de esta actividad redac-cional, llevadas a cabo por los estudiosos, son- múltiples y dispares (M. Noth, H.J. Bócker, A. Weiser, H. Seebass, T. Veijola, etc.), y los resultados aún provisionales.
La segunda gran área es la que tiene por protagonista a David, y desde 1S llega a 1 R 2, con la subida de Salomón al trono. Esta †œhistoria de David†™ se articula netamente en dos sectores distintos por contenido y por forma literaria: la subida al trono de David (1S 16-2S 5) y la sucesión (2S 7-1R 2). En el centro está intercalado 2S 6, con el tema del arca en Sión. Contrariamente a L. Rost, el cual consideraba casi contemporánea de los acontecimientos la narración de la sucesión, ahora se piensa en una redacción más reciente, que ha desarrollado el motivo mesiánico ya presente en el relato de la subida al trono. También aquí­ los análisis para definir las vicisitudes de esta redacción son múltiples y varios (E. Würthwein, T. Veijola, F. Langlamet, E. Córtese, etc.), y los resultados son aún provisionales. Dada la finalidad de nuestra presentación, nos contentamos con señalar la complejidad de la aproximación historiográfica y literaria. Sin embargo, la homogeneidad final del texto bí­blico nos permite en todo caso trazar un discurso teológico muy orgánico.
3036
II. EL MAPA DEL RELATO.
A partir de A. Gunkel, si bien dentro de los lí­mites de su teorí­a literaria deudora de los modelos de la crí­tica romántica alemana, cada vez se está más convencidos de que el relato, sobre todo en ámbitos culturales orales, no es un simple vehí­culo que expresa los acontecimientos, sino una verdadera y auténtica hermenéutica histórica. El relato popular, con su †œacción de presentación†, su †œreacción†™, sus protagonistas asistidos por héroes secundarios, no constituye un fenómeno sólo narrativo y literario, sino auténticamente historiográ-fico. Lo mismo vale para la †œleyenda† (entendida en el sentido técnico de relato etiológico), que tiene por fin establecer el origen histórico de una praxis, de un recuerdo, de una memoria topográfica o cúltica (pensemos en la †œleyenda real†™). Nosotros, considerada la finalidad de nuestro análisis, nos contentamos ahora con aislar tres elementos significativos de la deliciosa narración de l-2S. Pues la redacción deuteronomista sabe coordinar en un tejido literario homogéneo la complejidad de las fuentes y de los materiales.
3037
1. Siete cuadros.
El primer dato que debemos señalar es el estructural. Sin entrar en la cuestión de las varias hipótesis y de la compleja organización de los detalles, podemos notar, sin embargo, ya en la superficie del texto, algunas demarcaciones bastante ní­tidas. Cada una de las áreas resultantes está preferentemente confiada a un †œhéroe† protagonista rodeado de una multitud de personajes menores; en algún caso el protagonista es doble, tratándose de un auténtico duelo o dúo (Saúl-David).
El primer cuadro se contiene en 1 S 1-7, y tiene como actor dominante a Samuel, que es seguido desde el nacimiento fí­sico (c. 1) y espiritual (c. 3) hasta los comienzos del gran cambio institucional. El fondo está recorrido por sombras y pesadillas (los filisteos, el arca en el templo de Dagón). Con el capí­tulo 8 y hasta el capí­tulo 15 se abre el segundo cuadro, se desarrolla y concluye con la copresencia de dos actores, Samuel y Saúl. Como veremos, la mezcla de las dos relaciones sobre el nacimiento de la monarquí­a hace que, junto a escenas luminosas (victorias de Saúl, ce. 10-1 1), haya páginas negativas (c. 15). Con el capí­tulo 16 de 1S hasta 2S 1 nos encontramos con una cerrada confrontación entre Saúl y David. El relato en este tercer cuadro es muy rico, lleno de golpes de escena y de personajes diversos (Goliat, Jonatán, Nabal, Abigaí­l, los sacerdotes de Nob, Aquí­s, rey de Gat, etc.), y culmina en la trágica escena final de Saúl, que se suicida en los montes de Gelboé.
Con el cuarto cuadro entra plenamente en escena la figura de David, el protagonista de 2S entero. En los capí­tulos 2-6, David asume oficialmente el reino poniendo sitio a Hebrón, con la conquista de Jerusa-lén y con el traslado del arca a la nueva capital, mientras que en el horizonte se adivina la sombrí­a presencia de Joab, el omnipotente y sanguinario sobrino de David, que tanta parte tendrá en la gestión polí­tica del reino. Los capí­tulos 7-12 del quinto cuadro son los más densos y tensos a nivel teológico, pues la narración gira en torno a la promesa divina y al pecado de David, a los esplendores y a las miserias de esta figura. Pero el relato se precipita luego en el drama con el sexto cuadro (2S 13-20), dedicado a la revolución de Absalón que, entre otras cosas, revela la fragilidad del reino (traiciones, espí­as de doble juego, maniobras de poder de Joab, escándalos de harén, sangre, la rebelión de Sebá…). El texto de 2S se cierra en los capí­tulos 21 -24, con un séptimo cuadro muy heterogéneo, que tiene el sabor de un apéndice y cuya finalidad es armonizar la narración de la vida de David con la de Salomón. En este apéndice se reconocen al menos seis perí­copas: una sí­ntesis de datos diversos (carestí­a y guerras contra los filisteos: 21,1-14), una primera lista de los †œvalientes† de David (21,15-22), la cita del Ps 18 (c. 22), otro cántico con el †œtestamento† de David (23,1-7), una segunda lista de los †œvalientes† (23,8-39), el censo, la peste, el altar, prefiguración del templo salomónico (c. 24).
3038
2. Tres grandes actores.
Dentro de este relato que corre opulento, aunque muy ágil, se suceden in crescendo tres héroes, alrededor de los cuales se ordena y desarrolla toda la trama literaria (y teológica). El primero es, naturalmente, Samuel, prototipo de los profetas (con Abrahán y Moisés), último de los jueces, padrino poco entusiasta del giro institucional de la monarquí­a, sacerdote del santuario de Silo (pero ver ICrón 6,22.28). Entre paréntesis, a propósito del culto notamos que en l-2S asistimos implí­citamente al proceso de centralización cúltico tan querido del Dt(12,2-12): Silo, Mispá (IS 7,5-12; IS 10,17), Gálgala(lSam 11,14; 13,4-14; 15,12) y Hebrón (2S 2,4; 2S 5,3; 2S 15,7-9), clásicos santuarios locales, son suplantados con el traslado del arca a Sión (2S 6).
Samuel tiene su †œevangelio de la infancia† en 1S 1-3, en el cual encontramos los elementos tradicionales de la madre estéril, del anuncio, del cántico de acción de gracias por el nacimiento, de la vocación descrita según un curioso esquema †œpedagógico† de etapas progresivas (c. 3; IR 19,9-18 parala segunda vocación de Elias). Dentro del espí­ritu de la judicatura está su función pública, sobre todo en el confuso perí­odo de las primeras ofensivas filisteas; dentro del espí­ritu del sacerdocio está su misión de consagrador del nuevo rey (IS 10); dentro del espí­ritu de la profecí­a está su crí­tica del poder, sobre todo según los cánones del kerig-ma profético, que exigí­a coherencia entre culto y vida, entre fe y justicia: †œ,Se complace tanto el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a sus palabras? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad más que las grasas de los carneros† (IS 15,22). Y desde ese momento, su palabra será sólo de juicio, y se transformará en silencio hasta la célebre noche de la nigromante de Endor, cuando el espectro de Samuel se alce para anunciar sobre Saúl y sobre su reino la sentencia definitiva.
Saúl es la otra figura central del relato, descrita con vivos colores y con una buena dosis de simpatí­a humana, a pesar de la sombrí­a tragedia que le envuelve. Mas no es el héroe solitario imaginado en la homónima tragedia de V. Alfieri. Su lúcida locura; el contraste no sólo maní­aco, sino polí­tico con David, al que, sin embargo, está ligado por ví­nculos de simpatí­a y de parentesco; su crepúsculo desolado buscando consuelo en la magia; el fin en un abrazo suicida con su misma espada plantada en el suelo (IS 31) no son realmente elementos †œpatéticos† o épicos, sino antes de nada teológicos, destinados a ilustrar la crí­tica a la monarquí­a y a abrir el horizonte a David.
Y es justamente en conexión con el advenimiento de la monarquí­a, que tiene en él su primera y desafortunada realización, donde Saúl reviste una importancia particular. Como queda dicho, el nacimiento de la monarquí­a está representado en 1S de acuerdo con dos registros opuestos y discordantes. El primero, antimonárquico, es paradójicamente conservador y nostálgico, y está presente en 1S 8,1-22; 10,17-25; 12; 15. Se trata de una acerba crí­tica a la nueva institución, formulada en perspectiva profética y deuteronomista, pero anclada en el hecho histórico de la antigua estructura tribal, que perdurará en formas diversas incluso en épocas sucesivas. La novedad monárquica es vista como una veleidad del pueblo infiel a Dios y cansado de su reino justo; es vista como imitación idolátrica de los otros pueblos, gobernados justamente por regí­menes monárquicos. Samuel insiste en que Dios es el único rey de Israel, y su único intermediario visible es el profeta. Renunciar a esta estructura significa quitarle la confianza a Dios para atribuí­rsela a un hombre, y por tanto confiar la garantí­a de la justicia a un individuo despótico y prepotente. Iluminadora en este sentido es la carta de los derechos reales proclamada por Samuel en 8,11-18; en ella resuena continuamente el pronombre posesivo de tercera persona, porque todo lo que era de la tribu es ahora suyo, del rey absoluto, como eran justamente todos los soberanos de Oriente. Los derechos reales legalizan en la práctica lo que prohibí­an el noveno y el décimo mandamiento Ex 20,17): los tres capí­tulos fundamentales de la propiedad tribal: la familia, las tierras y los productos, quedan sometidos a la depredación legal del fisco real y, al final, Israel es descrito como cuando era un pueblo esclavo en Egipto y clamaba a Dios para que lo liberara.

A esta versión se yuxtapone en el relato una serie de páginas en las cuales se exalta el nuevo régimen como una innovación providencial bendecida por Dios (9,1-10,16; 11,1-15; 13; 14). Es ésta la orientación más †œlaica y progresista†™, que querí­a reestructurar el poder sacerdotal y religioso, y asegurar, a través de la lí­nea dinástica, una continuidad de poder, mientras que la unificación de las tribus bajo un gobierno central harí­a más sólido al Estado contra los asaltos hostiles, sobre todo filisteos: †œSaúI hizo la guerra a todos sus enemigos de alrededor, y siempre salí­a victorioso. Hizo verdaderas proezas, y libró a Israel de las bandas de salteadores (IS 14,4 7-48). El advenimiento de la monarquí­a marcarí­a, pues, una era de triunfos militares y de libertad (ver al respecto la salmo-grafí­a real: Sal 2; Sal 72; Sal 110) [/Polí­tica 1].
El centro del libro lo ocupa, naturalmente, el tercer †œhéroe†™, sobre cuyas radicales onomásticas (dwd) se construirán preciosismos alegóricos ya en la Biblia; pensemos en dódí­, †œmi amado†™, que recorre todo el Cant y que Isaí­as coloca al principio de su †œcántico de la viña† (Is 7,1); pensemos en el número 14, de acuerdo con el cual se distribuye la genealogí­a de Jesús en Mt, evocación simbólica del valor numérico de las tres letras hebreas de dwd… Su figura, desde el punto de vista estrictamente histórico, aparece en l-2S fuertemente reestructurada: pensemos en sus miserias morales, subrayadas sin empacho (2S 10-12; 2S 24 ); en las tragedias familiares (Absalón), en el poder paralelo de Joab frente al cual el rey sólo puede augurar una venganza postuma (2Sal 19,23; IR 2,5-6), en la difí­cil sucesión y en las venganzas sangrientas que recorren todo su reinado. Las Crónicas sentirán la exigencia de purificar esta imagen de todas estas miserias, ofreciéndonos un retrato de David mucho más ha-giográfico, dentro del espí­ritu de la tradición sucesiva.
En realidad, como veremos, David entrará en la teologí­a como un †œtipo†, como un modelo idealizado de la perfección y de la esperanza mesiánica.
También la tradición cristiana lo rodeará de una interpretación cristológica (Mt l.lss; Lc 1,32-33;
Lc 3,31-35; Mc 11,10; Mc 12,35; Jn 13,18-19; Hch 1,15-20 etc. ). El arte cristiano lo exaltará en todos los momentos de su existencia: David ungido por Samuel del Veronés, David tocando el arpa para Saúl de Rembrandt, el David perfecto de Miguel Angel y de Donatello, el David con la cabeza de Goliat de Caravaggio, las infinitas miniaturas sobre los salterios… Por eso la mayor importancia de este fundador de la dinastí­a del reino de Judá ha de buscarse en el plano teológico.
3039
3. Tres grandes cantos.
Intercalados en la narración de l-2S se encuentran tres espléndidas composiciones, que merecen, incluso por su riqueza espiritual, mención aparte. El primero es el cántico de Ana, la madre de Samuel (IS 2,1-10 ), puesto en sus labios a causa del versí­culo 5b (†œLa mujer estéril tiene siete hijos, y la madre fecunda se march ita†). En realidad, se trata de un salmo real de victoria del rey hebreo contra enemigos más poderosos, que forma un trí­ptico con los Ps 20 y 21. El motivo teológico es el clásico del débil que vence por la intervención de Dios. El rey, inferior militarmente a los reyes idólatras, y la mujer estéril consiguen vencer a las superpoten-cias y a las rivales fecundas, celebrando así­ la fidelidad de Dios, que interviene en la historia humana. Pero la victoria divina supera también la historia y se extiende más allá del cosmos y del mismo se ??: †œYhwh hace morir y vivir, bajar al se†™ol y salir de él† (y. 6). Que el salmo es real es del todo manifiesto en el final litúrgico, donde se añade una jaculatoria por el rey mesí­as(v. 10). Recordemos, entre otras cosas, que el cántico, obra antológica basada sobre todo en el salterio, servirá de modelo literario y temático para el Magní­ficat de Marí­a.
Sublime es, en cambio, la elegí­a fúnebre de David por la muerte de Saúly de Jonatán, †œque se ha de enseñar a los hijos de Judᆙ (2S 1,19-27 cf 2S 3,33-34). Sobre el panorama de los montes de Gelboé, los de la muerte de los dos héroes, sobre el júbilo frenético de las †œhijas de los filisteos† en medio de las calles de Gat y de Ascalón, David hace descender el velo de sus lágrimas que todo lo cubren de niebla y lo ofuscan. Su grito angustiado, marcado por el †˜,por qué?† de las súplicas, que indica el ritmo del poema como una antí­fona: †˜,Por qué han caí­do los héroes?†™ (vv. 19.25.27). Toda la qinah (lamentación) por el rey enemigo pero amado, Saúl, está sostenida por pares de sustantivos: rocí­o y lluvia, sangre y óleo, arco y espada, águila y leones. Pero sobre todo resuenan dos nombres, Saúl y Jonatán, espasmódica-mente invocados por cuatro veces.
Finalmente, hay que citar el monumental y difí­cil Ps 18, reeditado en 2S 22, verdadero y auténtico Te Deum de David (la atribución es muy probable), oda real de liberación y de victoria (una sí­ntesis aparece también en Sal 144,1-II). Basada en una variedad creativa de géneros (lamentación, teofaní­a, profesión de inocencia, agradecimiento, salmo real), esta composición lí­rica contiene fragmentos poéticos y religiosos inolvidables. Pensemos en Yhwh representado como el misterioso caballero envuelto en el manto negro de las nubes que, cabalgando sobre un querubí­n y desatando una tempestad, se inclina sobre las aguas del océano para recoger a su fiel †œhaciéndolo salir de las aguas caudalosas porque le ama† (Vv. 5-20). Pensemos también en el simbolismo de Dios roca, fortaleza, refugio, escudo, baluarte, fuerza, liberador, potencia, con que se abre el salmo (vv. 2-3), o en la particularmente sugestiva del Dios instructor militar de su fiel: †œAdiestra mis manos para la lucha y mis brazos para tensar arcos de bronce…† (y. 35). †œEste admirable canto de victoria, incluso en su rudeza, es susceptible de una trasposición cristiana. El sentimiento del poder victorioso de que nos reviste el triunfo de Cristo sobre el mundo y sobre la muerte constituye uno de los elementos esenciales de toda espiritualidad cristiana† (E. Beaucamp).
3040
III. LA TEOLOGIA DE LA HISTORIA.
Naturalmente, la historia deuteronomista posee una perspectiva precisa, desde la cual lee todo acontecimiento y cada documento recibido de la tradición. Tres son las pautas teológicas que presiden esta hermenéutica de la historia: la promesa-alianza con David, la elección del último, el juicio sobre el pecado. Intentemos definir ahora estos tres nudos hermenéuticos a través de algunas páginas tí­picas.
3041
1. La alianza †œmesiánica† con la †œcasa† daví­dica.
El texto fundamental es el célebre oráculo de Natán, registrado en 2S 7 y elaborado poéticamente también por el Ps 89 (es difí­cil decidir su mutua correlación o su eventual dependencia de una fuente preexistente). Al deseo de David de poseer un templo en la capital recién constituida, Jeru-salén, así­ como de tener por ciudadano de su reino también a Yhwh, Natán opone la inesperada decisión de Dios. El Señor, más que ser encuadrado en el espacio sagrado de la †œcasa† del templo (bajit), prefiere estar presente en la realidad que más afecta al hombre, a saber, la historia, expresada en la †œcasa† dinástica (bajit) de David: †œYhwh te hará grande, porque una casa te hará Yhwh† (y. 11). †œAfirmaré tu dinastí­a para siempre† (SaI 89,5). Tenemos aquí­ la configuración de dos grandes quicios de la teologí­a bí­blica.
El primero define estructuralmen-te una de las cualidades fundamentales: la revelación bí­blica conoce como campo privilegiado la historia y la existencia del hombre. El segundo es, en cambio, el mesiánico. El oráculo de Natán, que anuncia una presencia especial de Dios en la estirpe de David, constituye el texto base de la esperanza mesiánica real. Dentro de este hilo dinástico, a menudo retorcido y oscuro, se entrevé la promesa de un †œhijo de David† perfecto, que sea verdaderamente †œEmanuel†: †œDios con nosotros†, presencia suprema de Dios y de su palabra en la historia.
A esta luz, el texto de 2S 7 se proyecta sobre muchas páginas bí­blicas a partir justamente del retrato daví­dico de 2S. El motivo aparece en el †œtestamento de David† de 2S 23: †œMi casa es estable junto a Dios, porque hizo conmigo un pacto eterno bien reglamentado y garantizado en todo† (y. 5). Es celebrado por todo †œel libro del Emanuel† deIs 7-11, tiene una reformulación en Jer23,5-6 (= 33,15; Za 3,8; Za 6,l2)y una repetición en 33,20-22, donde se evocan también las alianzas cósmicas (Gn 9) y abrahamí­tica Gn 15,5; Gn 17; Gn 22,17). El motivo reaparece en el Segundo Isaí­as (55,3); es muy querido también del cronista (2Cr 13,5; 2Cr21,7) y, según se ha dicho, en el Ps 89. Será esta página la que sostenga a Israel incluso en los momentos tenebrosos: el †œconsagrado† de Dios es el heredero de la promesa divina; promesa que no puede extinguirse, porque nace de Dios y se puede realizar incluso por caminos inesperados (SaI 132). Con el fin de la dinastí­a daví­dica en el 586 a.C. se abre entonces un nuevo horizonte para el oráculo de Natán: la genealogí­a del mesí­as daví­dico no será ya necesariamente biológica y dinástica, sino espiritual y teológica [1 Alianza II, 5; / Mesianismo III, 2].
3042
2. La elección del ultimo.
Las extrañas elecciones de Dios, que dan la preferencia al débil, al menor, a la estéril, al pobre, son una constante dentro de toda la Biblia, naturalmente también en el mundo neotestamen-tario: †œDios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil, para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo† (1Co 1,27-28). Este planteamiento es particularmente querido de la teologí­a deuteronomista, que lo usa casi como un hilo teológico sutil en toda su obra (Jg, Jos, 1-2S, l-2R). Tí­pica en este sentido es la página del duelo entre David y Goliat (IS 17,40-51 ), que, en su vigorosa escenificación, parece ser justamente la demostración simbólica de la tesis.
Guerrero frente a pastor, violento frente a pequeño (y. 42), ideal humano e ideal divino se enfrentan en esta escena ejemplar. El discurso contenido en los versí­culos 45-47 es una profesión de fe que hace a Dios aliado invencible del hombre. A las tres armas del filisteo -espada, lanza y venablo- se contrapone la realidad del Señor expresada a través de sus tres nombres, el nombre por excelencia (Yhwh) y sus dos tí­tulos antiguos más famosos: †œSeñor de los ejércitos† y †œSeñor de las huestes de Israel† (y. 45). Desde aquel momento, detrás de David se alza el Señor, que se convierte en el verdadero arbitro de la lucha (y.
47).
Pero este tema puede seguirse muy a menudo. Pensemos en el contraste inicial de 1S: entre Ana, la estéril, y la orgullosa Peniná, la fecunda. Pensemos en el citado cántico de Ana (IS 2), presidido justamente por el tema del poder del Señor, que en sus opciones prefiere al débil y al humilde. Pero sobre todo pensemos en la oposición David-Saúl. El segundo es †œbuen mozo. No habí­a entre los israelitas quien le superase; a todos les sacaba la cabeza† (IS 9,2). En cambio, el primero es pequeño y olvidado incluso por su padre. En efecto, es significativo el relato de 1S 16,1-13, cuando, en presencia de Samuel, Jesé hace pasar a sus hijos mayores. Pero †œel Señor dijo a Samuel: †˜No consideres su aspecto ni su alta estatura, porque yo lo he descartado. El hombre no ve lo que Dios ve; el hombre ve las apariencias y Dios ve el corazón† (y. 7). Y también en el contraste bélico entre David †œpartisano† en el desierto de Judá y el ejército de Saúl, el acento recae siempre en la bondad y en la magnanimidad del primero (IS 23-24). También cuando David haya alcanzado el nivel supremo de la realeza, el narrador estará siempre atento a subrayar su debilidad, e incluso su pecado, para hacer resaltar el primado de Dios, que puede usar también instrumentos imperfectos para la realización de su proyecto.
De este modo se perfila otro tema teológico que ahora desarrollaremos. Pero dentro de él aparece una vez más el esquema de la elección del débil: la ví­ctima U rí­as, herido por la prevaricación del poder de David, no es olvidada, porque la voz de Dios a través del profeta Natán le da satisfacción y le hace justicia. Pero esto aparece más netamente en el breve análisis que vamos a hacer ahora de 1S 11-12.
3043
3. El juicio sobre el pecado.
Orí­genes escribió que el rostro de David irradiaba luz como el de Moisés, pero que esta luminosidad estaba atravesada por franjas de sombras, es decir, por el pecado. También Saúl es colocado muy pronto bajo el signo del pecado (IS 15). Pero es curioso que la narración de 1 -2S insista tanto en presentar la vida de David como surcada por el pecado. En efecto, su historia de rey está rodeada, en inclusión, por dos grandes cuadros de pecado.
El primero es el de los capí­tulos 11-12, construidos hábilmente a nivel literario en nueve pequeñas escenas recitadas siempre por dos actores (11,1-5: David y Betsabé; 11,6-13: David y Urí­as; 11,14-17:
David yJoab; 11,18-25: David yJoab; 11,26-27: David y Betsabé; 12,1-14: David y Natán; 12,15-16:
David y Dios; 12,17-23: David y los ministros; 12,24-25: David y Betsabé). El pecado de adulterio con Betsabé y del asesinato de Urí­as, justificado por el poder, está bajo el juicio de Dios, que se coloca siempre del lado de la justicia violada: †œPero esto que hizo David desagradó al Señor† (11,27). En medio del silencio cómplice y adulador de los subditos se alza acusadora la voz de la profecí­a, que adopta el conocido método de implicar al pecador en un caso externo, que al final se revela estrictamente personal:
de espectador que condena, el pecador se convierte en el autocondenado. Es el caso de la estupenda parábola del pobre y de su †œcorderilla† (12,1-4). En el fuerte grito: †œTú eres ese hombre† se oculta la implacable den uncia de Dios de las injusticias de los poderosos.
El que juzga entonces es Dios mismo, que es también la parte civil; porque no es sólo Urí­as el herido, sino el mismo Señor, defensor de los débiles. La condena está formulada según el canon de la justicia del ta-lión: †œMataste con la espada… no se apartará nunca la espada de tu casa… Por haber tomado por esposa a la mujer de Urí­as…, tomaré ante tus propios ojos a tus mujeres y se las daré a tu prójimo† (12,9- 11). David, vuelto a la sinceridad de la conciencia, se abre a Dios en la confesión: †œAc pecado contra el Señor† (12,13; SaI 51). Pero Dios, aunque perdona la culpa, debe ser el garante de la justicia, por lo cual ha de dar curso a la pena: David será castigado como padre perdiendo el hijo tenido de Betsabé. La muerte del hijo -en la visión veterotestamentaria- se convierte casi en el sí­mbolo de la muerte del rey pecador justamente en su misma carne. Pero el nacimiento de Salomón será la señal del †œrenacimiento† de David y de su vuelta a la comunión con Dios y con su justicia. El pecado aparece también al final del relato de 2S. El capí­tulo 24 está también presidido por el esquema pecado-arrepentimiento-perdón. El censo (Vv. 1-9) es visto como un acto de orgullo por parte de David, acto instigado por Dios mismo según la arcaica concepción por la que a Dios se atribuye todo, bien y mal, para evitar el dualismo (ver, en cambio, ICrón 21,1). La peste (Vv. ??? 5) es el juicio de Dios por el pecado del rey; la súplica y la conversión de David tienen como exvoto el altar, que anticipará idealmente el templo salomónico (Vv. 16- 25). En todo caso, en las palabras de David aparece un fuerte sentido del pecado: †œAc cometido un gran pecado por haber hecho esto. Señor, perdona el pecado de tu siervo, porque he obrado como un insensato† (y. 10). Se introduce también el principio de la responsabilidad personal frente al tradicional de
la culpa comunitaria, siendo el rey sí­mbolo de la nación: †œYo soy quien ha pecado y ha obrado mal; pero estos otros, el rebaño, ¿qué han hecho? Que tu mano caiga sobre mí­ y sobre mi familia†™ (y. 17).

BIBL.: Auzou G., La danza ante el arca, Fax Madrid 1971; BOcker H.J., Dic Beurteilung derAnfánge des Konigtums in den deuteronomisü-schen Abschnitten des ISamuelbuches. Em Bei-trag zum Problem des †œdeuteronomistische Ge-schichtswerks, Neukirchener Verlag, Neukir-chen-Vluyn 1969; Bressan G., Samuele, Mariet-ti, Turin 1954; Campbell A.F., Yahweh andthe ark: a case studyin narrative, en JBL 97 (1979) 31-43; Cazelles H. (Dir.), Los Salmos, en Introducción crí­tica aIAT, Herder, Barcelona 1981, 309- 332; ClemensR.E., The deuteronomistic in-lerpretation of the founding ofthe monarchyin IS 8,en †œVT†24(1 974) 398-41 0; Córtese ?., Da Mose a Esdra, Dehoniane, Bolonia 1985; Garbini G., †œNarrativadeltasuccessione†osto-ria del re?, en †œHenoch† 1 (1979) 19-41; Gibert P., La Bible a la naissance de l†™histoire. Au í­emps de SaüI, David et Salomón, Fayard, Parí­s 1979; Id, Los libros de Samuely de los Reyes, Verbo Divino, 1983; Gunn DM., Thefate ofking SaúI(suppl. Journal for the Study of the Oí­d Testatnent, n. 14), Londres 1980; Heumann S., Historia de Israel, Sigúeme, Salamanca 1979; Langlamet F., Les récits de Vinstitution de la royauté (IS 7-12), en RB86 (1979) 194-213; 385-436; 481-513; 87 (1980) 161- 210; 88 (1981) 321-332; lo, Affinhlés sacerdotales, deutéronomiques, élohis-tes dans l†™histoire de la succession(2S 9-20 ¡Re 2S 1-2), en FestschriftH. Cazelles, Neukirchen 1981, 233-246; Id, David fus de Jesse, en RB 89 (1982) 5-47; McCarthy D.J., 2Samuel 7 and the structure of the deuteronomic history, en JBL84(1965) 131-1 38; Scippa V.,Davicfe conquista Gerusalemme, en †œBibOr† 27 (1985) 65-76; Seebass H., Traditionsgeschichte von IS 8; 10,l7ffund 12, en †œZAW77 (1965) 286-295; Soggin JA., Storia d†™Israele, Paideia, Brescia 1984; Id, Das Kónigtum in Israel, Berlí­n 1967; Id. IS aid Schlüsselfür das Verstándnis der sogennanten Konigsfreundlichen Reihe IS 9,1-10.16; 11,1-15 und 13,2-14,52, en †œZAW78 (1966) 148-1 79; Id. Dic Vorgesschichte des Ko-nigserhebungSauls, en †œZAW 79(1967)155-171; Turro J.C., 1-2 Samuel, en Comentario Bí­bI. San Jerónimo 1, Cristiandad, Madrid 1971, 449-489; Veuola T., Das Konigstum in der Beur-teilung der deuteronomislischen Historio graphie, Helsinki 1977; Id, Dic ewige Dynastie, Helsinki 1975; Weiser ?., Samuel. Seine geschichtliche Aufgabe und religiose Bedeutung, Gotí­nga 1962; Whitelam KW., The just king. Monarchical and judical authority in Ancienl Israel, Oxford University Press, Londres 1979; WCrthwein E., Dic Erzahlung von der Trongefolge Davids. Theologische oder politische Geschichtsschrei-bung?, Zu rich 1974.
G. Ravasi

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

(heb. šemû˒ēl, ‘nombre de Dios’ (?). 1. Jefe simeonita (Nm. 34.20) en °nbe; en otras *Semuel. 2. Nieto de Isacar (1 Cr. 7.2), en °nbe; en °vrv2 *Semuel. 3. El profeta, contemporáneo de Saúl y David, cuya carrera vemos relatada en 1 S., y que dio su nombre a los dos libros de Samuel. Hch. 3.24 lo considera como el primero de los profetas, Hch. 13.20 como el último de los jueces.

I. Su vida

Samuel nació en el seno de una familia efraimita de Ramá (aunque de estirpe levítica, según 1 Cr. 6.33s). Sus padres fueron Elcana y Ana; su madre había sido estéril anteriormente, y antes del nacimiento de su hijo lo dedicó como *nazareo. Por lo tanto, después de ser destetado fue llevado al templo de Silo donde lo crio Elí (1 S. 1). Mientras fue muchacho experimentó el llamamiento profético, y en su momento “fue establecido como profeta por el Señor” (1 S. 3).

Como resultado de una importante victoria filistea estos capturaron el arca del pacto, Elí murió, y el sacerdocio fue transferido de *Silo (1 S. 4); no hay indicios de los movimientos de Samuel en ese período. Posteriormente reunió a las tropas israelitas en Mizpa y obtuvo una victoria sobre los filisteos (* Eben-ezer). Desde ese momento cumplió el papel de juez en Israel, con jurisdicción sobre Bet-el, Gilgal, Mizpa y Ramá (1 S. 7).

Ya anciano los jefes de las tribus se opusieron a su liderazgo y pidieron rey. Al principio Samuel se opuso, pero contando con la guía divina accedió a su pedido (1 S. 8). Luego conoció a *Saúl, y Dios le ordenó que lo ungiera; en una compleja serie de acontecimientos, Samuel presidió la institución de la monarquía israelita, aunque no sin advertir severamente al rey y al pueblo (1 S. 9–12).

No pasó mucho tiempo antes de que se produjera un desacuerdo entre Samuel y Saúl, cuando este último decidió ofrecer sacrificio antes de la batalla (1 S. 13). El desacuerdo se tornó absoluto cuando Saúl violó un solemne juramento al perdonar la vida al rey amalecita Agag. Samuel mató personalmente a Agag, y luego se retiró a Ramá. Explícitamente rechazó a Saúl, y nunca más volvió a tener trato con él (1 S. 15). Su acto final fue la unción privada de David como próximo rey de Israel (1 S. 16). Murió en Ramá y fue sepultado allí (1 S. 25.1). Aun después de su muerte un Saúl desesperado trató de determinar la voluntad de Dios por su intermedio (1 S. 28).

II. Evaluación crítica

Las evaluaciones críticas recientes de Samuel tienden a ser negativas. El punto de vista que más disminuye su figura tiende a verlo como vidente local, a quien Saúl nunca conoció, sobre la base de 1 S. 9.6, 18. No obstante, pocos eruditos negarían que no solamente supervisó la institución de la monarquía, sino que también rompió posteriormente con Saúl y lo repudió. La inseguridad posterior de Saúl constituye un fuerte apoyo al cuadro bíblico de Samuel como persona de influencia y poder.

Los principales argumentos que se esgrimen contra su historicidad son: (i) el carácter “legendario” de algunas de las historias (p. ej. el relato de la infancia), (ii) el hecho de que Samuel aparece en tal diversidad de papeles (profeta, juez, jefe militar, líder de la nación, y quizás también sacerdote), y (iii) el problema de hacer concordar los diferentes papeles con supuestas fuentes literarias o tradiciones no escritas que sirven de base a 1 Samuel. El primero de estos argumentos no admite criterios objetivos en vista de la ausencia de datos extrabíblicos sobre Samuel. Además, el tercer problema no ofrece base segura para el juicio en vista de que existe tan poca certidumbre en cuanto a las fuentes empleadas en los *libros de Samuel. En consecuencia, el segundo problema es el principal. Dos cosas pueden afirmarse en cuanto a los papeles que se dice desempeñó Samuel. En primer lugar, si bien podemos admitir que diferentes estratos literarios pueden haber realzado o dado preeminencia a papeles diversos, no es menos cierto que los mismos no fueron tan dispares como podría parecer: el libro de Jueces muestra que en la Israel de la antigüedad podían combinarse las funciones de jefe guerrero, líder nacional, y juez (en sentido judicial); y tenemos indicaciones, tanto internas como externas, de que a veces la *profecía comprendía papeles relacionados con los sacrificios, y que a veces los profetas nombraban y repudiaban a los reyes. En segundo lugar, Samuel vivió en una época de crisis y transición, y en ausencia de otra figura prominente bien podrían los israelitas haberlo elegido para que cumpliera un papel excepcional. Básicamente combina los oficios de juez y profeta. Débora ofrece una analogía de menor envergadura (cf. Jue. 4.4).

Bibliografía. A. Weiser, Samuel: seine geschchtliche Ausgabe und religiöse Bedeatung (FRLANT 81), 1962; J. L. McKenzie, “The Four Samuels”, Biblical Research 7, 1962, pp. 3–18. Véanse tamb. historias corrientes de Israel y comentarios corrientes.

D.F.P.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico