SANTIAGO

Santiago (gr. Iákobos, “suplantador”; heb. Yaaqôb; lat. Iacobus, Jacobo). En realidad, Santiago viene del lat. Sanctus Iacobus, “San Jacobo”. Por esto el nombre también aparece a veces como Jacobo o Jacob. Para mayor información acerca de los Santiagos y Jacobos de la Biblia, véase Jacobo. Santiago, Epí­stola de. Epí­stola general o católica dirigida “a las doce tribus que están en la dispersión” (1:1); es decir, no destinada a una iglesia en particular. En los manuscritos más antiguos o no tiene tí­tulo, o simplemente lleva el de “Epí­stola de Santiago”. En el Códice Sinaí­tico, “Epí­stola de Santiago” aparece como una especie de postdata al final. En los textos más viejos del NT que existen, las 7 epí­stolas desde Santiago hasta Judas siguen inmediatamente después de Hechos de los Apóstoles y preceden a las de Pablo. Su derecho a ocupar un lugar en el canon de la Biblia nunca ha sido puesto en duda seriamente. I. Autor. La identidad del autor es incierta, ya que se presenta sólo como “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (Jam 1:1), y en el NT figuran varias personas con ese mismo nombre. Esta simple introducción parecerí­a indicar que cuando se escribió la epí­stola sólo habí­a un Santiago conocido por la iglesia de la “dispersión” como un lí­der prominente y reconocido. Esto nos llevarí­a a fijar la fecha de la composición de la epí­stola en un momento posterior al martirio de Santiago (Jacobo), el hermano de Juan, acaecido c 44 d.C., con lo que quedarí­an sólo Jacobo (Santiago) el hijo de Alfeo, y Santiago el hermano de nuestro Señor -comúnmente identificado con Santiago, lí­der prominente de la iglesia de Jerusalén-, como los posibles autores de la carta. Evidentemente el autor esperaba que sus lectores no discutieran su autoridad. Por tanto, de todos los lí­deres conocidos del NT, Santiago, el anciano de la iglesia de Jerusalén, parece el más calificado, Véase Jacobo 6, 7. II. Ambientación. Si cuando dice “las doce tribus que están en la dispersión” (1:1) se refiere a los judí­os literales de la diáspora (dispersión), o a creyentes cristianos en general, incluidos los gentiles, no se puede saber a ciencia cierta. Sin embargo, la instrucción contenida en la epí­stola parece sumamente apropiada para judí­os literales (véase 2:21), quienes ya habí­an aceptado a Jesús como “Señor” (1:1, 7, 21; 2:1; 5:7, 11). III. Tema. La carta se refiere en forma concreta a problemas de orden práctico que habí­an surgido en el seno de la iglesia, no tanto a problemas doctrinales en sí­, y pone el acento en la influencia de la fe sobre la vida. Las obras que produce la fe diferencian al verdadero cristiano del que no ha experimentado una genuina conversión (cp 2). Por “obras” Santiago entiende los hechos que son el resultado de una fe viviente, y no las “obras” de la ley por medio de las cuales los judí­os en general pretendí­an alcanzar la justicia. El no haber entendido bien este punto condujo a algunos a considerar erróneamente que Santiago discrepa con las enseñanzas de Pablo en Romanos y Gálatas. Aunque la epí­stola no presenta un argumento único y estrechamente entretejido, sus diferentes partes se relacionan suficientemente y cubren diferentes aspectos del cristianismo práctico. IV. Estilo literario y Contenido. La carta está escrita en un griego sencillo, pero excelente, y sus eficaces ilustraciones tomadas de la naturaleza nos recuerdan algunos profetas del AT, como Oseas y Amós. La habilidad literaria del autor resulta evidente por el lenguaje gráfico mediante el cual da a entender a sus lectores las verdades vitales que les quiere enseñar (1:6, 11; 2:1-4, 15, 16; 3:1-12, 17; 4:13-16; 5:1-6; etc.; hay una cantidad de declaraciones que parecen alusiones al Sermón del Monte). Después de la más breve de las introducciones (1:1) el autor entra inmediatamente en tema, y aborda primero la necesidad de tener paciencia y perseverancia frente a la aflicción y la tentación (vs 2-18). A continuación, subraya la importancia de la aplicación a la vida de los principios de la religión, y así­ establece un contraste con la actitud vana y engañosa de los que divorciaban la religión 1054 de la conducta (vs 19-27). En el cp 2:1-13 pone énfasis en el principio del amor -tal como aparece enunciado en la 2a tabla del Decálogo-, y en los vs 14-26, en la vanidad de una profesión de fe que carece del respaldo de las “obras” correspondientes. En el cp 3 destaca la suprema importancia de un lenguaje puro y lleno de gracia. En el cp 4 resalta el principio por el cual los cristianos deben conservar la paz y la buena voluntad entre ellos y, por consiguiente, deben evitar las contiendas y los conflictos. El capí­tulo final trata breve, pero enfáticamente, acerca de que los trabajadores deben recibir un salario justo (5:1-6). Para terminar, Santiago exhorta a los cristianos a ser pacientes y circunspectos mientras aguardan la venida del Señor (vs 7-13). Da instrucción especial con respecto a la oración por los enfermos (vs 14-18), y los invita a manifestar un sincero interés en el bienestar espiritual de los otros creyentes (vs 19, 20; véase CBA 7:513-517).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

tip, BIOG APOS HOMB HONT

ver, SANTIAGO (Epí­stola), HERMANOS DE JESÚS, ANCIANO

vet, Bajo este epí­grafe se tratan varios personajes llamados Jacobo en el NT. En nuestras versiones, el libro escrito por Jacobo, e identificado como el hermano del Señor, recibe el nombre de Epí­stola Universal de Santiago (véase SANTIAGO [EPíSTOLA DE]). En castellano, la forma Santiago es una contracción de Santo y del heb. Yacob. (a) Jacobo, hijo de Zebedeo (Mt. 4:21; 10:2; Mr. 1:19; 3:17) y hermano del apóstol Juan (Mt. 17:1; Mr. 3:17; 5:37; Hch. 12:2). Fue uno de los primeros discí­pulos (Mt. 4:21; Mr. 1:19, 29; cfr. Jn. 1:40, 41), y uno en los que el Señor tení­a una mayor confianza (Mt. 17:1; Mr. 5:37; 9:2; 13:3; 14:33; Lc. 8:51; 9:28). No sabemos ni dónde nació ni dónde transcurrió su adolescencia. Asociado con Pedro y Andrés, se dedicaba a la pesca en el lago de Galilea (Lc. 5:10), lo que pudiera ser indicación de que procedí­a de algún lugar cercano. El derecho a la pesca libre en el lago de Galilea estaba formalmente reservado a cada israelita. Zebedeo tení­a trabajadores asalariados, por lo que parece que debí­a existir una diferencia social entre sus hijos y los de Jonás (Mr. 1:20). Juan, por ejemplo, era conocido del sumo sacerdote (Jn. 18:16), y posiblemente su familia, o él mismo, poseí­an una casa en Jerusalén (Jn. 19:27). El padre, Zebedeo, aparece sólo una vez en el relato evangélico (Mt. 4:21; Mr. 1:19); no se opone a que sus hijos sigan a Jesús. La comparación de Mt. 27:56 con Mr. 15:40; 16:1 y Jn. 19:25 permite suponer que la madre de Jacobo se llamaba Salomé, y que era hermana de la madre de Jesús. En tal caso, Jacobo hubiera sido pariente cercano del Señor, y, como El, descendiente de David. El nombre de Jacobo sólo aparece en los Evangelios sinópticos y en Hechos, pero en el Evangelio de Juan se alude a él en dos ocasiones (Jn. 1:40, 41; 21:2). Jacobo es siempre mencionado junto con Juan, y, por lo general, su nombre precede al de Juan (Mt. 4:21; 10:2; 17:1; Mr. 1:19, 29; 3:17; 5:37; 9:2; 10:35, 41; 13:3; 14:33; Lc. 5:10; 6:14; 9:54), en tanto que Juan es designado como hermano de Jacobo (Mt. 4:21; 10:2; 17:1; Mr. 1:19; 3:17; 5:37). Se cree por todo esto que Jacobo era el hermano mayor. En Lc. 8:51; 9:28, Juan es nombrado antes que Jacobo. Esta inversión (que también aparece en Hch. 1:13, pero no en Hch. 12:2) puede provenir de que Juan tuviera un papel más activo dentro del colegio apostólico. Cristo dio a ambos hermanos el sobrenombre de “Boanerges”, hijos del trueno (Mr. 3:17). Jacobo, al igual que Juan, se mereció una reprensión del Señor, al haber ambos manifestado una intensa cólera contra el pueblo samaritano que no quiso recibir al Señor Jesús (Lc. 9:55). Su ambición atrajo hacia él, como hacia su hermano Juan, la indignación de los demás apóstoles (Mt. 10:41). Después de la crucifixión, Jacobo fue a Galilea, con los apóstoles (Jn. 21:2) y después a Jerusalén (Hch. 1:13). Fue probablemente en el año 44 d.C. que Herodes Agripa I lo hizo morir a espada Hch. 12:2). Jacobo fue el primero de los apóstoles en sellar su testimonio con su sangre. (b) Jacobo hijo de Alfeo; uno de los doce apóstoles (Mt. 10:3; Mr. 3:18; Lc. 6:15; Hch. 1:13). No sabemos nada de él que sea absolutamente cierto; pero por lo general se admite que es el Jacobo mencionado en Mt. 27:56; Mr. 15:40; 16:1; Lc. 24:10. Recibe el sobrenombre de “el Menor”, indudablemente debido a su pequeña estatura (Mr. 15:40); su madre, llamada Marí­a, era una de las mujeres que acompañaban al Señor; tení­a un hermano llamado José (Mt. 27:56). Leví­, llamado también Mateo, era otro hijo de Alfeo (Mr. 2:14). Es posible que fuera hermano de Jacobo, pero parece más probable que se trate de otro Alfeo. La elipsis de los pasajes de Lc. 6:16; Hch. 1:13 puede interpretarse de manera que el apóstol Judas, no el Iscariote, sea el hermano de Jacobo. Por otra parte, es posible identificar a Marí­a, mujer de Cleofas (Jn. 19:25) como hermana de la madre del Señor. En tal caso, Jacobo, hijo de Alfeo, serí­a primo hermano de Jesús. Pero ello sólo son conjeturas. (c) Jacobo, el hermano del Señor (Mt. 13:55; Mr. 6:3; Gá. 1:19); estaba a la cabeza de la Iglesia en Jerusalén en la época apostólica (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12). Los Evangelios no mencionan más que dos veces el nombre de este Jacobo (Mt. 13:55; Mr. 6:3), pero se halla comprendido entre los “hermanos del Señor”, que no creí­an en El durante Su vida (Jn. 7:5), pero que vinieron a ser discí­pulos de El tras Su resurrección (Hch. 1:14). La cuestión del parentesco que uní­a al Señor con estos “hermanos” ha sido siempre causa de controversias. Ciertos exegetas quieren ver en ellos a los hijos de Alfeo, y los declaran primos de Jesús. Otros piensan que se trata de los hijos de un primer matrimonio de José. Pero siempre se les halla acompañando a Marí­a, participando de la vida de ella, de sus viajes, y comportándose hacia ella como sus hijos (Mt. 12:46, 47; Lc. 8:19; Jn. 2:12); no puede rechazarse en manera alguna que fueran verdaderamente los hermanos del Señor, hijos de Marí­a tenidos con José después del nacimiento del Señor (cfr. Mt. 1:24, 25: “Y… José… recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito…”). (Véase HERMANOS DE JESÚS.) Jacobo figura a la cabeza de la lista (Mt. 13:55; Mr. 6:3), probablemente porque era el mayor de los otros hijos de Marí­a. Es indudable que participó en la incredulidad de ellos (Jn. 7:5) y en las aprensiones que mostraron hacia el comportamiento del Señor (Mr. 3:21, 31). El Evangelio no dice ni cuándo ni cómo Jacobo vino a ser un servidor de Cristo (Hch. 1:13, 14; Stg. 1:1). Es posible que su conversión se produjera como con Pablo, gracias a una aparición especial del Resucitado (1 Co. 15:7). Desde que la Iglesia se organiza en Jerusalén, Jacobo la preside (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12). Ya hacia el año 37 de nuestra era, Pablo, acudiendo por primera vez a Jerusalén tras su conversión, considera necesario visitar a Jacobo (en el año 44 d.C.) como el más destacado entre los hermanos; en la visita de Hch. 21:18 (58 d.C.) ve en él, por lo que parece, a uno de los jefes de la iglesia (cfr. Gá. 2:12) (Véase ANCIANO) Los hermanos que acudí­an a Jerusalén se daban a conocer primero a Jacobo para exponerle a él el motivo de su visita (Hch. 12:17; 21:18; Gá. 1:19; 2:7-9). Su misión consistí­a en facilitar a los judí­os su paso al cristianismo. Jacobo tení­a la misma concepción que Pablo de la salvación por la fe: ello se desprende no sólo de la declaración de Pablo en Gá. 2:7-9, sino también del discurso de Jacobo en Jerusalén (Hch. 15:13-21); de todas maneras, Jacobo representa también la posición de los cristianos de origen judí­o. Así­ se explica que los ardorosos judaizantes se cobijaran bajo el nombre de Jacobo (Gá. 2:12); también por ello se comprende que los mismos judí­os tuvieran admiración hacia aquel que ellos mismos llamaban “el justo” (Eusebio, “Historia Eclesiástica” 2:23). Según Hch. 21:18 (en el año 58 d.C.), el NT no menciona más a este Jacobo. La historia profana informa que sufrió el martirio en un motí­n del populacho de Jerusalén, entre la muerte de Festo y la designación de su sucesor, en el año 62 d.C. (Ant. 20:9, 1). (d) Jacobo, padre del apóstol Judas (Lc. 6:16; Hch. 1:13). No se sabe nada acerca de él.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[017]
Se denomina de ordinario y en forma popular “el menor”, al otro santiago, Obispo de Jerusalén, diferente del hermano de Juan e hijo del Zebedeo, al que se denominó tradicionalmente “el mayor”. Aparece en la lista de los Doce en varias ocasiones: (Mat. 10. 1-4; Mc. 3.13-19; Luc. 6. 12-16; Hech. 1.13).

La tradición le hace permanecer en Jerusalén, siendo considerado como “hermano” del Señor, es decir primo o pariente, a través de su madre, lo que le dio ascendiente singular en la primitiva Iglesia. (Mc. 13, 3) una vez que Pedro marchó de la Judea. Era hermano de Judas Tadeo y se lo apellidó “el Justo” probablemente por su fidelidad a la Ley.

Con todo no es segura su identidad, pues es posible el Santiago hermano del Señor fuera diferente del Santiago Tadeo. Murió al ser arrojado desde la terraza del templo de Jerusalén.

A él se atribuye la Epí­stola que lleva su nombre, escrita antes del año 62, en cuya fecha fue ejecutado. Es una Epí­stola que no por todos fue aceptada al principio o al menos no aparece citada o alabada en todos los autores (es deuterocanónica). La intensa relación que establece entre fe y obras hizo que fuera luego rechazada por los protestantes, por la abierta oposición a su teorí­a central de la “sola fe” y de la justificación sólo por la gracia. (Ver Epí­stolas. Catequesis de las)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

1.° Santiago el Mayor: hijo de Zebedeo y Salomé; hermano de Juan evangelista. Respondió con toda generosidad a la llamada del Señor (Mt 4,21; Mc 1,19; Lc 5,10); es uno de los tres apóstoles preferidos de Jesucristo; fue testigo de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37; Lc 8,51), de la transfiguración (Mt 17,1; Mc 9,2; Lc 9,28) y de la agoní­a en el huerto (Mt 26,37; Mc 14,23); a él y a su hermano Juan, por su carácter impetuoso, Jesús les llamó “boanerges”, hijos del trueno (Lc 9,51-56). Fue el primer apóstol que sufrió el martirio a manos de Herodes, en el año 44 (Act 12,2).

2.° Santiago el Menor: hijo de Cleofás y de Marí­a, la cual estuvo junto a Jesucristo en la cruz; hermano de José (Mt 27,56; Jn 19,25); primo de Jesús (Mc 6,3); se le llama “el menor” para distinguirle de “el mayor”, porque llegó después al apostolado. Fue el primer jefe de la Iglesia de Jerusalén; intervino con energí­a y con acierto en el concilio de Jerusalén (Act 12,17; 15,13-22). El sumo sacerdote Anás le condenó a morir apedreado en el año 62. Se le atribuye la carta católica que lleva su nombre.

3.° Santiago de Alfeo: hijo de Alfeo; uno de los doce apóstoles (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15). Muchos identifican a este Santiago con Santiago el Menor, pero esto obligarí­a a identificar a Alfeo con Cleofás.

4.° Hay, por fin, otro Santiago, padre del apóstol Judas (Lc 6,16; Act 1,13).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(contracción de las palabras Santo y Jacobo, esta última la forma griega de Jacob, que significa: †œQue Ase el Talón; Suplantador†).

1. Padre de un apóstol llamado Judas (no Judas Iscariote). (Lu 6:16; Hch 1:13.)

2. Hijo de Zebedeo; hermano de Juan y uno de los doce apóstoles de Jesucristo. (Mt 10:2.) Parece ser que su madre se llamaba Salomé, según se deduce al comparar dos relatos del mismo acontecimiento. Uno menciona a †œla madre de los hijos de Zebedeo†, y el otro la llama †œSalom醝. (Mt 27:55, 56; Mr 15:40, 41; véase SALOME núm. 1.) La comparación de estos relatos con el de Juan 19:25 parece indicar que Salomé era la hermana carnal de Marí­a, la madre de Jesús. En ese caso, Santiago serí­a primo hermano de Jesús.
En el año 30 E.C., Santiago y su hermano estaban trabajando con su padre en el negocio de la pesca cuando Jesús los llamó, al igual que a sus socios Pedro y Andrés, para que fuesen sus discí­pulos y †œpescadores de hombres†. En respuesta a la llamada de Jesús, Santiago y Juan dejaron aquel negocio de pesca, que era lo bastante importante como para tener asalariados y formar una sociedad con Pedro y Andrés. (Mt 4:18-22; Mr 1:19, 20; Lu 5:7-10.)
Al año siguiente, 31 E.C., cuando Jesús designó a doce de sus discí­pulos para que fuesen apóstoles, Santiago fue uno de los seleccionados. (Mr 3:13-19; Lu 6:12-16.)
A Pedro, Santiago y Juan se les menciona varias veces juntos y en compañí­a estrecha con Cristo. Por ejemplo, estos tres fueron los únicos que estuvieron presentes con él en el monte de la transfiguración (Mt 17:1, 2), fueron los únicos apóstoles que recibieron la invitación de entrar en la casa para ser testigos de la resurrección de la hija de Jairo (Lu 8:51) y fueron quienes estuvieron más cerca de Jesús en Getsemaní­ mientras él oraba aquella última noche. (Mr 14:32-34.) Pedro, Santiago y Juan, junto con Andrés, fueron los que preguntaron a Jesús cuándo vendrí­a la predicha destrucción del templo de Jerusalén y cuál serí­a la señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas. (Mr 13:3, 4.) A Santiago siempre se le menciona junto con su hermano Juan, y en la mayorí­a de los casos su nombre es el que aparece en primer lugar, lo que quizás indique que era el mayor de los dos. (Mt 4:21; 10:2; 17:1; Mr 1:19, 29; 3:17; 5:37; 9:2; 10:35, 41; 13:3; 14:33; Lu 5:10; 6:14; 8:51; 9:28, 54; Hch 1:13.)
Jesús dio a Santiago y a su hermano el sobrenombre de Boanerges, término semí­tico que significa †œHijos del Trueno† (Mr 3:17), quizás debido a su naturaleza enérgica, fogosa y entusiástica. En una ocasión, por ejemplo, cuando ciertos samaritanos no mostraron hospitalidad a Jesús, Santiago y Juan querí­an hacer bajar fuego del cielo para aniquilarlos. Aunque Jesús los reprendió por pedir tal venganza, aquella actitud indicaba su justa indignación y también su fe. (Lu 9:51-55.) También abrigaban la ambición de ocupar los puestos más importantes en el Reino, a la derecha y a la izquierda de Jesús, y al parecer hicieron que su madre (posiblemente la tí­a de Jesús) le solicitara tales favores. Después de explicar que esas decisiones las toma el Padre, Jesús aprovechó la oportunidad para señalar que †˜el que quisiera ser el primero entre ellos tení­a que ser esclavo de ellos†™. (Mt 20:20-28.)
Santiago debió morir en el año 44 E.C. Herodes Agripa I hizo que lo ejecutaran con la espada. Fue el primero de los doce apóstoles que murió mártir. (Hch 12:1-3.)

3. Otro apóstol de Jesucristo; hijo de Alfeo. (Mt 10:2, 3; Mr 3:18; Lu 6:15; Hch 1:13.) Generalmente se cree que Alfeo y Clopas eran la misma persona, lo que es bastante probable, en cuyo caso la madre de Santiago serí­a Marí­a, †œla madre de Santiago el Menos y de Josés†. (Jn 19:25; Mr 15:40; Mt 27:56.) Puede que se le haya llamado Santiago el Menos debido a ser de menor estatura o más joven que el otro apóstol Santiago, el hijo de Zebedeo.

4. Hijo de José y Marí­a y medio hermano de Jesús. (Mr 6:3; Gál 1:19.) Aunque no fue uno de los apóstoles, debió ser un superintendente de la congregación cristiana de Jerusalén (Hch 12:17) y el escritor del libro bí­blico que lleva su nombre. (Snt 1:1.) Puede que haya sido el mayor después de Jesús, pues su nombre aparece en primer lugar cuando se menciona a los cuatro hijos varones que tuvieron Marí­a y José: Santiago, José, Simón y Judas. (Mt 13:55; véase HERMANO, HERMANA.) En su carta a los Corintios, escrita alrededor del año 55 E.C., Pablo indica que Santiago estaba casado. (1Co 9:5.)
Parece ser que durante el ministerio de Jesús, Santiago estaba bien familiarizado con la actividad de su hermano (Lu 8:19; Jn 2:12), pero aunque no parece que se opusiera, no era uno de los discí­pulos y seguidores de Cristo. (Mt 12:46-50; Jn 7:5.) Es probable que se encontrara junto con sus hermanos no creyentes cuando instaron a Jesús para que subiera abiertamente a la fiesta de las cabañas en un tiempo en que los gobernantes de los judí­os lo estaban buscando para matarlo. (Jn 7:1-10.) También es posible que Santiago haya estado entre los parientes que dijeron de Jesús: †œHa perdido el juicio†. (Mr 3:21.)
Sin embargo, después de la muerte de Jesús y antes del Pentecostés del año 33 E.C., Santiago estuvo reunido para orar junto con su madre, sus hermanos y los apóstoles en un aposento de arriba en Jerusalén. (Hch 1:13, 14.) Debió ser a este Santiago a quien se apareció personalmente el resucitado Jesús, como se indica en 1 Corintios 15:7, y le convenció, pues antes no era creyente, de que en verdad era el Mesí­as. Esto hace recordar la ocasión en que Jesús se apareció personalmente a Pablo. (Hch 9:3-5.)
Desde entonces Santiago pasó a ser un miembro prominente y al parecer un †œapóstol† de la congregación de Jerusalén. (Véase APí“STOL [Apostolado en las congregaciones].) Por eso, en la primera visita que Pablo hizo a los hermanos de Jerusalén (alrededor de 36 E.C.), dijo que pasó quince dí­as con Pedro, pero que †œde los apóstoles no [vio] a ningún otro, sino solo a Santiago el hermano del Señor†. (Gál 1:18, 19.) Después de ser liberado milagrosamente de prisión, Pedro dio estas instrucciones a los hermanos reunidos en casa de Juan Marcos: †œInformen estas cosas a Santiago y a los hermanos†, lo que indicaba la prominencia de Santiago. (Hch 12:12, 17.) Alrededor del año 49 E.C. se sometió el asunto de la circuncisión a †œlos apóstoles y los ancianos† de Jerusalén. Después del testimonio personal de Pedro, Bernabé y Pablo, Santiago habló y presentó una decisión que la asamblea aprobó y adoptó. (Hch 15:6-29; compárese con 16:4.) Pablo dijo con referencia a esa ocasión que Santiago, Cefas y Juan †œparecí­an ser columnas† entre los cristianos de Jerusalén. (Gál 2:1-9.) Hacia el final de una gira misional posterior, estando en Jerusalén, Pablo informó sobre su ministerio a Santiago y a †œtodos los ancianos†, quienes luego le dieron cierto consejo para que lo pusiese en práctica. (Hch 21:15-26; véase también Gál 2:11-14.)
Del principio de la carta de Santiago parece desprenderse que fue este †˜hermano de Jesús†™ quien la escribió, y no uno de los apóstoles del mismo nombre (el hijo de Zebedeo o el hijo de Alfeo). Allí­ el escritor se identifica a sí­ mismo como un †œesclavo de Dios y del Señor Jesucristo†, más bien que como un apóstol. De manera similar, su hermano Judas también se identificó a sí­ mismo como un †œesclavo de Jesucristo, pero hermano de Santiago†. (Snt 1:1; Jud 1.) Ambos hermanos humildemente evitaron identificarse como hermanos carnales del Señor Jesucristo.
Según algunas tradiciones, se le llamaba †œSantiago el Justo† debido a su modo de vida. Por otra parte, las Escrituras no hacen ninguna alusión a su muerte, si bien el historiador Josefo explica que durante el intervalo entre la muerte del gobernador Festo (cerca del año 62 E.C.) y la llegada de su sucesor, Albino, el sumo sacerdote Anán (Ananí­as) †œreunió el sanedrí­n. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo [es decir, Santiago], y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados†. (Antigüedades Judí­as, libro XX, cap. IX, sec. 1.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Introducción

La carta de Stg. no siempre ha sido apreciada por la iglesia. De hecho, Martí­n Lutero la llamó †œuna epí­stola de paja† (refiriéndose a 1 Cor. 3:12) por que no sonaba como las de Pablo, ni menciona la principal preocupación de Lutero, la salvación por la gracia. Sin embargo, esta carta es de extrema importancia para la iglesia actual.
El primer punto que debe notarse es que fue escrita a una iglesia que estaba bajo presión. Los cristianos no estaban siendo llevados al martirio, pero estaban sufriendo persecución económica y opresión y, bajo esta presión, se estaba destruyendo la iglesia. Hay dos formas en las cuales los miembros de la iglesia pueden responder a la presión extrema. Pueden tirar juntos y ayudarse entre sí­ o pueden entrar en compromiso con el mundo y dividirse en facciones de disputas ociosas. Santiago querí­a que sus lectores hicieran lo primero, pero lo que en realidad estaba pasando era lo segundo, pues la gente estaba luchando por abrirse paso en el mun do. Estos problemas hacen que la carta tenga mucha relevancia para la iglesia actual.
En segundo lugar, está llena de la enseñanza de Jesús. Ninguna otra carta del NTNT Nuevo Testamento tiene tantas referencias a la enseñanza de Jesús en cada página como ésta. No se trata de que Stg. cite directamente a Jesús, aunque a veces lo hace (ver 5:12), pero normalmente usa frases e ideas que provienen de Cristo. Sus lectores deben haber memorizado mucho de la enseñanza del Señor, y por eso reconocerí­an la fuente de estas enseñanzas. La mayorí­a de estas frases proviene de las enseñanzas de Jesús que ahora tenemos en el Sermón del monte (Mat. 5–7) o del Sermón de la llanura (Luc. 6). No hay mejor ejemplo en el NTNT Nuevo Testamento de un lí­der que toma la enseñanza del Señor y la aplica a los problemas de la iglesia. La carta de Santiago, por lo tanto, llega a ser un modelo para la iglesia moderna sobre cómo aplicar la enseñanza de Jesús.
La carta declara haber sido escrita por †œSantiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo†. Son varios los lí­deres cristianos a los que se puede aplicar esto. Pero Santiago (nombre que equivale al de †œJacobo†) el hijo de Zebedeo fue ejecutado entre los años 41 y 44 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo (Hech. 12:2), y Santiago (o Jacobo) el hijo de Alfeo (Hech. 1:13) es tan des conocido que si hubiera sido el autor seguramente se habrí­a identificado más claramente. En verdad, sólo hubo un Santiago (o Jacobo) lo suficientemente reconocido como para poder usar un saludo tan simple, o sea Jacobo el hijo de José, hermano del Señor por parte de padre. El fue visitado personalmente por Jesús después de la resurrección (1 Cor. 15:7) y probablemente se convirtió en ese momento. Estaba con los apóstoles en Pentecostés (Hech. 1:14) y pronto llegó al liderazgo de la iglesia, siendo el más destacado de la iglesia de Jerusalén alrededor del año 50 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo (Hech. 15:13–21; el hecho de que fue el último en hablar indica que era considerado el principal lí­der) y continuó en esa posición hasta después de la última visita de Pablo (Hech. 21:18). Mientras Santiago lideró la iglesia de Jerusalén, Hech. lo retrata como alguien preocupado por la unidad de la iglesia, dispuesto a ne gociar compromisos entre los grupos cristianos (eso es, los que estaban en favor y en contra de Pablo). La referencia en Gál. 2:12 no contradice este cuadro, porque no indica que Santiago sabí­a algo de las actividades de Pablo o sus mensajeros; sólo muestra por qué éstos eran considerados importantes. Santiago, según la tradición, fue martirizado después de la muerte de Festo en el año 62, cuando el sumo sacerdote Anás el Joven aprovechó la ausencia de un gobernador romano para llevar a cabo la ejecución.
Muchos eruditos no creen que Santiago, el hijo de José, escribió esta carta, sea porque parece que fue dirigida a una iglesia demasiado bien establecida como para ser de la primera mitad del primer siglo, o porque la calidad del griego usado es muy buena. Además, Stg. 2:14–26 parece contradecir a Pablo en Rom. 4 y Gál. 4. Sólo podemos responder brevemente a estos puntos, pero notamos antes que nada que hacia el año 50 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo la iglesia de Jerusalén ya tení­a veinte años, lo bastante como para que surgiera cualquiera de los problemas que apa recen en esta carta. Estos no eran de persecución o martirio fí­sico, que tuvieron lugar más hacia el fin del primer siglo, sino de persecución económica y opresión de los pobres, lo que se adecua al perí­odo an tes de la guerra de los años 66 a 70 en Jerusalén. En cuanto a la relación de Santiago y Pablo, argumentaremos en el comentario que el hecho de que usen términos diferentes la contradicción entre ambos es más aparente que real. Sin embargo, Santiago puede estar argumentando contra una distorsión de la enseñanza paulina, lo que significa que la carta debió haber sido escrita antes que Gálatas (c. 50) y Romanos (c. 56) estuvieran circulando ampliamente porque de otro modo Santiago hubiera citado la enseñanza misma de Pablo en contra de los que la interpretaban y aplicaban mal.

Diagrama estuctural de la carta de Santiago

La calidad del gr. en la carta de Stg. presenta un verdadero problema. Ciertamente un rústico galileo como Santiago pudo haber conocido el gr., pero es improbable que hubiera podido escribir con la gran calidad de esta carta. Quizá la clave deba encontrarse en dos hechos. En primer lugar, la carta está dirigida a †œlas doce tribus de la dispersión† (DHHDHH Dios Habla Hoy †œesparcidas en todo el mundo†). Stg. estaba mirando la iglesia en su conjunto como †œel Israel de Dios† (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 6:16), pero en un Israel desparramado por el mundo. No es para los cristianos de Jerusalén que fue escrita la carta, sino para los que estaban desparramados más allá. La forma que usa Stg. fue la de una carta literaria más bien que la de una carta común. Estas eran escritas para una iglesia o persona en particular y enviadas a ella. Una carta literaria se publicaba como un libro o folleto dirigido a una audiencia mucho más am plia y general. Por lo tanto, la carta de Stg. refleja más la iglesia en Jerusalén que las que podrí­an recibir copias de la misma.
En segundo lugar, hay diversos lugares en que se usan diferentes palabras griegas para la misma idea (p. ej.p. ej. Por ejemplo †œpaciencia† en 1:3 y 5:7; †œpasión† en 1:14 y †œplaceres† en 4:3). Del mismo modo, varias partes de la carta parecen haber sido cuidadosamente estructuradas como bosquejo para sermones como los que se predicaban en las sinagogas judí­as (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2:1–13; 2:14–26). En otros lugares encontramos dichos breves usados para unir dos partes. De modo que parece como si sermones y dichos de Santiago (y quizá del mismo Jesús) fueron coleccionados para formar la carta. A diferencia, p. ej.p. ej. Por ejemplo de Gál., la carta de Stg. no parece una obra dictada de una vez.
Así­ pues, la carta es probablemente una colección de los dichos de Stg. recopilados en una unidad. Santiago mismo puede haber pedido a alguien fuerte en gr. que convirtiera la carta en una unidad, quizá para tener algo que compartir con los muchos cristianos del mundo greco parlante que estaban visitando Jerusalén o, si no, después de su muerte la iglesia hizo escribir la carta para preservar la enseñanza central de su principal figura. Esto debió haber sido hecho poco después de su martirio, porque la carta usa la simple designación de Santiago y no los tí­tulos fantasiosos que se le aplicaron después en la historia eclesiástica.
Básicamente, la carta tiene cinco partes. La primera es una introducción en dos partes que presenta tres temas. El primero es el de las pruebas y la razón por la cual hay gente que fracasa cuando es probada. El segundo es la sabidurí­a y el control de la lengua. El tercero es la riqueza y su uso en las obras de caridad. Como en 1 Jn. 1:1–4, Stg. analiza cada una de estas ideas y vuelve sobre ellas por segunda vez.
La segunda parte enfrenta el tema de la riqueza y la caridad y presenta dos sermones, uno discutiendo la discriminación en base a la riqueza y el otro señalando que cualquier fe que no termina en buenas obras, especialmente la caridad, de ninguna manera es salvadora.
La tercera parte trata el uso de la lengua, en particular la relación con los maestros que al parecer estaban reuniendo grupos a su alrededor y criticando a otros. Stg. atribuye esto a la influencia demoní­aca, a la vez que señala que la sabidurí­a de Dios o el Espí­ritu produce paz y unidad en la iglesia.
La cuarta parte vuelve al tema de la prueba. Los ricos en la comunidad de la iglesia son probados por su riqueza. ¿La usarán de la misma manera que lo hace el mundo, o buscarán a Dios y procurarán seguir sus directivas? Los ricos que están fuera de la iglesia están condenados al infierno, no sólo por haber perseguido a los pobres, incluyendo a los cristianos, sino también por haber acumulado tesoros en la tierra y vivido en el lujo mientras otros mueren de hambre.
Finalmente, hay en Stg. una sección de conclusión a la carta. Su resumen llama a los lectores cristianos a la paciencia. Luego toma los puntos que se consideraban necesarios al fin de las cartas griegas: los juramentos y la salud (ver la Introducción a los artí­culos sobre Col. y Film.). Finalmente, explica a los lectores por qué les ha escrito: era para hacer volver a la verdad a los cristianos que se habí­an desviado de ella. No quiere criticar, sino cubrir los pecados llevando a la gente al arrepentimiento. Es te llamado al arrepentimiento caracteriza la carta y unifica la iglesia, porque la meta de Santiago era hablar a una iglesia que estaba bajo presión y llamarla para que se mantuviera unida en contra de la fuerza de las lenguas inquietas, en la vida interna de la iglesia, y de las presiones del mundo exterior.
Véase también el artí­culo †œLeyendo las epí­stolas†.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1 Saludos

1:2-27 Palabras de apertura
1:2-11 Primera parte: prueba, oración y riqueza
1:12-27 Segunda parte: prueba, dones y el escuchar y el hacer

2:1-26 Prueba por medio de la generosidad
2:1-13 Parcialidad y amor
2:14-26 Generosidad y fe

3:1—4:12 Prueba por medio de la lengua
3:1-12 El mal en la lengua
3:13-18 Antí­doto para la lengua
4:1-10 La fuente del mal y su cura
4:11, 12 Apelación final

4:13—5:6 Prueba por medio de la riqueza
4:13-17 La prueba de los ricos
5:1-6 Probados por los ricos

5:7-20 Conclusión
5:7-11 Resumen sobre la perseverancia paciente
5:12 Los juramentos
5:13-18 Oración por salud
5:19, 20 Declaración de propósito
Comentario

1:1 SALUDOS

Santiago comienza identificándose como autor y luego se dirige a los lectores. En cuanto a sí­ mismo, usa la simple designación de siervo de Dios y del Señor Jesucristo. Por supuesto, este es un tí­tulo honroso lo que se comprueba en que Moisés es designado repetidamente como †œSiervo del Señor† en Jos. y Apoc., así­ como también Jos. mismo en Jue. Pero al mismo tiempo es un tí­tulo simple, que cualquier cristiano podrí­a usar. Stg. va más allá del uso del ATAT Antiguo Testamento al agregar y del Señor Jesucristo al tí­tulo siervo de Dios. Esto muestra la tendencia de la iglesia primitiva de reconocer la igualdad de Cristo con Dios.
Los lectores son las doce tribus de la dispersión. Probablemente la expresión las doce tribus no significa que todos los lectores eran judí­os, sino que Santiago pensaba en ellos como el pueblo de Dios, el verdadero Israel, fueran judí­os o gentiles (así­ también Gál. 6:16; 1 Ped. 2:9). Los lectores estaban esparcidos tal como lo estaban los judí­os du rante el exilio, lo que probablemente indica que no viví­an en Tierra Santa. Sin embargo, la palabra dispersión tiene otro uso. 1 Ped. 1:1 usa el mismo término para indicar que, desde que llegaron a ser cristianos, sus lectores gentiles ya no estaban †œen casa† en sus tierras natales, pues su verdadero hogar era el cielo.

1:2-27 PALABRAS DE APERTURA
Después de dirigirse a sus lectores, Santiago introduce los temas de su carta. Como en muchas cartas griegas, destinadas a la publicación, reitera su apertura, presentando los temas principales, primero en 1:2–11 y después nuevamente (con un adelanto en el desarrollo) en 1:12–27 (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Jn. 1:1–4).

1:2-11 Primera parte: prueba, oración y riqueza

1:2-4 Prueba. Los cristianos a los que se dirigí­a Stg. estaban enfrentando diversas pruebas. Estas no eran una persecución severa (y ciertamente no en fermedades, para las que se usan otros términos), sino más bien persecuciones de bajo nivel, tales como el rechazo social o el boicot económico. Eso ocurrí­a simplemente porque eran cristianos. Aunque sus pruebas eran penosas Santiago llama a los cristianos a gozarse, no porque el dolor sea agradable, sino porque deberí­an tener una perspectiva que mirase más allá de la vida presente hacia la recompensa celestial. El sumo gozo no es una felicidad presente, sino anticipación del futuro de Dios.
La razón por la cual podí­an gozarse es que esta prueba de su fe producirí­a perseverancia o paciencia. La perseverancia es una importante virtud cristiana, mencionada a menudo por Jesús (Luc. 8:15; 21:19; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 10:22) y por Pablo (Rom. 5:3, 4; 8:25; 2 Cor. 6:4; 12:12). Para aquellos lectores que conocí­an su Biblia, como ciertamente era el caso de Santiago, la importancia de esta virtud se subraya por el hecho de que Abraham fue la primera persona de la Escritura en ser probada (Gén. 22:1) y Dios recompensó su fidelidad. Además, Job también fue probado por Satanás y, en las historias que circulaban en el judaí­smo del primer siglo sobre Job, él era el ejemplo supremo de perseverancia. Seguramente, estos cristianos podí­an esperar una recompensa similar.
Sin embargo, la perseverancia en sí­ misma tiene un efecto. Es como mantener una fina espada de metal en el fuego hasta que esté templada. En este caso, la espada es el creyente, el fuego es la prueba y el temple es que los creyentes llegan a estar completos y cabales, no quedando atrás en nada (v. 4). El término gr. para completa también se traduce a menudo como †œperfectos†. Esta es la virtud que Noé exhibió en Gén. 6:9. Esto es lo que Jesús qui so decir cuando llama a sus seguidores a ser †œperfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto† (Mat. 5:48). Indica un carácter como el de Dios. Este tipo de madurez se produce por afe rrarse firmemente a la fe y virtud cristianas durante el fuego de la persecución. Las impurezas del carácter serán quemadas. El resultado final no será sólo la madurez, sino la plenitud, lo que significa que no faltará nada en absoluto de un carácter semejante al de Dios. Si éste es el resultado final de las pruebas de los lectores, por difí­ciles que parezcan, ciertamente hay motivo para gozarse.
La estructura de estos versí­culos es la de una †œcadena de dichos† (†œa† produce †œb†, que produce †œc†, etc.). Debe haber sido un dicho tradicional en la iglesia porque encontramos versiones de ella en Rom. 5:3–6 y 1 Ped. 1:6, 7.
1:5–8 Oración. Pero ¿qué se supone que debe hacer una persona si no es perfecta y cabal? ¿Qué ocurre si uno teme fallar en la prueba? La respuesta de Pablo hubiera sido que deben vivir, o ser guiados, por el Espí­ritu (p. ej.p. ej. Por ejemplo Gál. 5:16–18, 25). La respuesta de Santiago es que deben pedir sabidurí­a a Dios, porque la sabidurí­a divina es el poder que él cree que contrarresta el mal en la vida humana. Tal oración no será inútil, pues Dios es un dador generoso. Tampoco está limitada su generosidad por algún espí­ritu crí­tico que exclame: †œ¿Qué? ¡Tú otra vez!, ¿qué has hecho con lo que te di la vez pasada?† Lejos de tener una actitud de ese tipo, Dios simplemente da a todos los que piden de él, vez tras vez.
Pero hay un requisito si hemos de recibir la sabidurí­a: el pedido debe fluir de la fe en Dios, o más bien de un compromiso con él. La †œduda† sobre la cual advierte Santiago no es la de la persona que se pregunta si Dios contestará un pedido en particular, o la de un dudoso introspectivo luchando con la fe. Al contrario, es la de una persona de doble ánimo (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œque hoy piensa una cosa y mañana otra†), frase que tiene un estrecho equivalente en los Sal. (Sal. 12:1, 2) y que es lo opuesto de confiar en Dios desde lo profundo del propio corazón (Deut. 6:5; 8:3). En otras palabras, este tipo de persona que du da es el de quien no se ha comprometido plenamente con Dios, sino que juega a estar seguro por medio de la oración. Su verdadero interés está en su progreso en este mundo, pero también quiere disfru tar de algunas bendiciones de Dios ahora e ir al cielo cuando muera. Santiago dice que tal persona no alcanzará la sabidurí­a. De hecho, no recibirá nada en absoluto de parte de Dios.
1:9-11 Riqueza. Después de hablar de una devoción plena a Dios y de gozarse en la prueba, Santiago pasa a un ejemplo de lo que es tal persona. El hermano de humilde condición es alentado a verse desde la perspectiva de Dios y gloriarse en su exaltación. El mundo considera a esta persona como pobre (el término †œhumilde† en heb. tiene el concepto de un pobre humilde u oprimido). Sin embargo, Dios ha declarado que son ricos. El punto de vista divino es más verdadero, de modo que la persona puede gozarse en esta realidad aun cuando sus circunstancias exteriores no hayan cambiado todaví­a.
En contraste, la persona rica debe gloriarse en su humillación. Probablemente, esto sea una afirmación irónica deliberada. El término rico (gr. plousios) en Stg. se usa sólo para los incrédulos. Santiago no conocí­a de algunos creyentes ricos (2:2; 4:13), pero habla de ellos sin usar la palabra †œricos†. Si bien el v. puede significar que un rico puede enorgullecerse honradamente al haber sido humillado por Dios y llevado a asociarse como igual con cristianos pobres, es más probable que el autor esté diciendo que si el rico contempla el mismo futuro que el hermano †œhumilde†, lo único que tiene de que enorgullecerse es en su †œhumillación† o en el hecho de que ha de morir. Ciertamente, en esta era el hombre rico es honrado y cortejado (como en el Sal. 73) porque parece muy exal tado, pero cuando se contempla a la luz del futuro que pertenece a Dios, aun cuando llegue a la ancianidad, la extensión de su vida y toda su gloria aparente serán de tan corta duración como la flor que brota al alba y es marchitada por el sol del mediodí­a; no quedará nada (el cuadro es tomado de Isa. 40:6–8). Santiago vuelve al tema de la caí­da del rico en 5:1–6.
Esta †œinversión de fortuna† se encuentra a menudo como tema en la literatura judí­a (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1 Sam. 2:1–10; Luc. 1:46–55). Cuando Dios actúa, los de baja condición serán levantados y los de alta condición serán rebajados. José fue de la prisión a la prominencia; Nabucodonosor fue del trono al campo. Dios declara sus propios valores y los valores humanos son negados. Así­ es como ocurrirá al fin de los tiempos. Santiago quiere que sus lectores se regocijen en su realidad venidera.

1:12-27 Segunda parte; prueba, dones y el escuchar y el hacer

En la segunda parte de la introducción vuelven a analizarse los tres temas en orden, pero Santiago no se limita a repetirlos. Al contrario, avanza a un nuevo aspecto de cada tema.
1:12–15 Prueba. El autor vuelve al tema de la prueba dando una promesa. Bienaventurado o feliz es la persona que persevera bajo la prueba. ¿Có mo puede decirse que tales personas sean felices? No lo pueden ser de acuerdo con la perspectiva del mundo, pero sí­ de acuerdo con la de Dios. El ha prometido la corona de vida, o sea la vida misma (como en Apoc. 2:10) porque tales personas han mostrado que aman a Dios en verdad al soportar la prueba. Es como ocurrió con Abraham, que perseveró en la prueba y entonces recibió lo prometido por el Señor (Gén. 22:15–18) porque él puede decir: †œahora conozco que temes a Dios† (Gén. 22:12).
No todos demostrarán que son genuinos cuando sean probados. Los que fracasen o quieran ceder al ser probados quizá lo hagan echando la culpa a Dios: †œDios me está tentando†. (Las palabras traducidas †œtentación†, †œprueba† o †œtribulación† son la misma en gr.) Esto es precisamente lo que Israel hizo en el desierto; se quejaban de que Dios era responsable y le echaban la culpa a él (Exo. 17:2, 7). De hecho, lo hicieron diez veces (Núm. 14:22). Los creyentes a los que se estaba dirigiendo Santiago no debí­an hacer lo mismo, porque, en primer lugar, ¡Dios no debe ser puesto a prueba por los pecadores! (Eso serí­a una mejor traducción que Dios no es tentado por el mal). Esto es precisamente lo que fue enseñado a Israel en Deut. 6:16.
La segunda razón por la cual los creyentes no deben echar la culpa a Dios es porque él no tienta a nadie. ¿Cómo podrí­a escribir eso Santiago cuando en Gén. 22:1 dice: †œDios probó (o †œtentó†, que es la misma palabra) a Abraham†? La respuesta está en que, comenzado en el ATAT Antiguo Testamento y continuando en el judaí­smo entre ambos Testamentos, historias como la de Abraham eran interpretadas como si dejaran fuera la verdadera causa de la prueba, o sea el de monio (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2 Sam. 24:1 dice que Dios †œincitó a David contra ellos†, mientras que 1 Crón. 21:1 dice que †œSatanás †¦ incitó a David†). Por ello, en el libro intertestamentario de los Jubileos, el relato de Gén. 22 sobre Abraham está reconstruido de manera similar al de Job. Debido a esta tradición interpretativa, Santiago, que en 2:21 cita Gén. 22 explí­citamente, podí­a decir que la verdadera causa de la prueba no era Dios. La historia del ATAT Antiguo Testamento es verda dera, pero es una forma simplificada de la realidad.
Sin embargo, Santiago no quiere que se eche tampoco la culpa al demonio (aunque lo menciona en 4:7), sino que se acepte la responsabilidad sobre los propios hombros. Es la propia pasión lo que hace que una prueba o tentación sea tal. Esta pasión es lo que los judí­os llamaban un †œmal impulso†, o lo que los psicólogos llaman †œestí­mulos†, o lo que en Rom. 7 Pablo llama †œpecado†; es tan simplemente el †œYo quiero† sin hacer di ferencia alguna. Incita como una prostituta y da nacimiento al pecado, el que termina en la muerte. Esta cadena deseo-pecado-muerte establece el patrón para la sección siguiente.
1:16–18 Dones. En contraste con las malas cosas producidas por la pasión, Dios sólo nos dará un don bueno y perfecto. Un ejemplo de ese don bueno es la sabidurí­a que se menciona en el v. 5, o sea la sección paralela. En el v. 17 Dios se describe como el Padre de las luces o Creador del universo. Pero a diferencia de la luna y otras luces celestiales que él ha creado, Dios mismo nunca cambia. Es siempre el mismo. De modo que si él da bienes hoy, no dará males mañana. Su bondad se ve en que actuó por su propia voluntad (no fue un accidente) y así­ nos hizo nacer por la palabra de verdad, o sea que nos dio un nuevo nacimiento por me dio del evangelio. Su meta era la de hacernos primicias de todo lo creado. Las primicias se consideraban como lo mejor de la cosecha, de modo que Dios está convirtiendo a los seres humanos redimidos en la cumbre de la creación. Aquí­ vemos otras cadenas: Dios-palabra de verdad-nacimiento. La pasión y el demonio llevan a la muerte. Al contrario, Dios produce vida.
1:19–27 El escuchar y el hacer. ¿Cuál será el resultado de esta vida o sabidurí­a que proviene de Dios? Será una lengua controlada. La ira humana, llámesela justa o no, no produce el tipo de justicia que es de Dios. Por lo tanto, la persona sabia será lenta en abrir su boca y aun más lenta para expresar ira. Por cierto, Santiago argumenta que una aceptación humilde del evangelio (la palabra implantada) significará librarse de toda expresión airada (como muestran 3:9 y 4:1, 2, o sea que es el estallido airado y no el sentimiento í­ntimo lo que está en consideración) y de todos los otros tipos de mal, aun si son plenamente aceptadas por el mundo.
Pasando al tercer punto, Santiago señala que no basta con conocer la Escritura o la enseñanza piadosa. El simple conocimiento es algo inútil. Es peor aun que algo inútil, porque quien piensa que conocer la Biblia convierte a alguien en piadoso se engaña a sí­ mismo. Al contrario, lo que le hace piadoso es el ser hacedores. ¿Cuál es la fuente de esta enseñanza para Santiago? La perfecta ley de la libertad es lo que debe ser obedecido, y eso es el ATAT Antiguo Testamento interpretado por Jesús junto con sus demás enseñanzas. Como él también dijo, lo que produce bendición no es el oí­r de palabras sino el obedecerlas (Mat. 7:24–27).
Esto significa que uno puede reconocer a los que son realmente piadosos por su estilo de vida. Los que tienen lenguas incontrolables (y así­ explotan a menudo en ira o rencillas) sólo realizan prácticas religiosas indignas. Realmente no aman a Dios en sus corazones. El tipo de piedad que Dios busca tiene dos caracterí­sticas, que son los dos lados de una misma moneda. Primera, cuida del pobre (los huérfanos y las viudas son dos de los cuatro grupos principales de pobres en el ATAT Antiguo Testamento). Segunda, se ha guardado sin mancha del mundo, lo que quiere decir que no está buscando seguridad o progreso en términos de lo que es valorado por los que están en el mundo. Como no ama al mundo, no hay necesidad de retener el dinero. Por lo tanto, esas personas pueden ser generosas y dar con liberalidad.

2:1-26 PRUEBA POR MEDIO DE LA GENEROSIDAD
El versí­culo anterior hizo de la generosidad un tema a tratar y de ese modo ha llevado al lector al primer tema principal de la carta, el llamado a la generosidad y a cómo ella prueba la realidad de la fe. Santiago trata este tema en dos partes. Cada una es probablemente el resumen de un solo sermón, ya que ambas siguen el patrón del tipo de sermones que se predicaban en las sinagogas.

2:1-13 Parcialidad y amor

El primer sermón trata de la generosidad en la conducta. Santiago argumenta que, si la conducta de una persona demuestra parcialidad, entonces se trata de alguien que está viviendo más como los perseguidores de la iglesia que como Jesús. Después de establecer el principio, desarrolla el tema por medio de una argumentación teológica y dos citas bí­blicas antes de llegar a la conclusión.
2:1 Principio. Santiago comienza su sermón haciendo notar que Jesús es nuestro glorioso Señor. El reclamo de compromiso a una persona tal (†œfe en† él serí­a una traducción más literal, como DHHDHH Dios Habla Hoy, †œustedes que †¦ creen en†) es incompatible con la parcialidad. Dios mismo es totalmente imparcial (Deut. 10:17; Gál. 2:6). La consagración a aquél que encarnó perfectamente a tal Dios y ahora es el glorioso Señor resucitado es, pues, incompatible con cualquier tipo de favoritismo.
2:2–4. Un ejemplo. Santiago continúa dando un ejemplo de lo que quiere decir. Comparando el cuadro de Santiago de las diferencias en el vestir y la postura con fuentes judí­as, descubrimos que la escena es la de un tribunal eclesiástico (como en 1 Cor. 6:1).
El cuadro es el de dos creyentes que tienen una disputa. Uno es rico. Santiago no lo llama †œrico†, porque usa este término sólo para los incrédulos, pero hace notar que usa un anillo de oro y ropa lujosa (lit.lit. Literalmente †œrefulgente†, que significa †œblanqueada† , un tipo de tela muy fina). El otro es pobre. Llega con vestido sucio. Es todo lo que tiene para usar en su trabajo y para dormir, y está gastado y enlodado. Al rico se le ofrece un asiento, mientras que al pobre se le dice que se quede de pie o quizá que se siente en el suelo.
Aun antes de que comience el proceso, cualquiera podrí­a ver que no es un juicio justo. La ley judí­a exigí­a que ambas partes se sentaran en un mismo nivel o estuvieran de pie. También exigí­a que si uno fuera rico y el otro no, el primero o tendrí­a que vestir al pobre tal como él se vestí­a, o tendrí­a que llevar ropa como la del pobre. Si la iglesia aceptaba y reaccionaba a las diferencias económicas entre estos dos hombres, estarí­a mostrando favoritismo. Lo más grave es que se convertirí­an en jueces con malos criterios. La iglesia que declara que el glorioso Señor Jesucristo es el Señor ¡se transformarí­a en un juez parcial e injusto!
2:5–7 Argumentación teológica. Santiago comienza su análisis sobre ese favoritismo para con los ricos haciendo referencia a las mismas palabras de Jesús. Dice que Dios ha elegido a los pobres pa ra que hereden el reino. Esto proviene del Sermón de la llanura (Luc. 6:20). Dios muestra un interés especial en los pobres en el ATAT Antiguo Testamento (p. ej.p. ej. Por ejemplo Deut. 15; Sal. 35:10; Prov. 19:17) y Jesús los hace el centro de la proclamación del evangelio (Luc. 4:18). Santiago deja en claro que el pobre de quien está hablando es el pobre en el sentido económico, porque sólo son pobres a los ojos del mundo. Delante de Dios, son ricos en fe. Por lo tanto, no todos los pobres son incluidos en la bendición porque no han sido escogidos para la salvación, o sea que no son herederos del reino, sino que se abarca sólo a los que le aman. La ironí­a está en que la iglesia estarí­a juzgando como lo hace el mundo y no como lo hace Dios. No ha logrado ver que el hombre de vestidos sucios es de hecho rico a los ojos de Dios y que con sus acciones ha afrentado al pobre, es decir ha insultado a los mismos que Dios ha escogido como herederos.
Al afrontar al pobre la iglesia ha favorecido a los ricos. Pero los opresores de la iglesia son los ricos que están fuera de ella. Esto retoma el tema del ATAT Antiguo Testamento sobre los ricos que oprimen a los pobres (Jer. 7:6; 22:3; Amós 4:1; 8:4) que es precisamente lo que estaba ocurriendo en los tiempos de Santiago. Aun más, los ricos arrastraban a los cristianos a los tribunales, sabiendo que los tribunales seculares les serí­an favorables porque a nadie le agradaban los cristianos. Para añadir ofensa tras ofensa, blasfeman ellos el buen nombre que les habí­a sido dado en el bautismo. Quizá esto es una referencia a có mo era posible que se burlaran de ellos en el tribunal diciéndoles que eran algún †œseguidor de ese maldito galileo† y que por eso carecí­an del derecho. Esos eran los ricos. Sin embargo, los cristianos se es taban volviendo como ellos cuando discriminaban a los pobres en sus propias reuniones. Los cristianos habí­an llegado a ser perseguidores.
2:8–11 Argumento bí­blico. El argumento bí­blico aparece en dos partes. En primer lugar, Santiago cita la ley real. Se refiere a Lev. 19:18: †œAmarás a tu prójimo como a ti mismo.† Pero, ¿por qué ésta es una ley real? Mientras que algunos creen que es porque esta ley es el principio que resume todos los deberes hacia el prójimo (Mar. 12:31), lo más probable es que la expresión se refiera a que fue el re sumen de todas las leyes de acuerdo con las palabras de Jesús y por lo tanto era la ley del Rey. Después de todo, el término †œley† y no †œmandamiento† (que cuadrarí­a mejor si se tratara de un simple manda miento en resumen) es el que se usa y el reino se menciona en 2:6. Por lo tanto, es la ley del Rey (el ATAT Antiguo Testamento reinterpretado por Jesús) lo que se guarda o se quebranta. Uno de veras †œhace bien† al no quebrantar ese mandamiento.
Sin embargo, el favoritismo ciertamente no es el amar al prójimo como a uno mismo. De hecho, tal actitud no demuestra nada de amor al prójimo. Por lo tanto, mostrar favoritismo o parcialidad es quebrantar la ley del reino y enfrentarse a Cristo como un quebrantador de la ley. Ciertamente, se trata de una situación seria.
†œPero†, podrí­a responder el lector, †œla parcialidad no deberí­a verse como un pecado tan serio. ¿No he guardado tantos otros de los demás mandamientos de Jesús?† Santiago hace notar que quebrantar sólo una ley hace que una persona sea considerada criminal. Como ejemplo, menciona una segunda cita del ATAT Antiguo Testamento, Exo. 20:13, 14 (Deut. 5:17, 18), mencionando deliberadamente primero el adulterio y después el homicidio. Imaginemos a una persona que es perfectamente fiel a su esposa, pero que ha cometido un asesinato. Ese hombre es un criminal, aun cuando sólo ha quebrantado un mandamiento. El mismo Dios dio ambos mandatos. La elección de uno de los mandamientos a ilustrar es deliberada. Al mostrar favoritismo a los ricos y negar justicia al pobre, la iglesia puede privarle al pobre de su medio de vida, lo que equivale a matarle. Ese puede ser también el modo en que los ricos matan a los justos pobres según 5:4–6. En el ATAT Antiguo Testamento el castigo, tanto para el asesinato como para el adulterio, era la muerte. La ejecución es tan severa sea que uno sea llevado a la muerte por un crimen o por muchos.
2:12, 13 Llamado final. Por lo tanto, uno debiera hablar y actuar como una persona que va a ser juzgada por la ley de la libertad. Toda la conducta de una persona está incluida en su actuar y hablar. No hay as pecto de la vida que escape al juicio. La norma será la ley del reino, que es el ATAT Antiguo Testamento interpretado por Jesús y la propia enseñanza de éste. (En este tiempo de Santiago el NTNT Nuevo Testamento aún no habí­a sido es crito.) Esta no es una norma pesada, sino una ley que nos libera para servir a Dios. Sin embargo, en su enseñanza Jesús deja en claro que la libertad no es la licencia para hacer lo que se nos ocurra. Todos estaremos de pie delante de él y responderemos por nuestra obediencia o falta de ella (Mat. 7:15–23; Luc. 6:43–45).
La sección se cierra con dos proverbios que sirven de puente para la siguiente y quizá provienen del mismo Jesús: Habrá juicio sin misericordia contra aquel que no hace misericordia y ¡La misericordia se glorí­a triunfante sobre el juicio! El ATAT Antiguo Testamento enseña claramente que Dios es un Dios de misericordia (Deut. 4:31) y que él manda a su pueblo que actúe de la misma manera (Miq. 6:8; Zac. 7:9). Jesús dijo: †œBienaventurados los misericordiosos porque ellos recibirán misericordia† (Mat. 5:7). También dijo: †œCon el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que medí­s se os medirᆝ (Mat. 7:2). Por lo tanto, al no ser justos con los pobres estaban amontonando un juicio estricto sobre sí­ mismos. No estaban mostrando misericordia en la esfera terrenal y por lo tanto no recibirán misericordia en la celestial. Jesús también señaló que la misericordia triunfa sobre el juicio (Mat. 6:14, 15; 18:21–35). Al mostrar misericordia a otros ahora (lo que significa exhibir el carácter de Dios) ellos descubrirán que su propio juicio ha si do reducido. Su causa no es desesperada, ni hay necesidad alguna de incrementar el propio juicio.

2:14-26 Generosidad y fe

El versí­culo anterior ha aparecido como un puente en la argumentación, porque el término †œmisericordia† está relacionado con el de dar a los necesitados. Una forma de misericordia es la de dar con caridad. Por lo tanto, si uno no ha de discriminar al pobre, surge la cuestión de cómo se le debe tratar. La respuesta es que con misericordia, o sea dando con caridad. Esta idea introduce otro sermón sobre la relación de las obras, especialmente los actos de caridad o generosidad, con la fe.
2:14 Principio. Santiago establece muy sencillamente el principio: si alguno dice que tiene fe y no tiene obras, ¿de qué sirve? En otras palabras, si una persona declara que cree en todas las doctrinas correctas, pero su vida no muestra una obediencia a Cristo, ¿qué valor tiene ese tipo de fe? La respuesta que se implica en la pregunta es: †œÂ¡No sirve para nada!†
Suponiendo que hayamos perdido el punto, Santiago añade la pregunta: ¿Puede acaso su fe salvarle? En gr. la forma en que se plantea una pregunta implica la respuesta esperada. En este caso, el autor espera claramente que se le diga que no puede salvarle.
2:15-17 Un ejemplo. Santiago agrega un ejemplo para que quede claro de qué está hablando. Traza un cuadro de un hermano cristiano que está en verdadera necesidad. No se trata de que no tenga ro pas finas, sino de que no tiene la ropa necesaria para calentarse o estar decente. No se trata de que no tiene comida para el resto de la semana, sino de que no tenga qué comer hoy. ¿Qué hace su hermano cristiano? El o ella dice una oración. La expresión Id en paz implica una palabra de bendición especí­fica. Calentaos y saciaos hace que esta bendición sea especí­fica. Es piadosa. Está llena de fe; Dios proveerá. Es muy religiosa. Es teológicamen te correcta. Lo que falta es el ir al guardarropas y la cocina y tomar de la propia ropa y comida y compartirla con el hermano que está en desgracia. Sobre esa base Santiago dice que esa oración es completamente inútil. Y termina señalando que todas las formas de fe que no son acompañadas por la acción también lo son. Podemos creer que Jesucristo es el Señor, pero si no le obedecemos esa fe es sólo un montón de palabras vací­as. Podemos creer que Dios ama a los pobres, pero si no tenemos cuidado de ellos, nuestra fe está muerta.
2:18, 19 Argumentación teológica. Un ejemplo tan categórico como el que ha planteado exige ser defendido. Es lo que hace ahora Santiago. Escribe como si una persona imaginaria argumentara con él. Este opositor trata sobre la fe y las obras como si fueran dos dones distintos de Dios. Tú tienes [el don de la fe] fe y yo tengo [el don de las] obras. Santiago responde que la fe que no se ve externamente a través de los hechos de una persona es lo mismo como no tener fe. No puede verse ni experimentarse. Es puramente un objeto de la imaginación. Santiago dice que, por lo contrario, él demostrará su compromiso con Cristo, o sea su fe, por medio de sus hechos.
Entonces se imagina que el opositor protesta: †œYo creo que Dios es uno.† Este era el credo básico del judaí­smo, de acuerdo con Deut. 6:4, 5, recitado dos veces por dí­a por cada judí­o piadoso. Se dice que es la fe que descubrió Abraham. Y también es la base del cristianismo (Mar. 12:28–34; Rom. 3:30; implí­cito también en el discurso de Pablo en Hech. 17:22–31). Seguramente tal credo ortodoxo es suficiente. De ninguna manera, responde Santiago, por que los mismos demonios también creen eso. Las huestes de Satanás son totalmente ortodoxas, creyendo plenamente la verdad; de hecho, en los Evangelios dan una confesión más completa de Cristo que los apóstoles (p. ej.p. ej. Por ejemplo Mar. 1:24; 5:7). Y a diferencia de la persona que declara creer sin mostrar sus hechos externos, ellos actúan en forma coherente con lo que creen, pues tiemblan. Tiemblan porque están rebelados contra Dios y saben que van al infierno. Quizá, Santiago implica, aquellos que pretenden tener fe sin hechos también deberí­an estar temblando.
2:20–25 Argumentación bí­blica. Ahora Santiago ofrece dar una prueba bí­blica de lo que ha estado argumentando. Usa un lenguaje fuerte como el de Jesús (Mat. 23:17) o de Pablo (Gál. 3:1), que era tí­pico en los debates de ese tiempo. La evidencia que él presenta es la de Abraham y la historia de Gén. 22:1–19. Abraham fue justificado según Gén. 22:12, cuando Dios dijo: †œAhora conozco que temes a Dios.† Esto surgió del hecho de estar dispuesto a ofrecer a Isaac. En otras palabras, la decisión de Abraham de seguir a Dios y poner su confianza en él era tan firme que, cuando se enfrentó con la mayor de las pruebas, siguió adelante y obedeció con decisión, cualquiera que fuese el precio.
Sin embargo, este texto tiene aun más contenido. Por las obras está en plural, pues no dice †œobra†. El autor no está pensando en un acto de Abraham. A los ojos judí­os la ofrenda de Isaac era el fin de una larga serie de obediencia que comenzó en Gén. 12:1. La pregunta de ellos era: ¿Por qué Dios ordenó la ofrenda de Isaac y luego no hizo que Abra ham la concretara? Su respuesta era que, dado que Abraham habí­a sido obediente tantas veces antes, incluyendo, según las historias, el haberse destacado en su cuidado por los pobres, Dios recompensó justamente sus obras de Gén. 22 preservando a Isaac. La liberación de Isaac no llegó después de un sólo hecho, sino después de una vida de obediencia.
Luego Santiago observa que la fe y las acciones (hechos u obras) no pueden ser separadas. La fe que está sólo en la mente no está aún completa. Llega a estarlo cuando se convierte en una decisión de la voluntad y se pone en acción. Pablo y Santiago concuerdan en esto. Pablo está en contra de las †œobras† en Rom. 4 y Gál. 3–4, pero las obras a las cuales se opone son †œlas obras de la ley†, que son los rituales como, p. ej.p. ej. Por ejemplo la circuncisión, reglas dietéticas y el guardar el sábado, las cuales diferenciaban a un judí­o de un no judí­o. La gente no tení­a que convertirse en judí­a para estar en buena relación con Dios. Sin embargo, cuando se trata de obras de justicia, Pablo no cree que uno irá al cielo sin ellas, como lo señala en 1 Cor. 6:9, 10 y Gál. 5:19–21. Es así­ porque para Pablo la fe no es una mera creencia en doctrinas ortodoxas, como lo era para el imaginario opositor de Santiago, sino el compromiso con Cristo. Y el compromiso siempre hace algo: obedece. Eso es exactamente lo que está diciendo Santiago aquí­; que la fe llega a ser verdadera o completa cuando se une a la obediencia a Cristo.
Luego Santiago cita Gén. 15:6 y ve que es cumplido en Gén. 22. En Rom. 4:3 y Gál. 3:6, Pablo también cita Gén. 15:6, pero su interés está en señalar que Dios hizo esta afirmación antes de que Abraham fuese circuncidado. Santiago quiere que sepamos que las acciones posteriores de Abraham mostraban que la declaración de Dios como justo era exacta. Ciertamente, Abraham vivió su fe y era realmente justo. A esto Santiago agrega una paráfrasis de 2 Crón. 20:7 o de Isa. 41:8, en cuanto a que Abraham era amigo de Dios. Los amigos deben estar de acuerdo entre sí­ y, al obedecer a Dios durante toda su vida, Abraham mostró que era un amigo verdadero, alguien que viví­a en armoní­a con Dios.
Por lo tanto, un hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe. Pablo usa el término †œjustificado† cuando se refiere al hecho de que Dios declara que un pecador ha sido absuelto. Este fue un nuevo significado para ese término. Santiago usa la palabra en el sentido original (el que se encuentra en la versión gr. del ATAT Antiguo Testamento), o sea que una persona es declarada justa. Arguye que esta declaración no se debe a lo que no se ve en el corazón de una persona, sino por lo que se ve en sus acciones personales.
Ahora Santiago pasa a un segundo pasaje bí­blico, la historia de Rajab en Josué 2. Esta prostituta habí­a oí­do acerca de los actos de Dios y creyó en ellos en su corazón. Pero eso no bastó para salvarle. Bien puede ser que otras personas de Jericó creí­an las mismas cosas. Rajab, sin embargo, realizó obras en base a lo que creí­a al proteger a los espí­as hebreos. Debido a su fe transformada en acción, fue librada del castigo. A los ojos judí­os ella era considerada la madre de todos los que se volvieron al judaí­smo desde el paganismo, el primer ejemplo de un convertido.
2:26 Llamado final. El resumen de Santiago es corto y claro. La fe sin obras (o acciones) es como un cadáver, un cuerpo sin espí­ritu o aliento. Se convierte en algo muerto, inútil, adecuado sólo pa ra ser enterrado. Una fe de ese tipo no salvará a nadie. La verdadera fe salvadora es la que culmina en obras o actos de obediencia a Dios.

3:1-4:12 PRUEBA POR MEDIO DE LA LENGUA
Una de las formas por las cuales se prueba el compromiso de una persona con Cristo es su uso de la lengua. Y uno de los primeros problemas que pueden aparecer en una iglesia que está siendo per seguida es que los creyentes comienzan a discutir entre sí­.

3:1-12 El mal en la lengua

El primer punto que Santiago necesita plantear es que la lengua es un poderoso instrumento para el mal. Lo hace por medio de un largo y cuidadoso argumento.
La lengua es el principal instrumento del maestro, de modo que es allí­ donde comienza Santiago. No os hagáis muchos maestros significa más exactamente †œno muchos de ustedes deben llegar a ser maestros†. Muchos quieren ser maestros y lí­deres de la comunidad cristiana. Tal deseo, argumenta Santiago, es un peligroso impulso que puede llevar a conflictos dentro de la iglesia. Una razón es que aun cuando el deseo de llegar a ser maestro sea motivado por la mejor de las razones, el maestro recibirá juicio más riguroso. Santiago se incluye a sí­ mismo entre los maestros y nos recuerda de Jesús, el cual condenó a los maestros judí­os (Mat. 23:1–33; Mar. 12:40; Luc. 20:47) y dijo que aun nuestras palabras casuales serán juzgadas (Mat. 12:36). Además, Jesús enseñó que somos responsables de lo que sabemos (Luc. 12:47, 48). El maestro pretende saber y ponerse como ejemplo para la iglesia, desde que en los tiempos del NTNT Nuevo Testamento el maestro enseñaba por la vida y el ejemplo más que por la palabra. ¡Qué responsabilidad tendrá ese tipo de personas en el dí­a del juicio!
Todos pecamos y ofendemos (BABA Biblia de las Américas, †œtropezamos†) y el lugar más fácil para tropezar es el uso de la lengua. ¡Qué fácil es permitir que se nos escape una palabra crí­tica! Si alguien tiene realmente controlada su lengua, de modo que no caiga en pecado en ese aspecto, de hecho tiene tanto dominio propio como para ser perfecto, dado que la lengua es la última parte del cuerpo que se pone bajo control.
Santiago da una serie de ejemplos que ilustran este hecho. Un caballo (una de las †œmáquinas† más poderosas en tiempos del autor) es controlado por un freno en su boca. Un barco, el mayor vehí­culo movible de su tiempo, se controla por un timón, que en ese entonces tení­a la forma como de una lengua. La lengua también es poderosa como lo muestra su jactancia.
Santiago cambia la orientación del argumento en este punto y compara la lengua a una chispa que puede ser la causa del incendio de un bosque. La fuente de esa chispa es el mismo infierno. El autor no está hablando de la lengua como la fuente del lenguaje que es un don de Dios. Más bien, está pensando en la lengua como algo corrompido por la caí­da. Muchos pecados, si no todos, comienzan con una palabra. Puede ser pronunciada en forma audible o †œdicha† silenciosamente en lo interno de la persona.
Lamentablemente, así­ como es poderosa, la lengua es difí­cil de domar. Santiago declara la verdad general sobre la capacidad de la gente para domar animales y la compara con su incapacidad de domar la lengua (no está implicando una observación cientí­fica de que todas las especies animales han sido domadas). Aun contando con toda la capacidad, no hay ser humano que pueda controlar su propia lengua. Aun el más perfecto de los santos ex perimenta momentos cuando desea volver a meter en su boca las palabras que acaban de salir.
Por lo tanto, la lengua es inquieta. La falta de quietud es una caracterí­stica del mundo demoní­aco y del mal, mientras que la paz es una caracterí­stica de Dios y su buen reino. La lengua siempre está de seando decir algo, a menudo venenoso, que produce la muerte. Los asesinatos realizados por parte de los tiranos comienzan cuando dan las órdenes. Experimentamos algo similar en el nivel personal cuando hablamos lo que es malo y nos damos cuen ta de que nos trae más muerte que vida.
Santiago agrega algunos ejemplos más. En la iglesia (está escribiendo a creyentes) usamos nuestra lengua para alabar a Dios. Pero luego maldecimos (porque toda palabra contra una persona de hecho puede ser una maldición) a otros, que fueron creados a la imagen de Dios (Gén. 1:26, 27; 9:6). En los dí­as del autor, el rey o emperador poní­a su estatua en las ciudades de su dominio. Si alguno la insultaba o maldecí­a, era tratado como si hubiera maldecido al emperador en la cara, porque la estatua era la imagen del emperador. Por lo tanto, insultar a una persona, hecha a la imagen de Dios, es como insultar al mismo Dios. Esta dualidad, dos palabras diferentes y contradictorias, es un tipo de hipocresí­a.
Santiago da dos ejemplos para presentar la conclusión de este punto. El primero se toma de la tierra de Israel, donde en el árido valle del Jordán se podí­a ver, a la distancia, un torrente que fluí­a del valle en su lado oriental. Uno viajaba hasta allí­ es perando encontrar agua. A veces el agua era fresca y buena. A veces estaba llena de minerales (sal) y era imbebible. Pero algo era seguro: los dos tipos de agua no brotaban de la misma fuente. Del mismo modo, uno no obtiene un fruto diferente de un árbol o una viña que el que crece de acuerdo con su naturaleza. Este argumento implica que, si estamos usando insultos o maldiciones al hablar, es porque ésa es nuestra naturaleza. Nuestras alabanzas a Dios son una cobertura, un tipo de hipocresí­a.

3:13-18 Antí­doto para la lengua

Santiago nos ha dejado en un punto desesperado. ¿Quién puede controlar su lengua? ¿Cómo podemos librarnos de su terrible poder y llegar a la perfección? Es el mismo clamor que hemos sentido al final de 1:4. La respuesta es la misma que el autor dio allí­: no necesitamos nuestro propio poder sino la divina sabidurí­a de Dios.
Santiago comienza su análisis mostrando la diferencia entre uno que tiene sabidurí­a divina y otro que no la tiene. La persona realmente sabia se caracteriza por su buena conducta, o sea un estilo de vida que es bueno de acuerdo con la enseñanza de Jesús. Esa persona también mostrará la mansedumbre de la sabidurí­a. Uno de los problemas de las iglesias que Santiago conocí­a era que los maestros se atacaban entre sí­ y estaban agresivamente a la defensiva. La mansedumbre es lo opuesto a la agresión. Moisés es el ejemplo máximo de una persona mansa (Núm. 12:3). En la historia donde se lo llama †œmanso† (o humilde), estaba siendo atacado indebidamente por otros dos lí­deres. En vez de responder de la misma manera (ya que, después de todo, él habí­a tenido visiones y revelaciones de Dios mayores que las de aquellos), humildemente se ca lló y ni siquiera se defendió. Al fin Dios intervino y lo defendió. Esa falta de necesidad de autodefensa es el ejemplo que el autor presenta de una persona llena de sabidurí­a.
Algunos de los maestros (y otras personas) que estaban teniendo discusiones en las iglesias que Santiago conocí­a, sin embargo, eran muy distintos de este ejemplo. Se caracterizaban por amargos celos y contiendas. Probablemente, describí­an su envida como †œcelo† en el sentido en que lo fue Fineas (Núm. 25:10), pero mientras que el celo puede ser bueno, este celo no era realmente del espí­ritu de Dios, porque no se caracterizaba por la mansedumbre. Esta era envidia disfrazada. Lo que Santiago describe como contiendas quizá era visto por ellos como una lucha por la verdad o por mantener la pureza del grupo. El término que usa el autor podrí­a ser traducido por †œrivalidades† porque estaban formando partidos más que manteniéndose en pro de la unidad de la iglesia. Declarar que esas actitudes eran la †œsabidurí­a de Dios† y así­ jactarse de ellas es negar la realidad, la verdad de Dios. Esa no fue la forma de actuar de Jesús. Santiago declara que ciertamente tal actitud no es el don de sabidurí­a de Dios. El espí­ritu que inspira tal conducta no es del cielo, sino terrenal. Pertenece al mundo y a esta era. También es animal o †œno espiritual†, término que Judas usa cuando habla para aquellos que †œno tienen al Espí­ritu† (Jud. 19). Este espí­ritu de falsa sabidurí­a no sólo es de este mundo, sino que de hecho es diabólico. Declarando estar inspirada por Dios, esta gente, en su envidia y ambición, realmente está inspirada por el demonio. Santiago resume esto señalando que la envidia y la ambición no vienen solas, sino que llevan el desorden (una caracterí­stica de los demonios que encontramos primero en 3:8) y toda práctica perversa, lo que se puede demostrar con un estudio de la historia de la iglesia.
La única protección verdadera contra esta falsa sabidurí­a y el mal que hay en la lengua es la sabidurí­a de Dios. El autor da una lista de las caracterí­sticas de esta verdadera sabidurí­a que es muy similar a la que da Pablo como fruto del Espí­ritu (Gál. 5:22, 23). Es pura, lo que significa que la persona es sincera en su obediencia a Dios, sin tener motivos ocultos en su deseo de santidad. Es pací­fica (Prov. 3:17; Heb. 12:11), lo que significa que produce paz en la iglesia. Es tolerante (BABA Biblia de las Américas, †œamable†; Fil. 4:5; 1 Tim. 3:3), lo que quiere decir que no es combativa. Es complaciente, lo que indica a una persona que está dispuesta a aprender, ser corregida o de otro modo responder gozoso al liderazgo piadoso. Está llena de misericordia y de buenos frutos, que se refiere a la ayuda caritativa que era tan importante para Santiago. Por supuesto, Dios siempre es misericordioso y dadivoso, de modo que quienes estén llenos de su sabidurí­a también serán así­. Finalmente, es imparcial y no hipócrita, lo que significa que la persona tiene un corazón orientado solamente a seguir a Dios, a diferencia de la persona †œde doble ánimo† de 1:8. El término no hipócrita se refiere a que no hay falsedad o actuación teatral en lo que hace una persona. Como una persona es en presencia de otra, así­ lo es en su ausencia.
Santiago resume todo este párrafo con un dicho que suena como un proverbio. Algunos eruditos creen que puede haberlo recibido de Jesús: El fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz. Esta es la solución a los problemas mencionados en 1:20; la ira humana no produce la justicia de Dios, pero hacer la paz sí­ la produce. Eso es también lo que dijo Jesús: †œBienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios† (Mat. 5:9). Son hijos de Dios porque están actuando como su verdadero Padre, produciendo el tipo de justicia que agrada a Dios. Esto es muy diferente de la ira y la contienda de caminos me ramente humanos para producir lo que los humanos llaman †œjusto†. El camino de Dios para hacer cosas requiere su sabidurí­a, su Espí­ritu.

4:1-10 La fuente del mal y su cura

El propósito del análisis de Santiago sobre la lengua y la sabidurí­a aparece en la sección siguiente. Habí­a disputas en la comunidad cristiana a la que escribí­a Santiago. Cada cual querí­a su propio camino y su propia ventaja. El autor deja en claro que estas luchas no son algo que provenga de Dios y apela a los que están envueltos en ellas a que se arrepientan y sean perdonados.
Santiago pinta un cuadro de la iglesia tal como la ve: guerras, pleitos, combates, muerte y envidia. La mención de la muerte probablemente se refiera más a †œmatar† con palabras que a un asesinato literal, pero todo el cuadro es familiar a cualquiera que conozca la iglesia actual. Todas estas luchas y combates ciertamente eran justificados por los que estaban envueltos en ellos, quizá como una forma de †œluchar por la verdad†. Pero Santiago escribe sobre ellos tal como son a los ojos de Dios. Traza el origen de estos conflictos, no al amor para con Dios de parte de sus lectores, sino a vuestras mismas pasiones (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œmalos deseos†), el impulso malo que ya se ha estudiando en 1:14, 15.
Todo lo que puedan argumentar es inútil: no tienen lo que quieren porque no piden. †œÂ¡Pero nosotros sí­ pedimos, sí­ oramos!†, puede ser la reacción. †œSí­, obran, pero no de manera efectiva, porque tienen móviles equivocados.† No están buscando la voluntad o la sabidurí­a de Dios, sino su propia voluntad: †œDios bendiga mis planes.† Su motivo está en sus deseos o placeres. La meta de Dios no es dar a los seres humanos lo que reclaman sus impulsos; su meta es que los seres humanos aprendan a amar lo que él ama. No es que Dios no quiere que las personas tengan placer, sino que quiere entrenarlas en lo que él sabe que es realmente bueno. Como ocurrió con Cristo, la crucifixión viene antes de la resurrección para el pueblo de Dios (Gál. 5:24).
Al afirmar su confianza en Dios y, sin embargo, seguir viviendo de acuerdo con los propios deseos, esta gente es adúltera. El término lit.lit. Literalmente es en femenino, no porque fueran todas mujeres, sino porque piensa en la iglesia como la novia de Cristo (2 Cor. 11:2; Apoc. 19; 21) como Israel era la novia de Dios (Isa. 1:21; Jer. 3; Ose. 1–3). Ir tras otro amante es ser infiel a Dios, de modo que la amistad con el mundo es enemistad con Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 6:24; 1 Jn. 3:15). No es que sea difí­cil o penoso servir tanto a Dios como al mundo, o sea los deseos o el mundo; es imposible. La persona que trata de llegar a ser amigo del mundo de hecho es enemigo de Dios. Puede ser un enemigo con doctrina ortodoxa y fiel asistente al templo, pero sigue siendo un enemigo.
En este punto, Santiago cita las Escrituras, pero no se sabe a qué corresponde este dicho. Debe estar citando el sentido bí­blico en general o algún libro que se ha perdido. La traducción que dice:El Espí­ritu que él hizo morar en nosotros nos anhela celosamente parece referirse al espí­ritu humano y su tendencia a la envidia. Aunque sea bien cierto, no se adecua al contexto. Una traducción mejor podrí­a ser: †œEl anhela celosamente al Espí­ritu que hizo morar en nosotros† (ver la nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada). Eso significa que Dios da su espí­ritu a cada persona. Anhela celosamente que se le retribuya con un amor puro (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 20:5, 6). La Escritura no habla en vací­o sobre este celo de Dios, como lo comprobó dolorosamente Israel por su experiencia cuando trató de servir a la vez a Dios y a Baal.
El argumento de Santiago puede llevar a la gente a la desesperación debido a su pecado. Sin embargo, Santiago reclama que Dios ofrece mayor gracia que condenación al creyente que se arrepiente. Pa ra respaldar esto cita Prov. 3:34, citado también en 1 Ped. 5:5: Dios da gracia a los humildes, o sea a los que se arrepienten.
Luego Santiago nos muestra cómo se ve la humildad. Someteos, pues, a Dios: Lo más importante del arrepentimiento es dejar lo que estaba haciendo y comenzar a obedecer a Dios. Resistid al diablo: El diablo es la fuente final de la prueba o tentación (Mat. 4:1–11; Mar. 8:28–34; Luc. 22:32; Juan 13:2, 27) y negarse a escuchar el llamado del deseo es resistirle. Cuando se le resiste, huye; puede amenazar con el desastre, pero es una mentira. Sólo tiene poder si se cree en él. Acercaos a Dios: Esto suena como Mal 3:7 y Zac. 1:3. El cuadro es el de una persona que se acerca a ofrecer sacrificio en el templo y se aproxima a Dios en la ceremonia. Limpiad vuestras manos: Este es otro cuadro del ATAT Antiguo Testamento (Exo. 3:19–21) que ilustra la remoción de las prácticas pecaminosas. Purificad vuestros corazones: La purificación es mencionada en el ATAT Antiguo Testamento (Exo. 19:10), pero aquí­ se trata de la edificación de un corazón puro. El de doble ánimo es el que trata de servir tanto a Dios como al mundo (ver 1:8). Purificar el corazón es ser dedicado sólo a Dios. Estas acciones deben ir acompañadas por el lamento del propio estado de pecado. El arrepentimiento consiste en el dolor por el pecado más un abandono del mismo y, cuando es posible, la restitución del daño causado por el propio pecado. Finalmente, Santiago incluye promesas dentro de su lla mado al arrepentimiento. El se acercará a vosotros, él os exaltará. Dios no dejará al corazón humilde en el llanto. Aceptará el arrepentimiento y responderá con su amor, levantando del dolor al calor de su amor.

4:11, 12 Apelación final

Habiendo llamado al arrepentimiento, Stg. termina esta sección sobre la lengua y la armoní­a de la comunidad con otro llamado. Los cristianos no deben hablar mal los unos de los otros. Debe quedar claro que no se refiere a mencionar cosas malas, porque eso no es lo que implica el término gr. Pablo estarí­a de acuerdo (2 Cor. 12:20) como también Pedro (1 Ped. 2:12; 3:16).
Stg. dice que esa crí­tica es un juicio contra la ley. ¿Cómo es así­? Lev. 19:18, citado por Jesús en Mar. 12:32 y expandido en Mat. 7:12, declara que se debe amar al prójimo como a uno mismo. Cuando se critica, se está muy lejos de amar. Sin embargo, para Santiago es aun más importante que al criticar a otro, la persona se pone a sí­ misma como juez. El juez se sienta sobre la ley, no debajo de ella. Ade más, sólo Dios tiene el derecho de juzgar (Sal. 75:6, 7; Juan 5:22, 23), de modo que la persona que critica a su hermano de hecho está haciendo a Dios a un lado y tomando el papel de juez que Dios puede ejercer. ¿Cómo se puede dejar de esperar que se recibirá en retribución el juicio de Dios?

4:13-5:6 PRUEBA POR MEDIO DE LA RIQUEZA
Habiendo terminado el tema de la lengua, Stg. pasa a su último punto: la prueba que llega a través de la riqueza. Los que tienen riqueza tienen una responsabilidad; pueden creer que sólo están tomando decisiones de negocios, pero de hecho están siendo probados por Dios. Los que fracasan en la prueba recibirán las consecuencias. Stg. presenta este tema en dos secciones, ambas introducidas con un †œÂ¡Vamos ahora!† (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œOigan esto ustedes†). La primera trata de los cristianos, miembros de la iglesia, que están fallando en la prueba. La segunda trata de los ricos no cristianos, cuyo fracaso es más extremo y más serio.

4:13-17 La prueba de los ricos

El primer grupo al que se dirige consiste en los cristianos más ricos. Como es usual, Santiago evita cuidadosamente llamarlos †œricos†, pero es obvio que tienen algunas posesiones, ya que se ocupan en el negocio internacional. Sus planes son normales: viajar a una determinada ciudad, vender los produc tos que han llevado y quizá comprar otros y hacer dinero. ¿Acaso no se hacen así­ los negocios?
La crí­tica de Santiago es que de hecho están ocupándose de negocios exactamente como hacen otros negociantes. Como cristianos, deben tener conciencia siempre no sólo de la incertidumbre del futuro, sino también de quien lo controla. Si bien el cuadro de la brevedad de la vida es extraí­do del ATAT Antiguo Testamento (e.g. Job 7:7, 9; Sal. 39:5, 6), la idea de la necedad de planear sin tener en cuenta los valores divinos es enseñanza de Jesús en Luc. 12:16–21. El punto de Santiago no es simplemente que deben comenzar todos sus planes con un: Si el Señor quiere. Eso podrí­a ser simplemente cumplir de palabra. Al contrario, quiere que busquen el plan de Dios y sigan la voluntad de Dios en su uso del dinero. Esto aparece en su comentario: os jactáis en vuestra soberbia. ¿Qué tipo de orgullo es éste? 1 Jn. 2:16 usa el mismo término para hablar de †œla soberbia de la vida†. Estaban haciendo planes que no eran los de Dios, pretendiendo tener una capacidad de controlar la vida que no tení­an y jactándose de sus buenas acciones. Era nada más ni nada menos que amor al mundo.
Un proverbio de una lí­nea pone las cosas en su punto. Estas personas estaban en la iglesia y ciertamente sabí­an hacer lo bueno. ¿Por qué no consultar a Dios y preguntarle qué se debí­a hacer con el dinero? Quizá no lo hací­an por temor de que Dios les pidiera que lo compartieran con otros. No hací­an ese bien, de modo que estaban pecando. Sus manos no estaban manchadas por robo, inmoralidad o crimen. Eran comerciantes honestos, pero su pecado era tan grave como dejar de hacer el bien que podí­an que equivale a hacer malas acciones. En cualquier caso, la enseñanza de Dios no puede ser ignorada.

5:1-6 Probados por los ricos

Ahora Santiago pasa a los ricos que están fuera de la iglesia. Esta gente no sólo está fallando en la prueba de tener riqueza, sino que también son la fuente de algunas de las presiones sobre la iglesia ya que se aprovechan de los cristianos pobres, ya sea porque son pobres o porque son cristianos o ambas cosas. Para ellos, Santiago no tiene una apelación, sino una condenación. Como los profetas del ATAT Antiguo Testamento proclama su desastre.
Si el cristiano debiera vivir en un gozo anticipado, gozándose a pesar de la prueba por la retribución que han de recibir (v. 12), el rico debe vivir en llanto por anticipado, ya que el juicio es tan cierto como la retribución lo es para los cristianos. Santiago contempla sus riquezas desde la perspectiva del futuro y ve sus grandes almacenes de posesiones como algo podrido y comidos por la polilla. Si estuviera escribiendo hoy, podrí­a agregar algo sobre la inflación. Simplemente está aplicando las palabras de Jesús en Mat. 6:19: la riqueza terrenal es sólo algo temporal.
Pero no es sólo que ellos no tendrán sus riquezas en la eternidad. La †œcorrosión† de sus riquezas es evidencia de que no las necesitan. Eso devorará vuestra carne como fuego en cuanto a que, como el rico de la parábola de Jesús en Luc. 16:19–31, serán echados en el fuego del infierno por su fracaso en obedecer a Dios y compartir lo suyo. Han almacenado riqueza para tiempos de necesidad, pero éstos son los últimos dí­as. El fin de los tiempos vino con Jesús. Ahora ha sido anunciado el juicio final. Es tiempo de poner tesoros en el cielo y no de almacenar en la tierra.
Lejos de dar, habí­an actuado aun peor por cuanto habí­an retenido el jornal de los obreros que cosechaban sus campos. Quizá estaban esperando que subiera el precio del grano, o pensaban que los trabajadores no habí­an hecho bien lo suyo. El ATAT Antiguo Testamento dice que los obreros debí­an ser pagados cada dí­a (Lev. 19:13; Deut. 24:14, 15), aun ya los empleadores de entonces descubrí­an formas de violar esa norma (Jer. 22:13; Mal. 3:5). Ciertamente eso podí­a haber sido hecho de acuerdo con las leyes del paí­s, de modo que ningún juez humano escucharí­a su clamor. El término Señor de los Ejércitos (DHHDHH Dios Habla Hoy, †œel Señor todopoderoso†) recuerda a los lectores Isa. 5:9 y la acción que Dios tomó contra los ricos. Dios no se limita a oí­r sin hacer nada luego; oye y actúa con tremendo poder.
Volviendo al tema de Luc. 16:19–31 Santiago comenta el lujo de los ricos. Para ellos, cada dí­a era como el dí­a de matanza, o sea de fiesta, porque en los lugares donde no hay refrigeración se come car ne en abundancia cada vez que es muerto un animal, mientras que el resto debe ser secado o salado para su preservación. Entre lí­neas del cuadro de Santiago, está la oscura implicación de que ese †œdí­a de matanza† es su dí­a, el dí­a que Dios aniquilará a sus enemigos (Isa. 30:33; 34:5–8).
Una vez más, Santiago hace un comentario final. Estos ricos han condenado y dado muerte al justo. No está hablando de asesinatos en sentido lit.lit. Literalmente porque el término gr. traducido condenado indica que los tribunales estaban envueltos. Tampoco significa que los justos eran ejecutados. Probablemente está pensando en pleitos en los cuales los ricos se apoderaban del usufructo de la tierra de los pobres. Al quedar sin recursos adecuados, los cristianos pobres morí­an de hambre o, debilitados por la escasa alimentación, morí­an de distintas enfermedades. Santiago señala que el pobre no ofrece resistencia al rico. Estos no tení­an motivos para su acción. Otra interpretación, quizá mejor, es que †œno se os oponen†. Estas ví­ctimas de los opresores ricos pueden ser muertos, pero como las almas de los mártires en Apoc. 6:10, ahora están en la misma presencia de Dios clamando por justicia. Esa justicia no será largamente retardada.

5:7-20 CONCLUSION
Ya ha terminado el cuerpo de la carta y Santiago está listo para terminar. Una carta griega normalmente tení­a varias partes en su conclusión. Primera, debí­a haber un resumen. Luego aparecí­a un deseo de buena salud y una afirmación de por qué habí­a sido escrita la carta. Todo esto aparece en esta conclusión, aunque en una forma †œcristianizada†.

5:7-11 Resumen sobre la perseverancia paciente

Los cristianos están siendo oprimidos por los ricos. ¿Qué deben hacer? Pueden actuar en nombre del Señor y produciendo su justicia por la fuerza de las armas si se hiciere necesario, pero Santiago ya ha dicho que esta ira humana no produce la justicia de Dios (1:20). Al contrario, los cristianos han de tener paciencia o †œsoportar con paciencia† hasta que Cristo regrese. Esta es la virtud que es llamada †œperseverancia† en 1:2, 3. Dejen que esa virtud madure en ustedes, es lo que dice Santiago. Por supuesto, los campesinos deben tener esa virtud. En Israel espe raban las lluvias de otoño antes de plantar y entonces tení­an que esperar y confiar que llegaran las lluvias de primavera para que el grano estuviera maduro antes de la cosecha.
El cristiano no espera sólo por esperar sino que espera algo. Dos veces Santiago menciona la venida del Señor, y una vez dice que el Juez ya está a las puertas. Con frecuencia en NTNT Nuevo Testamento se refiere al regreso de Cristo como al †œcercano† (Rom. 13:12; Heb. 10:25; 1 Ped. 4:7). Si bien probablemente la mayorí­a de los autores esperaba que eso ocurriera en su tiempo, siempre hay una tensión †œen el aire† pues nadie sabe cuándo será, si el próximo segundo o el próximo siglo (Mar. 13:22).
El tema de la lengua es retomado y resumido. El verdadero tema es que ellos estaban murmurando unos contra otros. Si lo hacen, rechazando sus instrucciones de 4:11, 12, recibirán lo que han dado (2:13). Refiriéndose a Cristo como el Juez hace una seria advertencia, en especial cuando dice que está a las puertas.
Los profetas que hablaron en el nombre del Señor, o sea los del ATAT Antiguo Testamento, también sufrieron a manos de los ricos y poderosos. Pero ahora los reyes como Acab y Manasés han sido olvidados o vilipendiados, mientras que profetas como Elí­as e Isaí­as son honrados en la tierra y aun más en el cielo (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 5:11, 12). En el caso de los profetas habí­a algo meritorio que permanecí­a. El ejemplo de Job, que no era un profeta sino un hombre justo, tiene relación con eso. En la historia del ATAT Antiguo Testamento Job no es muy paciente, porque se quejaba mucho, pero en las historias judí­as que circulaban en los dí­as de Santiago, se lo presenta como un perfecto ejemplo de paciente perseverancia. El testamento de Job usa la perseverancia como tema para todo el libro. Los lectores de Stg. deben haber reconocido la historia.
El punto está en que Dios no se ha olvidado de los cristianos a los que Stg. está escribiendo. Cita el Sal. 103:8 o 111:4, haciendo notar la compasión y la misericordia de Dios. Este no está tratando de que la vida sea dura para los creyentes, sino que al contrario está mostrando su misericordia al ayudarles a desarrollar su personalidad y poner sus inversiones en el cielo, donde han de durar para siempre.

5:12 Los juramentos
Ha terminado el resumen. En una carta griega, se podrí­a esperar un juramento certificando que cuanto se ha dicho en la carta es verdad. Al contrario, Stg. cita a Jesús (Mat. 5:33–37) y argumenta que los cristianos no deben hacer juramentos. No se trata de que el juramento sea algo malo en sí­ mismo, sino que divide el discurso en dos planos. Algunas afirmaciones son juradas y, por lo tanto, de ben ser verdaderas, mientras que otras son sólo el discurso normal y pueden no serlo. Jesús dijo que todos serán juzgados por toda palabra (Mat. 12:36). Toda palabra debe ser verdadera. Todo debe se abierto y honesto. Como Dios oye todas las palabras, para los cristianos debe ser como si todas sus afirmaciones fuesen un juramento hecho delante de Dios.

5:13-18 Oración por salud

El siguiente punto en la conclusión de una carta griega normalmente era desear en nombre de los dioses, que el receptor de la carta tuviera buena sa lud. Santiago hace algo mejor. Recuerda a los cristianos que Dios ha hecho provisión para su sanidad. Esto no era una enseñanza nueva para los lectores, sino un recordatorio de una práctica cristiana normal.
Como todos los maestros cristianos, Santiago divide el mal que puede experimentar una persona en dos categorí­as. La primera incluye el término afligido, lo que implica todas las experiencias desagradables que vienen desde lo externo, ya sean las cosas duras que se experimentan al esparcir el evangelio o la persecución por parte de gente mala. Esto es lo que Stg. ha estado analizando al hablar de las pruebas y que ha concluido en 5:7–11. Quienes sufran de ese modo deben orar, no necesariamente por liberación, sino por la capacidad pa ra soportar con paciencia. Quienes lleven una buena vida también deben orar, pero su oración debe ser un canto de salmos (BABA Biblia de las Américas, †œalabanzas†). Queda entonces el segundo grupo que experimenta algo malo, los enfermos.
Los enfermos deben llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando una persona está tan enferma que no puede ir al templo, quiere a su lado a las personas que tienen más fe en ella para que vayan y oren. Normalmente, cuando la enfermedad no es grave, la norma es †œorar unos por otros†. Los ancianos actuarán como los discí­pulos en Mar. 6:13, que deben haber aprendido de Jesús, y ungir con aceite cuando oren, de modo que la oración no sólo se oiga, sino que se sienta fí­sicamente. El hecho importante es que la oración es al Señor y la unción es hecha en el nombre del Señor. Es el Señor y no el poder de la oración o el aceite, lo que dará salud al enfermo. Eso es exactamente como Santiago promete que el Señor responderá a la oración de fe. No es una oración de algo que esperamos o que puede ser, sino una oración que muestra segura confianza en que Dios sanará porque los ancianos primero han escuchado a Dios y han recibido la confianza en sus corazones. Es algo similar al don de fe que Pablo menciona en 1 Cor. 12:9. Esas oraciones llevan tiempo; no son un ritual rápido o una rutina.
Santiago analiza la relación que a veces existe entre enfermedad y pecado. No toda enfermedad tiene que ver con el pecado (Juan 9:3), pero el pecado puede causar enfermedad (1 Cor. 11:30). Si el pecado realmente está implí­cito, entonces debe tratarse con esa raí­z antes de pasar a su fruto, o sea la misma enfermedad. Santiago asegura a sus lectores que tales pecados serán perdonados. Dios no retendrá el perdón para prolongar la enfermedad. De hecho, Santiago argumenta que serí­a mejor cuidar del pecado porque provoca serias enfermedades. Confesaos unos a otros vuestros pecados: No se precisa de un anciano para esto, ya que cada creyente es un sacerdote. Hay valor en confesar de viva voz el pecado y recibir del otro creyente la seguridad de que ha sido perdonado.
Podí­a ser que un lector de la carta dijera que eso era bueno para los ancianos, pero que él era un simple cristiano y entonces cómo podí­a orar por la sanidad de otro o escuchar sus confesiones. Pero en cuanto el creyente es justo, su oración obrando eficazmente, puede mucho. Santiago hace notar que Elí­as era un personaje común, como los creyentes de entonces, pero como ellos tení­a un Dios extraordinario que oí­a y contestaba la oración. En las leyendas se los asociaba a menudo con la oración. Por eso, aun cuando la oración pidiendo lluvia no se menciona explí­citamente en 1 Rey. 17:1 o 18:16–46, siguiendo a los judí­os de su tiempo, San tiago da por sentado que eso es lo que ocurrió.

5:19, 20 Declaración de propósito

Santiago termina afirmando exactamente por qué ha escrito esta carta. Afirma el principio que ha estado siguiendo. Algunos de sus lectores han estado desviándose de la verdad, como hemos visto, por los problemas en la iglesia. Esta frase se usa para serios alejamientos de la fe (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 9:16) y no una caí­da ocasional en el pecado. Si ha ocurrido a un creyente se espera que otro le haga volver y que el †œespiritual† ha de actuar como se dice en Gál. 6:1. Más que una condena, la meta es la restauración. Y eso es lo que Santiago espera que ha de ocurrir.
Tal restauración tiene un resultado magní­fico. No es sólo que un pecador se volverá del error de su camino y entonces habrá menos pecado en el mun do, sino que esa persona también es salvada de la muerte, o sea de la muerte eterna (1 Jn. 5:16, 17; Jud. 22, 23), aunque por supuesto también podí­a aparecer la muerte fí­sica (Hech 5:1–11). Una multitud de pecados será cubierta. Se cita Prov. 10:12, como en 1 Ped. 4:8 diciendo que †œel amor cubre to das las faltas†. Al hablar de †œcubrir†, estos autores presumiblemente quieren decir †œexpiar†, dado que una imagen frecuente en el ATAT Antiguo Testamento es que la sangre de un sacrificio †œcubre† el pecado. Lo opuesto al amor es el odio que desparrama rumores y despierta contiendas. Para Santiago, el amor actúa atrayendo al otro tan gentilmente como es posible, de modo que se arrepienta. Ese arrepentimiento será aceptado por Dios, quien perdonará los pecados. Entonces la persona perdonada continuará por el buen camino, gozándose en las pruebas, porque sabe que su recompensa está cerca.
Peter H. Davids

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia