TOMAS

Mat 10:3; Mar 3:18; Luk 6:15 T, Mateo .. Jacobo
Joh 11:16 dijo entonces T .. a sus condiscípulos
Joh 14:5 dijo T: Señor, no sabemos a dónde vas
Joh 20:28 T respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios


Tomás (gr. Thomás; transliteración del aram. Te’ômâ’ “mellizo [gemelo]”). Uno de los Doce apóstoles, también llamado Dí­dimo* (Joh 11:16; 20:24; 21:2). Con excepción de su llamado a formar parte de los Doce (Mat 10:3; Mar 3:18; Luk 6:15), los únicos incidentes en que él figura en la narración evangélica los presenta Juan. Cuando Jesús decidió regresar a Judea, después de recibir la invitación de Marí­a y Marta, Tomás les dijo a los demás discí­pulos: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Joh 11:16). Dos veces durante las semanas que precedieron a este incidente, los judí­os de Jerusalén habí­an tomado piedras para dar muerte a Jesús (8:59; 10:31), y Tomás temí­a que otra visita a Jerusalén 1171 sólo resultara en la muerte tanto de Jesús como de sus seguidores. En la noche de la traición, cuando Jesús trataba de explicar su próxima pasión, muerte, resurrección y ascensión (13:31-14:4), Tomás protestó: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (14:5); obviamente, no comprendí­a la importancia de las declaraciones de su Maestro. Tomás no estaba presente cuando Jesús apareció por 1ª vez ante sus discí­pulos en el aposento alto después de su resurrección, y no quiso creer el informe de sus colegas a menos que tuviera la oportunidad de verificarlo a su entera satisfacción (20:24, 25). Una semana después, cuando Jesús apareció de nuevo, Tomás estaba presente (v 26), y el Señor resucitado lo invitó a tocar sus manos y su costado heridos. Entonces Tomás exclamó: “¡Señor mí­o, y Dios mio” (v 28), a lo que Jesús respondió: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (v 29). En realidad, la falta de disposición de Tomás de darle crédito a rumores acerca de la resurrección nos provee la evidencia confirmatorio de que se trataba de un acontecimiento histórico. Pero, por otra parte, Jesús lo reprendió amablemente por su lentitud para creer, porque si la creencia en este gran acontecimiento se limitara al testimonio visual, sólo se podrí­a esperar que lo creyesen quienes vieran a Jesús resucitado. Un poco más tarde, Tomás fue uno de los discí­pulos a quienes Cristo se les apareció en la costa del Mar de Galilea (21:1, 2), y se lo nombra entre los otros 10 apóstoles que se encontraban en el aposento alto después de la ascensión (Act 1:13). Estos incidentes de la vida de Tomás lo caracterizan como un ardiente devoto de su Señor (Joh_11), pero al mismo tiempo como tardo para comprender una verdad con que no estaba familiarizado (cp 14) -aunque tal vez no haya sido más lento que los demás- y como alguien a quien le costaba dar crédito a lo que decí­an sus compañeros (cp 20). Este último incidente ha dado pábulo a la idea de “Tomás, el incrédulo”. De acuerdo con cierta tradición, Tomás habrí­a trabajado en Partia y Persia, y habrí­a fallecido en Edesa. Conforme con otra tradición, habrí­a ido a la India donde sufrió el martirio. Esta última posibilidad aparece en la obra apócrifa titulada Los hechos de los apóstoles, un trabajo de caracterí­sticas gnósticas procedente del s II d.C. y de dudoso valor. Un lugar cerca de Madrás, en la India, se conoce con el nombre de Monte de Santo Tomás. Una antigua comunidad cristiana del sur de este paí­s, conocida como “los cristianos de Tomás”, remontan sus orí­genes al apóstol, pero si el Tomás relacionado con las primeras épocas del cristianismo en la India era realmente el discí­pulo o algún otro cristiano primitivo del mismo nombre, no se puede determinar. Para mayor información acerca del Evangelio de Tomás, véase Apócrifos del NT (1, 5).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo y arameo mellizo; griego Dí­dimo mellizo. Uno de los doce apóstoles, Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15. T. fue quien no creyó que Jesús se apareció a los discí­pulos por primera vez, Jn 20, 25. Cuando Cristo resucitado se apareció por segunda vez, le dijo: †œAcerca aquí­ tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente†, Jn 20, 27. Luego añadió: †œPorque has visto has creí­do. Dichosos los que no han visto y han creí­do†, Jn 20, 28.

Se destaca como hombre leal y valiente quien estaba dispuesto a morir con el Señor, si éste querí­a ir a Judea, Jn 11, 16. T. fue uno de los siete pescadores que vio a Jesús resucitado, en el lago Galilea, Jn 21, 2. Topacio, piedra preciosa muy dura que se compone de alúmina, flúor y sí­lice. Es de fácil exfoliación o de separar en lajas o escamas. Tiene un lustre ví­treo y puede ser incoloro, amarillo, verde, azul o rojo.

Se utilizó en la ornamentación del pectoral sacerdotal junto con esmeraldas y sardios, Ex 28, 17.

La sabidurí­a la comparan con un t. de Cus Jb 28, 19. En la visión de Daniel del hombre vestido de lino dice que el cuerpo parecí­a de t., Dn 10, 6.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., Thomas, del arameo te†™oma, mellizo). Uno de los 12 apóstoles, llamado Dí­dimo o el mellizo (comparar Joh 11:16; Joh 20:24; Joh 21:2). Poco antes de la pasión, Tomás preguntó: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? (Joh 14:5). Tomás no estaba con los otros apóstoles cuando Jesús se les presentó la noche de la resurrección, y les dijo más tarde que él no podí­a creer en la resurrección de Jesús (Joh 20:24-25). Ocho dí­as más tarde él estaba con los apóstoles cuando Jesús se les apareció nuevamente, y Tomás exclamó: ¡Señor mí­o, y Dios mí­o! (Joh 20:28). El estaba con los otros seis discí­pulos cuando Jesús se les apareció en el mar de Galilea (Joh 21:1-8) y estuvo con los demás apóstoles en el aposento alto de Jerusalén después de la ascensión (Act 1:13). De acuerdo con la tradición, trabajó más tarde en Parthia, Persia e India. Un lugar cerca de Madrás se llama monte de Santo Tomás.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(gemelo: “Dí­dimo”, en griego).

Uno de los 12 Apóstoles: (Mat 10:3).

– Le preguntó a Jesús por el camino: ( Jua 14:5).

– Dudó de la resurrección: (Jua 20:24-29).

– Predicó en Persia e India.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Gr. mellizo). Uno de los doce apóstoles (Mat 10:3; Mar 3:18; Luc 6:15). Cuando el Señor Jesús dijo que iba a visitar a Lázaro, T. llamado Dí­dimo (†œmellizo†, en arameo) comentó: †œVamos también nosotros, para que muramos con él†, porque pensaba que no debí­an ir a Judea por el peligro de muerte para el Señor (Jua 11:7, Jua 11:16). En una ocasión, no entendiendo las palabras del Maestro, le preguntó: †œSeñor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?† (Jua 14:5). Cuando el Señor se apareció por primera vez a sus discí­pulos después de la resurrección Tomás no estaba presente. Al saber la noticia, dijo que no creerí­a si no metí­a su †œdedo en el lugar de los clavos† y su mano en el costado del Maestro. El Señor se apareció al grupo ocho dí­as después e invitó a T. a cumplir con lo que dijo y a no ser †œincrédulo, sino creyente†. Tomás respondió: †œÂ¡Señor mí­o, y Dios mí­o!† (Jua 20:24-29). Fue uno de los siete discí­pulos que volvieron a ver al Señor el dí­a de la pesca milagrosa en el mar de Tiberí­ades (Jua 21:1-2). Aparece con los once, con †œMarí­a la madre de Jesús, y con sus hermanos† y otras personas en el aposento alto, perseverando en la oración, cuando se eligió a Matí­as en lugar de Judas (Hch 1:13-26). Existen dos tradiciones con respecto a la vida posterior de T. Una dice que predicó el evangelio a los persas y que murió mártir en Persia. Otros señalan que llevó su predicación hasta la India, donde existe hoy dí­a una iglesia que alega una tradición que se remonta a su visita. Se han escrito varias obras apócrifas que hablan de T., entre ellas †œEl Evangelio de T.†, †œLos Hchhos de T.† y †œEl Apocalipsis de T.†.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG APOS HOMB HONT

ver, APí“CRIFOS, CANON

vet, (del arameo “t’õmã, “mellizo”). Uno de los doce apóstoles (Mt. 10:3), que también era conocido por el nombre gr. de Dí­dimo, “mellizo”. Al saber que Jesús querí­a volver a Judea, donde lo habí­an querido apedrear (Jn. 11:7, 8), Tomás exclamó: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Jn. 11:16). Respondiendo a una pregunta de este discí­pulo, Jesús le dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:1-6). Cuando Cristo apareció a los discí­pulos, Tomás estaba ausente, y no creyó en la resurrección hasta que vio con sus propios ojos al Señor (Jn. 20:24-29). En su obstinación habí­a afirmado que no creerí­a hasta que no pusiera sus dedos en las llagas del Señor, y su mano en Su costado traspasado. Su confesión fue sin embargo sublime. Al ver al Señor, Tomás se postró ante El, y clamó, diciéndole: “¡Señor mí­o y Dios mí­o!” Junto con otros seis discí­pulos, fue testigo y actor de una pesca milagrosa en el lago de Galilea, en una aparición del Señor resucitado (Jn. 21:1-8). Después de la ascensión, Tomás y los otros apóstoles se retiraron al aposento alto (Hch. 1:13). Según una tradición de gran antigüedad (siglo IV), anunció el evangelio a los partos y a los persas. Tomás habrí­a muerto en Persia, según esta tradición. Otras tradiciones lo hacen el apóstol de la India, donde habrí­a sufrido el martirio. Circuló una diversidad de obras apócrifas a partir del siglo II en las que Tomás tiene un papel destacado. Varias de ellas son de carácter gnóstico y fantástico. Entre ellas se pueden destacar: Los Hechos de Tomás, El Apocalipsis de Tomás y El Evangelio de Tomas. Estas obras sin embargo dan evidencia de su falsedad, contrastando intensamente con las enseñanzas y el carácter de los escritos canónicos (véanse APí“CRIFOS, CANON).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Uno de los doce apóstoles, conocido también con el nombre de Dí­dimo (mellizo) (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15; Jn 11,16; 21,1). Al igual de los demás apóstoles, tuvo una fe vacilante (Jn 14,5); entre los apóstoles es, por una parte, el tipo de la incredulidad y, por otra, el tipo del más firme creyente (Jn 20,24-28).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1. Apóstol

Doce, Iglesia). Uno de los apóstoles, cuyo nombre propio ignoramos, pues Tomás, que significa en arameo “el Mellizo”, es, evidentemente, un sobrenombre o mote. Ningún texto nos dice de quién era mellizo, lo cual ha llevado más tarde a muchas elaboraciones, llegándose a decir que era me llizo (espiritual) del mismo Jesús e identificándole incluso con uno de los “Judas” cuyo nombre aparece en algunas variantes de las listas de los Doce en los sinópticos.

(1) Tomás, un iniciado. Los sinópticos le incluyen con el nombre de Tomás, sin ninguna especificación ulterior, en las listas de los evangelios (Mt 10,3; Mc 3,8; Lc 6,15), y lo mismo hace Hch 1,13. Por el contrario, Juan le presenta tres veces como “Tomás, llamado el Mellizo, en griego Dí­dimo” (cf. Jn 11,16; 20,24; 21,2) y le concede un papel especial entre los personajes menores del evangelio. Tomás aparece, en primer lugar, como el discí­pulo valiente, que anima al resto de los discí­pulos, a fin de que superen su miedo y suban con Jesús a Jerusalén, dispuestos a morir con él (Jn 11,16). En la última cena le presenta como uno de los “discí­pulos mistagogos”, que plantean a Jesús las preguntas básicas sobre el sentido de su entrega y de su gloria (los otros son Felipe [Jn 13,8] y Judas [Jn 13,22]). “Lc dijo Tomás: Señor, no sabemos adonde vas. ¿Cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí­. Si me conocieseis, conocerí­ais también a mi Padre; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (Jn 13,5-7). Este es el tipo de preguntas y respuestas caracterí­sticas de los libros de revelación, que serán dominantes en los evangelios gnósticos posteriores. Eso significa que Tomás es para Jn un iniciado, alguien que ha penetrado en el conocimiento del Mesí­as.

(2) Tomás, el incrédulo creyente. Quizá para contrapesar esa imagen, el evangelio de Juan ha incluido otro pasaje sobre Tomás, ya en un contexto directamente pascual. Jesús se ha aparecido a los discí­pulos, ofreciéndoles su Espí­ritu y concediéndoles poder para perdonar los pecados. “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dí­dimo (en griego “Mellizo†), no estaba con ellos cuando Jesús vino. Lc dijeron, pues, los otros discí­pulos: Hemos visto al Señor. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y ocho dí­as después, estaban de nuevo sus discí­pulos en casa y Tomás con ellos; llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y dijo: ¡Paz a vosotros! Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo aquí­ y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mí­o y Dios mí­o! Y Jesús le dijo: Porque has visto has creí­do. ¡Felices los que no han visto y han creí­do!” (20,26-29). En el fondo de ese texto puede haber un recuerdo histórico, vinculado a Tomás, “uno de los Doce”. Pero el pasaje puede ser también una parábola con dos finalidades especí­ficas, propias del evangelio de Juan: (a) El grupo de los Doce no es garantí­a de fidelidad pascual, pues Tomás, uno de sus componentes, no estaba presente en la experiencia básica de la pascua, (b) La experiencia pascual es inseparable de la afirmación de la corporalidad de Jesús, es decir, de la identidad entre el crucificado y el resucitado. Este Tomás puede ser un signo de aquellos adversarios del evangelista Jn, que creen en la gloria de Jesús, pero separada de su “carne”, es decir, de su historia. Todo el relato habrí­a sido compuesto para indicar la necesidad de conversión de Tomás y de aquellos protognósticos que creí­an en la gloria de Jesús, pero sin llagas, es decir, sin muerte.

(3) Conversión de Tomás. El riesgo de Tomás y de otros consiste en interpretar la pascua como una idea. En contra de eso, el Señor pascual de la Iglesia es alguien a quien se puede palpar: sigue siendo el mismo Jesús crucificado, como sabe ya Mc 16,6 y como resalta Lc 24,40, donde se dice que Jesús mostraba a sus discí­pulos pascuales las llagas de las manos y el costado (lo mismo que Jn 20,20). Pues bien, el evangelio de Jn ha querido insistir, por medio de Tomás, en la corporalidad de Jesús, de forma que podamos ver y tocar su cuerpo crucificado. La fe pascual viene a expresarse de esa forma como experiencia mí­stica de identificación con el sufrimiento y muerte del Mesí­as. Los mismos signos de muerte (clavos que han atado a Jesús de pies y manos al madero, lanza que ha cortado su costado) vienen a mostrarse ya como señal de resurrección. De esa forma ha combatido Jn la herejí­a de aquellos que afirmaban que Cristo no ha venido en carne, sino que es sólo un mero espí­ritu (cf. 1 Jn 4,2-3). Sólo por haber aceptado a este Cristo carnal, Tomás puede formar parte de los siete misioneros, creadores de la Iglesia (Jn 21,2).

TOMíS
2. Evangelio

(-> evangelios, Q, Santiago, Marí­a, madre de Jesús). El Evangelio de Tomás, descubierto en la biblioteca de Nag Hammadi, el año 1947, como traducción copta de un original griego, forma parte de los apócrifos* del Nuevo Testamento y constituye uno de los testimonios más significativos de la literatura cristiana primitiva.

(1) Origen y mensaje básico. Consta de 114 logia o dichos, que tienen cierta semejanza con Q (fuente evangélica de los Dichos), pero aún más con algunos papiros antiguos, como el de los Logia de Oxirrinco. Se ha discutido su origen y algunos piensan que es muy primitivo, más antiguo incluso que Lc y Mt. Pero la mayorí­a de los investigadores piensan que es posterior y que deriva básicamente de los evangelios sinópticos o de alguna redacción hoy desconocida del documento Q. Habrí­a sido escrito en Siria, hacia el año 140, quizá antes, en cí­rculos cristianos de tendencia gnóstica, cuando todaví­a las lí­neas de la gnosis y la Gran Iglesia no se habí­an separado plenamente. Influyó de un modo especial en las comunidades de Egipto, donde fue traducido al copto y se ha conservado. Sea como fuere, este evangelio contiene textos de tradición venerable que provienen del mismo Jesús o de comunidades cristianas antiguas (especialmente la portadora de los Dichos, es decir, de Q). Más aún, este evangelio puede apelar y apela a la tradición de los dos hermanos de Jesús: Judas-Tomás, el Mellizo, en cuyo nombre se inscribe (cf. EvTom, Inscriptio y n. 13), y Santiago, el Justo, “por quien fueron hechos el cielo y la tierra” (EvTom 12). Esto significa que al menos una parte de la Iglesia representada por estos hermanos de Jesús ha desembocado en un tipo de gnosis, pasando del más estricto legalismo a una experiencia de interioridad mí­stica, donde la ley se interpreta en forma de sí­mbolo de autenticidad. Por otra parte, el EvTom está cerca de Jn, pero con una diferencia básica: en el fondo de su experiencia gnóstica, Jn apela a la carne de Jesús y puede elaborar una teologí­a de carácter histórico; por el contrario, el EvTom tiende a dejar a un lado la carne (con la muerte de Jesús), de manera que resulta difí­cil defender en su nombre una teologí­a que apele de un modo consecuente a la historia de Jesús, relacionada con su madre histórica. Desde esta base, teniendo en cuenta la importancia que la mujer (y en especial la madre) ha tenido para los gnósticos, tomando como referencia la figura de la madre de Jesús, presentamos y comentamos algunos de los textos y temas básicos del Evangelio de Tomás. (2) Devaluación de la mujer histórica, la madre prostituta. EvTom 79 puede asumir el logion de Lc 11,27-28 con la palabra de una mujer (¡Bendito el vientre que te llevó..!) y la respuesta de Jesús (¡Benditos los que han escuchado la palabra del Padre!), añadiendo en ese contexto las palabras apocalí­pticas de Lc 23,19: “¡Bendito el vientre que no ha concebido y los pechos que no han amamantado” (cf. Mt 24,19). Pero lo que Mt y Lc interpretan como expresión de angustia ante la crisis última de la humanidad, que era propia del fin de la historia (miedo de las madres por los hijos que se pierden), se vuelve en EvTom rechazo de la maternidad en cuanto tal, pues ella es causa de caí­da. Desde ese contexto se entiende la cita de Mc 3,3135, contenida en EvTom 99, donde no sólo se critica a la familia “jerosolimitana” de Jesús (como hací­a Marcos), sino a todo tipo de “familia carnal”. En esa lí­nea avanza EvTom 101, donde, partiendo de Mt 10,37-38 (¡quien no odia a su padre y a su madre…!), se establece la distinción radical entre las dos madres: la madre camal (que en este caso serí­a Marí­a) ha engendrado a Jesús en un mundo de pecado; sólo su madre verdadera (que es el Espí­ritu de Dios) le ha concedido la auténtica Vida. La tradición sinóptica vinculaba los dos planos, afirmando que Marí­a, la madre de Jesús, habí­a concebido por obra del Espí­ritu Santo (cf. Lc 1,26-38; Mt 1,18-25). EvTom los contrapone, devaluando la carne, es decir, la historia (en contra de Jn 1,14), para interpretar el nacimiento de Jesús en un plano de puro Espí­ritu (por tanto, la madre carnal pierde su valor cristiano). Llegando al final en esa lí­nea, el Jesús de EvTom 105 afirma: “Quien conozca a su padre y a su madre, será llamado hijo de prostituta”. Conocer significa valorar y vincularse. Como mujer-madre de este mundo, la misma Marí­a, madre de Jesús, ha sido esclava del pecado, y por eso podemos llamarla prostituta. No es carne buena, al servicio de la Vida, sino carne caí­da, dominada por el deseo de placer y por la muerte. En cuanto carnal, Marí­a ha sido simplemente pecadora. Conocer a esa madre significa encerrarse y morir en este mundo prostituido. Por eso resulta lógico que el EvTom no haya podido desarrollar una mariologí­a, ni una cristologí­a histórica, consecuente (en contra de Jn).

(3) Soledad con Dios. El ideal gnóstico. El EvTom devalúa, por tanto, la relación de origen; por eso la madre no puede conceder su verdad al ser humano, Marí­a no puede ofrecer a Jesús un lugar y sentido en la existencia. Con la maternidad se devalúa el sexo. Lógicamente, el signo de la verdadera humanidad serán los niños, que no tienen vergüenza, pues no se identifican por su cuerpo masculino o femenino (cf. EvTom 21,37). De esa forma, hacerse pequeños, superando el sexo (cf. EvTom 46), significa hacerse solitarios: “¡Bienaventurados los solitarios y elegidos, porque encontraréis el Reino. Como habéis salido de él, a él volveréis!” (EvTom 49). La soledad define al hombre por su relación con lo divino: los gnósticos provienen de la luz, son como chispas que brotan del Padre viviente y que vuelven de nuevo al descanso del Padre (cf. EvTom 50). Este mundo es para ellos un cadáver, es muerte, es sepultura (cf. EvTom 56); quien lo sepa, quien se sepa muerto por su cuerpo, ha superado ya al mundo (cf. EvTom 86). Por eso puede añadir: “Los cielos y la tierra se enrollarán delante de vosotros, pero el que vive del Viviente no verá la muerte”, pues ha superado el nivel de perecimiento de este mundo (cf. EvTom 111). No hay una madre que pueda ayudar a los hombres, pues toda madre del mundo les ha hecho nacer a la muerte, no a la vida. No puede hablarse de un proceso creador, de una historia positiva. El ideal gnóstico es la inmersión del hombre en lo divino, superando de esa forma las formas de vida (que es muerte) que provienen de las madres de este mundo.

(4) Bodas interiores, más allá de la historia. El tema podí­a aparecer de algún modo en Ap 21-22 (la misma Madre primera, la Mujer perseguida, se volví­a al fin novia del Cordero) y sobre todo en Jn 1,1-11 (la Madre pedí­a a Jesús que convirtiera el agua de las purificaciones judí­as en vino de bodas). Pues bien, Tomás descubre y presenta unas bodas donde no existe lugar para la Madre, pues “son los solitarios (que renuncian a toda relación sexual o maternidad del mundo) los que entrarán en la cámara nupcial (lugar de bodas)” (cf. EvTom 75). Estas son las bodas interiores, donde se supera toda dualidad, de manera que el varón no sea ya varón, ni la hembra sea hembra, de manera que puedan superarse ya todas estas diferencias (cf. EvTom 22, en contra de Gal 3,28, que habla de comunión corporal en igualdad). Todo nos permite suponer que estas bodas constituyen una experiencia de identificación interior con Dios y de superación de las dualidades somáticas y personales (cf. ApTom 106). En este contexto se puede hablar de una eucaristí­a espiritual y sapiencial, que consiste en comer de la boca de Dios (cf. ApTom 108).

(5) Un evangelio de mujeres. Esta sabidurí­a interior se encuentra especialmente vinculada a las mujeres de la tradición del evangelio, Salomé y Marí­a Magdalena. Salomé (que aparecí­a en la pasión de Mc 15,40 y 16,1) es ahora una auténtica discí­pula, que pregunta a Jesús: “¿Quién eres tú, hombre, y de quién procedes? Has subido a mi lecho y has comido en mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que procede del que es igual… Salomé le dijo: yo soy tu discí­pula” (EvTom 61). Ser discí­pula significa identificarse interiormente con Jesús, superando así­ toda diferencia, en unidad de lecho y comida, es decir, de sabidurí­a interior. Marí­a Magdalena constituye el ejemplo supremo de identificación cristiana. Pedro la quiere expulsar del grupo, porque es mujer. Jesús la defiende: “Yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que pueda ser un espí­ritu viviente, similar a vosotros, los varones. Porque cualquier mujer que se haga varón entrará en el reino de los cielos” (EvTom 114). Así­ termina el evangelio, con la mujer que se hace varón, es decir, que se unifica internamente, superando la división de varones y mujeres. Tomás devalúa, según eso, la maternidad femenina, vinculada a la dualidad de varón y mujer, y el nacimiento a la vida de la carne, para elevar por igual a varones y mujeres (a Tomás y Salomé, a Santiago, Pedro o Marí­a), pero sólo en la medida en que ellos vivan en un nivel de espí­ritu, vinculados a la Unidad de Dios, por encima de la historia.

(6) No hay lugar para Marí­a en cuanto madre camal de Jesús, ni hay lugar para un Jesús de la carne. Llevada has ta el final, esta visión destruye el valor de la madre de Jesús, porque niega la carne de la historia, la maternidad humana, el valor social de la vida. También destruye toda posible cristologí­a histórica, pues el Jesús de la historia carece de sentido salvador. Cada hombre o mujer queda a solas ante Dios. La Gran Iglesia ha rechazado esta visión de fondo de Tomás, pues para la Iglesia es esencial la historia concreta de Jesús, pero lo ha hecho conservando algunos de los riesgos de la gnosis y reprimiendo algunos de sus valores. Quizá el mayor de los riesgos de la gnosis ha sido (y sigue siendo) una exaltación del “esplritualismo”, entendido como negación de sexo y como experiencia de pura soledad ante Dios, no desde una perspectiva escatológica (como hace Pablo en 1 Cor 7), sino desde el rechazo de la carne, es decir, de la realidad histórica del ser humano y de las relaciones personales. De esa forma se niega lo que Mt 1 y Lc 1 entendí­an como signo de la acción creadora de Dios en la historia (encamación del Hijo de Dios en y por Marí­a). Conforme a la visión del EvTom, la madre de Jesús no puede convertirse en signo de vida eclesial, como ha hecho el evangelio de Juan (cf. Jn 2,1-11; 19,25-27). Pero no podemos olvidar que algunos textos de mariologí­a de la Iglesia (incluido el famoso prefacio de las fiestas de la Virgen que dice que “Marí­a derramó sobre el mundo la luz eterna sin perder la gloria de la virginidad”) corren el riesgo de situarse en una lí­nea gnóstica. De todas formas, la gnosis de EvTom contení­a también algunos valores que la Iglesia posterior ha reprimido. El más importante de ellos parece la igualdad entre varones y mujeres. Ciertamente, se trataba de una igualdad suprasexual, de tipo interno, hecha de represión, más que de diálogo y creatividad social, en la fuerte tarea de la historia. Pero ella era muy valiosa y podrí­a haber sido asumida por la Gran Iglesia, que podrí­a haberse convertido en principio de liberación humana, para varones y mujeres, en la lí­nea del Magní­ficat (Lc 1,56-65).

Cf. M. ALCALí, El evangelio de Tomás. Palabras ocultas de Jesús, BEB 67, Sí­gueme, Salamanca 1989; A. PINERO (ed.), Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadil-TE, Trotta, Madrid 1997-2000; A. SANTOS OTERO, Evangelios Apócrifos, BAC 148, Madrid 1975; R. TREVLJANO, Estudios sobre el evangelio de Tomás, Fuentes Patrí­sticas, Ciudad Nueva, Madrid 1997.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

(del arameo, significa: †œGemelo†).
Apóstol de Jesucristo al que se llamaba †œEl Gemelo†, o Dí­dimo. (Mt 10:3; Mr 3:18; Lu 6:15; Jn 11:16, nota.) Parece ser que era algo impetuoso al expresar sus sentimientos o sus dudas. Sin embargo, cuando estas quedaban aclaradas, no vacilaba en confesar su creencia.
Cuando Jesús propuso regresar a Judea para despertar a Lázaro de la muerte, Tomás dijo: †œVamos nosotros también, para que muramos con él†. (Jn 11:16.) Como los judeos habí­an intentado apedrear a Jesús poco antes (Jn 11:7, 8), Tomás quizás intentaba animar a los otros discí­pulos a acompañar a Jesús aunque esto pudiera suponer unirse a Lázaro o a Jesús mismo en la muerte.
Cuando Jesús comentó que iba a preparar un lugar para los apóstoles, Tomás mostró que tení­a dudas, pues dijo: †œSeñor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo sabemos el camino?†. (Jn 14:2-6.) De manera similar, después de oí­r que Jesús habí­a resucitado, declaró: †œA menos que vea en sus manos la impresión de los clavos y meta mi dedo en la impresión de los clavos y meta mi mano en su costado, de ninguna manera creer醝. Ocho dí­as después, cuando Jesús se apareció de nuevo a los discí­pulos, tuvo la oportunidad de hacer lo que habí­a dicho. Sin embargo, no se especifica si realmente tocó las heridas en aquella ocasión. De todos modos, se convenció, y exclamó: †œÂ¡Mi Señor y mi Dios!†. Luego Cristo lo reprendió apaciblemente, diciendo: †œFelices son los que no ven y sin embargo creen†. (Jn 20:24-29.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Uno de los doce apóstoles. En las listas de los Doce dispuestas en tres grupos de cuatro cada uno, Tomás aparece en el segundo grupo (Mt. 10.2–4; Mr. 3.16–19; Lc. 6.14–16; Hch. 1.13). Se lo vincula con Mateo en Mt. 10.3 y con Felipe en Hch. 1.13. El nombre proviene del arm. te˒ômā˒, que significa ‘mellizo’; tres veces Juan usa la versión gr. del nombre, “Dídimo” (11.16; 20.24; 21.2). El interrogante sobre quién era el otro mellizo no puede resolverse con seguridad. Diversas tradiciones (sir. y egp.) sugieren que su nombre personal era Judas.

Únicamente en el cuarto evangelio se hacen referencias personales a Tomás. Estaba dispuesto a ir con Jesús a la tumba de Lázaro, y a una posible muerte a manos de los judíos (Jn. 11.16). Confesó que no sabía adónde iba Jesús cuando este advirtió a los Doce acerca de su inminente partida (Jn. 14.5). El incidente principal por el que siempre se lo ha recordado, y por el que ha recibido el nombre de “Tomás el desconfiado”, es el de su incredulidad ante el hecho de la resurrección. No estaba presente cuando Cristo apareció a los demás apóstoles (Jn. 20.24), y dijo que necesitaba pruebas visuales y táctiles de la resurrección (20.25). Una semana más tarde Cristo apareció nuevamente a los once y concedió a Tomás la oportunidad de comprobar la realidad de su cuerpo.

La confesión de fe de Tomás, “¡Señor mío, y Dios mío!” (20.28), señala el punto culminante del cuarto evangelio; se le promete una bendición al que pueda llegar a la fe sin el auxilio de la vista.

R.E.N.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico