TRANSFIGURACION

griego metamórfosis cambio de forma. Suceso del N. T. que se considera el episodio de la revelación de Jesucristo como Hijo de Dios, Mc 9, 2-10; Mt 17, 1-9 y Lc 9, 28-36, en presencia de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. En ese momento rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz, Mt 17, 2. Además aparecieron Elí­as y Moisés junto a él y conversaban con Jesús, Mc 9, 4; estaban hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salí­a una voz que decí­a: †œEste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle†, Mt 3, 17; Is 42, 1; Dt 18, 15; Sal 2, 7.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Mt.17, Mc.9, Lc. 9, Jua 1:14, 2Pe 1:16.

-De Satanas, Ge.3, 2 Cor. l 1:3,14. .

-De sus ministros, 2 Cor. 1 1.

13,15.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Con este nombre se conoce el acontecimiento en el cual el Señor Jesús tomó a Pedro, Jacobo y Juan †œy los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos†, poniendo su rostro †œcomo el sol, y sus vestidos … blancos como la luz† (Mat 17:1-9; Mar 9:1-9; Luc 9:28-36). él habí­a prometido que †œalgunos† de los discí­pulos, antes de morir, verí­an †œal Hijo del Hombre viniendo en su reino† (Mat 16:28). Con la t. cumplió esa promesa. Fue un momento cuando el Señor Jesús †œrecibió de Dios Padre honra y gloria†, dirí­a después el apóstol Pedro (2Pe 1:17). Esta gloria se manifestó, no sólo en la t. de la apariencia fí­sica del Señor y sus vestidos, sino también en el hecho de que se escuchara una voz diciendo: †œEste es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia† y por la maravillosa aparición de Moisés y Elí­as, con los cuales sostuvo un diálogo. El tema de este diálogo era †œsu partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén†, es decir, †œlos sufrimientos de Cristo† (1Pe 1:11).

El término griego que se traduce como t. es metasquëmatizö, relacionado con la palabra metamorphoö que se pone como †œtransformaos† en Rom 12:2, y †œtransformados† en 2Co 3:18. En el primer caso se trata de la renovación del entendimiento del creyente, y en el segundo se hace referencia al cambio que produce el Espí­ritu Santo en ellos conformándolos a la imagen de Cristo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, HERMí“N, TABOR.

vet, (gr. metamorfosis). Este término indica el cambio que tuvo lugar en la apariencia de Jesús en la visión en el monte santo. El Señor, rechazado ya de manera oficial por las autoridades del judaí­smo, se dirigió con Sus discí­pulos hacia el extremo norte del paí­s, a la zona de Cesarea de Filipos (Mt. 16:13). Allí­, en contraste con la ceguera de Israel con respecto a Su persona (Mt. 16:13-14), recibió la confesión de Pedro de que El era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mt. 16:15-16). El Señor empezó entonces a anunciar a Sus discí­pulos la muerte que El iba a sufrir en Jerusalén de manos de las autoridades judí­as (Mt. 16:21). Fue en el contexto de esta crisis en el ministerio del Señor, cuando afrontaba la última etapa de Su humillación (cfr. Fil. 2:8), que tuvo lugar esta manifestación visible de la gloria del Señor que se ha de manifestar públicamente en el futuro (Fil. 2:9). El Señor, dirigiéndose a Sus discí­pulos antes de la transfiguración, les anunció que algunos de ellos verí­an “al Hijo del Hombre viniendo en su reino” (Mt. 16:28). Esta promesa no tardó en ser cumplida. Acompañado de Pedro, Jacobo y Juan, el Señor se dirigió al monte a orar. “Y en tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Lc. 9:29); “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2). Pedro afirma que vieron con sus propios ojos la majestad del Señor (2 P. 16). Fue así­ un breve atisbo del Señor Jesús investido de gloria, tal como ahora lo está en las alturas, y como se manifestará en Su reino. La Ley y los profetas estuvieron presentes en esta escena, representados por Moisés y Elí­as; cuando Pedro propuso hacer tres tabernáculos fue acallado por una voz del cielo diciendo: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia a él oí­d” (Mt. 17: 5; Mr. 9:7; Lc. 9:35). El evento de la transfiguración marca un punto de inflexión de suma importancia en el ministerio del Señor. Ya el tema de conversación del Señor con Moisés y Elí­as fue “su partida que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (Lc. 9:31). Desde entonces, la Cruz, el cumplí­ miento de su obra expiatoria, fue el centro de sus pensamientos: “Afirmó su rostro para ir a Jerusalén (Lc. 9:51). Este fue un camino emprendido en gracia salvadora: “El Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino a salvarlas” (Lc. 9:56), y con una dolorida consciencia del rechazo que lo rodeaba (Lc. 9: 57-58). Del monte de Su glorificación, el Señor descendí­a así­ al valle de Su humillación, dirigiéndose a la Cruz. La transformación del cristiano, por la renovación de su entendimiento (Ro. 12:2), y en la misma imagen del Señor, por Su Espí­ritu, al contemplar por la fe la gloria de Cristo (2 Co. 3:8), es expresada con el mismo término que el de la transfiguración del Señor (cfr. 1 Jn. 3:2). Con respecto a la situación del monte de la Transfiguración, véanse HERMí“N, TABOR.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Presentación de Jesús en nueva figura ante varios Apóstoles (Juan, Pedro Santiago) relatado por el Evangelio de Mateo (Mat. 17). Lo hizo como signo de su misteriosa divinidad y como reflejo de su trascendencia humana. Constituyó un hecho singular en la vida de Jesús que la Iglesia luego ha querido recordar en una fiesta litúrgica (6 de Agosto) y que los comentaristas y exégetas bí­blicos han querido explicar y comentar de mil modos diferentes.

La celebración litúrgica del acontecimiento viene de lejos. El Obispo armenio Gregorio Arsharuni hacia el 690 d. C. fue el primero que atribuyó su celebración como festividad a San Gregorio el Iluminador (+ 337). Parece que surgió para contrarrestar la celebración pagana de la fiesta en honor de Afrodita llamada Vartabah (Llama de rosa). En Occidente la festividad se introdujo entre el siglo X y el XI. Y en 1456 Calixto III la extendió a la Iglesia Universal, en memoria de la victoria de Hunvady sobre los turcos en Belgrado (lograda el 6 de Agosto del mismo año). El Papa mismo redactó el Oficio todaví­a en uso. Es la fiesta titular de la Basí­lica de Letrán en Roma.

Con ella la Iglesia quiso recordar que, aunque hombre perfecto y encarnado siguió como Dios por encima de sus rasgos humanos. Las dos figuras citadas por el evangelista. Moisés y Elí­as representaban para los Apóstoles testigos del hecho, como para todos los judí­os, las cumbres religiosas de su fe israelita: la Ley sagrada entregada a Moisés y el profetismo llevado a la cumbre por Elí­as. Al margen de las exégesis simbólicas que han abundando del hecho, el hecho una visión celeste no hací­a otra cosa que confirmar la supremací­a humana y el origen divino de Jesús.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
SUMARIO: Contexto. – 1. El relato de Mc (9,2-8) y de Mt (17,1-8). – 2. El relato de Lucas (9,28-36). – 3. La transfiguración, ¿hecho real?

Contexto
Ante la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesí­as” (Mc 8,30) -nos encontramos hacia la mitad del ministerio público de Jesús-. Cristo impone a sus discí­pulos que guarden silencio sobre tal revelación (Mt 16,20). La razón fue que no habí­a sido revelada a los discí­pulos una faceta integrante y esencial del mesianismo de Jesús: el camino del sufrimiento, su condición de “Siervo de Yahveh”. Precisamente acto seguido comienza Cristo a manifestarles el misterio de su pasión dolorosa.

El evangelista Marcos, a quien seguirán Mt y Lc, presenta en la amplia perí­copa o grupo literario que va de 8,31 a 10,50 el triple anuncio de su pasión por parte de Cristo, que bien puede denominarse como “Revelación de la naturaleza del mesianismo de Jesús”. La perí­copa presenta una estructura ternaria: triple anuncio de la pasión, seguido cada uno de ellos de una instrucción a sus discí­pulos, y seguida cada una de éstas de una manifestación de poder por parte de Jesús. En el primer anuncio (Mc 8,31-33). Cristo anuncia a sus discí­pulos que “el Hijo del hombre debí­a (tendrí­a que) sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser matado y resucitar al tercer dí­a”. Tal anuncio desconcertó sobre manera a sus discí­pulos, tanto que Pedro toma aparte a Jesús y “se puso a reprenderle” (v. 32); “lejos de ti eso, Señor, de ningún modo te sucederá a ti eso” (Mt 16,22). Pero debió desconcertarles más todaví­a la instrucción subsiguiente (Mc 8,34-38) en la que les declara que si ellos quieren seguirle como discí­pulos suyos tendrán que hacerlo por el mismo camino de la abnegación y sufrimiento, que a él le ha sido señalado por el Padre: “El que quiera venir en pos de mí­, niéguese a sí­ mismo, tome su cruz y sí­game” (v.34). Acto seguido tiene lugar la Transfiguración, o manifestación gloriosa de la Persona de Jesús (Mc 9,2-8). En el contexto aparece clara la finalidad de la misma: dar ánimo a los discí­pulos ante el duro camino que tienen que seguir en pos de Cristo, evocando la gloria que seguirá a la cruz. La importancia del acontecimiento queda de relieve por el hecho de que lo refieren los tres evangelios sinópticos.

Los relatos de Mc y Mt coinciden, a veces incluso en las expresiones; deben provenir de una misma fuente. Lc tiene diferencias con Mc y Mt que postulan una fuente distinta. Por ello consideraremos primero conjuntamente el texto de Mc y Mt y después el texto de Lc.

1. El relato de Mc (9,2-8) y de Mt (17,1-8)
“Después de seis dí­as” tiene lugar la Transfiguración. Dado que en los sinópticos las concreciones cronológicas son raras, hay que pensar que ésta es intencionada. Quiere indicar el nexo con lo que precede: el anuncio de la pasión y la instrucción que ha tenido a sus discí­pulos sobre la necesidad de la abnegación.

Para que fueran testigos de la misma elige a tres discí­pulos, Pedro, Santiago y Juan. Son tres de los cuatro primeros llamados a seguirle y encabezan la lista del colegio apostólico. Son los tres admitidos a presenciar la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37) y le acompañaron en su agoní­a en el Huerto de los Olivos. Y sube con ellos a “un monte alto”. Es el lugar preferido para las teofoní­as y propio para el retiro y la oración. Unos, pensando que la escena se desarrolló en la región de Cesarea de Filipo, localizan el episodio de la Transfiguración en el monte Hermón, de 2814 mts. de altura, situado a unos 20 kms. de esa ciudad. La tradición cristiana, desde el s.IV, lo ha identificado con el monte Tabor, de 560 mts. de altura -altura modesta pero singular y panorámica en la llanura de Esdrelón- situado a unos 20 kms. al sudoeste del mar de Galilea y a unas tres horas de camino desde Nazaret. Se conservan restos del santuario erigido en la cumbre del Tabor, en el s.lV, en conmemoración del episodio. Pero más que la localización geográfica lo que interesa es la significación teológica del monte como lugar de revelación de Dios. La misma historia de las religiones muestra que éstas señalan como lugar de residencia de los dioses la montaña, lugar en que se tocan el cielo y la tierra.

En el monte “se transfiguró” ante ellos. Literalmente transfiguración es “cambio de forma”, de apariencia. Apariencia de un ser bajo una forma distinta de la suya propia. El cambio de figura evoca Mc 16,12 en que Cristo resucitado se aparece a los discí­pulos de Emaús “bajo otra figura”. El verbo utilizado por Mc y Mt está en la voz pasiva (pasivo divino); es Dios quien manifiesta a su Hijo glorioso. Mc y Mt acumulan metáforas y comparaciones para expresar la manifestación gloriosa de Jesús:

Marcos dice que “sus vestiduras se volvieron resplandecientes, muy blancas, tanto que ningún batanero (lavandero) en la tierra serí­a capaz de blanquearlas de ese modo” (v.3). El vestido blanco, propio de las apariciones divinas, puede simbolizar la pertenencia al mundo celestial (Mt 28,3; Ap 3,4s; 20,21) y también, y sobre todo, la victoria que lleva a la presencia junto a Dios (Ap 6,11:7,13s).

Mateo describe el rostro de Cristo resplandeciente como el sol, comparación clásica, dentro y fuera de la Biblia, como expresión de la luz más intensa; como el de los justos que brillan en el reino del Padre (13,43; cf. Dan 12,3). Era éste un rasgo tradicional de la apocalí­ptica judí­a: “Los justos serán semejantes a los ángeles y parecidos a las estrellas; se transformarán en todos los aspectos que quieran, de hermosura en magnificencia y de luz en esplendor de gloria” (Apocalipsis de Baruc, 51,10). “El fulgor del semblante y la claridad supernatural (Mc 9,3) de las vestiduras corresponden a un peculiar procedimiento de pedagogí­a religiosa en la historia bí­blica de la Revelación; a saber, la aparición de un fenómeno sensible luminoso como aviso y signo de una presencia eficaz de la Divinidad” (1. GOMí CIVIT, El evangelio según San Mateo. v.2. Marova. Madrid 1976, p.151).

“Se les aparecieron Elí­as y Moisés”: Moisés representa la Ley. Con su mención el “monte alto” evoca el Sinaí­, donde Moisés se encontró con Dios y del que bajó con el rostro iluminado por la gloria de Dios (Ex 29-35). Y la “nube luminosa” evocarí­a Ex 40,35: “Moisés no podí­a entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella, y la gloria de Yahveh llenaba la Morada”. Tales evocaciones manifiestan la intencionalidad de los evangelistas, sobre todo de Mt, poner de manifiesto que Jesús es el nuevo Moisés que trae la Ley del nuevo Reino y a quien hay que escuchar, el gran Profeta anunciado en Dt 18,15; Elí­as, uno de los más ilustres representantes del ministerio profético, representa a los Profetas del AT. También él tuvo un encuentro con Dios en el monte Horeb, donde Dios se habí­a revelado a Moisés (Ex 3,1s). Quizás la razón por la que aparezca Elí­as es debido a que era esperado como el precursor del Mesí­as. Y el hecho de que Mc lo mencione primero que a Moisés, en contra de la cronologí­a, está dando a entender que para este evangelista es más importante el componente escatológico. Elí­as introduce el tiempo final. El conjunto de estos dos personajes, que hablaron con Yahveh en el Sinaí­ y ahora conversan con Jesús en el Tabor, manifiesta que Jesús supera a todos los personajes del Antiguo Testamento y que ha venido a llevar a su punto culminante la revelación del AT contenida en la Ley (Moisés) y en los Profetas (Elí­as). De ahí­ la presencia de estos dos personajes que desaparecerán al final de la escena quedando sólo Jesús. Mc y Mt no refieren el tema de la conversación de Moisés y Elí­as con Jesús. Lo referirá Lucas.

La actitud de Pedro parece haber olvidado el anuncio de la pasión de Cristo y subsiguientes exigencias para los discí­pulos. Inundado de la felicidad que le ha proporcionado la contemplación de Cristo transfigurado, propone -Mt añade un respetuoso “si quieres”- hacer tres tiendas, una para Cristo, otra para Moisés y otra para Elí­as. Una para cada uno en atención a la dignidad de los personajes. Pedro, experimentando una anticipación de la bienaventuranza celeste, quiere que ésta se perpetúe. “Así­ las tiendas que Pedro quiere erigir recuerdan las tiendas eternas (Lc 16,9) o viviendas (Henoc etiópico 39,7; 45,1) que les tocarán a los elegidos y justos en la bienaventuranza del Cielo” (J. GNILKA, El evangelio según San Marcos, v. II Sí­gueme, Salamanca 1986, 39). La mención de las tiendas puede haberle sido sugerida por la proximidad de la “fiesta de las Tiendas” en la que los judí­os tení­an que habitar en ellas, construidas con ramas verdes, con la que conmemoraban la peregrinación por el desierto camino de la Patria Prometida. Mc trata de disculpar el desatino de Pedro añadiendo que “no sabí­a lo que respondí­a ya que estaban atemorizados” (v.6). El apóstol no cae en la cuenta de que con su propuesta apartarí­a a Jesús deI camino del sufrimiento que tiene que seguir y que los personajes que contempla en aquel esplendor celestial no precisan para ser felices de la construcción de tales tiendas. La constatación de la confusión de Pedro por parte de Mc responde a su actitud de poner con frecuencia la incomprensión de Pedro y de los demás discí­pulos.

La aparición de la nube (“luminosa”, dice Mt) y la subsiguiente voz del Cielo son respuesta a las palabras de Pedro y clarifican el sentido de la Transfiguración. La nube luminosa era sí­mbolo de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento (cf. Ex 14,24; 16,10; 2 Crón 5,13s). Ella cubre ahora con su sombra a los tres personajes, y también a los discí­pulos (Lc). “Así­ pues, la aparición de la nube en el alto monte tení­a una significación transparente para los discí­pulos, formados en la escuela de la Biblia. Indica la Presencia -especialí­sima, actualizada y perceptible- de Dios. San Mateo subraya la relación de lanube con la Gloria (v.2) por medio del adjetivo luminosa. Los tres Sinópticos expresan la acción de “cubrir” con el verbo técnico episkiádsein (cf. Lc 1,35), que evoca el reposar (la nube) cubriendo con su sombra el “Tabernáculo” de la Alianza en el Exodo “lleno -como el futuro Templo-de la Gloria de Yahveh” (Ex 40,35 y 1 Re 8,10-11). Jesús aparece como Templo de la Presencia escatológica de Dios en su Pueblo, plenitud e irradiación de la Gloria de Yahveh” (1. GOMí CIvIT, o.c., 155s).

El Padre proclama a Jesús como su Hijo Amado. Desde la nube se deja oí­r la voz del Cielo, que se oyó ya antes en el Bautismo de Jesús, y que ahora se dirige a los tres discí­pulos. Como en el Bautismo tenemos una proclamación de la mesianidad de Jesús, y una confirmación divina de la confesión de Pedro. Y como allí­ tenemos también aquí­, en el pensamiento del evangelista, una manifestación de su divinidad. “Amado” traduce en los LXX el “yahid” hebreo que significa “único” (cf. Gén 22,2.12.16; Jer 6,26). Y en los Sinópticos viene a equivaler al Unigénito de San Juan. En el Bautismo las palabras del Padre se dirigen a Jesús, y quizá al Bautista. Ahora se dirigen a los discí­pulos y se les añade: “Escuchadle”. Concluido el tiempo de la Ley y los Profetas del AT, Jesucristo es el Nuevo legislador y el gran Profeta de los últimos tiempos (Dt 18,15; He 3,22; Heb 1,1s). Aquí­ y ahora lo que tienen que escuchar y aceptar es lo que poco antes les ha manifestado Jesús: que él tiene que subir a padecer a Jerusalén, y que si ellos quieren ser discí­pulos suyos tienen que seguirle por el camino del sacrificio por él emprendido por voluntad expresa del Padre, que le quiere Mesí­as sufriente. Mt añade un dato gratificante: (Hijo amado) “en quien me complazco”. Cristo y sólo él puede llenar las complacencias del Padre. Y al habernos hecho a nosotros hijos suyos se complace también en nosotros tanto más cuanto más perfilada vea en nosotros la imagen del Hijo.

Ante la voz del Cielo, los discí­pulos quedan sobrecogidos por ese terror, temor reverencial, que implica la irrupción de lo sobrenatural en nuestro mundo. Pero Jesús se acercó a ellos y les dice: “Levantaos y no temáis”. Y ya no vieron a nadie sino a Jesús solo. “El contraste entre la majestad divina del Señor y la suave humanidad con que retorna a los discí­pulos es de una profunda belleza estética y religiosa” (1. GoMí CIVIT). Habí­a sido un momento feliz, pero fugaz en contra de lo que pretendí­a Pedro. Habí­a que seguir el camino del sufrimiento, de la noche oscura, en pos de Jesús. Pero los discí­pulos seguramente quedaron confortados y menos indecisos ante el camino de Jesús. Pedro recordará la teofaní­a en apoyo de su enseñanza en el II Pe 1,16-18. Y es posible que Juan aluda a la misma cuando dice: “Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito” (1,14).

2. El relato de Lucas (9,28-36).

Presenta notables diferencias con el texto de Mc y Mt, lo que indica que ha tenido una fuente distinta, o que Lucas ha realizado una amplia redacción personal del texto común a Mc y Mt. Considerado ya el fondo común con los otros Sinópticos exponemos ahora solamente las peculiaridades lucanas.

En lugar del “después de seis dí­as” de Mc y Mt, Lucas dice “unos ocho dí­as después”, indicación genérica para indicar una semana; en el calendario romano ocho dí­as equivale a una semana.

Lucas constata que Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y subió a la montaña “a orar”, como motivo de la subida al monte. Y añade que “mientras oraba” se mudó el aspecto de su rostro (v.29). Añade al texto de Mc y Mt el tema de la oración; tema peculiar de la vertiente ascética de su evangelio. Lucas presenta a Cristo haciendo oración en los momentos solemnes de su vida: 3,21 (Bautismo); 5,16; 6,12 (antes de la elección de los Doce); 9,18 (ante la promesa del Primado a Pedro); 11,1 (ante la enseñanza del Padre Nuestro); 22,41 (antes de la Pasión).

Es más sobrio que Mc y Mt en la descripción de las metáforas y comparaciones para manifestar los efectos de la transfiguración: “su rostro se cambió de repente y sus vestidos eran de una blancura fulgurante” (v. 29). No utiliza el verbo “se transfiguró”; la mayorí­a de los comentaristas atribuyen tal omisión, habida cuenta de sus lectores pagano-cristianos, al intento de evitar interpretaciones equí­vocas con los mitos griegos de metamorfosis de ciertos personajes.

De Moisés y Elí­as dice que “aparecí­an en gloria y que hablaban de su partida que tendrí­a lugar en Jerusalén” (v. 31). Después dirá que Pedro y sus compañeros “vieron su gloria (la de Cristo) y a los dos hombres que estaban con él” (v. 32). Se trata de la gloria de la Resurrección de Cristo, que seguirá a la pasión y muerte, anunciada ya a los discí­pulos en el primer anuncio de la pasión (Mc 8,31; Lc 9,22). “No se puede minimizar el sentido profundo de esta referencia a la “gloria”. Jesús acaba de corregir la perspectiva de la declaración de Pedro, que le proclama “Mesí­as de Dios” (9,20), mediante el anuncio de su pasión y resurrección. Y ahora viene este episodio que ratifica no tanto el anuncio de la pasión cuanto las últimas palabras con las que se completa la frase; el horizonte no es puramente negativo: sufrimiento, reprobación, muerte. Al introducir la referencia explí­cita a la “gloria”, Lucas acentúa especí­ficamente lo que ya estaba implí­cito en la relación de Marcos” (J. A. FITZMYER, El evangelio según Lucas, v.11l. Cristiandad, Madrid 1986, 127s).

El tema de la conversación de Moisés y Elí­as con Cristo fue la “partida de Cristo, que iba a cumplir en Jerusalén”. Lucas con este dato pone de relieve más claramente que Mc y Mt un aspecto del sentido de la Trasfiguración. El término utilizado por Lc “éxodon” (literalmente “salida”) es comúnmente interpretado por muerte. Pero teniendo en cuenta que lo que va a “cumplirse en Jerusalén” es no sólo la muerte de Cristo sino también su resurrección, habrí­a que interpretar el término en sentido complexivo: “todo el proceso de su “paso” al Padre, que culmina con la ascensión” (J. A. FITZMYER). Es caracterí­stico de Lucas presentar a Cristo, sobre todo a partir de 9,51, con la mirada puesta en Jerusalén, donde se cumplen los grandes acontecimientos salví­ficos y de donde partirá la predicación del evangelio al mundo entero.

La interpretación de Pedro referente a las tiendas, en Lc tiene lugar no en presencia de Moisés y Elí­as, sólo cuando éstos se han retirado. Pensarí­a Pedro que con su propuesta se podrí­a asegurar su presencia. Conserva el “sin saber lo que decí­a” de Mc 9,6, sin la adición de éste de que “estaban atemorizados”. Esto tendrá lugar después cuando aparezca la nube.

Finalmente hay diferencia también en Lucas en las palabras del Padre: en lugar del Hijo amado de Mc y de Mt, dice: “Este es mi Hijo, mi Elegido” (v. 35). Lucas insiste más que en la filiación divina en la elección mesiánica. Jesús es el Mesí­as elegido para llevar a cabo la obra de la redención (cf. 23,35: “que se salve a sí­ mismo si él es el Cristo de Dios, el elegido”). Puede haber una alusión a Is 41,8s; 42,1, donde se llama al Siervo de Yahveh “mi elegido””.

Perspectiva de cada evangelista. Los relatos de Mc, Mt y Lc tienen un amplio fondo común, pero en su redacción cada uno de ellos le ha dado una dimensión peculiar en relación con su teologí­a.

Marcos, describe una teofaní­a del Mesí­as oculto. “En Mc la Transfiguración es una epifaní­a del Mesí­as-Doctor a los discí­pulos estupefactos: ella debe permanecer en su memoria aunque no puedan comprender qué es la resurrección de los muertos (9,1). El misterio se impone a los discí­pulos que no se deja captar ni comprender antes del dí­a de la Pascua”” (X. LEON-DUFOUR, Transfiguración, en Estudios de Evangelio, Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 110). Ello se corresponde con la incomprensión de los discí­pulos, respecto de la persona y mensaje de Jesús, que Mc pone de relieve a lo largo de su evangelio. Probablemente Mc, en quien la pasión de Cristo tiene un relieve especial, piensa en Getsemaní­, en cuyo relato constata también el “no sabí­an qué decir”” (14,40).

Al colocar en su primera mención de Moisés y Elí­as a éste primero que a aquél (v.4), lo que parece intencionado (cf. después donde menciona primero a Moisés, v.5), parece indicar que Mc piensa en el Reino que se esperaba viniese a inaugurar Elí­as. Tendrí­amos en la perspectiva de Mc una escena de entronización que mira a la Resurrección. El Reino se realiza mediante la entronización del Hijo del hombre en ese acontecimiento glorioso (cf. 14,62).

Mateo. En este evangelista, que subraya los rasgos apocalí­pticos, Jesús transfigurado aparece como el nuevo Moisés, que viene a dar cumplimiento a la Ley y los Profetas del AT, y “se encuentra con Dios en un nuevo Sinaí­ en medio de la nube (v. 5; cf. Ex 24,15-28), con el rostro luminoso (v.2; cf. Ex 34,29-35; ver 2Cor 3,7-4,6), asistido de dos personajes del AT que recibieron revelaciones en el Sinaí­ (cf. Ex 19,33s; I Re 19,9-13) y personifican a la Ley y los Profetas a los que Jesús viene a dar cumplimiento (5,17). La voz celeste ordena que se le escuche como nuevo Moisés (cf. He 20-26), y los discí­pulos se postran en reverencia al Maestro (cf. Mt 28,17). Al terminar queda sólo “él”” porque él sólo basta como Doctor de la Ley perfecta y definitiva”” (R BENOIT, nota bibJer. a Mt 17,1-8). Por ello coloca siempre a Moisés en primer lugar.

Mt ya habí­a presentado a Jesús como nuevo Moisés en el c.2 y también en el relato de las tentaciones, en que rehusó caer a los pies de Satanás para obtener de él el poder que le prometí­a. “A tal actitud de fidelidad inicial hací­a Dios responderá hoy la voz celeste en el monte de la Transfiguración; proclamando en este hombre al Hijo de Dios preexistente, acredita la nueva enseñanza sobre el destino que Dios ha escogido para su Servidor: no el camino del poder terreno, sino la ví­a de la gloria celestial por la humillación”” (X. LEON-DUFOUR, O.C., 112).

Lucas. Mientras que Mc describe la epifaní­a del Mesí­as oculto, y Mt pone de relieve la manifestación de Jesús como nuevo Moisés, Lucas presenta a Jesús en oración, durante la cual tiene lugar la Transfiguración. Moisés y Elí­as conversan con él sobre su muerte que tendrá lugar en Jerusalén, lugar de los grandes acontecimientos salví­ficos. Hace una alusión concreta a la “gloria” que le seguirá. Y el Padre lo proclama, además, como el Mesí­as elegido para llevar a cabo la redención. “El designio de Dios se toma aquí­ no en su desarrollo objetivo -muerte, resurrección, ascensión- sino en el acto fugitivo que transfigura la persona de Jesús; el imperativo “hay que pasar por la cruz para entrar en la gloria” se traduce en el rostro de este hombre que sigue siendo de aquí­ abajo y, sin embargo, vive ya en la gloria. En Jesús transfigurado se juntan misteriosamente la humillación de la condición mortal y la gloria de la existencia divina” (X. LEON-DUFOUR, o.c., 113).

Juan no refiere el episodio de la Transfiguración, pero en él toda la vida de Cristo está invadida por la “gloria”, uno de los conceptos fundamentales del cuarto evangelio. La gloria de Cristo aparece en los milagros (cf. 2,11; 11,40; 17,4), incluso en la pasión (cf. 7,39; 12,16.23.27s; 13,31). Juan tiene una visión unitaria de la Pasión y Resurrección: expresa el suplicio de la cruz con los verbos “levantar”, “glorificar” (3,14; 8,28; 12,32 etc.). En el Prólogo, introducción y resumen del evangelio, dice: “Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito” (1,14). La respuesta a la súplica de Jesús: (“Padre, glorifica tu Nombre”), la voz celestial responde: “Le he glorificado y de nuevo le glorificaré” (12,27) puede considerarse como la “transposición joánica” de la transfiguración (Cf. X. LEóN-DUFOUR, o.c., 113-117).

2Pe 1,16-18, en un testimonio anterior sin duda a la redacción final de la carta, menciona el episodio de la Transfiguración. Se presenta Pedro como testigo de la misma, al que asocia la de sus compañeros, como indica el cambio del singular al plural en los w.16 y 18. La enseñanza cristiana sobre la Parusí­a no se basa en fábulas inventadas como propalaban los falsos doctores, sino en la Transfiguración de Cristo cuyo resplandor ellos contemplaron, prueba del poder del Padre y anticipo y garantí­a de la Parusí­a que ellos poní­an en duda.

El mandato de guardar silencio. Mc y Mt dicen que Cristo mandó a los testigos de la Transfiguración que no dijesen nada a nadie sobre ella “hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos” (Mc 9,9; Mt 17,9). Lucas constata que ellos callaron y, por aquellos dí­as, “no dijeron a nadie nada de lo que habí­an visto” (9,36). La razón por la que deben guardar tal silencio es que hasta que no tuviera lugar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los discí­pulos no estaban en condiciones de comprender el verdadero carácter del mesianismo y de la obra de Jesús. Los relatos siguientes dejarán entrever lo mucho que todaví­a tení­an que aprender sobre el particular. En este momento ignoran todaví­a lo que querí­a decir la resurrección de entre los muertos (Mc 9,10). El episodio de la Transfiguración sólo pretendí­a confirmar la confesión de Pedro y “arrancar” de los discí­pulos el escándalo de la cruz.

3. La transfiguración, ¿hecho real?
1) Se han multiplicado las explicaciones del relato de la Transfiguración, poniendo en duda o negando más bien el sentido histórico del relato. Podrí­amos mencionar, entre otras, las siguientes: Interpretación naturalista (salida del sol y nubarrones de otoño), mí­tica, sociológica (conclusión de un proceso en que Jesús habrí­a captado su mesianidad) o expresión didáctica de una experiencia interna de Jesús, una visión subjetiva de los discí­pulos o una ilusión óptica, vivencia visionaria de Pedro, leyenda simbólica, transposición cristológica de una fiesta de entronización, sublimación mesiánica de la fiesta de las Tiendas, etc. Aparte de los datos fantásticos de algunas de ellas, la propuesta sucesiva de tantas interpretaciones manifiesta que ninguna de ellas ha dado una explicación satisfactoria del relato de la Transfiguración.

2) Una explicación, hoy bastante extendida, es la de R. Bultmann: la Transfiguración de Jesús es una anticipación de una aparición de Cristo resucitado a la vida terrestre de Jesús. Se mencionan, entre otros, los siguientes datos en su favor: el monte “alto” evoca el monte de 2.816 ms.; la nota cronológica “seis dí­as” evoca el dí­a séptimo en que tiene lugar la resurrección; el cambio del singular al plural del v.6 sugiere que sólo Pedro participó en el suceso; no se dice que Jesús volviera a adquirir la forma humana, el Apocalipsis de Pedro coloca esta perí­copa después de la Resurrección. J. Gnilka, después de mencionar estos datos y algunos más, concluye que la perí­copa de la Transfiguración no concuerda con los relatos de aparición. En efecto, no aparece el “ophthe” (se apareció); ¿qué papel representan Moisés y Elí­as en los relatos pascuales?; el imperativo “oí­dle” encaja en el Jesús terreno, no en el Resucitado. Por lo demás, la escena de la Transfiguración está impregnada del mesianismo doloroso. “Esta hipótesis obligarí­a a eliminar numerosos elementos, cuya ausencia quitarí­a al relato su propio carácter. En las apariciones pascuales los relatos subrayan no la transformación, sino la identidad del Resucitado con Jesús de Nazaret; la gloria sigue oculta a los ojos de los discí­pulos, la nube no aparece; Moisés y Elí­as no intervienen; una frase como la de Pedro no tendrí­a sentido: ¿quién se hubiera atrevido a inventarla?” (X. LEON-DUFOUR, o.c., 104).

3) Dato real. En favor de un fondo histórico, que cada evangelista ha presentado con los matices ya indicados, estarí­a negativamente el mero hecho de que ninguna de las explicaciones que lo niegan ha sido comúnmente aceptada. Positivamente estarí­a a su favor la lógica del contexto precedente, la correspondencia de la mayorí­a de los detalles con datos seguros de la vida de Jesús: la elección de los apóstoles, el grupo privilegiado que ya acompañó a Cristo en la resurrección de la hija de Jairo, la confesión de Pedro, la incomprensión por parte de los discí­pulos del anuncio de la pasión y resurrección. A todo ello sigue como algo completamente lógico, y dirí­amos casi necesario, la Transfiguración en que Cristo confirma la confesión de Pedro, suaviza al menos el escándalo de la cruz y anuncia que ésta no es el final del camino ni en Cristo ni en los discí­pulos. El mismo A. Harnack opina que el relato de la Transfiguración puede contener un núcleo proveniente de Jesús, aunque no clarifica su postura. “Como ya nos ha mostrado el análisis del contexto -concluye X. Léon-Dufour- se invita al lector a ver en estos acontecimientos misteriosos, el sello puesto por Dios al anuncio que Jesús en un momento crucial de su vida pública acaba de hacer sobre el destino del Hijo del hombre” (o.c., 104). Y J. Gnilka, rechaza la opinión de R. Bultmann, escribe: “Más bien se podrí­a estar de acuerdo con aquellas tomas de postura -según las cuales la perí­copa integra la suma de experiencias con la historia de Jesús- de que su actuación fue un suceso histórico-escatológico. De esta manera, la narración se integra en la cristologí­a neotestamentaria” (o. c., 41). Por supuesto que el valor histórico no queda comprometido, ni disminuido, por el hecho de que la escena sea descrita con elementos tradicionales: vestidos blancos, nube, voz, temor.

BIBL. — X. LEON DUFOUR, La Transfiguración de Jesús, en Estudios de evangelio. Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 83-119;1. GOMí CIVIT, El evangelio según San Mateo, v. 2. Marova, Madrid 1976; J. GNILKA, El evangelio según San Marcos, v. II, Sí­gueme, Salamanca 1986; J. A. FITZMYER, El evangelio según San Lucas, v. III. Cristiandad, Madrid 1987; E. COTHENET, Transfiguración, en Dic. Enciclo. de la Biblia, Herder, Barcelona 1993, 1532s.

Gabriel Pérez

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> resurrección, Moisés, Elias). En el centro de los sinópticos (Mc 9,1-9 par) se dice que Jesús subió con tres discí­pulos a una montaña elevada y quedó allí­ transfigurado, brillante de gloria y recibiendo el testimonio de los dos grandes testigos, representantes de la Ley* y de la profecí­a que habí­an encontrado a Dios en la montaña (Moisés y Elias). Ellos son testigos de la gloria mesiánica del Cristo.

(1) Los planos de la escena. Esta escena, enraizada en el camino de Jesús, re cuerda aspectos de las apariciones pascuales del Señor. Por eso algunos han querido interpretarla como experiencia pascual que los cristianos han antedatado, para así­ indicar que el mismo Cristo de la gloria es el Jesús que padecí­a en su camino de entrega que culmina en el Calvario. Esta escena ofrece también rasgos de tipo escatológico; eran muchos los judí­os de aquel tiempo que esperaban a Elias como mensajero definitivo de Dios e introductor del fin del mundo, y también a Moisés, a quien pedí­an que viniera ya como profeta escatológico. Pues bien, al situar a Jesús entre esos grandes testigos del final, los cristianos confesaban la gloria de Jesús y esperaban su venida final como salvador para los hombres. Finalmente, los evangelios han situado esa escena en la historia de Jesús, para indicar de esa manera que el mismo profeta del Reino, que subió a Jerusalén donde le mataron, es el portador de la gloria de Dios y el garante de su esperanza: “Después de seis dí­as, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan y les llevó a un monte elevado, a solas con él. Y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestiduras se volvieron de un blanco resplandeciente, como nadie sobre el mundo podrí­a blanquearlas. Y se les aparecieron Elias con Moisés, que estaban dialogando con Jesús. Y respondiendo Pedro dijo a Jesús: Maestro, qué hermoso nos resulta estar aquí­; hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elias. No sabí­a lo que decí­a, pues estaban llenos de miedo. Y vino una nube, que les cubrió, y se escuchó una voz de la nube ¡éste es mi Hijo amado, escuchadle! Y de pronto, mirando a todas partes, ya no vieron más que a Jesús sólo con ellos” (Mc 9,2-8 par).

(2) Tema de fondo. El tema central del relato es la gloria de Jesús, conforme a una experiencia que después recoge Jn 1,14: “hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito de Dios, lleno de gracia y de verdad”. El mismo Jesús que sube hacia Jerusalén para morir en defensa de su proyecto mesiánico, es la gloria de Dios, es la señal de su presencia salvadora sobre el mundo. Pero Jesús no viene por aislado, sino que ha reasumido el camino de los grandes patriarcas y profetas de Israel. Por eso atestiguan su verdad y reconocen su gloria los dos representantes primordiales de Israel: Moisés, maestro de la Ley, y Elias, el mayor de los profetas. Elias y Moisés quedan asumidos como testigos de Jesús; por eso dialogan con él, en un diálogo que, conforme a Lc 9,31, trata del “éxodo” o camino de entrega que Jesús debe culminar en Jerusalén. Pero Jesús es más que todos los profetas. Por eso ha recibido un testimonio más excelso: la palabra de Dios Padre que le reconoce como Hijo y que pide que acojamos su testimonio: ¡éste es mi Hijo amado, escuchadle! Es como si Dios hubiera dejado su palabra en manos de Jesús, de tal manera que para escuchar a Dios tenemos que escuchar desde ahora a Jesús. Este es, sin duda, un testimonio pascual y escatológico de la gloria de Dios que se revela en Cristo, pero es un testimonio que se expresa allí­ donde los discí­pulos escuchan a Jesús y cumplen su palabra. Por otra parte, más que de Jesús, esta escena habla de sus discí­pulos, sus tres preferidos, los tres í­ntimos que suben a la montaña de la revelación y escuchan aquello que los otros no escuchaban todaví­a sobre el mundo. Ven la gloria de Dios en Jesucristo, ven la meta israelita (de Moisés y los profetas), logran descubrir la palabra de Dios que revela a su propio Hijo. Pues bien, a pesar de eso, ellos no acaban de entender. La causa es clara: por un lado tienen miedo, están como dormidos sobre el mundo; por otra parte buscan la tranquilidad, quieren quedarse allí­, olvidados de los temas y dolores de la tierra (= hacer tres tiendas). Así­ interpretan la revelación como un descanso; quieren quedar allí­, dormirse y reposar con Cristo y con los santos. Por eso, el texto sigue hablando del descenso hacia el llano donde están los restantes discí­pulos, para asumir así­ el camino de la cruz, para curar el niño endemoniado (cf. Mc 9,9-29).

Cf. P. EVDOKIMOV, El arte del icono. Teologí­a de la belleza, Claretianas, Madrid 1991; E. NARDONI, La transfiguración de Jesús y el diálogo sobre Elias según el evangelio de san Marcos, UCA, Buenos Aires 1976; J. M. NütZEL, Die Verklarnngs-erzahlnng im Marknsevangelium, FB 6, Wurzburgo 1973.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Acontecimiento milagroso que presenciaron Pedro, Santiago y Juan, en el que el rostro de Jesús †œresplandeció como el sol, y sus prendas de vestir exteriores se hicieron esplendorosas como la luz†. (Mt 17:1-9; Mr 9:2-10; Lu 9:28-36.) Marcos dice que en esta ocasión las prendas de vestir exteriores de Jesús se hicieron †œmucho más blancas de lo que pudiera blanquearlas cualquier limpiador de ropa en la tierra†, y Lucas especifica que †œla apariencia de su rostro se hizo diferente†. La transfiguración ocurrió en una montaña algún tiempo después de la Pascua de 32 E.C., pero bastante antes del último viaje de Jesús a Jerusalén. Probablemente aconteció de noche, pues los apóstoles †œestaban cargados de sueño†. (Lu 9:32.) Además, durante la noche serí­a más ví­vida, y ellos pasaron la noche en la montaña, pues no descendieron hasta el dí­a siguiente. (Lu 9:37.) Sin embargo, la Biblia no dice cuánto duró la transfiguración.
Antes de ascender a la montaña, Cristo habí­a preguntado a todos sus discí­pulos: †œ¿Quién dicen los hombres que soy?†, a lo que Pedro habí­a contestado: †œTú eres el Cristo†. Luego les dijo que morirí­a y serí­a resucitado (Mr 8:27-31), aunque también les prometió que algunos de sus discí­pulos †˜de ningún modo gustarí­an la muerte†™ hasta que primero viesen †˜al Hijo del hombre venir en su reino†™, o †œel reino de Dios ya venido en poder†. (Mt 16:28; Mr 9:1.) Esta promesa se cumplió †œseis dí­as después† (u †œocho† según Lucas, quien al parecer incluye el dí­a de la promesa y el del cumplimiento), cuando Pedro, Santiago y Juan acompañaron a Jesús a una †œmontaña encumbrada† (Mt 17:1; Mr 9:2; Lu 9:28), donde, mientras estaba orando, se transfiguró delante de ellos.

Lugar de la transfiguración. Justo antes de la transfiguración, Jesús y sus discí­pulos se encontraban en la región de Cesarea de Filipo, el pueblo de Banias del dí­a actual. (Mr 8:27.) No es probable que Cristo y los apóstoles se marchasen de esas inmediaciones o de la región cuando fueron a la †œmontaña encumbrada†. (Mr 9:2.) Desde el siglo IV E.C. se ha considerado el monte Tabor como el lugar tradicional de la transfiguración, pero como está a unos 70 Km. al SSO. de Cesarea de Filipo, parece una ubicación improbable. (Véase TABOR núm. 1.)
Por otra lado, el monte Hermón está a solo unos 25 Km. al NE. de Cesarea de Filipo. Su altitud es de 2.814 m. sobre el nivel del mar, así­ que podí­a considerarse una †œmontaña encumbrada†. (Mt 17:1.) Por ello, es posible que la transfiguración tuviera lugar en algún espolón del monte Hermón. Así­ opinan muchos doctos modernos, aunque el silencio bí­blico al respecto no permite llegar a conclusiones definitivas.

¿Que significado tiene la transfiguración?
Durante la transfiguración de Jesús, Moisés y Elí­as también aparecieron †œcon gloria†. (Lu 9:30, 31; Mt 17:3; Mr 9:4.) Se habí­a profetizado que Jehová levantarí­a un profeta como Moisés, y esa promesa se cumplió en Cristo. (Dt 18:15-19; Hch 3:19-23.) Entre Moisés y Jesús hubo las siguientes similitudes: una matanza de niños al tiempo de su nacimiento, aunque a ellos se les libró (Ex 1:20–2:10; Mt 2:7-23); ambos ayunaron cuarenta dí­as (Ex 24:18; 34:28; Dt 9:18, 25; Mt 4:1, 2); Dios los levantó a los dos para el bien de la adoración verdadera y para efectuar una liberación (Ex 3:1-10; Hch 7:30-37; 3:19-23); Dios dio a ambos el privilegio de ser mediadores de un pacto con Su pueblo (Ex 24:3-8; Heb 8:3-6; 9:15), y tanto a uno como al otro Jehová los utilizó para engrandecer Su nombre (Ex 9:13-16; Jn 12:28-30; 17:5, 6, 25, 26).
También se profetizó que Jehová enviarí­a a Elí­as el profeta, entre cuyas obras estuvo la de volver a personas de Israel al arrepentimiento verdadero. Juan el Bautista realizó esa clase de obra y fue el precursor del Mesí­as, en cumplimiento de Malaquí­as 4:5, 6. (Mt 11:11-15; Lu 1:11-17.) Pero puesto que la transfiguración aconteció después de la muerte de Juan el Bautista, el que Elí­as apareciese en ella indicarí­a que con el establecimiento del reino de Dios en las manos de Cristo se restaurarí­a la adoración verdadera y se vindicarí­a el nombre de Jehová.
Durante la transfiguración, Jesús, Moisés y Elí­as hablaron acerca de †œla partida [una forma de la palabra griega é·xo·dos] de él [Cristo] que él estaba destinado a cumplir en Jerusalén†. (Lu 9:31.) Este é·xo·dos, éxodo o †œpartida†, implicaba tanto la muerte de Cristo como su posterior resurrección a vida espiritual.
Algunos crí­ticos han tratado de catalogar la transfiguración de simple sueño. Sin embargo, no serí­a lógico que Pedro, Santiago y Juan hubiesen tenido exactamente el mismo sueño. Jesús mismo usó el término †œvisión† (Mt 17:9), no sueño. Cristo estaba en realidad allí­, aunque Moisés y Elí­as, muertos mucho tiempo antes, no estaban presentes literalmente. Fueron representados en visión. La palabra griega utilizada para †œvisión† en Mateo 17:9 es hó·ra·ma, que también se traduce †œvista†. (Hch 7:31.) No implica irrealidad, como si los observadores fueran objeto de una ilusión. Tampoco fueron insensibles a lo que ocurrí­a, pues estaban completamente despiertos cuando presenciaron la transfiguración. Realmente veí­an y oí­an con sus ojos y oí­dos literales lo que sucedí­a en ese momento. (Lu 9:32.)
Cuando se separaba a Moisés y a Elí­as de Jesús, Pedro, que †œno se daba cuenta de lo que decí­a†, sugirió que se erigiesen tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elí­as. (Lu 9:33.) Pero mientras el apóstol hablaba, se formó una nube (Lu 9:34), tal vez para simbolizar la presencia de Jehová en la montaña de la transfiguración (como en el caso de la tienda de reunión en el desierto). (Ex 40:34-38.) De la nube se oyó la voz de Jehová: †œEste es mi Hijo, el que ha sido escogido. Escúchenle†. (Lu 9:35.) Años más tarde, Pedro identificó la voz celestial de la transfiguración como la de †œDios el Padre†. (2Pe 1:17, 18.) En la transfiguración, Moisés y Elí­as debieron representar, respectivamente, la Ley y los Profetas, todo lo cual señalaba a Cristo y se cumplí­a en él. Si bien en el pasado Dios habí­a hablado por medio de los profetas, en esa ocasión indicó que lo harí­a por medio de su Hijo. (Gál 3:24; Heb 1:1-3.)
El apóstol Pedro entendió que la transfiguración era una confirmación maravillosa de la palabra profética, y al haber sido testigo ocular de la magnificencia de Cristo, pudo familiarizar a sus lectores con †œel poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo†. (2Pe 1:16, 19.) El apóstol habí­a experimentado el cumplimiento de la promesa de Cristo de que algunos de sus seguidores †˜de ningún modo gustarí­an la muerte hasta que primero viesen el reino de Dios ya venido en poder†™. (Mr 9:1.) Puede que el apóstol Juan también haya aludido a la transfiguración en Juan 1:14.
Jesús dijo a sus tres apóstoles: †œNo digan a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre sea levantado de entre los muertos†. (Mt 17:9.) Ellos no dijeron a nadie lo que habí­an visto, al parecer ni siquiera a los otros apóstoles. (Lu 9:36.) Mientras descendí­an de la montaña, los tres apóstoles hablaban entre sí­ acerca de lo que querí­a decir †œesto de levantarse de entre los muertos† que Jesús les habí­a comentado. (Mr 9:10.) Una enseñanza religiosa judí­a común era que Elí­as debí­a aparecer antes de la resurrección de los muertos, lo que inaugurarí­a el reinado del Mesí­as. Por lo tanto, los apóstoles preguntaron: †œ¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elí­as tiene que venir primero?†. Jesús les aseguró que Elí­as habí­a venido y ellos comprendieron que hablaba de Juan el Bautista. (Mt 17:10-13.)
Parece ser que la transfiguración tuvo el propósito de fortalecer a Cristo para sus sufrimientos y muerte, y al mismo tiempo también alentó y fortaleció la fe de sus seguidores. Mostró que Jesús tení­a la aprobación de Dios y fue una vista por anticipado de su gloria y poder del Reino futuros. Presagiaba la presencia de Cristo, cuando su autoridad real serí­a completa.

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. Situación. En los evangelios está situada la transfiguración de Cristo en un momento decisivo, el momento en que Jesús, reconocido por sus discí­pulos como *Mesí­as, les revela cómo va a realizarse su obra : su glorificación será una resurrección, lo cual implica el paso por el sufrimiento y por la muerte (Mt 17,1-9 p; cf. 16,13-28 p). Este contexto da a la escena su significado en la vida de Cristo y su fecundidad en la vida del cristiano. Jesús aparece aquí­ realizando las Escrituras (cf. Lc 24,44ss) y sus oráculos sobre el Mesí­as, el siervo de Dios y el Hijo del hombre.

2. El misterio. Jesús escoge como testigos del acontecimiento a los que serán testigos de su agoní­a : Pedro (cf. 2Pe 1,16ss), Santiago y Juan (Mc 14,33 p; cf. 5,37). La escena evoca las teofaní­as de que *Moisés y *Elí­as fueron testigos en la *montaña de Dios (Sinaí­-Horeb, cf. Ex 19,9; 24,15-18; lRe 19,8-18). Dios no manifiesta solamente su presencia hablando en medio de la *nube y del *fuego (Dt 5,2-5); sino que Jesús, en presencia de Moisés y de Elí­as, aparece a sus discí­pulos transfigurado por la *gloria de Dios.

Esta gloria les infunde terror, *temor religioso delante de lo divino (cf. Lc 1,29s); pero provoca tambiénuna reflexión sugestiva de Pedro, que expresa su gozo delante de la gloria de aquel cuya mesianidad habí­a confesado; Dios va a habitar con los suyos, corno lo anunciaron los profetas de los tiempos mesiánicos. Sin embargo, la gloria no es la del último *dí­a; no se reduce a iluminar los *vestidos y el *rostro de Jesús, como en otro tiempo poní­a radiante el rostro de Moisés (Ex 34,29s.35). Es la gloria misma de Cristo (Lc 9, 32) que es el *Hijo muy amado, como lo proclama la voz que sale de la nube. Al mismo tiempo esta voz ratifica la revelación que ha hecho Jesús a sus discí­pulos y que es el objeto de su conversación con Moisés y con Elí­as: ese “éxodo” cuyo punto de partida va a ser Jerusalén (Lc 9,31), ese paso por la *muerte necesario para la entrada en la gloria (cf. Lc 24,25ss); en efecto, la voz divina prescribe *escuchar al que es el Hijo, el elegido de Dios (Lc 9,35).

La palabra que resuena en el nuevo Sinaí­ revela que una *ley nueva va a ocupar el lugar de la ley dada en otro tiempo ; esta palabra evoca tres oráculos del AT: uno que con-cierne al *Mesí­as y a su filiación divina (Sal 2,7), otro que se refiere al *siervo de Dios, su *elegido (Is 42, 1), el tercero en que se anuncia un nuevo *Moisés (Dt 18,15; cf. Jn 1, 17s): “Yahveh tu Dios suscitará… un *profeta como yo: a él le escucharéis.” Escucharle es, en efecto, escuchar al Verbo hecho carne, en quien el creyente ve la gloria de Dios (cf. Jn 1,14).

3. Fin y fruto del acontecimiento. La transfiguración confirma la confesión de Cesarea y consagra la revelación de Jesús, Hijo del hombre, paciente y glorioso, cuya muerte y resurrección cumplirán las Escrituras. Revela la persona de Jesús, Hijo muy amado y trascendente, que posee la gloria misma de Dios. Manifiesta a Jesús y su palabra como la ley nueva. Anticipa y prefigura el acontecimiento pascual que, por el camino de la cruz, introducirá a Cristo en la plena expansión de su gloria y de su dignidad filial. Esta experiencia anticipada de la gloria de Cristo está destinada a sostener a los discí­pulos en su participación en el misterio de la *cruz.

Los cristianos, hechos por el *bautismo partí­cipes del misterio de resurrección prefigurado por la transfiguración, son llamados ya acá en la tierra a transfigurarse cada vez más por la acción del Señor (2Cor 3,18) hasta que sean totalmente transfigurados con sus *cuerpos cuando llegue la parusí­a (Flp 3,21). En su participación terrenal en los *sufrimientos de Cristo todo encuentro auténtico con el Señor Jesús tiene en cierto modo la misma función para el apoyo de su *fe que la transfiguración para el apoyo de la fe de los discí­pulos.

-> Blanco – Gloria – Vestido.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra metamorfoō se encuentra en relación con tres usos en el NT, siendo el primero y más importante el del misterioso cambio que sufrió la apariencia de Jesús en el monte (Mt. 17:2; Mr. 9:2), luego el cambio moral creciente a la semejanza de Cristo que experimentan los creyentes en esta vida (2 Co. 3:18), una experiencia que se contrasta con el conformarse al presente siglo (Ro. 12:2).

Se puede ver claramente que el incidente de la transfiguración debe entenderse como un giro en el ministerio de Jesús. A partir de aquí él comenzó a entregar menos instrucción a las multitudes y a capacitar más a los Doce.

Desde ahora él fue dominado por la necesidad de ir a Jerusalén a morir. La historia se cuenta, naturalmente, a pesar de sus características extraordinarias. Pero no está acompañada de interpretaciones. De manera que el lector debe mirar el contexto más amplio. Este contexto hace una conexión lógica entre la transfiguración y el episodio ocurrido en Cesarea de Filipo una semana antes. El anuncio de Jesús que él debería ir a Jerusalén para morir y resucitar de los muertos impactó a los discípulos grandemente. Nada se registra de la semana que siguió. La tensión era evidente. Se requería una nueva revelación. Esta vez fue dada al círculo selecto de Pedro, Santiago y Juan; y la revelación no vino únicamente de labios de Jesús, sino que fue confirmada por dos representantes del antiguo pacto, Moisés y Elías. Además, se recibió el respaldo de Dios mismo, quien instruyó a los tres para que oyeran a su Hijo, con referencia obvia a la misma cuestión que había hecho tambalear su fe, es decir, la necesidad de la muerte del Mesías.

No se sugiere que esta experiencia sirvió a Jesús para fortalecer sus convicciones o le ayudó a confirmar su determinación de cumplir con el propósito de Dios. El énfasis recae sobre el valor de la experiencia para los discípulos. Cristo se transfiguró delante de ellos y la voz del Padre fue dirigida más bien a ellos que al Hijo.

La conexión con la revelación del AT se establece por medio de la luz envolvente y de la nube, las cuales habían estado previamente presentes en la shekinah (véase), así como la voz divina y la presencia de santos reconocidos como líderes del antiguo orden. La revelación que entonces era incompleta llega ahora a su cumplimiento (cf. Heb. 1:1–3). La conexión con el bautismo se produce por medio de la voz del Padre, el título Hijo, y por el mismo significado del bautismo, señalando hacia la cruz. La conexión con la tentación aparece en la aceptación del camino del sufrimiento en lugar de ir tras una gloria inmediata. La transfiguración tiene su consecuencia apropiada en Getsemaní, porque allí, la comisión que Cristo aceptó en el bautismo y compartió con los discípulos como un propósito fijo en Cesarea de Filipo se acepta otra vez en su aterradora realidad. El vínculo con la resurrección se evidencia con la advertencia de Jesús a los tres discípulos para que guardaran silencio acerca de lo que habían visto en el monte hasta que el Hijo del Hombre resucitara de los muertos (Mr. 9:9). El eslabón con la gloria futura del reino mesiánico se sugiere por las palabras de Jesús de que algunos de los suyos tendrían el privilegio de ver la manifestación con poder del reino (Mr. 9:1). Una explicación similar de la transfiguración encontramos en 2 P. 1:16–18.

Los intentos críticos de hacer aparecer este incidente como un ejemplo de las apariciones posteriores a la resurrección, han fracasado. En ninguna de las apariciones aparece Jesús con la luminosa brillantez descrita aquí. Se le representa uniformemente hablando a los discípulos cuando se manifiesta a ellos. Esto no es igual aquí; él solamente conversa con Moisés y Elías. Además, Cristo siempre se muestra a sí mismo como solitario después de su resurrección, pero aquí él está acompañado de hombres del pasado. La voz divina no es una figura de las apariciones de la resurrección, sino que juega un papel muy importante en el incidente que consideramos.

La lección encerrada en la transfiguración para el Salvador y los discípulos es la inseparable relación de sufrimiento y gloria. La cruz es la voluntad de Dios. Es el camino hacia el esplendor, la bendición venidera. Quizá haya otra lección más. El lugar de oración es el lugar de la transfiguración (Lc. 9:29).

A.M. Ramsey ha sintetizado bien el valor de la transfiguración para la iglesia. «Es un espejo en el cual se refleja el misterio de la unidad cristiana. Aquí percibimos que el vivo y el muerto son uno en Cristo; que el antiguo y el nuevo pactos son inseparables, que la cruz y la gloria son una, que el tiempo que vendrá ya está aquí, que nuestra naturaleza humana tiene un destino de gloria, que en Cristo es proclamada la palabra final y que solamente en él, el Padre halla complacencia. Aquí se enlazan los diversos elementos en la teología del Nuevo Testamento» (The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, Green and Co., Londres, 1949, p. 144).

Véase también el artículo Gloria.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Bonnard en CB; G.H. Boobyer, St. Mark and the Transfiguration Story; W.M. Clow, The Secret of the Lord, pp.165–254; A.S. Martin en HDCG; Harald Riesenfield, Jésus Transfiguré; W.M. Smith, The Supernaturalness of Christ, pp. 165–185.

Everett F. Harrison

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HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (615). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

La transfiguración se registra en Mt. 17.1–8; Mr. 9.2–8; Lc. 9.28–36. Su ausencia del libro de Juan se justifica generalmente explicando que toda la vida de Cristo equivalía a una manifestación de su gloria divina (Jn. 1.14; 2.11, etc.). También hay una referencia a ella en 2 P. 1.16–18.

En los evangelios sinópticos el acontecimiento ocurre alrededor de una semana después de la confesión de Pedro acerca del carácter mesiánico de Jesús. Llevó a los tres discípulos más íntimamente ligados a él—Pedro, Jacobo y Juan—a un monte (probablemente el Hermón, que alcanza una altura de 2.814 m sobre el nivel del mar). Allí se transformó (vale decir que no fue un mero cambio de apariencia) y sus vestidos brillaron con fulgor celestial. Luego aparecieron Moisés y Elías, quienes hablaron con él, por lo que Pedro sugirió que hiciesen tres tiendas para ellos. Se oyó luego una voz desde una nube que se refirió al carácter filial de Cristo y su autoridad, tras lo cual terminó la visión. El relato sugiere que todo lo transcurrido fue objetivo, aunque muchos entendidos modernos han procurado describirlo en función de una experiencia subjetiva de Jesús o de Pedro.

La transfiguración marca una etapa importante en la revelación de Jesús como el Cristo y el Hijo de Dios. Se trata de una experiencia semejante a la de su bautismo (Mt. 3.13–17; Mr. 1.9–11; Lc. 3.21s). Aquí su gloria es revelada no sólo por sus hechos, sino de un modo más personal. La gloria denota la presencia real, porque el reino está en medio de su pueblo.

Hay muchos rasgos en relación con el relato que derivan su significación del AT. Moisés y Elías representan la Ley y los Profetas en el acto de dar testimonio acerca del Mesías, Ley y Profetas que se cumplen y son remplazados por él. Los dos habían tenido visiones de la gloria de Dios sobre un monte, Moisés en el Sinaí (Ex. 24.15), y Elías en Horeb (1 R. 19.8). Ninguno de los dos dejó una tumba conocida (Dt. 34.6; 2 R. 2.11). La ley de Moisés y la venida de Elías se mencionan juntas en los últimos vv. del AT (Mal. 4.4–6). Los dos hombres ante la tumba vacía (Lc. 24.4; Jn. 20.12) y en el momento de la ascensión (Hch. 1.10), y los “dos testigos” (Ap. 11.3) se identifican a veces con Moisés y Elías. La voz celestial que dijo, “este es mi Hijo amado; a él oíd” (Mr. 9.7), individualiza a Jesús no sólo como el Mesías sino también como el Profeta de Dt. 18.15ss.

La nube simboliza la protección de la presencia divina (Ex. 24.15–18; Sal. 97.2). Hay una nube que recibe a Cristo y lo arrebata de la vista de sus discípulos en el momento de la ascensión (Hch. 1.9). El regreso de Cristo será con nubes (Ap. 1.7).

En Lucas se nos dice que el tema de su conversación era el exodos que Cristo había de cumplir en Jerusalén. Esto parece significar no simplemente su muerte sino los grandes hechos de su muerte y resurrección como medios de redención de su pueblo, tipificado todo por el éxodo de Egipto en el AT.

La transfiguración es, por lo tanto, un punto central de la revelación del reino de Dios, por cuanto se remonta al AT y muestra la forma en que Cristo lo cumple, y luego vuelve la mirada hacia los grandes acontecimientos de la cruz, la resurrección, la ascensión, y la parusía. Pedro estaba equivocado cuando trató de hacer que el experimento adquiriese permanencia. Todo lo que hacía falta era la presencia de Jesús solo, y que prestaran atención a su voz.

Bibliografía. S. Aalen, “Gloria”, °DTNT, t(t). II, pp. 227–234; C. Schutz, “Los misterios de la vida pública de Jesús”, Mysterium salutis, 1980, t(t). III, pp. 635–639; O. García de la Fuente, “Transfiguración”, °EBDM, t(t). VI, cols. 1082–1088; E. Dabrowsky, La transfiguración de Jesús, 1939.

G. H. Boobyer, St Mark and the Transfiguration Story, 1942; A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, 1949.

R.E.N.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico