Domingo VIII del Tiempo ordinario

 

Ciclo A
Textos: Isaías 49, 14-15; 1 Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: el seguidor de Cristo tiene que vivir confiado en las manos de la Providencia de Dios. No nos soltemos de su mano.

Resumen del mensaje: Si Dios es nuestro Padre cariñoso, entonces no debemos estar preocupados por las cosas temporales, sino ocupados en el hoy, tratando de cumplir con amor la voluntad de Dios Padre y poniendo nuestras preocupaciones en el corazón tierno de ese Padre Dios Providente, como hacen los pájaros del cielo y las flores del campo. Somos peregrinos con destino a la eternidad. De su mano llegaremos seguros.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos a Cristo totalmente en las manos de su Padre celestial. ¿Le faltó alguna vez el cariño del Padre? Le hizo nacer en un pesebre. Le llevó a Egipto cuando Herodes le amenazaba. Volvió a su tierra de Nazaret y vivía tranquilo del trabajo de su padre José, y por eso fue llamado “hijo del carpintero”. Cuando salió a su apostolado, nunca la faltó una piedra para reclinar su cabeza, ni un pedazo de pan para llevarse a la boca, gracias a amigos que tenía en diversos poblados. Su Padre Providente le concedió unos colaboradores –los primeros apóstoles- para que le ayudasen en su misión de predicar, curar y servir a la humanidad. Tampoco le ahorró sufrimientos, porque en el plan de Dios son necesarios para manifestar el amor auténtico que tenía por cada hombre y mujer.

En segundo lugar, veamos a tantos hombres y mujeres soltados de la mano de Dios Providente y preocupados por los bienes temporales hasta el punto de ser esclavos de los mismos. Preocupados por el dinero. Preocupados por el trabajo. Preocupados por la salud. Preocupados por la fama. Preocupados por el futuro de sus hijos. Preocupados por la supervivencia y los seguros de vida. Preocupados por las vacaciones. Preocupados por los “hobbies” deportivos y culturales. ¿Y Dios y su Reino, y la familia y su salvación, y la comunidad y el apostolado, y los valores morales? “Si Dios cuida tanto de las flores de la tierra que, apenas nacen y son vistas, ya mueren, ¿despreciará a los hombres que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente?” (San Juan Crisóstomo).

Finalmente, ¿sigue siendo válida esta llamada a la confianza en Dios Providente en nuestro mundo de hoy? Dios no ha enmendado ni corregido la plana: o Dios o el dinero; o Dios o la fama; o Dios o los placeres; o Dios o el vestido; o Dios o la comida. Naturalmente que hay que comer y vestirse, y buscar cómo dar de comer y de vestir a los nuestros, pero sin agobio. No es una invitación a la ociosidad, a la irresponsabilidad, sino a evitar la angustia, el excesivo afán de tener y poseer. A cada día le bastan sus propios disgustos, y no vale la pena adelantar las angustias que pensamos que nos sucederán mañana. Cristo nos invita a buscar lo esencial en esta vida y a poner cada cosa en su lugar, venciendo la tentación consumística. No levantemos altares al dinero, al placer, a la comida. Que el corazón y las manos queden libre, para servir a Dios y a su Reino. Dios es el absoluto. El resto es relativo. Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios (San Agustín).

Para reflexionar: ¿Qué me agobia? ¿Qué me produce estrés? Son paganos los que buscan esas cosas materiales con obsesión. Nosotros somos peregrinos. Atesoremos para el cielo, pues confiamos en Dios Providente.

Para rezar: Oración a la Divina Providencia

Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano: míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado. Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus bendiciones y favores. Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado. Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde recíbenos en la eternidad. Amén.

Fuente: es.zenit.org

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