Jn 16, 20-23a – Despedida: Vuestra tristeza se convertirá en alegría

20 En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. 21 La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. 22 También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. 23 Ese día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Bernardo

Sobre el Cantar de los Cantares: Hoy… entrarás en el gozo

«Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20.22)
Hom. 37

«Al ir iban llorando, llevando la semilla» ¿Van a llorar siempre? Ciertamente no: «Al volver vuelven cantando, trayendo sus gavillas» (Sal 125,8). Y tendrán razón de alegrarse porque traerán gavillas de gloria. Pero, me diréis, eso no llegará hasta el último día, cuando la resurrección, y la espera es muy larga. No perdáis el ánimo, no cedáis a estos infantilismos.

Esperando, recibiréis «las primicias del Espíritu» (2Co 1,22), suficientes para sembrar desde hoy en el gozo. Sembrad en justicia, dice el Señor, y cosecharéis la esperanza de la vida. Ya no os envía al último día, en el que todo os será dado realmente y ya no sólo en esperanza. Os habla del presente. Ciertamente, nuestro gozo será grande, nuestra alegría infinita, cuando empezará la verdadera vida. Pero la esperanza de un gozo tan grande no se puede dar sin gozo ya desde ahora.

Francisco de Sales

Del Amor de Dios: Dos tristezas muy diferentes

«También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16,20)
XI, 15

La tristeza, ¿cómo puede ser útil a la santa caridad, cuando, entre los frutos del Espíritu Santo, la alegría ocupa su lugar junto a ésta? Sin embargo, dice así el gran Apóstol: La tristeza que es según Dios, produce una penitencia constante para la salud, cuando la tristeza del siglo causa la muerte. Hay, pues, una tristeza según Dios, la ejercitada por los pecadores, en la penitencia, o por los buenos en la compasión por las miserias temporales del prójimo, o por los perfectos, en el sentimiento, en la lamentación y en la pena por las calamidades espirituales de las almas; porque David, San Pedro y la Magdalena lloraron sus pecados; Agar lloró al ver que su hijo moría de sed; Jeremías, sobre las ruinas de Jerusalén; nuestro Señor, por los judíos, y su gran Apóstol dijo, gimiendo, estas palabras: Muchos andan por ahí, como os decía repetidas veces, v aun ahora os lo digo con lágrimas, que se portan como enemigos de la cruz de Cristo.

La tristeza de la verdadera penitencia, no tanto se ha de llamar tristeza, como displicencia o sentimiento y aborrecimiento del mal; tristeza que jamás es molesta y enojosa; tristeza que no entorpece el espíritu, sino que lo hace activo, pronto y diligente; tristeza que no abate el corazón, sino que lo levanta por la oración y la esperanza y excita en él los afectos de fervor y devoción; tristeza que, en lo más recio de las amarguras, produce siempre la dulzura de un incomparable consuelo, según la regla que da San Agustín: Entristézcase siempre el penitente, pero alégrese siempre en su tristeza.

La tristeza —dice Casiano— producida por la sólida penitencia y el agradable arrepentimiento, de la cual jamás nadie se dolió, es obediente, afable, humilde, apacible, suave, paciente, como nacida y derivada de la caridad. De suerte que, extendiéndose a todo dolor del cuerpo y a toda contribución del espíritu, es, en cierta manera, alegre, animosa y está fortalecida por la esperanza de su propio provecho, conserva toda la dulzura de la amabilidad y de la longanimidad y posee, en sí misma, los frutos del Espíritu Santo. Vemos también muchas veces, cierta penitencia excesivamente solícita, turbada, impaciente, llorosa, amarga, quejumbrosa, inquieta, demasiado áspera y melancólica, la cual es infructuosa y sin fruto de verdadera enmienda, porque no se funda en verdaderos motivos de virtud, sino en el amor propio y en el natural de cada uno.

La tristeza del siglo causa la muerte dice el Apóstol.

Luego, Teótimo, es menester que la evitemos y la rechacemos en la medida de nuestras fuerzas. Si es natural, debemos desecharla contrarrestando sus movimientos, desviándola, mediante ejercicios apropiados al efecto, y empleando los remedios y el régimen de vida que los médicos estimen a propósito. Si nace de las tentaciones, hay que abrir el corazón al padre espiritual, el cual prescribirá los medios adecuados para vencerla, según dijimos en la cuarta parte de la Introducción a la vida devota.

Si es accidental, recurriremos a lo que hemos indicado en el libro octavo, para ver cuán dulces son para los hijos de Dios las tribulaciones, y cómo la magnitud de nuestra esperanza en la vida eterna ha de hacer que nos parezcan insignificantes todos los acontecimientos pasajeros de la vida temporal.

Por lo demás, contra cualquiera melancolía que pueda dejarse sentir en nosotros, hemos de emplear la autoridad de la voluntad superior, para hacer cuanto podamos en obsequio del divino amor. A la verdad, hay actos que de tal manera dependen de la disposición y complexión corporal, que no está en nuestra mano hacerlos, a nuestro arbitrio.

Porque un melancólico no puede mostrar en sus ojos, en sus palabras y en su rostro, la misma gracia y suavidad que tendría si estuviese libre de su malhumor; pero puede, aunque sea sin gracia, decir palabras graciosas, amables y corteses, y, a pesar de la inclinación que entonces siente, hacer, por pura razón, lo que es conveniente en palabras y en obras de caridad, de dulzura y de condescendencia. Tiene excusa el que no siempre está alegre, pues nadie es dueño de la alegría para tenerla cuando quiera; pero nadie tiene excusa de no ser siempre bondadoso, flexible y condescendiente, porque esto depende siempre de nuestra voluntad, y sólo es menester resolverse a vencer el humor y la inclinación contraria.

Agustín de Hipona

Sermón: Estad siempre alegres en el Señor

«Nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16,22)
171,1-3. 5: PL 38, 933-935 (Liturgia de las Horas del 26 de Mayo)

PL

El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.

Que el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo en el mundo. El gozo en el Señor siempre debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando estamos en este mundo.

Pero alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me alegro allí donde estoy.» ¿Pero es que por estar en el mundo no estás en el Señor? Escucha al apóstol Pablo cuando habla a los atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de Dios, Señor y creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. El que está en todas partes, ¿en dónde no está? ¿Acaso no nos exhortaba precisamente a esto? El Señor está cerca; nada os preocupe.

Gran cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha hecho próximo a nosotros?

Aquel hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita y que fue recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso, representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.

No nos trata como merecen nuestros pecados, pues somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos.

Por tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo: es decir, alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alegraos de tal forma que, sea cual sea la situación en la que os encontréis, tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.

Sobre el Evangelio de san Juan: Rogar e interrogar

«Aquel día no me rogaréis nada» (Jn 16,23)
nn. 3-6

La alegría que nadie podrá quitaros

3. Después añade y dice: La mujer, cuando pare, tiene tristeza porque vino su hora; en cambio, cuando haya parido al niño ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que al mundo le ha nacido un hombre; por tanto, también vosotros ahora tenéis ciertamente tristeza; ahora bien, de nuevo os veré y gozará vuestro corazón y vuestro gozo nadie os lo quita(Jn 16,21-22). Esta semejanza no parece ser difícil de entender, porque su comparación es evidente, pues él mismo expone por qué la ha dicho. En efecto, estar de parto se compara con la tristeza; el parto, en cambio, con el gozo, que suele ser mayor precisamente cuando nace no una niña, sino un niño. En cuanto a lo que asevera: «Vuestro gozo nadie os lo quitará» porque su gozo es Jesús en persona, está aludido lo que el Apóstol asevera: Cristo, tras resucitar de entre los muertos, ya no muere y la muerte no lo dominará más(Rm 6,9).

¿Rogar o interrogar?

4. En esa sección del evangelio que hoy examinamos, todo ha corrido hasta aquí con interpretación fácil, digamos; atención más viva es necesaria respecto a esto que sigue. En efecto, ¿qué significa lo que asevera: Y aquel día no me rogaréis nada?(Jn 16,23). Este verbo que es «rogar» significa no sólo pedir, sino también interrogar, y el evangelio griego, del que esto se ha traducido, tiene tal verbo, el cual puede entenderse como una y otra cosa, de forma que ni a partir de aquél se deshace la ambigüedad; sin embargo, aunque se deshiciera, no por eso dejaría de quedar alguna cuestión. Efectivamente, leemos que al Señor Cristo, después que resucitó, se le interrogó y se le rogó. De hecho, al ir a ascender él al cielo, los discípulos le interrogaron cuándo se presentaría y cuándo tendría Israel el reino(Cf Hch 1,6); por otra parte, cuando ya estaba en el cielo, san Esteban le rogó que recibiese su espíritu(Cf Hch 7,59). Y ¿quién osará pensar o decir que no ha de rogarse a Cristo sentado en el cielo, mas que se le hubo rogado mientras permanecía en la tierra; que no ha de rogarse al Cristo inmortal y que debía rogarse al Cristo mortal. Más bien, carísimos, roguémosle que, luciendo en nuestros corazones para ver lo que dice, él en persona deshaga el nudo de esta cuestión.

Ahora, con oración y lágrimas; después, con alegría y alabanzas

5. En realidad supongo que lo que asevera: «Ahora bien, de nuevo os veré y gozará vuestro corazón y vuestro gozo nadie os lo quitará», hay que relacionarlo no con ese tiempo en que resucitó y les mostró su carne(Cf Lc 24,39) para que la percibieran y tocasen, sino más bien con ese respecto al que ya había dicho: Quien me quiere, será querido por mi Padre y yo le querré y a mí mismo me mostraré a él(Jn 14,21). En efecto, ya había resucitado, ya se les había mostrado en carne, ya estaba sentado a la diestra del Padre, cuando el mismo apóstol Juan en persona, de quien es este evangelio, decía en una carta suya: Queridísimos, ahora somos hijos de Dios, mas aún no se manifestó qué seremos; sabemos que, cuando se haya manifestado, seremos similares a él porque le veremos como es(1Jn 3,2). Esa visión es no de esta vida, sino de la futura; es no temporal, sino eterna: Ahora bien, según dice la Vida en persona, la vida eterna es ésta, afirma, que te conozcan a ti, el único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo(Jn 17,3). De esta visión y conocimiento dice el Apóstol: Ahora vemos enigmáticamente mediante espejo; entonces, en cambio, cara a cara; ahora conozco en parte; entonces, en cambio, conoceré como soy también conocido(1Co 13,12). Respecto a este fruto de su fatiga entera, deseándolo, la Iglesia está de parto ahora; entonces va a parirlo, percibiéndolo; ahora está de parto, gimiendo; entonces va a parirlo, alegrándose; ahora está de parto, orando; entonces va a parirlo, loando. Y es macho, precisamente porque todas las funciones de la acción tienen como meta ese fruto de la contemplación, pues es el único libre porque se apetece en razón de sí y no tiene como meta otra cosa. A éste sirve la acción; en efecto, cualquier cosa que se hace bien, lo tiene como meta, porque se hace en razón de éste; en cambio, no en razón de otra cosa, sino en razón de él mismo, uno se atiene a él y lo tiene. Ahí, pues, está el fin que nos basta. Por tanto, será eterno, pues no nos basta un fin, sino ese que no tiene fin alguno. Esto había sido inspirado a Felipe cuando dijo: Muéstranos al Padre y nos basta(Jn 14,8). En esa mostración se prometió también el Hijo, pues dice: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?(Jn 14,10) Así pues, respecto a esto que nos basta hemos oído muy justificadamente: Vuestro gozo nadie os lo quitará.

Vivamos este tiempo con alegría

6. Estimo que también respecto a esto se entiende mejor lo que más arriba está dicho: Un poco y ya no me veréis y de nuevo un poco y me veréis. En efecto, un poco es este entero espacio en que pasa volando el siglo presente; por ende, idéntico evangelista en persona dice en una carta suya: Es la última hora(1Jn 2,18). Y en verdad, por eso ha añadido: «Porque voy al Padre», lo cual hay que referirlo a la sentencia anterior, donde asevera: «Un poco y ya no me veréis», no a la posterior, donde asevera: Y de nuevo un poco y me veréis. En efecto, yendo al Padre, iba a hacer que no le vieran. Y está dicho por esto: no precisamente porque iba a morir y, hasta que resucitase, iba a apartarse de las miradas de ellos, sino porque iba a ir al Padre, cosa que hizo después que resucitó y, tras haber vivido con ellos durante cuarenta días, ha ascendido al cielo(Cf Hch 1,3 9). Porque, pues, iba a ir al Padre, a esos que entonces le veían corporalmente y después no iban a verlo mortal cual le veían cuando decía esas cosas, les asevera: Un poco y ya no me veréis. En cambio, a toda la Iglesia ha prometido lo que ha añadido: Y de nuevo un poco y me veréis, como a toda ha prometido: He ahí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo(Mt 28,20).

No retrasa el Señor la promesa: un poco y le veremos cuando ya nada roguemos, nada interroguemos, porque nada que desear quedará, nada que buscar se ocultará. Este poco nos parece largo, porque aún está activo; cuando se haya acabado, entonces nos daremos cuenta de cuán poco ha sido. Nuestro gozo, pues, no sea cual lo tiene el mundo acerca del que está dicho: «El mundo, en cambio, gozará», ni empero durante el parto de este deseo estemos tristes, sin gozo, sino, como asevera el Apóstol, alegres con la esperanza, pacientes en la tribulación(Rm 12,12), porque la parturienta misma, a la que se nos ha comparado, por la prole que muy pronto vendrá, se alegra más de lo que está triste por el dolor presente.

Pero sea ése el final de este sermón, pues las cosas que siguen contienen una cuestión enojosísima y, para que, si el Señor quisiere, puedan explicarse más precisamente, no han de resumirse con brevedad.

Juan Crisóstomo

Catequesis Bautismales: Nueva creación por el Bautismo

«En cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre» (Jn 16,21)
Catequesis 8, 12-16

Escuchaste hoy al bienaventurado Pablo, el padrino de boda [note]Nymphayogós -término frecuente en san Juan Crisóstomo- era el que conducía a la esposa en el cortejo nupcial; del correspondiente latino derivó en castellano antiguo «paraninfo»[/note] de la Iglesia, que, escribiendo, decía: De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es (2 Co 5, 17). Para que no pensemos que lo dicho se refiere a esta creación sensible, señaló esta condición: Si alguno está en Cristo; con ello nos enseña que, si alguno se pasa a la fe en Cristo, nos muestra una nueva creación. Porque, dime, ¿qué provecho puede haber en ver un cielo nuevo y nuevas las demás partes de la creación? ¿Tanto como ganancia en ver a un hombre pasar del vicio a la virtud y del error a la verdad? Pues a esto, efectivamente, llamaba nueva creación aquel bienaventurado, y por eso añadió en seguida: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas! (2 Co 5, 17); con ello nos daba a entender más o menos que, después de despojarse como de un vestido viejo de la carga de los pecados por medio de la fe en Cristo, los recién liberados del error e iluminados por el sol de justicia se ponían este nuevo y resplandeciente vestido y túnica de reyes. Por esto decía: Si alguno está en Cristo nueva creación es; las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas!

Efectivamente, ¿cómo no van a ser nuevas e inimaginables, cuando el que ayer y anteayer estaba entregado a la molicie y a la glotonería de golpe abraza la continencia y la vida frugal? ¿Como no van a ser nuevas e inimaginables todas las cosas, cuando el que antes era un libertino y se consumía en los placeres de la vida presente, de pronto se hace superior a sus pasiones y, como si no estuviese revestido de un cuerpo, así se pone a conquistar la templanza y la castidad?

¿Ves cómo lo ocurrido es realmente nueva creación? En efecto, la gracia de Dios sobrevino, remodeló y transformó las almas, y las convirtió en otras diferentes de las que eran, no cambiando su esencia, sino transformando su voluntad y no dejando que en adelante el tribunal de los ojos de la mente juzgue contrariamente a la realidad: como quien quita una legaña de los ojos, les permitió ver con exactitud la fealdad y disformidad del vicio y la mucha belleza y resplandor de la virtud.

¿Ves cómo el Señor cada día obra una nueva creación? Porque, dime, ¿qué otro hubiera persuadido a un hombre que con frecuencia consumía toda su vida en los placeres de la vida y que adoraba a las piedras y a la madera 18 por creerlas dioses, a que de repente se lanzase a tal altura de virtud que pudiera, de una parte, despreciar y mofarse de todo aquello y ver piedras en las piedras lo mismo que madera en la madera, y de otra, adorar al creador de todas las cosas y preferir la fe en él a todos los bienes de la vida presente?

¿Ves cómo se llama nueva creación a la fe en Cristo y al regreso a la virtud? Por tanto escuchemos todos, os lo suplico, los que fuimos iniciados antes y los que acaban de gustar la generosidad del Señor, la exhortación del Apóstol, que dice: Las cosas viejas pasaron; mira, ¡todas las cosas son hechas nuevas!, y olvidados de todo lo anterior, transformemos nuestra propia vida, como ciudadanos de un nuevo régimen de vida, y con el pensamiento clavado en la dignidad del que mora en nosotros, hablemos y obremos consecuentemente en todo.


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

Tiempo de Pascua: Viernes VI