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Comentario de Mateo 8:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Mateo 8:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Cuando descendió del monte, le siguió mucha gente.

8:1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.— Véase 4:23-25; ahora, después de relatar el sermón del monte, Mateo continúa su relato del ministerio de Jesús.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

cuando descendió Jesús del monte. Mat 5:1.

le seguía mucha gente. Mat 8:18; Mat 4:25; Mat 12:15; Mat 15:30; Mat 19:2; Mat 20:29; Mar 3:7; Luc 5:15; Luc 14:25-27.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Jesús sana al leproso, Mat 8:1-4;

sana al centurión, Mat 8:5-13.

a la suegra de Pedro, Mat 8:14, Mat 8:15.

y muchos otros enfermos, Mat 8:16, Mat 8:17;

muestra como le deben de seguir, Mat 8:18-22;

calma la tempestad en el mar, Mat 8:23-27;

saca los demonios de los dos hombres poseídos, Mat 8:28-30;

y deja que entran en los cerdos, Mat 8:31-34.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

En Mat 8:1-34; Mat 9:1-38, hay diez milagros registrados en un orden rápido. La conexión con el sermón del monte es obvia. El Rey, después de haber presentado su plataforma —el manifiesto del Reino— ahora demuestra su poder para llevar a cabo lo que ha dicho. A menudo, escuchamos grandes y rimbombantes promesas de potenciales poderes políticos, pero nos preguntamos: «¿Podrá hacerlo?» Cristo, el rey, ahora va a demostrar su habilidad para llevar a cabo el programa proyectado. Los milagros están divididos en tres grupos por dos discusiones con respecto al discipulado. Todas las obras milagrosas autentifican al Señor Jesús como Mesías y Rey. Los tres primeros son milagros de sanidad (Mat 8:1-17). Sanar a un leproso era un punto dramático para comenzar porque no había registro de ningún israelita leproso que hubiese sido sanado en toda la historia de la nación, con la excepción de María (Núm 12:10-15).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

Capitulo 8.
E sta sección de los capítulos 8 y 9 es manifiestamente intencionada y sigue el procedimiento sistemático y de tesis del evangelio de Mateo. Después que presentó a Cristo como “legislador” de la nueva Ley, demuestra y rubrica aquí su poder mesiánico con los milagros que realiza, tanto sobre enfermedades corporales como del alma y aun sobre los mismos elementos de la naturaleza y los demonios. “Los ciegos ven, los rengos andan, los leprosos son limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Mat 11:15; Luc 7:21-22). Esta es la respuesta que Cristo da a los emisarios de Juan y el mejor comentario apologético a sus propias palabras.
Este esquema no está basado en el número sagrado convencional de diez, cuya apología se hace en la obra Pirqé Aboth (Sentencias de los Padres) 1, pues en Mt salen trece o más milagros o grupos de éstos. El tema anterior de la autoridad de Cristo y la Ley se sigue ahora con su autoridad sobre la naturaleza.
Mientras los apocalípticos de la época de Cristo anunciaban la salvación con catástrofes cósmicas, aquí la naturaleza se pacifica a la voz de su Creador y Salvador.

Curación de un leproso,Luc 8:1-4 (Mar 1:40-45; Luc 5:12-16).
1 Como bajó del monte, le siguieron muchedumbres numerosas, 2 y, acercándose un leproso, se postró ante El, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.3 El, extendiendo la mano, le tocó y dijo: Quiero, sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. 4 Jesús le advirtió: Mira, no lo digas a nadie, sino ve a mostrarte al sacerdote y ofrece la ofrenda que Moisés mandó, para que les sirva de testimonio.

Estando Cristo “en una ciudad” se le acercó un “leproso,” al que Lc considera muy grave, pues lo describe “lleno de lepra”; los términos de totalidad son estilo de Lc 2. Esta enfermedad tenía una triple repercusión en quien la padecía: corporal, social y religiosa. Los miembros del cuerpo eran invadidos lentamente, con el agravante de que era una enfermedad incurable (2Re 5:7). Era como vivir muriendo. Socialmente eran seres aislados. Por temor al contagio se les declaraba legalmente impuros y se les apartaba de las ciudades, obligándoles a llevar vestidos desgarrados, la cabeza desnuda y a advertir su proximidad gritando: Tamé, tamé, “impuro, impuro.” Religiosamente no eran excomulgados, pero en las ceremonias del culto en las sinagogas debían colocarse aparte. Esto era humillante, pero aún lo era más al ser considerada su enfermedad como castigo de Dios, merecido por grandes pecados (Num 12:9-15; 2Re 15:5; 2Cr 26:19-21). De ahí el nombre lepra: tzara’at, “golpe,” “azote divino” 3. Sin embargo, la lepra en la antigüedad no tenía un diagnóstico científico, y por eso se incluían entre ella otras enfermedades de la piel curables (Lev c.13 y 14). Tal es el caso de “Simón el leproso” (Mat 26:6; Mar 14:3) 4.
A los leprosos que no eran recluidos 5, aunque tenían que vivir aislados, se les permitía venir a las ciudades a pedir limosna o ayuda a los suyos, debiendo hablar a las personas a “cuatro codos” de distancia 6. Este leproso se acercó mucho a Cristo, pues El extendió su mano y le “tocó” para curarle. “Se postró” delante de él (Mt), “de rodillas” (Mc) y sobre “su rostro” (Lc) en tierra, conforme al uso judío 7. Pueden ser reflejos históricos, o simples formas libres literarias ambientales para expresarlo.
Cristo no le apartó ni se comportó como algunos rabinos que huían al divisarlos o les arrojaban piedras para apartarles de su camino y no contaminarse “legalmente” 8. “Si quieres, puedes limpiarme,” dijo el leproso. Su fe era grande. “Quiero, sé limpio,” le contestó Cristo extendiendo su mano. Y le tocó. La Ley (Lev 15:7) declaraba impuro al que tocase a un leproso. Pero Cristo “toca” para curar. No podrá contagiarse de esta enfermedad ni contraer ninguna impureza legal el que curaba las enfermedades y el que era “Señor del sábado” y de toda la Ley. Y “al instante” desapareció la lepra y quedó “limpio” (Mc).
En varios códices se lee que Cristo, al ver al leproso, se “airó”; en otros, que, “compadecido,” lo cura. La primera lectura, de no ser primitiva, no se explicaría bien; de ahí su inserción de la segunda. ¿Se referiría, acaso, al ver que el leproso transgredía tan abiertamente la Ley de Moisés? (Lev 13:45.46). Mt y Lc omiten la “compasión” cuando la registran en otros casos (Mat 20:33; Luc 7:13). ¿Es por esto por lo que Mc dice que Cristo le despidió con una fuerte conmoción de ánimo (έμβριμησάμενος)?
F. Mussner escribe: “No se enciende en ira sobre el poder de la muerte, como se sospechaba, sino sobre la injusticia que se cometía en Israel contra los leprosos. Por eso Jesús extiende la mano sobre el enfermo, así como, según la Biblia, Dios extiende la mano sobre alguien para protegerlo. Con esto Jesús pone al enfermo bajo la protección de Dios, y por el contacto lo pone en comunión con él” (Los milagros de Jesús [1970] p.32).
Se comprende la sorpresa, la gratitud y la reacción de aquel hombre al verse limpio, justificada su inocencia y hábil para volver a la sociedad y a su hogar. La explosión apuntaba. Y ante ello Cristo, “con fuerte conmoción de ánimo” (cf. Jua 11:13), le ordena que no diga nada a nadie. Debían de estar ellos dos solos o muy poca gente que no comprometía el peligro de divulgación, en cuya medida de precaución pone al leproso curado. El proclamarlo en aquel ambiente de sobreexcitación mesiánica no hubiera logrado más que hacer intervenir intempestivamente al sanedrín (Jua 1:19-20) o, incluso, a la misma autoridad romana 8.
Luego le ordena que cumpla la Ley presentándose en el templo a los sacerdotes, que como personas más ilustradas podrían certificar la curación y aun darle por escrito un certificado de ello. Y añade: “para que les sirva de testimonio a ellos” (αύτοΐς). Según el concepto que a este propósito se dice en el Levítico (Jua 14:1-32), éste era un “testimonio” de la curación en forma de sacrificio a Dios hecha a un y por un sacerdote, ya que es lo que prescribió Moisés y es a lo que aquí se refiere. Sin embargo, en la fórmula “a ellos” es posible que no sea ajeno al deseo de Cristo enviar a aquellos sacerdotes o “corpus sacerdotale” un rayo más de luz mesiánica para hacerles ver que había surgido un taumaturgo entre ellos en los días en que el cetro ya no estaba en manos de Judá (Gen 49:10), y curando enfermos de todo tipo, lo, que era una señal de la obra del Mesías (Isa 5:35; Isa 61:1; cf. Mat 11:5.6). Así la Ley venía a testimoniar la grandeza y obra de Cristo.
El leproso curado, sin embargo, comenzó a pregonar su curación, creando dificultades a Cristo para venir públicamente a las ciudades. Por lo que se retiraba a lugares desiertos, aunque esto también lo hacía para darse a la “oración” (Luc 5:15.16).

Curación del siervo del centurión,Luc 8:5-13 (Luc 7:2.-10; cf. Jua 4:46-53).
5 Entrado en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, suplicándole 6 y diciéndole: Señor, mi siervo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. 7 El le dijo: Yo iré y le curaré. 8 Y respondiendo el centurión, dijo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo: di sólo una palabra, y mi siervo será curado. 9 Porque yo soy un subordinado, pero bajo mi tengo soldados y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace. 10 Oyéndole Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he hallado tanta fe. Os digo, pues, que del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, 11 mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes. 12 Υ dijo Jesús al centurión: Ve, hágase contigo según has creído. Y en aquella hora quedó curado el siervo.

Este milagro lo realiza Cristo después del sermón de la Montaña, en Cafarnaúm, donde tenía, desde hacía ya mucho tiempo, su domicilio (Mat 4:13).
Vivía allí un centurión 9, no judío (Luc 7:5), sino gentil, pero que admiraba la religión judía. “Ama a nuestro pueblo,” decían los de la ciudad, y prueba de ello es que les había levantado la sinagoga (Lc). Debía de estar a las órdenes de Herodes Antipas, que tenía un pequeño ejército compuesto de tropas mercenarias y extranjeras organizadas al modo romano 10. Este centurión tenía un esclavo al que amaba mucho. Estaba enfermo de “parálisis” y “próximo a la muerte” (Lc). En esta circunstancia llegó Cristo a Cafarnaúm y el centurión acudió a él con solicitud y urgencia.
Hay en este punto divergencias entre los evangelistas. Mientras Mateo (v.5-6) dice que el centurión “se le acercó” a Cristo, Lucas dirá que “envió algunos ancianos de los judíos rogándole que viniese para salvar a su siervo,” y, cerca ya de su casa, le envió, en una segunda embajada, “algunos amigos.” De estas divergencias no se puede concluir que sean sucesos distintos. El fondo y la trama son los mismos. San Agustín proponía como solución que lo que se hacía por medio de otros, se puede decir personalmente de aquel que los envía 11; sin embargo, las palabras que Lucas pone en boca de estos amigos parecen pronunciadas directamente por él 12. Es posible, como proponía San Juan Crisóstomo, que después que el centurión envió a los amigos, hubiese venido él mismo 13 o al ver llegar a Jesús saliese, fuertemente impresionado, a su encuentro y dijese entonces esas palabras tan personales y acusadoras de su fe y confianza en el poder de Cristo 14.
Sobre esta doble embajada, se estudia en Lc en su lugar correspondiente. Mt se distingue en este relato de Lc en que en Lc el centurión es “amigo” de los judíos. En Mt se omiten estos detalles. Acaso se deba a que Mtg se escribe en una época en la que el judaismo se enfrentó abiertamente al cristianismo. Para otros al antifariseísmo judío de Mtg, o acaso debido a las “fuentes.”
Jesús, admirándose, dijo a los que le acompañaban: “En verdad os digo que en nadie de Israel he hallado tanta fe.”
¿En qué pudo consistir esta fe/confianza tan grande (τοσαύτην) del centurión? Los autores toman posiciones diversas. 1) ¿Acaso cree que Cristo no es un subordinado en el orden religioso, como el no lo es el orden temporal? 2) ¿Acaso imbuido por la mitología romana sospecha que pueda ser hijo de algún dios o un ser muy excepcional? 3) En que Cristo puede curar a “distancia” (B. Weiss); 4) en el impulso “irracional” de confianza en Cristo (A. Schlatter); 5) en el esperar ardientemente un milagro (Kijostermann); 6) en su comprensión de la palabra en el misterio de Cristo (Schniewind); 7) en una gran fe y confianza en el poder de Cristo, a causa de los milagros que hubiese visto u oído. Parecería lo más lógico. En cualquier caso, parece percibirse la polémica mateana, reconocido el valor histórico del hecho de Cristo, contra el judaísmo hostil y la gentilidad dócil a la fe 15.
Evocándose este contraste de fe entre Israel, pueblo elegido, y el centurión, hace Cristo la profecía de la vocación universal de las gentes – que Lucas pondrá en otro contexto (Luc 13:23-29) -, en el que no se refiere a todo Israel, sino a los “obradores de iniquidad” y de su ingreso en el reino mesiánico y la reprobación de Israel culpable: “Os digo, pues, que vendrán (gentiles) del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes.” La felicidad mesiánica – que profetiza para los gentiles – se la describe con frecuencia, tanto en la Escritura (Isa 25:6; Rev 19:9) como en los escritos apócrifos apocalípticos y rabínicos, bajo la imagen de un banquete 16. Para los judíos, que eran por excelencia los “hijos del reino” y que pensaban sentarse en este festín al lado de los patriarcas, mientras los gentiles, llenos de confusión, quedarían a la entrada, en las “tinieblas exteriores” 17, les profetiza la reprobación. Por su resistencia en recibir al Mesías son reprobados (Mat 22:2-7.21.37-45; Rom 11:11) 18, a las tinieblas de afuera, imagen tal vez de un festín nocturno cuya sala está llena de lámparas, mientras fuera sólo hay oscuridad. Allí habrá “llanto y crujir de dientes,” imagen que indica el castigo para expresar las injurias de los impíos contra los justos (Sal 35:16; Sal 37:12, etc.) y lugar común en la literatura judía “escatológica” 19. En Mt frecuentemente se usa para hablar de la ”escatología” final (Mat 13:42-50).
“Ve, hágase contigo según has creído. Y en aquella hora se curó el siervo” (Mt). El “como” (ως) del has creído, tiene el sentido causal de “porque.”

Curación de la suegra de Pedro,Mat 8:14-15 (Mar 1:29-31; Luc 4:38-39).
14 Entrando Jesús en casa de Pedro, vio a la suegra de éste que yacía en el lecho con fiebre. 15 Le tocó la mano, y la fiebre la dejó, y ella, levantándose, se puso a servirles.

Mt introduce la escena, según su frecuente método, diciendo sin más que Jesús, “entrando en casa de Pedro.” Fue en Cafarnaúm y en un sábado (Mar 1:21.29; Luc 4:31-38).
Pedro y su hermano Andrés eran de Betsaida (Jua 1:44). Acaso razones de comercio pesquero les hicieron cambiar de residencia.
Fue al salir de la sinagoga de los oficios del “sábado” (Mc-Lc). Estas reuniones solían ser antes del mediodía 20; pero también había un servicio cultual al atardecer 2l. Acaso se refiere el texto evangélico a la salida de la reunión sinagogal de la tarde, por vincular los tres sinópticos esta escena a la siguiente, a la que, “al ponerse el sol” (Lc), le traían los enfermos para que los curase, y que probablemente era en el mismo Cafarnaúm, pues se reunieron en la “puerta” de la ciudad (Mar 1:33).
La suegra de Pedro yacía “postrada” por la enfermedad. Sólo se describe que tenía una enfermedad febril. Lucas, acaso por sus aficiones “médicas,” lo matiza diciendo que tenía una “gran fiebre.” Es un término técnico de la medicina de entonces y usado probablemente en este sentido por Lc 22. En ciertas épocas del año estas fiebres son muy frecuentes en las riberas del lago Tiberíades 23.
La curación fue instantánea. “La tocó por la mano” (Mt); en Mc la “tomó” de la mano; “mandó con gran energía a la fiebre (Lc) que la dejase” y “la levantó” (Mc); es decir, teniéndole sujeta la mano e imperando a la fiebre, al mismo tiempo la ayudó a incorporarse, y “la fiebre la dejó,” y se “levantó inmediatamente” (Lc-Mt).
Los gestos de Cristo en esta curación todos convergen a lo mismo – cogerla por la mano, imperar a la fiebre “con gran energía,” ayudarla a incorporarse -, a hacer plásticamente visible su dominio sobre la enfermedad y la conciencia clara de su poder.
En Μt se ve que se trae el texto para polemizar contra la incredulidad judía; en otro milagro semejante en Jn (Mar 4:46ss) se polemiza contra una “religiosidad gnóstica” que viene a buscar algo de Cristo en lugar de entregársele a El. Lo que se destaca abiertamente es la “autoridad” de Cristo aquí, como en toda esta parte del evangelio.
Y los tres sinópticos resaltan que, tan pronto como se sintió curada, se levantó y se puso a “servirles” (Mc-Lc); lo que Mt centra en la persona bienhechora de Cristo: y “le servía.” No está relatado esto aquí sin especial intención; era gratitud y es apologética y tendencia de Mt a destacar a Cristo de los grupos. Era la evidencia del milagro. No solamente la dejó la fiebre, sino que se restableció también instantáneamente de su estado anterior de agotamiento en que deja una “gran fiebre,” como ya lo hacía notar San Jerónimo, máxime si era fiebre de días.
Como todo milagro de Cristo sobre una enfermedad, que en aquel ambiente se atribuía a un espíritu del mal, poder demoníaco, también éste tiene, por lo mismo, un valor “escatológico”: el triunfo de Cristo sobre Satán y la llegada del reino. Acaso el gesto de “levantarla” evocase en la catequesis primitiva el triunfo pascual de Cristo. El que resucitó (ήγέρθη = Mat 28:6) venciendo la muerte, las enfermedades y miserias, era el que hacía “levantarse” (ήγέρθη = Mat 8:15) a los pecadores y enfermos. A diferencia de la estructura literaria de la mayor parte de los milagros de Mt – nada de diálogo (Mat 8:2-4; Mat 8:5-13; Mat 9:18-30; Mat 15:21-28; Mat 20:29-34) -, “éste es un ‘relato catequético’ sobre el efecto de la redención operado simbólicamente por Jesús” (L.- Dufour, o.c., p.141) 23.

Curación de muchos,Mat 8:16-17 (Mar 1:32-34; Luc 4:40-41).
16 Ya atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba. 17 Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, que dice: “El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias.”

Es un clásico cuadro “sumario.” Mt lo trae agrupado aquí, Mc-Lc lo ponen antes del sermón de la Montaña. Fue ya “atardecido,” sea por referencia histórica o para indicar también el fin del reposo sabático, antes del cual no se podían transportar camillas de enfermos (Jer 17:21; Jua 5:9.10) ni incluso ser curados en sábado (Jua 9:13-16; Mat 12:10-14 par.).
Se destaca la curación de los “endemoniados,” pues indicaba ello el establecimiento del reino de Dios (Mat 12:8). Lc destacará que los curaba imponiendo a cada uno sus manos, lo que indica la potestad que tenía (Luc 4:40), con lo que se veía su poder. Aquí lo hace con su palabra para indicar éste 24, en contraposición a las largas e inciertas fórmulas de los exorcismos judíos. “¿Qué palabra es esta que con autoridad y poder impera a los espíritus y salen?” (Luc 4:36). Mt se complace en destacar el poder de la “palabra” de Cristo (Mat 8:8). Así la palabra que proclama la nueva Ley (Mat 7:24.28) es la misma que cura.
Es interesante destacar que Mt, conforme a su tendencia a acentuar los efectos milagrosos, dice que le llevaron a “muchos” enfermos y que curó a “todos”; en Mc se dirá, con este tipo de fórmulas, que curó también a “muchos.”
Mt solo, siguiendo su método de confirmaciones proféticas, cita un texto de Isaías sobre el Mesías (Isa 53:4): “Verdaderamente él llevó sobre sí nuestras enfermedades y nuestros dolores,” que pertenece al poema del “Siervo de Yahvé” (Is 52:13-35:1-12), y que presenta al Mesías no tanto echando sobre sí nuestras dolencias cuanto quitándolas de otros.
El interés de la citación – dice Lagrange – es precisamente que ella se puede aplicar literalmente a la situación en términos que contienen un pensamiento más profundo.” 24 Cristo había llevado estos dolores para “expiarlos,” pues éste es el contexto en Isaías: “Ofreció su vida en sacrificio por el pecado” (Isa 52:10), y “en sus llagas hemos sido curados” (Isa 53:5). Si la restauración total del hombre caído sólo se dará cuando se encuentre en “la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8:21), esta restauración parcial también está incluida en el plan de Dios, pero el poder de ejercerla lo tiene Cristo merecido por su muerte, como dice Isaías.
Por eso Mt ve estas curaciones mesiánicas hechas por Cristo vinculadas, de algún modo, al texto de Isaías.

Condiciones de los seguidores de Jesús,Rom 8:18-22. (Luc 9:57-62).
18 Viendo Jesús grandes muchedumbres en torno suyo, dispuso partir a la otra ribera. 19 Le salió al encuentro un escriba, que le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. 20 Díjole Jesús: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. 2I Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; 22 pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos.

Esta perícopa la traen Mt-Lc, aunque éste añade un tercer caso por afinidad temática. El situarlos aquí juntos, siendo improbable la realización de ambos en un mismo momento, hace ser su agrupación artificial temática. Literariamente se puede justificar el poner aquí estos casos porque Cristo “abandona” la región de Cafarnaúm. Se ha visto en ello, además, un valor “tipológico.” Cristo parte a “la otra ribera,” donde estallará la tormenta en el mar, Cristo “parte” y éstos quieren “seguirle.” Así han de ser los “seguidores” de Cristo: tener decisión y confianza en El hasta afrontar todo tipo de tormentas 25. El pasaje siguiente (v.19) comienza: “Cuando subió a la nave, le siguieron sus discípulos.” a la barca y a la tormenta. El verbo le “siguieron” (ήχολουθησαν) es término técnico que indica el discipulado.

Primer ofrecimiento a seguirle.
Al hacer el ofrecimiento un “escriba,” parece que esta escena es anterior a las grandes luchas judías contra Cristo, aunque supone ya obra de apostolado de Cristo. De este “escriba,” en realidad, no se dice que Cristo le rechace, sino que le pone la perspectiva ardua del apostolado: sólo tiene asegurado, en comparación con las raposas y aves, el incesante ir y venir para anunciar la Buena Nueva. El que el Hijo del hombre “no tenga dónde reclinar la cabeza” debe de referirse a esta vida de incesante caminar apostólico más que al no tener alguna morada para descansar, como en Nazaret y Cafarnaúm.
Es aquí donde por vez primera sale en lo evangelios el título que se da Cristo de “Hijo del hombre.”

El Título de “Hijo del Hombre.”
Jesucristo frecuentemente lo utilizará para nombrarse. Este título sale 50 veces en los sinópticos. Y si se incluyen los lugares paralelos, se cuentan 76 ó 78 veces, ya que Mat 18:11 y Luc 9:56 son críticamente dudosos. En San Juan sale 12 veces. Esta expresión sólo aparece en los evangelios en boca de Cristo. Es El quien se designa con ella. Fuera de aquí, sólo San Esteban designa a Cristo con el título de “Hijo del hombre” ante el sanedrín (Hec 7:55).
En el A.T. solamente se usa esta denominación en Ezequiel para llamar a una persona. Un ángel llama a Ezequiel “hijo de hombre” como a ser de otra especie (Eze 2:1.3.6.8; Eze 1:2.34, etc.).
De suyo la simple expresión hebrea “hijo del hombre” sólo es sinónimo de hombre, sea bajo la forma adam o enash. Así aparece claramente en numerosos pasajes bíblicos (Gen 11:5; Job 25:6; Sal 8:5; Pro 8:31; Isa 56:2; Eze 2:1; Dan 7:13, etc.).
Además, esta expresión no significa “hombre” sin más, sino que hay en ella un intento de algo peculiar y solemne, ya que solamente se usa en poesía o en una prosa más escogida; de lo contrario, sólo se pone la palabra “hombre” 26.
¿Qué intenta Cristo al designarse con esta expresión? En boca de Cristo es usada siempre para denominarse a sí, pero no figura siempre con el mismo matiz. Los textos en que aparece usada por Cristo se pueden reducir a tres grupos.
1) Textos en los que es denominativo suyo (Luc 6:22; Mat 8:11 par.; Mat 11:19 par.; Mat 16:13 par.; Luc 12:8 par.; Luc 9:58; Mar 8:31 par.).
2) Textos en los que se usa esta expresión para designar, calificativamente, al Mesías humilde, despreciado, y que irá a la muerte (Mat 17:22; Mat 20:18 par.; Mat 12:40; Mat 17:12; Mat 10:33.34; Mar 8:31ss par.; Mar 9:30.31; Luc 9:12.44).
3) En otros textos se designa con esta expresión al Mesías en su aspecto glorioso y triunfal, o para destacar su potestad (Mar 14:61ss par.; Mar 8:38 par.; Luc 18:8; Luc 17:24.37; Mat 24:27.30; Mat 19:28; cf. Luc 6:5 par.; Luc 11:30; Luc 19:10; Mat 9:6 par.; Mat 13:37) 27.
La expresión, literariamente, está tomada de Daniel. El profeta refiere una visión en la que vio “venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se llegó al Anciano de días (Dios) y fue presentado a éste. Fuele dado (al Hijo del hombre) el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno, que no acabará nunca, y su imperio nunca desaparecerá” (Dan 7:13.14) 28.
Dos diferencias han de notarse entre el texto daniélico y su uso por Cristo. En Daniel, la expresión “Hijo del hombre” aparece sin artículos. La otra diferencia es que, en Daniel, el “Hijo del hombre” tiene un valor colectivo, mientras que Cristo lo usa en sentido personal.
Sin embargo, ya la antigua sinagoga había interpretado este pasaje, no con un valor colectivo “del pueblo de los santos,” sino “personalmente de sólo el Mesías.” 29

¿Cuál es el sentido de esta expresión en labios de Cristo?
En la antigüedad se vería preferentemente el sentido de humillación y sufrimiento del Mesías. Se usaría este título por Cristo para hacer ver que el mesianismo verdadero no era político ni ostentoso, sino de una naturaleza muy distinta de como lo habían interpretado o deformado los rabinos. Por su contenido es el mesianismo doliente del “Siervo de Yahvé.”
Modernos exegetas se fijan preferentemente para valorarlo en el pasaje de Daniel, que Cristo usa para presentar su “venida” en el “discurso escatológico” (Mat 24:30) y en su condena ante el sanedrín (Mat 26:64; Mar 14:62; Luc 22:69). Era su mesianismo triunfal y escatológico. Así, sin tomar el título oficial de Mesías, podría ir gradualmente llamando la atención y llevándola hacia ese misterioso personaje que Daniel describe “como un Hijo del hombre,” y, veladamente, identificándose con él.
Lagrange supone que Cristo toma este título, y no como mesiánico corriente, para hacer ver que su mesianismo no se identificaba con las creencias populares.
Este doble uso de este título en Cristo responde a una doble corriente en Israel. Generalmente se tenía del Mesías el simple concepto de un origen terreno. El mismo planteará a los fariseos un mesianismo trascendente (Mat 22:41-46 par.). Más tarde, por influjo de los apocalípticos, se admitió en algunos sectores el concepto de un Mesías trascendente. Y es a esta corriente a la que Cristo apunta, como interpretadora de este sentido trascendente en la interpretación, ya entonces “personal,” de la profecía daniélica del Hijo del hombre. Viene del cielo y tiene una trascendencia sobrehumana, divina 29.
Conforme a las categorías de significados con que este título aparece usado por Cristo, se ven en él dos intentos, según los casos: concentrar en sí, de un modo nuevo, el auténtico mesianismo doliente del “Siervo de Yahvé” y el celestial y divino con que ya se interpretaba el misterioso “Hijo del hombre” en la profecía de Daniel 30.

Segundo ofrecimiento a seguirle.
Ahora es un “discípulo” que ruega al Señor antes de seguirle totalmente, atender a sus padres. Pero Cristo le da la orden-invitación de “Sígueme.” 30
No era esta invitación para incorporarlo a ser uno de los Doce. Era invitarle a seguirle más de cerca, y acaso más habitualmente, en sus correrías apostólicas, como le acompañaban sus discípulos en ocasiones (Jua 6:60; Luc 10:1).
Pero este discípulo, en lugar de seguir al punto la invitación del Maestro – el contraste de situaciones psicológicas aparece fuertemente acusado ante el ofrecimiento espontáneo que le hizo el escriba -, le suplicó un espacio de tiempo para cumplir un deber sagrado: “ir a sepultar a mi padre.”
La frase y el ruego no se refiere, manifiestamente, a que el padre de este discípulo acabase de morir o estuviese muy grave y le pidiese licencia para ir a cumplir sus deberes de piedad. Sería una coincidencia aquí increíble. Y más increíble aún el que Cristo le hubiese negado lo que era un deber incluido en el mandamiento del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre” (Exo 20:12). Debe, pues, de tratarse de un discípulo que, antes de seguir a Cristo en su apostolado de una manera total y habitual, rogó que se le permitiese antes esperar a la muerte de su padre, para, despreocupado de estos deberes, entregarse entonces a esta misión. Pero esto era incierto, y la llamada del Señor para acompañarle en la “mies, que era mucha y los operarios pocos,” urgía. Y vino aquí la gran lección, que ya se presentía, en función del supremo amor a El sobre los padres (Luc 14:26): “Deja a los muertos sepultar a los muertos.” Los rabinos hablan metafóricamente de “vivos” y “muertos” como sinónimos de justos e impíos. Pero ciertamente no es éste el sentido en que aquí habla Cristo. Parece tratarse de un proverbio griego, que significaría que la vida humana, por ser mortal, no merece llamarse vida; es como una muerte. No es más que un contraste metafórico que se establece para hacer ver lo que significa esta obra de apostolado. Frente a la obra de apostolado que es la predicación del reino – la vida eterna -, lo demás es como muerte. Los que viven en el mundo despreocupados de esta vida eterna, están como muertos. Que ellos cuiden de sí mismos: que “los muertos entierren a los muertos.” Por eso, aquí los “muertos” citados primero, en el v.22, designan a todos los que no han encontrado la vida del Reino en Cristo (cf. Mat 7:13.14; cf. Luc 15:32; Mat 22:32; Efe 2:1; Col 2:13).
En el fondo no es otra cosa que una fuerte paradoja para expresar los derechos suyos – de Dios – sobre los mismos de los padres. Al estilo que expresa en otro lugar, que su amor ha de ser superior al de los padres, diciendo: “si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre., no puede ser mi discípulo” (Luc 14:26). Por este procedimiento, Cristo evoca su trascendencia divina.

Calma una tempestad en el mar,Luc 8:23-27 (Mar 4:35-40; Luc 8:22-25).
23 Cuando hubo subido a la nave, le siguieron sus discípulos. 24 Se produjo en el mar una agitación grande, tal que las olas cubrían la nave; pero él, entre tanto, dormía, 25 y, acercándose, le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. 26 El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. 27 Los hombres se maravillaban y decían: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Con matices distintos narran este hecho los sinópticos. Sintetizado, como es su costumbre, Mateo; colorista, Marcos; intermedio, Lucas. Sin embargo, en todos reviste el carácter de impresionante.
Sucedió cronológicamente de inmediato a la curación de los endemoniados gerasenos (Mt y Lc). Marcos precisa que fue “en la tarde” del día en que Cristo tuvo la gran jornada de las parábolas (Mar 4:35; Mar 4:1).
La descripción es tan realista como hábilmente “tipológica.” Estas tormentas del lago son tan rápidas como imponentes. Lc es el que usa el término preciso: “descendió” (χατέβη) un gran torbellino de viento sobre el lago. Situado éste a 208 metros bajo el nivel del Mediterráneo, el efecto es el de una caída imponente de masa de aire que pone en enorme agitación el lago 31. Testigos presenciales describen estas tormentas como estando “cubiertos” por las olas los que iban en barca 32, lo mismo que el peligro de zozobrar, al no poder achicar el agua 33. Esta tormenta evangélica fue muy grande. Mt va destacando una serie de datos que le valen su descripción “tipológica” de la grandeza de Cristo, que mira por sus “discípulos” que van en la barca. Lc “siguen” en la barca por su mandato (Mat 8:18); en el intervalo inserta hábilmente la doble escena del “discipulado.” En la barca tienen fuerte angustia ante la tormenta imponente, mientras Jesús “dormía.” Pero con El vendrá la calma y la calma de los “suyos.” Mc-Lc ponen a los discípulos despertando a Cristo; Mc, reflejando el estadio primitivo de la tradición, lo pone en forma demasiado espontánea (Mar 4:38). En Mt (v.25) es casi una oración, que acaso proceda en su redacción del uso litúrgico (Mat 14:30); Mc-Lc lo llaman “Maestro” (Rabí); Mt pone la expresión “Señor” (Κύριος), con la que lo confiesan dotado de poderes divinos (Mat 8:2-6; Mat 9:28; Mat 15:27; Mat 17:15; Mat 20:30), término con el que la Iglesia primitiva, a la hora de la composición de los evangelios, confesaba la divinidad de Cristo.
Los discípulos habían visto milagros; pero ante aquel espectáculo cósmico quedaron especialmente impresionados. Les faltó “confianza” en El, aún dormido. Es un aspecto de la gran lección, y que El les reprocha. El siempre vigila por los suyos. Mc-Lc acusan la “admiración” de los “discípulos.” Ellos lo conocían como taumaturgo y Mesías. Pero iba habiendo un climax en la revelación de su persona. Por eso, ellos preguntan “admirados” quién sea este al que obedecen los vientos y el mar embravecidos. En el A.T. era Dios el que dominaba el mar embravecido (Sal 88:10; Job 26:12; Isa 51:10). La vía hacia su divinidad se va abriendo 34. Sólo Dios había “separado” las aguas (Gen 1:9; Exo 14:21ss) y “juntado” las aguas en el diluvio sobre la humanidad (Gen 7:10ss).
En Mt esta pregunta la hacen no los “discípulos,” sino los “hombres.” Es la repercusión que este hecho tuvo, por su divulgación, en las gentes. Y hasta se piensa que pueda ser eco de los debates de los predicadores cristianos de la primera mitad del siglo I con los “hombres” del mundo grecorromano. Probablemente es el intento central de Mt destacar esta falta de confianza en el Mesías.
La tradición cristiana vio, reiteradamente, en este milagro un “signo” de la historia de la Iglesia, zozobrada la barca de Pedro por las tempestades, mientras parece que Cristo, que va en ella, duerme 35; lo mismo que se le consideró también, por un análogo motivo, como tipo del alma cristiana atacada por las pasiones 36. Es muy probable que Mt refleje en ello – la “barca” – las primeras persecuciones de la Iglesia, en el triunfo asegurado de Cristo en ella.

Curación de dos endemoniados,Gen 8:28-34 (Mar 5:1.-20; Luc 8:26-39).
28 Llegado a la otra orilla, a la región de los gerasenos, le vinieron al encuentro, saliendo de los sepulcros, dos endemoniados, tan furiosos, que nadie podía pasar por aquel camino. 29 Y le gritaron, diciendo: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? 30 Había no lejos de allí una numerosa piara de puercos paciendo, 31 y los demonios le rogaban, diciendo: Si has de echarnos, échanos a la piara de puercos. 32 Les dijo: Id. Ellos salieron y se fueron a los puercos, y toda la piara se lanzó por un precipicio al mar, muriendo en las aguas. 33 Los porqueros huyeron, y, yendo a la ciudad, contaron lo que había pasado con los endemoniados. 34 Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, y, viéndole, le rogaron que se retirase de sus términos.

Mt es el que menos se extiende en este relato. Se estudia en Mar 5:1-20. Se destaca la grandeza de Cristo sobre los endemoniados, señal de que llegó su reino (Mat 12:28). Aquí sólo se destaca un aspecto. Mt pone que fueron dos posesos en lugar de uno, como trae Mc-Lc. La escena es la misma. Se propusieron varias soluciones.
Mt tiene una tendencia a pluralizar. Así, mientras Mc-Lc sólo presentan en escena un ciego que es curado por Cristo (Mar 10:46-52; Luc 18:39-43), Mt presenta la misma curación hecha en dos ciegos (Mat 9:23-31). También los ladrones que están crucificados con Cristo, según Mt, “blasfemaban” (Mat 27:44; cf. Mar 15:32), mientras que sólo uno era el que le ultrajaba (Mt 21:2 con Mar 11:2.4.5.7 y Luc 19:30.33.35). Probablemente sea ésta la solución.
Como matiz de esta solución se propone que Mt tiende a veces a compensar por otras omisiones. Sería, en este caso, la “compensación” de la omisión hecha por Mt de otra curación de un poseso que Mc relata (Mar 1:21-28; cf. Mat 20:30; cf. Mar 8:22-26) 37.
San Agustín, en su obra De consensu Evangelistarum, había propuesto otra solución: eran dos los endemoniados, que es lo que recoge Mt; pero Mc-Lc sólo señalan uno por ser el más famoso o el más conocido por algún motivo 38. A lo que podría añadirse la posibilidad de que, no matizándose en la escena la parte de uno o de otro, o por ser en casi todo análogas sus reacciones, quedaba perfectamente valorada la escena con sólo presentar a uno de ellos 39. A esto ha de tenerse en cuenta las “fuentes” y el intento esquemático y propio de Mt.

1 Pirqé Aboth V 1-6; Bonsirven, Textes n.33-35. – 2 Hobart, The medical language of S. Luke (1882) p.5. – 3 Schürer, Geschichte derjüd. Volkes II p.451; Edersheim, The Life and Times of Jesús (1901) p.494-495; Fillion, Vida., vers. esp. (1942) II p.22-222. – 4 Sobre el tema bíblico de la lepra, cf. A. Macalister, art. “Leprosy,” en Has-Tings, Dictionary of the Bible III 95-99; Dict. de la Bibl. IV col 176-177. Sobre la doctrina de los judíos sobre la lepra y los leprosos, Strack-B., Kommentar. IV p.741-763. – 5 Bonsirven, Textes n.2435.2438. – 6 Felten, Storia dei tempi del N.T. vers. ital. (1932) I p.209-210. – 7 Strack-B., Kommentar. I p.78; cf. Mat 26:39. – 8 Edersheim, Life and Times of Jesús (1901) I p.493. – 8 Sobre el “secreto mesiánico,” cf. Introduction al evangelio de Mc. Biblia comentada 5a – 9 Sobre la constitución del ejército romano, cf. Daremberg-Saglio, Dict. des antiq. graec. et rom., palabra “Centurión”; Dict. Bibl. I col.994-997. – 10 Josefo, Antiq. XVII 8:3. – 11 De cons. evang. II 20-49: Mal 34:1100. – 12 Lagrange, Evang. s. St. Lúe (1927) p.207. – 13 S. Crisóstomo, Hom. in Matth. XXVI: MG 57:336; J. Manson, De sanatione pueri Centuñonis (Mat 8:5-13): Collectanea Mechlin. (1959) p.633-636; S. Η . Ηοοκε , Jesús and the Centurión: Mattew VIH, 5-10, en The Exposit. Tim. (1957) p.79-80. – 14 Para la valoración complementaria, cf. Comentario a Luc 7:1-10. – 15 Holzmeister: VD (1937) 27-30; S. Mariner, Sub potestate constitutus: Hel-mántica (1956) 391-399; G. Zuntz, The Centurión of Capernaum and his Autoñty; ED. Schweizer, Die Heilung des Kóniglichen: Evang. Theol. (1951) 2 p.64-71; E. Haen-Chen, Faith and miracle: Stud. Evang. (1959) p.495ss. – 16 Libro de Henoc LXII 30; Apoc. de Baruk XXLX 4; Strack-B., Kommentar. IV p.1154. – 17 Strack-B., Kommentar. I p.476ss. – 18 Nestlé, N.T. graece et latine (1928) apar. crít. a Mat 8:12. – 19 Salmos de Salomón XIV 6; XV 11; Libro de Henoc LXíI 14; Apoc. de Baruk XXIX 4; Talmud: Aboth III 20; VOLZ, Jüdische Escatologie p.31. – 20 Eusebio, Praep. evang. VIII 7:13. – 21 Megilla 3:6; 4:1. – 22 Hobart, The medical language of St. Luke (1882) p.3s. – 23 Thomson, The Land of the Book (1876) p.238. – 23 P. Lamarche, La guerison de la belle mere de Fierre et le genre littéraire des évangües: Nouv. Rev. Théol. (1965) 515-517; L. Dufour, La guerison de la belle mere de Fierre: études d’évangile (1965) 125-147. – 24 Feuillet, L^exousía” de Fih de VHomme: Rev. Se. Relig. (1954) 161-181. l Evang. s. Sí. Matth. (1927) p.169. – 25 G. Bornkamn-H. J. Helo, überlieferung und Auslegung in Matthaus-Evangelium (1960) p.48-53 y 125-189. – 26 Fiebig, Der Menschensolhn (1901). – 27 Simón-Dorado, Praelectiones biblicae N.T. (1947) p.478-479. – 28 Ceuppens, De prophetiis messianicis in A.T. (1935) p.481-490; Le Fils de l’homme de Daniel et la tradition biblique: Rev. Bib. (1953) p. 170-202.321-346. – 29 Strack-B., Kommentar. I p.483. – 29 benoit, La divinité de Jesús dans les evangiles synoptiques: Lumifcre et Vie (1953) 65-71. – 30 Bauer, Gñechisch-deutsches Worterbuch zu. N.T. (1937) col!385-1386; Tlll-Mann, Der Menschensohn (1907); Roslaniec, Sensus genuinus et plenus locutionis “Films hominis” (1920); Dleckmann: VD (1928); Lemonnyer, Theologie du N.T. (1928) p.65-73; Dupont, Le Fils de l’homme (1924); Robert-Feuillet, Int. a la Bib. II p.790-795; Dalman, Die Worte Jesu p.191-219. – 30 Cerfaux, Eph. Theol. Lov. (1935) 326-328; Vaccari, VD (1938) 308-312. – 31 Willam, La vida de Jesús, vers. esp. (1940) p.254-256. – 32 Ehrhardt, Lass die Toten ihre begraben: Studia Theol. (1952) 128-164; Buzy Evang. s. Sí. Matth. (1946) p.109. – 33 Dortet, La Syrie d’aujourd’hui p.502-503. – 34 J. B. Bauer, Procellam cur sedavit Salvatart: VD (1957) 89-96; Fonck: VD (1923) 321-328. – Cf. Comentario a Mar 5:1-10 – 35 Tertuliano, De bapt. 12: Mal 1:1321; K. Goldammer, Navis Ecdesiae: Zeits. Neut. Wissen. – 36 san agustín, Mal 38:424. – 37 J. Alonso Díaz, La calma de la tormenta según el evangelio de Mt.: Cult. Bíbl. (1963) p. 149-157; Evangelio y evangelistas (1966) p.83. – 38 De cansen, evang. II 56. – 39 J. Smith, De daemoniacis in historia evangélica (1913) p.359-363.

Fuente: Biblia Comentada

descendió … del monte. Cp. Mat 5:1.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

8:1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.- Véase 4:23-25; ahora, después de relatar el sermón del monte, Mateo continúa su relato del ministerio de Jesús.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA MUERTE EN VIDA

Mateo 8:1-4

Cuando Jesús bajó del monte, Le seguía un gentío tremendo. Y, fijaos: se le acercó un leproso, y se puso de rodillas delante de Él.

-Señor Le dijo-, Tú me puedes limpiar si quieres.
Jesús extendió la mano y le tocó, mientras decía:
-Sí quiero: ¡Sé limpio!

Inmediatamente el enfermo quedó limpio de lepra. Y Jesús le dijo:
-Guárdate de decírselo a nadie. Simplemente ve a mostrarte al sacerdote, y presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que queden convencidos de que estás curado.

En el mundo antiguo, la lepra era la más terrible de todas las enfermedades. E.W.G. Masterman escribe: «Ninguna otra enfermedad reduce a un ser humano por tanto tiempo a una ruina repugnante.»
Podía empezar con pequeños nódulos que se iban ulcerando. Las úlceras desarrollaban una supuración repulsiva; se les caían los párpados; los ojos se les quedaban como mirando fijamente; las cuerdas vocales se les ulceraban, y la voz se les ponía áspera, y la respiración silbante. Las manos y los pies siempre se ulceraban. Poco a poco, el paciente se convertía en una masa de crecimientos ulcerosos. El proceso normal de esa clase de lepra dura nueve años y acaba en desequilibrio, coma, y por fin, la muerte.

La lepra podía empezar con la pérdida de la sensibilidad en alguna parte del cuerpo; afectaba los troncos nerviosos; los músculos se descomponían; los tendones se contraían hasta hacer que las manos parecieran garras. Seguía la ulceración de las manos y los pies. Luego llegaba la pérdida progresiva de los dedos de las manos y de los pies, hasta acabar por caérseles toda la mano o todo el pie. La duración de esa clase de lepra podía alcanzar entre veinte y treinta años. Es una clase terrible de muerte progresiva en la que la persona va muriendo poco a poco.

La condición física del leproso era terrible; pero había algo que la hacía todavía peor. Josefo nos dice que se trataba a los leprosos «como si fueran, en efecto, personas muertas.» Tan pronto como se diagnosticaba la lepra, se dEsterraba al leproso absoluta y totalmente de la sociedad humana. «Todo el tiempo que tenga las llagas, será impuro. Estará impuro y habitará solo; fuera del campamento vivirá» (Lv 13:46 ). El leproso tenía que llevar ropas rasgadas, el pelo revuelto, con el labio inferior tapado y, por dondequiera que fuera iba gritando: «¡Impuro! ¡Impuro!» (Lv 13:45 ). En la Edad Media, si una persona contraía la lepra, el sacerdote se ponía la estola y tomaba el crucifijo, y la llevaba a la iglesia, y leía sobre ella el oficio fúnebre. Aquella persona era como si hubiera muerto.

En Palestina en tiempos de Jesús, al leproso se le impedía la entrada en Jerusalén y en todos los pueblos vallados. En la sinagoga se proveía para ellos una habitación aislada de tres por dos metros, llamada mejitsá. La ley enumeraba sesenta y un contactos diferentes que podían contaminar, y la contaminación que implicaba el contacto con un leproso sólo era menos grave que la que se contraía por contacto con un cadáver. Con que un leproso metiera la cabeza en una casa, esa casa quedaba inmunda hasta las vigas del tejado. Hasta en un espacio abierto era ilegal saludar a un leproso. Nadie se le podía acercar más de cuatro codos -es decir, unos dos metros. Si soplaba el viento en el sentido del leproso hacia la persona sana, el leproso debía mantenerse por lo menos a cien codos de distancia. Cierto rabino no se comería ni siquiera un huevo que se hubiera comprado en una calle por la que había pasado un leproso. Otro rabino llegaba a presumir de tirarles piedras a los leprosos para que se mantuvieran lejos. Otros rabinos se escondían, o ponían pies en polvorosa, cuando veían un leproso en la distancia.

No ha habido nunca ninguna enfermedad que separara tanto como la lepra a una persona de sus semejantes. Fue a un hombre así al que Jesús tocó. Para un judío no habría una frase más sorprendente en todo el Nuevo Testamento que la sencilla afirmación: «Y Jesús extendió la mano y tocó al leproso.»

COMPASIÓN MÁS ALLÁ DE LA LEY

Mateo 8:1-4 (continuación)

En esta historia debemos notar dos cosas: La aproximación del leproso, y la respuesta de Jesús. En la aproximación del leproso había tres elementos.

(i) El leproso vino con confianza. No tenía duda que, si Jesús quería, podía limpiarle.

Ningún leproso se habría acercado jamás a un escriba o rabino ortodoxos; sabía demasiado bien que le habrían alejado a pedradas; pero este hombre vino a Jesús. Tenía perfecta confianza en la disposición de Jesús a recibir a una persona que todos los demás habrían rechazado. Nadie tiene por qué sentirse demasiado inmundo para venir a Jesucristo.
Tenía una confianza absoluta en el poder de Jesús. La lepra era la única enfermedad para la que no se prescribía un remedio rabínico. Pero este hombre estaba seguro de que Jesús podía hacer lo que no podía hacer nadie más. Nadie tiene por qué sentirse incurable de cuerpo o imperdonable de alma mientras exista Jesucristo.
(ii) El leproso vino con humildad. No demandó la curación; simplemente dijo: «Si quieres, Tú puedes limpiarme.» Era como si dijera: «Yo sé que yo no importo; sé que otras personas huirían de mí y no querrían tener nada que ver conmigo; sé que no tengo ningún derecho sobre Ti; pero tal vez en Tu divina condescendencia aplicarás Tu poder hasta a uno como yo.» El corazón humilde que no pretende tener nada más que su necesidad, encuentra abierto el acceso a Cristo.

(iii) El leproso vino con reverencia. En la antigua versión Reina-Valera se decía que Le adoraba. El verbo griego es proskynein, que nunca se usa sino de la adoración a los dioses; siempre describe el sentimiento y la acción de una persona ante lo divino. Probablemente el leproso no podría haberle dicho nunca a nadie lo que pensaba que era Jesús; pero sabía que en presencia de Jesús estaba en la presencia de Dios. No tenemos por qué poner esto en términos teológicos o filosóficos; bástenos la convicción de que cuando nos encontramos cara a cara con Jesucristo, nos encontramos ante el amor y el poder del Dios Todopoderoso.

A esa aproximación del leproso llegó la reacción de Jesús. Lo primero y principal es que esa reacción fue de compasión. La Ley decía que Jesús debía evitar el contacto con ese hombre y Le amenazaba con una terrible contaminación si permitía que el leproso se Le acercara más de dos metros; pero Jesús extendió la mano y le tocó. El conocimiento médico de entonces habría dicho que Jesús estaba corriendo un riesgo desesperado de una infección horrible; pero Jesús extendió la mano y le tocó.

Para Jesús no había más que una única obligación en la vida: la de ayudar. No había más que una sola Ley: la del amor. La obligación del amor estaba por encima de todas las reglas y leyes y reglamentos; Le hacía desafiar todos los riesgos físicos. Para un buen médico, una persona que padece una enfermedad repugnante no es un espectáculo desagradable, sino un ser humano que necesita de su ciencia y habilidad. Para un médico, un niño con una enfermedad contagiosa no es una amenaza; es un niño que necesita ayuda. Así era Jesús: Así es Dios: Así debemos ser nosotros. El verdadero cristiano quebrantará cualquier convencionalismo y asumirá cualquier riesgo para ayudar a un semejante necesitado.

LA VERDADERA PRUDENCIA

Mateo 8:1-4 (conclusión)

Pero nos quedan todavía dos cosas en este incidente que nos muestran que, aunque Jesús obraba con una independencia que estaba por encima de la Ley y se arriesgaba a una infección para ayudar, no era insensatamente descuidado, ni olvidaba las demandas de la verdadera prudencia.
(i) Le mandó al hombre que guardara silencio, y que no divulgara lo que había hecho por él. Esta orden del silencio era corriente en labios de Jesús (Mt 9:30 ; Mt 12:16 ; Mt 17:9 ; Mr 1:34 ; Mr 5:43 ; Mr 7:36 ; Mr 8:26 ). ¿Por qué mandaba Jesús que se mantuviera ese silencio?

Palestina era un país ocupado, y los judíos eran una raza orgullosa. Nunca olvidaban que eran el pueblo escogido de Dios. Soñaban con el día en que vendría el Divino Libertador. Pero en su mayor parte soñaban con ese día en términos de conquista militar y poder político. Por esa razón, Palestina era el país más inflamable del mundo. Vivía en medio de revoluciones. Un líder tras otro surgían, tenían su momento de gloria y eran eliminados por el poder de Roma. Ahora bien: Si este leproso hubiera ido por ahí divulgando lo que Jesús había hecho por él, habría habido un levantamiento para instalar a un hombre con los poderes que Jesús poseía como el líder político y el jefe del ejército.
Jesús tenía que educar las mentes de las personas, tenía que cambiar sus ideas; tenían que permitirles de alguna manera ver que Su poder era amor y no fuerza de armas. Tenía que obrar casi en secreto hasta que la gente Le conociera tal como Él era, el amador y no el destructor de las vidas humanas. Jesús exigía silencio a los que ayudaba no fuera que se Le usara para hacer realidad sueños terrenales en lugar de esperar el cumplimiento del sueño de Dios. Tenían que guardar silencio hasta que hubieran aprendido lo que podían decir correctamente acerca de Él.
(ii) Jesús envió al- leproso a los sacerdotes para que hiciera la ofrenda prescrita y recibiera el certificado de que estaba limpio. Los judíos le tenían tanto terror a la infección de la que había un ritual prescrito para el caso sumamente improbable de una cura.
El ritual se describe en Levítico 14. El leproso tenía que ser examinado por un sacerdote. Había que llevar dos avecillas, y matar una sobre agua corriente. Además había que llevar cedro, escarlata e hisopo. Estas cosas se llevaban, juntamente con la avecilla viva, se untaban con la sangre de la muerta, y entonces se dejaba libre a la viva. El hombre lavaba su cuerpo y su Topa y se afeitaba. Se dejaban pasar siete días, y se le examinaba otra vez. Entonces tenía que afeitarse el pelo de la cabeza y de las ceSantiagoJas. Entonces se hacían ciertos sacrificios que consistían en dos corderos sin defecto y una cordera; tres décimas de un efa de flor de harina mezclada con aceite, y un log de aceite. Se tocaba al leproso restaurado con la sangre y el aceite el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y del pie derecho. Por último le examinaban por última vez y, si se confirmaba la curación, se le permitía volver a la vida normal con un certificado de que era limpio.

Jesús le dijo a este hombre que pasara todo ese proceso. Aquí hay dirección. Jesús le estaba diciendo a ese hombre que no se inhibiera de las disposiciones que había a su disposición en aquellos días. No seremos beneficiarios de milagros si despreciamos el tratamiento médico y científico que está a nuestro alcance.
Debemos hacer todo lo que nos es humanamente posible antes de que el poder de Dios pueda cooperar con nuestros esfuerzos. Un milagro no viene cuando esperamos inactivos a que Dios lo haga todo, sino en respuesta a la colaboración de un esfuerzo lleno de fe por parte del hombre con la ilimitada gracia de Dios.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 08

III. MILAGROS DE JESÚS (8,1-9,34).

A las palabras les siguen las obras. Jesús proclama el reino de Dios con su mensaje oral y con sus hechos salvíficos. Ambos se corresponden y complementan mutuamente. San Mateo ha reunido los siguientes pasajes desde este punto de vista. Los milagros alternan con las controversias. Dentro de toda esta parte se destacan tres secciones (8,7; 8,18-9,13; 9,14-34).

1. PRIMER CICLO DE MILAGROS (8,7).

a) La curación de un leproso (Mt/08/01-04).

El acontecimiento tiene lugar a la vista de la gran multitud, ante la gente que acaba de oir el discurso de Jesús. Todos ellos deben también presenciar en seguida la proclamación de Jesús puesta en obra.

1 Cuando bajó del monte, lo siguieron grandes multitudes. 2 En esto, un leproso se le acerca y se postra delante de él, diciéndole: Señor, si quieres, puedes dejarme limpio.

La lepra es un azote de la humanidad, que hasta hoy día aún no ha sido eliminado del todo. Aquellas personas dignas de compasión tienen que ver en su larga enfermedad cómo se atrofia un miembro tras otro hasta que ellas mismas se van extinguiendo. Además están desechados, han sido separados de la comunidad de Israel. Con la lepra llevan el pecado en su cuerpo -según la enseñanza de los rabinos- y no pueden participar en el culto divino y en la vida social. Desde lejos tienen que llamar la atención de la gente, nadie puede tocarles o recibirles en su casa. Son impuros en el cuerpo y también lo son en el culto. Se vuelve asimismo impuro todo lo que cogen. Viven en la cárcel de un tabú celosamente vigilado. El leproso llama a Jesús con el nombre que denota dominio: «Señor». El mismo que acaba de hablar como legislador soberano, ahora es inducido a la acción soberana. La confianza es ilimitada: Si quieres, puedes dejarme limpio. El paciente cree en la virtud de Jesús para triunfar incluso sobre la enfermedad. Sólo depende de su voluntad que obre el milagro en él. Así el leproso se entrega por completo a la libertad del interlocutor, a la libertad de Dios. Jesús antes ha enseñado a orar de esta forma (cf. 7,7-11).

3 Y extendiendo la mano, lo tocó, diciéndole: Quiero; queda limpio. E inmediatamente quedó limpio de su lepra.

Jesús contesta con las mismas palabras: Quiero; queda limpio. Jesús confiesa así dos cosas: él puede realmente hacer lo que se cree que está en su poder, y también quiere hacerlo. Es la voluntad clemente y misericordiosa, que se vierte sobre aquel desgraciado, no la voluntad arrogante para manifestar la propia grandeza. El ademán («y extendiendo la mano, lo tocó») hace resaltar las palabras. Jesús no teme quedarse impuro o ser acusado por los adversarios de infracción de la ley. Su acción de extender la mano es el ademán soberano del vencedor. Al tocar al pobre enfermo lo devuelve a la comunidad.

4 Dícele Jesús: Cuidado con decírselo a nadie; eso sí: ve a presentarte el sacerdote y a ofrecer el don que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.

Jesús le ordena que no publique el milagro, sino que con sosiego y docilidad haga lo que ordena la ley. El que aparentemente infringió la ley con libertad regia, ahora manda que se observe exactamente. La presentación ante los sacerdotes debe demostrar la integridad de su curación, el don debe expresar su gratitud a Dios, de quien proceden la curación y la nueva vida. Al mismo tiempo el don ha de servir a la autoridad de testimonio de que no ha sucedido nada ilegal. Jesús no se busca a sí mismo. Hace con sencillez el bien y es agradecido a Dios. Aquí también se prueba lo que se ha dicho en el sermón de la montaña acerca del cumplimiento de la ley y los profetas: la ley no debe ser suprimida. La cumple también Jesús; la cumple del modo más radical, a pesar de no ser ya necesaria cuando ha desaparecido la enfermedad a que se refería la ley; cuando Dios ha restablecido la vida íntegra y sana, cuyas formas decaídas debía regular la ley. La llegada del reino de Dios es un acontecimiento. Y la mirada está dirigida a la plenitud del tiempo futuro, en que toda la vida se da a todos, sin necesidad de ley.

b) El centurión pagano (Mt/08/05-13).

Jesús obra el milagro precedente en un israelita, que no puede estar más próximo a un gentil, lo cual es como un programa: la salvación de Dios debe llegar a Israel, pero también a los paganos. éstos también están incluidos en la misericordia y participan en los dones del tiempo mesiánico. Al mismo tiempo se hace patente el orden que Dios ha establecido para el camino de su salvación: primero los judíos, luego los gentiles. Porque «la salvación viene de los judíos…» (Jua 4:22; cf. Rom 11:11 ss). En san Mateo el milagro mismo no se destaca mucho. El peso principal descansa en el diálogo entre el centurión y Jesús. Primero se trata de lo general y grande que tiene lugar aquí en la historia de la salvación, y sólo entonces se trata del milagro y de la salvación que se revela en él.

5 Cuando entró en Cafarnaúm, se le acercó un centurión suplicándole: 6 Señor, mi criado está en casa paralítico, sufriendo terriblemente. 7 Dícele Jesús: Yo mismo iré a curarlo. 8 Le contestó el centurión: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; dilo solamente de palabra, y mi criado se curará.

Un oficial pagano de Herodes Antipas se acerca con franqueza a Jesús y le expone su deseo. El centurión describe discretamente el lamentable estado de su criado, sin pedir por el momento la intervención de Jesús. Jesús al instante entiende bien lo que desea, y le dice: Yo mismo iré a curarlo. La misma discreción se manifiesta en la respuesta del centurión: él podía creer que el judío quedaría impuro entrando en su casa, y reviste su consideración con su humildad personal: «Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo.» Pero cree que Jesús tiene poder para curar sin que comparezca personalmente. Basta que diga una sola palabra imperativa para que la enfermedad sea vencida.

9 Porque también yo, aunque no soy más que un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes, y le digo a uno: ¡Ve!, y va; y a otro: ¡Ven!, y viene; y a mi criado: ¡Haz esto!, y lo hace.

El centurión se imagina a Jesús como un general en jefe, a quien tienen que obedecer los poderes enemigos de las enfermedades; así como él está bajo obediencia y tiene que ejecutar las órdenes de los superiores y así como él ejerce la facultad de mandar y sus soldados obedecen a su palabra. En estas órdenes sólo se pronuncia una palabra o frase que basta para expresar la voluntad del que manda, y para conseguir su ejecución. No es preciso que el superior esté presente. También basta dar desde lejos la orden: ¡Ven! ¡Ve! ¡Haz esto! La disciplina y la eficiencia de la tropa se basa en esta obediencia. Jesús también tiene que poder quebrantar el poder de la enfermedad con una sola palabra imperiosa. El pagano se ha formado por su propia cuenta un gran concepto de Jesús.

10 Cuando Jesús lo oyó, quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os lo aseguro: En Israel, en nadie encontré una fe tan grande.

Jesús está maravillado de lo que ha dicho el centurión. Quedó admirado. Le impresiona la sublimidad de sus palabras. Antes de contestarle dice a sus acompañantes, los hermanos en el judaísmo, una frase dura: En Israel, en nadie encontré tanta fe. Se supone que Jesús ya ha actuado durante algún tiempo, y ha tenido algún éxito entre sus compatriotas. Pero en ningún caso encontró lo que aquí atestigua el pagano: un grande y digno concepto de Jesús y la ilimitada confianza que tiene en el poder del Salvador. Jesús llama «fe» a las dos cosas juntas, es decir, al concepto del Señor y a la confianza del centurión en él. Uno podría tener un concepto sublime de Jesús y creer que tiene poca capacidad en situaciones particulares. Y otro puede tener en sus ruegos una impetuosidad impertinente y ansiosa, sin poseer un concepto esclarecido de Jesús.

11 Os digo, pues que muchos vendrán de oriente y de occidente a ponerse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; 12 en cambio, los hijos del reino serán arrojados a la obscuridad, allá fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

En estas palabras ya se anuncia proféticamente que Israel no logra tener esta fe y por eso será juzgado. La realización de la vida sobrenatural se presentó a los judíos plásticamente con muchas imágenes. Una de estas imágenes es el banquete en comunidad con los padres del pueblo de Dios: Abraham, Isaac y Jacob. Los israelitas eran descendientes de Abraham, y por eso creían que en la consumación formarían parte de su familia. El Bautista había destruido ya la confianza en la filiación corporal de Abraham: «Poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abraham» (3,9). Jesús da un paso adelante. Los verdaderos hijos de Abraham serán los que tengan una fe como la del centurión pagano. «Vendrán de oriente y de occidente.» Así lo han contemplado los profetas: la peregrinación de los pueblos paganos al final de los tiempos. Están en camino y buscan la salvación de Dios. En ellos se cumplirá la máxima promesa: la participación en el reino de Dios. ¿No están viajando muchos pueblos del mundo en esta romería, impulsados por el anhelo de paz y salvación? Los hijos del reino son los hijos de Israel según la carne. Propiamente son los herederos nativos, los pretendientes seguros del reino de Dios. Y precisamente ellos no serán admitidos a la comunidad de mesa con los padres del pueblo de Dios. La imagen que Jesús emplea para la reprobación es horrible y espantosa. Así como son expulsados de la sala los invitados groseros, así serán arrojados a las tinieblas sin límites, a las que no llega ningún resplandor de la sala iluminada festivamente. Los que han sido arrojados fuera, se reúnen en las tinieblas con lamentos quejumbrosos y con alaridos. Allí también ruge la rabia impotente de que no puedan participar en la fiesta y en el banquete: el rechinar de dientes.

13 Entonces dijo Jesús al centurión: Vete; que te suceda conforme has creído. Y en aquella misma hora se curó el criado.

Una cosa se pone aquí de nuevo en claro: Nunca puede reclamarse un derecho a salvarse por la tradición, por los méritos de los antepasados, por el mero hecho de pertenecer a una familia, a una asociación, a un pueblo. Lo que decide es una fe tan grande. Ella recibe con abundancia lo que pide y también aquello por lo cual nuestro valor, con frecuencia escaso, ni siquiera se atreve a rogar.

c) Otras curaciones (Mt/08/14-17).

14 Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, vio que la suegra de éste yacía en cama con fiebre; 15 le tocó la mano, y se le quitó la fiebre; ella se levantó, y le servía.

Pedro y su hermano Andrés vivían en Cafarnaúm, probablemente en la casita de los suegros de Pedro (Cf. Mar 1:29 y Jua 1:44). Una fiebre muy violenta y grave, quizás una enfermedad tropical, ha puesto en cama a la suegra. Jesús viene a visitarla, y la cura en seguida, sin esfuerzo y como de paso. Le coge la mano y la virtud curativa fluye hacia ella y le da la salud en un momento. Puede levantarse en seguida y servir al huésped sin molestia. La vida irradia y huye de él… Es un milagro descrito con gran discreción y comedimiento. Con todo, sopla, a través de las pocas palabras que se emplean, una corriente de calor familiar. Pedro pertenece a Jesús, y su casa le ofrece -quizás con frecuencia- un hogar acogedor y un ambiente de descanso reparador. Jesús comparte esta vida sencilla y obsequia a un familiar de su discípulo con sus dones caritativos.

16 Llegada la tarde, le presentaron muchos endemoniados; y arrojó a los espíritus con la palabra, y curó a todos los que estaban enfermos…

Por primera vez el evangelista concluye las narraciones de milagro con un resumen en un solo versículo, de una forma semejante a lo que se dijo en 4,23-25: son curados todos los endemoniados y enfermos que le presentan. Esto sucedió por la tarde del mismo día en que Jesús estuvo invitado en casa de Pedro. Nos podemos imaginar que delante de la casa se congrega un gentío. Se trae a los pacientes de todas las casas del lugar. Basta una sola palabra para despedir a los espíritus, la palabra imperativa, en que el centurión había creído con una fe tan viva (8,8). Jesús no necesita hacer exorcismos ni prácticas molestas; basta su sencilla palabra. ¿No es una gran fe ésta que empuja la gente hacia Jesús? ¿No se hace aquí patente lo que Jesús echaba de menos en Israel? El evangelista guarda silencio sobre este punto, pero este silencio probablemente quiere decir que aquella confianza acuciante en él no era la fe que conduce a la salvación. Lo que atrae a la gente es el taumaturgo. Pero Jesús no rehúsa curarlos; no apaga la mecha humeante ni quiebra la caña cascada (cf. 12,20). Aquella ansia pueril y quizás egoísta también puede llegar a ser la semilla de una fe adulta e iluminada. Tampoco no es lícito juzgar sobre este particular.

17 … para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías, cuando dijo: él mismo tomó nuestras flaquezas, y cargó con nuestras enfermedades.

San Mateo todavía ve más: no sólo ve los milagros que se hacen en los hombres, sino el misterio que irradia en los milagros, a saber, el misterio de la persona de Jesús. El profeta Isaías había vaticinado del siervo de Dios, que tomaría sobre sí todas las enfermedades y dolencias. Estaría dispuesto a padecer nuestro sufrimiento en sustitución nuestra. Jesús acepta las enfermedades de los demás, nuestras dolencias como suyas propias. Las quita por así decir de los demás y las carga sobre sí. Entonces las hace desaparecer. Jesús no sólo tiene paciencia y conformidad, sino la virtud de transformar y redimir. Pone sobre sí los pecados de todos, así como todo el sufrimiento, y lo cambia en bendición mediante su obediencia. Ya se anuncia el misterio de su muerte y de nuestra redención.

2. SEGUNDO CICLO DE MILAGROS (8,18-9,13).

a) El seguimiento (Mt/08/18-22).

Este pasaje y el siguiente milagro en el lago (8,23-27) están estrechamente enlazados entre sí. Primero se dan las normas para el adecuado seguimiento, luego el evangelista muestra cómo estas normas prueban prácticamente su eficacia en los acontecimientos del lago.

18 Viendo Jesús la muchedumbre a su alrededor, dio orden de pasar a la otra orilla. 19 y se le acercó un escriba para decirle: Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas, 20 y Jesús le contesta: Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

Cafarnaúm está en la ribera del lago. Un día Jesús divisa la gran multitud del pueblo que le rodea, y da la orden de pasar en una barca a la orilla opuesta. De este modo se prepara la descripción de la travesía (8,23-27), y la breve escena se intercala en este contexto. Primero viene un escriba que pide ser admitido entre sus seguidores. Con profundo respeto y con corrección le llama maestro. Sabe que es rabino itinerante con un grupo de discípulos, en el que se puede aspirar a ser admitido. Más tarde, un discípulo, que conoce mejor a Jesús, elige el noble tratamiento de «Señor» (8,21).

Grande es la disposición de aquel escriba: quiere seguir a Jesús a todas partes adonde vaya. Es mucho lo que está dispuesto a hacer. Jesús no contesta con una negativa ni con una aprobación; solamente muestra lo que aguarda al que le quiera seguir. Porque llegar a ser discípulo de Jesús no solamente significa como quien dice ir a su escuela para «aprender» algo. Sobre todo significa compartir la vida propia de Jesús. El que le sigue, participa en la forma de vida del Mesías, es empujado hacia esta forma. Esto es lo primero, como lo dice san Marcos en la elección de los apóstoles: «Llama junto a sí a los que quería, y ellos acudieron a él. Constituyó a doce, para que estuvieran con él…» (Mar 3:13 s).

Los hombres tenemos un hogar, o por lo menos el anhelo de llegar a tenerlo. Nos es natural buscar la seguridad en nuestra propia casa. Con todo empeño, en nuestros cambios de domicilio y emigraciones, voluntarios o impuestos, buscamos siempre una morada fija. Aspiramos a una residencia de la que ya nunca nos puedan echar. Incluso los animales tienen un sitio fijo, donde habitan, y lo construyen siempre por un instinto congénito. El caso de Jesús es distinto. Desde que se marchó de la casa de Nazaret ha renunciado al acogimiento del hogar. Es un rasgo esencial de su nueva vida no morar en ninguna casa. No sale de un lugar fijo para emprender distintos viajes, sino que vive la vida de un simple viandante. No tiene dónde reclinar la cabeza. Esto no sólo forma parte de su vocación como pregonero que quiere ir y predicar en todas partes. Forma parte de su renuncia, de la vida del siervo que se entrega y que también se abstiene del calor del hogar de la casa. A esto tendremos que estar dispuestos antes que nos decidamos. Y no llamarnos a engaño, si Jesús nos coge la palabra…

21 Otro, que era de sus discípulos, le dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. 22 Pero Jesús le contesta: Sígueme, y deja a los muertos que entierren a sus muertos.

Después del escriba viene un discípulo, y pide a Jesús que antes de unirse con él pueda cumplir los deberes de piedad con su anciano padre. Enterrar al padre quiere decir que el suplicante quería permanecer en casa hasta que su padre hubiese muerto, hubiera sido sepultado, y quedado él libre de todas las obligaciones con su padre. Esta espera podría también durar un prolongado período de tiempo. La respuesta de Jesús parece sumamente rigurosa. El llamamiento: Sígueme se refiere a la acción inmediata, a que se junte con él sin demora. Este seguimiento es mucho más importante y urgente que cualquier obligación filial. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Jesús trae la vida y está de la parte de la vida. En la interpretación de estas palabras se da una superposición de significados: el entierro del padre difunto se refiere a la verdadera sepultura corporal. Pero que el entierro debe ser efectuado por los muertos hay que entenderlo solamente en sentido metafórico y espiritual.

Los que espiritualmente están muertos y no han oído el llamamiento a la vida y perseveran en el pecado, son también sepultureros de los demás. Sólo pueden llevar al sepulcro al que está agonizando o ya ha fallecido. ¿No pasa aquí el Señor insensiblemente por alto la obligación que intima el cuarto mandamiento? ¿No resulta esta omisión completamente incomprensible, siendo así que Jesús en otro pasaje recalca esta obligación y reprueba la sofistería de los escribas? (cf. 15,1-9). El motivo para una reclamación tan incisiva tiene que ser muy grave. Es el tiempo apremiante, es el plazo único determinado por Dios, que existe una vez y no se repite más; la presión del reino (que está llegando), la cual impulsa a Jesús incesantemente. No hay tiempo que perder. Esta premura del tiempo tanto tiene validez para el discípulo como para el maestro, pero tiene validez solamente ahora en este filo, en el tiempo mesiánico. No obstante la Iglesia conoce muchas almas generosas e inspiradas que se afectan tanto por el llamamiento de Dios, que todo lo demás se retira y se sumerge alrededor de ellas, y estas almas son consumidas por la llama que hirió su corazón. Estas almas las hay en todos los tiempos.

b) La tempestad en el lago (Mt/08/23-27).

23 Luego subió a la barca, y lo acompañaron sus discípulos. 24 y en esto se levantó en el mar una tempestad tan grande, que las olas llegaban a cubrir la barca. Pero él estaba dormido. 25 Se le acercaron y lo despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!

Ahora Jesús sube a la barca y sus discípulos lo acompañaron. Jesús es el primero, el que precede, los demás van detrás de él. Con el estilo del primer versículo se continúa el tema del seguimiento, y se le hace llegar al acontecimiento del lago. En medio del mar se levanta la gran tempestad, como con frecuencia se forma allí, en el lago de Genesaret circundado de montañas, y pone en peligro las pequeñas barcas de pesca, poco aptas para efectuar travesías. Las tormentas se encajonan en la hondonada, agitan profundamente el mar y hacen casi imposible el gobierno de la embarcación. Los pescadores experimentados advierten en seguida el peligro que los amenaza, mucho más cuando las olas ya saltan dentro de la barca. Jesús duerme en medio de la tormenta, en la barca que es zarandeada de un lado a otro, entre las oleadas que pasan por encima. Jesús está escondido en Dios, y no le afecta el riesgo de la vida. En recelosa inquietud y angustia mortal los discípulos dan voces al Maestro: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Es un llamamiento de desesperación, pero también de confianza. La única salida que ven es el Señor, que está con ellos. Se dan por perdidos y no encuentran ayuda en su experiencia ni en las propias fuerzas. Sólo Jesús podría liberarles del peligro. La exclamación: Nos hundimos, además del significado literal, tiene un sentido más espiritual: nos vamos a pique, perecemos, estamos en un trance mortal, nuestra vida está al borde del abismo y está llegando a su fin, se ha perdido toda esperanza. Vemos el peligro de muerte de tal forma que con el riesgo exterior al mismo tiempo parece que vaya disminuyendo toda esperanza interna de la vida.

26 Pero él les dice: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. 27 Los hombres quedaron admirados y se preguntaban: ¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y la mar le obedecen?

Una vez despertado, Jesús pregunta sorprendido a los suyos: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? La fe es todavía débil en aquel que teme. La fe disipa el temor, porque llena de Dios a todo el hombre. La luz de la fe quita de todos los rincones la sombra de la preocupación y de la angustia. Son «hombres de poca fe», es decir, la fe ya existe, de lo contrario ya no hubiesen esperado que él los ayudara; pero todavía es escasa, de lo contrario no hubiesen afirmado angustiosos que estaba perdidos. En esta situación se encuentra a menudo el discípulo de Jesús. Cree, pero no íntegramente, espera ayuda de arriba, pero no toda la ayuda; no se sabe todavía enteramente a salvo en las manos sustentadoras del Padre, como Jesús ha enseñado (cf. 6,25-34). Jesús refrena las fuerzas desencadenadas y reprime la furiosa tormenta y el mar agitado. De repente el lago se queda muy tranquilo, el tumulto parece que se ha desvanecido como un fantasma. La gente pregunta sorprendida. ¿Quienes son los que preguntan: los discípulos, o los que están en la otra orilla, o en general los hombres? No es eso lo que interesa, sino solamente la pregunta acerca del hombre misterioso: ¿Qué clase de hombre es éste? Antes la gente se asombró del mensaje propuesto con autoridad (7,28), ahora se asombra de su acción poderosa, del dominio de la tormenta y del mar. Le obedecen los elementos igual que los demonios y las enfermedades. ¿No tiene que obedecerle también el hombre, si Jesús tiene tal poder? ¿No es realmente Señor y maestro, como le llaman los discípulos? ¿No es también el Señor de mi vida? El discípulo debe seguir al maestro incondicionalmente, y contar sólo con él. Deja el recogimiento de su casa («no tiene dónde reclinar la cabeza») y de su familia («deja a los muertos que entierren a sus muertos»).

El seguimiento es una llamada para dejar los compromisos terrenos y tomar un solo compromiso, a saber, el que se toma con el Señor. Eso vino a ser el acontecimiento del lago. En él tuvo lugar un tercer desprendimiento: el desprendimiento de la confianza en las propias facultades. En el lago se experimentó lo que significa en último término el seguimiento de Jesús: él está en la barca y en el centro, él sólo basta, puede suceder en torno lo que él quiera; está oculto en Dios; sólo él nos puede liberar. Vivir de estas verdades es la incumbencia de la fe, que desde los comienzos raquíticos debe llegar a la confianza ilimitada, desde la fe escasa hasta la plenitud de la fe. Esta escena puede estar con frecuencia ante nuestros ojos, aunque todas las apariencias sean de signo contrario. Sin embargo, Jesús está en la barca…

c) La expulsión de demonios (Mt/08/28-34).

28 Cuando llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados, que salían de los sepulcros, y eran tan furiosos, que nadie podía pasar por aquel camino. 29 y se pusieron a gritar: ¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Hijo de Dios? ¿Viniste antes de tiempo para atormentarnos?

La orilla opuesta, por tanto la oriental, del mar de Galilea es el límite del territorio mixto medio pagano de las diez ciudades: la Decápolis. Gádara es una de estas ciudades, que se habían mancomunado en una alianza. Subiendo desde el lago se atraviesa un terreno montañoso escarpado, a través del cual trepan angostos senderos. Por doquiera se encuentran cavidades que se han formado en la piedra caliza, ofrecen asilo a los vagabundos o caminantes, y, en este caso, cobijan a dos endemoniados. Viven separados de los habitantes de la ciudad, quizás han sido expulsados. Han tomado posesión de ellos demonios muy desenfrenados y numerosos. La historia es algo tosca y confusa para nuestra mentalidad. Hemos de contar con la influencia de expresivos medios narrativos populares. San Mateo narra la historia de una forma muy concisa; a él le interesa sobre todo el poder de Jesús sobre los demonios. Los dos endemoniados salen al encuentro de Jesús y se ponen a gritar: ¿Qué tienes tu que ver con nosotros, Hijo de Dios? Conocen en seguida la radical enemistad, incluso la especial dignidad de Jesús. Lo que permanece oculto a los hombres, está patente a la perspicaz inteligencia del antagonista. No tenemos nada que ver contigo, déjanos tranquilos. ¿Viniste antes de tiempo para atormentarnos? Parece que sepan que se les ha señalado un plazo. Terminará su caza furtiva en la creación de Dios sin el menor estorbo. No está lejana la hora en que se ha de quebrantar el imperio del demonio. Desde la controversia en el desierto (4,1) la cercanía de esta hora hubo de quedar clara para el reino de Satán.

30 A cierta distancia de ellos, había una gran piara de cerdos paciendo. 31 Y los demonios le suplicaban: Si nos vas a echar, mándanos a esa piara de cerdos. 32 Y él les dijo: Pues id. Ellos salieron de allí y se fueron a los cerdos. Y de pronto toda la piara se arrojó con gran ímpetu al mar por un precipicio, y perecieron en las aguas.

Con astucia propia de un abogado piden los demonios un plazo. Si ya vas a acabar con nosotros, ¿por qué nos atormentas antes de que llegue el fin? Déjanos ir por lo menos a estos cerdos, para que nos podamos sosegar algo. Si hablamos con toda seriedad, esta petición de los demonios parece grotesca, y es todavía más sorprendente que Jesús acepte esta proposición. Casi se podría concebir este lance como un matiz de gran humor y soberana libertad que también puede permitirse una «excepción».

33 Los porqueros salieron huyendo y se fueron a la ciudad a llevar la noticia de todo lo ocurrido con los endemoniados. 34 Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, y, cuando lo vieron, le suplicaron que se retirara de aquellos territorios.

Los habitantes de la ciudad se enteran horrorizados de lo que ha sucedido, y piden a Jesús que se vaya de su territorio. Lo acontecido, en su totalidad, les causa inquietud; quizás temen más perjuicios del que ya se ha causado por la pérdida de toda la piara de cerdos. Pero esto también significa que Jesús allí no puede conseguir nada. Como en su ciudad paterna, también de allí se le destierra. No se quiere saber nada de él. Sin embargo, todavía no ha llegado «el tiempo» de los gentiles. Primero Jesús tiene que actuar en Israel, porque «ha sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (15,24). A pesar de la índole fantástica de toda la historia, se sabe que la luz ya ha resplandecido durante un breve tiempo para los paganos, como un anuncio del día que se acerca. Pero todavía hay tinieblas.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

Tres milagros de sanidad (ver Mar. 1:40-45, 29-34; Luc. 5:12-16; 7:1-10; 4:38-41). Estos tres relatos se agrupan como para conducir a la fórmula-cita que aclara su significado en el v. 17. Además, se ligan por el hecho de que los que han sido sanados pertenecen a un grupo excluido de una vida plena en esa sociedad: ¡un leproso, un gentil, y una mujer!

El hecho de que Jesús tocó a un leproso era una demostración poderosa de buena voluntad al poner su interés cariñoso por encima del tabú social. La orden de vé, muéstrate al sacerdote (como Lev. 14:10-32 requería) sirvió como testimonio a ellos tanto del respeto que Jesús tenía de la ley como de su poder sanador como Mesías. La orden equilibrante de no lo digas a nadie nos recuerda el peligro de atraer el entusiasmo popular por razones erradas.

El centurión y su criado eran soldados no judíos en el ejército de ocupación. Detrás de la actitud vacilante del hombre de ser visitado por Jesús estaba el problema de las relaciones entre judíos y gentiles: no se podía esperar que un maestro judío se contaminase entrando en una casa de gentiles. Su sencilla aceptación, sin embargo, en jerga militar, de la autoridad práctica de Jesús sobre la enfermedad es evidencia de una fe mayor que la de ninguno en Israel. Al haber incluido este dicho admirable de Jesús en los vv. 11, 12 (cf. Luc. 13:28, 29), Mateo saca a relucir las implicaciones del contraste para el desarrollo futuro del pueblo de Dios. Muchos vendrán del oriente y del occidente (y este creyente gentil sirve de prototipo de estos) y se reúnen con los patriarcas judíos en el banquete mesiánico, que todos los judíos esperaban disfrutar por derecho. Al mismo tiempo, sin embargo, los judíos hijos del reino, que no compartían esta fe de los gentiles, se encontrarían excluidos, en el lugar donde por costumbre popular se asignaba a los gen tiles. La base para ser aceptos en el reino de los cielos ya no sería cuestión de origen racial sino de fe. La sanidad no usual a la distancia (cf. 15:21-28, también involucrando a un “enfermo” gentil) fue una respuesta apropiada ante la fe del gentil (13).

La historia sencilla de la sanidad de la suegra de Pedro nos introduce a un resumen general del ministerio de sanidad de Jesús en Capernaúm (base de operaciones de Jesús durante su ministerio en Galilea; 4:13). Nótese la distinción clara entre la posesión por el demonio y alguna enfermedad, y los diferentes términos usados para su curación. En la descripción de este ministerio de liberación como un cumplimiento de Isa. 53:4, Mateo nos re cuerda que abarca más la misión del siervo de Dios que la expiación del pecado que es el principal enfoque de Isa. 53; además abarca nuestra necesidad física.

Notas. 2 “Lepra” se usaba para designar una variedad de enfermedades de la piel; no todas eran igualmente serias o contagiosas. 14 La casa de Pedro probablemente sirvió de hogar para Jesús en Capernaúm. 17 Los sustantivos heb. en Isa. 53:4 se refieren, lit., al sufrimiento físico, aunque el contexto sugiere que fueron usados principalmente en sentidos metafóricos.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

8.2, 3 La lepra, como lo es el SIDA hoy, era una enfermedad temida porque no había cura conocida. En el tiempo de Jesús, la palabra lepra denotaba varias enfermedades similares, y algunas de ellas eran contagiosas. Si una persona la contraía, el sacerdote lo declaraba leproso y lo alejaban de su hogar y ciudad. Lo enviaban a vivir en una comunidad con otros leprosos hasta que se recuperara o muriera. Cuando el leproso rogó a Jesús que lo sanara, Jesús se le acercó y lo tocó, aún cuando su piel estaba cubierta del temido mal. Como la lepra, el pecado es una enfermedad incurable, y todos lo tenemos. Solo el toque sanador de Cristo puede milagrosamente poner a un lado nuestros pecados y restaurarnos para que podamos vivir en plenitud. Pero primero, al igual que el leproso, debemos reconocer que no podemos curarnos nosotros mismos y pedir a Cristo su ayuda salvadora.8.4 La Ley demandaba que al leproso sanado lo examinara el sacerdote (Levítico 14). Jesús quiso que aquel hombre de primera mano diera a conocer su historia al sacerdote, de manera que pudiera probar que su lepra había desaparecido totalmente y que por lo tanto podía volver a su comunidad.8.5, 6 El centurión pudo haber dejado que muchos obstáculos se interpusieran entre él y Jesús, como el orgullo, la duda, el dinero, el idioma, la distancia, el tiempo, la autosuficiencia, el poder o la raza, pero no lo hizo. Si no permitió que esas barreras le impidieran acercarse a Jesús, nosotros tampoco debemos permitirlo. ¿Qué lo aleja a usted de Cristo?8.8-12 Un centurión era un militar de carrera en el ejército romano que tenía unos cien soldados bajo su mando. Los judíos odiaban a los soldados romanos por su tiranía y desprecio. ¡Sin embargo la fe de aquel hombre maravilló a Jesús! La fe genuina de aquel odiado gentil avergonzó la piedad estancada de muchos judíos que eran líderes religiosos.8.10-12 Jesús dijo a la multitud que muchos judíos religiosos, que podrían formar parte del Reino, serían excluidos por haber perdido su fe. Estaban muy aferrados a sus tradiciones religiosas, al grado que no podían aceptar a Cristo y su nuevo mensaje. Debemos tener cuidado en no encerrarnos en nuestras costumbres religiosas al punto de esperar que Dios obre solo en ciertas formas. No limite a Dios con sus preconceptos y falta de fe.8.11, 12 «El oriente y el occidente» representan los cuatro rincones de la tierra. Toda la gente fiel a Dios se reunirá en el banquete del Mesías (Isaías 6; 55). Los judíos debían haber sabido que cuando el Mesías llegara, los gentiles participarían también de sus bendiciones (véase Isa 66:12, Isa 66:19). Pero este mensaje llegó como un golpe porque estaban demasiado absortos en sus propios asuntos y destino. Cuando apelemos a las promesas de Dios, no debemos apropiarnos de ellas tan personalmente que olvidemos ver lo que Dios quiere hacer para alcanzar a toda la gente que ama.8.11, 12 Mateo enfatiza que el mensaje de Jesús es para todos. Los profetas del Antiguo Testamento lo sabían (véanse Isa 56:3, Isa 56:6-8; Isa 66:12, Isa 66:19; Mal 1:11) pero muchos líderes judíos neotestamentarios optaron por ignorarlo. Cada persona tiene que elegir entre aceptar o rechazar las buenas nuevas, y nadie pasa a formar parte del Reino de Dios por herencia o conexión familiar.8.14 Pedro fue uno de los doce discípulos. Sus datos aparecen en el capítulo 27.8.14, 15 La suegra de Pedro nos da un hermoso ejemplo. Su respuesta al toque de Jesús fue servirle de inmediato. ¿Ha recibido usted la ayuda de Dios en alguna situación peligrosa o dificultosa? Si es así, debiera preguntarse: «¿Cómo puedo expresar mi agradecimiento?» Siendo que Dios nos ha prometido las recompensas de su Reino, debiéramos buscar formas de servirle ahora.8.16, 17 Mateo continúa mostrando la naturaleza soberana de Jesús. Por medio de un simple toque, sanó (8.3, 15); a una simple palabra suya, los demonios huyen de su presencia (8.16). Jesús tiene autoridad sobre los poderes satánicos y las enfermedades terrenales.También tiene poder y autoridad para dominar el pecado. Las enfermedades y la maldad son consecuencias de vivir en un mundo caído. Pero en el futuro, cuando Dios limpie la tierra del pecado, no habrá más enfermedad ni muerte. Los milagros de sanidad de Jesús fueron una demostración de lo que el mundo experimentará en el Reino de Dios.8.19, 20 Seguir a Jesús no siempre es fácil. Con frecuencia implica pagar un alto costo y sacrificio, sin recompensa terrena ni seguridad. Jesús no tuvo un lugar que pudiera haber llamado hogar. Quizás para usted el costo de seguir a Cristo será perder popularidad, amistades, tiempo de descanso o hábitos. Pero si bien el costo de seguir a Cristo puede ser alto, el valor de ser discípulo de Cristo es una inversión que repercute por la eternidad y rinde increíbles recompensas.8.21, 22 Es posible que este discípulo no estaba pidiendo permiso para ir al funeral de su padre, sino que deseaba esperar que su anciano padre falleciera antes de seguir a Cristo. Tal vez era el primogénito y deseaba estar seguro de recibir su herencia. Tal vez no quería enfrentar el enojo de su padre por abandonar los negocios de la familia para seguir a un predicador itinerante. Sea que se tratara de una seguridad financiera, una aprobación familiar o cualquier otra cosa, no estaba dispuesto a seguir a Jesús en aquel preciso momento. Jesús no aceptó sus excusas.8.21, 22 Jesús siempre fue directo con los que le seguían. Se aseguró de que calcularan el costo de seguirle y que no pusieran condiciones. Como Hijo de Dios, no titubeó en demandar lealtad total. Aun el dar sepultura al muerto no debía tener prioridad sobre sus demandas de obediencia. Su desafío directo nos fuerza a preguntarnos acerca de nuestras prioridades al seguirle. La decisión de seguir a Cristo no debiera ser relegada, aun cuando un acontecimiento importante esté a punto de tener lugar. Nada debiera ocupar el lugar de una entrega total a Cristo.8.23 Pudo haber sido un bote de pesca porque muchos de los discípulos de Jesús eran pescadores. Josefo, un historiador de la época, escribió que usualmente había más de trescientos botes pesqueros en el Mar de Galilea. Este bote tenía espacio para dar cabida a Jesús y a sus doce discípulos y era impulsado por medio de remos y velas. Durante la tormenta, sin embargo, las velas se bajaban para que no se rompieran y facilitar el control del bote.8.24 El mar de Galilea posee un caudal de agua poco común. Es relativamente pequeño (21 km de largo por 11 de ancho). Yace 208 m bajo el nivel del mar y su profundidad llega a 48 m. De un momento a otro pueden presentarse tormentas repentinas que agitan las aguas, originando olas de hasta siete metros de altura. Los discípulos se vieron atrapados sorpresivamente por la tormenta y el peligro era grande.8.25 A pesar de que los discípulos habían sido testigos de muchos milagros, se llenaron de pánico en esta tormenta. Como navegantes experimentados, estaban conscientes del peligro existente; lo que no sabían era que Cristo podía dominar las fuerzas de la naturaleza. Hay siempre una dimensión de nuestras vidas en la que sentimos que Dios no puede obrar o no ha de obrar. Cuando comprendemos bien quién es El, entendemos que El calma lo mismo las tormentas de la naturaleza que las tormentas del corazón atribulado. El poder de Jesús que calmó esta tormenta puede también calmar las tormentas que braman en nuestras vidas. El está dispuesto a ayudarnos si se lo pedimos. No es necesario excluirlo de ningún aspecto de nuestra vida.8.28 La región de los gadarenos estaba localizada al sudeste del mar de Galilea. El pueblo de Gádara, capital de la región, era una de las diez ciudades (o Decápolis, véase la nota a Mar 5:20). Eran diez ciudades con gobierno independiente y con población mayormente gentil, lo que explica lo del hato de puercos (Mar 8:30). Los judíos no criaban cerdos porque eran considerados inmundos y no los comían.8.28 Los endemoniados están bajo el control de uno o más demonios. Los demonios son ángeles caídos que se unieron a Satanás en su rebelión en contra de Dios y ahora son espíritus malos a las órdenes del diablo. Ayudan a Satanás a tentar a la gente y desplegar su gran poder destructivo. Pero cada vez que se enfrentaban con Jesús, perdían su poder. Los demonios reconocen a Jesús como Hijo de Dios (8.29), pero piensan que no tienen que obedecerle. Usted puede creer que Jesús es el Hijo de Dios pero creer no basta (véase en Jam 2:19 mas información sobre la fe y los demonios). La fe es más que creer. Por la fe, debe aceptar lo que El ha hecho en su favor, recibirlo como el único que puede salvarlo de su pecado y mostrar su fe por medio de la obediencia a su Palabra.8.28 Mateo dice que eran dos endemoniados, mientras que Marcos y Lucas se refieren sólo a uno. Aparentemente Marcos y Lucas se refieren sólo al hombre que tomó la palabra.8.28 En concordancia con las leyes ceremoniales judías, los hombres que Jesús halló eran inmundos en tres sentidos: eran gentiles (no eran judíos), estaban poseídos por el demonio y vivían en un cementerio. Jesús les dio ayuda a pesar de todo. No debiéramos dar la espalda a las personas «inmundas» o que nos son repulsivas. Debemos llegar a la conclusión de que cada ser humano es una creación única de Dios que necesita de su amor.8.29 La Biblia nos dice que al final Satanás y sus ángeles serán echados al lago de fuego (Rev 20:10). Cuando los demonios le dicen a Jesús que no los atormente «antes de tiempo», dan a entender que sabían cuál será su destino final.8.32 Cuando los demonios entraron en los cerdos, estos se despeñaron y cayeron al lago. La acción de los demonios prueba su intención destructiva: como no pudieron destruir a los hombres destruyeron a los cerdos. La acción de Jesús, por contraste, muestra el valor que da a cada vida humana.8.34 ¿Por qué la gente le pidió a Jesús que se fuera? A diferencia de los dioses paganos que adoraban, Jesús no podía ser contenido, controlado o aplacado. Temían el poder sobrenatural de Jesús, poder que no habían visto nunca antes. Y estaban muy molestos con la pérdida del hato de cerdos y no podían alegrarse con la liberación de los hombres que estaban poseídos por el demonio. ¿Le preocupan mas las propiedades y los programas que la gente? Los seres humanos han sido creados a la imagen de Dios y tienen un valor eterno. Qué necio y cuán fácil es dar más valor a posesiones, inversiones e incluso a animales, que a la vida humana. ¿Permite que Jesús termine su obra en usted?

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

1 (1) Después de promulgar la nueva ley del reino, el nuevo Rey descendió del monte para llevar a cabo Su ministerio real. Lo primero que hizo fue limpiar a los inmundos, sanar a los enfermos y echar fuera los demonios de los endemoniados, a fin de que todas estas personas pertenecieran al reino de los cielos (vs. 2-17).

1 (a) Mat_5:1

1 (b) Mat_4:25 ; Mat_5:1

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

53 (A) La purificación de un leproso (8,1-4). Cf. Mc 1,40-45. 1. mucha gente lo si­guió: Esta frase sugiere que la gente, de algu­na manera, se había hecho discípula suya. 2. un leproso: Puede referirse a la enfermedad de Hansen o a cualquier otra enfermedad de la piel (cf. IDB 3.111-13; cf. Lv 13). Señor. Mateo intensifica la fuerza religiosa del texto al per­mitir que el leproso se acerque a Jesús y lo adore. 3. lo tocó: El amor de Jesús llegaba has­ta a los excluidos, y no temía el contacto sen­sible con ellos. 4. preséntate al sacerdote: Cf. Lv 13,49; 14,2-32. Esta orden presenta a Jesús co­mo observante de la Torá (5,18) y respetuoso con los sacerdotes del templo, que posterior­mente conspirarán para arrestarlo, como testi­monio para ellos: Frase ambigua; podría refe­rirse a los sacerdotes o a la gente.

54 (B) Curación del criado del centu­rión (8,5-13). Este episodio representa una notable contrapartida con respecto a la ante­rior curación de un israelita según las normas de la Torá. Constituye una anticipación de la misión a los gentiles (28,19s). El relato no se encuentra en Marcos, pero sí en Lc 7,1-10, y, de forma diferente, en Jn 4,46-54. Mateo ex­pande el relato básico con los w. 11 y 12 (cf. Lc 13,28-29). Probablemente nos encontramos con una composición elaborada por Mateo a partir de tradiciones primitivas que se halla­ban en Q y en otras fuentes orales. 5. centu­rión: El oficial del ejército que tenía el mando sobre cien soldados; se trata, en este caso, de un gentil que, probablemente, estaba al servi­cio de Herodes Antipas en la ciudadela. 6. cria­do: El término griego país podría significar «chico», y de aquí «hijo» (Jn 4,46). 8. sola­mente di una palabra: Las palabras del centu­rión muestran su cortesía, humildad, su sensi­bilidad ante la reticencia que tenían los judíos piadosos a entrar en la casa de un gentil para no incurrir en una impureza ritual (m’Ohol. 18,7; Jn 18,28; Hch 10,1-11.18). Estas palabras hallaron una recepción tan importante que en­traron en la liturgia eucarística de rito latino como confesión de la indignidad de recibir al Señor. 9. bajo autoridad: El tema de la autori­dad es característico del interés de los oficiales romanos. 10. una fe tal: El escándalo que per­turbaba a la comunidad de Mateo era la falta de fe (en Jesús como Mesías) de la mayoría de los israelitas. Este escándalo se convierte en el tema dominante de la última parte del evange­lio. 11. Los términos proceden de Sal 107,3; Is 49,12; 59,19; Mal 1,11. 12. hijos del reino: Aquí se refiere a los judíos, pero en otros pasajes del evangelio se aplica a los cristianos (13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30). Mateo advierte contra to­da forma de complacencia religiosa. 13. en aquella hora: La curación acontece en la dis­tancia, como ocurre en el caso de otra creyen­te gentil (15,21-28).

55 (C) La curación de la suegra de Pe­dro (8,14-15). Cf. Mc 1,29-31. Mateo perfec­ciona el relato familiar para realzar la autori­dad de Jesús como Señor. 14. vio: A Jesús no se le dice que la mujer estaba enferma. Es él quien rápidamente lo detecta. 15. tocó: Su to­que de curación es suficiente para que la fie­bre la abandone. No es necesario que se le comprometa de forma poco decorosa levan­tándola de la cama. Se le devuelve su salud y su dignidad para servir activamente a Cristo («a él», y no «a ellos», como encontramos en Marcos).

56 (D) Los enfermos curados al atarde­cer (8,16-17). Cf. Mc 1,32-34. Es probable que Mateo haya colocado aquí este sumario para establecer un paralelo con la cita del AT con la que concluye. Así, la expulsión de demonios se corresponde con las flaquezas, y la curación de enfermos con las enfermedades. La cita, intro­ducida por una fórmula de cumplimiento (→ 7 supra), procede directamente del texto hebreo de Is 35,4, es decir, del cuarto cántico del Sier­vo sufriente, que tanta importancia tuvo para interpretar la muerte de Jesús. Los LXX espi­ritualizan la enfermedad y los dolores inter­pretándolos como aflicciones y dolencias. El cántico habla de que el Siervo toma sobre sí mismo la enfermedad personalmente, mien­tras que el evangelio sugiere que Jesús la quita. El objetivo de la cita reside en mostrar que el ministerio de sanación de Jesús está ratificado por la profecía. Mateo deja claro que las expul­siones acontecen por la palabra de Jesús, pero no entra en los detalles de la curación.

57 (E) El seguimiento de Jesús (8,18-22) . Cf. el paralelo Q en Lc 9,57-62. Hay un pa­ralelo veterotestamentario en 1 Re 19,19-21, donde Elías llama a Eliseo para que sea profe­ta; a este episodio se alude de forma prover­bial en Lc 9,62. El caso de Elíseo parece me­nos radical que el del discípulo porque Elías le permite despedirse, pero es también bastante radical en cuanto que Elíseo sacrifica sus yun­tas de bueyes, es decir, su medio de vida. 19. escriba: Mateo añade los términos profesio­nales «escriba» y «maestro» a su fuente, te se­guiré: Significa lo mismo que decir «seré tu discípulo». Los escribas eran los dirigentes ilustrados de las comunidades y los grupos re­ligiosos. Es probable que Mateo fuera uno de ellos. Véase el comentario sobre 6,28b-29 (supra). Los términos «maestro» (móreh, melammed, rab, rabbónt, rabbí) y «discípulo» (talmid), que raramente aparecen en el AT, ad­quirieron una gran importancia entre los ju­díos piadosos cuando intentaron desarrollar sus propias escuelas en competencia con los gimnasios helenistas que gozaban de un gran prestigio cultural (2 Mac 4,9.10). Los términos reflejan un trasfondo académico, escolar; pe­ro, dado que el objeto de estudio era cómo vi­vir una vida agradable a Dios, los términos tienen una connotación más amplia y existencial. 20. las zorras tienen madriguera: Jesús responde con un dicho figurado que enseña cómo por su propio modo de vida arriesgado, sin lugar estable donde vivir y yendo de un si­tio a otro, el discípulo no puede esperar algo mejor, el Hijo del hombre: Es la primera vez que aparece este título tan peculiar en el evan­gelio. Con la posible excepción de Mc 2,10 y par., en los evangelios se encuentra únicamen­te en labios de Jesús, un dato que refleja pro­bablemente una auténtica tradición de que Je­sús se refirió a sí mismo de este modo (→ Jesús, 78:38-41). 21. deja primero que vaya: Es­te versículo y el siguiente contienen una pro­funda enseñanza sobre el carácter radical, es­catológico y carismático del seguimiento de Jesús, que excede, muy de lejos, las exigencias de discipulado fariseo. En nuestro texto, el tér­mino clave es «primero». Para los cristianos, el seguimiento de Jesús debe ser la prioridad número uno. 22. deja que los muertos entierren a sus muertos: La áspera respuesta de Jesús debe haber sonado fuerte a una audiencia ha­bituada a la enseñanza de mBer. 3,1: «Aquel cuyo difunto aún no haya sido enterrado está exento de recitar el sema, de decir la tepillah y de ponerse las filacterias» (es decir, «de todos los deberes exigidos por la ley»). La total y compleja comprensión mateana del discipula­do se va revelando gradualmente a través del evangelio (cf. M. Hengel, The Charismatic Lea­der and His Followers [Nueva York 1981]).

58 (F) La tempestad calmada (8,23-27).
Cf. Mc 4,35-41 para la interpretación del rela­to de milagro. Puede haber cierta influencia de los Sal 107,23-32; 104,5-9, pero no es total­mente seguro. Mateo reelabora el relato para que pueda ser utilizado como instrucción so­bre la vida de la Iglesia tras la resurrección. (A Mateo se le ha llamado el gran Evangelio de la Iglesia por el interés que tiene en este tema). A lo largo del relato, Jesús aparece como el per­sonaje central y se le trata con respeto, en con­traste con Me; solamente se mantiene el breve momento tan humano del sueño. Mateo tras­lada el diálogo con los discípulos a una posi­ción anterior al mismo milagro, revelando de este modo sus prioridades didácticas. 24. gran tormenta: En Mateo se convierte realmente en un «terremoto» (seísmos, en lugar del marcano lailaps); cf. también 24,7; 27,54; 28,2, don­de seísmos se usa a menudo para sugerir los horrores de los últimos días. 25. Señor, sálva­nos, que perecemos: Esta petición se ha con­vertido en la oración de la Iglesia amenazada de todas las épocas, a la que, frecuentemente, se le ha representado artísticamente como una frágil barca sacudida por la tormenta. 26. hombres de poca fe: Mateo cambia la expresión marcana «sin fe» por la expresión «poca fe» (que es típicamente mateana, 6,30; 14,31; 16,8; cf. Lc 12,28). La poca fe presupone algu­na fe y así la conversión, pero se trata de una fe demasiado débil o paralizada para la ac­ción. Éste es el problema de la segunda o ter­cera generación cristiana (cf. 24,12). 27. aque­llos hombres: Puede referirse a los miembros de la Iglesia de finales de siglo (cf. G. Bornkamm, Tradition and Interpretation 52-57).

59 (G) Curación de los endemoniados gadarenos (8,28-34). Para tener la versión completa de este relato de expulsión de demo­nios es indispensable que estudiemos Mc 5,1-20. Este episodio presenta la escena más cómi­ca que encontramos en los evangelios. Para los judíos, los cerdos no eran solamente unos ani­males impuros, sino también divertidos; para los gentiles era motivo de risas y chistes la aversión que los judíos tenían a estos animales (cf. 2 Mac 6,18; 7,1; Josefo, Ant. 12.5.4 § 253; 13.8.2 § 234; Juvenal, Sat. 6,159). Aunque Ma­teo abrevia drásticamente, los elementos esen­ciales del relato de Marcos permanecen: Jesús tiene el poder para expulsar demonios; él es el Hijo de Dios (v. 29); los demonios entran en una piara de cerdos; la piara sale en estampida por un precipicio y se despeña. Dado que el acontecimiento ocurre en territorio gentil (Mc 5,20, la Decápolis), es posible que se encuentre implícito algún tipo de comentario sobre la im­pureza de los gentiles y, en consecuencia, su in­disposición para recibir a Jesús, pero no pare­ce estar claro. 28. gadarenos: Mateo sustituye la «Gerasa» marcana, situada a unos 40 km del mar, por Gadara, que se encontraba a unos 10 km del mar de Galilea. Mateo aumenta tam­bién el número de poseídos a dos. 29. antes de tiempo: Esta glosa mateana refleja la idea in­tertestamentaria de que los demonios tenían li­bertad para atormentar a la humanidad hasta el tiempo final (1 Hen 15-16; Jub 10,8-9; TestXIILev 18,12). 30. a cierta distancia: Esta frase abarca los kilómetros que había entre el pue­blo y el mar. 34. El categórico final en el que los habitantes del pueblo piden a Jesús que se marchara, no significa que lo rechazaran defi­nitivamente, sino que expresa, más bien, la confusión y el temor que sentían ante aquella serie de incidentes tan sorprendentes, por no mencionar el resentimiento por la destrucción de una piara de animales valiosa, conscientes de que los judíos los insultaban y se mofaban de ellos por esta razón. En el relato, los demo­nios realizan una doble confesión: explícita­mente afirman que Jesús es el Hijo de Dios e indirectamente que los cerdos son tan impuros como ellos (Lc 15,20; Mt 7,6; 2 Pe 2,22).

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

En el capítulo octavo de San Mateo se describen no menos que cinco de los milagros de nuestro Señor. En esto hay una bella congruencia. Propio era que el más célebre sermón que jamás se haya predicado fuera seguido de pruebas poderosísimas de que Aquel que lo había pronunciado era el Hijo de Dios.
En los versículos arriba trascritos se historian tres milagros: la curación de un leproso, la de un paralítico, y la de una mujer que sufría de fiebre. Al leer este pasaje se vienen á la mente tres pensamientos.
1. Que Jesucristo tiene un poder sin límites. La lepra es una de las enfermedades más terribles que afligen a los hombres. Los médicos la consideran incurable y los que sufren de ella están como muertos en medio de la vida. Y sin embargo, Jesús dijo al paciente que fuera limpio, y en el acto le dejó la lepra. Sanar á un paralítico sin verlo siquiera, y solamente con pronunciar una palabra, es hacer algo que nosotros no alcanzamos á concebir. Y sin embargo, Jesús lo mandó y se hizo. Dar á una mujer postrada con fiebre no solamente alivio sino también fuerza y salud suficientes para emprender de nuevo sus quehaceres domésticos, confundiría á los más hábiles médicos de la tierra. Sin embargo, eso fue lo que Jesús hizo con la suegra de Pedro. Tales actos solo pudieron ser ejecutados por un ser todopoderoso: allí estaba el dedo de Dios. En el Evangelio se nos exhorta á que acudamos á Jesús y reposemos nuestra fe en El, confiándole todos nuestros afanes y cuidados. Podemos hacer todo esto sin vacilar, pues El puede sobrellevarlo todo, siendo, como es, todopoderoso. Puede dar vida á los muertos y fuerza á los débiles. Confiemos en El, y depongamos todo temor. El mundo está lleno de lazos, y nuestros corazones son débiles; empero para Jesús nada hay imposible.
2. Que Jesús es infinitamente misericordioso y compasivo. Las circunstancias en que obró los tres milagros de que nos ocupamos fueron distintas. En cuanto al leproso El mismo oyó su grito: «Señor, si quisieres, puedes limpiarme.» En cuanto al criado del centurión supo que estaba enfermo, mas nunca le vio. Por lo que toca á la suegra de Pedro, Jesús la vio enferma de fiebre, pero no se nos refiere que ella dijera una sola palabra. Sin embargo, en todos esos tres casos el Señor se mostró benigno v misericordioso. Cada paciente fue compadecido con ternura y recibió eficaz alivio.
3. Que la fe es una virtud de un valor inestimable. Muy poco sabemos del centurión de que trata el pasaje que venimos considerando: su nombre, su patria, su historia pasada nos son desconocidos. Mas una cosa sí sabemos, á saber: que creyó. Y creyó, preciso es recordarlo, en tanto que los escribas y fariseos permanecían en la incredulidad. Creyó siendo pagano, en tanto que el pueblo de Israel permanecía ciego. Por eso nuestro Señor lo encomió con las siguientes palabras que desde aquel entonces se han repetido en todo el mundo: «Ni aun en Israel he hallado tanta fe.
Creer que Jesucristo tiene poder y voluntad de socorrernos, y obrar en armonía con esa creencia, es un don raro y precioso. Estar prontos a acudir á Jesús como criaturas desamparadas y culpables, y á encomendar nuestras almas en sus manos, puede considerarse como una gran prerrogativa, una prerrogativa por la cual debemos dar gracias á Dios, pues emana de El.
¿Hemos experimentado nosotros esa fe? Esta es la gran pregunta que nos concierne. Ojalá no descansemos hasta que no la hayamos contestado. La fe en Jesucristo parece insignificante á los hijos de este mundo, mas á los ojos de Dios es valiosísima. Por ella viven los verdaderos cristianos; por ella permanecen firmes; con ella vencen al mundo. Sin ella nadie puede ser salvo.

Fuente: Los Evangelios Explicados

Sana Jesucristo a un leproso, al siervo del Centurión, a la suegra de San Pedro, y a otros muchos enfermos. No quiere admitir a un escriba que deseaba seguirle; y manda a otro de sus discípulos, que le siga sin dilación. Sosiega una tempestad en la mar, y cura dos endemoniados en la tierra de los gerasenos.

2 a. MS. Un malato.

b. Si llegamos al Salvador con fe igual a la de este leproso, podemos esperar seguramente, que usará del mismo poder para curar la lepra de nuestras almas.

3 c. La ley prohibía tocar a los leprosos; pero el Señor que era el árbitro de la ley, y la misma pureza y santidad, no solamente no quedó impuro con este contacto, sino que purificó con él al que lo estaba.

d. MS. E fué luego alimpiada su gafedat.

4 e. Porque Jesucristo quería, que los hombres atendiesen más a su doctrina que a sus milagros, los cuales en la mayor parte no producían sino vanos efectos de admiración, quedándose los mismos (1Cor 14,22).

f. Los ricos ofrecían dos corderos, harina y aceite: los pobres un cordero y dos tórtolas o palomas.

g. Para que les constase, y no tuviesen excusa, dice San Jerónimo, si no se rendían a un testimonio tan claro de la verdad; y al mismo tiempo fuesen convencidos de la injusticia con que frecuentemente le acusaban de oponerse a la ley. Débese observar aquí, que aunque el Salvador quiso que quedase oculta al sacerdote la manera extraordinaria con que aquel había sido curado; esto no obstante le mandó que se presentase al sacerdote, para que le pagase la ofrenda que se acostumbraba hacer en las curaciones ordinarias de la lepra; y esto cuando el sacerdocio había ya degenerado mucho de su institución y de su oficio. La corrupción puede poner mancilla a la institución divina, pero de ningún modo abrogarla.

5 h. Este era un oficial de ejército, o capitán de cien soldados. Las legiones romanas eran mandadas por tribunos, que corresponden a nuestros coroneles, y repartidas en compañías de cien hombres; de donde se dio el nombre de centuriones a sus capitanes. Aunque Herodes Antipas era tetrarca de la Galilea, esto no obstante los romanos, como propios y verdaderos soberanos, mantenían allí sus tropas. Los Padres han creído que este Centurión era gentil, lo que realza mucho más el ardor de su fe. San Lucas (7,6) dice, que envió sus amigos, y que no fue en persona, por contemplarse indigno de ponerse en la presencia del Señor; lo que parece ser contrario a lo que dice aquí San Mateo. Pero este santo Evangelista se sirvió de una manera de hablar muy usada, diciendo que fue a buscar a Jesucristo; esto es, enviando para esto sus amigos, y los principales de los judíos. Véase en el capítulo 11,3 otra manera de hablar semejante a esta: Y le dijo: esto es, le hizo decir por sus discípulos.

6 i. MS. É es maltrecho. Vean este ejemplo aquellos señores inhumanos, que maltratan a sus siervos, no se cuidan de ellos, y en sus mayores necesidades no acuden a socorrerlos.

8 j. Jesucristo solamente con acercarse a la casa del Centurión encendió su corazón, le descubrió su divinidad, que ocultaban los velos de un cuerpo mortal, y le hizo decir estas excelentes palabras, que han merecido ponerse en la boca de todos los cristianos, cuando reciben el adorable cuerpo de Jesucristo.

9 k. Como si dijera: Si no obstante que yo estoy subordinado y sometido a otros, los que lo están a mí me obedecen prontamente, cuando les mando alguna cosa; ¿cuánto más bien seréis Vos obedecido, siendo un Dios todopoderoso e independiente, luego que mandareis y ordenareis alguna cosa?

10 l. Cuando Jesucristo se maravilló de la respuesta del Centurión, ninguna cosa admirable encontraba en ella, sino lo que él mismo había inspirado en el corazón de este oficial por su gracia; pero maravillándose de esta gran fe en un gentil, quería que la admirasen no solamente todos sus discípulos y judíos que le seguían, sino también toda la posteridad.

11 m. A semejanza de este gentil, vendrán otros muchos con igual fe de todas las partes del mundo, y merecerán el premio que está destinado para los verdaderos hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob.

12 n. Mas los hijos del reino; esto es, los herederos naturales, los hebreos, en quienes ha estado la verdadera religión, el templo, el sacerdocio, la ley del verdadero Dios, y a quienes principalmente pertenecen las promesas de la salud y del reino eterno, serán excluidos de él por su culpa, y arrojados en las tinieblas exteriores del infierno. Esto hace alusión a los festines que celebraban de noche. La sala del festín estaba toda iluminada, mientras que fuera no reinaban sino tinieblas; y así este lugar se puede traducir: Mas los hijos del reino serán echados fuera en las tinieblas: todo lo cual es figurado (véase Mt 25,1-41 y Lc 13,24).

o. Al cumplimiento de este suceso mira también lo que anunció Sof 1,15 (véase Mt 21; 24,8-21; Lc 21,25-26; 23,30).

14 p. En la misma ciudad de Cafarnaúm.

16 q. Era sábado, y hasta ponerse el sol no querían los judíos hacer cosa alguna. Entonces presentaron los enfermos a Jesús (véase Mc 1,32, y Lc 4,40). Esta expresión, o como se lee en Mc, 1, 32: opsías genoménes, hóte hédu ho hélios; Vespere facto, cum occidisset sol, que señala el tiempo en que traían al Señor los enfermos, es enfática, y que no sin gravísima causa añade aquí el sagrado Evangelista. Véase Teofilact. in Marc. c. I, et in Matth. c. VIII, et in Luc. c. IV, San Juan Crisóstomo. homil. XXVII in Matth. VIII. Dejando a un lado la religión del sábado, del que era Señor Jesucristo, y en que sin faltar a ella podía curar, como él mismo dio en rostro a los judíos; parece que la razón principal era, porque en aquella sazón era cuando los enfermos eran más atormentados, como que era la hora, en que como la experiencia muestra, se agravan más los enfermos; por manera que por aquí podemos inferir, que el Señor, para descubrir más su virtud omnipotente, los curaba en aquel tiempo en que estaban más agravados, desahuciados y sin esperanza. Esto se confirma con otra expresión no menos enfática, que se lee, kakós éjontes, que conviene a los mismos, perdite et desperate aegrotantes, immo morti ipsi proximi. Véase Lc 7,2, en que hablando del siervo del Centurión dice, kakós éjon émelle teleután; pessime habens, jamjam moriturus erat, en donde por una especie tés epexegéseos, añade, émelle teleután, que significa lo mismo. San Lucas (8,5), refiriendo el mismo suceso, escribe deinós basanizómenos que con la misma énfasis corresponde perfectamente tó kakós éjein, y San Mateo (17,15), kakés pásjei, y San Marcos, lo mismo, (6,55), y en otros lugares: y así kakós éjein, equivale a esjátos éjein, in extremis esse (Mc 5,23). Kakós éjein, es, kakíon, ho kákista éjein: es cosa sabida que los grados de la comparación se sustituyen unos por otros en los escritores sagrados y profanos. Véase sobre todo esto la docta disertación de Daniel Guillermo Trunell, De Vespertina Mortuorum curatione divina.

17 r. Este lugar de Isaías (53,4), que cita aquí San Mateo, se entiende principalmente, según San Juan Crisóstomo, de las enfermedades espirituales de nuestra alma, que el Señor haciéndose hombre se dignó tomar sobre sí, ofreciéndose como una víctima a la justicia de su Padre para satisfacer por nosotros. El Evangelista habla también de las enfermedades corporales, porque son efectos del pecado. Y además de esto por las curaciones del cuerpo se indican las que hizo el Médico divino en las almas.

18 s. De Genesaret. O huyendo de la vanagloria, para darnos ejemplo de humildad; o para evitar la envidia de los sacerdotes, fariseos y doctores de la ley; o para ejercer una grande misericordia. San Juan Crisóstomo.

19 t. Estas palabras podían hacernos creer que este hombre era de gran virtud; pero la respuesta del Salvador nos da a conocer que sus miras eran muy viles, y parecidas tal vez a las de Simón el Mago. Le da, pues, a entender el Señor, que es muy necio el que quiere seguirle, poniendo la mira en grandezas humanas; puesto que el mismo Señor no tiene ni casa ni lecho, en donde pueda recostar su cabeza.

20 u. MS. Nios.

21 v. Este era ya del número de los discípulos del Señor; pero para seguirle, le pide, que le permita ir antes a hacer los últimos oficios con su padre, de asistirle en su vejez, y de enterrarle después de muerto: cosa que en sí misma era loable, dice San Juan Crisóstomo, pero que el Señor se la niega; porque habiendo otros que podían enterrar a sus padres, quería darnos a entender, que, cuando nos llama, debemos seguirle, atropellando con todos los estorbos que puedan detenernos; y que para nosotros no debe haber negocio de mayor importancia que el de nuestra salvación.

22 w. Como si dijera: Tu padre ha muerto, no solo para la vida del cuerpo, sino también para la vida de la fe. Deja, pues, el cuidado de enterrar sus muertos, a los que son infieles, y están verdaderamente muertos delante de Dios. Así San Juan Crisóstomo, San Agustín y San Jerónimo.

26 x. El Señor los reprende, como a hombres de poca fe; porque el temor que los turbaba no procedía tanto del peligro en que se veían, como de que no tenían todavía la idea que debían de Jesucristo, y por esto llenos de admiración, preguntan después: ¿quién es este a quien los vientos y el mar obedecen? San Juan Crisóstomo, homil. XXIX.

y. MS. E ouiéron grand segurança.

28 z. Eran muy espaciosos, y como unas grandes grutas o cavernas; como se ve en muchos lugares de la Escritura y de la Historia sagrada. Distaban de las ciudades y poblados; porque los cadáveres no inficionasen el aire con su corrupción, y porque los que se acercaban a ellos quedaban impuros, según la ley (Núm 19,11). En San Marcos (5,1) y en San Lucas (8,23), se habla de un solo endemoniado, que sin duda era el más furioso, que declaró, que estaba poseído de una legión de demonios, y que después quiso seguir a Jesucristo; lo cual no habiendo conseguido, se hizo muy recomendable, esparciendo y divulgando el milagro que el Señor había obrado en su favor. El personaje principal de una acción suele llamar toda la atención de un historiador, y le hace olvidar a los otros en quienes no concurren iguales circunstancias.

29 a. Antes del día del juicio, en el que serán juzgados por el Hijo del hombre, (Dan 7,13), y condenados a eternas penas, juntamente con todos los hombres que hubieren arrastrado a ser compañeros de su desgracia. San Agustín.

30 b. El Griego: en dé makrán ap’autón (y había lejos de ellos).

31 c. El Griego: epístrepson hemín apelthéin (déjanos ir). Dios permite el mal, no lo manda.

32 d. El Griego: eis tén agélen tón joirón (a la piara de los puercos). Es probable que estos fuesen de algún gentil, pues habitaba un gran número de ellos en Gerasa y en todo aquel país, que por esta razón se llamó Galilea de los gentiles. Puede ser también, que los criasen los mismos hebreos para venderlos a los gentiles, y particularmente a los romanos. Se ve, y resplandece un justo castigo en esta permisión del Señor: Si los puercos eran de los judíos, porque ejercían un comercio ilícito, escandaloso y muy odioso a la nación; si sus dueños eran gentiles, quiso castigar los escarnios que estos hacían a los judíos, insultándolos porque se abstenían de comer carne de puerco.

e. Cuando el demonio no puede hacer a los hombres todo el mal que quiere, les hace todo el que puede o se le permite.

34 f. En vez de adorar al Señor, y admirar su infinito poder, son tan ciegos, que apartan de sí a su Salvador, negándose a recibir la luz del Evangelio. Y la muerte de algunos animales hizo mayor impresión en su corazón, que el milagro de haber librado dos endemoniados tan conocidos por toda aquella tierra. Alejando de sí al autor de la vida y de la salud, y alejándose ellos de él, quedaron más esclavos de aquellos mismos demonios, cuyo furor temían. San Juan Crisóstomo.

Fuente: Notas Bíblicas

[4] Multitudes del remanente físico de Israel.

[5] Referencia Shem Tov.

[6] El Yahshua verdadero ordenó a Sus seguidores cumplir la Torah.

[7] Capernaúm.

[8] Una clara referencia a Israel Judío, solamente en Judea.

[9] El retorno profetizado sobre las naciones Israelitas esparcidas, como se ve en Mat 15:24.

[10] Los hijos de Judah en Judea.

[11] Melo hagoyim/ la plenitud del los gentiles en el norte.

[12] Una referencia a ambas orillas en el pashat/literal y la sidra hora, o “mundo de espíritus de oscuridad” en el sod/misterio.

[13] Referencia Shem Tov.

[1] Seguir a Yahshua puede ser malo para el negocio de cerdos.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[4] Lev 13.[17] Is 53, 4.

Fuente: Notas Torres Amat