Aquel día, al anochecer, les dijo: —Pasemos al otro lado.
4:35 — Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado — Jesús había pasado gran parte del día enseñando a la multitud en parábolas acerca del reino (versículos 1,2). Ahora que el día ha pasado y llega la noche, Jesús propone que atraviesen el mar (de Galilea) para llegar a la región de los gadarenos (5:1). Los eventos en esta ocasión enfocan la atención de los discípulos en la identidad verdadera de Jesús de Nazaret (ver. 41).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
aquel día. Mat 8:23; Luc 8:22.
Pasemos al otro lado. Mar 5:21; Mar 6:45; Mar 8:13; Mat 8:18; Mat 14:22; Jua 6:1, Jua 6:17, Jua 6:25.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Pasar al otro lado del Mar de Galilea, un lago de solamente trece km de ancho, no parecía difícil en primera instancia. No obstante, su particular geografía produce una gran variedad climática. El lago está situado a más de 200 metros bajo el nivel del mar y está rodeado de montañas que se levantan de 900 a 1.200 metros sobre el nivel del mar en el oeste, norte y este. Las condiciones tropicales prevalecen alrededor de la superficie del lago, donde hoy en día incluso crecen bananas. Pero las elevaciones más altas pueden producir aire frío durante la noche.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
al otro lado. Jesús y sus discípulos estaban en la ribera occidental del Mar de Galilea. Con el fin de evitar a la multitud y tener un breve descanso, Jesús deseaba ir a la ribera oriental donde no había grandes ciudades y por lo tanto, habría menos personas.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Este relato demuestra el ilimitado poder de Jesús sobre el mundo natural.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
4:35 — Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado — Jesús había pasado gran parte del día enseñando a la multitud en parábolas acerca del reino (versículos 1,2). Ahora que el día ha pasado y llega la noche, Jesús propone que atraviesen el mar (de Galilea) para llegar a la región de los gadarenos (5:1). Los eventos en esta ocasión enfocan la atención de los discípulos en la identidad verdadera de Jesús de Nazaret (ver. 41).
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA PAZ DE LA PRESENCIA
Marcos 4:35-41
Cuando llegó la tarde de aquel día, Jesús les dijo: -Vamos a cruzar a la otra orilla.
Así que se apartaron de las multitudes y Le tomaron a Jesús tal como estaba en su barca. Y había otras barcas allí.
Entonces se levantó una gran tempestad de viento, y las olas combatían la barca, que estaba a punto de anegarse. Y Jesús estaba a la popa, durmiendo apoyado en un cabezal. Los discípulos Le despertaron diciéndole:
-¡Maestro! ¿Es que no te importa que perezcamos?
Así que, cuando Le despertaron, El se dirigió con autoridad al viento , y al mar y les dijo:
-¡Cállate! ¡Cálmate!
Y el viento amainó, y se produjo una gran calma. Jesús, les dijo:
¿Por qué teníais miedo? ¿Es que todavía no tenéis fe? Y ellos estaban embargados de un profundo temor, y se decían unos a otros:
-¿Quién va a resultar Éste? ¡Porque hasta el viento y la mar Le obedecen!
El lago de Galilea era famoso por sus tempestades. Se producían inesperadamente y tan de pronto que sorprendían y aterraban. Un escritor las describe de la siguiente manera: «No es raro ver aparecer terribles tempestades, hasta cuando el cielo está perfectamente despejado, sobre estas aguas que están ordinariamente tranquilas. Los numerosos arroyos que desembocan por la parte superior del lago, por el Nordeste y el Este, actúan como peligrosos desfiladeros por los que se lanzan los vientos de las alturas de Haurán, la meseta de Traconítide y la cima del monte Hermón, y se encauzan y comprimen de tal manera que, precipitándose con una fuerza tremenda por un espacio estrecho y luego soltándose de pronto, agitan el pequeño lago de Genesaret de una manera aterradora.» Uno que fuera cruzando el lago siempre estaba expuesto a encontrarse con una de estas tempestades repentinas. Jesús iba en la barca en la posición que se le permitiría a cualquier huésped distinguido. Se nos dice que «en estos barquitos, el lugar para cualquier extranjero distinguido es un pequeño asiento colocado en la popa, donde suele haber una esterilla y un cojín. El timonel suele ir de pie un poco más adelante en la cubierta, aunque cerca de la popa, para tener una visión clara hacia adelante.»
Es interesante notar que las palabras que Jesús le dirigió al viento y a las olas son exactamente las mismas que le dijo al poseso de Mr 1:25 . Lo mismo que un malvado demonio poseía a aquel hombre, así el poder destructor de la tormenta era, así lo creían en Palestina en aquellos días, el poder malvado de los demonios actuando en el reino de la naturaleza.
No le hartamos justicia a esta historia si la tomáramos sólo en un sentido literal. Si no describe más que un milagro físico en el que Jesús calmó una tempestad, es muy maravillosa, y es algo que nos produce admiración, pero que solamente sucedió una vez y no se repetirá nunca. En tal caso es algo totalmente externo a nosotros. Pero si la leemos también en un sentido simbólico es de mucho más valor. Cuando los discípulos se dieron cuenta de que la presencia de Jesús estaba con ellos, la tempestad se convirtió en calma. Una vez que se dieron cuenta de que Él estaba allí, una paz intrépida vino a sus corazones. Viajar con Jesús era viajar en paz aun en medio de la tormenta. Ahora bien: eso es universalmente cierto. No es algo que sucedió una vez y no más; es algo que sigue sucediendo, y que nos puede suceder a nosotros también. En la presencia de Jesús podemos tener paz aun en medio de las más violentas tempestades de la vida.
(i) Jesús nos da la paz en la tormenta del duelo. Cuando nos viene una pérdida como es inevitable, Jesús nos habla de la gloria de la vida por venir. Él cambia la oscuridad de la muerte en la luminosidad del pensamiento de la vida eterna. El nos habla del amor de Dios. Hay una antigua historia de un jardinero que tenía en su jardín una flor favorita que quería mucho. Cierto día llegó al jardín, y se encontró con que aquella flor no estaba. Se entristeció y enfadó mucho, y se puso a proferir queSantiago En medio de su resentimiento se encontró con el dueño del jardín, al que comunicó sus quejas también. » ¡Cállate! -le dijo el dueño- La he recogido yo para mí.» En la tormenta del duelo, Jesús nos dice que los que amamos han ido para estar con Dios, y nos da la seguridad de que nos reuniremos otra vez con los que hemos amado y perdido por un tiempo.
(ii) Jesús nos da la paz cuando los problemas de la vida nos envuelven en una tempestad de duda y tensión e incertidumbre. Hay momentos en los que no sabemos qué hacer; cuando nos encontramos en alguna, de las encrucijadas de la vida, y no sabemos qué camino seguir. Si entonces nos volvemos a Jesús y Le decimos: » Señor, ¿qué quieres que haga?» -el camino aparecerá claro. Lo trágico no es no saber qué hacer, sino que a menudo no nos sometemos humildemente a la dirección de Jesús. El buscar Su voluntad y someternos a ella es el camino a la paz en tales momentos.
(iii) Jesús nos da la paz en las tormentas de la ansiedad. El principal enemigo de la paz es la preocupación, por nosotros, acerca del futuro desconocido, y por los que amamos. Pero Jesús nos habla de un Padre Cuya mano no causará nunca a Sus hijos una lágrima innecesaria, y de un amor más allá del cual ni nosotros ni los que amamos podemos ser arrastrados nunca. En la tormenta de la ansiedad Jesús nos trae la paz del amor de Dios.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
Jesús calma la tormenta (Mar 4:35-41)
Análisis de discurso
Esta es una típica historia que muestra el poder de Jesús sobre las fuerzas de la naturaleza. La presencia de la multitud, los discípulos, la barca y el Lago de Galilea sitúan este episodio en el mismo día (v. Mar 4:35) y contexto geográfico que lo anterior. Jesús está subido a una barca, a orillas del lago, enseñando a las multitudes. Sin embargo, ahora toma la decisión de cruzar el lago. Durante el viaje, los discípulos aprenderán algo nuevo, algo que no habían visto todavía. Jesús no solamente puede sanar y echar fuera demonios, sino que su poder se extiende sobre las fuerzas de la naturaleza, algo que en el Antiguo Testamento sólo Dios podía hacer (Job 26:11-12; Sal 65:7; Sal 66:6; Sal 106:9; Sal 107:29, etc.). A esto se debe la sorpresa de los discípulos. El pasaje se divide en las siguientes subsecciones: a) Preparativos para el cruce (vv. Mar 4:35-36); b) Se levanta la tempestad, mientras Jesús duerme (vv. Mar 4:37-38); c) Los discípulos se quejan (v. Mar 4:38); d) Jesús calma la tempestad y cuestiona la fe de los discípulos (vv. Mar 4:39-40); e) El asombro de los discípulos (v. Mar 4:41).
TÍTULO: Muchas de las versiones consultadas proponen el título: «Jesús calma la tempestad [tormenta]» (BA, RV95, NVI, y otras). Coincidimos con el mismo.
Análisis textual y morfosintáctico
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
«Les dijo a sus discípulos» (TLA) es preferible a les dijo, que es una traducción literal del texto griego. La razón es que la tercera persona plural les se ha utilizado ya para referirse a la multitud en general, mientras que aquí Jesús se está dirigiendo a sus discípulos en particular (Bratcher y Nida, 152).
Pasemos al otro lado: Aunque la mayoría de las versiones traducen el verbo dierjomai como “pasar”, es mejor traducirlo como “cruzar”, como hacen NVI, CEV y NRSV. También es preferible seguir la sugerencia de TLA, BL y DHH, que agregan «del lago», ya que esa es la idea.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
El poder sobre la naturaleza (ver Mat. 8:23-27; Luc. 8:22-25). El primero del grupo de milagros es uno ante la “naturaleza”. Jesús, quien ya se había mostrado como Señor sobre los demonios y las enfermedades, ahora se hacía ver como Señor sobre la naturaleza. El relato está lleno de detalles dados por un testigo ocular (p. ej. el cabezal del v. 38). Nos parece poder ver la tormenta sobre el lago y a los horrorizados discípulos (¿sería un cuadro de la iglesia perseguida en Roma, o en nuestras tierras de hoy?). Los discípulos asustados implícitamente reprendieron a Jesús (38), y él reprendió al viento y a la tormenta, y éstos obedecieron sus órdenes (39). Ninguno más que el Creador mismo hubiera podido hacer esto. En el AT sólo Dios es el que causa tormentas y las calma. Los discípulos, a medias, comprendieron la verdad y estaban demasiado horrorizados para expresarla (41). La principal lección para nosotros en la reprensión de Jesús a sus discípulos era su falta de confianza en él. Tenemos que aprender a confiar completamente, aunque nuestra obediencia nos conduzca hacia las tormentas, sean éstas persecución u otra cosa. (Fue Jesús, y no los discípulos, quien sugirió cruzar el lago; ellos no estaban fuera de la voluntad del Señor.) A veces asumimos que las tormentas muestran desobediencia, pero esto no siempre es cierto.
Algunos dirán que el decir esto es “espiritualizar” un milagro que tuvo que ver con calmar una tormenta sobre el lago. Piensan que debemos confiar en Jesús para calmar las tormentas mismas y salvarnos cuando estamos de viaje. Por supuesto, Dios puede hacer lo que él quiere, pero para Pablo Dios no calmó la tormenta (Hech. 27) a pesar de que Pablo era un hombre de enorme fe. En esta ocasión los discípulos tuvieron poca fe, de manera que el calmar o no calmar una tormenta no parece depender de la fe, sino de la voluntad de Dios. Dios fortaleció a Pablo para que pudiera aguantar las tormentas con una fe quieta. Dios, a ve ces, nos libra de los problemas; o nos salva durante los problemas; o nos salva de la muerte física; o usa nuestra muerte para glorificar su nombre. ¿Acaso, también podríamos reprender a los vientos y las olas, como lo hizo Jesús? Según los Evangelios, sólo Jesús realizaba milagros de la “naturaleza” (ya que sólo Jesús es Dios), y no hay sugerencia alguna de que él jamás diera este poder a sus discípulos. Sólo Dios puede hacer la obra de Dios.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
p 180 Mat 8:18
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Pasemos al otro lado. Jesús y sus discípulos salieron en la barca desde Capernaúm, en la costa noroeste del Mar de Galilea, y se dirigieron hacia el sudeste a la tierra de los gadarenos (5:1).
Fuente: La Biblia de las Américas
En estos versículos se nos describe una borrasca en el mar de Galilea, cuando Nuestro Señor y sus discípulos lo iban cruzando, y el milagro que hizo el Señor calmando en un momento la borrasca. Pocos milagros de los que nos refieren los Evangelios debieron producir en el espíritu de los apóstoles más impresión que este. Cuatro de ellos, al menos, eran pescadores. Pedro, Andrés, Santiago y Juan, conocían probablemente desde su juventud el mar de Galilea y sus tormentas. Pocos acontecimientos de los que tuvieron lugar en las diversas excursiones de nuestro Señor contienen una instrucción más abundosa que el que se nos relata en este pasaje.
Aprendemos, en primer lugar, que los servidores de Cristo no están exentos de tormentas durante su servicio. Ved a los doce discípulos en la senda del deber, siguiendo con gran obediencia a Jesús por do quiera que iba; diariamente lo asisten en su ministerio y escuchan su palabra, diariamente dan testimonio al mundo, y proclaman que a pesar de los escribas y fariseos piensan, ellos, creían en Jesús, lo amaban, y no se avergonzaban de darlo todo por El; y, sin embargo, ved a esos mismos hombres angustiados, juguetes de la tempestad, y en peligro de ahogarse.
Fijémonos bien en esta lección. Si somos verdaderos cristianos no debemos esperar que nuestro viaje al cielo sea muy tranquilo y suave. No debe sorprendernos tener que sufrir como los demás hombres, enfermedades, pérdidas, aflicciones y desengaños. Dios nos ha prometido perdón gratuito y completo, gracia durante el viaje y Gloria al fin; pero no que no tendremos aflicciones. Nos ama demasiado para hacernos semejante promesa. Por medio de las tribulaciones nos enseña muchas lecciones preciosas que sin ellas nunca aprenderíamos. Con las tribulaciones nos muestra nuestra nulidad y nuestros vacíos, nos atrae al trono de la gracia, purifica nuestros afectos, nos va separando del mundo y llevándonos para el cielo. Todos diremos el día de la resurrección, «Fue un bien para mi verme afligido» Daremos gracias a Dios por las borrascas que hayamos corrido.
Aprendemos, en segundo lugar, que nuestro Señor Jesucristo fue hombre real y verdadero. Se nos dice en estos versículos que cuando la tormenta comenzó y las olas batían el bajel, estaba en la popa «dormido.» Tenía un cuerpo exactamente como el nuestro, que sentía hambre, sed, dolor, cansancio y que necesitaba reposo. No es de admirarse que su cuerpo en aquellos momentos demandase descanso, pues había estado todo el día muy diligente ocupándose de los negocios de su Padre. Había estado predicando al aire libre a grandes multitudes, no es de extrañar que «cuando llegó la tarde» y concluyó su tarea, se quedase «dormido».
Fijémonos también nuestra atención en esta enseñanza. El Salvador, en quien se nos manda confiar, es realmente hombre y Dios. Conoce las pruebas del hombre porque las ha experimentado, y puede comprendernos cuando a El clamamos por ayuda desde este mundo de angustias. Es el Salvador que para su consuelo necesitan, día y noche, seres de constituciones exhaustas y cabezas ardientes que viven en un mundo de congojas. «No tenemos un gran sacerdote que no pueda conmoverse con el sentimiento de nuestras debilidades». Heb. 4.15.
Aprendemos, en tercer lugar, que nuestro Señor Jesucristo es, como Dios, omnipotente. Lo vemos en estos versículos haciendo lo que es milagroso: habla a los vientos y lo obedecen; se dirige a las olas y se someten a sus órdenes; cambia una tormenta furiosa en calma con unas pocas palabras: «Calla, enmudece».
Estas palabras eran las de Aquel que crió al principio todas las cosas. Los elementos conocías la voz de su Señor, y, como siervos obedientes, luego se aquietaron.
Marquemos también esta lección y guardémosla como un tesoro en nuestras almas. Nada es imposible para nuestro Señor Jesucristo; no hay borrasca de pasiones, por fuertes que sean, que no dome; ni genio, por violento y áspero que sea, que no cambie. No hay conciencia, por turbada que se encuentre, que no apacigüe y calme. Ningún hombre debe jamás desesperar, pues bástele domeñar su orgullo, y acercarse humillado a Cristo confesando sus pecados. Cristo puede hacer milagros en su corazón. Ningún hombre debe perder la esperanza de llegar al término de su viaje, si una vez confió su alma a la guarda de Cristo; El lo librará de todos los peligros y le hará vencer a todos sus enemigos. ¿Qué importa que nuestros parientes se nos opongan, que nuestros vecinos se burlen de nosotros o nos deprecien, que nuestra posición sea dura, y nuestras tentaciones grandes? Todo eso es nada, si Cristo está de nuestra parte, y estamos con El en la nave. Más grande es El que está por nosotros, que todos los que están contra nosotros.
Finalmente, aprendemos en este pasaje que nuestro Señor Jesucristo es excesivamente sufrido y compasivo con su pueblo. Vemos a los discípulos en esta ocasión manifestando una gran falta de fe, y dominados por lo más infundados temores. Se olvidaron de los milagros de su Maestro y del interés que por ellos se había tomado en tiempos pasados; no veían otra cosa que el peligro del momento. Despertaron apresuradamente a Nuevo Testamento Señor, y exclamaron, «¿No te importa que perezcamos?» Vemos a nuestro Señor tratarlos dulce y tiernamente: no los reprocha con amargura; no los amenaza con despedirlos a causa de su incredulidad; tan solo les dirige esta tierna pregunta, ¿Por qué teméis? ¿Cómo es que no tenéis fe? Recordemos bien esta lección. El Señor Jesús es muy compasivo y tierno en su misericordia. «Como un Padre compadece a sus hijos, así el Señor compadece a los que le temen» Salmo 103.13. No trata a los creyentes según sus pecados, ni los premia según sus iniquidades; ve su debilidad; comprende sus flaquezas; ve las deficiencias todas de su fe, de su esperanza, de su amor y de su valor, y sin embargo, no los lanza lejos de sí; los soporta; los ama hasta el fin; los levanta cuando caen; los dirige por el buen camino cuando yerran. Su paciencia, como su amor, es una paciencia incomprensible. Cuando ve que el corazón es recto, se complace en perdonar muchas faltas.
Al concluir estos versículos llevamos en nosotros el consolador recuerdo, que Jesús no ha cambiado. Tiene aún el mismo corazón que cuando cruzó el mar de Galilea y aplacó la tormenta. Sentado en el cielo, a la diestra de Dios, Jesús simpatiza aún con su pueblo, y es aún sufrido, compasivo y omnipotente. Seamos más caritativos y sufridos con nuestros hermanos en la fe. Podrán errar en muchas cosas, pero si decimos de veras que nos dirigimos a Cristo y creemos en El, debemos consolarnos. La cuestión que nuestra conciencia debe contestar no es esta: «¿Somos los ángeles? ¿Somos perfectos como cuando estemos en el cielo?! Esta es la cuestión: «¿Nos acercamos real y verdadramente a Cristo? ¿Nos arrepentimos verdaderamente y tenemos fe?.
Fuente: Los Evangelios Explicados
pasemos… Lit. que pasemos.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
Lit. que pasemos.