Biblia

Comentario de Marcos 6:35 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Marcos 6:35 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Como la hora era ya muy avanzada, sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: —El lugar es desierto, y la hora avanzada.

6:35

— Cuando ya era muy avanzada la hora — Una gran parte del día lo pasó Jesús enseñando a la gente, y sanando a enfermos (Luc 9:1). No se tomó tiempo para comer.

— sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada — El problema consistió en que por ser el lugar desierto, o solitario, no hubo acceso inmediato de comida para todos que ahora tienen hambre.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Mat 14:15; Luc 9:12; Jua 6:5.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

6:35 — Cuando ya era muy avanzada la hora — Una gran parte del día lo pasó Jesús enseñando a la gente, y sanando a enfermos (Luc 9:1). No se tomó tiempo para comer.
— sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada — El problema consistió en que por ser el lugar desierto, o solitario, no hubo acceso inmediato de comida para todos que ahora tienen hambre.

Fuente: Notas Reeves-Partain

POCO ES MUCHO EN LAS MANOS DE JESÚS

Marcos 6:35-44

Cuando ya era tarde, los discípulos vinieron a decirle a Jesús:
-Este es un lugar solitario, y ya es tarde. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y a las aldeas de alrededor a comprarse algo de comer.

Dadles vosotros algo de comer-les contestó Jesús:

-¿Es que quieres que vayamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para que coman algo? Le preguntaron ellos.
-¿Cuántos panes tenéis? -les preguntó Jesús-. ¡Id a verlo!

Cuando lo comprobaron, Le dijeron a Jesús:
-Cinco, y dos pescados.

Jesús les mandó que hicieran que todos se sentaran en secciones sobre la hierba. Y así hicieron: se sentaron en secciones de cien y de cincuenta personas.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al cielo y los bendijo, y los partió en trozos. Se los dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente. Y repartió también los dos pescados entre todos ellos.
Y todos comieron hasta quedar satisfechos; y se recogieron los trozos de pan y los restos de pescado: doce cestas llenas. Y los que habían comido sumaban cinco mil hombres.

Es un hecho indudable que ningún milagro de Jesús parece haberles hecho tanta impresión a los discípulos como este, porque es el único que nos cuentan los cuatro evangelios. Ya hemos visto que el evangelio de Marcos realmente incorpora los materiales de la predicación de Pedro. El leer esta historia, tan sencilla pero también tan dramáticamente contada, es leer algo que suena al relato de un testigo presencial. Notemos algunos de sus detalles peculiares y realistas.
La multitud se sentó en la hierba verde. Es como si Pedro estuviera viendo otra vez toda la escena con los ojos de la memoria. Resulta que esta breve frase descriptiva nos provee de un montón de información. La única parte del año cuando la hierba estaría verde sería al final de la primavera, al final de abril. Así es que sería por entonces cuando tuvo lugar este milagro. En esa época, el sol se pone hacia las seis de la tarde; así es que esto tiene que haber sucedido algo antes de esa hora.

Marcos nos dice que se sentaron en secciones de cien o de cincuenta. La palabra que se usa para secciones (prasíai) es una palabra muy pictórica. Es el término griego normal para lechos de plantas en una huerta o de flores en un jardín. Mirando a esos pequeños grupos, sentados ordenadamente, parecerían como bancales de plantas en una huerta.

Al final recogieron doce cestas de pedazos sobrantes. Ningún judío ortodoxo viajaba nunca sin su cesta característica (kofinos). Los autores latinos nos han dejado chistes que se hacían de los judíos con sus cestas. Había dos razones para llevar esa cesta, que estaba hecha de mimbre y tenía un cuello estrecho que se iba ensanchando hacia abajo. La primera era que un judío ortodoxo tenía que llevar sus provisiones de comida para estar seguro de comer alimentos pernútidos por la Ley. Segunda, muchos judíos iban por la vida de pordioseros profesionales, y metían lo que les daban en su cesta. La razón de que hubiera doce cestas es sencillamente que los apóstoles eran doce. Fue en sus propias cestas donde recogieron ahorrativamente los trozos sobrantes para que no se perdiera nada.

Lo más maravilloso de esta historia es que por toda ella discurre el contraste implícito entre la actitud de Jesús y la de Sus discípulos.
(i) Nos muestra dos reacciones a la necesidad humana. Cuando los discípulos vieron lo tarde que era y lo cansada y hambrienta que estaba la gente, dijeron: » Despídelos para que puedan encontrar algo de comer.» Lo que equivalía a decir: «Estas personas están cansadas y hambrientas. Líbrate de ellas, y que sea otro el que se preocupe de ellos.» Pero Jesús dijo: «Dadles vosotros algo de comer.» Lo que Jesús estaba diciendo de hecho era: «Estas personas están cansadas y hambrientas. Tenemos que ayudarlas.» Siempre hay personas que se dan perfecta cuenta de que hay otras que tienen dificultades y problemas, pero que quieren pasarle la responsabilidad de hacer algo para ayudarlos a algún otro; y hay algunas personas que, cuando ven que alguien está pasando apuros, se sienten impulsados a ayudarle por sí mismos. Hay algunos que dicen: «Que se encarguen otros.» Y hay quienes dicen: «La necesidad de tú hermano es mi responsabilidad.»

(ii) Nos muestra dos reacciones a los recursos humanos. Cuando Jesús les pidió a Sus discípulos que le dieran a la gente algo de comer, insistieron en que doscientos denarios no bastarían para comprar solamente el pan. La palabra que usan casi todas las versiones es denario. Esta era una moneda de plata que representaba el salario diario de un obrero. Lo que los discípulos estaban diciendo realmente era: «Lo que ganara un obrero en seis meses no bastaría para darle a cada uno de estos el pan de una comida.» Realmente querían decir: «Lo que nosotros podamos tener es totalmente insuficiente.»

Jesús les preguntó: «¿Cuánto tenéis?» Tenían cinco panes. No serían hogazas grandes, sino más bien panecillos. Juan (6:9) nos dice que eran panecillos de cebada, que eran el alimento de los más pobres de los pobres. El pan de cebada era el más barato y áspero de todos. También tenían dos pescados, que serían probablemente del tamaño de sardinas. Teriquea -que quiere decir » el pueblo del pescado salado»- era un lugar muy conocido en las proximidades del lago, del que se mandaba pescado salado a todo el mundo. Los pescaditos salados se comían con delicia con los panecillos secos.

No parecía gran cosa. Pero Jesús lo tomó en Sus manos, e hizo maravillas con ellos. En las manos de Jesús, poco es siempre mucho. Puede que creamos que tenemos poco talento o pocos medios que ofrecerle a Jesús. Esa no es razón para un pesimismo derrotista como el de los discípulos. Lo único fatal es decir: «Para lo que yo puedo hacer, no vale la pena intentarlo.» Si nos ponemos en manos de Jesucristo, está por ver lo que Él puede hacer con nosotros y por medio de nosotros.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

REFERENCIAS CRUZADAS

y 285 Mat 14:15; Luc 9:12

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

De todos los milagros de nuestro Señor Jesucristo, ninguno se refiere con más frecuencia en los Evangelios, que el que acabamos de leer. Cada uno de los cuatro evangelistas fue inspirado para referirlo. Evidente es que demanda una atención especial de todos los lectores de la palabra de Dios.
Observemos, ante todo, en este pasaje, que prueba nos suministra este milagro del extraordinario poder de nuestro Señor Jesucristo. Se nos dice que dio de comer a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, y se expresa con mucha claridad que aquella multitud no tenía nada que comer. Con no menos claridad se nos dice que todas las provisiones que allí se encontraban eran solo cinco panes y dos peces; y, sin embargo, leemos que nuestro Señor tomó los panes y los peces, los bendijo, los rompió y se los dio a sus discípulos para que se los repartiesen al pueblo. Y al fin de la narración se nos dice, que «comieron y rellenaron» y que se recogieron «doce cestas llenas de fragmentos.
Este, sin duda ninguna, es poder creador. Tuvo manifiestamente que dar existencia a algo sólido, real y sustancia, que antes no existía. No se puede dar entrada a la teoría que las turbas estaban bajo la influencia de una ilusión óptica; o de una imaginación excitada. Cinco mil personas hambrientas no hubieran quedado satisfechas, si no hubieran recibido en la boca pan verdadero. No se hubieran podido recoger doce cestas de fragmentos, si los cinco panes no se hubieran multiplicado de una manera milagrosa. En fin, es muy claro que la mano del que hizo el mundo de la nada medió en esta ocasión; solo Aquel que creó el principio de todas las cosas, que hizo caer el maná en el desierto, pudo así haber preparado «un banquete en el desierto».
Todos los verdaderos cristianos deben atesorar en sus almas hechos como este y recordarlos en épocas de necesidad. Vivimos en medio de un mundo malo y vemos a pocos de nuestro lado y a muchos contra nosotros. Llevamos con nosotros un corazón débil, dispuesto a cada instante a desviarse del camino recto; y siempre tenemos cerca de nosotros a un diablo muy activo, que espía de continuo nuestras debilidades y trata de hacernos caer en tentación. ¿A dónde iremos a buscar consuelo? ¿Quién mantendrá nuestra fe viva y nos impedirá sumirnos en la desesperación? No hay más que una respuesta. Fijemos nuestras miradas en Jesús. Debemos pensar en su poder supremo y en las maravillas que hizo en los tiempos antiguos. Debemos recordar que de la nada puede crear alimento para su pueblo y satisfacer las necesidades de los que lo siguen aunque sea al desierto. Y al resolver estos pensamientos recordemos que ese Jesús vive aun, que nunca cambia y que está de nuestra parte.
Observemos además, en este pasaje, la conducta de nuestro Señor Jesucristo, así que hizo el milagro de dar de comer a la multitud. Leemos que «cuando los despidió, se dirigió a una montaña a orar».
Hay algo de profundamente instructivo en esta circunstancia. Nuestro Señor no buscaba las alabanzas de los hombres, después de uno de sus más grandes milagros, lo vemos buscar inmediatamente la soledad y pasar mucho tiempo en la oración. Practicaba lo que había enseñado, cuando dijo «entra en tu alcoba, cierra la puerta y dirige tus plegarias a tu Padre que está en lo escondido». Nadie hizo cosas tan grandes como el, ni habló tales palabras ni fue nunca tan constante en la oración.
Sírvanos de ejemplo la conducta de nuestro Señor. No podemos hacer milagros como El; no tiene igual en eso, pero podemos seguir sus huellas en todo lo que concierne a la devoción privada. Si tenemos el espíritu de adopción, podremos orar. Resolvámonos a orar más que hasta ahora, empeñémonos en buscar tiempo, lugar y oportunidad de estar solos con Dios. Sobre toda, no oremos solamente antes de trabajar por Dios, sino oremos después de haber concluido nuestra obra.
Muy conveniente sería para nosotros todos que nos examináramos con más frecuencia respecto a este punto de la oración privada. ¿Qué tiempo le concedemos en las veinticuatro horas del día? ¿Qué progresos notamos, según van pasando los años, en el fervor, en la plenitud y en el entusiasmo de nuestras plegarias? ¿Sabemos por experiencia «trabajar fervientemente orando»? Col. 4.12. Estas son indagaciones que nos humillan, pero muy convenientes para nuestras almas.
De temerse es que hay pocas cosas en que los cristianos se aparten más del ejemplo de Cristo, que en punto a plegarias.
Los grandes lamentos y las lagrimas de nuestro Maestro, la frecuencia con que se apartaba a lugar solitarios para ponerse en comunión íntima con el Padre, son cosas que se habla mucho y que se admiran más que se imitan. Vivimos en una edad de precipitación, de bullicio y de un movimiento incesante que se llama actividad. Se ven hombres tentados continuamente a acortar sus devociones privadas y a abreviar sus plegarias. Cuando tal acontece, no debemos admirarnos que la iglesia de Cristo haga tan poco en proporción a lo vasto de su organización. La iglesia debe aprender a imitar más exactamente a su Cabeza; sus miembros deben encerrarse con más frecuencia en sus retretes. «Tenemos poco», porque poco pedimos. Sant.
4.2

Fuente: Los Evangelios Explicados

hora avanzada… Lit. había llegado mucha hora.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

Lit. había llegado mucha hora.

6.35 Lit. mucha hora.

Fuente: La Biblia Textual III Edición