Comentario de Lucas 2:25 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él.
2:25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. — Hay mucho énfasis sobre la hipocresía de muchos de los líderes judíos, pero la Biblia también destaca a varias personas piadosas aun en ese tiempo de tanta decadencia espiritual.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
este hombre, justo y piadoso. Luc 1:6; Gén 6:9; Job 1:1, Job 1:8; Dan 6:22, Dan 6:23; Miq 6:8; Hch 10:2, Hch 10:22; Hch 24:16; Tit 2:11-14.
esperaba la consolación de Israel. Luc 2:38; Isa 25:9; Isa 40:1; Mar 15:43.
el Espíritu Santo estaba sobre él. Luc 1:41, Luc 1:67; Núm 11:25, Núm 11:29; 2Pe 1:21.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Simeón esperaba la consolación de Israel, al Confortador de Israel, una esperanza que se asemeja con la esperanza de liberación nacional que se expresa en los dos himnos del capítulo Luc 1:1-80. Esta liberación implicaría la obra del Mesías como lo sugiere el (v. Luc 2:26).
Espíritu Santo: Lucas destaca la presencia del Espíritu en los comienzos de la obra de Dios en Jesús.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
JUSTO Y PIADOSO. Aquí se traduce como «justo» el vocablo griego dikaios (heb. yasher) que también se puede traducir como «recto» (cf. Luc 1:6). En el AT no significaba una simple conformidad a los mandamientos, sino que indicaba que una persona era recta delante de Dios tanto en el corazón como en sus acciones (véase Sal 32:2, nota).
(1) La justicia que Dios buscaba en el AT era la que procedía del corazón, basada en la verdadera fe, en el amor y en el temor que se le tenía a Él (Deu 4:10; Deu 4:29; Deu 5:29). Ese estado del corazón se vio en los padres de Juan el Bautista, quienes «andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (Luc 1:6; véanse Gén 7:1; Gén 17:1; 1Re 9:4, en los que el significado abarca «integridad de corazón»). Simeón manifestaba las mismas características en su vida.
(2) Los justos del AT no eran personas perfectas. Cuando pecaban obtenían el perdón al ofrecerle a Dios el sacrificio de una cabra o un cordero, con una actitud de fe y arrepentimiento sincero (Lev 4:27-35; véase el ARTÍCULO EL DÍA DE LA EXPIACIÓN, P. 164. [Lev 16:33]).
ESPERABA LA CONSOLACIÓN. En una época de condición espiritual deplorable Simeón estaba dedicado a Dios y estaba lleno del Espíritu Santo, esperando con anhelo, fe y paciencia la venida del Mesías. Asimismo, en los últimos días de la época actual, cuando muchos abandonan la fe apostólica del NT y la bendita esperanza de la venida de Cristo (Tit 2:13), siempre habrá Simeones fieles. Otros podrán poner su esperanza en esta vida o en este mundo, pero los fieles serán como el leal siervo que se mantiene esperando a través de la noche larga y oscura el retorno de su señor (Mat 24:45-47). La mayor bendición será ver cara a cara «al Ungido del Señor» (v. Luc 2:26; cf. Apo 22:4), estar listo cuando El venga y vivir para siempre en su presencia (Apo 21:1-27 y Apo 22:1-21).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Simeón. Este hombre no se menciona en el resto de las Escrituras. la consolación de Israel. Un título mesiánico que se deriva de versículos como Isa 25:9; Isa 40:1-2; Isa 66:1-11.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
2:25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. – Hay mucho énfasis sobre la hipocresía de muchos de los líderes judíos, pero la Biblia también destaca a varias personas piadosas aun en ese tiempo de tanta decadencia espiritual.
Fuente: Notas Reeves-Partain
UN SUEÑO QUE SE HACE REALIDAD
Lucas 2:25-35
Había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón. Cumplía meticulosamente la Ley de Dios y era profundamente piadoso. Esperaba las bendiciones que traería la venida del Mesías, y el Espíritu Santo dirigía su vida. El Espíritu Santo le había revelado que no se moriría sin haber visto al Mesías prometido por Dios.
Aquel día, cuando los padres del niño Jesús le trajeron al templo para cumplir todo lo que mandaba la ley, el Espíritu Santo había movido a Simeón a ir al templo, y se dirigió a ellos y tomó a Jesús en sus brazos y dio gracias a Dios diciendo: -Señor, ya puedes dar a este tu siervo el saludo de despedida, acabando de cumplir lo que me has prometido, porque ya he visto con mis propios ojos la salvación que tenías preparada para todos los pueblos: es una luz que te revelará a todos los gentiles y la gloria de tu pueblo Israel.
Los padres de Jesús estaban maravillados de oír todo lo que se decía de su hijo. Simeón los bendijo, y dijo a María:
-En cuanto a este niño, Dios le ha puesto para que muchos de Israel caigan, y muchos se levanten, y para ser el mensaje de Dios que rechazarán los hombres, y que hará que salgan a la luz los anhelos de muchos corazones. Y en cuanto a ti, una espada te atravesará el alma…
No había judío que no creyera que su nación era el pueblo escogido de Dios. Pero los judíos no podían por menos de darse cuenta de que no sería por medios humanos por los que su nación llegara a alcanzar la suprema grandeza que creían que le estaba reservada. Con mucho la mayoría de ellos creía que, como los judíos eran el pueblo escogido, estaban destinados a llegar a ser algún día los amos del mundo y los señores de todas las naciones. Para traer ese día, algunos creían que vendría del Cielo algún gran campeón; otros creían que surgiría otro rey de la dinastía de David que devolvería al pueblo toda su antigua grandeza, y otros creían que Dios mismo intervendría directamente en la historia de manera sobrenatural. En contraste con todos esos había unos pocos a los que llamaban los reposados de la tierra: no tenían sueños de grandeza, violencia o poder de ejércitos con banderas; creían en una vida de constante oración y de reposada pero vigilante espera hasta que Dios interviniera. Pasaban la vida esperando tranquila y pacientemente en Dios. Así era Simeón: en oración, en adoración, en humilde y fiel expectación, esperaba el día en que Dios había de consolar a su pueblo. Dios le había prometido por medio del Espíritu Santo que no llegaría al final de su vida sin haber visto al ungido Rey de Dios. En el niño Jesús reconoció al Rey prometido, y se sintió feliz. Ahora estaba preparado para partir de esta vida en paz, y su cántico se conoce como el Nunc Dimittis, por sus dos primeras palabras en latín, y es otro de los grandes himnos de la Iglesia Cristiana.
En el versículo 34 Simeón da una especie de resumen de la obra y el destino de Jesús:
(i) Será la causa de que muchos caigan. Este es un dicho duro y extraño, pero cierto. No es tanto Dios el que juzga a un hombre, sino que es el hombre el que se juzga a sí mismo; y su juicio es su reacción a Jesucristo. Si cuando se encuentra ante esa bondad y esa maravilla su corazón reacciona con una respuesta de amor, está dentro del Reino. Si ante ese encuentro continúa fríamente insensible o se vuelve activamente hostil, queda excluido. Hay un gran rechazo, lo mismo que una gran aceptación.
(ii) Será la causa de que muchos se levanten. Hace mucho tiempo, el gran filósofo español Séneca dijo que lo que los hombres necesitaban más que nada era que se les tendiera una mano para levantarlos. Es la mano de Jesús la que levanta al hombre de la vieja vida a la nueva vida, del pecado a la bondad, de la vergüenza a la gloria.
(iii) Se enfrentará con mucha oposición. Ante Jesucristo no cabe la neutralidad: o nos rendimos a Él o estamos en guerra con Él. Y lo trágico de la vida es que el orgullo no nos deja hacer la rendición que conduce a la victoria.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
(Ver Núm 11:17; 2Re 2:15; Isa 11:2; Isa 42:1; Isa 61:1; Eze 11:5.).
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
— la liberación: Lit. el consuelo, la consolación: Ver Isa 40:1; Isa 49:13; Isa 51:12; Isa 61:2.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
REFERENCIAS CRUZADAS
c 140 Sal 119:166; Isa 40:1; Isa 49:13
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
la consolación de Israel. Con el nacimiento de Jesús se inició una nueva época de consolación y misericordia para la nación de Israel (Is 40:1– 2; Lc 2:26, 28; 23:50, 51).
Fuente: La Biblia de las Américas
25 super (1) Justo principalmente para con los hombres y devoto para con Dios.
25 super (2) El Salvador-Hombre es la consolación del pueblo escogido de Dios.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Simeón. Todo lo que sabemos de Simeón es lo que Lucas nos dice aquí.
la consolación de Israel es el Mesías prometido.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
Estos versículos nos refieren la historia de un hombre cuyo nombre no se encuentra en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, «el justo y piadoso» Simeón.
Nada sabemos de su vida pues del nacimiento antes o después de Cristo. Se nos dice solamente, que inspirado por el Espíritu, vino al templo, cuando María llevó a él al niño Jesús, y que tomando á este en sus brazos, bendijo a Dios con palabras que hoy son bien conocidas en todo el mundo.
Vemos en el caso de Simeón que Dios tiene gente creyente aun en los peores lugares, y en las épocas más tenebrosas. La religión había decaído en Israel cuando Cristo nació. La fe de Abraham corrompida con la doctrina de los Fariseos y Saduceos. El oro brillante se encontraba en un estado de deplorable opacidad. Pero aún entonces hallamos en medio de Jerusalén un hombre «justo y piadoso,» uno «sobre quien era el Espíritu Santo..
Es un pensamiento consolador que Dios tiene siempre alguno que de testimonio de El. Pequeña como puede ser algunas veces Su iglesia creyente, las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella. La iglesia verdadera puede ser arrollada al desierto, y forzada a vivir como un rebaño pequeño y disperso, pero jamás perece. Hubo un Lot en Sodoma, y un Obadía en la familia de Achab, un Daniel en Babilonia, y un Jeremías en la corte de Zedequías; y en los últimos días de la iglesia Judía, cuando la copa de su iniquidad casi colmado, hubo aun en Jerusalén, piadosos, como Simeón.
Los cristianos verdaderos, en cada siglo, deben recordar esto y consolarse Es una verdad que están prontos á olvidar; y en consecuencia, se rinden al descaecimiento de ánimo. «Yo solo he quedado,» decía Elías, «y procuran quitarme la vida.» Más ¿qué le dijo Dios por respuesta? «Y yo haré que queden en Israel siete mil.» Abriguemos más esperanza. Confiemos en que la gracia puede vivir y prosperar, aun en medio de las más desfavorables circunstancias. Hay en el mundo más Simeones de los que suponemos.
Vemos en el cántico de Simeón como el creyente puede vivir completamente exento del temor de la muerte. Ahora despides, «Señor,» dice el anciano Simeón, «á tu siervo en paz.» Habla como si la sepultura hubiera perdido para él sus terrores, y el mundo sus encantos. Desea que librándolo de las miserias de la peregrinación de la vida, que se le conceda ir á la patria celestial. Desea estar «separado del cuerpo y habitar con el Señor.» Expresase como quien sabe á donde va cuando muere, y no se cuida cuan pronto llegue el día. Sabe que el cambio redundará en su provecho, y desea que pronto se verifique.
¿Qué puede hacer que el hombre mortal se exprese de esta manera? ¿Qué puede ponernos á salvo de ese » temor de la muerte » en el cual tantos viven en cautiverio? ¿Qué puede librarnos del aguijón de la muerte? Hay una sola respuesta á estas preguntas: Únicamente una fe firme puede hacerlo. La fe con que nos acogemos con firmeza á un Salvador que no podemos ver; la fe que se apoya en las promesas de un Dios invisible; la fe, y la fe únicamente, puede hacer capaz al hombre de mirar ante sí la muerte, y exclamar: «Yo muero en paz.» No basta estar dispuesto á someterse á cualquiera cosa con objeto de cambiar cuando uno está cansado del dolor y de las enfermedades. No basta estar indiferente al mundo, cuando ya no tenemos fuerza para mezclarnos en los negocios, ó para gozar de los placeres que nos brinda. Es menester que sintamos algo más que esto, si deseamos morir en paz verdadera. Es menester que tengamos fe como la del anciano Simeón, es decir, aquella fe que es el don de Dios. Puede suceder que sin esa fe muramos tranquilamente, y parezca que «no hay ataduras para nuestra muerte.» Psa 73:4. Pero muriendo sin esa fe, nunca nos hallaremos en la morada que deseamos, cuando nos despertemos en el otro mundo.
Vemos además de esto, en el cántico de Simeón, qué conocimiento tan claro alcanzaron algunos judíos creyentes de la obra y ministerio de Cristo, aun antes que se predicase el Evangelio. Hallamos a ese buen anciano hablando de Jesús como «la salud que Dios ha aparejado»; como «una luz para ser revelada á los gentiles, y la gloria de su pueblo Israel.» Bueno habría sido para los eruditos Escribas y Fariseos del tiempo de Simeón, que se hubiesen sentado en su presencia, y escuchado su doctrina.
Cristo fue en verdad «una luz para ser revelada á los Gentiles.» Sin él ellos estaban sumidos en la superstición y las tinieblas más horribles, ignorando el camino de la vida, y adorando las obras de sus propias manos. Sus filósofos más sabios vivían en completa ignorancia de las cosas espirituales. «Que diciéndose ser sabios se Insensatos.» Rom 1:22. El Evangelio de Cristo fue para Grecia y Roma, y todo el mundo pagano, como el salir del sol. La luz que en materias religiosas hizo penetrar en las mentes de los hombres, fue tan grande como el cambio de la noche en día Cristo fue verdaderamente «la gloria de Israel.» La descendencia de Abraham, las alianzas, las promesas, la ley de Moisés, el servicio del templo de institución divina, todas estas fueron para los israelitas grandes prerrogativas. Más nada fueron comparadas con el grande hecho, que de Israel nació el Salvador del mundo. Había de ser el más alto honor de la nación Judía, que la madre de Cristo fuera una mujer de su raza, y que la sangre de Aquel «que nació de la posteridad de David, según la carne, había de ofrecer la expiación por el pecado del género humano.» Rom 1:3 Más no olvidemos que las palabras del anciano Simeón aún obtendrán más completo cumplimiento. La «luz» que vio por la fe, cuando sostenía al niño Jesús en sus brazos, todavía ha de resplandecer con brillantez tal que sea vista de todas las naciones de mundo gentil La gloria de aquel Jesús á quien Israel crucificó, será algún día revelada tan claramente á los Judíos dispersos, que, mirando a Aquel que ellos crucificaron, se arrepentirán y se convertirán. Vendrá el día en que el velo será levantado del corazón de Israel, y todos «se gloriarán en Jehová.» Isaí. 45:25. Esperemos confiados ese día; roguemos que llegue pronto. Si Dios es la luz y la gloria de nuestras almas, ese día no puede venir demasiado pronto.
Contiene, finalmente, este pasaje un anuncio admirable de los resultados que habían de surgir cuando Jesucristo y Su Evangelio aparecieron en el mundo.
Cada palabra del anciano Simeón, sobre punto, merece meditación especial. El todo forma una profecía que se está cumpliendo diariamente.
Cristo había de ser «blanco de contradicción.» Había de ser el blanco de todos los fieros dardos del malvado. Había de ser «despreciado y rechazado de los hombres.» él y su pueblo habían de ser una » ciudad edificada sobre un collado,» asaltada de todos, y odiada de toda clase de enemigos. Y así resultó: hombres que jamás han estado acordes en ninguna otra materia, lo han estado en odiar á Cristo. Desde el principio millares han sido perseguidores é incrédulos.
Cristo había de ser la causa «de la caída de muchos en Israel.» Había de ser «la piedra de tropiezo y la roca de ofensa» á muchos orgullosos y presuntuosos Judíos, que lo rechazarían y morirían en sus pecados. Y así sucedió: para gran número de ellos Cristo crucificado fue ocasión de tropiezo, y Su Evangelio «olor de muerte.» 1Co 1:23; 2Co 2:16. Cristo había de ser la causa del » levantamiento de muchos en Israel.» Había de resultar ser el Salvador de muchos que al principio lo rechazaron, lo ultrajaron y lo cubrieron de blasfemias, pero que después se arrepintieron y creyeron. Y así también sucedió: cuando los millares que lo crucificaron se arrepintieron, y Saulo que persiguió á sus discípulos se convirtió, hubo algo como un levantamiento.
Cristo había de ser la causa de que «fueran manifestados los pensamientos de muchos corazones.» Su Evangelio había de descubrir los caracteres verdaderos de muchas gentes: la falta de amor hacia Dios en unos, los anhelos espirituales de otros. Y así resultó: el libro de los Hechos de los Apóstoles, en casi cada capítulo, revela que en esto, como en todos los otros puntos de su profecía, el anciano Simeón dijo la verdad.
Y ahora bien ¿qué opiniones tenemos respecto de Cristo? Esta es la pregunta que debe ocupar nuestras mentes. ¿Qué reflexiones despierta en nuestras mentes? Este es el examen que debe ocuparnos seriamente. ¿Estamos por él, ó contra él? ¿Lo amamos, o lo menospreciamos? Nos es tropiezo su doctrina, ó hallamos que es «causa de levantamiento.» No estemos jamás tranquilos en tanto que no hayamos respondido satisfactoriamente estas preguntas.
Fuente: Los Evangelios Explicados
consolación… → Isa 40:1.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
TGr19 Simeón estaba sujeto a una influencia sobrenatural. La presencia del artículo en los vv. 26 y sigs. se debe a la anáfora precedente en el v. 25 (parece que la palabra πνεῦμα sin artículo se refiere al Espíritu Santo -M113; comp. el comentario sobre Luc 1:15 y Luc 1:35).
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
Lit., Y he aquí