Comentario de Lucas 6:46 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
“¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo?
6:46 ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Le dan el título pero no le rinden el servicio (JWM). Compárense Mat 21:28-32; Stg 1:22-25. La palabra “Señor” implica obediencia y servicio. Sin duda muchos de los que seguían a Jesús disfrutaban sus favores (sanidad, panes y peces, etc.) sin someterse a El como Señor. El orar es sumamente importante, pero muchas religiones (por ej., el catolicismo y el islamismo) enfatizan mucho el orar y aun tienen reglamentos y horario para orar pero completamente descuidan la ley del Señor. Este texto es la continuación del asunto de cómo conocer a los falsos profetas. En los versículos anteriores hay énfasis sobre el fruto que llevan. En este texto hay contraste entre la profesión y la obra. Es correcto llamarle «Señor, Señor» (Jua 13:13) pero al decirlo debemos aceptar lo que implica: que Jesús es Soberano, el Gobernador, el Maestro y Guía de nuestra vida. El que no acepta lo que la palabra implica no debe decir, «Señor, Señor». Decimos «Señor, Señor» cuando cantamos, cuando oramos y en toda profesión de ser sus discípulos. Decimos «Señor, Señor» al llamarnos cristianos y miembros de la iglesia de Cristo. La profesión es hermosa, pero se requiere mucho más que la mera profesión. Nos conviene meditar sobre lo que significa. Implica que debe haber conocimiento. Primeramente debemos aprender de El (Mat 11:29-30; Mat 28:19; Jua 6:44-45). Es imposible seguirle si no sabemos su voluntad. También implica la obediencia. No basta con oír la palabra. No basta con decir «Señor, Señor» (orando o profesando fe en Cristo). No basta con bautizarnos, porque el bautismo, siendo la muerte y la sepultura del «viejo ser» (la vida pasada) implica un cambio radical de vida, un verdadero arrepentimiento. La obediencia no es completa si no vivimos conforme a las enseñanzas del Sermón del Monte. Este sermón no es, como dicen algunos, una especie de «constitución» de la religión de Cristo, pero sí contiene enseñanzas básicas que deben gobernar nuestro corazón y nuestra conducta. Es muy importante aplicar Mat 7:21 y Mat 7:24 a este mismo sermón (como también al resto de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Implica, pues, el reconocimiento de su autoridad.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Luc 13:25-27; Mal 1:6; Mat 7:21-23; Mat 25:11, Mat 25:24, Mat 25:44; Jua 13:13-17; Gál 6:7.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Señor, Señor: Jesús manifiesta que aquellos que lo llaman por este título de respeto reconocen la sumisión a Él. Sin embargo, cuando los mismos ignoran sus enseñanzas, son culpables de hipocresía.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
NO HACÉIS LO QUE YO DIGO. Véase Mat 7:21, nota.
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
me llamáis, Señor, Señor. No es suficiente servir de labios bajo el señorío de Cristo. La fe genuina produce obediencia. Un árbol se conoce por sus frutos (v. Luc 6:44). Vea las notas sobre Mat 7:21-23.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
6:46 ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Le dan el título pero no le rinden el servicio (JWM). Compárense Mat 21:28-32; Stg 1:22-25. La palabra “Señor” implica obediencia y servicio. Sin duda muchos de los que seguían a Jesús disfrutaban sus favores (sanidad, panes y peces, etc.) sin someterse a El como Señor. El orar es sumamente importante, pero muchas religiones (por ej., el catolicismo y el islamismo) enfatizan mucho el orar y aun tienen reglamentos y horario para orar pero completamente descuidan la ley del Señor. Este texto es la continuación del asunto de cómo conocer a los falsos profetas. En los versículos anteriores hay énfasis sobre el fruto que llevan. En este texto hay contraste entre la profesión y la obra. Es correcto llamarle «Señor, Señor» (Jua 13:13) pero al decirlo debemos aceptar lo que implica: que Jesús es Soberano, el Gobernador, el Maestro y Guía de nuestra vida. El que no acepta lo que la palabra implica no debe decir, «Señor, Señor».
Decimos «Señor, Señor» cuando cantamos, cuando oramos y en toda profesión de ser sus discípulos. Decimos «Señor, Señor» al llamarnos cristianos y miembros de la iglesia de Cristo. La profesión es hermosa, pero se requiere mucho más que la mera profesión. Nos conviene meditar sobre lo que significa. Implica que debe haber conocimiento. Primeramente debemos aprender de El (Mat 11:29-30; Mat 28:19; Jua 6:44-45). Es imposible seguirle si no sabemos su voluntad. También implica la obediencia. No basta con oír la palabra. No basta con decir «Señor, Señor» (orando o profesando fe en Cristo). No basta con bautizarnos, porque el bautismo, siendo la muerte y la sepultura del «viejo ser» (la vida pasada) implica un cambio radical de vida, un verdadero arrepentimiento. La obediencia no es completa si no vivimos conforme a las enseñanzas del Sermón del Monte. Este sermón no es, como dicen algunos, una especie de «constitución» de la religión de Cristo, pero sí contiene enseñanzas básicas que deben gobernar nuestro corazón y nuestra conducta. Es muy importante aplicar Mat 7:21 y Mat 7:24 a este mismo sermón (como también al resto de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Implica, pues, el reconocimiento de su autoridad.
Hay eficacia en la oración del justo, Stg 5:16; Mat 6:9-13; Mat 7:7-11. Hay muchos textos que nos enseñan la importancia de orar sin cesar. Todas las religiones dan mucha importancia a la oración: los judíos tenían sus horas de oración (los mahometanos siguen la práctica); los católicos rezan (el «Padrenuestro», la «Ave María»), contando las repeticiones; también los evangélicos rezan el «Padrenuestro» y otras oraciones. Muchísimas personas dicen que son creyentes, que pueden orar en casa, y que por eso no tienen que asistir a ninguna iglesia. El orar es su único acto de culto. (El asistir para cantar, para tomar la cena del Señor, para ofrendar, para estudiar la Biblia y para orar con otros no cuenta para ellos, no tiene importancia). El orar es su religión. Su creencia es semejante a la creencia de los que enseñan la salvación por «la fe sola»; escogen una sola cosa y le dan toda la importancia. Sin embargo, la obediencia no puede ser sustituida por el orar. El problema con esta actitud es que solamente ellos hablan (en oración), pero no dejan que Dios les hable a través de su palabra. Hablan pero no escuchan. Pero los que no escuchan a Dios no serán escuchados por Dios.
Pero lamentablemente muchos no dan a la obediencia el mismo énfasis que dan a la oración. Jesús da suma importancia a la obediencia. Estúdiense con cuidado los siguientes textos: Mat 6:10, «hágase tu voluntad»; 7:21, «sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»; 7:24, «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace»; 12:50, «Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre»; 21:31, «¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?»; Luc 6:46, «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» Véanse también Jua 7:17; Rom 2:12-13; Heb 5:8-9. Pero tantos hombres no le dan la misma importancia que Jesús le da. Más bien buscan el camino ancho en la religión, doctrinas que agradan a los hombres. Buscan su propia conveniencia. La prueba principal del amor es la obediencia. Jua 14:21-24, «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama».
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL ÚNICO CIMIENTO SEGURO
Lucas 6:46-49
-¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que os digo? -siguió diciendo Jesús-. Os voy a decir a quién se parece uno que viene a conocerme, y que atiende a mis palabras, y las pone en práctica: se parece a uno que quiere hacerse una casa, y empieza por cavar bien hondo hasta encontrar la roca, y allí es donde pone el cimiento. Cuando se produce una riada, y el agua alcanza hasta la casa, no le causa ningún daño, porque estaba bien y firmemente construida. Pero al hombre que escucha mis enseñanzas, pero no las pone por obra, a ése le comparo yo con el que hace su casa sin cimientos; que, cuando la alcanza la riada, se derrumba y se pierde por completo.
Para tener una idea más completa de esta parábola tenemos que leer también la versión de Mateo (7:24-27). En la versión de Lucas parece que la riada no viene a cuento; tal vez es porque Lucas no era natural de Palestina, y no tenía una idea muy clara de la escena; mientras que Mateo, que sí era de Palestina, la conocía muy bien. En verano, muchos valles presentan el lecho arenoso totalmente seco; pero en invierno, después de las lluvias de septiembre, vuelve el torrente con toda su fuerza. Puede ser que alguien que estaba buscando dónde hacerse la casa vio ese espacio libre y se decidió a construir en él, descubriendo para su mal cuando llegó la época de las lluvias que el río también volvía a su cauce, y se llevaba la casa. Un hombre sensato habría buscado la roca, para lo cual habría tenido que realizar más trabajo; pero, cuando llegara el invierno, se vería que no había sido en vano, porque la casa permanecería segura en su sitio. En cualquiera de las dos versiones queda clara la enseñanza de que es importante que nuestra vida tenga una cimentación firme. Y la única que lo es de verdad es la obediencia a las enseñanzas de Jesús.
¿Qué le hizo al segundo hombre escoger tan insensatamente el sitio para su casa?
(i) Quería ahorrarse trabajo. No quería molestarse en cavar hasta encontrar la roca. La arena era mucho más atractiva y menos trabajosa. Puede que sea más fácil seguir nuestro camino que el de Jesús, pero al final acabaremos en la ruina. El camino de Jesús es el de la seguridad aquí y en el más allá.
(ii) No tenía previsión. No se le ocurrió pensar cómo estaría aquel lugar seis meses después. En todas las decisiones de la vida hay un corto plazo y un largo plazo. Feliz el que no se juega el bien futuro por el placer presente. Feliz el que ve las cosas, no a la luz del momento, sino a la luz de la eternidad.
Cuando aprendemos que lo que cuesta más suele ser lo que más vale la pena, y que la previsión es mejor que la improvisación, descubrimos que lo mejor es construir la vida sobre el cimiento firme de las enseñanzas de Jesús, porque no habrá adversidad que la haga vacilar.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
REFERENCIAS CRUZADAS
u 423 Mat 7:21; Mat 25:11; Luc 13:24; Rom 2:13; Stg 1:22
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Se ha dicho con mucha verdad, que ningún sermón debiera concluir sin hacer alguna aplicación dirigida á las conciencias de los que lo oyen.
El pasaje que tenemos á la vista ofrece un ejemplo de esta regla, y confirma su exactitud. Es la conclusión solemne y penetrante, del discurso más solemne.
Observemos en estos versículos cuan antiguo y común es el pecado de no practicar y cumplir lo que se dice y se promete. Escrito está que nuestro Señor dijo: » ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?» El mismo Hijo de Dios fue seguido de muchos que pretendían tributarle honor llamándolo, Señor, y que sin embargo no cumplían Sus mandamientos. El mal que nuestro Señor denuncia en estos versículos ha afligido en todos tiempos la iglesia de Dios. Había existido seiscientos años antes del nacimiento de nuestro Señor, en el tiempo de Ezequiel: «Y vendrán á ti,» dice este profeta, » como venida de pueblo, y asentarse han delante de ti mi pueblo; y oirán tus palabras, y no las harán, antes hacen escarnios con sus bocas y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia.» Ezeq. 33:31. Existió también en la primitiva iglesia de Cristo en los días de Santiago. «Más sed hacedores de la palabra,» dice, «y no tan solamente oidores, engañándoos á vosotros mismos.» Jam 1:22. Es un mal que nunca ha cesado de prevalecer en toda la Cristiandad. Es una plaga destructora de las almas, que está arrastrando continuamente por el camino ancho de la perdición multitud de oyentes del Evangelio. El pecado que no se pone máscara para ocultar su fealdad, y la incredulidad declarada abiertamente arruinan sin duda a millares; más el pecado de que venimos hablando arruina á millares de millares.
Persuadámonos que ningún pecado indica tanta imbecilidad e insensatez. El sentido común basta para enseñarnos que el nombre y la forma del Cristianismo de nada nos aprovechan, en tanto que nuestros corazones permanezcan aferrados al pecado, y en tanto que llevemos una vida anticristiana. Debe sentarse como principio fijo en nuestra religión, que la obediencia es la única prueba perfecta de la fe que salva, y que las protestas de los labios son peor que inútiles, si no van acompañadas con la santificación de la vida. El hombre en cuyo corazón mora de veras el Espíritu Santo, jamás se contentará con estarse quieto, y sin hacer nada que demuestre su amor hacia Cristo.
Notemos en segundo lugar, en estos versículos, cuan á lo vivo nos pinta nuestro Señor la religión del hombre que no solamente oye la palabra de Cristo, sino que también cumple su voluntad. Lo compara á uno que, «edificando una casa, cavó, y ahondó, y puso el fundamento sobre roca..
Su religión puede costar mucho á ese hombre. Como la casa edificada sobre la roca, puede acarrearle penas, trabajos y abnegación; pues tiene que desechar el orgullo y la presunción, mortificar la carne rebelde, revestirse del amor y humildad de Cristo, cargar la cruz diariamente, y dar por perdidas todas las cosas por amor de Cristo–todo esto es en verdad difícil. Pero á semejanza de la casa edificada sobre la roca, tal religión se sostendrá firme. El torrente de las aflicciones puede dar contra ella impetuosamente, y las avenidas de las persecuciones pueden agolparse al rededor de sus paredes, más no caerá jamás. El Cristianismo en que los hechos están en armonía con las buenas palabras es un edificio sólido, inmóvil.
Observemos, finalmente, en estos versículos, que cuadro tan melancólico bosqueja nuestro Señor del hombre que oye las palabras de Cristo, pero no las observa. Lo compara á uno que edificó su casa sobre tierra sin fundamento.
Un hombre semejante puede parecer al principio muy religioso. Tal vez un ojo inexperto no descubra diferencia alguna entre su religión y la del cristiano verdadero. Ambos asisten acaso al culto en la misma iglesia; observan las mismas reglas, profesan la misma fe. La apariencia exterior de la casa edificada en la roca, y la de la casa sin ningún fundamento sólido, pueden ser casi lo mismo. Pero los padecimientos y las aflicciones son pruebas que el que profesa meramente una religión exterior no puede resistir. Cuando la tormenta y la tempestad dan contra la casa que no tiene fundamento, las paredes que se levantaban tan orgullosas en días serenos y bonancibles, caen al suelo inevitablemente. El Cristianismo que consiste solamente en oír las lecciones de la religión, y no en practicarlas, es un edificio que tiene que derrumbarse. ¡Grande, en verdad, será la ruina! No hay pérdida igual á la pérdida de un alma.
Este es un pasaje de la Escritura que debe despertar en nuestras mentes pensamientos muy solemnes. Los cuadros que presenta son de cosas que están pasando diariamente á nuestro rededor. Por todos lados veremos á millares de personas construyendo, para la eternidad edificios fundados sobre una conformidad externa a las doctrinas del Cristianismo; esforzándose en amparar sus almas bajo vanos refugios; y contentándose con una mera apariencia de santidad. ¡Pocos son en verdad los que edifican sobre la roca, y grande es el ridículo y la persecución que tienen que sufrir! Muchos los que edifican sobre arena, y enormes son los chascos y reveses que experimentan como único fruto de su trabajo. Ciertamente, si jamás hubiera habido prueba de que el hombre es un ser caído é ignorante de las materias espirituales, la tendríamos en el hecho que muchos de los que reciben el bautismo en cada generación, persisten en fabricar sobre tierra deleznable.
¿Sobre qué cimiento estamos edificando nosotros? Esta es, al cabo, la pregunta que nos concierne. ¿Estamos edificando sobre la roca, ó sobre la arena? Gústanos oír el Evangelio; aceptamos todas sus doctrinas cardinales; y convenimos en todo lo que dice de Cristo y del Espíritu Santo, de la justificación y santificación, del arrepentimiento y de la fe, de la conversión y santidad, de la Biblia y de la oración; pero ¿qué estamos haciendo? ¿Cuáles son la historia diaria y práctica de nuestra vida, en público y en privado, en el seno de la familia y en contacto con el mundo? ¿Puede decirse que nosotros no solamente oímos las palabras de Cristo, sino que también las cumplimos? La hora se acerca, y pronto llegará, en que se nos hagan preguntas como estas, y nosotros tendremos que contestarlas, ya nos gusten ó no. Á la hora de la angustia y del desamparo, de la enfermedad y de la muerte, se revelará si estamos sobre la roca, ó sobre la arena. Acordémonos de esto con tiempo; no nos chanceemos con nuestras almas. Procuremos creer y vivir, oír la voz de Cristo, y seguirle de tal manera que cuando sobrevengan las avenidas, y los torrentes den contra nosotros, nuestro edificio permanezca inmóvil.