Comentario de Lucas 9:28 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Aconteció, como ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.

9:28 Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. — Dice Mat 17:1, “Seis días después”; no hay conflicto aquí, pues se refieren a una semana, “ como ocho días”), Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano. Estos tres acompañaron a Jesús cuando resucitó a la hija de Jairo, y también en el huerto de Getsemaní, Mat 26:37. De esa manera había tres testigos de estos eventos. Sin lugar a dudas estos eventos fortalecieron la fe de estos tres apóstoles y, en turno, ellos podían fortalecer la fe de los demás.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

como ocho días después de estas palabras. Mat 17:1; Mar 9:2.

tomó a Pedro y a Juan y a Jacobo. Luc 8:51; Mat 26:37-39; Mar 14:33-36; 2Co 13:1.

subió al monte a orar. Luc 9:18; Luc 6:12; Sal 109:4; Mar 1:35; Mar 6:46; Heb 5:7.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

En la Transfiguración la figura de Jesús cambió a una figura radiante, hasta el grado que sus vestidos quedaron blancos y resplandecientes. La descripción que se hace aquí es similar a la que se hace de Moisés después del encuentro con Dios (Éxo 34:29-35).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

como ocho días. Una expresión común que se refiere a un tiempo aproximado de una semana (cp. Jua 20:26). Vea la nota sobre Mat 17:1. después de estas palabras. Esta expresión conecta la promesa de ver el reino de Dios (v. Luc 9:27) a los acontecimientos que siguen (vea la nota sobre Mat 16:28). Pedro … Juan … Jacobo. Estos tres discípulos fueron los únicos a quienes se permitió ser testigos en la resurrección de la hija de Jairo (Luc 8:51), en la transfiguración (cp. Mat 17:1), y en la agonía de Cristo en el huerto Mar 14:33). al monte. Es improbable que sea el sitio tradicional identificado con el Monte Tabor. Jesús y los discípulos habían estado en «la región de Cesarea de Filipo» (Mat 16:13), y Tabor no está cerca de allí. Además, hay evidencias de que Tabor había sido un lugar dedicado a cultos paganos (Ose 5:1), y en el tiempo de Jesús una guarnición del ejército ocupaba una fortaleza construida sobre su cima. La ubicación exacta de la transfiguración no se identifica en las Escrituras, pero se cree que el Monte de Hermón (2.133 metros más alto que Tabor y más cerca a Cesarea de Filipo) sea el lugar en cuestión.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

9:28 Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. – Dice Mat 17:1, “Seis días después”; no hay conflicto aquí, pues se refieren a una semana, “ como ocho días”), Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano. Estos tres acompañaron a Jesús cuando resucitó a la hija de Jairo, y también en el huerto de Getsemaní, Mat 26:37. De esa manera había tres testigos de estos eventos. Sin lugar a dudas estos eventos fortalecieron la fe de estos tres apóstoles y, en turno, ellos podían fortalecer la fe de los demás.

Fuente: Notas Reeves-Partain

EN LA CIMA DE LA MONTAÑA DE LA GLORIA

Lucas 9:28-36

Como una semana después de esa conversación, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a orar

con ellos a un monte. Y mientras estaba orando, le cambió el aspecto de la cara, y la ropa se le puso

resplandeciente de blanca como la luz de un relámpago.

Y se les aparecieron rodeados de gloria dos varones,

que eran Moisés y Elías, y se pusieron a hablar con

Jesús acerca de cómo se iba a cumplir su partida de este mundo en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, cuando se despertaron del todo, contemplaron con sus propios ojos la gloria de Jesús, y a los dos hombres que estaban con Él. Cuando éstos se iban separando de Jesús, le dijo Pedro:
-¡Maestro! Lo mejor que podemos hacer es quedarnos aquí. Vamos a hacer tres refugios: uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.
¡Pero no sabía lo que se decía! Y, mientras hablaba, los envolvió una nube, cosa que les produjo mucho temor. Y de la nube les llegó una voz que decía:

-¡Este es mi Hijo, mi Escogido! ¡Hacedle caso a Él!

Cuando se calló la voz, Jesús se encontraba solo; y ellos no dijeron nada más, y no le contaron nada a nadie de lo que habían visto.

Aquí tenemos otro de los momentos decisivos de la vida de Jesús en la Tierra. Debemos recordar que estaba a punto de ponerse en camino hacia Jerusalén y hacia la cruz. Ya hemos estudiado otro momento decisivo, cuando les preguntó a sus discípulos Quién creían que era Él, a fin de saber si alguien había descubierto su verdadera identidad. Pero había algo que Jesús no haría jamás: no daría ni un paso sin la aprobación de Dios. Esto es lo que le vemos buscar y recibir en esta escena. No podemos saber exactamente qué es lo que sucedió en el Monte de la Transfiguración; pero sabemos que fue algo tremendo. Jesús había subido allí a buscar la aprobación de Dios en el paso decisivo que iba a dar. Allí se le aparecieron Moisés, el gran legislador del Pueblo de Israel, y Elías, el más grande de sus profetas. Era como si los príncipes de la vida, del pensamiento y de la religión de Israel le dijeran que siguiera adelante. Ahora Jesús podía dirigirse a Jerusalén, seguro de que por lo menos un grupito de hombres sabían Quién era, seguro de que lo que estaba haciendo era la consumación de toda la vida y el pensamiento y la obra de su nación, y seguro de que Dios estaba de acuerdo con el paso que Él daba.
Hay aquí una frase henchida de sentido. Dice que los apóstoles, «cuando se despertaron del todo, contemplaron con sus propios ojos la gloria de Jesús.»
(i) En la vida nos perdemos muchas cosas porque tenemos la mente dormida. Hay ciertas cosas que nos mantienen espiritualmente dormidos.

(a) Están los prejuicios. Tenemos las ideas tan fijas que nuestra mente está cerrada. Nuevas ideas llaman a la puerta, pero estamos tan dormidos que no las dejamos entrar.

(b) Existe el letargo mental. Hay muchos que se resisten a la fatigosa lucha del pensamiento. «No vale la pena vivir -decía Platón- una vida sin examen de conciencia.» ¿Cuántas veces nosotros pensamos las cosas realmente y a fondo?

(c) Está el amor a la tranquilidad. Tenemos una especie de mecanismo de defensa que nos hace cerrar la puerta a todo pensamiento inquietante.

Uno puede drogarse mentalmente hasta el punto de quedarse mentalmente dormido.
(ii) Pero hay innumerables cosas en la vida capaces de despertarnos.

(a) Está el dolor. Una vez dijo Elgar de una joven cantante, que era técnicamente perfecta, pero sin sentimiento ni expresión: «Será estupenda cuando algo le rompa el corazón.» A menudo el dolor nos despierta con rudeza; y en ese momento, a través de las lágrimas, vemos la gloria.

(b) Está el amor. El poeta Browning escribe de dos personas que se enamoraron. Ella le miró a él, y él a ella, » y de pronto despertaron a la vida.» El amor verdadero es un despertar a un horizonte que ni siquiera sospechábamos que existía.

(c) Está el sentimiento de necesidad. Uno puede vivir medio dormido por cierto tiempo la rutina de la vida; pero, de pronto, le asalta un problema totalmente insoluble, alguna pregunta incontestable, alguna tentación arrollador, algún desafío que exige un esfuerzo por encima de nuestras fuerzas; y en ese momento no nos queda más remedio que clamar al Cielo. Ese sentimiento de necesidad nos despierta a Dios.

Haremos bien en pedir: » Señor, mantenme siempre despierto a Ti.»

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

Transfiguración de Jesús (ver Mat. 17:1-8; Mar. 9:2-8). Sólo Luc. registra que Jesús estaba orando y, por lo tanto, estaba en contacto con el mundo celestial. Quizá la historia tiene el propósito de mostrar cómo los ojos de los discípulos fueron abiertos para que vieran lo que ocurría cuando Jesús estaba en comunión con su Padre (cf. 2 Rey. 6:17). Su apariencia cambió y sus vestiduras resplandecieron con una luz celestial, y junto a él aparecieron dos hombres, que habían muerto hacía tiempo. Moisés y Elías, que representaban la ley y los profetas, tuvieron ambos una partida poco común de este mundo y se esperaba que ambos reaparecieran al fin de los tiempos. Hablaban con Jesús sobre su partida (gr. eŒxodos) o sea su muerte y resurrección, y de esa forma confirmaban lo que Jesús había profetizado en el v. 22. Pedro sintió que debían hacer tres enramadas para Jesús y los visitantes, para honrarlos o para proveer algún lugar donde pudieran quedarse. Pero el narrador insiste en que Pedro no había entendido cuál era la situación. El verdadero significado debía encontrarse en la nube (un símbolo de la presencia de Dios) y en la voz celestial que repitió lo que había sido dicho en el bautismo de Jesús (3:22), pero esta vez dirigiéndose a los discípulos. Aquel Jesús a quien Pedro había confesado como Mesías era realmente el Hijo de Dios, no a pesar de sus inminentes sufrimientos sino a causa de ellos. Por lo tanto, los discípulos debían obedecerle, y sólo a él. Lucas omite la conversación que los discípulos tuvieron al bajar de la montaña.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

REFERENCIAS CRUZADAS

h 602 Mat 17:1; Mar 9:2

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

ocho días después…al monte. Véase coment. en Mt 17:1.

a orar. Lucas continúa asociando la oración con los momentos cruciales en la vida de nuestro Señor (v. coment. en 3:21).

Fuente: La Biblia de las Américas

28 (1) Con respecto a los vs.28-36, véanse las notas de Mat_17:1-9 .

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

El suceso descrito en estos versículos, comúnmente llamado «la transfiguración » es uno de los más notables en la historia de la vida terrenal de nuestro Señor. Es uno de aquellos pasajes qua debemos leer siempre con peculiar gratitud; descorre parte del velo que está extendido sobre el otro mundo, y aclara algunas verdades muy profundas de nuestra religión.
En primer lugar, este pasaje nos descubre algo de la gloria que acompañará á Cristo cuando venga al mundo por segunda vez. Nos dice que «la apariencia de su rostro cambió, y su vestido se puso blanco y resplandeciente,» y que los discípulos que estaban con él «vieron su gloria..
No tenemos porque dudar que en esta visión maravillosa se tuviera por objeto animar y fortalecer á los discípulos de nuestro Señor. Acababan de oír hablar de la cruz y la pasión, y de la abnegación, y los padecimientos á que debían someterse si querían salvarse; esta vez fueron alentados con la vislumbre de la «gloria que se seguirían» y de la recompensa que recibirían algún día todos los siervos fieles á su Maestro. Habían entrevisto la hora de la humillación de su Maestro; esta vez contemplaron por unos pocos minutos una manifestación de su poder futuro.
Animémonos con el pensamiento de que hay bienes en gran abundancia reservados para todos los verdaderos cristianos, que recompensarán ampliamente las aflicciones de esta vida. Ahora es tiempo de llevar la cruz y de participar de la humillación de nuestro Salvador. La corona, el reino, la gloria, están aún por venir. Cristo y su pueblo se hallan ahora, como David en la cueva de Odollan, menospreciados y desdeñados del mundo. No rodea ni el esplendor ni la opulencia. Mas ya se acerca de la hora, y pronto ha de llegar, en que Cristo se posesione de su gran poder y reino, y ponga á todos sus enemigos debajo de sus pies. Y entonces la gloria que fue vista primero unos pocos minutos por tres testigos, en el Monte de la Transfiguración, será vista por todo el mundo, y nunca jamás se ocultará.
En segundo lugar, este pasaje nos enseña que todos los verdaderos creyentes que han partido de este mundo están en salvo. Se nos dice que cuando nuestro Señor apareció en gloria, Moisés y Elías fueron vistos con él de pié y hablando. Moisés había muerto hacia cerca de mil quinientos años; Elías había sido arrebatado de la tierra por un torbellino hacia mas de novecientos años; empero estos santos varones fueron vistos vivos en el Monte de la Transfiguración, ¡y no solamente vivos sino en gloria! Consolémonos con el pensamiento glorioso, de que hay una resurrección y una vida venidera. Todo no se acaba cuando exhalamos el último suspiro. Está otro mundo más allá de la sepultura. Y, sobre todo, consolémonos con saber que entre tanto que llega el día, y empieza la resurrección, el pueblo de Dios está con Cristo exento de todo peligro. Sin duda, su estado actual es para nosotros un profundo misterio. ¿En dónde queda el lugar de su residencia? ¿Qué conocimiento tiene de las cosas de la tierra? Estas son preguntas que no podemos responder. Pero bástenos saber que Jesús cuida de él, y lo traerá consigo el último día. El puso á Moisés y á Elías á vista de sus discípulos en el Monte de la Transfiguración, y expondrá á la nuestra á todos los que han muerto en la fe, cuando venga la segunda vez- Nuestros hermanos en Cristo están bien cuidados. No los hemos perdido; nos han precedido.
En tercer lugar, este pasaje nos enseña que los santos del Antiguo Testamento, que están en la gloria, toman intenso interés en la muerte expiatoria de Cristo.
Cuando Moisés y Elías se aparecieron en gloria á nuestro Señor en el Monte de la Transfiguración, hablaron con El; y ¿cuál era el asunto de su conversación? No tenemos que formar conjeturas ó hacer suposiciones acerca de esto. S. Lucas nos dice «que hablaron de su salida, la cual había de cumplir en Jerusalén.» Ellos sabían el objeto de esa muerte, y preveían sus resultados; por eso «hablaban» acerca de ella.
Es error grave suponer que los santos del Antiguo Testamento no sabían nada tocante al sacrificio que Cristo iba á consumar por el pecado del mundo. Sus conocimientos, indudablemente, no eran tan claros como los nuestros. Ellos veían muy remota é indistintamente las cosas que nosotros vemos como si estuviesen á la mano. Pero no hay la prueba mas ligera de que algún santo del Antiguo Testamento confiara jamás en otra satisfacción por el pecado, sino en la que Dios prometió dar en la persona del Mesías. Desde Abel toda la serie ulterior de los antiguos creyentes tenían fe en un sacrificio prometido, y en una sangre de poderosa eficacia que aún estaba por ser revelada. Desde el principio del mundo nunca ha habido sino un centro de esperanza y paz para los pecadores: la muerte del poderoso Mediador entre Dios y el hombre. Esta es la verdad fundamental de toda religión revelada. Fue el asunto de que hablaron Moisés y Elías cuando se les vio aparecer en gloria.
Cuidemos de que esta muerte de Cristo sea la base de toda nuestra confianza. Ninguna otra cosa puede darnos consuelo en la hora de la muerte y en el día del juicio. Todas nuestras obras son defectuosas é imperfectas. Nuestros pecados son más numerosos que los cabellos de nuestra cabeza. Psa 40:15. La muerte que sufrió Cristo por nuestros pecados, y su resurrección para nuestra justificación, deben ser nuestra única defensa, si deseamos salvarnos. ¡Feliz el que ha aprendido á no de confiar en sus obras, y á, no gloriarse en ninguna otra cosa que en la cruz de Cristo! Si los santos que están en la gloria creen de tal importancia la muerte de Cristo, que necesariamente han de hablar de ella, ¡cuanto más obligados a Hacerlo no están los pecadores en la tierra! Finalmente, el pasaje nos enseña la inmensa superioridad de i respecto de todos los demás maestros que Dios ha dado al hombre. Se nos dice que cuando Pedro, «no sabiendo lo que se decía,» propuso hacer tres pabellones en el monte, uno para Jesús, otro para Moisés, y otro para Elías, como si los tres merecieran igual honor, la propuesta fue censurada al instante de un modo muy notable: Vino una voz de la nube, que decía: «Este es mi Hijo amado, á él oíd» Esta voz fue la voz de Dios el Padre, expresando tanto censura, como instrucción. Esta voz proclamaba á los oídos de Pedro, que sin embargo de lo grande que fueran Moisés y Elías, tenía delante de él un Ser mucho más grande que ellos. Ellos eran meras criaturas: él era el Hijo del Rey. Ellos no eran sino estrellas, él era el Sol. Ellos no eran sino testigos: él era la Verdad. Que resuenen siempre en nuestros oídos esas solemnes palabras Padre, y sean, por decirlo así, la nota fundamental de nuestra religión. Honremos á los ministros por amor á su Maestro: sigámoslos mientras siguen á Cristo; pero que nuestro cuidado principal sea oír la voz de Cristo, y seguirle adonde quiera que vaya. Hablen algunos, si quieren, de la voz de la iglesia. Conténtense otros con decir, «Yo oigo á este predicador, ó á ese clérigo.» Nunca estemos satisfechos, á menos que el Espíritu afirme en nuestro interior, que oímos al mismo Cristo, y que ellos son Sus discípulos.

Fuente: Los Evangelios Explicados

Los par. (Mat 17:1 y Mar 9:2) solo cuentan los días intermedios entrambos episodios. Lucas incluye comienzo y final.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

R107 Λόγους tiene el sentido de cosas.

R468 Ὡσεί significa: como (comp. el v. 14).

T231 El nominativo aparece aquí con designación de tiempo (ἡμέραι), donde se espera el acusativo: como ocho días.

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

Lit., Y sucedió que

O, Santiago

Fuente: La Biblia de las Américas

Mat 17:1. y Mar 9:2. registran seis porque sólo cuentan los días intermedios entre los dos episodios, mientras que Lucas incluye también el comienzo y el final.

9.28 Lit. y.

9.28 g 2Pe 1:17-18.

Fuente: La Biblia Textual III Edición