Comentario de Lucas 18:18 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Le preguntó cierto hombre principal, diciendo: —Maestro bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna?
18:18 Un hombre principal (Mat 19:20, un joven; Mar 10:17, “vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él” con reverencia) le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? — Compárese Luc 10:25, pero aquí en 18:18 la pregunta no fue hecha para tentar a Jesús. ¡Qué pregunta más importante! Alguien ha dicho que esta es “la pregunta de las edades”. Hizo la pregunta a la Persona correcta (Jua 6:68; Jua 14:6).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
un hombre principal le preguntó. Mat 19:16; Mar 10:17.
Maestro bueno. Luc 6:46; Eze 33:31; Mal 1:6; Jua 13:13-15.
¿qué haré para heredar la vida eterna? Luc 10:25; Hch 2:37; Hch 16:30.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Todo esto lo he guardado: Al igual que el fariseo en los vv. Luc 18:11, Luc 18:12, el principal estaba seguro de su propia capacidad para vivir en rectitud.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Vea las notas sobre Mat 19:16-30; Mar 10:17-31.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
18:18 Un hombre principal (Mat 19:20, un joven; Mar 10:17, “vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él” con reverencia) le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? – Compárese Luc 10:25, pero aquí en 18:18 la pregunta no fue hecha para tentar a Jesús. ¡Qué pregunta más importante! Alguien ha dicho que esta es “la pregunta de las edades”. Hizo la pregunta a la Persona correcta (Jua 6:68; Jua 14:6).
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL QUE NO QUERÍA PAGAR EL PRECIO
Lucas 18:18-30
Un hombre importante le preguntó a Jesús:
-Maestro bueno, ¿qué es lo que tengo que hacer para poseer la vida eterna que Dios ha prometido?
-¿Por qué me llamas «bueno»? No hay nadie que sea bueno más que Dios -le contestó Jesús-. Tú sabes los mandamientos: No adulteres, no mates, no robes, no des falso testimonio, respeta a tu padre y a tu madre…
-Todo eso lo he cumplido desde pequeño -contestó el hombre; y cuando le oyó Jesús, le dijo:
-Pues todavía te falta algo: vende todas tus posesiones y dales el producto a los pobres. Así tendrás riquezas en el Cielo. Y luego ponte a seguir mi ejemplo.
Cuando el hombre oyó esto, se le cayó el alma a los pies; porque era extremadamente rico. Jesús se dio cuenta de su reacción, y dijo:
-¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Los que lo estaban oyendo, dijeron:
-Entonces, ¿quién se va a poder salvar?
-Tenéis razón: los hombres no se pueden salvar a sí mismos, pero Dios sí los puede salvar.
Pedro entonces le dijo a Jesús:
-Ten en cuenta que nosotros hemos dejado todo lo que teníamos para seguirte.
-Os doy mi palabra que no habrá nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos por causa del Reino de Dios, que no reciba en este mundo mucho más de lo que ha dejado, y la vida eterna en el mundo venidero.
Este aristócrata se dirigió a Jesús de una manera totalmente inusitada. En toda la literatura judía no se encuentra ningún caso de un rabino al que se llamara «Maestro bueno.» Los rabinos decían siempre que «no hay nada que sea bueno más que la ley.» El dirigirse así a Jesús sonaba a cumplido exagerado, y Jesús empezó por hacer volver los pensamientos a Dios. Jesús siempre reconocía que su poder y su mensaje procedían de Dios. Cuando los nueve leprosos no volvieron, Jesús se entristeció, no porque no habían vuelto a darle las gracias a Él, sino a Dios (Lc 17:18 ).
No hay duda que este aristócrata era un buen hombre; pero reconocía en lo íntimo de su corazón que algo faltaba en su vida. La respuesta de Jesús fue que si quería encontrar todo lo que estaba buscando tenía que vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres, y entonces seguir a Jesús. ¿Por qué hizo aquella demanda precisamente a aquel hombre? Cuando el gadareno al que curó Jesús le pidió que le dejara ser seguidor suyo, le contestó que volviera a su casa (Lc 8:38 s). ¿Por qué le dio al aristócrata un consejo diferente?
En un evangelio apócrifo que se llama El Evangelio según los Hebreos, que se ha perdido en su mayor parte, uno de los fragmentos cuenta este incidente de forma que nos da una clave.
«EL otro hombre rico le dijo a Jesús:
-Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para vivir de veras?
-Hombre, obedece la ley y los profetas -le respondió Jesús.
-Ya lo he hecho -añadió el hombre.
-Entonces, ve -le dijo Jesús-, vende todo lo que tienes, distribúyelo entre los pobres, y ven a seguirme. «
El rico entonces empezó a rascarse la cabeza, porque no le gustaba este mandamiento. El Señor le dijo:
-¿Cómo dices que has obedecido la ley y los profetas? En la ley está escrito: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» Y fíjate que hay muchos hermanos tuyos, hijos de Abraham, que se están muriendo de hambre, y tú tienes la casa llena de cosas buenas, y no les das ni una a los pobres.
Y Jesús se volvió a decirle a su discípulo Simón, que estaba sentado a su lado:
-Simón, hijo de Jonás: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los Cielos.
Aquí tenemos el secreto y la tragedia de aquel aristócrata. Llevaba una vida egoísta. Era rico, pero no daba nada. Su verdadero dios era la comodidad, y a lo que daba culto era a sus posesiones y a su riqueza. Y por eso Jesús le dijo que tenía que darlo todo. Muchos ricos usan la riqueza que tienen para darles a sus semejantes lo que necesitan para vivir mejor. Pero este hombre no lo usaba más que para sí. Si el dios de una persona es aquello a lo que da todo su tiempo, pensamiento, energía y devoción, entonces el dios de este hombre era la riqueza. Si había de encontrar la verdadera felicidad, tenía que librarse de todo aquello, y vivir para los demás con la misma intensidad con la que había vivido antes para sí mismo.
Jesús siguió diciendo que le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios. Los rabinos solían hablar de un elefante que quisiera pasar por el ojo de una aguja como un ejemplo de algo imposible o absurdo. Pero el ejemplo de Jesús puede que tuviera uno de estos dos orígenes:
(i) Se dice que al lado de la gran puerta de Jerusalén por la que entraba todo el tráfico había una puertecilla suficientemente ancha y alta para que pudiera pasar por ella una persona; y se dice que a esa puertecilla la llamaban «ojo de aguja», y de ahí el ejemplo del camello que quería entrar y no cabía.
(ii) La palabra griega para camello es kamelos, y ya en aquel tiempo se pronunciaría lo mismo que kamilos, que quería decir soga de barco. Puede que Jesús quisiera decir que sería más fácil enhebrar una aguja con una guindaleza que entrar un rico en el Reino de Dios.
En cualquier caso se trata de una exageración graciosa que nos han conservado los tres sinópticos, como cuando Jesús dijo que los escribas y fariseos hipócritas » colaban el mosquito y se tragaban el camello» (Mt 23:24 ).
¿Por qué? Las posesiones tienden a encadenar el corazón a este mundo y a no dejar que se piense en nada más. No tiene por qué ser pecado el tener riquezas, pero sí entraña un peligro y una gran responsabilidad.
Pedro mencionó que él y sus compañeros lo habían dejado todo para seguir a Jesús; y Jesús prometió que nadie dejaría nada por el Reino de Dios que no recibiera mucho más. Todos los cristianos sabemos que es verdad. Alguien dijo al misionero David Livingstone que cuántos sacrificios había hecho, porque había pasado muchas pruebas y dolores, perdido a su mujer y arruinado su salud en África. Y Livingstone le contestó: » ¿Sacrificios? ¡No he hecho ningún sacrificio en toda la vida!»
Al que sigue a Cristo puede que le esperen y le pasen cosas que el mundo consideraría malas; pero todas ellas producen una paz y una felicidad que el mundo no puede ni dar ni quitar.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
Luc 10:25.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
El joven rico (ver Mat. 19:16-30; 20:17-19; Mar. 10:17-34). Continúa el mismo tema de las actitudes que Dios acepta: Obtener la vida eterna es lo mismo que entrar al reino de Dios (24) o ser salvo (26), Jesús preguntó si realmente sabía lo que quería decir cuando se dirigía a él diciéndole que era bueno. Esta palabra debería ser reservada para Dios. Jesús no estaba negando su propia posición como Hijo de Dios, lo que no hubiera sido obvio para aquel hombre; estaba tratando de evitar una adulación vacía. Contestó la pregunta del hombre en la forma tradicional judía hablando sobre la necesidad de guardar los mandamientos, especialmente los de la segunda parte del Decálogo, que podrían comprobarse (más o menos) por la conducta de una persona. Cuando el hombre pretendió haberlos guardado, Jesús comenzó a probarlo más a fondo. Que el joven convirtiera en efectivo sus posesiones, lo diera a los pobres y se convirtiera en su discípulo. El rechazo de hacerlo mostró que él no amaba realmente al prójimo como a sí mismo y que se colocaba a sí mismo y sus riquezas y no a Dios en el centro de sus afectos (cf. 10:27). Aunque guardaba la ley exteriormente, su corazón no estaba en orden con Dios. Allí había una clara prueba de que aquel que tiene el corazón puesto en las riquezas le es extremadamente difícil entrar al reino de los cielos. De hecho, es similar a que un camello pase lit. por el ojo de una aguja. En realidad, es imposible para cualquiera salvarse a sí mismo.
Pero aunque con sus propias fuerzas no pueden sojuzgar sus corazones pecaminosos, Dios puede intervenir para salvar a aquellos que respondan a su llamado. Entonces Pedro sugirió que los doce ya habían cumplido con ese llamado y lo habían dejado todo para seguir a Jesús. El prometió que aquellos que estuvieran dispuestos a soportar los sacrificios que surgen de ser discípulos recibirán bendiciones mucho mayores, tanto ahora, en la comunión del pueblo de Dios, como en el mundo por venir.
La persecución (ver Mar. 10:30) no se menciona aquí, pero seguramente está implícita en la profecía que Jesús citó sobre el vergonzoso trato que él, como Hijo del Hombre, recibiría de los gentiles. Pero los doce no podían comprenderlo (cf. 9:45).
Notas. 20 Los mandamientos son mencionados en un orden peculiar que también se encuentra en la traducción gr. del AT. Se omite el mandamiento contra la codicia, ya sea porque este pecado no es tan obvio en lo exterior como los otros, ya porque era el único que el joven no podía decir que lo había cumplido. 25 Los judíos tenían un proverbio similar que hablaba de un elefante. 31 Ver Isa. 49:7; 50:5, 6; 52:13-53:12 y también Sal. 22 y 69. Algunos de estos pasajes quizá no sean profecías directas sino más bien afirmaciones sobre lo que ocurre a los justos en general cuando confían en Dios y sufren por ello.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
t 1082 Mat 19:16; Mar 10:17; Luc 10:25
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Véanse coments. en Mt 19:16– 29.
Fuente: La Biblia de las Américas
18 (1) Con respecto a los vs. 18-30, véanse las notas de Mat_19:16-29
18 (2) Véase la nota 25 (2) del cap.10.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Tres veces se narra en los evangelios la incidencia que acabamos de transcribir. Mateo, Marcos y Lucas fueron inspirados por el Espíritu Santo para referirla. Este es un hecho que merece especial atención, pues demuestra la importancia del suceso. Cuando Dios quiso enseñar á Pedro cual era su deber para con los gentiles, le presentó una visión que se repitió tres veces. Actos 10:16.
Estos versículos nos dan á conocer, en primer lugar, hasta qué punto arrastra la ignorancia á algunos hombres. Se nos dice que un príncipe preguntó á nuestro Señor: «¿Qué haré para poseer la vida eterna?» Jesús conocía á fondo el corazón de su interlocutor, y le dio la respuesta más adecuada para sacar á luz sus verdaderos sentimientos. Le trajo á la memoria los diez mandamientos, y le enumeró los principales preceptos de la segunda tabla de la ley. Al punto se dejó ver la ceguedad espiritual del príncipe. «Todas estas cosas,» dijo él, » he guardado desde mi juventud.» Una respuesta que revele más ignorancia es imposible concebir. El que la dio tenia, evidentemente, conocimiento muy escaso de sí mismo, de Dios y de la ley.
Y ¿es este, por ventura, un suceso aislado, único en su clase? ¿Hemos de suponer que no existen hoy personas que se parezcan á ese príncipe? Mucho nos tememos que hay millares de hombres en las congregaciones cristianas que no tienen ni la idea más remota de la naturaleza espiritual de la ley de Dios, y que, por consiguiente, no reconocen su propia culpabilidad. Es que ignoran que Dios exige pureza de corazón, y que podemos quebrantar los mandamientos de pensamiento, aunque en nuestras acciones externas nos conformemos á ellos. Psa 51:6; Mat 5:21-28. Despojarnos de semejante error es uno de los actos indispensables para nuestra salvación. Es preciso que el Espíritu Santo ilumine nuestro entendimiento; y que aprendamos á conocernos á nosotros mismos. Ninguno de los que hayan recibido la luz del Divino Espíritu dirá jamás que ha guardado todos los mandamientos desde su juventud. Bien al contrario, exclamará como Pablo: «La ley es espiritual; mas yo soy carnal.» «Yo sé que en mí no mora cosa buena.» Rom 7:14 y 18.
Estos versículos nos enseñan, en segundo lugar, cuan perjudicial al alma es un pecado dominante. Los deseos del príncipe eran buenos y lícitos. Lo que el quería era vida eterna. Á primera vista parece que no había por qué no enseñarle el sendero de la salvación y contarlo luego en el número de los discípulos. Más, por desgracia, había algo que él amaba más que la vida eterna: ese algo era el dinero. Cuando Cristo lo invitó á que abandonase todo lo que poseía sobre la tierra, y á que buscase un tesoro en el cielo, no tuvo fe suficiente para obedecer. El amor al dinero era su pecado dominante.
Tropiezos de esta naturaleza son harto comunes en la iglesia cristiana. Pocos son los ministros del Evangelio que no conozcan algunas personas que se hallan en el mismo caso que el mencionado príncipe. Muchos hay que están prontos á abandonarlo todo por amor de Cristo, salvo algún pecado predilecto, y á causa de ese pecado se pierden por toda una eternidad. Cuando Juan Bautista habló en presencia de Herodes, este le oyó con gusto, y puso en práctica muchos de los preceptos que recibió; pero hubo algo que rehusó hacer: no quiso separarse de Herodías. Eso le costó á Herodes el alma.
Necesario es que nos consagremos á Dios sin reserva alguna si queremos que nos bendiga. Preciso es que nos sintamos día a día puestos á abandonar cualquiera cosa, por querida que nos sea, si obstruye el camino que ha de conducirnos á la salvación. Debemos estar prontos á cortarnos la mano derecha y á sacarnos un ojo, si fuere necesario; á hacer, en suma, cualquier sacrificio y romper cualquier ídolo. Se trata de la vida, sí, de la vida eterna, una sola abertura es suficiente para echar á pique un navío de grandes dimensiones; y un pecado dominante, asido con obstinación, es suficiente para hacer cerrar á un alma las puertas del cielo. El amor al dinero, anidado secretamente en el corazón, es suficiente para precipitar en el infierno á un hombre que, en otros particulares, haya seguido una conducta intachable.
Estos versículos nos enseñan, en tercer lugar, cuan difícil es que un rico se salve. Nuestro Señor nos enseña esto por medio de la solemne observación que hizo aludiendo al príncipe: «Cuan dificultosamente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas -Porque más fácil cosa es entrar un camello por el ojo de una aguja que un rico entrar en el reino de Dios..
De esta verdad se encuentran ejemplos á cada paso. Pero ya se hallan juntas la gracia divina y las riquezas. «No muchos poderosos, no muchos nobles son llamados.» 1Co 1:26. Por una parte las riquezas inclinan al que las posee al orgullo, la obstinación, la molicie y el amor al mundo. Por otra, rara vez se habla a los ricos con debida franqueza, mas, antes bien, se les agasaja y adula. «Los que aman al rico son muchos.» Pro 14:20. Pocas personas se atreven á decirle la verdad sin rodeos ni arribajes. Se le encomian en demasía buenas cualidades; y se le doran, atenúan y disimulan sus malas cualidades. De donde resulta que, en tanto que su corazón está repleto de las cosas de este mundo, tiene los ojos de tal manera anublados que no puede percibir sus propias faltas.
Guardémonos de envidiar á los ricos y de codiciar sus riquezas. No sabemos qué nos sucedería si nuestros deseos fuesen cumplidos. El dinero, que es objeto de tantos desvelos; el dinero, que es el ídolo de tanta gente; el dinero decimos presenta una valla insalvable entre millares de personas y el cielo «Los que quieren ser ricos caen en tentación y en lazo.» Feliz el que puede decir de todo corazón en sus oraciones: «No me des pobreza ni riquezas» Feliz el que está contento de lo presente. 1Ti 6:9; Pro 30:8; Heb 13:5.
Estos versículos nos enseñan, por último, cuan poderosa es la gracia de Dios. Se advierte esta verdad en las palabras que nuestro Señor dirigió á los que oyeron su observación relativamente á los ricos. Le preguntaron: «¿Y quién podrá ser salvo?» La respuesta de nuestro Señor es bien satisfactoria: «Lo que es imposible acerca de (ó para con) los hombres, posible es acerca de (ó para con) Dios.» Mediante la gracia divina el hombre puede servir á Dios en cualesquiera circunstancias.
La palabra de Dios contiene muchos ejemplos que aclaran esta doctrina. Abrahán, David, Ezequías, Josafat, Josías y Daniel fueron todos hombres ricos. Sin embargo, todos ellos sirvieron á Dios y obtuvieron la salvación. La gracia divina les fue suficiente, y lograron vencer todas las tentaciones que los acechaban. Su Señor todavía vive, y lo que por ellos hizo, puede hacerlo por otros. El puede en cualquier tiempo poner á los hombres acaudalados en capacidad de seguir á Cristo.
No vayamos, pues, á suponer que nuestras circunstancias puedan impedirnos obtener la salvación. Nada importa en dónde vivamos siempre que nuestra ocupación sea honrada. Nada importa á cuanto monte nuestra renta, ó sí estamos llenos de riquezas ú oprimidos de miseria. Es de la gracia divina, y no de nuestra posición, que depende nuestra salvación-. El dinero no puede impedir nuestra entrada en el cielo si de corazón amamos y obedecemos á Dios. Con la ayuda de Cristo obtendremos la victoria. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» Phi 4:13.
Fuente: Los Evangelios Explicados
M173 Se sabe bien que el hebreo tenía la tendencia de usar expresiones coordinadas (es decir, de colocar lado a lado oraciones completas con verbos principales, en vez de usar cláusulas subordinadas). La costumbre griega por lo menos estaba más dispuesta a usar cláusulas subordinadas. Los ejemplos siguientes indican la tendencia de Lucas a subordinar, en contraste con Marcos y Mateo:
Marcos Mateo Lucas
Mar 10:17 Mat 19:16 Luc 18:18
Mar 10:28 Mat 19:27 Luc 18:28
Mar 11:7 Mat 21:7 Luc 19:35
Mar 14:49 Mat 26:55 Luc 22:53
Mat 25:29 Luc 19:26
BD189(3) El pronombre dativo que se usa en ἕν σοι λείπει, parece que expresa antítesis: Aun te falta una cosa.
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
O, principal