Comentario de Lucas 22:63 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Los hombres que tenían bajo custodia a Jesús se burlaban de él y le golpeaban.
22:63 Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; 64 y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? 65 Y decían otras muchas cosas injuriándole. — Con esta conducta los oficiales querían indicar que estaban insultados y ofendidos por lo que Jesús había dicho de sí mismo. Si un mero hombre profesa ser Dios, entonces es digno de tal tratamiento por haber blasfemado a Dios. Querían enfatizar que eran muy celosos y odiaban la blasfemia contra Dios. Por eso, perdieron todo sentimiento de dignidad y misericordia. En esta ocasión se muestra lo que le costó a Jesús confesar que El era el Hijo de Dios. Recuérdese 1Pe 2:23-24.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
los hombres que tenían a Jesús. Mat 26:59-68; Mar 14:55-65; Jua 18:22.
se burlaban de él, y le golpeaban. Job 16:9, Job 16:10; Job 30:9-14; Sal 22:6, Sal 22:7, Sal 22:13; Sal 35:15, Sal 35:16, Sal 35:25; Sal 69:7-12; Isa 49:7; Isa 50:6, Isa 50:7; Isa 52:14; Isa 53:3; Miq 5:1; Mat 27:28-31, Mat 27:39-44; Mar 15:16-20; Mar 15:27-32; Heb 12:2; 1Pe 2:23.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
se burlaban de él, y le golpeaban: Mat 26:67; Mar 14:65 describen con más detalles el abuso contra Jesús en manos de los soldados, lo que incluyó insultarle, escupirle y abofetearle.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
SE BURLABAN DE ÉL Y LE GOLPEABAN. Véase Mat 26:67, nota.
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
se burlaban de él y le golpeaban. Lucas no incluye detalles sobre el primer interrogatorio de Caifás, registrado en Mat 26:59-68 y Mar 14:55-65. Los azotes aquí descritos sucedieron después del primer interrogatorio, antes de que la asamblea del sanedrín pudiera reunirse para su audiencia oficial (v. Luc 22:66).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
22:63 Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; 64 y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? 65 Y decían otras muchas cosas injuriándole. – Con esta conducta los oficiales querían indicar que estaban insultados y ofendidos por lo que Jesús había dicho de sí mismo. Si un mero hombre profesa ser Dios, entonces es digno de tal tratamiento por haber blasfemado a Dios. Querían enfatizar que eran muy celosos y odiaban la blasfemia contra Dios. Por eso, perdieron todo sentimiento de dignidad y misericordia. En esta ocasión se muestra lo que le costó a Jesús confesar que El era el Hijo de Dios. Recuérdese 1Pe 2:23-24.
Fuente: Notas Reeves-Partain
BURLAS Y LATIGAZOS Y JUICIO
Lucas 22:63-71
Los hombres que estaban custodiando a Jesús se pusieron a burlarse de Él y a golpearle; le vendaron los ojos, y le pegaban en la cara mientras le preguntaban:
-¡Anda, profeta, adivina quién es el que te ha dado!
Y apilaban insultos sobre El. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, los principales sacerdotes y los escribas, y le trajeron al Sanedrín.
-¿Eres tú el Mesías? -le preguntaron directamente-. ¡Dínoslo!
-Si os dijera que sí, no me creeríais -les contestó Jesús-; y si soy Yo el que os hago preguntas, ni me
contestaréis ni me dejaréis en libertad. Pero a partir de este momento el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del Dios todopoderoso.
-Entonces, ¿es que tú eres el Hijo de Dios? preguntaron.
-¡Vosotros lo habéis dicho!
-¡Para qué necesitamos más testigos! ¡Él mismo se ha delatado!
Aquella noche habían llevado a Jesús al Sumo Sacerdote para un interrogatorio privado y oficioso, con el propósito de refocilarse ,y tratar de pillarle en algo de lo que pudieran acusarle oficialmente. Después de eso entregaron a Jesús a los policías del templo para que le custodiaran, pero estos se aprovecharon para divertirse cruelmente a su costa. Cuando llegó la mañana le llevaron al Sanedrín.
El Sanedrín era el tribunal supremo de los judíos, que tenía jurisdicción especialmente en cuestiones religiosas. Lo formaban setenta miembros, entre los que figuraban escribas, rabinos y fariseos, sacerdotes y saduceos, y ancianos. No se podía reunir cuando estaba oscuro; porque, decían, cuando no se puede distinguir un hilo blanco de otro negro, ¿cómo se podrá distinguir la verdad del error? Así es que fue por eso por lo que esperaron a la mañana para llevar a Jesús. El Sanedrín sólo se podía reunir en el salón de la Piedra Tallada, en el recinto del templo. El presidente era el Sumo Sacerdote.
Se han conservado las reglas de procedimiento del Sanedrín, que eran probablemente ideales, aunque no se cumplían nunca del todo; pero, por lo menos, nos permiten conocer lo que los judíos consideraban que debía ser el Sanedrín, y cuánto faltó para que se cumpliera en el juicio de Jesús.
El tribunal se sentaba en semicírculo, para que cada uno pudiera ver a todos los demás. El reo se colocaba enfrente del tribunal, vestido con ropas de duelo. Detrás de él se sentaban filas de estudiantes y discípulos de los rabinos, que podían hablar en defensa del acusado, pero no en contra. Las vacantes que se produjeran entre los miembros del tribunal se permitía que las cubrieran algunos de estos estudiantes. Todas las acusaciones tenían que probarse por la evidencia de dos testigos, examinados independientemente. Estaba permitido que un miembro del tribunal hablara primero en contra del acusado y luego cambiara de parecer y hablara a su favor, pero no viceversa. Cuando se llegaba el momento de dar el veredicto, todos los miembros del tribunal tenían que emitir su juicio individualmente, empezando por los más jóvenes hasta acabar por el más anciano. Para la absolución era suficiente con la mayoría de un voto, pero para la condenación se necesitaban por lo menos dos votos. La sentencia de muerte no se podía ejecutar el mismo día que se pronunciaba; tenía que pasar una noche, para que el tribunal durmiera, y considerara si debía aplicar la piedad. Todo el procedimiento estaba diseñado para que prevaleciera la gracia; y, hasta en el breve relato de Lucas, está claro que el Sanedrín no cumplió sus reglas en el caso del juicio de Jesús.
Hay que notar que el crimen del que se acusaba a Jesús era blasfemia. El pretender ser el Hijo de Dios era un insulto a la majestad de Dios, y por tanto blasfemia, que se castigaba con la muerte.
Es el hecho trágico que, cuando Jesús pidió amor, ni siquiera recibió justicia. Es el hecho glorioso que Jesús, aun saliendo de una noche de interrogatorios maliciosos, burlas y malos tratos, no tenía la menor duda de que se sentaría a la diestra de Dios y su victoria era segura. Tenía una fe que desafiaba a los Hechos. Él nunca pensó, ni por un momento, que los hombres podían derrotar el propósito de Dios.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
NOTAS
(1) “Lo custodiaban”, אBDItVg; ASyp: “custodiaban a Jesús”.
REFERENCIAS CRUZADAS
f 1376 Sal 22:7
g 1377 Mat 26:67; Mar 14:65
h 1378 Isa 50:6; Isa 53:5
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Los hombres que tenían a Jesús. Ahora el Señor se encuentra solo con sus acusadores (es posible que Juan se encontrara presente; cp. Jn 18:15, 16; 19:25– 27), habiendo sido negado por Pedro y burlado de los que estaban en el patio. Los hombres probablemente eran asistentes del sumo sacerdote (vers. 54).
Fuente: La Biblia de las Américas
Notemos, en primer lugar, en estos versículos, qué tratamiento tan ignominioso recibió nuestro Señor de manos de sus enemigos. Se nos refiere que los hombres que lo custodiaban «se burlaron de El,» «le cubrieron los ojos» y «le hirieron el rostro.» No se contentaron con reducir á prisión á un hombre inocente y caritativo. Hicieron más: á la tropelía añadieron el baldón.
Una conducta como esta pone de manifiesto que la naturaleza humana adolece de una corrupción extrema. Los excesos de barbarie á que llegan algunas veces los hombres no convertidos y la cruel satisfacción con que hollan bajo sus plantas lo más santo y más puro, justifican aquella aguda expresión de un teólogo, á saber: que el hombre que no posee la gracia de Dios es mitad fiera y mitad demonio. No ama á Dios ni á persona alguna que lleve impresa en su corazón la imagen de Dios. «El ánimo carnal es enemistad contra Dios.» No podemos formarnos ni la más remota idea de lo que vendría á ser del mundo si Dios no pusiese un dique al mal. No es exageración decir que si los hombres no convertidos pudieran hacer lo que quisieran, el mundo se encontraría muy luego en un infierno.
La resignación imperturbable de nuestro Señor á los insultos que quedan descritos, manifiesta cuan profundo era su amor hacia los pecadores. Si hubiera querido, en un instante habría podido poner fin á la insolencia de sus enemigos. El que con una palabra podía expeler los espíritus inmundos, pudo haber convocado legiones de ángeles y aniquilado á sus adversarios. Pero El había resuelto llevar á cabo la obra que vino á ejecutar sobre la tierra. Se había propuesto libar el amargo cáliz del sufrimiento expiatorio, á fin de salvar á los pecadores, y «habiéndole sido propuesto gozo, menospreció la vergüenza,» y apuró el cáliz hasta las heces. Heb.
12:2.
La paciencia que nuestro Señor manifestó en tales circunstancias debiera enseñarnos una lección muy provechosa; nos debiera enseñar á abstenernos de murmurar y de airarnos cuando el mundo nos ultraje. ¿Qué son las afrentas por las que tenemos que pasar á veces, comparadas con las que se irrogaron á nuestro Señor? Y sin embargo, «maldiciéndole no tornaba á maldecir; y cuando padecía no amenazaba.» Hagamos lo mismo.
Notemos, en segundo lugar, que profecía tan notable pronunció nuestro Señor acerca de la gloria que se le esperaba. Dijo así á sus enemigos: «Desde ahora el hijo del hombre se asentará á la diestra del poder de Dios.» ¿Se quejaban de su humilde presencia y deseaban ver un Mesías rodeado de gloria? En gloria lo verían algún día. Se imaginaban que era débil, inerme y despreciable, porque no poseía entonces signos ningunos de majestad. Algún día lo verían ocupando en el cielo el lugar más excelso.
Que la futura gloria de Cristo forme, pues, parte de nuestro credo, de la misma manera que en pasión y crucifixión. No olvidemos que el mismo Jesús que fue escarnecido y menospreciado es el que posee ahora poder omnímodo en el cielo y en la tierra, y vendrá algún día con todos sus ángeles revestido de la gloria de Su Padre. Feliz el cristiano que tiene siempre ante su mente la palabra «después.» Al presente los creyentes deben contentarse con tomar parte en los sufrimientos de su Maestro. «Después» participarán de su gloria.
Notemos, por ultimo, en estos versículos, qué revelación tan explícita y completa hace nuestro Señor de su divinidad y de su carácter como Mesías. Cuando sus enemigos le preguntaron si era el Hijo de Dios, El repuso: «Vosotros lo decís que yo soy.» Esta expresión significa en otras palabras: Vosotros decís la verdad. Soy, como decís, Hijo de Dios.
Esa revelación dejó á los judíos sin excusas para disculpar su incredulidad. Y los Israelitas de hoy no puedan alegar que Jesús dejara á sus antepasados á oscuras acerca del objeto de Su misión, y que los mantuviera en dudas y cavilaciones.
Según se nos refiere en el pasaje de que tratamos, nuestro Señor les dijo claramente quién era, y en palabras que son más significativas para un judío que para nosotros. Y sin embargo, los hijos de Judá, lejos de conmoverse al oír dicha revelación, se sumergieron más hondamente en el pecado.
Con esa declaratoria nuestro Señor quiso dar un ejemplo á todo el pueblo creyente. Á semejanza de él hemos de hablar sin temor cuando las circunstancias así lo exijan. No hay necesidad de que hagamos tocar la trompeta delante de nosotros y de que vayamos á las plazas á proclamar nuestra religión. Es bien seguro que, en el curso ordinario de la vida civil, se nos presentarán oportunidades para que demos á conocer «de quienes somos y á quienes vamos,» como Pablo á bordo del buque. En tales ocasiones si poseemos el espíritu de Cristo, no tengamos miedo de enseñar nuestra divisa. «Cualquiera,» dijo Jesús, «que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo delante de mi Padre.» Mat 10:32
Fuente: Los Evangelios Explicados
Lit., El