Uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba diciendo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
23:39 Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, (Matthew 27,44, al principio los dos le injuriaban) diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40 Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? (Estaba cometiendo otro pecado, difamando a un hombre inocente) 41 Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo (tenía la misma humildad, la misma actitud hacia su pecado que el publicano que dijo “sé propicio a mí, pecador” (Luc 18:13) y descendió a su casa justificado) . 42 Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. — No se puede saber lo que este hombre entendía acerca del reino de Cristo, pero lo importante es que Jesús, conociendo su corazón, le salvó.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Luc 17:34-36; Mat 27:44; Mar 15:32.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
sálvate a ti mismo: La burla venía de los gobernadores (v. Luc 23:35), de los soldados (v. Luc 23:37), y ahora lo que Lucas cataloga de injuria viene de uno de los criminales.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
uno de los malhechores. Mat 27:44 y Mar 15:32 relatan que ambos criminales se unieron a la multitud en sus burlas contra Cristo. Sin embargo, al transcurrir las horas, la conciencia de este malhechor fue traspasada y se arrepintió. Tan pronto el ladrón impenitente insistió en burlarse (v. Luc 23:39), este ladrón lo reprendió y se negó a hacerlo de nuevo.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
23:39 Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, (Matthew 27,44, al principio los dos le injuriaban) diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40 Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? (Estaba cometiendo otro pecado, difamando a un hombre inocente) 41 Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo (tenía la misma humildad, la misma actitud hacia su pecado que el publicano que dijo “sé propicio a mí, pecador” (Luc 18:13) y descendió a su casa justificado) . 42 Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. – No se puede saber lo que este hombre entendía acerca del reino de Cristo, pero lo importante es que Jesús, conociendo su corazón, le salvó.
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA PROMESA DEL PARAÍSO
Lucas 23:39-43
Uno de los criminales que estaban crucificados no hacía más que lanzarle insultos a Jesús, y decía:
-¡Anda, si es verdad que eres el Mesías, sálvate a ti mismo, y a nosotros!
Pero el otro crucificado le reprendió seriamente:
-¿Es que no tienes temor de Dios tú que estás sufriendo la misma pena que Él? Nuestra condena es justa, porque la hemos merecido por nuestras obras; pero Éste no ha cometido ningún crimen. -Y luego, dirigiéndose a Jesús-: ¡Acuérdate de mí cuando vuelvas como Rey!
-Te doy mi palabra -le contestó Jesús- que hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Aquello de crucificar a Jesús entre dos delincuentes conocidos lo hicieron las autoridades a propósito para humillar a Jesús ante la gente, equiparándole a otros criminales.
La leyenda se ha ocupado extensamente del ladrón arrepentido. Se le identifica por el nombre de Dismas, Demas o Dímaco. Una leyenda le convierte en una especie de Robin Hood judío, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Otra leyenda reaparece en el «Libro deis. Tres Reis d’ Orient, una joyita de los orígenes de la literatura española: cuenta que, cuando iba huyendo de Belén a Egipto la Sagrada Familia, fue apresada por dos bandoleros; uno cruel, que quería matar al niño Jesús, y otro compasivo que le salvó la vida, e invitó a la Sagrada Familia a pasar la noche en su cueva. La mujer de este «buen ladrón» le cuenta a María que tiene un hijito recién nacido que está leproso. María le baña en la misma agua en la que ha bañado a Jesús, y el niño queda sano y limpio. En el Calvario, el hijo del ladrón alevoso muere a la izquierda de Jesús, y el del compasivo, a la derecha.
La palabra Paraíso viene del persa, y quiere decir un jardín amurallado. Cuando el rey persa quería hacerle un gran honor a alguno de sus servidores, le nombraba su acompañante en el paraíso, para que paseara y conversara con el rey en aquel lugar delicioso. Fue más que la inmortalidad lo que Jesús le prometió al ladrón arrepentido: le prometió el honor de gozar de su compañía en el jardín de la corte celestial.
Este relato nos dice, entre otras cosas importantes, que nunca es tarde para reconocer a Jesús como nuestro Rey y Salvador. Hay otras posibilidades de las que tenemos que decir: «Eso ya no es posible. He perdido la oportunidad.» Pero eso no se puede decir de volver a Cristo: mientras late el corazón, sigue en pie la invitación. Aunque sea «puesto ya el pie en el estribo», como decía Cervantes refiriéndose a su próxima muerte, es literalmente cierto que «mientras hay vida, hay esperanza». Pero, como también decía el predicador evangélico don Enrique Lindegaard: «Sabemos de un caso de alguien que se convirtió a las puertas de la muerte, para que nadie desespere; pero es un solo caso, para que nadie se confíe.»
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
REFERENCIAS CRUZADAS
p 1435 Mat 26:68; Mat 27:44; Mar 15:32
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Esta sección es el punto central de la narrativa de la crucifixión, pues aquí Lucas presenta a Jesús como el Mesías que ante la burla del malhechor (ver. 39): Sálvate a ti mismo y a nosotros , tiene el poder de salvar al malhechor que cree en El, diciéndole: hoy estarás conmigo en el paraíso (vers. 43). La redención es el mensaje de la crucifixión.
Fuente: La Biblia de las Américas
Los versículos que acabamos de transcribir merecen ser impresos con letras de oro. Muchos hombres, sin duda, darán gracias á Dios por toda la eternidad de que la Biblia contiene la historia del ladrón penitente.
Dicha historia nos da á conocer, primeramente, la relación que existe entre la salvación de los pecadores y la soberana voluntad de Dios. Se nos refiere que dos malhechores fueron crucificados con nuestro Señor–uno á su diestra y el otro á su siniestra. Ambos se hallaban á la misma distancia de Cristo; ambos vieron todo lo que sucedió durante las seis horas que estuvo pendiente de la cruz; ambos estaban agonizando y sufriendo dolores agudos; ambos eran grandes pecadores y necesitaban del perdón. Y sin embargo, el uno murió en sus pecados–tan impenitente, incrédulo é indiferente como había vivido; y el otro se arrepintió, creyó, imploró misericordia de Jesús y fue salvo.
Un hecho como este debiera hacernos humildes. No nos es dado explicarlo. Solo podemos decir: «Así, Padre, porque así agradó á tus ojos.» Mat 11:26. ¿Cómo es que en las mismas circunstancias exactamente un hombre se convierte y otro no; por qué es que de dos que oyen el mismo sermón uno permanece indiferente y otro va á su hogar á orar y á implorar el auxilio de Jesucristo; por qué razón el Evangelio es anunciado á uno y no á otro? todas estas son preguntas que no podemos contestar. Solo sabemos que son hechos ciertos y que en vano pretenderemos negarlos.
Nuestro deber es claro y sencillo, á saber: hacer uso con ahínco de los medios que Dios ha puesto á nuestro alcance para bien de nuestras almas. No hay necesidad de que nadie se pierda: la Biblia no contiene decreto condenatorio contra ningún individuo, y las oportunidades de salvación que el Evangelio ofrece son amplias y universales. Por otra parte, la soberanía de Dios no anula la responsabilidad del individuo. Uno de los ladrones obtuvo la salvación para que ninguno pierda la esperanza, y otro se perdió para que ninguno se haga ilusiones.
Esta historia nos enseña, además, cual es el carácter invariable del verdadero arrepentimiento. Por lo común se pasa por alto este hecho de la historia del ladrón penitente. Muchos hay que no consideran sino la circunstancia de que se salvó á la hora de la muerte; y no examinan las claras é inequívocas pruebas de arrepentimiento que dio antes de exhalar el último suspiro. Esas pruebas merecen señalada atención.
La primera fue la indignación que manifestó por la mala conducta de su compañero para con el Señor: «¡Ni aun tú temes á Dios, estando en la misma condenación!» La segunda fue el reconocimiento de sus propios pecados: «Nosotros á la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos.» La tercera consistió en una declaración explícita de la inocencia de Jesucristo: «Este ningún mal hizo.» La cuarta fue la fe en que Jesucristo tenía poder y voluntad para salvarlo: tornando hacia él los ojos lo llamó «Señor,» y expresó su creencia de que él tenía un reino. La quinta consistió en hacer oración: clamó á Jesús cuando estaba en la cruz y le suplicó que aun en aquellos momentos se apiadase de su alma. La sexta y última fue la humildad: pidió á Jesús que se apiadase de él. No pidió ninguna grandeza: le bastaba que Cristo se acordara de él.
Guardémonos del arrepentimiento que no vaya acompañado de pruebas inequívocas. Millares de hombres hay que mueren en el engaño. Se imagina que han de salvarse necesariamente, porque el ladrón se salvó á la hora de la muerte; y se olvidan que para ello es preciso que se arrepientan como él se arrepintió. Cuanto más corto sea el tiempo que uno tenga disponible, con tanto mayor cuidado ha de aprovecharlo. Cuanto más cerca se halle el hombre al sepulcro cuando empiece á pensar seriamente en la salvación de su alma tanto más claras han de ser las pruebas que dé de su conversión. Puede decirse que, por regla general, los arrepentimientos que se verifican en el lecho de muerte son poco satisfactorios.
Esta historia nos enseña, además, cuan grandes son el poder y la voluntad que Cristo tiene de salvar á los pecadores.
Escrito está que puede salvar perpetuamente. Heb 7:25. Si escudriñamos la Biblia, desde el Génesis hasta la Revelación, no encontraremos una prueba más evidente del poder y la misericordia de Cristo que la salvación del ladrón penitente.
¿Queremos que se nos presenten pruebas de que la salvación se obtiene por la fe y no por las obras? El caso de que tratamos es una. El ladrón estaba clavado en la cruz de pies y manos, y no podía hacer nada absolutamente en pro de su alma. Sin embargo, por la gracia infinita de Cristo fue salvo.
¿Queremos se nos den pruebas de que los sacramentos no son de necesidad absoluta para la salvación, y que cuando no puedan administrarse, los pecadores obtienen sin ellos el perdón de sus culpas? El ladrón penitente no fue bautizado jamás, no pertenecía á ninguna iglesia visible, y nunca participó de la cena del Señor, mas se arrepintió y creyó, y por lo tanto fue salvo.
Esta historia nos enseña, por último, cuan cerca del descanso y de la gloria se halla el creyente agonizante. Nuestro Señor dijo al malhechor en contestación á su súplica: «Hoy estarás conmigo en el paraíso..
La palabra «hoy» contiene un volumen entero de teología, pues nos hace saber que tan luego como el creyente muera, su alma pasa á gozar de felicidad. En ese momento no se efectúa su completa redención. Su dicha perfecta no empieza sino el día de la resurrección; mas no hay ni demoras misteriosas, ni intervalos de expectativa, ni purgatorio alguno entre su muerte y el estado de la bienaventuranza. Tan pronto como expire se halla con Cristo. Filip. 1:23.
Tengamos esto presente cuando nuestros parientes ó amigos mueran con fe en el Señor. No debemos lamentarlos como si hubieran perecido para siempre. En tanto que nosotros estamos de duelo, ellos están llenos de júbilo. Mientras nos cubrimos de luto y derramamos lágrimas en sus funerales, ellos están gozando de felicidad en la presencia del Señor.
Ante todo, si somos verdaderos cristianos, tengamos esto presente cuando pensemos en nuestra propia muerte. Serio trance es morir; mas si morimos en el Señor, no debemos dudar de que nuestra muerte sea una gran ganancia.
Fuente: Los Evangelios Explicados
O, blasfemias
I.e., el Mesías