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Comentario de Juan 19:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Juan 19:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Entonces Pilato tomó a Jesús y le azotó.

Cuando los judíos insistían en que Pilato soltara a Barrabás, les preguntó, «¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros» (Mat 27:22-24).

19:1 Así que, (viendo que la táctica de soltar a un preso no había resuelto el problema) entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. — Según la ley romana, el azotar había de preceder al crucificar: «le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen» (Mat 20:19; Luc 18:13). Pero Pilato mandó que Jesús fuera azotado aunque todavía quisiera soltarle. Lucas dice (23:16 y 22) que Pilato dijo, «le soltaré, pues, después de castigarle… le castigaré, pues, y le soltaré» (véase también Hch 5:40).

Pilato todavía trataba de evadir su responsabilidad de poner en libertad a Jesús. No quería crucificarle pero tampoco quería ofender a los judíos. Al azotar a Jesús Pilato esperaba que eso fuera suficiente castigo para complacer a los judíos, porque era un castigo muy cruel que a veces mataba a las víctimas. «El azote romano consistía en un corto mango de madera al que estaban atadas varias correas con los extremos provistos con trozos de plomo o bronce y pedazos de hueso muy aguzados. Los azotes se dejaban caer especialmente sobre la espalda de la víctima, que estaba desnuda y encorvada. Generalmente se empleaban dos hombres para administrar este castigo, uno azotando desde un lado, otro desde el lado opuesto, con el resultado de que a veces la carne era lacerada a tal punto que quedaban a la vista venas y arterias interiores y a veces aun las entrañas y los órganos internos aparecían por entre las cortaduras» (GH). Este acto era ilegal, pues no se había establecido la culpa de Jesús; según el veredicto de Pilato mismo (18:38), azotaron a un hombre inocente.

«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isa 53:5; «por cuya herida fuisteis sanados», 1Pe 2:24).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

entonces tomó Pilato a Jesús. Mat 27:26; Mar 15:15; Luc 23:16, Luc 23:23.

y le azotó. Sal 129:3; Isa 50:6; Isa 53:5; Mat 20:19; Mat 23:34; Mar 10:33, Mar 10:34; Luc 18:33; Hch 16:22, Hch 16:23; Hch 22:24, Hch 22:25; 2Co 11:24; Heb 11:36; 1Pe 2:24.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Jesús es azotado, coronado y golpeado, Jua 19:1-3.

Pilato quiere liberarlo, pero siendo superado por la multitud de judíos, lo entrega para ser crucificado, Jua 19:4-22.

Los soldados echan suertes por sus vestidos, Jua 19:23, Jua 19:24.

Él encomienda su madre a Juan, Jua 19:25-27.

Su muerte, Jua 19:28-30.

Su costado lacerado, Jua 19:31-37.

Es enterrado por José y Nicodemo, Jua 19:38-42.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Pilato ordenó que azotaran a Jesús, esperando que los judíos aceptaran esto en vez de la ejecución. El azote estaba hecho de correas que tenían atados pedacitos de metal afilado y pedazos de huesos. Los prisioneros eran golpeados en la espalda hasta que la piel y a veces los órganos se laceraban. Muchos de ellos morían por este castigo tan cruel.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

LE AZOTÓ. Véase Mat 27:26, nota detallada sobre el método de los azotes romanos.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

Capitulo 19.

Expediente de Pilato para librar a Cristo, 19:1-7 (Mat 27:26-31; Mar 15:15-20; Luc 23:22). Cf. comentario a Mat 27:25-31.
El principio del capítulo 19 de Jn continúa narrando el expediente que Pilato utiliza para librar a Cristo

1 Tomó entonces Pilato a Jesús y mandó azotarle. – Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura 3 y, acercándose a EL, le decían: Salve, rey de los judíos, y le daban bofetadas. 4 Otra vez salió fuera Pilato y les dijo: Aquí os lo traigo, para que veáis que no hallo en El ningún crimen. 5 Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilato les dijo: Ahí tenéis al hombre. 6 Cuando le vieron los príncipes de los sacerdotes y sus satélites, gritaron diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Díjoles Pilato: Tomadlo vosotros y crucifícadlo, pues yo no hallo crimen en El. 7 Respondieron los judíos: Nosotros tenemos una ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.

El segundo expediente que utiliza Pilato para librar a Cristo – y a él – es la “flagelación.” Buscaba con ello calmar momentáneamente las exigencias judías, para liberar a Cristo – y ¡liberarse él! – de sus insidias. Es la misma finalidad que se propondrá al utilizar la escena burlesca a la que pertenece la coronación de espinas 1.
Sin embargo, esta “flagelación” aquí está desplazada. El análisis de esto se hace en el Comentario a Mat 27:26. El pasaje de la “escena de burlas” es aquí, lo mismo que en Mt-Mc, pues Lc la omite, una incrustación literaria. Aparte de esto, “como la flagelación era el preliminar habitual de la crucifixión, es verosímil que Juan anticipara este acontecimiento buscando un efecto dramático” (B. Vawter, o.c., p.513). La flagelación fue el acto inmediatamente previo al salir con la cruz para el Calvario.
El tercer expediente que va a utilizar Pilato es la coronación de espinas, con la “escena de burlas,” a la que pertenece. El relato lo traen matizadamente Mt-Mc, y Jn alude a ella 2. Esta “escena burlesca” no fue ordenada por él, sino improvisada por la solda desea y aprovechada por Pilato para lograr su finalidad. Es lo que (parece desprenderse de los textos evangélicos.
El expediente final que Pilato va a poner en juego es la tremenda escena del Ecce Homo. Sólo Jn es el que narra esta escena. Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilato les dijo: “¡Aquí tenéis al hombre!” El evangelio de Jn, que comenzó presentando a Cristo con el “He aquí el Cordero de Dios” (Jua 1:29.36), va a terminar destacando esta coincidencia histórica de presentar a Cristo, al final de su vida, como el Ecce Homo ¿Qué buscaba directamente Pilato con esto? Se pensaría que provocar en los dirigentes y, sobre todo, en la turba un sentimiento de compasión y, con él, de indulto. Pero acaso sea más probable la interpretación de una enseñanza burlesca dramatizada 3. El Mesías, el Rey de los judíos, era aquel Hecce Homo.
Pero la reacción de “los príncipes de los sacerdotes y de sus ministros” fue, embravecidamente, pedir para él la crucifixión. Al pedir al procurador romano la pena de muerte, le explicitaban bien que querían para El la cruz. Jn cita sólo a los “príncipes de los sacerdotes” y sus “ministros” como los que piden para él la cruz. ¿Acaso el pueblo se habría impresionado parcialmente? (Blinzler). Ellos ven en esto el propósito de no condenarle a muerte y de burlarse de ellos. “Pilato demostró de nuevo ser un mal psicólogo. Existe un grado de crueldad al que es ajeno todo sentido del humor o todo movimiento de compasión.” 4
Esta reacción provoca, a su vez, en Pilato una sensación de boicot de su expediente y de asco y sarcasmo. Esta actitud de Pilato responde perfectamente a lo que dice de él Filón 5. “Tomadlo vosotros y crucificedlo, pues yo no hallo crimen en él.” Naturalmente, no es que Pilato les autorice a ellos a crucificarlo, desentendiéndose del asunto, lo cual no podía, menos aún cuando él reconoce la inocencia de Cristo. Es un sarcasmo de repulsión, ante la inocencia de Cristo, el odio y envidia que ve en ellos en esta causa (Mat 27:18 par.), y de boicot a sus planes.
Ante este sarcasmo, los “judíos” plantean la acusación desde otro punto de vista: de su ley. Le traen la acusación por lo que le condena el sanedrín. Se ha hecho Hijo verdadero de Dios, y, según su ley, debe morir (Lev 24:16).
Los dirigentes judíos le plantean un nuevo problema y una insinuación de acusación a Roma. La religión judía era considerada religión licita. El procurador debía respetarla. Es verdad que él no se metía a juzgar sus cuestiones, y hasta es posible que los dejase a ellos con los temas y problemas de su ley, como hizo después Galión, procónsul de Acaya (Hec 18:12-16) en ocasión semejante. Pero un magistrado romano debía respetar y hacer cumplir las leyes nacionales de los pueblos sometidos siempre que no estuviesen en oposición con los intereses de Roma, aunque siempre podía quedar un margen de interpretación y apreciación. Que debe de ser en lo que se basa después esta acusación velada de delación. Y los mismos judíos no harán en ello demasiado hincapié, ya que presentarán otra queja política fundamental, traduciendo de otra manera la primera acusación política de hacerse Cristo el Mesías-Rey.

Nuevo interrogatorio de Pilato sobre el Hijo de Dios.19:8-12ª.
8 Cuando Pilato oyó estas palabras, temió más, 9 y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta ninguna. 10 Díjole entonces Pilato: ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? 11 Respondióle Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado. 12a Desde entonces Pilato buscaba librarle; pero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César.

Ante esta acusación que se hace de Cristo, de hacerse Hijo de Dios, Pilato “temió aún más.” Al temor, que implícitamente se ha de suponer a revueltas y fanatismos políticos, con sus posibles consecuencias delatorias para él, se unía ahora una nueva preocupación: el oír decir de Cristo que se hacía Hijo de Dios.
Para valorar mejor esto, “entró” otra vez al pretorio. Y mandó traer a Cristo a su presencia. Allí, más reservadamente, podría interrogarle a su gusto, con más serenidad y más capciosamente.
“¿De dónde eres tú?” le preguntó. Como pagano, Pilato sabía que había leyendas de hijos de dioses. Más aún, se decía que éstos aparecían incluso súbitamente. La actitud de Cristo, el dominio ante el embravecimiento de las acusaciones, le hicieron ver que aquel caso era distinto de los otros reos llevados a su tribunal. Como pagano era supersticioso. Por eso, esta pregunta: “¿De dónde eres tú?” no se refiere al país originario de Cristo o familia, pues él ya sabía que era”galileo” (Luc 23:6), aparte de lo que tenía que saber de él por los informes secretos de su “servicio de inteligencia.” La pregunta, como suena, es capciosa. Pretende deducir de la respuesta si está en presencia de uno de esos seres míticos o semidioses. De ahí el “temor” que se le acentuó ante esto. De ser verdad, ¿no podría él experimentar las iras de un ser sobrehumano al que había brutalmente injuriado?
Pero Cristo no le respondió nada. ¿Para qué responder a un hombre que no había querido oír lo que era la “verdad”? Como tampoco respondió a las acusaciones de los judíos en el Sanedrín.
éste silencio exasperó el despotismo romano de Pilato, y le advirtió que estaba en sus manos su vida o muerte. La respuesta de Pilato responde a la fórmula del derecho romano: “Todo el que puede condenar puede absolver.” 6
La respuesta de Cristo ofrece especial interés: “No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto.” Frecuentemente se lo interpreta del poder recibido de Dios, como San Pablo enseña a otro propósito (Rom 13:1ss). Pero manifiestamente no es éste el sentido. “Esta sentencia no es una máxima sobre el origen del poder político” 7. Pilato no tenía poder moral de Dios para crucificar al Hijo de Dios. Las palabras de Cristo quieren corregir este despotismo con el que se presenta Pilatxrante él. Sólo quiere valorarle el caso presente. Si él, Cristo, está ahora como un reo ante Pilato, esto se debe a que “le fue dado de lo alto,” es decir, por Dios. Es que la providencia de Dios había dispuesto este plan (Jua 3:27; Jua 10:18). Cristo se encontraría ante el procurador romano de Judea y utilizaría la iniquidad de aquel juicio para la salvación del mundo.
Y si Pilato se creía investido de un poder omnímodo de vida o muerte, Cristo le advierte también que él es un juguete de pasiones en este caso: otros son los que le mueven y le van a arrastrar a lo que él no quiere. “Por eso el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.” ¿Quién es éste a quien directamente se refiere, que le entregó?
Podría ser Judas, que aparece siempre como “el que le entregó” (Jua 6:71; Jua 13:2, etc.). Pero quien le entregó directamente a Pilato es Caifas, que determinó ya de atrás su muerte (Jua 1:1; Jua 1:49ss; Jua 18:14), y luego provocó, en la noche, su condena. En realidad fue él quien le entregó en nombre de todo el sanedrín. Acaso sea un nombre singular que está por un colectivo; acaso Judas, en el que se engloba, causal y “típicamente,” a todos los verdaderos responsables (Jua 8:21). Es la culpabilidad de los que cerraron los ojos a la luz y presionaron ante Pilato para llevar a Cristo a la muerte.
El resultado de esto fue que Pilato “buscaba librarle.” A la inocencia de Cristo, reconocida por Pilato, se unía ahora, seguramente, un cierto temor supersticioso sobre la filiación de Cristo. Y todo esto llevó a Pilato a buscar el medio de librar a Cristo.
En todo este diálogo, el desarrollo conceptual y literario de -Jn sobre un fondo histórico es perceptible.

La condenación de Cristo,Jua 19:12b-16a (Mat 27:26c; Mar 15:15c; Luc 23:24-25). Cf. comentario a Mat 27:26ss.
Es Jn, de los cuatro evangelistas, el que dedica más extensión a situar, con toda solemnidad, el momento y trascendencia de la condenación de Cristo por Pilato.

12bPero los judíos gritaron diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César. 13 Cuando oyó Pilato estas palabras, sacó a Jesús fuera y se sentó en el tribunal, en el sitio llamado “lithóstrotos,” en hebreo “gabbatha.” 14Era el día de la Parasceve, preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta. Dijo a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. 15 Pero ellos gritaron: ¡Quita, quita! ¡Crucifícale! Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que el César. 16a Entonces se lo entregó para que le crucificasen.

Al ver los dirigentes judíos que Pilato persistía en su determinación de soltar a Cristo, le alegaron, veladamente, la acusación que harían de él ante Tiberio de no impedir un “amigo del César” el que se levantase en su jurisdicción un rey competidor del César. La acusación de hacerse rey fue el comienzo del proceso incluso en los sinópticos; pero ahora, al replantear la acusación política, la refuerzan con la alusión a la acusación que harán ante Tiberio. La escena está encuadrada en todo el ambiente histórico más riguroso.
Filón, citando una carta del rey Agripa a su amigo Calígula, dice de Pilato que, ante una protesta de los judíos, que diputaron para ello a los cuatro hijos del rey, Pilato les “opuso a estos ruegos una repulsa llena de rencor, porque era de un carácter duro y terco. Entonces gritaron: No nos dirigiremos más a ti, sino que enviaremos diputados para que lleven la súplica al señor” (Tiberio) 8. Y esta acusación velada de delación de no mirar por un “competidor” que se le levantaba al César, aparte de los informes que ya estaban en Roma de arbitrariedades del gobierno de Pilato, junto con la rebelión que tenía ante sí, movida por los dirigentes de Israel, fue lo que le hizo capitular. La acusación de Israel no iba ahora contra Cristo, sino contra Pilato.
El título de “amigo del César” venía, además, a ser considerado casi como un título oficial 9, máxime para un magistrado romano. Y también es sabido cómo Tiberio castigaba al máximo – “atrocissime” dice Suetonio 10 – los delitos de “lesa majestad.” Por sospechas de traición, hizo azotar a Agripina, nieta de Augusto, y la desterró luego a la isla Pandataria, donde murió de hambre 11.
Ante este temor de delación y de castigo por parte de Tiberio, Pilato capituló. Expresamente lo dice Jn: “Cuando Pilato oyó estas palabras” (v.13), determinó dar la sentencia de muerte contra Cristo. Estos cambios en Pilato, después de una terca voluntad en contrario, son descritos por Josefo 12.
Jn presenta con gran precisión y solemnidad este momento trascendental de la condena de Cristo.
Pilato mandó “sacar fuera” del pretorio a Cristo. Y se colocó allí el”bema,” que era alto estrado donde se ponía la “silla curul” y desde donde se había de dar la sentencia jurídica romana. Así mandó ponerlo, delante del pretorio, en la plaza, poco después de Pilato, Gesio Floro, procurador de Judea, y a él vinieron “los pontífices” con las gentes principales, para un juicio público 13. Pilato se “sentó en su tribunal.” Esta forma era ya casi técnica (Mat 27:19; Hec 12:21; Hec 25:6-15) 14, para expresar la sentencia.
El sitio en que estaba Pilato era llamado (λιθόστρωτος ) en griego, “lugar pavimentado de grandes piedras,” y en arameo gab-batha o “lugar alto.” “De este patio, anónimo en Mc (Hec 15:16), Jn ha recogido las designaciones populares: pavimentado de grandes losas para los helenistas, pero gabbatha para los tradicionalistas judíos. Para no usar los vocablos grecorromanos: Antonia, Lithóstrotos, que les ofuscaban, los judíos afectaban conservar aquí el viejo nombre del término: “la altura, la colina.” 15
Jn precisará más: que esta condena fue dada en el “día de la parasceve (o preparación) de la Pascua.” Era el día 14 del mes de Nisán. Jn ha ido presentando a Cristo vinculado a las pascuas. Quiere destacar que va a ser inmolado como el verdadero cordero pascual (Jua 19:36). Al destacar aquí que era la preparación de la Pascua, debe de tener un intento especial, que se ve mejor al precisar la hora en que Pilato va a dar la sentencia de muerte de Cristo.
“Era como la hora sexta,” es decir, sobre el mediodía. Pero esta afirmación de Jn crea una dificultad ya célebre. Y es que los sinópticos suponen que Cristo está en la cruz ya en la “hora sexta” (Mat 27:45; Mar 15:33); y Mc dice expresamente que “era la hora de tercia cuando le crucificaron” (Mar 15:25). La solución es que los judíos, si dividían el día en contraposición a la noche, en doce horas, en el uso vulgar, por lo dificultoso que esto resultaba de precisar, se utilizaba la división de pnma (que comenzaba a la salida del sol), tertia (sobre las nueve), sexta (mediodía) y nona (tres de la tarde) 16. Y estas horas populares eran valoradas con el margen de imprecisión a que estaban sujetas. Así, la “hora cuasi sexta” de Jn está de acuerdo con la “hora tercia” en que suponen que fue la condena de Cristo, ya que la crucifixión la suponen desde la hora sexta a la de nona (Mat 27:45; Mar 15:33). La de “tercia” era el período que iba aproximadamente de nueve de la mañana a mediodía. Y aunque aparecen también en el evangelio de Jn incidentalmente citadas algunas de las doce horas en que se dividía el día, resultaría que la hora de sexta, aun en esta hipótesis, era sobre el mediodía.
Al indicar Jn esta hora, junto con la”parasceve de la Pascua,” es posible que quiera, además de la precisión cronológica, destacar un sentido simbolista. Según la legislación rabínica, sobre el mediodía había de hacerse desaparecer de la casa el pan fermentado, para dar lugar a los ázimos de la Pascua 17. Es la preparación de la sustitución pascual. Acaso es lo que Jn quiera decir aquí: la condena de Cristo, en la “preparación” de la Pascua, es la preparación del verdadero cordero pascual, que pronto va a ser inmolado.
Pilato, “sentado” oficialmente en su tribunal para condenar a Cristo, resuelto ya a situarse él en los puestos del estrado, no perdona el sarcasmo de presentarles a Cristo como a rey de los judíos, haciéndoles ver, cínicamente, que él no quisiera crucificar a su rey. Pero los dirigentes de Israel piden brutalmente la crucifixión de Cristo, entusiasmados aún más por el sarcasmo de Pilato. En otra ocasión, Pilato – dice Filón – obró en un acto “menos por honrar a Tiberio que por disgustar al pueblo.” Y cuando le amenazaron con enviar acusaciones, estaba dudoso y “aun no quería dar gusto a estos hombres.” 18
Pero el sarcasmo de Pilato fue cortado por un envilecimiento aún mayor de “los príncipes de los sacerdotes,” al decirle que no tenían por rey más que al César. El pueblo teocrático que odiaba a Roma, porque les impedía el ejercicio pleno de la soberanía teocrática de Yahvé, por odio a Cristo y a la burla de Pilato, proclaman – ¡el sacerdocio! – que “no tienen por rey más que al César”: a Tiberio.
Se ha propuesto también que la frase de Jn: “Y sentó en el tribunal” (έχ αθί ‘σεν επί βήματος ) no se refiere a Pilato, sino que éste sentó en el “tribunal” a Cristo. La posibilidad gramatical y filológica de esta hipótesis se ha hecho ver. El verbo usado puede tener sentido transitivo (Hec 2:30; 1Co 6:4; Efe 1:20). Pero sería increíble que Pilato sentase a Cristo, por burla a los judíos, en su mismo tribunal, en su “silla curul.” Es increíble una mascarada en el tribunal oficial, por el sentido mismo de honor de Roma y por temor a una nueva delación. Ni pondría en ella a una víctima ensangrentada, donde inmediatamente él mismo tendría que sentarse para dar sentencia. Pero los que defienden esto hacen ver que el “bématos,” en general, era no sólo la “silla curul,” sino también el estrado en que aquella se ponía. Pilato habría hecho colocar a Cristo en su estrado. Cristo aparecería así como rey “entronizado.” Jn querría destacar este importante contenido teológico, pues el proceso de Cristo por Pilato juega casi todo él en el terreno de la realeza de Cristo. Cristo sería así proclamado y entronizado rey de los judíos. Y, en el estrado del procurador, él era también juez de ellos. Al destacar esta escena, Jn querría evocar el tremendo contenido teológico, ya tratado en su evangelio, de Cristo “juez” y del “juicio” que, automáticamente, se hace al rechazar a Cristo (Jua 5:22.24.27; Jua 9:39; Jua 3:19; Jua 12:48). Sería el gran cuadro de Cristo Rey-Juez.
Para ello se insiste en que la estructura de este pasaje lleva a ello – se le acusa de rey, coronación, Ecce-Homo – ; hasta el nombre de gabbatha, elevación, llevaría al simbolismo teológico de Jn, para hacer ver esta “elevación” de Cristo Rey-Juez, que terminará, triunfal mente, en la “elevación” de la cruz, con el título de rey sobre ella.
Incluso se insiste en que los versículos de “sentarse en el tribunal” no están trazados para indicar la condenación, que vendrá después, o mejor, que se supone (v.16), sino para burlarse Pilato, para realizar sin saberlo este “entronizamiento” real 19 de Cristo 20. Es tema que aún es hipótesis.

La crucifixión de Cristo,Jua 19:16b-24 (Mat 27:32-50; Mar 15:20b-36; Luc 23:26-45). Cf. comentario a Mat 27:32-50.
16b Tomaron, pues, a Jesús; 17 que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice “Gólgota,” 18 donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. 19 Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús Nazareno, rey de los judíos. 20 Muchos de los judíos leyeron ese título, porque estaba cerca de la ciudad el sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. 21 Dijeron, pues, a Pilato los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No escribas rey de los judíos, sino que El ha dicho: Soy rey de los judíos. 22 Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. 23 Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. 24 Dijéronse, pues, unos a otros: No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quién le toca, a fin de que se cumpliese la Escritura: “Dividiéronse mis vestidos y sobre mi’túnica echaron suertes.” Es lo que hicieron los soldados.

La narración de Jn sobre la vía dolorosa de Cristo tiene algunas peculiaridades. Para el estudio de conjunto se remite a la exposición de este tema en Mt 21.
El título de la cruz. – Los tres sinópticos traen el título de la cruz casi de un modo uniforme. Jn le añade el título de “nazareno” a Jesús. Posiblemente destaca esto un nuevo motivo de desprecio a los judíos, a los que, en Cristo, crucificaba sarcásticamente Pilato, ya que todo lo galileo era motivo de desprecio para los judíos puros de Judea. Tanto Galilea (Jua 7:52) como Nazaret (Jua 1:46) tienen en el evangelio de Jn, en la apreciación de los judíos, un sentido despectivo.
El contenido del “titulus” era breve. En el reinado de Marco Aurelio, un cristiano llamado átalo fue paseado por el anfiteatro de Lyón con una “tablilla” en la que estaba escrito: “Hic est Attalus christianus.” 22
Jn destaca también lo que omiten Mt -Mc, que este título estaba escrito en tres lenguas: en “hebreo,” que era el arameo de entonces y la lengua de los nativos; en “romano” (ρωμαύστί ‘ = latín), la lengua oficial del Imperio, y en “griego,” la lengua universal de la región mediterránea y de las gentes cultivadas. Es un dato que refleja el medio histórico. En el templo había las “estelas de la castidad,” escritas unas en griego, y otras, con el mismo texto, en latín, que prohibían a los no judíos penetrar en el interior del templo 23. Y en los límites de Persia se lee, a propósito de Gordiano III, que habían escrito en su sepulcro, “para que todos lo leyesen, el “titulus” escrito en lengua “griega, latina, persa, judía y egipcia.” 24 En los alrededores de Roma quedan piedras sepulcrales redactadas en hebreo, griego y latín 25.
Este “titulus” de la cruz lo “escribió Pilato” (v.19). En efecto, este “titulus” de los reos, según las reglas de la época imperial, debía ser redactado por escrito y, fundamentalmente, dictado por el juez y luego leído ante el reo y asistentes en voz alta. Eran considerados nulos los juicios simplemente pronunciados sin ser escritos. Lo que con esto se buscaba era que la sentencia no pudiese ser arbitrariamente modificada.
Probablemente, cuando los “príncipes de los sacerdotes” le piden a Pilato que no lo redacte como lo hizo, sino diciendo que era Cristo el que se decía que era rey de los judíos, a causa de las burlas que esto iba a despertar en los lectores de las lenguas griega y romana, acaso fue al leerse este “titulus” en voz alta, para la condena y que lo llevase el reo; como la respuesta de Pilato: “Lo que escribí, escrito está,” responde a la exigencia de la jurisprudencia romana. “La tablilla del procónsul es la sentencia, la cual, una vez leída, ni se le puede aumentar ni disminuir una letra, sino que, una vez pronunciada, se remita por instrumento a la provincia.” 26 Naturalmente, el contenido del “titulus” que aparece en la cruz es el motivo fundamental de la sentencia.
Los soldados sortean las vestiduras. – Los tres sinópticos narran el hecho del sorteo, globalmente dicho, de las vestiduras de Cristo, una vez crucificado, las cuales, según la ley, pertenecían a los encargados de la ejecución 27. Pero Jn destaca dos aspectos especiales en este hecho.
Que “la túnica era sin costura, tejida toda desde arriba.” Según Isidoro de Pelusio, este tipo de vestidos era una especialidad de Galilea 28. Pero no será improbable que el destacar este dato aquí tenga también otra finalidad: el sugerir con ello el sacerdocio de Cristo. Según Josefo, así era la túnica del sumo sacerdote 29. Por eso, algunos exegetas piensan en esta posible sugerencia (Jua 17:19; Rev 1:13).
Pero Jn hace ver, como los sinópticos, que con este reparto de los vestidos del Señor se cumplía un anuncio profético de la Escritura. Es el Sal 22:19. Un salmo mesiánico, cuyas primeras palabras Cristo comienza a recitar en la cruz poco antes de morir (Mat 27:46 par.). Jn destaca la providencia que hubo en todos los actos que se realizaron en aquella hora. Con el “reparto de las vestiduras” de Cristo, Jn ve el cumplimiento de un vaticinio escrito en el Salterio.

“Mujer, he ahí a tu hijo,” 19:25-27.
25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. 27 Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Este pasaje es exclusivo de Jn. Están presentes, “de pie” (ειστήχεισαν ) junto a la cruz de Cristo, “su madre, y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena.” ¿Son tres o cuatro estas personas? La “hermana de su madre,” ¿es la misma María de Cleofás o es persona distinta? No es seguro. Para muchos, estas dos personas no son más que una sola: María de Cleofás. Una redacción “ternaria” de estas personas en el Calvario es citada por los sinópticos (Mat 27:56; Mar 15:40). Sería un caso de aposición. Otros piensan en personas distintas: sería un número “cuaternario.” La “hermana de su madre,” que, conforme al uso semita, no exige ser hermana en sentido propio, sino familiar o pariente, sería la madre de los hijos del Zebedeo, que en Mt-Mc figura expresamente entre las mujeres que están en el Calvario (Mat 27:55.56; Mar 15:40), junto con María Magdalena y María la madre de Santiago y José, la cual, según Eusebio de Cesárea, es la mujer de Cleofás 30.
Esta escena debe de tener lugar poco antes de morir Cristo. Los soldados tenían que custodiar de cerca a los crucificados, para evitar que los desclavasen. Por eso estaban “sentados” allí (Mat 27:36). Al principio de la crucifixión, un grupo de piadosas mujeres, entre las que está Magdalena, estaban “mirando (todo esto) de lejos” (Mar 15:40). Posteriormente, María, con este grupo de mujeres, entre las que está María Magdalena, está “de pie junto a la cruz” (Jua 19:25). Esto hace suponer que ya debe de llevar mucho tiempo en la cruz y que la muerte se acerca. Fue esto, seguramente, lo que hizo que el “centurión” (Mar 15:44.45) les permitiese acercarse a la cruz. Ni el pequeño grupo podía hacer nada en favor del moribundo, ante la guardia del centurión y tetrádion, máxime cuando, posiblemente, los primeros síntomas de la agonía comenzaban a acusarse.
¿Que valor tiene esta expresión? La historia de la interpretación de este pasaje es muy oscilante. Los tres Padres que son los mejores tratadistas de la patrística sobre el evangelio de Jn: San Crisóstomo 31, San Cirilo Alejandrino 32 y San Agustín 33, interpretan este pasaje de una solicitud temporal de Jn por María, y viceversa. La tradición cristiana no valora este texto en el sentido de la maternidad espiritual de María sobre los cristianos hasta una época tardía. Se cita el primero a Orígenes, pero el sentido en que lo interpreta es oscuro 34; luego habla de él Jorge de Nicomedia en el siglo IX, pero tampoco parece que su interpretación sobrepase el sentido de una solicitud afectivo-temporal 35. A partir del siglo XI ya es bastante conocida la interpretación espiritual 36. Pero el que hizo fortuna con esta sentencia fue Dionisio el Cartujano, siglo XV, en su Vita Christi 37. Después de él, el sentir cristiano y la literatura lo interpretan, ordinariamente, de la maternidad espiritual 38.
El magisterio pontificio, por lo menos desde Benedicto XIV, es abrumador a este propósito 39. Jesucristo mismo, desde lo alto de su cruz, quiso ratificar, por un don simbólico y eficaz, la maternidad espiritual de María con relación a los hombres, cuando pronunció aquellas memorables palabras: ‘Mujer, he ahí a tu hijo’. En la persona del discípulo predilecto confiaba también toda la cristiandad a la Santísima Virgen. 40
Según el sentir de la tradición cristiana, a partir de un momento determinado, se cree enseña que, en estas palabras, Cristo proclama la maternidad espiritual de María sobre los hombres, lo mismo que en la persona de Jn proclamaba la afiliación espiritual de éstos con respecto a María

El contexto en que se encuadra esta expresión.
Este contexto está cargado de sentido “alusivo” a pasajes del A.T. y de un “simbolismo” teológico, añadido por Jn conforme a varios pasajes de su evangelio (cf. v.gr., Jua 9:7; Jua 13:30, etc.). Este texto mariológico se halla encuadrado en un contexto – pasión y resurrección de Cristo – de un carácter marcadamente complejo y denso de contenido vario. Unos elementos son tipológicos: Cristo muere como rey (Jua 19:2-6), como cordero pascual (Jua 19:14); otros son eclesiales: la túnica “sin costura” (Jua 19:23.24; cf. Jua 21:11; cf. Luc 5:1-11; 1 Re 11.29ss), la efusión del E.S. “profetizada” (Sermón de la Cena), la “profecía” de Caifas, que comenta Jη sobre la redención de todos (Jua 11:49-52); otros son sacramentales: la “sangre y agua” que sale del costado de Cristo (Jua 19:34), como alusiones joanneas al bautismo y eucaristía, el poder de perdonar los pecados (sacramento de la penitencia; Jua 20:22.23).
Además de este amplio contexto, en el que se encuentra encuadrada esta doctrina mariológica – contexto con valor interpretativo – , hay otros elementos convergentes, que se han de considerar, ya que son procedimientos redaccionales característicos del cuarto evangelio.
Este evangelio está lleno de la idea de revelación, v.gr., un enviado divino ve a una persona, y la presenta, pronunciando un oráculo (cf. Jua 1:42.47, etcétera). Es el mismo modo de narrarse esta escena.
Parece también muy probable que Juan aquí represente a un grupo, co’rru sucede en otros pasajes (cf. Jua 2:2Jua 4:9ss; Jua 9:40-41, etc.). Es tendencia estructural en su evangelio. En esta narración ni a María ni a Juan los llama por su nombre propio, sino por los de “Mujer,” “Madre” y “Discípulo.”
Además, el corte de esta sentencia de Cristo en el Calvario encuentra semejanzas con fórmulas paleotestamentarias mesiánicas, alguna muy característica del A.T. (2Sa 7:14). En cambio, el verbo “recibir” (λαμβάνω ) de la frase en cuestión, aquí usado, puede tener el sentido de tomar algo = panes, lienzos, un perfume, etc. (Jua 6:11; Jua 12:4.13; Jua 19:23.40; Jua 18:3; Jua 19:6; Jua 18:31; Jua 19:1); o de recibir o acoger algo, v.gr., el testimonio del “don” de Dios, la palabra evangélica, el ser Hijos de Dios, (Jua 3:11; Jua 17:8; Jua 14:17; Jua 1:12; Jua 1:16).
Igualmente la frase εις τα Ιδια , ¿qué significa? Puede tener el sentido de en casa (LXX = Est 6:12.13; Est 5:10; Hec 21:2; 2Jn 1:10; Jua 7:53; Jua 1:11) o el sentido de lo que es propio de uno: de sus bienes, los cuales pueden tener sentido material (Hec 4:32; Jua 10:3) o sentido espiritual (Jua 8:44; Jua 15:19).
Son, pues, elementos que ha de ser valorados en función de otros.
Valor clave de la palabra “Mujer”
Siempre ha extrañado el que Cristo llame a su Madre aquí “Mujer.” Las diversas hipótesis sobre esto se han expuesto en el Comentario a Jua 2:4. Pero en su valoración lo primero que se nota es una alteración que rompe el paralelismo estructural normal de la fórmula, de tan profundo valor en el ritmo literario semita. La fórmula lógica sería:
“Madre [Mujer], ahí tienes a tu hijo;
hijo, ahí tienes a tu Madre.”
Mas también cabe preguntarse si esta palabra “Mujer” aquí es original de Cristo. Michaud escribe: “Nada nos prohibe negar que Juan ha querido verter por ella el equivalente de palabras pronunciadas por Jesús.” Y parece muy lógico que sean del evangelista.
Pues extrañan ya en boca de Cristo; extraña esta coincidencia de la misma palabra en boca de Cristo también en Cana; extraña que nunca salgan en los sinópticos; extraña el que esta palabra sea puesta estratégicamente en dos pasajes clásicos de su evangelio para formar una “inclusión semita”; y extraña, sobre todo, esta palabra por su conexión “alusiva” con otros pasajes, que van a ser precisamente la explicación de lo que Cristo quería decir con la palabra “Madre.” A esto hay que añadir que estos pasajes – Cana y Calvario – parecen desarrollados con la teología de San Juan.
En este caso, ¿qué significa, a qué se “alude” aquí con la palabra “Mujer”? Exige esto una metodología de conexiones bíblicas: se impone aquí – lo que es tan frecuente en este evangelio – una conexión “alusiva.” Se piensa en dos pasajes del A.T.r en Génesis (Jua 3:20) y en los que la “mujer” personifica a la tan divulgada concepción de la “Hija de Sión.”
Puesta en relación con Génesis, aludiría a María, Nueva Eva – inspirada en el tema tan paulino, y acaso ambiental, de Cristo, Nuevo Adán (Gen 4:1; cf. Rom 5:14; 1Co 15:45-49), lo mismo que en la narración de las “enemistades” también de la Mujer (Gen 3:1ss), en función victorioso-maternal, y evocándose también a Génesis (Gen 30:20): “Y llamó. a su mujer Eva, por cuanto ella es madre de todos los vivientes.” En un pasaje de Jn hay, al parecer, una relación intencionada con un pasaje de Génesis, a propósito del “nacimiento de un hombre al mundo” (Jua 16:21; cf. Gen 4:1; Feuillet). Esto favorecería más aún el procedimiento “alusivo” hacia Génesis. Así María sería presentada “alusivamente” como Madre espiritual de todos los vivientes – Nueva Eva – , y no sólo de Juan. ,
Otros autores lo ponen también en función de los pasajes bíblicos de la “Hija de Sión” en el aspecto de alumbramiento de un nuevo pueblo. Así Isaías (Gen 66:7.8; Miq 4:9-10). El tema de la “Hija de Sión” es también usado en el Ν .Τ .
Si por la palabra “Mujer,” literalmente, se orienta la alusión a Génesis, a causa del “procedimiento de complejidad,” tan en uso, se puede “aludir” también al valor conceptual de “alumbramiento” de un nuevo pueblo implicado en determinados pasajes de la “Hija de Sión.” “¿Quién oyó cosa semejante? ¿Es dado a la luz un país en un día? ¿Una nación nace toda de una vez? Pues apenas ha sentido los dolores, ya Sión (= Hija de Sión) ha pando a sus hijos” (Isa 66:8.9).
Posiblemente entren en juego los dos conceptos de “Mujer” – Sión – y “Mujer” – Eva – , complementándose por “alusión,” más que por “superposición de planos.” María es proclamada Madre espiritual de los hombres (Génesis), al “alumbrar” con dolor corredentivo en el Calvario a todo un pueblo – todos los seres humanos redimidos – que recibe maternalmente, como don de Dios (Hija de Sión).

María, a la hora en que Cristo pronunció estas palabras, comprendió el sentido de lo que en ellas se proclamaba. Es una exigencia del estado actual de la teología mariana. Jn entonces no lo terminó de comprender, como no comprendió entonces otras cosas (Jua 14:9; Jua 20:8.9; Jua 2:22; Jua 12:16), sino más tarde: a la hora de la iluminación que se inicia en Pentecostés. En este caso, probablemente comprende y realiza actos de piedad con la Virgen, que, aun valorados en su sentido afectivo-temporal, estaban, de hecho, incluidos en la plenitud del contenido directo que Cristo proclamaba, ya que la filiación espiritual de María importaba en Jn actos, no sólo de afecto, sino de asistencia temporal a ella, como exigencia de la práctica de la piedad. Por eso, “desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.” 41
Por otra parte, “en la persona del discípulo predilecto confiaba también (Cristo) toda la cristiandad a la Santísima Virgen. ¿En que sentido? Se piensa por algunos que en un sentido “típico.” Cristo dirigiría a Jn estas palabras en un sentido literal directo, como se desprende de la interpretación de la tradición y del magisterio; pero Jn sería, a su vez, “tipo” de los hombres que se confiaban así, en él, a María. Pero parece mucho más probable que la “humanidad” esté contenida en esta expresión dirigida a Jn en un sentido también literal. Pues en Jn se encuentra la misma razón formal – naturaleza humana – por la que María será madre espiritual suya y de los seres humanas . Cristo, al proclamar esta filiación espiritual de los seres humanos con relación a María, puede proclamar a un tiempo lo que hay en Jn como común a los seres humanos. Sería un caso de doble sentido, literal por parte de Cristo, pero no dispar, sino homogéneo: inclusivo 42. Es lo que postula la enseñanza del magisterio y la explicación interpretativa de “Mujer,” por Jn; en el sentido “alusivo” expuesto, lo mismo que el correlativo-paralelístico de “hijo” sentido literal 42.
Este encomendar Cristo a su madre a Jn prueba también que María no tenía más hijos y que José ya había muerto, pues, de lo contrario, a él o a ellos correspondía mirar por su esposa o madre.

La muerte de Cristo,Jua 19:28-37 (Mat 27:45-50; Mar 15:33-37; Luc 23:44-46). Cf. comentario a Mat 27:45-50.
Jn, omitiendo la palabra del “abandono” (Mt-Mc), tan en consonancia con su enfoque teológico, da una serie de detalles sobre la muerte de Cristo que omiten todos los demás evangelistas, destacándolos dentro de la portada teológica y del cumplimiento profético, lo mismo que consigna la plena conciencia con que Cristo obra en todo.

28 Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed: 29 Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en un venablo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. 30 Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. 31 Los judíos, como era el día de la parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. 32 Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con El; 33 pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vosotros creáis; 36 porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos.” 37 Y otra Escritura dice también: “Mirarán al que traspasaron.”

Jn omite el grito de “abandono” que relatan Mt y Mc. Posiblemente obedece ello a que Jn quiere destacar la grandiosa majestad de Cristo en su muerte.
Sabía que todo el plan del Padre estaba ya “cumplido” (Jua 4:34; Jua 14:4); sólo faltaba algo que Jn lo ve vaticinado en la Escritura. Y manifestó su “sed” (cf. Sal 22:16; Sal 69:22).
La sed era uno de los tormentos ordinarios y más atroces de los crucificados. En Cristo esta “sed” tenía que ser abrasadora. Desde la “agonía” de Getsemaní, pasando por todos los “procesos,” flagelación y vía dolorosa, en la que desfalleció, la deshidratación producida tenía que causarle una sed abrasadora. No sería cálculo nada improbable unir a estos tormentos una fiebre superior a los 39°.
El sentir cristiano ha visto en esta ardiente sed de Cristo más que la simple sed fisiológica; reconociendo ésta, ve en ella otra “sed” más transcendente: “Por esta sed que dice, muestra que su muerte era verdadera, no fantástica; pero también se muestra el ardiente deseo de la salud del género humano.” 43 Es algo implicado en esta sed fisiológica. Si Cristo libremente acepta y padece esta sed, lo es por la inmensa “sed” que tiene de honrar al Padre y de salvar a los hombres. Por eso, esta sed fisiológica es, a un tiempo, mérito y signo de su infinita “sed” redentora. Es lo que el sentir cristiano ve en ella. La sed física evoca, como en el pasaje de la Samaritana, la sed de almas. Es todo lo que le pedía a aquella samaritana, al decirle: “Dame de beber” (Jua 4:7ss) 44.
Con esto se “cumplía” la Escritura. En los Salmos se había descrito este tormento. El salmo al que sin duda se refiere – “en mi sed me dieron a beber vinagre” (Sal 69:22) – es mesiánico, sea en sentido “típico” o, como algunos quieren, en sentido “literal.” 45
Jn ve varios pasajes de la vida de Cristo a la luz de este salmo. Cristo aparece como centro de la Escritura.
Ante esta manifestación de “sed,” los que allí estaban, que, aunque no se nombran, han de ser los soldados, le van a ofrecer agua refrescante. Había allí una “vasija” o botijo “lleno de vinagre” (δξος ). En realidad no era vinagre solo, aunque ésta era la denominación usual (Rut 2:14) 46. Las clases bajas romanas, especialmente los esclavos y los soldados en campaña, usaban frecuentemente un refresco de agua mezclada con vinagre llamada “posea” 47. A esta bebida alude, sin duda, el evangelista: la tenían allí los soldados para refresco durante el tiempo de la custodia.
Uno de los soldados tomó una “esponja” que tenía allí probablemente para limpiarse de la sangre y de la operación de las crucifixiones, y, mojándola totalmente (μεστόν ) en la “posea,” la puso en el extremo de una “jabalina” y la acercó a los labios resecos de Cristo.
Este pasaje tiene una dificultad ya célebre. El texto dice que el soldado montó la esponja sobre un “hisopo.” Pero ni es creíble que hubiese tal hisopo allí ni, por lo pequeño y endeble, podía prestarse a poner sobre él una esponja. Para obviar esta dificultad se propuso el “hisopo gigante” (Origanum maru L.), cuyos tallos alcanzan la altura de un metro 48. Pero todo esto es muy improbable. En Mt y Mc se dice que fue montada la esponja sobre una “caña” (χαλάμφ ). Horacio llama así a la “saeta.”
Posiblemente es más lógica la explicación que hizo Camerarius (t 1574). Supuso un caso de ditografía. La lección primitiva por “hisopo” (ύσσώπω ) no sería ésta, sino otra (ύσσός ), “jabalina.” El cambio de esta palabra se explicaría porque un antiguo copista habría modificado la lección primitiva: “Poniendo (la esponja) alrededor de una jabalina” (υσσοπερίθέντες ), por desconocer el sentido de ésta (ύοσος = jabalina), la cambió en esta otra: “Poniendo (la esponja) alrededor de un hisopo” (ύσσωπωπεριθέντες ). Esta interpretación es confirmada por un manuscrito cursivo, el 476, del siglo XI 49.
Esta “jabalina” (ύσσός ) corresponde a la pequeña lanza romana llamada “pilum.” Su medida osciló en algo más de un metro. El asta era de madera’, la punta hiriente, de hierro. Era arma usadísima por la infantería romana y utilizada incluso como jabalina 50. ésta asta de madera es lo que hace a Mt-Mc citarla, genéricamente, como una “caña.”
El que los soldados ofrezcan este refresco a Cristo en su sed no lleva ningún propósito. Aunque acaso, más que ofrecerle un alivio, fuese debido a la relación en que lo ponen lo sinópticos, con el error de suponer los soldados que pudiese venir Elias a librarle de la cruz 51. Sería, en el intento del soldado, como un estimulante orgánico ante la expectación. Sin embargo, la construcción estilística de los sinópticos permitiría también suponer una acción misericordiosa de un soldado, al ofrecerle la “posea,” y una interpretación más o menos burlesca de “los otros,” sobre la posibilidad de la venida del profeta Elias a librarle de la cruz.
Cristo no lo aceptó; cuando recibió aquella oferta refrescante, al gustarlo en sus labios, lo rechazó (Mat 27:33.34).
En cambio, pronunció el Consummatum est: “Todo está cumplido.” El plan del Padre estaba cumplido, y con él las Escrituras. Cristo había cumplido su misión. “E inclinando la cabeza, depuso (παρέδωκεν ) su espíritu.”De los cuatro evangelistas, es Jn el que más acusadamente expresa este morir de Cristo. Acaso quiere con ello indicar lo que Cristo dijo: que nadie le quitaba la vida. él era el que la daba de sí mismo (Jua 10:17-18). No sería improbable que los evangelistas, a la hora de la composición de los evangelios, bien penetrados de lo que era Cristo, hayan querido acusar esta libertad con los términos filológicos que usan. Pues en otros casos, para decir esto, usan la palabra “morir” (Mat 22:2-26 par. 52.
También se piensa en otro enfoque de Jn. “La expresión griega es singular. Esto no puede ser sin intento. Para el evangelista, el último suspiro de Jesús preludia la efusión del Espíritu (Jua 1:33; Jua 3:34; Jua 4:14; Jua 7:37; Jua 7:39; Jua 20:22).” 53
Cristo murió en la Parasceve, el 14 de Nisán, víspera de la Pascua. Esta, conforme al cómputo judío de puesta a puesta de sol, iba a comenzar sobre tres horas después. Ya que, si Cristo muere en la hora de nona, que comienza a las tres de la tarde, la puesta de sol, “si aquel viernes cayó, como es muy probable, el 7 de abril, fue a las 6:23.” 54
Pero, según la ley judía, los cuerpos de los ajusticiados no podían quedar en el “palo” durante la noche; había que enterrarlos el mismo día, porque el reo así muerto es “maldición de Dios” (Deu 21:22-24). Y los crucificados, según hacen saber los autores de la antigüedad, podían vivir en la cruz, entre terribles dolores, “toda la noche y aun, pasada ésta, todo el día” 55; e incluso podían vivir tres o más días 56. Máxime se había de exigir que esto se cumpliese en este día, ya que, a la puesta del sol, comenzaba el día 15 del mes de Nisán, que era el día santísimo de la Pascua. Josefo atestigua que era la costumbre que se hacía en su tiempo con los crucificados 57. Por eso destacó aquí Jn: “por ser día grande aquel sábado.” Sólo estaba prohibido el trabajo en el día de Pascua y en el séptimo, pero no en los otros, aunque en ellos había especiales festividades religiosas; y, aunque posteriormente se incluyó el 14 de Nisán en la denominación de los “ázimos,” no tenía prohibido el trabajo, según la escuela de Hillel. En la práctica no tenía este día reposo sabático 58.
Para ello, los “judíos,” que, como es frecuente en Jn, son los dirigentes, los celosos observadores de la ley, rogaron a Pilato, que abreviase aquel suplicio. Hicieron saber a Pilato, probablemente por subalternos del procurador (Jua 18:28c), que deseaban se respetase su ley en lo tocante a este punto. Pilato accedió a ello. Quiso no excitar rebeliones de fanatismo judío. Si la simple presencia de unos “estandartes” romanos estuvo a punto de provocar una revolución en Jerusalén en sus días 59, la profanación abierta de la ley con unos crucificados, en el día santísimo de la Pascua, podría dar lugar a todo tipo de rebeldías contra el procurador. Si los judíos pidieron al procurador que les “rompiesen (χατεαγώσιν ) las piernas” y luego los quitasen de las cruces, es que sabían que habian de lograrlo, según los procedimientos penales romanos. Y esta petición era que se aplicase el suplicio del crurifragium.
Consistía éste en romper con una clava de madera o hierro las piernas de los crucificados, produciéndoles así la muerte casi instantáneamente 60. El crurifragium no era para los romanos parte de la crucifixión, como lo era la “flagelación” 61; pero era tan usual, que Cicerón dice de él que corría como un proverbio lo siguiente: “No se muere si no es partiendo las piernas” a los condenados 62.
En Mc (Jua 15:44) se dice que Pilato se admiró de la pronta muerte de Cristo. Esto orienta a pensar que la cruz de Cristo no tenía “sedile,” ya que los crucificados podían resistir hasta unos tres días vivos en la cruz, como se expuso arriba 62. Acaso se quiera también expresar con ello la libertad de Cristo en su muerte.
Pilato envió, con la autorización, soldados con estas clavas, para aplicar el “crurifragium.” Pero lo aplicaron a los dos ladrones. No se sabe por qué vinieron primero a ellos dos y dejaron a Cristo en medio. Acaso soldados distintos se apostaron uno a cada lado de los ladrones y les aplicaron el tormento por turno. Pero, como Cristo estaba muerto, no le aplicaron el tormento del “crurifragium.” El respeto a la muerte pudo contener a aquellos enviados. Pero, en cambio, uno de los “soldados,” acaso el centurión responsable de la custodia, para asegurarse bien y no tener luego posibles responsabilidades, le dio el golpe de gracia con una “lanza.” Contrapuesta a la jabalina o “pilum” romano, ésta era una “lanza” ordinaria. Con ella le “atravesó el costado” (πλευρά ). El soldado buscaba, sin duda, atravesar el corazón, para garantizar la muerte, y hasta él, sin duda, llegó 63.
El efecto inmediato que se produce con esta lanzada es que “al instante salió sangre y agua.” El concilio de Viena enseñó, condenando los errores de Pedro Juan Oliva, que esta sangre y agua salieron del costado de Cristo ya muerto 64. Seguramente que no se exige en la expresión “agua” el sentido estricto de la misma; también aquí vale la descripción de los fenómenos naturales “según las apariencias sensibles.”
Como hipótesis médica de esto, se propone el aumento en gran proporción del líquido pleural y pericárdico por efecto de los sufrimientos y tremenda agonía de Cristo; y explicándose la salida de la “sangre” y del “agua” o líquido seroso por una alteración del líquido pleuro-pericárdico después de un cierto tiempo, saliendo primero un plasma predominante de hematíes, y luego, por estar en la parte superior, el líquido seroso y brillante, lo que en lo humano, por la cantidad y el tipo, llamó fuertemente la atención del evangelista, allí presente 64.
El evangelio lo garantiza así: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad” (v.35). Esta forma extraña, en tercera persona, y que alude evidentemente a San Juan, podría explicarse por un modo de hablar conocido de los semitas; pero probablemente se refiere a una garantía de los discípulos del “círculo” de Jn (Jua 21:24), que avalan con la verdad suya la de su maestro a la hora de la publicación por ellos del cuarto evangelio.
Los Padres han interpretado místicamente esta “agua” y “sangre” como símbolo del Espíritu (Jua 9:39) que se recibe en el bautismo (Jua 3:5); y la “sangre” no sólo testifica el sacrificio de Cristo, sino que en ella se ha visto una alusión a la eucaristía (Jua 6:51.53ss). Jesucristo “es el que viene por el agua y por la sangre” (1Jn 5:6-8) 65. Y, en síntesis, han visto en aquellos a la Iglesia, esposa de Cristo, saliendo de él como “dormido,” como Eva salió del costado del primer hombre cuando dormía. Así le da una interpretación puramente simbólica el concilio de Viena 66.
El sentido de haber dado esta lanzada al costado de Cristo y no romper sus huesos por el “crurifragium,” es precisado por el evangelista citando dos textos de la Escritura.
El primero, en sentido literal directo, se refiere al cordero pascual. En efecto, estaba legislado que al cordero pascual “no le quebrantaréis ninguno de sus huesos” (Exo 12:46; Num 9:12).
Jn ve en Cristo el cumplimiento “típico” de esta prescripción profética, con lo cual está presentando a Cristo como el verdadero Cordero pascual, inmolado por los pecados del mundo (Jua 1:29).
El segundo pasaje que cita sobre Cristo en su muerte es un texto del profeta Zacarías (Zac 13:10). El texto, tanto crítica como conceptualmente, en su sentido literal directo, es discutido. Se propone de él la siguiente lectura:

“y derramaré (Dios) sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén
un espíritu de gracia y de oración, y me mirarán (se volverán) a mí;
(y) al que traspasaron, lo llorarán como se llora al unigénito,
y se lamentarán por él como se lamentan por el primogénito.” 67

Los autores radicales sostienen que se trata de un texto “escatológico.” Suponen que se trata del crimen cometido por Israel contra algún gran mártir desconocido, y cuya muerte llorará el pueblo cuando Yahvé les envíe este espíritu de gracia. En la literatura rabínica, mientras para unos se trataba de llorar sobre un espíritu de maldad que el pueblo tendría, para otros se trata “del duelo que se tendrá sobre el Mesías.” 68 Se admite que se trata, en un sentido literal directo, de una profecía mesiánica 69. Jn interpreta esta profecía de Cristo “traspasado” por la muerte: clavos, lanzada; pero lo interpreta también de un segundo momento: “lo mirarán,” que en el vocabulario de Jn es para reconocerlo, de grado o por fuerza, en su exaltación triunfal de la cruz 70. Cuándo se ha de cumplir esto, no se dice. Puede ser en el arrepentimiento que tuvieron muchos de los judíos allí mismo (Luc 23:48), sea en el cumplimiento de la “venida” de Cristo en su triunfo, con el castigo profetice sobre la destrucción de Jerusalén (Mt c.24 par.) o en su sentido final escatológico. De Jesucristo-Cordero se lee en el Apocalipsis: “Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra” (Rev 1:7)71.
Este texto de Jn presenta divergencias. En el v.31 son los “judíos” los que ruegan a Pilato que se descrucifiquen los reos y se los entierre. En cambio, en el v.38 es José de Arimatea el que va a Pilato y pide el cuerpo de Cristo. ¿Cómo armonizar esta divergencia? Cabría pensar que de este grupo de “judíos,” todos con un mismo propósito, se destacase, en nombre de esta representación, José de árimatea por su categoría de “sanedrita” (Mc-Lc) y por su más fácil acceso al procurador o a sus allegados, y plantease el problema de los crucificados y pidiese el cuerpo de Cristo para enterrarlo él, concesión ordinaria por los romanos en o con motivo de las fiestas. También cabría que “después de esto” (v.38), es decir, de la intervención judía, actuase José de árimatea. Pero acaso se explique mejor por la inserción aquí de dos “tradiciones” diferentes del mismo hecho, y que el evangelio recoge y yuxtapone: una más genérica – “los judíos” – , por razón del público étnico a que va destinado este evangelio, y otra más explícita – José de árimatea – 71.
También está más acentuado aquí el problema de las mujeres que aparecen en los sinópticos preparando aromas para llevarlos a la tumba (Lc), mientras que aquí no intervienen, cuando, por otra parte, al bajarlo de la cruz, Nicodemo utiliza entonces cien libras de aromas. ¿A qué iban estas mujeres, al tercer día, a un cadáver? ¿Iban a un acto póstumo de afecto y ofrecer aquellos aromas al estilo del pomo de nardo de María de Betania? (Jua 12:3). El testimonio directo de Juan es indudable. Acaso en los sinópticos, como se dijo, haya o este sentido postumo de afecto, o una tradición distinta en Lc, o un modo terminativo e interpretativo libre del “suspense” de las narraciones de Mt-Mc. Puede haber elementos en los evangelios de relato libre, con valor didáctico, por ser – o poder no ser – historia estricta en todo detalle, ser kérygma, proclamación de la fe, y que pueble ser adornada en sus tesis fundamentales por razón didáctica.

La Sepultura de Cristo,Jua 19:38-42 (Mat 27:57-66; Mc I5:42-47; Luc 23:50-56). Cf. comentario a Mat 27:57-61.
38 Después de esto, rogó a Pilato José de árimatea, que era discípulo de Jesús, aunque secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. 39 Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. 40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. 41 Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. 42 Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús.

José de árimatea tuvo el coraje de pedir el cuerpo de Cristo a Pilato, sea directamente o por intermediario. Pero le estaba facilitado, ya que era sanedrita. Es lo mismo que al día siguiente harán los “príncipes de los sacerdotes” y “fariseos” (Mat 27:62ss) al pedir a Pilato guardia para el sepulcro.
También se destaca en esta obra a Nicodemo, del que se dice que es el que había venido a Cristo “de noche” cuando le consultó sobre su doctrina en Jerusalén (Jua 3:1ss). Acaso, con esta evocación de su vista en la “noche,” quiera aludir a la medrosidad de Nicodemo entonces y su decisión y valor para confesar a Cristo ahora. En los usos romanos estaba el conceder los cuerpos de los ajusticiados a petición de sus familiares. Filón refiere que, “al llegar las fiestas,” era costumbre entregar los cuerpos de los crucificados a sus parientes para darles sepultura.” 72 No se sabe si se conformaban en este asunto de hacer que los condenados pasasen a tumbas comunes del pueblo; pero Roma siempre tenía sus procedimientos y excepciones, caso que hubiese ordinariamente querido respetar entre los judíos sus costumbres. Máxime cuando el proceso condenatorio y crucifixión fueron procedimientos romanos.
Recibida por José de árimatea la autorización de Pilato para bajar de la cruz y enterrar a Cristo, el relato dice que el mismo José de árimatea “tomó su cuerpo,” sin duda con otros. En textos judíos se lee: “Se esperará hasta el crepúsculo, y entonces se baja (el cadáver) y se le desfija (del palo o cruz).” 73 Esto explica bien la premura con que se hace el embalsamamiento y preparación funeraria para enterrar a Cristo. El tiempo urgía. La lectura del texto da la impresión de disponerse de un espacio de tiempo muy corto para todo esto.
Nicodemo, que debía de ser hombre rico (Jua 3:1), trae para enterrar a Cristo una “mezcla de mirra y áloe, como unas 100 libras.” La “mirra” es la exudación del árbol “bálsamo-dendron mirra”; era conocidísima de los judíos y usada, entre otros fines, para embalsamar. El “áloe” que aquí se cita, igualmente usado para embalsamamientos, se discute si era el áloe medicinal o el áloe agáloco (Aloexylon agallochori) aromático, y que parece ser el más probable 74.
La cantidad que se va a emplear en el embalsamamiento es “como de unas cien libras.” La “libra” griega venía a ser equivalente a 327 gramos. De aquí que unas cien libras viniesen a ser unos 32 kilogramos. La cantidad es extraordinaria. Es verdad que en los funerales de Gamaliel, el viejo, se habían quemado 80 libras de perfumes 75. Pero en este caso, sin apelar a otros de tipo real, tal como el fabuloso de Herodes 76, se trata de algo muy especial y realizado no al estilo de una preparación funeraria improvisada, como en este caso. Tanto, que se llegó a suponer si no estaría alterada, por error de algún copista, esta cifra. De ser original, expresaría el postumo homenaje que le quería rendir Nicodemo. Y sería al tipo del riquísimo ungüento de nardo que, como homenaje, le había tributado María de Betania (Jua 12:3ss). El cuerpo de Cristo es enterrado “según la costumbre de sepultar entre los judíos.” Probablemente fue previamente lavado (Hec 9:37), a pesar de la premura del tiempo, pues tal era la costumbre; máxime el cuerpo de Cristo, todo él con la sangre reseca de los azotes, corona de espinas, salivazos y crucifixión. En la Mishna se da tanta importancia al hecho de “lavar” un cadáver como al de “ungirlo.” 77
Y lo amortajaron, “envolviéndolo,” ligándolo (ηδησαν ) con lienzos (οθόνες ) y con “aromas.” Era la costumbre judía.
La finalidad de los aromas – mirra y áloe – no era propiamente para embalsamar. Los judíos no usaban la técnica egipcia, con extracción de visceras e introducción de productos que lograse la incorrupción y momificación de los cadáveres. Los judíos, con estos aromas funerarios, buscaban alejar el hedor en la descomposición de los cadáveres y un cierto sentido de reverencia a los mismos.
Pero el pasaje de Jn, en el que aquí se dice con qué fue amortajado, “ligado,” plantea una dificultad. Los tres sinópticos dicen uniformemente que fue amortajado con un gran lienzo o “sábana” (σι ‘νδον ; Mat 27:59 par.). Pero Jn, al describir la mortaja, usa otra palabra (¿Góvtov), que fue traducida, ordinariamente, por “fajas” o “vendas.” La Vulgata, en cambio, lo traduce por Untéis, “lienzos.” Naturalmente, la primera traducción creaba un problema. ¿Cómo identificar una “sábana” con “fajas”? El recurso a que algunos autores apelaron para transformar la “sábana” en “fajas” no es científico.
Jn dice aquí que Cristo fue amortajado “según es costumbre sepultar entre los judíos.” Y cuando describe la resurrección de Lázaro, éste sale del sepulcro “ligados pies y manos con fajas (χειρός ) y el rostro envuelto en un sudario” (Jua 11:44), término estricto, el primero, para significar “fajas.” No ya por su divergencia con los sinópticos, sino por la misma digervencia consigo mismo, el término usado por Jn para indicar esta mortaja de Cristo ha de suponer otro significado. Y ésta es la solución a que llevó el descubrimiento de un papiro del año 320 d. C. Fue hallado en Egipto, en la antigua Hermópolis, hoy Asmunein, en el Alto Egipto, y publicado por la John Rylans Library.
Un agente administrativo romano llamado Teófanes, realizando un viaje, además de ir registrando minuciosamente todos sus gastos, deja en este papiro anotado su itinerario. Y escribe: “Nota del bagaje.” Y pone siete nombres de vestidos y el número de cada uno de éstos en cada clase. Y luego, en la línea nueve, escribe: “Nota de los othonión,” y entre las prendas que comprende esta sección, pone “cuatro sindonia” 78.
De aquí se deduce que el término usado por Jn (όβονίας ) es un término genérico, “lienzo,” del cual es una especie la “sábana” (σινδον ). Υ no hay la menor contradicción entre los sinópticos y Jn. Mientras éste se limita a decir que el cuerpo muerto de Cristo fue amortajado con un “lienzo,” sin precisar más, los sinópticos precisan que este lienzo era una “sábana.”
La misma premura del tiempo, que urgía, pues iba a comenzar muy pronto el día 15, la Pascua, al ponerse el sol, explica mejor que se lo hubiese envuelto en una sábana, que cubría el cuerpo (Mar 14:51.52), que no el entretenerse en fajar delicadamente el cuerpo de Cristo, como lo fue el de Lázaro.
En la “sábana” sólo se puso el cuerpo de Cristo, mezclado con aromas; pero su cabeza fue “envuelta” aparte en un sudario (Jua 20:7; cf. 11:44).
Cristo fue sepultado en el sepulcro de José de Arimatea. Estaba “cerca” del Calvario, y facilitaba cumplir el rito con la urgencia del día que comenzaba (v.42). Las familias ricas solían poseer sus propios sepulcros y, a veces, en sus propiedades 79. Este estaba en un “huerto” de la propiedad del mismo. Pero no ha de considerarse como un jardín cultivado, sino conforme al modo rústico oriental, con algunos árboles. Según las leyes judías rabínicas, los sepulcros debían estar, por lo menos, a 25 metros de la ciudad 80.
Conforme a los datos evangélicos, se ve que el sepulcro de Cristo estaba excavado en la roca; tenía de entrada un vestíbulo, al igual que otros sepulcros, y según testimonio expreso de San Cirilo de Jerusalén, que dice se destruyó cuando se levantó la iglesia constantiniana 81. En la cámara mortuoria había una especie de lecho en el que se ponía el cadáver. Debió de tener unos cuatro metros de largo por unos dos de altura. La entrada era muy baja; era un boquete abierto en la roca y se cerraba con una gran piedra giratoria (golel), empotrada en una ranura82.
Jn destaca también una nota apologética de este sepulcro: era tallado en la roca y “nuevo, en el que nadie había sido puesto.” No podía, pues, ser robado ni haber confusión con otros cadáveres. De allí sólo podía salir Cristo, y resucitado.

1 Blinzler, Der Process Jesu, Vers. Esp. (1959) P.290-291. – 2 La Exposición De La “Flagelación” Y La Escena Burlesca A La Que Pertenece La Coronación De Espinas Se Hace En El Comentano A Mat 27:26-31. – 3 Blinzler, Der Prozess Jesu, Vers. Esp. (1959) P.290-291; Así También Τη . Ζαην , Das Evang. Nach. Joh. (1908) P.629; Wlkenhauser, Das Evang. Nach. Joh. (1948) P.270; Strathmann, Das Evang. Nach. Joh. (1955) P.245. – 4 Blinzler, Der Prozess Jesu, Vers. Esp. (1959) P.291. – 5 Legatio Ad Caium 38:299-305. – 6 “Nemo Qui Condemnare Potest, Absolvere Non Potest.” Cf. Ulpianus, Digest. L, XVIII 37. – 7 Mollat,L’evang. S. St.Jean, Enla Saintebibledejerusalem (1953) P.285 Nota D. – 8 Filón, Leg. Ad Caium 38:299-305. – 9 Inscripciones De Tiatira, En Corpus Irise, Graec. N.3499:4; 3500:4; Epict. III 4 – 11 Suet, Tiber. Lili; Tácito, Ann. V 3ss; VI 25; XIV 63. – 12 Josefo, De Bello Iud. Ii 9:2-3. – 13 Josefo, De Bello Iud. Ii 14:8. – 14 Josefo, Antiq. Xx 6:2. – 15 Vincent, L’antonia Et Le Prétoire: Rev. Bib. (1933) 111-112. Sobre La Loralización De Estos Lugares, Cf. comentario A Mt. H.L. – 16 Simón-Dorado, Proel, Bibl. N.T. (1947) P.971-972, Y Appendix I P.1027. – 17 Bonsirven, Textos Rabbiniques. (1955) N.816.871. – 18 Filón, Legat. Ad Caium 38:299-305. – 19 B. Corssen, Zeit. N.T. Wisensch. (1914) P.338-340; B. Otte, Sedit Pro Tribu-Nali: Rev. Bib. (1953) 53-55; Y, Sobre Todo, I De La Potterie, Jesús, Roí Et Juge D’apresjn 19:13: Bíblica (1960) 217-247. – 20 Para La Valoración Jurídica Del Proceso Romano De Cristo, Cf. M. De Tuya, Del Cenáculo Al Calvario (1962) P.476-478. – 21 Comentario A Mat 27:32-50. – 22 Eusebio, Hist. Eccl. V 1:44. – 23 Josefo, De Bello Iud. V 5:2. – 24jul. Capit., Script. Hist. Aug. Xx 34. – 25 Hopfner, Die Judenfrage Bei Griechen Und Romern (1943) P.30. – 26 Mommsen, Le Droit Penal Romain, Vers. Franc. (1931) Ii P.129-130. – 27 Leclercq, Art. Bourreau, En Dict. Archeol. Chret. Et Liturg. Ii P.Llhss; El. Digest. 40:20:6 (De Bonis Damnatorum). – 28 Epist. I 74. – 29 Josefo, Antiq. III 7:4; Sobre Las Vestiduras De Los Sacerdotes, Tejidas A Este Estilo, Zebahim B. 88a; Cf. Bonsirven, Textes Rabbiniques. (1955) N.2073. – 30 Hist. Eccl. III 11:32. Mg 59:462. – 31 Mg 74:663. – 32 Ml 35:1950;1951. – 33 Mg 14:31. – 34 Mg 100:1475.1478. – 35 M. De Tuya, – 36 Del Cenáculo. P.536-537 – 37. Dion. Chartusianus, Opera Omnia XII P.595. – 38 Terrien, Mere De Dieu Et Mere Des Hommes, Vers. Esp. (1942) I P.150-164. – 39 M. De Tuya, Valor Mariológico Del Texto Evangélico: “Mulier, Ecce Filius Tuus” (Jua 19:24-27): La Ciencia Tomista Ü955) 204-210. – 40 Documentos Moríanos ( Bar 100:1954) N.884. – 41 M. De Tuya, Valor Mariológico Del Texto Evangélico: “Mulier, Ecce Filius Tuus” (Jua 19:24-27): La Ciencia Tomista (1955) 210-223; Cf. Leal, Sentido Literal Mariológico De Jua 19:24-27 : Estudios Bíblicos (1952) 304-319. – 42 M. De Tuya, ¿Cómo Están Los Hombres Representados En La Persona De Jn? Cf. A.C. En “La Ciencia Tomista” (1955) 220-223. – 42 Para Una Mayor Bibliografía Sobre Esto, Cf. M. De Tuya: “María En La Biblia,” En La Enciclopedia Mariana Posconciliar (1975) P.304-308. – 43 S. Thom., In Evang. Lo. Comm. C.19 Lect. 5 H.L. – 44 Durand, St. Jean P.494, En Col. Verb. Sal. – 45 Líber Psalmorum. Cura Ρ . Ι . Β . (1954) P.128. – 46 Midrash Sobre Ruth; Cf. Strack-B-, Kommerdar. – 47 Plaut., Miles Glor. Iii 2:23; Suet., Vit. 12; Spart., Had. 10; Cf. Rlch, Dict. – 48 Des Antiquités Romaines Et. Vers. Franc. (1861) P.503. – 49 Fronck, Streifzuge Durch Die Biblische Flora (1900) P. 105-109. Field, Notes On The. Translation Of The N.T. P.106. – 50 Rlch, Dict. Des Antiquit. Romaines. Vers. Franc. (1861) P.486 S.V. “Pilum”; Daremberg-Sagiio, Dict. Des Antiq. Grec. Et Rom. T.4:1 P.48i-484. – 51 Comentario A Mat 27:48.49. – 52 M. De Tuya, Palabras En El Calvario (1961) P.85. – 53 Mollat, L’évang. S. St.Jean, En La Sainte Bible De Ferusalem (1953) P.188 Nota F – 54 A. F. Truyols, Vida De Jesucristo (1954) P.696. – 55 Orígenes, In Matth. Seim.40: Mg 13.1793b. – 56 Sen., Epist. Ci; Isid., V 27. – 57 Josefo, De Bello Iud. Iv 5:2. – 58 Felten, Storia Dei Tempi Del Ν . Τ ., – 59 Vers. Del Alem. (1932) Ii P.244-245. Josefo, De Bello Iud. Ii 9:2. – 60 Plauto, Asmaría 474; Clc., Philipp. XIII 12; – 61 Suet, Aug.67. Iustus Lipsius, De Cruce 1.2 C.14: – 62 “Crurifragium.” Clc., Philipp. XIII 12. – 62 Para El “Sedile,” Cf. comentario A Mat 27:34.35. – 63 Pío Xii, Encícl. Hauneth Aquas. – 64 Denzinger, Ench. Symbolorum N.480. – 64 A. F. Sava, En Cbq (1954) P.438-443. – 65 Chaine, Les ¿Pitres Cathol. (1939) P.213-215. – 66 Denzinger, Ench. Simb. N.480; Vosté, De Passione Et Morte J.-Ch. (1937) P.291-292; I. De La Potterie, La Notion De Temoignage Dans S. Jean: Sac. Pag. Ii 198-199; J. Wlnandy, Le Temoignage Du Sang Et De Veau: Bibl. Et Vie Chrét. (1960) 19-27; S. Th., Sum. Theol. Iii Q.62 A 5: Pío Xii, Mystici Corporis §8. – 67 Ceuppens, De Profecüs Messianicis (1953) P.473-477. – 68 Sukkah Y 55; Β 5ib; Cf. Bonsirven, Textes Rabbiniques. (1955) N.997.998. – 69 Ceuppens, O.C., P.478; Para Otras Interpretaciones, Cf. Benoit, O.C., P.252. – 70 Jua 3:14ss; Jua 8:28; Jua 12:32; Jua 17:1-5. – 71 Condamin, Le Sens Messianique De Zac 12:10 : Rech. Se. Relig. (1908) 52ss. – 71 Benoit, La Passion Et. (1966) P.255-256. – 72 Quintil, Dedam. Mal 6:9; Filón, In Place. 10:79:299; Digest. XlI-VIII 24; Sobre Este Personaje Y Lo Referente A La Arqueología Y Legislación Sobre Las Sepulturas De Los Judíos, Como Ambiente De La Sepultura De Cristo, Cf. comentario A Mat 27:57-60. – 73 Siph. Deut. 21:Deu 23:144b, Texto Que Probablemente Reproduce Una Tradición Ta-Naíta; Cf. Sanh. 6:76. – 74 Braun, En”Nou. Rev. Théol” (1939) 1026. – 75 Talmud, Aboda Zara X 1:1. – 76 Josefo, Antiq. Xvii 8:3. – 77 Shabbath 23:5; Cf. Bonsirven, Textes Rabbiniques. (1955) N.700. – 78 A. Vaccarl,En Misceüanea Bíblica Ubach (1953) P.375-386. – 79 Felten, Storia Dei Tempi Del Ν . Τ . (1932) Ii P.245 Nt.18. – 80 Bonsirven, Textes. N. 1825.1842. – 81 Mg 33:354. – 82 Para Una Exposición Más Amplia, Cf. M. De Tüya., Del Cenáculo Al Calvario (1962) P.597-602.

Fuente: Biblia Comentada

azotó. Al parecer, Pilato azotó a Jesús como parte de una estrategia suya para dejarlo en libertad (vea los vv. Jua 19:4-6). Esperaba así que los judíos fueran apaciguados y que la lástima ante el sufrimiento de Jesús despertara en el pueblo el deseo de pedir que lo soltaran (vea Luc 23:13-16). El azotamiento era un acto horrible y cruel en el que la víctima era despojada de toda su ropa, atada a un poste y flagelada por varios verdugos, que en este caso fueron soldados turnados entre sí cada vez que se cansaban de azotar. Para víctimas que no fueran ciudadanos romanos, el instrumento predilecto era una empuñadura de madera de la cual colgaban varias tiras de cuero que en la punta tenían pedazos de metal o hueso. La flagelación era tan salvaje que muchas víctimas morían. El cuerpo era despedazado o lacerado a tal extremo que hasta músculos, venas y huesos podían quedar expuestos. Esta clase de azotamiento precedía con frecuencia a la ejecución con el fin de debilitar y degradar a la víctima, a tal punto que en muchos casos le despojaba de toda dignidad humana (Isa 53:5). Sin embargo, parece que a Pilato se le ocurrió esto para despertar simpatía por Jesús.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Esta sección habla del juicio de Jesús ante Pilato. Aunque Pilato aparece aquí en cada escena, Jesús, y la naturaleza de su reino, ocupan el lugar central.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Cuando los judíos insistían en que Pilato soltara a Barrabás, les preguntó, «¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros» (Mat 27:22-24).

19:1 Así que, (viendo que la táctica de soltar a un preso no había resuelto el problema) entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. — Según la ley romana, el azotar había de preceder al crucificar: «le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen» (Mat 20:19; Luc 18:13). Pero Pilato mandó que Jesús fuera azotado aunque todavía quisiera soltarle. Lucas dice (23:16 y 22) que Pilato dijo, «le soltaré, pues, después de castigarle… le castigaré, pues, y le soltaré» (véase también Hch 5:40).
Pilato todavía trataba de evadir su responsabilidad de poner en libertad a Jesús. No quería crucificarle pero tampoco quería ofender a los judíos. Al azotar a Jesús Pilato esperaba que eso fuera suficiente castigo para complacer a los judíos, porque era un castigo muy cruel que a veces mataba a las víctimas. «El azote romano consistía en un corto mango de madera al que estaban atadas varias correas con los extremos provistos con trozos de plomo o bronce y pedazos de hueso muy aguzados. Los azotes se dejaban caer especialmente sobre la espalda de la víctima, que estaba desnuda y encorvada. Generalmente se empleaban dos hombres para administrar este castigo, uno azotando desde un lado, otro desde el lado opuesto, con el resultado de que a veces la carne era lacerada a tal punto que quedaban a la vista venas y arterias interiores y a veces aun las entrañas y los órganos internos aparecían por entre las cortaduras» (GH). Este acto era ilegal, pues no se había establecido la culpa de Jesús; según el veredicto de Pilato mismo (18:38), azotaron a un hombre inocente.
«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isa 53:5; «por cuya herida fuisteis sanados», 1Pe 2:24).

Fuente: Notas Reeves-Partain

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28-19:16

Luego llevaron a Jesús de Caifás al cuartel general del gobernador. Era de madrugada, y ellos mismos no entraron en el edificio para no contaminarse; querían evitar el contagio de cosas inmundas porque estaban manteniendo la pureza ritual para poder comer la pascua.

Así es que Pilato salió a recibirlos y les dijo:
-¿Qué acusación traéis contra este hombre?

-Si no fuera un criminal no te Le entregaríamos -le contestaron; y él les dijo:
-Lleváosle vosotros, y juzgadle según vuestras leyes.

Los judíos le dijeron a Pilato:
A nosotros no se nos permite ajusticiar a nadie.

Eso era el cumplimiento de lo que había dicho Jesús dando a entender cómo iba a morir.
Entonces Pilato volvió a entrar a su cuartel general, llamó a Jesús y Le preguntó:

-¿Eres Tú el «Rey de los Judíos»?

-¿Dices eso -le preguntó a Su vez Jesús- porque lo has descubierto por ti mismo, o porque te lo han dicho otros de Mí?
-¿Es que soy yo judío? -siguió diciendo Pilato-. Tus propios compatriotas y los principales sacerdotes son los que Te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?
-Mi Reino -le contestó Jesús- no es de este mundo. Si lo fuera, mis súbditos habrían peleado para impedir que fuera entregado a los judíos. Eso prueba que mi Reino no tiene aquí su base.

-¿Entonces, eres Rey? -le preguntó Pilato.

-Tú eres el que dices que Yo soy Rey -le contestó Jesús-. Para lo que fue necesario que Yo naciera y viniera a este mundo fue para dar testimonio de la verdad. Todos los que están de parte de la verdad Me escuchan.

-¡Y qué es la verdad! -le respondió Pilato.

E inmediatamente salió otra vez adonde estaba los judíos y les dijo:
-Yo no Le encuentro ningún delito. Tenéis costumbre de que os suelte a uno para la Pascua. ¿Queréis que os suelte al «Rey de los Judíos»?
-¡No a Éste -se pusieron a gritar-, sino a Barrabás!

Barrabás era un bandolero.

Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús y mandó que Le azotaran. Los soldados trenzaron una corona de espinas, y Se la pusieron en la cabeza; y Le pusieron una túnica púrpura, y se pusieron a acercársele diciendo:

-¡Salve, «Rey de los Judíos»!
Y se liaron a darle de bofetadas.
Pilato salió otra vez a decirles:

-¡Mirad! Os Le vuelvo a sacar porque quiero que sepáis que yo no Le encuentro ningún delito.
Y entonces salió Jesús, con la corona de espinas y la túnica púrpura puestas. Y Pilato les dijo:
-¡Ahí tenéis al Hombre!
Pero, cuando Le vieron los principales sacerdotes y los agentes, se pusieron a gritar:
-¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
-¡Lleváosle vosotros y crúcifccadle! ¡A mí no me parece culpable de nada!
-Nosotros tenemos una ley según la cual debe morir, porque pretende ser Hijo de Dios -le contestaron los judíos; y Pilato todavía se alarmó más cuando lo oyó. Entonces volvió a entrar en su cuartel general.
-¿De dónde eres? -Le preguntó a Jesús.
Jesús no le contestó. Pilato entonces Le dijo:
-¿Te niegas a responderme? ¿Es que no sabes que tengo autoridad para soltarte o para crucificarte?
Jesús entonces le respondió:
-No tendrías absolutamente ninguna autoridad sobre Mí si no se te hubiera dado de Arriba. Por eso, el que Me entregó a ti es culpable de un mayor pecado.
Desde ese momento Pilato trató de dejarle en libertad por todos los medios; pero los judíos no dejaban de gritar:
-¡Si sueltas a Éste, no eres amigo del César! ¡Cualquiera que se proclama rey se pone en contra del César!
Al oír eso, volvió a sacar a Jesús, y se sentó en el sillón de juez en el lugar que se llama el Enlosado (en hebreo, Gabatá). Era la víspera de la Pascua, como al mediodía. Y Pilato les dijo a los judíos:
-¡Aquí tenéis a vuestro «Rey»!
-¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale! -siguieron gritando.
-¿Queréis que crucifique a vuestro «Rey»? -dijo Pilato.
Y los principales sacerdotes contestaron:
-¡No tenemos más rey que el César!
Entonces Pilato entregó a Jesús para que Le crucificaran.

Este es el relato más dramático del juicio de Jesús que tenemos en el Nuevo Testamento, y el dividirlo en pequeñas secciones habría sido perder el drama. Tiene que leerse en conjunto; pero requerirá después varios días el estudiarlo. El drama de este pasaje viene dado por el choque y la interacción de las personalidades. Por tanto, será mejor estudiarlo, no sección por sección, sino siguiendo a los personajes que intervienen en él.
Empezaremos por los judíos. En el tiempo de Jesús los judíos estaban sometidos a los Romanos, que les concedían una cierta medida de autogobierno pero no les permitían dictar ni ejecutar sentencias de muerte. El ius gladii, como se llamaba en latín, el derecho de la espada, era atribución exclusiva de los Romanos.

EL Talmud, la gran enciclopedia tradicional del judaísmo, informa: «Cuarenta años antes de la destrucción del templo, se privó a Israel del derecho a juzgar en materias de vida o muerte.» El primer gobernador romano de Palestina se llamaba Coponio, y Josefo, refiriéndose a su nombramiento como gobernador, dice que fue enviado como procurador «haciendo que el poder de vida o muerte estuviera en manos del César» (Josefo, La guerra de los judíos, 2, 8, 1). Josefo habla también de un cierto sacerdote llamado Anano, que decidió ejecutar a algunos de sus enemigos. Los judíos más prudentes protestaron contra aquella sentencia sobre la base de que no tenía derecho ni a dictarla ni a ejecutarla. A Anano no se le permitió llevar a cabo su decisión, y fue depuesto de su cargo por sólo haber pensado hacer aquello (Josefo, Antigüedades de los judíos, 20, 9, 1). Es verdad que algunas veces, como en el caso de Esteban, los judíos se tomaban la ley en sus propias manos; pero, legalmente, no tenían derecho a infligir la pena capital. Por eso tuvieron que traer a Jesús a Pilato, para que Le condenara legalmente a muerte y Le mandara crucificar.

Si los judíos hubieran podido ejecutar la sentencia de muerte, habría sido mediante lapidación. La Ley establecía: «El que blasfemare el nombre del Señor, ha de ser muerto; toda la congregación le apedreará» (Lv 24:16 ). En ese caso, los testigos cuya palabra había probado el crimen tenían que tirar las primeras piedras: «La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo» (Dt 17:7 ). Ese es el detalle del versículo 32, que dice que todo aquello estaba pasando así para que se cumpliera lo que había dicho Jesús refiriéndose a la clase de muerte que habría de sufrir. Había dicho que, cuando fuera elevado, es decir, crucificado, atraería a Sí a toda la humanidad (Jn 12:32 ). Si había de cumplirse la profecía de Jesús, tenía que ser crucificado, no apedreado; y por tanto, aun aparte del hecho de que la ley romana no permitía que los judíos ejecutaran la sentencia de muerte, Jesús tenía que recibir la muerte romana, porque tenía que ser elevado.

Los judíos, de principio a fin, estaban procurando* usar a Pilato para sus fines. No podían matar a Jesús por sí mismos, así es que determinaron que los Romanos les hicieran ese servicio.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

Pero aún quedan otras cosas interesantes acerca de los judíos.
(i) Empezaron por odiar a Jesús, pero acabaron en una histeria de odio, aullando como lobos y con los rostros contorsionados por la amargura: «¡Crucifícale, crucifícale!» Por último alcanzaron tal locura de odio que eran impermeables a todo razonamiento, y a la piedad, y hasta a los más elementales derechos humanos. Nada de este mundo deforma el juicio tanto como el odio. Una vez que una persona sucumbe al odio, ya no puede pensar ni ver ni escuchar nada sin distorsiones. El odio es una cosa terrible porque trastorna los sentidos y el sentido y el sentimiento.

(ii) El odio de los judíos les hizo perder todo sentido de proporción. Estaban tan pendientes de la pureza ceremonial y ritual que se negaban a entrar en el cuartel general de Pilato; y sin embargo estaban haciendo todo lo posible para crucificar al Hijo de Dios. Para comer la pascua, un judío tenía que estar ceremonialmente limpio. Ahora bien: si hubieran entrado en el cuartel general de Pilato, habrían contraído impureza en dos sentidos.

(a) Primero, la ley de los escribas decía: «Las moradas de los gentiles son inmundas.»

(b) Segundo, la Pascua era la fiesta de los panes sin levadura. Una parte de la preparación para la Pascua consistía en una búsqueda y limpieza ceremoniosa de todo resto de levadura o de pan leudado por todos los rincones de la casa, porque era el símbolo de la maldad. Entrar en el cuartel general de Pilato habría supuesto entrar en un lugar en el que no se habría hecho eso ni se mantendría esa limpieza, así que habría restos de levadura; y el entrar en un lugar así cuando se estaban preparando para comer la pascua era arriesgarse a quedar contaminados. Pero, aunque los judíos hubieran entrado en una casa gentil en la que hubiera levadura, el contagio les habría durado sólo hasta la tarde, y entonces habrían tenido que darse un baño ceremonial para quedar limpios otra vez.
Fijaos lo que estaban haciendo los judíos: estaban cumpliendo meticulosamente los detalles de la ley ceremonial y, al mismo tiempo, estaban empujando hacia la Cruz al Hijo de Dios. Eso es algo de lo que somos capaces los humanos. Muchos miembros de iglesia hacen un mundo de fruslerías, pero quebrantan la ley del amor, y del perdón, y del servicio todos los días. Hasta hay muchas iglesias en las que los detalles de las vestiduras, los tapetes, los candelabros y los adornos están relucientes, pero el espíritu de amor y la verdadera comunión no brillan más que por su ausencia. Entre las cosas más trágicas del mundo está cómo se pueden perder el sentido de la proporción y la habilidad de poner lo primero en primer lugar.
(ii) Los judíos no dudaban en tergiversar sus acusaciones a Jesús. En su interrogatorio privado ya habían llegado a la conclusión, si es que no habían partido ya de ella, de que Jesús era culpable de blasfemia (Mt 26:65 ). Sabían muy bien que Pilato no tomaría en consideración una acusación así, y que diría que sus disputas religiosas se las podían resolver solos sin molestarle a él. A sí que los cargos que presentaron los judíos contra Jesús fueron de rebelión y de insurrección política. Acusaron a Jesús de querer proclamarse rey, aunque sabían muy bien que aquello era una mentira. El odio es una cosa terrible, y no duda en tergiversar la verdad.

(iv) Para lograr la muerte de Jesús, los judíos negaron todos sus principios. Llegaron hasta el colmo cuando dijeron: » ¡No tenemos más rey que el César!» Samuel le había dicho al pueblo de Israel que Dios era su único Rey (1S 12:12 ). Cuando le ofrecieron la corona a Gedeón, contestó: «Ni yo seré el que os gobierne, ni mi hijo; el Señor será el único que os gobernará» (Jue 8:23 ). Cuando los Romanos llegaron por primera vez a Palestina, tomaron un censo para organizar los impuestos que tendrían que pagar como pueblo sometido; y se produjo la rebelión más sangrienta, porque los judíos insistían en que Dios era su único Rey, y a Él sería al único que pagarían tributo.

Cuando el líder judío proclamó ante Pilato: «¡No tenemos más rey que el César!» fue la más alucinante volte face de la Historia. El solo oírlo debe de haber dejado a Pilato sin aliento, y seguramente se los quedaría mirando medio alucinado y medio divertido. Los judíos estaban dispuestos a renegar de todos sus principios con tal de eliminar a Jesús.

Es un cuadro horrible. El odio de los judíos los convirtió en una enloquecida chusma de fanáticos y frenéticos vociferadores y frenéticos. En su odio olvidaron toda misericordia, todo sentido de proporción, toda justicia, todos sus principios, hasta a Dios. Nunca en toda la Historia de la humanidad se mostró más claramente la locura del odio.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

Ahora nos volvemos hacia la segunda personalidad de esta historia: Pilato. Durante todo el juicio su conducta es, por decir lo menos, incomprensible. Está suficientemente claro, no podía estarlo más, que Pilato sabía que las acusaciones de los judíos eran una serie de mentiras, y que Jesús era totalmente inocente. Le dejó profundamente impresionado, y no quería condenarle a muerte -y, sin embargo, eso fue lo que hizo. En primer lugar trató de sacudirse aquel caso; luego, intentó dejar en libertad a Jesús sobre la base de que se solía soltar a un preso para la Pascua; y después, trató de satisfacer el deseo de venganza de los judíos mandando azotar a Jesús; por último, hizo una última apelación. Pero el caso es que rehusó en absoluto mantenerse firme y decirles a los judíos que no quería saber nada de sus asesinas maquinaciones. Nunca podremos empezar a entender a Pilato a menos que conozcamos su historia, que podemos reconstruir en parte por los escritos de Josefo y en parte por los de Filón.

Para entender el papel que representó Pilato en este drama tenemos que retroceder considerablemente en el tiempo. Para empezar, ¿qué pintaba un gobernador romano en Judasa?
El año 4 a C. murió Herodes el Grande, que había reinado sobre toda Palestina. A pesar de sus muchas faltas fue, en muchos sentidos, un buen rey, y consiguió llevarse bien con los Romanos. En su testamento dividió su reino entre tres de sus hijos, dejando a Antipas Galilea y Perea; a Felipe Batanea, Auranitis y Traconitis, las salvajes y casi despobladas regiones del Nordeste, y a Arquelao, que entonces no tenía más que dieciocho años, Idumea, Judasa y Samaria. Los Romanos aprobaron y ratificaron esta división.
Antipas y Felipe gobernaron pacíficamente y bien; pero Arquelao gobernó con tales extorsiones y tiranía que los mismos judíos pidieron a Roma que le quitara y les mandara un gobernador. Lo más probable es que esperaran que se los incorporara a la gran provincia de Siria; y, si hubiera sido así, la provincia era tan extensa que se les habría permitido seguir más o menos como estaban. Todas las provincias romanas se dividían en dos clases: las que requerían tropas estacionadas estaban bajo el control directo del emperador y eran provincias imperiales; y las que no requerían tropas y eran pacíficas y fáciles de gobernar dependían directamente del senado y se llamaban provincias senatoriales.
Palestina era, sin duda, una tierra conflictiva; necesitaba tropas, y por tanto estaba bajo el control directo del emperador. Las provincias realmente grandes las gobernaba un proconsul o un legado, como en el caso de Siria; las más pequeñas, o de segunda clase, las gobernaba un procurador, que tenía a su cargo la administración militar y judicial de la provincia. Visitaba todos los lugares de la provincia por lo menos una vez al año, y escuchaba los casos y las queSantiago Supervisaba el cobro de los impuestos, pero no tenía autoridad para aumentarlos. Cobraba del tesoro, y tenía estrictamente prohibido aceptar ya fueran regalos o sobornos; y, si se excedía en el cumplimiento de sus deberes, los habitantes de su provincia tenían derecho a informar al emperador.
Fue un procurador el que nombró Augusto para llevar los asuntos de Palestina, y el primero se instaló en el año 6 d C. Pilato fue instalado en el año 26 d C., y siguió en el puesto hasta el año 35 d C. Palestina era una provincia peliaguda, que requería una mano firme y sabia. No conocemos la historia anterior de Pilato, pero suponemos que tendría reputación de buen administrador para ser elegido para la posición responsable de gobernador de Palestina. Había que mantenerla en orden; porque, como se ve por una simple ojeada al mapa, era el puente entre Egipto y Siria.
Pero Pilato fue un fracaso como gobernador. Pareció empezar con un desprecio olímpico y una total falta de simpatía hacia los judíos. Tres famosos, o infames, incidentes marcaron su carrera.

El primero tuvo lugar en su primera visita a Jerusalén. Jerusalén no era la capital de la provincia, sino Cesarea, donde estaban la sede del gobierno y el cuartel general; pero el procurador visitaba Jerusalén con frecuencia y, cuando lo hacía, se quedaba en el antiguo palacio de Herodes en la parte Oeste de la ciudad. Cuando venía a Jerusalén, siempre se traía un destacamento de soldados, que tenían sus banderas, en la parte más alta de las cuales había un pequeño busto de metal del emperador del momento. Al emperador se le consideraba un dios; y, para los judíos, aquel pequeño busto de las banderas era la imagen de un ídolo.
Todos los gobernadores Romanos anteriores, por respeto a los escrúpulos religiosos de los judíos, habían quitado los bustos antes de entrar en Jerusalén; pero Pilato se negó. Los judíos se lo pidieron insistentemente. Pilato se mantuvo firme en la negativa; no iba a ser indulgente con las supersticiones de los judíos. Se volvió a Cesarea. Los judíos le siguieron durante cinco días. Eran humildes, pero insistentes en sus peticiones. Por último, Pilato les dijo que los recibiría en el anfiteatro. Los rodeó de soldados armados, y los informó de que, si no retiraban sus peticiones, los mataría allí inmediatamente. Los judíos descubrieron los cuellos e invitaron a los soldados a matarlos. Ni aun Pilato podía masacrar a hombres indefensos. Se dio por vencido y se vio obligado a quitar las imágenes de las banderas en lo sucesivo. Así empezó Pilato, y fue un mal principio.
El segundo incidente fue el siguiente. El servicio de agua era insuficiente en Jerusalén. Pilato decidió construir un nuevo acueducto. ¿De dónde podía sacar el dinero? Saqueó el tesoro del templo, que era riquísimo. No es probable que se incautara del dinero de los sacrificios y demás servicios del templo. Lo más probable es que tomara el dinero que se llamaba korbán, que procedía de fuentes que hacían imposible el que se usara para fines sagrados. El acueducto era una primera necesidad; se trataba de un proyecto grande y digno; el servicio de agua mejoraría considerablemente; incluso el funcionamiento del templo, que necesitaba limpiar los restos de tantos sacrificios.

Pero el pueblo se lo tomó a mal; hubo levantamientos en todas las calles. Pilato hizo que sus soldados se mezclaran con la multitud vestidos de paisanos, con las armas escondidas y, a una señal convenida, atacaron al gentío y se liaron a palos y a puñaladas con la gente, matando a muchos. Una vez más Pilato puso en contra suya a todo el pueblo, y estuvo en peligro de que le denunciaran al emperador.
El tercer episodio aún resultó peor para Pilato que los anteriores. Como ya hemos visto, cuando estaba en Jerusalén se alojaba en el antiguo palacio de Herodes. Mandó hacer algunos escudos con el nombre del emperador Tiberio, que eran los que se llamaban escudos votivos, es decir, dedicados a la memoria y en honor del emperador. Ahora bien: el emperador era considerado por los Romanos como un dios, así que ahí estaba el nombre de un dios extraño inscrito y desplegado para que se le dieran honores en la santa ciudad. La gente se enfureció; los más nobles, hasta sus más íntimos colaboradores judíos, le pidieron a Pilato que los quitara, pero se negó. Esta vez los judíos le denunciaron al emperador Tiberio, lo que le costó a Pilato el puesto.
Hace al caso cómo terminó Pilato. Este último incidente sucedió después de la crucifixión de Jesús, en el año 35 d C. Hubo una revuelta en Samaria. No fue nada muy serio, peto Pilato lo aplastó con una crueldad feroz y con abundancia de ejecuciones. Los samaritanos estaban considerados como leales súbditos de Roma, e intervino el legado de Siria. Tiberio mandó llamar a Roma a Pilato; pero, cuando estaba de camino, murió Tiberio. Por lo que sabemos, Pilato nunca se presentó a juicio; y, desde ese momento, desaparece de la historia.
Está claro por qué Pilato actuó en el juicio de Jesús de aquella manera. Los judíos le chantajearon para que crucificara a Jesús. Le dijeron: «¡Tú no eres amigo del césar si sueltas a este Hombre!» Lo que equivalía a decirle: «Tu hoja de servicio no está muy limpia; ya te hemos denunciado una vez; si no nos haces caso, informaremos otra vez al emperador y te costará el puesto.» Aquel día en Jerusalén, el pasado de Pilato le alcanzó y desafió. Le chantajearon para que consintiera en la muerte de Cristo porque sus errores anteriores le habían colocado en una posición de inferioridad, imposibilitándole para enfrentarse con los judíos y mantener su puesto. Casi no se puede evitar el sentir pena por él. Quería hacer justicia, pero no tuvo valor para enfrentarse con los judíos. Mandó crucificar a Jesús para conservar su posición.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

Hemos visto la historia de Pilato; veamos ahora su comportamiento durante el proceso de Jesús. Pilato no quería condenar a Jesús, porque sabía que era inocente; pero se vio enredado en la maraña de su pasado.
(i) Pilato empezó tratando de echarle encima la responsabilidad a alguna otra persona. Les dijo a los judíos: «Llevaos a este Hombre y juzgadle según vuestras leyes.» Trató de evadir la responsabilidad de encararse con Jesús; pero eso es precisamente lo que nadie puede hacer. Nadie puede tratar con Jesús por nosotros; es algo que tenemos que hacer personalmente cada uno por sí mismo.
(ii) Pilato pasó a tratar de encontrar la salida del embrollo en que se encontraba. Propuso resolver la cuestión de Jesús aplicándole la costumbre de soltar a un preso para la Pascua. De esa manera se libraría de tratar directamente con Jesús; pero, digámoslo otra vez, precisamente eso es lo que nadie puede hacer. No hay escape de una decisión personal con respecto a Jesús; tenemos que decidir cada uno lo que vamos a hacer con Él, si rechazarle o aceptarle.
(iii) Pilato entonces pasó a ver la manera de hacer una decisión final. Mandó que le dieran una paliza a Jesús. Sin duda pensaba que aquello satisfaría, o al menos reduciría la virulencia de la hostilidad judía. Pensó que así se evitaría el dictar sentencia de crucifixión. Pero, otra vez, eso es lo que no se puede hacer con Jesús. Nadie puede llegar a un compromiso con Jesús; no se puede servir a dos señores. O estamos por Jesús, o en contra de Él.
(iv) Pilato entonces pasó a intentar apelar a los sentimientos: hizo que sacaran a Jesús, destrozado por la paliza, para que la gente Le viera. Y les preguntó a los manifestantes: «¿Queréis que crucifique a vuestro «Rey» ?» Trataba de inclinar la balanza apelando a la emoción y a la piedad. Pero nadie puede esperar que el apelar a otros le ahorre el tener que hacer su propia decisión personal; era a Pilato al que correspondía hacer aquella decisión. Nadie puede evitar su propio veredicto personal y su propia decisión personal sobre Jesús.
Por último, Pilato reconoció su derrota. Entregó a Jesús a la voluntad de la chusma porque no tuvo valor para hacer la decisión justa y asumir su responsabilidad.

Pero aún quedan facetas laterales del carácter de Pilato.

(i) Hay una insinuación de una actitud inveterada de desprecio en Pilato. Le preguntó a Jesús si era verdad que era Rey. Jesús le contestó preguntándole a Su vez si Se lo preguntaba sobre la base de lo que él mismo había descubierto, o por la información indirecta que hubiera recibido. La respuesta de Pilato fue: «¿Es que soy yo judío? ¿Cómo puedes esperar que yo sepa nada de las cuestiones judías?» En resumidas cuentas: que era demasiado orgulloso para involucrarse en lo que consideraba disputas y supersticiones judías. Y ese orgullo era precisamente lo que le hacía ser un mal gobernador. Nadie puede gobernar a un pueblo negándose a hacer el menor esfuerzo por comprenderlo y por penetrar en sus pensamientos y sentimientos.
(ii) Hay una especie de curiosidad supersticiosa en Pilato. Quería saber de dónde procedía Jesús -y se refería, sin duda, a algo distinto de Su lugar de nacimiento. Cuando oyó decir a los judíos que Jesús pretendía ser el Hijo de Dios, aún se sintió más inquieto, temiendo que aquello pudiera encerrar algún misterio. Pilato era supersticioso, que es lo que es mucha gente que presume de ser, o de no ser, religiosa. Tenía miedo de llegar a una decisión a favor de Jesús a causa de los judíos; pero también tenía miedo de hacer ninguna decisión en contra de Él porque tenía la vaga sospecha de que Dios pudiera estar de alguna manera en aquel asunto.
(iii) Pero había un anhelo indecible en el corazón de Pilato. Cuando Jesús le dijo que había venido para dar testimonio de la verdad, la respuesta, o más bien pregunta, de Pilato fue: «¿Y dónde está la verdad?» Hay muchas maneras de hacer esa pregunta. Puede hacerse con cinismo y como en broma. Bacon inmortalizó la respuesta de Pilato cuando escribió: «¿Qué es la verdad?, preguntó en broma Pilato; y no esperó la respuesta.» Pero no fue con cinismo como Pilato hizo la pregunta; ni como si no le importara. Aquí estaba el punto débil de su armadura. Lo preguntó anhelante y fatigosamente.
Pilato, según el estándar del mundo, era un hombre con éxito. Había llegado casi a la cima de su escalafón diplomático; era gobernador de toda una provincia; pero había algo que echaba de menos. Allí, en presencia de aquel sencillo, inquietante, odiado Galileo, Pilato se dio cuenta de que la verdad seguía siendo un misterio para él… y se había metido en una situación en la que ya no tenía esperanza de descubrirla. Puede que bromeara; pero era la última broma de un desesperado. Philip Gibbs habla en algún lugar de haber escuchado un debate entre T. S. Eliot, Margaret lrwin, C. Day Lewis y otras personalidades distinguidas sobre el tema: «¿Vale la pena vivir esta vida?» «Es verdad que bromeaban -dijo-, pero bromeaban como si fueran juglares llamando a las puertas de la muerte.»
Así era Pilato. En su vida apareció Jesús, y de pronto se dio cuenta de lo que había estado perdiéndose. Aquel día podría haber encontrado todo lo que se había perdido; pero no tuvo el coraje de desafiar al mundo a pesar de su pasado, y ponerse al lado de Cristo y de un futuro que sería glorioso.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

Hemos considerado el cuadro de la multitud en el juicio de Jesús y hemos pensado en la figura de Pilato. Ahora debemos concentrar nuestra atención en el Personaje central del drama: Jesús mismo.
Juan nos traza Su semblanza con una serie de pinceladas magistrales en las que sugiere más de lo que describe.
(i) Lo primero y principal es que no se puede leer esta historia sin percibir la absoluta majestad de Jesús. No hay nada que Le coloque en tela de juicio. Cuando alguien se enfrenta con Él, no es Jesús el que recibe el veredicto, sino la otra persona. Puede que Pilato tratara muchas cosas judías con desprecio arrogante, pero no a Jesús. No podemos por menos de tener la impresión de que es Jesús el Que está en control, y Pilato el que no sabe por dónde tirar y se debate en una situación que no puede controlar ni comprender. La majestad de Jesús nunca brilló más gloriosamente que cuando se presentó a juicio ante la humanidad.
(ii) Jesús nos habla con absoluta claridad acerca de Su Reino. No es, nos dice, de esta Tierra. El ambiente de Jerusalén era siempre explosivo, y durante la Pascua era pura dinamita. Los Romanos lo sabían muy bien, y en el tiempo de la Pascua destacaban más tropa a Jerusalén. Pero Pilato nunca tenía más de tres mil hombres a su mando. Algunos estarían en Cesarea, su cuartel general; otros, en la guarnición de Samaria; no es probable que hubiera más que unos pocos centenares de servicio en Jerusalén. Si Jesús hubiera querido enarbolar la bandera de la rebelión y entablar batalla, podría haberlo hecho con la máxima facilidad. Pero deja bien claras Sus credenciales regias, e igualmente claro que Su Reino no se basa en la fuerza, sino que se establece en los corazones. Nunca habría negado Jesús que se proponía la conquista; pero era la conquista del amor.

(iii) Jesús nos dice para qué había venido al mundo: para dar testimonio de la verdad, para decirle a la humanidad la verdad acerca de Dios, acerca de sí misma y acerca de la vida. Los días de las conjeturas, de las medias verdades y del andar a tientas se habían terminado. Jesús vino a decirnos la verdad. Esa es una de las grandes razones por las que no tenemos más remedio que aceptar o rechazar a Cristo. No hay término medio en relación con la verdad. O la aceptamos, o la rechazamos; y Cristo es la verdad.
(iv) Vemos el ánimo valeroso de Jesús. Pilato mandó que Le azotaran. Eso se hacía atando al reo a una columna dejándole la espalda totalmente expuesta. El látigo era una correa larga con trozos de plomo o huesos puntiagudos incrustados. Literalmente reducía la espalda de la persona a tiras. Pocos eran los que se mantenían conscientes durante el suplicio; algunos morían, y otros se volvían locos. Jesús lo soportó. Y después, Pilato Le sacó a la vista de la multitud y dijo: » ¡Ahí tenéis a vuestro Hombre!»
Aquí tenemos uno de los dobles sentidos característicos de Juan. Debe de haber sido la primera intención de Pilato el despertar la piedad de los judíos. «¡Fijaos! ¡Mirad a este pobre hombre destrozado y sangrante! ¡Mirad esta ruina humana! ¿Es que todavía podéis querer seguir acechándole y arrastrándole a una muerte completamente innecesaria?» Pero casi podemos escuchar el cambio en el tono de su voz al decirlo, y contemplar la admiración que amanece en su mirada. En vez de decirlo medio despectivamente para despertar la lástima, le sale como una admiración incontenible. La palabra que usó Pilato fue ho ánthrópos, que es la que se usaba corrientemente refiriéndose a un ser humano; pero no mucho después la usarían los pensadores griegos para designar al hombre celestial, el hombre ideal, el dechado de la humanidad. Siempre será verdad que, aunque digamos o dejemos de decir otras muchas cosas acerca de Jesús, Su heroísmo integral no tiene paralelo. Aquí tenemos, sin duda, a un Hombre.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

(v) Una vez más vemos aquí en el juicio de Jesús Su aceptación voluntaria de la Cruz y el supremo control de Dios. Pilato Le advirtió a Jesús que tenía poder para soltarle y para crucificarle. Jesús le contestó que él, Pilato, no tenía absolutamente ningún poder, excepto el que Dios mismo le había dado. La Crucifixión nunca, de principio a fin, se nos presenta como la historia de un hombre que se encuentra enredado en una maraña inexorable de circunstancias sobre las que no tiene absolutamente ningún control; nunca se nos presenta como la historia de un hombre conducido a la muerte, sino como la de un Hombre cuyos últimos días fueron una marcha triunfal hacia la meta de la Cruz.

(vi) Y aquí tenemos también la escena terrible del silencio de Jesús. Hubo un momento en el que no tuvo respuesta que darle a Pilato. Hubo otros momentos en los que Jesús guardó silencio. Estuvo callado ante el sumo sacerdote Mt 26:63; Mr 14:61 ), y también ante Herodes Lc 23:9 ). Guardó silencio cuando las autoridades judías presentaron los cargos que tenían contra Él ante Pilato Mt 27:14; Mr 15:5 ). Algunas veces tenemos la experiencia, cuando estamos hablando con otras personas, de que hemos llegado a un punto en el que no se puede seguir razonando ni discutiendo, porque no hay terreno común entre nosotros y nuestros interlocutores. Es como si habláramos distintos idiomas. Eso sucede cuando las personas hablan de hecho distintos idiomas mentales y espirituales. Es un día terrible cuando Jesús guarda silencio con una persona. No puede haber nada más terrible para una mente humana que el estar tan cerrada por el orgullo o la propia voluntad que no hay nada que le pueda decir Jesús que pueda tener sentido o suponer ninguna diferencia.

(vü) Por último, es posible que tengamos aquí otro ejemplo magnífico de la ironía dramática de Juan.

La escena llega a su fin cuando se nos dice que Pilato sacó a Jesús; como lo hemos traducido y lo expresa la versión ReinaValera, Pilato salió al lugar que se llamaba el Pavimento de Gabatá -que puede querer decir un suelo de mosaico de mármol- y se sentó en el sillón del juez. Esto era el béma, en el que se sentaba el magistrado para pronunciar la sentencia definitiva. El verbo para sentarse es kathizein, que puede ser transitivo o intransitivo; es decir, sentarse uno mismo o sentar a otro. Es posible que quiera decir que Pilato, en un último gesto burlesco, sacó a Jesús vestido de aquella túnica púrpura y con la corona de espinas en la frente, todo cubierto de sangre, y Le sentó en el sillón del juez, diciendo a continuación con un gesto y tono irónicos: «¿Cómo voy a crucificar a vuestro «Rey»?» El evangelio apócrifo de Pedro dice que, para burlarse, sentaron a Jesús en el sillón del juez y Le dijeron: «¡Haz justicia, Rey de Israel!» Justino Mártir también dice que «sentaron a Jesús en el sillón del juez, y dijeron: «Da la sentencia por nosotros.»» Puede ser que Pilato, en burla, hiciera a Jesús representar el papel del juez. Si fue así, ¡qué tremenda ironía dramática había en aquella escena! Lo que se presentó en burla es en realidad la verdad; y un día, los que caricaturizaron a Jesús como juez se presentarán ante Él como el Juez -y se acordarán de lo que Le hicieron.

Así que en la escena dramática del juicio contemplamos la inmutable majestad, el valor inalterable, la serena aceptación de la Cruz, de Jesús. Nunca se Le vio en la Tierra tan regio como cuando se hizo todo lo posible para humillarle.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (continuación)

Ya hemos visto las principales personalidades que intervinieron en el proceso de Jesús: los judíos, con su odio; Pilato, con su dudoso pasado, y Jesús, con su serenidad y majestad regia.

Pero había otras personas al borde de la escena.

(i) Estaban los soldados. Cuando les entregaron a Jesús para que Le azotaran, se divirtieron con Él de una manera brutal y cruel. ¿Era un rey? Pues entonces Le proveyeron de un manto y una corona. Le pusieron una vieja túnica de púrpura y una corona de espinas, y se entretuvieron dándole de bofetadas. Estaban jugando a una cosa que era antigua y corriente. Filón, en su obra Sobre Flaco, cuenta una cosa muy semejante que hacían los gamberros de Alejandría: «Había un loco que se llamaba Carabás, aquejado no de la clase salvaje y bestial de locura -que pasa desapercibida tanto para los que la sufren como para los espectadores-, sino de otra clase mucho más tranquila y benigna. Solía pasar los días y las noches desnudo en la calle, sin guarecerse ni del frío ni del calor, y era el juguete de los niños y de los jóvenes. Se ponían de acuerdo para llevársele al gimnasio donde, dejándole solo donde todos pudieran verle, le ponían de sombrero una corteza de árbol aplastada, y alrededor del cuerpo una estera como manto, y como cetro un trozo de papiro que uno de ellos había encontrado por ahí tirado. Y una vez que él había asumido los emblemas y las insignias de la realeza como se hace en los mimos teatrales, los jóvenes, con palos al hombro, se ponían a sus dos lados, representando el papel de lanceros cómicos. Luego se acercaban unos como para saludarle, otros como para presentarle algunas reclamaciones, otros como para solicitarle algunas cuestiones sociales. Y entonces, de la multitud de espectadores vibraba un extraño grito de «¡Marín!» -Señor nuestro-, que es el nombre que se les da a los reyes en Siria.» Es patético que los soldados trataran a Jesús como los gamberros podrían tratar a un pobre idiota.

Y sin embargo, de todos los que intervinieron en el proceso de Jesús, los soldados eran los menos culpables, porque no sabían lo que estaban haciendo. Lo más probable es que les había correspondido venir de Cesarea como refuerzo para los días de la Pascua, y no sabían nada de lo que estaba pasando. Jesús no era para ellos más que el criminal de turno.

Aquí tenemos otro ejemplo de la ironía dramática de Juan. Los soldados hacían una caricatura de Jesús como rey, cuando en realidad Él era allí el único Rey. Bajo la parodia se ocultaba y revelaba la verdad eterna.

JESÚS Y PILATO

Juan 18:28 – 19:16 (conclusión)

(ii) El último de todos era Barrabás, cuyo episodio cuenta Juan con suma brevedad. De esa costumbre de soltar a un preso para la Pascua no sabemos más que lo que nos dicen los evangelios. Los otros tres completan la breve noticia de Juan y, cuando lo reunimos todo, descubrimos que Barrabás era un preso notable, un bandolero que había tomado parte en una insurrección en la ciudad y había cometido un asesinato (Mt 27:15-26 ; Mr 15:6-15 ; Lc 23:17-25 ; Hch 3:14 ).

El nombre de Barrabás es interesante. Hay dos posibilidades en cuanto a su origen. Puede venir de Bar Abba, que querría decir «Hijo de Papá», o de Bar Rabban, que querría decir «Hijo del Rabino.» No es imposible que Barrabás fuera hijo de algún rabino, un vástago descarriado de alguna familia noble. Y es posible que, con todo y ser un criminal, gozara de las simpatías de la gente del pueblo como una especie de Robin Hood. Es probable que no debamos tenerle por un delincuente vulgar. La palabra que se le aplica es léstés, que quiere decir bandolero. O era uno de los muchos que infestaban la carretera de Jerusalén a Jericó, la clase de personas en cuyas manos cayó el viajero de la parábola; o, todavía más probable, era uno de los celotas que habían jurado barrer de Palestina a los Romanos, aunque tuviera que ser a base de crímenes, asaltos, robos y asesinatos. Barrabás no era un delincuente cualquiera. Era un hombre violento, eso sí; pero de los que se convierten en leyenda y son considerados como héroes populares y azote de las autoridades al mismo tiempo.
Pero hay otro detalle todavía más interesante acerca de Barrabás. Ese era su segundo nombre, y tiene que haber tenido otro, como Pedro, que se llamaba Simón Bar-Yoná, Hijo de Jonás. Ahora bien: hay algunos manuscritos antiguos del Nuevo Testamento y las traducciones siria y armenia que coinciden en dar el nombre propio de Barrabás como Jesús. Eso no es imposible ni mucho menos, porque el nombre de Jesús era bastante corriente, derivado de la forma griega del nombre hebreo Yehoshúa»Yoshúa, Josué. En ese caso la elección del pueblo era aún más dramática, porque gritarían de hecho: «¡No Jesús Nazareno, sino Jesús Barrabás!» Era la elección entre Jesús Bar-Abba (el hijo de un padre cualquiera) y Jesús, el Hijo del Padre Dios.

La elección de la multitud ha sido siempre la elección histórica. Barrabás era un hombre que alcanzaba sus propósitos por medios violentos. Jesús era un Hombre de amor y ternura, cuyo Reino se hace realidad en los corazones. Es un hecho trágico de la Historia que los pueblos escogen muchas veces el camino de la violencia en lugar del del amor, el camino de Barrabás en lugar del de Cristo.
Lo que fue de Barrabás no lo dice la historia, y es tema de reconstrucciones poéticas tan conmovedoras como la de Gabriel y Miró en sus Figuras de la Pasión del Señor. También John Oxenham continúa la historia de Barrabás en uno de sus libros. Al recuperar la libertad, Barrabás no podía pensar más que en que era libre. Luego se quedó mirando al Hombre que iba a tomar su lugar en la Cruz. Algo en Él le fascinaba, y Barrabás se encontró siguiéndole hasta la cima del Monte de la Calavera. Todo el camino, viendo a Jesús cargando con la Cruz, le ardía en la mente un solo pensamiento: «Esa es la cruz que tenía que haber llevado yo. ¡Yo la merecía! Y Él la está llevando por mí.» Y, cuando levantaron la cruz con Jesús colgando de ella, lo único que podía pensar Barrabás era: «¡Soy yo el que tenía que estar colgado ahí, no Él! ¡Él me salvó!» Lo que sí es seguro es que Barrabás fue uno de los pecadores por los que murió Jesús.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 19

c) Flagelación y escarnios de Jesús (Jn/19/01-03)

1 Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotasen. 2 Luego los soldados le pusieron en la cabeza una corona que habían entretejido con espinas, y lo vistieron con un manto de púrpura; 3 y acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!» Y le daban bofetadas.

A diferencia de los sinópticos, Juan ha incorporado esa escena al curso del proceso; quizá porque de ese modo podía obtener una gradación en el relato. El epicentro íntimo y objetivo se halla una vez más en el motivo de la realeza. También el elemento estilístico del cambio de papeles vuelve a emplearse aquí y a renglón seguido. Pilato manda azotar a Jesús, lo que solía ser muy frecuente en tales procesos. El sentido de tal medida estaba en que Pilato quiso congraciarse con los enemigos de Jesús hasta un cierto punto, esperando que así podría librar a Jesús de lo peor. Jurídicamente se trata a todas luces de una medida arbitraria, puesto que Pilato está persuadido de la inocencia de Jesús.

En la escena de los escarnios, Juan coincide sobre todo con Marcos (Mar 15:16-19; cf. Mat 17:27-30); no menciona la caña con que golpearon a Jesús. El manto de púrpura hay que entenderlo como un ornato regio, aunque desde luego en un tono de parodia: Jesús es investido y entronizado como rey para recibir la primera pleitesía. A este respecto dice Tomás de Aquino: «Le rindieron un falso honor al llamarle rey; con ello se burlaban de la acusación de los judíos que habían dicho de Jesús que se hacía pasar por rey de los judíos. Y por ello le rindieron un triple honor regio, aunque falso: primero, mediante una corona de burla; segundo, con el ropaje burlesco; tercero, con un saludo sarcástico. Pues entonces existía la costumbre, que aún hoy se conserva, de que quienes se acercaban al rey le saludasen. Le daban golpes para mostrar que no pasaba de ser una burla el que le tributasen tales honores» 90. Se trataba de una imitación pervertida del ritual regio, y aquí más en concreto de la investidura de coronación. Jesús recibe las insignias de su dignidad regia: una corona de espinas y un manto de púrpura y, al final, el primer homenaje de pleitesía: Ave, rex judaeorum! En una palabra: así aparecen la realeza de Jesús y sus pretensiones regias a los ojos del mundo.

d) «Ecce homo» (Jn/19/04-07)

4 Pilato salió de nuevo afuera y dice a los judíos: «Mirad; os lo traigo afuera para que sepáis que no encuentro en él ningún delito.» 5 Salió, pues, Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y les dice Pilato: «¡Aquí tenéis al hombre!» 6 Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, comenzaron a gritar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» Pilato les contesta: «Tomadlo vosotros y crucificadlo; porque yo no encuentro delito en él.» 7 Respondiéronle los judíos: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se declaró Hijo de Dios.»

Pilato conduce a Jesús ante la presencia de los judíos (v. 4). Según la exposición joánica resulta claro que, durante la elección entre Jesús y Barrabás, Jesús había permanecido dentro del pretorio. La conducción afuera, que tiene lugar ahora, está en estrecha conexión con la escena precedente: el rey así investido y entronizado comparece ahora ante el pueblo para recibir su primer homenaje, que es la aclamación popular. También esto formaba parte del ritual regio establecido, que Juan utiliza de un modo paradójico y casi hasta macabro. Hay que entender, pues, el lance en el sentido de una praesentatio, o de una epifanía regia conforme a derecho. Es aquí donde la paradoja alcanza su cumbre: nunca jamás tuvo un rey tal presentación ni fue saludado por su pueblo con gritos parecidos.

El acto viene introducido con las palabras del procurador: «Mirad; os lo traigo afuera…», que suscitan una expectación solemne. Proclaman la aparición de Jesús ante la multitud expectante. La finalidad de la comparecencia viene indicada con la segunda declaración de inculpabilidad por parte de Pilato. Sacando afuera a Jesús el procurador quiere mostrar que tiene al acusado por inocente. No tanto se trata de apelar a la compasión de la multitud, cuanto de proclamar la carencia de fundamento, que tiene la acusación. Pero presenta a Jesús- y el evangelista lo subraya intencionadamente- como un rey de burlas, inerme y castigado. En ningún momento de la acción se puede olvidar que aquel, que no era un Mesías político, no deja de ser el verdadero rey Mesías y el testigo de la verdad. Y aquí se llega a un nuevo punto culminante del dramatismo joánico.

El relato pide en este pasaje un acento solemne. E1 testigo de la verdad y legítimo rey de los judíos comparece ante el mundo. Lleva las insignias de un rey. Es «la caricatura de un rey» (R. Bultmann), pese a ser el verdadero rey del mundo. La escena tiene el carácter de una epifanía regia. Tampoco se ha olvidado la fórmula de presentación. Pilato presenta al rey con estas palabras: Ecce homo!, «¡Ved aquí al hombre!», que difícilmente pueden traducirse ni interpretarse. ¿Qué quieren decir? Cierto que no simplemente: Aquí tenéis a ese hombre. Hay que partir sin duda de la apariencia externa de Jesús, de la figura lastimosa en que comparece ante las miradas de sus enemigos. Tal vez haya que pensar aquí en Is 53, y sobre todo en 53,2s: «No tenía forma ni belleza para que nos fijáramos en él, ni aspecto para que le apreciáramos; despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, familiarizado con la dolencia, como aquél ante quien se oculta el rostro, despreciado, de modo que no le hicimos caso.» «Y de hecho ese tal hombre es el que afirma ser el rey de la verdad. El ho logos sarx egeneto (= el Verbo se hizo carne) se ha hecho patente en sus consecuencias extremas» (Bultmann).

¿O hay tal vez una reminiscencia del título «Hijo del hombre»? Según la concepción del evangelista la fórmula Ecce homo tiene, sin género de duda, un sentido más profundo, y tal como aquí aparece debe evidentemente superar la fórmula regia. Ahora bien, un título superior al de Mesías sólo podía ser ante todo el título de Hijo del hombre. Y en tal caso habría que considerar también aquí la inversión paradójica: el Hijo del hombre y juez del mundo se identifica plena y totalmente con ese hombre indefenso, que comparece ante la multitud como un rey de escarnio. Entiéndalo quien pueda.

Y así como al rey recién coronado, al comparecer ante su puebla le llegaba la aclamación como un afectuoso saludo, así también aquí (v. 6) el rey es saludado, así también aquí es saludado por su pueblo, ¡pero cómo! «¡Crucifícalo, crucificalo!», gritan espontáneamente los judíos cuando le ven. No sólo están contra ese rey, también ese hombre les irrita; es decir, que demuestran así su inhumanidad. Con ello descubren asimismo cómo reacciona el hombre en pecado ante la realidad divina, tal como ésta le sale al encuentro en el hombre Jesús.

Pilato se muestra irritado por la violenta reacción de los judíos (v. 6b). Es evidente que no había contado con semejante oposición por parte de los judíos. Sólo así se explican sus palabras: «Tomadlo vosotros y crucificadlo», pues según 18,31s es evidente que no podía tratarse de una oferta en serio de Pilato a los judíos. Es cosa cierta, además, que Pilato tiene a Jesús por inocente, de ahí que desee evitar su condena. Por ello hay que entender la palabra como una reacción de disgusto: Tomadlo vosotros, y haced con él lo que queráis. La perplejidad y la irritación inducen al procurador a expresarse así.

Simultáneamente enlaza con ello una tercera declaración de inocencia. En 18,31-32 la respuesta de los judíos era aún hipócritamente cauta; pero ahora invocan abiertamente «la ley» (gr.: nomos, v. 7: «Nosotros tenemos una ley…») descubre una actitud que Bach, en su Pasión según san Juan, ha expresado con tal intensidad como para que quien la escucha no pueda ya olvidar lo que es «la ley».

Aflora así al primer plano el trasfondo de la acusación por parte judía. Que los judíos tenían «la ley» es cosa bien sabida para Juan; ellos se refieren a «su» ley (cf. 7, 29; 12,34; 18,28). Sin embargo, para Juan «la ley» pertenece al cosmos, no en principio, sino desde el momento en que alguien se remite a ella para justificar su toma de posición contra el revelador religioso. Y eso es lo que ocurre aquí: los judíos se refieren a la ley para justificar así sus exigencias de que muera Jesús. Y en la lógica de esa ley está el que «Debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.» La ley impone la muerte al Hijo de Dios. Objetivamente se trata de los castigos contra los blasfemos. De todos modos ese apelar a la ley pone en claro una cosa: la piedad, tal como la entienden los judíos (el cosmos) desde su ley, y la revelación divina de Jesús están en una contradicción suprema. «Hijo de Dios» tiene aquí todo el sentido joánico.

e) Jesús y Pilato (/Jn/19/08-11)

8 Cuando Pilato oyó estas palabras se alarmó mucho más. 9 Y entrando otra vez en el pretorio, le dice a Jesús: «¿De dónde eres tú»? Pero Jesús no le dio respuesta alguna. 10 Dícele entonces Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y que tengo autoridad para crucificarte?» 11 Respondió Jesús: «Ninguna autoridad tendrías sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti mayor pecado tiene.» 12 Desde entonces Pilato intentaba soltarlo. Pero los judíos continuaron gritando: «Si sueltas a éste, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey se opone al César.»

El último argumento que esgrimen los judíos descubre por un instante los motivos por los que entablaron su proceso contra Jesús. A los ojos de Juan es el odio contra el revelador e Hijo de Dios, odio que justifican con la norma tradicional de vida, «la ley». Según Gal 3:13 (cf. 3,7-14), también Pablo es del parecer de que la muerte de Jesús en cruz la provocó en último término «la ley»; de tal modo que las instancias humanas actuaron en realidad de acuerdo con ese ordenamiento cuando entregaron a Jesús a la muerte. La reflexión está sin duda justificada, todo ordenamiento legal, que como tal adquiere carácter absoluto conduce irremediablemente a crueldades e injusticias, como lo enseña el conocido proverbio Summum ius, summa injuria («el derecho supremo es la suprema injusticia»). Cierto que en Juan ha de tenerse en cuenta que la oposición de la fe cristiana y la observancia religiosa de la ley es ya un hecho consumado.

En cualquier caso no es necesario suponer que nuestro autor haya «falseado» la historia. Si los saduceos, y a su cabeza los sumos sacerdotes, han sido las fuerzas impulsoras, no es menos cierto que se apoyaban en su interpretación rigurosa de la ley. El propio Josefo habla de la dureza de la jurisprudencia saducea. Invocan por consiguiente la ley dada por Dios para hacer que ajusticien al testigo humano de Dios. Esta alternativa de legalidad, por una parte, y humanidad, por otra, es típica, y se ha repetido en el curso de la historia. Cuando uno se apoya en Jesús, debería saber qué actitud debe adoptar en tales casos.

El argumento de la jerarquía no dejó de impresionar a Pilato, que «se alarmó mucho más» (v. 8). Esta es una nueva luz sobre la conducta del procurador; hasta ahora ya estaba condicionado por el miedo; el miedo estaba en la raíz misma de su indecisión; la causa no le resultó tranquilizadora desde el comienzo. Cuando hubo rehusado la busca de apoyo en la verdad manifiesta que se le brindaba, y lograr de ese modo una firmeza interna, reflexiva y libre, se adueñó de él el miedo acerca de sí mismo y de su propia existencia, incluso como procurador romano. La sensación de inseguridad le había invadido a Pilato ya desde su primer encuentro con Jesús; no había modo de entender adecuadamente a aquel acusado, sobre todo al no haber ningún hecho jurídico palpable. Esa impresión se agrava aún más con las palabras acerca del «Hijo de Dios», concepto que para el pagano Pilato está rodeado de una fuerza numinosa inquietante. Que Pilato se aproxime a Jesús y se sienta impulsado a comprenderle más de cerca -elemento éste que falta en la exposición sinóptica-, es algo perfectamente comprensible y significativo. Llegamos así a una segunda conversación entre Pilato y Jesús.

La primera pregunta del procurador (v. 9) está motivada por la palabra acerca del «Hijo de Dios». Y suena así: «¿De dónde eres tú?», y ha de entenderse como una pregunta que inquiere el origen personal de Jesús (y no, por ejemplo, su lugar de nacimiento). Pilato querría obtener una certeza que le permitiera conocer realmente a Jesús. De hecho, habitualmente creemos conocer a un hombre cuando tenemos una cierta idea sobre su origen o pasado. Pilato sólo puede preguntar así porque no quiere creer sino conseguir una seguridad intramundana. Pero ésa no se la puede proporcionar Jesús; en el fondo para su pregunta no hay más respuesta que la que Jesús ya le ha dado en su primera conversación (d. 18,36-37); pero ésa la ignora por completo Pilato. El procurador se siente, pues, desilusionado en su expectativa. Dado que no confía en la fuerza de la verdad, busca ahora su respaldo en la «verdad de la fuerza» (v. 10). Y se respalda en su exousia, en su «autoridad». La expresión designa ante todo los plenos poderes que uno tiene jurídicamente, y en segundo término la posibilidad de su ejercicio práctico aquí y ahora, en este caso concreto. Pilato se refiere, pues, a la facultad que tiene delegada como procurador del imperio romano, en la que espera encontrar seguridad y respaldo como en una instancia que está por encima de él y que al propio tiempo le sostiene: detrás de mí se encuentra el Estado romano, con todo su aparato administrativo, su «derecho» y también desde luego su poderío militar. Menciona en primer término su autoridad para dejarle libre -¡el funcionario romano ofrece la libertad al Hijo de Dios!-, y sólo después alude a la facultad de mandarle crucificar.

Ahora bien, Jesús tiene desde luego algo que decir a todo ello (v. 11). La respuesta de Jesús consta de dos partes: a) dice algo sobre las relaciones de poder en el caso presente; b) habla de la culpa y responsabilidad en este caso. Jesús otorga a Pilato que tiene efectivamente autoridad. Pero que en el presente caso pueda hacerla valer contra Jesús carece de fundamento en la naturaleza de esa autoridad como tal. Eso «se lo han dado de arriba». No se trata aquí -como se ha pensado en distintas ocasiones- de una fundamentación teológica de la autoridad estatal. No se puede entender esa afirmación en el sentido de las conocidas palabras: «Todo poder viene de arriba, de Dios», como se hizo durante siglos. Sino que se trata de señalar las fronteras de todo poder estatal. El funcionario romano, que es Pilato, viene aquí mejor instruido. Su papel en este caso no es tanto jurídico-estatal cuanto un papel histórico-salvífico. El posesor del poder estatal, que sabe de las competencias del ejercicio de su autoridad, se caracteriza por su ceguera frente al poder divino y la libertad del testigo de la verdad. No existe un poder «mundano» (y es «mundano» no solo el poder estatal, sino también el eclesiástico) para disponer de la revelación.

Con ello se esclarece también la parte segunda de la respuesta. Pilato no ha llegado por sí mismo a ese su papel y a tener autoridad sobre Jesús, sino que lo debe al designio salvador de Dios y al proceder de los judíos. Por ello, tampoco su conducta es propiamente una resistencia activa a la revelación, sino que es más bien una singular ceguera. En razón de lo cual dice Juan que la culpa de los judíos es «mayor». La afirmación «por eso, el que me ha entregado a ti mayor pecado tiene», refleja, ante todo, la reflexión del evangelista y de su tradición sobre el problema de la culpabilidad respecto de la ejecución de Jesús. En la Iglesia primitiva se planteó ciertamente la pregunta de ¿cómo se repartieron entonces las responsabilidades del crimen? ¿Quién fue el responsable principal de la muerte de Jesús? ¿Fueron sólo los judíos? ¿Solos los romanos? ¿Unos y otros por igual? ¿Concurrieron unos y otros, pero unos más y otros menos?.

Tras una inspección crítica de las fuentes la mejor respuesta que, en mi opinión, puede darse a esa pregunta, sería la siguiente: la suprema responsabilidad jurídica de la crucifixión de Jesús estuvo en manos romanas; y si en aquel proceso hubo un asesinato jurídico -que, visto objetivamente, bien podría haber sido así-, también el procurador romano tuvo en ello la responsabilidad decisiva. él estaba obligado a mantener la ley y no debería haberse dejado influir al pronunciar la sentencia por la acusación. Pero de una corresponsabilidad, y por ende de una culpa moral, no se le puede eximir a la parte judía, y menos aun al estrato dirigente de los saduceos. Pues en aquella ocasión fue ese estrato el que tomó la iniciativa del prendimiento y entrega de Jesús a los romanos.

Por todo lo cual la fórmula joánica no es falsa, pero está demasiado poco diferenciada. Como quiera que sea, no se debería pasar por alto que Juan en modo alguno exime a Pilato de toda culpa y responsabilidad.

Si Juan dice que la culpa de los judíos es mayor, sugiere sin duda alguna la idea de que también Pilato tiene su parte en el crimen, aunque sea menor. Debemos leer de una manera diferenciada y reflexiva las afirmaciones del Nuevo Testamento, a menudo simplificadas. Poco aprovechan las explicaciones precipitadas. No constituye problema alguno el que en el pasado el bando cristiano se formase un juicio demasiado simplista respecto de los judíos; lo que fue muy pernicioso. Por ello, no habría que incurrir hoy en el error contrario y despachar todo lo que entonces se pudo recriminar a los judíos como si fuera simple apologética cristiana o una polémica antijudía. Si Jesús no hubiera sido el fundador del cristianismo, sino sólo un judío, como muchos otros de sus coetáneos, cabría admitir sin dificultad que en tiempos de Jesús también muchos otros judíos fueron maltratados por sus dirigentes aristócratas y entregados a los romanos. El estrato superior del judaísmo estaba en estrecha vinculación política con el poder romano. En aras de esa alianza cayeron muchas víctimas judías. Y entre ellas también Jesús de Nazaret. Sobre esa base debería ser posible una comprensión histórica en el sentido de un acercamiento de los puntos de vista.

f) Condena de Jesús (/Jn/19/12-16a)

12 Desde entonces Pilato intentaba soltarlo. Pero los judíos continuaron gritando: «Si sueltas a éste, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey se opone al César.» 13 Pilato, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús, y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado «lithostrotos», en hebreo «gabbata». 14 Era la «parasceve» de la pascua, y la hora alrededor de la sexta. Pilato dice a los judíos: «¡Aquí tenéis a vuestro rey!» 15 Pero ellos gritaron «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!» Pilato les pregunta: «¿Pero voy a crucificar a vuestro rey?» Los pontífices respondieron: «No tenemos más rey que el César.» 16 Entonces, por fin, lo entregó a ellos para que fuera crucificado.

El versículo 12a habla de que Pilato, tras esta última conversación, estaba seriamente resuelto a dejar libre a Jesús, sin duda porque, en cierto modo, se le había hecho patente toda la problematicidad de la situación. Visto desde fuera, parece como si el estado de cosas siguiera totalmente sin decidir. Pero por la lógica interna del desarrollo ya está trazado de antemano el curso posterior de la historia.

Los judíos advierten la intención de Pilato y presionan con toda su fuerza para transformar toda la acusación en un instrumento político. En este sentido se sienten tan romanos como el mismísimo procurador y buscan presentarle el asunto como una deslealtad al César. Y le prenden justo por el punto en que muy poco antes creía haber encontrado su última seguridad, a saber en su autoridad oficial: «¡Si sueltas a éste, no eres amigo del César!» Aquí se trata probablemente del título político amicus Caesaris (= amigo del César). Esto es una presión masiva; semejante manipulación con la amenaza de acusar ante el César -en este caso incluso formulando el cargo de alta traición- parece que se dio con frecuencia. Blinzler piensa al respecto que era «una situación grotesca. El supremo funcionario imperial de Judea debe dejarse incriminar su escasa lealtad al César por los representantes de una nación, en la que alentaba como posiblemente en ninguna otra provincia el odio más apasionado contra la dominación forzosa de Roma».

Pilato debía contar con que los judíos llevarían a efecto su amenaza. Si incurría en la sospecha de no haber actuado con la suficiente energía contra un hombre políticamente peligroso, contra un «rey de los judíos», bien podría imputársele como un patrocinio de fuerzas políticas subversivas. En esas materias el emperador Tiberio era extremadamente suspicaz.

Pilato sabe ahora lo que está en juego: o condenar a Jesús o que se airee en Roma una acusación de alta traición contra él, lo que significaría el fin de su carrera política. Sin duda que hubiera sido necesaria una rectitud casi sobrehumana, una independencia interior de extraordinaria grandeza para que un hombre, emplazado en ese trance, hubiera opuesto resistencia. Y no hay duda de que eso era pedir demasiado a Pilato. él es aquí el prisionero de su poder.

Pero también los judíos se ven empujados a las últimas consecuencias. Vuelven sobre su acusación: quien se declara rey está en oposición al César. Hasta el final sigue siendo determinante el motivo básico de «rey de los judíos». Sólo que ahora se echa de ver que el título de rey se ha identificado entre tanto con la persona de Jesús hasta tal punto que para deshacerse de él tienen que renunciar al título de Mesías. Y en primer término se ven forzados a generalizar: todo -así lo proclaman ellos- el que enarbola una pretensión mesiánica está en oposición al César, como rebelde de hecho es enemigo suyo. Por lo demás se trataba de un crimen de Estado, perfectamente delimitado en la antigua Roma. Ante esa amenaza de denuncia, Pilato tiene que transigir de buena o de mala gana. Abandona su última resistencia y vuelve a sacar fuera a Jesús, ante el tribunal, al que sube para dar validez oficial a la sentencia. No me parece convincente la idea -gramaticalmente posible- de traducir «le hizo sentar (a Jesús) en el tribunal», pues para Juan el trono desde el que Jesús domina y juzga es la cruz. Se trata aquí de la condena regular de Jesús (pro tribunal).

A fin de poner de relieve la importancia del momento en la historia de la salvación, Juan menciona el lugar, el día y la hora: el lugar se llamaba gabbata (en griego lithostrotos), que bien puede traducirse como «enlosado (con mármoles o con mosaicos)»; y se trataba probablemente del patio pavimentado de la fortaleza Antonia. El día era «la parasceve de la pascua», que apunta a la tipología pascual joánica: Jesús morirá como el verdadero cordero pascual. El dato cronológico «y la hora alrededor de la sexta»; es decir, hacia mediodía.

Pilato presenta una vez más a Jesús: «¡Aquí tenéis a vuestro rey!» La expresión y la escena recuerdan 19,5. Aunque cede de hecho, Pilato no puede evidentemente resignarse a tener que condenar a Jesús bajo presión por lo que en la fórmula late una ironía sangrante. ¿O se trata más bien de una última y medrosa tentativa por mover a los judíos a deponer su actitud? Como quiera que fuese, en el trasfondo de la escena late la idea de que esa última tentativa de Pilato, constituía también para los judíos la última posibilidad de una toma de posición frente a Jesús. Su reacción fue como la de aquel a quien se le toca un punto neurálgico: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!» Ante lo cual formula Pilato su última pregunta: «¿Pero voy a crucificar a vuestro rey?»; donde no deja de sorprendernos el que Pilato hable en las últimas escenas enfáticamente de «vuestro rey», reforzando así el contraste.

Pero el abismo entre Jesús y los judíos se había hecho tan grande, que ya no quedaba posibilidad alguna de superarlo. Los judíos están dispuestos no sólo a renegar de Jesús, sino de su misma esperanza mesiánica: «¡No tenemos más rey que al César!» También este grito puede entenderse desde la situación política; la aristocracia y sus secuaces compartían entonces, sin duda alguna, el rechazo mesiánico político, entre otras razones -y no la última- porque esos posibles «reyes» judíos resultaban peligrosos para su propia posición de dominio. Una declaración de lealtad al César no resulta en absoluto impensable en la situación coetánea. Mas, para Juan, los acusadores no sólo se distancian de Jesús sino del ideal mesiánico en general.

Ahora Pilato ya no puede hacer nada, incluso por la situación interna: aunque sólo fuera por librarse a sí mismo del César. Y así concluye el proceso con estas palabras: «Entonces les entregó a Jesús para que fuera crucificado».

Consideración final sobre el proceso de Jesús En la historia que conocemos, y especialmente en la tradición europea, hay relatos procesales de tan extraordinaria importancia para nuestra propia comprensión histórica, que en modo alguno se pueden dejar de lado. Habría que mencionar el proceso de Sócrates en Atenas, el de Jesús, y en tiempos posteriores el proceso contra la pucelle Juana de Arco en Francia, sin olvidar los innumerables procesos contra los herejes, como el celebrado contra Juan de Hus en Constanza, y finalmente los modernos y espectaculares procesos ante el tribunal popular de los nazis en Berlín, etc. Curiosamente no existe todavía -a cuanto yo sé- ningún trabajo de historia que haya estudiado detenidamente el fenómeno de por qué tales procesos de mártires de la más diversa índole son tan importantes para toda nuestra manera de pensar y de vivir.

Cabe mencionar algunos rasgos típicos: por lo general se trata de personas a las que no se puede imputar ningún crimen concreto; las acusaciones carecen de fundamento y se apoyan tal vez en determinadas doctrinas o en cierta forma de vivir, que no encajaban o no se acomodaban en modo alguno al marco de las concepciones o formas de vida generales, sacudiéndolas en sus raíces más profundas. Pudo ser la libertad de pensamiento, como en el caso de Sócrates; o la libertad de la humanidad y del amor por convicción religiosa, como en el caso de Jesús. De tales actitudes derivan sacudidas, influencias profundas -y con mayor precisión el odio, el rechazo- por parte de los poderes dominantes, como la polis ateniense, los sumos sacerdotes y Pilato. Ello se entiende y explica perfectamente bien. Tales gentes eran radicales, no en sentido violento, sino por cuanto penetran hasta las raíces encubiertas de la vida, hasta sus verdaderas fuentes, y también, desde luego, hasta las causas de la corrupción dominante en su época respectiva. Su muerte se trueca en faro de esperanza para sus discípulos al tiempo que para las generaciones venideras. Para mí esos relatos procesales, empezando por la Apología de Sócrates y pasando por el proceso de Jesús hasta nuestros días, se cuentan entre los documentos más conmovedores; son algo así como los signos de la bondad de lo humano, en los que se puede reconocer la autenticidad y también el precio de la humanidad verdadera. Quien comparece y muere sin violencia, como testigo de la verdad, en una suprema libertad interior, esclarece por sí mismo en qué consiste el verdadero sentido de la existencia humana.

La exposición joánica del proceso de Jesús muestra justamente de forma persuasiva cómo se plantean las relaciones entre el poder social, eclesiástico- religioso y político, de una parte, y el poder sereno y libre de la verdad divina, de otra. Que la «iglesia» oficial judía de los sumos sacerdotes y el poder estatal hayan contribuido aquí por igual a la ruina de Jesús, es algo que evidentemente no ocurrió sólo entonces. La Iglesia oficial cristiana, una vez establecida y con el poder en las manos, actuó exactamente igual que sus antecesores sacerdotales judíos. Sin embargo, al entenderse a sí mismo el Jesús inerme como «rey» y ser escarnecido como un rey loco sin duda de un modo fiel a la realidad, hay algo que resalta de entre toda esa miseria e inhumanidad, sin eliminar lo más mínimo, algo indestructible y superior, que ninguna fuerza terrena puede conseguir y ni siquiera rozar: la verdadera imagen divina del hombre. El Ecce homo está justo en el centro. Es aquella fascinación o aquella promesa en razón de la cual es posible y bueno incluso el ser hombre y amar a los semejantes.

4. VIA CRUCIS Y CRUCIFIXIÓN DE JESÚS (Jn/19/16b-27)

Después de acabado el proceso ante Pilato con la consiguiente condena de Jesús, «lo entregó a ellos, para que fuera crucificado» (v. 16a). Y sigue ahora el relato sobre la ejecución de Jesús: «Tomaron, pues, a Jesús» (v. 16b). A primera vista no resulta perfectamente claro a quién se refiere Juan con el «a ellos», ni quién es el sujeto de «tomaron» en v. 16a y 16b, para que Jesús fuera crucificado. Según el versículo 16a sólo cabe entender realmente a los «judíos». Pilato cedió a la voluntad de éstos y condenó a Jesús a la muerte de cruz. Pero es totalmente imposible que los judíos se encargasen entonces de Jesús y que llevasen a término su ejecución. Primero, porque la crucifixión no era una pena judía sino romana; y, segundo, porque la ejecución de la pena no entraba en su competencia. Así pues, quienes se hicieron cargo de Jesús no pudieron ser otros que los soldados del pelotón ejecutor (cf. 19,23).

Probablemente Juan se ha expresado en este pasaje de un modo tan vago con el propósito de seguir incriminando aún más a los judíos. Por otra parte, se tiene la impresión de que en su relato subsiguiente de la crucifixión de Jesús, el cuarto evangelista ha omitido intencionadamente una serie de datos que se hallaban en la tradición anterior. Es evidente que su relato recorta a menudo un documento preexistente más amplio, evidenciando, como aquí, pasajes con suturas mal disimuladas. A fin de poder matizar mejor las peculiaridades del relato de la pasión ofrecido por Juan, vamos a presentar también aquí los paralelos sinópticos.

En un discurso, muy conocido y citado, dice ·Cicerón (Pro Rabirio 5,16), en un proceso político del año 63 a.C.: «Si, por fin, nos amenaza la muerte, queremos (al menos) morir en libertad, por lo que el verdugo, la velación de la cabeza y la simple palabra cruz no sólo deben desterrarse del cuerpo y de la vida de los ciudadanos romanos, sino incluso de sus mentes, ojos y oídos. Pues todas esas cosas son indignas de un ciudadano romano y de un hombre libre».

H.-W. Kuhn alude atinadamente al hecho de que, de ordinario, sólo se cita el fragmento de la cruz. Cierto que la palabra expresa todo el horror de una pena de muerte realizada por medio del verdugo, a diferencia evidentemente de la «muerte libre», que era el suicidio, y con ello suscita también desde luego el horror de la crucifixión. «Las frases citadas de Cicerón como abogado defensor y, también y no en último término, el juicio estético de un hombre que pertenecía a la clase ecuestre, la cual estaba rígidamente separada de la vasta masa del pueblo, incluso de los ciudadanos romanos, y que representaba a los grandes terratenientes, empleados y funcionarios del Estado… Es el primer orador de Roma el que aquí quiere mantener alejado al ciudadano romano de la crucifixión». Como quiera que sea, queda ahí patente el desprecio de la crucifixión; ésta era el servile supplicium, es decir, la pena de muerte típicamente romana, que estaba reservada a los esclavos y, en las provincias, a los verdaderos o supuestos rebeldes.

Marcos y la tradición sinóptica

(/Mc/15/20b-32 par /Mt/27/31c-44; /Lc/23/26-43).

En los v. 20b-21 refiere Marcos escuetamente la marcha hacia el lugar de la ejecución. A eso se suma la noticia de que obligaron a llevar la cruz detrás de Jesús a un hombre que regresaba casualmente del campo y que se llamaba Simón de Cirene. Es probable que ello se debiese al hecho de que Jesús se hallaba muy debilitado por la flagelación y demás tormentos. Marcos menciona asimismo los nombres de los hijos del tal Simón: se llamaban Alejandro y Rufo. Es un dato que hay que considerar como fidedigno, aunque no conste en ningún otro sitio. Mateo (27,31c-32) sigue de cerca a Marcos, si bien omite los nombres de los hijos del Cirineo. Lucas (23,26) da también la noticia del portador de la cruz, Simón de Cirene, aunque la ha estilizado a todas luces «en sentido edificante» cuando dice: «y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús». Simón se ha convertido aquí en símbolo del seguimiento de Jesús. Como auténtico discípulo carga con la cruz detrás de Jesús y le sigue en su via crucis.

Además de eso, Lucas ha introducido una larga perícopa en el relato del vía crucis (Luc 23:27-31). Según él, a Jesús le seguía una gran muchedumbre del pueblo, sobre todo de mujeres, que le plañían y lloraban. A tales mujeres les dijo Jesús: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad, más bien, por vosotras y por vuestros hijos. Porque se acercan días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles! ¡Bienaventurados los senos que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros y a los collados: Sepultadnos! Porque, si esto hacen en el leño verde, ¿qué no se hará en el seco?» Esta inserción podría deberse al evangelista Lucas, que relaciona en el presente pasaje el ajusticiamiento de Jesús con la destrucción de Jerusalén el año 70 d.C.100. La imagen de la leña verde y la seca quiere decir sin ninguna especie de duda: si tan mal se trata a un inocente, como lo es Jesús, que hasta se le crucifica, ¿qué pasará con quienes de hecho son culpables? Lucas piensa a todas luces en los dirigentes judíos, que fueron los responsables de la muerte de Jesús. Ha interpretado evidentemente la destrucción de Jerusalén como un castigo divino por la muerte de Jesús, interpretación que después se popularizó entre los cristianos. El historiador Eusebio dice al respecto: «Debía ocurrir que, precisamente en los días en que habían infligido el castigo al redentor y benefactor de todos y al ungido de Dios, fueran encerrados como en una cárcel y experimentasen de la justicia divina la ruina que les amenazaba». Hoy ya no podemos suscribir sin más esta manera de considerar las cosas.

Marcos menciona el lugar de la crucifixión de Jesús: Gólgota, que en castellano quiere decir «lugar de la calavera» o simplemente «calavera» (Mar 15:22; par Mat 27:33; Luc 23:33). «El nombre, según la interpretación del evangelista, debe referirse al arameo golgolta o gulgulta, «calavera». El nombre debió originarse «debido a que una formación rocosa y pelada recordaba una calavera». Como lugar de ejecuciones el Gólgota quedaba fuera de las murallas, «cerca de la ciudad» (Luc 19:20). «Estos datos los satisface la localización actual de la iglesia del Santo Sepulcro (Jerusalén), que se remonta a la época de Constantino, y en la que se muestra la colina de la cruz, de 4,50 m de altura, y situada a unos 40 m del sepulcro de Cristo. Que se trate del Gólgota histórico aparece como verosímil, aunque no totalmente cierto, a la investigación moderna».

Según Marcos (Mar 15:23; par Mat 27:34) a Jesús le ofrecieron de beber antes de crucificarle: «Le daban vino mezclado con mirra, pero él no lo aceptó.» En Mar 15:36 se vuelve a mencionar de nuevo a un soldado, que empapando una esponja en vinagre y pinchándola en una caña, se la daba a beber a Jesús crucificado. A este respecto hay que comparar el Sal 69:21-22 :

«La vergüenza me parte el corazón, y es incurable; espero condolencia, y no la hay; algún consolador, y no lo encuentro. Por alimento me sirven el veneno, por bebida a mi sed, me dan vinagre.»

Sin duda que este versículo del salmo ha influido fuertemente en la estilización de la noticia. Lo cual no quiere decir que el episodio haya sido inventado sin más. Blinzler opina sobre este punto: «Una vez llegado al Gólgota, probablemente unas mujeres judías -pues de una costumbre judía se trataba-, y no los soldados romanos, ofrecieron a Jesús una bebida estupefaciente, a saber, vino mezclado con mirra. Pero él la rehusó (Mar 15:23); quería sufrir con plena conciencia los tormentos que se le avecinaban (cf. también Mar 14:25)». No deja de presentar dificultades el doble relato del mismo episodio.

De una forma simplicísima refiere Marcos el proceso de la crucifixión: «Luego lo crucificaron» (Mar 15:24a). E inmediatamente se reparten las vestiduras de Jesús: «…y se reparten sus vestidos, echando suertes sobre ellos, a ver qué le tocaba a cada uno» (v. 24b). También este versículo está influido por unas palabras del Salterio. En Sal 22:19 se dice: «Se reparten entre sí mis vestiduras y sobre mi manto echan suertes.»

«Según una antigua costumbre, las pertenencias de los ejecutados eran propiedad de los verdugos». Esto encaja bien, y los soldados debieron arrojarse sobre las pequeñas pertenencias de Jesús. Lo decisivo, no obstante, es también aquí la idea de considerar como cumplimiento de la Escritura un episodio trivial y accesorio como el reparto de los vestidos, y reflejarlo en consecuencia con el lenguaje de los Salmos.

Sigue luego en Mar 15:25 un dato cronológico: Jesús fue crucificado «a la hora tercera»; lo que equivale poco más o menos a las 9 de la mañana. Según el cuarto evangelio, Jesús habría sido condenado a muerte no antes de «alrededor de la hora sexta», es decir, hacia las 12 del mediodía; lo cual podría estar más cerca de la realidad histórica.

El relato prosigue: «Y encima estaba escrito el título de su causa: «El rey de los judíos» (Mar 15:26; par Mat 27:37; Luc 23:38). En Marcos no está claro del todo dónde iba colocada la inscripción con la causa: ¿en la cruz, sobre la cabeza de Jesús? Así lo había entendido ya Mateo: «Y encima de su cabeza pusieron escrita su causa: éste es Jesús, el rey de los judíos».» También Lucas lo ha entendido de manera similar. Como quiera que sea, la inscripción de la cruz presenta muchos enigmas. Blinzler, que en el presente pasaje muestra una fuerte tendencia armonizadora e historicista, opina: «La discusión de la historicidad del título de la cruz es una de las exageraciones de la crítica». Pero de hecho, fuera del dato neotestamentario referido a Jesús, en la literatura antigua no hay alusión alguna a la costumbre de poner por escrito en la cruz, sobre la cabeza de los delincuentes, la causa de su muerte; por lo cual, es mínima la probabilidad de que con Jesús las cosas hayan discurrido de otro modo. Por el contrario, está atestiguado con frecuencia el uso de que precedía a los condenados, camino del lugar de la ejecución, un portador llevando escrita una tablilla con la causa del reato. Por lo que ciertamente no puede ponerse en duda que Jesús fue condenado a muerte como «rey de los judíos»; es decir, como rebelde contra el Estado romano en el sentido de un mesianismo político. Y también puede ser correcto que a Jesús le haya precedido alguien llevando una tablilla con la causa: «El rey de los judíos.» Se puede, en cambio, dudar de que esa tablilla fuese colocada en la cruz sobre la cabeza de Jesús, así como que la inscripción estuviese redactada, como dice Juan, en las lenguas hebrea, latina y griega (19,20).

Marcos refiere que con Jesús fueron también crucificados dos ladrones o salteadores, colocados uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús (Mar 15:27 par; Mat 27:38; Luc 23:33b). El hecho como tal no es históricamente imposible. Mas no hay por qué entender necesariamente que se tratase de criminales, es decir, de ladrones o asesinos en el sentido penal corriente. Más bien pudo tratarse, como lo sugiere el vocablo griego (lestai), de zelotas, de miembros del movimiento liberador judío. Además, hay que contar también aquí con la influencia del lenguaje de la Escritura, y en concreto de Is 53 12, donde -dentro del cántico del Siervo paciente de Yahveh- se dice: «Por eso le daré las multitudes como parte suya, y con los poderosos repartirá el botín, porque entregó su vida a la muerte, y entre los delincuentes fue contado, pues llevó el pecado de muchos y por los delincuentes intercede.» La cita la aduce explícitamente Lucas (Isa 22:37). La Iglesia primitiva había visto esta conexión: por haber sido Jesús, el justo e inocente, ejecutado con dos criminales, a los ojos de la Iglesia se había cumplido esa palabra de la Escritura. En la historia de la pasión nos topamos una y otra vez con este fenómeno: la Iglesia primera halló en la Escritura las posibilidades lingüísticas para hablar de la pasión y muerte de Jesús y de allí las tomó. Nos topamos también por ello una y otra vez con la concepción de que la acogida de ese lenguaje habría inducido directamente a construir toda una serie de hechos partiendo de la «prueba escriturística». Porque en el Salterio, y especialmente en los Salmos 22 y 69, o en Is 53, ya venían indicadas las cosas, éstas habrían discurrido efectivamente tal como estaban vaticinadas. Pero esta concepción lo simplifica todo en exceso. Es verdad que en la práctica también existe ese procedimiento, de que una cita escriturística induzca a la libre invención de unos determinados acontecimientos de cara al «cumplimiento» de dicha Escritura. Ese fenómeno nos lo encontramos también en Juan. Mas tales casos son relativamente fáciles de descubrir. En general, sin embargo, hay que distinguir entre el acontecimiento fáctico y su comentario o narración ampliada; o, dicho brevemente, su estilización interpretativa.

En nuestro caso la dificultad esencial radica en que no proporciona prácticamente ninguna posibilidad directa de comparación. Históricamente puede que muchas cosas se hayan desarrollado como las cuenta Marcos; y aquí, al no haber argumentos decisivos en contra, bien podemos concluir que su relato es en cierto modo fiable.

La adopción del «lenguaje sagrado» de la Escritura sirvió desde el comienzo para la interpretación creyente de los hechos que habían ocurrido. No se quiso transmitir, sobre todo en la historia de la pasión, una historia trivial, sino más bien una «historia sagrada», una historia de la salvación. Con ello se transpone el acontecimiento a un «plano superior», a un plano lingüístico que, de antemano, busca la participación interna, la admiración de los oyentes o de los lectores. Sería equivocado entender esa estilización literaria directamente como una noticia histórica. Antes de emitir un juicio sobre la verosimilitud histórica, hay que tener en cuenta la peculiaridad del lenguaje que presentan los textos.

Cómo pudo desarrollarse con una finalidad edificante la escena de los dos «ladrones», lo muestra Lucas con sus pormenores complementarios (Luc 23:39-43). Según él, uno de los malhechores habría injuriado a Jesús, mientras que el otro reconocía y confesaba su propia culpa y llegaba a creer en Jesús, hasta el punto de rogarle: «Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino.» A lo que Jesús contestó: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.» Todo esto no es historia, sino predicación: hasta el malhechor creyente consigue su salvación por Jesús.

Mientras que Marcos hasta el presente no había más que cosido una noticia con otra, sigue ahora una detallada escena de escarnios contra Jesús (Mar 15:29-32, par; Mat 27:49-53; Luc 23:35-36.39). También los escarnios constituyen un rasgo típico que aparece en los Salmos, y especialmente en las lamentaciones del justo perseguido: «Pero yo soy un gusano más que un hombre, vergüenza del humano, desprecio de las gentes. Todos los que me ven me hacen mofa, despegando los labios, moviendo la cabeza: Se dirige a Yahveh, que él le defienda; que le libere él, ya que le ama» (Sal 22:7-9; cf. también Sal 109:25 : «A sus ojos yo soy una ignominia; al mirarme, menean la cabeza»). En la escena de los escarnios hay que contar con una vasta labor modeladora de los evangelistas. Es poco verosímil que las burlas contra Jesús hayan tenido lugar al pie de la cruz y en esa forma, por parte incluso de los sumos sacerdotes y de los letrados en la Escritura. Más bien cabe suponer que Marcos quiere rebatir en este pasaje las objeciones más frecuentes que se formulaba contra la nueva fe en Jesús Mesías, tal como era fácil que los discípulos se las encontraran después del viernes santo. Lo que ciertamente resulta sobremanera claro en este pasaje es el hecho de que los primeros seguidores de Jesús estuvieron perfectamente informados de la situación incómoda y ambigua en que se encontraban frente a la opinión pública judía, y más tarde frente a los gentiles, con su fe en el Crucificado.

En este sentido es significativo el empleo de la expresión «avergonzarse» conectada con la predicación cristiana. Así, por ejemplo, dice Pablo: «Porque no me avergüenzo del evangelio, ya que es poder de Dios para salvar a todo el que cree: tanto al judío, primeramente, como también al griego» (Rom 1:16). Sin querer uno se pregunta cómo Pablo llega a semejante formulación, si es que había quizá motivos para avergonzarse del evangelio. Los había, en efecto, y estaban en el contenido del propio evangelio, como «palabra de la cruz», como «necedad de la predicación». «Ahí están los judíos, por una parte, pidiendo señales; y los griegos, por otra, buscando sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1Co 1:22s; cf. 1,18-25). De modo parecido se dice en Mar 8:38 par (Mat 16:27; Luc 9:26): «Porque si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Uno se avergüenza de aquello que frente a otros, y sobre todo frente a la sociedad, le coloca bajo una luz problemática o le crea una inseguridad respecto a la propia función social. Al comienzo esa inseguridad social debió ir ligada al mensaje de la cruz. El lenguaje relativo al «avergonzarse» señala unos primeros tiempos en los que todavía se percibía, de modo claro, la contradicción entre el mensaje de la cruz y la sociedad judía o gentil. Con la creciente habituación, y desde luego sólo con la plena integración del cristianismo en la sociedad, el sentimiento de tal oposición fue desapareciendo cada vez más. En el propio Juan la oposición ya no se da con tanta acritud.

Por el contrario, la escena de los escarnios articula todavía la contradicción de un modo total: «¡Eh! Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.» O este otro insulto: «Ha salvado a otros, y no puede salvarse a sí mismo. ¡El Mesías, el rey de Israel: que baje ahora mismo de la cruz, para que veamos y creamos!» (Mar 15:29-32). El que cuelga de la cruz y no puede liberarse a sí propio ¿puede ser el Salvador de Israel? Cierto que un Mesías crucificado no encajaba en modo alguno con las concepciones mesiánicas tradicionales del judaísmo. Representa ya una rebaja en esa contradicción el que, según Lucas, uno de los ladrones rompa el círculo del repudio público, y confiese a Jesús como el «justo» del que él espera la salvación en la hora de la muerte. Mateo, por el contrario, mantiene íntegra esa contradicción al completar por su cuenta: «Tiene puesta su confianza en Dios, que Dios lo libre ahora, puesto que dijo: «Soy Hijo de Dios»» (Mat 27:43).

La exposición joanica. Una vez más salta a los ojos hasta qué punto en Juan la forma y manera de la exposición reiterativa puede convertirse en instrumento de la nueva interpretación. En el cuarto evangelio ya no hay sitio para el escarnio del crucificado, tal como podemos leerlo en Marcos. Eso no encaja ya con el concepto joánico del triunfo y glorificación de Jesús. Para Juan la cruz entra tan de lleno en la «exaltación del Hijo del hombre», que sólo puede ya expresar la oposición entre Jesús y sus enemigos incrédulos; por el contrario, los creyentes están tan por completo en el bando de Jesús que ya no sienten esa oposición. En la visión joánica la cruz no puede ya representar un skandalon o tropiezo, sino que es más bien la señal victoriosa de la fe.

No se pueden cerrar los ojos a los aspectos peligrosos que entraña esta concepción. Cierto que con su cuadro peculiar de la pasión, como historia del triunfo de Jesús, consigue Juan proyectar una nueva luz sobre determinados aspectos, que ponen de relieve con singular fuerza cómo la cruz es la revelación del amor divino. Pero al reducir la contradicción, el escándalo, los padecimientos efectivos, el chasco y fracaso de Jesús, el cuarto evangelista apoya una concepción que más tarde habría de dejarse sentir como políticamente perniciosa: la cruz pasa a ser una cruz gemmata, una cruz noble, dorada y sacralizada; más aún, una cruz fetichista, señal (y orden) de dominio y nobleza, de algo que se llama mundo cristiano. Jesús murió como alguien que pertenecía al mundo de los oprimidos, y al que se le contó entre los malhechores. ¡Y, oh paradoja, ahora se apoyan en él sobre todo los que dominan, para legitimar sus relaciones de poder espirituales y mundanas! Ahora se ha trastocado de múltiples formas la señal sagrada de la cruz, lo que hace que con demasiada frecuencia se prive a la cruz real de su contenido social.

a) La crucifixión (Jn/19/16b-18)

16b Tomaron, pues, a Jesús. 17 Y él, cargándose la cruz, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota. 18 Allí lo crucificaron; y a otros dos con él, uno a un lado y otro a otro, y en medio Jesús.

El pelotón ejecutor se hace cargo de Jesús. Subraya Juan de manera explícita: «Cargándose la cruz (él personalmente), salió hacia el lugar llamado de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota» (v. 17). Evidentemente está interesado en mostrar que Jesús se mantuvo hasta el último instante en plena posesión de sus energías; por eso omite la figura del portador de la cruz, Simón de Cirene. La fórmula joánica más bien suena en este pasaje como una corrección intencionada de la narración sinóptica. Jesús queda «heroicizado».

En los datos sobre el lugar de la ejecución Juan vuelve a coincidir con la tradición sinóptica: el lugar «de la Calavera», el «Gólgota». El proceso de la crucifixión se narra con un mínimo de palabras: «Allí lo crucificaron; y a otros dos con él, uno a un lado, y otro a otro, y en medio Jesús». No se dan más detalles sobre los dos compañeros de suplicio; sólo al final vuelven a comparecer (Jua 19:32). No se sabe bien cuál pueda ser la significación de los dos concrucificados en el relato joánico. Aquí parece importante, sobre todo, el que Jesús cuelgue «en medio», en el centro de ambos, con lo cual se quiere subrayar su dignidad peculiar. En todo caso, el centro es el lugar de honor, por lo que se reserva a las personas más encumbradas. Si Jesús crucificado es «el rey de los judíos», sus dos compañeros de suplicio aparecen ya más bien como «los asistentes al trono de Jesús» en un sentido profundo; y por ello no se les llama ya ladrones.

b) El título de la cruz (Jn/19/19-22)

19 Pilato escribió también un letrero y lo puso encima de la cruz. En él estaba escrito: «Jesús, el nazareno, rey de los judíos.» 20 Este letrero lo leyeron muchos judíos, porque el lugar en que Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad; estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. 21 Y decían a Pilato los pontífices de los judíos: «No escribas rey de los judíos, sino que él dijo: «Soy rey de los judíos».» 22 Respondió Pilato: «Lo que he escrito, escrito está.»

Ya nos hemos referido al aspecto histórico del título o inscripción de la cruz. Su historicidad en el puro sentido fáctico puede ponerse justamente en duda. Por ello resulta tanto más importante su alcance simbólico, sobre todo en Juan. El cuarto evangelista conocía la tradición; pero una vez más la ha puesto al servicio de una finalidad teológica. El motivo regio, que ya había jugado un papel decisivo en el proceso ante Pilato, se recoge y desarrolla de nuevo en el presente pasaje.

En el núcleo de la tradición, según la cual había colocada una inscripción sobre la cabecera de la cruz con la causa de la condena: «rey de los judíos», Juan concuerda con los sinópticos. Sólo que el cuarto evangelista reinterpreta esa tradición a su modo al convertirla en el último objeto de discusión entre Pilato y los judíos; de tal forma que ni siquiera después de la ejecución se pusieron de acuerdo ambas partes acerca de aquel misterioso y «extraño» preso y ajusticiado. Aquel hombre los sigue persiguiendo. Si Marcos todavía hablaba de una aitía, es decir de una «causa» de muerte fijada por escrito, y en consecuencia de la sentencia capital reducida a su punto decisivo, Juan habla ahora de un titulus (griego titlos), o lo que es lo mismo, de una inscripción o superinscripción pública en sentido amplísimo, que había sido redactada en tres lenguas, a saber: hebreo, latín y griego. El propósito del evangelista está patente: para él se trata de las tres lenguas más habladas en toda la ecumene del mundo antiguo; son las lenguas de «todo el mundo», ante el que ahora comparece el crucificado como revelador y redentor. El mundo entero debe hacerse consciente de que Jesús ha sido condenado y ejecutado como «rey de los judíos», como Mesías. Y eso no es mera causalidad externa, sino que responde a la verdad en sentido profundo. Mediante la inserción del latín y del griego se subraya especialmente que aquel Jesús ya no pertenece sólo a los judíos, sino a la humanidad entera. Ese es el sentido del comentario joánico.

Cierto que a los judíos no les satisface la inscripción. Sus dirigentes protestan por ello ante el procurador. Su argumentación tiende a hacer de Jesús el único responsable de tal aserto. No debe, pues, decir «Este es el rey de los judíos», sino que Jesús se apropió o acomodó personalmente tal designación. También es posible que Juan hubiera querido mostrar cómo a los judíos les molestaba esa designación, porque ellos, ateniéndose al significado objetivo de la misma, seguirían estando siempre condicionados por Jesús. Y, finalmente, la inscripción de la cruz aparece en Juan cual proclamación de Jesús como rey ante la faz de todo el mundo: Regnavit a ligno Deus, se dice por ello en la antigua liturgia del Viernes Santo: Dios reinó desde el madero (de la cruz).

Pero en este punto Pilato se mantiene firme frente a los judíos. Ahora, una vez ejecutada la sentencia, vuelve a recobrar su seguridad y, mediante su sentencia lapidaria: «Lo que he escrito, escrito está», casi entra, según Juan, en la categoría de evangelista involuntario, que con su inscripción de la cruz introduce la pública proclama de Cristo crucificado en el vasto mundo cultural de entonces.

c) El reparto de los vestidos (Jn/19/23-24)

23 Luego los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro partes, una para cada soldado; y además la túnica. Esta túnica era sin costura, tejida toda ella de una pieza de arriba abajo. 24 Dijéronse entonces los soldados: «No la rasguemos, sino vamos a echarla a suertes, a ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura: «Repartieron mis vestidos entre sí, y sobre mi túnica echaron suertes» (Sal 22:19). Esto precisamente hicieron los soldados.

También aquí sintoniza Juan con la tradición sinóptica al narrar el reparto de la herencia de Jesús entre los soldados que formaban el pelotón ejecutor. Mas, para entender exactamente la interpretación joánica de la escena, hay que partir de la cita propia que hace como cumplimiento de la Escritura.

Mientras que la cita sólo resuena en los sinópticos, en Juan pasa a ser armazón y sostén de su relato. Así como en el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mar 11:110 y par), y sobre la base de una cita escriturística (Zac 9:9 = Mat 21:5), el asno mencionado en Mc se convierte en los dos animales de Mateo («encontraréis una burra atada, y un pollino con ella», Mat 21:2), así también en Juan la cita de la Escritura motiva que el reparto de los vestidos se divida en dos «rondas» distintas. Los soldados actúan del modo exacto que responde al versículo del salmo. Al primer hemistiquio responde la distribución de los vestidos; y al hemistiquio segundo, el sorteo. Así las cosas, resulta natural suponer que la «túnica sin costura» la haya inventado Juan sobre la base del pasaje escriturístico citado. Es posible que con este dato haya vinculado el evangelista un propósito especial, y que no resulten totalmente falsas las interpretaciones posteriores -que empiezan ya con los padres de la Iglesia- de la «túnica inconsútil» como símbolo de la unidad de la Iglesia.

Más claro se destaca sin duda en Juan el motivo del cumplimiento de la Escritura, que según su idea debe realizarse al pie de la letra. Precisamente en su relato de la crucifixión de Jesús se tiene la impresión de que todos los sucesos discurren al pie de la letra y sin estorbos, de acuerdo con un «plan» previsto por Dios y consignado en la Escritura.

Tampoco el evangelista deja de anotar los distintos sucesos, de modo que, en comparación con Marcos, da a su relato una ordenación precisa. «Esto (que es lo vaticinado por la Escritura) precisamente hicieron los soldados», se dice como conclusión de la escena.

d) Las mujeres al pie de la cruz (Jn/19/25)

25 Estando junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena.

Ya en este pasaje -y de nuevo en el sentido de la tradición (cf. Mar 15:40s; Mat 27:55s; Luc 23:49; cf. asimismo Luc 8:3)- se refiere Juan a las mujeres que estaban junto a la cruz. En la sección siguiente se vuelve a mencionar al «discípulo a quien él (Jesús) amaba». Respecto de qué mujeres estuvieron presentes en la crucifixión de Jesús, las tradiciones neotestamentarias no son uniformes.

En Mar 15:40-41 se dice: «Había además unas mujeres que miraban desde lejos, entre las cuales estaban también María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé, las cuales cuando él estaba en Galilea, lo seguían y le servían, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.» Mateo enlaza con Marcos, aunque introduciendo algunos cambios; le interesa establecer que habían sido «muchas mujeres» las que habían estado bajo la cruz; entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, así como la madre de los hijos de Zebedeo, con la cual se identifica la que Marcos llama «Salomé» (cf. también Mat 20:20). El tema aparece a su vez en Lucas con algunas diferencias: «Todos sus conocidos y algunas mujeres que lo habían seguido desde Galilea, estaban allí, mirando estas cosas desde lejos» (Luc 23:29). Los nombres de las mujeres de las que se trata según Ia redacción lucana, han sido ya mencionadas antes (Luc 8:1-3) en un escueto resumen sobre la actividad de Jesús en Galilea. Estas eran: «María, la llamada Magdalena (= la de Magdala), de la cual habían salido siete demonios; Juana, la mujer de Cuzá, administrador de Herodes; Susana y otras muchas, las cuales le servían con sus bienes.»

En todas estas listas de nombres sólo uno aparece siempre: el de María Magdalena. También la coincidencia entre Marcos y Mateo es lo bastante clara; los pocos cambios mateanos no aportan mucho. Después los caminos se diversifican por completo. Resulta congruente que algunas mujeres del círculo de Jesús estuvieran junto a la cruz; y entre ellas muy probablemente María de Magdala. Sólo Juan menciona también a María, madre de Jesús. Aunque ciertamente que esto ha sido acogido en la tradición (cf. el conocido himno Stabat Mater), la crítica histórica tiene aquí muchos reparos que oponer. Si Juan quiere mostrar que la muerte de Jesús acaeció de un modo «ordenado», su madre no podía faltar; también tenía que estar presente el «discípulo amado» de Jesús.

Asimismo puede rastrearse aquí la clara tendencia de Juan a eliminar rasgos molestos e incongruentes. La muerte de Jesús debe mantener un cierto «esplendor soberano». Además, las mujeres están bajo la cruz -a diferencia de los soldados- «como representantes de los creyentes».

e) El «testamento» de Jesús (Jn/19/26-27)

26 Cuando Jesús vio a su madre, y de pie junto a ella al discípulo a quien él amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa.

Difícilmente habrá un pasaje más discutido en la historia joánica de la pasión. Sobre ningún relato se ha cavilado tanto ni se han dado tantas interpretaciones como sobre este breve fragmento.

Será conveniente intentar comprender el relato desde su contexto más próximo en el Evangelio de Juan, renunciando a otras especulaciones. Para ello hay que partir del hecho de que ambos versículos no sólo constituyen la verdadera aportación específica de Juan en este contexto, sino que se trata además de una creación joánica. En apoyo de lo cual aduce Dauer las razones siguientes: a) los relatos sinópticos de la pasión nada saben de ninguna palabra de Jesús a ninguno de sus seguidores, y nada dicen sobre la presencia de la madre de Jesús o de cualquier discípulo junto a la cruz; b) los vaticinios de Jesús sobre la huida de los discípulos más bien hablan contra tal presencia de alguno de ellos en el Gólgota. Y a este respecto adquiere un peso singular el que también en Jua 16:32 se recoja una tradición sobre la desbandada general de los discípulos, por lo que el propio Juan incurre en una cierta contradicción. La escena entera hay que atribuirla al evangelista. Y sobre el particular opina Dauer: «Lo cual no quiere decir que Juan se la haya inventado caprichosamente. No cabe la menor duda de que Jesús se preocupó de su madre al ver lo crítica que se tornaba su situación. No es, pues, nada inverosímil que hubiera confiado su preocupación al discípulo que le era singularmente leal. Pero el evangelista cambia el lugar y tiempo de esa disposición, trasladándola a la escena de la crucifixión. Posiblemente se trata de una hipótesis atinada; pero sobre la que desde luego nada sabemos, y resulta muy problemático trabajar sobre ese supuesto.

Por lo demás, las dificultades y objeciones afectan, en general, a las interpretaciones mariológicas de este texto expuestas frecuentemente en años pasados y tendentes a establecer la posición singular de la madre de Jesús en el sentido de una mediación universal. En el evangelio de Juan se menciona sólo tres veces a la madre de Jesús: en las bodas de Caná (2,1-11); en 6,42, donde se dice «¿Acaso no es éste el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?»; finalmente, en nuestro texto. Sorprende que las tres veces Juan hable sólo de «su madre», sin mencionar nunca el nombre de «María». La manera de hablar es siempre muy genérica y estereotipada, hasta el punto que cabe preguntarse si el cuarto evangelista sabía algo concreto sobre la madre de Jesús. En caso afirmativo ciertamente que no nos lo ha trasmitido.

Añádese a esto que Juan, sobre todo en el relato de las bodas de Caná, establece una gran distancia, y hasta una extrañeza, entre Jesús y su madre. Aun cuando antes se daban rodeos para conceder esto, no debería haber duda alguna de que la respuesta de Jesús a la indicación de su madre: «No tienen vino», equivale a un áspero rechazo: «¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora.» El revelador Jesús y su madre no se mueven en un plano humano común. Tampoco en 6,42, donde se nombra a José, se da el nombre de María. En la escena de la cruz las relaciones aparecen algo más positivas, pues Jesús se preocupa de su madre momentos antes de morir. Aunque tampoco aquí desaparece en modo alguno la distancia, como lo atestigua el tratamiento de «mujer» (y no «madre»). Ahí parece apuntar el presente pasaje: «Las palabras de Jesús tienen el carácter de una última disposición, es decir, se trata en algún modo de la solicitud por los que se quedan, ya sea en un sentido material o figurado. Pero ¿cuál es aquí la preocupación dominante de Jesús, la de su madre o la del discípulo? El sentido más natural es sin duda el de que Jesús, como hijo en trance de separarse, toma precauciones en favor de su madre que sigue en el mundo».

Según Exo 20:12-23, era deber legal de un hijo ocuparse de su madre 115. Esa tarea ya no puede cumplirla ahora Jesús; de ahí que instituya al «discípulo a quien amaba» como sucesor y representante legal suyo. «Legalmente una mujer debía estar siempre confiada al cuidado de un pariente varón. Y ése fue el encargo que Jesús confió al discípulo que le estaba especialmente aficionado». En el trance de su partida Jesús quiere dejarlo todo perfectamente en orden. Esa es la interpretación que defendió ya Tomás de Aquino 117. También J.S. Bach la presenta en su pasión según san Juan:

«Se cuidó de todo en la última hora y aún pensó en su madre dándole un tutor. Hombre, obra con rectitud, ama a Dios y al hombre, muere sin ninguna pena y no te atormentes» (Coral, n.° 56).

La figura del «discípulo a quien amaba» Jesús tampoco se esclarece más con el presente pasaje. Lo único que se dice es que estaba junto a la cruz, revistiendo probablemente una función de testigo, a la que se alude de modo explícito en 19,35. Desde el punto de vista del texto parece en cierto modo muy natural que ese discípulo, singularmente amado de Jesús asuma también en el futuro el cuidado de la madre de Jesús.

Mas ¿no late al mismo tiempo en esta escena un sentido profundo y simbólico? R. Bultmann piensa al respecto: «Evidentemente esta escena, que frente a la tradición sinóptica no puede esgrimir ninguna pretensión de historicidad, tiene un sentido simbólico. La madre de Jesús, que permanece junto a la cruz, representa al judeocristianismo que ha superado el escándalo de la cruz. El cristianismo gentil, que representa el discípulo amado, recibe el encargo de honrarlo como a su madre, de la que procede, mientras que al cristianismo judío se le ordena entrar en la casa del cristianismo gentil, es decir, debe saber incorporarse a la gran comunidad eclesiástica. Y esas instrucciones descienden de la cruz, lo que vale tanto como decir que son instrucciones del Jesús exaltado, y su sentido es el mismo que el de sus palabras en la oración de 17,20s; la plegaria por los primeros discípulos y por quienes a través de su palabra llegarían a la fe…» 118. Sobre esta concepción se ha ejercitado merecidamente la crítica. Es atinada desde luego la afirmación de que en Juan hay que contar con un alcance simbólico de la escena; pero entonces será necesario elaborar ese simbolismo desde el conjunto de la teología joánica, sin que se le pueda introducir desde fuera como un episodio curioso. Schunmann observa: «No debería ser necesaria prueba alguna para demostrar que, en el evangelio espiritual de Juan, la última voz del crucificado, puesta tan de relieve, no sólo debe regular la solicitud terrena por María, sino que tiene además otro alcance; también los otros rasgos narrativos de la escena de la crucifixión desembocan en un sentido simbólico dentro del contexto inmediato». La interpretación del propio Schurmann suena así: «El discípulo, al que Jesús amaba, está al pie de la cruz como testigo de la tradición (autor) del Evangelio de Juan. En María son confiados a ese discípulo, y con él a su evangelio, todos cuantos esperan su salvación del Exaltado, los que desean acoger su palabra. Desde la cruz Jesús mismo declara en cierto modo ese Evangelio como «canónico » y obligatorio para la Iglesia. De esta forma el Exaltado establece desde la cruz y para todos los tiempos la unidad de los creyentes, que según Jua 17:20s se realiza mediante la transmisión de la palabra por obra de los discípulos encargados. Con esta última disposición, presentada con singular eficacia, Jesús sabe que está consumada (cf. 4,34; 19,28.30; cf. 5,36; 14,31) la obra, que el Padre le había encargado (17,4). La formación de la única Iglesia por la palabra es la coronación de la obra terrena de Jesús». Tal explicación se nos antoja al menos plausible, ya que arranca de las peculiaridades y tendencias joánicas. Resulta, no obstante, problemático que la idea de la unidad de la Iglesia pueda ocupar tan resueltamente el primer plano, idea que más bien parece expresada con la «túnica sin costura».

Habrá que partir del hecho de que ese «testamento de Jesús» supone ante todo la clara separación que tiene lugar entre Jesús y «los suyos». Jesús los deja en el mundo, y entre ellos a su propia madre y al «discípulo a quien amaba». Con ello cobran nueva fuerza, desde luego, todas las afirmaciones que de cara a su partida hizo Jesús en sus discursos de despedida sobre los que «seguían» en el mundo. En esta hora se cumple, por tanto, la palabra de Jesús: «Sin embargo, yo os digo la verdad: os conviene que me vaya» (Jua 16:7). Su muerte es la condición para la existencia de la comunidad de discípulos en el mundo, de tal modo que este «testamento de Jesús» podría muy bien ser la carta fundacional de la «Comunidad de Jesús según el sentir de Juan». En este pasaje hay que volver a considerar una vez más el comienzo de los discursos de despedida, el capítulo 13. Allí el lavatorio de los pies representaba una exposición anticipada de la muerte de Jesús como la muerte de amor hasta el extremo de 13,1 se coge en 19, 28 ss: «Consciente Jesús de que todo quedaba ya cumplido…» Por lo mismo habrá que entender los v. 26s como expresión de dicho cumplimiento; ello quiere decir que, como levantado sobre la cruz, Jesús instituye la comunidad de «los suyos» al poner en mutua relación para el futuro, de forma simbólica y vicaria, a María y al discípulo «que él amaba». Aquí se muestra además el mandamiento del amor: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (13,34). Hoskyns dice por ello atinadamente: «Del sacrificio del Hijo de Dios procede la Iglesia, y la vinculación del discípulo amado y de la madre del Señor prefigura y proclama de antemano el amor de la Iglesia de Dios».

Echando todavía un vistazo desde este punto a la serie de escenas que se suceden en el relato joánico de la crucifixión de Jesús, parece posible reconocer su interna conexión teológica. Los versículos 16b-18 empiezan por referir el hecho y el lugar de la crucifixión de Jesús. Los versículos 19,22, con la disputa acerca de la inscripción de la cruz, establecen definitivamente, gracias a la negativa de Pilato a cambiar su tenor, a la faz del mundo la realeza de Jesús (cf. las tres lenguas) matizada a lo largo del proceso. El reparto de los vestidos (v. 23s) confirma por una parte (¡y con qué exactitud!) el cumplimiento de la Escritura, y por otra alude también a la unidad de la comunidad de Jesús. Finalmente, el fragmento textual de v. 25-27 describe la fundación de la comunidad de creyentes al pie de la cruz; esa comunidad de Jesús, simbolizada por María y el discípulo amado, queda obligada al mandamiento del amor «hasta el extremo» y del «amaos los unos a los otros».

5. LA MUERTE DE JESÚS (Jn/19/28-30)

La descripción de la muerte de Jesús, en Juan, corre lógicamente hacia la descripción de su final victorioso.

28 Después de esto, consciente Jesús de que todo quedaba ya cumplido, para que se cumpliera la Escritura dice: «Tengo sed.» 29 Había allí un jarro lleno de vinagre; pusieron, pues, en una caña de hisopo una esponja empapada en el vinagre y se la acercaron a la boca. 30 Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: «¡Todo se ha cumplido!» E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

La palabra clave teológica con que Juan describe la muerte de Jesús es el verbo «consumar» o «cumplir» (griego teleioun), que en este contexto aparece hasta tres veces. Jesús sabe, es «consciente» de que ahora todo se ha «cumplido». Estamos ante aquella ciencia del revelador acerca de su camino y de la tarea que debía llevar a término. El versículo 28 establece de forma lapidaria que esta tarea estaba terminada. Así que ahora sólo falta el cumplimiento de la Escritura: «Por alimento me sirven el veneno, por bebida a mi sed me dan vinagre» (Sal 69:22). Esas palabras escriturísticas y su cumplimiento los ha tomado Juan de la tradición (cf. Mar 15:36). Pero, al hablar también aquí de cumplir, señala que, con ese suceso, el cumplimiento de la Escritura toca a su final, que también ella «se cumple.»

Por lo demás, el cuadro de Juan difiere del de Marcos. Según /Mc/15/34-46: «Clamó Jesús con voz potente: Eloí, Eloí, lamá sabajzaní, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», grito que los circunstantes interpretaron mal imaginando que Jesús invocaba la ayuda de Elias. «Corrió entonces uno a empapar una esponja en vinagre, y poniéndola en la punta de una caña, le daba de beber diciendo: ¡Dejadlo! Vamos a ver si viene Elías a bajarlo» (cf. 27,46-49). Tanto Marcos como Mateo destacan más el hecho cruel y penoso de la muerte de Jesús. Esa muerte aparece introducida por «grandes tinieblas» a modo de una aflicción o un luto cósmico; lo pavoroso, que acontece con la muerte de Jesús, queda envuelto en noche profunda. Y a todo ello se suma el desamparo de Jesús por parte de Dios. Es pues falsa, al menos en la interpretación de Marcos, la idea expuesta a menudo -y derivada del hecho de que Jesús toma en sus labios los versículos introductorios del Salmo 22, que termina con una alabanza y acción de gracias (Sal 22:23-32)- de que no se trataría en modo alguno de una expresión del abandono divino, sino que Jesús contemplaría más bien lleno de confianza su próximo triunfo. Marcos ciertamente que no ha querido decir eso, como lo atestigua claramente la mala interpretación aneja: «Mira, está llamando a Elías ..», así como la observación: «Vamos a ver si viene Elias a bajarlo.» En Marcos no ocurre ningún milagro, como tampoco aparece ninguna transfiguración de la muerte de Jesús. Jesús muere lanzando un grito. Sólo después se suceden diversas señales, la rasgadura del velo del templo y la confesión del centurión: «Realmente, este hombre era Hijo de Dios» (Mar 15:38-39); señales que Mateo amplía (Mat 27:51-53). Al tener la muerte de Jesús una importancia escatológica, introduce también el cambio escatológico de eones y con él la resurrección general de los muertos. La exposición de Lucas sigue su propio camino poniendo de relieve la resignación de Jesús hasta el final. El tenor de la última palabra de Jesús fue éste, según Lucas: «Entonces Jesús, exclamando con voz potente, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y, dicho esto, expiró» (Luc 23:46).

Fácilmente pueden descubrirse las tendencias que presenta la interpretación posterior a Mc de la muerte de Jesús. Se puede hablar ya de una tendencia a transformarlo en héroe. En Marcos Jesús padece la muerte en el abandono de Dios y en la aflicción; acaba su vida con un grito inarticulado; lo que sin duda podría estar muy cerca de la verdad histórica. Lucas describe ya la muerte del varón justo y piadoso, la muerte del Salvador que hasta el último instante acoge a los pecadores y luego encomienda su alma a Dios. En Juan es la muerte del revelador, del testigo regio de la verdad, que hasta el último momento cumple su obra, obediente a la voluntad del Padre; esa muerte es la victoria escatológica sobre el cosmos y su príncipe. Con esta imagen ya no encaja en modo alguno el abandono de Dios. Aquí muere alguien que de hecho ha llevado a término su obra, incluso con las últimas recomendaciones, que imparte desde la cruz. Por eso, todo cuanto aquí ocurre debe ir nimbado del resplandor fulgurante de la consumación. De ahí que la última palabra de Jesús en el relato joánico sea lógicamente ésta: «Todo está cumplido.» Esa palabra es el sello y firma puestos a la obra de Jesús, a su revelación de Dios, que culmina en esa muerte como la consumación del amor.

6. EL COSTADO DE JESÚS, TRASPASADO (Jn/19/31-37)

31 Entonces los judíos, porque era la parasceve, para que los cuerpos no quedaran en la cruz el sábado -pues aquel sábado era día de gran solemnidad-, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. 32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y luego las del otro que había sido crucificado con él. 33 Pero, cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y al momento salió sangre y agua. 35 Y el que lo vio ha dado testimonio de ello, y ese testimonio suyo es verdadero, pues él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. 36 Porque esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán hueso alguno.» 37 Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron.»

El relato pertenece al acervo propio de Juan y es probable que tenga un «origen relativamente tardío». Aquí no hay conexión alguna con la tradición joánica. Hasta qué punto, sin embargo, se encuentran bajo el texto joánico determinadas tradiciones peculiares con noticias históricas, es algo que no se puede establecer con seguridad. No obstante la referencia a la execración de los colgados ( Deu 21:22s) se da también en Pablo (Gal 3:13), lo que bien podría aludir a una antigua polémica anticristiana. Tampoco la alusión a la autoridad del testigo presencial (v. 35) aporta demasiado, pues incluso en este relato el genuino propósito del evangelista está en el plano de la afirmación teológica. Esos propósitos teológicos son ciertamente los que conviene conocer bien. Al evangelista le interesa documentar la realidad de la muerte de Jesús. En segundo lugar parece que intenta una afirmación simbólica, que se refiere a la Iglesia. En tercer lugar se trata una vez más de comprobar el cumplimiento de la Escritura y, junto con ello, una tipología pascual. Las dos citas escriturísticas al final de la pieza constituyen la clave de todo el episodio. Incluso después de muerto Jesús, así empieza el relato, los judíos siguen empeñados en descargar sobre Jesús todo el rigor de la ley; y ello, evidentemente, porque de los colgados del madero se temía una contaminación de todo el país, especialmente en el supremo día festivo. Detrás se encontraba el texto legal: «Si un hombre ha cometido un delito digno de muerte, y ha de ser ajusticiado, le colgarás de un árbol; pero no permitirás que su cadáver pase la noche en el árbol, sino que sin falta lo enterrarás ese mismo día; pues un hombre colgado de un árbol es una maldición de Yahveh, y no has de mancillar la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar en herencia» (Dt 2t,22s). La prohibición se refería originariamente a los colgados o ahorcados, pero se amplió luego a los crucificados. Puede compararse con esto una noticia de Flavio Josefo que, con ocasión del homicidio del sumo sacerdote Anás y de un hombre, llamado Jesús, por obra de los idumeos, aliados en la guerra judía con los zelotas, dice así: «Cometieron su crimen hasta el extremo de que dejaron sin sepultar los cadáveres, aunque los judíos se preocupan en tal grado de enterrar a los muertos, que incluso bajan de la cruz y sepultan antes del ocaso los cadáveres de quienes son condenados a morir crucificados» 123. También en este pasaje se muestra Juan, como de ordinario, bien informado de las ideas y costumbres judías. Explica el proceder de los judíos mediante la referencia a la parasceve. Según su exposición lo era aquel viernes santo en un sentido doble: respecto del sábado que ya empezaba y respecto de la gran fiesta de pascua; por lo que se dice: «Aquel sábado era día de gran solemnidad.»

En consecuencia, los judíos ruegan a Pilato que se practique con todos los crucificados el crurifragium, el «quebrantamiento de las piernas»; tormento que sólo se podía infligir para acelerar la muerte, caso de que ésta no hubiera aún ocurrido, como lo indica claramente el texto. Pilato imparte la orden oportuna, que los soldados cumplen en los dos hombres crucificados con Jesús. «Pero, cuando se llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y al momento salió sangre y agua.» Sobre el dato opina Blinzler: «Llegaron, pues, unos soldados romanos y mataron a los dos ladrones, rompiéndoles los huesos de las piernas con una clava de hierro. Pero con Jesús se abstuvieron de hacerlo al comprobar que ya era difunto. Sin embargo, para estar más seguros de que no fuera bajado de la cruz con algún aliento de vida, uno de ellos le golpe6 el costado con su lanza. La salida de sangre y agua le demostr6 que, efectivamente, ya había acaecido la muerte». Estas reflexiones sólo afectan a una parte de la exposición. Lo que Juan ha pretendido con esta escena ha sido dar una «prueba» irrefragable de la muerte de Jesús.

Ciertamente que la lanzada la dan no tanto «para estar seguros de que Jesús estaba realmente muerto», cuanto «para que se cumpliera la Escritura», aunque esta idea pueda resultar pintoresca al lector moderno. En ella debe verse una acción simbólica, que como tal es imputable especialmente al evangelista. La aplicación -habitual desde los padres de la Iglesia- a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, sigue contando con más posibilidades que la simple interpretación realista. Y ello, sobre todo, porque la herida del costado es también, según Juan, un importante atributo del Resucitado (cf. 20,20.25 ss), o dicho de otro modo, es una señal de Cristo resucitado. «El evangelista se sirvió de una palabra muy estudiada, pues no dijo que perforó su costado, le hirió o algo parecido, sino que dice le golpeó, lo cual en cierto modo evoca la imagen de una herida abierta y sugiere, con la interpretación de los padres, la apertura de la puerta de vida de donde fluyen los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no es posible entrar en la vida verdadera. Aquella sangre fue derramada para el perdón de los pecados; aquel agua, que colma el cáliz saludable, asegura tanto el baño como la bebida» 126.

Se encuentra en este pasaje la referencia a un testigo: «Y el que lo vio ha dado testimonio de ello, y ese testimonio suyo es verdadero, pues él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis.» La referencia debe refrendar la fiabilidad del relato, y difícilmente cabe poner en duda que el evangelista quiere revocarse aquí a un fiador y a su testimonio concreto. Por lo demás, el concepto joánico de testigo no apunta sólo a la realidad externa y fáctica, sino que incluye también aquellos elementos que en definitiva sólo son accesibles a la fe. Se trata de una testificación cualificada, en la que no basta con haber «visto» como un acontecimiento de revelación, es decir, en su alcance teológico. Se trata de un testimonio creyente, que a su vez puede suscitar una nueva fe. En un sentido general hay que aceptar sin más que ese testimonio creyente se remonta al primer círculo de discípulos de Jesús, al que pudo haber pertenecido ese fiador del evangelista, que nosotros, desde luego, no conocemos por otros documentos. Hasta qué punto están en relación con esto las peculiaridades históricas es otro problema, en el que no podemos entrar.

Sigue todavía la referencia al cumplimiento de dos pasajes escriturísticos: «No le quebrantarán hueso alguno» se refiere a Exo 12:46, en que se dice del cordero pascual: «No quebraréis ninguno de sus huesos» 128. En la mente de Juan se tratará sin duda de una tipología pascual: Jesús es el nuevo, verdadero y escatológico cordero pascual, que para los cristianos sustituye el orden antiguo. Con él se impone un nuevo orden (la nueva alianza). Ya lo había dicho Pablo: «Echad fuera la levadura vieja, para que seáis masa nueva, lo mismo que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolado nuestro cordero pascual: Cristo. Así pues, celebramos la fiesta, no con levadura vieja, ni con levadura de malicia y de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad» (1Co 5:7-8). Que Cristo sea «nuestra pascua» difícilmente podría ser una idea especifica de Pablo; es una concepción de la tradición comunitaria prepaulina, con la que también puede estar relacionada la concepción joánica. La segunda fase bíblica suena así: «Mirarán al que traspasaron», que se refiere a un texto profético: «Y mirarán a aquel a quien traspasaron. Y harán duelo por él como se hace duelo por el hijo único, y llorarán amargamente por él como se llora amargamente por el primogénito» (Zac 12:10b). En Zacarías el «traspasado» es un personaje nimbado de misterio, cuya identificación resulta bastante discutible. Horst piensa sobre el particular: «Así pues, hay que ver conjuntamente la muerte de uno y la aniquilación de muchos, de los opresores, y habrá que valorar sin duda la muerte precedente de uno como la causa para la aniquilación de los enemigos… Habrá que pensar en la muerte sacrificial y expiatoria de un inocente para que salve de la opresión del enemigo…, y la alusión bien podría derivar de un mito escatológico, que no conocemos por otra parte». Para Juan ese «traspasado» es Jesús, al que ahora habrán de contemplar todos para su salvación (cf. también 3,14 ss). Se le señala ya con el dedo, como resucitado que lleva las heridas como una marca permanente de su humanidad, de su pasión y de su muerte. Quien lo mira consigue salvación y vida; quien pasa de lejos incurre en el juicio. Así esta última escena junto a la cruz encaja por completo en el marco de la teología joánica de la elevación de Jesús. También el último acto de la pasión representa una suprema glorificación de Jesús; hasta los soldados que perforan el costado de Jesús con la lanza, sirven a un oculto designio divino, a saber: demostrar que ese crucificado es el salvador del mundo, el acceso a la salvación para todos.

7. SEPELIO DE JESÚS (Jn/19/38-42)

38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente, por miedo de los judíos pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de Jesús. 39 Llegó también Nicodemo, aquel que al principio fue a buscar a Jesús de noche; traía una mezcla de mirra y áloe como de unas cien libras de peso. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, según es costumbre de sepultar entre los judíos. 41 Había un huerto en el lugar donde fue crucificado Jesús, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que aún no había sido colocado nadie. 42 Y allí, por ser la parasceve de los judíos, colocaron a Jesús, ya que el sepulcro estaba cerca.

Los cuatro evangelistas refieren que Jesús, después de morir en la cruz, fue bajado de ella y sepultado ( Mar 15:42-47; Mat 27:57-61; Luc 23:50-56; Jua 19:38-42). Pese a la comprensibilidad no desfavorable, propia de esas historias de la deposición en el sepulcro, son grandes las dificultades que presentan tanto en el aspecto de la tradición como de la historia. Habrá, por consiguiente, que mostrarse muy cauto en sacar unas conclusiones históricas directas, aun cuando no pueda excluirse la posibilidad de una sepultura rápida. En el aspecto literario, hay que pensar que las historias del sepelio escritas por los evangelistas no deben interpretarse sin las subsiguientes historias pascuales; aquéllas preparan la aparición de éstas mediante una serie de rasgos peculiares. Para Juan esto significa, dado que, según su relato, el entierro de Jesús tiene efecto con todos los requisitos ordenados, incluida la unción del cadáver, lo cual representa a su vez una fuerte discrepancia con los sinópticos no superable, que también en él se desarrolla un motivo importante para la ida de las mujeres al sepulcro la mañana de pascua.

Acerca de los distintos rasgos peculiares advierte J. Blinzler: por la ley ordinaria los cadáveres de los ajusticiados pertenecían al Estado romano, que en la negativa de la inhumación veía un castigo o una deshonra suplementaria. La entrega de un ajusticiado para su sepultura sólo podía lograrse por la vía de un acto de gracia de la administración, que dependía del capricho del respectivo magistrado. Parece que fue sobre todo el emperador Augusto el que reguló tales ritos. El judaísmo atribuía el máximo valor a un enterramiento honroso, y a ser posible en un sepulcro familiar. A los ajusticiados se les negaba ese honor. Para ellos había establecidos dos lugares de enterramiento público, uno para lapidados y quemados, y otro para decapitados y ahorcados. Los pecadores no debían reposar junto a los piadosos, a fin de que éstos sufrieran deshonor.

El enterramiento de Jesús, tal como lo cuentan los evangelistas, parece haberse realizado en este marco común. La iniciativa no parece, por lo demás, que haya partido de los judíos según lo presenta Juan, porque de ser así, Jesús habría sido arrojado a la sepultura común de los criminales; José de Arimatea habría llegado demasiado tarde con su petición. Todo el relato es una inserción en tensión patente con la historia tradicional del enterramiento

Según el relato de Marcos (Mar 15:42-47) -que también aquí constituye la base de los otros dos sinópticos- la iniciativa de enterrar a Jesús partió de un hombre llamado José de Arimatea. Marcos lo describe como un «miembro ilustre del sanedrín, el cual esperaba el reino de Dios» (v. 43), que de una parte estaba cerca de Jesús y de su movimiento, y de otra como miembro del Sanedrín reunía también las condiciones para llegar a un acuerdo con el procurador. El personaje de José de Arimatea, firmemente anclado en las historias tradicionales, de la inhumación de Jesús, es un apoyo importante para atribuir a esa tradición un «núcleo histórico»; sobre todo tratándose de una persona a la que no volvemos a encontrar en ninguna otra parte, y que pertenecía a una clase social distinta de la que formaban los discípulos de Jesús. Según Marcos, la bajada del cadáver y su deposición en el sepulcro hubieron de realizarse a toda prisa. La tarde avanzaba y con la puesta del sol empezaba el sábado en que debía cesar todo tipo de actividad.

Por ello José de Arimatea acude apresuradamente a Pilato, el cual se extraña de que Jesús haya muerto tan pronto. Pilato se hace confirmar la muerte de Jesús por el centurión romano que había dirigido la ejecución, y entrega después el cadáver de Jesús. Acto seguido José compra una sábana, baja a Jesús de la cruz, envuelve el cadáver en el lienzo «y lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca; luego hizo rodar una piedra sobre la puerta del sepulcro» (v. 46). Para el ulterior desarrollo de la historia en Marcos es importante que la premura de tiempo no permita la unción del cadáver de Jesús, y también la observación final: «María Magdalena y María, la madre de José, estaban mirando dónde quedaba depositado» (v. 47). La mañana de pascua emprenderán la marcha hacia el sepulcro.

En Juan (19-38-42) no hay rastro alguno de la premura de tiempo, de la prisa, ni de las deficiencias consiguientes en la inhumación de Jesús. El entierro tiene efecto más bien con toda solemnidad y con toda la solicitud que merece el cadáver de Jesús. También aquí es José de Arimatea el que toma la iniciativa; Juan lo presenta como «discípulo de Jesús, pero secretamente, por miedo a los judíos». Pilato le entrega el cadáver de Jesús sin más detalles. Luego lo quita de la cruz.

Como segunda figura aparece en Juan, además, Nicodemo, «aquel que, al principio, fue a buscar a Jesús de noche» (alusión al c. 3:Mar 3:1.4.9; cf. 7,50). También él pertenecía al estrato de los judíos acomodados, lo que se demuestra, entre otras cosas, por el hecho de traer «una mezcla de mirra y áloe como de unas cien libras de peso» para ungir al difunto. Juan quiere indicar con ello que nada faltó, que hubo abundancia de todo. Embalsamar los cadáveres no era habitual entre los judíos, a diferencia de lo que ocurría en Egipto, pero sí la unción con aceite, al que se mezclaban perfumes.

Así pues, el cadáver de Jesús fue ungido y perfumado, después lo envolvieron en lienzos «según es costumbre de sepultar entre los judíos» (cf. la resurrección de Lázaro en el c. 11, especialmente v. 44). Con este dato se quiere significar que Jesús tuvo una inhumación modélica según la costumbre judía. La sepultura de Jesús se describe en los v. 41-42, donde se deja sentir la inclinación del evangelista a presentar un cuadro lo más preciso posible.

Cerca del lugar de la ejecución había un huerto, y en él un sepulcro nuevo, en el que todavía no había sido depositado nadie: a la persona del hijo de Dios le corresponde un honor especial incluso en la muerte. Allí fue llevado Jesús. La alusión a la «parasceve de los judíos… ya que el sepulcro estaba cerca» es, sin duda, reminiscencia velada de una tradición o documento anteriores, que como Marcos hablaba de una inhumación apresurada. Pero de eso, como hemos visto, ya no es mucho lo que podemos rastrear en Juan.

……………

89. Cf. también sobre este punto 5,41-47, especialmente eI v. 43; 10, 1.8.10.12.

90. TOMAS DE AQUINO, Comentario a Juan, n. 2373-2378.

100. Se trata sin duda de una formación analógica sobre Luc 21:20-24, en que el tercer evangelista alude asimismo a la destrucción ya ocurrida de Jerusalén.

115. Cf también Pr 23 22; Luc 30:17, Eco 3:16, Eco 3:4, Eco 3:10.

117. Comentario a Juan, n.° 2441.

118. BULTMANN, Johannes, p. 521.

123. JOSEFO, Bell. Eco 4:317-318. 126. AGUSTÍN, Tratados sobre el evangelio de Jua 120:2 (BAC, Madrid 1957, p. 713).

128. Cf. también Num 9:12; Sal 34 21 dice del «justo»: «él (Yahveh) preserva sus huesos, sin que alguno de entre ellos se fracture»; pero dicho texto no hace al caso, según la versión griega de los Setenta.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

SEGUNDA PARTE

El ministerio público de Jesús: Dios muestra su majestad esplendorosa a la comunidad creyente (Jua 13:1-38; Jua 14:1-31; Jua 15:1-27; Jua 16:1-33; Jua 17:1-26; Jua 18:1-40; Jua 19:1-42; Jua 20:1-31)

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Análisis de discurso

Pilato condena a Jesús

Este capítulo es continuación del cap. Jua 18:1-40, formando una unidad hasta la sección Jua 19:1-16. Luego sigue con otras tres secciones: la crucifixión de Jesús (vv. Jua 19:16-27), su muerte (vv. Jua 19:28-37) y su sepultura (vv. Jua 19:38-42). Al terminar la condena de Jesús en Jua 19:16 se cierra el ciclo dramático del juicio contra Jesús frente a Pilato y se inicia inmediatamente otro ciclo aún más dramático en torno a la crucifixión y muerte de Jesús. El evangelista arregla los datos de estos eventos, como los anteriores, de forma circular y siguiendo el orden siguiente:

A. Pilato entrega a Jesús para la crucifixión (Jua 19:16-18)

B. Pilato rechaza la petición de las autoridades judías. El letrero sobre la cruz (Jua 19:19-22)

C. Los soldados sortean la túnica de Jesús (Jua 19:23-24)

D. La preocupación de Jesús por sus seguidores (Jua 19:25-27)

C’. Los soldados le dan vinagre a Jesús (Jua 19:28-30)

B’. Pilato acepta la petición de las autoridades judías. Jesús realiza lo que dicen las Escrituras (Jua 19:31-37)

A’. Pilato entrega a Jesús para ser sepultado (Jua 19:38-42)

Estas escenas, como las del cap. Jua 18:1-40, son parte de un todo dramático, en donde Juan intenta dejar claro que Jesús tiene control aún de su propia muerte, afirmando que nadie se la quita sino que él mismo la pone y la vuelve a tomar.

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

1. Pilato condena a Jesús a morir en la cruz (Jua 19:1-16)

TÍTULO: Algunos títulos son Jesús es sentenciado a muerte (DHH), Pilato permite la muerte de Jesús (TLA), Jesús, condenado a muerte (BA), La flagelación y la coronación de espinas (LPD), Jesús condenado a muerte (BI). Creemos que con el siguiente título se expresa mejor el núcleo de la narración: Pilato cede ante el chantaje político.

Análisis textual y morfosintáctico

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

a. Adentro: Los soldados golpean a Jesús y se burlan de él (Jua 19:1-3)

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Se supone que Jesús sigue adentro con Pilato, aunque el texto no lo expresa directamente. Así que tomó entonces Pilato a Jesús y lo azotó, se entiende que dado el rango de Pilato y su autoridad él hizo castigar a Jesús y que no fue él mismo el que lo castigó, como dejan muy claro algunas versiones: «Entonces Pilato ordenó que tomaran a Jesús y lo azotaran» (BL), «y mandó azotarlo» (DHH). Según el v. Jua 19:2 se sabe que los soldados participaron en los azotes: “Entonces Pilato se encargó de Jesús y ordenó castigarlo” o “dio la orden a los soldados de que azotaran a Jesús”. El verbo “tomó” debe entenderse que Pilato se “encargó de Jesús”: «Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús» (BP), «Así las cosas, Pilato ordenó que se aplicasen a Jesús el tormento de los azotes» (BI).

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Pilato sentencia a Jesús. Pilato cedió ante los acusadores y permitió los azotes y las burlas (1-3). Aunque probablemente pensó que los azotes a Jesús avergonzarían a los acusadores co mo para desistir de mayores demandas, esa acción era totalmente injustificada. Pero como volvió a afirmar la inocencia de Jesús después de ella (4), pareciera que lo consideraba como una alternativa a la crucifixión. El tiempo imperfecto de los verbos en el v. 3 sugiere una sucesión de actos de homenaje burlesco. El fracasado intento de Pilato de apelar a la piedad de la gente (5) es otra patética evidencia de su inconsistencia y debilidad. No se puede saber qué significado daba a su afirmación ¡he aquí el hombre! (5), pero las palabras tenían mayor significado de lo que él sabía, porque en su humillación Jesús era el hombre representativo, colocado en lugar de los demás. En todos los relatos el clamor de ¡crucifícale! (6) sigue a la propuesta de Pilato de liberar a Jesús. Sus palabras ofrecien do que ellos lo crucificaran eran irónicas, porque sabía que los judíos no tenían poder para hacerlo. Entonces los acusadores introdujeron una acusación religiosa basada en una apelación a su propia ley. Pilato se atemorizó ante la referencia a la ley, porque la política romana era la de mantener las costumbres y leyes locales. Sin embargo, el misterioso reclamo de ser el Hijo de Dios debe haberlo confundido más, lo que lo llevó a preguntar: ¿De dónde eres tú? (9), pregunta a la que Jesús contestó con el silencio. Era algo irrelevante para la acusación. Pero la negativa de Jesús a contestar impulsó a Pilato a recordarle de su autoridad (10). Sin embargo, Jesús corrigió la idea de autoridad de Pilato. Este debe haberla tenido de parte del emperador, pero no alcanzaba para el destino final (11). Jesús sabía que to da la obra de la redención no descansaba en la despótica acción del gobernador romano. La mayor culpa era de Caifás.

Los nuevos intentos de Pilato para liberar a Jesús y su capitulación ante la amenaza de ser desleal al César llevan el relato del juicio a su fin. La referencia a César terminó el tema para Pilato. Su actuación había sido tal que no podía arriesgarse a ningún informe de este tipo que llegara al emperador (cf. Luc. 13:1). Estaba más preocupado con su propia posición que por la justicia. El Enlosado (13) era una parte empedrada frente al pretorio. Esa condena de Jesús fue oficial como se ve en la referencia al tribunal. En el v. 14 Juan menciona el día de la Preparación de la Pascua y la hora (como la hora sexta), debido a que para él la relación de la muerte de Jesús con la Pascua judía era significativa. Más tarde Jesús fue considerado como el verdadero cordero pascual. La pregunta de Pilato: ¿He de crucificar a vuestro rey? (15) fue intencionalmente provocativa. Produjo de parte de los sacerdotes una confesión de lealtad al César que Pilato no podía pasar por alto. Aquí hay una profunda ironía: estaban declarando más lealtad que el mis mo gobernador. Pero su declaración significaba la rendición final ante Roma de los representantes oficiales de Israel, que no reconocían a otro señor que Dios mismo.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

19.1ss A fin de captar todo el cuadro de la crucifixión de Jesús, léase la perspectiva de Juan junto a los otros tres relatos en Mateo 27, Marcos 15 y Lucas 23. Cada escritor agrega detalles significativos, pero cada uno trasmite el mismo mensaje: Jesús murió en la cruz en cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, para que pudiésemos ser salvos de nuestros pecados y recibir vida eterna.19.1-3 El azote pudo haber matado a Jesús. El procedimiento acostumbrado era desnudar la parte superior del cuerpo de la víctima y atar sus manos a un pilar antes de azotarlo con un látigo de tres puntas. La cantidad de latigazos se determinaba por la severidad del delito; bajo la Ley se permitían hasta cuarenta (Deu 25:3). Después de azotarlo, Jesús también debió soportar otras agonías que se narran aquí y en los otros Evangelios.19.2-5 Los soldados fueron más allá de la orden de azotar a Jesús; también se burlaron de su pretensión de realeza colocando una corona sobre su cabeza y un manto real sobre sus hombros.19.7 Finalmente la verdad salió a la luz: los líderes religiosos no llevaron a Jesús ante Pilato por causar una rebelión contra Roma, sino porque pensaban que había quebrantado sus leyes religiosas. La blasfemia, uno de los delitos más serios en la Ley judía, merecía la pena de muerte. Acusar a Jesús de blasfemia daría credibilidad a su caso ante los ojos de los judíos; acusar a Jesús de traición daría credibilidad a su caso ante los ojos de los romanos. A ellos les daba igual que Pilato escuchase una acusación u otra, con tal que cooperase con ellos en matar a Jesús.19.10 Durante el juicio vemos que Jesús fue el que mantuvo el control, no Pilato ni los líderes religiosos. Pilato vaciló, los líderes religiosos reaccionaron movidos por odio y enojo, pero Jesús mantuvo su compostura. Sabía la verdad, conocía el plan de Dios y el motivo de su juicio. A pesar de la presión y la persecución, Jesús permaneció impasible. En realidad eran Pilato y los líderes religiosos los que se estaban juzgando, no Jesús. Cuando a usted lo cuestionen o ridiculicen debido a su fe, recuerde que aunque esté en juicio ante sus acusadores, ellos están en juicio ante Dios.19.11 Cuando Jesús dijo que el hombre que lo entregó era más culpable que Pilato, no disculpaba a Pilato por reaccionar ante la presión política que se ejercía sobre él. Pilato era responsable de su decisión con respecto a Jesús. Caifás y los otros líderes religiosos eran culpables de un pecado mayor porque premeditaron el homicidio de Jesús.19.12, 13 Estas palabras obligaron a Pilato a permitir la crucifixión de Jesús. Como gobernador romano de la región, se esperaba que Pilato mantuviera la paz. Debido a que Roma no podía proporcionar tropas numerosas a las regiones distantes, mantenía el control aplastando cualquier rebelión en forma inmediata y con fuerza brutal. Pilato temía que si al César llegaban informes de insurrección en su región le costara el puesto e incluso la vida. Cuando enfrentamos una decisión difícil, podemos tomar el camino más fácil o defender lo que es bueno, sin importar el costo. «Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado» (Jam 4:17).19.13 El Enlosado era el lugar contiguo a la Torre Antonia, fortaleza en la esquina noroeste del complejo del templo.19.15 Los líderes judíos buscaban con desesperación librarse de Jesús al punto que, a pesar de su intenso odio por Roma, gritaban: «No tenemos más rey que César». ¡Qué ironía aparentar alianza con Roma mientras rechazaban su Mesías! Sus palabras los condenaron porque Dios tenía que ser único y verdadero Rey, y ellos abandonaron todo rasgo de lealtad hacia El. Los sacerdotes en realidad perdieron su razón de ser: en lugar de volver a la gente hacia Dios, clamaban apoyar a Roma a fin de dar muerte a su Mesías.19.17 Este lugar llamado de la «Calavera» o Gólgota era una colina que se hallaba en las afueras de Jerusalén, junto a una vía principal muy transitada. Muchas ejecuciones se realizaban allí de modo que todos lo vieran y sirviera como escarmiento a la gente.19.18 La crucifixión era una forma romana de castigar. A la víctima sentenciada a este tipo de ejecución la obligaban a llevar su cruz por la vía principal hasta el lugar de la ejecución, como una advertencia a todo observador. Las cruces y los métodos de crucifixión variaban. A Jesús lo clavaron en la cruz, a otros simplemente lo amarraban con sogas. La muerte llegaba por sofocación, debido a que el peso del cuerpo impedía la respiración normal a medida que la víctima perdía energías. La crucifixión era una muerte terriblemente lenta y dolorosa.19.19 Este letrero intentaba ser irónico. Un rey, desnudado y ejecutado en público, obviamente tenía que haber perdido su reino para siempre. Pero Jesús, que invierte la sabiduría del mundo, iniciaba así su reino. Su muerte y resurrección darían un golpe mortal al gobierno de Satanás y establecería su autoridad eterna sobre la tierra. Muy pocas personas entenderían aquella tarde sombría el verdadero significado de ese letrero, que no hacía otra cosa sino expresar la verdad. No estaba todo perdido. Jesús era el Rey de los judíos, de los gentiles y de todo el universo.19.20 El título estaba escrito en tres idiomas: arameo para los judíos nativos, latín para las fuerzas de ocupación romanas y griego para los extranjeros y judíos visitantes de otros lugares.19.23, 24 Los soldados romanos encargados de la crucifixión acostumbraban apropiarse de las vestimentas de los condenados. Se repartieron sus vestidos, pero les costó mucho determinar quién se llevaba su túnica, pieza valiosa de su vestimenta. De esta manera se cumplía la profecía del Psa 22:18. MARIA MAGDALENALa falta de mujeres entre los doce discípulos ha incomodado a algunas personas. Pero es obvio que hubo muchas mujeres entre los seguidores de Jesús. También es bueno notar que Jesús no trató a las mujeres como lo hacía su cultura; las trató con dignidad, como personas valiosas.María de Magdala fue una de los primeros seguidores de Jesús y por cierto merece llamarse discípula. Una mujer enérgica, impulsiva y cariñosa, que no solo viajó con Jesús, sino que también contribuyó a las necesidades del grupo. Presenció la crucifixión y fue a ungir el cuerpo de Jesús la mañana del domingo cuando descubrió la tumba vacía. María fue la primera en ver a Jesús luego de resucitado.María Magdalena es un ejemplo de corazón ardiente que vivió agradecido. Jesús la liberó milagrosamente cuando echó fuera de ella siete demonios. En todo cuanto se nos dice de ella, notamos su agradecimiento por la libertad que Cristo le concedió. Esa libertad la llevó a estar al pie de la cruz cuando todos los discípulos, excepto Juan, estaban ocultos por temor. Se mantuvo cerca de su Señor. Después de la muerte de Jesús, su intención fue ofrecerle todo el respeto posible. Como todos los seguidores de Jesús, nunca esperó una resurrección corporal, pero se regocijó en gran manera al descubrir que había resucitado.María no tenía una fe complicada. Fue directa y genuina. Le interesaba más creer y obedecer que comprenderlo todo. Jesús honró su fe casi infantil, concediéndole el privilegio de ser la primera en verlo resucitado y confiándole el primer mensaje de su resurrección.Puntos fuertes y logros :– Contribuyó a las necesidades de Jesús y sus discípulos– Una de las pocas seguidoras fieles que estuvo al pie de la cruz– Primera en ver al Cristo resucitadoDebilidades y errores :– Jesús tuvo que echar de ella siete demoniosLecciones de su vida :– Los obedientes crecen en entendimiento– Las mujeres son vitales en el ministerio de Jesús– Jesús se relaciona con las mujeres de acuerdo a cómo las creó: reflejando de igual a igual la imagen de DiosDatos generales :– Dónde: Magdala– Ocupación: No se nos dice, pero al parecer era adinerada– Contemporáneos: Jesús, los doce discípulos, María, Marta, Lázaro, la madre de Jesús, MaríaVersículo clave :»Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios» (Mar 16:9).La historia de María Magdalena aparece en Mateo 27-28; Marcos 15-16; Lucas 23-24 y Juan 19-20. También se menciona en Luk 8:2.Tomás, a menudo recordado como el «incrédulo», merece respeto por su fe. Fue un incrédulo, pero su incredulidad tuvo un propósito: quería saber la verdad. Tomás no se aferró a sus dudas. Creyó de buena gana cuando le dieron razones para hacerlo. Expresó todas sus dudas y esperó la explicación de las mismas. Sus dudas eran solo una forma de reaccionar, no una costumbre.A pesar de que nuestra visión de Tomás es breve, su carácter se manifiesta con firmeza. Procuró ser fiel a lo que conocía, a pesar de lo que sentía. En un momento, cuando para todos era evidente que la vida de Jesús peligraba, solo Tomás expresó con palabras lo que la mayoría sentía. «Vamos también nosotros, para que muramos con El» (Joh 11:16). No dudó en seguir a Jesús.No sabemos por qué Tomás estaba ausente la primera vez en que Jesús apareció a los discípulos después de la resurrección, pero fue renuente en aceptar el testimonio de ellos acerca de este hecho. ¡Ni siquiera sus diez amigos lograrían cambiar su forma de pensar!Podemos dudar sin tener que vivir en incredulidad toda la vida. Las dudas motivan una reconsideración. Su propósito se relaciona más con agudizar la mente que con cambiar de manera de pensar. La duda puede usarse para plantear la pregunta, lograr una respuesta e impulsar a una decisión. Pero la duda nunca debe ser una condición permanente. La duda es un pie en alto, listo para ponerlo delante o detrás. No hay acción hasta que el pie baja.Cuando titubee, anímese a pensar en Tomás. No se plantó en sus dudas, sino que permitió que Jesús lo encaminara a creer. Anímese pensando en que un sinnúmero de seguidores de Jesús tuvieron problemas con las dudas. Las respuestas que Cristo les dio le pueden ser de gran ayuda. No se detenga en las dudas, siga hasta tomar una decisión y creer. Busque a otro creyente con el que pueda expresar sus vacilaciones. Las dudas silentes rara vez hallan respuestas.Puntos fuertes y logros :– Uno de los doce discípulos– Efusivo en dudas o creencias– Fue un hombre leal y sinceroDebilidades y errores :– Junto con los otros, abandonó a Jesús en su arresto– Rehusó creer las afirmaciones de otros que vieron a Jesús y demandó pruebas– Manifestó una actitud algo pesimistaLecciones de su vida :– Jesús no rechaza las dudas sinceras y dirigidas a creer– Es mejor creer en voz alta que ser incrédulo en silencioDatos generales :– Dónde: Galilea, Judea, Samaria– Ocupación: Discípulo de Jesús– Contemporáneos: Jesús, otros discípulos, Herodes, PilatoVersículos clave :»Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás le respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!» (Joh 20:27-28).La historia de Tomás se narra en los Evangelios. También se menciona en Act 1:13.19.25-27 Aun mientras agonizaba en la cruz, Jesús seguía ocupándose de su familia. Pidió a Juan que se hiciera cargo de María, su madre. Nuestra familia es un regalo precioso de Dios y debiéramos valorarla y cuidarla bajo todo tipo de circunstancias. Ninguna labor cristiana ni responsabilidad en cualquier trabajo o posición nos exime de la obligación de cuidar de nuestra familia. ¿Qué puede hacer hoy para demostrar amor a su familia?19.27 Jesús pidió a su amigo cercano Juan, escritor de este Evangelio, que cuidara a su madre, María, cuyo esposo, José, quizás ya había fallecido. ¿Por qué no asignó Jesús esta tarea a sus hermanos? Como hijo mayor, confió su madre a una persona que estaba con El junto a la cruz y esa persona era Juan.19.29 Esta vasija de vinagre era un vino barato que los soldados romanos bebían mientras esperaban que muriera el crucificado.19.30 Hasta ese momento, un sistema complicado de sacrificios se ofrecía por los pecados. El pecado separa al hombre de Dios y solo mediante el sacrificio de un animal, un sustituto, la gente podía recibir perdón de su pecado y llegar a obtener limpieza delante de Dios. Pero la gente peca continuamente, de modo que eran necesarios sacrificios frecuentes. Jesús, sin embargo, fue el sacrificio final por el pecado. La palabra consumado es la misma que se traduce «cancelado». Jesús vino a consumar la salvación de Dios (4.34; 17.4), a pagar la deuda total de nuestros pecados. Con su muerte, el complejo sistema sacrificial terminaba porque Jesús cargó con todos nuestros pecados. Ahora podemos acercarnos con libertad a Dios por lo que hizo a nuestro favor. Los que creen en la muerte y resurrección de Jesús pueden vivir por la eternidad con Dios y escapar de la muerte que lleva consigo el pecado.19.31 Iba en contra de la Ley de Dios exponer el cadáver de una persona toda la noche (Deu 21:23), así como también estaba prohibido trabajar después de la puesta de sol el viernes, cuando el sábado empezaba. Por eso los líderes religiosos querían que en cuanto fuera posible, el cuerpo de Jesús se bajara de la cruz y se le diera sepultura antes de la puesta del sol.19.31-35 Estos romanos eran soldados experimentados. Sabían por crucifixiones anteriores si un hombre estaba o no muerto. Sin lugar a dudas, Jesús estaba muerto cuando se acercaron para comprobarlo, por eso decidieron no quebrarle las piernas como lo hacían con otras víctimas. Cuando atravesaron su costado y vieron la separación de la sangre y el agua (indicadores de que punzaron la membrana externa cardíaca y el corazón mismo) ratificaron que había fallecido. Algunas personas dicen que en realidad Jesús no murió, sino que se desmayó, y es por eso que «resucitó». Pero tenemos el testimonio imparcial de los soldados romanos de que Jesús en verdad murió en la cruz (véase Mar 15:44-45).19.32 Los soldados romanos quebraban las piernas de las víctimas para apresurarles la muerte. Cuando una persona cuelga de la cruz, la muerte viene por sofocación, pero la víctima podía elevarse presionando la cruz con sus pies y así continuar respirando. Con las piernas rotas, la sofocación era inmediata.19.34, 35 Los detalles gráficos de la muerte de Jesús en los relatos de Juan son muy importantes, ya que Juan fue un testigo presencial.19.36, 37 Jesús murió cuando se disponían a matar a los corderos para la Pascua. Ni un hueso se rompía en los corderos sacrificados (Exo 12:46; Num 9:12). Jesús, el Cordero de Dios, fue el sacrificio perfecto por los pecados del mundo (1Co 5:7).19.38, 39 Cuatro personas cambiaron en el proceso de la muerte de Jesús. El malhechor, que agonizaba en la cruz próxima a Jesús, pidió que se acordara de él en su reino (Luk 23:39-43). El centurión romano proclamó que Jesús verdaderamente era el Hijo de Dios (Mar 15:39). José y Nicodemo, miembros del concilio judío y seguidores secretos de Jesús (Mar 7:50-52), dejaron de encubrirse. Estos hombres cambiaron más por la muerte de Jesús que por su vida. Descubrieron quién era y ese descubrimiento hizo aflorar en ellos fe, proclamación y acción. Al meditar en Jesús y su muerte, debemos llegar a lo mismo: creer, proclamar y actuar.19.38-42 José de Arimatea y Nicodemo eran seguidores de Jesús a escondidas. Temían darse a conocer por la posición que ocupaban en la comunidad judía. José era un líder y miembro de honor del Sanedrín. Nicodemo, también era un miembro del concilio, fue a Jesús de noche (3.1) y más tarde intentó defenderlo delante de otros líderes religiosos (7.50-52). Sin embargo, arriesgaron su reputación para dar sepultura a Jesús. ¿Es usted un creyente a escondidas? ¿Se oculta de sus amigos y compañeros de trabajo? Este es el momento de salir de su encierro y proclamar su fe.19.42 Esta tumba quizás era una cueva que se hallaba en una colina rocosa. Era tan espaciosa que un hombre podía caminar dentro, de manera que José y Nicodemo pusieron el cuerpo de Jesús dentro. Una piedra de gran tamaño se colocó en la entrada.19.42 Al sepultar a Jesús, Nicodemo y José debieron apurarse para no trabajar en el día de reposo, que empezaba el viernes al atardecer, con la puesta del sol.

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 1030 Isa 50:6; Mat 20:19; Mat 27:26; Mar 15:15; Luc 18:33

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

le azotó. Véase coment. en Mt 27:26.

Fuente: La Biblia de las Américas

azotó. Véase nota en Mat 27:26.

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

218 (iv) Escena cuarta (19,1-3). 1. que lo azotaran: La flagelación formaba parte del castigo habitualmente infligido a los prisione­ros, como refleja Mc 15,16-20 par. Juan ha abreviado la tradición de la flagelación y la burla de la coronación como «rey» a que fue sometido Jesús, y la ha resituado en el centro del proceso ante Pilato a fin de que la realeza de Jesús, aunque sea en forma de caricatura, esté presente durante el resto del proceso.
219 (v) Escena quinta (19,4-7). Pilato pro­clama una vez más que no ha encontrado en Jesús motivo alguno para condenarlo y lo exhi­be ante la multitud con el comentario: «¡Este es el hombre!». Aplicada a Jesús tras haber sido golpeado y ridiculizado con la corona y el man­to, la expresión puede indicar lástima por su condición de víctima. Una segunda interpreta­ción remite a la ceremonia de coronación de un «nuevo rey». El nuevo rey se presenta ante sus súbditos con los atributos reales de manto y corona, anuncia el nombre con el que va a reinar y recibe la aclamación y los vítores del pueblo. La expresión «el hombre» (anthropos, que puede traducirse simplemente por «ser hu­mano») equivaldría según esta interpretación al irónico nombre real con el que se anuncia el nuevo reinado de Jesús de acuerdo con la pro­fecía de Zac 6,12, «Aquí está el hombre llama­do Germen». 6. crucifícalo: Los que llevaron a Jesús ante Pilato reclaman la muerte de Jesús. tomadlo vosotros: Por segunda vez, Pilato remi­te el caso de nuevo a los judíos. 7. Estos res­ponden formulando de forma más específica su acusación: de acuerdo con su ley, Jesús debe morir porque se ha presentado a sí mismo co­mo «Hijo de Dios» (cf. 10,31-39). La pretensión de Jesús de tener una relación especial con Dios ha sido el principal motivo de escándalo alo largo del evangelio (p.ej., 5,18; 8,59).
220 (vi) Escena sexta (19,8-11). 8. sintió más miedo todavía: La razón del miedo de Pi­lato no queda clara. Podría estar destinado a mostrar que en verdad Jesús es «Hijo de Dios» (cf. 18,6). 9. ¿de dónde eres tú?: Se trata del punto central de las controversias de 7,27-28; 8,14; 9,29-30. no le contestó: Aunque Juan to­ma de la tradición el dato del silencio de Jesús ante Pilato (p.ej., Mc 15,5), solamente el lector joánico conoce su significado profundo. Jesús no puede revelar la verdad a Pilato porque és­te ha demostrado ya que es incapaz de «oír» la voz de Jesús (véase comentario en 18,37). Sin embargo, Jesús le replica para mostrar la fal­sedad de su pretensión de poder. 11. si no te la hubieran dado de lo alto: La respuesta de Jesús recuerda al lector una vez más que su muerte no representa la victoria de sus enemigos sino el cumplimiento del plan divino sobre él (10,17-18). Por otra parte, la entrega volunta­ria de Jesús no exime a sus acusadores del pe­cado de procurar su muerte.
221 (vii) Escena séptima (19,12-16a). 12. si pones en libertad a ese hombre, no eres ami­go del césar: La expresión «amigo del césar» se convirtió más adelante en un título honorífico concedido a quienes prestaban un servicio es­pecial al emperador. Las personas influyentes que rodeaban al rey en el período helenístico se denominaban también «amigos del rey». Al­gunas de las monedas acuñadas bajo Herodes Agripa I muestran la inscripción philokaisar, «amigo del césar». Para forzar a Pilato a eje­cutar a Jesús, las autoridades judías sustitu­yen su verdadera acusación, que es de tipo re­ligioso, por una acusación política: afirman que Jesús «se ha proclamado rey» en contra del césar y amenazan a Pilato con acusarlo de «traición» al emperador si no le condena. La venganza de Pilato es forzar a los judíos, que en 11,48.50 se muestran celosos de su Templo y de sus prerrogativas como nación, a recono­cer que el césar es su único rey. 14. ¡he aquí a vuestro rey!: Pilato repite de forma irónica la «verdad» de la «realeza» de Jesús, y deja que sean «los judíos» quienes pronuncien la sen­tencia de muerte contra él, una sentencia que el lector sabe bien que estaba decidida de an­temano (11,53; véase D. Rensberger, JBL 103 [1984] 395-411).

222 (d) La crucifixión de Jesús (19,16b-30). Al igual que las escenas anteriores, la es­cena de la crucifixión es contada por Juan de forma peculiar. El crucificado es el Hijo exal­tado. Ni la multitud se burla de él ni él experi­menta el abandono. En lugar de eso, Jesús muere con su madre y el Discípulo Amado al pie de la cruz. Incluso en los pasajes en que Juan es paralelo a los sinópticos, podemos apreciar las diferencias de matiz que derivan de su comprensión teológica. Jesús mismo carga con su cruz (v. 17); Pilato ha escrito a propósito el rótulo de la cruz que especifica el motivo de la condena (w. 19-22); la túnica de Jesús no tenía costuras, de modo que los sol­dados no tuvieron más remedio que sortearla entre ellos (v. 23); la sed de Jesús había sido anunciada por las Escrituras (v. 28). La muer­te de Jesús se describe como «entrega» de su Espíritu (v. 30).

223 (i) La acusación escrita sobre la cruz (19,16b-22). Juan no relata ninguno de los epi­sodios que los sinópticos asocian al camino de la cruz. O bien no tenía noticia de ellos (p.ej., Simón es obligado a cargar con la cruz de Je­sús, Mc 15,21), o bien prefirió que fuera Jesús quien cargara con su cruz como signo de que seguía siendo él quien controlaba su destino.
19. el rey de los judíos: En lugar de provocar las burlas de la multitud (como en Mc 15,26-32), la inscripción da pie a una última con­frontación entre Pilato y los «grandes sacerdo­tes» (v. 21). 22. lo que he escrito…: Al insistir en que no modificará su inscripción, Pilato afir­ma precisamente la verdad sobre Jesús que sus oponentes buscan desesperadamente de rechazar. Enfatiza asimismo el carácter público y universal de la afirmación, puesto que puede ser leída por todos: judíos, griegos y ro­manos.
224 (ii) Al pie de la cruz (19,23-27). Mien­tras que los sinópticos centran la escena de la cruz en las palabras y las reacciones de los es­pectadores de la crucifixión de Jesús, Juan nos describe lo que ocurre entre Jesús y «los suyos» (que aquí no se mantienen a distancia como las mujeres en Mc 15,40-41). 23. se apropiaron de sus vestidos: El evangelista ha ampliado la tra­dición acerca de los soldados que se reparten las ropas de Jesús (Mc 15,24) y la ha estructu­rado en dos secuencias: la división de su vestido y el sorteo de la túnica sin costuras. Esta doble acción se presenta como cumplimiento de las Escrituras (Sal 22,19). 25. La ampliación de la escena de los soldados se complementa con la escena de las palabras de Jesús a su madre y al Discípulo Amado. En la tradición sinóptica, las mujeres que acompañan a Jesús en la cruz se mantienen a distancia y el resto de los discípu­los huye; Juan describe a las mujeres al pie de la cruz. 27. ahí tienes a tu madre: Jn 2,3-5.12 es el único otro pasaje donde se menciona la madre de Jesús (véase i. de la Potterie, «Das Wort Jesu, “Siehe deine Mutter” und die Annahme der Mutter durch den Jünger», Neues Testament und Kirche [→ 97 supra] 191-219). No nos es po­sible determinar la relación que existe entre es­ta tradición acerca de la madre de Jesús y el Dis­cípulo Amado y la tradición reflejada en Hch 1,14, donde aparecen la madre y los hermanos de Jesús formando parte del grupo reunido al­rededor de los Doce. Tampoco queda claro has­ta qué punto es simbólica la presencia de la ma­dre de Jesús. Por una parte, encomendar al cuidado mutuo a su madre y al Discípulo Ama­do es una forma clara de completar la misión asumida por Jesús de velar por «los suyos». Otras interpretaciones remiten a símbolos ex­ternos al texto y al evangelio como «la nueva Eva» o «la Sión mesiánica que engendra a sus hijos». Ambas interpretaciones alcanzaron gran popularidad en la piedad mariana del s. XII.
225 (ni) Jesús muere (19,28-30). Jesús con­trola el proceso de su muerte hasta el final. 28. tengo sed: La sed (que Juan debe haber deriva­do de su fuente) y el vinagre se mencionan a fin de dejar bien claro que todo se ha cumplido se­gún el plan previsto. De hecho, Juan no cita de forma explícita el pasaje de la Escritura al cual se refiere. Probablemente se trate de Sal 69,22, aunque en este salmo ofrecer vinagre se des­cribe como un gesto hostil. Algunos exegetas consideran que Juan interpreta el hecho de be­ber vinagre como el cumplimiento de las pala­bras acerca de beber el «cáliz» que el Padre le ha dado (Jn 18,11). 30. todo está cumplido: Tras anunciar que la misión que el Padre le había encomendado está cumplida (cf. 8,29; 14,31; 16,32; 17,4), Jesús «entrega» su espíritu. Esta expresión recuerda una vez más al lector que nadie ha «quitado» a Jesús la vida. Jesús ha en­tregado su vida voluntariamente (p.ej., 10,18).
226 (c) El entierro de Jesús (19,31-42). Juan nos ofrece un relato muy elaborado del entierro. Algunos de los detalles, como el mo­tivo por el que los soldados no rompen las piernas a Jesús, probablemente procedan de la fuente de Juan. Los esqueletos de los crucifi­cados parecen indicar que se les rompían las piernas poco antes de su muerte para acelerar el proceso de sofocación. Otros detalles, como la obtención de «agua y sangre» del costado de Jesús, probablemente formen parte de la re­dacción final del evangelio (w. 34b-35).
227 (i) Las autoridades certifican su muer­te (19,31-37). Esta sección parece proceder de una fuente que contenía los w. 31 (exceptuan­do la explicación acerca del sábado), 32-34.36.37(?). 34. sangre y agua: En el relato ori­ginal, el agua y la sangre procedentes del costado de Jesús probablemente representa­ban un detalle que identificaba su muerte con la de los mártires. 4 Mac 9,20 describe que de la herida de uno de los mártires brotó sangre y agua. Sin embargo, en el contexto del cuarto evangelio este detalle adquiere una nueva sig­nificación. El «agua» representa el Espíritu que Jesús glorificado derramará sobre sus se­guidores (Jn 7,39). 35. Este versículo es una adición del redactor final. Prepara el terreno para 1 Jn 5,6-7, donde se afirma que la «san­gre» (muerte) de Jesús era necesaria para la salvación (también 1 Jn 1,7). 36-37. Este pasaje es inusual puesto que acaba con dos citas de la Escritura. La segunda, Zac 12,10, sola­mente puede aplicarse al detalle propio de la tradición joánica, a saber, que los soldados atravesaron el costado de Jesús. Pudo haber sido añadida por el evangelista a fin de que quedaran justificadas las dos acciones de los soldados. Si la cita de Zacarías no ha sido aña­dida por el evangelista sino que pertenece a su fuente, entonces el vb. «atravesar» debió de re­ferirse, como en Ap 1,7, a la crucifixión mis­ma. El pueblo contemplará al crucificado (se­ñal de juicio). Según Juan, el juicio se ha cumplido ya en la muerte de Jesús, La cita no está pensada como una sentencia contra el pueblo. La interpretación y la procedencia de la primera cita no está tan clara. Si su inten­ción es identificar a Jesús con el cordero pas­cual, entonces su origen es la ley que prohíbe romper los huesos del cordero (Ex 12,10 LXX; 12,46; Nm 9,12). Si el autor tiene en mente la imagen del Siervo sufriente, entonces el origen será uno de los salmos tradicionalmente aso­ciados a la pasión (p.ej., Sal 22,19 [Jn 19,24]; 69,22 [Jn 19,28]).
228 (ii) José y Nicodemo dan sepultura a Jesús (19,38-42). El relato del entierro de Jesús por José parece derivar de una fuente inde­pendiente. Describe cómo José fue a obtener autorización de Pilato para disponer del cuer­po de Jesús sin mencionar que fuera la víspe­ra del sábado (cf Mc 15,42-45). En Marcos, Jo­sé es un miembro del sanedrín que busca el reino de Dios; en Juan, es un discípulo secreto de Jesús (12,42). 39. Nicodemo: Algunos pien­san que la figura de Nicodemo entró a formar parte de la tradición joánica gracias a este re­lato. El evangelista nos recuerda que se trata del mismo Nicodemo que apareció en una de las primeras escenas (3,1-12; 7,50-51). mirra y áloes: La gran cantidad de especies (cf. la can­tidad de perfume usado por María en 12,3) probablemente quiera significar el gran honor debido a Jesús. 40. vendas de lino: A diferencia de Mc 15,46, que asume que el cuerpo fue sim­plemente cubierto con una sábana, la tradi­ción joánica mantiene que fue ungido y cuida­dosamente envuelto en vendas de lino (como Lázaro en 11,43-44). 41. un sepulcro nuevo: El detalle de destacar que el sepulcro se hallaba en un jardín próximo y no había sido usado podría proceder de los relatos apologéticos acerca de la resurrección: estos detalles dejan claro que ni María ni los discípulos podían ha­ber confundido el lugar donde lo habían se­pultado cuando fueron a visitarlo la mañana de pascua.

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

Los versículos que acabamos de transcribir contienen cuatro puntos notables de la pasión de nuestro Señor que solo se encuentran en la relación que hace San Juan.
El primero se refiere á los falsos escrúpulos de conciencia de los perversos enemigos de nuestro Señor. Se nos dice que los judíos que condujeron á Jesús no entraron en el pretorio por no contaminarse, y ser así impedidos de celebrar la pascua. ¡Esa sí que era escrupulosidad! Esos hombres crueles estaban cometiendo el hecho más atroz que jamás haya cometido algún mortal: querían matar á su propio Mesías; y, no obstante, en tales circunstancias hablaban de contaminación y del deber de celebrar la pascua.
La conciencia de los hombres no convertidos es de una naturaleza muy curiosa. En tanto que en ciertos casos se endurece, se paraliza, por decirlo así, hasta que no siente nada, en otros se vuelve nimiamente escrupulosa acerca de las materias religiosas de importancia secundaria. No son raras las personas que observan con exactitud los ritos y ceremonias más insignificantes, en tanto que cometen los más inmundos pecados, y los más detestables actos de inmoralidad. En algunos países los ladrones y los asesinos son muy rígidos acerca de la confesión, la absolución y las oraciones á los santos. Á los ayunos y el ascetismo voluntario de la cuaresma muchas veces se siguen los excesos y el libertinaje del Carnaval. Estos son síntomas de una enfermedad espiritual, de un corazón quo abriga algún secreto descontento. Las personas que descuidan sus deberes en unas cosas se esfuerzan en compensar su falta desplegando un celo exagerado en otras. Ese celo sirve de título á su propia sentencia.
Pidamos á Dios que ilumine nuestras conciencias con su Santo Espíritu, y que nos libro de practicar un Cristianismo deformo y bastardo. Una religión que permite al hombre descuidar la santidad de vida, y que lo hace fijar toda su atención en formas, sacramentos, ceremonias y oficios públicos, es, por lo menos, sospechosa. Puede ser que el que la profese manifieste mucho celo y entusiasmo, mas no es sana á los ojos de Dios. Los fariseos pagaban diezmos de la yerbabuena, el eneldo y el comino, y rodeaban la mar y la tierra para hacer un prosélito, en tanto que pasaban por alto lo más grave de la ley, como el juicio, la misericordia y la fe. Mat 23:23. Los mismos judíos que estaban sedientos de la sangre del Salvador, eran los que rehusaban entrar en el pretorio por no contaminarse, y los que se afanaban por celebrar la pascua con todas las formalidades prescritas por la ley. Que su conducta sirva siempre de escarmiento á los cristianos. Poco, muy poco vale la religión que no nos impulsa á exclamar: «Por tanto todos los mandamientos do todas las cosas estimé rectos: todo camino de mentira aborrecí.» Psa 119:128.
El segundo punto que es de notarse se refiere á la aserción que nuestro Señor hizo acerca de su reino. Hela aquí: «Mi reino no m de este mundo.» Estas célebres palabras han sido tantas veces torcidas de su verdadero significado que puede decirse que el esclarecimiento que expresan yace oculto bajo un montón de interpretaciones falsas.
El objeto principal que nuestro Señor se propuso al decir que su reino no era de este mundo fue dar a conocer á Pilato la verdadera naturaleza de su reino, y rectificar cualquiera idea errada que sobre ese particular hubiera recibido de los judíos. Le dio á entender que no había venido al mundo á establecer un reino que estorbase la marcha del gobierno romano; que su objeto no era erigir un poder temporal sostenido por las armas y mantenido por medio de contribuciones; que el único dominio que él poseía era el que ejercía sobre el corazón del hombre, y que las únicas armas que sus súbditos empleaban eran las espirituales; que un reino que no exigía dinero ni se apoyaba en soldados mal podía asustar á los emperadores de Roma.
Mas por otra parte, es preciso no inferir que nuestro Señor quisiese dejar comprender que los reyes de este mundo no tienen nada que hacer con asuntos religiosos, ó que deben gobernar con absoluta prescindencia de toda autoridad y de todo precepto divinos. Es bien seguro que él no tuvo en mira semejante cosa. El sabia bien que estaba escrito: «Por mí reinan los reyes,» (Pro 8:15) y que los monarcas tienen tanto deber de servir á Dios en su puesto como los más humildes de sus súbditos. También sabía que la prosperidad de los reinos depende de un todo de la bendición de Dios, y que los reyes están tan obligados á propender por la justicia y la piedad, como á castigar la injusticia y la impiedad. Es un absurdo suponer que nuestro Señor quisiera enseñar á Pilato que un incrédulo puede ser tan buen rey como un cristiano, y un hombre como Gallion tan buen gobernante como David ó Salomón.
El tercer punto que es de notarse se refiere á la aserción que nuestro Señor hizo respecto de su misión. Dijo así: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, es á, saber, para dar testimonio á la verdad..
Por supuesto que nuestro Señor no quiso decir que este era el único fin de su misión; es de suponerse que el habló con referencia a los pensamientos que él sabia se estaban cruzando en la mente de Pilato. No había venido á ganar un reino con la espada, ni á reunir defensores y partidarios por medio de la fuerza.
La única espada que había empuñado era la «verdad.» Declarar al hombre caído la verdad acerca de Dios, acerca del pecado, acerca de la necesidad de un Redentor, acerca de la naturaleza de la santidad, he aquí un gran fin de su misión. Ni vaciló en decirle al orgulloso gobernador que el mundo necesitaba de esa misión. A esta circunstancia fue precisamente que aludió San Pablo cuando dijo á Timoteo: «Jesucristo testificó una buena profesión delante de Poncio Pilato.» 1Ti 6:13.
Esa noble conducta debe servirnos de ejemplo. Á semejanza de nuestro Señor debemos declarar la verdad de Dios, y ser luz en medio de las tinieblas, poniéndonos de pié ante el mundo para protestar sin temor contra su corrupción y sus vicios. Tal proceder nos acarreará acaso muchas molestias, y aun persecuciones; mas nuestro deber es claro. Si anhelamos nuestra salvación, si queremos satisfacer nuestra conciencia, si deseamos que Jesucristo nos reconozca en el último día, es preciso que seamos testigos de la verdad. Escrito está: «El que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adulterina y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando vendrá en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Mar 8:38.
El único punto que debemos observar es el que respecta á la pregunta que Poncio Pilato dirigió á nuestro Señor. Se nos dice que cuando Jesús aludió á la verdad el gobernador romano replicó, «¿Qué cosa es verdad?» No se nos dice qué razón especial tuviera para hacer esa pregunta, ni puede inferirse que aguardara la contestación. Lo más probable es que la hiciera con burla y sarcasmo, como si no creyera que hubiese tal cosa como la verdad. Talvez por haber oído desde su más temprana edad las excéntricas especulaciones de los filósofos griegos y romanos, dudaba de mi misma existencia.
Doloroso como es el decirlo, hay gran número de personas de los países cristianos que se encuentran en el mismo estado mental en que estaba Pilato en aquella hora. Centenares hay, especialmente en las clases altas, que excusan su irreligión con el pretexto de que, á semejanza del gobernador romano, no pueden, discernir qué cosa sea la verdad. Citan las interminables controversias entre los romanistas y protestantes, entre los miembros de la iglesia establecida y los disidentes, y quieren hacer creer que no saben quiénes tengan razón y quiénes no la tengan. Bajo el abrigo de esa disculpa pasan la vida sin profesar decididamente ninguna, religión, y muy á menudo mueren en ese estado de desdicha y desconsuelo.
Mas ¿es cierto realmente que es imposible descubrir la verdad? Do ninguna manera. Dios no deja jamás al sincero y diligente investigador sin luz y sin dirección. Uno do los obstáculos que á muchos impide descubrir la verdad es el orgullo: no le piden á Dios hincados do rodillas que los guíe. Otro obstáculo es la desidia: no se empeñan en escudriñar las Escrituras, Por regla general, los imitadores del miserable Pilato no acatan con afanosa atención la voz de la conciencia. Ojalá que reconocieran cuan ciertas son las siguientes palabras do Salomón: «Si clamares á la inteligencia, y á la prudencia dieres tu voz; si como á la plata la buscares, si como á tesoros la escudriñares: entonces entenderás el temor do Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.» Pro 2:3-5. Es imposible seguir ese consejo y no atinar con el camino del cielo.

Fuente: Los Evangelios Explicados

lo azotó… → §275.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

BD459(2) Juan usa τότε οὖν como una partícula conectiva para introducir un evento subsiguiente; significa: luego; no en ese momento (comp. Jua 11:14).

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

O, mandó azotar

Fuente: La Biblia de las Américas

Pilato hace azotar a Jesucristo. Los judíos no se contentan con esto. Pilato intimidado por ellos, y dando antes un testimonio de la inocencia del Señor, le condena a muerte. Jesús carga con la cruz, y es crucificado entre dos ladrones. Pilato pone el título sobre la cruz. Los soldados reparten entre sí los vestidos del Señor, y echan suertes sobre su túnica. Jesús desde la cruz encomienda su madre a Juan, su amado discípulo. Tiene sed el Señor, y le presentan vinagre. Entrega su espíritu. Le abren el costado con una lanza, y sale de él agua y sangre. Embalsaman su cuerpo, y le ponen en el sepulcro.

1 a. Lo mandó azotar.

5 b. Ved aquí al hombre que vosotros acusáis de haber querido usurpar el reino. Juzgad si un tal hombre, reducido a tales términos, puede hacer sombra, ni dar que temer a los judíos, ni a los romanos. El designio de Pilato presentándoles a Jesús en un estado que podía mover a compasión a las mismas fieras, fue de ablandar su corazón, viendo reducido al último extremo a aquel hombre en quien él les declaraba que no había encontrado ninguna causa, esto es, delito.

7 c. La ley de Moisés condenaba a muerte a los blasfemos (Lev 24,14). Y éste es el supuesto delito por el cual pretendían ahora que fuese condenado Jesucristo. Dejando a un lado tantos prodigios, con los que el Señor les había dado muestras evidentes de su divinidad, no reconocieron otra ley que la de su furor y odio para pedir su muerte.

8 d. Le inquietaban por una parte los remordimientos de su propia conciencia, viendo que condenaba a un inocente; y por otra los clamores y algazara de aquel pueblo, que con desenfrenados gritos pedía su muerte.

9 e. Porque ya le había hecho ver bastantemente su inocencia.

10 f. Éste es discurso de un juez inicuo. Si Pilato había conocido la inocencia del Señor, las leyes no le daban facultad para condenar a un inocente; y así en buena ley y regla de justicia debía ponerle en libertad. Al mismo tiempo que se jacta de su poder, teme vilmente a la plebe.

11 g. Que es como si le dijera: Es verdad que por tu cargo tienes poder de quitarme la vida; mas este poder le tienes de Dios, y a él serás responsable, si abusas de tu autoridad condenándome injustamente. Y aunque tú seas menos culpable que los judíos, porque consientes en mi condenación por temor y como por fuerza, no por eso dejas de serlo. Ellos lo son más, porque me han entregado a ti por un movimiento de odio y de malicia diabólica.

13 h. Temió que le acusasen ante Tiberio de lesa majestad; y al cabo cedió al furor y rabia de los judíos.

i. El Griego: lithóstrotos, porque el pavimento estaba compuesto de pequeñas piedras de diversos mármoles.

j. Gabbatha, lugar elevado, de gáv, elevación. Era una especie de galería, desde donde se hablaba al pueblo, y que servía de pasadizo para ir desde el palacio del gobernador a la fortaleza Antonia, y desde aquí al templo.

14 k. Viernes. Se llamaba Parasceve, del verbo griego paraskeuázo, que significa preparar, porque en él se preparaba lo necesario para el día siguiente, que era sábado o día de descanso. Este viernes era el que precedía al grande sábado, que caía en la grande solemnidad de la Pascua.

l. Cerca del mediodía. Esto es, la hora de tercia (Mc 15,25), que declinaba a la sexta.

15 m. Los judíos se gloriaban otras veces de no tener más rey que a Dios (8,41); pero ahora renuncian públicamente a este tan señalado privilegio. Por esto el Señor los puso después en manos de los Césares, para que los destruyesen de una manera tan funesta. San Cirilo in Joan. lib. XII; San Juan Crisóstomo in Joan. Homil. LXXXIII. Y según esta confesión de ellos y la profecía de Jacob, había ya venido el Mesías.

17 n. Mt 27,33; Mc 15,22; Lc 23,33. El Señor salió del pretorio llevando sobre sí la cruz; y en el camino, esto es, al salir de la ciudad (Mt 27,32), viéndole desfallecido y sin fuerzas, y temiendo aquellos crueles verdugos que moriría bajo de su enorme peso, y que no tendrían la satisfacción de verle morir clavado en ella, obligaron a Simón de Cirene a que la cargase y llevase en pos del Señor.

20 o. El Griego: rhomaistí, en romano. Para que fuese notorio a todas las naciones que en aquel tiempo habían concurrido a Jerusalén por causa de la fiesta. En hebreo, esto es, siro-caldeo, que era el hebreo de aquel tiempo.

22 p. Lo escrito una vez, escrito quedará. Y con esto, sin conocerlo, dejó afianzada una de las más importantes verdades de nuestra Religión; a la manera que Caifás profetizó sin saberlo.

23 q. El manto o capa era el vestido exterior, que constaba de cuatro pedazos cosidos y unidos entre sí (Dt 22,12); y así no tuvieron que hacer más que descoserlos y repartirlos entre sí. Y de aquí se infiere que fueron cuatro soldados los que crucificaron al Señor, y a los que pertenecían las ropas de los que eran crucificados. Los otros que asistían con el oficial, servían para hacerles la guardia, e impedir que los quitasen de la cruz. Era la túnica figura de la Iglesia indivisible, y una en fe y caridad.

25 r. Unos quieren que fue mujer, y otros hija de Cleofás. Por el texto Griego no se puede determinar el sentido.

26 s. ¡Qué privilegio y qué honra para San Juan! El mismo Jesucristo dio a la Santísima Virgen en su lugar, y por hijo suyo a Juan, en el momento mismo en que iba a dejarla. Mas, ¡qué cambio tan doloroso y tan extraño para María, recibir al discípulo por el Maestro, y ser llamada madre de Juan, siendo madre del Hijo de Dios!

27 t. El Griego: eis tá ídia, que es acusativo del plural in propria, por suya, entre sus prendas, en su casa, consigo. La llevó a su casa, para que viviese en su compañía; y la trató con el respeto que se debe a una madre, y tal madre.

28 u. Sal 68,22. Esta sed corporal de Jesucristo era imagen de otra sed interior, que le hacía desear ardientemente la reconciliación de los hombres con su Padre.

29 v. Los soldados romanos, y aun los oficiales, cuando estaban en campaña, se preparaban una suerte de bebida compuesta de vinagre mezclado con agua, que llamaban posca de pío, poto, así como también el alimento esca de édo, edo. De los soldados, continuando unos en insultar al Señor, le presentaron vino o vinagre mezclado con hiel o mirra, que habiendo gustado el Señor, no quiso beber (Mt 27,34; Mc 15,23). Otros, más compasivos le alargaron del vinagre que tenían preparado para sí, para darle algún refrigerio; y aquí (v. 30) parece insinuar el Evangelista que lo tomó. Pero lo que parece más natural reduciendo a un sentido todo lo que dicen los Evangelistas, es que presentando al Señor vino o vinagre mezclado con alguna cosa amarga, el Señor lo gustó por participar de su amargura; pero no lo bebió, negándose aun en aquel extremo a todo alivio o refrigerio.

w. Alrededor de un hisopo, de una vara, o caña de hisopo, que es una planta que crece mucho en la Palestina. Otros: El hisopo atado a la caña.

30 x. Consumadas son todas las cosas pertenecientes a la salud de los hombres. Se llevó a su perfección con sólo el sacrificio de Jesucristo la obra de la redención, y tuvieron su cumplimiento todas las profecías. Se acabaron ya las ceremonias de la ley, sus ritos y sacrificios.

y. Mostrando con esto su sumisión voluntaria a la muerte, y que entregaba su espíritu en las manos de su Padre, como árbitro que era de dejar y de volver a tomar la vida, cuándo y cómo quisiese.

31 z. Para quitar de la vista de los hombres un espectáculo tan funesto en un día tan solemne; y por cuanto los que eran crucificados solían permanecer vivos en la cruz más de un día entero, rogaron por esto a Pilato que les permitiese hacerlos morir cuanto antes, y usar con ellos la cruel piedad de acabarlos con un castigo tan violento y tan doloroso.

34 a. La divina Providencia permitió esto, para que no quedase la menor sombra de duda de la muerte del Redentor, con lo que fuese después más gloriosa su resurrección. Muchos Padres con San Agustín reconocen el misterio de la Eucaristía en la sangre que salió del costado, y en el agua el sacramento del Bautismo. Vulgarmente se cree que se llamaba Longinos el soldado que atravesó el pecho del Señor con una lanza. No consta su nombre; y esta opinión nace de la equivocación que ofrece la voz griega lónje, que significa lanza. La versión árabe de la edición Erpeniana añade que atravesó su costado derecho; para hacer ver sin duda que aquella agua había salido milagrosamente del costado derecho: lo que no sería, si hubiese salido del costado siniestro por razón de la que se contiene en el perikardío, el cual herido y penetrado con la lanza, naturalmente debía salir agua y sangre. Esto, pues, fue misterioso y sobrenatural; y por esta razón parece que el Evangelista quiso dar un testimonio tres veces repetido de esta verdad: kái ho eorakós memartúreke, etc.

35 b. Y yo mismo, que vi este prodigio de salir sangre y agua del costado de Jesucristo, doy testimonio de que así sucedió, etc. El hebreo: n’mn, y el Griego: alethés, verus, no significan simplemente lo que es en sí verdadero, sino lo que debe ser admitido y creído por testimonio firme e irrefragable, como era en las causas judiciales el que daba un testigo ocular o autóptes. Y tal es éste que da aquí el Evangelista (véase 21,24).

36 c. MS. No menuçaredes uesso dél (Éx 12,46; Núm 9,12). Esto se dijo del cordero pascual, que era figura de Jesucristo.

37 d. Zac 12,10. Se convertirán a aquel cuyo costado cruelmente atravesaron. Cumpliéndose una doble profecía, que se encierra en estas palabras: la primera mira, a que el costado del Señor sería abierto; y la segunda a la conversión de un grande número de aquellos mismos hebreos que hicieron morir a Jesús por manos de los romanos (véase Lc 23,48).

38 e. Esto fue antes de la muerte de Cristo; y así ahora sin el menor temor se presenta a Pilato, a pedirle el cuerpo del Señor.

39 f. La mirra y el aloe o acíbar, siendo muy amargos, resisten a la corrupción, y por eso se usaban para embalsamar los cadáveres de la gente más principal, y también para dar fragancia a las vestiduras de los reyes (Sal 45,8). Como el peso de cien libras parece excesivo para embalsamar un solo cuerpo, creen unos que Nicodemo preparó esta porción para quemar una grande parte de ella en honor de Jesucristo. Otros trasladan la palabra original, lítra no por libra, aunque significa esto, sino por una suerte de moneda de poco valor, como si dijéramos peseta, que también significa; y así lo exponen, diciendo que llevó una confección de mirra y de aloe, del valor como de cien pesetas.

42 g. José y Nicodemo no hubieran sin duda sepultado al Señor en aquel lugar, si hubieran tenido tiempo de prepararle un sepulcro más honroso. Pero la Providencia del Señor dispuso que estuviese cercano a la ciudad, para que todos pudiesen conocer mejor su resurrección.

Fuente: Notas Bíblicas

[4] Llevando la maldición de la tierra simbolizada por la espinas.

[5] Estaban totalmente ignorantes de versículos tales como Sal 2:7, Sal 2:12, Pro 30:4, Sal 82:6 y otros.

[1] Véase nota en Mat 27:38.

[2] Significando así que Su muerte era la expiación por todo Israel de ambas casas dispersadas a las cuatro esquinas de la tierra.

[3] En el Griego El está diciendo “está terminado” Pero en el Hebreo hay otro significado que muchos no han captado. En el Hebreo la palabra para “final”, o “está terminado” es kala, que también significa novia. Las últimas palabras hechas por Yahshua antes de Su muerte fue un grito para que Su kala retornará y fuera limpiada y perdonada, mostrando que aún mientras moría tenía a Israel en Su mente y en Su corazón. En esencia al gritar por el kahal, o la congregación/novia de Israel, El está mostrando la verdadera razón por la que se colgó así mismo en un árbol. Una palabra alternativa por terminado es neshalem, cuya raíz es shalom. Al combinar estas dos variaciones en Hebreo, obtenemos Shalom Mi novia. YHWH sólo tiene una novia y el Hijo fue enviado a recoger esa novia extraviada, así como Eliécer fue enviado a recoger una novia para Isaac. Esa palabra kala es el mensaje del reino en una palabra.

[4] Que significa las 3 PM, cuando el 14 de Aviv oficialmente terminaba, un día antes del Shabát anual del 15. Claramente el no fue atravesado en un viernes, sino que el día antes del Shabát anual de Aviv 15.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[9] ¿De quién desciendes? En Lucas, la pregunta de Pilatos se refiere al origen terreno de Jesús. En Juan, la pregunta demuestra que Pilatos pertenece a un mundo que no puede conocer al Hijo, por eso la solución es el silencio. Mar 14, 61; Luc 23, 9; 26, 6.[13] Litóstrotos significa pavimento, semejante al mosaico. Este mosaico fue descubierto e identificado.[24] Sal 22 (21), 19.[25] Sólo Juan menciona la presencia de María y del discípulo junto a la cruz. Las palabras son un acto de piedad filial; pero son también un signo de la maternidad espiritual de María, como nueva Eva y madre de los creyentes.[28] Sal 69 (68), 22.[31] Caía dentro de la Pascua, que aquel año había sido el día antes.[36] Ex 12, 46; Num 9, 12.

Fuente: Notas Torres Amat