Pero Tomás, llamado Dídimo, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
20:24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. — Juan no explica la razón de su ausencia. Por no estar presente él perdió una bendición grande, la de ser testigo ocular de la resurrección de Jesús. Tuvo que vivir otra semana más en la incredulidad. De la misma manera todo hermano que falta en su asistencia a una reunión de la iglesia pierde una bendición de Dios.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Tomás. Jua 11:16; Jua 14:5; Jua 21:2; Mat 10:3.
no estaba con ellos cuando Jesús vino. Jua 6:66, Jua 6:67; Mat 18:20; Heb 10:25.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Tomás no estaba presente cuando Jesús se apareció a los discípulos en el cuarto cerrado (vv. Jua 20:19-23).
Si no viere en sus manos: Jesús mostró sus manos y su costado cuando se apareció a los otros discípulos (v. Jua 20:20). No hay duda de que se lo contaron a Tomás; de ahí su petición.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Ya se había descrito a Tomás como un discípulo leal pero pesimista. Jesús no lo reprendió por haber fallado, sino que a cambio le mostró su compasión al ofrecerle pruebas de su resurrección. Con amor, llegó a su encuentro en el momento de debilidad (2Ti 2:13). Las acciones de Tomás revelan que Jesús tuvo que convencer a los discípulos de su resurrección de manera enérgica, es decir, no eran personas muy crédulas para convencerse de la resurrección. Esto también demuestra que no pudieron haber inventado o imaginado dicho acontecimiento, puesto que eran tan reacios a creerlo aún ante la evidencia visible.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
20:24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. — Juan no explica la razón de su ausencia. Por no estar presente él perdió una bendición grande, la de ser testigo ocular de la resurrección de Jesús. Tuvo que vivir otra semana más en la incredulidad. De la misma manera todo hermano que falta en su asistencia a una reunión de la iglesia pierde una bendición de Dios.
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL ESCÉPTICO, CONVENCIDO
Juan 20:24-29
Pero Tomás, que quiere decir «el Mellizo» y era uno de los Doce, no estaba con los demás cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron:
-¡Hemos visto al Señor!
Y Tomás les contestó:
-Como no vea yo las señales de los clavos en Sus manos y meta el dedo en ellas, y meta la mano en Su costado, no me lo creo.
A les ocho días estaban otra vez los discípulos en aquella habitación, y Tomás entre ellos. Aunque tenían las puertas atrancadas, vino Jesús y se puso en medio de ellos y los saludó diciendo:
-¡Que la paz sea con vosotros! -Y a continuación le dijo a Tomás-: Acerca aquí el dedo, y mira Mis manos; acerca la mano y métela en Mi costado; y demuestra que no eres incrédulo, sino creyente.
-¡Mi Señor y mi Dios! -exclamó Tomás.
Y Jesús le dijo:
-Has creído porque Me has visto. ¡Bienaventurados los que han creído aunque no hayan visto!
Para Tomás la Cruz había sido lo que él se había temido. Cuando Jesús les propuso volver a Betania, cuando recibieron la noticia de la enfermedad de Lázaro, la reacción de Tomás había sido: «¡Vamos nosotros también a morir con Él!» Jn 11:16 ). A Tomás no le faltaba valor; lo que le pasaba era que era pesimista por naturaleza. No hay la menor duda de que amaba a Jesús. Le amaba lo bastante para estar dispuesto a ir a Jerusalén a morir con Él cuando los otros vacilaban y tenían miedo. Había sucedido lo que él se había temido; y, aunque lo esperaba, le había destrozado el corazón de tal manera que rehuía a los demás y quería estar solo con su dolor.
El rey Jorge V de Inglaterra solía decir que una de las reglas de su vida era: «Cuando tenga que sufrir, dejadme que me aparte y sufra solo como un animal bien educado.» Así, Tomás prefería enfrentarse con el sufrimiento y el dolor a solas. Por eso, cuando se les presentó Jesús a Sus discípulos, Tomás no estaba entre ellos; y, cuando le dijeron que habían visto al Señor, aquello le pareció demasiado bueno para ser verdad, y se mostró incapaz de creerlo. Beligerante en su pesimismo, dijo que en la vida creería que Jesús había resucitado a menos que Le viera con sus propios ojos y tocara las señales de los clavos en Sus manos y metiera la mano en la herida de la lanza en Su costado. (No se hace referencia a las huellas de los clavos en los pies, tal vez porque no se les solían clavar, sino sólo atar, a los crucificados).
Pasó una semana, y Jesús volvió; y esta vez Tomás estaba allí. Y Jesús conocía el corazón de Tomás: le repitió sus propias palabras, y le invitó a hacer la prueba que él mismo había sugerido. Y a Tomás se le salió el corazón de alegría y de amor, y sólo pudo decir: «¡Mi Señor y mi Dios!» Jesús le dijo: «Tomás, tú has tenido que ver con tus propios ojos para creer; pero llegará el día cuando habrá personas que creerán sin haber visto más que con los ojos de la fe.»
El carácter de Tomás se nos presenta con toda claridad.
(i) Cometió una equivocación: el retirarse de la compañía de los que habían compartido con él lo mejor de sus vidas. Buscó la soledad; y, por no estar con sus camaradas, se perdió la primera visita de Jesús. Nos perdemos un montón de cosas cuando nos separamos de la comunión cristiana y tratamos de arreglárnoslas solos. Nos pueden suceder cosas buenas en la comunión de la Iglesia de Cristo que no nos sucederán si estamos solos. Cuando llega el dolor y la aflicción nos envuelve, a veces tendemos a encerrarnos en nosotros mismos y rechazar el encuentro con otras personas. Ese es precisamente el momento en que, pese a nuestro dolor, debemos buscar la comunión de los hermanos en Cristo, porque es ahí donde podemos encontrarnos con Él cara a cara.
(ii) Pero Tomás tenía dos grandes virtudes. Se negaba en redondo a decir que creía lo que no creía, o que entendía lo que no entendía. Jamás acallaba sus dudas pretendiendo no tenerlas. No era de los que recitan un credo sin saber lo que están diciendo. Tomás tenía que estar seguro, y eso no se le puede reprochar. Tennyson escribió:
Vive más fe en una honrada duda que en muchos de los credos, créeme.
Hay una fe más auténtica en la persona que insiste en estar segura, que en la que repite rutinariamente cosas que no ha pensado nunca por sí y que es posible que no crea de veras. Esa es la duda que a menudo acaba en certeza.
(ii) La otra gran virtud de Tomás era que, cuando estaba seguro, no se quedaba a mitad de camino. «¡Mi Señor y mi Dios!», dijo. Esa no fue una confesión a medias, sino la más completa del Nuevo Testamento. No era uno de esos que airean sus dudas para practicar una especie de acrobacia intelectual; dudó hasta llegar a la seguridad; y una vez que llegó, se rindió totalmente a la certeza. Cuando una persona alcanza la convicción de que Jesucristo es el Señor venciendo sus dudas llega a una seguridad que no puede alcanzar la que acepta las cosas sin pensarlas.
TOMÁS EN LO SUCESIVO
Juan 20:24-29 (conclusión)
No sabemos con seguridad lo que fue de Tomás más adelante; pero hay un libro apócrifo que se llama Los Hechos de Tomás que pretende contarnos su historia. Se trata, desde luego, de leyendas; pero puede que contengan restos de su historia. Nos presentan el carácter de Tomás con verdadero realismo. Veamos algunos detalles.
Después de la muerte de Jesús, Sus discípulos se repartieron el mundo para evangelizar los diferentes países. A Tomás le tocó la India. (Hasta el día de hoy hay una iglesia cristiana en el Sur de la India que se llama la Iglesia de Santo Tomás, porque se cree que él fue su fundador).
Al principio, Tomás se negó a ir, alegando que no era bastante fuerte para un viaje tan largo. Y dijo: «Yo soy hebreo; ¿cómo voy a ir a predicarles la verdad a los indios?» Jesús se le apareció una noche y le dijo: «No tengas miedo, Tomás; vete a la India a predicar la Palabra allí, porque Mi gracia estará contigo.» Pero Tomás seguía negándose. «Mándame adonde quieras -le dijo a Jesús-, pero que no sea a la India; porque allí no voy.»
Sucedió que había venido cierto mercader de la India a Jerusalén que se llamaba Abanes. Le había enviado el rey Gundaforo para que le llevara a un experto carpintero, y eso es lo que era Tomás. Jesús se dirigió a Abanes en el mercado y le dijo: «¿Quieres comprar un carpintero?» Abanes le dijo:
«Sí.» Y Jesús entonces le propuso: «Tengo un esclavo que es carpintero, y quiero venderle,» y señaló a Tomás desde lejos. Llegaron a un acuerdo en el precio, y se hizo un contrato de compra-venta que decía: «Yo, Jesús, hijo de José el Carpintero, certifico que te he vendido a mi esclavo que se llama Tomás a ti, Abanes, mercader de Gundaforo, rey de los indios.» Cuando se firmó y selló el trato, Jesús encontró a Tomás, y se le llevó a Abanes, quien le preguntó: «¿Es este tu Señor?» Tomás contestó: «¡Pues claro que sí!» Y Abanes le dijo: «Pues yo te he comprado.» Tomás. no dijo nada. Pero, de madrugada, se levantó a orar; y al final de su oración Le dijo a Jesús: «Iré adonde Tú me mandes, Señor Jesús, hágase Tu voluntad.» Esto nos presenta al mismo Tomás de siempre, lento para convencerse y para rendirse; pero, que una vez que se rendía, se rendía de veras.
La historia sigue diciéndonos que Gundaforo le mandó a Tomás que le construyera un palacio, y Tomás dijo que estaba dispuesto a hacerlo. El rey le dio dinero en abundancia para los materiales y para contratar obreros; pero Tomás se lo dio todo a los pobres. Siempre le decía al rey que el palacio iba para arriba; pero el rey estaba muy suspicaz. Por último mandó a buscar a Tomás, y le preguntó: «¿Me has construido ya el palacio?» «Sí», le contestó Tomás. «Bueno; entonces, ¿podemos ir a verlo?», le preguntó el rey; y Tomás le contestó: «No lo puedes ver todavía; pero, cuando te vayas de esta vida, entonces lo verás.» Al principio el rey se puso furioso, y Tomás corrió verdadero peligro; pero luego el rey se convirtió a Cristo… y así trajo Tomás el Evangelio a la India.
Tomás tiene algo muy simpático y admirable. La fe no le resultaba fácil; y la obediencia no era su reacción espontánea. Era un hombre que tenía que estar seguro, y tenía que calcular el precio; pero, una vez que estaba seguro, y una vez que había contado el precio, llegaba hasta el límite de la fe y de la obediencia. Una fe como la de Tomás es mejor que una confesión templada; y una obediencia como la suya es mejor que una conformidad fácil que se muestra de acuerdo en hacer algo sin contar con el precio, y luego se vuelve atrás.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
b. Jesús aparece a los discípulos estando Tomás presente (vv. Jua 20:24-29)
Análisis de discurso
TÍTULO: Hay una variada cantidad de posibilidad que son aceptables: Incredulidad de Tomás (RV95), Tomás ve al Señor resucitado (DHH), Jesús y Tomás (TLA, BA). Otras versiones consideran esta parte como continuación de la anterior y no ofrecen ningún título (LPD, BJ, BL).
Análisis textual y morfosintáctico
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
«Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús» (DHH). La oración “cuando llegó Jesús” será mejor traducirla “cuando Jesús se apareció en medio de ellos”. Algunas versiones traducen el sobrenombre de Tomás como está en el texto: “Dídimo”, lo que puede conducir a creer que es el segundo nombre de Tomás. Será oportuno dejar claro que se trata de un apodo o sobrenombre, traduciendo “Gemelo” o, como varias versiones prefieren, con el término sinónimo «Mellizo» (BL, LPD, BA, BI).
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Jua 11:16.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Jesús se aparece a Tomás. Juan menciona aquí tanto el nombre arameo como gr. de Tomás, aunque ya se ha referido antes a este discípulo. Este episodio marca el clímax, porque re gistra la incredulidad y luego la llegada a la fe de Tomás de una manera que ilumina el principal propósito del Evangelio (vv. 30, 31). No se expresa la razón por la ausencia de Tomás (24). Su enfática in credulidad del testimonio de los otros discípulos intensificó su percepción subsecuente de la naturaleza verdadera de Jesús (25). Quería una evidencia física que le convenciera de que el Cristo resucitado era el mismo Jesús que él había conocido. Ocho días después (26) era la forma gr. de expresar una semana lo que nos lleva al domingo después del de la resurrección. Las puertas cerradas mostraban el continuo temor de los discí pulos y la segunda declaración de paz de Jesús nuevamente se ve como un antídoto.
La repetición exacta de las palabras de Tomás debe haber hecho una profunda impresión en aquel hombre. El Señor resucitado estaba mostrando simpatía hacia la incertidumbre de Tomás, pero no hay indicación alguna de que haya tocado realmente las heridas (27). La confesión: ¡Señor mío y Dios mío! (28) es notable por su comprensión teológica. Sea que Tomás entendió plenamente o no sus propias pala bras, esta indiscutiblemente elevada concepción de la naturaleza divina aporta una adecuada conclusión al registro de Juan del camino de la fe. Sin embargo, la debilidad de la confesión de Tomás se ve en que dependía de la vista. Jesús tuvo que hacer aquí una corrección mencionando la mayor bendición de aquellos que habían creído sin ver, lo que se aplica a todos los creyentes cristianos desde el tiempo de Jesús hasta hoy. Dependemos de evidencia segura (la Escritura, el testimonio de la iglesia a través de las edades, nuestras experiencias) pero no en el hecho de ver realmente a Jesús.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
NOTAS
(1) O: “Dídimo”. Gr.: Dí·dy·mos; lat.: Dí·dy·mus.
REFERENCIAS CRUZADAS
c 1105 Jua 11:16
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
24 super (1) Es decir, Gemelo.
24 super (2) El Señor vino después de Su resurrección para reunirse con Sus discípulos, comenzando la noche de ese primer día. Así, en cuanto a la resurrección del Señor, es crucial reunirse con los santos. María la magdalena se encontró con el Señor personalmente en la mañana y obtuvo la bendición (vs. 16-18), sin embargo, de todos modos necesitaba estar en la reunión con los santos en la noche para reunirse con el Señor de manera corporativa, a fin de obtener más abundantes y mayores bendiciones (vs.19-23). Tomás perdió la primera reunión que el Señor tuvo con Sus discípulos después de resucitar, y no recibió todas las bendiciones. Sin embargo, él compensó esto al asistir a la segunda reunión (vs.25-28).
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Estos versículos tienen mucho que es difícil de entender, mucho que es misterioso y que merece ser considerado con reverencia. Sea, por ejemplo, el acto de aparecerse nuestro Señor súbitamente delante de los discípulos a darles el Espíritu, cuando las puertas de la estancia estaban cerradas. Para hacer un examen detenido de ese acontecimiento tendríamos que entrar en disertaciones que, sobre ser largas, serían tal vez inútiles, pues en tales casos el escritor está expuesto más bien a confundir que a iluminar la mente del lector. Por lo tanto, nos ceñiremos a examinar aquellos puntos que sean claros a la vez que instructivos.
Debemos observar las notables palabras con que nuestro Señor saludó a los apóstoles la primera vez que los vio después de su resurrección. Por dos veces les dirigió estas benignas palabras: «Paz sea con vosotros.» En lugar de quejarse contra ellos, en lugar de reprenderlos y censurarlos por su mala conducta, les deseó paz. Propio en muy alto grado era que así sucediese. «Paz en la tierra» fue el cántico que entonaron las huestes celestiales cuando nació Jesús. La paz y el sosiego del alma formaron el tema constante de los discursos de nuestro Señor por un período de tres años. Paz y no riqueza fue el legado que dejó con los once la víspera de su crucifixión. Ciertamente armonizaba con todos sus actos el que al visitar a su puñado de discípulos su primera palabra fuera «Paz.» Ese vocablo iba a volver la calma a sus ánimos.
Se infiere de esto que nuestro Señor quiso que la paz fuese el blanco al cual se dirigiesen los esfuerzos del ministro del Evangelio. El mismo asunto sobre el cual habló nuestro Señor tantas veces había de ser el gran tema de la predicación de sus discípulos: paz entre Dios y el hombre mediante la sangre de la expiación; paz de los hombres entre sí mediante la inoculación de la gracia y de la caridad. Una religión como la de Mahoma, que fue difundida por medio de la espada, no es de lo alto sino de la tierra. Cualquiera secta que bajo el título de cristiana quema en hogueras a los hombres para hacer prosélitos, lleva en sí el sello de su apostasía. Aquella es la mejor religión y l más verdadera que hace más por difundir la paz.
Debemos notar, en seguida, que prueba tan notable dio nuestro Señor de su reacción. Con su acostumbrada benignidad de refirió a los sentidos corporales de sus discípulos. Les mostró las manos y el costado. Los excitó a que vieran con sus propios ojos que realmente tenía un cuerpo material y que no era un fantasma. Grande a la verdad fue la condescendencia que manifestó nuestro Señor en acomodarse así a la fe débil de los once apóstoles. Más no menos grande fue el principio que sentó para que sirviera de guía a la iglesia en las generaciones futuras hasta su segundo advenimiento. Ese principio es que nuestro Maestro no nos exige que creamos cosa alguna que se oponga al testimonio de nuestros sentidos. En una religión que emana de Dios es de esperarse que haya verdades que estén fuera del alcance de la razón humana; pero no que se opongan a ella.
Adoptemos este principio y no olvidemos aplicarlo, especialmente cuando se trata de los efectos que los sacramentos producen o de las operaciones el Espíritu Santo. Querer que creamos que alguno está experimentando el influjo vivificador el Espíritu Santo, cuando nuestros principios ojos nos están diciendo que vive entregado al pecado que el pan y el vino de la Cena son realmente el cuerpo y la sangre de Cristo querer esto, decimos, es exigir más fe de lo que Cristo exigió de sus discípulos, es exigir algo que se opone diametralmente a la razón y al sentido común.
Observemos, por último, que misión tan notable encomendó Jesucristo a sus discípulos. «Entonces,» dice el evangelista, «les dice otra vez: `Paz a vosotros: como me envió mi Padre, así también yo os envío.’ Y como hubo dicho esto sopló sobre ellos y les dijo. `Recibid el Espíritu Santo. A los que perdonareis los pecados, les son perdonados; y a los que les retuviereis les son retenidos.'» En vano pretenderíamos negar que por muchos siglos el significado de estas palabras haya sido tema de acaloradas controversias, controversias que acaso jamás terminarán. Por lo tanto, lo más que podremos hacer será presentar una exposición probable del pasaje.
Es muy verosímil que nuestro Señor encargara a los apóstoles que fuesen por todo el mundo predicando el Evangelio como él lo había predicado. Les confirió también la facultad de declarar a quienes les son perdonados los pecados, y a quienes no. Que esto fue precisamente lo que los apóstoles practicaron es un hecho que cualquiera que leyere el libro de los Hechos puede convencerse. Cuando Pedro exhortó a los judíos a que se arrepintieran y se convirtieran, y cuando Pablo dijo a sus oyentes en Antioquia que a ellos era enviada la palabra de salvación, y que mediante Cristo se predicaba el perdón de los pecados, hicieron lo que el Salvador les encargó en el pasaje de que tratamos. Hechos 3.19; 13.26-38.
Más, por otra parte, parece muy improbable que nuestro Señor quisiera instituir esa absolución privada que se practica después de una confesión secreta de los pecados. Por mucho que algunos afirmen lo contrario, no se refiere en los Hechos un solo caso en que los apóstoles pronunciaran semejante absolución. Aún más, en las epístolas pastorales dirigidas a Tito y a Timoteo no existe indicio alguno de que se recomendara esa absolución. En breve, no hay para tal práctica un solo precedente en la Palabra de Dios.
Las funciones del ministro son de suma importancia cuando se ejercen de acuerdo con los preceptos del Maestro. No puede imaginarse mayor honra que la de ser embajador o enviado del Salvador, y la de proclamar en su nombre a un mundo perdido el perdón de los pecados. Más es preciso guardarnos de conceder al ministro mayor autoridad y más amplias facultades de las que Cristo quiso darle. Considerar a los ministros como mediadores entre Dios y los hombres, es arrebatar a Cristo una prerrogativa que solo a él pertenece; es ocultar a los pecadores la verdad que salva, y elevar al clero a un posición para la cual no es idóneo en manera alguna.
Fuente: Los Evangelios Explicados
Dídimo… Es decir, mellizo.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
I.e., el gemelo
Fuente: La Biblia de las Américas
Es decir, mellizo.