Comentario de Romanos 8:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,

RESUMEN: Este capítulo comienza con una gran conclusión de todo lo dicho anteriormente: no hay condenación para los que están en Cristo. Estos andan, no carnalmente sino espiritualmente (1-11). Son guiados por el Espíritu Santo, y sirven a Dios en la capacidad de hijos y herederos (12-17). Por el evangelio, el hombre perdido tiene la esperanza de salir del estado de corrupción, obrado por el pecado, y participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios, cosa por la cual gime toda la creación (18-25). Aparte de esta esperanza de la redención del cuerpo, la cual esperanza ayuda al cristiano en su lucha contra el pecado, tiene la ayuda especial del Espíritu Santo, quien intercede por él. Estas cosas, y otras, ayudan a bien al cristiano, quien es objeto del aprobar (conocer), predestinar, llamar, justificar y por fin del glorificar de Dios según el gran plan de salvación por su gracia (26-30). Siendo así, no hay nada que pueda apartar al cristiano del amor de Dios, porque aun en las aflicciones el cristiano es más que vencedor.

8:1 — Este versículo presenta la gran conclusión (nótese la palabra, “pues” o “por tanto” — Versión H.A.) de todo lo dicho anteriormente sobre el tema del evangelio, introducido en 1:16. La ley no salvaba sino condenaba, dejando al pecador a decir, “¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24). Esa liberación viene por Jesucristo. Estando uno en él, pues, no se encuentra bajo la sentencia de condenación. (Véase 3:24).

Algunas versiones (la Moderna, la Hispano-americana, etcétera) omiten la frase “los que no andan… al Espíritu.” Es cuestión de manuscritos. El texto griego según Westcott y Hort no contiene esa frase. Sin embargo, la verdad encerrada en esa frase se presenta en el versículo 4, etcétera.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Ahora, pues, ninguna condenación hay. Rom 4:7, Rom 4:8; Rom 5:1; Rom 7:17, Rom 7:20; Isa 54:17; Jua 3:18, Jua 3:19; Jua 5:24; Gál 3:13.

para los que están en Cristo Jesús. Rom 16:7; Jua 14:20; Jua 15:4; 1Co 1:30; 1Co 15:22; 2Co 5:17; 2Co 12:2; Gál 3:28; Flp 3:9.

los que no andan conforme a la carne. Rom 8:4, Rom 8:14; Gál 5:16, Gál 5:25; Tit 2:11-14.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Los que están en Cristo, están libres de condenación, Rom 8:1-4.

El mal que proviene de la carne, Rom 8:5-12;

y el bien que proviene del espíritu, Rom 8:13-18.

La liberación gloriosa que anhelan todas las cosas, Rom 8:19-28,

fue decretada de antemano por Dios, Rom 8:29-37.

Nada puede apartarnos de su amor, Rom 8:38, Rom 8:39.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Pablo describió la vida «en la carne» (Rom 7:5). Ahora él describe lo opuesto, la vida «en el régimen nuevo del Espíritu» (Rom 7:6). La persona controlada por el Espíritu no es condenada por la Ley, porque se perdona su pasado, y por medio del Espíritu está capacitada para hacer lo que la Ley requiere mientras espera su resurrección final en gloria (vv. Rom 8:1-11). El Espíritu nos hace hijos de Dios (vv. Rom 8:12-17) y nos asegura una maravillosa gloria futura (vv. Rom 8:18-30).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

pues: Esta palabra griega no precede una conclusión final, sino una deducción informal de Rom 7:25. En contraste con la precedente descripción vívida del carácter pecaminoso, Pablo ilustra la libertad de vivir en el Espíritu.

ninguna condenación: En Cristo, ya no estamos más bajo la sentencia de la Ley, sino que tenemos el poder del Espíritu Santo de vivir para Cristo.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

PARA LOS QUE ESTÁN EN CRISTO JESÚS. Pablo acaba de mostrar que la vida sin la gracia de Cristo es derrota, miseria y esclavitud al pecado (véase Rom 7:7-25, nota). Ahora en el cap. Rom 8:1-39, Pablo dice que la vida espiritual, el estar libre de la condenación, la victoria sobre el pecado y a comunión con Dios vienen mediante la unión con Cristo por la presencia del Espíritu Santo. Al que recibe y sigue al Espíritu se le libra del poder del pecado y se le conduce a la glorificación final. Esa es la vida cristiana normal bajo la completa provisión del evangelio.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

La vida de gracia o vida del espirita, 8:1-11.
1 No hay, pues, ya condenación alguna para los que están en Cristo Jesús, 2 porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me libró de la ley del pecado y de la muerte. 3 Pues lo que a la Ley era imposible, por ser débil a causa de la carne, Dios, enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado, y por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4 para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la carne, sino según el espíritu. 5 Los que son según la carne, tienden a las cosas carnales; los que son según el espíritu, a las cosas espirituales. 6 Porque las tendencias de la carne son muerte, pero las tendencias del espíritu son vida y paz. 7 Por lo cual las tendencias de la carne son enemistad con Dios, que no sujetan ni pueden sujetarse a la ley de Dios. 8 Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. 9 Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que de verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo. 10 Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros.

Hemos llegado al punto culminante de la exposición que viene haciendo el Apóstol sobre la justificación. Hasta aquí, una vez probado el hecho (c.1-4), se había fijado sobre todo en el aspecto negativo: reconciliación con Dios (c.5), liberación del pecado (c.6), liberación de la Ley (c.7); ahora, a lo largo de todo este capítulo octavo, va a atender más bien al aspecto positivo, deteniéndose a describir la condición venturosa del hombre justificado, que vive bajo la acción del Espíritu, teniendo a Dios por Padre, seguro de que llegará a conseguir la futura gloria que les espera.
Comienza San Pablo su descripción con una afirmación rotunda: “No hay, pues, ya condenación alguna (ουδέν κατάκριμα) para los que están en Cristo Jesús” (v.1). Con la expresión “estar en Cristo Jesús” nos sitúa claramente en campo cristiano; no se trata ya del hombre bajo la Ley, como en el capítulo anterior, sino de quien ha sido incorporado a la vida misma de Cristo por el bautismo, conforme explicó en 6:3-11. Pero ¿qué quiere indicar con la palabra “condenación”? El término fue usado ya por el Apóstol anteriormente, refiriéndose a la “condenación” que cayó sobre el hombre a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:16.18), y es evidente que ambos pasajes están relacionados. Aquella condenación, con su reato de culpa y de pena, fue causa del desorden introducido en el hombre, quien desde ese momento quedó esclavo del “pecado” y de la “muerte” (cf. 6:12-13.20-21), sin que la Ley mosaica ni la ley de la “razón” pudieran hacerles frente (cf. 7:13-23), dando ocasión a aquel terrible grito de angustia que San Pablo pone en boca del hombre que vive bajo la Ley: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24). Pues bien, fue Jesucristo el que nos liberó de ese dominio del pecado y de la muerte (cf. 5:21; 6:3-11; 7:4-6.25a), que es lo que San Pablo parece incluir aquí directamente bajo el término “condenación”; de ahí la partícula ilativa “pues” (αρά) con que introduce su afirmación, dando a entender que se trata de una consecuencia de lo anteriormente expuesto (c.5-7), y quizás con alusión particular a 7:25a, cuya respuesta, demasiado escueta, va a intentar ahora desarrollar.
Lo que añade en el v.2: “porque la ley del espíritu de vida..,” no hace sino confirmarnos en lo dicho. No cabe duda, en efecto, que la “ley del pecado y de la muerte,” a que ahí se alude, está equivaliendo a la “condenación” del v.1; ni parece significar otra cosa que ese dominio del pecado y de la muerte, encastillados en la carne, tan dramáticamente descrito en 7:8-24. De ese dominio nos liberó “Dios por Jesucristo” (7:25) o, dicho de otra manera, “la ley del espíritu de vida en Cristo” (v.2). Esta última expresión, a primera vista no muy clara, está cargada de sentido. Si el Apóstol habla de “ley del espíritu,” es en evidente paralelismo con “ley del pecado,” en cuanto que al dominio del pecado, como principio de acción, llevando al ser humano a la muerte, sucede ahora, en los justificados, el dominio del “espíritu,” llevándolo a la vida. Pero ¿qué significa el término “espíritu”? Es aquí donde late la mayor dificultad. El término vuelve a aparecer repetidamente en los versículos siguientes (v.4.5.6), y a veces con clara referencia a la persona del Espíritu Santo (cf. v.9.11). Es por lo que algunos autores, también aquí en el v.2, ponen la palabra con mayúscula. Creemos, sin embargo, que hasta el v.9 no se alude directamente a la persona del Espíritu Santo, y que más bien debemos traducir con minúscula, con referencia al “espíritu” o parte superior del hombre, en contraposición a la “carne” o parte inferior (cf. 7:18.23; 1Co 5:3.5; 1Co 7:34; Gal 5:16-17; Col 2:5), sin que por eso quede excluida toda referencia a la persona del Espíritu Santo, pues en la concepción y terminología de San Pablo el término “espíritu” (πνεύμα), a diferencia del de “razón” (vouς, cf. 7:23.25; 12:2), indica, en general, la faceta espiritual o intelectiva del hombre, no a secas, sino en cuanto se mueve y actúa bajo la acción del Espíritu Santo. De ahí que “caminar según el espíritu” (v.4) venga a equivaler prácticamente a caminar conforme lo pide la recta razón iluminada y fortificada por el Espíritu Santo, y que en el v.9 se diga que “no está en el espíritu” aquel en quien no “habita el Espíritu Santo.” De este papel preponderante del Espíritu Santo en la vida del cristiano habla frecuentemente San Pablo (cf. 5:5; 8:14.26; 1Co 6:11.19; 1Co 12:3; Gal 3:2-5; Efe 3:16; 2Ti 1:14; Tit 3:5-6). De otra parte, el Espíritu no se nos comunica aisladamente, por así decirlo, sino en cuanto incorporados a Jesucristo, formando un todo con El, y participando de su vida; de ahí que el Apóstol no hable simplemente de “ley del espíritu,” sino de “ley del espíritu de vida en Cristo Jesús” (v.2).
Del papel del Espíritu en la época mesiánica hablan ya los antiguos profetas, como Jer 31:31-34 (cf. Heb 8:7-13) y Eze 36:26-28. El Espíritu Santo, instalado en el corazón del hombre, es como una ley viviente que no sólo indica lo que se debe hacer, sino que nos da fuerza para llevarlo a cabo.
La razón profunda de por qué esta “ley del espíritu de vida en Cristo” pudo librarnos de la “ley del pecado y de la muerte” está indicada en los v.3-4. Ambos versículos forman un solo período gramatical, de construcción bastante irregular 108, pero de extraordinaria riqueza de contenido. Comienza el Apóstol por recordar, resumiendo lo ya expuesto en 7:8-24, la impotencia de la Ley para vencer a nuestra carne de pecado y llevar a los hombres a los ideales de justicia y santidad que sus preceptos prescribían (v.32); a continuación indica el modo cómo Dios puso remedio a esa situación de angustia (cf. 7:24), enviando al mundo a su propio Hijo y “condenando al pecado en la carne” (v.3b); por fin, a manera de conclusión, señala cómo, realizada esa obra redentora por Cristo, nos es y a posible conseguir los ideales de justicia que la Ley perseguía (cf. 13:8-10; Gal 5:14), a condición de que “no caminemos según la carne, sino según el espíritu,” condición que el Apóstol, aunque en realidad no siempre de hecho sea así, supone realizada en todos los cristianos (v.4). Está claro que las afirmaciones fundamentales son las del v.3b, donde el Apóstol se refiere directamente a la obra redentora de Cristo, de quien dice que vino a este mundo “en carne semejante a la de pecado, y por el pecado, condenando al pecado en la carne.” Tres verdades bien definidas: la de que vino “en carne semejante a la de pecado,” es decir, revestido de verdadera carne, exactamente igual a la nuestra, pero sin pecado (cf. 1:3; Gal 4:4; 2Co 5:21; Heb 4:15); la de que vino “por el pecado” (περί άμαρτίας), es decir, a causa del pecado y para destruirlo (cf. Gal 1:4); y la de que, a través de El, Dios “condenó (κατέκρινεν) al pecado en la carne.” Es esta última expresión la que constituye el centro de toda la perícopa y la que ofrece precisamente mayor dificultad de interpretación. La idea general es clara; no así el precisar toda la significación y alcance de cada palabra. Desde luego, bajo el término “condenó” hemos de ver no una mera declaración verbal, sino algo eficaz, que despoja al pecado de su dominio sobre la carne, de ese dominio tan dramáticamente descrito en 7:13-24. Pero ¿en qué momento de la vida de Jesucristo realizó Dios esa “condenación del pecado en la carne” y por qué tuvo valor para todos los hombres ? La respuesta no es fácil. Muchos autores creen que San Pablo está refiriéndose al momento concreto de la pasión y muerte de Cristo, que fue cuando se consumó la obra redentora y, consiguientemente, la destrucción del pecado (cf. 6:2-11; Col 1:22); otros, sin embargo, como Lagrange y Zahn, opinan, y quizás más acertadamente, que se alude al hecho mismo de la encarnación, al enviar Dios a su propio Hijo en carne no dominada por el pecado, prueba inequívoca de que éste había perdido su universal predominio. Claro que esto no significa que hayamos de excluir toda relación a la pasión y muerte de Cristo en la perspectiva de San Pablo, pues esa derrota del pecado en la carne de Cristo, al venir al mundo, es como un fruto anticipado de su pasión y muerte, que es donde se consuma la obra redentora. De otra parte, esa victoria de Jesucristo en su carne es victoria para todos los hombres. San Pablo no precisa en este pasaje cómo sea ello posible. Da por supuesto que Jesucristo, como nuevo Adán, es representante y cabeza de todos los hombres, y que, al tomar carne como la nuestra, aunque sin pecado, puede obrar en nuestro nombre y transmitirnos los resultados adquiridos (cf. 5:12-21).
Los v.5-8, que siguen, ofrecen consideraciones de tipo ya más bien práctico. Parece que fue la última frase del v.4: .”. los que no andamos según la carne, sino según el espíritu,” la que sugirió a San Pablo estas hermosas reflexiones en que va haciendo resaltar el contraste entre carne y espíritu, como dos principios opuestos de acción, señalando, además, las consecuencias a que una y otro llevan. La misma idea, más ampliamente desarrollada, encontramos en Gal 6:16-26. Son de notar los términos φρονοΰσιν (v.5) y φρόνημα (ν.6-7), que hemos traducido por “tienden a” y por “tendencias,” respectivamente, pero cuyo significado es más complejo, indicando a la vez convicciones y sentimientos, una como entrega al objeto de que se trata de nuestro entendimiento y voluntad, que no saben pensar ni aspirar a otra cosa. Los términos “muerte,” a la que conducen las tendencias de la carne, y “vida,” a la que conducen las del espíritu, ya quedan explicados en capítulos anteriores (cf. 5:12-21; 6:4-5). Algo extraña resulta la expresión de que las tendencias de la carne “no se sujetan ni pueden sujetarse a la ley de Dios” (v.7); adviértase que no se trata de la carne como tal, en cuanto criatura de Dios, que nada creó malo, sino de la “carne” en cuanto dominada por el pecado a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12; 7:14.18.23). Esta carne, así entendida, manifestará siempre tendencias hostiles a Dios, pues Dios y pecado son irreconciliables. Ello no significa, sin embargo, que la carne sea inaccesible a las influencias del Espíritu y que el hombre “carnal” no pueda pasar a “espiritual,” así como también viceversa. Las mismas advertencias y amonestaciones del Apóstol, en este y otros pasajes, están indicando que puede darse ese tránsito 109.
Expuesta así la antítesis entre “carne” y “espíritu,” San Pablo va a profundizar más en esto último (v.9-11), dirigiéndose directamente a los Romanos: “Pero vosotros no estáis en la carne..” (v.9). Y primeramente establece clara relación entre “estar en el espíritu” y la presencia o inhabitación del Espíritu Santo, de modo que aquello primero venga a ser como un efecto de esto segundo (v.9). Nótese cómo el Apóstol habla indistintamente de “Espíritu de Dios” y “Espiritu de Cristo” (v.9), con lo que claramente da a entender que el Espíritu, tercera persona de la Santísima Trinidad, procede no sólo del Padre, sino también del Hijo, conforme ha sido definido por la Iglesia. Y aún hay más. Da por supuesto el Apóstol que por el hecho de habitar en nosotros el Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo (v.9), habita también el mismo Cristo (v.10). Es ésta una consecuencia de lo que los teólogos llaman “circuminsesión” o mutua existencia de una persona en las otras (cf. Jua 10:38; Jua 14:11). Cristo habita en nosotros a través de su Espíritu, que es a quien pertenece, por apropiación, el oficio de santificador, haciendo partícipes a los hombres de la vida misma divina o vida de la gracia. Esa presencia del Espíritu de Cristo y de Cristo mismo en nosotros hace que, aunque “el cuerpo esté muerto por el pecado (νεκρόν δια σμαρτίαν), el espíritu sea vida a causa de la justicia” (ζωή δια δικαιοσύνην). Alude el Apóstol, aunque hay que reconocer que sus expresiones no son del todo claras, a la muerte a la que permanece sujeto nuestro cuerpo a causa del pecado original (νεκρόν = 3νητόν, cf. v.11), y a la vitalidad que da a nuestro espíritu la vida de la gracia en orden a (δια = = Cf 5, cf. 6:16; 8:4) poder practicar la justicia 109*. γ aun hay otro efecto de la presencia del Espíritu de Cristo en nosotros, y es que gracias a la acción del Espíritu presente en nosotros (cf. 1Co 3:16; 1Co 6:19), nuestros mismos cuerpos mortales serán “vivificados” a su tiempo, lo mismo que lo fue el de Cristo (v.11). Es curioso que San Pablo, aludiendo a esta resurrección futura de los cuerpos, no emplee la palabra “resucitar,” sino “vivificar” (ζωοποιεΐν), de sentido más amplio, quizá pensando en los supervivientes de tiempos de la parusía (cf, 1Co 15:51-52; 1Te 4:15-17), a los que no sería fácilmente aplicable la palabra “resucitar.” La idea de unir nuestra resurrección a la de Jesucristo es frecuente en San Pablo (cf. 6:5; 1Co 6:14; 1Co 15:20-23; 2Co 4:14; Efe 2:6; Flp 3:21; Col 1:18; Col 2:12-13; 1Te 4:14). De ordinario no se detiene a explicar el porqué de esta vinculación entre la resurrección de Cristo y la nuestra; pero, a poco que se lea entre líneas, fácilmente se vislumbra que para San Pablo esa doctrina descansa siempre sobre la misma base: la unión místico-sacramental de todos los cristianos con Cristo, Cabeza viviente de la Iglesia viviente. O dicho de otra manera: Gracias al Espíritu de Cristo, presente en nosotros, somos como englobados en la vida misma de Cristo, y debemos llegar hasta donde ha llegado El, a condición de que no rompamos ese contacto, volviéndonos hacia los dominios de la carne. Añadamos que San Pablo se fija sólo en la resurrección de los justos. Que también hayan de resucitar los pecadores consta por otros textos (cf. Jua 5:28-29; Hec 24:15).

Hijos de Dios y herederos del cielo,Hec 8:12-17.
12 Así, pues, hermanos, no somos deudores a la carne de vivir según la carne, 13 que si vivís según la carne moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. 14 Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. 15 Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a una con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, 17 y si hijos, también herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El, para ser con El glorificados.

Continúa San Pablo presentando a sus lectores de Roma las profundas realidades de la vida cristiana y la certeza de que esas realidades llegarán a su plenitud. Y primeramente, como conclusión de lo expuesto, les exhorta a vivir según el espíritu y no según la carne, pues a ésta ningún beneficio le debemos, de modo que nos veamos como obligados a obedecer a sus exigencias (v.12). Por el contrario, si obedecemos esas exigencias, de nuevo caeremos en la “muerte” de la que nos liberó Jesucristo (cf. 7:24-25); mas si, siguiendo los impulsos del espíritu, las “mortificamos” (3ανατοΰμεν), es a saber, suprimimos su vida, no consintiendo con lo que nos piden, sino más bien ejercitándonos en las virtudes contrarias (cf. Col 3:5), entonces es cuando “viviremos” la vida verdadera (v.1s). Es lo que va a demostrar San Pablo a continuación.
Ante todo, una afirmación fundamental: los que viven esa vida de mortificación de la carne bajo el impulso del espíritu, o lo que es lo mismo, los “movidos por el Espíritu” (se supone que en consonancia con la naturaleza humana, sin suprimir su libertad, cf. v.1s), ésos son “hijos de Dios” (v.14). La expresión “hijos de Dios,” aplicada al hombre, no es nueva, y se usó ya en el Antiguo Testamento (cf. Exo 4:22; Deu 14:1; Ose 11:1; Sab 2:18); sin embargo, después de la redención operada por Jesucristo, dicha expresión adquiere un significado mucho más hondo, como el mismo San Pablo concretará enseguida (v. 15-16). En efecto, antes podía ser invocado Dios como Padre (cf. Exo 4:22; Deu 32:6; Isa 1:2; Jer 31:9), y, de hecho, así lo hicieron a veces los israelitas (cf. Isa 63:16; Isa 64:8; Sab 14:3; Ecli 23:1.4); pero la primera y principal disposición de ánimo hacia la divinidad, lo mismo entre judíos que entre gentiles, era el temor, no el amor, idea esta que quedaba muy en segundo plano (cf. Deu 6:13; Deu 10:20-21). Ahora, en los tiempos del Evangelio, es al revés. Aunque seguimos reconociendo la omnipotencia y terrible justicia de Dios, prevalece totalmente la idea de amor; no es el espíritu de “siervos” con su Amo, sino el de “hijos” con su Padre, el que regula nuestras relaciones con Dios (cf. Mat 6:5-34). San Pablo ve la prueba de esta realidad en ese sentimiento de filiación respecto a Dios que experimentamos los cristianos en lo más íntimo de nuestro ser (“espíritu de adopción”), que hace le invoquemos bajo el nombre de Padre 110. Es un sentimiento que no procede de nosotros, sino que lo “hemos recibido” (v.1s), y está íntimamente relacionado con la presencia del Espíritu en nosotros (v.14). Concretando más, con ayuda también de otros pasajes (cf. Gal 4:4-6; Efe 1:3-14; Tit 3:5; 1Jn 3:1-2; 1Jn 4:7; Jua 1:13; Jua 3:5), añadiremos que ese sentimiento o “espíritu de adopción” se debe a un como nuevo nacimiento que se ha operado en nosotros a raíz de la justificación, al hacernos Dios partícipes de su misma naturaleza divina (cf. 2Pe 1:4), entrando así a formar parte real y verdaderamente de la familia de Dios. A este testimonio de nuestro espíritu une su testimonio el Espíritu Santo mismo, testificando igualmente que somos “hijos de Dios” (v.16). No es fácil precisar la diferencia entre este testimonio del Espíritu Santo (v.16) y el de nuestro espíritu bajo la acción del Espíritu Santo (v.1s). Quizás se trate simplemente de mayor o menor intensidad en esa como posesión del alma por parte del Espíritu Santo. Lo que sí afirmamos es que el testimonio del Espíritu Santo, infalible en sí mismo, tiene valor absoluto, tratándose del conjunto de los fieles, pero sería absurdo deducir que cada uno de ellos puede percibirlo experimentalmente, con certeza que no deje lugar a duda, doctrina que justamente condenó el concilio Tridentino contra los protestantes.
Terminada la prueba, enseguida la conclusión esperada: “Si hijos, también herederos..” (v.17). Es aquí donde quería llegar San Pablo. Nótese que la eterna glorificación es para el cristiano, no una simple recompensa, sino una herencia, a la que tenemos derecho, una vez que hemos sido “adoptados” como hijos de Dios (v.15; Gal 4:5; Efe 1:5), haciéndonos ingresar en su familia. Con ello nos convertimos en “coherederos” de Cristo (v.17), el Hijo natural de Dios, que ha ingresado ya también como hombre en la posesión de esos bienes (cf. Flp 2:9-11), para nosotros todavía futuros (cf. v.23-24). San Pablo, más que hablar de “herederos de la gloria,” habla de “herederos de Dios,” quizás insinuando que poseeremos al mismo Dios por la visión beatífica (cf. 1Co 13:8-13; 1Jn 3:2). Como conclusion, no se olvida de recordar una doctrina para él muy querida, la de que nuestra suerte está ligada a la de Cristo (cf. v.11), y hemos de “padecer con El,” si queremos ser “con El glorificados” (v.17).

Certeza de nuestra esperanza,1Jn 8:18-30.
18 Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros; 19 porque la expectación anhelante de lo creado ansia la manifestación de los hijos de Dios, 20 pues lo creado fue sometido a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien lo sometió, con la esperanza 21 de que también lo creado será liberado de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. 22 Pues sabemos que hasta el presente todo lo creado gime y siente dolores de parto. 23 Ni es sólo eso, sino que también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque en esperanza estamos salvos; que la esperanza que se ve, ya no es esperanza. Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos. 26 Y el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues qué hayamos de pedir, como conviene, no sabemos; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, 27 y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios. 28 Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados. 29 Porque a los que de antemano conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó.

En realidad, San Pablo dejó ya demostrada su tesis al señalar que “somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos..” (v. 16-17). Pero quiere seguir aún insistiendo en el tema. Su última advertencia de que “para ser glorificado con Cristo, antes hemos de padecer con El” (v.17), podía asustar a alguno. Por eso, su afirmación inmediata: “los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (v.18; cf. 2Co 4:17; Col 3:4). Es la respuesta cristiana más sencilla al problema del sufrimiento: que no paremos nuestra consideración en lo presente, sino que miremos hacia el futuro (cf. Mat 16:24-27; Col 2:10-12; 1Pe 4:13). A continuación va señalando el Apóstol las pruebas o razones, especie de garantía divina, que corroboran, en continuo crescendo, la certeza de esa nuestra esperanza: primeramente, el presentimiento de las cosas creadas (v. 19-22); después, nuestros propios gemidos suspirando por la glorificación (v.23-25); luego, la intercesión del Espíritu Santo a nuestro favor (v.26-27); por fin, los planes mismos de Dios, que todo lo endereza a la salud de sus escogidos (v.28 – 30). Comentaremos brevemente cada una de estas pruebas.
Comienza el Apóstol fijando su atención en el “mundo creado” (ή κτίσις), sometido contra su voluntad a la “vanidad” (ματαιότης), y “corrupción” (φθορά), que espera anhelante “la manifestación de los hijos de Dios,” momento en que también él será liberado de su servidumbre “para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (v. 19-22). No parece caber duda que ese “mundo creado,” que el Apóstol presenta personificado, es el mundo sensible inferior al hombre, al que expresamente se contrapone (cf. v.19-23); pero ¿qué clase de servidumbre es esa a que ha sido sometido y cuál es la liberación que espera? La respuesta a estas preguntas no es fácil111. Creemos que como base de toda explicación hay que colocar dos textos del Génesis: la sujeción que Dios hace al hombre de todos los seres inferiores a él (Gen 1:26-29), y el pecado de éste, que afectó también a esos seres inferiores, al menos en su relación hacia el hombre (Gen 3:17-19). Produce, pues, el pecado de Adán un desequilibrio en las cosas, un desorden, un modo de ser, que no es el puesto primitivamente por Dios; y este modo de ser le ha venido a las cosas “no de grado, sino por razón de quien las sometió” (v.2o), es decir, no por responsabilidad directa, sino en virtud de aquel lazo moral que Dios estableció entre el hombre y los seres inferiores, de modo que éstos siguiesen la suerte de aquél. Precisamente, debido a tener su suerte ligada a la del hombre, la “esperanza” de liberación que Dios dejó entrever al ser humano ya desde el momento mismo de la caída (Gen 3:15), era también “esperanza” para las cosas mismas. Esa, y no otra, parece ser la “esperanza” de que habla San Pablo (v.20). En realidad es la misma idea que encontramos ya en Isaías, cuando Dios promete “cielos nuevos y tierra nueva” para la época mesiánica (Isa 65:17; Isa 66:22), idea que se recoge en el Nuevo Testamento, fijando su realización en la parusía (cf. Mat 19:28; Hec 3:21; 2Pe 3:13; Rev 21:1). La diferencia está únicamente en que San Pablo dramatiza más las cosas y habla no sólo del estado glorioso final, sino también de la etapa anterior, etapa de “expectación anhelante.., de gemidos y dolores de parto,” suspirando por ese estado glorioso final, que tiene como centro al hombre, lo mismo que lo tuvo la caída. Por eso, probablemente, es por lo que escribe “sabemos que..” (v.22), como indicando que se trata de doctrina conocida.
Querer concretar más es difícil, y apenas podemos salir de conjeturas. San Juan Crisóstomo, al que siguen otros muchos, antiguos y modernos, cree que la “vanidad” y “corrupción” a que ha sido sometido el mundo creado no es otra cosa que la ley de mutabilidad y muerte, que afecta a todos los seres materiales, y de la que serán liberados al final de los tiempos. Pero ¿es que antes del pecado de Adán no estaban sujetos a mutación y muerte? ¿Es que lo van a dejar de estar al fin de los tiempos? No es probable que San Pablo tratara de responder a estas cuestiones. Por eso muchos autores, siguiendo a San Cirilo de Alejandría, interpretan los términos “vanidad” y “corrupción” en sentido moral, no en sentido físico, y se aplicarían a las criaturas irracionales en cuanto que, a raíz del pecado de Adán, quedaron sometidas a hombres “vanos” y “corrompidos” que se valen de ellas para el pecado (cf. 1:21-32), suspirando por verse liberadas de tan degradante esclavitud. Pero ¿no será esto limitar demasiado la visión de San Pablo? Notemos que el Apóstol atribuye dimensiones cósmicas, y no sólo antropológicas (5:12-21), a la redención de Cristo (cf. Efe 1:10; Col 1:20). Quizá, pues, sea lo más prudente dejar imprecisa la interpretación, porque imprecisa estaba probablemente también en la mente de San Pablo. No deben urgirse demasiado los términos “vanidad” (ματοαότης), de sentido más bien moral (cf. 1:21; Efe 4:17; 2Pe 2:18), o “corrupción” (φθορά), de sentido más bien físico (cf. 1Co 15:42.50; Gal 6:8; Col 2:22); pues el centro de todo el drama es el hombre, y en éste se cumplen ambos aspectos, por lo que nada tiene de extraño que el Apóstol emplee esos mismos términos refiriéndose a las criaturas irracionales, cuya suerte ligó Dios a la del hombre. Para una visión más amplia, puede verse lo que referente a este tema expusimos ya en la introducción a la carta.
Una segunda prueba, que es complementaria de la anterior, la ve el Apóstol en nuestros propios gemidos, suspirando también por la glorificación (v.23-25). Son “gemidos” por parte de quienes poseen ya las “primicias del Espíritu” (v.23); por tanto, aparte las razones de la prueba anterior, tenemos una nueva garantía de que esa expectación anhelante no puede quedar frustrada. San Pablo habla, no de glorificación, sino de “adopción” (v.23), término que resulta aquí un poco extraño, pues ésa la poseemos ya a raíz de la justificación (cf. v.14-15); ello indica que el término “adopción” (υιοθεσία) puede tomarse en sentido más y menos pleno, desde que comienza en la justificación hasta su consumación o desenvolvimiento definitivo en la gloria, que es como ahora lo toma San Pablo. Es por eso, probablemente, por lo que, como tratando de explicarse más, añade lo de “redención de nuestro cuerpo” (απολύτρωση του σώματος ημών), cosa que sabemos está reservada para después de la muerte (v.23; cf J Cor 15:42-53; 2Co 5:1-5). En el mismo sentido habla de “primicias del Espíritu” (v.23), a decir, de que tenemos ya el Espíritu (cf. v.9.11.14), pero no tenemos todavía todo lo que esa posesión nos garantiza. Dicho de otra manera, estamos “salvos en esperanza” (v.24), pues la plenitud de esa salvación aparecerá sólo más tarde (cf. 5:1-11); de momento debemos esperar “en paciencia” (v.25), o lo que es lo mismo, con espera sufrida y constante.
A continuación indica San Pablo una tercera prueba o motivo de confianza (v.26-27). No son ya sólo los “gemidos” del mundo creado (v.22) y nuestros propios “gemidos” (v.23), Que es mismo Espíritu, “viniendo en ayuda de nuestra flaqueza (ασθένεια).., aboga por nosotros con gemidos inefables” (Οπερεντυγχάνει στεναγμοΐς άλαλήτοις). La inteligencia del pasaje está centrada en el sentido que se dé a los términos “flaqueza nuestra” y “gemidos del Espíritu.” Evidentemente esa “flaqueza” o deficiencia de parte nuestra está relacionada con la “glorificación” futura por la que suspiramos (v. 19-25), como expresamente lo da a entender el Apóstol, al añadir: “pues qué hayamos de pedir, como conviene, no sabemos” (το γαρ τι προσευξώμε3α κα3ό δει ουκ οϊδαμεν). Es decir, sabemos, sí, que Dios quiere nuestra “glorificación”; pero hasta llegar a ella ha de pasar tiempo, y en ese camino hasta la meta no siempre sabemos qué hayamos de pedir (τί) en cada circunstancia (cf. 2Co 12:8-9) y cómo hayamos de hacerlo (κα3ό δει). α suplir esa deficiencia viene en nuestra ayuda el Espíritu, abogando por nosotros con “gemidos inefables,” que son siempre “según Dios,” es decir, conformes a los designios que Dios tiene sobre sus “santos” (v.27; sobre el término “santos,” cf. 1:7). Estos “gemidos,” pues, no pueden dejar de ser atendidos. El Apóstol los llama “inefables,” bien porque se trata de algo interior, sin palabras, bien porque no pueden ser expresados adecuadamente en lenguaje humano, resultando incomprensibles a los hombres, pero no a Dios que “escudriña los corazones” con su ciencia infinita (v.27; cf. 1Sa 16:7; 1Re 8:39; Sal 70:10; Rev 2:23). El hecho de que San Pablo mencione aquí este atributo divino es señal de que no se trata propiamente de gemidos del “Espíritu,” cosa incompatible con su condición divina, sino de “gemidos” que el Espíritu pone en nuestros corazones. La diferencia, pues, con los “gemidos” de que se habla en el v.23, también bajo el influjo del Espíritu, no parece ser grande; quizá se trate simplemente, igual que dijimos al comentar los v. 15-16, de mayor o menor intensidad en esa como posesión del alma por parte del Espíritu.
Por fin viene la cuarta y última prueba, razón suprema de nuestra confianza (v.28-30). Son tres versículos que contienen en síntesis la doctrina toda de la carta, pues en ellos indica el Apóstol la razón última de esa esperanza de “salud” que viene predicando desde el principio. Debido a su gran importancia doctrinal, han sido objeto de numerosos estudios y comentarios por parte de teólogos y exegetas, cuyas interpretaciones, al rozarse con el debatido tema de la predestinación, no siempre han contribuido a presentar con más luz el pensamiento del Apóstol, sino más bien a oscurecerlo. De ahí la necesidad de que distingamos bien lo cierto de lo dudoso y discutible.
Bajo el aspecto gramatical distinguimos claramente dos partes principales (v.28 y v.29-30), enlazadas entre sí mediante la conjunción “porque” (ότι), que convierte a la segunda (v.29~30) en una explicación de la primera (v.28), en la que ha de buscarse, por consiguiente, la afirmación fundamental del Apóstol. Pues bien, ¿cuál es esa afirmación fundamental? En líneas generales su pensamiento parece claro. Trata, lo mismo que en los versículos precedentes (ν. 18-27), de infundir ánimo a los cristianos ante la certeza de nuestra futura glorificación; la razón alegada ahora (v.28) es que Dios, en cuyas manos están todas las cosas, todo lo endereza a nuestro bien. En otras palabras: Dios lo quiere, y a Dios nada puede resistir. Es éste, desde luego, el primero y radical principio del optimismo cristiano 112. Pero ¿a quiénes lo aplica San Pablo? Creemos, sin género alguno de duda, que a los cristianos todos en general, que es de quienes ha venido hablando (cf. v. 1.14.23.27). A ellos, y no a una categoría especial dentro de los cristianos, se refieren las expresiones “los que aman a Dios” (..τοΐς άγαπώσιν τον 3εόν) y “llamados según sus designios” (..τοις κατά πρό^εσιν κλητοΐς). Que pueda haber cristianos pecadores que no aman a Dios, San Pablo lo sabe de sobra (cf. 1Co 5:1; 1Co 6:8; Gal 5:10; 1Ti 1:20); pero esos tales quedan aquí fuera de su perspectiva, fijándose en el cristiano como tal, que procura cumplir sus obligaciones. El inciso “los llamados (κλητοί) según sus designios” no es limitativo de “los que aman,” sino aposición que se refiere a los mismos seres humanos y con la que se hace resaltar la iniciativa de Dios para llegar a nuestra condición de cristianos. En la terminología de San Pablo son “llamados” (κλητοί) aquellos que han recibido de Dios el llamamiento a la fe y han respondido a ese llamamiento (cf. 1:6; 1Co 1:24); por consiguiente, todos los cristianos son κλητοί. Υ lo son “según sus designios” (κατά ττρό3εσιν), pues es Dios quien en acto eterno de su voluntad (cf. Efe 1:11; Efe 3:11; 2Ti 1:9) ha determinado concederles ese beneficio sobrenatural. Querer distinguir, como hizo San Agustín, y detrás de él muchos teólogos, una categoría privilegiada de cristianos en esos “llamados según sus designios,” algo así como llamados-elegidos (predestinados) en contraposición a llamados-no elegidos (cf. Mat 20:16), es hacer ininteligible todo el pasaje. La argumentación de San Pablo se reduciría a lo siguiente: todos debemos confiar, pues algunos (los predestinados) obtendrán ciertamente la glorificación ansiada. ¿Dónde quedaría la lógica? Ese otro problema de la predestinación a la gloria, como lo tratan los teólogos, no entra aquí en el campo visual de San Pablo.
En los v.29-30, segunda parte de nuestra perícopa, indica el Apóstol los diversos actos o momentos en que queda como enmarcada la acción salvadora de Dios afirmada en el v.28. Dentro de ese marco quedan incluidos todos los accidentes que pueden afectar a la vida de cada cristiano, los cuales van dirigidos por Dios a la ejecución de sus planes hasta llegar a la glorificación final. De los cinco actos divinos enumerados por San Pablo (presciencia-predestinación a ser conformes con la imagen de su Hijo-vocación a la fe-justificación-glorificación), los dos primeros pertenecen al orden o estadio de la intención, y son actos eternos; los otros tres pertenecen al orden o estadio de la ejecución, y son actos temporales (terminative). La “presciencia” es un previo conocimiento que Dios tiene de aquello de que se trata; aquí, concretamente, un previo conocimiento de aquellos de que se habló en el v.28, es decir, de los cristianos todos (no precisamente de los predestinados a la gloria, en el sentido en que hablan los teólogos). No está claro si esa “presciencia” divina arguye sólo previo conocimiento del futuro, como en el caso de la presciencia humana (cf. Hec 26:5; 2Pe 3:17), o incluye también cierta aprobación o beneplácito, es decir, un conocimiento acompañado de amor o preferencia, sentido que suele tener el verbo “conocer” aplicado a Dios (cf. Mat 7:23; 1Co 8:3; 1Co 13:12; Gal 4:9; Tim 2:19). De todos modos, la “presciencia” no es aún la “predestinación,” y San Pablo distingue ambos actos, pues escribe: “a los que de antemano conoció (προέγνω), a ésos los predestinó (προώρισεν).” El Apóstol no indica la razón de la ilación; probablemente lo único que trata de señalar es que Dios no “predestina” ciegamente, sino que, como en todo agente intelectual, precede el “conocer” a cualquier determinación. El término “predestinación” aparece otras cuatro veces en el Nuevo Testamento, y siempre en el sentido de determinación divina en orden a conceder un beneficio sobrenatural (Hec 4:28; 1Co 2:7; Efe 1:5-11). Evidentemente ése es también el significado que tiene la palabra en el caso presente. Los destinatarios de ese beneficio son los mismos que fueron objeto de la presciencia, es decir, los cristianos todos de que el Apóstol viene hablando; y el beneficio a que Dios los ha predestinado es “a ser conformes con la imagen de su Hijo” (συμμόρφους της eiκωos του υιού αυτού), es decir, a reproducir en sí mismos los rasgos de Cristo, de modo que éste aparezca con las prerrogativas de “primogénito entre muchos hermanos” al frente de una numerosa familia, con la consiguiente gloria que ello significa. He ahí el fin último que Dios pretende en toda esta obra de la predestinación: la gloria de Cristo, cuya soberanía se quiere hacer resaltar (cf. Col 1:15-20).
Mas ¿cuándo adquirimos los cristianos esa configuración con Cristo que constituye el objeto real de la “predestinación”? Algunos autores, siguiendo a los Padres griegos (Orígenes, Crisóstomo, Cirilo Alejandrino), creen que se alude al estado de gracia y de filiación adoptiva que tenemos ya aquí en la tierra a raíz de la justificación, y que constituye una verdadera transformación que nos asemeja a Cristo (cf. 12:2; 2Co 3:18; Gal 4:19). En el mismo sentido interpretan el “glorificó” final (έδόξασεν), como refiriéndose simplemente a la condición gloriosa inherente a la gracia santificante. Otros autores, sin embargo, siguiendo a los Padres latinos (Jerónimo, Agustín, Ambrosio), creen que se alude al estado glorioso en el cielo, cuando incluso nuestro cuerpo será transformado a semejanza del de Cristo (cf. 1Co 15:49; Flp 3:21); y en ese mismo sentido interpretan el “glorificó” final. Creemos, dado el contexto, que es esta interpretación de los Padres latinos la que responde al pensamiento de San Pablo; no negamos que también la transformación por la gracia nos asemeje ya a Jesucristo (cf. v.14-17), pero no es aún esa imagen perfecta y consumada por la que suspiramos (cf. v.11.23) y sobre cuya consecución precisamente quiere San Pablo tranquilizar a los cristianos. Lo que a continuación añade el Apóstol: “a los que predestinó, a ésos también llamó, y a los que llamó, justificó, y a los que justificó, glorificó” (v.30), apenas ofrece ya dificultad, pues ha de interpretarse en consonancia con lo anterior. Se trata simplemente de señalar, en el orden de la ejecución, los principales actos con que Dios lleva a cabo esa predestinación: vocación a la fe-justificación-glorificación en el cielo.
De lo expuesto se deduce que el concepto de “predestinación,” tal como este término está tomado aquí por San Pablo, aplicándolo a todos los cristianos, no coincide exactamente con el concepto en que suele tomarse en el lenguaje teológico, restringiéndolo a aquellos que cierta e infaliblemente conseguirán de hecho la vida eterna, incluso aunque de momento sean grandes pecadores. La “predestinación” de que habla San Pablo supone, por parte de Dios, una voluntad seria y formal (no veleidad), pero no necesariamente con eficacia efectiva, pues ésta se halla condicionada a nuestra cooperación. De esta cooperación el Apóstol no habla, contentándose con señalar la parte de Dios, quien ya nos ha llamado a la fe y justificado, y ciertamente nos llevará hasta la glorificación final, de no interponerse nuestra libertad frustrando sus planes. Tanto es así, que el Apóstol, suponiendo tácitamente nuestra cooperación, habla incluso de “glorificó” (έδόξασεν) en pasado, dando así más certeza a nuestra esperanza (v.30; cf. Mat 18:15; Jua 15:6). Por lo demás, más que aludir directamente al destino particular de cada fiel, San Pablo parece que alude, de modo semejante a lo que dijimos al comentar el v.16, al destino de la comunidad o conjunto de fieles, que son los que constituirán la familia de que Cristo es “primogénito” (v.29); y en ese sentido la certeza de que llegará la glorificación final es indubitable. No cabe duda, en efecto, que la nave de la Iglesia llegará ciertamente al puerto, aunque algunos de los tripulantes se empeñen en evadirse y naufragar.

Himno de la esperanza cristiana,Jua 8:31-39.
31 ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó para todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? 34 Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? 36 Según está escrito: “Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas al matadero.” 37 Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. 38 Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las potestades, 39 ni ia altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Terminada la enumeración de garantías divinas que dan certeza a nuestra esperanza (v. 18-30), San Pablo desahoga su corazón en un como canto anticipado de triunfo, pasaje quizás el más brillante y lírico de sus escritos, proclamando que nada tenemos que temer de las tribulaciones y poderes de este mundo, pues nada ni nadie podrá arrancarnos el amor que Dios y Jesucristo nos tienen (v-31-39).
Evidentemente el Apóstol sigue refiriéndose, igual que en los versículos anteriores, a los cristianos en general, y en ese sentido debe entenderse la expresión “elegidos de Dios,” de que se habla en el v.33 (cf. Gol 3:12; Tit 1:1). Para hacer resaltar más el amor de Dios hacia nosotros (v.31), recuerda el hecho de que nos dio a su propio Hijo, ¿cómo, pues, vamos a dudar de que nos dará todo lo que necesitemos hasta llegar a la glorificación definitiva? (v.32). No está claro si, al hablar de “acusación” y “condenación” (v.33), San Pablo está aludiendo al juicio final, cuyo espectro, en lo que tiene de terrorífico, quiere también eliminar de nuestra fantasía. Así interpretan muchos este versículo, en cuyo caso el término “justifica” (δίκαιων) parece debe tomarse en sentido de “justificación” forense (cf. Isa 50:8; Mat 12:37; Rom 3:20), no en sentido de “justificación” por la gracia. Sin embargo, quizás esté más en consonancia con el contexto referir esa alusión de San Pablo, no precisamente al juicio final, sino a la situación general del cristiano ya en el tiempo presente, lo mismo que luego en el v.35. En este caso, el término “justifica” deberá tomarse en su sentido corriente de “justificación” por la gracia, y la idea de San Pablo vendría a ser la misma que ya expresó al principio del capítulo, es decir, que “no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús” (v.1). Recalcando más esa idea de confianza, añade en el v.34 que el mismo Jesucristo, que murió y resucitó por nosotros, es nuestro abogado ante el Padre. Claro es que esa situación de confianza vale también respecto del juicio final.
A continuación (v.35-3 9) enumera una serie de obstáculos o dificultades con que el mundo tratará de apartarnos del amor de Cristo (v.35) Y del amor de Dios en Cristo (v.39). Notemos esta última expresión con la que el Apóstol da a entender que el Padre nos ama, no aisladamente, por así decirlo, sino “en Cristo,” es decir, unidos a nuestro Redentor como miembros a la cabeza, como hermanos menores al primogénito. No es fácil determinar qué signifique concretamente cada uno de los términos empleados por San Pablo: “tribulación, angustia. , potestades, altura, profundidad. ,” ni hemos de dar a ello gran importancia; la intención del Apóstol mira más bien al conjunto, tratando de presentarnos todo un mundo conjurado contra los discípulos de Cristo, pero que nada podrá contra nosotros. Los “ángeles-principados-potestades” parecen hacer alusión a los espíritus malignos contrarios al reino de Cristo (cf. 1Co 15:24; Efe 6:12; Col 2:15); la “altura” y “profundidad” (abstractos por concretos) parecen aludir a las fuerzas misteriosas del cosmos (espacio superior e inferior), más o menos hostiles al hombre, según la concepción de los antiguos. La aplicación a los cristianos del lamento del salmista por el estado de opresión en que se hallaban los israelitas de su tiempo (v.16; cf. Sal 44:23), no significa que fuese esa la situación de los cristianos romanos de entonces; sin embargo, esa situación no tardará en llegar. Y San Pablo, para el presente y para el futuro, quiere inculcar al cristiano que las persecuciones y sufrimientos no influirán para que Dios nos deje de amar, como a veces sucede entre los seres humanos, al ver oprimido y pobre al amigo de antes, sino que nos unirán más a El, siendo más bien ocasión de victoria “gracias a aquel que nos ha amado” (v.37).
Este amor de Dios y de Cristo, tan maravillosamente cantado por San Pablo, es, no cabe duda, la raíz primera y el fundamento inconmovible de la esperanza cristiana. Por parte de Dios nada faltará; el fallo, si se da, será por parte nuestra.

Fuente: Biblia Comentada

Ahora, pues. El resultado o la consecuencia de la verdad que el apóstol acaba de enseñar. Es una expresión que casi siempre marca la conclusión de los versículos que la preceden de inmediato, pero aquí introduce los resultados asombrosos de la enseñanza de Pablo en los primeros siete capítulos: que la justificación es solo por fe con base en la gracia irresistible de Dios. ninguna condenación. Solo ocurre tres veces en el NT y todas en Romanos (cp. Rom 5:16; Rom 5:18). La palabra «condenación» se emplea de forma exclusiva en situaciones judiciales como lo opuesto de la justificación. Se refiere a un veredicto de culpable y al castigo exigido por ese veredicto. Ningún pecado que un creyente pueda cometer en el pasado, el presente o el futuro puede contarse en su contra, porque el castigo pleno fue pagado por Cristo y la justicia divina fue imputada al creyente. Ningún pecado revierte esta decisión legal divina (vea la nota sobre el v.Rom 8:33). los que están en Cristo Jesús. Es decir, todo cristiano verdadero. Estar en Cristo significa estar unido con Él (vea las notas sobre Rom 6:2 ; Rom 6:11; cp. Rom 6:1-11; 1Co 12:13; 1Co 12:27; 1Co 15:22). andan conforme a la carne … al Espíritu. Esta frase no aparece aquí en los manuscritos más antiguos, sino solo al final del v. Rom 8:4, lo cual parece indicar la inserción inadvertida del que hizo la copia.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Como sabía que sus lectores, en especial los judíos, tendrían muchas preguntas acerca de cómo se relaciona la ley con su fe en Cristo, Pablo se propone explicar esa relación (en este pasaje se refiere en veintisiete ocasiones a la ley). En una explicación detallada de lo que significa no estar bajo la ley, sino bajo la gracia (Rom 6:14-15), Pablo enseña que: 1) la ley ya no puede condenar a un creyente (Rom 7:1-6), 2) convence de pecado tanto a incrédulos como a creyentes (Rom 7:7-13), 3) no puede liberar a un creyente del pecado (Rom 7:14-25) y 4) los creyentes que andan en el poder del Espíritu pueden cumplir la ley (Rom 8:1-4).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

P ablo pasa de demostrar la doctrina de justificación, según la cual Dios declara justo al pecador creyente (Rom 3:20-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21), a demostrar las ramificaciones prácticas de la salvación para los que han sido justificados. Su discusión específica se centra en la doctrina de la santificación, que consiste en la manera como Dios produce justicia verdadera en el creyente (Rom 6:1-23; Rom 7:1-25; Rom 8:1-39).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

RESUMEN: Este capítulo comienza con una gran conclusión de todo lo dicho anteriormente: no hay condenación para los que están en Cristo. Estos andan, no carnalmente sino espiritualmente (1-11). Son guiados por el Espíritu Santo, y sirven a Dios en la capacidad de hijos y herederos (12-17). Por el evangelio, el hombre perdido tiene la esperanza de salir del estado de corrupción, obrado por el pecado, y participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios, cosa por la cual gime toda la creación (18-25). Aparte de esta esperanza de la redención del cuerpo, la cual esperanza ayuda al cristiano en su lucha contra el pecado, tiene la ayuda especial del Espíritu Santo, quien intercede por él. Estas cosas, y otras, ayudan a bien al cristiano, quien es objeto del aprobar (conocer), predestinar, llamar, justificar y por fin del glorificar de Dios según el gran plan de salvación por su gracia (26-30). Siendo así, no hay nada que pueda apartar al cristiano del amor de Dios, porque aun en las aflicciones el cristiano es más que vencedor.

8:1– Este versículo presenta la gran conclusión (nótese la palabra, “pues” o “por tanto”–Versión H.A.) de todo lo dicho anteriormente sobre el tema del evangelio, introducido en 1:16. La ley no salvaba sino condenaba, dejando al pecador a decir, “¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24). Esa liberación viene por Jesucristo. Estando uno en él, pues, no se encuentra bajo la sentencia de condenación. (Véase 3:24).
Algunas versiones (la Moderna, la Hispano-americana, etcétera) omiten la frase “los que no andan… al Espíritu.” Es cuestión de manuscritos. El texto griego según Westcott y Hort no contiene esa frase. Sin embargo, la verdad encerrada en esa frase se presenta en el versículo 4, etcétera.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA LIBERACIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA

Romanos 8:1-4

Por tanto, ya no hay ninguna condenación para los que viven unidos a Jesucristo. Porque la ley que viene del Espíritu y conduce a la vida me ha librado por medio de Jesucristo de la ley que engendra el pecado y conduce a la muerte. En cuanto a la impotencia de la Ley, esa su debilidad que era el efecto de nuestra naturaleza humana pecadora, Dios envió a Su propio Hijo como ofrenda por el pecado con esa misma naturaleza humana que había pecado en nosotros; y así, mientras existía en la misma naturaleza humana que nosotros, condenó al pecado; de manera que, como resultado, la justa exigencia de la Ley se pudiera cumplir en nosotros, que no vivimos sometidos a los principios de la naturaleza humana pecadora, sino bajo el principio del Espíritu.

Este pasaje resulta difícil de puro comprimido, y también porque Pablo alude a cosas de las que ya ha hablado antes. Hay dos palabras que aparecen una y otra vez en este pasaje: carne (sarx) y espíritu (pneuma). No podremos seguir el razonamiento de Pablo a menos que entendamos el sentido que les da a estas dos palabras.

(i) Sarx quiere decir literalmente carne. Una lectura de corrido de las cartas de Pablo nos bastaría para descubrir que usa esta palabra con mucha frecuencia y con un sentido especial. En términos generales la usa de tres maneras diferentes:

(a) La usa en su sentido literal. Habla de la circuncisión física, literalmente «en la carne» (Rm 2:28 ). (b) Una y otra vez emplea la frase kata sarka, literalmente de acuerdo con la carne, que quiere decir casi siempre mirando las cosas desde el punto de vista humano. Por ejemplo, dice que Abraham es nuestro antepasado kata sarka, en cuanto a la naturaleza humana. Dice que Jesús es hijo de David kata sarka Rm 1:3 ), es decir, en cuanto a su naturaleza humana. Habla de los judíos como sus parientes kata sarka (Rm 9:8 ); es decir, por parentesco natural. Cuando Pablo usa la expresión kata sarka, siempre implica que está considerando las cosas desde el punto de vista humano. (c) Pero otras veces usa la palabra sarx en un sentido que le es característico. Hablandó de los cristianos, se refiere al tiempo cuando estábamos en la carne (en sarkí, Rm 7:5 ). Habla de los que andan conforme a la carne en contraposición a los que viven la vida cristiana (Rm 8:4 s). Dice que los que están en la carne no pueden agradar a Dios (Rm 8:8 ). Dice que la mentalidad de la carne es muerte, y enemiga de Dios (Rm 8:6; Rm 8:8 ). Habla de vivir de acuerdo con la carne (Rm 8:12 ). Les dice a sus amigos cristianos: «Vosotros no estáis en la carne» (Rm 8:9 ).

Está muy claro, sobre todo en el último ejemplo, que Pablo no usa la palabra carne refiriéndose al cuerpo, como cuando nosotros hablamos de carne y hueso. Lo que quiere decir realmente es la naturaleza humana con todas sus debilidades y su vulnerabilidad al pecado. Se refiere a la parte de nuestra persona que le sirve de cabeza de puente al pecado; es decir, nuestra naturaleza pecadora, aparte de Cristo; todo lo que nos ata al mundo en lugar de a Dios. Vivir conforme a la carne es llevar una vida dominada por los dictados y deseos de la naturaleza pecadora en lugar de una vida gobernada por el amor de Dios. La carne representa lo más bajo de la naturaleza humana.

Tenemos que damos cuenta de que, cuando Pablo piensa en la clase de vida que está dominada por sarx, no está pensando exclusivamente en los pecados sexuales o corporales. Cuando da una lista de las obras de la carne en Gal 5:1921 , incluye los pecados sexuales y corporales, pero también la idolatría, el odio, la ira, la agresividad, las herejías, la envidia y el asesinato. Para él la carne no era algo material, sino espiritual; era la naturaleza humana en toda su debilidad y pecado, todo lo que el ser humano es aparte de Dios y de Cristo.

(ii) Está la palabra espíritu; en este solo capítulo aparece no menos de veinte veces. Esta palabra tiene, como la anterior, un trasfondo que le viene del Antiguo Testamento. En hebreo existe la palabra rúaj, que contiene dos ideas básicas: (a) No quiere decir sólo espíritu, sino también viento; siempre tiene el sentido de algo poderoso, como un potente viento de tempestad. (b) En el Antiguo Testamento siempre contiene la idea de algo que es más que humano. El Espíritu, para Pablo, representa un poder divino.

Así es que Pablo dice en este pasaje que hubo un tiempo cuando el cristiano estaba a merced de su propia naturaleza humana pecadora. En ese estado, la Ley era algo que le hacía pecar, de modo que iba de mal en peor, derrotado y frustrado. Pero, cuando se convirtió al Evangelio, vino a su vida el poder del Espíritu de Dios; y, en consecuencia, entró en una vida de victoria.
En la segunda parte del pasaje, Pablo habla del efecto de la Obra de Jesús en nosotros. Es complicado y difícil de entender, pero Pablo quiere decir lo siguiente: Recordemos que empezó este tema diciendo que todos pecamos en Adán. Ya hemos visto cómo la idea judía de la solidaridad le permitía afirmar que, literalmente, todos los seres humanos estamos implicados en el pecado de Adán y en su consecuencia, la muerte. Pero esto tiene otra cara: Jesús ha venido a este mundo con una naturaleza puramente humana; y le ha ofrecido a Dios una vida de perfecta obediencia, de perfecto cumplimiento de Su voluntad. Ahora bien: como Jesús era plenamente humano, de la misma manera que éramos uno con Adán somos ahora uno con Cristo; y de la misma manera que nos vimos involucrados en el pecado de Adán, ahora lo estamos en la perfección de Cristo. En Cristo, la humanidad Le ofreció a Dios la perfecta obediencia, lo mismo que en Adán le había ofrecido una desobediencia fatal. Los hombres que estaban antes involucrados en el pecado de Adán son ahora salvos porque están incluidos en la bondad de Cristo. Ese es el razonamiento de Pablo; y para él y para los que le leían era algo totalmente convincente, aunque sea difícil de entender para nosotros. Gracias a la Obra de Cristo, se nos ofrece a los cristianos una vida que no está dominada por la carne, sino por el Espíritu de Dios, que llena al hombre de un poder que antes no tenía ni conocía. Se le anula el castigo de su pasado y se le asegura la fuerza para su futuro.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 8

IV. LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS (8,1-39)

Del capítulo 7 se deduce con singular claridad por qué Pablo no puede renunciar a sus exhortaciones a emprender una nueva vida. Cierto que el pasado pecaminoso del hombre ha sido fundamentalmente superado «en Cristo». El hombre «en Cristo» es en realidad una nueva criatura, y ha pasado de la muerte a la vida. Pero el cristiano no se ha distanciado de su pasado pecaminoso hasta el extremo de que éste no se le pueda presentar ahora una vez más como su posibilidad negativa. Por ello es preciso exhortar al cristiano a comportarse de un modo nuevo. La nueva vida no produce sus frutos de forma automática, sino que el hombre ha de responder continuamente a sus exigencias.

En el capítulo 8 se pone especialmente de relieve que la exhortación del Apóstol sólo puede comprenderse de modo adecuado desde la base de su mensaje de libertad. De ahí que recuerde ante todo el acto liberador de Cristo, para apelar inmediatamente a la libertad de los manumitidos y que ahora caminan según el Espíritu: son los hijos de Dios y por lo mismo también «herederos» de su gloria futura. Como tales tienen que conservar al presente la libertad otorgada.

Sobre el trasfondo del capítulo 7 puede Pablo exponer con detalle y de forma apremiante el presente salvífico de los cristianos. De acuerdo con ello, la vida cristiana se entiende como una vida «según el espíritu», no «según la carne», pues el espíritu otorgado por Cristo se mantienen en la libertad de los hijos de Dios. Pero, al mismo tiempo, Pablo pone en claro que la salvación presente sólo se conserva como una vida vivida y acrisolada en la esperanza. Esa vida, que es simultáneamente realización en Cristo y promesa del futuro de Dios, permite que los cristianos se alegren de hecho y proclamen, con agradecimiento a Dios, la salvación que se les ha dado, como demuestra la misma conclusión jubilosa del capítulo 8. Este acento fundamental, claro y alegre no es ciertamente la última razón de que siempre se haya considerado el capitulo 8 como el vértice más alto de toda la carta.

1. LIBERTAD POR EL ESPÍRITU (Rm/08/01-11)

1 Así pues, ahora ya no pesa ninguna condena sobre quienes están en Jesucristo. 2 Porque la ley del Espíritu, dador de la vida en Jesucristo, me liberó de la ley del pecado y de la muerte. 3 En efecto, lo que era imposible a la ley, por cuanto que estaba incapacitada por causa de la carne, Dios, enviando su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como víctima por el pecado, condenó al pecado en la carne, 4a fin de que lo mandado por la ley se cumpla en nosotros, los que caminamos, no según la carne, sino según el espíritu.

La oposición del v. 1 al grito desesperado de 7,24 es total y categórica. «Ahora…» la mirada se vuelve desde la situación desgraciada del hombre bajo la ley y el pecado hacia la hora presente. En este presente determinado por Cristo ya no hay «ninguna condena» para quienes están en Jesucristo. Pues, con Cristo la vieja soberanía de las potencias maléficas ha llegado a su fin y se abre la nueva vida, que ahora puede llamarse vida con toda verdad. De ahí que quienes están en Cristo hayan sido arrancados al juicio que pende sobre el pecado. Este tono fundamental condiciona todo el capítulo. Es la certeza de la salvación de los cristianos, que sólo la tienen en Cristo y sólo la conservan con una vida según el Espíritu.

Siguen los v. 2-4 describiendo la liberación, de la que los cristianos han sido hechos partícipes, como un acto universal de salvación que Jesucristo y Dios han llevado a término, de tal modo que el anuncio y proclama del v. 1 no hay que separarlos de su prueba teológica. De hecho la exposición del acto liberador aparece como una confirmación posterior de 7,1-6 desde el campo de la teología y soteriología del Apóstol.

La liberación de la «ley del pecado y de la muerte», se describe en el v. 2 ante todo como una «ley» contraria a dicha ley. Es la ley que ha sido dada por el «Espíritu», no por el espíritu humano, sino por el Espíritu que se manifiesta como «vida en Jesucristo». En definitiva no es otro que el Espíritu de Jesucristo, que se comunica a los creyentes y para quienes viene a ser una nueva ley. Pablo, sin embargo, no proclama algo así como una ley cristiana en lugar de la vieja ley mosaica. Lo que él tiene que proclamar como nuevo es el Evangelio, y esto no puede llamarse realmente ley en un sentido estricto, cual si se tratase de la sustitución de otra ley. Pablo utiliza aquí unas fórmulas antitéticas, y sólo en el sentido de esta antítesis puede presentarse el Evangelio como una «ley» que proclama y trae la libertad.

El proceso de liberación no se da sin la obra de Cristo Jesús, y por lo mismo tampoco sabe pensarla sin la iniciativa de Dios. Pues lo que la ley no pudo -en lugar de conducir a la vida lo que hizo fuera arrastrar al pecado y, en consecuencia, a la muerte- lo ha logrado Dios por medio de su Hijo. A él lo envió 33 en la «semejanza» de nuestra existencia carnal, condicionada por el pecado. En la formulación de este pensamiento se echa de ver, por una parte, cómo el Apóstol se esfuerza por presentar al Hijo de Dios como hecho hombre y asumiendo plenamente las condiciones históricas y concretas de la existencia humana, indicadas aquí a través del concepto de «carne» dominada por el pecado; pero, por otra parte, Pablo tampoco quiere presentar el ser humano del Hijo de Dios como una realidad personalmente pecaminosa. Ha venido pensando en la humanidad pecadora para encontrarse con el pecado en su propio campo de operaciones, «en la carne». Pablo piensa aquí en el acontecimiento de la salvación en cuanto vinculado a la muerte en cruz de Jesús. En la entrega de su vida por nosotros, es decir, en lugar nuestro y en nuestro favor, la misión del Hijo de Dios alcanza su meta. Jesús sufre en su muerte el juicio de Dios contra el pecado, y representa así a todo el género humano que se encuentra bajo el pecado.

El v. 4 sirve ya de introducción al cambio de vida «según el espíritu». Lo que Jesús ha hecho de una vez, lo ha hecho por nosotros. El giro que representa su acto liberador ha encontrado ahora su repercusión en nuestra vida nueva, como un cambio de la carne al espíritu, y ahí tiene que seguir repercutiendo de forma continua. Con el cambio de vida «según el espíritu» llega incluso a cumplirse «lo mandado por la ley», en razón precisamente del cumplimiento que representa el acto liberador de Jesucristo de una vez para siempre. Verdad es que el hombre regido por el Espíritu de Cristo ya no recibe lo mandado por Dios como una «ley» -este concepto en sentido estricto queda reservado a la vieja ley nefasta-, sino como la exigencia del propio Espíritu, que no sólo fomenta el nuevo modo de vida, sino que además lo hace posible.

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33. Cf. Gal 4:4.

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5 En efecto, los hombres según la carne, anhelan las cosas de la carne; los hombres según el espíritu, las del espíritu. 6 Pero el anhelo de la carne termina en muerte; mientras que el anhelo del espíritu, en vida y paz. 7 Pues el anhelo de la carne es enemistad para con Dios, ya que no se somete a la ley de Dios ni siquiera tiene capacidad para ello, 8 y quienes viven en lo de la carne no pueden agradar a Dios.

CARNE/QUE-ES: Las posibilidades del hombre desde su propio ser han quedado superadas. ¿Qué es el hombre? ¡Por sí solo nada más que «carne»! Eso es lo que el capítulo 7 ha puesto bien en claro. «Carne» es la existencia terrena y presente del hombre en contraste con su destino que es obtener la vida. Pero en el presente de la fe se demuestra que la vida sólo la otorga el Espíritu. Es preciso dejarse conducir por este Espíritu , y sólo en la medida en que el hombre corresponde al don y a las solicitaciones del Espíritu, se convierte en «hombre según el espíritu».

No hay que olvidar que Pablo ve al hombre única y exclusivamente por Cristo y por su obra salvadora. Por ello no hay que esperar una reflexión sobre el hombre en sí mismo. Ciertamente que para Pablo existe el hombre en sí mismo, es decir el hombre que se cuida de sí mismo y trabaja para sí, que comete el pecado, que no deja de hecho que Dios se cuide de él y que en el fondo no espera la salvación de Dios, sino de sí mismo, porque confía en sí mismo y para él el bien es procurarse la vida. Pero en realidad lo único que encuentra es la muerte y, desde la perspectiva de Dios, su existencia aparece como una enemistad divina. Pablo no deja la menor duda de que la única posibilidad del cristiano de responder a la voluntad de Dios es precisamente la vida regida por el Espíritu.

9 Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, este tal no pertenece a Cristo. 10 En cambio, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por causa del pecado, pero el espíritu es vida por causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo dará vida también a vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros.

Pablo habla directamente a los cristianos como a quienes están «en el espíritu». La realidad que fundamenta este nuevo ser es «el Espíritu de Dios… en vosotros». «Espíritu de Dios» y «Espíritu de Cristo» son la misma cosa. Lo decisivo es que se experimenta el «Espíritu» como la realidad que define el presente, y desde luego en la vida de cada uno de los creyentes lo mismo que en la universalidad y comunión de los creyentes, es decir, en la comunidad. Tal vez no habría que considerar un hecho casual el que Pablo se dirija aquí en plural a los hombres que están «en Cristo», de forma distinta que a los hombres anteriores a Cristo y privados de él (capítulo 7). El Espíritu, que ha sido dado al creyente, es siempre el Espíritu comunicado a la Iglesia de Jesucristo. Pero en la comunidad de los creyentes se manifiesta también la fuerza determinante del Espíritu como una nueva vida de cada uno. «En el espíritu» experimentamos la vida que ese espíritu produce. Y esa vida afecta al hombre entero, al igual que el espíritu determina la realidad de todo el hombre. Ni es otro el contenido de la fórmula dialéctica relativa al «cuerpo» que «está muerto por causa del pecado» y del «espíritu» que «es vida por causa de la justicia» (v. 10). Una y otra cosa, «cuerpo» y «espíritu» indican la totalidad del hombre, aunque desde una perspectiva distinta. El «espíritu» es aquí el fundamento de la nueva vida que penetra por completo al hombre, hasta el punto de que éste ahora está «muerto» para el pecado.

El Espíritu otorga la vida, que significa la vida de la resurrección. La vida que el creyente vive en la hora actual es la vida de Cristo resucitado de entre los muertos, y por lo mismo es ya un anticipo en la resurrección futura de nuestros «cuerpos mortales», gracias precisamente al Espíritu que habita en nosotros. La posesión actual del Espíritu nunca debe conducir a un desconocimiento del auténtico don del Espíritu, es decir, la vida del futuro que Dios nos ha prometido y de la que nosotros no podemos disponer.

2. LA VIDA EN EL ESPÍRITU (Rm/08/12-17)

12 Por consiguiente, hermanos, deudores somos: pero no de la carne, para vivir según ella. 13 Pues si vivís según la carne, tendréis que morir; pero si con el espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. 14 Porque todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos suyos. 15 Y vosotros no recibisteis un espíritu de servidumbre, que os lleve de nuevo al temor, sino que recibisteis un espíritu de adopción, en virtud del cual clamamos: «¡Abbá!, ¡Padre!» 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, y coherederos de Cristo, puesto que padecemos con él y así también con él seremos glorificados.

Como quienes están «en el espíritu» (v. 9) y viven ahora según la norma del espíritu, ahora somos libres gracias a la acción liberadora de Dios. Y por ello, precisamente en cuanto libres, somos «deudores», aunque nunca deudores de la «carne». Pues, la vida de quien confía en su «carne», es decir, en sí mismo, conduce necesariamente a la muerte. Por el contrario, nos oponemos a ella cuando, «con el Espíritu, dais muerte a las obras del cuerpo». La idea que aquí late es la práctica pecaminosa en la que el «cuerpo» -o, lo que es lo mismo, el yo del hombre- encuentra siempre placer. Tal práctica debe ser muerta por el Espíritu, que nos capacita y nos guía hacia una nueva práctica cristiana (v. 14).

En el v. 13, la muerte y la vida aparecen como las dos posibilidades que se presentan al cristiano. Pero ¿se le brindan realmente a su libre elección, de tal modo que pueda decidir entre ambas? Si puede darse la libertad psicológica de elección o de decisión, ello se debe a que esta libertad está ya intrínsecamente condicionada de forma bien explícita por el poder del Espíritu que guía al cristiano en la fe. Todo lo que ahora le interesa es mantenerse en la libertad que le ha otorgado el Espíritu. Así pues, la elección que el cristiano debe hacer de conformidad con todo ello, consiste en adherirse al Espíritu, en dejarse guiar por el Espíritu. Si no se mantiene firme ahí, necesariamente sucumbirá al impulso mortífero del pecado.

Puesto que somos libres, somos realmente hijos de Dios (v. 14). Pues, el espíritu que hemos recibido no es el «espíritu de servidumbre», sino el de «adopción», con el que nos otorgan nuevas relaciones como hijos adoptivos de Dios (v. 15). Al acto liberador del Hijo de Dios (v. 24) responde el nuevo estado de liberados como hijos de Dios, que por la acción salvífica divina han entrado en posesión plena de sus derechos de hijos adoptivos (v. 16s)34. Pablo recuerda estas nuevas relaciones con Dios, que los cristianos han obtenido, para referirse una vez más a la libertad refrendada por Dios como base de la nueva práctica de vida cristiana.

Así como la adopción de los cristianos lograda en el Espíritu se funda en el acto del Hijo de Dios, así también éstos le dan una respuesta adecuada en su vida, por lo que se refiere al padecer con él en el presente como a la glorificación con él en el futuro. Es curioso que Pablo, de cara a la salvación, defina el presente como un «padecer con él», que tiene asegurada la promesa de la gloria futura. Por lo que hace a la glorificación de los hijos de Dios, en su nueva vida ellos sólo la experimentan de momento como un «todavía no» dentro de «lo que ya han logrado». Lo cual no equivale precisamente a una ilusión, sino a una promesa y esperanza. Pues, es justo el conocimiento seguro de la promesa de Dios en la experiencia del Espíritu lo que no solamente hace que nos mantengamos firmes frente a los trabajos del presente, sino que además nos mantiene esperanzados. Por todo lo cual el caminar según el Espíritu hace que no despreciemos con un entusiasmo exaltado la existencia en el mundo transitorio, sino que nos la presenta a una luz completamente nueva y llena de sentido.

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34. Cf. Gal 4:4-7.

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3. CERTEZA DE LA ESPERANZA (Rm/08/18-30)

18 Efectivamente, yo tengo para mí que los sufrimientos del tiempo presente no merecen compararse con la gloria venidera que en nosotros será revelada.

El llamamiento del Apóstol a los fieles para que sean conscientes de su nueva dignidad de hijos de Dios se cerraba al final del v. 17 con la promesa de que los que ahora «padecemos» «seremos glorificados» en el futuro. Con ello apunta ya el tema que domina los próximos versículos, a saber: la esperanza futura de los cristianos. Este tema es de una importancia capital. De ahí que el desarrollo objetivo del Evangelio en la segunda parte de esta carta no desemboque casualmente en la promesa del futuro que Dios tiene reservado a los justificados por la fe.

La promesa cristiana del futuro tiene su fundamento en Dios y en su acción liberadora por medio de la muerte y resurrección de Jesús. De la «gloria venidera» sólo puede hablarse desde ese fundamento que ha sido puesto con Cristo. Por eso cuando el cristiano contempla el futuro desde la nueva vida planteada en él e intenta alcanzar ese futuro «lanzándose hacia por lo que está delante» ( Flp 3:13), no es una aspiración audaz de la propia suficiencia, sino la verdadera tarea que le incumbe al cristiano en la hora presente. La nueva vida, que ahora ya se le ha otorgado al creyente, reclama por su misma naturaleza la consumación en la «gloria». La fe, por la que hemos sido justificados, comporta la promesa de la gloria futura. Por eso, el cristiano sólo vive de la fe en cuanto que permite la vigencia de la promesa del futuro. Una fe estrecha y que por lo mismo, aportaría un consuelo precipitado, que sólo mirase hacia atrás, hacia la redención operada una vez por Cristo, renunciaría a una de sus características esenciales; concretamente, a la perspectiva de la gloria futura y a un impulso decisivo para la acción cristiana en el presente.

El presente se define desde luego por los «sufrimientos». Son los sufrimientos del tiempo final, los sufrimientos que se le derivan al cristiano de la época mundana que pasa, de sus deficiencias, de sus fallos y desarrollos, que todavía no permiten ver claramente a la «nueva creación» (2Co 5:17; Gal 6:15) que ha irrumpido con Cristo. A esa categoría no pertenecen sólo los sufrimientos y necesidades de cada uno de los creyentes, sino también las situaciones sociales embarazosas de toda la humanidad, cuya cambiante expresión histórica solicita constantemente a los creyentes a una conducta liberadora y con visión de futuro. La consideración de la gloria futura no puede dejar a quienes creen en modo alguno inoperantes de cara a los sufrimientos presentes, sino que los fieles, recordándose de la dinámica revolucionaria de la esperanza, deben dar testimonio de la «nueva creación» incluso en la práctica cristiana.

19 Porque la anhelante espera de la creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios. 20 La creación, en efecto, no por propia voluntad, sino a causa del que la sometió, fue sometida a la vaciedad, pero con una esperanza: 21 que esta creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

La salvación de Dios afecta a toda la creación. De ahí que pueda Pablo describir la situación presente de las criaturas en general como una «anhelante espera». También la creación en general existe por la promesa. Y será asumida en la «revelación de los hijos de Dios», en la glorificación de éstos y asimismo liberada de su propia «vacuidad», para alcanzar la «libertad de la gloria de los hijos de Dios». Aunque se supone claramente que la gloria futura corresponde, en primer término y en sentido estricto, a los «hijos de Dios», no se excluye, sin embargo, que la creación entera pueda ser glorificada con ellos. Al ser llamados por Dios, los hombres no se aíslan del resto de la creación, sino que más bien son llamados precisamente para convertirse en una «nueva creación» (2Co 5:17; Gal 6:15) 35. La visión esperanzada que el Apóstol tiene del futuro no deja nada que desear por lo que hace a su universalidad y amplitud.

Por lo demás, esta visión amplia de toda la creación redimida no deja indiferentes a los cristianos en la hora actual. Si la creación aguarda la «revelación de los hijos de Dios», quienes ahora pueden ya denominarse hijos de Dios, y que lo son en realidad, tienen que asumir de forma nueva y seria su responsabilidad frente a la creación. En todo caso no responde al pensamiento cristiano abandonar la creación a su propio destino permaneciendo inactivos. El paso de la creación es un paso cargado de salvación, un paso en la forma más salvífica que Dios le ha dado. Por eso, este mundo, que camina hacia su salvación, tiene ciertamente un futuro, que los cristianos deben proclamar en toda su realidad.

22 Pues lo sabemos bien: la creación entera, hasta ahora, está toda ella gimiendo y sufriendo dolores de parto. 23 Y no es esto sólo; sino que también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos igualmente en nuestro propio interior, aguardando con ansiedad una adopción, la redención de nuestro cuerpo. 24 Pues con esa esperanza fuimos salvados. Ahora bien, esperanza cuyo objeto se ve, no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ya está viendo? 25 Pero, si estamos esperando lo que no vemos (todavía), con paciencia lo aguardamos.

El v. 22 subraya una vez más que la creación entera se halla vinculada estrechamente con nosotros. Es solidaria de lo perecedero que en ella impera por una necesidad transida de esperanza, pues es en este mundo perecedero donde surgirá la «nueva creación». Mas no solamente la creación en su conjunto, «también nosotros… gemimos». Cosa tanto más sorprendente cuanto que ya hemos recibido al «Espíritu» como «las primicias» de la gloria futura. Esta posesión del Espíritu no preserva de semejante solidaridad en la indigencia con la creación entera. Y es en esta indigencia y transición así como en la confirmación del Espíritu en medio de este mundo transitorio en que aparece la «adopción» más bien como un bien futuro, si bien ya ahora hemos entrado de hecho en posesión de los derechos de «hijos de Dios» (v. 15-17). Aguardamos esa adopción como un bien salvífico futuro, en cuanto que significa la «redención de nuestro cuerpo» precisamente de la caducidad de esta creación transitoria. De acuerdo con esto, el presente cristiano es algo bien distinto de una existencia triunfal, es más bien la existencia de un hombre en la necesidad en que el propio Espíritu le pone, y que continuamente se experimenta como una tensión entre la creación vieja y la nueva.

Así, la frase «en esta esperanza fuimos salvados» puede sonar de primeras como una limitación: solamente o únicamente en esperanza. Pero aquí Pablo no piensa en semejante limitación cuando habla de que hemos sido salvos. Nuestra redención, que hemos obtenido en Cristo y cuya victoria es don del Espíritu, la proclama Pablo sin duda alguna como una redención ya lograda. Pero, si es una redención en esperanza, en este anuncio se descubre la promesa inherente a nuestra redención de que en el futuro se manifestará lo que ahora está oculto y que es ya como una realidad anticipada. La redención futura, que aguardamos con paciencia, no es una redención distinta y posterior de la que ya hemos alcanzado en Jesucristo, sino que será la manifestación de «lo que ahora no vemos (todavía)» (v. 25). La paciencia que nosotros los cristianos debemos desplegar a este respecto, consiste precisamente en que no corremos tras ninguna otra cosa, tras ninguna otra promesa, que puede parecer más fácil y apremiante, pero que en realidad no haría más que desviar nuestra mirada de la llegada de la verdadera promesa. La esperanza de los cristianos aguarda la llegada del Señor, que vendrá en su gloria.

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35. Véase Isa 65:17 : «Pues, he aquí que yo creo un cielo nuevo y una tierra nueva.»

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26 De igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Porque no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo intercede con gemidos inexplicables. 27 Pero aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el anhelo del Espíritu, porque éste intercede, según el querer de Dios, en favor de los santos.

¿No podemos engañarnos en nuestra esperanza? ¿Cómo sabemos que nuestra esperanza no nos induce a error, cuando esperamos «lo que no vemos»? (v. 25). La respuesta no puede reducirse simplemente a que no hacemos más que esperar y aferrarnos a un futuro, a cualquier futuro. Si confiamos en el Espíritu, que nos guía (v. 14), nuestra esperanza no carece de dirección, sino que es «según el querer de Dios» (v. 27). Es precisamente esa confianza en el Espíritu, que se nos ha dado como «Espíritu de adopción» (v. 15), como «primicias» (v. 23), lo que se nos reclama, por cuanto «no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido», pues «el mismo Espíritu intercede» (v. 26).

Ello no quiere decir que la oración del cristiano sea superflua, sino que adquiere una mayor hondura en el sentido de una confianza en el Espíritu. En la plegaria podemos presentar ante Dios los anhelos y necesidades de nuestra existencia; nuestra fe nos alienta a esperarlo todo de Dios y de su gracia. Pero el hecho de que incluso en nuestra oración, en nuestros anhelos y esperanzas dejemos que Dios sea totalmente Dios, que nos entreguemos de lleno con nuestras aspiraciones más caras a ese Dios que justifica y otorga la salvación y el hecho de que no recurramos a ningún otro dios sustitutivo, requiere el concurso del Espíritu que «viene en ayuda de nuestra debilidad» y que «intercede con gemidos inexplicables», en los cuales no sólo se incluyen el gemido y el anhelo de la creación sino hasta sus mismas esperanzas no siempre plenamente conscientes. Es así, con el apoyo del Espíritu de Dios, como nuestra esperanza adquiere su certeza peculiar.

28 Sabemos además que todas las cosas cooperan al bien de quienes aman a Dios, de quienes son llamados según su designio. 29 Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que éste fuera el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, también los llamó, y a los que llamó, también los justificó, y a los que justificó, también los glorificó.

La certeza de nuestra esperanza nos permite soportar con paciencia «los sufrimientos del tiempo presente» (v. 18). Por lo que hace a la parte que nos afecta de esos sufrimientos sabemos con esa certeza que «todas las cosas cooperan al bien» nuestro. Lo cual no significa que para los cristianos todo resulte más fácil de como puede aparecer desde una consideración meramente naturaL ni que les resulten más llevaderos que a los demás sus padecimientos y penalidades. Por el contrario, los sufrimientos son siempre sufrimientos, aun cuando se integren en la esperanza del cristiano. La esperanza cristiana no permite superarlos tan fácilmente como una y otra vez han creído erróneamente los carismáticos exaltados. Por consiguiente, Pablo no predica una indiferencia estoica frente a las experiencias penosas de la vida, sino la certeza de la esperanza en todos los sufrimientos. Esta certeza encuentra en el v. 28 un mayor relieve desde un doble aspecto. Es la certeza de quienes «aman a Dios» y que han sido «llamados» según el decreto misericordioso de Dios. Que nosotros amemos a Dios no es mérito nuestro ni tampoco producto de nuestro esfuerzo; no es fruto de nuestra inclinación y buena voluntad, sino que es «el amor de Dios… derramado en nuestros corazones» (Isa 5:5), el amor con que Dios «viene en ayuda a nuestra debilidad» (Isa 8:26) y que en nosotros se convierte en la postura de los «hijos de Dios», (Isa 8:16 s) que todo lo supera. Quienes aman a Dios no son ciertamente distintos de aquellos a los que Dios ha llamado en su voluntad salvífica precedente y universal. Cómo Dios ha trazado esta vocación y cómo la ha llevado a término lo exponen los versículos 29-30 en una especie de eslabonamiento.

Cada uno de los eslabones de esta cadena 36 está unido a los otros de tal modo que desarrollan la única acción salvífica de Dios en favor de los hombres en sus diversos aspectos. Se parte de la vocación que Dios ha hecho llegar a los hombres por medio de Jesucristo (v. 28 y 30). Es la llamada que se escucha y a la que se responde con la fe de los cristianos y con la conducta según el Espíritu. La vocación de Dios es universal como también es universal la fe, en cuanto los hombres aceptan de hecho esa llamada que se les dirige y llegan así a la fe.

Desde esta orientación, universal por esencia, de la acción de Dios que llama a la salvación no hay que esperar que los eslabones de la cadena mencionados en los v. 29 y 30, al igual que los anteriores y los siguientes, expresen una limitación de la salvación a determinados hombres o grupos de hombres, que han podido aportar ciertos requisitos para obtener esa salvación. Por el contrario, las primeras expresiones sobre la presciencia y la predestinación atribuyen a Dios de tal manera la acción salvífica y vocacional, que en definitiva la vocación experimentada en la fe sólo puede entenderse como un acontecimiento salvífico que no está en la mano del hombre sino quo depende sólo de Dios. Pero al hablarse en este contexto de la predestinación, se puede entrever en ella de modo especial el objetivo de la acción salvífica de Dios de cara a la imagen cristiana de la salvación. Dios ama a los creyentes como a hijos suyos, y por lo mismo también como a hermanos de Cristo.

En la llamada que Dios hace a los creyentes están incluidas la justificación y la glorificación de éstos (v. 30). Pues por la fe a la que hemos sido llamados por Dios, y sólo por medio de esa fe, somos justificados (cf. 3,27.28; 5,1). Resulta sorprendente que el despliegue de la acción salvífica de Dios sobre los creyentes abarque también la glorificación, y de tal modo que aquí esa glorificación aparece ya como realizada, en tanto que 5,2 y 8,18 la prometen como futura. Pero en el pensamiento del Apóstol el bien futuro de la gloria de Dios se les comunica ya ahora a los creyentes inicialmente, junto con «las primicias del Espíritu» (v. 23) y, lo que viene a ser lo mismo, con la justificación del pecador ya realizada. Es precisamente esta inclusión la que permite poner en claro cómo el futuro esperado no nos aporta un bien salvífico distinto del que ya se nos ha otorgado por medio de Jesucristo, y cómo Dios, según afirma el v. 32, de hecho nos lo «ha dado todo» al darnos a su Hijo.

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36. En la exposición de los padres de la Iglesia esta serie de actos salvíficos de Dios viene valorada como la «cadena de oro». La especulación dogmática posterior se interesó de modo especial por las afirmaciones del Apóstol sobre la predestinación y elección divinas, cayendo en su búsqueda de una pretendida doctrina paulina de la predestinación en el peligro de desconocer la afirmación central y constante del Apóstol acerca de la causalidad del único acto salvífico de Dios, que no puede deducirse con criterios humanos y morales.

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4. CONCLUSIÓN NOSOLÓGICA (Rm/08/31-39).

31 ¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que ni siquiera escatimó darnos a su propio Hijo, sino que por todos nosotros lo entregó, ¿cómo no nos lo dará también todo con él?

La certeza de la fe y de la esperanza alcanza en el v. 31 los acentos de un grito jubiloso de triunfo. «¡Dios está por nosotros!» Con este grito parece haber olvidado el Apóstol el recuerdo de «los sufrimientos del tiempo presente» (v. 18) y las exigencias de una vida en esperanza. Pero de hecho ambas cosas no se excluyen. Pues el que nosotros amemos a Dios y respondamos así a la llamada que nos ha dirigido, no se puede concebir y menos llevar a efecto sin Dios, sin el Dios que precisamente se ha manifestado como un «Dios por nosotros» y que por amor ha entregado a su Hijo por todos nosotros. El grito de victoria de «Dios por nosotros» ha dado origen con frecuencia a deformaciones y abusos egoístas. ¿Qué guerra «santa» no se ha remitido al «Dios por nosotros»? No obstante, el «Dios por nosotros» es el Dios de quienes esperan con paciencia (v. 25). Esta exclamación polémica sólo puede dirigirse al espíritu de negación, que siempre tiene algo que objetar ante Dios y, en el fondo, se opone a su obra de salvación tratando de oponer Dios al propio Dios. Pero no hay más que un Dios solo, el Dios que «está por nosotros».

33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. 34 ¿Quién podrá condenar? ¡Jesucristo, el que murió, mejor aún, el resucitado, es también el que está a la diestra de Dios, el que además intercede por nosotros!

La acusación contra los «elegidos de Dios» queda anulada en Dios mismo. Que los cristianos tengan conciencia de ser «elegidos de Dios» responde por lo demás al cuadro de la salvación que nos ofrece todo el capítulo. Como aquellos que han obtenido de hecho la salvación, que han recibido el «espíritu de adopción» (v. 15) y que ahora son «hijos de Dios», que disponen de la promesa de la gloria futura, a quienes Dios se «lo dará también todo» en el Cristo muerto y resucitado por ellos, como quienes ahora han empezado a amar a Dios, los creyentes tienen que llamarse «elegidos de Dios». Sólo cuando se realiza y cumple toda esta conexión puede la conciencia cristiana de elección mantenerse libre de todo orgullo y suficiencia farisaicos y demostrar así su legitimación por medio de la esperanza que tiene en cuenta la acción salvadora de Dios en favor de todo el género humano.

Se enfoca aquí una vez más, como fundamento de nuestra certeza sobre la salvación, la obra justificante de Dios, que supera la acción deletérea del pecado. A esta pregunta sigue en el v. 34 el silencio de quien podría presentar una acusación. Mas ese silencio viene roto por el grito de «¡Jesucristo!» Y es éste un grito de socorro, la llamada al redentor frente a la acusación condenatoria del enemigo de la salvación. Jesucristo, es decir, el que ha muerto por nosotros, el que ha resucitado, está sentado a la derecha de Dios e intercede en favor nuestro. Jesucristo no es, por ende, un pasado, sino el presente y el futuro para nosotros.

35 ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo»? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Conforme está escrito: «Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, fuimos considerados como ovejas para el matadero» (Sal 44:23). 37 Sin embargo, en todas estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel que nos amó. 38 Pues estoy firmemente convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principios, ni lo presente ni lo futuro, ni potestades, 39 ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Jesucristo, Señor nuestro.

De este modo la profesión de fe en Jesucristo permite al final una vez más -y echando una mirada a todos los «sufrimientos del tiempo presente», cuya descripción adquiere singular relieve con la cita del Salmo 44,23- cantar en forma de himno la certeza de la salvación presente y futura. Es una alabanza al amor de Dios, que él nos ha demostrado en Jesucristo y en cuyo amor sabe el Apóstol que se sostiene y funda la salvación del mundo. Manteniéndonos inconmovibles en ese su amor, nuestra existencia quedará vencedora por encima de todo, pues a través del acuerdo de nuestra existencia creyente con el amor de Dios, y sólo así, pueden superarse todas las fuerzas y potencias que le ponen trabas. Mientras mantengamos firmes esa unión con Dios, se afianzará nuestra libertad para la que hemos sido liberados (cf. 8,2), como libertad de la servidumbre del pasado y alcanzamos de hecho «la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (8,21).

El tema principal de la parte primera de la carta a los Romanos es, pues, la revelación de la justicia de Dios en el Evangelio y como Evangelio (1,17). Que Pablo trate de la justicia de Dios para proclamar la acción salvífica en Cristo a favor de la humanidad pecadora y para interpretar esa acción en forma de mensaje, hay que atribuirlo en buena parte al enfrentamiento del Apóstol con la tradición judía y restablecimiento de ésta en el cristianismo naciente. Al final del capítulo 8 aparece el concepto de amor de Dios, que a primera vista podría descubrir una tensión contradictoria con el concepto de la justicia divina. Pero, lejos de ver una oposición entre ambos conceptos, Pablo descubre su correspondencia y unidad objetiva. La justicia de Dios que redime y crea la salvación no es más que su amor a nosotros. De este modo -y no por primera vez en el capítulo 8, sino ya antes en 5,5.8- el concepto de «amor de Dios» se convierte para nosotros en un desarrollo singularmente luminoso y en una aclaración cargada de promesas de lo que a lo largo de toda la carta se describe como la justicia de Dios que se ha manifestado en Cristo.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

El Espíritu de vida. Este capítulo tiene una conexión principal y dos subordinadas con la primera parte del anterior. El ahora pues, con que Pablo comienza, sugiere que está sacando una conclusión de lo dicho anteriormente. Tanto el vocabulario como el contenido del v. 1 señalan al final del cap. 5 como base de esta conclusión. El argumento de Pablo fue que los creyentes en Cristo están libres de la condenación (katakrima; vv. 16 y 18) producida por Adán, porque han sido unidos a Jesucristo. Es éste el concepto que Pablo, luego de su digresión en los caps. 6 y 7, reitera ahora: Ninguna condenación [katakrima] hay para los que están en Cristo Jesús. Pero hay otros dos puntos de contacto: se disciernen a partir del contraste deliberado que Pablo crea entre la situación de estar “bajo la ley” (7:7-25) y el estar “bajo el Espíritu” (cf. 8:2-4, 7), y en la elaboración que realiza en el cap. 8 de la breve mención de “lo nuevo del Espíritu”, en 7:6b.

Para el creyente en Cristo la liberación de la condenación -la pena de muerte debida al pecado bajo el cual viven todas las personas- se produce en virtud de nuestra unión con Cristo (5:12-21). Los vv. 2-4 explican en mayor detalle que esta liberación fue lograda por el Dios triuno: el Padre envía al Hijo como ofrenda por nosotros (3), sobre la base de lo cual el Espíritu nos libera del poder del pecado y de la muerte (2), y nos asegura el completo cumplimiento de la ley en nuestro favor (4). Las “leyes” contrastantes del v. 2 pueden referirse a dos formas de operar distintas de la ley mosaica, que funciona para apresar a las personas cuando es vista estrechamente como una exigencia de obras, pero que opera para liberar a las personas cuando la comprenden correctamente como una demanda de “fiel obediencia”. Pero sería algo sin precedentes que Pablo atribuyera a la ley, en cualquier forma que se la comprendiera, el poder para liberar del pecado y de la muerte, y la ley del Espíritu, por consiguiente, debe significar “el poder (o la autoridad) ejercido por el Espíritu”. En forma correspondiente, entonces, la ley del pecado y de la muerte (2) también denotará, no la ley mosaica, sino el “poder (o autoridad) del pecado y de la muerte” (ver también 7:23).

En Cristo Jesús el Espíritu de Dios nos libera de la situación de estar atados al pecado y a la muerte a la que se alude en 5:12-21 y 6:1-23 y que se describe en 7:7-25. El Espíritu debe actuar en esta forma porque el gran poder del “antiguo régimen”, la ley mosaica, era totalmente incapaz, dada la debilidad humana, de romper la atadura del pecado (3a; cf. 7:14-25). Dios hizo lo que la ley no podía hacer: quebró el poder del pecado -condenó al pecado- enviando a su Hijo a identificarse con nosotros y darse a sí mismo “como ofrenda por el pecado” (como bien traduce la BA la expresión peri hamartias, según el uso que la LXX hace de la misma). Este acto de enviar al Hijo permite el pleno cumplimiento de la ley por parte de quienes viven según el Espíritu. Pablo no quiere decir que los cristianos pueden ahora cumplir la ley (sin importar lo cierto que esto pudiera ser), sino que Dios considera que los cristianos han cumplido plenamente la demanda de la ley debido a la obediencia de Cristo en nuestro lugar (ver Calvino). Esto es sugerido por el singular dikaioma (“justa exigencia”) y el sentido pasivo de la frase fuese cumplida en nosotros (4). Como creyentes “en Cristo”, estamos libres de condenación porque Jesucristo ha cumplido completamente la ley en nuestro lugar. El se convirtió en lo que somos -débiles, humanos y sujetos al poder del pecado- para que pudiéramos ser lo que él es: justo y santo.

El contraste entre la carne (ver 7:5) y el Espíritu, en el v. 4b, lleva a la serie de contrastes entre estos dos “poderes” en los vv. 5-8. Por medio de estos contrastes Pablo explica por qué es el Espíritu, y no la carne, quien da vida. La persona que vive “en la carne”, es decir, quien vive en el “antiguo régimen”, donde reinan el pecado y la muerte, tiene la mente dominada por impulsos que no son de Dios (5); no se sujeta a la ley de Dios (7) ni puede agradar a Dios (8), sino que está bajo sentencia de muerte (6). Por otra parte, el creyente en Cristo, que está “en el Espíritu”, que ha sido transferido al nuevo régimen donde reinan la gracia y la justicia, y quien, por lo tanto, ha recibido una nueva mente centrada en el Espíritu, disfruta de vida y paz (6). El v. 9 aclara que toda persona que pertenece a Cristo ha sido transferida a este nuevo ámbito en el cual rige el Espíritu en vez de la carne. Luego, en los vv. 10 y 11, Pablo muestra la manera en que la posesión de la vida “espiritual” llevará a disfrutar de la vida “física”, por medio de la resurrección del cuerpo. Y esto también será logrado por medio del poder del Espíritu, que ahora mora en nosotros.

Los vv. 12 y 13 concluyen esta primera sección del cap. 8 con un recordatorio práctico: la obra del Espíritu al asegurarnos la vida no significa que podamos ser pasivos en cuanto a nuestra obligación de manifestar la presencia del Espíritu en nuestras vidas diarias. Sólo a medida que nos sometamos al control y a la dirección del Espíritu, apartándonos del estilo de vida “carnal”, “viviremos” (13). Aquí él se refiere claramente a la vida espiritual, eterna, y así hace que disfrutar de esa vida dependa en cierto sentido de la obediencia cristiana. Aquí somos llamados en nuestra fidelidad a las Escrituras a mantener en tensión dos verdades claras: que el Espíritu que mora en nosotros como resultado de la fe en Cristo infaliblemente nos asegura la vida eterna, y que para heredar la vida eterna es necesario tener un estilo de vida pautado por el Espíritu Santo. La tensión se suaviza en cierta forma al recordar que el Espíritu mismo que nos es dado al convertirnos actúa para producir obediencia, pero no elimina la rigidez, porque aún seguimos siendo llamados a someternos a esta obra del Espíritu.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

8.1 «Es inocente; déjenlo en libertad». ¿Qué significan estas palabras para usted si se hallara en la fila de las personas condenadas a muerte? El hecho es que todo el género humano está sentenciado a muerte, condenado con justicia por quebrantar repetidamente la santa ley de Dios. Sin Jesús no tendríamos esperanza alguna. ¡Pero gracias a Dios! Nos declaró inocentes y nos concedió libertad del pecado para hacer su voluntad.8.2 Este Espíritu de vida es el Espíritu Santo. Estuvo presente en la creación del mundo (Gen 1:2) y es el que produce el renacimiento de todo cristiano. El Espíritu Santo nos da el poder que necesitamos para disfrutar la vida cristiana. Si desea más información acerca del Espíritu Santo, léanse las notas a Joh 3:6; Act 1:3; Act 1:4-5; Act 1:5.8.3 Jesús se dio en sacrificio por nuestros pecados. En los tiempos del Antiguo Testamento, se ofrecían continuamente sacrificios de animales en el templo. Los sacrificios mostraban a los israelitas la seriedad del pecado: la sangre debía esparcirse para que se recibiera el perdón (véase Lev 17:11). Pero en verdad la sangre de los animales no podía quitar el pecado (Heb 10:4). Los sacrificios representaban el sacrificio de Cristo, quien pagó el castigo de todos los pecados.8.5, 6 Pablo divide a la gente en dos categorías: los que son de la carne y los que son del Espíritu Santo. Todos estaríamos en la primera categoría si Jesús no nos hubiera ofrecido una vía de escape. Una vez que aceptamos a Jesús, le seguimos porque su senda nos brinda vida y paz. Cada día debemos decidir a conciencia centrar nuestras vidas en Dios. Use la Biblia para ver los mandatos de Dios y sígalos. Pregúntese en cada situación dudosa: «¿Qué quiere Jesús que haga?» Cuando el Espíritu Santo le muestre lo que es bueno, hágalo con entusiasmo. Si desea más información acerca de la naturaleza que se opone a nuestra nueva vida en Cristo, léanse 6.6-8; Eph 4:22-24; Col 3:3-15.8.9 ¿Se ha preguntado alguna vez si es cristiano de verdad o no? Cristiano es todo el que tiene el Espíritu de Dios morando en El. Si usted ha confiado sinceramente en Cristo como Salvador y lo ha reconocido como Señor, el Espíritu Santo ha entrado a su vida y ya es cristiano. Uno no sabe que ha recibido el Espíritu Santo porque haya sentido ciertas emociones, sino porque Jesús lo ha prometido. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a través de El (1Jo 5:5); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo (Rom 8:5; Gal 5:22-23); encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración (Rom 8:26-27); podemos servir a Dios y hacer su voluntad (Act 1:8; Rom 12:6ss); y somos parte del plan de Dios para la edificación de su Iglesia (Eph 4:12-13).8.11 El Espíritu Santo es promesa de Dios o garantía de vida eterna para quienes creen en El. El Espíritu está ahora en nosotros por fe y por fe estamos seguros de que viviremos con Cristo por la eternidad. Véanse Rom 8:23; 1Co 6:14; 2Co 4:14; 1Th 4:14.8.13 «Hacéis morir las obras de la carne» significa dar por muerto el poder del pecado en nuestro cuerpo (véanse 6.11; Gal 5:24). Cuando nos consideramos muertos al pecado, podemos rechazar la tentación.8.14-17 Pablo toma la adopción para ilustrar la nueva relación del creyente con Dios. En la cultura romana, la persona adoptada perdía todos sus derechos en su familia anterior y ganaba los derechos de un hijo legítimo en su nueva familia. Se convertía en heredero de las posesiones de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno acepta a Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu Santo (véase Gal 4:5-6). Quizás no sintamos siempre que pertenecemos a Dios, pero el Espíritu Santo es nuestro testigo. Su presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos anima con su amor divino (Gal 5:5).8.14-17 Ya no somos esclavos temerosos y viles. Ahora somos hijos del Amo. ¡Qué privilegio! Debido a que somos hijos de Dios, disfrutamos de grandes riquezas como coherederos. Dios ya nos ha dado sus mejores regalos: su Hijo, perdón, vida eterna; y nos anima a pedirle todo lo que necesitemos.8.17 Identificarse uno con Jesús tiene un precio. Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos que los cristianos enfrentarán. ¿Qué clase de sufrimientos serán? Para los creyentes del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a Jesús. En muchos lugares del mundo actual, los cristianos enfrentan presiones tan severas como las de los primeros seguidores de Cristo. Aun en países donde el cristianismo se tolera o alienta, los cristianos no deben bajar la guardia. Vivir como Cristo lo hizo (servir a otros, ceder sus derechos, resistir las presiones para conformarse al mundo) siempre exige un precio. Nada que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por nosotros para salvarnos.8.19-22 El pecado causó la caída de la creación del estado perfecto en que Dios lo creó todo. El mundo está sujeto a frustración y deterioro a fin de que no cumpla con su propósito original. Un día la creación será liberada y transformada. Mientras llega ese día, espera con impaciente expectativa la resurrección de los hijos de Dios.8.19-22 Los cristianos ven al mundo tal como es: decadente en lo físico e infectado por el pecado en lo espiritual. Sin embargo, los cristianos no debemos ser pesimistas, porque tenemos la esperanza de un futuro glorioso. Miramos hacia los nuevos cielos y tierra que Dios prometió y esperamos el nuevo orden que librará al mundo de pecado, enfermedades y maldad. Mientras tanto, salimos con Cristo al mundo a sanar cuerpos y almas enfermas y luchar contra los efectos malignos del pecado.8.23 Resucitaremos con cuerpos glorificados semejante al que Cristo posee ahora en el cielo (véase 1Co 15:25-58). Tenemos las «primicias», el adelanto del Espíritu Santo como garantía de nuestra vida resucitada (véanse 2Co 1:22; 2Co 5:5; Eph 1:4).8.24, 25 Es natural que los hijos confíen en sus padres a pesar de que estos algunas veces fallan al cumplir con sus promesas. Nuestro Padre celestial, sin embargo, nunca promete algo que después no cumpla. No obstante, su plan puede demorar más de lo que esperábamos. En lugar de actuar como niños impacientes mientras esperamos que se revele la voluntad de Dios, debiéramos confiar en la bondad y sabiduría del Señor.8.24, 25 En Romanos, Pablo presenta la idea de que la salvación es pasado, presente y futuro. Es pasado porque fuimos salvos en el momento en que creímos en Jesucristo como Señor y Salvador (3.21-26; 5.1-11; 6.1-11, 22, 23); nuestra vida nueva (vida eterna) comenzó en ese momento. Es presente porque nos estamos salvando; o sea, estamos en proceso de santificación (véase la nota a 6.1-8.39). Pero al mismo tiempo no recibimos por completo los beneficios y bendiciones de la salvación que recibiremos cuando el reino de Cristo se establezca definitivamente. Esa será nuestra salvación futura. Aunque estamos seguros de nuestra salvación, seguimos mirando con esperanza y confianza hacia aquel cambio completo de cuerpo y personalidad que nos espera más allá de esta vida, cuando seamos como El es (1Jo 3:2).8.26, 27 Como creyente, no está abandonado a su suerte para enfrentar los problemas. Aun cuando no sepa las palabras adecuadas cuando ora, el Espíritu Santo ora con usted y por usted, y Dios contesta. Con la ayuda de Dios al orar, usted no debe temer estar ante su presencia. Pida que el Espíritu Santo interceda en su favor «conforme a la voluntad de Dios». Luego, cuando presente sus peticiones a Dios, confíe en que El siempre le dará lo mejor.8.28 Dios hace posible que «todas las cosas», no solo incidentes aislados, redunden en nuestro bien. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno. Lo malo sigue prevaleciendo en nuestro mundo caído, pero Dios es capaz de cambiar todas las circunstancias a nuestro favor. Tenga presente que Dios no está ocupado en hacernos felices, sino en cumplir sus propósitos. Note asimismo que esta promesa no es para todos. Es solo para los que aman a Dios y forman parte de los planes divinos. Los «llamados» son todas los que el Espíritu Santo convence y permite que reciban a Cristo. Estas personas tienen una nueva perspectiva, una nueva mentalidad en la vida. Confían en Dios, no en los tesoros de la vida; buscan su seguridad en el cielo, no en la tierra; aprenden a aceptar el dolor y la persecución, no a lamentarlos, porque Dios está con ellos.8.29 La meta suprema de Dios en cuanto a nosotros es hacernos semejantes a Cristo (1Jo 3:2). A medida que vamos siendo como El, descubrimos lo que en realidad somos, las personas para lo cual fuimos creados. ¿Cómo podemos ser conformados a la imagen de Cristo? Leyendo y prestando atención a la Palabra de Dios, estudiando su vida en la tierra a través de los Evangelios, llenándonos con el Espíritu Santo y haciendo la obra de Dios en la tierra.8.29, 30 Algunos creen que estos versículos dicen que, antes de la fundación del mundo, Dios determinó quiénes habrían de recibir la salvación. Señalan pasajes como Eph 1:11, que dice: «Habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad». Otros dicen que Dios sabía quiénes responderían positivamente, y sobre ellos puso su marca (predestinó). Lo que está claro es que el propósito de Dios en cuanto al hombre no fue producto de un pensamiento tardío, sino que se determinó antes de la fundación del mundo. La humanidad se creó para servir y glorificar a Dios. Si usted aceptó a Cristo, regocíjese porque Dios siempre lo ha conocido. Su amor es eterno. Su sabiduría y poder son supremos. El le guiará y le protegerá hasta el día en que llegue a su presencia.8.30 Llamó significa convocó o invitó. Si desea más información acerca de la justificación y la glorificación, véase el cuadro en el capítulo 3.8.31-34 ¿Cree que por no ser suficientemente bueno Dios no lo salvará? ¿Piensa o siente que la salvación es para todos menos para usted? Entonces estos versículos le vienen muy bien. Si Dios entregó a su Hijo por usted, ¡no va a quitarle la salvación! Si Cristo dio su vida por usted, ¡no va cambiar de opinión ni condenarlo! La epístola de Romanos, más que una explicación teológica de la gracia redentora de Dios, es una carta de consuelo y aliento dirigida a usted.8.34 Pablo dice que Jesús ruega a Dios por nosotros en el cielo. Dios nos absolvió y quitó nuestro pecado y culpa; es Satanás, no Dios, el que nos acusa. Cuando esto sucede, Jesús es el abogado que está a la diestra de Dios para defendernos. Si desea más información acerca del concepto de que Cristo es nuestro intercesor, véase la nota a Heb 4:14; Heb 4:15.8.35, 36 Estas palabras se escribieron a una iglesia que muy pronto estaría bajo una terrible persecución. En pocos años más, la situación hipotética de que Pablo hablaba se convertiría en una realidad dolorosa. Este pasaje reafirma el amor profundo de Dios por su pueblo. No importa lo que pase ni dónde estemos, su amor nunca nos dejará. El sufrimiento no nos separará de Dios, sino que nos ayudará a identificarnos con El mucho más y permitirá que su amor nos alcance y nos sane.8.35-39 Estos versículos contienen una de las promesas más reconfortantes de todas las Escrituras. Los creyentes siempre han tenido que enfrentar dificultades de diversas formas: persecución, enfermedad, prisión, aun muerte. Esto podría hacerles creer que Cristo los había abandonado. Pero Pablo exclama que es imposible que algo nos separe de Cristo. Su muerte a nuestro favor es prueba de su amor inquebrantable. Nada impedirá su presencia constante con nosotros. Dios nos dice cuán grande es su amor para que nos sintamos bien seguros en El. Si tenemos esta seguridad sorprendente, no temeremos.8.38 Esta potestades son fuerzas invisibles de maldad en el universo, fuerzas como Satanás y sus ángeles caídos (véase Eph 6:12). En Cristo somos más que vencedores y su amor nos protegerá de cualquier potestad.

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 458 Col 1:22; 1Jn 3:24

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Por consiguiente, no hay…condenación. Debido a que Cristo con su muerte pagó el precio por el pecado, no hay ahora condenación (muerte) para los que creen en El (6:23).

en Cristo Jesús. Véase coment. en 6:11.

Fuente: La Biblia de las Américas

1 (1) La frase, ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús es una firme prueba de que la experiencia presentada en el cap.7 es la de una persona que no tiene a Cristo.

1 (2) La condenación que está implícita en 1:18-3:20 y que se menciona en 5:16 y 18 es objetiva, ya que está bajo la justa ley de Dios, y es el resultado de nuestros pecados exteriores. La condenación mencionada aquí es subjetiva, ya que está en nuestra conciencia, y es el resultado de ser derrotados interiormente por la ley maligna del pecado que mora en nosotros, como se describe en 7:17-18,20-24. El remedio para la condenación objetiva es la sangre del Cristo crucificado (3:25). El remedio para la condenación subjetiva es el Espíritu de vida, quien es Cristo procesado para ser el Espíritu vivificante y quien está en nuestro espíritu.

1 (3) En este capítulo la frase en Cristo se refiere no solamente a nuestra posición en Cristo, como se menciona en el cap.6, sino también a la realidad de nuestro diario andar en nuestro espíritu regenerado. Así qué, este capítulo indica que estar en Cristo es una condición o requisito. Esto corresponde a ser salvos en Su vida en 5:10.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Esta frase no está en los mejores manuscritos.

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

79 (c) El tema desarrollado: la vida CRISTIANA SE VIVE EN EL ESPÍRITU Y ESTÁ DESTI­NADA a la gloria (8,1-39). En 5,1-11, Pablo anunció que los cristianos justificados han si­do capacitados para vivir una vida nueva co­mo resultado del amor de Dios manifestado en los actos liberadores de Cristo. Ahora que ha tenido lugar la liberación respecto al pecado, la muerte y la ley, son capaces de vivir esta vi­da «para Dios», cuyo amor se derrama me­diante el principio dinámico de dicha vida, el Espíritu de Dios mismo. El cap. 8 empieza respondiendo a la pregunta planteada en 7,24: Cristo ha rescatado a los seres humanos de la esclavitud y ha hecho posible que vivan «se­gún el Espíritu» (8,1-4). Esta respuesta sirve para introducir un desarrollo del tema anun­ciado en 5,1-11, desarrollo que explica cómo la existencia cristiana está dominada por el Es­píritu, no por la carne (8,5-13). Debido al don del Espíritu, el cristiano es hijo de Dios, adop­tado y destinado a la gloria de la presencia ín­tima de Dios (8,14-30). Finalmente, al contem­plar Pablo este plan de salvación, se permite algo de retórica y ensalza el amor de Dios ma­nifestado en Cristo Jesús (8,31-39).

80 (i) La vida cristiana, potenciada por el Espíritu (8,1-13). 1. ninguna condenación para quienes están unidos con Cristo Jesús: La ley no dirige ya condenación alguna contra quienes no la observan, ni existe ya ninguna condena­ción resultante del pecado. «Condenación» significa lo mismo que la «maldición» de Gál 3,10 (cf. Dt 27,26). Se pegaba a los seres hu­manos sin regenerar y divididos en dos, por­que eran «carne» y estaban dominados por el pecado (5,16-18), pero todavía tenían una «mente» que reconocía la ley de Dios. Pero es­ta circunstancia no afecta al cristiano, el cual no vive ya bajo una dispensación de «condena­ción» (2 Cor 3,9) o de «Muerte» (2 Cor 3,7). 2. la ley del Espíritu de vida: Con esta determina­ción, nomos ya no se refiere a la ley mosaica. Pablo se permite una paradoja y aplica nomos al Espíritu, el «principio» dinámico de la nue­va vida; pero el Espíritu no es en realidad nomos en absoluto, pues proporciona la vitali­dad que la ley mosaica nunca pudo dar. Es el poder vivificador de Dios mismo. «Espíritu» aparece 29 veces en el cap. 8, pero sólo 3 veces en los caps. 1-7. te liberó: La libertad cristiana se alcanza, o «por» Cristo (instrumental) o «en Cristo» (unitivo). La lectura mejor es «te» (sg.), aun cuando algunos mss. importantes leen «me», que es una respuesta más directa al gri­to del Ego de 7,24, pero se trata claramente de la corrección de un copista, de la ley del pecado y de la muerte: Una vez más nomos se utiliza en sentido amplio, «principio», pero no se debe dejar de advertir la colocación de las tres pala­bras claves: ley, pecado y muerte. Resumen el análisis de los caps. 5-7; y su tiranía ha queda­do quebrantada.
81 3. lo que la ley no podía hacer: Para aclarar el anacoluto se debe sobreentender «lo hizo Dios» o una frase parecida. Pablo se refie­re a la incapacidad de la ley mosaica para po­ner a los seres humanos en un estado de recti­tud ante Dios y liberarlos del pecado y de la muerte, porque estaba debilitada por la carne: O «mientras estuvo…». El bien que la ley podría haber alcanzado quedó reducido a la ineficacia por el yo humano dominado por el pecado que habitaba en él (7,22-23). Aunque decía a los se­res humanos lo que tenían que hacer y lo que no tenían que hacer, no proporcionaba la fuer­za para vencer la oposición a ella procedente de la inclinación humana al pecado. Dios envió a su propio Hijo: La frase enfática «su propio Hijo» es más fuerte que la fórmula estereotipa­da «Hijo de Dios» y pone de relieve el origen di­vino de la tarea que había de llevar a cabo al­guien en estrecha relación filial con Dios. Se presupone un vínculo único de amor entre los dos que es la fuente de la salvación humana; también se presupone la preexistencia divina de Cristo (→ Teología paulina, 82:50). Su tarea era llevar a cabo lo que la ley no podía hacer. El «envío» no hace referencia a la entera en­carnación redentora, sino a su momento cul­minante en la cruz y la resurrección (Gál 3,13; 2 Cor 5,19-21; Rom 3,24-25). en una forma se­mejante a nuestra carne pecadora: No se trata de una descripción docética que insinúe que el Hijo sólo parecía ser humano. Más bien fue en­viado como hombre, nacido de una mujer, na­cido bajo la ley (Gál 4,4). Pablo evita decir que el Hijo vino con carne pecadora, lo mismo que en 2 Cor 5,21 matiza su afirmación de que Dios hizo a Cristo «pecado» por nosotros añadiendo «al que no conocía el pecado» (cf. Heb 4,15). Vino en una forma semejante a la nuestra, por cuanto experimentó los efectos del pecado y sufrió la muerte de un «maldito» por la ley (Gál 3,13) . Así, en su propio yo hubo de vérselas con el poder del pecado, para vencer al pecado: Lit., «por el pecado», es decir, para quitarlo, expiar­lo (BAGD 644; cf. Gál 1,4; 1 Pe 3,18; Nm 8,8). Ésta era la finalidad de la misión del Hijo. Al­gunos comentaristas, sin embargo, toman peri hamartias con el significado de «sacrificio de expiación por el pecado», puesto que hamartia aparece con este sentido en los LXX (Lv 4,24; 5,11; 6,18; cf. 2 Cor 5,21). Aunque la imagen se­ría diferente, la idea subyacente seguiría sien­do la misma, condenó el pecado en la carne: Así, el Padre pronunció sentencia definitiva sobre la fuerza que la transgresión de Adán desenca­denó en el mundo (5,12) y con ello quebrantó el dominio de dicha fuerza sobre los seres hu­manos. Llevó esto a cabo «en la carne». ¿Có­mo? Según Kühl, Lagrange y Zahn, Pablo se refiere a la encarnación, cuando el Padre, al enviar al Hijo «en la carne», pronunció implí­citamente sentencia sobre el pecado. Fue una condenación de principio, por cuanto el Hijo asumió la condición humana sin pecado y vi­vió una vida sin pecado. Pero, dado que en otros lugares Pablo asocia la actividad reden­tora de Jesús con su pasión, muerte y resurrec­ción, el mejor modo de entender esa expresión es referirla a la «carne» crucificada y resucita­da (así Benoit y Kasemann, entre otros). En la carne que él compartía con la humanidad pasó por la experiencia de la muerte en favor de aquélla y fue resucitado de la muerte por el Pa­dre. Identificado con Cristo en el bautismo, el cristiano comparte ese destino y victoria, que marca el final del reinado del pecado en la vi­da humana.

82 4. para que el requerimiento de la ley pudiera cumplirse: Por medio de la fuerza del Espíritu, principio divino de la vida nueva, se obtiene finalmente la rectitud que la ley exigía. La palabra clave en este texto es dikaióma, cu­yo significado es objeto de disputa; lo más probable es que signifique «requerimiento», «mandamiento», de la ley, es decir, requeri­miento ideal (véase 2,26; cf. BAGD 198; K. Kertelge, EWNT 1. 809). en nosotros… que vi­vimos según el Espíritu: La ley proponía un ideal, pero no posibilitaba que los seres huma­nos lo alcanzaran; ahora, todo esto ha cam­biado. El Espíritu les permite vencer a la car­ne y llegar a la meta propuesta en otro tiempo por la ley. El ptc. gr. con el me negativo da fuerza de requisito o condición a la expresión: «siempre y cuando no caminemos según la carne». Se insinúa así que la vida cristiana no es algo que fluya automáticamente del bautis­mo; se requiere una cooperación con la gracia de Dios conferida de ese modo. El contraste entre «carne» y «Espíritu» se desarrolla en los vv. 5-13. 5. los que viven según la carne: Todo esfuerzo de los seres humanos naturales se concentra en la muerte (muerte total; véase el comentario a 5,12). Compárese Gál 5,21: «Quienes hacen tales cosas no tendrán parte en el reino de Dios». Radicalmente opuesta a eso es la aspiración del Espíritu, «vida y paz». Pablo da a entender que una humanidad sin regenerar tiende a la enemistad con Dios; lo formula explícitamente en 8,7. Por medio del Espíritu, sin embargo, los seres humanos pue­den encontrar la reconciliación y la paz con Dios. 7. no se someten a las leyes de Dios: Este versículo refunde 7,22-25, pero va más allá al afirmar que el ser humano de mentalidad te­rrena es fundamentalmente incapaz de obede­cer la ley de Dios, ya que, cuando se ve en­frentado a la ley, carece de la fuerza interior para trascender su conflicto interno. Esta hos­tilidad respecto a Dios es responsable de la transgresión abierta de los mandatos de la ley. 8. no pueden agradar a Dios: Pablo escoge una manera neutral de expresar la meta de la vida humana: agradar a Dios. Se trata de una meta a la que apunta tanto el judío como el cristia­no (cf. 2 Cor 5,9), pero no puede ser alcanzada por quien está dominado por el yo («en la car­ne»); hay que estar «en el Espíritu», es decir, vivir «según el Espíritu» (8,5).

83 9. ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros: El Espíritu, en cuanto nuevo princi­pio de la vitalidad cristiana, procede de «Dios», la misma fuente de todas las demás manifestaciones de salvación. No es sólo que el cristiano bautizado esté «en el Espíritu», si­no que ahora se dice que el Espíritu habita en él. Tales expresiones de relación mutua entre la persona «espiritual» y el Espíritu impiden cualquier interpretación simplista de la parti­cipación humana en la vida divina en un sen­tido demasiado local o espacial. Ambas mane­ras de decir expresan la misma realidad básica. Al comienzo de la oración, Pablo utili­za la conjunción eiper, traducida «ya que», pe­ro que también puede significar «si, en reali­dad». el Espíritu de Cristo: Nótese cómo inter­cambia Pablo «el Espíritu de Dios», «el Espíritu de Cristo» y «Cristo» al intentar ex­presar la polifacética realidad de la experien­cia cristiana de participación en la vida divina (para las consecuencias de este uso múltiple en el desarrollo de la teología trinitaria, (-Teo­logía paulina, 82:61-62). no le pertenece: La ad­hesión a Cristo sólo es posible mediante la «es­piritualización» de los seres humanos. Esta no es una mera identificación exterior con la cau­sa de Cristo, ni siquiera un reconocimiento agradecido de lo que éste hizo en otro tiempo por la humanidad. Más bien, el cristiano que pertenece a Cristo es el capacitado para «vivir para Dios» (6,10) en virtud de la influencia vitalizadora de su Espíritu. 10. si Cristo está en vosotros: O el Espíritu (8,9); cf. Gál 2,20; 2 Cor 5,17. vuestro espíritu está vivo: Pablo juega con los significados de pneuma. En 8,9 denotaba claramente al Espíritu de Dios, pero el apóstol es consciente de su sentido como componente humano susceptible de contraposición con «carne» (-Teología paulina, 82:105). Sin el Espíritu, fuente de la vitalidad cristiana, el «cuerpo» humano es como un cadáver debido a la influencia del pecado (5,12), pero en unión con Cristo el «espíritu» humano vive, pues el Espíritu resucita al ser humano muer­to mediante el don de la rectitud (véase Leenhardt, Romans 209; cf. M. Dibelius, SBU 3 [1944] 8-14). 11. el Espíritu de aquel que resu­citó a Jesús: Como en 8,9, pneuma es el Espí­ritu del Padre, al cual se atribuye la actividad de la resurrección (véanse los comentarios a 4,24; 6,4). Se llega así hasta la fuente última de la fuerza que vivifica al cristiano, pues el Es­píritu es la manifestación de la presencia y fuerza del Padre en el mundo desde la resu­rrección de Cristo y a través de ella, dará vida a vuestros cuerpos mortales: El tiempo fut. ex­presa el papel del Espíritu vivificador en la re­surrección escatológica de los cristianos. En su resurrección, Cristo llegó a ser mediante la gloria del Padre (6,4) el principio de la eleva­ción de los cristianos (véanse 1 Tes 4,14; Flp 3,10.21; 1 Cor 6,14; 2 Cor 4,14; -Teología pau­lina, 82:58-59). por su Espíritu: Los modernos editores del NT gr. leen dia con gen., que ex­presa la instrumentalidad del Espíritu en la re­surrección de los seres humanos (así los mss. K, A, C). Otra lectura que cuenta con sólidos testigos es dia con ac., que subrayaría la dig­nidad del Espíritu (así los mss. B, D, G y la Vg), «debido a su Espíritu». En cualquier caso «su» hace referencia a Cristo (ZBG § 210; BDF 31.1), pues el principio vivificador es el Espí­ritu en cuanto relacionado con Cristo resuci­tado. 13. si hacéis morir las obras del cuerpo: Este versículo y el v. 12 concluyen el análisis precedente y constituyen una transición a la sección siguiente. Pablo da a entender que el cristiano bautizado todavía podría andar in­quieto por los «hechos, actos y afanes» de quien está dominado por la sarx. De ahí su ex­hortación: haced uso del Espíritu recibido; és­ta es la deuda contraída con Cristo.

84 (ii) Mediante el Espíritu, el cristiano lle­ga a ser hijo de Dios, destinado a la gloria (8,14-30). El Espíritu no sólo da vida nueva, sino que además establece para los seres humanos una relación de hijo adoptivo y heredero. La creación material, la esperanza misma y el Es­píritu: todos dan testimonio de este glorioso destino. 14. hijos de Dios: La mortificación, por más que sea necesaria para la vida cristia­na (8,13), no la constituye realmente. Más bien, el Espíritu anima y activa al cristiano y lo hace hijo de Dios. Ésta es la primera apari­ción del tema de la filiación en Rom; con él Pa­blo intenta describir la nueva situación del cristiano en relación con Dios. 15. no un espí­ritu de esclavitud: Pablo juega con los signifi­cados de pneuma (Espíritu/espíritu). Los cris­tianos han recibido el Espíritu (de Cristo o de Dios), pero éste no es el «espíritu» (en el senti­do de índole o mentalidad) propio de un es­clavo. Animado por el Espíritu de Dios, el cris­tiano no puede tener la actitud de un esclavo, pues el Espíritu libera. Verdad es que a veces Pablo habla del cristiano como «esclavo» (6,16; 1 Cor 7,22), pero es para establecer una idea. En realidad, considera al cristiano un hi­jo (cf. Gál 4,7) capacitado por el Espíritu para invocar a Dios mismo como Padre, el espíritu de adopción: O «el Espíritu de adopción». Da­do que Pablo ha estado jugando con la palabra pneuma, resulta difícil decir qué matiz exacta­mente es el que pretende en este caso; quizá quiera aludir a ambos. El Espíritu constituye la filiación adoptiva, al poner a los cristianos en una relación especial con Cristo, el Hijo único, y con el Padre. La palabra huiothesia, «adopción», se aplica a Israel en 9,4, con refe­rencia especial al hecho de haber sido elegido por Dios (cf. Éx 4,22; Is 1,2; Jr 3,19; Os 11,1), pero no se encuentra en los LXX, probable­mente debido a que la adopción no era una institución practicada comúnmente entre los judíos. Pablo tomó prestada esa palabra del lenguaje legal helenístico de la época y la apli­có a los cristianos (cf. M. W. Schoenberg, Scr
15 [1963] 115-23). Indica que el cristiano bau­tizado ha sido introducido en la familia de Dios y tiene una posición dentro de ella: no la de esclavo (que ciertamente pertenecía a la ca­sa antigua), sino la de hijo. La actitud del cris­tiano ha de corresponder, pues, a la posición de que disfruta, que nos hace clamar: Lit., «en el cual (o por el cual) clamamos». Aunque el vb. krazein se aplica en los LXX a las diferen­tes situaciones vitales en las que se invoca a Dios (Sal 3,5; 17,6; 88,2.10), también significa «gritar a viva voz» en la proclamación (Rom 9,27) . Tal vez sea éste su sentido en este caso: por medio del Espíritu, el cristiano proclama que Dios es Padre. Abba, Padre: Véase el co­mentario a Gál 4,6. El grito utilizado por Jesús en el momento de su suprema confianza te­rrena en Dios (Mc 14,36), conservado por la primitiva comunidad palestinense, se convir­tió para Pablo, incluso en comunidades de ori­gen gentil, en el modo característico de invo­cación de los cristianos.

85 16. el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio: El vb. symmartyrein signi­fica «testimoniar junto con» o simplemente «testimoniar, certificar». Esto último indicaría que el Espíritu hace al cristiano consciente de la filiación adoptiva, «da testimonio a nuestro espíritu de que…». Pero lo primero tiene más en cuenta el vb. compuesto. Pablo no pretende decir que una persona sin regenerar, sin la in­fluencia del Espíritu, pueda llegar al conoci­miento de la filiación adoptiva, de manera que el Espíritu simplemente coincidiera con el es­píritu humano en el reconocimiento de ésta. El contexto precedente deja claro que el dina­mismo vital del Espíritu constituye la filiación como tal y otorga la capacidad de reconocer tal condición. En el presente texto, Pablo pasa adelante y subraya que el Espíritu coincide con el cristiano cuando uno reconoce o pro­clama en la oración esta relación especial con el Padre. Pablo está yendo más allá de Gál 4,6. 17. si hijos, también herederos: El cristiano, en su calidad de hijo adoptivo, no sólo es admiti­do a la familia de Dios, sino que, en virtud de la misma adopción gratuita, recibe el derecho a convertirse en el amo de la heredad del Pa­dre. Aunque no tiene derecho natural a ello, adquiere tal título por adopción (cf. Gál 4,7); coherederos con Cristo: Cristo, el hijo único, ya ha recibido una participación de la heredad del Padre (la gloria); el cristiano está destina­do a tener también parte un día en esa gloria (véase el comentario a 3,23). Nótese la cone­xión explícitamente afirmada entre la pasión de Cristo y su resurrección. El doble uso de vb. compuestos con syn-, «con», expresa una vez más la participación del cristiano en estas eta­pas de la actividad redentora de Cristo (-Teo­logía paulina, 82:120).

86 18. pues considero…: Este versículo in­troduce el triple testimonio dado sobre el desti­no cristiano, que contrasta marcadamente con los sufrimientos que se acaban de mencionar. la gloria que se nos ha de revelar: Pablo recuer­da a sus lectores que, aun cuando el sufrimien­to es signo de la auténtica experiencia cristia­na, sólo es una transición a la gloria segura que les aguarda en el eschaton. 19. la creación espe­ra anhelante la revelación de los hijos de Dios: Pablo expone su opinión sobre el mundo crea­do; éste, en su estado caótico, manifiesta su es­ fuerzo cósmico hacia la misma meta fijada pa­ra la humanidad como tal. Afirma así una soli­daridad del mundo humano y el subhumano en la redención de Cristo. A uno le recuerda la promesa hecha por Yahvé a Noé, de la alianza que se había de hacer «entre yo y vosotros y to­do ser vivo» (Gn 9,12-13). En este contexto, el sustantivo ktisis denota la «creación material», aparte de los seres humanos (véase 8,23; cf. Cranfield, Romans 414; Wilckens, An die Rómer 2. 153). Creada para los seres humanos, fue maldecida a consecuencia del pecado de Adán (Gn 3,15-17); desde entonces, la creación ma­terial se ha visto en un estado de anormalidad o frustración, sometida a la corrupción o la decadencia, incluso. Sin embargo, Pablo en­tiende que participa del destino de la humani­dad, de algún modo liberada de esa proclividad a la decadencia.

87 20. sino por aquel que la sometió con (la) esperanza 21. de que la creación misma se vería libre del cautiverio de la decadencia: Tres puntos resultan problemáticos en estas ora­ciones: (1) el sentido de la prep. dia en la ex­presión dia ton hypotaxanta; (2) el significado de la expresión eph’ helpidi, «en/con esperan­za»; y (3) el significado de la conj. hoti o dioti (v. 21). Una interpretación, utilizada con algu­nas variantes por Crisóstomo, Zahn, W. Foerster, Lyonnet y Wilckens, entre otros, considera dia causal, sentido que a menudo tiene en los escritos paulinos (2,24; Gál 4,13; Flp 1,15), «debido a aquel que la sometió». Esto se refe­riría a Adán, cuya transgresión causó el desor­den de la creación material. Pero entonces se plantea la pregunta de cómo la sometió Adán «en/con esperanza». Esta expresión, que no se encuentra en el relato de Gn, se entiende en ese caso como elíptica, «(pero lo fue) con es­peranza». La conj. preferida en el v. 21 es dio­ti (leída por los mss. K, D, F, G, 945), «porque (la creación misma…)». Aunque esta explica­ción parece defendible, en realidad no explica la fuente de la esperanza que Pablo ha añadi­do a la alusión a Gn. Otra explicación, utiliza­da por Kasemann, Langrange, Leenhardt, J. Levie, Lietzmann, Pesch y Sanday-Headlam, entre otros, entiende que dia denota acción, «por aquel que la sometió», lo cual no aludiría ni a Adán ni a Satanás (la serpiente), sino a Dios, que maldijo la tierra y al cual Pablo atri­buye ahora la «esperanza» (que no se expresa­ba en Gn). En ese caso, la oración del v. 21, in­troducida por la conj. hoti (leída por los mss. P46, A, B, C, D2, etc.), expresaría el objeto de esa esperanza, «que (la creación misma)…». Esta interpretación parece tener más sentido, aun cuando el uso de dia + ac. para indicar acción es raro (véase BAGD 181; cf. Eclo 15,11; Jn 6,57) . Pablo estaría diciendo que Dios, aunque maldijo la tierra debido al pecado de Adán, to­davía le dio una esperanza de tener parte en la redención o liberación humana. No conviene identificar de manera simplista esta «esperan­za» con Gn 3,15, que expresa más bien una enemistad duradera; en realidad, Pablo es el primer autor bíblico que introduce esa nota de «esperanza», decadencia: No la simple corrup­ción moral, sino el reinado de la disolución y la muerte encontrado en la creación física. Así, la creación material no ha de ser mera es­pectadora de la triunfante gloria y libertad de la humanidad, sino que podrá participar de ella. Cuando los hijos de Dios se revelen final­mente con gloria, el mundo material quedará también emancipado del «último enemigo» (1 Cor 15,23-28).

88 22. la creación entera ha estado gimien­do con dolores de parto hasta el presente: Los fi­lósofos gr. comparaban a menudo el renaci­miento primaveral de la naturaleza con el parto de una mujer. Pablo adopta esta imagen para expresar las tortuosas convulsiones de una creación material frustrada, según él la ve. Gime con esperanza y expectativas, pero tam­bién con dolor. El vb. compuesto synódinei expresa la agonía concertada del universo en todas sus partes. Algunos comentaristas sostie­nen que expresa el gemir de la creación «con la humanidad», mientras aguarda también la re­velación de la gloria. Esto es posible, pero la primera interpretación parece mejor, porque la humanidad no se puede introducir hasta el versículo siguiente. 23. nosotros mismos: No sólo la creación material da testimonio del destino cristiano, sino también los cristianos mismos, en virtud de la esperanza que tienen, una esperanza basada en el don del Espíritu ya poseído, las primicias del Espíritu: El Espíritu es comparado con las primicias de la cosecha, que, cuando se ofrecían a Dios (Lv 23,15-21), eran signo de la consagración de la cosecha entera. Pero «primicias» se usaba a menudo en el sentido de «prenda», «garantía» de lo que ha de venir (cf. arrabón, 2 Cor 1,22; 5,5; cf. G. Delling, TDNT 1.486; A. Sand, EWNT 1. 278-280). gemimos en nuestro interior: El segundo testi­monio del destino cristiano es la esperanza que los cristianos mismos tienen de él. aguar­damos la redención de nuestros cuerpos: El tex­to gr. de este versículo es objeto de discusión. Los mss. P46, D, F, G, 614, etc. omiten el sus­tantivo huiothesian, «filiación adoptiva». Aun­que es difícil explicar cómo penetró en el texto de otros mss., su omisión parece preferible porque Pablo no habla en ningún lugar de tal filiación como una forma de redención escato­lógica. El cristiano es ya hijo de Dios (cf. 8,15), hecho tal por el Espíritu recibido. Con tales «primicias», el cristiano mira hacia delante, a la cosecha completa de gloria, la redención del cuerpo (así Lyonnet, Romains 98; P. Benoit, RSR 39 [1951-52] 267-80). Si, no obstante, se quiere conservar «filiación» como lectio difficilior, Pablo se referiría aquí a una etapa de ella todavía por revelar. 24. en esperanza fuimos salvados: El tiempo aor. expresa el aspecto pa­sado de la salvación ya llevada a cabo por la muerte y resurrección de Cristo; pero también puede ser un aor. gnómico y expresar una ver­dad general (BDF 333). «En esperanza» pone de relieve tal «salvación» con un aspecto esca­tológico (- Teología paulina, 82:71). ¿quién es­pera lo que ve? La lectura preferible de este tex­to deficientemente transmitido es ho gar blepei tís elpizei (P46, B), traducida aquí. Otros leen: «Pues, ¿cómo puede alguien seguir esperando lo que ve?» (mss. D, G). En última instancia, el sentido se ve poco afectado. 25. lo aguardamos con paciencia: La esperanza permite al cristia­no soportar «los sufrimientos del presente» (8,18) , pero también le convierte en testigo an­te el mundo de una fe viva en la resurrección (véanse 1 Cor 2,9; 2 Cor 5,7).

89 26. también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza: Tercer testimonio sobre la nueva vida y glorioso destino de los cristianos. Las aspiraciones humanas corren el riesgo de ser ineficaces debido a la flaqueza natural de la carne, pero el Espíritu añade su intercesión, trascendiendo dicha flaqueza (hyperentynchenei, «intercede además»). El resultado es que el cristiano dice lo que de otro modo sería ine­fable; para orar «Abba, Padre», el Espíritu de­be asistir dinámicamente al cristiano (8,15; Gál 4,6). El cristiano que así ora es consciente de que el Espíritu le manifiesta su presencia. 27. el que escruta los corazones: Frase del AT referida a Dios (1 Sm 16,7; 1 Re 8,39; Sal 7,11; 17,3; 139,1). Sólo Dios mismo comprende el lenguaje y la mente del Espíritu y reconoce tal oración hecha con la asistencia del Espíritu. según la voluntad de Dios: Lit., «según Dios». De su plan de salvación formaba parte el que el Espíritu desempeñara ese papel dinámico en las aspiraciones y oraciones de los cristia­nos. Dicho plan se esboza brevemente a conti­nuación, en los vv. 28-30.

90 28. en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman: La adición u omi­sión de ho theos, «Dios» (como suj. del vb.), en varios mss. ha dado como resultado tres inter­pretaciones diferentes de este versículo: (1) Si se lee ho theos (con los mss. P46, B, A) y el vb. synergei se toma en sentido intransitivo con un obj. indir., «obra junto con», se obtiene la trad. dada arriba: Dios coopera «en todas las cosas» (panta, ac. adv.) con quienes aman; esto se ve como la realización de su amoroso plan de sal­vación. Esta interpretación la utilizan muchos comentaristas patrísticos y modernos. (2) Si se lee ho theos, pero el vb. synergei se entiende transitivamente con panta como su obj. dir., «Dios hace que todas las cosas concurran al bien de quienes le aman». Así BDF 148.1, Lagrange, Levie, Prat; pero no disponemos de ningún paralelo del uso transitivo de synergein. (3) Si se omite ho theos (con los mss. K, C, D, G y la tradición textual koiné; Vg) y pan­ta se entiende como el suj. del vb., «todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios». La primera y segunda interpretaciones añaden un matiz explícito a lo que está implí­cito en la tercera: el designio y el plan de Dios son lo que en realidad está detrás de todo lo que les sucede a los cristianos, pues en reali­dad es él quien manda, aquellos que han sido llamados según su designio: El «plan» de Dios se describe, desde la perspectiva divina, en los vv. 29-30. Esta frase no se debe entender refe­rida restrictivamente a unos pocos cristianos predestinados; su aplicación a la predestina­ción individual aparece con la interpretación hecha por Agustín. El punto de vista de Pablo es más bien colectivo, y la frase es comple­mento de «los que le aman», es decir, los cris­tianos que han respondido a una llamada divi­na (cf. Rom 1,6; 1 Cor 1,2). 29. de antemano conoció… predestinó: Pablo subraya la obse­quiosa anticipación divina del proceso de sal­vación. Su lenguaje antropomórfico no se debe transponer de manera demasiado sim­plista a los signa rationis de un posterior siste­ma teológico de predestinación, reproducir la imagen de su Hijo: Según el plan divino de salvación, el cristiano ha de reproducir en sí mismo una imagen de Cristo mediante una participación progresiva en su vida resucitada (véanse 8,17; 2 Cor 3,18; 4,4-6; Flp 3,20-21; cf. A. R. C. Leaney, NTS 10 [1963-64] 470-79). 30. también [los] glorificó: Se indica así otro efec­to del acontecimiento Cristo (- Teología pau­lina, 82:80). El plan de Dios, que incluye la llamada, la elección, la predestinación y la jus­tificación, va encaminado a un destino final de gloria para todos aquellos que crean en Cristo Jesús.

91 (iii) Himno al amor de Cristo manifes­tado en Cristo (8,31-39). Tras haber analizado diversos aspectos de la vida nueva en unión con Cristo y su Espíritu, y las razones que pro­porcionan una base para la esperanza cristia­na, Pablo concluye esta sección con un pasaje retórico (¿hímnico?) acerca del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El pasaje se ca­racteriza por un lenguaje bastante emotivo y un estilo algo rítmico. 31. ¿quién puede estar contra nosotros?: La terminología es la de los tribunales de justicia, semejante a la de los de­bates de Job o Zac 3. El plan salvífico de Dios deja patente a los cristianos que Dios está de su parte. 32. no perdonó a su propio Hijo: Véanse 5,8; 8,3. Esto tal vez sea una alusión a Gn 22,16, a Abrahán, que no perdonó a Isaac. Así, Dios, el juez, ya ha pronunciado sentencia favorable a nosotros; de ahí que no haya razón para esperar de él en lo sucesivo nada diferen­te. 33-35. La puntuación de las oraciones de estos versículos es objeto de discusión. Es pre­ferible tomarlas todas como preguntas retó­ricas; pero cf. la RSV, Nácar-Colunga, BoverO’Callaghan para una puntuación diferente. 33. ¿quién acusará al elegido de Dios? ¿Dios, el que justifica?: La respuesta implícita, por su­puesto, es no. Una posible alusión a Is 50,8-9 hace a algunos comentaristas entender esta oración como una afirmación, a la cual sigue como reacción una pregunta. 34. más aún el que resucitó: La atención se desplaza a la resu­rrección de Cristo (cf. 4,24-25), a la cual Pablo añade una referencia poco común a la exal­tación de Cristo (sin aludir a la ascensión), in­tercede por nosotros: Pablo atribuye a Cristo glorificado una actividad que continúa el as­pecto objetivo de la redención humana: sigue presentando su súplica al Padre en favor de los cristianos. En Heb 7,25 y 9,24, esa intercesión está ligada al sacerdocio de Cristo, noción que no se halla en el corpus paulino. Cf. 1 Jn 2,1. 35. del amor de Cristo: Es decir, del amor que Cristo nos tiene. Ninguno de los peligros o aflicciones de la vida puede hacer que el ver­dadero cristiano olvide el amor de Cristo dado a conocer a los seres humanos en su muerte y resurrección. 36. como dice la Escritura: Lit., «como fue escrito» (véase el comentario a 1,17). Pablo cita Sal 44,23, una lamentación colectiva que se queja de la injusticia infligida al fiel Israel por sus enemigos, recuerda a Yahvé su fidelidad y busca su ayuda y liberación. Se cita el salmo para demostrar que las tribu­laciones no son prueba de que Dios no ame al perseguido; más bien, son signo de su amor. 37. gracias a aquel que nos amó: O Cristo, co­mo en 8,35, o Dios, como en 5,5.8. 38. En los vv. 33-34.35-37 se han citado dos series de obs­táculos para el amor de Dios (o de Cristo); ahora se da una tercera, ángeles… principados… potestades: Espíritus de rangos diferentes; no está claro si son buenos o malos, pero, en cual­quier caso, ni siquiera tales seres podrán sepa­rar a los cristianos del amor de Dios. Pablo tal vez esté enumerando fuerzas que los pueblos antiguos consideraban hostiles a los seres hu­manos. 39. ni la altura ni la profundidad: Proba­blemente se trata de términos de la astrología antigua que designaban la máxima proximi­dad o lejanía de una estrella respecto al cénit, por la cual se medía su influencia. Ni siquiera esas fuerzas astrológicas pueden separar a los cristianos de este amor divino, del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor: El amor de Dios manifestado en el acontecimiento Cristo es, así, la base inconmovible de la vida y la es­peranza cristianas. Este final sintetiza el tema de esta sección (desarrollado desde 8,1); una vez más, Pablo termina con el estribillo seña­lado anteriormente (- 50 supra).
(Coetzer, W. C., «The Holy Spirit and the Eschatological View in Romans 8», Meótestamentica 15 [1981] 180-98. Dahl, N. A., «The Atonemént An Adequate Reward for the Akedah? (Ro 8:32)», Neotestamentica et semítica [Fest. M. Black, Edimburgo 1969] 15-29. Goedt, M. de, «La intercesión del Espíritu en la oración cristiana», Concilium 79 [1972] 330-342. Gibbs, J. G., Creation and Redemption [NovTSup 26, Leiden 1971] 34-47. Isaacs, M. E., The Concept of the Spirit [Londres 1976], Osten-Sacken, P. von der, Rómer 8 ais Beispiel paulinischer Soteriologie | FRLANT 112, Gotinga 1975]. Rensburg, J. J. J. van, «The Children of God in Romans 8», Neotestamentica 15 [1981] 139-79. Vógtle, A., Das Neue Testament und die Zukunft des Kosmos [Dusseldorf 1970].)

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

ninguna condenación… → §104.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

Muchos mss. antiguos no incluyen el resto del vers.

Fuente: La Biblia de las Américas

g §104.

Fuente: La Biblia Textual III Edición

[1] Contraste entre la Torah de verdad versus la malvada Torah de pecado.

[2] Caminar en el Espíritu hará que todos los creyentes a obedezcan la Torah.

[3] La mente carnal es la mente de la carne.

[4] Porque las personas en la carne no estar en obediencia a la Torah, a diferencia de ésos en el Espíritu.

[5] El no es de El y no puede seguir la Torah.

[6] Todo humano necesita la adopción en la familia de YHWH incluyendo Judah, y como tal nos convertimos en el Israel de YHWH, clamando al Padre a través de Yahshua, y aún nuestro lenguaje y estilo de vida se asemeja a la de un Hebreo parlante. Es de notar que lo que no sale de nuestra boca es falso Griego, o títulos y substitutos Latinos cuando siendo guiados por el Espíritu.

[7] Los escogidos en todo el sentido de la frase.

[1] El plan de YHWH para todo Israel es que sean un pueblo, todos siendo hermanos, a diferencia de los gentiles cuyos sistemas de niveles y castas son tristes e infames.

[2] Que quiere decir que cómo puede condenarnos, cuando El está ocupado ayudando y orando por nosotros.

[3] Una cita de Elías sobre los líderes de Israel siendo asesinados. Esto Esto es mayor evidencia que los que eran perseguidos por Moshiaj en los días de Pablo eran la misma nación de los que eran masacrados en los días de Elías.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[23] De las miserias de esta vida, por su resurrección.[32] El perdón de los pecados y los auxilios para alcanzar la gloria.[36] Sal 44 (43), 23.

Fuente: Notas Torres Amat