Comentario de Hebreos 11:35 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Mujeres recibieron por resurrección a sus muertos. Unos fueron torturados, sin esperar ser rescatados, para obtener una resurrección mejor.
11:35 — «Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección». Véanse 1 Reyes 17: 17,24; 2Re 4:17-37. Estos milagros dependieron de la fe de estas mujeres. — «más otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección». Sufrieron torturas hasta la muerte. Participaron en la resurrección a la vida eterna y por eso es una mejor que aquéllas que fueron para la vida física.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
las mujeres recibieron sus muertos. 1Re 17:22-24; 2Re 4:27-37; Luc 7:12-16; Jua 11:40-45; Hch 9:41.
otros fueron atormentados. Hch 22:24, Hch 22:25, Hch 22:29.
no aceptando el rescate. Hch 4:19.
para ganar mejor resurrección. Mat 22:30; Mar 12:25; Luc 14:14; Luc 20:36; Jua 5:29; Hch 23:6; Hch 24:15; 1Co 15:54; Flp 3:11.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
La referencia a las mujeres que recibieron sus muertos probablemente es una referencia a la resurrección de los hijos de la viuda de Sarepta (1Re 17:17-24) y de la mujer sunamita (2Re 4:32-37). Pero el autor de Hebreos también señala que no todos los que tienen fe ganan la victoria, al menos no en la misma hora.
atormentados: Esto se entiende normalmente como una alusión a los heroicos mártires de la era Macabea, que eran muy conocidos.
mejor resurrección: Es una referencia a una más rica resurrección, una abundante entrada en el Reino (2Pe 1:11), que es nuestra recompensa eterna.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
OTROS FUERON ATORMENTADOS. Dios permitió que algunos de sus hijos fieles pasaran por grandes sufrimientos y adversidades (véase el ARTÍCULO EL SUFRIMIENTO DE LOS JUSTOS, P. 657. [Job 2:7-8]). Aunque disfrutaban de la divina compañía, Dios no los libró del sufrimiento y de la muerte (vv. Heb 11:35-39).
(1) Nótese que mediante la fe algunos «evitaron filo de espada» (v. Heb 11:34) mientras que otros fueron «muertos a filo de espada» (v. Heb 11:37). Por la fe unos fueron librados y otros murieron (cf. 1Re 19:10; Jer 26:23; Hch 12:2). La fe sincera no sólo lleva a los creyentes a hacer grandes cosas para Dios (vv. Heb 11:33-35), sino que a veces también los conduce al sufrimiento, la persecución, las dificultades y la pobreza (vv. Heb 11:35-39; cf. Sal 44:22; Rom 8:36; véase Mat 5:10, nota).
(2) La fidelidad a Dios no garantiza la comodidad ni la liberación de la persecución en este mundo, sino que asegura a los creyentes la gracia, la ayuda y la fortaleza de Dios en medio de persecuciones, pruebas o sufrimientos (cf. Heb 12:2; Jer 20:1; Jer 20:7-8; Jer 37:13-15; Jer 38:5; 2Co 6:9).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Las mujeres recibieron sus muertos. La viuda de Sarepta (1Re 17:22) y la mujer sunamita (2Re 4:34). atormentados. La palabra indica que fueron azotados hasta morir tras ser atados a algún tipo de enrejado (cp.2Ma 6:1-31; 2Ma 7:1-42 la historia acerca de Eleazar y la madre de siete hijos que murieron como mártires, registrada en los libros apócrifos). mejor resurrección. Vea la nota sobre Heb 9:27. Ser librado de una muerte segura o estar al borde de la muerte equivale en cierto sentido a volver de los muertos, pero no se trataría de la resurrección prometida por Dios. Esto se aplica en particular a los que habían muerto que volvieron a la vida. La primera vez fueron levantados de los muertos para volver a morir después y no se trata de la resurrección verdadera y gloriosa al final de los tiempos (Dan 12:2; cp. Mat 5:10; Stg 1:12).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
11:35 — «Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección». Véanse 1 Reyes 17: 17,24; 2Re 4:17-37. Estos milagros dependieron de la fe de estas mujeres.
–«más otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección». Sufrieron torturas hasta la muerte. Participaron en la resurrección a la vida eterna y por eso es una mejor que aquéllas que fueron para la vida física.
Rehusaron negar su fe para ser libertados de sus torturas. Estuvieron bajo sentencia de muerte y negar su fe les habría traído algo como si fuera una «resurrección» de los muertos. Pero no lo quisieron, sino la resurrección que es mejor que aquélla. Algunos entienden que éste es el sentido de la expresión, «mejor resurrección».
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL DESAFÍO DEL SUFRIMIENTO
Hebreos 11:35-40
A las mujeres se les devolvieron los suyos que habían perdido resucitados de los muertos. Otros fueron crucificados al negarse a aceptar el rescate; porque esperaban una mejor resurrección. Otros soportaron burlas y palizas; sí, y cadenas y cárceles. A otros los apedrearon; a otros, los serraron vivos; otros pasaron por toda clase de pruebas; y otros murieron asesinados a espada. Algunos fueron vestidos de pieles de ovejas o de cabras; pasaron necesidades, fueron oprimidos, maltratados por un mundo que no era digno de ellos… Vagaron por los desiertos y por las montañas viviendo en cuevas y en cavernas de la tierra. Y todos estos, aunque tenían la confirmación por la fe, no recibieron lo que estaba prometido; porque Dios tenía algo mejor para nosotros, de forma que ellos, sin nosotros, no habrían podido alcanzar el cumplimiento de los propósitos de Dios.
El autor de Hebreos mezcla en este pasaje diferentes períodos de la historia de Israel. Algunas veces toma sus ilustraciones del Antiguo Testamento hebreo; pero más a menudo del período de los macabeos, que se encuentra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En primer lugar vamos a fijarnos en las cosas que se pueden explicar desde el trasfondo del Antiguo Testamento. En las vidas de Elías 1R 17:17 ss) y de Eliseo (2R 4:8 ss) leemos cómo, por el poder y la fe de los profetas, hubo mujeres que recuperaron a sus hijos que ya se habían muerto.
2Ch 24:20-22 nos dice que el profeta Zacarías fue apédreado por su propio pueblo porque les dijo la verdad. Una leyenda nos cuenta que a Jeremías le apedrearon sus compatriotas en Egipto. Otra leyenda nos cuenta que a Isaías le serraron vivo. Cuando Ezequías, el buen rey, murió, le sucedió en el trono Manasés, que dio culto a los ídolos y trató de obligar a Isaías a que tomara parte en su idolatría y la aprobara. Isaías se negó, y el rey le condenó a que le serraran vivo con una sierra de madera. Mientras sus enemigos intentaban hacerle renegar de su fe, él seguía desafiándolos y profetizando su destrucción. » Y, mientras la sierra le iba cortando la carne, Isaías no profería quejas ni derramaba lágrimas; pero no dejó de mantenerse en comunión con el Espíritu Santo hasta que la sierra le llegó a la mitad del cuerpo.»
Pero el autor de Hebreos recorre con el pensamiento aún más los días terribles y heroicos de la lucha de los macabeos. Ese es un período que los cristianos debemos estudiar; porque, si sus enemigos hubieran destruido la fe de Israel, Jesús no habría podido venir. La historia es como sigue.
Hacia el año 170 a C. ocupaba el trono de Siria un rey que se llamaba Antíoco Epífanes. Fue un buen político; pero tenía un amor casi anormal a todo lo griego, y se consideraba un misionero de la manera griega de vivir. Intentó introducir todo esto en Palestina, no sin éxito, porque había algunos que querían aceptar la cultura griega, con sus obras dramáticas y juegos atléticos. Los atletas griegos se entrenaban y competían desnudos, y algunos sacerdotes llegaron hasta a operarse para quitarse del cuerpo la señal de la circuncisión y helenizarse del todo. Hasta entonces, lo único que había conseguido Antíoco había sido causar una división en el pueblo de Israel. La mayor parte de los judíos permanecían inalterablemente fieles a su religión, y no se los podían cambiar. Todavía no se habían usado la fuerza y la violencia.
Entonces, hacia 168 a C., el problema alcanzó su clímax. Antíoco tenía interés en Egipto. Preparó un ejército e invadió ese país. Para su humillación, los Romanos le hicieron que se volviera a su tierra. No mandaron un ejército para resistirle; el poder de Roma era tal que no tenían necesidad de llegar a eso. Enviaron a un senador que se llamaba Popilio Lena, con un pequeño séquito sin armas. Popilio y Antíoco se encontraron cerca de la frontera de Egipto. Como ya se conocían de Roma y habían sido amigos, hablaron. Y entonces, muy gentilmente, Popilio le dijo a Antíoco que Roma quería que no prosiguiera con la campaña y que se volviera a casa. Antíoco dijo que ya se lo pensaría. Popilio cogió el bastón, trazó un círculo en la arena alrededor de Antíoco y le dijo tranquilamente: » Piénsatelo de prisa; tienes que darme la respuesta antes de salir de este círculo.» Antíoco se lo pensó un momento, y se dio cuenta de que era imposible desafiar a Roma; así es que dijo: «Me vuelvo a casa.» Era una humillación demoledora para un rey.
Antíoco se volvía a su tierra, medio loco de rabia, y de camino se desvió y atacó a Jerusalén, capturándola casi sin esfuerzo. Se dice que murieron 80.000 judíos, y otros 10.000 fueron vendidos como esclavos. Pero aún tenían que ponerse peor las cosas. Saqueó el templo. Se llevó los altares de oro de los panes de la proposición y del incienso, el candelabro de oro, los instrumentos y vasijas de oro y hasta los velos y las cortinas. Saqueó el tesoro del templo. Y aún peor: en el altar de los holocaustos ofreció a Júpiter sacrificios de puerco, y convirtió en burdeles las salas del templo. No omitió ningún sacrilegio imaginable. Y todavía peor: prohibió la circuncisión y la posesión de las Escrituras y de la Ley. Ordenó que obligaran a los judíos a comer carne que consideraban inmunda y a ofrecer sacrificios a los dioses griegos. Puso inspectores que recorrieran todo el país comprobando que se cumplían estas órdenes; y, si se encontraba gente que las desafiara, «le hacían pasar grandes miserias y crueles tormentos; porque los azotaban con varas y les destrozaban el cuerpo; los crucificaban mientras estaban todavía vivos y respirando; estrangulaban a las mujeres y a sus hijos circuncidados como había mandado el rey, colgándoles los hijos por el cuello como si estuvieran en cruces. Y si encontraban algún libro de la Ley, lo destruían miserablemente, juntamente con los que lo poseyeran» (Josefo, Antigüedades de los Judíos, 12:5,4). Probablemente este es el plan más sádico que ha habido para acabar con una religión.
Es fácil comprender que este pasaje se podía leer en relación con los terribles acontecimientos de aquellos días. El Cuarto Libro de los Macabeos tiene dos historias famosas que estarían sin duda en la mente del autor de Hebreos cuando escribió esta lista de lo que habían tenido que sufrir los hombres de fe.
La primera historia es la del anciano sacerdote Eleazar (4 Macabeos 5-7). Le trajeron ante Antíoco, que le mandó comer carne de cerdo bajo amenaza de las peores torturas si se negaba. Él se negó. «Nosotros, Antíoco -le dijo-, que estamos convencidos de que vivimos bajo una Ley divina, no consideramos que haya nada que nos obligue más que la obediencia a nuestra Ley.» El no cumpliría las órdenes del rey. «Ni aunque me saques los ojos o me abrases las entrañas.» Le desnudaron y le azotaron con látigos, mientras un heraldo le repetía: «¡Obedece las órdenes del rey!» Le rasgaron la carne con látigos de forma que la sangre le corría por, todo el cuerpo y tenía los costados abiertos de heridas. Cayó al suelo, y uno de los soldados le dio de patadas en el estómago para obligarle a levantarse. Por último, hasta los guardias se sintieron movidos a compasión, y le sugirieron traerle carne que no fuera de cerdo para que la comiera como si lo fuera. El rehusó. «Así nos convertiríamos en un ejemplo de impiedad ante los jóvenes, si les diéramos una excusa para comer lo inmundo.» Por último le llevaron, y le arrojaron al fuego, «quemándole con instrumentos de sofisticada crueldad y echándole líquidos hediondos por la nariz.» Así murió, declarando: «Muero en tormentos rabiosos por amor a la Ley.»
La segunda historia es la de los siete hermanos (4 Macabeos 8-14). También a ellos les presentaron la misma alternativa y les advirtieron con las mismas amenazas. Les presentaron «ruedas y potros y garfios y catapultas y braseros y sartenes y torniquetes de dedos y manos de hierro y cuñas y brasas.» El primer hermano se negó a comer cosas inmundas. Le azotaron con látigos y le ataron a la rueda hasta dislocarle y fracturarle todos los miembros. «Hicieron un montón de leña y le prendieron fuego mientras le estiraban aún más en la rueda. Y la rueda estaba toda embadurnada de sangre, y el fuego se extinguió del goteo de sangre coagulada, y trozos de carne volaban por los ejes de la máquina.» Pero él soportó las torturas y murió fiel. Ataron al segundo hermano a las catapultas. Se pusieron guantes de pinchos de hierro. «Aquellas bestias salvajes, fieras como panteras, primero le rasgaron toda la carne que cubre los tendones con los guantes de hierro hasta las mandíbulas y le arrancaron la piel de la cabeza.» También él murió fiel. Hicieron avanzar al tercer hermano. «Los oficiales, impacientes ante su firmeza, le dislocaron las manos y los pies con aparatos de tortura, y lo mismo hicieron con todos sus miembros. Luego le fracturaron los dedos, las manos, las piernas y los codos.» Por último le partieron el cuerpo en la catapulta y le despellejaron vivo. También él murió fiel. Al cuarto hermano le cortaron la lengua antes de someterle a torturas semejantes. Al quinto hermano le ataron a la rueda y le doblaron hasta el límite; luego le sujetaron con grilletes a la catapulta y le destrozaron completamente. Al sexto quebrantaron en la rueda «mientras un fuego le abrasaba por debajo. Luego calentaban espetones agudos y se los aplicaban a la espalda; y atravesándole los costados le quemaban las entrañas.» Al séptimo hermano asaron vivo en una sartén inmensa. Éstos murieron fieles también.
Estas eran las cosas que el autor de Hebreos tenía en mente, y que nosotros haremos bien en recordar. Fue la fe de estas personas lo que hizo que la religión judía no fuera destruida totalmente. Si esa religión hubiera desaparecido, ¿qué habría sido del propósito de Dios? ¿Cómo podría haber nacido Jesús en el mundo si la religión judía hubiera dejado de existir? En un sentido muy real debemos el que el Evangelio se pudiera cumplir a estos mártires de los tiempos cuando Antíoco Epífanes se propuso acabar con la religión judía a toda costa.
Llegó un día cuando la situación explotó. Los agentes de Antíoco habían ido a un pueblo llamado Modín, y habían erigido un altar para obligar a los habitantes a que ofrecieran sacrificios a los dioses griegos. Los emisarios de Antíoco trataron de convencer a un cierto Matatías para que diera ejemplo ofreciendo sacrificio, porque era un hombre distinguido y respetado, pero él se negó, enfurecido. Pero otro judío, tratando de congraciarse y salvar la vida, salió al frente y estaba a punto de sacrificar. Matatías cogió una espada y mató al apóstata, y al emisario del rey también.
La bandera de la rebelión se desplegó. Matatías, sus hijos y todos los que pensaban como ellos, se echaron a las montañas; y aquí también las frases que se usaron para describir su vida estaban en la mente del autor de Hebreos, que las transmite como un eco una y otra vez. «Así es que Matatías y sus hijos huyeron a las montañas, dejando en la ciudad todo lo que tenían» (1 Macabeos 2:28). «Judas Macabeo y sus amigos se retiraron al desierto y vivieron en las montañas, como viven los animales salvajes» (2 Macabeos 5:27). «Otros, que se habían reunido en cuevas por allí cerca para guardar el sábado a escondidas, fueron descubiertos… y quemados vivos todos juntos» (2 Macabeos 6:11). «Vivieron en las montañas, y en guaridas como las fieras» (2 Macabeos 10:6). Por último, bajo Judas Macabeo y sus hermanos, los judíos recuperaron su independencia, y el templo fue purificado y la fe floreció otra vez.
En este pasaje, el autor de Hebreos hace lo que otras veces. No menciona las cosas abiertamente; era mucho mejor el que sus lectores las recordaran por sí mismos al oír ciertas frases.
Al final dice una cosa muy importante. Todos esos héroes de la fe murieron antes de que se cumpliera la promesa de Dios y viniera Su Mesías al mundo. Fue como si Dios hubiera arreglado las cosas de tal manera que el pleno resplandor de Su gloria no se revelara hasta que nosotros y ellos lo pudiéramos disfrutar juntos. El autor de Hebreos está diciendo: «¡Mirad! La gloria de Dios ha venido, pero fijaos en lo que costó el que pudiera venir. Esa fe preparó el camino del Evangelio. ¿Qué otra cosa podéis hacer sino ser fieles a una herencia así?»
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
1Re 17:17-24; 2Re 4:32-37.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
REFERENCIAS CRUZADAS
n 587 1Re 17:22; 2Re 4:34
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
35 (1) La palabra griega significa redención (algo ofrecido por un precio).
35 (2) La mejor resurrección no es solamente la primera resurrección ( Rev_20:4-6), la resurrección de vida ( Jua_5:28-29), sino también la superresurrección ( Flp_3:11), la resurrección sobresaliente, la resurrección en la cual los vencedores del Señor recibirán el galardón (v.26) del reino. Esto es lo que buscaba el apóstol Pablo.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección. Véanse. 1Re 17:22-23 (el hijo de la viuda de Sarepta); 2Re 4:35-36 (el hijo de la sunamita).
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
El trasfondo de mucho de lo que se dice en estos versículos parece ser que está tomado del libro apócrifo (pero histórico) de 2 Macabeos (2Ma 6:18 – 2Ma 7:42).
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
resurrección… → 1Re 17:17-24; 2Re 4:25-37.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
BD430(3) Es raro que aparezca el negativo οὐ con un participio en el N.T. El negativo οὐ aparece con el participio προσδεξάμενοι a causa de la influencia clásica. [Editor. Οὐ se usa con este participio a fin de comunicar de manera enfática que cuando esos creyentes pasaron por persecuciones, no buscaron evitarla, a fin de ganar la libertad, (comp. el v. 1). En consecuencia, estas personas lograron la victoria en otro sentido. Soportaron aun hasta la muerte.]
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
Lit., redención
Fuente: La Biblia de las Américas
g 1Re 17:17-24; 2Re 4:25-37.