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Comentario de Apocalipsis 18:11 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Apocalipsis 18:11 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

“Y los comerciantes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque ya nadie compra más su mercadería:

18:11-13 — Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; 12 mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; 13 y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres —

Compárese la profecía contra Tiro (Eze 26:1-21; Eze 27:1-36; Eze 28:1-26). En segundo lugar vemos a los mercaderes que han cometido fornicación espiritual con el mundo. Estos son los que usan el mundo para «hacerse tesoros en la tierra», en lugar de «en el cielo» (Mat 6:19-20; Luc 12:16-21).

Se mencionan en la lista muchos artículos de lujo. Aun la esclavitud se halla en la lista de la mercancía con que los mercaderes se hacen ricos. Esta clase de vida (el materialismo) no puede durar; Dios la destruye.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

los mercaderes de la tierra. Apo 18:3, Apo 18:9, Apo 18:15, Apo 18:20, Apo 18:23; Apo 13:16, Apo 13:17; Isa 23:1-15; Isa 47:15; Eze 26:17-21; Eze 27:27-36; Sof 1:11, Sof 1:18.

ninguno compra más sus mercaderías. Pro 3:14; Mat 22:5; Jua 2:16; 2Pe 2:3.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Las mercancías incluyen púrpura, una tintura costosa; madera olorosa, material valioso para trabajos de madera fina; mirra (literalmente «aceite fragante») e incienso, dos de las cuales los reyes magos entregaron al niño Jesús (Mat 2:11).

almas de hombre se refiere al comercio de esclavos.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

18:11-13 — Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías; 12 mercadería de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, de lino fino, de púrpura, de seda, de escarlata, de toda madera olorosa, de todo objeto de marfil, de todo objeto de madera preciosa, de cobre, de hierro y de mármol; 13 y canela, especias aromáticas, incienso, mirra, olíbano, vino, aceite, flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos y carros, y esclavos, almas de hombres —
Compárese la profecía contra Tiro (Eze 26:1-21; Eze 27:1-36; Eze 28:1-26). En segundo lugar vemos a los mercaderes que han cometido fornicación espiritual con el mundo. Estos son los que usan el mundo para «hacerse tesoros en la tierra», en lugar de «en el cielo» (Mat 6:19-20; Luc 12:16-21).
Se mencionan en la lista muchos artículos de lujo. Aun la esclavitud se halla en la lista de la mercancía con que los mercaderes se hacen ricos. Esta clase de vida (el materialismo) no puede durar; Dios la destruye.

Fuente: Notas Reeves-Partain

EL LAMENTO DE LOS COMERCIANTES (1)

Apocalipsis 18:11-17a

Y los comerciantes de la tierra llorarán y harán duelo por ella, porque ya no hay quien compre sus mercancías: productos de oro y plata y piedras preciosas y perlas; lino fino y púrpura y seda y escarlata; toda clase de madera de tuya, de objetos de marfil, maderas costosas, y objetos de bronce y hierro y mármol; canela y perfumes e incienso y mirra y olíbano; vino y aceite; flor de harina y trigo; ganado vacuno y lanar; caballos y carrozas, y esclavos en cuerpo y alma.
Las frutas más apetecibles han desaparecido, y todas tus delicias y tus delicadezas han perecido, para no recuperarse ya nunca más. Los comerciantes que traficaban con estos productos, que se hicieron ricos en su comercio con ella, se quedarán lejos no sea que les alcance su tortura, llorando y haciendo duelo:
-¡Ay, ay! -dirán-. ¡Qué pena de la gran ciudad, la ciudad que se vestía de hilo y púrpura y escarlata, la ciudad que se decoraba con oro y plata y piedras preciosas y perlas; porque en un instante se ha desvanecido tanta riqueza!

Los lamentos de los reyes y de los comerciantes deberían leerse en paralelo con el lamento sobre Tiro en Ezequiel 26 y 27 con el que tienen mucho en común.

El lamento de los comerciantes es puramente egoísta. Toda su tristeza se la produce el que haya desaparecido el mercado del que sacaban tantos beneficios. Es significativo que tanto los reyes como los comerciantes se paran lejos para observar, no sea que les alcance algo de la desgracia que le ha sobrevenido a Roma. No le echan una mano para ayudarla en su última agonía; no sintieron nunca amor por ella; su vinculación era el lujo que ella deseaba y los negocios que les producía.
Aprenderemos todavía más del lujo de Roma si miramos en detalle algunos de los productos que llegaban a ella.

En el tiempo cuando Juan estaba escribiendo esto había en Roma una pasión por las vajillas de plata. La plata llegaba especialmente de Cartagena, en España, donde había cuarenta mil hombres en las minas de plata. Platos, tazones, jarras, fruteros, estatuillas, vajillas completas se hacían de plata sólida. Lucio Craso había comprado cacharros de plata que le habían costado el equivalente de 20,000 pesetas por cada kilo de plata que había en ellos. Hasta un general guerrero como Pompeyo Paulino llevaba en sus campañas cacharros de plata que pesaban 5,000 kilos, la mayor parte de los cuales cayó en manos de los godos como botín de guerra. Plinio nos cuenta que algunas mujeres no se bañaban nada más que en baños de plata, los soldados tenían espadas con empuñaduras y vainas con cadenas de plata, aun las mujeres pobres tenían ajorcas de plata, y hasta las esclavas tenían espejos de plata. En las Saturnalias, las fiestas que caían en el tiempo que ocuparía más tarde la Navidad, y en las que se daban regalos, a menudo estos eran cucharillas de plata y cosas por el estilo, y cuanto más ricos eran los donantes más ostentosos los regalos. Roma era una ciudad de plata.

Era una época en la que gustaban apasionadamente las piedras preciosas y las perlas. Fue principalmente después de las conquistas de Alejandro Magno cuando llegaron las piedras preciosas a Occidente. Plinio decía que la fascinación de una joya consistía en que el poder mayestático de la naturaleza se cifraba en un reducido espacio.
El orden de preferencia de las piedras preciosas colocaba los diamantes en primer lugar; las esmeraldas -principalmente de Escitia- en segundo; en tercero, el berilo y el ópalo, que se usaban para adornos femeninos, y en cuarto la sardónica, que se usaba para anillos de sellar.
Una de las creencias antiguas más curiosas era que las piedras preciosas tenían propiedades curativas. La amatista se decía que era la cura del alcoholismo; es roja como el vino tinto, y su nombre deriva de la palabra griega methyskein, emborrachar, con la a inicial negativa. El jaspe, una de cuyas variedades, el heliotropo, tiene manchas del color de la sangre, se decía que era la cura para las hemorragias. El jaspe verde o plasma se decía que producía la fertilidad. El diamante se decía que neutralizaba el veneno y curaba el delirio, y el ámbar llevado al cuello era la cura de la fiebre y otros males.

Las joyas que más les gustaban a los Romanos eran las perlas. Como ya hemos visto, se las bebían disueltas en vino. Un cierto Struma Nonius tenía un anillo con un ópalo tan grande como una nuez, pero eso no era nada comparado con la perla que le dio Julio César a Servilia, que costó el equivalente de 15,000,000 de pesetas. Plinio dice que vio a Lolia Paulina, una de las mujeres de Calígula, en una fiesta de desposorios, con joyas de esmeraldas y perlas que le cubrían la cabeza, el pelo, las orejas, cuello y los dedos, que valían 100,000,000.

EL LAMENTO DE LOS COMERCIANTES (2)

Apocalipsis 18:11-17a (conclusión)

El lino fino procedía de Egipto. Era la tela de las vestiduras de los reyes y de los sacerdotes. Era muy caro; una túnica de sacerdote podía costar el equivalente de 100,000 pesetas.
La púrpura venía principalmente de Fenicia. El mismo nombre de Fenicia es probable que se derivara de foinos, que quiere decir rojo de sangre, y puede que se conociera a los fenicios como » los hombres púrpura», porque comerciaban esa sustancia. La púrpura antigua era mucho más roja que la moderna. Era el color regio por excelencia y el ropaje de la nobleza. El tinte de la púrpura se extraía de un molusco de su nombre llamado en latín murex. Solo se extraía una gota de cada animal; y había que abrir la concha tan pronto como muriera el animal, porque la púrpura venía de una venilla que se secaba casi inmediatamente cuando moría. Un kilo de lana teñida doblemente de púrpura costaba el equivalente de 10,000 pesetas, y una chaqueta corta el doble. Plinio nos dice que por entonces había en Roma «una manía apasionada de púrpura.»

La seda puede que sea ahora bastante corriente, pero en la Roma del Apocalipsis tenía un precio incalculable, porque había que importarla de la lejana China. Tal era su precio que una libra de seda costaba el peso de una libra de oro. Bajo Tiberio se aprobó una ley prohibiendo el uso de cacharros de oro macizo para servir las comidas, y «el que los varones se deshonraran poniéndose ropa de seda» (Tácito, Anales 2:23).

La escarlata o grana, como la púrpura, se buscaba mucho por el tinte que se le extraía. Cuando pensamos en estas fábricas puede que advirtamos que uno de los muebles ostentosos de Roma eran las tapaderas para los canapés de los banquetes. Tales cubiertas costaban a menudo tanto como 1,500.000 en pesetas, y Nerón tenía cubiertas para sus canapés que habían costado más de 10,000,000 cada una.

La más interesante de las maderas mencionadas en este pasaje es la de tuya o árbol de la vida. En latín se la llamaba madera de cítrico; su nombre botánico es thuia articulata. Procedía del Norte de Africa, de la región del Atlas, olía muy bien y tenía una textura muy bonita. Se usaba especialmente para cubrir las mesas; pero, como los cítricos son rara vez grandes, era difícil conseguir piezas para cubiertas de mesa. Una mesa hecha de madera de tuya podía costar de 1,000,000 a 30,000,000. Se dice que Séneca, el primer ministro de Nerón, tenía trescientas de esas mesas con las patas de mármol.

El marfil se usaba mucho en decoración, especialmente entre los que querían hacer alarde de riqueza. Se usaba en escultura, estatuas, empuñaduras de espadas, muebles incrustados, sillas de ceremonia, puertas y hasta para muebles de casa. Juvenal nos describe a un rico: «Hoy en día un rico no disfruta de la comida -el rodaballo y el venado no le saben a nada, los perfumes y las rosas le huelen a podrido- a menos que las anchas tablas de su mesa de comedor descansen sobre leopardos rampantes boquiabiertos de marfil macizo.»

Las estatuillas de bronce corintio era famosas y fabulosamente caras. El hierro venía del Mar Negro y de España. Hacía mucho que se había usado el mármol en Babilonia en edificios, pero no en Roma. Sin embargo, Augusto podía presumir de haber encontrado una Roma de ladrillo y haberla dejado de mármol. Acabó por haber una agencia que se llamaba ratio marmorum cuya misión era buscar por todo el mundo dónde hubiera buenos mármoles para traérselos para decorar los edificios de Roma.

La canela era un artículo de lujo procedente de la India y de cerca de Zanzíbar, y alcanzaba unos precios en Roma de 30,000 pesetas el kilo.

Las especias despistan un poco aquí. La palabra griega es ámómon; Casiodoro de Reina pone sencillamente olores. Ámómon era un bálsamo de olor que se usaba especialmente para ciertos peinados y como óleo para ritos funerales.

En el Antiguo Testamento el incienso tenía un uso exclusivamente religioso para acompañar a los sacrificios del Templo. Según Ex 30:34-38 el incienso del Templo se hacía de estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso puro, que son todos resinas olorosas o balsámicas. Según el Talmud, se le añadían siete ingredientes más: mirra, casia, nardo, azafrán, costus, macis y canela. En Roma se usaba el incienso como perfume con el que se daba la bienvenida a los invitados y se perfumaba el salón después de las comidas.

En el mundo antiguo se bebía vino en general en todas partes, pero la borrachera se consideraba una deshonra grave. El vino se tomaba generalmente diluido, dos partes de vino para cinco de agua. Se pisaban las uvas para extraer el mosto, una parte del cual se bebía así, sin fermentar. Otra parte se cocía para hacer gelatina que se usaba para dar cuerpo y sabor a vinos más flojos. El resto se metía en tinajas grandes y se dejaba fermentar nueve días, luego se tapaba, y se abría mensualmente para comprobar la fermentación. Hasta los esclavos tenían suficiente vino como parte de su ración diaria, porque era muy barato, a peseta el litro.
La mirra era la resina de un arbusto que crecía principalmente en el Yemen y el Norte de Africa. Se usaba medicinalmente como astringente, estimulante y antiséptico. También se usaba como perfume, como anodino por las mujeres en el tiempo de su purificación, y para embalsamar los cadáveres.
El incienso era una resina gomosa producida por un árbol del genus Boswellia. Se le hacía una incisión al árbol y se le quitaba una tira de corteza por debajo. La resina que exudaba el árbol era como leche. En cosa de diez o doce semanas se coagulaba en terrones, que era como se vendía. Se usaba como perfume para el cuerpo, para endulzar o aromar el vino, como aceite para las lámparas y como incienso sacrificial.

Las carrozas que se mencionan aquí -la palabra es redé no eran las militares ni las de las carreras. Eran carrozas privadas de cuatro ruedas, y los aristócratas ricos de Roma a menudo las chapaban de plata.

La lista se cierra con la mención de esclavos y almas de hombres. La palabra para esclavo es soma, que quiere decir literalmente cuerpo. El mercado de esclavos se llamaba el sómatémporos, el lugar donde se venden cuerpos. La idea era que se vendían los esclavos en cuerpo y alma a sus amos.

Nos es casi imposible entender hasta qué punto la civilización romana se basaba en los esclavos. Había 60,000,000 de esclavos en el Imperio Romano. No era raro que uno tuviera cuatrocientos esclavos. «Usa tus esclavos como los miembros de tu cuerpo -dice un escritor latino-, cada uno para su propio uso.» Había, por supuesto, esclavos para las labores domésticas; y había un esclavo para cada servicio en particular. Leemos de los portadores de antorchas, de linternas, de sillas de ruedas, asistentes en la calle, encargados de la ropa de calle. Había esclavos que eran secretarios, otros para leer en voz alta, y hasta esclavos que le buscaban los datos a uno que estuviera escribiendo un libro o un tratado. Los esclavos hasta pensaban por algunos amos. ¡Había esclavos llamados nomenclatores cuyo deber era recordarle al amo los nombres de sus clientes y dependientes! «Recordamos por medio de otros,» dice un escritor latino. ¡Había hasta esclavos que le recordaban al amo que comiera o que se acostara! » Los hombres eran tan perezosos que hasta se olvidaban de que tenían hambre.» Había esclavos que iban delante de su amo y cuya misión era devolver el saludo de los amigos de este, que su amo estaba demasiado cansado o distraído para devolver por sí mismo. Un cierto ignorante incapaz de aprender o de recordar nada se hizo con una compañía de esclavos: uno se aprendía de memoria a Homero, otro a Hesíodo, otros a los poetas líricos. Era su deber estar detrás de su amo en las comidas y apuntarle las citas convenientes. Él pagaba 200,000 pesetas por cada una. Algunos esclavos eran jóvenes hermosos, » la flor de Asia,» que no hacían más que estar dando vueltas -por el salón eran los banquetes para placer de la vista. Algunos eran coperos. Algunos eran alejandrinos, habilidosos en decir cosas graciosas y hasta obscenas. Los invitados querían a veces limpiarse las manos en el pelo de los esclavos. Tales esclavos hermosos costaban por lo menos 200,000 ó 400,000 pesetas. Algunos esclavos eran fenómenos -enanos, gigantes, cretinos, hermafroditas. De hecho había un mercado de monstruos -«hombres sin piernas, con los brazos cortos, con tres ojos, con cabezas puntiagudas.» Algunas veces se producían esas deformidades aposta para la venta.

Es un cuadro triste el de seres humanos que se usaban en cuerpo y alma para el servicio y el entretenimiento de otros.
Este era el mundo por el que los comerciantes hacían duelo. Lo que lamentaban eran los mercados y las ganancias que habían perdido. Esta era la Roma cuyo fin estaba anunciando Juan. Y tenía razón -porque una sociedad construida sobre el lujo, el desenfreno, el orgullo, la insensibilidad para la vida y la personalidad humana está condenada por fuerza, hasta desde el punto de vista humano.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

REFERENCIAS CRUZADAS

f 868 Eze 27:36

g 869 Eze 27:30

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

O, su cargamento

Fuente: La Biblia de las Américas