“Mirad, yo os he enseñado leyes y decretos, como Jehovah mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra a la cual entraréis para tomar posesión de ella.
Deu 4:1; Pro 22:19, Pro 22:20; Mat 28:20; Hch 20:27; 1Co 11:28; 1Co 15:3; 1Ts 4:1, 1Ts 4:2; Heb 3:5 En muchas ocasiones el pueblo concluía que Moisés enseñaba por su propia autoridad, pero al final de sus días él les asegura que les había instruido estrictamente de acuerdo a lo que el Señor le había ordenado, ni más ni menos. Esta es una de las declaraciones más explícitas de la autoría divina.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Aquellos que viven según la revelación de Dios, dirigirán a otros al Señor, el dador de todos los dones.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Moisés era el mediador de las palabras de Dios, no su originador (cf. 2Pe 1:20,2Pe 1:21).
mi Dios me mandó: En todo el Deuteronomio, Moisés siempre respetó a Dios como la fuente de su mensaje.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
REFERENCIAS CRUZADAS
f 217 Lev 10:11; Lev 26:46; Núm 30:16
g 218 Lev 25:18; Núm 36:13; Deu 6:1
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
YHVH… TM añade mi Dios. Se sigue LXX → §194.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
[o] LA SABIDURÍA DE LA BIBLIA No hay pueblo tan sabio e inteligente como esta gran nación. Este libro es contemporáneo del cap. 20 del Exodo y de nuestros Diez Mandamientos. Fue escrito ocho siglos antes de Cristo y ya en él leemos esta afirmación: Dios nos ha dado una sabiduría tal que no le ha sido comunicada a los demás pueblos. Podría uno sonreir a la distancia y pensar que, desde el campanario de su aldea, el escritor sagrado no veía más que un rincón del mundo y que de buenas ganas ignoraba tanto las milenarias culturas egipcias y mesopotámicas que lo habían precedido como aquellas grandes culturas y religiones de la lejana Asia. Y sin embargo, era consciente de ser el depositario de leyes sorprendentes: – la afirmación de Yavé, Dios único, al que no se puede representar; – la fe en el Dios Justo que exige la fidelidad interior y la práctica de la justicia por sobre cualquier otra forma de culto; – la obligación rigurosa del sábado como el medio para preservar la libertad y la dignidad de las personas; – la protección de la vida humana y el respeto al extranjero, el que a menudo era más bién un forastero, es decir un israelita viviendo en el territorio de una tribu que no era la suya; – el rechazo a cualquier licencia sexual, El autor del libro ya veía el beneficio de estas leyes que sólo se apreciaría a la larga, cuando hubieran desaparecido una tras otra las culturas vecinas. Pero si el orgullo de ser los detentores de una sabiduría superior podía hacer nacer en Israel el sentimiento de ser privilegiado, se puede también invertir el orden de los términos: la certeza de haber sido llamado por Dios con un destino único era uno de los pilares de la sabiduría de Israel. Todo el edificio de la Ley se habría derrumbado si no se hubiera creído en la alianza de Yavé con Israel (4,13; 4,20). El Deuteronomio se inspiró fuertemente en la predicación de los primeros profetas de la escuela de Elías, y nos va a repetir de mil maneras que sólo hay salvación para Israel en la fidelidad a su vocación. Aquí encontramos un rasgo característico de la identidad del pueblo de la Biblia. Hoy en día debemos ciertamente abrir los ojos ante las religiones del mundo y ver cómo a través de ellas Dios ha hecho una obra de salvación en las diversas culturas. Es muy útil reconocer que ni la religión de Israel ni el cristianismo han sido comienzos absolutos, sino que sus doctrinas han tenido antecedentes en otras religiones. Sin embargo, cuando se hayan aclarado todos esos aspectos y se haya intentado elaborar una «genealogía de las religiones», no se habrá dicho nada aún sobre lo que es esencial a la revelación bíblica: esta revelación ha sido encargada al único pueblo al que Dios se dio a conocer cara a cara. Mientras otros se hagan testigos de lo indecible de Dios, aquí Dios se dice y se hace próximo. Por doquier las demás religiones propondrán leyes divinas, hablarán de sabiduría y buscarán al Absoluto, pero en ninguna parte pondrán en el corazón de la búsqueda, o del servicio o de la obediencia, un conocimiento de Dios cara a cara (4,7; 4,35; Col 2,8-10). Es cierto que el Deuteronomio dice: «No han visto nada, sólo han oído la Palabra de Dios» (4,12; 5,24). Pero en esas palabras sólo hay un rechazo a cualquier imagen y el llamado a la fe; no niegan que Dios se haya manifestado. El discurso que el autor atribuye a Yavé es constantemente la palabra de un Dios que se revela a los que ama y que le aman (4,37; 7,8; 6,4). Pasemos al Nuevo Testamento y tendremos el Discurso después de la Cena de Juan cap. 14-17. Eso no tiene equivalente ni antecedentes en ninguna otra religión.