Comentario de 1 Juan 2:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo.
RESUMEN: 1 — Expresa Juan que su propósito al escribirles es que no pequen. Pero en caso de pecar, el cristiano tiene a Jesucristo por abogado. El es la propiciación por el pecado. Debe el cristiano, pues, evitar el pecado, andando en obediencia a la verdad, según anduvo Jesucristo (los versículos 1 al 6).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
hijitos míos. 1Jn 2:12, 1Jn 2:13; 1Jn 3:7, 1Jn 3:18; 1Jn 4:4; 1Jn 5:21; Jua 13:33; Jua 21:5; 1Co 4:14, 1Co 4:15; Gál 4:19.
estas cosas os escribo. 1Jn 1:3, 1Jn 1:4; 1Ti 3:14.
para que no pequéis. Sal 4:4; Eze 3:21; Jua 5:14; Jua 8:11; Rom 6:1, Rom 6:2, Rom 6:15; 1Co 15:34; Efe 4:26; Tit 2:11-13; 1Pe 1:15-19; 1Pe 4:1-3.
Y si alguno. 1Jn 1:8-10.
abogado tenemos. Rom 8:34; 1Ti 2:5; Heb 7:24, Heb 7:25; Heb 9:24.
para con el Padre. Luc 10:22; Jua 5:19-26, Jua 5:36; Jua 6:27; Jua 10:15; Jua 14:6; Efe 2:18; Stg 1:27; Stg 3:9.
a Jesucristo el justo. 1Jn 2:29; 1Jn 3:5; Zac 9:9; 2Co 5:21; Heb 7:26; 1Pe 2:22; 1Pe 3:18.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
El los conforta contra los pecados de debilidad, 1Jn 2:1, 1Jn 2:2.
Conocer a Dios de verdad es guardar sus mandamientos, 1Jn 2:3-8;
es amar a nuestros hermanos, 1Jn 2:9-14;
y no amar al mundo, 1Jn 2:15-17.
Debemos estar consientes de los seductores, 1Jn 2:18, 1Jn 2:19;
de cuyos engaños están a salvo los santos, preservados por perseverancia en la fe, y santidad de vida, 1Jn 2:20-29.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Con solicitud paternal, el anciano apóstol Juan se dirige afectuosamente a sus lectores tratándolos de hijos. Él es el anciano apóstol con solicitud paternal. En esta carta utiliza siete veces esta palabra griega (vv. 1Jn 2:1, 1Jn 2:12, 1Jn 2:28; 1Jn 3:7, 1Jn 3:18; 1Jn 4:4; 1Jn 5:21) y la utiliza una vez en su Evangelio (Jua 13:33). También usa dos palabras similares, tekna en (Jua 1:12; Jua 11:52; 1Jn 3:2, 1Jn 3:10 [dos veces]; 1Jn 5:2; 2Jn 1:1, Jua 4:1-54, 2Jn 1:13 y paidia en 1Jn 2:13, 1Jn 2:18).
para que no pueda pecar: Las declaraciones en Juan sobre el pecado (1Jn 1:8, 1Jn 1:10) eran para que los creyentes se dieran cuenta del peligro omnipresente del pecado y para ponerlos en guardia contra él. Los botes salvavidas están en un barco no para hacerlo hundir, sino para el caso de que se hunda. Según la gramática griega el si antes de alguno hubiere pecado expresa el sentido agregado de que «se presume que todos lo hacemos». Esta afirmación no es un aliciente para el pecado, sino una advertencia a todos los cristianos para que se pongan en guardia contra las tendencias pecadoras.
Abogado: Esta palabra griega también se usa en (Jua 14:16) para designar al Espíritu Santo, refiriéndose a alguien que nos ayuda a comprender la verdad de la Palabra de Dios. Aquí la palabra describe la obra de intercesión del Hijo. Cuando pecamos Jesús nos representa como abogado con el Padre, para abogar por nuestra causa en la corte celestial. Satanás, por otra parte, es el acusador de los creyentes (Zac 3:1-10; Apo 12:10).
EN FOCO
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«Abogado»
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(Gr. parakletos) (1Jn 2:1; Jua 14:16, Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7) # en Strong G3875: La palabra griega quiere decir literalmente «uno que se llama a nuestro lado». Puede ser un confortador, un consolador o un abogado defensor. En Jua 14:26 y Jua 15:26, el Espíritu Santo recibe el nombre de parakletos, nuestro Consolador. Aquí se da el nombre de parakletos a Cristo, nuestro Abogado. Mientras el Espíritu Santo obra en nosotros para reconfortarnos y ayudarnos, Cristo nos representa ante el Padre en el cielo. Los dos parakletos operan juntos en perfecta armonía (Rom 8:26, Rom 8:27, Rom 8:34).
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Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
PARA QUE NO PEQUEIS. Juan creía que los que han nacido de nuevo todavía pueden cometer ciertos pecados. No obstante, el no ensena que el creyente debe pecar; más bien exhorta a sus lectores a vivir sin pecar (cf. Rom 6:15, nota; 1Ts 2:10, nota). Para los que caen en el pecado, el remedio es confesar y abandonar ese pecado (véase 1Jn 1:9, nota). La seguridad del perdón está en la sangre de Jesucristo (v. 1Jn 2:2; 1Jn 1:7) y su ministerio celestial como «abogado», es decir, el que habla al Padre en defensa nuestra (gr. parakletos). Jesucristo intercede delante de Dios a favor de los creyentes sobre las bases de su muerte expiatoria, del arrepentimiento de ellos y de la fe que tienen en El (cf. Rom 8:34; Heb 7:25, nota; véanse 1Jn 3:15, nota, y el ARTÍCULO LA INTERCESION, P. 1156. [Dan 9:3]).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Capitulo 2.
E l hecho de que todos los hombres sean pecadores es una consecuencia de la fragilidad humana. Sin embargo, esto no autoriza para dejarse llevar del pesimismo una vez que se ha tenido la debilidad de pecar. El apóstol ofrece a los pecadores la esperanza del perdón, porque tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo, justo (2:1). Este abogado defensor, intercesor y mediador es el mismo Cristo, ofrecido como víctima por nuestros pecados. El cristiano que se esfuerza por seguir a Jesucristo y conoce su propia fragilidad, debe recurrir constantemente al abogado que tenemos ante el Padre y a su sangre propiciatoria.
Cuando Jesús anunciaba a sus discípulos que volvía al Padre, les prometió otro defensor (Paráclito) 1, con lo cual declaraba que El mismo era también un abogado defensor. San Juan lo dice explícitamente en este pasaje de la 1 Jn. Cristo es defensor porque intercede ante el Padre en favor de los pecadores. La doctrina tan consoladora de la intercesión de Cristo en el cielo formaba parte de la catequesis primitiva 2. El autor sagrado recuerda a los fieles la inclinación al pecado que experimenta todo mortal; pero, al mismo tiempo, les hace ver que, si por desgracia caen en pecado, tienen un abogado en el cielo que intercede por ellos. De este modo les indica el camino a seguir. No sólo el pecador habitual tiene necesidad de acudir a Cristo, sino también el que ha cometido un solo pecado. La intercesión de Jesucristo por los pecadores no se dio una sola vez para siempre, sino que continuamente está ejerciéndola en favor nuestro. Y esta mediación la lleva a cabo ante su Padre. El término Padre muestra que no se trata de un juez severo, sino de un Padre amoroso que está dispuesto a escuchar con complacencia la intercesión de su Hijo.
Jesucristo abogado es llamado justo porque en El no hay pecado, es la santidad misma, el Hijo de Dios. Por el hecho de ser justo puede defender eficacísimamente al pecador ante el Padre justo 3. Este adjetivo justo parece hacer referencia a la eficacia de la intercesión de Jesucristo.
Cristo no sólo es abogado, sino también la propiciación por nuestros pecados (v.2). El término abstracto propiciación (ίλασμός) parece empleado para significar una situación definitivamente adquirida de víctima, una función tan propia de Jesucristo, que viene como a definirle. Cristo es llamado propiciación por los pecados en cuanto que ha derramado su sangre por nuestros pecados y por su sacrificio nos ha reconciliado con Dios. Por el hecho de que Cristo se ofreció a sí mismo en sacrificio expiatorio 4, ahora puede aplacar al Padre presentando su sangre derramada por nuestros pecados 5. Jesucristo se está ofreciendo continuamente al Padre por los pecadores. Se trata de algo permanente y que se repite incesantemente. Cristo, por el hecho de ser justo, está siempre presente ante el Padre como propiciación para interceder por nosotros.
Ya San Pablo había dicho que Cristo era un ιλαστήριον, un medio de propiciación procurado a los hombres por el mismo Dios6. Ί término ιλαστήριον traduce en los LXX el hebreo kaphoreth, que designa la tapa del arca de la alianza. El kaphoreth simbolizaba la presencia especial de Yahvé en medio de su pueblo. Por eso era considerado como el centro del culto mosaico, como el lugar donde el sacrificio de la Expiación obtenía toda su eficacia, aplacaba a Dios y le volvía propicio. En el Nuevo Testamento, es decir, en el sacrificio de la cruz, Cristo es para siempre nuestro propiciatorio, el medio de toda propiciación. Jesucristo realiza en su persona la propiciación que figuraba típicamente el kaphoreth del arca, rociado con la sangre de las víctimas expiatorias 7. El autor sagrado debía de pensar, sin duda, en las purificaciones mosaicas por medio de la sangre de las víctimas y la intercesión del sumo sacerdote el día de la Expiación. Todo eso lo realizó de un modo extraordinario y maravilloso Jesucristo en su pasión y muerte, y lo sigue realizando todos los días en el cielo 8.
La expiación de Cristo es eficaz no sólo para los pecados de los cristianos, sino para los del mundo entero. La propiciación de Jesucristo alcanza a todo el mundo sin limitaciones de razas ni de tiempos. Todos los hombres tienen, por lo tanto, la posibilidad de salvarse, con tal de que sepan aprovecharse del perdón que se les ofrece 9. San Juan insiste sobre la universalidad de la redención, sin restricción alguna 10 de espacio y de tiempo. Al afirmar la voluntad salvífica de Dios en favor de todos los hombres, tal vez el autor tuviese presente el error de aquel gnosticismo que reconocía la eficacia del sacrificio de Cristo, pero sólo en favor de los buenos o espirituales.
Observar los mandamientos, 2:3-11.
3 Sabemos que le hemos conocido si guardamos sus mandamientos. 4 El que dice que le conoce y no guarda sus mandamientos, miente y la verdad no está en él. 5 Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en EL 6 Quien dice que permanece en El, debe andar como El anduvo. 7 Carísimos, no os escribo un mandato nuevo, sino un mandato antiguo que tenéis desde el principio. Y ese mandato antiguo es la palabra que habéis oído. 8 Mas, de otra parte, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en El y en vosotros, a saber, que las tinieblas pasan y aparece ya la luz verdadera. 9 El que dice que está en la luz y aborrece a su hermano, ése está aún en las tinieblas. 10 El que ama a su hermano está en la luz, y en él no hay escándalo, u El que aborrece a su hermano está en tinieblas, y en tinieblas anda sin saber adonde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
El apóstol, por vía de contraste, muestra quiénes son los hijos de Dios y los hijos del diablo. Y describe las realidades fundamentales que los separan. Para ser verdaderos cristianos no hemos de limitarnos a evitar el pecado, sino que es necesaria la práctica de los mandamientos. El criterio que indicará si los hombres conocen a Dios será la observancia de los mandamientos que el Señor ha inculcado en el Evangelio. Sobre todo, el precepto del amor fraterno. No es suficiente huir del pecado, sino que es necesario guardar sus mandamientos (v.3). Porque el verdadero conocimiento de Dios no es teórico, sino práctico. No debemos conocer a Dios sólo especulativamente, a la manera de los filósofos, sino con una fe viva que se apodere de todo el hombre para unirlo eficazmente a Dios y le sirva de regla en su vida moral. El verbo conocer puede tener dos significaciones: o bien designa el acto de saber, o bien la experiencia que se tiene de algo por el hecho de estar unido a ello. En nuestro texto encontramos ambas significaciones. El conocer del v.3 tiene el sentido de “saber”; en cambio, el conocer del v.4 supone más bien la idea de “estar unido.” La comunión con Dios será tanto más íntima cuanto más íntimamente se le conozca. Por eso, conocer a Dios – como afirma el Ρ. Μ. E. Boismard – implica una participación en la vida divina y es equivalente a estar en comunión con Dios.
San Juan pone en conexión el conocimiento de Dios y la práctica de los mandamientos. Otro tanto hace Santiago 12 al hablar de la unión de la fe y de las obras, y San Pablo, cuando nos dice que lo que tiene valor en la vida cristiana es la fe actuada por la caridad 13. Son conceptos equivalentes, que sirven para distinguir al verdadero fiel del hereje, del cual va a hablar 14. La enseñanza de San Juan contra los gnósticos es clara: el conocimiento meramente especulativo de Dios que no lleve consigo la práctica de los preceptos, no vale nada. No hay conocimiento verdadero de Dios ni comunión íntima con El si no conformamos nuestra voluntad con la de El. La obediencia a los mandamientos divinos nos demostrará que conocemos verdaderamente a Dios.
El que pretenda conocer a Dios sin observar sus mandamientos es un mentiroso (v.4). Es de la misma calaña que aquel que camina en las tinieblas y, sin embargo, se cree en comunión con Dios 15. El apóstol seguramente se refiere a los falsos doctores, que se gloriaban de su ciencia, pero descuidaban los deberes más sagrados de la vida cristiana. Con la disculpa de la libertad alcanzada por la iluminación de la gnosis, daban rienda suelta a sus pasiones más bajas. Su moral era prácticamente el libertinaje y la rebelión contra los preceptos evangélicos. Por eso, el apóstol los trata de embusteros, porque su gnosis es falsa, ya que no poseen la gracia divina, que es la única que capacita para el verdadero conocimiento de Dios. “El verdadero conocimiento – dice J. Chaine – termina en el amor; y este amor se realiza de una manera perfecta en la práctica de los mandamientos 16. La obediencia a la palabra de Dios supone una serie de actos y de esfuerzos por los cuales el amor se afirma y se perfecciona”17. Este amor es el que los fieles tienen por Dios y no el amor que Dios tiene por los hombres. A no ser que San Juan hable del amor de Dios en un sentido más alto, comprendiendo ambos aspectos, ya que la caridad “se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (amor increado de Dios) que nos ha sido dado.”18
San Juan da a la caridad la primacía sobre el conocimiento, como San Pablo se la da sobre la fe 19.
En el v-5 se contrapone al falso cristiano la figura del cristiano auténtico, que cumple y guarda la palabra divina. La expresión guardar su palabra implica un concepto más amplio que guardar sus mandamientos. La palabra de Dios, a la que hace referencia aquí San Juan, abarca toda la revelación y no tan sólo algunos preceptos de esa revelación 20. El cristiano que se deja guiar por la palabra de Dios, demuestra que en él la caridad es verdaderamente, perfecta. Ese es el auténtico creyente21. Porque conocer verdaderamente a Dios y amarlo, es permanecer en El 22. Y para permanecer en El hay que practicar los mandamientos, los cuales alcanzan su perfección en la caridad, en la imitación de Cristo. La imitación de Cristo es la más alta norma de vida cristiana (v.6). La caridad, en nuestra epístola, es una realidad sobrenatural que Dios ha dado al hombre. Es una verdadera participación del amor increado de Dios. La misma esencia divina es caridad, como es sabiduría y bondad. Por eso, la bondad por la que formalmente somos buenos es una participación de la divina bondad. Así también la caridad, con la cual formalmente amamos al prójimo, es cierta participación de la divina caridad.
El cristiano obediente a los preceptos divinos posee en toda su autenticidad la verdadera caridad. El fiel ha de manifestar con sus obras que posee realmente la caridad, el amor de Dios. Jesucristo, nuestro modelo, ha cumplido también la voluntad de su Padre 24, ha guardado sus mandamientos 25 y nos ha dado ejemplo para que nosotros le imitásemos 26. El cristiano que quiera permanecer2’7 en Dios ha de imitar a Cristo. Si esto hace, conocerá que esta en Dios. Permanecer en es sinónimo de estar en, expresiones joánicas que designan la inhabitación de Dios en el cristiano y la inmanencia de éste en Dios 28. La última de las expresiones indicadas, estar en, equivale a la frase paulina in Christo lesu.
El cristiano que permanezca en Cristo y Cristo en él podrá ir transformándose y uniéndose de modo tan íntimo a Dios como los sarmientos están unidos a la vid 29. Pero para conseguir esta permanencia en Cristo ha de imitarlo – andar como El anduvo – lo más exactamente posible 30. Según esto, la imitación de Cristo, criterio de la comunión con Dios, corresponde a la práctica de los mandamientos, criterio del conocimiento y del verdadero amor de Dios 31.
La imitación de Cristo impone al cristiano la práctica del amor fraterno 32. Este precepto es antiguo (v.7) desde el punto de vista de los fieles, que lo habían recibido durante su preparación bautismal. Por eso no constituye ninguna novedad para ellos. Es tan antiguo como el Evangelio de Jesucristo, que hacía más de sesenta años que había sido predicado en Palestina. Por otra, parte, el precepto del amor fraterno puede considerarse como nuevo (v.8), pues así lo llamó el mismo Cristo cuando en la noche de la última cena dijo a sus discípulos: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.” 33 Es nuevo porque Jesús lo proclamó en toda su amplitud: amor fraterno a todos los hombres. Es nuevo por el espíritu y modalidad que Cristo le ha infundido: lo enseñó con su palabra y su ejemplo de modo tan sublime, que no se podrá presentar jamás otro caso semejante 34. Es nuevo porque demuestra la originalidad de la doctrina de Cristo y servirá para distinguir a los discípulos de Jesús 35. Es nuevo, en una palabra, en el mismo sentido que su doctrina. Jesucristo está en el centro de este mandamiento y le confiere toda su novedad. Antes de la venida de Cristo ya existía este precepto 36; pero no se practicó con el vigor, la extensión y ejemplaridad con que lo hizo Jesús. Cristo no sólo promulgó el mandamiento del amor, sino que fue la encarnación viviente y el ejemplo insuperable de amor al prójimo.
La transformación iniciada por el precepto del amor fraterno va ganando poco a poco las almas que se convierten. De este modo van desapareciendo las tinieblas y aparece ya la luz verdadera (v.8b). Las tinieblas son los errores, el odio que predicaban el paganismo y los hombres malvados, y que constituyen una fuente de tantos crímenes. La luz es la verdad del Evangelio, el precepto de la candad, que cada día brilla con más resplandor, en contraste con la falsa luz del gnosticismo. Aquí aparecen frente a frente luz y tinieblas, formando un dualismo vigoroso que es bastante frecuente en San Juan. Esos dos términos designan metafóricamente dos mundos opuestos: el mundo de la vida divina, de la gracia, de la salvación, y el mundo del pecado, de la muerte, de la condenación 37.
El poder vivificante de la luz evangélica va avanzando entre las tinieblas merced al ejemplo sublime que nos dio Cristo al morir por nosotros sobre el madero de la cruz. El nuevo precepto de la caridad que El nos dio, cuando se cumple de una manera perfecta, ahuyenta las tinieblas del odio y del error.
Por eso, faltar a la caridad es faltar a la obligación principal impuesta por la fe cristiana. El que odia a su hermano está todavía en las tinieblas aunque pretenda estar en la luz (v.9). No ha comprendido el precepto nuevo del amor al prójimo, porque el que odia al hermano muestra que no se mueve por motivos de fe y de caridad, sino por puro egoísmo, como los que viven en las tinieblas del paganismo. El precepto de la caridad, que se inspira en el amor de Jesús, rige principalmente las relaciones entre los cristianos, entre los hermanos en la fe. San Juan considera la práctica del amor fraterno como condición indispensable para permanecer en la comunión con Dios.
El apóstol piensa en el odio de los falsos cristianos contra los cristianos fieles. El término hermano no suele designar en San Juan al prójimo en general, sino más bien a los miembros de la Iglesia cristiana. Pero como Cristo es la luz del mundo, que ha venido para salvar a todos los hombres 38, la fraternidad cristiana desborda la comunidad para alcanzar a todos los hombres, que pueden llegar a ser hermanos 39.
Aunque un hombre se haya convertido al cristianismo y se haya bautizado, si tiene odio a su hermano, permanece aún en las tinieblas. No ha logrado todavía salir de las tinieblas morales, del dominio de Satanás. Por el contrario, el que ama a su hermano permanece en la luz (v.10), es decir, en Dios (cf. v.6), porque Dios es luz40. El que ama camina por buena vía, porque la luz le ilumina, y no tropezará con ningún obstáculo que le haga caer. Para San Juan, el amor, la caridad, no sólo es una virtud, sino más bien constituye un estado en el que ha de moverse el cristiano. El objeto de ese amor es el hermano, el cristiano fiel. El apóstol del amor nunca habla de la caridad hacia el prójimo, sino de la caridad hacia el hermano41. Sin embargo, aunque hermano tenga un valor restringido en este lugar, virtualmente tiene un alcance universal. La caridad hacia el prójimo implica la caridad hacia el hermano. Y la caridad fraterna supone virtualmente la caridad hacia el prójimo. A propósito de esto dice muy bien el P. Huby: “Hablar aquí del particularismo de San Juan, de los límites restrictivos que ímpone en ágape Por el hecho de recomendarlo directamente a los fieles entre sí, es atribuirle sin razón alguna la idea de la Iglesia corno de una sociedad estática y la concepción del ágape como de una virtud reservada exclusivamente a la comunidad cristiana, cuando en realidad es un impulso que tiende a alcanzar a todos los hombres, a ejemplo de Cristo, Salvador del mundo, que se ha hecho víctima expiatoria no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo (1Jn 2:2; Jua 3:17).”42
San Juan, por el hecho de dirigirse a los cristianos, pone como objeto de la caridad, no el prójimo ni el enemigo, sino el hermano en la fe, o sea, todos los que pertenecen al mundo de la luz 43. En el reino de la luz no existe ningún lazo que nos pueda hacer caer, porque el que camina en la luz ve el obstáculo y puede evitarlo. En cambio, el que odia a su hermano tiene una trampa puesta a sus pies (v.11). Porque el odio ofusca, ciega 44 la conciencia y le impide juzgar rectamente45. El que se deja guiar por la ciega pasión del odio no sabe a qué precipicios puede ser llevado. Ya que el odio puede ir cegando cada día más su conciencia y endureciendo su corazón hasta llevarlo a la perdición.
San Juan va precisando su pensamiento en frases paralelas y rítmicas (v.9-11), como ya había hecho en 1:8-9; 2:3-4.
Hay que guardarse del mundo, 2:12-17.
12 Os escribo, hijitos, porque por su nombre os han sido perdonados los pecados. 13 Os escribo, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. 14 Os escribo, niños, porque habéis conocido al Padre. Os escribo, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. 15 No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. 17 Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Los v.12-14 forman una breve sección, que consta de dos períodos tripartitos, los cuales se corresponden exactamente. Constituyen una exhortación dada a los fieles, y que sirve, al mismo tiempo, de introducción a la advertencia sobre el mundo (v.15-17).
El término hijitos (τεκνία) – en el v.14 emplea la expresión niñitos (παιδία) – parece designar aquí, como en 2:1; 3:7.18; 5:21, a todos los fieles, a los que se dirige San Juan sin ninguna referencia a edad o posición en el seno de la comunidad cristiana. Ambas expresiones son términos de cariño, usados con frecuencia por el anciano apóstol al dirigirse a todos sus cristianos queridos. San Juan se dirige, pues, a toda la comunidad para exhortarla y alentarla. Así entendidos los términos hijitos, niñitos, se justifica plenamente el orden de cada período. Primero se dirige a la comunidad cristiana entera, después a los mayores y, por fin, a los jóvenes.
El apóstol les escribe porque conoce que sus lectores son buenos cristianos, que tienen su alma purificada por haber obtenido 46 la remisión de sus pecados por su nombre. El nombre por cuya virtud han obtenido el perdón de los pecados es el de Jesús, víctima propiciatoria47, que, habiendo derramado su sangre sobre la cruz, fue constituido Mediador entre Dios y los hombres. Jesucristo, nuestro Redentor, fue el que les consiguió esta gracia, quitando los obstáculos que pudieran oponerse a su unión con Dios. El discípulo amado tranquiliza a sus lectores diciéndoles que sus pecados les han sido perdonados. Y la razón de tranquilizarlos es la unión que mantienen con Cristo. Al perdón de los pecados por el nombre de Jesús sigue la comunión de vida con Dios.
El apóstol supone a continuación que los más avanzados en edad – los padres48 – han crecido más en virtud, porque conocen desde su conversión al que es desde el principio (v.13), es decir, al Verbo encarnado. Este conocimiento de los padres es el que va acompañado de la práctica de los mandamientos y acaba en la unión con el objeto conocido, en el amor de Dios.
Después, dirigiéndose a los jóvenes (νεανίσκοι), les alaba por haber conseguido la victoria sobre el diablo, probablemente dominando sus pasiones y practicando la virtud. No solamente han logrado librarse del mundo de las tinieblas, sino que se mantienen en la virtud, luchando victoriosamente contra las pasiones, que en los jóvenes se manifiestan con mayor violencia. La lucha es propia de los jóvenes, así como el conocimiento es propio de los adultos y de los ancianos.
En una segunda serie de proposiciones (v.14) se dirige de nuevo a los niños, a los padres y a los jóvenes, repitiéndoles lo ya dicho anteriormente. En esta segunda serie, San Juan cambia de tiempo: en lugar del yo escribo de los v. 12-13, tiene el aoristo, yo escribí. ¿Por qué este cambio? La mejor explicación es la que ve en ese aoristo un aoristo epistolar o literario: el autor se coloca con el pensamiento en el momento en que los destinatarios han de leer su escrito. Es un artificio literario que emplea San Juan para evitar la repetición monótona. El aoristo epistolar es equivalente al presente, empleado ya en la primera serie de proposiciones.
El apelativo niños o niñitos (παιδία) hace referencia, como en el v.12, a todos los cristianos, a los cuales se dirige San Juan. Sin embargo, aquí ya no habla de la remisión de los pecados por el nombre de Jesucristo, sino de la posesión de la verdad espiritual por medio ¿el conocimiento que han tenido y tienen del Padre. Con todo, el autor sagrado se expresa desde el mismo punto de vista de la comunión con Dios.
A los padres les dice exactamente lo mismo que en el v.13. No obstante, ésta no es razón suficiente para suprimir dichas frases, como lo hacen algunos códices y la Vulgata. Los cristianos ya adultos conservan la comunión con el Padre, al cual han aprendido a conocer y amar desde hace tiempo.
La segunda alocución dirigida a los jóvenes es ampliada respecto de la primera. Les escribe porque se han mostrado fuertes en el espíritu. Son fuertes en la lucha espiritual entablada contra Satanás, sobre el cual han obtenido ya la victoria. Y esa victoria la han logrado porque la palabra de Dios, el Evangelio vivido por los cristianos, está siempre actuando en sus corazones y se convierte en principio de fuerza moral y de santidad49. Al mismo tiempo, la palabra de Dios que los fieles viven profundamente va acompañada de la comunión vital con Cristo. En este sentido, la palabra de Dios es sinónimo de gracia, que actúa en el interior de los cristianos, los dispone para la unión con Dios, y la realiza.
Los cristianos pertenecen, por consiguiente, a un orden extraordinariamente elevado: han sido llamados a la santidad. Y su salvación es asegurada, por el conocimiento y por la comunión vital que conservan con Cristo y con el Padre. De ahí que el apóstol les exhorte, en el v.15, a evitar todo lo que se opone a la alta condición de los fieles de Jesucristo. No sólo han de huir del maligno, sino que también han de luchar contra el mundo y sus concupiscencias.
San Juan se dirige a todos los fieles: No améis. Y pone ante su consideración una consecuencia evidente: si han vencido al maligno5 o, han de permanecer en una separación radical del mundo perverso, cuyo príncipe es Satanás51. El mundo, en la terminología joánica, designa a la humanidad enemiga de Dios: al reino de Satanás con sus doctrinas perversas, sus errores y sus pecados 52. Para guardar los mandamientos y permanecer en el amor de Dios53 hay que renunciar al amor del mundo. Porque, como dice el apóstol Santiago, “la amistad del mundo, es enemiga de Dios. Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios.”54 La incompatibilidad del amor de Dios y del amor del mundo es tan radical, que muy bien se puede decir: el amor del mundo implica la privación del amor de Dios. El amor del mundo no puede existir en el corazón de un cristiano que conoce y ama a su Padre celeste. La idea de la oposición radical entre Dios y el mundo con todo lo que le pertenece formaba parte de la catequesis apostólica, siendo una de sus enseñanzas más constantes 55.
El que se deja seducir por el mundo y por sus placeres, no puede tener en sí, no puede estar en él la caridad del Padre (v.15). San Juan no prohibe amar las cosas que hay en el mundo material; lo que prohibe es que se amen desordenadamente. La caridad del Padre tiene sus objetos determinados, que los cristianos no pueden modificar ni alargar. El ágape es más que una virtud, es una vida y como una nueva naturaleza que nos incorpora al mundo de lo divino 56. Esta es la razón de que el amor del mundo y el amor del Padre sean incompatibles. El amor del mundo no puede coexistir con el amor de Dios 57. El cristiano ha sido engendrado por Dios a nueva vida, y no puede tener otro amor que el que recibe de Dios 58. Por eso ha de ser incapaz de amar lo que Dios no ama o lo que no le ofrece algo de la presencia de Dios. A este propósito dice muy bien San Agustín: “Todo lo que hay en el mundo, Dios lo ha hecho.; pero ¡ay de ti si tú amas las criaturas hasta el punto de abandonar al Creador! Dios no te prohibe amar estas cosas, pero te prohibe amarlas hasta el punto de buscar en ellas tu felicidad. Dios te ha dado todas estas cosas. Ama al que las ha hecho. Un bien mayor es el que El quiere darte, a sí mismo, que ha hecho estas cosas. Si, por el contrario, tú amas estas cosas, aunque hechas por Dios, y tú descuidas al Creador y amas al mundo, ¿acaso no será juzgado adúltero tu amor?”59 Y poco después vuelve a decir el obispo de Hipona: “¿Amas la tierra? Tierra eres. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré? ¿Eres Dios? No me atrevo a decirlo por cuenta propia. Oigamos las Escrituras: Yo he dicho: Sois dioses e hijos del Altísimo.” 60
A continuación el apóstol precisa las cosas del mundo que el cristiano ha de aborrecer. Tres cosas principalmente hacen que el corazón del hombre se aleje de Dios: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida (v.16). La expresión concupiscencia (επιθυμία) de la carne significa los deseos que emanan de la carne, es decir, de la naturaleza humana corrompida, como el comer, el beber, el procrear, buscados de una manera desordenada, 110 para usar y servirse de ellos en la medida establecida por Dios, sino para abusar de ellos. La frase de San Juan no designa, pues, lo que nosotros llamamos hoy día las pasiones de la carne. Abarca rnás bien todos los apetitos y deseos propios de nuestra complexión corporal: la lujuria en primer lugar, pero también los apetitos desordenados de la bebida, de la comida, de los placeres mundanos, la aspiración al bienestar sensible, al dolce far mente, el austo por las emociones fuertes61.
La concupiscencia de los ojos se refiere a la mala inclinación existente en el hombre de servirse de los ojos para cometer pecados. Los ojos son las ventanas del alma, y a través de estas ventanas entran las mayores excitaciones, que incitan al alma al mal. Los rabinos llamaban a los ojos “los proscenios de la lujuria.”62 La concupiscencia de los ojos no hay que restringirla, como han creído muchos autores, al dominio de la lujuria, ni todavía menos a la codicia de los bienes terrenos. Abarca todas las malas inclinaciones que son atizadas por la vista; los deseos desordenados de verlo todo: espectáculos, teatros, circos, revistas, boxeo, e incluso cosas ilícitas, por la vana curiosidad o el placer de verlo todo. En tiempo de San Juan era frecuente contemplar en los anfiteatros visiones crueles y espeluznantes que un cristiano no podía aprobar 63.
El orgullo (αλαζονεία) de la vida dice relación a la vanidad y al deseo desenfrenado de honores, a la ostentación orgullosa de todo aquello que se posee y sirve para la vida. Es la jactancia de los bienes terrenos, de las riquezas y de la fortuna 64. Es la idolatría del propio yo, la autosuficiencia, que le lleva a no buscarse más que a sí mismo 65. El hombre tentado por el orgullo de la vida desea y busca el fasto, el lujo excesivo, la exaltación de la propia persona. Implica también la vanidad más vulgar, provocada por el poder que parece conferir la posesión de muchos bienes terrenos.
Este es el peligro real de las riquezas. Por eso, Jesucristo en el Evangelio nos exhorta – especialmente en el evangelio de San Lucas – a estar en guardia contra el peligro de las riquezas 66.
Algunos padres de la Iglesia afirman que de estas tres concupiscencias derivan, como de tres raíces, todos los pecados. Los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia se oponen a estas tres concupiscencias 68.
Todas estas pasiones que se encuentran en el mundo es evidente que no provienen del Padre, no se inspiran en su espíritu. Tales concupiscencias proceden del mundo, es decir, del desorden que el pecado ha introducido en toda la creación. Por eso, el cristiano, engendrado por Dios, no ha de tener otro amor que el del Padre. El amor del Padre tiene sus objetos determinados, que sus hijos no pueden cambiar. Los fieles, nacidos de Dios, están en plena dependencia de El, unidos a El de pensamiento y de corazón por la caridad. En consecuencia, rio podrían dejarse arrastrar por lo que les es radicalmente opuesto, porque amar es conformarse a la voluntad divina 69 y adoptar los objetos de su caridad 70.
Por lo tanto, amar el mundo y sus cosas es una locura, porque el mundo pasa, y también sus concupiscencias (v. 17); en cambio, el fiel que cumple la voluntad de Dios participa de su eternidad. La fugacidad de las cosas mundanas es un motivo más para evitar el amor del mundo. Por el contrario, el que pone en práctica los mandamientos – el que hace la voluntad de Dios – ése posee la vida eterna. La comunión con Dios, que se realiza aquí mediante la gracia, se perpetuará en el cielo, en la comunión de la gloria eterna.
Desconfiar de los anticristos, 2:18-28.
18 Hijitos, ésta es la hora postrera, y corno habéis oído que está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. 19 De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, hubieran permanecido con nosotros; pero así se ha hecho manifiesto que no todos son de los nuestros. 20 Cuanto a vosotros, tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas. No os escribo porque no conozcáis la verdad, 21 sino porque la conocéis, y sabéis que la mentira no procede de la verdad. 22 ¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. 24 Lo que desde el principio habéis oído, procurad que permanezca en vosotros. Si en vosotros permanece lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que El nos hizo, la vida eterna. 26 Os escribo esto a propósito de los que pretenden extraviaros. 27 La unción que de El habéis recibido perdura en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe, porque, como la unción os lo enseña todo y es verídica y no mentirosa, permanecéis en El, según que os enseñó. 28 Ahora, pues, hijitos, permaneced en El, para que, cuando apareciere, tengamos confianza y no seamos confundidos por El en su venida.
El apóstol exhorta a los cristianos a permanecer fieles en la comunión cristiana ante el gran peligro que les amenaza. Porque los anticristos ya están en el mundo (v.18). Son los herejes que se esfuerzan por apartar a los fieles de Cristo. La aparición de estos seductores y anticristos es señal de que la hora de la parusía está próxima. El tema de la proximidad de la parusía era una doctrina enseñada en toda la Iglesia primitiva71.
San Juan es el único escritor del Nuevo Testamento que emplea el nombre de anticristo 72. Con este término quiere designar a los falsos cristos y falsos profetas que, según la enseñanza de Cristo y de los apóstoles, habían de aparecer como precursores de la parusía y del fin del mundo 73. San Pablo nos habla del hombre de pecado, del hijo de perdición 74, pero no usa el término anticristo. Por eso no podemos determinar si esta expresión es anterior o posterior a San Pablo. San Juan considera al anticristo como un adversario de Cristo, como un enemigo de Dios, como un usurpador, que trata de embaucar a los hombres presentándose como mesias75.
San Juan advierte a sus lectores que en el mundo existen ya muchos anticristos, conforme a la predicación de nuestro Señor 76. Son todos aquellos que se oponen a Jesucristo y a su doctrina. Son todos los impostores, los falsos profetas y falsos mesías, que circulan por un lado y por otro difundiendo falsas doctrinas contra la divinidad de Jesucristo77. De la existencia de muchos anticristos, los fieles han de concluir que ésta es la hora postrera (v.18). La expresión no ha de tomarse literalmente, como si se tratase del tiempo inmediatamente anterior al juicio. San Juan no quiere decir que la venida del Señor sea inminente. Se propone simplemente afirmar que la última fase de la historia humana, la decisiva, que se extiende desde la encamación de Cristo hasta la segunda venida 78, ya ha comenzado. El apóstol no se pronuncia sobre el momento de la parusía. El Apocalipsis da pie para suponer que San Juan pensaba que antes del fin del mundo habían de verificarse muchas cosas 79.
Nuestro Señor había anunciado, como ya hemos insinuado, que el fin del mundo sería precedido por la aparición de pseudocristos y de pseudoprofetas 80. El término anticristo de San Juan recapitula estos diferentes personajes que se oponen al reino mesiánico. El apóstol parece designar con el nombre de anticristos (en plural) una colectividad. Si bien en 2Te 2:1-12 el adversario aparece bajo los rasgos de un individuo, en la 1 Jn es más bien un grupo de herejes, de adversarios de Cristo. En el Apocalipsis81 se trata también de potencias políticas y religiosas contrarias a la doctrina de Jesucristo. San Pablo – según la sentencia de varios autores – habría cambiado de opinión al final de su vida, considerando al anticristo como una colectividad herética en lugar de un individuo 82. La idea de un anticristo individual y la de un anticristo colectivo parece ser de origen judío83. Sin embargo, el P. Bonsirven afirma 84 que “la literatura judía no conoce un anticristo personal.” Con todo, hay textos que parecen decir lo contrario 85. Desde luego, el texto de la 1 Jn muestra con bastante claridad que San Juan piensa en una colectividad. La frase: os digo ahora que muchos se han hecho anticristos (v.18), entendida en sentido colectivo adquiere claridad insospechada. El anticristo – personificación de las fuerzas enemigas de Cristo en todas las edades – está ya obrando en el mundo mediante ciertos individuos, que se pueden llamar también anticristos. Por consiguiente, el anticristo colectivo lo constituyen todas las fuerzas humanas opuestas a Jesucristo, que se han manifestado en las persecuciones desencadenadas contra la Iglesia, en las doctrinas y en los escándalos esparcidos por los herejes y apóstatas 86.
Los anticristos de que habla el apóstol eran los falsos doctores, que antes habían pertenecido a la comunidad a la cual se dirige San Juan. Formaban parte de ella sólo exteriormente, porque no le pertenecían interiormente. No poseían su fe ni su espíritu. Eran falsos hermanos 87, lobos con piel de oveja 88. Y la prueba de que no eran verdaderos cristianos está en que no han permanecido con nosotros (v.1q). Su espíritu de hipocresía no era compatible con el Espíritu de verdad que mora en los cristianos. Como miembros muertos del Cuerpo místico de Cristo, se separaron del resto de los cristianos: De los nuestros han salido. Esta separación fue providencial, pues así la comunidad ha sido purificada, y ha desaparecido un peligro grave de contaminación. No se trata de una excomunión, sino de una separación espontánea.
San Juan, al decir que no eran de los nuestros, no quiere significar que quien cae en el error o en el pecado no haya estado antes en la verdad o en la justicia. Lo que quiere decir es que ordinariamente los que caen en el error es que antes no se habían adherido sinceramente a la verdad cíe la fe (Colunga). El cristiano auténtico entra tan de lleno y tan decididamente en la nueva luz divina de Cristo, que de ningún modo puede volverse atrás, contando siempre, naturalmente, con la ayuda eficaz de la gracia. Sin embargo, en el plan divino entra que la doctrina de Jesucristo sea motivo de separación entre los que la reciben y los que la rechazan. Y una tal separación pondrá de manifiesto la fidelidad de los verdaderos cristianos 89.
En contraste con estos apóstatas están los fieles, que han recibido la unción del Santo y poseen el verdadero conocimiento (v.20), que les permite distinguir el error de la verdad. Unción (Χρίσμα) ordinariamente designa el acto consumado de ungir. Sin embargo, los LXX emplean el término χρίσμα para designar el aceite de la unción 90. Y como la unción con óleo se llevaba a cabo en los reyes, sacerdotes y profetas cuando eran elegidos o consagrados para desempeñar su alta misión, de ahí que el óleo de la unción haya venido a tener un valor simbólico. Los cristianos en el bautismo han recibido una unción sagrada, recibieron al Espíritu Santo 91. Ese Espíritu divino ejerce sobre los fieles su acción iluminadora y santificadora. Por eso dirá en el v.21 que la unción les proporciona el conocimiento de la verdad; y en el v.27, que la unción les enseña todo. Otro tanto dice Jesús del Espíritu Santo prometido a los discípulos 92.
El Santo del que procede la unción es el mismo Jesús (cf. v.27). En el cuarto evangelio se nos dice que el Espíritu Santo procede del Hijo 93, aunque también se afirma que procede del Padre 94. En realidad, en la unción del cristiano toman parte tanto el Padre como el Hijo.
San Juan escribe 95 a los fieles porque sabe que no están apegados al error (v.21). Ellos, que han sido ungidos con el Espíritu de la verdad, no pueden ignorar la verdad. La verdad es la fe cristiana; la mentira por excelencia es la doctrina de los anticristos. Los que son de la verdad y han sido iluminados por su luz interior, saben que los errores de los anticristos se oponen a la verdad. Los que propalan y defienden una mentira, no pueden ser de Dios ni pertenecer a la Iglesia de Cristo. Si tuvieran algún apego al error, el apóstol no les escribiría, pues estaría separado de ellos, como lo está de los falsos doctores. Les escribe porque está en comunión con ellos.
La mentira que esparcen los anticristos es la afirmación de que Jesús no es el Cristo (v.22). Niegan, por lo tanto, la divinidad de Jesucristo, la filiación divina de Cristo. Bastantes autores ven aquí una alusión probable al error de los ebionitas, herejes gnósticos que concebían a Cristo como un eón que descendió sobre el hombre Jesús en el bautismo y que lo abandonó en el momento de la pasión. En cuyo caso el que habría muerto y resucitado sería tan sólo el hombre Jesús 96. De donde se deduce que esta herejía negaba la divinidad de Cristo y la redención. Negar que Jesús es el Cristo es lo mismo que negar que es el Hijo de Dios. Y negar al Hijo es también negar al Padre, por la correlación existente entre la filiación y la paternidad y porque el Hijo es la revelación del Padre. El Hijo es inseparable del Padre. Y “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo.” 97 En cambio, el que conoce y confiesa al Hijo está en íntima comunión con el Padre, y tiene en sí al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 98. Una vez que Cristo vino al mundo, no hay comunión posible con Dios sino a través del Hijo. Jesucristo es el único camino que conduce realmente a los fieles a la verdadera unión con Dios .”
Después de referirse a los errores cristológicos y trinitarios, San Juan, se vuelve de nuevo a los cristianos para exhortarlos. Lo que han oído los fieles desde el principio (v,24) es la doctrina tradicional de la fe enseñada por los apóstoles. Esa doctrina tradicional ha de permanecer en ellos 100. Porque la fidelidad a la enseñanza tradicional es condición esencial para permanecer en el Hijo y en el Padre, para conservar la gracia y la comunión vital con la Santísima Trinidad. El apóstol da gran importancia a la tradición, fuente de la revelación. Afirma que la doctrina que recibieron desde el principio es la tradicional de la comunidad, la que siempre se enseñó en la Iglesia por haber sido enseñada por los mismos apóstoles 101.
La palabra de Cristo es una realidad tan sublime, que el permanecer en ella nos procura el bien supremo: la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestras almas, que es la forma más perfecta de comunión con Dios 102. La comunión con la Trinidad Beatísima da a los cristianos la seguridad de poseer la vida eterna prometida por Cristo (v.25). Esta vida, coronamiento en la gloria de la unión comenzada sobre la tierra, es presentada como el objeto del mensaje de Jesús. Porque su conocimiento implica el conocimiento de toda la revelación hecha por el Verbo encarnado 103.
En este pasaje, vida eterna tiene sentido escatológico y designa la gloria prometida. Ordinariamente, para San Juan la vida eterna es la comunión vital con Dios, es la vida de la gracia poseída por los cristianos en este mundo 104. En realidad, gracia y gloria para el apóstol San Juan no son otra cosa que diversas fases, distintos estadios de la gloria definitiva.
San Juan ha escrito estas cosas a los fieles a propósito de los herejes para que estén siempre en guardia contra las insidias y los engaños de los falsos maestros (v.26). Porque si bien están fuera de la Iglesia, permanecen siendo un peligro continuo, ya que tratan de hacer prosélitos. Estos herejes seductores no se limitan a defender sus falsas doctrinas, sino que se esfuerzan por arrastrar a otros a ellas.
Los cristianos, a los cuales se dirige San Juan, no necesitan que nadie les enseñe, porque la unción que de El han recibido les enseña todo (v.27). El apóstol se refiere a los falsos maestros de los que ha hablado. Los fieles no tienen necesidad que ninguno de esos falsos doctores les instruya. Esto no significa que San Juan aconseje a sus lectores la emancipación de toda autoridad docente. El hecho de haber recibido la unción del Espíritu Santo no les dispensa de la debida sumisión al magisterio eclesiástico. San Juan coloca al lado de la aceptación creyente del mensaje de Jesucristo recibido por tradición la enseñanza interior del Espíritu Santo, que dará a los fieles la certeza subjetiva de su verdad. Es decir, que para San Juan existe, además del magisterio externo de la Iglesia, el magisterio interno del Espíritu Santo. Gracias a la enseñanza dada por la unción de una manera siempre presente y actual, los cristianos pueden permanecer en Cristo.
Este magisterio interior del Espíritu Santo infunde en las almas la luz de la fe 105, da a los cristianos el gusto y la inteligencia de la verdad revelada y confiere un conocimiento especial de Dios, una verdadera iluminación que introduce al alma en el secreto de los misterios divinos 106. De este magisterio interior nos hablan ya en el Antiguo Testamento Isaías 107 y Jeremías 108, y en el Nuevo Testamento, San Juan 109 y San Pablo 110.
¿Hay fundamento en este v.27 para que Lutero y muchos protestantes opongan la concepción pneumática de la 1 Jn a la doctrina católica del magisterio eclesiástico? No hay fundamento alguno, porque San Juan no pretende excluir, sino que más bien supone que en la Iglesia existe un magisterio legítimo y externo. Lo ha afirmado ya claramente en el v.24 al hablar de la doctrina evangélica recibida de los apóstoles. Además de este magisterio externo existe para los fieles que permanecen en comunión vital con Cristo otro magisterio interior, constituido por la misteriosa unción divina. Los fieles han de permanecer en esa comunión con Dios, no siguiendo las doctrinas erróneas de los falsos maestros, sino las enseñanzas de la fe y de la moral que han aprendido en el pasado por boca de los apóstoles 111.
Cristo es el que ha dado a los fieles la unción del Espíritu, que les enseña todo. Y el Espíritu Santo, a su vez, es el que conduce los cristianos a la comunión con Cristo y los conserva en ella 112.
El apóstol concluye esta sección insistiendo en su exhortación a permanecer unidos a Cristo (v.28). La expresión ahora puede ser una conclusión lógica de lo que precede o una alusión a la parusía, de la que va a hablar. San Juan invita a los fieles a permanecer en Cristo. El motivo por el cual les invita a permanecer en El es para estar preparados para el día de la parusía. El Señor se manifestó ya una primera vez al venir al mundo para redimirnos. Esta primera manifestación ha sido, sobre todo, revelación del amor de Dios 113. Pero habrá otra manifestación gloriosa al final de los tiempos. Será la parusía, la segunda venida de Cristo como Señor y como Juez para dar a cada uno según sus obras. Sin embargo, en esta última manifestación, por muy terrible que sea, se mostrará el amor misericordioso de Dios, que nos debe infundir confianza (παρρησία) en esa hora suprema. Permaneciendo en Cristo, se posee una feliz confianza; no se siente temor de ser confundido cuando aparezca como Juez supremo. El término παρρησία designa la libertad llena de confianza con la que el creyente debe presentarse ante Cristo Juez 114. La idea que tiene San Juan de la parusía 115 es una concepción casi filial y llena de confianza del juicio final.
1Jn 14:16. Cf. F. Mussner, Die iohanneischen Parakletsprüche und die apostolische Tradition: BZ (1961) 56-70. – 2 Rom 8:34; Heb 4:14-16; Heb 7:24-25; Heb 9:24; cf. 1Ti 2:5. Cf. A. G. James, Jesús our Advote: ExpTim 39 (1928) 473-475- – 3Jn 1:17 :25; 1Jn 1:9. – 4 Is 52:13-53:12. – 5 Heb 9:11-14; Rev 1:5. – 6 Rom 3:25. – 7 Cf. A. Charue, o.c. 1×525. – 8 Gf. Rev 5:6. A propósito de la satisfacción sobreabundante de la pasión de Cristo, véase Tomás, Suma Teol. 3 q.48 a.2. – 9 Cf. Jua 3:16-21. – 10 1Jn 4:14; cf. Jua 3:17; Jua 4:42; Jua 12:47; 1Ti 2:4-6. – 11 M. E. Boismard, La connaissance de Dieu dans l’Alliance Nouvelle d’aprés la premiére lettre de S. Jean: RB 56 (1949) 381. Cf. también J. Alfaro, Cognitio Del et Christi in 1 Jn: J 39 (1961) 89-91; F. J. Rodríguez Molero, o.c. p.372. – 12 Sant 2:14ss. – 14 pal 5:6. – 15 1Jn 1:6. – 16 Cf.Jn 14:15.21.23. – 17 J. Chaine, o.c. ρ.155· – 18 Rom 5:5. – 19 1Co 8:2-3; – 20 Cf. Jua 14:24; Rev 22:7.9- – 21 Cf. Jua 5:38; Jua 8:31; 1Jn 1:10; 1Jn 2:14. – 22 La segunda parte del v.5: en esto conocemos que estamos en El, parece referirse a lo que sigue y no a lo que precede (Vulgata). La razón es que la gracia es considerada bajo el aspecto de nuestra inclusión en Dios, corno en el v.6. Es el anuncio de un segundo signo de la comunión con Dios. Así lo interpretan Merk, Charue, Chaine, dom R. Díaz, etc. – 23 santo tomás, Suma Teol. 2-2 q.23 a.2 ad i. Cf. C. Spicq, ágape. Prolegoménes a vne étude de la théologie ncotestamentaire (Lovaina 1955) p.21oss; A. Sustar, De caritate apud S. loannem: VD 28 (1950) 265. – 25 Jua 15:10. – 24 Jua 4:34; Jua 5:30; Jua 6:38ss. – 26 Jua 13:15. – 27 La frase permanecer en El es una expresión joánica que se encuentra con frecuencia en los escritos de San Juan: 41 veces en el cuarto evangelio, 22 veces en la 1 Jn y 3 veces en la 2 Jn. Cf. G. Pecorara, De verbo “numere” apud loannem: DivThom 40 (1937) 154-171· – 28 Cf. Jua 15:6-7; 1Jn 2:24; 1Jn 3:24; 1Jn 4:12. – 29 Jua 15:4-7. – 20 Cf. 1Jn 2:18-27; 1Jn 3:2.12.23; Luc 6:36. – 31 J. Ghaine, o.c. p.15o. – 32 En los v.7 y 8, San Juan habla de un mandamiento antiguo que, sin embargo, es nue-No alude a lo que precede, sino que quiere designar un mandamiento determinado, que solo en el v.g se expresa. Como sucede frecuentemente en San Juan, el pensamiento se va precisando a medida que se desarrolla. – 33Jn 1:13 :34; Luc 15:10-12. – 34 Luc 10:25-37; Luc 23:34; Jua 15:12s. – 35 Jua 13:345. – 36 Gf. Lev 19:18. Cf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p.38os. – 37 Acerca del concepto de luz en San Juan se pueden ver J. C. Bott, De notione lucís in scriptis S. loannis Apostoli: VD 19 (1939) 81-91; B. bussmann, Der Begriff des Lichtes beim heiligem Johannes (Münster 1957); R. Bultmann, Theologie des Neuen Testaments (Tü-bingen 1954) p.36453. – 38 Jua 8:12; Jua 12:47; cf. 1Jn 2:2. – 39 A. Charue, o.c. p.527. – 40 1Jn 1:5. – 41 En los sinópticos, por el contrario, el objeto del amor es el prójimo, que puede referirse a cualquier hombre, incluso a un enemigo (Mat 22:39; Mat 25:42-46; Mar 12:28-34; Luc 10:25-37)· Sin embargo, no podemos decir que exista oposición entre los escritos de San Juan y los de los demás autores del Nuevo Testamento, incluido también San Pablo, para el cual prójimo no es sólo el hermano en la fe, sino cualquier hombre. La caridad fraterna implica y es la perfección de la caridad hacia el prójimo. Cf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p.386-387. – 42 J. Huby, Mystiques pauUnienne et johannique (París 1946) p.15s. – 43 Prov 4:19; Jua 12:35. – 44 C. Spicq, ágape vol.3 (París 1959) p.249. – 45 Tiempo mantenido y fomentado en el corazón de los falsos cristianos.. – 46 Con la mayoría de los autores, Charue, Plummer, De Ambroggi, Nácar-Colunga, Zerwick, damos a oti un sentido causal: porque. Creemos que es preferible al sentido completivo que. – 47 1Jn 1:7.9; 1Jn 2:2. – 48 El término padres (πατέρες), para designar a las personas de más edad entre sus lectores y a los más avanzados en virtud, es único en el Nuevo Testamento. Sólo encontramos algo parecido en San Pablo (cf. Efe 6:4 y Gol 3:21). Gf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p-393· – 49 Gf. 1Jn 1:10; 1Jn 2:5-6. – 50 1Jn 2:12-14. – 51 1Jn 12:31. Cf. G. Spicq, ágape III p.250. – 52 Mundo es uno de los términos más empleados por San Juan: en el cuarto evangelio aparece 77 veces; en 1 Jn, 22 veces. Gf. R. Lowe, Kosmos und Aion (Gütersloh 1935) 1243. – 53 1Jn 2:3-11. – 54 Stg 4:4-5. – 55 Mat 6:24; Luc 16:13; Jua 17:9; 1Co 2:12; 1Co 3:19. – 56 C. Spicq, o.c. p.251. – 57 Filón, De decálogo 151. – 58 1Jn 4:7. Cf. G. Spicq, o.c. p.251. – 59 San Agustín, In I Epist. loannis, tr.2.11 : PL 35:1995. – 60 San Agustín, ibid., tr.2,14: PL 35:1997. – 61 Cf. Efe 2:3; 1Pe 2:11; 2Pe 2:10-12. – 62 Gf. J. Bonsirven, Epítres de S. Jean, en Verbwn Salutis 9 (París 1936) p.128. Véase también Eze 23:12-17; Pro 27:20; Job 31:1; Mat 5:28. – 63 Cf. San Agustín, Confesiones 10:53: PL 32:801. – 64 Cf. 1Jn 3:17; Mar 12:44; Luc 15:12.30. – 65 Cf. Sab 5:8; Stg 4:16. – 66 Cf. Me 10:23; Lev 6:24; Lev 11:41; Lev 12:15.16-21; Lev 14:12-14; Lev 16:19-31. Cf. F. M. López Melús, Pobreza ν riqueza en los Evangelios (Madrid 1963) p.101-222. – 67 Tomás, 2-2 q.78 a. 5. – 68 Cf. De Ambroggi, o.c. p.238. – 69 1Jn 2:5. – 70 G. Spicq, ágape III p.251. Cf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p.402. – 71 Gf. Rom 13:11; 1Co 7:29-31; FÜ1Co 4:5; 1Te 5:1; 2Te 5:1; 2Te 2:2; Heb 10:25; Stg 5:8; 2Pe 3:9. Cf. también Didajé 10:6; 1 Clem. 23:2; Epíst. de Bernabé 4:1; San Ignacio De Antioquía, Ad Eph. ir,i; San Justino M., Dial, con Trifón 32:3; San Cipriano, De mortal, 2:15.25; Ad Demetr. 3:4; De unit. Eccl. 16; Ad Fortun. i; Epist. 58:1; 61:4; 67:7. – 72 1 Jn 2:18; 2:22; 4:3; 2Jn 1:7. – 73 Mt 24:5.24; Mar 13:6; Luc 17:23; Hec 20:30; 1Ti 4:1.; 2Ti 4:3. – 74 2Te 2:3-12. – 75 Mat 24:24; Mar 13:22. – 76 Mat 24:24; Mar 13:21; Luc 17:23 – 77 2Jn 1:7. – 78 Cf. Hec 2:17; Heb 1:2; 1Pe 1:20. – 79 Cf. E. B. Allo, Apocalypse*: études Bibliques (París 1933) p.CXX.CXXXVII-CXLIIl. – 80 Mar 13:22. – 81 Rev 11:7; Rev 13:1-10; Rev 16:13; Rev 17:8; Rev 20:1-3.7-10. – 82 1Ti 4:1-4; cf. Jds v.17-18. – 83 Strack-éillerbeck, o.c. III 637-641. – 84 J. Bonsirven, Le Judaisme palestinien vol.i (París 1934) p.405. – 85 Or. Sib. 3:63-74; 4:119-121.137-139; 5:1-51.100-110.215-245; 4 Esd. 5:6. Cf. J. Chaine, o.c. p.168. – 86 Cf. De Ambroggi. o.c., p.240; B. Rigaux, L’Antechrist (París 1932) p.386. – 87 Gal 2:4 – 88 Mat 7:15; Hec 20:29. – 89 Cf. 1Co 11:19. – 90 Exo 29:7; Exo 30:25; Exo 40:15. – 91 2Co 1:21-22. – 92Jn 1:14 :16; 2Co 16:13. – 93Jn 1:15 :26; 2Co 16:14-15. – 94 Jua 14:16.26. – 95 El os escribo (έγραψα) es un aoristo epistolar que equivale a nuestro presente. – 96 Cf. San Ireneo, Adv. haer. 1:26:1: PG 7:686. – 97 Mat 11:27; cf. Jua 1:18; Jua 5:23; Jua 14:6-9; Jua 15:23. – 98 Cf. Jua 8:19; Jua 14:9-11. – 99 Jua 14:6ss. – 100 Cf. G. Pecorara, De verbo “manere” apud lohannem: DivThom 40 (1937) 159-17i· – 101 1Jn 1:1-3. – 102 1Jn 1:4. Cf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p,416. – 103 Cf. J. Chaine, o.c. p.173. – 104 Cf. 1Jn 3:15 ; Jua 3:36. – 105 1Jn 5:9-10; cf. Jua 5:37ss; Jua 6:4455. – 106 J. Bonsirven, építres de S. Jean, en Verbum Salutis 9 (París 1936) p. 146-150. Cf. también Tomás, Suma Teol. 2-2 q.8 a.4 ad i; San Agustín, In I épist. loannis tr.3:11: PL 35:2004. – 107 Jua 14:26. – 108 31:31-34; cf. Jua 6:45; Heb 8:8-12. – 109 54:13 – 110 1Te 4:9. – 111 Cf. San Acustín,’ín JEptst. loannis tr.3:13: PL 35:2004; F. J. R. Molero, o.c. p.417-418. – 112 Cf. Jua 14:26; 16.11ss. – 113 1Jn 1:2; 1Jn 3:5; 1Jn 4:9; 1Jn 5:11. – 114 Literalmente παρρησία significa “franqueza, osadía, libertad al hablar” a un hombre superior. – 115 Parusía (παρουσία), que es tan frecuente en el Nuevo Testamento, en los escritos joánicos sólo se encuentra en este lugar. Literalmente significaba “presencia,” y designaba la primera visita solemne que realizaba un rey a una ciudad o provincia. En el Nuevo Testamento es un término técnico para expresar la segunda venida de Cristo.
Segunda parte: El cristiano ha de vivir como hijo de Dios, 2:29-4:6.
E n esta segunda parte de la epístola, San Juan continúa hablando de la unión con Dios, pero la considera bajo el aspecto de la filiación divina de los cristianos. Con diversas imágenes 1 trata de expresar la participación de los fieles en la vida de Dios. Afirma que somos hijos de Dios y que esta filiación es la prueba del amor del Padre para con nosotros (2:29-3:2); los hijos de Dios han de ser santos (3:3-10), han de practicar la caridad fraterna (3:11-24) y guardarse del error (4:1-6).
Principio: Vivir como hijos de Dios, 2:29-3:2.
29 Si sabéis que El es justo, sabed también que todo el que practica la justicia es nacido de El. 1 Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoce a EL 2 Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es.
La idea de justicia es la que sirve de lazo de unión entre el v.29 y la sección precedente. Los que practican la justicia podrán presentarse con confianza en el día del juicio, porque los justos son realmente los hijos de Dios, nacidos en El a una nueva vida. El cristiano por el bautismo adquiere la filiación divina 2, la gracia, por la que el hombre se hace partícipe de la naturaleza divina 3. El ser nacidos de Dios es algo sobrenatural, algo totalmente divino que no puede brotar de la naturaleza humana.
El apóstol dice a los fieles que ellos saben bien que Dios es justo y esencialmente perfecto. De aquí han de sacar la consecuencia: el que ha nacido verdaderamente de Dios y participa realmente de su vida es el que practica la justicia, el que guarda los mandamientos 4. Y el que practica la justicia, es decir, el que realiza en su vida la ley moral, ha nacido de Dios. El criterio de la filiación divina es la semejanza con Dios, la perfección interior que da al cristiano la gracia. Por eso, dice Jesús en el sermón de la Montaña: “Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial.”5 La razón profunda de todo esto es que, cuando se ha nacido de Dios, se participa de su naturaleza y, por lo tanto, se asemeja a El.
Fuente: Biblia Comentada
para que no pequéis. Aunque un cristiano debe reconocer y confesar su pecado con regularidad y continuidad (1Jn 1:9) es impotente contra él. Cumplir el deber de la confesión no da licencia para pecar porque lo cierto es que el pecado puede y debe ser conquistado mediante el poder del Espíritu Santo (vea Rom 6:12-14; Rom 8:12-13; 1Co 15:34; Tit 2:11-12; 1Pe 1:13-16). abogado. En Jua 16:7 se traduce esta misma palabra «Consolador» (lit. «el que es llamado a ponerse al lado»). Quizás un concepto moderno del término sería el de abogado defensor. Aunque Satanás actúa como fiscal y acusa a los creyentes día y noche ante el Padre debido al pecado (Apo 12:10), el ministerio de Cristo como sumo sacerdote garantiza no solo compasión de su parte, sino también absolución (Heb 4:14-16).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Para refutar a los falsos maestros que negaban la existencia o importancia del pecado, Juan afirma su realidad ineludible. Esta afirmación de la realidad del pecado constituye la segunda prueba de comunión verdadera (cp. los vv. 1Jn 1:1-4 para la primera prueba y 1Jn 2:3-6 para la tercera). Los que niegan la realidad del pecado demuestran su falta de salvación genuina. El «nosotros» en los vv. 1Jn 1:6; 1Jn 1:8; 1Jn 1:10 no es una referencia a cristianos genuinos, sino una referencia general a cualquiera que afirme estar dentro de la comunión pero que niega el pecado. El «nosotros» en los vv. 1Jn 1:7; 1Jn 1:9 y 1Jn 2:1 -2 es una referencia específica a cristianos genuinos.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
RESUMEN:
1 – Expresa Juan que su propósito al escribirles es que no pequen. Pero en caso de pecar, el cristiano tiene a Jesucristo por abogado. El es la propiciación por el pecado. Debe el cristiano, pues, evitar el pecado, andando en obediencia a la verdad, según anduvo Jesucristo (los versículos 1 al 6).
2 – El nuevo mandamiento, de andar en amor como Cristo anduvo. Se contradice el que profesa andar en amor pero al mismo tiempo aborrece a su hermano en Cristo. Luego se dirige Juan en particular a los más recién convertidos, entonces a los más maduros en la fe, y por fin a los de mucho tiempo en el evangelio. No debemos amar al mundo, ni las cosas que están en él, porque él y ellas pasan mientras que duran los que hacen la voluntad de Dios (los versículos 7 al 17).
3 – Se presenta el anticristo y sus características. Se les exhorta a los hermanos que no sean engañados por él, sino que ejerciten la unción que habían recibido y permanezcan en la verdad oída, para no ser perdidos como él en el juicio final (los versículos 18 al 29).
2:1 — “Hijitos míos,” “Hijitos” es traducción de teknon, la cual palabra griega se emplea en 2:12,28; 3:7,18; 4:4; 5:21. En 2:13,18 es paidion, palabra que enfatiza la poca edad y las características pueriles de los tales. Se usa aquí figuradamente para indicar una relación espiritual entre Juan, ya de gran edad y los hermanos amados como hijos del anciano. El diminutivo se emplea para indicar el afecto y cariño de un padre para con sus hijos.
— “estas cosas os escribo” Es decir, las cosas del final del capítulo 1, respecto a abandonar el pecado.
— “para que no pequéis;” Expresa un propósito negativo. Aquí advierte el apóstol contra el cometer algún hecho pecaminoso.
— “si alguno hubiere pecado,” Y si alguno pecare, dice la Versión Moderna. La palabra “si” indica la posibilidad de pecar. El verbo es el aoristo segundo del subjuntivo, indicando un solo hecho cometido en lugar de acción continua en ello. La idea es ésta: Si pasa que, en realidad uno comete un pecado, entonces puede pedir perdón a Dios por el abogado que tenemos en Cristo Jesús.
No se halla en el hombre la perfección absoluta (véase 1:8-10, comentarios), pero eso no estorba para que no se arrepienta cuando peca y confiesa a Dios su pecado por Jesucristo. El no ser absolutamente perfectos — como Dios lo es — no nos justifica en pensar ligeramente acerca del pecado, y por eso entregarnos a él, ni porque la sangre de Cristo limpia o perdona, podemos vivir en el pecado. El perdón de Dios es condicional. Tenemos que abandonar el pecado, pero si pecamos, no hemos de desesperarnos, entregándonos a una vida de pecado, sino arrepentidos confesar el pecado cometido, porque tenemos un abogado en Jesucristo, quien intercede por nosotros ante el Padre. Lejos de justificarnos en pecar solamente porque no somos absolutamente perfectos y porque hay perdón, debemos “andar como él anduvo” (versículo 6).
— “abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” Véanse Rom 8:34; Heb 7:25; Heb 9:24; 1Pe 3:18. Aquí aparece el mismo vocablo parakletos que aparece en Jua 14:16; Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7, donde se aplica al Espíritu Santo. La palabra griega quiere decir literalmente, “uno llamado al lado de otro” para ayudarle o consolarle. Se aplicaba a los que ahora son llamados abogados porque defendían al acusado ante el juez. En este sentido particular se aplica a Jesucristo en este versículo. En el sentido más extenso de uno llamado al lado de otro para ayudarle se emplea en los pasajes del evangelio según Juan, referente al Espíritu Santo.
Cristo, siendo justo (Hch 3:14; Hch 7:52; Hch 22:14), puede abogar por el injusto ante el Padre. En 1:9 Dios es llamado “justo.”
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA PREOCUPACIÓN DE UN PASTOR
1 Juan 2:1-2
Hijitos míos, estoy escribiéndoos estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos al Que defenderá nuestra causa ante el Padre, Jesucristo el Justo. Porque Él es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por todo el mundo.
La primera cosa que debemos notar en este pasaje es el afecto sincero. Juan empieza por llamar a sus lectores «hijitos míos.» Tanto en latín y griego como en español los diminutivos denotan un afecto especial. Son palabras que se usan, como si dijéramos, con una caricia. Juan es un hombre muy anciano; debe de ser de hecho el último superviviente de su generación, el último hombre vivo de los que habían andado y hablado con Jesús en los días de Su carne. Desgraciadamente, muy a menudo los ancianos no simpatizan con los jóvenes, y hasta desarrollan una irritabilidad impaciente frente a las maneras nuevas y más libres de la generación más joven. Pero no Juan; en su ancianidad no da muestras nada más que de ternura para con los que son sus hijitos en la fe. Les está escribiendo para decirles que no deben pecar, pero no les echa la bronca. No tienen filo sus palabras; quiere conducirlos a la bondad a fuerza de amarlos. En estas palabras introductorias se ve el anhelo, la ternura afectiva de un pastor hacia las personas a las que ha conocido largo tiempo en todas sus debilidades y flaquezas, y sigue amando.
Su propósito al escribirles es que no pequen. Hay aquí una doble línea de pensamiento -con lo que precede y con lo que sigue. Hay un doble peligro de que piensen con ligereza en el pecado.
Juan dice dos cosas acerca del pecado. La primera, acaba de decir que el pecado es universal; cualquiera que diga que no ha cometido ningún pecado, es un mentiroso. Segunda, que hay perdón para los pecados en lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por los hombres. Ahora bien, sería posible usar estas dos afirmaciones como una excusa para pensar en el pecado con ligereza. Si todos hemos pecado, ¿por qué armar tanto jaleó acerca de ello, y de qué sirve luchar contra algo que es en cualquier caso una parte inevitable de la condición humana? Además, si hay perdón de pecados, ¿para qué preocuparse?
A la vista de esto Juan, como señala Westcott, tiene dos cosas que decir.
Primera, el cristiano es el que ha llegado a conocer a Dios; y el compañero inseparable del conocimiento debe ser la obediencia. Volveremos a esto más en detalle; pero de momento notamos que conocer a Dios y obedecer a Dios deben ser, como Juan deja bien claro, partes gemelas de la misma experiencia.
Segunda, el que pretenda permanecer en Dios (versículo 6) y en Jesucristo, debe vivir la misma clase de vida que Jesús vivió; es decir: la unión con Cristo conlleva necesariamente la imitación de Cristo.
Así es que Juan establece sus dos grandes principios éticos: el conocimiento conlleva la obediencia, y la unión conlleva la imitación. Por tanto, en la vida cristiana nunca puede haber nada que nos induzca a pensar en el pecado con ligereza.
JESUCRISTO, EL PARÁCLITO
1 Juan 2:1-2 (continuación)
Nos llevará un tiempo considerable el estudio de estos dos versículos, porque puede que no haya en todo el Nuevo Testamento otros dos versículos que expongan tan sucintamente la obra de Cristo.
Empecemos por plantear el problema. Está claro que el Cristianismo es una religión ética; eso es algo en lo que Juan hace hincapié. Pero también está claro que el hombre es a menudo un fracaso ético. Confrontado con las demandas de Dios, las admite y las acepta -y entonces fracasa en cumplirlas. Aquí, pues, hay una barrera infranqueable entre Dios y el hombre. ¿Cómo puede el hombre, un pecador, entrar alguna vez a la presencia del Dios tres veces santo? Ese problema se resuelve en Jesucristo. Y Juan usa en este pasaje dos grandes palabras acerca de Jesucristo que debemos estudiar, no simplemente para adquirir conocimiento intelectual, sino para comprender y así entrar a participar en los beneficios de Cristo.
Llama a Jesucristo nuestro Abogado con el Padre. La palabra es paráklétos, que en el Cuarto Evangelio traduce la Reina-Valera por Consolador (de acuerdo con el D R.A E., que define paráclito como «Nombre que se da al Espíritu Santo, enviado .para consolador de los fieles». Véase nota a Jn 14:16 en la R-V’95). Es una palabra tan grande y tiene tras sí un pensamiento tan grande que debemos examinarla en detalle. Paráklétos procede del verbo parakalein. Hay algunos contextos en los que parakalein quiere decir confortar. Se usa con este sentido, por ejemplo, en Ge 37:35 , donde se dice que todos los hijos e hijas de Jacob acudieron a consolarle por haber perdido a José. En Isa 61:2 , donde se dice que la función del profeta es consolar a todos los que están de luto; y en Mt 5:4 , donde se dice que los que lloran recibirán consolación. Pero ese no es, ni el más corriente ni el más literal sentido de parakalein; su sentido más corriente es llamar a alguien al lado de uno para usarle de alguna manera como ayuda y consejero. En griego ordinario ese es un uso muy corriente. Jenofonte (Anábasis 1.6.5) dice que Ciro convocó (parakalein) a Plearcos a su tienda para que fuera su consejero, porque a Clearcos le tenían en muy alta estima Ciro y los griegos. El orador griego Esquines protesta de que sus oponentes llamaran a su gran rival Demóstenes, y dice: «¿Por qué tenéis que llamar a Demóstenes en vuestra ayuda? Hacer eso es pedir que venga un retórico tramposo a seducir los oídos del jurado.» (Contra Ctesifonte, 200).
La palabra paráklétos está en la voz pasiva, y quiere decir literalmente alguien que es llamado al lado de uno; pero como siempre lo más importante es la razón por la que se llama, la palabra, -Aunque de forma pasiva, tiene un sentido activo, y llega a querer decir ayudador, sustentador, y sobre todo testigo a favor de alguien, abogado en la defensa de alguien. También es una palabra corriente en el griego secular ordinario. Demóstenes (De Fals. Leg. 1) habla de las oportunidades y del espíritu de partido de abogados (paraklétoi) que están al servicio de intereses privados en vez del bien público. Diógenes Laercio (x..50) menciona un dicho cáustico del filósofo Bión. Una persona muy charlatana buscó su ayuda en cierto asunto. Bión le dijo: «Haré lo que deseas, con tal de que me mandes a alguien que me exponga tu caso (es decir, envía un paráklétos), pero tú manténte bien lejos.» Cuando Filón está hablando de la historia de José y sus hermanos dice que, cuando José les perdonó el mal que le habían hecho, dijo: «Os ofrezco una amnistía por todo lo que me hicisteis; no necesitáis otro paráklétos» (Vida de José 40). Filón nos dice que los judíos de Alejandría estaban siendo oprimidos por un cierto gobernador y decidieron presentarle su caso al emperador. «Debemos encontrar -dijeron- un paráklétos más poderoso que induzca al emperador Gayo a una actitud favorable a nosotros» (Leg. in Flacc. 968 B).
Tan corriente era esta palabra que pasó a otras lenguas simplemente transcrita. En el mismo Nuevo Testamento, las versiones siríaca, egipcia, árabe y etiópica conservan todas la palabra paráklétos sin traducirla. Especialmente los judíos adoptaron la palabra y la usaron con el sentido de abogado, ad-vocatus, alguien que defiende la causa de uno. La usaban como la contraria de acusador, fiscal, y los rabinos tenían este dicho acerca de lo que sucederá el Día del Juicio de Dios: «El hombre que guarde un mandamiento de la Ley se ha conseguido un paráklétos; el hombre que quebranta un mandamiento de la Ley se ha buscado un acusador.» También decían: «Si un hombre es citado ante el tribunal sobre un asunto capital necesita poderosos paraklétoi (el plural de la palabra) que le salven; el arrepentimiento y las buenas obras son sus paraklétoi en el juicio de Dios.» «Toda la justicia y la misericordia que haga un israelita en este mundo son gran paz y gran paraklétoi entre él y su Padre en el Cielo.» Decían que la ofrenda por el pecado era el paráklétos de un hombre ante Dios.
Así que la palabra entró en el vocabulario cristiano. En los días de las persecuciones y los mártires, un acusado cristiano llamó a Vetio Epagato para que defendiera hábilmente el caso de los que fueran acusados de ser cristianos. «Fue un abogado paráklétos- para los cristianos, porque tenía al Abogado en su vida, al Espíritu Santo» (Eusebio, Historia Eclesiástica 5:1). La Carta de Bernabé (20) habla de hombres malos que son los abogados de los ricos y los Jueces injustos de los pobres. El autor de Segunda de Clemente pregunta: «¿Quién será vuestro paráklétos si no está claro que vuestras obras son justas y santas?» (2 Clemente 6:9).
Un paráklétos se ha desmido como «uno que presta su presencia a sus amigos.» Encontramos en el Nuevo Testamento más de una vez esta gran concepción de Jesús como el amigo y el defensor del hombre. En un juicio marcial, el oficial que defiende al soldado bajo acusación se llama el amigo del preso. Jesús es nuestro amigo. Pablo escribe acerca de ese Cristo que está a la diestra de Dios y «que intercede por nosotros» (Rm 8:34 ). El autor de la Carta a los Hebreos habla de Jesucristo como el Que «siempre está vivo para hacer intercesión» por los hombres (He 7:25 ); y también habla de Él como «compareciendo en la presencia de Dios por nosotros» (He 9:24 ).
Lo más tremendo de Jesús es que no ha perdido nunca Su interés y Su amor por los hombres. No hemos de pensar en Él como alguien que ha pasado por la vida sobre la tierra, y la muerte en la Cruz, y ha terminado con la humanidad. Sigue asumiendo en Su corazón la preocupación por nosotros; sigue intercediendo por nosotros; Jesucristo es el amigo del preso para todos.
JESUCRISTO, LA PROPICIACIÓN
1 Juan 2:1-2 (conclusión)
Juan pasa a decir que Jesús es la propiciación por nuestros pecados. La palabra original es hilasmós. Esta es una imagen que nos es sumamente difícil captar. La figura del abogado es universal, porque todo el mundo tiene experiencia de un amigo que viene en su ayuda; pero la figura de la propiciación procede del sacrificio, y era más natural para los judíos que para nosotros. Para entenderla tenemos que captar las ideas básicas que subyacen en ella.
La gran finalidad de toda religión es la relación con Dios, conocerle como Amigo y entrar con gozo, no con miedo, a Su presencia. De aquí se sigue que el problema supremo de la religión es el pecado, que es lo que interrumpe la relación con Dios. Para resolver ese problema, surge todo el sistema del sacrificio. Por él se restaura la relación con Dios. Por eso los judíos ofrecían el sacrificio por el pecado; no por ningún pecado en particular, sino por el ser humano como pecador; y mientras existió el Templo se hizo esta ofrenda a Dios por la mañana y por la tarde. Los judíos ofrecían a Dios también sacrificios por los pecados, es decir, por los pecados particulares. También tenían el Día de la Expiación, cuyo ritual estaba diseñado para expiar todos los pecados, conocidos o no. Este es el trasfondo con el que tenemos que ver en esta figura de la propiciación.
Como ya hemos dicho, la palabra griega para propiciación es hilasmós, y el verbo correspondiente es hiláskesthai. Este verbo tiene tres significados. (i) Cuando el sujeto es un hombre quiere decir aplacar o pacificar a alguien que ha sido dañado u ofendido, pero se usa sobre todo para aplacar a un dios. Es traer un sacrificio o cumplir un ritual por el que un dios, que ha sido ofendido por el pecado, se aplaca. (ii) Si el sujeto es Dios, el verbo quiere decir perdonar, porque entonces el significado es que Dios mismo provee el medio por el cual se restablece la relación perdida entre Él y los hombres. (iii) El tercer significado está relacionado con el primero. El verbo quiere decir a menudo realizar alguna obra por la que se quita la mancha de la culpa. Una persona peca; inmediatamente adquiere la mancha del pecado; le hace falta algo que, para usar la metáfora de C. H. Dodd, le desinfecte al hombre de esa mancha, y le permita volver a entrar a la presencia de Dios. En ese sentido hiláskesthai quiere decir, no propiciar, sino expiar; no tanto pacificar a Dios como desinfectar al hombre del contagio del pecado y capacitarle así de nuevo para estar en relación con Dios.
Cuando Juan dice que Jesús es el hilasmós por nuestros pecados está reuniendo en uno todos estos significados diferentes. Jesús es la persona por medio de Quien se eliminan la culpa por los pecados pasados y la infección del pecado presente. La gran verdad básica tras esta palabra es que por medio de Jesucristo se restaura y mantiene la relación con Dios.
Notemos todavía otra cosa. Según Juan lo ve, esta obra de Jesús fue realizada, no solamente por nosotros, sino por todo el mundo. Hay en el Nuevo Testamento una línea constante de pensamiento en la que se subraya la universalidad de la Salvación de Dios. De tal manera amó Dios al mundo que envió a Su Hijo (Jn 3:16 ). Jesús está seguro de que, cuando sea elevado en la Cruz, atraerá a Sí a todos los hombres (Jn 12:32 ). Dios quiere que todos los hombres sean salvos (1 Timoteo 2:4 ). Sería una osadía ponerle límites a la gracia y al amor de Dios o a la eficacia de la obra y el sacrificio de Jesucristo. Es verdad que el amor de Dios es más amplio que nuestras ideas, y en el mismo Nuevo Testamento se intuye una Salvación cuyos brazos abarcan a todo el mundo.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 2
1 Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre: Jesucristo, el justo. 2 Y él es expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
En 1Jn 2,1 tenemos claramente un nuevo principio. No obstante, este versículo -juntamente con el siguiente versículo 2- constituyen la terminación de la sección que hemos venido estudiando hasta ahora. «Os escribo esto para que no pequéis»: esta frase suena como un final del pasaje de 1,6-10. De la sección que hemos estudiado hasta ahora resalta -por un lado- que los cristianos han de entablar una lucha contra el pecado (precisamente porque deben «caminar en la luz»). Por otro lado, se les ha dicho ya que la sangre de Jesús los purifica (v. 7, véase v. 9). Esta última idea llega, en 2,1s, a su gradación final, a su punto culminante. En efecto, parece que una de las metas principales del autor es la de comunicar a sus lectores la alegre seguridad de la comunión con Dios. Y, por tanto, precisamente ahora, podría surgir el pensamiento de que no era necesaria la lucha contra el pecado, o de que no había que entablarla con suprema seriedad, sencillamente porque Cristo habría tomado a su cargo la eliminación del pecado. Por eso, a fin de anticiparse a cualquiera mala interpretación se ha añadido aquí el versículo 1a («os escribo esto. . . »).
Los v. 1b-2 no pertenecen ya a la serie de formulaciones paralelas opuestas. Pero estas proposiciones tienen aún a la vista lo que se ha dicho anteriormente. El autor afirmó que los cristianos deben reconocer que son pecadores. El hilo de estos pensamientos vuelve a recogerlos en la frase del versículo 1bc: «Y si alguno peca…» Esto no significa: «Y si alguno peca, ¡la cosa no es tan grave!» Mas bien prevalecerá en la frase que la acción salvadora de Jesús tiene un alcance tan grande, que coloca en segundo plano toda posible exhortación de carácter pedagógico. Indudablemente, la exhortación a los cristianos de que no pequen, es algo que está muy hondo en el corazón del autor. Pero no quiere acentuar esta exhortación, en detrimento de la idea de la acción salvadora de Jesús. Por lo demás, el que crea que hemos sido purificados con la sangre de Jesús, ¡no podrá minimizar el pecado! Ahora bien, la seguridad y confianza en la fidelidad y justicia de Dios, este sentimiento que sigue a la confesión de los pecados (v. 8), no debe ser aniquilado tampoco por la renovada experiencia del acto de pecar: experiencia que el autor prevé. La palabra parakletos, en el Nuevo Testamento, sólo aquí está referida a Jesús. En Jua 14:16 se alude al Espíritu como el «otro parakletos». Parakletos no significa «consolador», sino que es esencialmente un término jurídico. Significa «auxiliar» o «abogado defensor» en el proceso o pleito, en nuestro caso, en el juicio de Dios. Y no se refiere a una alegato de defensa puramente formal; así lo muestran los numerosos pasajes de nuestra carta que hablan de la comunión de gracia que une al cristiano con Cristo («conocerlo», «permanecer en él», entre otros).
Que Jesús es «expiación» por nuestros pecados (v. 2) significa lo mismo que lo que se nos dice en el v. 7 de que la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado. Y aquí, en 2,1s, queda completamente claro lo que se había indicado antes, en 1,7: Cuando la carta habla de la «sangre» de Jesús y de la «expiación», entonces no se refiere únicamente al acto -un acto pretérito- de la cruz en el Gólgota (el cual acto se concibe también, ¡qué duda cabe!, como condición absoluta de posibilidad y como base de la expiación), sino a la significación actual de Jesús glorificado. Pretende decir lo mismo que había dicho, en 2,1, con las palabras: «Tenemos un parakletos ante el Padre.» No se dice de la muerte en cruz que fuera «expiación»; sino que se dice que el que sufrió esa muerte y ahora vive como «intercesor» (véase, nuevamente, Heb 7:25): ése es «expiación». Es decir, «expiación» no es algo que él hiciera, sino él mismo en su persona.
Jesús, que ha revelado en la muerte el amor de Dios, y que ahora vive, puede ser expiación por los pecados, porque él es justo y porque él es intercesor. Con énfasis, al final de 2,1, se dice que Jesús es «el justo». Por «justicia» no se entiende aquí la virtud de aquel que da a cada uno lo suyo. Sino que la justicia es la característica de quien se halla en la recta relación con Dios y con los hombres. En 1Jn 3:7, se dice: «El que practica la justicia es justo, como justo es él (= Cristo).» Por el contexto sabemos que «practicar la justicia» es ejercitar el amor fraterno como característica del hombre «que ha nacido de Dios», del cristiano. El prototipo de esta justicia, es decir, de este obrar lo recto y estar en lo recto (esto es, estar en la postura del amor), es Jesucristo. Su justicia, durante su vida en la tierra, consistió en dar la vida por nosotros (1Jn 3:16) y manifestarnos de este modo el amor de Dios. Esta justicia del amor que se entrega a sí mismo, no es cosa que pertenezca al pasado. Es una justicia que vive. En aquellos que conocen a Jesucristo y que permanecen en él, esta justicia les quita los pecados (véase 3,5; también 3,8). Los arranca de permanecer aferrados a falta de amor y al odio, y les da energía para el amor. Y este hombre «justo» es intercesor y «expiación»: La comunión con Dios, que no se puede alcanzar sin la comunión con Jesús glorificado, es propiamente lo que expía. Si, para terminar, nos preguntamos una vez más acerca de la función de 2,1s (y ya de 1,7) con respecto a toda la sección de 1,6-2,2, en la que se trata de que los cristianos «caminen en la luz» y «practiquen la verdad», entonces vemos lo siguiente: que los cristianos «caminen en la luz», aunque estén en constante peligro de pecar, y aunque pequen de hecho, es posible por la sangre de Jesús y por Jesús como «expiación», es decir, por la comunión con Jesucristo glorificado, el cual se halla en la actitud de su entrega y sacrificio de amor ante el Padre.
Con frecuencia se ha hecho a la carta 1Jn un reproche: el de fijarse demasiado en los miembros de la comunidad cristiana y en la comunión de unos con otros. De hecho, éste es ampliamente el tema de la carta en cuestión. Pero hablar de este tema no tiene nada que pudiera saber a introversión cristiana. La prueba: el final del versículo 2 del capítulo 3. El cristiano no debe imaginarse nunca que Jesús es expiación exclusivamente por sus pecados y por los pecados de sus compañeros en la fe. No. Sino que la obra de Jesús es básicamente universal: Jesús quiere eliminar del mundo entero las tinieblas dirigidas contra Dios y contra el amor de Dios.
Para la meditación de 1,6-2,2
La mejor manera de comenzar la meditación de un texto bíblico es captar claramente cuál es la meta que el autor quería alcanzar en sus lectores de entonces. En el caso de nuestro texto de 1,6-2,2, sería muy útil comenzar buscando en el v. 10 («lo hacemos mentiroso»). A la carta 1Jn, lo mismo que al Nuevo Testamento en general, lo que primordialmente le interesa es Dios y la gloria de Dios, y, sólo mediante ello, nuestra salvación. La lectura espiritual de la Escritura, por su misma esencia, presupone que se tiene a Dios frente a frente: debe entenderse primordialmente como un escuchar la interpelación que Dios nos dirige. Aquí, en 1Jn 1:10, irrumpe dentro de nuestra sección el concepto de Dios, en la carta, con sus consecuencias. Es una idea estremecedora la de que podemos hacer mentiroso a Dios. Y la que de hecho lo hacemos mentiroso, cuando menospreciamos demasiado generosamente nuestra propia pecaminosidad. La carta pretende situar a sus lectores ante la mirada interrogadora y acusadora de Dios. La respuesta a esta mirada: confesar ante él los pecados, saberse seguro -entonces- de la fidelidad y justicia de Dios: la fidelidad con la que Dios cumple la palabra de su promesa; y la justicia, es decir la rectitud de Dios, rectitud que en esta carta se refiere primordialmente y casi siempre al amor.
Otra cuestión: ¿Qué pretende conseguir en sus lectores la carta con sus enunciados acerca de la sangre de Jesús y el ministerio intercesor de Jesús? Que miren con fe a Jesús como el auxiliar que incesantemente está presentando al Padre, en favor nuestro, su sangre; que se decidan de nuevo a «caminar en la luz», a fin de tener a Jesús como intercesor y como «expiación», a fin de que se eliminen los obstáculos que impiden el camino hacia el Padre; que, a pesar de la confesión de sus pecados, tengan alegre seguridad. Porque, por su confesión de los pecados, se hallan en el polo opuesto de los que, con todo su egoísmo, se consideran a sí mismos como sin pecado. Estas personas no pueden tener a Jesús como expiación, es decir, se cierran al amor de Dios: ese amor que se manifiesta tanto en la muerte expiatoria de Jesús como en su encarnación. La encarnación, en Juan, es la asunción de la carne que se entrega por la vida del mundo. La confesión de los pecados da seguridad (y no deprime), porque nos introduce en el ámbito del amor de Dios. El que afirme que no tiene pecado, no sólo hace mentiroso a Dios, no dando crédito a su palabra en el Antiguo Testamento -en la época en que se escribió 1Jn, los cristianos recibían sólo como Sagrada Escritura al Antiguo Testamento-, sino que además niega al amor perdonador de Dios, y declara superfluo y falto de realismo el que Dios haya convertido a su Hijo en «expiación».
b) Primera exposición sobre el tema «el mandamiento del amor» (1Jn 2:3-11).
3 Y en esto sabemos que lo conocemos: si guardamos sus mandamientos. 4 Quien dice: «Yo lo conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. 5 Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios. En esto conocemos que estamos en él. 6 Quien dice que permanece en él, debe caminar como él caminó.
7 Queridos míos, no es un mandamiento nuevo lo que os escribo, sino un mandamiento antiguo que teníais desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. 8 Por otra parte, lo que os escribo es un mandamiento nuevo, que es realidad en él y en vosotros; pues las tinieblas pasan y la verdadera luz brilla ya.
9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, está en las tinieblas todavía. 10 Quien ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. 11 Pero quien odia a su hermano, está en las tinieblas y en las tinieblas camina y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
La sección ofrece un nuevo tema. Es verdad que, con la sección anterior (1,5-2,2), este tema constituye una unidad. Y más estrecha de lo que a primera vista podría parecer (véase lo que decimos un poco más adelante). Empero, hallamos ante todo unos conceptos que, en gran parte, son nuevos. En los v. 3-5, vemos que la palabra clave «conocer» desempeña un gran papel: nosotros «lo conocemos» (a Dios o a Cristo), pero también «sabemos» que lo «conocemos» (v. 3) o que «estamos en él» (v. 5). El v. 6 habla de que «permanecemos en él»: un concepto típicamente joánico.
Al mismo tiempo, se indica ya en el v. 3 el tema principal de toda la sección 2,3-11: «guardar sus mandamientos [plural]» (v. 3s); guardar su palabra [singular; «palabra» en el sentido de «mandamiento»] (v. 5); luego se habla con mucho énfasis, en el v. 7s, acerca de «el mandamiento» (en singular). En el v. 6, «caminar con él» (= Cristo) es, evidentemente, una explicación de «guardar sus mandamientos». En los v. 9-11, los conceptos básicos son «odiar» y «amar»; están vinculados con los conceptos que ya conocemos, de «tinieblas» y «luz» (estos dos últimos conceptos aparecen ya en el v 8). Y debemos preguntarnos en qué relación se halla este «odiar» y «amar» con la guarda de los «mandamientos» o del «mandamiento». Que hay que asociar íntimamente ambas cosas, es algo que aparece ya indicado en el v. 5 (en aquel que guarda la palabra o los mandamientos, el «amor de Dios» ha llegado a la perfección).
Así, pues, a esta sección podemos ponerle un epígrafe acertado, aunque un poco simplificador. El epígrafe es «el mandamiento del amor». Se trata de la primera de las tres secciones de nuestra carta, en las que se va dando vueltas -con la meditación- a este tema del amor, para esclarecerlo en sus aspectos.
3 Y en esto conocemos que lo hemos conocido: si guardamos sus mandamientos.
Esta frase, evidentemente, es transición para pasar al nuevo tema de «guardar los mandamientos». Por el hecho de que guardamos «sus» mandamientos (según lo que precede, los mandamientos de Cristo; pero, al mismo tiempo, por la cosa misma, los mandamientos de Dios). Conocemos precisamente que «lo hemos conocido» a él. Tenemos aquí. ante nosotros, la primera de una serie entera de proposiciones de la carta que de una manera parecida nos indican en qué puede conocerse algo determinado. En lo sucesivo las vamos a llamar «fórmulas de conocer». La proposición suena como si antes se hubiera hablado de este «conocer» a Cristo o a Dios, y los lectores necesitasen ahora urgentemente una norma para conocer la efectividad de ese «conocer». Pero ¡hasta ahora no habíamos leído nada de este «conocer»! ¿O ha sido quizás secretamente el tema? «Conocer», en el lenguaje joánico (y ya en el Antiguo Testamento), no sólo significa un proceso intelectual, sino también algo integral, una unión de amor. Es, por ej., lo que ocurre cuando una persona «mira» a otra, conoce -vislumbrando- su esencia y se une con ella. Y, así, la palabra se aplica también a la unión más íntima entre el hombre y la mujer, en el matrimonio.
Por consiguiente, «conocerlo» significa una unión sumamente íntima del hombre con Cristo y con Dios. Significa comunión con Cristo y con Dios. Para el autor de nuestra carta, Cristo se halla en tal unidad con Dios, que la comunión con Cristo es al mismo tiempo comunión con Dios. Y ni siquiera es necesario decirlo específicamente. Por tanto, el v. 3 continúa -a su modo- la idea de 2,1: «En esto sabemos que lo hemos conocido (a Cristo)» (es decir: en esto conocemos que tenemos comunión con él y hemos sido rociados con su sangre y que él es nuestro intercesor ante el Padre), «si guardamos sus mandamientos». Aquí, por la marcha del pensamiento, se sugiere ya lo que más tarde (en 3,24) se expresará más claramente: el cristiano conseguirá certidumbre del perdón, si «permanece» en el amor.
Examinemos otra vez el pasaje 1,6 ss, donde se habla de la comunión con Dios o con Cristo: En 1,6 nos llama la atención la palabra clave «comunión». Y en los versículos siguientes se trata de la pérdida o salvación de esta comunión con Dios («… la verdad no está en nosotros» v. 8; «su palabra no está en nosotros», v. 10; la purificación de los pecados, v. 7.9; 2,1s, es restauración de la comunión con Dios).
Así, pues, el autor pretende decir, de hecho: Para lo único decisivo acerca de lo cual he hablado, para la «comunión» con Dios y Cristo, hay una norma. Y esta norma es, precisamente: «guardar sus mandamientos».
4 Quien dice: «Yo lo he conocido», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.
«Quien dice…»: como en 1,6.8.10, parece que aquí se cita a los herejes. La atrevida afirmación de «Yo lo he conocido», tiene objetivamente el mismo sentido que la de 1,6: «Si decimos que tenemos comunión con él…» Hasta qué punto el pasaje de 2,4 constituye un paralelo con el de 1,6 podemos verlo muy bien si escribimos paralelamente ambos versículos:
2,4 1,6 Quien dice: «Yo lo he co- Si decimos que tenemos co nocido», munión con él y no guarda sus mandamien- y caminamos en las tinieblas, es un mentiroso, mentimos y la verdad no está en él. y no practicamos la verdad.
Puesto que no se puede «conocer» a Dios sin guardar sus «mandamientos», aquel a quien se refiere este versículo, es un «mentiroso». También esta palabra tenía una resonancia más profunda de la que tiene hoy día en nuestro lenguaje habitual. En efecto, «verdad» -en sentido joánico- es la realidad de Dios que se revela. Frente a esto, la mentira es la construcción de un mundo engañoso, de una realidad ficticia, la revelación del maligno, el antagonista de Dios. Al servicio de este antagonista se halla el hombre que afirma que posee el conocimiento de Dios y, sin embargo, rehúsa prestar obediencia a los mandamientos de Dios y de Cristo.
5 Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente se ha cumplido el amor de Dios. En esto conocemos que estamos en él.
Este versículo ofrece la antítesis positiva de la conducta defectuosa que ha quedado consignada en el versículo 4. Sin embargo, vemos que a la introducción: «Pero el que guarda su palabra («palabra» se utiliza ahora en vez de «mandamiento»)…», le sigue otra vez un giro inesperado del pensamiento: «En éste verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios». Por primera vez en esta carta, cuyo gran tema es el amor, surge este concepto, que es su concepto más central. Ahora bien, ¿qué es lo que se quiere significar aquí por el «amor de Dios»? ¿Se habla del amor nuestro hacia Dios o del amor de Dios hacia nosotros? ¿Y qué quiere decir que este amor «se ha perfeccionado» en nosotros? Una excelente ayuda para comprender nuestro versículo, nos la proporciona el pasaje de 1Jn 4:12 : «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» Por el contexto del capítulo 4, no hay duda -con respecto al pasaje de 4,12- de que su «amor» es el amor que Dios nos mostró en la entrega de su Hijo, amor que es él mismo en divina plenitud, y que él nos comunica a nosotros, a fin de que siga dimanando y siga actuando en forma de amor fraterno.
Pero ¿hasta qué punto el amor «se ha perfeccionado» en nosotros? ¿En cuanto en ese amor se agotan las posibilidades humanas de amar? Con toda seguridad, el texto no se refiere a esto. El contexto, tanto en 2,5 como en 4,12, nos indica la solución: según 2,5, el hombre en quien el amor de Dios -el amor que procede de Dios- ha llegado a su perfección, conoce que él (el hombre) está en Cristo y en Dios. Y también en 4,12, el amor perfecto se halla en íntima relación con la comunión con Dios («Dios permanece en nosotros»). Por consiguiente, el «amor perfecto» es el amor que, por la unión vital con Dios, adquiere una calidad que está más allá de todas las posibilidades humanas. Comprenderemos mejor aún el contenido de 2,5, si comparamos este verso con 1,7:
2,5 1,7 El que guarda su palabra Si caminamos en la luz… en éste verdaderamente se tenemos comunión unos con ha perfeccionado el amor de otros, y la sangre de Jesús, Dios. su Hijo, nos purifica de todo pecado.
También en 1,7 vemos que el pensamiento adquiere un giro imprevisto: «…tenemos comunión unos con otros». Por consiguiente, el autor, cuando en 2,5 se refiere al «amor perfecto», al amor que procede de Dios y que surge cuando el cristiano obedece la palabra de Dios, ¿quiere señalarnos concretamente el amor fraterno? Otra vez vuelve a ocurrir aquí que, al comienzo de la carta, podemos sospechar o vislumbrar ya algo que más tarde aparecerá con mayor claridad: Para nuestro autor, «caminar en la luz» es lo mismo que «guardar los mandamientos» y «amar a los hermanos».
Al final del versículo, el autor introduce otra vez un nuevo concepto: «que estamos en él». También esto es expresión de la comunión con Dios43.
En el versículo 5c vemos que, en relación con ello, se vuelve a recoger el tema «conocer»: El que guarda los mandamientos de Dios y de Cristo (y, por consiguiente, ama a los hermanos): ese tal conoce por ello que él está en Dios. El amor fraterno es razón gnoseológica (razón cognoscitiva) de la comunión con Dios.
6 Quien dice que permanece en él, está obligado a caminar como él (Cristo) caminó.
La frase comienza, como en el v. 4, con la expresión: «Quien dice…» pero esta vez pretende explicar a los cristianos las consecuencias que trae consigo el confesar a Cristo. El que confiesa que está en Cristo, está obligado a caminar según el modelo de Cristo 44. «Como Cristo caminó»: ¿Qué se nos quiere decir con ello? ¿Se nos quiere indicar una multitud de conductas ejemplares? ¡No! Tan sólo una. El texto de 3,16 nos la indica: Cristo entregó su vida, nos amó hasta el extremo, hasta la consumación. Quien dice que «permanece en él», que tiene comunión con Cristo, debe realizar el amor, tal como Cristo lo realizó. Aquí resuena ya la típica redacción joánica del mandamiento del amor: «éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado»45.
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43. «Estar en Dios» es una expresión típicamente joánica para designar la comunión con Dios, es la joánica «fórmula de inmanencia», que se expresa principalmente por medio del «permanecer en»; véase el siguiente versículo 6.
44. El vocablo griego opheilei se traduce un poco débilmente por «debe». Se trata, en sentido estricto, de una obligación moral: «está obligado a…».
45. Véanse también las explicaciones a propósito de 1Jn 3:16.
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7 Amados, no es un mandamiento nuevo lo que os escribo, sino un mandamiento antiguo que teníais desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que oísteis. 8 Por otra parte, lo que os escribo es un mandamiento nuevo, que es realidad en él y en vosotros; pues las tinieblas pasan y la verdadera luz brilla ya.
«Los mandamientos» quedan reducidos aquí a «el mandamiento». La expresión de «mandamientos», en plural era ya -últimamente- la expresión del único mandamiento del amor, porque los distintos mandamientos de Dios son concretizaciones de este único mandamiento sobre la base de diversas situaciones y ámbitos de la vida. El singular «el mandamiento» acentúa la unidad esencial de la exigencia divina, tal como se funda en la esencia y en la revelación de Dios.
El mandamiento que el autor tiene aquí en su mente en la carta que escribe a sus lectores, es un mandamiento antiguo y -al mismo tiempo- nuevo. ¿Hasta qué punto es antiguo? El v. 7 nos ofrece la respuesta: es antiguo por cuanto los cristianos lo tienen «desde el principio» Pero ¿a qué se refiere eso de «desde el principio»? Parece que, para el autor de la carta, hay dos significaciones que en cierto modo, se superponen. Por el «principio» se entiende -en primer lugar- el principio del estado de cristiano, el llegar a ser creyente y el bautismo. Por consiguiente, el mandamiento se halla dentro del cauce de una tradición cristiana inalterada. Es el mandamiento que los cristianos recibieron ya con ocasión de su bautismo.
Ahora bien, en el primer versículo de la carta encontrábamos ya esta expresión «desde el principio». Y allí tenía una significación más profunda. El Logos de la vida es (o existe) «desde el principio» o (como también se puede traducir) «desde el origen». Y, así, el autor quiere darnos a entender, seguramente, que este mandamiento, lo mismo que el que dio (Cristo), procede de la vida divina primordial. En este sentido es un mandamiento «antiguo», porque se funda en la esencia de Dios, en el amor.
El v. 8 afirma que este mandamiento «antiguo» es al mismo tiempo- un mandamiento «nuevo». ¿Por qué. ¡Porque Jesús mismo dijo que su mandamiento era un «mandamiento nuevo»! (Jua 13:34). ¿O tal vez, más aun, para acentuar -frente a las nuevas doctrinas de los gnósticos que menospreciaban la antigua doctrina de la comunidad- la vitalidad siempre nueva del mensaje cristiano? Así, pues, ¿querrá decir el autor: El mandamiento acerca del cual os escribo, es un mandamiento antiguo, pero a pesar de todo es más moderno que las doctrinas de los adversarios, esto es: es irrupción inmediata de la divina novedad de vida que entra en nuestro mundo?. Pero la misma carta de Jn nos da la respuesta, indicándonos por qué el «mandamiento antiguo» se puede llamar, al mismo tiempo, un «mandamiento nuevo»: «pues las tinieblas pasan y la verdadera luz brilla ya». Cuando en este mandamiento, realzado con un énfasis tan poco corriente, en este mandamiento que es la «palabra» que hay que guardar (véase 2,5), se habla de la «verdadera luz», entonces es sumamente obvio pensar en el versículo en que, con parecido énfasis, se habló del «mensaje», en 1,5: «Este es el mensaje que de él -de Cristo- hemos oído y os anunciamos: que Dios es luz…»
Pero Dios, que siempre es «luz», ¿no ha comenzado hasta ahora a brillar? El texto de 1Jin 1,5 no es sólo un enunciado acerca de la esencia sino también un enunciado de revelación: indudablemente, Dios siempre es «luz». Pero sólo desde un determinado instante se manifestó él de tal forma, que en el lenguaje joánico podemos afirmar: «La verdadera luz brilla ya.» Desde que el Logos de la vida se manifestó, las «tinieblas» están pasando; la luz verdadera, Dios mismo como amor, se revela en Jesucristo 47. El mandamiento es «nuevo». Ello significa, por tanto: Está henchido de la vitalidad de la nueva luz del amor divino, que se ha manifestado en Cristo, está henchido de la novedad del amor de Cristo, de ese amor que se sacrifica a sí mismo.
Ahora bien, ¿qué significa el inciso: «que es realidad en él y en vosotros»? El hecho de que se trata de un mandamiento «nuevo», es «realidad» (o es «verdadero») en él, es decir, en Cristo: porque Cristo, con la entrega de su vida, manifestó el amor de Dios. «Y en vosotros» (por lo que afecta a vosotros), la nueva luz brilla ya en vuestra vida; el amor de Dios y de Cristo -ese amor que se sacrifica- continúa actuando ya en vuestro amor fraterno, en la fuerza divina que os capacita para el amor.
Por consiguiente, en la dualidad de lo «antiguo» y lo «nuevo», en 1Jn 2:7s, no se trata de la tensión entre la tradición y el progreso, sino de una tensión completamente distinta: por un lado se halla la fidedigna enseñanza de la instrucción bautismal, que se funda en la eternidad de la «Palabra». Por otro lado está la «novedad»: el amor, según la norma de la entrega que Cristo mismo hizo de su vida, es en Cristo una cosa nueva, y seguirá siempre como algo que está frente al «mundo» y a los propios «deseos» (véase: 1Jn 2:15-17). El mandamiento de que aquí se trata, es «antiguo»: tiene su fundamento en la vida misma de Dios, y ha estado actuando siempre en todos los mandamientos. Es «nuevo», tiene el futuro absoluto. No es posible realzar con más énfasis que 1Jn 2:7s, la significación absoluta y universal de este mandamiento único, del que se está hablando.
9 Quien dice que está en la luz y odia a su hermano, está en las tinieblas todavía. 10 Quien ama a su hermano, permanece en la luz; y en él no hay tropiezo. 11 Pero quien odia a su hermano, está en las tinieblas y en las tinieblas camina y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
En estos tres versículos se asocian los motivos: el motivo de la luz y de las tinieblas, el motivo del mandamiento y del amor. El v. 9 comienza, exactamente igual que el v 4 (y a semejanza de 1,6.8.10): «Quien dice…» En todas estas proposiciones se alude a la misma postura equivocada en la que ha caído ya el adversario gnóstico y que constituye un peligro para el cristiano. Pero aquí, en nuestros versículos, resalta de manera clara y definitiva lo que se había ido dando a entender desde el principio: las tinieblas son el odio, y la luz es el amor (divino).
«Caminar en la luz» y «guardar los mandamientos» es sinónimo de «amar a su hermano». Y «caminar en las tinieblas» es igual que ser cautivo del odio fraterno Los v. 10 y 11 sirven de explicación al v. 9, el cual ofrece en primer lugar la síntesis de manera negativa. Según el v. 10, aquel que ama a su hermano está (realmente) en la luz. Y en él no hay «tropiezo»: está bien afincado por el poder de la luz, que es el amor de Dios. Permanece en el amor y no cae en el pecado, del que se habla en 3,4-10. El v. 11 es repetición y aclaración de la idea, expuesta en forma negativa, del v. 9: se pinta de manera muy impresionante la perdición que el odio produce en la persona misma que odia. El que aborrece ha perdido toda orientación, está completamente desorientado, «porque las tinieblas le han cegado los ojos». En 1,8 se decía del que se imagina que no tiene pecado, que se estaba engañando a sí mismo. ¡Raras veces se expresa con tanta claridad como aquí en qué consiste el engaño propio, la mentira moral! Por el odio fraterno el hombre ha caído en las tinieblas, y ha quedado ciego, las «tinieblas», detrás de las cuales está -finalmente- un poder maligno de índole personal; se han apoderado de él y ya no lo sueltan.
Para la meditación de 2,3-11
Para orientar el pasaje de 1Jn 2:3 ss hacia la vida de los lectores, vemos que la «fórmula de conocer», de 2.3 (véase 2,5c) nos ofrece un primer punto de partida. Evidentemente, los destinatarios de la carta tenían el problema de cómo estar seguros de su comunión con Dios (es decir, de su salvación) . El autor les muestra el camino para ello: por medio del amor mutuo, de un amor activo, llegan a estar seguros de la comunión con el Dios que es amor. Nos preguntaríamos si el cristiano de hoy día no tendrá también el mismo problema de saber cómo podrá estar seguro de su comunión con Dios.
El problema existe para todo aquel que, aunque sea nebulosamente, ha descubierto algo de lo que es Dios o, más exactamente, de quién es Dios. Es antinatural que los cristianos de hoy día no experimentemos ya con tal intensidad la pregunta a que la carta 1Jn quiere dar respuesta. Es inadecuado el que no lo experimentemos, porque ello está señalando una desaparición de la fe. Pero incluso el hombre no creyente, el hombre de hoy día, dentro y fuera de la Iglesia, tiene de hecho este problema: la cuestión de cómo podrá estar seguro del sentido de su vida (y el sentido de su vida es -en la visión de la fe- Dios, sin que él lo sepa). Así que el mensaje de 1Jn sigue siendo actual: nos ofrece la posibilidad de tal experiencia y certidumbre, y, por cierto, desde el punto decisivo, desde el punto del amor. Las aseveraciones sobre el mandamiento «antiguo» y «nuevo», v. 7s, no pretenden formular un precepto, sino que pretenden estar al servicio de la seguridad y gozo de quien «camina como caminó Jesús», y le hablan de la victoriosa energía de la luz del amor, que triunfa sobre todas las tinieblas.
Para meditar en bloque los enunciados de 1,5-2,11 Precisamente en una carta como ésta, es muy conveniente que no sólo nos empapemos en la meditación de las distintas secciones parciales, sino que también abarquemos con nuestra meditación las grandes porciones. Para preparar este ensayo de ofrecer tal o cual sugerencia, hay que hacer primero un doble trabajo previo: en primer lugar hemos de ofrecer una visión panorámica de la estructura total; y, en segundo lugar, ofrecernos otro esquema que indique claramente el paralelismo y coherencia intima de los conceptos de esta gran sección.
Visión panorámica de la estructura total de 1,5-2,11.
I : 1,5-2,2. 1. a) Transición (el mensaje), v 5 b) Primer par antitético v. 6.7 (negativo-positivo). 2. a) Segundo grupo antitético v. 8-10 (negativo-positivo-negativo) b) Conclusión 2,1.2. II: 2,3-1 1. 1. a) Transición (primera «fórmula de conocer») 2,3 b) Primer par antitético v. 4.5 (negativo-positivo) c) Conclusión (obligatoriedad) v. 6 2. a) Transición (el mandamiento antiguo y nuevo) v, 7.8. b) Segundo grupo antitético v. 9-11 (negativo-positivo-negatlvo).
Esta sinopsis nos está mostrando ya que toda la sección 1,5-2,11 está concebida unitariamente. La relación entre las dos secciones de 1,5-2,2 y 2,3-11 es mucho más estrecha de lo que suele apreciarse en la mayoría de los comentarios. Entre 2,11 y 2,12 hay una cesura notablemente más profunda que entre 2,2 y 2,3. Este hecho tiene dos consecuencias: en primer lugar, nos damos cuenta ahora de que ambos temas «Cristo y el pecado» y «el mandamiento del amor» están íntimamente relacionados. Lo que el autor de nuestra carta nos dice sobre el tema de «Cristo y el pecado», lo hace evidentemente para preparar sus exposiciones acerca de «el mandamiento del amor». En segundo lugar: la primera mitad de la sección total (1,5-2,2) debe interpretarse ya desde el punto de vista de la interpretación que los versículos 2,9-11 dan a los conceptos de «luz» y «tinieblas» (y de «caminar en la luz» o «caminar en las tinieblas», etc.). Por consiguiente, esto confirma que el enunciado acerca de Dios, que leemos en 1,5: «Dios es luz», dice ya objetivamente lo mismo que el enunciado acerca de Dios que leemos en 4,8.16: «Dios es amor.» Todo ello lo veremos aún con mayor claridad, si exponemos en un esquema la íntima dependencia que existe entre los conceptos paralelos de los enunciados negativos y positivos de ,11.
1Jn 1:6 1Jn 2:4 1Jn 2:9 ¿«Comunión con Dios»? ¿«Haberlo conocido»? ¿«Estar en la luz»? Caminar en las ti- No guardar sus man- Odiar al hermano nieblas damientos (véase 2,11) No practicar la «ver- No tener en si la Estar en las tinie- dad» «verdad» (véase 1,8.10) blas (véase 2,11) 1,7 2,5 2,10 Caminar en la luz Guardar su palabra Amar al hermano Tener comunión los El amor de Dios se Permanecer en la luz unos con los otros ha perfeccionado en nosotros
Este esquema nos hace ver con toda claridad que en las tres columnas se hallan colocados paralelamente conceptos que objetivamente significan lo mismo.
El enunciado total de 1,5-2,11 llegaremos a comprenderlo muy bien, si nos preguntamos por qué el enunciado acerca de Dios, de 1,5, se halla antes de la sección de 1,6-2,11. Respuesta: al autor de la carta lo que le interesa es la idea de Dios, o lo que le interesa primordialmente es Dios mismo. Pero, al mismo tiempo, le interesamos también nosotros, porque Dios nos afirma y acepta en el amor.
El tema propiamente tal de ,11 es «Dios y nosotros». Tanto en la serie de asertos negativos como en la de asertos «positivos», se nos pone a nosotros en relación con Dios: en la serie negativa, se vislumbra la diversidad de Dios por la reacción que surge, cuando queremos hacer que Dios descienda a nuestro plano. En la serie positiva se vislumbra la misericordia de Dios a quien -en el capítulo 4- se describe más claramente como «amor».
Para formular otra vez, con distintas palabras, el enunciado total: Dios es luz (esto es: Dios es amor que se revela), y él nos atrae a su luz: Dios nos saca de las tinieblas y nos salva por medio de la sangre de Cristo; nos introduce en la luz por medio del mandamiento de Cristo y por medio de la norma de vida, que es Cristo En esta sección podemos vislumbrar ya la significación absolutamente decisiva de nuestro amor fraterno para esta entera realidad: estar en la luz, tener comunión con Dios, ser purificado por medio de la sangre de Cristo, la perfección del amor de Dios en nosotros: esta conexión misteriosa, pero realísima, que hay entre la comunión con Dios y la comunión de los unos con los otros.
Queda claro algo más: la luz y las tinieblas son poderes que quieren dominarnos. Nosotros conocemos esta situación de lucha, que toda la carta presupone (conforme al pensamiento del Antiguo Testamento y del judaísmo tardío, y conforme también al pensamiento de todo el resto del Nuevo Testamento): situación de lucha sin la cual no podemos comprender la carta de Juan.
Esta situación de lucha vuelve a aparecer muy claramente en el siguiente párrafo de 2,12-14, en las palabras que se dirigen a los «jóvenes que han vencido al maligno». Y tal vez esta sección 2,12-14 (la «gran interpelación») se ha introducido precisamente después de 2,11, por la sencilla razón de que este enunciado total de 1,5-2,11 es algo tan grandioso, que el autor se sintió impulsado a compendiar en la encarecida séxtuple interpelación todo el aliento para una alegre seguridad de salvación, que en dicha sección se contiene.
3. DOBLE CONCLUSION (2,12-17).
a) La gran interpelación: Seguridad de salvarse (2,12-14).
12 Os escribo, hijitos, que se os han perdonado los pecados por su nombre. 13 0s escribo, padres, que habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, que habéis vencido al maligno. 14 0s escribo, niños, que habéis conocido al Padre. Os escribo, padres, que habéis conocido al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes que sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.
Sin motivación aparente, viene aquí una séxtuple interpelación a los cristianos: la interpelación más solemne e impresionante de todo el Nuevo Testamento. En realidad, tiene aquí su lugar adecuado. Lo que se ha dicho en 1,5-2,11 es algo tan decisivo, que tiene que determinar que los cristianos se comprendan a sí mismos (es decir: determinar lo que los cristianos, con la fe, tienen que pensar acerca de sí mismos). Lo que hasta ahora se había dicho, es mensaje para ellos, anuncio de lo que ha acontecido en ellos, de lo que ahora tiene acceso para ellos de lo que está en su poder. El hecho de que todo lo dicho ahora los afecta quiere el autor remacharlo precisamente con estas seis frases: quiere comunicarles una alegre conciencia de lo que ellos son como cristianos (podríamos decir también: la alegre seguridad de la salvación). Las seis proposiciones cumplen esta función suya en el contexto, únicamente si se traducen: «Os escribo que…».
También al final de la segunda y tercera parte, el autor -siempre de una manera distinta- buscará este fin de consolidar la certidumbre de fe de sus lectores. Porque éste es su objetivo propio. Lo vemos claramente al examinar el primer versículo de la sección final de toda la carta (5,13): allí dice el autor expresamente qué es lo que pretende conseguir con toda la carta. Al servicio de esta meta se encuentra ya nuestra sección 2,12-14: ¡Sepan los cristianos que tienen «vida eterna»!
Ahora bien, el autor aquí ¿no habla -como podría parecer a primera vista- a determinados grupos de edad, dentro de la Iglesia? Si examinamos las cosas más de cerca, nos damos cuenta de que lo que él dice a los «hijos», tiene validez igualmente para los hombres y mujeres adultos y para los ancianos, y que lo que él dice a los «padres» y a los «jóvenes», tiene validez también para todos los cristianos51. Lo veremos ahora más detalladamente al comentar cada una de las frases.
Puesto que la variación de tiempo verbal, que hallamos en el texto griego original (en el segundo grupo ternario de interpelaciones hallamos «os escribí», en vez de «os escribo»), seguramente no sirve más que para dar variedad estilística a la frase (y, por tanto, es una variación ignorada en la traducción que hemos ofrecido), podemos utilizar en cada caso, para nuestra explicación, la interpelación correspondiente de la segunda serie .
Primera interpelación.
«Os escribo, hijitos, que se os han perdonado los pecados por su nombre [por el nombre de Cristo]», «que habéis conocido al Padre». A los lectores se les interpela con el vocativo «hijitos» en el primer caso, y niños en el segundo. El autor utiliza con frecuencia el primer vocativo. ¿Se siente, pues, frente a los lectores, como un «padre»? De hecho, en algunas ocasiones aparece con claridad que el «anciano» caracteriza con esta invocación de «hijos» (o «hijitos») la relación que los lectores tienen con él. Así vemos, por ejemplo, en 1Jn 2:1 : «Hijitos míos.»
¿Cómo entiende él su función de padre? La respuesta la tenemos ya en el prólogo. él es «padre», por cuanto es testigo de la vida eterna manifestada en carne, por cuanto, por medio de la comunión de los testigos (en la que él quiere integrar a los lectores), comunica él la comunión con Dios 52.
Pero que, a pesar de esta conciencia de su función de «padre», el autor no cae en ningún paternalismo nos lo muestra precisamente esta interpelación de 2,12-14. Porque en ella el vocativo de «hijitos» forma parte del mensaje de que se nos han perdonado los pecados. Con toda probabilidad, se trata aquí de una alusión no sólo a las palabras del perdón de los pecados en 1,7.9 y 2,1s, sino también -y por encima de ellas- al bautismo 53, Los cristianos «hijos» en cuanto bautizados, en cuanto personas que -por medio de la fe y del bautismo- tienen comunión con Dios. La interpelación que abre el v. 14 está demostrándolo con suficiente claridad: «Os escribo que habéis conocido al Padre.» Sí: el amor conocedor es comunión con Dios. Y en esta comunión (o, como se dice más tarde en la carta [2,29; 3,1 ss], puesto que hemos «nacido de Dios»), somos «hijos». El v. 12 podríamos parafrasearlo así: «Os escribo, hijos de Dios bautizados (que sois también hijos (o hijitos) míos, porque yo, como testigo de Jesucristo, pude transmitiros la comunión con Dios)…»
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51 En el texto no se indica en modo alguno que los conceptos de «padres» «jóvenes» y «niños» estén en un nivel distinto que el de «hijitos». Si, de hecho, el autor hubiera querido diferenciar a la comunidad total («hljitos») en dos niveles distintos de edad, entonces difícilmente hubiera escogido, para el tratamiento anterior que dirige a toda la comunidad, la denominación de un nivel de edad. sino que los habría llamado «hermanos» (véase, por ej . 3 13) «amados» (2,7). A mi parecer, sólo deben tenerse en cuenta dos posibilidades: o los cuatro términos designan verdaderos niveles de edad o los cuatro se refieren siempre a la comunidad total.
52. Véase, en san Pablo, por ej., Flp 1:5-7, 1Co 4:15.
53. Precisamente, le mención del «nombre» está señalando en este sentido. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la remisión de los pecados es una realidad que tiene aplicación a toda la vida cristiana.
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Segunda interpelación. «Os escribo, padres, que habéis conocido al que es desde el principio.» La repetición de esta interpelación a los «padres» tiene exactamente el mismo texto (con la excepción de la forma verbal en tiempo pasado: «os escribí»). El «que es desde el origen» es Jesucristo (véase 1,1). Este conocimiento de Cristo no es, seguramente, según el sentir de la carta, algo que se aplicara sólo a los cristianos antiguos por la edad de su vida. En efecto, en el v. 14s se atribuye a los «hijos» (es decir, a todos los cristianos) el conocimiento del Padre, que siempre está íntimamente relacionado con el conocimiento de Cristo. En 2,3s, y refiriéndose a todo cristiano, se habla del conocimiento de Cristo. Si explicamos la frase, tomando como punto de partida el texto de 2,3s, la carta querrá decir: «Conocéis a Cristo, porque guardáis sus mandamientos», o bien: «No sois mentirosos como los que se jactan de que conocen a Cristo, pero yerran en ese conocimiento, a causa de sus pecados.» Y en 2,20 hallaremos la afirmación de que todos los cristianos tienen conocimiento.
Ahora bien, ¿por qué a los lectores -nosotros-, aquí, se nos llama «padres»? Pues porque nosotros, por nuestro «conocimiento de Cristo» -nuestra fe en Cristo y nuestra comunión con Cristo y con el Padre, producida por esa fe- hemos entrado a formar parte de la serie de los testigos. El autor sabe que aquellos a quienes él ha llamado «hijos», aquellos a quienes él pudo transmitir la comunión con Dios son al mismo tiempo «padres» que han entrado a participar de su cualidad de testigo y podrán así transmitir a otros su fe y su comunión con Dios. ¿Habrá mejor superación de todo paternalismo espiritual, que ésta que nos ofrece aquí con toda claridad el «anciano» (2Jn; 3Jn)?
Tercera interpelación. Aquí el autor alcanza la intensidad más vigorosa. La primera interpelación a los «jóvenes», en el v. 13b («que habéis vencido al maligno»), se ha recogido ya, plenamente, dentro de la segunda redacción, trimembre, de esta interpelación, en el v. 14c.
Pero, el ser fuertes y el vencer ¿no es algo que caracteriza a una determinada edad, a la edad precisamente de los jóvenes? El autor, también aquí, ¿se referirá realmente a todos los cristianos como tales? La segunda mitad de la frase, en el v. 14c («la palabra de Dios permanece en vosotros»), no habla, ciertamente, de los privilegios de una edad determinada (véase 1,10; 2,5.7). ¿Y qué ocurre con lo de «vencer»? En otros lugares de la carta «vencer» es cosa que, indudablemente, se promete a los cristianos como tales. Así ocurre en 4,4: «Vosotros, hijitos…, los habéis vencido (a los falsos profetas).» Y con toda claridad aparece en 5,4: «Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.» Y otro tanto se dice en 5,5. Toda la carta lleva la impronta de la lucha contra el maligno. No es, pues, de extrañar que la promesa más vigorosa de energía cristiana siga a la exhortación de 2,15-17. Asimismo, con esta interpelación, la carta reitera afirmaciones que ya habíamos encontrado: que el que ama a los hermanos, «permanece en la luz, y en él no hay tropiezo» (2,10), no es más que una manera distinta de expresar la victoria. El autor nos dice que, frente al maligno, tenemos nosotros la energía combativa y la fuerza de victoria que tienen los jóvenes; que nosotros hemos de recibir, y hemos recibido ya, de Dios; la energía para caminar en la luz. «Caminar en la luz» es triunfar de las tinieblas.
Quien se deje empapar de este mensaje, descubrirá la energía que habita en él. Difícilmente habrá otro lugar del Nuevo Testamento en que hallemos un mensaje tan denso y henchido de promesas para nuestra propia existencia cristiana.
Los predicadores sienten hoy día la tentación incesante de decirse a sí mismos y a los cristianos que les escuchan, que no tienen todavía una fe verdadera, que han fracasado en la lucha contra el maligno. Y los cristianos, por su parte, tienen la tentación de formarse complejos de inferioridad de esta índole, y quizás no vean ya bien que se hallan ante una lucha decisiva. El procedimiento que sigue la carta ¿no es mucho más eficaz, por ser mucho más objetivo? En efecto, 1Jn no enumera las realizaciones de sus lectores, sino la gracia dada a ellos (y a nosotros) gratuitamente.
a) Advertencia contra el «amor al mundo» (2,15-17).
Esta sección crea dificultades a muchos cristianos de hoy día. ¿No se predica aquí el menosprecio del mundo: un menosprecio con el que nosotros no podemos ya identificarnos? ¿Podemos seguir siendo justos a la tarea que como cristianos tenemos ante el mundo, si, movidos por este pasaje de la Escritura, nos prohibimos el amor al mundo? Es indudable, y también el cristiano de hoy día lo comprende, que no debe uno perderse en el mundo. Pero ¿es esto, sencillamente, lo que se afirma en la sección que estamos estudiando?
Toda la imagen cambia radicalmente, si «mundo», aquí, no significa absolutamente lo mismo que «la creación en que vivimos». Y, de hecho, si queremos comprender esta sección, es de importancia primordial y básica enterarse de que aquí el término de «mundo» tiene una significación un poco distinta de lo que entendemos habitualmente por tal. El «mundo» (kosmos), en Juan, tiene no raras veces la significación del ámbito en que domina el poder personal que es enemigo de Dios, el «jefe de este mundo» (Jua 12:31). Y precisamente un poco antes, acaba de mencionársele: es el «maligno» (v. 14c). El «mundo» que no debemos amar, ¿no sería aquí, por tanto, ni la creación material de Dios, ni el mundo de los hombres en general -es decir: no sería el «espacio» de la creación, ni un grupo de personas-, sino que sería el campo de fuerza que ese poder maligno y personal constituye dentro de la creación? Esta concepción es apoyada por otros lugares de la carta54. Y este campo de fuerza, formado por el maligno, se interfiere y está en lucha con el campo de fuerza que procede de Dios y de Cristo. Por consiguiente, a la creación -buena- de Dios, no debemos considerarla como henchida de espíritu maligno, ni menospreciarla por ello. Sino que hemos de verla como un campo de batalla. Puesto que el autor ve situados a sus lectores en medio de esta batalla y, puesto que conoce la fuerza que Dios les da para ella, les ha prometido ya de antemano el poder de victoria de los «jóvenes».
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54. Véase, principalmente,Jua 5:19 y también 3,12; véanse, además, los siguiente3 lugares del Evangelio de Juan: 12,31; 14,30; 16,11.
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15 No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
La carta nos habló antes de un «amor» que está en vivísimo contraste con el odio (v. 10s). ¿Veremos actuar también en nuestro versículo este contraste y oposición entre la luz y las tinieblas? ¡De nuevo se cambiaría radicalmente la imagen! Lo que «hay en el mundo», lo que nosotros no debemos amar, sería lo que procede del centro de gravedad del maligno o lo que está en su corriente: eso serían «tinieblas», en el mismo sentido exactamente que en 2,8-11, cuando se hablaba del contraste con la «luz». Y a esto parece aludir la segunda parte del v. 15: Si alguno ama al «mundo», entonces el amor del Padre no está en él, es decir, el amor que procede del Padre, el amor que procede de Dios, que es «luz» (1,5) 55. El amor que «proviene del Padre» y que se ha derramado en nosotros, impulsa a caminar en la luz, esto es, impulsa al amor fraterno. «Lo que hay en el mundo» ¿significaría la raíz o fuente de lo contrario, de la fría falta de amor y del odio fraterno?
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55. Esta interpretación nos la sugiere principalmente el paralelo «no proviene del Padres, del v 16. Aquello que proviene del Padre es lo opuesto a los malos «deseos». Y. así, es obvio que en esta antítesis se trate del «amor del Padre», del que se habla en el versículo 15.
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16 Porque todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, los deseos de los ojos y el alarde de las riquezas- no proviene del Padre, sino que procede del mundo.
El hecho de que estos tres deseos o esta triple concupiscencia actúe contra el «caminar en la luz», el hecho de que constituyan el terreno abonado para la falta de amor, lo vemos clarísimamente en la tercera concupiscencia, en el «alarde de las riquezas». Es la actitud de quien posee riquezas en el mundo y cierra su corazón ante el hermano56. También en lo que respecta a «los deseos de los ojos» está clara su oposición al amor, ya la interpretemos como afán de poseer, o bien ansia de dominio o de hacerse valer, como impulso egoísta de los «ojos» que pretenden dominar lo que ven, y que, como el «alarde de las riquezas», cierran el corazón ante el hermano.
Ahora bien, ¿qué son los «deseos de la carne»? No permitamos aquí que nuestra comprensión se encierre en el estrecho marco de la interpretación habitual, interpretación que en estos «deseos» ve únicamente el placer dirigido contra el sexto mandamiento. Los «deseos de la carne», según el concepto bíblico de «carne», es -en general- la orientación perversa de los deseos, la orientación que nace de la debilidad de la criatura o que, por encima de ella, procede de la condición del hombre que es criatura caída. En términos muy generales diríamos que es lo que impulsa hacia las tinieblas. Por consiguiente, los «deseos de la carne» es el concepto que ocupa el lugar predominante entre los tres. Y lo de «caminar en las tinieblas» el pecado opuesto al mandamiento de Jesús, nos lo hizo ver la carta como el polo opuesto del amor fraterno.
Pero, aun en el caso de que en el texto se pensara también en el apetito malo dirigido contra el sexto mandamiento, el carácter de pecado que tiene esta concupiscencia, ¿no se explica por su oposición al amor? Aquí ¿se llega a conocer ya que incluso el carácter pecaminoso de los delitos sexuales procede de que esos delitos son un crisparse egoísta en sí mismo y, por tanto, la antítesis del amor? No cabe duda de que, al menos implícitamente, esto se afirma también en el aserto de la carta.
Por consiguiente, «lo que hay en el mundo» es el egoísmo pecador (el egoísmo al que se opone el amor derramado por Dios) en sus diversas expresiones. Las tres expresiones significan la misma crispación del yo, el mismo perderse en las tinieblas cegadoras, pero que se contempla desde diversos puntos de vista. La triple concupiscencia que procede «del mundo» (es decir, del «maligno») es la antítesis misma de lo que procede «del Padre», a saber, la antítesis del amor generoso que se entrega. La triple concupiscencia es la materia inflamable que enciende el odio fraterno. Con una imagen opuesta, y partiendo de la experiencia del frío, podemos llegar al mismo resultado: La concupiscencia es lo que priva al amor de su energía y hace que se enfríe.
Por consiguiente, en estos versículos, el autor no exige un menosprecio del mundo como mera abstinencia, sino la renuncia a lo que hace que el amor sea imposible.
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56. Véase 3,17: En ambos pasajes hallamos la misma expresión- «riquezas».
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17 Y el mundo pasa, y sus deseos. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.
Por medio de este versículo, nuestra sección está ligada con la afirmación de la seguridad de salvación, que leíamos en los v. 12-14. El «mundo» -el campo de fuerza del «maligno»- pasa juntamente con su concupiscencia, con su impulso a la arbitrariedad y la crispación del yo 57. Pero quien cumple la voluntad de Dios -como la cumplió Jesús, de quien el Evangelio de Juan refiere aquella palabra: «No es hacer mi voluntad lo que busco, sino la voluntad del que me envió» (Jua 5:30)-, ese tal permanece con Jesús para siempre. ¡He ahí la victoria de que se nos hablaba en los v. 13b y 14c!
Aunque ambas secciones, los v. 12-14 y los v. 15-17 tienen, cada una, su peso propio, sin embargo vemos lo íntimamente ligadas que están entre sí. La exigencia del v 15s únicamente puede escucharse de manera debida, en conexión con el mensaje de los v. 12-14 (y del v. 17).
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57. Que el mundo, como creación, también ha de pasar, eso -como resonancia de Mc 13.31 y paralelos- no es, a mi parecer, el sentido primario del aserto, pero podría estar también incluido.
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Para la meditación La exigencia del v. 15s, una exigencia que -a primera vista- parece tan dura y tan incomprensible, ¿queda ahora atenuada porque logramos integrarla en el contexto y porque llegamos a saber que no nos retrae, ni mucho menos, de nuestra tarea en el mundo? Esta exigencia se ha hecho más ligera y mas pesada: más ligera, porque hemos hallado acceso a su sentido, porque se nos ha mostrado la fuerza que ya se nos había dado para cumplir esta exigencia; más pesada, porque se dirige inexorablemente contra lo que hay en nosotros que es del «mundo», porque nos está llamando inexorablemente a la conversión, a la renuncia a la voluntad caprichosa, a decidirnos en favor o en contra del «amor del Padre», que se nos ha dado graciosamente. Y caeríamos en una ilusión y engaño propio, si creyéramos que esta decisión era posible sin la señal realísima que significa la limitación sensible (quizás dolorosamente sensible) en la utilización de las cosas de la creación.
La advertencia contra el amor al «mundo» incluye en sí la advertencia contra el perderse en las cosas de la creación, aunque el «mundo» de 1Jn 2:15 ss no es la creación, y precisamente porque lo que allí se concibe como «mundo», por ser el campo de fuerza del «maligno», incita al abuso de la creación. Aunque se exige implícitamente la renuncia a valores de la creación, esta renuncia no se exige por sí misma, ni tampoco como condición de posibilidad para un amor de Dios concebido en forma individualista, de cada persona aislada. Sino que se exige como condición de posibilidad para la plena agape. Y ésta se da en el amor concreto al prójimo, al hermano y a la hermana que Dios coloca a nuestro lado.
PARTE SEGUNDA 2,18-3,24
Esta parte segunda constituye, de manera más clara que la primera, una unidad de composición, y que se puede dudar de que 2,12-17 y el prólogo pertenezcan a dicha parte primera.
A primera vista está bien patente la marcha ininterrumpida del pensamiento en 3,4-24. Aquí, la segunda exposición sobre el tema «Cristo y el pecado» (3,4-10) está vinculada clarísimamente, por el v. 10, no sólo por su forma sino también por su contenido, con la segunda exposición sobre el tema «el mandamiento del amor» (3,11-24). Asimismo, la afirmación de la certidumbre de salvación, al final de la sección (2,19 ss), está íntimamente engarzada, con el movimiento de las ideas, en la sección acerca del tema «el mandamiento del amor». Y lo está por los v. 18/19, y ya por el v. 14.
Pero incluso la segunda exposición sobre el tema «la fe en Cristo» (2,18-27) está mucho más estrechamente unida, de lo que a primera vista podría parecer, con la segunda exposición sobre «cristo y el pecado». Y lo está, ciertamente, por el hecho de que los motivos han quedado absorbidos dentro del fragmento de transición 2,28-3,3 (el cual, indudablemente, es más que un simple fragmento de transición).
4. SEGUNDA EXPOSICIÓN SOBRE EL TEMA «LA FE EN CRISTO» (2,1 8-27). Con el v. 18 comienza, sin ligación conocible con lo anterior, una idea completamente nueva en dos aspectos: con las palabras introductorias: «Es la hora última», comienza una serie de pensamientos escatológicos, una serie de asertos que contemplan el fin que viene de Dios, y que califican al tiempo actual de tiempo antes del fin, de tiempo de decisión. En conexión inmediata con ello, aparecen por primera vez en escena los herejes los cuales ponen en peligro las comunidades a las que el autor escribe.
Estructura de la sección: Consta de tres partes. En el centro se halla un grupo de versículos (v. 22-25) que estudian el contenido y la significación de la fe en Cristo. Están circunscritos por dos grupos de versículos en los cuales se establece una antítesis entre los cristianos y los que los llevan al error (v. 19-21 y 26-27). El verdadero tema, aquí, es hasta qué punto los cristianos pueden enjuiciar a los herejes. Estos dos grupos de versículos no sólo constituyen el paréntesis que enmarca los asertos acerca del contenido y significación de la fe en Cristo, sino también la clave que abre la puerta -el acceso personal- a la fe en Cristo. O, más exactamente, estos asertos tienden el puente que une al creyente individual con el contenido de su fe. O, para decirlo de otra manera distinta: muestran al cristiano el misterio de su propia fe en Cristo. Porque este «marco» del enunciado acerca de la confesión de Cristo corresponde objetivamente a la interpelación dirigida a los «padres» (2,13s), en la que se dice que ellos han conocido al que es desde el principio (a saber, a Cristo). Debe tomarse en consideración esta meta, que la carta tiene aquí también -transmitir a sus cristianos (y a nosotros) la gozosa conciencia del conocimiento de Cristo y de la comunión con él-, para comprender también esta sección. La estructura es la siguiente:
Introducción: La «hora última» (v. 18).
I. La antítesis herejes y cristianos: Los cristianos tienen «unción» «conocimientos» (v. 19-21).
II. La antítesis herejes y cristianos: En relación con el contenido de la fe (v. 22-25).
III. La antítesis herejes y cristianos: Los cristianos son enseñados por la «unción» (v. 26.27).
Introducción (2, 18)
18 Hijitos, es la hora última. Y así como habéis oído que viene el anticristo, ya ahora han llegado muchos anticristos. De aquí conocemos que es la hora última.
La ahora última» es el tiempo que precede inmediatamente al fin. Este aserto no significa aquí un intento de calcular por anticipado el fin. No se indica en modo alguno cuánto tiempo dura la última hora. Se dice tan sólo que ya ha llegado esa hora, el tiempo de decisión que ha de extenderse hasta la parusía de Cristo. La expectación de un anticristo concebido con tintes apocalípticos (véase 2Tes; Ap) adquiere incluso un nuevo aspecto por la afirmación de que el anticristo está ya presente en los que niegan a Cristo.
De aquí se deriva la importancia de esta conciencia de estar viviendo en la «hora última». La Iglesia y cada cristiano en particular tienen una tarea irrenunciable: la de «testificar y presentar de manera fidedigna que ha llegado la hora última».
a) La antítesis herejes y cristianos según 2,19-21.
19 De nosotros salieron; pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, habrían permanecido con nosotros. Sin embargo, con esto se ha puesto en claro que no todos son de los nuestros.
El v. 19 responde a una pregunta que el autor se hace, y que para él es muy urgente: los herejes, en otro tiempo, fueron miembros de la comunidad. ¿Cómo es posible que de las filas de los elegidos salgan los «anticristos»?
La respuesta: desde un principio no pertenecieron a los nuestros, «no eran de los nuestros». Literalmente: «no eran de nosotros»; significa que no vivían del campo de fuerza que representa este «nosotros» (es decir, la comunidad). ¿Se niega con ello que se hayan decidido libremente contra Cristo?
No se aborda aquí la cuestión de si esas personas habían estado de antemano excluidas por Dios, de si -en cierto modo- habían sido predestinadas para el anticristianismo. Así como el autor, por la guarda de los mandamientos, conoce la comunión con Dios que los cristianos tienen, y está leyendo -en cierto modo- tal comunión: así también por la negación de Cristo que tales personas hacen, está deduciendo que no vivieron realmente de la fuente de energía de la que vivía la comunidad. ¿O el autor, en el fondo, apuntará únicamente al v. 19c? Entonces pretendería decirnos: Hemos de saber que, dentro de la comunidad de los creyentes, existe la terrible posibilidad de que sólo se pertenezca a ella externamente, y no internamente. Por consiguiente, las duras palabras del v. 19a y b (que nos chocan, porque no conciben a los herejes como personas en quienes pueda haber un cambio para bien o para mal, porque dichas personas pertenecían ineludiblemente a la categoría del anticristianismo), ¿serían principalmente una exhortación y una advertencia? Queda en todo ello, evidentemente, un residuo de pensamiento que nos resulta extraño: un pensamiento que no debemos medir con las normas de nuestro siglo. Pero está íntimamente relacionado con ideas que también nosotros podemos y debemos aceptar.
20 Vosotros, en cambio, tenéis unción recibida del Santo, y todos tenéis conocimiento. 21 No os escribo que no conocéis la verdad, sino que la conocéis y que sabéis que ninguna mentira proviene de la verdad.
Ahora se acaba de mencionar lo que diferencia de los «anticristos» a los cristianos: la fuente de conocimiento, que -en la fe en Cristo- los mantiene fuertes y les da solidez. La «unción» es, sin duda, una manera de designar al Espíritu Santo 60. La expresión «del Santo» significa, seguramente, «de Cristo» 61.
¿Qué quiere decirnos con ello el autor? Nos llevan de nuevo a la idea de 2,13s: «Habéis conocido al que es desde el principio.» Pero ¿qué significa esto en el contexto? Que la unción es una cosa importante, nos lo muestra el énfasis del v. 21: El autor pretende dar a los cristianos la seguridad y la firme convicción de que «ellos conocen la verdad». Se defiende contra un equívoco que pudiera brotar de su carta, como si él quisiera escribirles que ellos no conocieran la verdad (y tuviesen que echar mano de maestros humanos). Los cristianos conocen la verdad. Y saben que existe lo opuesto de la «verdad», que es la «mentira»: la mentira que no proviene de la verdad y que no es compatible con ella. Ahora bien, ¿la herejía es una «mentira»?
¡Interrumpamos aquí! Estas observaciones sobre la marcha del pensamiento podrían bastar aquí. La pregunta sobre el sentido de estos enunciados (y, con ello también, la meditación), lo mejor será planteársela con ocasión de la segunda redacción, que es más clara, de esta misma idea en el v. 27, con cuya luz podremos también entender mejor los v. 20.21.
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60. Se discute si hay aquí o no una alusión a la unción en el bautismo.
61. La traducción: «Todos tenéis conocimiento», corresponde mejor al texto original. Pero la tradición textual no es aquí clara e inequívoca. Según otros testimonios, podrían también traducirse: «Lo conocéis todo».
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b) La antítesis herejes y cristianos, en relación con el contenido de la fe (2,22-25).
Lo más importante de estos versículos es que hacen que toda la comunión con Dios, es decir, toda la salvación (la «vida eterna», v. 25), dependa de la confesión que la Iglesia hace de la fe en Cristo. Podemos afirmar que tales versículos fusionan la confesión de Cristo (la cristología) con la confesión de Dios (la teología) y la comunión con Dios. Pero inmediatamente surge una dificultad: ¿Podemos hacer que la salvación y la comunión con Dios dependan tan exclusivamente de la doctrina ortodoxa? ¿O quizás la recta confesión de fe no estará aquí considerada de manera tan unilateral y exagerada como vemos que ocurrió en los excesos de las ulteriores luchas por cuestiones de fe? Ahora bien, el escándalo es todavía mayor, cuando nos damos cuenta de la dureza con que se caracteriza al hereje, a quien en el v. 22 se le llama «el mentiroso»:
22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.
¿Hasta qué punto el que niega la mesianidad de Jesús es un mentiroso (e incluso «el mentiroso»)?
Comprendemos que una persona cuya vida no está de acuerdo con su supuesta comunión con Dios, sea un «mentiroso» (1,6). Pero un negador de Cristo ¿no puede ser sencillamente una persona que se equivoca? No ayuda mucho el tener en cuenta que, a fines del siglo I, no se habían conocido ni sentido tan vivamente estas cuestiones como las conocemos y sentimos nosotros ahora. Con eso no haríamos más que desplazar el problema, y nos equivocaríamos en cuanto al contenido real de la afirmación de la carta. Porque tal vez no se refiera él a nuestra tolerancia con respecto a los que yerran, pero tenga algo que decirnos, que nos venga bien hoy día. No olvidemos tampoco que los «anticristos» a quienes el combate, no son herejes sencillamente, en el sentido de las ulteriores luchas religiosas, sino que minan los fundamentos de la fe y los están vaciando de sentido en una forma que constituyen una amenaza para la totalidad del cristianismo. Esto quiere decir: A los reformadores no se les puede confundir, ni mucho menos, con los «seductores» de los que se habla en 2Jn 1:7. Pero toda época cristiana, y también la nuestra, tiene que preguntarse si se están poniendo o no en peligro los fundamentos. Y puesto que la línea de demarcación entre la fe y la incredulidad pasa siempre, realmente, por medio de nosotros mismos, no debemos dudar en dirigirnos también esta pregunta a nosotros mismos.
El hecho de que no se trata sólo de la negación intelectual de dogmas, del no ser capaz de comprender los dogmas, nos lo está indicando ya la significación fundamental del verbo griego que hemos traducido a nuestra lengua por «negar». Este verbo (arneisthai) significa «decir que no», en el sentido de rechazar una comunión personal. Y así, este «negar» que hacen los herejes, significa en realidad un decir que no al «Hijo», el rechazo de la comunión con él.
En primer lugar, arneistlhai, como se ve por el v. 22, tiene el sentido habitual para nosotros, de «negar». Pero decir que no a la verdad de que «Jesús es el Cristo (el Mesías)» es, al mismo tiempo, decir que no al Hijo y al Padre. Esto es: rechazar la comunión con el Hijo y con el Padre.
El v. 22 podría quizás traducirse: ¿Quién es el mentiroso, sino el que, diciendo que no (= rechazando la comunión), afirma: Jesús no es el Mesías? El v. 22 enlaza íntimamente la negación del Hijo con la del Padre. Para comprender por qué la negación -el rechazo- del Hijo es también negación -rechazo- del Padre, habrá que pensar en lugares como aquel de Jua 14:9 (cf. 14,6): «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.» Ahí está el núcleo de la solución joánica del problema de cómo la intensa vinculación con Cristo, el cristocentrismo, es compatible con el monoteísmo bíblico radical.
23 Quien niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. Quien confiesa al Hijo, tiene también al Padre.
El pensamiento sigue moviéndose en una línea que sobrepasa mucho el ámbito intelectual. Este «tener» no significa sencillamente: «El que confiesa al Hijo, tiene también la fe recta (ortodoxa) en el Padre», sino: ése tiene verdadera comunión con Dios, ése tiene al Padre de Jesucristo como Padre suyo.
24 En cuanto a vosotros, que permanezca en vosotros lo que desde un principio oísteis. Si permanece en vosotros lo que desde un principio oísteis, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que él nos prometió: la vida eterna.
El mensaje de Cristo debe «permanecer». Aquí se expresa la necesidad de esta permanencia para que pueda manifestarse la promesa.
¿Qué es eso que debe permanecer en los cristianos: «lo que desde un principio oísteis»? ¿Tan sólo la confesión ortodoxa, o quizás está vinculado con ello (en una forma que todavía no somos capaces de intuir) el «mandamiento antiguo» de 2,7? En efecto, este «mandamiento antiguo» que los cristianos han tenido «desde el principio», consiste -según 2,7- en la palabra que oyeron.
Con toda seguridad, hemos de sostener que la permanencia de la palabra en los cristianos hace posible la fe en Cristo y la comunión con Dios, es una realidad más amplia y de mayores dimensiones que la simple aceptación formal de dogmas.
En los v. 24-25 se nos dice expresamente que la «promesa» de Cristo, la «vida eterna», consiste en la futura comunión con Dios y con Cristo, es decir, en la comunión con Dios y con Cristo propia de la consumación (como se deduce del futuro «permaneceréis», del v. 24). Y la promesa de Cristo es lo que da orientación a nuestra vida.
Por consiguiente, el v. 25, terminando la sección sobre la confesión de Cristo (v. 22-24), la sitúa a la luz de la promesa, en el horizonte de la consumación, que ha de seguir esbozándose en 2,28 y principalmente en 3,2.
c) La antítesis herejes y cristianos según 2,26-27.
26 0s escribo estas cosas acerca de los que os inducen al error. 27 En cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de él, permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe; sino que tal como su unción os enseña todas las cosas -y es verdad y no mentira-, tal como os enseñó, permaneced en él.
El paréntesis se cierra. Nuevamente se hace una antítesis entre los cristianos y los que los «inducen al error». Nuevamente se dice que lo que a los cristianos los distingue de ellos es la «unción» que aquéllos han recibido de Cristo.
«De él» («que recibisteis de él») se refiere a Cristo. Por eso, la palabra «unción» podría ser una alusión a «Cristo» = «el Ungido». El Espíritu Santo lo hemos recibido -como nuestra unción- de aquel que originalmente está ungido, también él, con el Espíritu Santo, y que por tanto se llama «Cristo», «el Ungido».
Ahora se dice que la «unción» «permanece» en nosotros. «Permanecer» es el típico verbo joánico que expresa el permanente «estar en».
La «unción» del bautismo no sólo influyó en nosotros entonces, con motivo de la recepción del sacramento. Sino que «permanece». O, más exactamente: El Espíritu de Cristo, que nos condujo a la fe y al bautismo, permanece siendo la fuente constante de energía, la fuente que determina nuestra vida.
Ahora bien, el punto culminante de todos los asertos sobre la «unción» es el siguiente: que la unción nos «enseña todas las cosas», de suerte que no necesitamos que nadie nos enseñe. ¿Qué querrá expresar esta afirmación? El autor ¿querrá realzar aquí la potestad espiritual de cada cristiano en particular, a costa del magisterio de la Iglesia? ¡Esto queda excluido ya por el énfasis que se hace sobre la función del testimonio, en 1,1 ss! Aquello sobre lo que el Espíritu instruye a los cristianos, es -objetivamente- lo mismo que ellos «desde el principio oyeron» (v. 24). ¿Y qué es ello? La respuesta la ofrecen Jua 14:26; Jua 15:26s (el Paráclito y, con el poder de él, los discípulos dan testimonio), la respuesta la ofrece principalmente Jua 6:44s: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae… Escrito está en los profetas: «¡Todos serán instruidos por Dios.» Todo el que oye y aprende la enseñanza del Padre, viene a mí» .
Recordemos también el pasaje de 1Jn 2:20s («todos tenéis conocimiento») y relacionémoslo con lo que se afirma en el v. 27: «No necesitáis que nadie os enseñe.» Fijémonos ahora en el texto de Jua 6:45. Los cristianos «tienen conocimiento». Pueden enjuiciar la herejía cristológica, porque son «instruidos» por el Padre, es decir, porque -por medio del Espíritu Santo- los atrae hacia Cristo (véase Jua 12:32).
No es necesario que renunciemos a asegurar nuestra fe cristológica y nuestra fe trinitaria por medio de la formulación clara de dogmas, tal como se hizo durante las controversias religiosas de los siglos IV y V (y tampoco nos es lícito hacerlo). Pero no captaríamos plenamente lo que nos quiere decir la 1Jn, si la viéramos únicamente en la perspectiva -restringida por las controversias de fe- de varios escritores eclesiásticos de los siglos IV y V. Hasta qué punto la comunión con Dios dependa de la recta fe en Cristo, es un problema para cuya dilucidación los dogmas de los siglos IV y V hicieron una aportación decisiva (en el sentido de una confirmación que entonces era necesaria). Pero es un problema que, con esa sola aportación, no se puede agotar para nuestra época. Cuando se ha captado plenamente la carta 1Jin, se tiene la solución esencial.
No se trata únicamente de doctrina ni de captar intelectualmente proposiciones de fe, sino de la comunión personal con Cristo («conocer» y «ser conocido», véase Jn 10). Lo que nos da la norma para enjuiciar a los «anticristos», es, pues (expresándolo en nuestro lenguaje) el amor a Jesús: pero un «amor a Jesús» que lo reconozca a él como el manifestador del Padre (véase Jua 10:4.14), un amor que no puede subsistir y que ni siquiera puede surgir sin la transmisión de su amor.
La piedra de toque para enjuiciar a los herejes, es el efecto de la «unción» del Espíritu Santo en nosotros 64, es decir la acción del Espíritu, el cual suscita el «conocimiento» de Jesús, o sea, el amor a Jesús: el amor (derramado en nosotros por el Espíritu) hacia Jesús y por tanto hacia Dios (véase Rom 5:5).
Volveremos otra vez sobre la cuestión de hasta qué punto se puede decir que los herejes son «mentirosos». Ahora la antítesis está más clara: Por un lado se halla la comunión con Cristo y con Dios: una comunión «conocedora». Y, del otro lado, está el rechazo de esa comunión. Por un lado está la «verdad» como realidad divina que se manifiesta en Cristo. Y del otro lado está la «mentira» como «antítesis y obscurecimiento de esa verdad» (es decir, como lucha contra la revelación de la realidad de Dios: y en esto consiste la revelación del maligno).
Este Espíritu del conocimiento de Cristo ¿tiene algo que ver con el «caminar en la verdad», es decir, no sólo con la fe sino también con el amor?
Toda la sección 2,18-27 es, de hecho, por medio de estas palabras de la «unción», una explicación de la frase dirigida a los cristianos como «padres» (2,13s), en la que se les decía que habían conocido a Cristo como el «que es desde el principio». Se trata precisamente de una aplicación de esa frase a la situación que ahora se halla en perspectiva, a la situación creada por los herejes. También esta sección de 2,18-27 sirve para los fines del autor, que trata de consolidar entre sus cristianos la gozosa seguridad de la salvación.
El final del v. 27 dice así: «Tal como os enseñó, permaneced en él.» La promesa y afirmación de la seguridad de salvación no puede hacerla un testigo de Jesucristo, si -en cierto modo- en la misma alentada no lanza también el imperativo «¡permaneced en él!». La promesa de salvación y el llamamiento a dar buena cuenta de sí son inseparables. La promesa de salvación, sin el «caminar en la luz» (que es lo que el llamamiento pretende lograr), sería una promesa caduca. Y el cumplimiento de los mandamientos, sin la promesa de la salvación, no sería más que una sombra de lo que, según la carta, es la vida cristiana. Por consiguiente, del enunciado (la «unción» permanece en vosotros) se sigue la exhortación: «permaneced en él» (véase ya el v. 24: «… que permanezca en vosotros…»). Y este llamamiento a «permanecer en él», este llamamiento a dar buena cuenta de sí mediante la práctica de los mandamientos de Cristo, domina todo lo que sigue hasta el final del capítulo. Dentro de este capítulo tercero, el llamamiento llega a su punto culminante en la redacción concreta a que se hace del mandamiento del amor en 3,16s. La segunda exposición sobre el tema «Cristo y el pecado» (3,4-10) se encuentra ya en intima relación con ello.
Y puesto que hemos sabido ya que todo va encaminado al fin de consolidar la seguridad de salvación, haremos bien en preguntarnos sin cesar si lo restante del capítulo, que sigue en 3,4 ss, no estará también quizás al servicio de esta seguridad de salvación, como lo estuvo el fragmento de 2,18-27.
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64. San Agustín, Ad I Jn, escribe: Cathedram in coelo habet qui corda docet («El que enseña a los corazones, tiene su cátedra en el cielo»). Podríamos entender erróneamente estas palabras de san Agustln como si él no hubiera refutado todavía por completo la objeción (de aquellos que se preguntan por qué quienes han sido instruidos por la unción, necesitan, por añadidura, una instrucción realizada por los hombres). Cuando san Agustín dice que el magisterio de la Iglesia no «más que una ayuda y un estimulo (que no es más que adiutoria quaedam et admonitiones), no refleja por completo el pensamiento de Juan. En efecto, sólo refleja una faceta de la concepción joánica. La otra es: en las palabras de los testigos habla el Espíritu Santo mismo. Debemos tener en cuenta la estructura «encarnatoria» del pensamiento joánico. Véase Jua 15:26s: el Espíritu Santo da testimonio y los discípulos dan testimonio a su tiempo. Cuando se entiende así la interpretación de san Agustín, cuando presuponemos la estructura «encarnatoria» y la necesidad de la encarnación del Verbo eterno («necesidad» según el plan salvífico de Dios, según la estructura que él dio a la realidad de salvación), entonces es cuando las palabras de san Agustín adquieren todo su peso y ¡no se prestan ya a ser mal interpretadas! Alguna ayuda nos ofrecen también las formulaciones de G. Ebeling, de que el Espíritu Santo es «aliento de la fe», y su función, dar entendimiento para creer.
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5 EXPECTACIÓN DE LA SALVACIÓN, FILIACIÓN DIVINA Y OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO (,3).
La sección 2,28-3,3 sirve para vincular las dos (o las tres) grandes secciones de la parte segunda, que de antemano se reconocen como muy unidas en la marcha del pensamiento: la sección «la fe en Cristo» (2,18-27), por un lado, y las dos secciones, íntimamente asociadas, «Cristo y el pecado» (3,4-10) y «el mandamiento del amor» (3,11-24), por otro lado: las dos últimas secciones, en el fondo, no son más que la variación negativa y la variación positiva sobre el mismo tema: «el mandamiento del amor».
Por consiguiente, la sección 2,28-3,3 (considerada desde el punto de vista de la marcha del pensamiento) es, indiscutiblemente, una especie de pieza intermedia o de acoplamiento. Pero es mucho más que eso. ¿Hasta qué punto?
El autor tiende el puente entre estos dos cursos del pensamiento que están íntimamente asociados, por el siguiente procedimiento: a) introducir un nuevo motivo, que en lo sucesivo ha de ser básico, el motivo de haber nacido de Dios o de ser hijos de Dios (motivo que, objetivamente, continúa los motivos aducidos hasta ahora, de la comunión con Dios, del conocimiento de Dios, etc.),
b) en relación íntima -precisamente- con este motivo, lleva a su punto culminante el motivo escatológico de 2,18-27, y
c) entrelazando estos dos motivos, asocia también el motivo de la interpelación (el motivo exhortativo), y de este modo lo consolida.
Precisamente esta consolidación del motivo interpelativo es de importancia para lo siguiente, porque, si comparamos 3,4-24 con 2,18-27, vemos que el motivo interpelativo, que se contenía en 2,24 y principalmente en el final del v. 27 («permaneced en él»), es continuado ahora en una línea más amplia.
Ahora bien, en 2,28-3,3 hay algo más que un simple acoplamiento de tres motivos. Lo característico de la sección que estamos estudiando, consiste en que el motivo escatológico (el motivo de la expectación de la salvación) aparece aquí con más énfasis que en ninguna otra parte de las cartas o del Evangelio de Juan. En este aspecto, nuestra sección es un punto culminante dentro de los escritos joánicos.
Resumiendo, pues, podemos formular así la índole propia de esta sección: ,3 es una pieza de acoplamiento que tiene la misión de consolidar el decisivo motivo interpelativo, y que para ello introduce de nuevo el motivo de la filiación divina, un motivo que en lo sucesivo ha de ser codeterminante. Pero, desde un principio, los coloca a ambos bajo el aspecto de la «esperanza» (véase, especialmente,1Jn 3:3).
De este modo, la pieza intermedia o de acoplamiento, considerada también en sí misma, se convierte en una afirmación de salvación: en una afirmación y promesa que tiene peso propio. El contenido de estos cinco versículos podemos enunciarlo de la siguiente manera: Al comienzo y al final, la sección queda resumida, cada vez, en un versículo que asocia el motivo ético con el motivo escatológico (2,28 y 3,3):
2,28: «permaneced…»- «para que, cuando se manifieste…»
3,3: «… esta esperanza»-«… se vuelve puro»
Los tres versículos que quedan en medio, los v. 2,29-3,2, tienen el siguiente contenido:
2,29: asociación del motivo ético con el de haber nacido de Dios.
3,1: el motivo de la filiación divina entra, él solo, en el horizonte de la perspectiva;
3,2: asociación del motivo de la filiación divina con el motivo escatológico.
28 Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que, cuando él se manifieste, tengamos confianza y en su parusía no nos veamos avergonzados, lejos de él.
Por única vez en los escritos joánicos aparece aquí la palabra «parusía». El llamamiento «permaneced en él» se ve corroborado ahora por la perspectiva de la llegada del Señor, que vendrá a juzgar 65, tal como la espera todo el cristianismo primitivo 66, y hace que en el día de su juicio no nos avergoncemos ante él y tengamos «confianza»: una de las palabras que el cristianismo primitivo amó como pocas.
Lo que acontezca, en el juicio de Cristo, a los que permanezcan en Cristo, no es sencillamente el que a ellos se les vaya a dejar en paz. Sino que este permanecer en Cristo es ya la salvación: es la libertad y la alegre confianza ante él y ante su Padre. Y esto es ya la comunión consumada, la comunión que inunda de dicha 67.
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65. El autor, para referirse a esta venida para juzgar, utiliza el mismo verbo «manifestarse» que utilizó para designar la primera venida en carne. Las dos «manifestaciones» están íntimamente relacionadas. Son la revelación unitaria de Dios, pero distanciada temporalmente.
66. Se ha sostenido a veces que la manera joánica de pensar (principalmente en el cuarto Evangelio) corrige esta primitiva expectación cristiana de la parusía. Frente a esto, precisamente la sección que estamos estudiando y especialmente el v. 28 muestran lo íntimamente vinculado que permanece el mundo joánico de ideas, no obstante sus peculiaridades, con la fe de toda la Iglesia (por lo menos, en el caso de la carta 1Jn; pero, a mi parecer, también -fundamentalmente- el cuarto Evangelio. Incluso «avergonzarse» y «confianza» no son expresiones específicamente joánicas, sino que son universales del cristianismo primitivo.
67. La palabra griega parrhesía (= confianza), que se utiliza aquí, significa la franqueza y apertura que puede y quiere decirlo todo.
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29 Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que practica la justicia ha nacido de él 68.
Lo nuevo, lo importante en este versículo, y que llama inmediatamente la atención, es el giro final: «ha nacido de él» (de Dios). Conviene reflexionar sobre estas expresiones desacostumbradas para nosotros, y que designan algo de lo que hemos oído hablar ya con frecuencia. La expresión «nacidos de Dios» puede tal vez decirnos más acerca de nuestra relación con Dios que el concepto de «hijos de Dios», un concepto que está ya un poco manido.
Ahora bien, ¿cómo llega el autor a emplear esta expresión? El hecho de que el autor vaya a usarla en lo sucesivo, y de que por tanto ponga rumbo hacia ella, es algo que podemos ver fácilmente. Pero ¿qué quiere decirnos en toda esta frase?
Con esta exhortación: «¡Sabed…!», pretende seguir tras la meta que le ha servido de orientación hasta ahora. Quiere decirnos cómo podemos conseguir la seguridad de nuestra salvación. O, más exactamente, quiere grabarnos cada vez más profundamente que Dios nos facilita y regala esa gozosa confianza. Hemos de tener la alegre «confianza», no sólo cuando llegue el día del juicio, sino que ya desde ahora, debe ir germinando en nosotros esta confianza, y debe irse convirtiendo en la energía de nuestro vivir de cristianos.
En 2,3 se había dicho que conocemos nuestra comunión con Cristo («que lo hemos conocido») y con ello nuestra comunión con Dios por el hecho de que guardamos los mandamientos de Cristo. Según nuestro v. 29, conoceremos que somos hijos de Dios ( = que hemos nacido de Dios) si «practicamos la justicia». Porque, he aquí lo que quiere decir inmediatamente el versículo: todo el que practica la justicia, ha nacido de Dios. Y así tiene que ser, porque «sabemos» que «él» (¿Dios o Cristo?) es justo.
En el v. 28 se hablaba claramente de Cristo. En la expresión «nacido de él», del v. 29, sólo puede hablarse de Dios. ¿Cambia, por tanto, el sujeto al que se refiere el aserto? ¿Comienza un razonamiento completamente nuevo? ¡De ningún modo! El v. 29 forma parte estrechamente del contexto de la sección. ¿O se ha utilizado una fuente, y aparece aquí todavía la costura? Tampoco esto es probable. Este aparente cambio de sujeto se explica únicamente por la peculiar manera joánica de ver íntimamente unidos a Dios y a Cristo, de verlos el uno en el otro (véase anteriormente, sobre 2,22-25).
Sospechamos que en la primera parte del v. 29 se habla todavía de Cristo. Y, en consecuencia, habría que entender la frase, de la siguiente manera: Si sabéis que él (Cristo) es justo (y se muestra, por tanto, como Hijo de Dios), entonces sabréis también que todo el que practica la justicia, ha nacido de Dios. En favor de esta interpretación habla no solamente el hecho de que a Cristo se le haya designado antes expresamente, en 2,1, como el justo (también a Dios se le designa, en 1,9, como «justo»); sino también el que la conducta de Cristo, según 2,6, sea la norma de nuestra conducta, y principalmente el que 3,3 tenga esta misma estructura. En este último lugar encontramos también la alusión a la pureza de Cristo («como puro es él»). Con seguridad, hallamos aquí la expresión que también en otras partes alude a Cristo. Si esta comprensión está justificada, detrás de esta manera joánica de expresarse, tan poco clara (aparentemente), habría una profundísima visión del «haber nacido de Dios»: sería algo que sólo podría comprenderse desde Cristo. Podríamos ser «hijos de Dios», únicamente participando de la filiación del único que por esencia es «el Hijo».
Al v. 29 podría añadirse ahora, sin más, los v. 3,4 ss. Ahora bien, ni el motivo del «haber nacido de Dios» ni, principalmente, el motivo de la expectación de la salvación han llegado ya al punto culminante, es decir, no se han profundizado todo lo que el autor necesita como base para 3,4 ss.
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68. Al parecer, en este versículo se habla primero de Cristo («que él es justo») y luego de Dios («ha nacido de él»). Este curioso cambio del sujeto de quien se habla, no debe explicarse -seguramente- por la elaboración de las fuentes, sino por la peculiar manera joánica de ver a Dios y a Cristo, el uno en el otro.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
— intercesor: La transcripción literal del término griego seria: paracleton, uno de los títulos dados al Espíritu Santo en la tradición cristiana, sobre todo en la tradición joánica. Ver nota a Jua 14:16.
— justo: En el sentido que solemos dar a la palabra “santo”, es decir, en cuanto designa a una persona que es modelo de rectitud y perfección.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Jua 14:16; Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7; (ver Rom 8:34; Heb 7:25; Heb 9:24).
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
La propiciación por los pecados. 1 A menudo Juan designa a sus destinatarios con el nombre de hijitos. Aquí utiliza un cariñoso diminutivo, hijitos míos (gr. teknia; se repite siete veces en 1 Jn. y una o tal vez dos veces en todo el resto del NT). Les dice que la razón que le mueve a escribirles es para que no pequéis. Ya nos ha dicho que les escribe para que sus lectores disfruten de comunión con ellos (1:3) y para que su gozo sea completo (1:4). El tercer motivo que aduce concuerda con los anteriores, pues el pecado desbarata la comunión y destruye el gozo. El pecado y un cristianismo vital son incompatibles (cf. 3:6, 9; 5:18). Pero si el cristiano no vive en pecado también es cierto que nunca en su vida se libera totalmente del pecado (1:8). Mientras más cerca estemos de Dios, más sensibles estarán nuestras conciencias y más nos daremos cuen ta de que somos pecadores. Una consecuencia paradójica de esto es que llegamos a apreciar el hecho de que en nuestro estado pecaminoso somos indignos de acercarnos a nuestro Dios grande y san to. Necesitamos ayuda. Y Juan nos asegura que tenemos la ayuda que necesitamos. Juan nos dice ahora que si alguno peca, abogado tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo. Abogado (gr. parakletos) tiene una connotación legal y a menudo indica el abogado defensor. Es el amigo con que contamos en el juicio. “La imagen es la de la corte real en la cual un suplicante necesita a alguien más grande que él, uno que sea oído por el rey, para pe dir por su caso” (J. L. Houlda, A Commentary on the Johnannine Epistles [Black, 1973], p. 64). El uso del término nos dice que el pecador no tiene un caso fácil. Su situación es comprometida ante el Padre y necesita ayuda. Su libertador es Jesucristo el justo. Más lógico habría sido “misericordioso” o algo por el estilo. Pe ro concuerda con el contexto de todo el NT que Dios perdona de una manera que satisface su justicia. El perdón no abroga la ley moral sino que la establece.
2 A Cristo también se lo denomina la expiación por nuestros pecados, lo cual significa que no se trata solamente de quitar la culpabilidad por el pecado, ya que expiación (gr. hilasmos) significa anular la ira. Hay una ira divina contra toda forma de pecado (cf. Rom. 1:18), y el perdonar no significa ignorar esta ira. Una manera de ver la obra salvadora de Cristo es mirarla como propiciación. Esto no constituye toda la historia pero sí una parte de la misma, una verdad que muchos teólogos modernos pasan por alto. Y Cristo forjó una provisión amplia; su propiciación es eficaz para los pecados … de todo el mundo.
Aquellos que se oponen a la idea de propiciación a veces lo hacen basados en que eso significa poner a Jesús en contra del Padre celestial. Por supuesto, éste no es el caso. El Padre y el Hijo están de acuerdo en la manera en que se lleva a cabo la salvación, como lo están en todo lo demás. Hay una ira divina contra todo mal, y si los pecadores han de ser perdonados algo debe hacerse para lograrlo. Un aspecto del perdón de Dios tiene que ver con su enojo contra el pecado (Sal. 78:38); y un aspecto de la obra expiatoria de Cristo tiene que ver con la ira divina contra el mal. Tanto el Padre como el Hijo consideran al pecado como algo serio y en su obra expiatoria Jesús está haciendo la voluntad del Padre (cf. Heb. 10:7).
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
2.1 Juan emplea la expresión «hijitos» de una forma paternal y afectuosa. No está menospreciando a sus lectores sino mostrándoles afecto. Juan en ese momento era muy anciano, había empleado gran parte de su vida en el ministerio y muchos de sus lectores eran sus hijos espirituales.2.1, 2 A las personas que se sienten culpables y condenadas Juan les ofrece confianza. Ellas saben que han pecado, y Satanás (llamado «acusador de nuestros hermanos» en Rev 12:10) está exigiendo la pena de muerte. Cuando usted se sienta de esa manera, no pierda la esperanza. El mejor abogado defensor del universo está a cargo de su causa. Jesucristo, nuestro defensor, es el Hijo del Juez. Ya sufrió el castigo en su lugar. Usted no debe intentarlo otra vez porque ya su nombre no está en la lista de los encausados. Unido con Cristo, está tan seguro como El. No tema pedirle que se haga cargo de su caso; El ya obtuvo la victoria (véanse Rom 8:33-34; Heb 7:24-25).2.2 Jesucristo es el sacrificio expiatorio por nuestros pecados (véase también 4.10). El puede presentarse delante de Dios como nuestro mediador porque su muerte satisfizo la ira de Dios contra el pecado y pagó la pena de muerte por ellos. De esa manera, Cristo satisface los requisitos de Dios y quita nuestro pecados. En El somos perdonados y purificados.2.2 Algunas veces tenemos dificultad para perdonar a alguien que nos ha ofendido. ¡Imagínese cuán difícil debe ser tener que decir a cada persona que estamos dispuestos a perdonarla sin importar lo que hagan! Eso es lo que hizo Dios en la persona de Jesucristo. Nadie, sin importar lo que haya hecho, está fuera de la esperanza del perdón. Lo único que tenemos que hacer es volvernos a Jesucristo y entregarle nuestra vida.2.3-6 ¿Cómo puede estar seguro de que pertenece a Cristo? Este pasaje menciona dos modos de saberlo: si usted hace lo que Cristo dice y vive como Cristo quiere. ¿Y qué quiere Cristo que hagamos? Juan responde en el 3.23 «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros». La fe cristiana verdadera se traduce en una conducta afectuosa; esa es la razón por la que Juan dice que nuestra conducta nos otorga la seguridad de que pertenecemos a Cristo.2.6 «Andar como El anduvo» o vivir como vivió Cristo no significa escoger doce discípulos, realizar grandes milagros y ser crucificado. No podemos tratar de imitar la vida de Cristo, porque mucho de ella tuvo que ver con su identidad como Hijo de Dios, su misión especial al morir por el pecado y el contexto cultural del primer siglo del mundo romano. Para vivir hoy como Cristo vivió en el primer siglo, debemos seguir su ejemplo de total obediencia a Dios y de servicio afectuoso a las personas.2.7, 8 El mandamiento de amar a los demás es nuevo y es antiguo al mismo tiempo. Es antiguo porque viene del Antiguo Testamento (Lev 19:18) y es nuevo porque Jesús lo interpretó de una manera totalmente nueva (Joh 13:34-35). En la iglesia cristiana, el amor no se expresa solo al mostrar respeto; también se expresa mediante la abnegación y el servicio (Joh 15:13). Por esa razón, puede definirse como «dar incondicionalmente». Va más allá de los amigos y llega hasta los enemigos y perseguidores (Mat 5:43-48). El amor debe ser la fuerza unificadora y la marca distintiva de la comunidad cristiana. Es la clave para andar en la luz, porque no podemos crecer espiritualmente mientras odiamos a los demás. Una relación creciente con Dios produce una relación creciente con los demás.2.9-11 ¿Eso significa que, si a usted no le agrada alguien, usted no es un cristiano? Estos versículos no se ocupan de no aceptar a los cristianos desagradables. Siempre habrá personas que no nos agradarán tanto como otras. Las palabras de Juan señalan la actitud que motiva despreciar o marginar a otros, tratarlos como irritantes, competidores o enemigos. Afortunadamente, el amor cristiano no es un sentimiento sino una elección. Podemos optar por interesarnos por el bienestar de las personas y preocuparnos por ellas con respeto, sintamos o no afecto por ellas. Si optamos por amar a otros, Dios nos ayudará a expresar nuestro amor.2.12-14 Juan escribe a creyentes de diferentes edades, sus «hijitos» que habían experimentado perdón por medio de Jesucristo. Los mayores («padres») eran personas maduras en la fe que mantenían una relación duradera con Cristo. Los jóvenes habían luchado con las tentaciones de Satanás y habían vencido. Los hijitos y las hijitas habían aprendido acerca de Cristo y apenas comenzaban su viaje espiritual. En cada etapa de la vida, la Palabra de Dios es importante. Cada etapa de la vida en el peregrinaje cristiano se levanta sobre la otra. A medida que los hijitos aprenden acerca de Cristo, van creciendo en su capacidad para sobreponerse a la lucha de las tentaciones. A medida que los jóvenes van de victoria en victoria, crecen en su relación con Cristo. Los mayores, habiendo conocido a Cristo durante años, han desarrollado la necesaria sabiduría para enseñar a los jóvenes y empezar el ciclo nuevamente. ¿Es su crecimiento cristiano apropiado para la etapa de su vida?2.15, 16 Algunas personas piensan que las mundanalidades tienen que ver con la conducta externa: con las personas con quienes nos juntamos, los lugares que frecuentamos, las actividades de que disfrutamos. Eso no es totalmente cierto, porque la mundanalidad empieza en el corazón y se caracteriza por estas tres actitudes: (1) deseos de la carne, afán por la satisfacción de deseos físicos, (2) deseos de los ojos, anhelo y acumulación de cosas, y (3) vanagloria de la vida, obsesión con el nivel social o la importancia de uno. Cuando la serpiente tentó a Eva (Gen 3:6), la tentó en estos tres aspectos. También cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto, esas fueron sus tres esferas de ataque (véase Mat 4:1-11).Por contraste, Dios valora el dominio propio, un espíritu generoso y un servicio humilde. Es posible dar la impresión de que evitamos los «placeres mundanos», mientras todavía albergamos actitudes mundanas en nuestro corazón. Es también posible, como Jesús, amar a los pecadores y pasar el tiempo con ellos mientras se mantienen los valores del reino de Dios. ¿Cuáles son los valores más importantes para usted? ¿Su conducta refleja los valores del mundo o los valores de Dios?2.17 Cuando es fuerte nuestro afecto por los bienes materiales, es difícil creer que un día se desvanecerá lo que deseamos. Y puede parecer aun mucho más difícil creer que la persona que hace la voluntad de Dios vivirá para siempre. Pero esa era la convicción de Juan basada en los hechos de la vida, muerte, resurrección y promesas que Jesús hizo. Al saber que este mundo de maldad y su pecado tendrá fin, nos da ánimo para controlar nuestra codicia, conducta desenfrenada y continuar haciendo la voluntad de Dios.2.18-23 Juan habla del último tiempo, el período entre la primera y la segunda venidas de Cristo. Los lectores de 1 Juan en el primer siglo vivían en el último tiempo al igual que nosotros. Durante este tiempo aparecerán «anticristos» (falsos maestros que pretendían ser cristianos y que engañaban a miembros débiles, alejándolos de Cristo). Por último, antes que el mundo termine, surgirá un gran anticristo (Rev 13:19-20; Rev 20:10). Sin embargo, no debemos temer a ese maligno. El Espíritu Santo muestra sus errores para que no seamos engañados. No obstante, debemos enseñar la Palabra de Dios con claridad y con cuidado a los débiles que están entre nosotros, de modo que no sean presa de esos falsos maestros, que «vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mat 7:15).2.19 Los anticristos no fueron totalmente extraños a la iglesia; un día salieron de ella, pero en realidad no pertenecieron a ella. Juan no dio una razón por la que no permanecieron. Es claro que sus razones para formar parte, al comienzo, fueron equivocadas. Hoy muchas personas son «cristianas» por menos que las mejores razones. Quizás ir a la iglesia sea una tradición familiar. A lo mejor gustan de los contactos sociales y de negocios que pueden desarrollar allí. O posiblemente el ir a la iglesia es un hábito de años, y nunca se detuvieron a preguntarse por qué lo hacían. ¿Cuál es su razón fundamental para ser cristiano? A menos que sea una razón cristocéntrica, usted podría en realidad no serlo. No debiera conformarse con menos de lo que es mejor. Usted puede relacionarse con Cristo personalmente y llegar a ser un discípulo leal y confiable.2.20 Por lo general, unción se refiere al derramamiento de un aceite especial. El aceite se usaba para consagrar a los reyes y a las personas especiales para el servicio (1Sa 16:1, 1Sa 16:13), y también se usa en la iglesia cuando alguien está enfermo (Jam 5:14). «Pero vosotros tenéis la unción del Santo» se podría leer: «Se le ha dado a usted el Espíritu Santo por el Padre y el Hijo». Cuando una persona se entrega a Cristo recibe el Espíritu Santo. Una de las formas en que el Espíritu Santo ayuda al creyente y a la Iglesia es por comunicar la verdad. Jesucristo es la verdad (Joh 14:6) y el Espíritu Santo guía a los creyentes a El (Joh 16:13). Los que están en contra de Cristo también están en contra de la verdad, y el Espíritu Santo no obra en sus vidas. Cuando somos guiados por el Espíritu podemos permanecer en contra de los falsos maestros y del anticristo. Pídale al Espíritu que lo guíe cada día (véase 2.27).2.22, 23 Al parecer los anticristos de la época de Juan intentaban ser leales a Dios mientras negaban y se oponían a Cristo. Juan afirma categóricamente que hacer eso es imposible. Como Jesucristo es el Hijo de Dios y el Mesías, negarlo es rechazar la forma en que Dios se reveló al mundo. Una persona que acepta a Cristo como el Hijo de Dios acepta al mismo tiempo a Dios el Padre. Los dos son uno y no se les puede separar. Muchos miembros de sectas se denominan «cristianos» pero niegan que Jesucristo sea divino. Debemos poner al descubierto esas herejías y oponernos a dichas enseñanzas para que los débiles no sucumban a ellas.2.24 Estos cristianos habían escuchado el evangelio, al parecer de Juan mismo. Sabían que Cristo era el Hijo de Dios, que murió por sus pecados y que resucitó para darles nueva vida, y que regresaría para establecer su Reino en forma completa. Pero ahora estaban infiltrados por los maestros que negaban las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, y algunos de los creyentes estaban en peligro de sucumbir a los argumentos falsos. Juan los anima a aferrarse a la verdad cristiana que escucharon desde el principio de su andar con Cristo. Es más importante crecer en nuestro conocimiento del Señor que depender de nuestra comprensión obtenida mediante un cuidadoso estudio, y enseñar esas verdades a los demás. Sin embargo, por mucho que sepamos, nunca debemos abandonar las verdades fundamentales acerca de Cristo. Jesucristo siempre será el Hijo de Dios, y su sacrificio por nuestros pecados es permanente. No hay verdad que pueda contradecir estas enseñanzas bíblicas.2.26, 27 Cristo había prometido enviar al Espíritu Santo para enseñar a sus discípulos y para recordarles todas las cosas que Jesús les había enseñado (Joh 14:26). Como resultado, los cristianos tienen al Espíritu Santo en ellos («la unción») para evitar que se desvíen. Además, tienen la Palabra inspirada de Dios, que puede revelar las enseñanzas cuestionables. Para permanecer en la verdad de Cristo debemos seguir su Palabra y su Espíritu. Permita que el Espíritu Santo le ayude a distinguir la verdad del error. Para mayor información acerca del Espíritu Santo, lo que es y hace, véanse las notas sobre Joh 3:6; Act 1:5 y Eph 1:13-14.2.27 Cristo vive (permanece) en nosotros por medio del Espíritu Santo, y además nosotros vivimos en Cristo. Eso significa que ponemos nuestra absoluta confianza en El, dependemos de El para dirección y fortaleza, y vivimos como El quiere que vivamos. Eso significa que nuestra relación con El es personal y vivificante. Juan usó la misma idea en Juan 15, donde habla de Cristo como la vid y de sus seguidores como los pámpanos (véase también 3.24; 4.15).2.28, 29 La prueba visible de ser cristiano es su conducta recta. Muchas personas hacen cosas buenas pero no tienen su fe puesta en Jesucristo. Otros afirman que tienen fe pero rara vez producen buenas obras. Un déficit, ya sea en la fe o en la conducta recta, será motivo de vergüenza cuando Cristo vuelva. Debido a que la verdadera fe siempre produce buenas obras, los que afirman que tienen fe y los que viven constantemente de forma recta son verdaderos creyentes. Las buenas obras no producen salvación (véase Eph 2:8-9) pero son necesarias para probar que la verdadera fe está en realidad presente (Jam 2:14-17). UN LIBRO DE CONTRASTESUna de las características distintivas del estilo de Juan en sus escritos fue su costumbre de presentar ambos lados de un conflicto. Escribió para mostrar la diferencia entre el cristianismo verdadero y cualquier otra cosa. Aquí están algunos de sus contrastes favoritos.Luz y tinieblas:Jam 1:5Mandamiento nuevo y mandamiento antiguo:Jam 2:7-8Amar a Dios y amar al mundo:Jam 2:15-16Cristo y el anticristo:Jam 2:18Verdad y mentira:Jam 2:20-21Hijos de Dios e hijos del diablo:Jam 3:1-10Vida eterna y muerte eterna:Jam 3:14Amor y odio:Jam 3:15-16Enseñanza verdadera y enseñanza falsa:Jam 4:1-3Amor y temor:Jam 4:18-19Con vida y sin vida:Jam 5:11-12
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
NOTAS
(1) “Cometan un pecado.” Gr.: ha·már·te·te, un verbo en el aoristo de subjuntivo. Según A Grammar of New Testament Greek, por James H. Moulton, tomo I, 1908, p. 109: “el Aoristo tiene el efecto de convertir en momentos, es decir, considera la acción como un momento: representa el momento de entrada […] o el de terminación […] o mira a una acción entera como algo que sencillamente ha sucedido, sin distinguir pasos en su progreso”.
(2) Lit.: “paráclito; paracleto”. Gr.: pa·rá·kle·ton.
REFERENCIAS CRUZADAS
a 29 Gál 6:1; 1Jn 3:6
b 30 Rom 8:34; Heb 7:25
c 31 1Ti 2:5
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Abogado. Juan usa aquí la misma palabra griega que usa en Jn 14:16 para el Espíritu Santo. Aquí se presenta a Cristo como el intercesor de los creyentes ante el Padre (cp. He 7:25).
Fuente: La Biblia de las Américas
1 (1) La palabra griega traducida hijitos era usada a menudo por personas de edad al dirigirse a los más jóvenes. «Es un término que denota afecto paternal. Se aplica a los cristianos sin tener en cuenta el crecimiento. Se usa en los vs.12, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21; Jua_13:33 Gál_4:19 » (Darby). El apóstol, ya entrado en años, consideraba como amados hijos suyos en el Señor a todos los destinatarios de su epístola. En los vs.13-27 los clasificó en tres grupos: niños, jóvenes y padres. Los vs.1-12 y 28-29 están dirigidos a todos los destinatarios en general, y los vs.13-27, a los tres grupos respectivamente, según su crecimiento en la vida divina.
1 (2) Se refiere a lo mencionado en 1:5-10 con respecto a los pecados cometidos por los hijos de Dios, los creyentes regenerados, quienes tienen la vida divina y participan de su comunión (1:1-4).
1 (3) Estas palabras y la frase sí alguno peca indican que todavía es posible que los creyentes regenerados pequen. Aunque ellos poseen la vida divina, es posible que pequen si no viven por la vida divina y no permanecen en su comunión.
1 (4) En el griego está en aoristo subjuntivo, lo cual denota un hecho aislado, y no una acción habitual.
1 (5) Véase la nota. 2 (4) del cap. 1. El Señor Jesús como nuestro Abogado vive en comunión con el Padre.
1 (6) Aquí este título divino indica que nuestro caso, del cual el Señor Jesús como nuestro Abogado se encarga, es un asunto familiar, un caso entre los hijos y el Padre. Por medio de la regeneración nacimos como hijos de Dios. Después de ser regenerados, si pecamos, contra nuestro Padre pecamos. Nuestro Abogado, quien es el sacrificio por nuestra propiciación, toma nuestro caso para restaurar nuestra comunión con el Padre, a fin de que permanezcamos en el disfrute de la comunión divina.
1 (7) La palabra griega se refiere a alguien que es llamado a acudir al lado de otro para ayudarle; por ende, un ayudante. Se refiere también a alguien que ofrece ayuda legal o que intercede a favor de otra persona; por consiguiente, un abogado, asesor legal o intercesor. La palabra conlleva la idea de consolar y consolación; por eso, se puede traducir consolador. Se usa en el Evangelio de Juan (14:16, 26; 15:26; 16:7), refiriéndose al Espíritu de realidad como nuestro Consolador interior, Aquel que atiende nuestro caso o nuestros asuntos (véase la nota 16 (1) de Jn 14). Se usa aquí para referirse al Señor Jesús como nuestro Abogado ante el Padre. Cuando pecamos, El se encarga de nuestro caso intercediendo ( Rom_8:34) y suplicando por nosotros basándose en la propiciación que logró.
1 (8) Nuestro Señor Jesús es el único justo entre todos los hombres. Su acto de justicia ( Rom_5:18) en la cruz satisfizo a nuestro favor y a favor de todos los pecadores lo que el Dios justo requería. Solamente El está calificado para ser nuestro Abogado, para cuidarnos en nuestra condición de pecadores y restaurarnos a una condición justa a fin de que haya una relación de paz entre nosotros y nuestro Padre, quien es justo.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
abogado. Lit., uno a quien se llama para que venga al lado nuestro, un ayudador o defensor en un raso ante los tribunales. Sólo Juan lo usa en el NT, y es traducido, «Consolador» (aplicado al Espíritu Santo) en Jua 14:16; Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
15 (II) Caminar en la luz (1,5-2,29). El primer ataque contra los disidentes contiene una lista de elementos característicos de la parénesis de iniciación de la comunidad. Debemos llevar una vida de acuerdo con los atributos de Dios, verdadero origen de todo lo que posee la comunidad, luz (1,5), fidelidad y justicia (1,9).
(A) La exhortación de los dos caminos (1,5-2,17). La dicotomía entre la luz y las tinieblas refleja la división ética entre los que viven de acuerdo con los mandamientos de Dios y los que no. El contraste ético entre los «dos caminos» de las tinieblas y la luz está ampliamente desarrollado en LQ (p.ej., 1QS 3,13-4,26; → Teología joánica, 83:31-32).
(a) Dios es luz (1,5). 5. Mensaje: Angelia aparece aquí y en 1 Jn 3,11; la forma verbal se utiliza para expresar la misión encomendada a María en Jn 20,18. Se refiere al «evangelio» predicado por los maestros joánicos y recuerda a los lectores lo que les fue predicado cuando se convirtieron a la fe en Jesús. Dios es luz: Una de las tres descripciones de Dios: Espíritu (Jn 4,24); amor (1 Jn 4,8.16b). Jn 1,4.5.9 describe la Palabra como la «luz de la humanidad». Los creyentes caminan en la luz. Los que optan por el mal caminan en las tinieblas (p.ej., Jn 3,19; 8,12; 12,35.46). El centro de interés es Dios. Lo que viene a continuación desarrolla las consecuencias éticas de esta afirmación básica.
(b) La libertad frente al pecado (1,6-2,2). Si las tinieblas no están asociadas a Dios, entonces el cristiano debe liberarse del pecado. Las tres situaciones desautorizadas (w. 6.8.10) reflejan tres premisas falsas sobre la liberación del pecado. Cada una de ellas se «corrige» con la afirmación verdadera que le corresponde (w. 7.9; 2,1). 6-7. Caminar en las tinieblas, mentir y «no obrar de acuerdo con la verdad» son expresiones equivalentes que designan la vida opuesta a Dios en este contexto de exhortación dicotómica. La preocupación por el hecho de que pueda afirmarse tener «comunión con Dios» sin llevar un «estilo de vida» acorde con esta comunión remite a las parénesis de iniciación de la comunidad. O quizás sea un reflejo de las afirmaciones defendidas por los disidentes. 7. estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús nos purifica: Las condiciones adicionales para la liberación del pecado son la permanencia en la comunidad y la purificación de los pecados consumada en la muerte expiatoria de Jesús. El evangelio no se extiende en el carácter sacrificial de la muerte de Jesús (Jn 1,29). Otros pasajes del NT desarrollan el tema de la muerte de Cristo como redención de la humanidad (Rom 3,25; Heb 9,12-14; 10,19-22; Ap 1,5). 8-9. La referencia al pecado al final del versículo anterior provee la palabra clave para el segundo argumento, justo y fiel…: Los atributos de Dios asociados con la alianza se invocan para afirmar que Dios purifica a los que reconocen sus pecados. El autor parece estar refiriéndose a algún tipo de confesión pública. 1,10-2,2. El par final se centra en Cristo como expiación de los pecados e intercesor celestial (paraklétos) junto a Dios. La teología de la muerte redentora de Cristo, víctima inmaculada y sacerdote sin pecado, unida a su función de intercesor celestial, se encuentra ampliamente desarrollada en Heb 9-10. Cristo está sentado a la derecha del Padre y su sangre nos continúa purificando (9,14). Los cristianos son exhortados a depositar su confianza en el «gran sacerdote celestial» (Heb 4,16; 10,19). Esta sección de 1 Jn contiene todos los elementos de esta tradición. El carácter sacrificial de la muerte de Cristo quizás se desarrolló en la etapa judío-cristiana de la tradición joánica.
16 Paráclito: «Abogado», «intercesor», «consejero» es característico de la tradición joánica. En el evangelio (→ Juan, 61:185), el Espíritu/Paráclito se concibe de acuerdo con Jesús, «otro Paráclito» (14,16), sugiriendo así que el Jesús terreno fue en realidad un «Paráclito» para la comunidad. 1 Jn 2,1 refleja una etapa más primitiva de esta misma tradición al describir al Jesús glorificado como abogado celestial de los fieles (→ Teología joánica, 83:52).
17 Al parecer, este material procede de las catequesis de iniciación de la comunidad. La ceremonia de iniciación descrita en 1QS 1,18-3,22 incluía una liturgia de la alianza con confesión pública de los pecados seguida de la declaración solemne de que solamente los que habían abandonado el camino de las tinieblas para convertirse al camino de la luz eran dignos de formar parte de la comunidad. La persona que no se hubiera convertido a Dios no podía ser purificada ni por el agua ni por la expiación. El que se unía a la secta pasaba a formar parte de una comunión eterna (1QS 3,11-12). A los sectarios se les advierte de que sigan al Espíritu de la Verdad y caminen en la luz y rechacen al Ángel de las Tinieblas, siempre dispuesto a seducir a los hijos de la luz. El NT no contiene la descripción de una ceremonia similar, pero sí presenta paralelos a los temas principales: la conversión como el paso de Satanás a Dios, de las tinieblas a la luz, que se acompaña del perdón de los pecados (Hch 26,18; Col 1,13-14; Ef 5,6-11; 1 Pe 1,16-23).
18 (b) Guardar los mandamientos (2,3-11). Esta sección enfatiza la noción bíblica de «conocer a Dios» en el sentido de «guardar los mandamientos de Dios». En el evangelio, el «conocimiento de Dios» distingue a los que creen en Jesús del mundo hostil (1,10-13; 14,7). Esta tradición podría distorsionarse hasta disociar el conocimiento de Dios de la actuación ética. La sección se estructura alrededor de tres afirmaciones. Cada una de ellas se «corrige» con la adición de la dimensión ética: (a) si alguien afirma «le conozco» [= «a Jesucristo, el justo», v. 2], dicha persona debe ser obediente (w. 4-5); (b) si alguien afirma «estoy en él», debe caminar como él caminó (v.6); (c) si alguien afirma estar «en la luz», debe amar a su hermano (v. 9). 4. un mentiroso; la verdad no está en él: Se trata de una reformulación de 1,6.8. Representa la última aplicación de la dicotomía luz/tinieblas en 1 Jn. 5. el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud: El gen. «de Dios» puede referirse tanto al amor de la humanidad por Dios como al amor de Dios por la humanidad, mas probablemente designa al amor como la esencia de la revelación de Dios. En 1 Jn 4,8.16.20; 5,2-3 se describe el amor de Dios por la humanidad como el origen del amor en el seno de la comunidad cristiana. La vinculación entre el amor, la guarda de los mandamientos y la permanencia en Dios había aparecido ya en Jn 14,23-24. El amor de Dios se lleva a plenitud en la comunidad que lo expresa manteniéndose fiel a la palabra de Jesús y acogiendo así la presencia del Padre/Hijo en ella. 6. tiene que caminar como Cristo caminó: El modelo de Cristo para los creyentes es el del amor entregado hasta la muerte (1 Jn 3,16; 4,11).
19 7. el mandamiento nuevo: El mandamiento del amor como distintivo de la comunidad cristiana y fundamento de su pretensión de conocer a Dios es introducido aquí como un mandamiento «antiguo», puesto que ha formado parte de la doctrina recibida por la comunidad joánica desde el principio. Cf. Jn 13,34. La asociación que nos presenta Jn 13,34 entre este mandamiento y el ejemplo de Jesús (véase también Jn 15,12) provee el vínculo de unión que conecta esta sección con el v. 6. 8. ya brilla la luz verdadera: Expande el v. 7 recordando al lector la «escatología realizada» del evangelio, que identifica a Cristo con la luz que brilla en las tinieblas (1,5; 8,12; 9,5). 11. las tinieblas le han cegado los ojos: Varios pasajes del evangelio se refieren a los que rechazan la luz como los que caminan en las tinieblas o los que están ciegos (9,39-41; 11,9-10; 12,35.46). 1 Jn insiste en que el creyente que no ama demuestra ser tan «ciego» como los que han rechazado a Jesús. 1 Jn 2,11; 3,15; 4,20 contrastan «odio» con «amor». En el evangelio, se dice «del mundo» -es decir, de las personas de fuera de la comunidad que perseguían activamente a los cristianos que «os odiará» (15,18-16,4a; 17,14). Este odio representa el mismo «odio de Dios» que se expresa en el rechazo a Jesús. Aquí, este conjunto de imágenes se aplica a las relaciones existentes entre los cristianos. 1 Jn 2,19 dejará claro que los disidentes han abandonado la comunión con el autor y con los destinatarios de la epístola. Su partida se caracteriza como un ejemplo del odio descrito en 1 Jn.
20 (d) Triple recomendación (2,12-14). Estos versículos son los primeros de dos secciones parenéticas que interrumpen la continuidad entre la advertencia general sobre el odio al hermano cristiano y la aplicación de esta advertencia a la situación de la comunidad dividida por los disidentes, los «anticristos» de 2,18. Esta sección prepara al lector para la imagen apocalíptica de 2,18 caracterizando a los cristianos como los que conocen al Padre, conocen al Hijo, están habitados por la palabra de Dios y, por tanto, han vencido «al maligno». La estructura de los tres grupos divididos según la edad, «hijos, padres, jóvenes», recuerda las exhortaciones de la sabiduría dirigidas a personas que se encuentran en diferentes etapas en el camino de la vida. Algunos exegetas sostienen que estos tres términos pudieran referirse a la comunidad en su conjunto («hijos» se utiliza a menudo para referirse a los destinatarios de 1 Jn) y a sus dos grupos principales: los conversos más antiguos y los más recientes. Las admoniciones pueden aplicarse por igual a todos los miembros de la comunidad por el simple hecho de haber entrado a formar parte de la Iglesia.
21 (c) El rechazo del mundo (2,15-17). Una vez más, Jn 1 asocia «creencia» y práctica mediante la introducción de una exhortación ética procedente del material propio de la iniciación cristiana. 15. no améis al mundo: El amor al mundo y a los vicios a él asociados se identifica con el apego a lo transitorio. El amor a Dios pone al cristiano en relación con lo que «permanece» para siempre. (Sant 4 es un ejemplo de la predicación judeocristiana sobre este punto). 16. los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana: Se trata de una lista tradicional de vicios. La expresión «apetitos desordenados/deseo de la carne» incluye probablemente todas las pasiones humanas contrarias a Dios (cf. Ef 2,3; 1 Pe 2,11: Did 1,4, para una condena de la lujuria en el contexto de predicación bautismal), codicia de los ojos: Probablemente se refiere a los pecados de orgullo (Is 5,15), avaricia (Sab 14,9) e inmoralidad sexual (Mt 5,28). afán de grandeza humana: Literalmente «orgullo de vida», alazoneia (orgullo): se refiere a un orgullo arrogante y vanidoso que no tiene fundamento; bios (vida): representa los aspectos externos de la vida, el bienestar material (p.ej., 1 Jn 3,17; Mc 12,44). La expresión «orgullo de vida» probablemente incluye tanto la vanidad arrogante de los poderosos como su el hecho de que pongan su confianza y basen su seguridad en las posesiones materiales (Sab 5,8; Sant 4,16).
22 (B) El rechazo de los anticristos (2,18-29). 1 Jn deja a un lado el dualismo de la luz y las tinieblas para enfrentarse al problema de los disidentes. Los que han recibido la «unción» no serán seducidos por sus falsas doctrinas.
(a) La división como señal de la última hora (2,18-19). El autor introduce de forma súbita una advertencia escatológica contra los que han abandonado la comunidad, tildándolos de seductores (2,26) y falsos profetas (4,1-4). De acuerdo con las referencias apocalípticas (cf. Mc 13,21-23), la aparición de falsos cristos y profetas será un signo propio de los últimos días. 18. anticristo: En todo el NT, ésta es la única aplicación de este término a los que se oponen al plan mesiánico de Dios. 19. pero no eran de los nuestros: El tema de la división apocalíptica que distingue a los verdaderos cristianos aparece también en Pablo (1 Cor 11,19).
23 (b) La unción preserva la verdadera fe (2,20-25). La unción que los cristianos han recibido al incorporarse a la comunidad es invocada como confirmación de la verdad de la tradición tal como la presenta el autor. 1 Jn al parecer se refiere aquí al Espíritu/Paráclito, que guía a la comunidad hacia la verdad (Jn 16,13) . 22-23. el que niega que Jesús es el Cristo, el que niega al Padre y al Hijo: 1 Jn enfatiza aquí la confesión cristológica asociada al rito de incorporación a la comunidad, contra la fórmula atribuida a los disidentes, que niega que Jesús sea «el Mesías hecho carne». El autor pretende demostrar que los cristianos deben mantenerse fieles a esta tradición si quieren permanecer en «el Padre y el Hijo» y obtener la vida eterna.
(c) La unción enseña a la comunidad (2,26-27). Dado que el autor se extiende aún más sobre el tema de la unción, en este caso para señalar su valor doctrinal, podemos suponer que los disidentes fundamentaban su doctrina en la inspiración del Espíritu. De acuerdo con Jn 14,26, 1 Jn insiste en que el Espíritu no enseña nada más que lo que Jesús ha enseñado «desde el principio».
24 (d) Confianza en el juicio (2,28-29). La sección concluye con una afirmación de confianza ante el retorno de Jesús como juez. Así como el amor a los hermanos es el signo de que se está en Dios y se camina en la luz, «practicar la justicia» equivale a «haber nacido de Dios», que es justo. El v. 29 provee la transición a la segunda parte de la epístola (3,9; 4,7; 5,1.5.18).
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
Parácletos… Gr. parákletos → §087; §170 (Número 5).
Fuente: Biblia Textual IV Edición
TGr150 y sig. El tiempo aoristo del verbo ἁμάρτῃ describe un estado, y tiene el significado: comienza a ser un pecador (es decir, cometió un acto de pecado); éste es sólo un paso inicial a lo largo de cierta calle (comp. 1Jn 3:9).
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
O, Intercesor; gr., Paracletos; i.e., uno llamado al lado para ayudar
Fuente: La Biblia de las Américas
Lit. niu241?itos.
2.1 Gr. parákletos g §087.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
[4] Esto no enseña globalismo, o salvación para todo ser humano, sino que demuestra el propósito de su expiación de recibir a todo pueblo y a todo Israelita de toda nación.
[5] El obedecer la Tora es una verdadera prueba para cualquiera que reclame el discipulado o ciudadanía Israelita.
[6] Que tan verdadero.
[7] Torah perfecciona el amor de Israel por El Padre y por Yahshua, y nos da seguridad de salvación.
[8] Palabras evangélicas sin el camino de Yahshua que es la Tora, es más que una mentira.
[9] Génesis.
[10] En luz de las dos casas de Israel siendo restauradas. El odio entre hermanos se refiere al de Juda y Efrayím. La buena nueva es que en la luz de Yahshua, ya no puede haber más de ese odio histórico.
[11] Una clave para aquellos que niegan la existencia de Efrayím como las naciones de los últimos diás, regresando a través de Moshiaj para unirse a Juda en la luz.
[12] Prueba de que los creyentes maduros en Israel son llamados padres espirituales. No una violacion de Mateo 23 ya que ahí, Yahshua reprende al uso de títulos estableciéndolo por hombres, en opuesto a YHWH estableciendolo por Él Mismo.
[1] Aquellos que niegan a Yahshua, el convenio renovado, y pluralidad de divinidad. Especialmente aquellos que dejaron la fe. No una congregación en particular. Eso no es considerado dejar la fe.
[2] Creyentes Israelitas pueden cuidarse de la apostasía en el aquí y ahora. Una vez que el Israelita se vuelve un hereje al negar al Padre o al Hijo, Ivrim/Heb 6:4 dice que ya no es posible regresar a la verdad. Ver también Heb 10:29 y Segunda de Pedro 2:20-22.
[3] Aquellos que enseñan ideas erróneas del Padre e Hijo ser iguales y no dos poderes diferentes (no personas) de El Uno- Ejad son llamados mentirosos. Esto también aplicaría a aquellos que ignoran a Yahshua por completo, proclamando solamente la necesidad de El Padre como Salvador. Esto también es un espíritu diabólico.
[4] Islam es motivado por este espíritu antimesías que niega a YHWH como también al Hijo de YHWH, intercambiando eso por La Mentira de gran delirio; que Alláh es el que es grande.
[5] De ésto sólo vemos el grave error del Judaísmo rabínico.
[6] En otras palabras, si en verdad entienden la Tora desde Génesis en adelante, siempre permancerán en El Hijo/ Negando El Hijo demuestra la ignorancia de Tora y justificación de la Tora.
[7] La promesa de la vida eterna es condicional basado en nuestra habilidad de reconocer que El Padre no es el Hijo y que el Hijo no es El Padre, y por fe en ambos como YHWH.
[8] Así como misioneros anti-Yahshua.
[9] Todos necesitamos enseñanzas bíblicas sólidas.
[10] Si uno escucha sus enseñanzas y no a mentirosos.
[3] Lo conocemos con fe viva y animada de la caridad.[8] Por haberlo renovado y perfeccionado Jesucristo en el Evangelio, enseñándonos que debemos amar aun a nuestros enemigos.[18] Varios intérpretes creen que se refiere a la ruina del pueblo judaico, la destrucción de Jerusalén y su templo, como figura de la ruina universal.[20] Jn 16, 13.[23] No reconoce a Jesús por Hijo de Dios.[25] Que consiste en la unión con el Padre y el Hijo.[28] De ser reconocidos por hijos suyos.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat