Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios, y todo aquel que ama al que engendró ama también al que es nacido de él.
1 — No son los gnósticos y otros negadores de la deidad y de la encarnación de Jesucristo los nacidos de Dios, ni son los que vencen al mundo, sino son los nacidos de Dios los creyentes en Cristo Jesús quienes aman a Dios y a los hermanos (los versículos 1 al 5). 2 — El triple testimonio de Dios respecto a la venida al mundo del Hijo de Dios. El agua (el bautismo de Jesús) y la sangre (su muerte) y el Espíritu Santo (en su obra de revelación) constituyen este triple testimonio de Dios. Creer este testimonio trae la promesa de vida eterna. Los gnósticos no lo creían y por eso no tenían esta promesa de Dios (los versículos 6 al 12).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
todo aquel que cree. 1Jn 2:22, 1Jn 2:23; 1Jn 4:2, 1Jn 4:14, 1Jn 4:15; Mat 16:16; Jua 1:12, Jua 1:13; Jua 6:69; Hch 8:37; Rom 10:9, Rom 10:10.
es nacido de Dios. 1Jn 5:4; 1Jn 2:29; 1Jn 3:9; 1Jn 4:7.
y cualquiera que ama. 1Jn 2:10; 1Jn 3:14, 1Jn 3:17; 1Jn 4:20; Jua 15:23; Stg 1:18; 1Pe 1:3, 1Pe 1:22, 1Pe 1:23.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
El que ama a Dios ama a sus hijos, y guarda sus mandamientos, 1Jn 5:1, 1Jn 5:2;
la victoria del mundo, 1Jn 5:3-8.
Jesús es el Hijo de Dios, 1Jn 5:9-13;
y es capaz de oír nuestras oraciones, 1Jn 5:14-21.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
La condición de ser nacido de Dios, de ser hijo de Dios, es creer o confiar en Jesucristo. Sólo la creencia correcta y sincera produce el nacimiento espiritual. Este nacimiento se refleja en el amor por los demás, quienes también nacieron en la familia de dios (1Jn 2:3-11).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
CREE… AMA. La fe genuina se expresará en gratitud y amor al Padre y a Jesucristo su Hijo. La fe y el amor son inseparables, porque cuando los creyentes nacen de Dios, el Espíritu Santo vierte el amor de Dios en su corazón (Rom 5:5).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Capitulo 5.
E l apóstol San Juan pasa a hablar, en el capítulo 5, de la fe en Jesucristo y de las ventajas que ella procura (ν.ι-ΐβ). En los v.14-hace ver cómo la fe es la raíz de la caridad fraterna y cómo ésta no puede existir sin el verdadero amor de Dios. La fe es el criterio de nuestra filiación, y la filiación es la razón profunda del amor. La fe y la caridad son, por consiguiente, correlativas: en donde se da verdadera fe, se lleva a cabo una verdadera regeneración espiritual y se engendra la caridad. Sin embargo, la fe, en cuanto tal, es una causa dispositiva de la gracia l.
La fe, que es criterio de nuestra filiación divina 2, es la que confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (v.1). Admitir esto es creer en la divinidad de Jesucristo y en su encarnación 3, es considerarlo como revelador del Padre y Salvador del mundo 4. Pero no se trata únicamente de reconocerle en lo que es, sino de someterse a El y de vivir unido a El 5.
El que cree en la divinidad de Cristo es señal de que ha nacido de Dios. Sin la fe no se da la filiación divina ni la caridad 6. El nacimiento sobrenatural implica la caridad fraterna, pues establece entre los creyentes los lazos de una misma vida. No es posible amar a Dios, autor de nuestra regeneración espiritual, y odiar a los que El ha regenerado. El amor que tenemos a Dios se extiende hasta sus hijos. El que odia a sus hermanos no posee en sí la vida eterna 7. Todo el que cree en Dios ha de amar a los hijos de Dios, pues son sus propios hermanos.
El cristiano es esencialmente el hombre nacido, engendrado de Dios (τον γεγεννημένον εξ αυτού) 8. Dios le ha dado una nueva vida: la vida de la gracia. Pero, a diferencia de la generación humana, el cristiano no cesa de recibir durante toda su existencia el ser y la vida divina de su Padre 9. El cristiano continúa renaciendo incesantemente de Dios, que es su verdadero Padre.
La expresión todo el que ama al que le engendró (v.1) trae a la mente la piedad filial, el amor de todo hijo por su padre. Si, pues, los que están unidos por los lazos naturales de la carne y de la sangre se aman con un amor natural muy intenso, ¡cuánto más tendrá que amar un cristiano a su Padre celestial, que le ha dado la vida espiritual, la conserva y, finalmente, le concederá la vida eterna! Y si ama al Padre celeste, también tendrá ue amar a los que han nacido de El, es decir, a todos los demás cristianos. Ha de amarlos por amor de Dios, porque sabe que está unido a ellos por la misma naturaleza y posee la misma gracia. Además, Dios, nuestro Padre, habita continua y personalmente en todo verdadero cristiano, vive en él. La gracia, participación de la misma naturaleza divina, establece una relación íntima entre Dios y el fiel. Funda una semejanza entre Dios y el cristiano que es también motivo de amor.
La fe engendra, por consiguiente, nuevas relaciones de fraternidad entre los cristianos, porque establece entre ellos estrechos lazos de parentesco espiritual10.
Según 1Jn 4:20, el amor fraterno era el criterio del amor de Dios. Aquí (v.2), por el contrario, el amor de Dios es el criterio del amor fraterno. Ambos son inseparables. La ausencia de uno será signo cierto de la falta del otro. En cambio, la presencia de uno implicará necesariamente la existencia del otro. Los dos se completan mutuamente, porque en realidad sólo existe un verdadero amor: el ágape con que Dios se ama y nos ama a nosotros.
Pudiera parecer que San Juan da como criterio de la verdadera caridad fraterna un signo incontrolable: el amor de Dios. Sin embargo, el apóstol precisa inmediatamente que el cumplimiento de los mandamientos de Dios será la prueba auténtica de la existencia de la caridad fraterna. De donde se sigue que el cristiano que observa los preceptos divinos demostrará poseer el verdadero amor de Dios. Y siempre que n hacemos un acto de amor a Dios conocemos que poseemos el amor que nos une a nuestros hermanos, es decir, que el amor a Dios comporta también la caridad para con los hermanos, por consiguiente, siempre que se da verdadero amor de Dios – éste se conoce por la práctica de los preceptos – podremos tener la seguridad de que también el amor fraterno es auténtico. Pocos textos bíblicos hay tan decisivos como el nuestro para demostrar el carácter sobrenatural del amor al prójimo en la Iglesia de Cristo. El amor fraterno no puede existir sino en un alma virtuosa y que pertenece a Dios 12.
El amor a Dios se ha de manifestar en la práctica de los mandamientos, o sea, en las obras (v.5). El apóstol no precisa de qué mandamientos se trata, pues los fieles ya lo sabían. El libro de la Sabiduría ya había dicho que el amor consiste en la observancia de las leyes 13. Jesucristo también insiste en el cumplimiento de sus preceptos 14, pues no basta con escuchar las enseñanzas del Maestro y creerlas, sino que es necesario ponerlas en práctica 15.
San Juan añade, como para animar a los fieles, que los preceptos del Señor no son pesados, como se podría suponer. Dios no impone a sus hijos cargas demasiado pesadas 16. Los preceptos inculcados por la 1 Jn: creer en la encarnación redentora de Cristo, en el amor del Padre y de Jesucristo por nosotros, amar a Dios y a los hermanos, son fáciles de cumplir. La religión del Antiguo Testamento se fundaba sobre todo en el temor; la del Nuevo Testamento, en el amor. Jesús reprocha a los fariseos en el Evangelio 17 el imponer fardos demasiado pesados a sus adeptos. En cambio, El declaraba que su yugo era suave y ligero 18. La Ley Antigua era pesada porque hacía conocer el pecado sin dar las fuerzas para evitarlo 19; la fe de Cristo, por el contrario, unida a la caridad, hace ligera la ley y da las fuerzas necesarias para observar los preceptos. Para el que ama, el cumplimiento de los preceptos resulta fácil y agradable 20. El discípulo de Cristo no es un esclavo que se mueve por el temor. Es un hijo que corre hacia su Padre movido y sostenido por el amor. El amor allana todas las dificultades por grandes que sean y aligera el peso de los preceptos divinos. Por eso dice San Agustín: “En lo que se ama no se encuentra trabajo, o bien se ama el trabajo.” 21 Y comentando nuestro pasaje, añade: “Ama y haz lo que quieras.” 22
El cumplimiento de los preceptos no es cosa pesada para los hijos de Dios, porque la gracia que nos hace hijos de Dios nos da también la fuerza para superar las concupiscencias del mundo 23, y hace ligeros y fáciles los mandamientos divinos. Por lo cual el cristiano puede en cualquier momento vencer al mundo (v.4), es decir, vencer todas las malas tendencias que le incitan al pecado. Y esta victoria sobre el mundo la obtiene el cristiano mediante la fe: Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. El principio de la fuerza que nos lleva a la victoria es la fe. Esto lo atestiguan bien claramente las actas de los mártires, en las cuales se contemplan los milagros obrados por la fe 24. La fe es, en el verdadero cristiano, victoria y vencedor a un mismo tiempo. Con la fe obtiene la victoria sobre sí mismo y sobre el mundo, a imitación de Cristo 25. Y esta victoria sobre el mundo es también una victoria sobre el demonio 26, porque para San Juan el mundo está dividido en dos campos: de un lado está Cristo con los suyos, del otro está el diablo con sus partidarios.
Se debe creer en el testimonio de Dios,1Jn 5:5-12.
5 ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? 6 El es el que vino por el agua y por la sangre, Jesucristo; no en agua sólo, sino en el agua y en la sangre. Y es el Espíritu el que lo certifica, porque el Espíritu es la verdad. 7 Porque tres son los que testifican, el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres se reducen a uno solo. 9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, que ha testificado de su Hijo.10 El que cree en el Hijo de Dios, tiene este testimonio en sí mismo. El que no cree en Dios le hace embustero, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. 11 Y el testimonio es que Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene la vida.
El apóstol nos habla en esta narración de los fundamentos de la fe, es decir, del testimonio divino en el cual se funda la fe. En el versículo anterior afirmaba que el que ha nacido de Dios, el cristiano justificado, ha vencido al mundo por medio de la fe. Ahora declara ya más en particular que la verdad que les ha dado la victoria es el creer que Jesús es el Hijo de Dios (v.5). Sin la fe en Cristo no se da filiación divina 27, y sin filiación no hay fuerza para vencer. La fe proporciona a los cristianos el ideal sublime por el que han de luchar y les confiere el auxilio de la gracia divina.
En los v.6-12, San Juan prueba con un triple testimonio que Jesucristo es verdaderamente Hijo de Dios y que la fe en El nos consigue la vida eterna. El apóstol insiste en la identidad del Jesús histórico con el Hijo de Dios. Esta verdad era una de las fundamentales de la religión cristiana. Sólo el que crea en esta verdad de fe podrá vencer al mundo.
Jesucristo vino al mundo para cumplir la misión redentora que le había encomendado su Padre por medio del agua y de la sangre (v.6). Estos elementos, agua y sangre, fueron empleados por Cristo como medios de salvación 28. San Juan viene como a personificar cada uno de estos elementos, constituyéndolos testimonios de Jesucristo. Ellos son los que testifican que Cristo es el Hijo de Dios.
Las palabras del apóstol agua y sangre han recibido diversas interpretaciones. La mayoría de los autores cree que el agua aludiría al bautismo de Jesús, y la sangre, a su muerte en la cruz. En cuyo caso, el autor sagrado querría decir: Jesús ha manifestado a los hombres la divinidad de su misión al principio de su vida pública, cuando en su bautismo se oyó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo muy amado”29. Esta proclamación divina, lo mismo que el descenso del Espíritu Santo sobre El al salir del agua, no sólo revisten el carácter de testimonios, sino que son al mismo tiempo la explicación de su misión divina. Pero también la sangre ha dado testimonio de la divinidad de Jesús con diversos milagros. A la muerte de Jesús sobre la cruz, el velo del templo se rasgó en dos partes; la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los sepulcros y resucitaron los cuerpos de muchos santos. El centurión y los que guardaban a Jesús, maravillados sobremanera de todo lo que había sucedido, confesaron la divinidad de Jesús 30. Por consiguiente, el bautismo de Cristo y su muerte en la cruz vienen como a encuadrar y resumir toda la vida de Jesús y su Admisión redentora. Pero San Juan, como queriendo recalcar todavía más esta idea, añade seguidamente: Jesucristo vino no en agua sólo, sino en el agua y en la sangre. Con cuya afirmación probablemente quiere enseñar que el mismo Cristo del bautismo fue el que murió en la cruz para combatir los errores de Cerinto y demás seudoprofetas, los cuales afirmaban que quien murió en la cruz no fue el Hijo de Dios, sino el hombre Jesús.
Otros autores, siguiendo a San Agustín 31, piensan que el apóstol alude al agua y a la sangre que salieron del costado de Cristo ya muerto sobre la cruz 32. Cristo habría venido por medio del agua y de la sangre salidas de su costado para testificar la realidad de su naturaleza humana. Sin embargo, hay una grave dificultad que se opone a esta interpretación de San Agustín: la efusión de la sangre y del agua, después de la lanzada dada por el soldado romano, se produjo en el cuerpo muerto de Jesucristo. En cambio, nuestra epístola nos habla más bien de Jesucristo vivo, que vino por el agua y la sangre. Para otros escritores, el agua y la sangre serían meros símbolos o figuras de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía. Estos dos sacramentos también testifican, cada uno a su manera, la inmensa caridad de Cristo para con los hombres y su divinidad 33.
La primera interpretación nos parece la más probable. Sin embargo, no hay que olvidar el simbolismo joánico, que muy bien pudiera implicar las tres interpretaciones. Cristo habría venido por el bautismo en el Jordán y por la muerte sobre la cruz. Pero también habría venido por el agua y la sangre que fluyeron del costado de Jesús, y en las que la Iglesia antigua ha visto los símbolos de los dos grandes sacramentos cristianos: el bautismo y la eucaristía 34.
También el Espíritu Santo testifica continuamente 35 en la Iglesia en favor de Jesús, afirmando que Cristo es el Hijo de Dios y el Redentor del mundo. El mismo Jesucristo había predicho este testimonio del Espíritu Santo 36. El Espíritu divino transforma a los apóstoles y les infunde nuevo valor para dar testimonio de Cristo incluso derramando su sangre. Este mismo Espíritu convierte el escándalo de la cruz en la victoria por excelencia de Cristo sobre el demonio 37. Esto es lo que conviene precisamente al Espíritu de la verdad 3S, el cual posee la verdad divina y la transmite fielmente. Y si el Espíritu es la verdad, no puede testificar nada falso. De ahí que debamos creer el testimonio que el Espíritu da de la venida de Jesucristo. Dio testimonio de Cristo en el bautismo apareciéndose en forma de paloma 39. Lo dio también solemnemente el día de Pentecostés apareciendo en forma de fuego, instruyendo y confirmando a los apóstoles. Y da continuamente testimonio de Cristo en la historia de la Iglesia con sus carismas y con su obra santificadora.
Muchos Padres han dado del presente versículo una explicación trinitaria, a la cual no parece ajeno el Comma loanneum, que fue interpolado en el v.7. Del Comma loanneum ya hemos hablado en la introducción a San Juan (p. 184-186).
A continuación, el apóstol nos presenta tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (v.7-8), que testifican unánimemente en favor de la divinidad de Jesucristo y de su misión redentora. El testimonio 40 en San Juan tiene siempre una finalidad determinada: es una invitación a creer. Guando el Señor exige de nosotros la fe en su divinidad presenta siempre testigos que apoyen esa fe 41. Según la Ley mosaica, eran necesarios dos o tres testigos para constatar con certeza una cosa 42. San Pablo recurre también a esta disposición legal43, y lo mismo hace Cristo44. Aquí también San Juan aduce el testimonio de tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, que garantizan en óptima forma – según lo estipula la Ley mosaica – la filiación divina de Cristo y su misión redentora. Y estos tres testimonios convienen en la testificación que dan en favor de Jesús.
El Espíritu Santo testifica mediante su acción en el alma de los fieles y por la asistencia que presta a la Iglesia. El agua da testimonio en el bautismo de Jesús. La sangre de Cristo derramada sobre la cruz, más elocuente que la de Abel45, atestigua también la filiación divina de Jesús. Estos tres testigos simbolizan al mismo tiempo la unción del Espíritu al recibir el catecúmeno la gracia de la fe, el bautismo cristiano y la eucaristía, que a su vez dan testimonio de la encarnación por medio de sus efectos espirituales 46.
Si, pues, aceptamos un triple testimonio humano para confirmar la verdad de algo, ¿por qué no hemos de aceptar el testimonio de Dios, que es mayor, el cual ha testificado de su Hijo? (v.9), se pregunta San Juan. Si Dios ha dado testimonio, no se puede rehusar, porque procede de la misma Verdad, y no puede ser falso. El testimonio del que habla aquí el apóstol es el que Dios ha dado en favor de Jesús, atestiguando que era verdaderamente Hijo de Dios, como ya ha dicho en los v.7-8. No se trata de un nuevo testimonio, sino que el apóstol quiere significar que, a través del testimonio de la fe y de los sacramentos, Dios mismo continúa – el perfecto μεμαρτυρηκεν indica que el testimonio aún perdura en sus efectos – dando testimonio en favor de su Hijo. Por medio de esta testificación, el testimonio dado en el Jordán y en el Calvario continúa actualizándose en nosotros.
Algunos autores, como J. Huby, Bonsirven, Schnackenburg, piensan que el v.8 comenzaría una nueva sección. Y para Bonsirven 47 esta nueva sección hablaría del testimonio que el Padre da en favor del Hijo en el interior de las almas. Se trataría de un testimonio interior más indiscutible que el testimonio exterior del Espíritu, del agua y de la sangre. Sin embargo, como no hay ningún indicio de cambio de tema, es mejor ver en este testimonio divino una continuación y un ahondamiento conforme al gusto de San Juan. El v.9 se puede considerar como un resumen o una conclusión de lo que precede. El apóstol reduce los diferentes testimonios a uno solo: al testimonio del Padre. El testimonio de Dios equivale, por consiguiente, a los tres testimonios precedentes: el Espíritu, el agua y la sangre. Pues es Dios el que testifica por medio de la fe y de los sacramentos, que esos testimonios simbolizan.
En el v.10, San Juan contrapone el creyente al incrédulo. El que cree en el Hijo de Dios, es decir, el que profesa la verdadera doctrina sobre la encarnación y la divinidad de Cristo, posee el testimonio de Dios en sí mismo. El verdadero creyente ha recibido y aceptado el testimonio de Dios como auténtico y lo conserva en su alma como prenda de salvación. Para ciertos autores, este testimonio sería de orden interno 48. Produciría en el alma el acto de fe, el cual sería como el principio de su vida. Y el cristiano con su vida santa esparciría en torno suyo esta verdad y daría testimonio de ella. Sin embargo, otros autores, con mayor razón a nuestro parecer, sostienen que el testimonio del v.10 es también un testimonio externo. Es la revelación divina asimilada por la fe. Y esta revelación divina interiorizada por la fe es fuente de vida para el creyente y es la que impulsa al cristiano a dar una respuesta a ese testimonio divino que, viniendo de fuera, obra en el interior de su alma 49.
Por el contrario, el que no cree en la divinidad de Cristo, considera a Dios embustero, porque no admite el testimonio divino con el cual El ha declarado que Cristo es su Hijo. El testimonio del Padre es tan manifiesto, que el no aceptarlo es rechazar la veracidad divina, no dar fe a Dios. La fe es un homenaje a la veracidad divina 50; la incredulidad es un insulto a Dios. El ser humano debe creer en la divinidad de Cristo, en el testimonio que da Dios sobre su Hijo, porque de lo contrario se juzga a sí mismo y se dispone a caer en la muerte eterna.
El testimonio de Dios se reduce a esto: que Dios, al darnos al Hijo, nos ha dado la vida eterna (v.11), es decir, la vida de la gracia y de la gloria, porque ambas se encuentran en el Hijo 51. Los fieles han de participar de esta vida uniéndose por medio de la fe y de los sacramentos al Verbo encarnado 52. El cristiano que posee la gracia, posee ya la vida eterna al menos en estado incoativo, porque la gracia es el germen divino que florecerá plenamente en la gloria. El apóstol enseña que esta vida es propia del Padre y reside en el Hijo 53. Y como el Hijo es quien nos la comunica 54, demuestra con esto que es ciertamente el Hijo de Dios encarnado. De donde se deduce que, siendo el Hijo el Mediador único de esta vida, es necesario estar en comunión vital con el Hijo para obtener la vida. Es necesario creer que Jesús es el Cristo, el Verbo encarnado 55, porque sólo el que está unido a Cristo por la fe posee la vida.
Si en Jesucristo está la vida, se sigue que el que tiene al Hijo tiene la vida; y, en cambio, el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tienen, la vida (v.12). La expresión tener al Hijo es equivalente a creer en el Hijo 56 Pero también implica la unión con Cristo mediante la gracia y la caridad. Tener al Hijo, en este sentido, es poseer la vida en el sentido pleno de la palabra. Y creer en Cristo es ya poseer la vida eterna.
Conclusión.
Objeto de la carta,1Jn 5:13.
13 Esto os escribo a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que conozcáis que tenéis la vida eterna.
La conclusión de esta epístola es semejante a la del cuarto evangelio57. La finalidad, sin embargo, no es exactamente la misma. San Juan escribe el evangelio para conducir a sus lectores a la verdadera fe, a fin de que, creyendo en Jesús, Hijo de Dios, obtengan la vida. La epístola, en cambio, se propone hacer conocer a los cristianos las riquezas de la vida eterna y señalarles los criterios por los cuales podrán conocer que poseen la vida eterna58.
La intención del apóstol en esta conclusión (v.15) es el asegurar a los fieles que ellos poseen ya esa vida eterna por el mismo hecho de que creen en el nombre del Hijo de Dios. Porque el saber que poseen esa vida les dará fuerzas para defender ese supremo bien de las asechanzas de los seudo profetas y falsos doctores.
Apéndices,1Jn 5:14-21.
L os ν. 14-21 del capítulo 5 forman una especie de epílogo. Ha habido autores 59 que los han atribuido a una mano diversa de la de San Juan. Sin embargo, son conjeturas aisladas que tienen poco fundamento. En el siglo n, Clemente Alejandrino60 y Tertuliano61 atribuyen expresamente a San Juan este epílogo al citar algunos versículos de esta sección bajo su nombre. Además, el vocabulario y el estilo son propios de San Juan. Y las ideas también, si bien aparecen algunas que pudieran llamarse nuevas: la oración por los pecadores (v.16) y la exhortación a guardarse de los ídolos (v.21).
Se puede suponer que San Juan, después de haber terminado la epístola (v.13), se da cuenta que aún le queda algo que decir, lo mismo que sucede en el cuarto evangelio62. Consta de dos partes: habla primero de la eficacia de la oración (v.14-17) y luego exhorta a los fieles a evitar el pecado y a tener fe en Dios a fin de obtener la vida eterna (v. 18-21).
La oración por los pecadores,1Jn 5:14-17.
14 Y la confianza que tenemos en El es que, si le pedimos alguna cosa conforme con su voluntad, El nos oye. 15 Y si sabemos que nos oye en cuanto le pedimos, sabemos que obtenemos las peticiones que le hemos hecho. 16 Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no le lleva a la muerte, ore y alcanzará vida para los que no pecan de muerte. Hay un pecado de muerte, y no es por éste por el que digo yo que se ruegue. 17 Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.
La fe confiere al cristiano una santa audacia 63 mediante la cual se atreve a dirigirse al Señor, seguro de que cualquier cosa que le pida en conformidad con la voluntad de Dios se lo concederá (v.14). Esta es la verdadera norma de la oración: pedir según la voluntad de Dios, que es, a su vez, la norma de nuestra vida. Cuando el fiel cree sinceramente en Cristo y posee en sí la vida, puede pedir al Señor con plena confianza. El ciego de nacimiento de que nos habla el cuarto evangelio, también sabía que Dios escucha al que posee el temor de Dios y cumple su voluntad 64. El Padre ha prometido, por boca de Cristo, que nos concederá todo lo que le pidamos en nombre de su Hijo 65. San Pablo también enseña que “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene” 66. Porque el que pide para dar satisfacción a sus pasiones 67, no pide conforme a la voluntad de Dios. En cambio, el justo, por la absoluta conformidad que tiene con la voluntad de Dios, obtiene todo lo que pide 68, no sólo en cosas espirituales, sino también en cosas temporales 69.
Por la plena confianza que tenemos en Dios y por el hecho de que conocemos la eficacia de la oración cristiana, podemos ya considerar como obtenido lo que hemos pedido incluso antes de que Dios nos lo haya concedido (v.15). Sabemos por experiencia, y, por lo tanto, con certeza, que lo pedido ya lo poseemos. Los cristianos, hermanos de Cristo por la gracia, pueden tener la misma seguridad que su Maestro – siempre que pidan en conformidad con la voluntad divina – de que Dios les concederá lo que piden. A propósito de esto decía Jesús: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo ya sé que siempre me escuchas.” 70 Algo parecido puede decir el fiel, pues ha recibido de Cristo la promesa de ser escuchado: “Todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiréis.”71
La confianza filial que el fiel ha de tener en la oración se extiende todos los cristianos y debe animarles a orar por los que han caído n pecado. Porque, como dice Santiago, “quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte”72. San Juan exhorta a sus lectores a orar por los pecadores, pues así alcanzaran 73 vida para los que no pecan de muerte (v.16). El apóstol distingue, en los v.16-i? dos especies de pecados: pecado para muerte y pecado que no es para muerte. En el Antiguo Testamento, pecado para muerte designaba una transgresión a la que se castigaba con la pena de muerte 74. De aquí proviene la idea de pecados para muerte o de pecados mortales. ¿De qué pecado se trata en nuestro texto? Han sido muy diversas las interpretaciones. Tertuliano 75 identifica el “pecado para muerte” con los pecados irremisibles por la penitencia eclesiástica. Estos eran, para Tertuliano montañista, la idolatría, la apostasía, la blasfemia y el homicidio. Ha habido también otros Padres que identifican ese “pecado para muerte” con alguno de los pecados que fueron considerados en la antigüedad – al menos por algunos – como irremisibles 76.
El pecado ad mortem de nuestro pasaje parece designar no solamente un pecado muy grave, sino también un pecado que hace perder la vida divina de una manera definitiva. Se trata sin duda del pecado de apostasía 77, por el cual el fiel se aparta voluntariamente de la luz para volver a las tinieblas, renunciando de esta manera a su fe. El pecador que ha cometido esta falta se separa totalmente de Cristo y se convierte en sarmiento seco, bueno para el fuego 78. Este pecado ad mortem recuerda el pecado contra el Espíritu Santo 79 y el pecado irremisible de la epístola a los Hebreos 80. La apostasía, sobre todo cuando es obstinada, es indudablemente uno de los pecados más graves, en especial cuando es voluntaria y después de haber experimentado los dones de la gracia divina. Tal sucedía con aquellos apóstatas obstinados a los cuales alude San Juan en este y en otros pasajes de su primera epístola.
El apóstol no prohibe en absoluto orar por los apóstatas, ni tampoco afirma que tales oraciones nunca serán escuchadas, sino que advierte simplemente que su recomendación no se refiere a tales pecadores. Y da a entender que las oraciones hechas por ellos serán más difícilmente escuchadas a causa del endurecimiento en el mal de aquellos que abandonan a Cristo y a su Iglesia. Sin embargo, San Juan no dice que este pecado sea absolutamente irremisible, pues en otros lugares enseña que la redención es universal 81. El apóstol exhorta a pedir por los que caen en pecados que no son ad mortem, porque la oración respecto de estos pecados será más eficaz. El pecado que no es para muerte se refiere probablemente a una falta que ha hecho perder la vida de la gracia al cristiano. Pero este cristiano todavía conserva la fe, principio y condición de la filiación divina 82. Un tal pecador todavía se puede convertir y obtener la salvación. En cambio, el pecado que es para muerte parece designar no un acto, sino un hábito o estado pecaminoso en el que se persiste voluntariamente.
El papa San Gelasio define el pecado ad mortem y el pecado que no es ad mortem de esta manera: “Hay un pecado ad mortem para los que perseveran en el mismo pecado, y hay un pecado non ad mortem para los que se alejan del pecado. Pero no hay pecado por cuya remisión no ruegue la Iglesia o que por su divina potestad no pueda absolver en los que se alejan de él o perdonar en los que hacen penitencia.” 83
Resumen de toda la epístola,1Jn 5:18-21.
18 Sabemos que todo el nacido de Dios no peca, sino que el nacido de Dios le guarda, y el maligno no le toca. 19 Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el maligno, 20 y sabemos que el Hijo de Dios vino y nos dio inteligencia para que conozcamos al que es verdadero, y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. El es el verdadero Dios y la vida eterna. 21 Hijitos, guardaos de los ídolos.
Estos versículos resumen toda la doctrina de la epístola en una triple repetición de sabemos (οϊδαμεν), que expresa la certeza llena de confianza del cristiano. El apóstol habla aquí como unido a los cristianos: “nosotros sabemos,” “nosotros estamos.” Como en los versículos anteriores había hablado del pecado, esto le lleva a hablar de la impecabilidad del cristiano. El fiel nacido de Dios (v.15), mientras se mantenga firme en su condición de hijo de Dios, no pecará, porque lleva en sí el nuevo principio de vida del Espíritu divino 84. Y si el cristiano coopera con la gracia, no caerá en pecado 85. El maligno no le podrá alcanzar, porque Jesucristo le guarda de todo mal. El Buen Pastor defiende a sus ovejas del lobo infernal 86. La asistencia protectora del Hijo de Dios es complementaria de la presencia del Espíritu Santo, de la gracia divina en el alma del fiel 87.
Existe cierta dificultad por lo que se refiere a la frase el nacido de Dios le guarda 88. El participio griego γεννη3είβ – nacido, puede referirse al cristiano o bien a Jesucristo. Algunos comentaristas modernos lo refieren al cristiano, y traducen la frase de este modo: “El aue nació de Dios (= el cristiano) le es fiel (= se mantiene fiel a píos)” (Schnackenburg). Pero esta manera de interpretar la frase τηρεί αυτόν es bastante extraña y singular. Otros autores en lugar Je αυτόν leen εαυτόν, que se encuentra en varios Mss. y es seguido por Von Soden, Merk, Vogels. Estos traducen así: “El nacido de píos se guarda a sí mismo.” Es decir, la impecabilidad del cristiano supondría la intervención divina y la cooperación activa del hombre. así han entendido este pasaje comentaristas antiguos, a los que sigue cierto número de autores modernos. A nosotros nos parece más probable – siguiendo a la mayoría de los autores modernos – la interpretación que refiere el ό γεννηθείς εκ του 3εου: el nacido de Dios, a Jesucristo, y el αυτόν = le (a él), al cristiano. El Verbo encarnado, el Engendrado de Dios, protege al cristiano de todo mal. El Hijo de Dios viene en auxilio del fiel para que éste no peque y obtenga victoria sobre el maligno que va a nombrar. Existe, además, antítesis entre el Hijo que preserva y el maligno que quiere hacer daño. Esta idea recuerda diversos textos joánicos en los que se habla de este modo 89. Por otra parte, el fiel es llamado frecuentemente por San Juan ó γεγεννη μένος, pero nunca se le designa con la expresión ó γεννηθείς 90.
Los cristianos saben – es el segundo sabemos del texto griego – que son nacidos de Dios (v.19). Y, por lo tanto, pertenecen a Dios, forman el rebaño de Cristo, al cual el Buen Pastor guarda con todo cuidado 91. Sin embargo, a la comunidad de los fielofe se opone el mundo tenebroso y rebelde a Cristo, dirigido por Satanás, el príncipe de este mundo, y que incluso reside – según el texto griego – en el mismo maligno 92. De nuevo encontramos aquí frente a frente los dos bandos irreconciliables: Dios y el mundo-demonio, que se combaten sin descanso hasta el fin.
Los cristiano también saben – es el tercer sabemos – que Cristo los ha salvado viniendo al mundo y haciéndose hombre por amor a ellos. Este es un hecho histórico decisivo, que constituye la esencia misma de la fe cristiana 93. Y Cristo, al venir al mundo, se ha dignado iluminar nuestra mente para que conozcamos al que es Verdadero (v.20). El objeto del conocimiento de la fe es el Verdadero, es decir, el verdadero Dios. Es ésta una expresión propia del judaismo, empleada para poner en oposición el Dios verdadero a los dioses falsos, de los cuales va a hablar en el v.21. Dios es el Verdadero por excelencia, porque es el principio de toda verdad. El verdadero Dios es tanto el Padre como el Hijo. El conocimiento del misterio trinitario es un conocimiento unitivo, es una adhesión total del hombre a Dios por la fe, el amor y la sumisión a su voluntad 94. Y esto se lleva a cabo mediante nuestra inclusión en el Verdadero, es decir, en Jesucristo. El conocimiento (διάνοια) nuevo que Cristo nos ha dado es una aptitud especial de la inteligencia para percibir mejor las cosas sobrenaturales. Este conocimiento no es una cosa meramente especulativa, sino que es algo que une a Dios. Esto mismo es subrayado por el verbo γινώσκομεν = conozcamos, que es más que saber una cosa; es entrar en comunión vital con Dios 95. Por eso, dice muy bien a continuación el apóstol: Y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Jesucristo es el único mediador entre el Padre y los hombres ^, el que da la vida divina 97 y el que revela al Padre 98. Todo cuanto los cristianos poseen de sobrenatural se lo deben al Hijo. Porque Cristo es amor y es vida eterna. Es la fuente de donde brota nuestra vida. El constituye nuestra esperanza para la vida eterna. Jesucristo es la fuente de donde mana la vida de la gracia y de la gloria. Este versículo constituye el testimonio más claro de la divinidad de Cristo. Jesucristo es el Hijo de Dios, el Dios verdadero y la vida eterna para los creyentes.
San Juan termina su epístola poniendo en guardia a los fieles contra los ídolos (v.21), que se oponen al culto del Verdadero, porque son engañosos. Esto parece indicar el origen pagano de los destinatarios de la 1 Jn y los peligros que les rodeaban. La idolatría se infiltraba solapadamente entre los cristianos sobre todo mediante el culto de los emperadores 99.En sentido metafórico, ídolos también puede designar el paganismo, o bien los “ídolos del corazón,” que apartan al hombre de la verdad. Más probablemente designa a los anticristos, a los apóstatas y a sus falsas doctrinas. Estos, al mismo tiempo que negaban el culto debido a Dios, se construían fetiches, ídolos, con los cuales se esforzaban por introducir ocultamente en el seno de la comunidad cristiana el paganismo 100.
1 Cf. Gal 2:16; Rom 1:16s; Gal 3:22. – 2Jn 1:1 :12. – 3 1Jn 2:22; 1Jn 4:2.3; cf. Jua 11:27; Jua 20:31 – 4 Cf. Jua 4:29-42. – 5 G. Spicq, o.c. p.304 nota 1. – 6 J. Chaine, o.c. p.210. – 7 1Jn 3:15. – 8 El participio de perfecto pasivo designa una cualidad adquirida una vez para siempre y que mantiene a su sujeto en dependencia continua de Dios (cf. C. Spicq, o.c. p.304). – 9 C. Spicq, o.c. p.304. – 10 C. Spicq, ibíd. p-30s. – 11 El όταν, en el griego Koiné, cuando va con indicativo presente o futuro, es una partícula temporal que implica repetición: “siempre que,” “cada vez que.” San Juan también la emplea con indicativo, significando “cuando,” “en el momento que” (Jua 7:27; Rev 4:9; Rev 8:1). – 12 C. Spicq., o.c. p.306-307. – 13 Sap 6,18. – 14 Jua 14:15.21.23; Jua 15:10; cf. 1Jn 2:3-6; 1Jn 3:22-24; 1Jn 5:2. – 15 Mat 7:24. – 16 El concilio Tridentino, citando 1Jn 5:3, afirma que Dios no manda cosas imposibles (ses.6 c.n : D 804.828). Filón dice muy acertadamente: “Dios no pide nada pesado, ni complicado, ni difícil, sino absolutamente sencillo y fácil. Es simplemente amarle a El como a un bienhechor” (De spec. /eg. 1:299). – 17 Mat 23:4; cf. Luc 11:46. – 18 Mat 11:30. Cf. G. Lambert, Mon joug est aisé et mon fardeau léger: NRTh 77 (1955) p.963-969. – 19 Rom 7. – 20 Cf. San Agustín, De bono viduitatis – 21 San Agustín, De bono viduitatis, ibíd. – 22 San Agustín, In Epist. I loannis tr.7:8: PL 35:2033. – 23 1Jn 2:16. 21 1 JnS,i. – 24 Cf. Heb i i,33s. Cf. también Me 9:23; Efe 6:16. – 25 Jua 16:33. – 26 1 Jn 2:13-17; 4:4. – 27: PL 40:448; In Epist. I loannis tr.7:8: PL 35:2033. – 28 Tanto la partícula δια como εν tienen valor instrumental: “por medio de,” “mediante.” 😮 resulta evidente por lo que se refiere a la preposición εν; y por paralelismo también es – 29 Mat 3:17; cf. Jua 1:32-34 – 30 Mat 27:51-54. – 31 Contra Maximin. 1.2 c.22. – 32Jn 1:19.34SS. – 33 Cf. I. De La Potterie, La notion de témoignage dans S. Jean: Sacra Pagina. Miscellanea Bíblica Congressus Internationalis Catholici de Re Bíblica II (París, Gembloux, 1959) p.203. – 34 F. M. Braun, Les építres de S. Jean, en La Bible de Jérusalem (París 1953) P-234- Ya Tertuliano unía las diversas interpretaciones con estas palabras: “El había venido por medio del agua y de la sangre, como había escrito Juan, a fin de ser bautizado en el agua y glorificado por la sangre, para hacernos a nosotros de igual manera llamados en agua y escogidos en sangre. Estos dos bautismos, que El hizo brotar de la herida de su costado llagado, los hizo brotar para que aquellos que creyeran en su sangre pudieran ser bañados en el agua; y los que hubieran sido bañados en el agua pudieran de igual manera beber la sangre” (De Baptismo 16: PL 1, 1217). Cf. F. J. Rodríguez Molero, o.c. p.506-507. – 35 El verbo μαρτυρούν está en presente, indicando que se trata de un testimonio constante y actual. – 36 Cf. Jua 15:26; Jua 16:8-10.13-15. – 37 Jua 14:1.30; Jua 16:10.33. – 38 Jua 14:17; Jua 15:26; Jua 16:13; 1Jn 4:6. Cf. I. De La Potterie, La notion johannique de témoignage: SPag II p.205 nt. 4. La Vulgata traduce: “Quoniam Christus est veritas,” tal vez bajo el influjo del “Ego sum veritas” de Jua 14:6. Sin embargo, la verdadera lecciones ττνεΟμα – Spiritus, atestiguada por todos los mejores códices griegos. – 39 Mat 3:16; Jua 1:33. – 40 San Juan emplea con frecuencia μαρτυρεΐν-μαρτυρία. En la 1 Jn emplea seis veces el verbo y otras seis el sustantivo. En el evangelio, treinta y tres y catorce respectivamente. – 41Jn 8:18, etc. – 42 Deu 17:6; Deu 19:15. – 43 2Co 13:1. – 44 Mat 18:16; Jua 8:17-18. – 45 Heb 12:24. – 46 Cf. F. M. Braun, L’eau et l’Esprit: RT 49 (1949 19-22; W. Nauck, Die Tradition und • der Charakter des i Johannesbriefes (Tübingen 1957), 2 Exkursus: “Geist, Wasser und Blut,” P·147-182; I. De La Potterie, L’onction du chrétienpar la foi: Bi 40 (1959) 12-69. – 47 építres de Saint Jean, en Verbum Salutis 9 (París 1936) p.26is. – 48 Así piensan, entreoíros, J. Chaine, o.c. p.216; J. Bonsirven, o.c. p.263s; th. Preiss, Le témoignage intérieur du Saint-Esprit (Neuchátel 1946) etc. – 49 Cf. I. De La Potterie, La notion de témoignage dans S. Jean: SPag II (1959) 207. – 50 Cf. Jua 3:33. – 51 Cf. Jua 1:4.14; Jua 5:6; Jua 17:4. – 52 Cf. Jua 3:155.36; Jua 5:24; Jua 6:37; Jua 10:28; Jua 20:31; 1Jn 2:25; 1Jn 3:14. – 53Jn 1:5 :26; 1Jn 6:57; cf. Hec 3:15. – 54 1Jn 4:9. – 55 1Jn 5:17 – 56 Cf. 1Jn 5:10. – 57 Jua 20:303. – 58 F. M. Braun, Les Epítres de S. Jean, en La Bible dejérusalem, p.236. – 59 Entre éstos, uno de los de mayor nota es R. Bultmann, Die kirchliche Redaktion des IJohannes: In memoriam E. Lohmeyer (Stuttgart 1951) p.iSgss. – 60 Stromata 2:15: PG 8:1003. – 61 De corona. 10: PL 2:110; De pudicitia 19: PL 2:1074. – 62Jn 1:21. – 63 San Juan habla en cuatro lugares de su primera epístola del tema de la παρρησία = audacia, osadía, franqueza. Dos veces cuando habla del día del juicio (2:28; 4:17) y otras dos al hablar de la oración (3:21; 5:14). – 64 Jua 9:31. – 65 Jua 14:13; Jua 15:16; Jua 16:23-26. – 66 Rom 8:26. – 67 Stg 4:3. – 68 Cf. Pro 10:24; Jua 11:42. – 69 Cf. Jua 15:7; Jua 16:23. – 70 Jua 11:41-42. – 71 Mt 21:22; Mar 11:24; Jua 16:24. – 72 Stg 5:20. – 73 El griego tiene el verbo δώσει = dará. Pero Dios es el único que puede dar la vida, sobre todo la vida eterna. Ante esta dificultad, muchos autores modernos notan que San Juan no habla de vida eterna, sino simplemente de vida = ζωήν, sin artículo. Lo cual significaría que por su intercesión volvería a encontrar la vida, a restaurarla en su estado primitivo. – 74 Cf. Exo 21:14-17.23; Exo 22:17-18; Num 18:22. – 75 De pudicitia 2 y 19: PL 1:985.1020. – 76 Así hablan Orígenes (Homil in Ex. 10:3: PG 12:372), San Hilario (In Ps. 140:8: PG 59:828), San Juan Grisóstomo (In Ps. 49:7: PG 55:251), San Jerónimo (Adv. lovin. 2:30: PL 23:328). – 77 Esta es la interpretación de San Agustín (De sermone Domini 1:22:73: PL 34:1266; Retract. 1:19:7: PL 32:616) y de San Beda (PL 93:117), que ven en el pecado ad mortem el de los falsos doctores que se separaron de la Iglesia para combatirla. – 78 Jua 15:6. – 79 Mar 3:29; Mat 12:31; Luc 12:10. – 80 Heb 6:4-8. – 81 1Jn 1:7; 2:2′, 3:5; 4:14; cf. 1Ti 2:1. – 82 1Jn 2:23; 1Jn 5:1.12. – 83 D 167. – 84 Jua 3:6; 1Jn 3:9. – 85 1Jn 2:29; 1Jn 3:7; 4:7- – 86 Jua 10:28; Jua 16:33; Jua 17:11-15. – 87 1Jn 3:9 – 88 Existe, por lo que se refiere a esta frase, una doble lección respecto de las palabras: γεννηθείς y γέννησιβ; αυτόν y écorróv. En cuanto al primer par, casi todos los Mss tienen γεννη3είβ· La Vulgata y dos Mss minúsculos leen γέννηση = “generatio.” En cuanto al segundo par, BA, Vulgata, tienen ocOTóv.que parece ser la lección original; SAcKLP leen éccu-róv que debe de ser una corrección – en lugar de corróv con espíritu áspero, que equivale a εαυτόν -, Pues la forma reflexiva contracta es muy rara en el griego de la Koiné (cf. F. M. abel, Gram-maire du grec biblique p.54; J. chaine, o.c. p.221). – 89 Jua 17:12.15; Rev 3:10. – 90 J. Chaine, o.c. p.222. – 91 1Jn 1:3.6.7. – 92 Cf. Jua 12:31; Jua 14:30; Jua 16:11. – 93 1Jn 4:2; 1Jn 5:6, – 94 Cf. J. Alfaro, Cognitio Dei et Christi in lo: VD 39 (1961) p.89- – 95 Cf. 1Jn 2:3.13; 1Jn 3:1; 1Jn 4:6-7· – 96 1Jn 1:3; Jua 1:16; Jua 14:10.23; 17.21. – 97 1Jn 1:2; 1Jn 5:11. – 98 1Jn 5:20; Jua 1:18. – 99 Cf. Gal 5:12; 1Co 5:2; 1Co 10:1-7. – 100 Cf. Rev 2:14.20; Rev 9:20; Rev 21:8.
Fuente: Biblia Comentada
Todo aquel que cree. La fe que salva es la primera característica de un vencedor. El término «cree» alude a la noción de una fe continua y muestra que la marca de los creyentes genuinos es que continúan y perseveran en la fe a lo largo de la vida de ellos. La creencia salvadora no es una simple aceptación intelectual, sino una dedicación permanente y de todo corazón a Jesús. Jesús es el Cristo. El objeto de la fe del creyente es Jesús, en particular sobre su condición como el Mesías prometido o «Ungido» a quien Dios envió para ser el Salvador del pecado. Todo aquel que deposita su fe en Jesucristo como el único Salvador ha nacido de nuevo y como resultado es un vencedor (v. 1Jn 5:5). nacido de Dios. Esta es una referencia al nuevo nacimiento y es la misma palabra que Jesús usó en Jua 3:7. El tiempo del verbo griego indica que la fe constante es resultado del nuevo nacimiento y por ende, es una evidencia confiable del nuevo nacimiento. Los hijos de Dios manifestarán la realidad de que han nacido de nuevo al no dejar nunca de creer en el Hijo de Dios, Jesucristo el Salvador. El nuevo nacimiento nos lleva a una relación permanente de fe y fidelidad con Dios y Cristo. todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. El amor es la segunda característica del vencedor, porque no solo cree en Dios, sino que ama tanto a Dios como a sus hermanos en la fe. De nuevo, aquí se considera la aplicación de la prueba moral.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Juan introduce el tema de la vida victoriosa. Mientras que la Biblia usa muchos términos para describir lo que los cristianos son (p. ej. creyentes, amigos, hermanos, ovejas, santos, soldados, testigos, y más) Juan resalta un término particular en este capítulo: Vencedores (vea la nota sobre el v. 1Jn 5:4 para el significado del término). De las veinticuatro veces que la palabra ocurre en el NT, Juan la emplea en veintiuna ocasiones (cp. también Apo 2:7; Apo 2:11; Apo 2:17; Apo 2:26; Apo 3:5; Apo 3:12; Apo 3:21). Varias formas diferentes aparecen en estos versículos para hacer hincapié en la naturaleza victoriosa del creyente.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
1 – No son los gnósticos y otros negadores de la deidad y de la encarnación de Jesucristo los nacidos de Dios, ni son los que vencen al mundo, sino son los nacidos de Dios los creyentes en Cristo Jesús quienes aman a Dios y a los hermanos (los versículos 1 al 5).
2 – El triple testimonio de Dios respecto a la venida al mundo del Hijo de Dios. El agua (el bautismo de Jesús) y la sangre (su muerte) y el Espíritu Santo (en su obra de revelación) constituyen este triple testimonio de Dios. Creer este testimonio trae la promesa de vida eterna. Los gnósticos no lo creían y por eso no tenían esta promesa de Dios (los versículos 6 al 12).
3 – El propósito de Juan al escribirles (versículo 13).
4 – La fe da confianza y la confianza se ejemplifica en pedir a Dios en oración. Dios oye tales peticiones. El caso se ilustra en cuanto al que no está pecando a muerte (los versículos 14 al 17).
5 – El nacido de Dios se guarda del maligno, pero el mundo incrédulo yace en él (los versículos 18 y 19).
6 – Conocemos al verdadero Dios y estamos en él, en Jesucristo (versículo 20).
7 – Exhortación final: guardarnos de ídolos (versículo 21).
5:1 — Muchos citan este versículo, ignorando el contexto, y concluyen que para que el pecador del mundo llegue a ser hijo de Dios, se requiere ¡solamente creer! (solamente admitir o aceptar mentalmente el hecho histórico de que Jesús es el Cristo). Juan no escribió a inconversos en esta epístola; no trata tal propósito como arriba es descrito. El habla de la prueba, o evidencia, de que uno ya es “nacido de Dios,” para distinguir éstos de los gnósticos que profesaban ser hijos de Dios también pero no lo eran porque negaban la encarnación de Cristo.
— “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo,” El verbo de esta frase (“cree”) en el texto griego es un participio presente e indica esto: “todo el que va creyendo.” El nacido de Dios es el cristiano que continúa en esta persuasión, obedeciendo al que es el objeto de su fe (a Cristo). Ya que los gnósticos rehusaban hacer tal confesión, se probaban como no nacidos de Dios. Véase 4:2,3,15, comentarios.
Para el gnóstico Jesús (el hombre) no era el Cristo, deidad, y la muerte del hombre Jesús no tenía ninguna eficacia especial. Aquí Juan refuta a los gnósticos y los pone como no hijos (nacidos) de Dios. Ellos negaban terminantemente la encarnación. Bástale a Juan en este pasaje hablar en breve, al decir creer que Jesús es el Cristo, porque ya ha expresado en su carta todo el caso referente a la humanidad y deidad de Jesucristo, y a su muerte expiatoria.
Sobre “Cristo,” véase 2:22, comentarios.
— “es nacido de Dios;” Véanse 2:29—3:1; 3:9; 4:7; 5:4. Compárense Jua 1:12-13; Jua 3:2-8; Stg 1:18; 1Pe 1:3.
El tiempo de este verbo en el texto griego es perfecto, e indica acción en el pasado, pero con efectos o consecuencias presentes; es decir, llegó a ser hijo de Dios y ahora continúa siéndolo.
— “y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.” Véase 4:20,21, comentarios. Como en el caso del verbo “creer” arriba, así también aquí: es un participio presente, y puede traducirse así: “todo el que va amando,” o “todo el que está amando.” Se indica acción habitual.
Dios es el que engendra; los hermanos (en Cristo) son los engendrados. Amar al Padre implica amar a los que componen la familia del Padre.
El amor y la fe van juntos (3:23). Este amor se manifiesta en hechos (3:17,18), y esta fe en confesión. Los gnósticos, aunque profesaban amar a Dios, no amaban a los hermanos y así se probaban mentirosos (4:20), y como quienes andaban en tinieblas (2:9,11). No confesaban fe en la humanidad ni en la deidad de Jesucristo, y así se probaban mentirosos y como quienes no tenían al Padre (2:22,23). Por su falta de amor (para con los hermanos), de fe (en la humanidad y en la deidad de Jesucristo) y de vida de pureza, probaban que no eran nacidos de Dios (2:29; 3:9; 4:7; 5:1). Eran hijos del diablo y de] mundo como está representado por Caín (3:8-15).
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL AMOR EN LA FAMILIA DE DIOS
1 Juan 5:1-2
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha experimentado el nacimiento que viene de Dios; y todo el que ama al padre, ama al hijo. Así es como sabemos que debemos amar a los hijos de Dios, siempre que amemos a Dios y guardemos Sus mandamientos.
Cuando Juan escribía este pasaje tenía dos cosas en el trasfondo de la mente.
(i) Estaba el gran hecho que era la base de todo su pensamiento: el hecho de que el amor a Dios y el amor al hombre son partes inseparables de la misma experiencia. En respuesta a la pregunta del escriba, Jesús había dicho que había dos grandes mandamientos: el primero establecía que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y alma y fuerzas; y el segundo, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No hay ningún mandamiento mayor que estos (Mr 12:28-31 ). Juan tenía en mente esta palabra de su Señor.
(ii) Pero también tenía en mente una ley natural de la vida humana. El amor de la familia es parte de la naturaleza. El hijo ama naturalmente a sus padres; y también naturalmente, a sus hermanos. La segunda parte del versículo 1 dice literalmente: » Todo el que ama al que ha engendrado, ama al que es engendrado por él.» Para decirlo más sencillamente: » Si amamos a un padre, también amamos a su hijo.» Juan está pensando en el amor que vincula naturalmente a una persona al padre que la engendró y a los otros hijos que el padre ha engendrado.
Juan transfiere esto al reino de la experiencia y del pensamiento cristianós. El cristiano pasa por la experiencia de nacer
P de nuevo; el Padre es Dios, y el cristiano está obligado a afinar a Dios por todo lo que ha hecho por su alma. Pero uno nace siempre en una familia, y el cristiano nace de nuevo en la familia de Dios. Como sucedió con Jesús, así ha sucedido con él -los que hacen la voluntad de Dios, como él mismo, llegan a ser su madre, sus hermanas y sus hermanos (Mr 3:35 ). Así que, si el cristiano ama a Dios Padre Que le engendró, también debe amar a los otros hijos que Dios ha engendrado. Su amor a Dios y su amor a sus hermanos y hermanas en Cristo deben ser las dos caras del mismo amor, tan íntimamente entrelazados que no se pueden separar nunca.
Como se ha dicho: » Una persona no nace solamente para amar, sino también para ser amada.» A. E. Brooke lo expresa diciendo: » Todo el que ha nacido de Dios debe amar a los que han tenido el mismo privilegio.»
Mucho antes de esto había dicho el salmista: » Dios hace habitar en familia a los desamparados» (Sal 68:6 ). El cristiano, en virtud de su nuevo nacimiento, se encuentra en la familia de Dios; y, como ama al Padre, debe también amar a los hijos que forman parte de la misma familia que él.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 5
10. LA FE Y EL TESTIMONIO DE DIOS (tercera vinculación entre los temas «amor» y «fe» y cuarta exposición sobre el tema «la fe en Cristo»), 5,1-12.
El tema «amor» alcanzó en el capítulo 4 su punto culminante. Y con él, lo alcanzó también el tema «la fe en Cristo». Ahora bien, el autor quiere exprimir más este tema. En primer lugar, pretende establecer otra vinculación más entre ambos temas (v. 1, y también los v. 2-5: vinculación entre los motivos «fe en Cristo», «nacido de Dios», «amor a Dios», «amor al hermano», «observancia de los mandamientos»). En relación con esto, se carga sobre la fe el acento más vigoroso que vemos en toda la carta: «ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.» Es una intensificación suprema, una consumación del motivo de la victoria, que habíamos encontrado ya en 2,12-14 y en 4,4: una intensificación que presupone que en el capítulo 4 se ha llegado a la culminación de la idea de la agape.
De aquí retorna el autor a los motivos de la introducción de su carta (1,1-4): en el Hijo, que se nos ha manifestado «palpablemente», está la «vida eterna» (v 11s). El camino para ello lo constituye el enunciado acerca de la «venida» de Jesús en «agua y sangre» (v. 6a.b) -que parece ser un equivalente a los enunciados relativos a la encarnación- y las exposiciones acerca del «testimonio» (los «tres testigos», v. 6c-8, y el testimonio de Dios, v. 9-1 1).
Esta palabra clave de «testimonio» (martyria), que suena ya en 1,2 junto a «os anunciamos»~ domina los últimos versículos del cuerpo propiamente tal de la carta, el cual termina juntamente con nuestra sección. Nada menos que diez veces aparecen en 5,6-11 las palabras «testimonio» o «testificar». Constituyen el sonido más vigoroso dentro del triple acorde final de la carta, que resuena en nuestra sección. A este acorde final pertenece ya antes la palabra «victoria» (v. 4 y 5: cuatro veces la palabra «victoria» o «vencer») y, completamente al final, la expresión de «vida eterna» (cuatro veces en el v. 11s).
Estructura:
a) 5,1-4 (5): Tercera vinculación entre los temas «amor» y «la fe en Cristo» (vinculación entre los motivos: amor a Dios, amor a los hermanos, observancia de los mandamientos, fe en Cristo).
b-f) v. 6-12: El testimonio de Dios.
b) v. 6: Contenido del testimonio del Espíritu: la venida de Cristo «por agua y sangre».
c) v. 7-8: Los tres testigos «Espíritu», «agua» y «sangre».
d-f) v. 9-12: El testimonio de Dios y la fe.
d) v 9: El testimonio -«mayor»- de Dios.
e) v. 10: La posición del hombre con respecto al testimonio de Dios: aceptación o rechazo (relación interna con el testimonio por medio de la fe).
f) v. 11-12: La concesión de la vida eterna como testimonio.
a) Tercera vinculación entre los temas «amor» y «fe en Cristo» (5,1-5).
1 Quien cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios, y quien ama al que lo engendró, ama al que ha nacido de aquél. 2 En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos; 3 pues éste es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos. Sus mandamientos no son pesados; 4 porque todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. 5 ¿Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
A propósito del v. 1: «Quien cree…», vemos que otra vez se introduce el motivo de la fe, de manera parecida a como se introducía en 4,14s, y asociado inmediatamente con el motivo del amor. El tema de 5,1 ss está tan íntimamente vinculado con el de la sección anterior, que mejor sería no ver en 5,1 el comienzo de una nueva sección.
El v. 1 contiene dos cláusulas, cada una de las cuales comienza con «quien». Ambas hablan del cristiano: la primera de lo que es el cristiano (de que el cristiano «ha nacido de Dios»); la segunda de lo que el cristiano hace (con su amor).
Las dos primeras mitades de las dos partes del versículo son proposiciones paralelas, esto es: consideran una misma y única realidad objetiva de la forma que ya conocemos, contemplándola desde los dos ángulos principales de la «fe» y del «amor».
Versículo 1a: Quien cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios.
Versículo 1b: Quien ama al que lo engendró, ama al que ha nacido de aquél (es decir: ama al hermano, que ha nacido también de Dios).
Véase 4,15: El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él; en vez de esto, 5,1 nos dice: ése «ha nacido de Dios».
El v. 1b recoge el resultado del v. 1a: Quien ha nacido de Dios, tiene que amar al que lo engendró. Quien cree que Jesús es el Mesías, el «Ungido» (con el Espíritu Santo), es alguien que ama a Dios, al Padre (al «que lo engendró»); porque «conoce» al amor personal (4,16a), al Padre, al «que lo engendró»). Ahora bien, este amor al Padre es una mentira, si no conduce a amar a los demás que han nacido de él ( = a los hermanos) (véase anteriormente, a propósito de 4,20). Hasta aquí se nos ofrece una repetición extraordinariamente concisa y densa de las ideas que se habían expuesto hasta ahora. Sin embargo, hay algo nuevo. Y es que se pone en paralelo expresamente la fe en Cristo y el amor a Dios. Este paralelismo lo facilita la concepción joánica de «conocer». En la fe en Cristo, se ama a Dios mismo, «conociéndolo».
Pero en el v. 2 surge una locución sorprendente. En este versículo tenemos ante nosotros una fórmula de conocer: una fórmula como las que hemos encontrado frecuentemente 112. Sin embargo, aquí el objeto de nuestro conocimiento no es nuestra comunión con Dios, sino lo que en otras partes era la razón gnoseológica -la razón para conocer-: el amor a los hermanos. Así, pues, los miembros de las otras fórmulas de conocer (el objeto del conocimiento y la razón gnoseológica (o razón del conocimiento) han quedado, evidentemente, invertidas. ¿Por qué? No sólo nuestra comunión con Dios y nuestro amor a Dios, sino también la autenticidad de nuestro amor a los hermanos es un problema. No es cosa obvia. Necesita asegurarse contra el engaño propio. Esa seguridad se da aquí: incluso la autenticidad de nuestro amor fraterno se conoce porque no brota del amor propio, sino que se ejercita en obediencia al mandamiento de Dios. Esto significa: en adecuación a la entrega que Cristo hizo de su vida. Y, por tanto, como verdadera entrega.
La razón gnoseológica que nos permite conocer la autenticidad del amor a los hijos de Dios, es un amor a Dios que esté dispuesto y pronto para la obediencia activa.
El v. 3a corrobora esto mismo: el amor de Dios (aquí, de acuerdo con el contexto, se trata principalmente de nuestro amor a Dios, sin que se excluya que el presupuesto de este amor es el amor de Dios hacia nosotros) no consiste en afectos y emociones sino en el cumplimiento activo del mandamiento.
E1 v. 3b sirve de transición hacia el enunciado que constituye el punto culminante: el enunciado acerca de la victoria de la fe: «Sus mandamientos no son pesados» 113. ¿Por qué los mandamientos «no son pesados»? Este aserto nada habitual se explica por la intención del autor, que pretende consolidar en sus cristianos la certidumbre de la salvación. Es una afirmación que queda en la misma línea que la de 3,4-10 y debe explicarse por ella. Los mandamientos de Dios «no son pesados» porque «todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo» (v. 4a). «Todo lo que ha nacido de Dios» significa: «Todo el que ha nacido de Dios.» En todo aquel que ha nacido de Dios, está el «germen» de Dios, como la fuerza del amor que vence al mundo. El «mundo» debe entenderse aquí en el sentido de 2,15-17: el «mundo» como espacio en que reina el «maligno», quien está determinado por la concupiscencia que se aferra convulsamente al yo.
Hasta aquí, la afirmación se explica únicamente por la idea de la agape en la carta. Parece que, para él, no es necesaria la fe. Pero en el v. 4b vemos que la fe, no obstante, entra en escena: Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. El v. 5 aclara: Esta fe que es la victoria sobre el mundo es la fe en Jesús como el Hijo de Dios. ¿Cómo puede llegarse a esta expresión?
Si nosotros, sin tener en cuenta el resto de la teología de 1Jn, tratáramos de dar una respuesta, entonces la utilización de este texto en la liturgia del domingo X después de pascua nos podría llevar a una pista equivocada: como si la fe se llamara «victoria» porque es la fe en la victoria de Cristo conseguida en la pascua. Ahora bien, la fe de la que habla aquí la carta no es sólo el recuerdo de una victoria, ¡sino que es la victoria misma!
¿En qué sentido? La respuesta sólo puede dárnosla 4,16a: porque la fe es el conocimiento del amor, del amor personal, de Dios mismo. La fe en Jesús como el Hijo enviado por el Padre al mundo, es la victoria sobre el mundo, porque es la fe en el amor. Pues esta fe está producida por el poder creador de Dios, por el Espíritu como «germen» de Dios, y es el poder que hace que el amor siga fluyendo victoriosamente hacia el «mundo». Y si el «mundo» es el ámbito en que domina el «maligno», es la tiniebla de la falta de amor, entonces la fe en el amor ¡es la victoria sobre la falta de amor y sobre el odio!
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112. «En esto…» significa, en todo caso, nuestro amor a Dios, ya se refiera a la frase anterior. de 5,1b, o bien a 2b: «Cuando amamos a Dios.. » Suponemos que se refiere principalmente a la frase que comienza con «cuando…» (v. 2b), porque esta frase contiene una concretización del «amor a Dios», que puede ser el criterio para el amor fraterno. De otra manera piensa SCHNACKENBURG, 252: sin embargo, su argumento de que el «guardar los mandamientos» no puede ser criterio para el amor fraterno, es un argumento apenas convincente.
113. La fórmula tiene resonancias de Dt 30.11-14. Sin embargo, este lugar del Antiguo Testamento no ayuda inmediatamente para la comprensión. Otra cosa ocurre con Rom 10:6 ss: un lugar en el que se cita Dt 30. Esta afirmación de la carta a los Romanos, que acentúa no la ligereza sino la «cercanía» de la «Palabra» (Cristo), ve también la razón de todo esto en el poder divino de la fe.
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b-f) El testimonio de Dios (Rom 5:6-12).
Con respecto a 5.5-8(12), pueden hacerse dos preguntas: en primer lugar podemos considerar los versículos en sí mismos y preguntar qué sentido tienen los distintos conceptos (por ejemplo, lo de venir en agua y sangre) o qué sentido tienen los distintos grupos de versículos; podemos preguntarnos si en el v. 8 se piensa o no en los sacramentos, etc. En segundo lugar, podemos preguntarnos acerca de la función de estos versículos o grupos de versículos dentro del contexto de la carta, principalmente dentro del contexto de los capítulos 4 y 5.
Estas dos preguntas, obviamente, no son independientes la una de la otra. Pero podemos plantearlas separadamente, y lograr con ello resultados correctos (aunque no plenamente satisfactorios). La mayoría de las veces se plantea sólo la primera pregunta, y no se observa que, si no se responde también a la segunda pregunta, aquella respuesta es incompleta.
b) El contenido del testimonio del Espíritu: la venida de Cristo «por agua y sangre» (Rom 5:6).
6 éste es el que viene por agua y sangre, Jesucristo; no en el agua solamente, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es e! que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Nos damos cuenta -desde un principio- de que aquí se está precisando una vez más el contenido de la fe en Cristo, y por cierto en polémica con personas para quienes Jesús habría venido únicamente «en el agua» o «por (medio de) agua».
Vemos que 5,6a.b es paralelo de 4,9s y de 4,15. Sospechamos ya que aquí, en 5,6, se está pensando también en la suerte del Hijo de Dios, es decir, en su misión como «expiación»: El Hijo es aquel que, siendo enviado por el Padre, vino «por agua y sangre». Además, 5,6 representa un paralelo de 4,2 («Jesucristo venido en carne»). También esto debemos sospecharlo ahora, Eco 4:2 no se refiere únicamente a la encarnación sino también a la muerte en cruz.
AGUA-SANGRE/1Jn: Pues bien, ¿qué significa que Jesús vino «en el agua y en la sangre»?
Está bien claro que no se da testimonio de la esencia metafísica de Jesús, sino de su venida. Y esto, en todo caso, significa: de lo que él hizo por la salvación del mundo. El v. 6b muestra que el énfasis se hace sobre el haber venido «en la sangre».
Evidentemente, los herejes lo negaban, limitándose a afirmar que Jesús había venido únicamente «en el agua». Sabemos que hubo gnósticos que negaron la verdadera pasión y sufrimientos del Hijo de Dios. Por consiguiente, lo de que «Jesús vino en la sangre» debe de referirse a su muerte en la cruz: una muerte real y sangrienta. ¿Y qué significa, entonces lo del agua? La mayor parte de los comentaristas lo explican de la siguiente manera: Puesto que la «sangre» significa un acontecimiento de la vida de Jesús, un acontecimiento de salvación, el «agua» tiene también que referirse a uno de esos acontecimientos de la vida de Jesús, y se refiere al bautismo de Jesús en el Jordán.
Pero contra esto hay serias objeciones. En el Evangelio de san Juan, este acontecimiento no tiene -ni de lejos- tal peso, que pudiera formar pareja con la muerte en la cruz. Además, en el Evangelio de Juan el bautismo de Jesús no es mencionado directamente por Juan; el concepto de «agua» no se asocia con dicho bautismo. Al Evangelio de Juan (en contraste con los Evangelios sinópticos) lo único que le interesa es que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús. Esto es una «señal» de la verdad salvífica de que Jesús, en contraste con Juan, es el que bautiza «con Espíritu Santo» (Jua 1:33). Según lo que sabemos, por el Evangelio de Juan, acerca de la valoración del bautismo de Jesús en el Jordán dentro del círculo joánico (al que pertenece el autor de nuestra carta), hemos de concluir que un adepto a ese circulo joánico difícilmente designaría el acontecimiento del Jordán como un «haber venido en el agua» o «por (medio del) agua».
Pero hay más: El cuarto Evangelio habla ciertamente del «agua», en relación con Jesús. Pero entonces no se trata del agua con la que Jesús está bautizado, sino del agua que Jesús da. Jua 3:5 : Jesús da el nuevo nacimiento de agua y de Espíritu Santo, es decir: él bautiza con Espíritu Santo: Juan 4: Jesús da el «agua viva», el Espíritu o la «vida eterna»; Jua 7:37-39 : aquí el agua que mana del cuerpo de Jesús es, también, el don escatológico del Espíritu. Así, pues, lo de haber venido «en el agua solamente», que debieron de afirmar los herejes, ¿significa quizás que ellos afirmaban que Jesús, con su única venida al mundo, había traído el «agua» ( = el Espíritu) sin la «sangre», es decir, un don espiritual y celestial, sin sujeción a la dura realidad de la encarnación hasta la muerte? En este caso, la apropiación de este don por parte de los hombres sería mucho más libre, mucho menos comprometida: los hombres no necesitarían más que apropiarse esa gnosis del Espíritu (¿en relación quizás con una doctrina bautismal?), sin adoptar la cruz de Jesús y, por tanto, sin comprometerse al propio seguimiento de la cruz.
Esto estaría en consonancia con el lenguaje acerca de la venida de Jesús al mundo, tal como lo hallamos en el Evangelio de Juan (véase Jua 16:28 : «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre»). Es inconcebible que esta venida se diferenciara en los dos actos del bautismo del Jordán y de la muerte de Jesús. Nada de eso. Sino que Jesús «viene» para dar la vida (Jua 10:10; véase también Jua 18:37): Jesús viene con su don. Jesús «viene»: esta frase hace referencia a un solo acontecimiento de salvación, a saber, la encarnación y la muerte en cruz, con la íntima relación de dependencia que hay entre ambas. Ahora bien, el «agua» y la «sangre», en 1Jn 5:6, no significan dos acontecimientos salvíficos distintos dentro de la vida de Jesús; porque, junto a la muerte de Jesús en la cruz, junto al «ser levantado», no se podía mencionar de la misma alentada ningún acontecimiento semejante (fuera de la encarnación misma), sino -junto a la realidad de la encarnación y de la muerte en cruz y con esta realidad- el don que él mismo trae por medio de su venida.
El don del «agua» es el Espíritu que da la vida. ¿Y qué significa la sangre, si ha de entendérsela como don?
La respuesta hay que tomarla de la carta que comentamos. Comparemos 1Jn 1:7 : «la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado»; 1Jn 2:2 : Jesús es «expiación» por nuestros pecados (véase: Jua 1:29.36). En 1Jn 1:8 («Si decimos que no tenemos pecado…. Ia verdad no está en nosotros») se halla también presupuesta una tesis de los herejes, los cuales probablemente son los mismos contra quienes va dirigida la frase de l Jua 5:6 : El que dice que no tiene pecado, no necesita -supuestamente- la sangre de Jesús, sino que lo único que acepta es una gnosis espiritual como camino de salvación.
La «sangre», de 1Jn 5:6, significa, por tanto, el don divino de la expiación. Sin embargo, aquí no se piensa en dos dones salvíficos que fueran distintos. Sino que al único don se caracteriza de dos maneras: es un don vivificador («agua») y expiatorio («sangre»). Se trata del único don de Jesús, se trata del Espíritu Santo, y, por cierto, también cuando se utiliza el concepto «sangre»: cuando el resucitado, según Jn 20122, sopla sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo, esto no significa sólo que los discípulos recibieron potestad para perdonar los pecados (no se trata sólo de la institución de un sacramento), sino más: ahora comienza a actuar, por la muerte de Jesús, el don de la salvación. Ahora se inicia la acción salvífica de la muerte de Jesús. El Espíritu, como primer efecto de la muerte de Jesús, comunica la remisión de los pecados.
En este sentido no se da el «agua» sin la «sangre»: porque la acción salvífica vivificadora de Jesús se realizó dentro de la realidad del mundo pecador. Y. sin pecado, no puede haber por tanto «agua vivificadora» («vida eterna»).
Que se trata de un solo pensamiento homogéneo, lo vemos confirmado por el paralelo de 4,2 (véase 2Jn 1:7): Allí testifica el Espíritu que Jesús ha venido «en carne». Esto no significa exclusivamente la realidad de la encarnación. Más bien habría que ver en lo de «en carne» un compendio de lo que en 1Jn 5:6 se designa como «agua» y «sangre». Hacia esto señala, seguramente, Jua 6:51c: «El pan que yo daré [ = Jesús mismo como don que él da] es mi carne, por la vida del mundo.» Aquí se hace ya la transición hacia la significación eucarística de la carne y sangre de Jesús en Jua 6:53-58.
Por consiguiente, «en carne» -en IJn 4,2- significa, seguramente, la realidad corpórea no sólo de la encarnación sino también del don del Logos hecho carne. La idea eucarística, en la presente carta, quizás no esté muy alejada de la idea de la encarnación.
Sin embargo, dentro de esta carta, que está dominada por una concepción teológica tan concluyente y bien pensada, no basta esto para decirlo todo. Intentaremos ahora relacionar el v. 6a y b con la teoría de la carta.
¿Cuál es la aportación de este versículo a la teología de la agape, en nuestra carta? Que Jesús «viene por agua y sangre» no es más que otra expresión, más profunda, para decir que él nos revela y da graciosamente el amor de Dios por medio del «agua» y de la «sangre». Examinemos otra vez la significación de 5,5: Vence al mundo aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios, es decir: el Hijo que Dios -según 4,10- envió al mundo como «expiación». En efecto, esta significación del concepto de «Hijo de Dios» tiene que darse ya en 4,15. Y ahora el v. 6a y b asegura, contra toda mala interpretación, esta fe en el amor revelado en Jesús. Jesús «vino» para nuestra salvación, no sólo con «agua» (con la revelación del Espíritu), sino también por medio de «sangre» (con amor hasta la muerte, y con la fuerza de este amor). Al «agua» de la revelación del Espíritu pertenece la «sangre» del amor que se entrega. Por consiguiente, una paráfrasis explicativa de 6,5.6 diría lo siguiente: ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree en Jesús como el amor de Dios que se revela? Jesús es quien, con su venida, nos trae revelación y expiación: no revelación solamente, sino revelación (comunicación del Espíritu) y expiación (la verdadera revelación del amor de Dios, la revelación que sigue actuando).
Por consiguiente, «por sangre» o por medio de la sangre es casi una expresión sinónima de «como expiación», que leemos en 4,10.
El v. 6 enlaza magníficamente con el v. 5, si con la palabra «sangre» pretende acentuarse precisamente la significación expiatoria y el poder de expiación de la venida de Cristo, y con ello el aserto total acerca de la fe en Cristo se pone en línea. precisamente, con 4,9.10.
Versículo 6c: Ahora se escucha el término clave de «testificar»: término que domina todo lo siguiente, hasta el v. I1 (y el v. 12). El Espíritu da testimonio de esta significación salvífica de Jesús (de que Jesús trajo la fuerza del amor de Dios que se revela), porque él es la aletheia, la realidad divina que se revela, el Espíritu del amor.
c) Los tres testigos: Espíritu, agua y sangre (5,7-8).
7 Pues tres son los que testifican: 8 el Espíritu, y el agua, y la sangre, y los tres van a lo mismo.
Versículos 7 y 8: Aquí tenemos los mismos conceptos de «Espíritu», «agua» y «sangre», pero esta vez yuxtapuestos, y situados -en cierto modo- a un mismo nivel. La diferencia esencial con respecto al v. 6: el agua y la sangre se consideran ahora como verdaderos testigos; a los tres (el Espíritu, el agua y la sangre) se les aplica el mismo término sintetizador: «los que testifican» (en masculino plural del participio de presente). Y la actuación de los «testigos» agua y sangre está, lo mismo que la del Espíritu, en (participio) presente. El Espíritu actúa dando testimonio por medio de la acción de «confesar» de que se habla en 4,2 (cf. también 5,6c), y también por medio de los otros dos «testigos» que aparecen como realidades independientes.
Por consiguiente, ha tenido que verificarse un cambio de significación con respecto a los términos «agua» y «sangre».
Si el agua y la sangre, en el v. 6, significaran el bautismo del Jordán y la muerte de Jesús, entonces la diferencia sería extraordinariamente crasa. Partiendo de este presupuesto, es lógica -seguramente- la conclusión de que, en el v. 8, no puede pensarse en dos hechos históricos en serie, con el Espíritu de vida como testigo. Por consiguiente, aquí deben «considerarse independientemente como elementos, no como acontecimientos, y deben valorarse como testigos». Y, por esto, se nos ofrece principalmente una posibilidad de interpretación -una posibilidad muy concreta- que ve en estas palabras una referencia a los dos sacramentos principales de la Iglesia: el bautismo y la eucaristía.
Pero también en nuestra interpretación, presentada anteriormente, del v. 6, debemos aceptar que, en el v. 8, se piensa en los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, pues el «agua» como «poder vivificador de la muerte de Jesús», y la «sangre» como «poder expiatorio de la muerte salvífica de Jesús», difícilmente se podrán considerar como «testigos» independientes junto al Espíritu. Como tales, serían muy poco concretos. Lejos de eso, el don salvífico por la muerte de Jesús, ese don concebido en sentido general (como expiatorio y como vivificador), llega a ser eficazmente en la vida cristiana al concretarse conforme al principio de la encarnación. Decimos «en la vida cristiana», porque cuando el autor habla del testimonio del Espíritu (v. 6c), entonces no quiere proponernos especulaciones abstractas sobre el Espíritu Santo, sino que pretende señalar la acción de «dar testimonio», que de hecho se realiza por medio de la Iglesia, dentro de la comunidad cristiana. El autor quiere decirnos: en lo que la comunidad hace, está actuando el Espíritu de Dios. Aquí podemos ya echar una mirada anticipada a 5,10, puesto que en el caso del Espíritu de los v. 6 y 8 se trata del «testimonio» que el creyente «tiene en sí mismo» (v. 10) 1t7, vemos que la tríada del v. 8 -considerada desde el punto de vista de cada creyente- significa el Espíritu de Dios que, por medio de la palabra y de los sacramentos, vive en nosotros y nos comunica la fuerza de amar. Dios obra en nosotros su «testimonio» no sólo por medio de la palabra -hay que excluir precisamente una interpretación errónea que consiste en formarse un sentido demasiado espiritualista de la «palabra»- o por medio de una inspiración interior, sino, como consecuencia del «principio encarnatorio» (véase 4,2s y 2Jn 1:7), por medio de la palabra que se concreta en la vida de la comunidad (y densísimamente en la celebración de la eucaristía).
El Espíritu da testimonio. Con ello, en el v. 6c, se hace referencia a todo el conjunto (predicación de la palabra y sacramento). Aquí, en el v. 8, se piensa más en la predicación de la palabra como testimonio del Espíritu (predicación en la que el Espíritu, como unción que es, nos instruye acerca de todo: acerca de toda la revelación del amor).
El agua da testimonio. Cuando una persona es bautizada en la Iglesia, cuando -en medio de la publicidad de la Iglesia- una persona nace de Dios por medio de la fe y del bautismo, entonces la unción da testimonio de que, aquí, Dios como amor -como el amor que se revela en la entrega de su Hijo- deposita su semilla (su «germen») en esa persona. Sería menos apropiado decir que el bautismo da testimonio. Mejor: el Espíritu derramado -como «unción»- en el bautismo, da testimonio de la significación salvífica de la muerte de Jesús. La sangre da testimonio. Cuando la Iglesia celebra la eucaristía (el concepto de «sangre», en el Evangelio de Juan, aparece casi únicamente con significación eucarística), proclama la muerte del Señor (véase 1Co 11:26). La sangre eucarística del Hijo del hombre (Jua 6:53 ss), que solamente puede interpretarse como sangre del sacrificio de su muerte, da testimonio de que la vida eterna se da únicamente como fruto de esta muerte (por medio de la encarnación del Logos, consumada en la muerte). La sangre que Jesús derramó en la cruz, y que revela el amor de Dios, se nos da en participación a nosotros -por medio del Espíritu que actúa en la comunidad de los creyentes- en el sacramento de la eucaristía. Y se nos da, no sólo para que nos purifique del pecado, impedimento del amor, sino también para que -en nosotros y por medio de nosotros- esa sangre pueda seguir revelando y testimoniando el amor de Dios.
Resumiendo, pues, podríamos interpretar así lo de los tres testigos: El «Espíritu» no es aquí solamente un término genérico (lo es también), sino que es considerado más bien como la «unción» que nos instruye sobre todas las cosas, como la fuerza y poder de la predicación de la palabra. El «agua» nos está indicando el Espíritu que se nos concedió graciosamente en el bautismo, y lo indica como el «germen» o semilla de la filiación divina, del hecho de haber nacido del amor de Dios. La «sangre» es el Espíritu del amor fraterno, el Espíritu que -en la celebración eucarística- nos asegura de nuestra unidad, y amor fraterno que se ejercita según la norma de la entrega de su vida que hizo Jesús.
Versículo 8b: «y los tres van a lo mismo» (es decir: coinciden en su testimonio). Es un desarrollo del v. 6c, a saber, que el Espíritu es el que da testimonio. También en el «agua» y en la «sangre» es el Espíritu el que testifica.
Para la meditación de Jua 5:8.
Hagamos solamente una pregunta: ¿Que significa que el Espíritu, que actúa en la celebración eucarística, da testimonio de que Dios -en Jesucristo- se manifestó a sí mismo como amor? O mejor dicho: ¿Cómo sucede esto? Y, con todo ello, ¿qué sucede en nosotros y por medio de nosotros?
d-f) El testimonio de Dios y la fe (Jua 5:9-12).
Para interpretar esta sección, es importante la pregunta de si dicha sección actual está íntimamente vinculada con la sección anterior acerca de los tres testigos, o de si debe desligarse de la misma. Lo obvio es suponer que existe un hilo ininterrumpido del pensamiento: en primer lugar se habló del Espíritu como del que da testimonio (v. 6c). Luego se especificó este testimonio, hablándosenos del testimonio de los tres testigos (v. 7s). Y ahora vuelve a compendiarse todo de nuevo en el «testimonio de Dios». El «testimonio de Dios» es exactamente el testimonio de los tres testigos de que se habla en el v. 8, o el testimonio del Espíritu de que se habla en el v. 6c. Es eso y no otra cosa.
d) El testimonio de Dios es «mayor» (5,9).
9 Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor; pues éste es el testimonio de Dios, que ha testificado acerca de su Hijo.
El testimonio de Dios es «mayor» que el de los hombres. Suponemos que vuelve a hacerse referencia a los herejes, sobre quienes los cristianos pueden conseguir victoria, porque Dios mismo («el que está en vosotros») es mayor que «el que está en el mundo» (el maligno que habla en aquellos hombres; véase 4,4). La frase «si aceptamos el testimonio de los hombres», muestra clarísimamente que el autor cuenta también con el peligro de que los cristianos acepten la doctrina (el «testimonio») de los gnósticos, así como en 1,6 ss («si decimos…») contaba con el peligro de que compartieran la doctrina herética de la carencia de pecado.
Por consiguiente, la palabra acerca del testimonio «mayor» hay que referirla al concepto de Dios que hallamos en la carta (el concepto de Dios que leemos en 1,5; 3,20; 4,4 y 4,8.16). En el sentido que tiene en 1Jn, esta grandeza de Dios sólo podremos interpretarla a partir de 4,8.16. El testimonio de Dios es «mayor», porque Dios mismo es el «Mayor». El testimonio del amor personal es «mayor»: Dios testifica su amor al comunicarlo.
El final del v. 9 dice así: «Pues éste es el testimonio de Dios, que ha testificado acerca de su Hijo.» Si aquí se habla del «Hijo» de Dios, entonces -exactamente igual que en 4,9s.15- se nos estará diciendo también que el Padre envió este Hijo a la muerte para revelar su amor. El testimonio de Dios es «mayor», porque es el testimonio de un amor mayor, de un amor que se reveló en la misión del Hijo.
e) Posición del hombre con respecto al testimonio de Dios (5,10).
10 El que cree en el Hijo de Dios, en sí mismo tiene el testimonio. El que no cree a Dios, lo ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios testificó acerca de su Hijo.
El v. 10 es el verdadero centro de gravedad de este grupo de versículos (5,9-12).
Versículo 10a. ¿hasta qué punto el que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio? Sólo puede tenerlo, cuando la fe ha producido ya de sí la caridad activa, el amor fraterno activo (véase Jua 7:16s). Únicamente así se vincula este versículo con las «fórmulas de conocer» de esta carta, en las que vemos constantemente que el amor fraterno es el medio para conocer la vida eterna. Una prueba más fuerte de esto mismo la tenemos, seguramente, en el paralelismo de 5,10b (lo ha hecho mentiroso) con 1,10 (véase más adelante).
El que cree que Dios tiene este Hijo (a quien entregó por nosotros), es decir, el que cree en el amor de Dios, que -según 4,16a- se nos mostró, fue infundido en nosotros, y pretende seguir actuando en nosotros, ése tiene en sí el testimonio.
Tan sólo así Est 5:10 un lugar paralelo a la frase de la fe victoriosa, que leemos en 5,4s. Sólo así puede alcanzarnos personalmente este «testimonio».
Resumiendo, podríamos formularlo así: el que cree en el amor que Dios ha revelado en su Hijo, ése tiene en sí mismo el testimonio, porque por la fe (y el conocimiento) ha dejado entrar en su corazón al amor. Tiene en sí mismo el «testimonio de Dios», porque está en él el «germen» y la «unción» de Dios, el Espíritu del v. 6c («y el Espíritu es el que testifica…»; porque el Espíritu mismo obra el testimonio de que se nos habla en el v. 9 ss; más aún, en el fondo, el Espíritu es ese «testimonio», así como -según el final del v. 6- es la aletheia, la realidad de Dios que se manifiesta.
Versículo 10b.c: ¿cómo el que no cree hace mentiroso a Dios? De nuevo hemos de comparar los otros lugares en que aparece la palabra «mentiroso» o «mentira»: 1,10; 2,22; 4,20.
Tal como entiende las cosas 1Jn, que no considera casos particulares sino las estructuras fundamentales del ámbito de la luz y del ámbito de las tinieblas, vemos que el que no cree saca la conclusión lógica de su incredulidad y se convierte en uno que no ama. No sólo niega el testimonio externo acerca de Jesús, sino también el testimonio que es asequible a él por medio de la acción del amor en él mismo, por medio del amor fraterno activo.
El autor ¿se refiere únicamente a los herejes que están fuera de la comunidad o también a los cristianos que están dentro de la comunidad? La respuesta vuelve a dárnosla 1,6-10: por este paralelismo (por la forma de primera persona de plural: «nosotros»), está bien claro que incluso el cristiano que está dentro de la comunidad no puede descartar para sí mismo este peligro.
El que no cree hace «mentiroso» a Dios, por cuanto no hace que Dios aparezca como la «luz» sin mancha y como la realidad que se revela cual amor, como la «verdad».
f) Concesión de la vida eterna como testimonio (5.11-12).
11 Y éste es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su HiJo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida. El que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.
Versículo 11: otra vez vuelve a hablarse, de nueva manera, acerca del «testimonio de Dios». Consiste en que «Dios nos dio vida eterna». Esta transición del versículo 10 al versículo 11 tiene sentido únicamente si, para esta carta, «vida eterna» es la vida del amor, la vida en el amor mismo de Dios. El testimonio que el creyente tiene en sí mismo, es la vida que Dios le dio «en su Hijo»: la vida que Dios le dio al engendrarlo por medio de su simiente o «germen» (el Espíritu que crea la comunión con el Hijo)
Dios nos dio graciosamente la vida eterna, al darnos graciosamente su amor. El ámbito de la «vida», en el que hemos entrado nosotros (3,14), es el ámbito del amor. Porque el hecho de que nos hallemos en el ámbito de la vida, es algo que conocemos por nuestro amor fraterno. Y creemos a Dios, cuando creemos el testimonio del amor que él nos transmite por medio de sus testigos (véase 1,1-4; 4,14): el testimonio que él ha depositado en nosotros. En efecto, haber nacido de Dios es lo mismo que tener vida. Y. puesto que Dios es amor, haber nacido de Dios es lo mismo que haber nacido del amor y tener la vida del amor. Los versículos 11lb y 12 dirigen por completo nuestra atención hacia la idea de la introducción de la carta. Como allí se decía que «la vida se manifestó» -se manifestó en Jesús-, así ahora la vida está inmutablemente vinculada al Hijo. La vida, que palpita por el poder de Dios mismo que ama, es la vida «en su Hijo», el cual es la revelación de este amor. El Padre concedió al Hijo el «poseer vida en sí mismo» (Jua 5:26) y el «dar sin medida» (véase Jua 3:34s) la vida divina que se encierra en el Espíritu.
La fórmula del v. 12: «EI que tiene al Hijo, tiene la vida…», despierta resonancias de 2,23: («…Quien confiesa al Hijo, tiene también al Padre»). Quien confiesa al Hijo, quien «conoce» y -por tanto- «tiene» al Hijo, «tiene» también al Padre. Y el Padre es luz (1,5), amor (4,8.16), y, precisamente por esto, es la vida.
El versículo 4,16a y otros lugares nos enseñaban que el amor, tal como lo es Dios y tal como nos lo comunica a nosotros y hace que siga actuando por medio de nosotros, sólo puede darse en la «fe» en Jesucristo «venido en carne». Quien cree en Jesucristo, tiene comunión con él, lo «tiene» a él. En 5,12, con sus fórmulas lapidarias, la carta -al final de la parte principal- plasma una vez más con sumo énfasis la significación decisiva (decisiva sobre la vida y la muerte) de la comunión con Jesús.
11. CONCLUSIÓN DE LA PARTE TERCERA Y DE TODO EL CONJUNTO (5,13-21).
En 5,13-21, ¿tenemos o no una sección final que sea homogénea en sus ideas? Esta cuestión hemos de suscitarla desde un principio. Es importante para la interpretación. Porque la sección, en cuanto al hilo del pensamiento, se destaca claramente de las secciones de la carta que hemos considerado hasta ahora. Es evidente que el autor quiere llegar al final o que considera como terminada ya la carta como tal. En efecto, en el v. 13 echa una mirada retrospectiva y enuncia la finalidad de toda la carta. Y los temas particulares de que se va a hablar ahora, parecen ser -a primera vista- algo así como suplementos (cosas que al autor le interesan mucho, pero que no ha tenido ocasión todavía de exponer a lo largo de la carta): que las oraciones son oídas, la intercesión, el pecado «que lleva a la muerte» y el «que no lleva a la muerte», la oposición entre la comunidad y el mundo, el conocimiento de Dios por medio de Cristo, la advertencia contra el culto de los ídolos.
Ahora bien, si examinamos las cosas más de cerca, nos damos cuenta de que todos estos temas, aunque de manera más amplia que hasta ahora (no se puede negar el carácter de suplemento o apéndice) se pueden poner bajo un denominador común, a saber, el que se nos indica en el v. 13 como finalidad de la carta: la seguridad de la salvación. Al «para que sepáis…», del v. 13, corresponde en el transcurso ulterior de la sección final un «sabemos…», repetido cinco veces (en el v. 15) y principalmente en las tres frases, que se siguen unas a otras, y que, innegablemente son el acorde final (v. 18.19.20): frases que comienzan, las tres, por el significativo «sabemos…» y que, por tanto, tratan de remachar -como quien dice- en el lector lo que el autor se ha propuesto con su carta.
a) Finalidad de la carta: suscitar la seguridad de la salvación (5,13).
13 Os escribo estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.
El autor escribió su carta a los cristianos (a los que «creéis en el nombre del Hijo de Dios») para que supieran que poseen la vida eterna que les fue dada graciosamente, a fin de que, con la alegre seguridad de la salvación, puedan vivir como cristianos (véase anteriormente, a propósito de 2,12-14).
b) Las oraciones son oídas (5,14.15).
14 Y ésta es la confianza que tenemos en él: que si pedimos algo según su voluntad, nos oye. 15 Y si sabemos que nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido.
La «confianza» o seguridad de que sean oídas nuestras oraciones es algo que ya conocemos por un lugar importante (3,21s). Aquí, en relación con 3,21s, encontramos la adición de «según su voluntad». ¿Se trata de una precaución teológica general que pueda utilizarse como recurso para que no falle nunca la promesa de que serán escuchadas las oraciones? ¿0 el autor tiene en su mente un determinado decreto de la voluntad divina? La respuesta parece que nos la dan los dos versículos siguientes, principalmente el v. 16.
Versículo 15: este versículo es, innegablemente, un lugar paralelo del v. 13. En el v. 13 el creyente debe saber que tiene vida eterna. En el v. 15 el creyente sabe que «tiene» lo que constituye el objeto de sus peticiones. Por consiguiente, lo que se pide y que es concedido por Dios con toda seguridad, ¿será el bien más amplio, la vida eterna en toda su plenitud de sentido? En realidad, la certidumbre de que son oídas las oraciones no es más que otro aspecto distinto de la certidumbre de la salvación. Ahora bien, parece que el autor, con el hilo tan general de su pensamiento, apunta hacia una intención especial que hasta ahora no había encontrado expresión de este modo, en el curso de la carta. Lo veremos en los siguientes versículos 5,16s.
c) Tercera exposición sobre el tema «Cristo y el pecado» (5,16s).
16 Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no lleva a la muerte, que pida, y Dios le dará vida. Se trata de los que cometen pecados que no llevan a la muerte. Hay pecado que lleva a la muerte; por el cual no pido oraciones. 17 Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no lleva a la muerte.
El v. 16a habla de la intercesión en favor del hermano que peca. En una carta que tan encarecida y extensamente recomienda el amor fraterno, ¿no es obvio que el tema «Cristo y el pecado» no afecte sólo a cada cristiano en particular sino que también sea objeto del amor solícito dentro de la comunidad de hermanos y hermanas? Parece que el autor, con mucha razón, se dio cuenta de que esta idea faltaba aún en la carta. La seguridad de salvación se convierte en seguridad de que serán oídas las oraciones. Y ésta, a su vez, se convierte en seguridad acerca de la «vida» de los hermanos, en una seguridad que abarca a toda la comunidad de los creyentes.
Versículos 16b y 17: ahora el autor, conforme a la teología que él ha ido exponiendo hasta ahora, se siente obligado comprensiblemente a hacer una restricción: Dios, al escuchar la intercesión, concederá graciosamente «vida» a los que «cometen pecados que no llevan a la muerte». Esta distinción entre «pecados que llevan a la muerte» y «pecados que no llevan a la muerte» tuvimos que sacarla ya a relucir, a propósito de 3,4-10. Las secciones 3,4-10 y 5,16 ss se hallan en la misma línea teológica. Así lo vemos por el curso de los pensamientos en 5,17-18, principalmente en el v. 18: Aquí se recoge otra vez la afirmación de 3,6.9 acerca de que el que ha nacido de Dios no peca. Y debemos entender que no peca con el «pecado que lleva a la muerte».
Como vimos ya (véase anteriormente, a propósito de 3,4-10), 1Jn entiende por «pecado que lleva a la muerte» el odio fraterno, que es una decisión radical contra la luz del amor, y en favor de las tinieblas (decisión que es también, y de manera primordial, una decisión contra la fe en Cristo como fe en el amor de Dios). En contraste con esto, existe también un «pecado que no lleva a la muerte»: vemos que el autor, con énfasis, lo acentúa en el v. 17. Para su polémica con los herejes gnósticos, es importante el hecho de que existe ese pecado. Se trata del pecado que los cristianos, según 1,9, deben confesar. Y a causa del cual, el corazón de ellos -según 3,20- los condena. Los adversarios gnósticos se enredan precisamente en las tinieblas porque no quieren ver esos pecados y la expiación que de los mismos hizo Cristo.
La oposición entre «pecado que lleva a la muerte» y «pecado que no lleva a la muerte» -y conste que esto es extraordinariamente importante para la comprensión del pensamiento joánico- no se identifica con la distinción que conocemos corrientemente entre pecado mortal y pecado venial. Muchas de las cosas que en teología moral se consideran como pecado grave, no las designaría la carta como «pecado que lleva a la muerte». Esto guarda relación estrecha con el hecho de que la teología moral tradicional se fija, sobre todo, en lo que puede comprobarse externamente (la materia grave), y distingue de ello el conocimiento claro de la pecaminosidad y la voluntad completamente libre. Tales distinciones están muy lejos de 1Jn. El «pecado que lleva a la muerte», de esta carta, supone un rechazo de Dios todavía más radical. Comparado con el pecado mortal significa un quedarse aprisionado por el poder de las tinieblas de manera aún más tenaz. Es la actitud típica del «maligno», el contradictor de Dios, adoptada por aquellos que deciden colocarse bajo el señorío del maligno.
Sigue siendo difícil de entender para nosotros la frase del final del v. 16: «Hay pecado que lleva a la muerte. por el cual no pido oraciones.» El autor no prohíbe aquí que se ore por él. Pero a nosotros, esta simple salvedad nos suena ya muy duro. ¿Habrá que achacar quizás al autor, más intensamente de lo que se ha hecho hasta ahora, el afiliarse a un predestinacionismo que estuviera condicionado por la época? La respuesta a esta pregunta podría estar, otra vez, en el hecho de que la mirada teológica de nuestro autor se dirige, también aquí, hacia el «maligno» por excelencia, y en que -a partir de él- enjuicia a todos los que se han sometido a su señorío; mientras que nosotros preferimos tener en cuenta a los individuos concretos, uno por uno, y en quienes la luz y las tinieblas están luchando entre sí. Lamentamos que el autor deje de hacer una afirmación que nos agradaría mucho. Pero aun esta observación aguza nuestra mirada para comprender la manera de pensar del autor: una manera de pensar que lleva, toda ella, la impronta de la oposición necesaria e irreconciliable entre la luz y las tinieblas.
d) El «conocimiento» en torno a la salvación (5,18-20).
18 Sabemos que quien ha nacido de Dios no peca; sino que aquel que nació de Dios lo guarda, y el maligno no lo toca. 19 Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está sometido al maligno. 20 Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y vida eterna.
En los v. 18-20 se va sucediendo ahora el triple acento final: «Sabemos. . . » Versículo 18: esta proposición, que es la primera de las tres que comienzan por «sabemos…», se halla todavía plenamente dentro de la temática de los versículos 16 y 17: «Cristo y el pecado.» Esta proposición repite victoriosamente, con la conciencia de la victoria de Cristo; la verdad expuesta en 3,4-10, de que el que ha nacido de Dios (del amor personal) no cae en el pecado (en el sentido del radical no amar y del odio satánico). Pero, sobrepasando ahora al capítulo tercero, se da una razón más: porque Dios lo guarda, de suerte que el maligno no puede tocarlo.
Versículo 19: el segundo «sabemos…» ilumina, una vez más, con luz de relámpago y en el sentido en que lo entiende el autor, el estado de salvación de los cristianos («ser de Dios», esto es: ser hijos de Dios y tener comunión con él), en contraste con el «mundo» como ámbito en el que domina el maligno, el adversario de Dios: El «mundo» entero está atrapado bajo el poder del maligno. Como en el caso de 2,15-17, aquí también sólo lograremos adquirir una visión que escape y sobrepase para nosotros las concepciones dualistas de la época (recordemos Qumrán), si vemos asociada esta proposición con el mensaje central de la carta. El mundo entero se halla en las tinieblas y frialdad de la falta de amor. Y necesita la revelación del amor divino y la comunión con este amor para alcanzar la santidad y calor de la luz. A nosotros, lo sabemos por la fe (esto es lo que el autor quiere decir), se nos ha concedido ya graciosamente este pasar del reino de la muerte al de la vida (véase 3,14).
Versículo 20: este tercer «sabemos…» nos adentra una vez más, profundamente, y para terminar, en el mensaje de la carta acerca de Dios y de su Hijo. «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido» y que ha venido en la realidad de la carne (4,2): no sólo con el don pneumático del Espíritu, sino con su propia sangre expiatoria (5,6). éI nos dio inteligencia para conocer al «Verdadero» (o mejor: al «Real»): para «conocer» a Dios mismo y entrar así en comunión con el «amor» mismo. Ahora bien, esta comprensión, esta «inteligencia», Jesucristo no nos la da como simple maestro y profeta, sino como el Hijo de Dios, el santo, el «ungido», y por medio de la «unción» que de él tenemos (2,20.27).
Con estilo lapidario, la carta hace una vez más una afirmación que nos muestra la razón de esta singularísima potestad del Hijo de Dios con respecto a nosotros: Nosotros no sólo «permanecemos» en Dios, sino que también «estamos» en su Hijo. Y el Hijo está tan íntimamente unido con el Padre, que lo mismo que a éste se le puede llamar el «verdadero» (el «Real»). Y después, con llamativa concisión, hallamos una vez más un compendio de la cristología joánica: «Este es el verdadero Dios y vida eterna.» Es un enunciado que, en el Nuevo Testamento, en esta forma, sólo es posible dentro del pensamiento joánico. El fundamento lo constituye la intuición de Jua 14:9s: «El que me ve a mí, ve al Padre.» El Hijo, como revelador de su amor, transparenta tan plenamente al Padre, que quien ve al Hijo, ve a Dios mismo, y Dios puede hablarle en él (véase Jua 20:28). El «verdadero Dios» es el Hijo con el Padre o el Padre que tiene este Hijo
e) Exhortación final (Jua 5:21).
21 ¡Hijitos, guardaos de los ídolos!
Esta frase final, no la esperaría -seguramente- ningún lector. De los ídolos no se ha hablado hasta ahora en la carta. Los textos de Qumrán nos han mostrado que, para las ideas de entonces, los «ídolos» estaban muy estrechamente vinculados con el pecado como poder antagónico de Dios. Aunque para la mente bíblica en general, los ídolos apartan al hombre del verdadero Dios y pretenden ponerse en su lugar: sin embargo esta expresión -por el contexto teológico- tiene aquí un matiz muy específico: «ídolos» es todo aquello que pretende destronar al amor (personal) y entronizarse en su lugar, de tal modo que las consecuencias sean la falta de amor y el odio.
La exhortación final podría muy bien tener el mismo significado que la advertencia de 2,15: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.» Pero el hecho de que aquí se introduzca un nuevo concepto (precisamente el término «ídolos»), que el lector mismo debe interpretar por la lectura de la carta (y por lo que conoce de la predicación joánica), llama poderosamente la atención. Esta sentencia enigmática es impresionante, y se queda grabada. Y. al quedarse bien grabada, seguirá actuando.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
1Jn 2:29; 1Jn 3:23; 1Pe 1:22-23.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
la Victoria de la Fe
El pensamiento del amor lleva al de la relación con Dios y eso, a su vez, a la victoria. El amor y la fe están envueltos, por así decirlo, en un mismo manto (cf. 4:16), y el creyente vence al mundo.
1 La fe confía en que Jesús es el Cristo, una verdad sobre la cual se insiste a lo largo de la epístola, y el creyente que así confía es nacido de Dios. La confesión de que Jesús es el Cristo no resulta de una percepción humana, sino de la obra divina dentro de él (cf. 1 Cor. 12:3). Y amará a sus hermanos en la fe porque el amor por el padre significa también amor por su hijo. 2 Juan insiste nuevamente en que el amor hacia Dios y hacia la gente van estrechamente ligados. Pero habitualmente piensa en el amor de Dios en la medida en que se expresa en amor por los hermanos. Aquí invierte el proceso. Sabemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios. El amor hacia Dios y hacia la gente se acompaña y forma una sola y única unidad. La mente práctica de Juan no le permite detenerse en el pensamiento del amor por Dios. Por eso se apresura a decir y guardamos sus mandamientos. El verdadero amor se demuestra en el esfuerzo por cumplir la voluntad de Dios. 3 En realidad, Juan pue de decir que el amor de Dios es el guardar sus mandamientos. No es que Juan sea un legalista, pero reconoce que el amor es activo. Encuentra su cauce natural haciendo las cosas que agradan al amado, ¿y dónde hallaremos mejor estas cosas que en sus mandamientos? Cuando Juan añade sus mandamientos no son gravosos (cf. Mat. 11:30) no quiere significar que resulta fácil descargar en Dios nuestras obligaciones. Más bien lo que Juan trata de decirnos es que los mandamientos de Dios no son una carga tediosa. Puede que sean difíciles, pero al mismo tiempo son agradables.
4 El pensamiento del escritor conduce a la victoria. El neutro todo lo que le da a la afirmación un carácter de generalidad (cf. 1:1). Nuestra fe (el sustantivo solamente aparece aquí en 1 Jn.; no figura ni en el Evangelio ni en 2 y 3 Jn.) va al final del v. para dar mayor énfasis. Ha vencido al mundo: la victoria decisiva pertenece al pasado, cuando Jesús murió para vencer el mal, y en el caso del creyente cuando éste se decide a confiar en él. 5 La pregunta retórica hace hincapié en el lugar que ocupa la fe. Logra la victoria el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Obsérvese el énfasis una vez más en un correcto concepto de su persona. También aquí notamos la costumbre de Juan de hacer hincapié por medio de la repetición, pues en estos dos versículos menciona tres veces el vencer al mundo. No podemos ignorarlo. Es importante.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
5.1, 2 Cuando nos hicimos cristianos, llegamos a formar parte de la familia de Dios, y los creyentes son nuestros hermanos. Es Dios el que determina quiénes son los otros miembros de la familia, no nosotros. Hemos sido llamados simplemente a aceptarlos y a amarlos. ¿Cómo trata usted a los miembros de la familia de Dios?5.3, 4 Jesús nunca prometió que obedecerle sería fácil. Pero el arduo trabajo y la disciplina de servir a Cristo no es una carga para quienes aman a Dios. Y si nuestra carga empieza a ser pesada, siempre podemos confiar en que Cristo nos ayudará a llevarla (véase Mat 11:28-30).5.6-8 Tal vez la frase «vino mediante agua y sangre» se refiera al bautismo de Jesús y a su crucifixión. Por esa época circulaba una enseñanza falsa que decía que Jesús fue «el Cristo» solo en el lapso entre su bautismo y su muerte. Es decir, que fue simplemente humano hasta que fue bautizado, y a partir de allí «el Cristo» luego descendió sobre El para dejarlo más tarde antes de su muerte en la cruz. Pero si Jesucristo murió sólo como un hombre, entonces no pudo haber llevado sobre sí los pecados del mundo, y el cristianismo sería una religión vacía. Solo un acto de Dios pudo anular el castigo que estaba reservado por nuestros pecados.5.7, 9 En los Evangelios, Dios afirma en dos oportunidades que Jesucristo es su Hijo: una vez en el bautismo de Jesús (Mat 3:16-17) y la otra en su transfiguración (Mat 17:5).5.12 El que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna. El es lo único que usted necesita. No tiene que esperar la vida eterna, porque comienza desde el día que usted cree. No necesita hacer algo para obtenerla porque ya es suya. No debe preocuparse porque Dios mismo le ha dado vida eterna y, por lo tanto, está garantizada.5.13 Algunos esperan recibir vida eterna. Juan dice que podemos saber que la tenemos. Nuestra certeza se basa en la promesa de Dios que nos ha dado vida eterna por medio de su Hijo. Eso es cierto ya sea que usted se sienta cerca o lejos de El. La vida eterna no se basa en sentimientos sino en hechos. Usted puede saber que tiene vida eterna si cree en la verdad de Dios. Si no está seguro de que es cristiano, pregúntese si en realidad dedicó su vida a El, aceptándolo como su Señor y Salvador. Si es así, usted sabe por fe que de veras es hijo de Dios.5.14, 15 El énfasis aquí está en la voluntad de Dios, no en la nuestra. Cuando nos comunicamos con Dios, no pedimos lo que queremos, sino que dialogamos con El sobre lo que quiere para nosotros. Si armonizamos nuestras oraciones de acuerdo con su voluntad, El nos oirá; y podemos estar seguros de que si El escucha, nos dará una respuesta definida. ¡Empiece a orar con confianza!5.16, 17 Los comentaristas difieren mucho en su forma de pensar en cuanto a qué pecado conduce a la muerte, y si la muerte que causa es física o espiritual. Pablo escribió que algunos cristianos murieron porque tomaron la Santa Cena «indignamente» (1Co 11:27-30), y Ananías y Safira murieron cuando mintieron a Dios (Act 5:1-11). La blasfemia contra el Espíritu Santo resulta en muerte espiritual (Mar 3:29) y el libro de Hebreos describe la muerte espiritual de la persona que se apartan de Cristo (Heb 6:4-6). Juan estaba probablemente pensando en los que habían abandonado el cristianismo y se habían unido a los «anticristos». Al rechazar la única forma de salvación, esas personas se estaban poniendo fuera del alcance de las oraciones. En la mayoría de los casos, sin embargo, aun si sabemos lo terrible que el pecado es, no tenemos una forma segura de saber si alguna persona lo cometió. Sin embargo, debemos seguir orando por nuestros seres queridos y hermanos en Cristo, dejando el juicio a Dios. Obsérvese que Juan dice: «por el cual yo no digo que se pida». El no dice que «no pueden orar por él». Juan reconoce la falta de absoluta certeza en ese asunto.5.18, 19 Los cristianos cometen pecados, por supuesto, pero piden a Dios que los perdone y luego continúan sirviéndole. Dios los libertó de la esclavitud de Satanás y los mantiene protegidos de los ataques continuos de Satanás. El resto del mundo no tiene la libertad de los cristianos para obedecer a Dios. A menos que acudan a Cristo con fe, no tienen otra opción que la de obedecer a Satanás. No hay un lugar intermedio: se es de Dios y se le obedece, o se vive bajo el dominio de Satanás.5.21 Un ídolo es todo lo que sustituye a la fe verdadera, cualquier cosa que niega la absoluta humanidad y deidad de Cristo, cualquier concepto humano que diga tener más autoridad que la Biblia, cualquier lealtad que sustituya a Dios como el centro de nuestra vida.5.21 Lo que pensemos acerca de Cristo es fundamental en nuestras enseñanzas, predicación y estilo de vida. Jesucristo es Dios y hombre, totalmente Dios y totalmente humano al mismo tiempo. Vino a la tierra para morir en nuestro lugar por nuestros pecados. Mediante la fe en El, podemos tener vida eterna y el poder para hacer su voluntad. ¿Cuál es su respuesta a la pregunta más importante que debiera contestar: Quién es Jesucristo?
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 229 1Pe 1:3
b 230 Jua 1:12; Jua 3:3; 1Pe 1:23; 1Jn 3:9
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Jesús es el Cristo. Véase coment. en Mt 1:1.
Fuente: La Biblia de las Américas
1 (1) Los gnósticos y los cerintianos no creían que Jesús y el Cristo eran idénticos (véanse las notas 22 (1) del cap.2 y 3 (1) del cap. 4). Por consiguiente, no eran hijos de Dios, no habían sido engendrados por Dios. En cambio, todo aquel que cree que el hombre Jesús es el Cristo, Dios encarnado ( Jua_1:1 , Jua_1:14 ; Jua_20:31), ha nacido de Dios y ha venido a ser un hijo de Dios ( Jua_1:12-13), Tal hijo de Dios ama al Padre, quien le ha engendrado, y también ama a su hermano, quien ha sido engendrado por el mismo Padre. Esto explica, confirma y fortalece lo dicho en los versículos precedentes (4:20-21).
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
30 (C) La fe en el Hijo (5,1-12). En su último argumento contra los disidentes, 1 Jn apela a la obediencia al mandamiento del amor, a la fe en Jesús como Hijo y a la convicción de que la muerte de Jesús por nuestros pecados nos ha obtenido la vida eterna.
(a) La fe ha vencido al mundo (5,1-5). Esta sección vincula la confesión cristológica sobre Jesús como Hijo de Dios (w. 1.5), con el mandamiento del amor. 1. ama al que da el ser, debe amar también a quien lo recibe de él: Una máxima proverbial sirve para insistir en el vínculo que une el amor a Dios y el amor a los hermanos mencionado en 4,20-21. 4. la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe: La victoria sobre el mundo se obtiene con la conversión cristiana (2,13.14). La palabra de Dios o la unción son el origen de esta victoria (4,4), participación en la victoria única de Jesús.
(b) Testimonio: el Hijo vino por la sangre y por el agua (5,6-12). La afirmación de que la fe es el origen de la vida eterna se expande en dos direcciones: (i) la fe debe creer que Jesús vino por el agua y por la sangre; (ii) la fe en el Hijo se fundamenta en el testimonio del mismo Dios. 6. no por agua únicamente, sino por agua y sangre: En Jn 1,31-32, el Bautista da testimonio de que la revelación de Jesús como Hijo preexistente está vinculada al descenso del Espíritu y al bautismo. (1 Jn 5,7 se refiere al testimonio ofrecido por el Espíritu). El envío de Jesús se asocia al don ilimitado del Espíritu (Jn 3,34; 7,38-39). Los disidentes quizás asociaban la salvación y la venida del Espíritu al agua (bautismo) pero no a la sangre (crucifixión). Jn 19,35 quizás fuera añadido al evangelio a fin de dejar claro que su interpretación de la muerte de Jesús proviene del mismo Discípulo Amado. 9. el testimonio de Dios es mayor: La convicción de que Dios es el verdadero testigo de Jesús proviene de las controversias del cuarto evangelio. En ellas, los que rechazan el testimonio de Jesús acerca de su relación con el Padre son confrontados con una lista de testigos de Jesús (cf. Jn 5,31-40; 8,14-
19). 10. tiene ya el testimonio en sí mismo: Diversos pasajes del evangelio se refieren al tema del creyente como «el que posee el testimonio». En último término, Dios es responsable de la respuesta de fe del creyente (Jn 6,44; 10,3-4). El Espíritu/Paráclito que habita en la comunidad hace la función de testigo (Jn 14,16) y permite a la comunidad dar testimonio ante el mundo (Jn 15,26-27). 12. el que tiene al Hijo, tiene la vida: El tema del Hijo enviado a dar vida a los que creen se repite a lo largo del cuarto evangelio (p.ej., 3,36; 5,24.26; 6,57; 20,31).
31 Comma Joanneo: Algunas versiones latinas contienen una expansión de 1 Jn 5,7-8: «porque tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y los tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra, el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres son uno». Esta versión expandida, conocida como Comma Joanneo, no se encuentra atestado hasta finales del s. IV d.C. Aparece en manuscritos hispánicos de la Vg durante el s. VIII y en algunas copias carolíngeas de la Vg, aunque la mayoría de los manuscritos anteriores a 1200 d.C. no la contienen. El hecho de que formara parte del texto de la Vg motivó la inclusión de una traducción gr. de este pasaje en la 3a edición del NT gr. de Erasmo (1522). Desde allí, la adición pasó al textus receptus (1633) y, finalmente, a la KJV y a la traducción de Rheims. Los críticos textuales contemporáneos concluyen de acuerdo con Erasmo que esta adición latina no representa una variante original del texto gr. de 1 Jn, sino que refleja una tradición teológica del s. III. Los Padres de la Iglesia (Cipriano, De ecclesiae catholicae unitate 6; CC 3.254; Agustín, Contra Maximinum 2.22.3; PL 42.794-95) citaron este texto en combinación con Jn 10,30 a fin de fundamentar bíblicamente la doctrina ortodoxa de la igualdad y la unidad de las personas trinitarias. (Véase como ampliación la Declaración del Santo Oficio EB 135-36 [1897]; DS 3681-82 [1927].)
32 (V) Conclusión (5,13-21). La epístola concluye con una afirmación paralela a la del cuarto evangelio y añade a continuación un conjunto de sentencias acerca de la confianza. 13. que tenéis vida eterna; cf. Jn 20,31. A diferencia de 1 Jn 5,13, aquí se presupone que los lectores son creyentes. El v. 13 introduce el tema de la certeza de la salvación que se desarrollará en las sentencias finales.
(A) La confianza en la oración (5,14-17). Unas afirmaciones de tipo general sobre la confianza preparan el terreno para tratar el tema de la oración en favor del cristiano que peca. 14. nos escucha: La afirmación de que los cristianos pueden estar seguros de que Dios escucha su oración refleja las promesas de Jesús en Jn 15,7; 16,24, así como en 1 Jn 3,22.
16. pida a Dios por él y Dios le dará la vida; me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte: 1 Jn 2,1-2 ha caracterizado a Jesús resucitado como intercesor ante Dios en favor del cristiano pecador. Ahora la comunidad creyente es invitada a interceder de la misma manera por sus miembros pecadores, exceptuando el caso de aquel que comete pecado mortal. (Para un ejemplo similar acerca de la oración de intercesión por un cristiano pecador véase Sant 5,15-16.20.) un pecado que lleva a la muerte: Esta expresión es difícil de interpretar. El autor ha afirmado con insistencia que el «cristiano pecador» recibe el perdón gracias a la muerte expiatoria de Jesús y a la intercesión de Jesús ante Dios (1 Jn 1,6-2,2; 4,10) , y ha afirmado también que el verdadero cristiano no peca (1 Jn 3,6.9). La mejor solución parece ser la identificación del pecado mortal con la disidencia, el pecado de los que se han separado de la comunidad. Estas personas «permanecen en la muerte» (1 Jn 3,14). | Sin embargo, en 2,19 el autor niega que los disidentes hayan sido nunca verdaderos miembros de la comunidad. Así, los exegetas acostumbran a interpretar este versículo como una advertencia de tipo general contra la oración por aquellos que rechazan deliberadamente las condiciones necesarias para caminar en la luz y convertirse en hijos de Dios (p.ej., S. S. Smalley, 1,2,3 Jn 298-99; D. Scholer, «Sins Within and Sins Without», Current Issues in Biblical and Patristic Interpretation [Fest. M. C. Tenney, ed. G. F. Hawthorne, Grand Rapids 1975] 230-46). La referencia a «ver al hermano cometer pecado» sugiere la existencia de una norma comunitaria específica para el caso del cristiano pecador, al estilo de Mt 18,15-17, Una norma parecida pudiera haberse invocado a propósito de la crisis originada tras la expulsión de la sinagoga. La aplicación de una norma tal a los disidentes es consistente con 2 Jn 10-11, donde se afirma que los cristianos deben negarles la hospitalidad e incluso el saludo.
33 (B) Tres afirmaciones acerca de la confianza (5,18-20). 1 Jn concluye afirmando por tres veces que el hecho de que los cristianos «conozcan» su salvación se debe a los dones que Dios les ha conferido. 18. todo el que ha nacido de Dios no peca: Repite 3,9a y a continuación desarrolla el tema de 4,4. La ausencia de pecado del cristiano se basa en el don de Dios que lo protege del maligno. Así queda claro que la «semilla» de 3,9 no debe entenderse como una centella divina incapaz de pecar. 19. somos de Dios y el mundo entero yace en poder del maligno: Reformula la distinción entre los hijos de Dios y los de Satanás (3,8-10). El «mundo» que yace en el pecado es el lugar elegido por los disidentes (4,1.5), es el lugar que el Espíritu/Paráclito ha condenado por su falta de fe en Jesús (16,8-11). El maligno es su príncipe (Jn 12,31; 14,30; 16,11). 20. el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia… y estamos en él que es verdadero: Se resume la obra del Hijo y se contrasta la esfera a la cual pertenece el cristiano («en Dios», «en el Hijo») con el mundo. El conocimiento de Dios y de Jesucristo es el fundamento de la vida eterna (cf. Jn 17,3). Algunos exegetas relacionan la secuencia «ha venido, verdad, vida» con «camino, verdad y vida» en Jn 14,6.
34 (C) Guardaos de los ídolos (5,21). Una conclusión peculiar, ya que los escritos joánicos no mencionan a los «ídolos» en ningún otro pasaje. Quizás la finalidad de la expresión sea enfatizar por contraste la afirmación sobre el «Dios verdadero» de 1 Jn 5,20. Se exhorta al lector a permanecer fiel a la relación con Dios que Jesús ha hecho posible. Considerando esta expresión en el contexto de la crisis que provocó la redacción de la epístola, llegaremos a la conclusión de que las doctrinas de los disidentes quedan desautorizadas por ser fuente de idolatría (J.-L. Ska, NRT 101 [1979] 860-74).
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
nacido… O engendrado. El verbo nacer está en voz pasiva, indicando la no intervención humana: el que ha sido nacido de Dios; y está en pretérito perfecto, indicando la dependencia permanente del nacido con el que lo hizo nacer.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
I.e., el Mesías
O, engendrado
Lit., al que engendra
Fuente: La Biblia de las Américas
O engendrado. Los verbos están en voz pasiva, indicando la no intervención humana: el que ha sido nacido de Dios; y están en pretérito perfecto, indicando la dependencia permanente del nacido con el que lo hizo nacer.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
[2] La Torah nos entrena en amor.
[3] Sin importar lo que la religión proclama.
[4] Noten el uso frecuente de la palabra “prevalecer.” “Israel” significa “prevalecer con El,” y por eso aquellos que confían en Mashiaj son vencedores, o Yisra-El en Hebreo.
[5] Todas las respuestas a la oración están basadas en su voluntad, no en los mandamientos dados a YHWH por los orgullosos y arrogantes a través de fórmulas.
[6] Una vez que uno en verdad cae, no puede ser traído de vuelta a la fe, que es la razón por la cual nosotros cuidamos nuestra fe antes que pase eso y la razon por la cual no pedimos por aquellos que le han dado la espalda a Moshiaj Yahshua por siempre, como lo dice El Espíritu aqui. Ésto no séra lo que queremos escuchar, pero ésto es lo que las Escrituras nos enseña en Ivrim/Heb 6:4. El propósito de esta Escritura es el de asegurar que los Israelitas guarden su fe mientras la tengan y mientras puedan. Por supuesto, todas las cosas son posible con YHWH basado en su misericordia.
[7] Como un estilo de vida.
[8] Cada individuo.
[9] Israel advertido de nuevo acerca de su anhelo histórico por la la idolatría. Segunda Juan
[1] Con fe viva, animada de la caridad.[3] Pues el amor los hace fáciles y suaves. Mat 11, 30.[6] Como Juan Bautista, cuyo bautismo sólo excitaba a penitencia, mas no perdonaba los pecados.[7] De que Jesús es el hijo de Dios. El Padre le reconoció por tal en el bautismo yla transfiguración. El mismo Verbo encarnado demostró que lo era, ya con sus milagros, ya delante de Caifás, y el Espíritu Santo con losdones milagrosos que comunicó a los apóstoles.[8] El Espíritu indica al Padre, pues ya dijo Jesucristo Dios es Espíritu; el agua significa al Espíritu Santo, llamado agua viva, y la sangre denota al Hijo, que tomó carne. Jn 4, 24; 8.[8] Como en una fuente inexhausta de vida.[16] Como la apostasía, la impenitencia final u otro pecado contra el Espíritu Santo.[20] Y reírnos de los dioses falsos.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat