Comentario de Apocalipsis 11:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Entonces me fue dada una caña, semejante a una vara de medir, y se me dijo: “Levántate y mide el templo de Dios y el altar, y a los que en él adoran.
El capítulo 10 registra la primera parte de la visión intermediaria, la del librito. Este capítulo registra la segunda parte, la del templo y de los dos testigos. Al final de este capítulo (los versículos del 15 al 19) es tocada la séptima trompeta para completar la serie de trompetas. 11:1 — Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en élFuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
me fue dada una caña. Apo 21:15; Isa 28:17; Eze 40:3-5; Eze 42:15-20; Zac 2:1, Zac 2:2; Gál 6:14-16.
y se me dijo. Apo 10:1-5.
Levántate, y mide el templo. Núm 33:18; Eze 40:1-49 Eze 41:1-26 Eze 42:1-20 Eze 43:1-27 Eze 44:1-31 Eze 45:1-25 Eze 46:1-24 Eze 47:1-23 Eze 48:1-35; 1Co 3:16, 1Co 3:17; 2Co 6:16; Efe 2:20-22; 1Pe 2:5, 1Pe 2:9.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
La profecía de los dos testigos, Apo 11:1-5.
Ellos tienen poder para cerrar el cielo, para que no llueva, Apo 11:6.
La bestia peleará contra ellos, y los matará, Apo 11:7.
Son dejados sin sepultar para que todos los vean, Apo 11:8-10;
y después de tres y medio días se levantan otra vez, Apo 11:11-13.
El segundo ay pasó, Apo 11:14.
La septima trompeta toca, Apo 11:15-19.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
A Juan se le dio una caña semejante a una vara de medir, muy parecida a la que usó Ezequiel (Eze 40:3, Eze 40:5) en su visión de medir el Templo (Eze 40:1-49; Eze 41:1-26; Eze 42:1-20; Eze 43:1-27; Eze 44:1-31; Eze 45:1-25; Eze 46:1-24; Eze 47:1-23; Eze 48:1-35).
mide el templo … el altar: Este es el templo del período de la tribulación que será finalmente profanado (Apo 13:14, Apo 13:15; Dan 9:27; Luc 21:1-38. Luc 24:1-53; 2Ts 2:4). El medir a los que adoran en él puede significar que los que adoran al Señor en el Templo recibirán protección, mientras que los gentiles incrédulos, quedarán desamparados.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
MIDE EL TEMPLO. El cap. Apo 11:1-19 continúa el interludio que comenzó en el cap. Apo 10:1-11, el cual trata sobre Israel y el templo, y da una apreciación de su vida espiritual. Los acontecimientos relatados aquí ocurren en la ciudad donde «nuestro Señor fue crucificado», es decir, Jerusalén (v. Apo 11:8). Israel fundamentalmente todavía está en incredulidad durante esa parte de la tribulación. «El templo de Dios» pudiera indicar la existencia de un templo en Jerusalén en ese tiempo, el cual profanará el anticristo (véanse Apo 13:14-15; Dan 9:27; Dan 12:11; 2Ts 2:4; y el ARTÍCULO LA GRAN TRIBULACIÓN, P. 1328. [Mat 24:21]). La medida del templo significa la medida de Dios de la condición espiritual del pueblo judío (cf. Eze 40:1-49; Zac 2:1-13).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Capitulo 11.
Misión de los dos testigos, 11:1-13.
El episodio de los dos Testigos es uno de los más misteriosos del Apocalipsis. Sin embargo, si examinamos atentamente nuestro texto, veremos que San Juan ha querido contraponer el resultado de la actividad de los dos Testigos a las calamidades del azote precedente. Se trata simplemente de la antítesis periódica que el autor sagrado suele colocar después del sexto momento de los septenarios. El procedimiento es semejante al del sexto sello, en donde el vidente de Patmos oponía la postración de los impíos heridos por grandes calamidades 1 a la seguridad y triunfo de los 144.000 y de la gran multitud que afluía continuamente al cielo2. La plaga desencadenada al toque de la sexta trompeta había llevado al colmo de la desesperación a los infieles, porque había hecho desaparecer un tercio de la humanidad. No obstante, esta justicia vengativa no había logrado convertir a los paganos 3. Aquí, en cambio, San Juan contempla la solicitud providencial de Dios sobre su Iglesia, simbolizada por los dos Testigos. El la protege continuamente y la conduce al triunfo a través de luchas y dolores. Este asombroso espectáculo de la Providencia divina produce sobre los enemigos de la Iglesia un efecto que no habían logrado conseguir las calamidades precedentes: les hace abrir los ojos y dar gloria a Dios 4. El alcance del oráculo del capítulo n no ha de ser restringido hasta ver en él únicamente una predicción de la suerte de Jerusalén y de los judíos. Así lo piensan algunos autores, que creen encontrar aquí un documento judío adaptado por San Juan a su finalidad teológica. Las razones en que se apoyan son diversas. El templo de Dios es el de la ciudad de Jerusalén histórica, y no el templo celeste como en el resto del Apocalipsis. Jerusalén es llamada la gran ciudad, expresión que en otros lugares del Apocalipsis designa a Roma5. También es llamada Jerusalén la ciudad santa, que en otras partes se refiere a la Jerusalén celestial6. Los habitantes de la tierra son los que habitan en Palestina, y no los moradores de todo el mundo, como de ordinario se dice en el Apocalipsis. Es posible que la toma de Jerusalén por los romanos en el año 70 haya proporcionado a San Juan los elementos para componer la escena. Pero ha de ser interpretada en un sentido espiritual y como aludiendo a un hecho universal7. El templo de Jerusalén es el símbolo de la Iglesia, que será perseguida por los gentiles, es decir, por el Imperio romano y por todos los demás pueblos paganos. Mas la Iglesia será preservada de todos los males futuros, que, si en algo la pueden tocar, será únicamente en su aspecto exterior.
1 Fueme dada una caña] semejante a una vara, diciendo: Levántate y mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. 2 El atrio exterior del templo déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido entregado a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. 3 Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. 4 Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. 5 Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego de su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quisiera dañarlos morirá. 6 Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que la lluvia no caiga los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las aguas para tornarlas en sangre, y para herir la tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren. 7 Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. 8 Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado. 9 Los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. 10 Los moradores de la tierra se alegrarán a causa de ellos, y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la tierra. 11 Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en ellos, y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban. 12 Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. 13 En aquella hora se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes quedaron llenos de espanto, y dieron gloria al Dios del cielo.
San Juan tiene una visión en la cual se le entrega una caña para medir. Y una voz, probablemente la de Cristo, le ordena medir el templo de Dios, el altar y a los que adoran en él (v.1). La acción simbólica prescrita al vidente es la misma que encontramos en el profeta Ezequiel 8. El profeta, que se encontraba en Babilonia, es trasladado en rapto a Jerusalén y ve a un ángel que medía el templo y la ciudad de Jerusalén en orden a su restauración. Isaías también anuncia que Edom será medido para reducirlo a la nada 9. Por donde se ve que medir puede significar la preservación o la destrucción. En nuestro texto del Apocalipsis se hace la medición en vista de una preservación de la destrucción 10. Es una acción de significado semejante a la de marcar a los siervos de Dios en sus frentes H. Aquí ya no se trata del templo celeste, ni del altar del cielo 12, sino del templo terrestre de Jerusalén, que representa a la Iglesia. San Juan mide simbólicamente a la Iglesia para su preservación. La acción de medir es equivalente al sellado preservativo de los 144.000. La parte del templo que es medida será preservada de la profanación. Las partes que mide Juan son el santuario, el altar de los holocaustos y el atrio en donde éste se hallaba, o sea toda la parte limitada por una barrera de piedra en donde se leía una inscripción, colocada en diversas partes de la barrera: “Que ningún extraño (a la religión judía) entre en el interior de la barrera del cercado que rodea el santuario. El que sea sorprendido incurrirá por su propia culpa en la pena de muerte” 13. El templo de Jerusalén, edificado por Heredes, tenía cuatro atrios con pórticos: el de los sacerdotes, el de los israelitas, el de las mujeres y el más exterior, que era el de los gentiles. San Juan recibe la orden de dejar sin medir el atrio exterior y la ciudad santa, es decir, Jerusalén, porque no serán preservados, sino entregados a los gentiles durante cuarenta y dos meses, o sea durante tres años y medio (v.2).
¿Qué significa este número de cuarenta y dos meses? La respuesta la daremos en seguida. Pero antes hemos de observar que esta cifra es barajada constantemente por el autor del Apocalipsis. La ciudad santa será profanada durante cuarenta y dos meses 14. Los dos Testigos profetizarán por un espacio de tiempo de mil doscientos sesenta días (v.3), ï sea durante cuarenta y dos meses. La Mujer del capítulo 12 se refugia en el desierto durante tres años y medio 15, es decir, un tiempo equivalente a cuarenta y dos meses. Esa misma Mujer, que representa a la Iglesia, será protegida por Dios en el desierto por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 16, o sea por tres años y medio o cuarenta y dos meses. La Bestia blasfemará contra Dios y los santos cuarenta y dos meses 17. El libro de Daniel es el que nos da la clave para entender el significado del número cuarenta y dos meses o de tres años y medio, o también de un tiempo, dos tiempos y medio tiempo. El profeta nos habla de la persecución de Antíoco IV Epífanes, el cual desencadenó una terrible persecución contra la religión judía, y profanó el templo de Jerusalén durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo 18, es decir, por un período de tres años y medio (desde junio del año 168 hasta diciembre del 165 a. C.). Desde entonces la cifra de tres años y medio se ha convertido en la duración tipo de toda persecución, de toda época de crisis. Por eso, San Lucas 19 y Santiago 20 se han servido de esta expresión tradicional para designar la duración de una sequía que, en realidad, sólo duró tres años 21. Esto significa que el número de tres años y medio sirve para simbolizar todo período de persecución contra la verdadera religión, durare lo que durare. Tres años y medio es un número imperfecto, pues constituye la mitad de una semana de años, o sea de siete años, que es el número de la perfección en el Apocalipsis. Indica, por consiguiente, que la persecución contra la Iglesia no llegará a destruirla, no alcanzará el objetivo que se proponían sus perseguidores 22.
Es muy posible que San Juan aluda a la profanación del templo de Jerusalén por las tropas romanas de Tito. Los zelotes habían convertido el templo en una fortaleza, en el cual resistieron desde el año 68 hasta el 70. Las legiones romanas lograron desalojarlos primeramente del atrio exterior, pero la resistencia de los zelotes fue terriblemente tenaz y encarnizada en los atrios interiores y en el santuario. Mucho antes, los romanos ya se habían apoderado de la ciudad santa de Jerusalén. Pero hemos de tener en cuenta que San Juan se sirve de estas imágenes de la Jerusalén terrestre para simbolizar la Iglesia y la persecución del Imperio romano contra ella. El templo y los adoradores preservados de la profanación significan la Iglesia, que, como institución eterna 23, será preservada de los asaltos de los perseguidores. Estos solamente podrán perseguirla y herirla en su estructura y en su aspecto exterior. Esto es lo que parecen significar los atrios hollados por las naciones. Que a su vez parece ser un eco de la profecía de Jesús sobre la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén: Esta “será hollada por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones.” 24
Durante mil doscientos sesenta días, o sea por un lapso de tiempo de tres años y medio, el Señor enviará dos Testigos vestidos de saco, encargados de profetizar (ν.3) y predicar la penitencia. Su actividad apostólica dura tres años y medio, es decir, cuarenta y dos meses, que es el tiempo que dura la profanación del atrio exterior hollado por las naciones. Van vestidos de saco, como los profetas del Antiguo Testamento, en señal de austeridad ante un mundo corrompido por el pecado. Su misión será, pues, una protesta continua contra la victoria aparente del mal 25. Y profetizan, es decir, predican, como ya lo habían hecho los profetas antiguos, la penitencia, con el fin de excitar a los pecadores al arrepentimiento.
Se ha discutido mucho, ya desde antiguo, sobre la personalidad de estos dos Testigos. Los autores antiguos y medievales han identificado en su mayoría estos dos Testigos con Elías y Henoc. Otra interpretación, propuesta por Tyconius 26 y seguida por Alcázar, Bossuet, Swete, Alio, etc., ve en esos dos Testigos fuerzas colectivas de la Iglesia. Los dos Testigos representan, por consiguiente, a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Este testimonio está simbolizado por dos testigos, en parte tal vez por referencia a la ley del Deu 19:15 27, en parte también por correspondencia con la imagen de Zac 4:2-14. El testimonio de la Iglesia, dado por sus mártires y confesores, por la palabra y la vida de todos aquellos en los cuales vive y habla Cristo, constituye una profecía continua, que dura a través de los 1.260 días del triunfo del paganismo28. Los dos Testigos apocalípticos representarían, por lo tanto, a todos aquellos que, en las persecuciones desencadenadas en tiempo de San Juan, darían testimonio de Jesucristo y de su Evangelio. Designarían la actividad apostólica y profética de la Iglesia durante la persecución. Para otros autores, en cambio, los dos Testigos de Dios representan a Moisés y Elías. Moisés, el profeta legislador, y Elías, el profeta debelador de la idolatría. Pero estos personajes estarían aquí como símbolos, el uno de la Ley y el otro de los Profetas. Serían los mismos que aparecieron en la transfiguración hablando con el Señor 29. La historia nos da bien a conocer cuál fue la vida de estos testigos, y cuan dura la lucha que tuvieron que sostener por la causa de Dios 30. Sin duda que el autor sagrado presenta los dos Testigos con los rasgos de Moisés y Elías, como se ve por los v.5-6. Pero esto es tan sólo un artificio literario, que no impide que esos dos Testigos descritos con los rasgos de Moisés y Elías designen a la Iglesia en su misión de dar testimonio. Esta nos parece ser la hipótesis que tiene mayor probabilidad, por estar en perfecta armonía con la temática del Apocalipsis. Mariana y algunos otros autores ven en esos dos Testigos a San Pedro y a San Pablo 31.
Los dos Testigos, que encarnan la acción de la Iglesia en medio del mundo pagano, son descritos bajo la imagen de dos olivos y dos candeleros, que están delante del Señor (v./j.). Esta imagen ha sido tomada de Zac 4:11-14, en donde el profeta ve dos olivos que están al lado de un candelero y le suministran aceite. El candelero simboliza el templo de Jerusalén en construcción. Y los dos olivos son el sumo sacerdote Josué y el gobernador civil Zorobabel, que trabajaban unidos en la reconstrucción del templo y del pueblo de Dios. San Juan se sirve de esta visión de Zacarías para expresar realidades cristianas. Los dos olivos y los dos candeleros del Apocalipsis representan los intereses espirituales de la Iglesia. El Señor los ha armado de su poder para que puedan defenderse de sus enemigos y neutralizar los portentos del anticristo. Si alguien quisiera dañarlos, saldrá fuego de su boca, que consumirá a sus enemigos (v.s), como hizo Elías con los enviados del rey Ocozías 32. También Moisés hizo que se abriera la tierra para que se tragara a Coré, Datan y Abirón, y consiguió que bajara fuego del cielo para abrasar a los doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido el incienso 33. En la literatura apocalíptica judía se presenta asimismo al Mesías lanzando fuego de su boca contra sus enemigos 34. Fuego hay que tomarlo aquí en sentido simbólico, como lo exige el contexto: significa el efecto producido por la predicación de la Iglesia. En el Antiguo Testamento se compara a veces la predicación ardiente de ciertos profetas con el fuego. “Porque habéis dicho todo esto – exclama Jeremías – mis palabras serán en vuestra boca fuego, y este pueblo cual montón de leña. Y los abrasará” 35. Y el libro del Eclesiástico, refiriéndose precisamente al profeta Elías, escribe: “Como un fuego se levantó Elías; su palabra era ardiente como antorcha” 36. La comparación se asemeja bastante a la de los dos Testigos, considerados por el autor del Apocalipsis como dos candeleros que con su palabra de fuego han de encender e iluminar al mundo 37.
El autor sagrado sigue aplicando a los dos Testigos datos tomados de Moisés y Elías. Como éste, tendrán poder para suspender la lluvia (v.6) y para hacerla caer 38. Aún más, tienen poder para convertir el agua en sangre, como Moisés en Egipto, cuando hizo desencadenarse la primera plaga 39, y para hacer venir sobre la tierra todas las plagas con que Moisés castigó al faraón hasta obtener la libertad de Israel. La acción bienhechora de los dos Testigos, lo mismo que la de Moisés y Elías, está ordenada al provecho del pueblo de Dios, del verdadero Israel. Ellos buscan con su predicación la manera más apropiada para defender a la Iglesia contra sus enemigos, que querían destruirla.
Los dos Testigos serán defendidos y protegidos por Dios hasta que logren llevar a feliz término su ministerio. Al fin, Dios permitirá que surja una Bestia del abismo, es decir, una potencia extranjera antirreligiosa, que los perseguirá, los vencerá y les quitará la vida (v.7). Sin embargo, su victoria será momentánea40, porque Dios les hará revivir y reinarán con El para siempre 41. La Bestia que aparece por anticipación, sin haber sido presentada, simboliza el Imperio romano, y, más en particular, tal vez al emperador Nerón42, figura del anticristo y de todos los perseguidores de la Iglesia. San Juan describirá más en concreto, en los capítulos que siguen, las intervenciones de esta Bestia en contra de la Iglesia de Cristo. La Bestia debía de ser conocida de los lectores del Apocalipsis, ya que el autor sagrado nos la presenta precedida del artículo. La ve subir del abismo, porque es el infierno el que la suscita, o también del mar, porque representa al Imperio romano, y para el vidente de Patmos el poder de Roma procedía del lado del mar, es decir, de occidente. La imagen de esta Bestia está tomada del profeta Daniel, el cual nos presenta los imperios de Oriente bajo la figura de diversas bestias 43. Sobre todo nos pinta con muy vivos colores aquella “cuarta bestia, terrible, espantosa, sobremanera fuerte, con grandes dientes de hierro, que devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies.”44 Esta bestia es el imperio seléucida, del cual salió un cuerno que hacía la guerra a los santos y los vencía45. Este no es otro que Antíoco IV Epífanes, el gran perseguidor del pueblo judío, que profanó el templo dedicándolo a Júpiter Olímpico.
La Bestia del Apocalipsis, como el cuerno de la cuarta bestia de Daniel, hará la guerra a los dos Testigos, íos vencerá y les quitará la vida. Con esto parece querer indicar San Juan que las persecuciones desencadenadas por el Imperio romano contra los cristianos vencerán aparentemente durante algún tiempo a la Iglesia. Los dos Testigos muertos son el símbolo de los cristianos martirizados durante las violentas persecuciones de Nerón y Domiciano 46. La Bestia, después de matar a los dos Testigos, deja abandonados sus cadáveres – para mayor escarnio – en medio de la ciudad, para que sean pasto de los perros y de las aves. Esta ciudad es designada con los epítetos de gran ciudad, que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado (v.8). Es muy probable que dicha ciudad sea Jerusalén47; la Jerusalén que mata a los profetas y que apedrea a los enviados del Señor48. Así parece indicarlo San Juan al afirmar que es la ciudad en la que su Señor fue crucificado. Se la designa despectivamente con los nombres de Sodoma, a causa de sus abominaciones y corrupción de costumbres, y de Egipto, por ser la ciudad perseguidora y opresora de la Iglesia. Estos dos nombres son tipo de una ciudad malvada49, que pueden ser aplicados a cualquier urbe. Jerusalén, que había sido la ciudad elegida por Dios para poner en ella su morada, se había convertido en la ciudad deicida. Era el símbolo de la oposición al cristianismo. Por los Hechos de los Apóstoles y otros escritos del Nuevo Testamento sabemos cómo de Jerusalén salían órdenes, delegaciones de judíos y predicadores de la sinagoga, con el propósito decidido de combatir y destruir a la Iglesia naciente.
Sin embargo, a nuestro parecer, Jerusalén es aquí una figura simbólica – como lo son también el templo y los dos Testigos – que representa la Roma imperial, la gran Sodoma corrompida por innumerables crímenes, tipo del mundo en donde triunfan las fuerzas del mal. Esto se ve claramente en las secciones siguientes, en donde Roma es el centro de la persecución contra la Iglesia50. ¿Por qué entonces el autor sagrado, si alude a Roma, no emplea el nombre cifrado de Babilonia para designarla? Porque las visiones de medición habían tenido por escenario Jerusalén. Porque para San Juan, Jerusalén era la gran apóstata; y porque la destrucción de la ciudad el año 70 d.C. se mantenía viva en su memoria.
Los cadáveres de los dos Testigos permanecen insepultos tres días y medio (v.6) en la plaza de la gran ciudad. Este lapso de tiempo simboliza la corta duración del triunfo aparente y efímero de la Bestia y de los pueblos paganos. La victoria durará justamente tantos días cuantos años duró la actividad victoriosa de los dos Testigos, es decir, que el triunfo será trescientas sesenta veces más breve que la duración de la misión de los dos Testigos. Con esto, San Juan quiere significar que el tiempo de ilusión de los que se figuran haber matado a la Iglesia es siempre muy corto.
Los dos Testigos muertos habían predicado no sólo al pueblo de Israel, sino también a las naciones todas, a las que anunciaban los juicios de Dios51. Por esto, los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones, es decir, el mundo infiel, se asocia a la obra de la Bestia, no permitiendo que los cadáveres de los dos Testigos sean sepultados. Todos estos moradores de la tierra – expresión empleada por el Apocalipsis para designar a los enemigos de Dios y de su Iglesia – se alegrarán de ver muertos a los que los molestaban con su palabra. Y, en señal de alegría, se dan mutuamente el parabién (v.10). Los dos Testigos los atormentaban reprendiendo sus vicios y amenazándoles con los terribles juicios de Dios. Sus palabras eran como dardos encendidos que herían su vida disoluta. Ahora, la muerte de los dos Testigos será causa de gran regocijo, y se mandarán presentes entre sí como señal de victoria y alegría. En la muerte de los dos Testigos ven una prueba de que las divinidades no aprobaban su obra. Algo parecido hicieron los sacerdotes y escribas judíos a los pies de la cruz en el Gólgota 52. La duración de esta ilusión es, sin embargo, muy corta: tres días y medio. Al cabo de estos tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entra en ellos y les devuelve la vida (v.11). Es decir, resucitaron por la virtud de Dios, y sus enemigos pudieron contemplar el milagro. Entonces, ante semejante prodigio, los que los veían sintieron un gran temor. Y creció todavía más este temor cuando oyeron una voz que de lo alto los llamaba, diciendo: Subid al cielo. Obedecieron y subieron al cielo en una nube ante la mirada atónita de sus enemigos (v.12). Era el triunfo total de los dos Testigos. El mundo les había hecho la guerra, pero el Señor, cuya causa representaban en la tierra, había salido en su defensa y les había dado la victoria. La resurrección de los dos Testigos está descrita con palabras tomadas del profeta Ezequiel53. Este ve un campo cubierto de huesos secos, que en virtud de la palabra de Dios, predicada por el profeta, reviven y resucitan. La resurrección de estos huesos es una imagen de la resurrección del pueblo judío, es decir, de su restauración después del destierro babilónico. Por otra parte, el relato de la resurrección y ascensión de los dos Testigos parece inspirarse en la ascensión de nuestro Señor 54, en la historia de Elías 55 y en la leyenda judía de Moisés. Según Josefo Flavio 56, Moisés habría sido llevado al cielo en una nube desde las cercanías de Jericó 57. Los dos Testigos, que representan la Iglesia cristiana perseguida, vuelven como a encarnar a esos dos grandes personajes del Antiguo Testamento, que también habían tenido que sufrir por la causa de Dios. El triunfo de los dos Testigos coincide con la resurrección de los mártires, después de los tres años y medio de persecución 58. Simboliza la victoria de la Iglesia después de la persecución sufrida; e incluso podemos afirmar que simboliza el triunfo de la Iglesia después de cualquier persecución, porque, como decía Tertuliano, “sanguis martyrum semen christianorum.” Toda resurrección de la Iglesia, toda nueva manifestación suya exterior, ha debido de sorprender y atemorizar al mundo pagano59.
Los v.11 y 12 forman como un paralelo implícito con el milenio y ayudan a comprenderlo mejor.
El v.13 es digno de ser notado. El triunfo de los dos Testigos va acompañado de un grave terremoto en la ciudad, que destruye la décima parte de ella y mata hasta siete mil seres humanos. Estas cifras son simbólicas, para significar que un gran número de personas de todas las clases sociales perecieron, en castigo por no haberse aprovechado del mensaje de los dos Testigos. El castigo, relativamente moderado si lo comparamos con los precedentes, manifiesta la bondad y la misericordia del Señor, que da tiempo a los restantes para convertirse. Los evangelistas también nos hablan de un temblor de tierra que tuvo lugar a la muerte de Jesús 60. Y en los profetas, las conmociones cósmicas suelen acompañar a los juicios divinos sobre Israel o sobre las demás naciones61. El castigo divino del que nos habla el autor del Apocalipsis produjo en las personas que no perecieron en la catástrofe gran espanto. Y este terror fue el que les condujo al arrepentimiento y a la conversión. En efecto, los que se libran del castigo dan gloria al Dios del cielo, es decir, que se convierten al monoteísmo, a la religión del verdadero Dios. La actitud de estos convertidos nos recuerda al pueblo que bajaba del Calvario hiriéndose el pecho y reconociendo su pecado después de haber contemplado el temblor de tierra y la muerte de Cristo 62.
La séptima trompeta: establecimiento del reino de Dios,Zac 11:14-19.
14 El segundo ¡ay! ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay! 15 El séptimo ángel tocó la trompeta, y oyéronse en el cielo grandes voces, que decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y remará por los siglos de los siglos.16 Los veinticuatro ancianos, que estaban sentados delante del trono de Dios, cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: 17 Dárnoste gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es, el que era, porque has cobrado tu gran poder y entrado en posesión de tu reino. 18 Las naciones se habían enfurecido, pero llegó tu ira, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y destruir a los que destruían la tierra. 19 Se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y dejóse ver el arca del testamento en su templo, y hubo relámpagos, y voces, y rayos, y un temblor y granizo fuerte.
El segundo ¡ay! termina con la conversión de aquellos que habían sido librados del castigo, aunque propiamente sería mejor decir que el segundo ¡ay! es aquel que ha sido descrito en Rev 9:13-19. San Juan anuncia a continuación que el tercer ¡ay! está a punto de llegar (v.14). Este corresponde a la séptima trompeta. Y tendrá su realización en la caída de Babilonia (Roma), narrada en el capítulo 17. Como la apertura del séptimo sello había sido la señal de la ejecución de los decretos divinos, así también el toque de la séptima trompeta traerá consigo la consumación. Esta se llevará a cabo durante el toque de la séptima trompeta; y comprenderá todo el período final, que será bastante largo. Durante este período se realizará el misterio de Dios y se manifestará su soberanía efectiva.
San Juan, al percibir el sonido de la séptima trompeta, oyó decir en el cielo que todo había terminado. El vidente de Patmos, cuando habla de hechos cuya realización no ha tenido lugar en su tiempo, sino que se realizarán en el futuro, no los suele contemplar con sus ojos. Los conoce únicamente por haberlos oído. Los V.14-IQ son considerados por la mayoría de los autores como un intermedio y una anticipación a la descripción de la consumación anunciada por la séptima trompeta.
Al llegar la vez al séptimo ángel, éste toca la trompeta y se oyen en el cielo grandes voces (v.15). Estas grandes voces contrastan con el silencio impresionante que había seguido a la apertura del séptimo sello63. Estas voces tal vez sean las de los cuatro vivientes, que sostenían el trono de Dios ^4, ya que se hace mención de los veinticuatro ancianos, que suelen aparecer en unión con ellos. Esto se comprende todavía mejor si tenemos en cuenta que, a pesar del carácter flotante de las visiones, el fondo de la escena es siempre el mismo desde el capítulo 4 65. Las grandes voces que se oyeron en el cielo decían: Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo y reinará por los siglos de los siglos (v.15). Esta expresión no significa que el reino de Dios y de Jesucristo vaya a empezar, sino que ya consiguió su fin: ha logrado establecerse ya para siempre. El futuro reinara (βασιλεύσει) no puede significar aquí otra cosa que la continuación eterna de un reino, ya inaugurado, en toda su perfección y esplendor. Cristo había inaugurado este reino con su venida al mundo. Y ahora, aunque incipiente, se consolidará firmemente con el triunfo sobre los poderes de este mundo, representados por la Roma pagana y perseguidora. En adelante nadie podrá detener su expansión arrolladora. Y Dios reinará en su Iglesia por siempre jamás.
El anuncio del reino del Señor y de su Cristo, que aquí llevan a cabo las voces de los cuatro vivientes, nos introduce en el corazón de la segunda parte del Apocalipsis. Al llegar este momento del anuncio tan deseado en los cielos y en la tierra, los veinticuatro ancianos se postran, como en la entronización del Cordero, y adoran al Señor todopoderoso (v.16), dándole gracias por haber recobrado su poder y entrado en posesión de su reino (v.17). Por derecho natural, todo el universo y cuantos lo habitan, sin excluir los hombres, están bajo el poder soberano de Dios. Por algún tiempo Dios había permitido la rebeldía de los hombres, los cuales, en vez de reconocer a Dios como a su Señor y Hacedor, rendían culto a las obras mismas de Dios, trasladando a ellas los atributos divinos. Los ancianos dan por terminado todo esto. Dios ha recobrado su gran poder y ha entrado en posesión del reino que le tenían usurpado. Esta es la causa de que los veinticuatro ancianos entonen un himno de alabanza en el que cantan la intervención de Dios en el mundo con el fin de hacer triunfar definitivamente a su Iglesia. Dan gracias a Dios por esta suprema manifestación de su amor, de su gloria, y también de su justicia. En la fórmula el que es, el que era, se omite la frase complementaria ν el que vendrá 66, porque el reino de Dios ya está presente, o porque para el autor sagrado es tan cierto su establecimiento que lo da ya por realizado. Es lo que anunciaba el ángel del capítulo 10:7 acerca de la consumación del misterio de Dios. Se considera como realizado todo el contenido del libro de los siete sellos67.
El himno de los veinticuatro ancianos no sólo canta el poder y la gloria de Dios, sino también su justicia, manifestada en contra de las naciones paganas. En el salmo 2, el mundo rebelde se levanta contra Yahvé y contra su Cristo. Pero Yahvé se ríe de estas bravatas de los pobres mortales, y, usando de su autoridad soberana, entroniza a su Hijo en Sión, dándole por heredad los confines todos de la tierra. El Apocalipsis también nos recuerda que las naciones se habían enfurecido contra la soberanía del Señor (v.18). Pero inmediatamente añade que llegó el tiempo de la ira justiciera de Dios contra ellas y el momento de devolverles lo merecido por las persecuciones desencadenadas contra la Iglesia y sus miembros. Por otra parte, es ya también hora de que sean juzgados los muertos, de que se dé la recompensa merecida a los profetas o predicadores del Evangelio, que tanto han trabajado por la causa de Dios, de que se premie a los santos que han muerto por Cristo, y a los que temen al Señor, sean pequeños o grandes. Los que temen al Señor son los que reverencian su nombre y observan sus mandamientos. De esta manera Dios cumplirá la justicia que le pedían las almas de los mártires 68. Y deshará a los que destruían la tierra santa, es decir, su Iglesia.
El autor sagrado parece aludir aquí a una lucha entablada entre la Iglesia y los enemigos de ella. Y, en efecto, en los capítulos 17-18, San Juan describirá el castigo de la Gran Prostituta (Roma), que corrompía la tierra. Después hablará del exterminio de los gentiles 69 y de su juicio70. Todos estos sucesos son preanunciados en el v.18 del capítulo 11. Los vencedores en esta lucha están divididos en tres categorías: los profetas, que tuvieron gran importancia en la Iglesia primitiva; los santos, es decir, aquellos que sufrieron por el nombre de Jesús 71, y todos los que temen el nombre del Señor.
San Juan no alude en este pasaje al juicio final. Es muy posible que, siguiendo el ejemplo de los profetas, anuncie el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, con un juicio previo contra aquellos que antes le hacían la guerra72. En este juicio recibirán su premio todos aquellos que, en los tiempos pasados, fueron fieles a Dios y defendieron su causa, aun a costa de su sangre. La muerte de Cristo les abrió las puertas de la gloria. Con la implantación del reino de Dios en la tierra y con la perspectiva del triunfo de la Iglesia se termina esta sección profética del Apocalipsis. Los cristianos perseguidos han de regocijarse porque la victoria ya está al alcance de la mano.
La esperanza de triunfo de los fieles es corroborada por la apertura del templo de Dios, que está en el cielo, dejándose así ver el arca de la alianza (v.19). En adelante, Dios no estará separado de su pueblo, como sucedía en el Antiguo Testamento. Todos serán admitidos al “santo de los santos” del santuario celeste. De este modo se inaugura la vida de plena intimidad de los elegidos con Dios en el cielo. Esta es la nueva fase de triunfo inaugurada con la apertura del templo de Dios. El vidente de Patmos contempla en el cielo un templo semejante al que él había visto en Jerusalén, con su respectiva arca de la alianza. El arca de la alianza había sido el símbolo por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo y de la alianza entre Yahvé e Israel. También en el Apocalipsis el arca será el símbolo de la nueva alianza entre Dios y el nuevo Israel. Porque el arca es la imagen del Verbo de Dios, que “se hizo carne y habitó entre nosotros.”73 Según la tradición judía 74, el arca de la alianza volvería a aparecer cuando se restableciese el reino de Dios. El arca de la nueva alianza será prenda de una más estrecha vinculación de los fieles con Dios y de protección divina sobre su Iglesia.
Los relámpagos, rayos, temblores, granizo y voces son como las salvas con que la naturaleza saluda a su Señor al aparecer sobre la tierra para castigar a los enemigos de su Iglesia. Los signos que acompañan su aparición son semejantes a los que acompañaron la alianza del Sinaí. Las perturbaciones atmosféricas suelen acompañar a los momentos solemnes de alguna intervención de Dios en la historia, como si la tierra se hiciese eco de ella. El septenario de las trompetas termina como el septenario de los sellos 75, y, como sucederá con el septenario de las copas 76, con un terrible fragor de relámpagos, rayos, voces, granizo y temblores.
El v.19 forma como una transición entre la primera sección profética del Apocalipsis y la segunda. Y trata de explicar de qué manera se cumplió lo que se anuncia como la consumación del misterio de Dios y la llegada de su reino.
Fuente: Biblia Comentada
una caña. Una planta hueca similar al bambú que crecía en el valle del Jordán. Debido a su peso liviano y su rigidez, se utilizaba como vara de medición (cp. Eze 40:3; Eze 40:5). Medir el templo de Dios implicaba que Dios era su dueño (cp. Apo 21:15; Zac 2:1-5). el templo de Dios. Se refiere aquí al Lugar santísimo y el Lugar santo, no a todo el complejo del templo (cp. el v. Apo 11:2). Un templo reconstruido existirá durante el tiempo de la tribulación (Dan 9:27; Dan 12:11; Mat 24:15; 2Ts 2:4). altar. La referencia a adoradores sugiere que se trata del altar de bronce en el atrio y no el altar de incienso en el Lugar santo, pues solo los sacerdotes tenían permitida la entrada al Lugar santo (cp. Luc 1:8-10).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Estos versículos sirven como un interludio entre la sexta trompeta y la séptima trompeta (Apo 11:15). Los sellos y las copas también tienen un interludio breve entre sus juicios sexto y séptimo (Apo 7:1-17; Apo 16:15). La intención de Dios es alentar y consolar a su pueblo en medio de la furia escatológica y recordarles que Él sigue siendo soberano, que no ha olvidado a su pueblo y que en últimas ellos saldrán invictos.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Esta sección extensa contiene pormenores de los juicios y acontecimientos propios del período de tribulación (vea las notas sobre Apo 3:10) desde su comienzo con la apertura del primer sello (vv. Apo 6:1-2) hasta el séptimo sello y los juicios de trompetas y copas para finalizar con el regreso de Cristo a destruir los impíos (Apo 19:11-21).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
El capítulo 10 registra la primera parte de la visión intermediaria, la del librito. Este capítulo registra la segunda parte, la del templo y de los dos testigos. Al final de este capítulo (los versículos del 15 al 19) es tocada la séptima trompeta para completar la serie de trompetas.
11:1 — Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él —
— Entonces…templo de Dios — Este versículo no prueba que el templo de Herodes todavía estaba en existencia cuando el libro Apocalipsis fue escrito. El «templo» aquí es otro de los muchos símbolos empleados en este libro. Además, notas marginales de varias versiones indican que la palabra «templo» también puede ser «santuario». El texto griego naos significa la parte del templo que es el santuario.
La iglesia de Cristo se llama el naos de Dios (1Co 3:16; Efe 2:21-22).
— mide… en él — El ser medido simboliza la aceptación y protección de algo. En el capítulo 7 todos los creyentes en la tierra fueron contados y recibieron el sello de Dios en sus frentes. En este capítulo todos los verdaderos adoradores (Jua 3:23) son medidos. Es otro simbolismo, pero la misma lección: la protección divina. En el capítulo 7 fueron representados por las doce tribus de Israel, y en este capítulo por el santuario terrestre de Israel; es decir, por el santuario del templo.
La «caña de medir» fue dada por Dios. Uno tiene que conformarse, pues, a la regla divina para esperar hallar la aprobación y protección de Dios.
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA MEDICIÓN DEL TEMPLO
Apocalipsis 11:1-2
Se le da al vidente una vara de medir que es como un bastón. La palabra para vara de medir es literalmente caña. Había ciertas plantas con tallos como los del bambú de hasta dos o tres metros de altura, que eran los que se usaban para medir. La palabra vara representaba la unidad de longitud entre los judíos, como era también corriente en España, y equivalía a seis codos. El codo era originalmente el espacio que va desde el codo hasta la punta del dedo corazón, que equivalía a su vez a diecisiete o dieciocho pulgadas; así es que la vara eran unos tres metros.
La escena de la medición es frecuente en las visiones de los profetas. La encontramos en Ez 40:3; Ez 40:6 ; Zac 2:1 , y Am 7:7-9 ; no cabe duda que Juan tendría en mente esas visiones del pasado.
Encontramos que la idea de la medición se usa de más de una manera. Se usa como una preparación para edificar o para restaurar, y también para destruir. Pero aquí el sentido es para preservar. La medición es como el sellado que se describe en 7:2s; el sellado y la medición son ambos para la protección de los fieles de Dios en los terrores demoníacos que han de descender sobre la Tierra.
El vidente tiene que medir el Templo, pero tiene que omitir en su medición el Atrio exterior, que se les ha entregado a los gentiles. El Templo de Jerusalén estaba dividido en cuatro atrios concéntricos, que convergían, por así decirlo, en el Lugar Santísimo. Estaba el Atrio de los Gentiles, donde podían entrar los no judíos pero más allá del cual no podían pasar bajo pena de muerte. Entre él y el atrio siguiente había una balaustrada en la que se encontraban lápidas que advertían a los gentiles que el pasar más adentro suponía hacerse reos de la pena capital. El siguiente era el Atrio de las Mujeres, y éstas no podían pasar más adelante. Luego estaba el Atrio de los Israelitas, más allá del cual no podían entrar los laicos. Por último estaba el Atrio de los Sacerdotes, donde estaban el altar de los holocaustos, de bronce, el altar del incienso, de oro, y el Lugar Santísimo; y a este atrio solo podían entrar los sacerdotes.
El vidente había de medir el Templo; pero la fecha del Apocalipsis, como ya hemos visto, es alrededor del año 90 d C., y el Templo dejó de existir el año 70 d C. ¿Cómo se podía medir el Templo?
La solución está en lo siguiente: es casi seguro que Juan está siguiendo una descripción que se conocía de antes. Seguramente este pasaje se habló o escribió originalmente el año 70 d C., durante el último asedio de Jerusalén. Durante ese asedio, la denominación judía que no estaba dispuesta a admitir la derrota era la de los celotas, que preferían morir todos a una, como acabaron por hacer de hecho. Cuando los Romanos abrieron brechas en los muros de la ciudad, los celotas se concentraron en el Templo para presentar allí una resistencia desesperada. Es casi seguro que algunos de sus profetas dijeron: » ¡No temáis! Los invasores puede que lleguen al Atrio de los Gentiles y lo profanen, pero no entrarán jamás en el interior del Templo. ¡Dios no lo permitirá!» Esa confianza resultó fallida; los celotas perecieron, y el Templo fue destruido; pero originalmente la medida de los atrios interiores y el abandono del atrio exterior representó la esperanza celota en aquellos últimos días terribles.
Juan toma esta figura, y la espiritualiza totalmente. Cuando habla del Templo, no está pensando en los edificios sagrados de los judíos, que habían sido demolidos hacía por lo menos veinte años. Para él el Templo es la Iglesia Cristiana, el Pueblo de Dios. Encontramos esta figura repetidamente en el Nuevo Testamento. Los cristianos somos piedras vivas, edificados en una casa espiritual (1 Pedro 2: S). La Iglesia está fundada sobre los apóstoles y los profetas; Jesús es la piedra angular; toda la Iglesia va creciendo para ser un Templo santo en el Señor (Ef 2:20 s). «¿Es que no sabéis —dice Pablo- que sois el Templo de Dios?» (1Co 3:16 ; cp. 2Co 6:16 ).
Medir el Templo es lo mismo que sellar al pueblo de Dios para eximirlos del terrible tiempo de la prueba; pero el resto están condenados a la destrucción.
LA DURACIÓN DEL TERROR
Apocalipsis 11:1-2 (conclusión)
El terror se prolongará cuarenta y dos meses; la predicación de los testigos se mantendrá durante mil doscientos sesenta días; sus cadáveres yacerán en la calle tres días y medio. Aquí tenemos algo que sale una y otra vez (cp. 13:5; 12:6); y en otra forma en 12:14, donde el tiefnpo es un tiempo, tiempos y medio tiempo. Esta es una famosa frase que se remonta a Dn 7:25 , y 12:7-7). Tenemos que inquirir, primero, el sentido de la frase, y luego, su origen.
Quiere decir tres años y medio. Eso son los cuarenta y dos meses, y los mil doscientos sesenta días -según el cómputo judío. Un tiempo, tiempos y medio tiempo es igual a un año más dos años más medio año.
La frase procede de aquel el más terrible tiempo de la historia de los judíos cuando el rey de Siria Antíoco Epífanes trató de imponer la lengua, la cultura y la religión griegas a los judíos, que le opusieron la más enérgica y violenta resistencia. La lista de los mártires de aquel tiempo fue inmensa, pero el horrible proceso llegó a su fin con el heroico levantamiento de Judas Macabeo.
Judas y sus heroicos seguidores mantuvieron la guerrilla y obtuvieron las victorias más señaladas. Finalmente Antíoco Epífanes y sus fuerzas fueron expulsados, y el Templo fue restaurado y purificado; y ese terrible tiempo de prueba se prolongó desde junio 168 a C. hasta diciembre 165 a C. (Hasta el día de hoy los judíos celebran en diciembre la fiesta de la Hanujá, que conmemora la restauración y purificación del Templo). Es decir, que este tiempo terrible duró casi exacta- mente tres años y medio. Fue durante ese tiempo cuando se cree que se escribió Daniel, y se acuñó la frase que quedó grabada en las mentes de los judíos indicando un período de terror y de sufrimiento y de martirio.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 11
b) La medición del templo (11,1-2)
La pieza intermedia que sirve de preparación para los descubrimientos del séptimo toque de trompeta, se prolonga con una visión, en la que se describe una medición del templo; a continuación se habla de la aparición de dos testigos en la «ciudad santa» ocupada por los gentiles. Sobre todo la segunda parte de esta sección parece a primera vista muy oscura; la oscuridad se disipa un poco si se tiene en cuenta el puesto que ocupa en el conjunto. Con la entrega del librito se dirigió a Juan una segunda llamada y vocación especial para la contemplación de la fase final de la historia de la salvación, cuyo alborear era de prever con la séptima trompeta; así también se le impartió de nuevo el encargo (cf. 1,11) de no ocultar tampoco los cuadros de horror de este combate final de la Iglesia (10,11). A continuación tiene que hablar acerca de lo que le ha sido comunicado.
Antes de la apertura del séptimo sello, con la que había que esperar el fin, se había intercalado una pieza intermedia (7,1-17) que tenía por objeto preparar para lo que iba a venir y dar ánimos para soportar las tribulaciones más duras que eran de prever. El mismo objeto persigue sin duda también la visión previa que antecede al séptimo toque de trompeta. Esta conjetura se refuerza y se convierte en certeza práctica si se compara la doble visión de los sellados, con las dos imágenes presentadas aquí; su correspondencia se extiende, en efecto, no sólo al tenor de su contenido, sino incluso hasta a la contextura formal. La medición del templo en 11,1 es paralela en cuanto al significado con la impresión del sello en 7,1-8: en ambos casos se trata de medidas de protección en favor de los fieles; y en la historia de los dos testigos (11,3-13), el motivo dominante es, pese a la dureza de su combate, el apoyo sobrenatural en el cumplimiento de su misión, así como su salvación final; así, también aquí el motivo de la preservación pasa al motivo de la victoria (11,11-13), que constituye la segunda parte de la visión de los sellados (7,9-17).
1 Y se me dio una caña semejante a una vara y se me dijo: «Levántate y mide el santuario de Dios, el altar y los que en él adoran. 2 El atrio exterior del templo déjalo aparte y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles. Y pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.
Como en 7,2s se había encargado una acción simbólica a un ángel, aquí se encarga la vidente mismo; se le entrega una vara de medir con la orden de medir una parte determinada del ámbito del templo. Aparte del recuerdo del templo de Jerusalén, que había sido destruido, dos modelos del Antiguo Testamento (Eze 40:3-43, 17; Zac 2:5-9) influyeron en la configuración externa de la visión. Por su contenido interno simbólico, el templo y la actividad del vidente representan una determinada situación escatológica del nuevo pueblo de Dios, situación que para la Iglesia de Jesucristo representaba una extrema amenaza, de resultas de la cual fue diezmada, pero que con el especial auxilio de Dios permanece salvada hasta el fin, de tal modo que se mantiene intacta en su ser: fe y culto (cf. Mat 16:18).
Una comparación con la especial medida protectora de la impresión del sello (Mat 7:1-8 ) -en el fondo, también en la medición se trata más que de espacios, de hombres- pone en claro la situación de la Iglesia que en el mundo, se había hecho entre tanto, más difícil y apurada; sobre todo la instrucción de dejar aparte en la medición un gran sector del templo, es decir, de la Iglesia, es un indicio de que la Iglesia no se ve simplemente resguardada por el poder de Dios contra el ataque de los enemigos; al final un grupo, reducido en número, pero purificado y fortalecido interiormente por la buena prueba dada en la lucha, permanece fiel en adorar a Dios.
El cuadro abarca como asilo seguro, además del santuario propiamente dicho, con sus dos espacios, el lugar santo y el lugar santísimo (sancta sanctorum), todavía el atrio interior, en cuyo centro se hallaba el altar de los holocaustos; en cambio, se deja fuera del ámbito del templo, abandonado a la devastación por los enemigos, el gran atrio exterior y con él en toda su extensión «la ciudad santa», es decir, Jerusalén (cf. Isa 48:2; Dan 9:24; Mat 27:53).
Como símbolo de la Iglesia habría bastado el ámbito del templo; si todavía aparece aquí suplementariamente un segundo símbolo y, por añadidura, no completamente homogéneo, «la ciudad santa», es de suponer que también éste tiene un significado especial. Parece obvio ver insinuada en el doble símbolo la doble referencia de la Iglesia a Dios y al mundo; esto da lugar en la interpretación un sentido aceptable: la Iglesia pierde completamente su posición cultural profana en el mundo, que de todos modos no forma parte directamente de su misión, y, relegada a un «cristianismo de sacristía», todavía se ve diezmada personalmente por una deserción de masas (la exclusión del atrio exterior); esto ultimo podría hallar una correspondencia en predicciones apocalípticas a este respecto formuladas en otros pasajes del Nuevo Testamento (Mat 24:10-12; 2Te 2:3).
También el apocalipsis sinóptico conoce tales «tiempos de los gentiles», que duran hasta que «se cumplan» ( Luc 21:24); esto mismo se expresa aquí con la indicación de un determinado espacio de tiempo. La indicación de 42 meses (Luc 11:2; Luc 13:5) = 1260 días (Luc 11:3; Luc 12:6) = tres años y medio (Luc 12:14) proviene del libro de Daniel, en el que la duración del reinado de terror de Antíoco IV Epífanes sobre Jerusalén se cifran en «un tiempo y tiempos y medio tiempo» (Dan 7:25; Dan 12:7) y en «medio septenario» (Dan 9:27), es decir, ambas veces en 3 1/2, o sea media semana de años. La mitad de siete, que en la apocalíptica representa la medida de infortunio de lo que es contrario a Dios, aparece también en cada caso en el Apocalipsis como la duración del señorío de poderes contrarios a Dios; si se tiene en cuenta que siete significa la integridad y la perfección (cf. comentario 1,4), el más importante enunciado simbólico del siete quebrado parece ser que todos los poderes contrarios a Dios se detienen siempre en el camino sin alcanzar el fin perseguido. Así, con este último dato de la visión previa se subraya una vez más el verdadero sentido de la pieza intermedia: la Iglesia, pese a las mayores tribulaciones de fuera y de dentro durante las épocas apocalípticas de su historia, se ve protegida y preservada por Dios mismo en su ser interno y en su propio ámbito. Cierto que tampoco debe pasar inadvertida en esta visión la puesta en guardia contra todos los intentos de llevar adelante la Iglesia en tiempos difíciles por medio de compromisos a costa de la verdad íntegra y de la franca religiosidad, como tampoco el juicio que se pronuncia aquí, anticipadamente, sobre toda clase de cristianismo puramente marginal y cultural.
c) Los dos testigos (11,3-13)
3 »Y encargaré a mis dos testigos que profeticen durante mil doscientos sesenta días, vestidos de tela burda.
Ni siquiera en la época de mayor menoscabo o de represión práctica se encerrará la Iglesia autárquicamente en el ghetto que se le haya impuesto desde fuera, sino que, aun en medio de los mayores peligros y amenazas, confiando en la protección del Señor universal, desempeñará su encargo de misión en el mundo y para con el mundo. Este hecho se predice en la imagen de los dos testigos y se desarrolla en forma alegórica simbólica. Dado que a la Iglesia incumbe como quehacer supremo conservar el testimonio de Jesús (cf. 6,9; 12,11.17; 19,10) y anunciarlo a los hombres de todos los lugares y tiempos (cf. Mat 28:18 s), los dos representantes de los fieles de Cristo en medio del mundo descreído son llamados simplemente testigos. Conforme a una costumbre literaria frecuente en la antigüedad greco-romana y también en los escritos del Antiguo Testamento, de representar y caracterizar simbólicamente a comunidades, como, por ejemplo, una ciudad, en una figura individual ficticia, concebiremos nosotros a los dos testigos en primer lugar como símbolo de la Iglesia en su totalidad.
El duplicar aquí su figura no se debe a individualización diferenciante, pues todo lo que se enuncia acerca de su manifestación y su actividad se aplica indistintamente a ambos testigos. Exteriormente, el número de dos podría explicarse por una dependencia del modelo que se halla en el profeta Zacarías (Zac 4:2-14), aunque sus elementos suelen ser utilizados libremente por Juan para constituir un cuadro con consistencia propia y autónoma. Sin embargo, es probable que, conforme a un principio jurídico de la antigüedad: «Por boca de dos testigos aparece toda verdad» (cf. Deu 19:15; Mat 18:16; 2Co 13:1; 1Ti 5:19), al presentarlos aquí duplicados se quiere subrayar especialmente su peculiar credibilidad. El contenido capital de su testimonio es la llamada profética a la conversión, como lo indica su indumentaria (vestido de luto y de penitencia; cf. Gen 37:34; Isa 37:1; Isa 58:5; Mat 11:21) y como resulta por lo demás de la situación en que se presentan. La Iglesia, por consiguiente, no dejará enmudecer el requerimiento a la conversión ni siquiera durante el tiempo en que se vea entregada a los gentiles «la ciudad santa» (cf. la indicación concorde del tiempo en los v. 2 y 3), es decir, en la época de deserción en masa de los fieles.
4 »Estos son los dos olivos y los dos candelabros que están puestos ante el Señor de la tierra.
En el modelo del profeta Zacarías, uno de los dos olivos simboliza al sumo sacerdote; el otro, al rey; allí sólo hay un candelabro, que tiene siete brazos y significa la omnisciencia de Yahveh. Los sumos sacerdotes y los reyes, las cumbres de la autoridad religiosa y secular respectivamente en Israel, eran ungidos («olivos») en señal de que ejercían su autoridad como representantes y delegados de Yahveh. Esto se aplica también a los dos testigos; con ello se especifica más concretamente su misión como sacerdotal y regia, como la de la Iglesia universal (cf. 1,6; 5,10); la comparación de los candelabros los describe por razón de su actividad como portadores de la luz de la verdad divina en el eclipse de Dios de la ciudad enteramente profanizada. Los ungidos y delegados del Soberano universal están también en su servicio bajo su especial protección («ante el Señor de la tierra»).
5 »Si alguno los quiere dañar, sale fuego de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Y si alguno quisiera dañarlos, tendrá que morir así. 6 éstos tienen el poder de cerrar el cielo para que no caiga lluvia durante los días de su ministerio profético, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con cualquier plaga cuantas veces quieran.
Para que puedan desempeñar su encargo en un mundo hostil los ha equipado Dios con poderes taumatúrgicos para su propia protección y para acreditar su predicación. No hay poder de hombres o de demonios que contra la voluntad de Dios pueda hacer daño a la Iglesia o impedir su acción; siendo un signo de contradicción entre los hombres, como su mismo Señor y Maestro (cf. Luc 2:34), también en ella se manifiesta, como en él, la impotencia de los poderosos y el poder de los impotentes por Dios, el Todopoderoso. Su palabra rebota sobre aquellos que la rechazan, la difaman y la combaten. A todos los que atentan contra la Iglesia en el ejercicio de su encargo de misión los alcanza el destino de los enemigos de Elías (2Re 1:9-14) y de Moisés (Num 16:25-35); conforme a una locución profética figurada (cf. Jer 5:14; Isa 11:4), se formula la amenaza de que una sentencia de la boca de los testigos los aniquilará. Ahora bien, Dios no sólo protege maravillosamente a las personas de sus testigos, sino que les facilita una acción imperturbada mediante ayuda sobrenatural, confiriéndoles el poder taumatúrgico de un Elías (lRe 17,1; cf. Luc 4:25; Stg 5:17) y de un Moisés (,33). Los diferentes rasgos particulares de la imagen quieren hacer marcadamente consciente que no hay fuerza del mundo o de los abismos capaz de extinguir la Iglesia y de impedir su testimonio; ella sobrevivirá a las más graves insidias.
Aquí se plantea la cuestión de si el simbolismo de los dos testigos queda expresado exhaustivamente con esta interpretación general en sentido de la Iglesia en cuanto tal o si se tiene en vista todavía otro simbolismo que haga necesaria una interpretación especial. Las palabras «mis dos testigos» (v. 3) introducen probablemente a éstos como dos figuras concretas conocidas. Su descripción se basa en situaciones reales de la vida y de la acción de Moisés y de Elías; éstos eran tenidos por la encarnación de «la ley y los profetas» (cf. Mat 5:17; Mat 7:12, etc.) y aparecen, por tanto, también en la transfiguración de Jesús (Mat 17:3). En el judaísmo existía una tradición, según la cual Elías volvería al final de los tiempos antes del gran día del juicio de Dios (Mal 3:23; Mat 11:10.14; Mar 6:5; Mar 9:11-13; Jua 1:21). Además, en base de una antigua predicación (Deu 18:15) se había desarrollado la idea de que el profeta allí anunciado aparecería antes de la manifestación del Mesías (cf. «el profeta», Jua 1:21; Jua 6:14; Jua 7:40). Así, en la descripción de los dos testigos se prestan al uno rasgos tomados de la historia de Elías, y al otro rasgos tomados de la historia de Moisés. Si el Apocalipsis dio a los dos testigos, además de su significado figurativo de la Iglesia en cuanto tal, todavía otro significado referido a dos personalidades individuales, en todo caso no quiso referirse a aquellos hombres históricos en persona; la entera descripción da más bien a entender que se piensa en dos profetas que han de aparecer antes del fin de los tiempos, los cuales estarán equipados «con el espíritu y el poder» de aquellos grandes hombres de la historia de Israel (Luc 1:17; cf. Mat 11:10.14). La decisión depende en esta cuestión de cómo haya de enjuiciarse el pasaje 11,3-13, en cuanto a su modalidad y contenido, en el marco de la composición global. En rigor, en esta sección no se describe ninguna visión en sentido estricto, sino que aquí, mediante diversos elementos tomados de visiones posteriores, que en su propio lugar son suficientemente claros (cf. 11,7 con 13,1 ss), se hace más bien una predicción que anticipa, tranquilizando e infundiendo ánimos, el feliz desenlace de la grave tribulación. Según, pues, que la bestia que sale del abismo haya de entenderse o no en 13,1 ss como individuo el Anticristo, lo mismo podrá suponerse también aquí tocante a los dos testigos, a los que da muerte la bestia. El ulterior desarrollo de su descripción en el pasaje siguiente parece favorecer la hipótesis según la cual la predicación de nuestro texto, si bien con toda seguridad describe en primer lugar, muy en general la suerte de la Iglesia en los tiempos finales, anuncia suplementariamente, para la situación especialmente difícil antes del fin de los tiempos, dos figuras proféticas concretas que asistirán a la Iglesia en su enfrentamiento con la figura no menos concreta del Anticristo.
7 »Cuando acaben su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los vencerá, y los matará. 8 Y sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que simbólicamente se llama Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado.
La suerte final de los dos testigos y el fin de su testimonio serán causados por la bestia que sale del abismo, cuando Dios dé por cumplido su tiempo. Con esta indicación de la procedencia de la bestia queda ésta caracterizada como un poder diabólico; el artículo determinado indica con la mayor probabilidad que se presupone tratarse de un individuo conocido a los primeros lectores del Apocalipsis. Con la aparición de la bestia, que se describe por extenso en los capítulos 13 y 17, parece que la historia del mundo va a terminar ya en un triunfo total del mal, la victoria del Anticristo sobre la Iglesia de Cristo parece que viene a ser completa. Sus testigos mueren como mártires, y el odio de sus enemigos los persigue todavía después de su muerte, sus cadáveres son ultrajados al negárseles la sepultura. El lugar de su actividad, «la ciudad santa» (11,2) entregada en manos de los gentiles, se llama ahora, tras esta abominación, «la gran ciudad», como más adelante Babilonia, la capital del Anticristo (cf. 16,19; 17,18; 18,10.16-21). El aspecto de esta ciudad y lo que en ella sucede se insinúa ahora con los nombres de Sodoma y de Egipto calificados de simbólicos. Sodoma sirve en la literatura profética de arquetipo de perversión moral (cf. Isa 1:9; Isa 3:9; Eze 16:46-50), y Egipto es también allí figura de la tiranía y del empedernimiento (Sab 19:13-17).
También la observación adicional sobre la crucifixión de Jesús se ha de entender aquí, como todo lo demás, simbólicamente. Con la imagen de Jerusalén -al comienzo de la pieza intermedia (Sab 11:1-2), primeramente símbolo de la interpenetración de la Iglesia y el mundo- había representado Juan el relegamiento de la Iglesia fuera del mundo; la zona de la ciudad y parte del recinto del templo cayeron en manos enemigas. Ahora bien, la circunstancia de que en la Jerusalén histórica hubiera sido crucificado el Señor la toma ahora el vidente como motivo para hacer constar que los mismos poderes que habían sido causa de la muerte de Jesús están también en acción en la persecución de su Iglesia. La muerte de Jesús se continúa en el martirio de sus fieles; en efecto, la Iglesia se define ya por su esencia en los más antiguos documentos de la teología cristiana como el cuerpo de Cristo, del que los fieles forman parte como miembros (Rom 12:4 s; 1Co 6:15; 1Co 10:16 s; 1Co 12:12-14; Efe 1:23 s, etc.).
9 »Y gentes de todos los pueblos, tribus, lenguas y naciones contemplan sus cadáveres por tres días y medio, y no permiten colocar sus cuerpos en un sepulcro. 10 Y los moradores de la tierra se alegran por ellos y se regocijan y se enviarán mutuos regalos, porque estos dos profetas atormentaron a los moradores de la tierra.»
Cuán completo ha venido a ser el dominio de la bestia sobre la humanidad resulta del hecho de que el mundo entero (descrito antes conforme a la tétrada cósmica) respira y se regocija como liberado y las gentes se hacen mutuamente regalos como en las grandes fiestas, una vez que se ha hecho enmudecer la boca de estos profetas. El requerimiento a la conversión que Dios había efectuado por medio de ellos se había sentido como una incomodidad y un tormento; ahora «los moradores de la tierra» (cf. comentario a 6,10) respiran como liberados de una pesadilla. Resulta realmente turbador que el Evangelio de Dios puede sentirse como un tormento y la humanidad celebre fiestas porque Dios calla y sólo el infierno tiene todavía la palabra.
Sin embargo, el triunfo total de la maldad es sólo de corta duración (tras días y medio -la medida del tiempo del mal es la más breve división del tiempo); la sensación de poder mirar los cadáveres de los profetas como trofeos de victoria no dura mucho tiempo.
11 Y después de los tres días y medio un espíritu de vida procedente de Dios penetró en ellos, y se pusieron en pie; y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban. 12 Y oyeron una gran voz del cielo que les decía: «Subid acá.» Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus enemigos. 13 En aquella hora se produjo un gran terremoto; se derrumbó la décima parte de la ciudad, y murieron por el terremoto siete mil personas, y los demás quedaron aterrados y dieron gloria al Dios del cielo.
Así como Cristo crucificado resucitó a los tres días e hizo enmudecer el triunfo de sus enemigos, así sucede también a estos dos que tenían el testimonio de Jesús (cf. 6,9; 12,17; 20,4); como el Padre confiesa a Jesús su «Testigo fiel» (1,5; 3,14), y de la misma forma que a él, confiesa también a estos dos testigos suyos (1,3), que habían sellado su fidelidad con la muerte. Juan describe su resurrección de entre los muertos inspirándose en expresiones de la profecía de la resurreción de Ezequiel (Eze 37:5.10). El hecho de su resurrección, como el de su subsiguiente recepción en el cielo tiene lugar, diversamente que en el caso de Jesús, ante los ojos de los adversarios atemorizados. Dios se mostró en ellos más fuerte que todo el poder de la bestia, por la que habían tomado partido las masas; así, el júbilo de los «moradores de la tierra» se cambia bruscamente en terror, pues presienten el castigo de Dios, que se anuncia inmediatamente en acontecimientos externos. Al igual que en la resurrección de Jesús, se produce un gran terremoto (cf. Mat 28:2) que convierte en ruinas una décima parte de la ciudad y sepultura bajo los escombros un número correspondiente de personas. El intermedio termina con la consoladora comprobación de que como consecuencia de los acontecimientos sucedidos en torno a los testigos muertos se produce lo que estos mismos no habían logrado con su predicación: los sobrevivientes vuelven en sí, la gran apostasía de la cristiandad ha terminado (cf. comentario a 11,2) y se transforma en conversión.
Esta comprobación positiva confirma la intrínseca conexión entre las secciones 11,1-2 y 11,3-13. Todas las plagas que hasta aquí había descargado Dios contra la humanidad apóstata no dieron buenos frutos ahora se habla por primera vez de conversión, lo cual es un signo de que los acontecimientos de esta pieza intermedia quieren representar gráficamente algo único e inédito en comparación con las visiones de plagas; hasta la misma elección de Jerusalén como lugar simbólico de los acontecimientos es cosa sorprendente y, por tanto, seguramente muy significativa. Todas estas circunstancias permiten concluir que aquí se ha visto implícitamente, junto con los males que amenazan a la Iglesia desde fuera, su peligrosa y mucho más crítica situación interna. Desde luego, aquí se repiten también los peligros que surgen de las propias filas -por parte de cristianos que se acomodan a este mundo (cf. Rom 12:2) y, así, obscurecen la figura de la Iglesia ante el mundo- en el transcurso de la historia de la Iglesia, como también la vuelta a la salud gracias a un buen resto que se ha conservado y a un núcleo que se ha mantenido con vida. Sin embargo, la situación que se presupone en 11,1-3 es irrepetible por cuanto que aquí se trata ya, sin género de duda, de la época del Anticristo, que sólo más abajo se expondrá por extenso (13,1 ss). Pero también con respecto a la más grave crisis de la existencia, causada y determinada por la más fuerte presión de fuera, como también por la incredulidad y corrupción de las costumbres en el interior, se promete y se garantiza aquí a la Iglesia la salvación por las extraordinarias medidas de socorro tomadas por Dios. Así, esta pieza intermedia tiene la misma función que la que trataba de los «sellados» (7,1-17) y, al igual que aquélla, se adelanta a posteriores descripciones, aquí especialmente a la descripción de la era del Anticristo (13,1-18), para la que quiere preparar y armar de manera especial.
7. LA SéPTIMA TROMPETA (11,14-19)
14 El segundo «¡ay!» ya pasó. El tercer «¡ay!» viene en seguida.
El versículo tiene por objeto establecer de nuevo el enlace con el ciclo de las trompetas interrumpido con el anterior intermedio; por eso en esta indicación de transición tiene especial importancia la segunda parte de la frase, que anuncia la inminente aparición del tercer «¡ay!» al toque de la séptima trompeta; así pues, no afirma que la sección 10, 1-11,13 haya de considerarse como perteneciente todavía al segundo «¡ay!»
15 Y el séptimo ángel tocó la trompeta. Y hubo grandes voces en el cielo que decían: «El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Ungido y él reinará por los siglos de los siglos.» 16 Y los veinticuatro ancianos, los que estaban sentados en sus tronos ante Dios, se postraron en tierra y adoraron a Dios, 17 diciendo: «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es y el que era, porque has recobrado tu gran poder, y has comenzado a reinar. 18 Las naciones se habían airado, mas llegó tu ira y el tiempo de juzgar a los muertos y de dar la recompensa a tus siervos, los profetas, y a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruían la tierra.»
Con el séptimo toque de trompeta, el tiempo llega a su fin, según la palabra del ángel (10,6s), y el «misterio de Dios», su plan eterno de salvación es llevado a su término; el reino de Dios comienza ahora a imponerse plenamente en la creación de Dios. Por el momento se aplaza la descripción del último «¡ay!», preparaciones y celebración del juicio final, oímos primero en un grito de júbilo venido del cielo que la historia del mundo ha llegado a su conclusión con el perfecto restablecimiento de la soberanía de Dios sobre el universo por toda la eternidad; desde ahora la soberanía de Dios es ya perceptible para siempre y de nuevo exteriormente y, así, ha venido a ser una realidad tangible para todas sus criaturas. Esta anticipación, que en cuanto a la forma y al contenido recuerda 7,9-17 y sin duda tiene también el mismo objetivo, viene a reforzar de modo concluyente la parenesis a que apuntaba todo el intermedio.
Los representantes de la Iglesia cerca del trono de Dios, «los ancianos», celebran la feliz consumación de la creación de Dios en un cántico de alabanza y de acción de gracias; porque ahora ha quedado ya atrás el combate que la Iglesia, como reino de Dios depositado en germen en el mundo, había tenido que sostener en su historia. Su promotor, Satán, consentido por Dios hasta ahora como «Príncipe de este mundo» (Jua 12:31), no tiene ya puesto alguno en el nuevo mundo de Dios; se ha ejecutado el juicio sobre él y sus adeptos. Dios, el «Todopoderoso, el que es y el que era», ha venido -por eso falta el tercer miembro, «el que ha de venir» (d. 1,8; 4,8)- y ha saldado las cuentas con toda la corrupción de su creación; las consideraciones que durante tanto tiempo había mostrado con ellos -signo de su absoluta superioridad y poder- habían sido con demasiada frecuencia piedra de escándalo para sus fieles y habían impuesto no pocas pruebas a su fe; ellos las han superado y ahora son recompensados muy por encima de sus méritos.
19a Y se abrió el santuario de Dios que está en el cielo, y apareció el arca le su alianza en su santuario.
Después que en el cántico de los ancianos sólo había oído Juan de la recompensa de los justos, ahora, al final, en una visión simbólica, se le muestra su morada actual y con ella la meta final bienaventurada de todo lo que existe. Ante sus ojos se abre el cielo, representado en la imagen del templo de Jerusalén, en el que en otro tiempo había estado Yahveh presente en la tierra en medio de su pueblo elegido. Juan puede penetrar con su mirada hasta el lugar santísimo, donde divisa el arca de la alianza, lugar de la presencia de Dios en el santuario de Israel. En esta arca se conservaron el documento y las prendas de la primera alianza pasajera, que según la intención de Dios debía ser modelo y preparación de la alianza nueva y eterna, con la cual se concluye la historia. La nueva alianza, la comunidad inmediata y sempiterna de Dios con su pueblo de la alianza, se ha hecho ahora realidad en su consumación bienaventurada. La descripción detallada de esta realidad insinuada aquí en cuanto a su núcleo esencial constituye el punto culminante y la conclusión de la profecía apocalíptica (21,1-22,5).
19b Y hubo relámpagos, voces, truenos, terremoto y una gran granizada.
Mientras que la presencia de Dios significa bienaventuranza para sus fieles, en cambio propaga el terror entre sus enemigos. Con signos precursores del juicio venidero (terremoto, tempestad) se vuelve a desviar la mirada del desenlace al comienzo de la fase final, que se ha iniciado con el último toque de trompeta.
Lo que el himno de los ancianos presuponía como ya acaecido, se describe a continuación en su desarrollo detallado. El contenido de la visión de la séptima trompeta está constituido por vaticinios «sobre pueblos, naciones, lenguas y reyes» (10,11) en el remate de la historia del mundo; aquí se hace la descripción del tercer «¡ay!», para la cual se había conferido a Juan una habilitación y vocación especial (10,8-11). Tras la notificación de la victoria, que se había anticipado con el objeto de fortalecer en la confianza de fe y de animar en vista de los estremecedores acontecimientos que tendrían lugar en el punto culminante del enfrentamiento entre la soberanía de Dios y el reino de Satán, puede ahora describirse el último asalto de los poderes contrarios a Dios (13,1-18), ponerse ante los ojos el tremendo juicio sobre ellos y sus adeptos en las diferentes etapas de su transcurso (14,1-20,10) y hacerse una pintura del juicio final (20,11-15); para concluir se presenta con vivos colores la consumación final, representada como ya realizada en el mensaje de victoria del cielo (11,15-18), con una descripción detallada de la nueva creación (21,1-22,5).
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
Apo 21:15; Eze 40:3; Zac 2:1-2.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
La seguridad de la iglesia. En este breve oráculo el templo de Jerusalén y sus adoradores son medidos para su protección en el tiempo de la prueba (sobre este simbolismo ver Eze. 40:3, 4 y Amós 7:7-9); el patio exterior de los gentiles y la ciudad son abandonados a la destrucción por parte de un poder pagano. Es improbable que Juan quisiera que esta “profecía” se interpretara lit. (la ciudad y el templo habían sido destruidos una generación antes), o que lo enmarcara como un tipo de parábola profética. Más bien, como en el cap. 7, parece que hubiera adaptado una profecía judía previa; lit. ha sido cumplida, pero espiritualmente aporta la verdad de la seguridad de la iglesia al soportar el sufrimiento. El mismo procedimiento de adaptación es evidente en la profecía de los vv. 3-13.
1 El templo de Dios y el altar, y a los que en él adoran implican una idea, la de la iglesia (cf. 1 Cor. 3:16). 2 Del mismo modo, el atrio de afuera y la ciudad santa en conjunto representan el mundo fuera de la iglesia. Es una transformación osada, pero el v. 8 implica que la que una vez fue ciudad santa ahora ha llegado a ser pecadora junto con Sodoma, Egipto, el opresor del pueblo de Dios, y el imperio tiránico que guerrea contra el Mesías. Los cuarenta y dos meses del v. 2, “1.260 días” de 12:6 y “un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo” de 12:14 son expresiones equivalentes de los tres años y medio del gobierno del anticristo y todo ello deriva de las profecías de Daniel (ver Dan. 7:25; 9:26, 27; 12:7).
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
11.1ss Es más probable que este templo sea un símbolo de la Iglesia (todos los creyentes verdaderos) porque no habrá un templo en la nueva Jerusalén (21.22). Juan midió el templo para mostrar que Dios está construyendo muros de protección alrededor de su pueblo para salvarlo del daño espiritual, y que hay un lugar reservado para todos los creyentes que permanecen fieles a Dios.11.2 Los que adoran dentro del templo serán protegidos espiritualmente, pero quienes lo hagan afuera se enfrentarán a gran sufrimiento. Esta es una forma de decir que los verdaderos creyentes serán protegidos mientras dure la persecución, pero los que se resisten a creer serán destruidos.11.3 Estos dos testigos muestran una gran semejanza con Moisés y Elías, dos poderosos profetas de Dios. Con el poder de Dios, Moisés hizo caer plagas sobre la nación de Egipto (véase Exodo 8-11). Elías venció a los profetas de Baal (1 Reyes 18). Ambas personas aparecieron con Cristo en su transfiguración (véase Mat 17:1-7).11.3 En el libro de Apocalipsis, los números suelen ser de carácter simbólico y no tienen un sentido verdadero. Los 42 meses o 1.260 días equivalen a tres años y medio. Como mitad del número perfecto (siete), tres y medio puede indicar incompleto, imperfecto o incluso malo. Obsérvense los acontecimientos que se predicen para este tiempo: agitación (Dan 12:7), la ciudad santa es hollada (Dan 11:2), la mujer se refugia en el desierto (Dan 12:6) y la bestia inspirada por el demonio ejerce su autoridad (Dan 13:5). Algunos comentaristas relacionan los tres años y medio con el período de hambruna en los días de Elías (Luk 4:25, Jam 5:17). Debido a que Malaquías predijo el regreso de Elías antes del juicio final (Mal 4:5) y como que los acontecimientos en Daniel y Apocalipsis preparan el camino para la Segunda Venida, posiblemente Juan estaba haciendo una conexión. Es posible, naturalmente, que los tres años y medio sean literales. Si es así, ¡claramente reconoceremos cuando tengan lugar! Ya sean simbólicos o literales, sin embargo, indican que el demonio reinará hasta tener un final definitivo.11.7 A este tirano también se le llama la «bestia» y pudiera referirse a Satanás o a un agente de Satanás.11.8, 9 Jerusalén, una vez la santa ciudad y capital de Israel, es ahora territorio enemigo. Se le compara con Sodoma y con Egipto, ambas conocidas muy bien por su maldad. En la época en que Juan escribe, Jerusalén había sido destruida por los romanos en 70 d.C., se había exterminado casi un millón de judíos y se habían llevado a Roma los tesoros del templo.11.10 Todo el mundo se regocija con la muerte de estos dos testigos, los que causaron dificultades al decir lo que la gente no quería oír: mensajes acerca de su pecado, su necesidad de arrepentimiento y el castigo venidero. Los pecadores odian a los que les llaman la atención por su pecado y a los que les exhortan a arrepentirse. Aborrecieron a Cristo y aborrecen a sus discípulos (1Jo 3:13). Cuando usted obedece a Cristo y asume una posición contraria al pecado, prepárese para sufrir el odio del mundo. Pero recuerde que la gran recompensa lo aguarda en el cielo y que sobrepasa en valor a cualquier sufrimiento que afronte ahora.11.15 El toque de la séptima trompeta anuncia la llegada del Rey. Ya no hay retroceso. Los juicios venideros dejan de ser parciales y son completos en su destrucción. Dios está en control de la situación y da rienda suelta a toda su ira sobre el mundo maligno que se niega a volverse a El (9.20, 21). Cuando comience la ira, no habrá manera de escapar.11.16 Para mayor información sobre los veinticuatro ancianos, véase la nota en 4.4.11.18 En la Biblia, Dios recompensa a su pueblo de acuerdo con lo que merece. A lo largo del Antiguo Testamento, a menudo la obediencia trajo recompensa en esta vida (Deuteronomio 28), pero la obediencia y la recompensa inmediata no siempre están ligadas. Si lo estuvieran, los buenos siempre serían ricos, y el sufrimiento siempre sería señal de pecado. Si fuéramos premiados rápidamente por cada obra fiel, muy pronto llegaríamos a pensar que somos muy buenos. Al poco tiempo nos hallaríamos haciendo obras buenas por razones puramente egoístas. Aunque es cierto que Dios nos premiará por nuestras obras en la tierra (véase 20.12), nuestra mayor recompensa es vida eterna en su presencia.11.19 En el Antiguo Testamento, el arca del pacto fue el tesoro más preciado de la nación israelita. Para mayor información acerca del arca, véase la nota sobre Exodo 37.1.2
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
NOTAS
(1) “Caña.” Gr.: ká·la·mos; lat.: cá·la·mus; J17,18,22(heb.): qa·néh. Compárese con Eze 40:5, n: “Medir”.
(2) O: “la habitación (morada) divina”. Gr.: ton na·ón; J17,18,22(heb.): heh·kjál, “palacio (templo) de”.
(3) “Dios”, אAVgSyh; J17: “Jehová”.
REFERENCIAS CRUZADAS
a 488 Eze 40:3
b 489 1Co 3:16; 2Co 6:16; Efe 2:21; 1Pe 2:5; 1Pe 4:17
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
templo de Dios. Aunque hay varias maneras de identificar este templo (un templo celestial, el pueblo judío, o la iglesia), lo más probable es que se refiere al templo originalmente edificado por Salomón, reconstruido por Herodes y destruido por los romanos en el 70 d.C. y que será reconstruido antes o durante la tribulación (cp. Dn 9:27; 11:31; Mt 24:15; 2 Ts 2:4).
Fuente: La Biblia de las Américas
1 (1) Una caña, como se menciona en 21:15 y Eze_40:3 Eze_42:16-19, se usa para medir y tiene como fin tomar posesión, mientras que una vara implica castigo ( Pro_10:13 Isa_10:5 11:4). Por consiguiente, la expresión una caña semejante a una vara denota la idea de medir con castigo a fin de tomar posesión.
1 (2) Es decir, santifica, preserva y posee ( Núm_35:2 , Núm_35:5 ; Eze_45:1-3 ; Eze_42:15 , Eze_42:20 Eze_48:8 , Eze_48:12 , Eze_48:15). Medir el templo de Dios y el altar del incienso en los cielos indica que durante la gran tribulación los cielos no sufrirán daño, porque en esos tres años y medio Satanás será arrojado del cielo a la tierra.
1 (3) La palabra griega se refiere al templo interior.
1 (4) Aquí el altar es el altar de oro donde se quema incienso, porque está en el templo; no es el altar de bronce donde se ofrecen sacrificios, ubicado en el atrio que está fuera del templo (v.2).
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
el templo de Dios. Parece ser que se trata del templo que será edificado durante la primera mitad del período de la tribulación, y en el cual se celebrará el culto judío, hasta que, cumplidos los primeros tres años y medio, el hombre de pecado se exaltará a sí mismo allí para ser adorado (2Ts 2:4).
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
(2′) El Templo y los dos testigos (11,1-13). Como el cap. 10, este pasaje es una inserción en la serie de las trompetas. No se sigue lógicamente del cap. 10, sino que es simplemente colocado tras éste como pasaje paralelo. 11,1-13 no forma una unidad, sino que es una combinación de dos elementos tradicionales originalmente independientes, w. 1-2 y 3-13. Como dijimos anteriormente, el cap. 10 introduce formalmente los caps. 12-22. 11,1-13 nos prepara para estos capítulos introduciendo dos motivos clave: el límite temporal fijado para el período de las desgracias escatológicas (w. 2 y 3) y la bestia que asciende desde el abismo (v. 7). 1. una vara de medir, semejante a un bastón:11,1-13, probablemente, no pretende presentar el contenido del rollo pequeño (véase 10,2), porque se presenta con su propia acción simbólica (R. Bultmann, TLZ, 52 [1927] 505-12). El significado de la medida aparece en el v. 2. 2. no midas: El patio de los gentiles del Templo no debe medirse porque a ellos se les permite pisar la ciudad santa; lo que sugiere que la medición del mismo templo, del altar, y de quienes allí dan culto, significa que son preservados del acceso de los gentiles. Esta profecía se originó probablemente durante la guerra judía, cuando los rebeldes ocupaban el Templo y los romanos habían llegado hasta los muros del exterior del Templo. Josefo comenta que ciertos profetas anunciaban que Dios vendría inmediatamente en auxilio de los rebeldes y los liberaría de aquella situación terrible {Bell. VI, 5,2 § 283-86); véase Yarbro Collins, Crisis [→ 6‘supra] 64-669). Cuando la profecía no se cumplía literalmente, se mantenía dándole una interpretación espiritual (alegórica). Juan, probablemente, reinterpretó la oposición exterior/interior del oráculo en términos de terrestre/celestial: el Templo terrestre ha sido destruido, pero su tipo celestial perdura; hacia éste es al que dirigen su mirada quienes -dan culto auténtico a Dios. Cuarenta y dos meses: En el pasaje al que se alude en 10,2-6, el ángel dice al visionario que todas estas cosas se cumplirían en «un tiempo, dos tiempos, y medio tiempo» (Dn 12,7). Un «tiempo» es, al parecer, un año (véase Dn 7,25; 8,14; 9,27; 12,11-12). 42 meses equivalen a los tres años y medio de Dn 12,7. En el Ap se refiere al período de las desgracias escatológicas. Dado que es muy difícil relacionarlo con los acontecimientos históricos a los que se alude en el Apocalipsis, lo mejor es no entenderlo literalmente. 3. Será entonces cuando haga que mis dos testigos profeticen: Este versículo fue probablemente compuesto por Juan para unir las tradiciones antiguas independientes, ahora incorporadas en los w. 1-2, con 4-13. Hay indicios de que en 4-13 fue utilizada una fuente escrita (Yarbro Collins, Combat Myth [→ 15 supra] 195, n. 60). El término «testigo» se aplica también a Jesús (1,5; 3,14), a Antipas (2,13) y a otros que murieron por dar testimonio (17,6). En el Ap aún no era técnico el término (es decir, con el sentido de «mártir»); lo adquirirá hacia mediados del s. II (MartPol 2,2; 17,3; cf. N. Borx, Zeuge und Mdrtyrer [Múnich 1961]). mil doscientos sesenta días: Equivalente a los 42 meses del v. 2. 4. los dos olivos y los dos candelabros: cf. Zac 4,12-14. 5. Fuego: cf. 2 Re 1,9-12; Eclo 48,3. La acción de los testigos recuerda a Elías (1 Re 17-18). 6. para que no llueva: Otra alusión a Elías (1 Re 17-18). con toda clase de plagas: Alusión a Moisés (Éx 7-11). 7. la bestia que sube del abismo: La imagen recuerda la quinta trompeta (9,1-11), pero aquí se refiere al adversario escatológico. 8-12. Es probable que el significado de los testigos fuera el de agentes escatológicos de Dios que entrarían en acción en el inminente futuro. Es significativo que el modelo de vida, muerte y vida futura de los testigos recapitule el de Jesucristo, y exprese, de forma extraordinaria y pública, el destino que esperaba al autor y sus destinatarios. Independientemente de las referencias pretendidas, la función paradigmática del relato es clara.
42 (d) La séptima trompeta (11,15-19). Como la serie de los siete sellos, las siete trompetas describen las aflicciones escatológicas, el juicio y la salvación en su totalidad. El tema de la persecución (aflicciones) aparece en la visión que introduce las trompetas (8,3-5), mediante la alusión a la visión de las almas bajo el altar (6,9-11). El juicio y la salvación definitiva se describen en la visión que sigue a la séptima trompeta. 15. el dominio del mundo: A la luz de I, 5, podríamos decir que el v. 15 describe lo que es ya una realidad presente para Juan. 12,12, sin embargo, indica que, para Juan, el presente está caracterizado por el dominio de Satanás sobre la tierra. Lo que sugiere que II, 15-17 describe lo que para Juan es el futuro escatológico. 18. se encolerizaron las naciones: Parece implicarse aquí el maltrato contra los justos, y, por tanto, las aflicciones escatológicas. ha llegado tu ira: El castigo divino definitivo de los malvados. El tiempo de juzgar a los muertos: Clara referencia al juicio general, que, probablemente, implica una resurrección también general. Premiar: El juicio es bendición (salvación) para el justo. Destruir: El juicio conlleva el castigo del malvado. Como en el clímax de los sellos, la solución escatológica es aclamada por los seres celestiales (compárese 11,15 con 7,10-12). 19. se abrió entonces en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza: La apertura del santo de los santos expresa, en este contexto, una revelación extraordinaria de Dios, relámpagos… truenos y temblores de tierra: Típicas manifestaciones cósmicas de la automanifestación o teofanía de Dios (J. Jeremías, Theophanie [Neukirchen 1977]; L. Hartman, Prophecy Interpreted [ConBNT 1, Lund 1966]).
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
una vara… Es decir, una vara de medir; mide… → Eze 40:3.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
TGr188 n. El participio λέγων se usa en una rara construcción según el sentido: se me dio una caña, diciendo (aquí parece que λέγων es indeclinable -T315; comp. H454). [Editor. Realmente, esas aclaraciones sólo son intentos de explicar la falta de concordancia, que prevalece en el Apocalipsis.]
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
Lit., caña
Lit., diciendo
O, santuario
Fuente: La Biblia de las Américas
Es decir, una vara de medir.
g Eze 40:3.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
[3] El nuevo y reconstruido Templo en Jerusaleñ no tendrá atrio alguno para los gentiles, simplemente porque todos los que adoran a YHWH son Israelitas, confirmando el propósito entero y núcleo del mensaje de las dos casas.
[4] Juan y Elías. Véase más abajo la nota a pie de página para Rev 11:4.
[5] Los dos testigos son Judah y Efrayím, a medida que a ambas casas se les ordena levantarse y enseñar la verdad durante el Día de YHWH, durante la 70ª semana de Israel. Sabemos que estos dos testigos son las dos casas, porque son llamados dos candelabros, o dos menorahs. Las siete congregaciones en Asia son llamadas siete candelabros en Rev 1:20. Así que cada congregación de creyentes es una menorah. Por lo tanto dos candelabros son dos congregaciones, o grupos de creyentes. Esto confirma la entera revelación a Zacarías en el capítulo 4 de los dos árboles de olivo ungidos que están delante de YHWH. De cada una de estas dos casas viene un testigo, o dos individuos que representan a las dos casas. Juan de Judah, ya que Lewi era y es parte de Judah, y Elías de Efrayím. Ellos hacen su ministerio por tres años y medio antes de ser muertos por primera vez y después levantarse en Jerusaleñ. YHWH nunca permitirá a ningún verdadero testigo bíblico en la tierra sin que ambos Judah y Efrayím sean los dos representantes escogidos y leales de Su verdad.
[6] La bestia del Islam los matará y por eso deber ser juzgada por por ello.
[7] Elías.
[8] Juan.
[9] El Islam radical, la bestia revivida de los tiempos finales llamada Arovim/langostas intenta impedir que la verdad sea proclamada en Jerusaleñ a los Israelitas perdidos.
[10] La razón porque a Jerusaleñ se le llame Sodoma es obvia, ya que la presencia Islámica en la Montaña del Templo la hace tal.
[1] Tele y medios de comunicación de masas.
[2] Solamente el Islam corresponde con esta práctica común de deshonrar a los muertos y tirar sus cuerpos a las calles para hacer un ejemplo de lo que acontese a los que rechazan el Islam. Los EUA, la Iglesia Católica, o cualquier otro escenario falso de la bestia no se aproxima a esta practica bárbara.
[3] Posiblemente dulces y caramelos como visto en la práctica actual de celebración siempre que los Jihadistas asesinan a ciudadanos inocentes. Esto puede verse en los noticieros de la tarde en nuestra generación. La bestia está rugiendo como fue profetizado.
[4] Tormentaban a la bestia con el mensaje verdadero de la sangre de Yahshua, la Torah de YHWH y la reunión de las dos casas. El tormento estaba en que los dos testigos proclamaban a YHWH y a Su Hijo y no a Alláh como el Creador verdarero.
[5] Es muy posible que este terremoto aquí mismo después de la muerte de los dos testigos ungidos, traerá destrucción de la Mezquita Al Aqsa, permitiendo que Montaña del Templo sea preparada para el reino de el Moshiach.
[2] Se cree que éste será el tiempo del reinado del Anticristo. Dan 7, 25.[4] Que comunicarán la gracia y unción del Espíritu Santo, y alumbrarán a los hombres. Zac 4.[8] De estas palabras deducen varios expositores que el Anticristo vivirá en Jerusalén, llamada Sodoma yEgipto por sus maldades y abominaciones.[19] La Humanidad gloriosa de Jesucristo.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat