Comentario de Efesios 4:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Por eso yo, prisionero en el Señor, os exhorto a que andéis como es digno del llamamiento con que fuisteis llamados:

— Resumen : El capítulo 4 tiene que ver con los deberes de los miembros del cuerpo de Cristo. En primer lugar, como vemos en los vers. 1-6, debemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. El cristiano debe andar como es digno de la vocación, vers. 1-3. La unidad del Espíritu consiste en siete unidades, vers. 4-6. Esta unidad ayudada por Dios: da al cuerpo una diversidad de dones y ayudas, vers. 7-16. La segunda sección de este capítulo es una amplificación del v 1: su tema es el andar dignamente de la vocación, como conviene a los santos, vers. 17-32. No andar como los otros gentiles (los inconversos), vers. 17-19. El andar de los cristianos, vers. 20-32. Todas la instrucciones de este capitulo son muy necesarias para el desarrollo del cuerpo de Cristo. El v. 16 es un versículo clave de esta sección.

4:1 — «andéis como es digno de la vocación». Dios nos llama por medio del evangelio (2Ts 2:14). Hemos respondido al llamado. Somos los «llamados» (así es la idea de la palabra «iglesia»). Antes, «anduvisteis.. siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el Espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (2:2). Ahora, debemos andar en las buenas obras «las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (2:10). La palabra «digno» sugiere algo del mismo peso (valor). Debe haber consecuencia entre nuestra vida y nuestra profesión.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Yo pues, preso en el Señor. Efe 3:1.

os ruego. Jer 38:20; Rom 12:1; 1Co 4:16; 2Co 5:20; 2Co 6:1; 2Co 10:1; Gál 4:12; Flm 1:9, Flm 1:10; 1Pe 2:11; 2Jn 1:5.

que andéis como es digno. Efe 4:17; Efe 5:2; Gén 5:24; Gén 17:1; Hch 9:31; Flp 1:27; Flp 3:17, Flp 3:18; Col 1:10; Col 4:12; 1Ts 2:12; 1Ts 4:1, 1Ts 4:2; Tit 2:10; Heb 13:21.

de la vocación con que fuisteis llamados. Efe 4:4; Rom 8:28-30; Flp 3:14; 2Ts 1:11; 2Ti 1:9; Heb 3:1; 1Pe 3:9; 1Pe 5:10; 2Pe 1:3.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Pablo exhorta a la unidad, Efe 4:1-6;

y declara que Dios da dones a los hombres, Efe 4:7-10;

para que su iglesia pueda ser edificada, Efe 4:11-15,

y crecer en Cristo, Efe 4:16, Efe 4:17.

les llama a dejar la impureza de los gentiles, Efe 4:18-23;

a vestirse del nuevo hombre, Efe 4:24;

a dejar la mentira, Efe 4:25-28;

y la comunicación corrupta, Efe 4:29-32.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

En la segunda mitad de Efesios, al igual que en muchas de las epístolas de Pablo, el énfasis recae en la conducta que debe resultar de la comprensión de las doctrinas y enseñanzas de la primera parte. Obsérvese que aquí la vida del cristiano no se compara con correr o permanecer firme sino con caminar.

andéis como es digno: La vida del creyente debe corresponder con la excelencia del llamado de Cristo.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

II. Consecuencias Morales, 4:1-6:20.

Exhortación a la unidad, 4:1-6.
1 Así, pues, os exhorto yo, el prisionero en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, 2 con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, 3 solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. 4 Sólo hay un Cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. 5 Sólo un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

Empieza aquí la parte moral de la carta, aplicación de los principios puestos en la parte dogmática. A fin de dar más autoridad a sus palabras, el Apóstol comienza alegando su título de “prisionero” de Cristo (v.1; cf. 3:1), hombre que ha sido puesto en cadenas por defender la causa de Dios.
Mira a los fieles sobre todo desde el punto de vista colectivo, en su calidad de miembros de un mismo organismo espiritual, que es la Iglesia. De ahí la insistencia en las virtudes que pudiéramos llamar sociales, necesarias para mantener unido y compacto cualquier pueblo u organismo social: humildad, mansedumbre, longanimidad, mutuo afecto nacido de la caridad (v.2). Es así, con la práctica de esas virtudes, como los efesios deberán esforzarse por “conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz” (ν .8), es decir, la concordia de doctrina y de aspiraciones (pensamiento y voluntad), unidos por el suave vínculo que consiste en la paz.
Esa mutua unidad entre los fieles la está exigiendo la unidad misma, que es de esencia de la Iglesia; pues la vida cristiana ha de ser expresión fiel de lo que es el gran Misterio. El Apóstol (v.4-6), con frases procedentes probablemente de una liturgia bautismal primitiva, concreta esa unidad de la Iglesia en siete elementos principales: una en su principio material, puesto que los cristianos todos formamos un solo “Cuerpo,” cuya cabeza es Cristo (cf. v.12; 2:16; 5:30); una en su principio formal, pues está animada por un solo “Espíritu,” que es como el alma o principio vital de ese Cuerpo (cf. 1:13-14; 2:18); una en su finalidad o aspiraciones, pues una es la “esperanza” de nuestra vocación (cf. 1:14; Rom 8:18-25; 1Co 15:19); una en su principio de autoridad, pues uno es el “Señor,” Jesucristo (cf. 1Co 8:6); una en el contenido vital de creencias, pues una es la “fe” en Cristo, a quien todos reconocemos por único Señor (cf. 1Co 1:13); una en el rito de incorporación, pues uno es el “bautismo” para entrar en ella (cf. Rom 6:3-11; 1Co 1:13; 1Co 12:13; Gal 3:27); una, finalmente, por razón de su origen de un solo “Dios y Padre,” artífice supremo del plan redentor, que está “sobre todos,” con autoridad trascendente y soberana, pero actúa y habita “en todos” como algo inmanente a nosotros por su presencia y acción (cf. 1:3-14; 3:15; Gal 4:4-7; Rom 11:36; 1Co 12:6).

Diversidad de dones dentro de la unidad del Cuerpo místico,1Co 4:7-16.
7 A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo. 8 Por lo cual dice: “Subiendo a las alturas, llevó cautiva la cautividad, repartió dones a los hombres.” 9 Eso de “subir,” ¿qué significa sino que primero bajó a las partes inferiores de la tierra? 10 El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo; 11 y El constituyó a los unos apóstoles, a los otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores, 12 para la habilitación de los santos en orden a la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, 14 para que ya no seamos niños, que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina a capricho de los engaños de los hombres y de las astutas maquinaciones del error, 15 sino que, al contrario, viviendo según la verdad y en caridad, crezcamos en todos sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos de suministración, según la actividad correspondiente a cada miembro, va obrando su propio crecimiento en orden a su edificación en la caridad.

Complemento magnífico de la narracion anterior. La unidad de la Iglesia, tan insistentemente afirmada, no ha de concebirse como algo seco y monótono, sino como algo exuberante y complejo, cual corresponde a un organismo viviente cuyos miembros ejercen funciones diversas, pero sin romper la unidad del conjunto, antes al contrario contribuyendo con esa diversidad de funciones a consolidarla y perfeccionarla. Es la idea que desarrolla el Apóstol en el presente pasaje.
Su primera afirmación es que, dentro de la Iglesia, Jesucristo reparte sus “gracias,” no las mismas para todos ni a todos en la misma medida, sino en la medida en que le place (v.7). Parece claro, dado el contexto (cf. v. 11-12), que el Apóstol está refiriéndose, no a la “gracia” santificante, al menos de modo directo, sino a los dones espirituales o carismas destinados al bien común de la Iglesia (cf. Rom 12:3-8; 1Co 12:1-11). Como prueba de que es Jesucristo quien reparte esos dones, cita el Apóstol unas palabras del Sal 68:19, en las que ve anunciada 262 la gloriosa ascensión de Cristo a los cielos, desde donde, como rey victorioso, distribuye luego sus dones a los hombres en la tierra (v.8-10). Con la expresión “para llenarlo todo” (ίνα πλήρωση τα πάντα , ν . 10), parece que el Apóstol quiere significar que Cristo, con ese recorrido por el universo, bajando a las “partes inferiores de la tierra” y subiendo luego “sobre todos los cielos,” ha tomado posesión del pléroma o cosmos entero, que El “recapituló” (cf. 1:10), encerrándolo todo bajo su autoridad de Señor (cf. 1:20-23; Flp 2:9-11).
Hecha esa afirmación general (v.7) y su correspondiente declaración a base de la Escritura (v.8-10), San Pablo enumera algunos de los principales dones o carismas distribuidos por Cristo en la Iglesia e indica el fin a que esos carismas están ordenados (v.11-12). Cómo hayan de entenderse los términos “apóstoles-profetas-evangelistas-pastores y doctores” (v.1 i), ya lo explicamos en otros lugares (cf. Hec 13:1-3; Hec 21:8; 1Co 12:28). En cuanto a la finalidad que asigna a los carismas (v.12), distingue como doble fase: un final inmediato, cual es el de “habilitar” al cristiano para la obra que le es encomendada, y otro posterior, al que el primero está ordenado, que es contribuir a la “edificación” de la Iglesia. En qué consista esta “edificación” de la Iglesia lo va precisando luego el Apóstol (v.13-16). La idea fundamental la expresa ya en el v.13, cuando dice que esa labor de edificación debe continuar hasta que “lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” Creemos que estos tres incisos, no por todos los autores interpretados de la misma manera, quieren decir lo mismo, aunque con palabras distintas. Llegar a la “unidad de fe y de conocimiento del Hijo de Dios,” de modo que no seamos como niños volubles y sin firmeza en los principios (cf. v.14), es lo mismo que llegar a “varón perfecto,” es decir, completo y sano en todos sus miembros, y lo mismo que llegar a “la medida de la estatura del pléroma de Cristo,” pléroma que no es otra cosa que la Iglesia o Cuerpo místico, cuya estatura no alcanzará su medida hasta haber conquistado para Dios el cosmos entero (cf. 3:19). San Pablo habla, pues, de “varón perfecto” en sentido colectivo, con referencia al Cristo total, compuesto de Cabeza y miembros, no en sentido personal e individual, con referencia a la perfección o madurez espiritual a que debe tender cada cristiano. Ese ser colectivo (cf. v.1a y 16) es el que debe desarrollarse y crecer hasta la meta señalada en el v.13. Para eso son dados los carismas. Los cristianos, como individuos, entran, sí, en la visión de San Pablo, pero sólo indirectamente, en cuanto miembros del Cuerpo que deben afianzar su fe (v.14) y, radicados en la caridad, vivir en la verdad, hasta conseguir que todo el Cuerpo, bien trabado y compacto, adquiera la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (v.15-16; cf. 3:17; Col 2:19).

La vida nueva en Cristo,Col 4:17-32.
17 Os digo, pues, y os exhorto en el Señor a que no viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos, 18 oscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y la ceguera de su corazón. 19 Embrutecidos, se entregaron a la lascivia, derramándose ávidamente con todo género de impureza. 20 No es esto lo que vosotros habéis aprendido de Cristo, 21 si es que le habéis oído y habéis sido instruidos conforme a la verdad que está en Jesús. 22 Dejando, pues, vuestra antigua conversación, despojaos del hombre viejo, que se va corrompiendo detrás de las pasiones engañosas, 23 renovándoos en el espíritu de vuestra mente 24 y revistiéndoos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas. 25 Por lo cual, despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros. 26 “Si os enojáis, no pequéis”; ni se ponga el sol sobre vuestra iracundia. 27 No deis entrada al diablo. 28 El que robaba, ya no robe; antes bien, afánese trabajando con sus manos en algo de provecho de que poder dar al que tiene necesidad. 29 No salga de vuestra boca palabra áspera, sino palabras buenas y oportunas para edificación, a fin de ser gratos a los oyentes. 30 Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención. 31 Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, indignación, blasfemia y toda malignidad. 32 Sed más bien unos para otros bondadosos, compasivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo.

A la exhortación a la unidad, San Pablo añade ahora diversas recomendaciones en orden a la pureza de vida que deben llevar los fieles.
Primeramente (v.17-18), poniéndoles delante lo que deben evitar, hace una breve descripción de las costumbres paganas, muy semejante, aunque de modo mucho más sintético, a la que encontramos en Rom 1:18-32. Luego (v.20-24) les indica, en forma ya más positiva, cómo deben vivir: “despojados” del hombre viejo., “revestidos” del hombre nuevo. Estas dos expresiones “hombre viejo” y “hombre nuevo” están inspiradas en el simbolismo del bautismo, con su doble rito de inmersión y de emersión, doble rito que está señalando nuestra muerte a la antigua vida de pecado y nuestra resurrección a la nueva vida de gracia comunicada por Cristo (cf. Rom 6:3-11). El “hombre viejo,” pues, es el hombre carnal, viciado por el pecado y esclavo de las concupiscencias, mientras que el “hombre nuevo” es el hombre regenerado en Cristo, no dominado ya por el pecado y la concupiscencia. San Pablo llega a decir que este paso de hombre viejo a nuevo es como una nueva “creación” (v.24; cf. 2:10), término que se corresponde con el “renacimiento” de que habla San Juan (cf. Jua 3:3-5). Cierto que el cristiano ha sido ya despojado del “hombre viejo” en el bautismo; pero sigue aún molestado por la concupiscencia, que procede del pecado y le induce al pecado; de ahí que el Apóstol diga a los efesios que sigan “despojándose del hombre viejo” (v.22), es decir, luchando contra las inclinaciones de la concupiscencia y liberándose poco a poco de los malignos efectos que trajo sobre nosotros el pecado (cf. Rom 6:12-14; Rom 8:5-8). Ello pide una “renovación en el espíritu de su mente” (v.23), es decir, en los pensamientos y manera de ver las cosas (cf. Rom 8:2; 1Co 2:15), de modo que se transformen en el hombre nuevo, creado según Dios “en justicia y santidad verdaderas” (v.24). Parece que los términos “justicia y santidad” son aquí prácticamente sinónimos, y designan al hombre recto y santo, cual lo quiere Dios (cf. 1:4; Rom 3:26). En cuanto a la expresión “si es que.” (ει γε ) del v.21, no es dubitativa, sino asertiva, como en otros muchos lugares (cf. 3:2; Col 2:20; 1Te 3:8; 1Te 3:4.14).
A partir del v.25, San Pablo enumera una serie de pecados que van contra la caridad fraterna, y que los cristianos, miembros de un único Cuerpo místico, deben alejar de sí. Comienza por la “mentira,” que destruye la unidad y cohesión entre los que mutuamente deben ayudarse (v.25); sigue la “ira,” que no debemos dejar que nos domine, mostrando siempre prontitud al perdón, de modo que no demos ocasión al diablo a que nos arrastre a la venganza y a otros mil pecados (v.26-27; cf. Sal 4:5); viene luego el “latrocinio,” que a todo trance debemos evitar, trabajando con nuestras manos tanto y más que para vivir nosotros para dar a los necesitados (v.28; cf. 2Co 9:8; Hec 20:35); se menciona después la “aspereza” en el lenguaje, que tanto perjudica a las mutuas relaciones de quienes tienen que convivir (v.29). Luego, en exhortación de conjunto y valiéndose de un expresivo antropomorfismo, el Apóstol dice a los efesios que “no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, en el cual han sido sellados para el día de la redención” (v.30). Si habla en particular del Espíritu Santo y no de las otras personas divinas, es por razón de su función especial unitiva y vivificadora en el Cuerpo místico de Cristo (cf. 4:4; 1Te 4:8; Hec 5:3). El término “sellados” ya lo había usado anteriormente el Apóstol (cf. 1:13); y en cuanto al “día de la redención,” es el día del juicio final, cuando recibirá consumación definitiva la obra redentora de Cristo, y Dios reconocerá públicamente a los suyos y rechazará a los extraños (cf. 1:14; Rom 8:23; Mat 25:31-46). Por fin San Pablo, como resumiendo lo dicho y haciendo hincapié en lo que considera más directamente peligroso para la unidad del Cuerpo místico, da cinco nombres que van señalando, en gradación ascendente, los sentimientos del “hombre viejo” irritado, desde el resentimiento interno hasta la blasfemia y todo género de pecados (v.31); a todo eso el cristiano debe oponer las virtudes propias del “hombre nuevo,” perdonándonos mutuamente, como Dios nos ha perdonado (v.32; cf. Rom 5:8-10; Col 3:13; Mat 6:12).

Fuente: Biblia Comentada

pues. Esta palabra marca la transición de doctrina a deber, de principio a práctica, de posición a conducta. Esta es la metodología típica de Pablo (vea Rom 12:1; Gál 5:1; Flp 2:1; Col 3:5; 1Ts 4:1). preso en el Señor. Al mencionar de nuevo su encarcelamiento (vea Efe 3:1), Pablo recordó con ternura a los creyentes en Éfeso que andar con fidelidad en la vida cristiana puede resultar costoso y que él había pagado un alto precio en su vida personal a causa de su obediencia al Señor. que andéis como es digno. La noción de «andar» se emplea con frecuencia en el NT para aludir a la conducta diaria. Esta frase introduce el tema para los últimos tres capítulos. «Digno» transmite la idea de vivir conforme a la posición que uno tiene en Cristo. El apóstol urgió a sus lectores que fueran todo lo que el Señor desea y que les da poder en abundancia para que lo sean. la vocación. Esto se refiere al llamado soberano de Dios a la salvación, como siempre en las epístolas. Vea la nota sobre Rom 1:7. El llamado eficaz que salva esa mencionado en Efe 1:18; Rom 11:29; 1Co 1:26; Flp 3:14; 2Ts 1:11; 2Ti 1:9; Heb 3:1.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

– Resumen : El capítulo 4 tiene que ver con los deberes de los miembros del cuerpo de Cristo. En primer lugar, como vemos en los vers. 1-6, debemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. El cristiano debe andar como es digno de la vocación, vers. 1-3. La unidad del Espíritu consiste en siete unidades, vers. 4-6. Esta unidad ayudada por Dios: da al cuerpo una diversidad de dones y ayudas, vers. 7-16. La segunda sección de este capítulo es una amplificación del v 1: su tema es el andar dignamente de la vocación, como conviene a los santos, vers. 17-32. No andar como los otros gentiles (los inconversos), vers. 17-19. El andar de los cristianos, vers. 20-32. Todas la instrucciones de este capitulo son muy necesarias para el desarrollo del cuerpo de Cristo. El v. 16 es un versículo clave de esta sección.

4:1 — «andéis como es digno de la vocación». Dios nos llama por medio del evangelio (2Ts 2:14). Hemos respondido al llamado. Somos los «llamados» (así es la idea de la palabra «iglesia»). Antes, «anduvisteis.. siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el Espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (2:2). Ahora, debemos andar en las buenas obras «las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (2:10). La palabra «digno» sugiere algo del mismo peso (valor). Debe haber consecuencia entre nuestra vida y nuestra profesión.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LAS VIRTUDES CRISTIANAS

Efesios 4:1-3

Así es que yo, el prisionero del Señor, os insisto en que os comportéis de una manera que sea digna de la vocación que habéis recibido. Os exhorto a que os conduzcáis con toda humildad, y amabilidad, y paciencia. Os exhorto a que os soportéis unos a otros con amor. Os exhorto encarecidamente a que conservéis esa unidad que el Espíritu Santo puede producir, uniendo las cosas en paz.

Cuando una persona ingresa en cualquier sociedad, asume la obligación de vivir una cierta clase de vida; y si incumple esa obligación, entorpece los objetivos de esa sociedad y la desacredita. Aquí Pablo hace la descripción de la clase de vida que debe vivir una persona cuando entra en la comunión de la Iglesia Cristiana.
Los primeros tres versículos relucen como joyas. Aquí tenemos cinco de las palabras más grandes de la fe cristiana.
(i) La primera y principal es la humildad. En griego es tapeinofrosyné, que es una palabra que acuñó por primera vez la fe cristiana. En griego no hay una palabra para humildad que no contenga algun atisbo de mezquindad. Posteriormente, Basilio había de describirla como » el joyero de todas las virtudes;» pero antes del Cristianismo la humildad no se consideraba ni siquiera como una virtud. El mundo antiguo consideraba la humildad despreciable.

En griego hay un adjetivo para humilde, que está íntimamente relacionado con el nombre, tapeinós. Una palabra se conoce siempre por las que lleva en su compañía, y la de esta era despreciable. Solía encontrase en compañía de los adjetivos griegos que quieren decir servil (andrapodódés, dulikós, duloprepés), innoble (aguenés), despreciable (ádoxos), rastrero (jamaizélos, que es el adjetivo que describe esa clase de plantas). En los días antes de Jesús la humildad se consideraba una cualidad cobarde, rastrera, servil e innoble; sin embargo, el Cristianismo la colocó a la cabeza de todas las virtudes. Entonces, ¿de dónde procede esta humildad cristiana, y qué conlleva?

(a) La humildad cristiana viene del conocimiento propio. Bernardo decía de ella: » Es la virtud por la que una persona llega a ser consciente de su propia indignidad, como resultado del más íntimo conocimiento de sí misma.»

El vernos a nosotros mismos tal como somos es la cosa más humillante del mundo. La mayor parte de nosotros nos atribuimos un papel importante en la vida. En alguna parte se cuenta la historia de un hombre que, antes de acostarse, soñaba despierto sus sueños de grandeza. Se veía como el héroe de rescates emocionantes del mar o de las llamas; como un orador que tenía alucinada a una numerosa audiencia; como un futbolista que, marcara el gol de oro en una final; siempre estaba en el centro de atención de muchos. Así somos casi todos. Y la verdadera humildad se produce cuando nos miramos a nosotros mismos, y vemos nuestras debilidades, nuestro egoísmo, nuestros fracasos en. el trabajo y en las relaciones personales, etcétera.
(b) La humildad cristiana se produce cuando nos colocamos al lado de Cristo, y cuando consideramos lo que Dios espera de nosotros.

Dios es la suma perfección, y es imposible satisfacer a la perfección. Mientras nos comparemos con otros como nosotros, puede que no salgamos malparados de la comparación. Es cuando nos comparamos con la perfección cuando vemos nuestro fracaso. Uno puede considerarse muy buen pianista hasta que oye a alguno de los grandes intérpretes del mundo. Uno puede considerarse un buen ajedrecista hasta que se compare con cualquiera de los grandes maestros. Uno puede creerse un buen investigador hasta que conozca la vida de los grandes descubridores. Uno puede creerse un buen predicador hasta que escuche a uno de los príncipes del púlpito.
La propia satisfacción depende del nivel con el que nos comparemos. Si nos comparamos con nuestros semejantes, puede que nos demos por satisfechos. Pero el dechado cristiano es Jesucristo, y Dios nos demanda la perfección; y al colocarnos bajo ese rasero no nos queda lugar para el orgullo.
(c)Esto se puede decir de otra manera. R. C. Trench dice que la humildad viene del sentimiento constante de nuestra propia criaturidad. Nos encontramos en una situación de absoluta dependencia de Dios. Somos criaturas; y para la criatura no puede caber sino humildad en la presencia del Creador. La humildad cristiana se basa en el conocimiento propio, en la contemplación de Jesucristo y en las demandas de Dios.

LA NOBLEZA CRISTIANA

Efesios 4:1-3 (continuación)

La segunda de las grandes virtudes cristianas es la que la versión Reina-Valera llamaba mansedumbre, y que hemos traducido por amabilidad o cortesía. El nombre griego es praytés, el adjetivo es prays, y son ambas palabras de las más difíciles de traducir. Praus tiene dos líneas principales de significado.

(a) Aristóteles, el gran pensador y filósofo griego, tiene mucho que decir acerca del significado de praytés. Tenía por costumbre definir todas las virtudes como el término medio entre dos extremos, entre tener esa cualidad por exceso, o tenerla por defecto. Y entre los dos extremos se encontraba la debida proporción. Aristóteles define praytés como el término medio entre el exceso de ira y la total incapacidad para sentirla. El hombre que es prays es el que siempre se indigna en el momento adecuado, cuando es debido, y nunca cuando no tiene motivo. Para decirlo de otra manera: el hombre que es prays es el que siente indignación por las injusticias y los sufrimientos de los demás, pero nunca se indigna ante las injusticias y los insultos de los que es objeto. Así que el hombre que es, como decía la Reina-Valera, manso, es el que siempre muestra su disconformidad en el momento oportuno, y nunca cuando no hay motivo.

(b) Hay otro hecho que arroja mucha luz sobre el significado de esta palabra. Prays es la palabra griega que se usa para definir a un animal que ha sido domado y domesticado para obedecer y estar perfectamente controlado. Por tanto, el hombre que es prays es el que tiene todos los instintos y las pasiones bajo perfecto control. No sería justo decir que tal hombre tiene un dominio propio total, porque tal cualidad rebasa la capacidad humana. Pero sí sería correcto decir que el que tiene esta cualidad vive totalmente bajo el control de Dios.

Así que esta es la segunda gran característica de un verdadero miembro de iglesia. Es el hombre que está tan controlado por Dios que se indigna cuando debe indignarse, y nunca cuando no debe.

LA PACIENCIA INVENCIBLE

Efesios 4:1-3 (continuación)

(iii) La tercera gran cualidad del cristiano es lo que la ReinaValera llama en otros pasajes longanimidad. En griego es

makrothymía. Esta palabra tiene dos direcciones principales en su significado.

(a) Describe el espíritu que nunca cede y que, porque soporta hasta el final, cosecha la recompensa. Su significado se puede ver mejor por el hecho de que un escritor judío usaba esta palabra para describir lo que él llamaba » la perseverancia romana, que no aceptaba nunca hacer la paz 6n condiciones de derrota.» En sus grandes días, los Romanos eran inconquistables o invencibles; podía ser que perdieran una batalla, o hasta una campaña, pero era inimaginable el que perdieran una guerra. Aun en el mayor desastre, nunca se les ocurría reconocer una derrota. La paciencia cristiana es el espíritu que nunca admite la derrota, que no se da por vencido ante ninguna desgracia ni sufrimiento, por ninguna desilusión o desánimo, sino que persevera hasta el fin.

(b) Pero makrothymía tiene todavía un sentido más característico que ese. Es la palabra griega característica para paciencia con las personas. Crisóstomo la describe como el espíritu que tiene poder para vengarse, pero no se venga. Lightfoot la definía como el espíritu que se niega a la revancha. Usando una analogía muy imperfecta diríamos que a menudo es posible ver juntos un cachorro y un perro adulto y grande. El cachorro le fastidia al perrázo, le mordisquea, y le hace toda clase de perrerías. El perro grande, que podría deshacerse del cachorro de una patada o de una dentellada, soporta sus impertinencias con una dignidad inalterable. Makrothymía es el espíritu que soporta los insultos y las injurias sin amargura ni queja. Es el espíritu que puede sufrir a las personas desagradables con cortesía, y a los tontos sin irritarse.

(c) Lo que nos permite conocer mejor el sentido de esta palabra es el hecho de que el Nuevo Testamento se la aplica repetidas veces a Dios. Pablo le pregunta al pecador impenitente si desprecia la paciencia de Dios (Rm 2:4 ). En otro lugar habla de la perfecta paciencia que Jesús tuvo con él (1 Timoteo 1:16 ). Pedro habla de la paciencia de Dios esperando en los días de Noé (1Pe 3:20 ). Dice que la tolerancia de nuestro Señor es para nuestra salvación (2 Pedro 3: IS). Si Dios hubiera sido un hombre, habría » perdido la paciencia» con el mundo por su desobediencia hace mucho tiempo. El cristiano debe tener con sus semejantes la paciencia que Dios ha tenido con él innumerables veces.

EL AMOR CRISTIANO

Efesios 4:1-3 (conclusión)

(iv) La cuarta gran cualidad cristiana es el amor. El amor cristiano era algo tan nuevo en el mundo antiguo que los escritores cristianos tuvieron que inventar una palabra nueva para definirlo; o, por lo menos, tuvieron que usar una palabra muy rara en griego, dándole un sentido totalmente nuevo: agapé.

En griego hay cuatro palabras para amor. Está erós, que es el amor entre un hombre y una mujer que incluye la pasión sexual. Está filía, que es el afecto cálido que existe entre los que comparten unas mismas circunstancias. Está storgué, que es la palabra que designa el amor de la familia. Y está agapé, que la Reina-Valera traduce por amor, aunque en ediciones más antiguas, siguiendo tal vez a la Vulgata, la traducía por caridad.

El sentido auténtico de agapé es una benevolencia a toda prueba. El tener agapé hacia una persona quiere decir que nada que esa persona haga o nos haga nos hará buscar para ella sino lo mejor posible. Aunque nos perjudique e insulte, nosotros no sentiremos nunca hacia ella más que amabilidad y benevolencia. Esto quiere decir que este amor cristiano no es meramente un sentimiento emocional. Este agapé es algo, no solamente de las emociones, sino también de la voluntad. Es la habilidad de mantener una buena voluntad inconquistable con los que no la tienen con nosotros, ni son amables, ni nos gustan. Agapé es esa cualidad de la mente y del corazón que impulsa a un cristiano a no sentir nunca ninguna malquerencia ni ningún deseo de venganza, sino a buscar siempre el mayor bien posible para todos, sean como sean.

(v) Estas cuatro grandes virtudes de la vida cristiana -humildad, amabilidad, paciencia y amor- desembocan en una quinta: la paz. El consejo y la exhortación urgente de Pablo son que los que lean su carta tengan un interés especialísimo en mantener «la sagrada unidad» que debe caracterizar a la verdadera Iglesia.

La paz se puede definir como la debida relación entre las personas. Esta unidad, esta paz, esta debida relación, se puede conservar solamente de una manera. Cada una de las cuatro grandes virtudes cristianas depende de la negación del yo. Mientras el yo sea el centro de todas las cosas, esta unidad no podrá existir nunca plenamente. En una sociedad en la que el yo domina, las personas no pueden ser más que una colección desintegrada de unidades individualistas en guerra. Pero cuando el yo muere y Cristo se aposenta en su lugar en nuestros corazones, entonces se produce la paz, la unidad, que es la característica suprema de la verdadera Iglesia.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 4

Parte segunda

VIVIR LA VERDAD 4,1-6,22

Según la costumbre paulina, a la parte doctrinal de sus cartas sigue una parte exhortativa. Pablo llega a tratar todos los temas posibles, para exhortar o para precaver: la mentira, la impureza, la avaricia, todas las «obras de las tinieblas». Esto vale para todos. Después se dirige a cada uno de los estados de vida, y tiene una palabra de exhortación para el marido y la mujer, para padres e hijos, para esclavos y amos. La exhortación del Apóstol es variada, como lo pueden ser los diversos modos de vida cristiana, aunque relativamente corta con relación a cada uno de ellos.

I. CONSERVAR LA UNIDAD DEL ESPÍRITU (4/01-06).

Es extraordinariamente revelador el hecho de que Pablo seleccione por anticipado una parte de esta moral cristiana, para desarrollarla preferente e intensamente. Debe de ser algo primordial para él en el campo moral. Es la unidad de los miembros en el cuerpo de Cristo, la unidad de la Iglesia en el amor y la paz. Podemos, pues, suponer que a aquellas Iglesias orientales amenazaba un peligro especial, que hacía tan urgente e importante su petición, aun en medio de un desarrollo tan universal de la ética cristiana. Sin embargo, no es necesario pensar así, si consideramos que para el Pablo de las cartas de la cautividad esta petición formaba parte integrante de todo su pensamiento religioso y de su preocupación pastoral; esto sólo, pues, justifica la prioridad de la apremiante petición. Por consiguiente, no queda más que penetrar en la urgencia del Apóstol y hacer nuestra su petición.

1. Los PRESUPUESTOS: HUMILDAD Y MANSEDUMBRE (4,1-3).

…1 Así pues, yo, prisionero en el Señor, os exhorto a portaros de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor 3 esforzándoos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.

«Así pues… » es también una expresión importante, porque representa la vinculación entre dogma y vida, entre creer y obrar. No quiere decir otra cosa sino que la vida cristiana, como Pablo la va a describir a continuación, no es más que una consecuencia que resulta naturalmente de lo que en la primera parte se desarrolló sobre la bendición gratuita de Dios, el misterio de Cristo, y el ser íntimo y divinizado del cristiano. La existencia cristiana es una vida divinizada, y la vida tiende a «vivirse». La realidad cristiana es una fuerza, y esta fuerza tiene que desarrollarse. La realidad cristiana es una llamada de Dios, y esta llamada exige una respuesta que sea digna de tal llamada.

«Os exhorto». Lástima que en castellano no tengamos una palabra que pueda abarcar todo el significado de la expresión paulina parakaleo. El verbo significa «exhortar», pero también pedir, instar, conjurar e incluso consolar. Detrás de esta palabra (en boca del Apóstol) se oculta, como una fuerza impulsiva, un sentido de elevada autoridad, pero también de preocupación, de amor, de comprensión, en una palabra, todo el corazón de san Pablo.

Y a corazones creyentes sigue hablando el Apóstol. De aquí la expresión: «yo, el prisionero en el Señor». Estas ataduras del Apóstol, que soporta por Cristo la impotencia del preso, la angustia del encarcelamiento, desde donde escribe, todo esto debe abrir los corazones y despertar la disponibilidad, incluso para el sacrificio. Que sepan bien que Pablo lleva estas cadenas por su predicación a los paganos, por ellos concretamente. «…portaros de una manera digna de la vocación a que habéis sido llamados». Esta llamada obtiene su grandeza comprometedora de parte del que llama, y del objetivo al que llama. Para Pablo, sobre todo en nuestra carta, llamada y esperanza van siempre juntas (cf. 1,18; 4,4). Así pues, Pablo pide que se camine de una manera digna de la esperanza, que debe ser el punto de partida y la meta de un cristiano; la gran esperanza que se basa en la elección por el Padre (1,4), en la redención por el Hijo (1,7), y que el Espíritu Santo garantiza en nuestros corazones (1,14).

¿En qué consiste para Pablo una vida «digna de la vocación»? En todo lo que viene a continuación, pero en primer lugar en la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el perdón y la tolerancia recíproca con vistas al logro de un alto objetivo: conservar en paz «la unidad del Espíritu». Después de todo lo dicho sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo, significa esto conservar la unidad operada por el Espíritu Santo en el único cuerpo de Cristo. Se trata de «conservar», porque existe ya previamente como obra del Espíritu. El cristiano tropieza con ella y comprende que su tarea es no estropear esta continua actuación divina, sino conservar celosamente la obra de Dios.

El camino para ello lo describe san Pablo como una vida, propiamente «acompañada» de «toda humildad y mansedumbre». «Toda» quiere decir que no es una humildad ocasional, dependiente del gusto o de la circunstancia, sino una humildad en toda la linea, en todas sus formas, en todas sus manifestaciones, una humildad procedente de una íntima actitud espiritual y de una vivencia profunda.

¿Qué significa humildad? Es la actitud del hombre, que se inclina a lo bajo, insignificantemente pequeño, a lo que los demás sin razón desprecian y evitan, pero sobre todo al servicio. La humildad es también la renuncia consciente a todo cuanto de ser grande e importante a los ojos de los hombres, al honor, a las apariencias, a la importancia, al poder; humildad es asimismo el esfuerzo hacia lo contrario, el buscar la ocultación y la vida despreciada. Es la muerte del yo natural, que desde nuestros primeros padres quiere vivir cada vez más a su antojo. Queda todavía en nuestra sangre de hijos de Adán aquel seductor «seréis como Dios». Lo que significa la humildad, cuyo prototipo son los «sentimientos de Jesucristo», se puede ver en la carta a los Filipenses, 2,5-8: Cristo no consideró que debía retener como presa el ser igual a Dios, sino se humilló y despojó hasta tomar forma de esclavo y llegar a una muerte de cruz. Esto, por otra parte, era una auténtica búsqueda de lo profundo.

Íntimamente ligada con la humildad está la mansedumbre. Esa suavidad de ánimo que renuncia conscientemente a la utilización de la violencia y de la dureza, que a los golpes recibidos no responde con otros golpes, que sabe ceder en todas las pequeñas naderías de la vida común, porque sabe que hay algo más grande que el amor propio. La mansedumbre, sobre la que recayó una bienaventuranza del Señor (Mat 5:5) y juntamente con la humildad forma una de sus más propias características (Mat 11:29).

«…la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Aunque la palabra «paz» en nuestro contexto social suena algo así como el final de una lucha o discordia, sin embargo aquí san Pablo se refiere a un concepto más pleno: la paz de Dios, que es «el Dios de la paz» (Rom 15:33), en Cristo, que es «nuestra paz» (Efe 2:14-17), por el Espíritu Santo, entre cuyos «frutos» enumera la «paz» (Gal 5:22). Así pues, para Pablo la «paz» es un don de Dios que nos recuerda al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y en esta exhortación a la paz tenemos de nuevo la reciprocidad, típicamente paulina, entre la actuación de Dios y el obrar humano.

2. EL FUNDAMENTO (Gal 4:4-6).

4 Un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fuisteis llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación. 5 Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. 6 Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa a través de todos y habita en todos.

Su interés por la unidad del Espíritu lo amplía aquí Pablo con una grandiosa y ascendente plenitud retórica de pensamientos muy movidos. En tres escalas tripartitas coloca Pablo su idea sobre la unidad del cuerpo en el Espíritu, pasando por la unidad del Kyrios, hasta llegar a la unidad de Dios.

Ya sabemos que este cuerpo de Cristo es la Iglesia 20, que se nombra aquí en primer lugar, aun antes que el Espíritu, sencillamente porque se trata de su conservación. Quizá también porque la alusión a un organismo vivo pone al descubierto el contrasentido de todo aquello que puede actuar en este cuerpo para herirlo, desgarrarlo o matarlo.

«…un Espíritu», que es como el alma de este cuerpo, lo crea propiamente como esencia viva y lo mantiene en cohesión como fuente de vida, principio constructivo de la residencia de Dios (2,22). Es un espíritu personal, al que no se puede contristar (4,30). Es el Espíritu, que es la garantía de nuestra esperanza «prenda de nuestra herencia» (1,14). Esta es quizá la causa por la que Pablo no sigue inmediatamente así: «una esperanza», sino que vincula esta esperanza al Espíritu Santo: «fuisteis llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación». No guardar la unidad del Espíritu es lo mismo que pecar contra la realidad en que el cristiano debe vivir, contra el único cuerpo, contra el único Espíritu y contra la gran esperanza.

«Jesucristo es el Señor». Esta era para los primeros creyentes la jubilosa confesión que los convertía en cristianos.

A ello se refiere lo que san Pablo escribe a los filipenses: «Por lo cual Dios… le concedió un nombre que está sobre todo nombre, para que… toda lengua confiese que… Jesucristo es el Señor» (2,9-11). él es nuestro Señor, la cabeza, cuyos miembros hemos llegado a ser nosotros por «una sola fe»; «es don de Dios» (2,8) y por «un solo bautismo», en el que hemos recibido el sello divino del Espíritu Santo (1,13)… y hemos sido incorporados a la muerte y resurrección de Cristo (2,5.6)…, adheridos conjuntamente a un solo cuerpo (1Co 12:13) y hechos «uno» (Gal 3:28) en Cristo Jesús, todos nosotros. ¿Cómo, pues, un desprecio de esta unidad no iba a ser un pecado contra ella, de la misma categoría que no creer en «un solo Señor» y en «un solo bautismo»?

Lo último en la escala ascendente y lo primero en la jerarquía de origen es el Padre. No se le nombra aquí, en comunidad trinitaria, con el «único Señor» y con el «único Espíritu». Está solo, en su imponente altura y majestad. Por el contrario, el eco trinitario, que tampoco falta aquí, divide solamente las formas de su actuación. Literalmente dice: «Un Dios y Padre de todos, el sobre todos y por todos y en todos». En el texto original no se puede distinguir si es «todos» o «todo»; pero, tratándose de la unidad de los creyentes, habría que pensar preferentemente en «todos».

«Un solo Dios» no se refiere aquí primariamente a Dios en contraposición a los otros dioses, sino más bien a la fuerza unificadora que realiza esta unidad de Dios. Pero ahora entra aquí el nombre de Padre, que pone en la unidad de Dios como vínculo unificador la nota cálida de lo personal, de la relación vital de un Padre con sus muchos hijos. Y se trata de este Padre que ama a todos, cuando completamos el texto original así: reina «sobre todos», dominando, vigilando, cuidando. Actúa «a través de todos»: ninguno de sus hijos vive para sí, todos están de alguna manera al servicio de su amor paternal, en calidad de instrumentos suyos. Y finalmente: habita «en todos». Nuestro amor al prójimo recae en él, se vuelve a encontrar en él, de la misma manera que partió de él, «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rom 5:5).

Aquí encuentra su última causa el interés por conservar la unidad del Espíritu; causa que igualmente comprende, como último motivo, todo lo anterior; pues la inhabitación de Dios «en todos» se realiza felizmente ahora en Cristo, el único Señor, y por el único Espíritu Santo.

……………

20. 1.13; cf. 4,12 ss; 5,23.30.

……………

II. CRISTO EN LA CONSTRUCCIÓN DE SU CUERPO (4,7-16) Ahora el pensamiento conduce a una tarea, que va más allá de la mera conservación de la unidad del Espíritu (v. 3). Se trata de la contribución activa que cada miembro está llamado a prestar para la construcción del cuerpo de Cristo, según los diversos dones con que cada cual ha sido dotado por Cristo.

1. CRISTO, DADOR DE TODOS LOS DONES DE LA GRACIA (4,7-12).

a) Para esto ha recibido el señorío (4/07-10).

7 Y a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. 8 Por eso dice: «Subiendo a la altura, llevó consigo cautivos, y dio dones a los hombres». 9 Lo de que «subió», ¿qué es sino que bajó primero a las regiones inferiores de la tierra? 10 El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.

Aparentemente, san Pablo desarrolla aquí un argumento sacado de la Sagrada Escritura, para demostrar que Cristo es el dador de los dones celestiales. Aparentemente sólo, porque en realidad ni es el texto correcto de la Sagrada Escritura, el que cita, ni es tampoco un argumento lógicamente válido el que utiliza para ello. Quizá sería bueno tomar también este pasaje por una «encarnación de la palabra de Dios». No podemos atribuir a Pablo el módulo de nuestros actuales «argumentos bíblicos». Pablo pertenecía a la escuela de los rabinos. ¿Qué de extraño iba a tener que esta manera de utilizar la Escritura ejerciera un influjo en el pensamiento bíblico del Apóstol? En el texto original del citado pasaje de los salmos falta precisamente aquello en lo que Pablo se apoya. No se dice: «dio dones a los hombres», sino al contrario: «ha recibido dones entre los hombres (o quizá: a los hombres como dones)». Pablo no parece aquí atenerse al propio texto de la Escritura, sino a una interpretación rabínica, que entendía estas palabras del salmo como aplicadas a Moisés, que subió al Sinaí, recibió la ley y la llevó como un don a los hijos de los hombres. Aquí tenemos también una interpretación, válida para nosotros, según la cual el que subió a la altura ha dado dones a los hombres.

A continuación Pablo intenta mostrar que el «bajado» del cielo sólo puede ser el que ha bajado del cielo a esta tierra, Jesucristo. Pero un «subir» presupone un «bajar» solamente cuando se entiende previamente del Redentor ascendido a los cielos. Si esto no se presupone, ¿qué se habrá demostrado? Pero no olvidemos que no podemos usar como módulo nuestra mentalidad, cuando se trata de una especulación rabínica con un texto de la Escritura. Es muy dudoso hasta qué punto estas reflexiones pudieran «probar» realmente, en nuestro sentido de la palabra. Un condiscípulo de Pablo no hubiera tenido que oponer ni el más pequeño reparo a esta manera de pensar y de utilizar la Escritura. A pesar de todo, Pablo, aun como instrumento de la inspiración divina, sigue siendo un escritor de su tiempo, no en lo que tiene que enseñar, sino en la manera como lo expone. La subida se describe como realizada «por encima de todos los cielos, para llenarlo todo». En nuestra carta (junto con la dirigida a los Colosenses) se insiste en la primacía decisiva de Cristo no solamente en la Iglesia y en el plan de salvación, sino en el ámbito de toda la creación. Por eso Pablo subraya también aquí este «por encima de todos los cielos», como si fuera un anticipo gráfico de la idea de que Cristo puede realmente «llenarlo todo». Acordémonos de 1,10 y en este contexto más aún de 1,21s, donde Pablo había descrito la elevación de Cristo con colores tan vivos y había escrito a continuación: «y lo puso todo debajo de sus pies», para terminar al final con este pensamiento: «y a él lo dio como cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia».

Estos dos pensamientos, aparentemente tan diferentes -la soberanía de Cristo sobre toda la creación y su actuación salvadora como cabeza de su Iglesia-, estos dos círculos de pensamiento están para Pablo tan cerca uno de otro, que se exigen mutuamente y se compenetran. La explicación de esta mutua interdependencia es la siguiente: para Pablo la soberanía de Cristo sobre todas las cosas se llevará a cabo solamente por el hecho de que el mismo Cristo llena a su Iglesia. La elevación de Cristo es, en primer lugar, como una mera exigencia soberana. Esta exigencia se realiza empezando por el pequeño espacio de la Iglesia, que es la «plenitud» de Cristo (1,23); pero en esta Iglesia y a través de ella la plenitud de Cristo tiene que extenderse al conjunto de la creación. Este es el fin, la plenitud de su reinado ilimitado, jubilosamente reconocido. Este es el reino, del que se dice: «Y cuando se le hayan sometido todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que se lo sometió todo; y así Dios lo será todo en todo» (1Co 15:28). Este es el reino, por cuya llegada rezamos en el padrenuestro.

Maravillosa perspectiva la de una Iglesia cósmica que abarca todo el universo. Pero este universo ¿no es solamente, según la visión cósmica de la Biblia, el «mundo» de esta humanidad? Puede serlo, sin duda. Pero en la era en que el hombre penetra en las profundidades del átomo y alcanza la ciencia de las lejanías, que se cuentan a millones de años luz; en la era en que el hombre realiza la empresa gigantesca no sólo de conocer, sino de alcanzar corporalmente el ámbito planetario, literalmente el mundo de las estrellas; en esta era, en cuyo amanecer estamos, creo que por lo menos podemos sospechar qué puede suponer esto para una humanidad, que debe convertirse en «Iglesia». Esta humanidad, en efecto, podrá de una vez llevárselo todo consigo -átomo y mundo estelar- para uncirlo a la soberanía de Dios, donde Dios lo es todo en todo.

Quién sabe si Pablo, sin sospecharlo, nos ha hablado a nosotros los hombres de la era del átomo y de la navegación espacial, al presentarnos tan íntimamente conectados estos dos pensamientos: «Cristo, soberano del universo» y «Cristo, cabeza y plenitud de su Iglesia».

b) Para la construcción de su cuerpo envía ministros y portadores de dones (4/11-13).

Después del paréntesis 4,8-10 se reanuda la idea fundamental de 4,7, detallándose la plenitud de los dones:

11 Y él dio, por una parte, los apóstoles: por otra, los profetas; por otra, los evangelistas; por otra, los pastores y 12 para la organización de los santos en orden a la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo; 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez de hombre perfecto, la mayoría de edad de la plenitud de Cristo.

Aquí hay dos cosas que chocan un poco. Primeramente el hecho de que como dones no aparecen aquí, como se hubiera podido esperar según 4,7, las diversas gracias, que a cada uno se le distribuyen, sino los portadores de dones: apóstoles, oradores inspirados (= «profetas»), misioneros (= «evangelistas»), pastores y doctores, como si todo el hombre fuera un puro servicio y, por lo tanto, un puro don. En segundo lugar, según aquella expresión «a cada uno de nosotros» (v. 7) se hubiera esperado que se trataba de todos los miembros del cuerpo de Cristo. Pero ahora aquí aparecen solamente los que en la Iglesia se llaman autoridades. Ellos son en primer lugar los «dones» del Cristo resucitado. En primer lugar, pues en seguida reaparecen todos, ya que estos servicios fundamentales han sido donados para «la organización de los santos en orden a la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo» 21.

Y así tenemos ambas cosas: la clara división entre los que tienen cargo y dignidad en la Iglesia -ya sea por encargo ordinario o por donación extraordinaria-, y aquellos para los cuales existen esos dones del ministerio: la Iglesia «discente», la gran masa de los «santos». Pero no es el individuo en sí el que es objeto de este «cuidado pastoral», sino que este mismo individuo por su parte debe también contribuir a la construcción del cuerpo de Cristo: habilitarlo para que en la Iglesia haya ministerios y servicios. Ellos preparan al miembro pleno de Cristo «para la obra del ministerio», para una actuación, y esta actuación es una continua construcción. Todo crecimiento en la gracia, en llevar la cruz, en el trabajo y en la oración, es construir; todo esfuerzo por la perfección es construir, y así debe ser considerado desde una perspectiva total. Toda formación del ambiente es construir. ¡Qué diferente, no obstante, entre sí cada una de estas posibilidades de la vida humana! «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios». Aquí surgen dos preguntas: 1ª. ¿Qué se entiende por «todos»? Si se refiere a todos nosotros los creyentes, entonces no se podría pensar en un crecimiento hacia fuera. ¿O «todos» comprende a los creyentes y a los que han de serlo? 2ª. ¿Qué se quiere decir con «la unidad de la fe» y «el conocimiento del Hijo de Dios» como un estado final que hay que alcanzar («hasta que..»)?

Con la «unidad de la fe» hay que lograr el estado de «hombre perfecto», «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo». Y esto, según se detalla en 1,14, tendrá como consecuencia la firmeza en medio de un mundo lleno de tentaciones; pero, por otra parte, no tiene nada que ver con el crecimiento exterior de la Iglesia. La firmeza sólo puede ser la consecuencia de una profunda vida de fe. A esto se refiere también la «unidad en la fe», que constituye al «hombre perfecto» y encamina a «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo».

Pero ¿por qué Pablo llama a esta profundización en la fe «la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios»? Recordemos la «unidad del Espíritu», cuya conservación con tanta insistencia recomendaba el Apóstol al principio de este capítulo (4,3). En este caso la «unidad de la fe» no se referiría directamente a la igualdad en la fe, sino a la comunidad, cada día más numerosa, de los creyentes; comunidad que, cuanto más íntima es, más profunda es la fe y más vivo el conocimiento. Y precisamente se trata del conocimiento del Hijo de Dios: conocer verdaderamente al Hijo de Dios es conocerse a sí mismos como hijos en el Hijo, ser conscientes de nuestra común filiación divina y de la consiguiente fraternidad que nos une a todos en Cristo Jesús: todos nosotros, por muchos que seamos, somos «uno solo en Cristo Jesús» (Gal 3:28).

Esto ya lo somos por el bautismo, pero no en estado de «hombre perfecto», ni de la «mayoría de edad de Cristo», que el mismo Cristo desarrollará en nosotros. Así se corresponden mutuamente la «unidad de la fe», «ser uno» en una fe profunda, y el «hombre perfecto», no la perfección del individuo, sino de la totalidad. Finalmente, «la mayoría de edad de la plenitud de Cristo» es la Iglesia, que Cristo rige por completo.

……………

21. Este texto, atendiendo a la relación de las diversas proposiciones entre sí, puede entenderse de manera que la tarea de construcción del cuerpo de Cristo esté asignada solamente a los poseedores de un ministerio o de un don determinado. En este caso habría que leer: «dio apóstoles… para la organización de los santos, (esto es) para la obra del ministerio servicio, (o sea) para la construcción del cuerpo de Cristo». Pero si ya se trata de «organización», lo más obvio es entender el «para» siguiente como determinación de este acoplamiento.

……………

2. FINALIDAD DE LOS DONES (4/14-15)

a) Firmeza en medio de todas las tormentas (Gal 4:14).

… 14 para que ya no seamos niños, fluctuantes y llevados al retortero por cualquier viento de doctrina, en las trampas de los hombres, en la astucia ordenada de artificio del error.

Al ser nosotros miembros de una Iglesia, unidos por la fe y el conocimiento amoroso, realmente penetrados por la plenitud de Cristo (con un saber verdaderamente enriquecedor), hemos, sin duda, encontrado el lugar seguro, donde poder afianzarnos inamovibles en medio de un mundo constantemente zarandeado hacia el error. Somos hombres firmes, y no niños inestables, alocados y desatinados, a cualquier nueva corriente del espíritu.

Pablo amontona aquí las imágenes para describir el lamentable estado de abandono de una cristiandad todavía inmadura y no firmemente anclada en la vida comunitaria. Cualquier soplo doctrinal pone en peligro la fe insegura. Aquí se alude en primer lugar a lo que Pablo en la carta a los Colosenses indicaba como «filosofía, vano trampantojo según la tradición de los hombres, según los elementos del mundo y no según Cristo» (Col 2:8). Son las corrientes espirituales que se presentan bajo múltiples formas y cambian de apariencia; que irrumpen en la Iglesia, embisten y embaucan a sus miembros, y en todo caso quieren hacer «presa» en ellos (Col 2:8).

Para defenderse de estos ataques mediante una operación de calar hondo y anclar, hace falta estar «arraigados y sobreedificados en el (Cristo) y asidos a la fe… prodigando la acción de gracias», como dice Pablo a los colosenses cuando los previene contra los peligros de esta sabiduría mundana y doctrina humana (Col 2:7).

Pero todavía más negro pinta Pablo el ambiente espiritual en el que el cristiano tiene que vivir. Se habla de «trampas de los hombres». Propiamente se trata del «juego de dados», o, en general, de cualquier juego de azar, en el que con ligereza se hacen ofertas de gran valor. Pero aquí se piensa más bien en una trampa, ya que se trata de la astucia y del error. Ambas cosas tienen que ser consideradas: «juego» y «engaño». Aquella concepción de la vida es como un juego, y el que la practica vive al menos al borde del fraude.

Pero tras de esto viene la «astucia». Etimológicamente esta palabra pudiera significar la falta de escrúpulos, que predispone para todo. Pero el uso del término se reduce más estrictamente al significado de «astucia». Esta astucia tiende a explotar el puro amor humano a la verdad, abusando de formas emboscadas y disfrazadas.

Lúgubre es esta descripción. Nos recuerda al «padre de la mentira». En un peligro tan universal, la Iglesia tiene que estar madura, firmemente constituida en sí misma, y cada uno de sus miembros debe llenarse de la plenitud de Cristo. No en vano vuelve Pablo a hablar de esta «plenitud». Sólo el hombre (aquí considerado como individuo) que logra esta «plenitud» es el «hombre perfecto», el hombre «redondo» (la redondez era para los antiguos la forma de la plenitud) en el que las corrientes y tempestades no hallan ningún punto de apoyo.

b) Viviendo la verdad, llegar a ser cristiformes (4,15).

…15 sino que, viviendo según la verdad, en amor crezcamos, en todo aspecto, con vistas a aquel que es la cabeza, Cristo.

La palabra aquí decisiva significa propiamente «ser verdadero» o «veraz», en el sentido de «decir la verdad». Pero la verdad se puede decir no sólo con palabras, sino que se la puede manifestar mucho más expresivamente y se la puede proclamar cuando se vive y se realiza, poniéndola así al descubierto corporal y visiblemente (cf. Jua 3:21). Esto es lo que aquí se significa al añadirse «en amor». Decir la verdad con los hechos, vivir el mensaje de Cristo se dice con una sola palabra: «amar» (Jn 17-22s).

Pero quizá con esta alusión a la proclamación del evangelio (por amor vivido) nos alejamos de lo que Pablo quiere aquí decir en primer lugar. Se trata, en efecto, de nuestro crecer con vistas a Cristo. Y este crecer tiene que realizarse «en todo aspecto»; o sea, un crecer que no deje atrás ningún rasgo de la semejanza con Cristo, y al mismo tiempo un crecer, al cual todo puede y debe contribuir. El plural «crezcamos» se refiere primariamente a la totalidad, al individuo sólo en cuanto es miembro de esta totalidad y en cuanto que creciendo cumple su tarea especial e irrepetible. Quizá podemos decir: como individuo se crece interiormente en Cristo, y como totalidad hacia la plenitud de Cristo;

3. CRISTO REALIZA EL CRECIMIENTO DE SU CUERPO (4/16).

…16 del cual todo el cuerpo recibe unidad y cohesión a través de toda clase de junturas de sostenimiento, según la fuerza y en la medida de cada miembro. Así, Cristo realiza el crecimiento del cuerpo, para su propia edificación en amor.

Ahora Pablo, al final, subraya otra vez la idea de que Cristo, como cabeza, es la fuente de todo crecimiento en la Iglesia. Cristo es aquel «del cual todo el cuerpo recibe unidad y cohesión», pero no inmediatamente, sino a través de toda clase de junturas, articulaciones y ligamentos. Lo que aquí se designa figuradamente como «junturas» o ligamentos encuentra su aclaración en el genitivo que se añade: «junturas de sostenimiento» (esta última palabra, originariamente significaba el dinero reunido para pagar los gastos del coro en el teatro griego). Este sostenimiento recíproco de miembro a miembro es el modo con que Cristo mantiene a su cuerpo en cohesión; Cristo realmente, aunque cada uno presta su ayuda. Pero el individuo lo hace «según la fuerza y en la medida» de la gracia, que Cristo le suministra para ello.

La adición «según la fuerza y en la medida de cada miembro» recuerda claramente 4,7 y reanuda la idea allí desarrollada: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo». En ambos pasajes se habla de la diferente «medida» con que cada una tiene que contribuir a la obra total.

Por esta alusión, para Pablo indudablemente importante, a 4,7, la perícopa se ha alargado más de la cuenta, de suerte que involuntariamente cambia el sujeto: al principio el sujeto era «todo el cuerpo», pero ahora es Cristo: Cristo «realiza el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor». Otra vez aparece aquí el amor en su singular postura, solitaria y, a pesar de ello, abarcadora. Y lo que aquí queda claro es que en el fondo es el amor de Cristo lo que opera en el amor recíproco de los miembros. Incluso vuelve a hacer resaltar el Apóstol que precisamente el amor es la fuerza constructiva decisiva en el cuerpo de Cristo; para ello vuelve de nuevo a la idea de 4,15: «viviendo en amor según la verdad, crezcamos, en todo aspecto, con vistas a aquel que es la cabeza, Cristo.»

lII. VIDA CRISTIANA FRENTE A VIDA PAGANA (4/17-24).

La parte parenética empezó con un apremiante ruego a guardar la unidad del Espíritu, y, para fundamentar este ruego, se ha extendido hacia el trabajo de edificación en este único cuerpo de Cristo. La longitud de este trozo -dieciséis versículos- demuestra que se trata de una exigencia fundamental del Apóstol. Ahora, antes que Pablo pase a las exhortaciones particulares, sigue una sección, que trata esencialmente de la situación y tarea del cristiano, contraponiendo el actual estado cristiano al pasado pagano.

1. VIDA PAGANA (4,17-19).

17 Esto, pues, os digo, invocando el testimonio del Señor: que no os portéis ya como se portan los paganos en la vacuidad de su pensamiento, 18 ya que están entenebrecidos en su inteligencia y se han hecho ajenos a la vida de Dios, a causa de la ignorancia que hay en ellos, a causa del endurecimiento de su corazón; 19 los cuales, llegados ya a la insensibilidad, se entregaron al libertinaje, hasta realizar con frenesí toda clase de impureza.

Por la partícula de conexión «pues», lo siguiente se pone también bajo la fuerza motriz de las reflexiones anteriores: en tamaña tarea en la Iglesia y en el mundo -en la Iglesia para el mundo-, tarea tan personalmente ligada a Cristo y a su obra, ¿cómo no habría elevadas exigencias para la vida moral del que ha sido llamado a empresa tan grande? Ha sido, en efecto, llamado, pero de un mundo y un modo de vida que, quizá durante decenas de años, lo ha moldeado y, aun después del bautismo, sigue exigiendo, ofreciendo y tratando de retener. Un pasado, que sigue seduciendo y atrayendo a la «nueva criatura», tanto más cuando este pasado es todavía un presente vivo en todo el mundo que lo rodea. Nada tiene de extraño que Pablo, usando fórmulas solemnes («invocando el testimonio del Señor», que es el que propiamente habla a través del Apóstol), exhorte a no vivir ya como viven los paganos. ¡Exhortación indiscutiblemente necesaria! A continuación Pablo describe, corto y claro, la vida pagana en sus lineas fundamentales y en sus principales realizaciones. «En la vacuidad de su pensamiento». Esto en primer lugar. Siempre que se insiste en el amor, el problema de la verdad sigue siendo decisivo. La capacidad de pensar se menciona como un sentido que se ha dado a los hombres para que comprendan la verdad, la realidad, de modo que, en su camino, esta realidad conocida les sirva de luz que dé norma y dirección a su vida. ¿Qué es, pues, la «vanidad» del pensamiento? El hecho inevitable de que toda esta capacidad de comprender caiga en el vacío, porque lo que intenta captar es pura nada: un engaño, un espejismo. En este «mundo suyo» Dios no es ya principio, medio ni fin, sino un puro ídolo, el propio yo.

Pero dejemos que el mismo Pablo complete estos rasgos generales. En la carta a los Romanos aparece esta impresionante interpretación: «Retienen la verdad, cautiva en la injusticia» (Rom 1:18). Por tanto, la raíz es su mala fe. Ellos podrían haber tenido una ciencia más perfecta, pero no han querido; por eso retienen a la verdad cautiva. «No tienen excusa, puesto que, habiendo conocido a Dios, no le dieron la gloria ni el reconocimiento que como a Dios le correspondían; sino que se entregaron a sus vanos razonamientos, y se entenebreció su corazón (Rom 1:20-21).

Aquí tenemos, explicado claramente por el mismo Pablo, lo que en nuestro texto resume brevemente. La última causa del desvío de la salvación es la mala voluntad que retiene la verdad y se impone a la inteligencia prescribiéndole lo que tiene que pensar. Es una operación a contrapelo, pues la inteligencia reconoce al Creador, sabe que le es deudora y que, por tanto, le debe obediencia y acatamiento. Pero esto es lo que el hombre, que quiere ser autosuficiente, no puede soportar. Y así resulta ese lamentable estado sin Dios y sin verdad, en aquella vanidad del pensamiento.

Pero lo peor es que todo esto se convierte en costumbre. Cada vez se hace más fácil tomar el engaño por verdad. La luz que hubo una vez, se ha apagado. Por eso sigue así la descripción: «entenebrecidos en su inteligencia», y, como expresión equivalente: «ajenos a la vida de Dios». La «vida de Dios» es aquí la existencia humana tal como ha sido planeada y querida por el Creador: donada por Dios, llenada por Dios, dirigida a Dios. Esto es la verdad. Sobre esto hemos sido construidos. Solamente así estamos «en casa».

Pero ahora se dice de los paganos que se «han hecho ajenos» a este hogar espiritual, lo cual es mucho más, mucho peor que si sólo estuvieran lejos, separados. En la misma lejanía se puede tener nostalgia del hogar, y esta nostalgia puede preparar el camino para una vuelta. Pero estar «ajenos» de la «vida de Dios» como del propio hogar, esto es lo terrible. Pablo añade todavía esto: «a causa de la ignorancia que hay en ellos». Ahora realmente es ignorancia, y no es que no quieran saber nada de la verdad. Ignorancia, es sencillamente tiniebla, pero el «endurecimiento de corazón» es como la muerte.

«…a causa del endurecimiento de su corazón» «Corazón» es todo el hombre en su pensar, en su sentir, en su esforzarse. Ser sensible para toda llamada de lo bueno, lo verdadero, lo bello, lo divino, lo hogareño, esto es tener un corazón «blando», como Dios manda. Pero ahora ha perdido la sintonía con aquello precisamente para lo que propiamente existe. Está vacío y, por tanto, hambriento, sediento, deseoso de llenarse, pero no con lo que puede llenar a este corazón.

«…los cuales, llegados ya a insensibilidad, se entregaron al libertinaje, hasta realizar con frenesí toda clase de impureza». De nuevo nos encontramos frente a la descripción paralela de la carta a los Romanos. Allí es indudablemente Dios el que ha entregado a los paganos a la «impureza» (1,24), a los vicios de su corazón. Pero más allá de la «impureza» en sentido estricto sigue allí todo un catálogo de otros vicios (1,29 ss). Todo esto detalla lo que en nuestro pasaje se llama brevemente «realizar con frenesí toda clase de impureza»: el correr desalado intentando llenar el vacío, sin poderlo conseguir.

2. VIDA CRISTIANA (4,20-24).

20 Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo; 21 Si es que le habéis oído a él, y en él habéis sido adoctrinados, tal como es la verdad en Jesús, 22 a saber: que, por lo que se refiere a vuestro anterior género de vida, tenéis que despojaros del hombre viejo, que se va corrompiendo el ritmo de las concupiscencias de la seducción, 23 para renovaros en el espíritu de vuestra mente, 24 y revestiros del hombre nuevo, que ha sido creado a imagen de Dios en justicia y santidad de la verdad.

a) Aprender a Cristo (4,20-21).

«Vosotros no es así como habéis aprendido a Cristo». Es una lástima que a veces se intente suavizar la dureza de la frase, traduciendo más o menos así: «No es eso lo que vosotros habéis aprendido de Cristo». En el texto original suena la frase no menos sorprendentemente. ¿Y cómo se podría calificar el oír el mensaje, recibir la instrucción catequística, con una expresión más pura y auténtica que esta de «aprender a Cristo»? Esto presupone sin duda que lo que se predica es Cristo y nada más; que Cristo en la instrucción catequística es la figura atrayente, en la que todo converge, y que a todo lo demás consagra y da calor personal. Sólo una presentación así de la predicación y de la catequesis podría encerrarse en la fórmula «aprender a Cristo». Pero todavía hay un segundo nivel de profundidad en esta sorprendente formulación paulina. «Aprender a Cristo» significa para Pablo aprender una conducta vital. Pero con esto no quiere indicarse lo que ordinariamente se entiende por «imitación de Cristo», o sea mirar a la figura de Cristo en los evangelios como un modelo que imitar. No, «aprender a Cristo» para llegar a una conducta vital significa para Pablo, ante todo, comprender la obra de Cristo, lo que Dios ha hecho por él en nosotros, el plan de Dios -tal como al principio de la carta nos lo presentó y nos prepara para una eternidad «en él» y «por él». Este motivo -Cristo- Pablo lo ha repetido quince veces en los once versículos del himno introductorio. Esto es lo que quiere decir Pablo, cuando habla de «aprender a Cristo».

Ya hemos oído qué pide para sus fieles: «espíritu de sabiduría y de revelación» (1,17 ss), «ojos iluminados para que sepáis…» (1,18). Y ahora se habla otra vez de la grandeza de nuestra esperanza, de la inconcebible virtualidad de la resurrección de Cristo y su capacidad de obrar en nosotros los creyentes, de la soberanía y primacía de Cristo, que como cabeza de la Iglesia, su cuerpo, la llena con toda su plenitud de la vida divina. Esto se quiere decir con la expresión «aprender a Cristo». Y que de aquí se siguen consecuencias para la conducta vital, queda claro ya por la estructura de la carta: primero la doctrina, después la parenesis. Así pues, la expresión «aprender a Cristo» reproduce, con magnífica brevedad, todo el cristocentrismo del mensaje paulino.

«Oír a Cristo». ¿Cristo como materia u objeto que se oye, porque de él se habla, o Cristo como persona que se oye, de labios de quien se oye? Quizá aquí se intenten ambas cosas: Cristo como objeto o materia de lo que se habla, y Cristo como sujeto que en la proclamación es el que en definitiva habla a nuestra alma. Los protestantes han construido, a este respecto, toda una «teología de la palabra», y la echan de menos entre nosotros. La palabra de Dios es para ellos como algo sacramental. Así como es Cristo el que en el bautismo bautiza y en la cena se hace presente, así también es él el que, a través de la proclamación de la palabra -en la palabra del predicador, por ella y a través de ella- se dirige a los hombres. Sin necesidad de hacer de ello una teología, hemos de reconocer que el pensamiento es profundo y digno, capaz de llenarnos de temor y de sentido de responsabilidad en la tarea de la predicación, trátese del que habla o del que escucha. «En él habéis sido adoctrinados». En castellano decimos «ser adoctrinados en una materia», pero no «en una persona». De nuevo nos encontramos ante una fórmula tan sorprendente como la de «aprender a Cristo». Ser adoctrinados en él equivale a moverse familiarmente en todo lo que Cristo es y en todo lo que tiene que ver con Cristo, dominar todo este espacio humanodivino y aprender a vivir de él.

En el texto original la expresión «en él» («adoctrinados en él») sólo se puede entender en el sentido corriente de la expresión paulina «en Cristo»: por la virtud y la fuerza de Cristo, aún más: por la conexión con él. Pero la oración es condicional: «si es que… en él adoctrinados», o sea: si vuestro maestro habla «en Cristo», y vosotros habéis recibido la palabra en vuestra calidad de hombres «en Cristo». Ambas cosas son necesarias para que la verdad de la fe haya sido eficazmente recibida. Hace falta este parentesco espiritual entre el que habla y el que escucha. Se requiere el órgano sobrenatural, para poder oir «espiritualmente» (cf. 1Co 2:13 s).

Pero, en este asunto de la instrucción cristiana, ¿depende todo de la comprensión subjetiva del que habla y del que escucha? Sigamos adelante. El «ser adoctrinados en él» en su seguridad objetiva solo se garantiza si hacemos una ecuación entre «en Cristo» y «en su Iglesia».

«…tal como es la verdad en Jesús». El fuerte subrayado sobre «él», «en él» suena como si los destinatarios de la carta hubieran podido oír hablar de otro Cristo. Esta impresión se confirma con esta expresión: «tal como es la verdad en Jesús». Contra toda la costumbre se habla aquí de Jesús, y no de Jesucristo. Realmente parece una alusión a la perspectiva gnóstica de los adversarios, para los que «Cristo» no se identifica sencillamente con Jesús de Nazaret.

En la primera carta de san Juan tenemos explícitas las huellas de tales corrientes gnósticas primitivas. Precisamente por ser escasos los conocimientos que poseemos de esta gnosis, tenemos que recurrir a ciertas concepciones fundamentales de la gnosis posterior, que podríamos resumir así: 1º. mientras más acusada es la enemiga hacia todo lo material, más difícil es la iniciación en una sabiduría de la encarnación de Dios; 2º. mientras más se reduce la redención al conocimiento (gnosis), más difícil es de comprender la obra redentora de Cristo a través de la muerte y de la resurrección; 3º. mientras más inmediatamente se espera de Dios esta gnosis salvadora como iluminación personal, menos se comprende la revelación del Hijo de Dios, acontecida en la carne histórica y en un momento determinado. Y a medida que estas corrientes espirituales van dominando, se comprende perfectamente que de la figura, rigurosamente histórica de Jesús de Nazaret como redentor con su muerte expiatoria y su resurrección por la salud del mundo, surja «una idea más o menos mitológica».

Este peligro lo reconoció san Juan y lo atacó muy agudamente. «¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?» (1Jn 2:22), o: «todo espíritu que confiesa a Jesucristo como venido en carne, es de Dios…» (1Jn 4:2). Con esto queda claro que ya el cristianismo primitivo conocía ciertas direcciones, para las que el pensamiento en una encarnación del Redentor («Cristo»), en el Jesús de Nazaret histórico, resultaba desagradable y penoso.

b) Despojarse del hombre viejo (1Jn 4:22).

«…que, por lo que se refiere a vuestro anterior género de vida, tenéis que despojaros del hombre viejo». Es tan fundamentalmente nueva la vida cristiana, que Pablo puede hablar, no ya de «despojarse» de este o aquel vicio, sino de todo el hombre viejo, y, a su vez, de «ponerse» el «hombre nuevo».

Pero ¿no ha acontecido esto ya en el bautismo, según Pablo? «Todos los que por el bautismo habéis sido incorporados a Cristo, os habéis revestido de Cristo» (/Ga/03/27). Aquí tenemos una común expresión paulina, según la cual se presenta una cosa que tiene que acontecer como si ya hubiera acontecido. En la carta a los Colosenses se encuentran unidos ambos conceptos: «Dejad a un lado, también vosotros, la cólera, la animosidad…, despojándoos del hombre viejo con sus acciones… y revistiéndoos del nuevo, que se renueva… según la imagen del que lo creó». Y más adelante igualmente: «revestíos, pues…, de entrañas de misericordia», lo cual se refiere a la conducta moral, que corresponde al ser según la gracia (Col 3:8-12). Lo mismo en nuestro pasaje: lo que Dios graciosamente ha grabado en nosotros de la vida divina -la imagen de su Hijo-, eso mismo tiene que expresarse en la vida cristiana en forma de semejanza con «la imagen del Hijo de Dios» (Rom 8:29). El ser tiende a la participación, la fuerza a realizarse, la vida a ser vivida. Este ser, esta fuerza, esta vida tienden a ir desarrollando la virtualidad de revestirse realmente de aquel «hombre nuevo», del que ya inicialmente el cristiano se había revestido.

El despojarse del hombre viejo -dice Pablo- no debería costar demasiado, ya que éste lleva a la muerte y a la corrupción: el «hombre viejo, que se va corrompiendo al ritmo de las concupiscencias de la seducción». Las concupiscencias son seductoras, porque parecen prometer la plenitud de vida, pero realmente su promesa es un puro espejismo, ya que al final desembocan en la muerte.

c) Revestirse del hombre nuevo (Rom 4:23-24).

«…para renovaros en el espíritu de vuestra mente y revestiros del hombre nuevo». Aquí también como preámbulo para el revestirse del hombre nuevo se exige una renovación «en el espíritu de vuestra mente» (= la facultad de pensar). Aquí hay mucha oscuridad. ¿Se trata del Espíritu Santo? En este caso, ¿en qué sentido es el Espíritu de la mente? ¿Hay que entender este genitivo como puramente explicativo? Entonces se trataría del mismo pensar -de la mente-, pero en el lenguaje paulino el «espíritu» -el pneuma- siempre está sometido al influjo del Espíritu Santo, y, por lo tanto, se trata de un pensar «cristiano», de la mentalidad del creyente. Esta es la que tiene que renovarse constantemente, abriéndose al influjo del Espíritu y dejándose captar por él.

Aquí no tenemos más que el reverso de lo que Pablo ha calificado de vida pagana: en primer lugar la «vacuidad de su pensamiento». Esto es lo que constituye la vida pagana como tal. Así pues, al sustituir esta vida por otra cristiana, debe verificarse una auténtica inversión de mentalidad. En el lugar de la «vacuidad de su pensamiento» tiene que entrar una mentalidad que contenga una realidad. Y como quiera que esta realidad es la misma realidad de la fe, esta renovación de la mente sólo puede realizarse en el Espíritu.

Es alentador observar cómo Pablo es plenamente consciente de que en la vida cristiana no se trata sólo de un impulso inicial, de una conversión de una vez para siempre, sino que debemos perseverar en la decisión, en la constante vuelta hacia Dios, y que, sobre todo, nuestra mentalidad de creyentes (como fuente de nuestro obrar) necesita de una constante renovación. Esta es la raíz bíblica de la necesidad de la meditación, de la familiaridad con la palabra de Dios, de la vida consciente en una atmósfera espiritual. Aquí es donde se monta la guardia para mantener el derrotero de la nave (que por sí solo no se mantiene), y tanto más firme tiene que estar la mano sobre el timón, cuanto más fuertes son los vientos y más frecuentes las corrientes que combaten la dirección emprendida (cf. 4,14).

Cuando ya está asegurado este fundamento de la mentalidad de la fe, se llega propiamente a «revestirse del hombre nuevo». Todo esto requiere una nueva actitud; por eso resulta raro que aquí no se emplee una forma verbal de duración y repetición (como «renovarse»), sino una forma que expresa un acontecimiento único. Esto puede tener conexión con la significación de la metáfora «vestirse», o sea una actividad transitoria, cuya finalidad es el hombre «vestido»; lo que emerge es precisamente el resultado final.

El «hombre nuevo» es, en el lenguaje paulino, el hombre «en Cristo», «nuevamente creado en Cristo para las buenas obras» (2,10), «el hombre interior» (3,16), cuya fuerza es el Espíritu de Dios, el hombre, en quien Cristo habita por la fe (3,17). Aquí se describe como creado según Dios, o sea, con frase de la carta a los Colosenses: «según la imagen de su Creador» (3,10). Pero quizá deberíamos entender el verbo «crear» literalmente como «fundar», «fundamentar». De esta manera se perfila en nosotros la semejanza de Dios en Cristo, para poderla realizar «en verdadera justicia y santidad», o sea en aquella justicia y santidad que corresponde a la verdad, a una existencia derivada de Dios.

IV. LA NUEVA VIDA EN EL AMOR (4,25-5,2). Ahora ya, después de haber dedicado dieciséis versículos a la unidad y construcción de la Iglesia y ocho versículos a la diferencia fundamental entre el hombre pagano y el cristiano, por primera vez se detiene Pablo en exhortaciones menudas, todas ellas dirigidas más o menos al servicio del amor y contra todo lo que no fomenta el amor y la amistosa convivencia.

1. Lo QUE NO HACE EL AMOR (4/25-31).

Propiamente este título no es adecuado, ya que Pablo cada vez añade lo que específicamente diferencia al amor.

a) El amor no miente (4,25).

25 Por lo cual, deshaciéndoos de la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros unos de otros.

¿Por qué se le da a la veracidad el lugar preeminente? Se pudiera creer que esto se debía a la última frase anterior: «en justicia y santidad de la verdad». Pero que hay una motivación más profunda lo demuestra la exhortación paralela en la carta a los Colosenses (3,8s). La expresión «no os mintáis mutuamente» está en su propio lugar. No está simplemente en la línea de «cólera», «animosidad» y otras cosas; sino que la exhortación a dejar la mentira se presenta como algo completamente nuevo y está conectada con el despojarse del hombre viejo y el revestirse del hombre nuevo: No os mintáis mutuamente: ¡os habéis revestido del hombre nuevo!

La mentira en los usos y costumbres debió estar muy extendida en el ambiente oriental de la primitiva Iglesia. Pero el engaño, el fraude y la falsedad serán en todas partes el signo de un tiempo y de una sociedad en que se ha perdido el sentido de la interdependencia de los hombres, la conciencia de vivir y de existir los unos para los otros. Precisamente lo que el cristianismo introducía como una motivación, insospechadamente profunda, en un mundo individualista, era esto: no sólo sois iguales, no sólo sois hermanos: sois miembros de un mismo cuerpo, el sagrado cuerpo de Cristo, que os aúna y os hace llegar a ser «uno». Pero la mentira separa, introduce murallas, y con ello ofende no sólo al hermano, sino a todo el conjunto y a Cristo, su cabeza.

b) El amor no se enoja (4,26-27).

26 Enojaos, pero no pequéis: el sol no se ponga sobre vuestra ira; 27 ni déis lugar al diablo.

El mal humor persistente es peligroso. Se corroe a sí mismo y corroe todo lo que lo rodea: todo le sirve de nueva nutrición. Así es como da lugar al diablo. Es como una invitación hecha al diablo para que se valga de los cegados por la enemistad o incluso de los perjudicados en su tranquila sensibilidad, para hacerlos servir a sus propósitos, que siempre desembocan en la división y en la aniquilación. Este «no dar lugar al diablo» encuentra su anverso y su posibilidad salvadora en aquella otra recomendación: «dad lugar a la ira», o sea a Dios juez, y no os toméis la venganza por vuestras manos. «Mía es la venganza, yo daré lo merecido, dice el Señor» (Rom 12:19). La justicia es patrimonio único del Dios omnisciente. Si quieres ser justo, sé misericordioso.

c) El amor no roba (Rom 4:28).

28 El que roba, que ya no robe más; sino, por el contrario, que trabaje haciendo el bien con sus propias manos, para que tenga algo que compartir con el necesitado.

Uno se admira quizá de que con tanta naturalidad se acepten como miembros de la comunidad ladrones, acostumbrados ya desde antes a vivir sin trabajar, y que, al hacerse cristianos, acepten también considerar esto como inmoral. Esto es ciertamente sorprendente, pero mucho más lo es la natural confianza con que Pablo le hace al ladrón de antaño esta propuesta: no sólo no debe servir a nadie de carga (1Te 4:12), sino que tiene que ganarse el sustento con sus propias manos (esto aquí no se dice expresamente), tiene que producir «algo» -en el orden de la posesión e incluso de la prosperidad-; y esto, no solo para que él lo pase bien, sino para poderlo compartir con los que están necesitados. ¡Qué optimismo! ¿Cuántos hay entre nosotros -que nunca fueron ladrones- que trabajen para esto?

d) El amor evita las palabras malas (1Te 4:29).

29 Todo lo que sea palabra mala no salga de vuestra boca, sino la buena, para que pueda edificar la indigencia, y procure gracia a los que oyen.

Esto es una palabra buena la que construye, la que, aun de esa manera tan oculta como se detalla en 4,16, constituye un «servicio», del que Cristo se vale para construir y hacer crecer a su cuerpo. Cuando Pablo habla de la palabra «buena» y constructiva, como de una gracia para los oyentes, debemos descubrir en ello estos dos pensamientos: una gracia de miembro a miembro, pero que fluye del amor de Cristo. He aquí cómo una palabra buena en el solo plano humano toma proporciones más amplias, con perspectiva cristiana, en el espacio de lo sagrado y de lo divinamente grande.

e) El amor no contrista al Espíritu Santo (4,30).

30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención.

Este versículo irrumpe como un grito, que al mismo tiempo se vincula con lo antecedente y con lo siguiente. El pensamiento es sorprendente: Pablo no acude ya a la gran esperanza (1,14) -tema que tanto domina en nuestra carta-, ni siquiera a la exhortación a «guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz» (4,3); sino que este Espíritu de Dios -el sello de nuestra esperanza- se presenta aquí por primera vez y se experimenta de una forma tan personal, que Pablo se atreve a rogar que no lo contristen, que no le hagan daño. Esto es tan nuevo y tan sorprendente, si se recuerda la forma tan instrumental como se había hablado de él hasta ahora. Es cierto que en estricta teología no es correcto decir que el Espíritu de Dios recibe de nosotros gozo o dolor; pero Pablo no piensa en esto. él piensa y habla a la manera humana, el único lenguaje que a nosotros, sobre todo a los simples cristianos, es asequible y comprensible. «Proporcionar alegría» o «dar disgusto» a una persona que está cerca de nosotros, y a la que inevitablemente tenemos que agradecerle mucho, es una de las más nobles motivaciones que pueden imperar nuestra conducta.

f) El amor no da lugar a la maldad (4,31).

31 Apartad de vosotros toda acritud, animosidad, cólera, griterío e insulto, juntamente con toda clase de maldad.

Lo que al Espíritu Santo aflige es precisamente lo que rompe la paz y daña a la alegría. Todo esto pertenece al hombre viejo; que todavía no ha muerto del todo; al hombre que se encastilla y se hunde en su propio yo. Se enumeran los sentimientos interiores: acritud, animosidad, ira, y sus expresiones exteriores: griterío, insulto. Todo esto tiene una raíz, que está en la maldad. De ahí la exhortación: «Apartad de vosotros… juntamente con toda clase de maldad».

2. Lo QUE HACE EL AMOR (4,32-5,2).

En estas exhortaciones se ha tratado de lo que es contrario al amor. Ahora, por el contrario, se habla sólo del amor y se desarrolla su misma esencia.

a) El amor es misericordioso y comprensivo (4/32).

32 Sed, por el contrario, unos con otros, bondadosos, comprensivos, perdonándoos mutuamente, como Dios os perdonó en Cristo.

De nuevo aparece el amor que soporta en primer plano, no sólo porque en nuestro contexto representa el reverso de toda forma de enojo, sino porque ésta es su misma esencia. El amor, según Pablo, tiene estos efectos: en 4,2s se ponen en primer lugar la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la mutua tolerancia. En el gran himno del amor ( 1Co 13:4-7), de las quince propiedades del amor que se enumeran, hay ocho que expresamente se refieren a lo que el amor no hace («no tiene envidia, no presume…»), y seis al amor que soporta («perdona sin límites, cree sin límites…»). Sed, pues, solidarios en los bienes de la comprensión…

Antes que nada el perdón. ¡Cuánto cuesta al hombre este silencio, este perdón, este olvido! Pablo pone como fundamento el perdón, que, por otra parte, cada cristiano lo ha experimentado al recibirlo de Dios, un perdón que para él significa nada menos que resurrección de entre los muertos (1Co 2:5). Un perdón, al que le debemos, juntamente con el verdadero amor, la gran esperanza. Finalmente, un perdón, que, hablando humanamente, no le ha costado poco a Dios, ya que nos ha enviado su gracia «en el Amado; en él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados» (1Co 1:6 s). Por eso se dice en nuestro versículo: «como Dios os perdonó en Cristo». Este pensamiento lo tenemos muy cerca, porque el perdón de Dios lo experimentamos día tras día, y sabemos cuánta necesidad de él tenemos, e incluso, instruidos por el mismo Jesús, lo pedimos en la oración dominical. En el evangelio, el mismo Señor insistió, con harta frecuencia, en esta exigencia primordial del perdón mutuo 23.

……………

23.Mt. 6,14s; 18,21-35.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

La unidad y ministerio de la Iglesia, Efe 4:1-16

Análisis de discurso

En esta segunda parte de la carta (cap. Efe 4:1-32 al Efe 6:1-24), el autor hace una larga serie de exhortaciones con las cuales instruye a las iglesias para que vivan de acuerdo con la vocación que han recibido. Esa vocación o llamado ya se ha expresado a la luz del plan eterno de Dios: ser colaboradores de Dios en la reconciliación y unión de toda la creación bajo el señorío de Jesús el Mesías (Efe 1:9, Efe 1:10). Dios en su gracia ha iniciado esa obra de pacificación y reconciliación, de hecho una nueva creación, con la redención de la iglesia (Efe 2:1-10). Jesús, el Cristo, por medio de su muerte en la cruz, ha hecho posible la unión de judíos y gentiles en un solo cuerpo; él ha hecho la paz (Efe 2:11-22). La iglesia, esa nueva sociedad, constituye las primicias de la reconciliación, de la nueva creación en Cristo (Efe 2:10). El apóstol ha sido llamado a proclamar el evangelio de la paz (Efe 3:1-13); un evangelio incluyente y reconciliador, igualitario y creador de una comunidad en la que hay lugar, en igualdad de condiciones y privilegios, para todos. Por todo ello, Pablo ora intensa, ferviente y confiadamente por los cristianos de Asia Menor (Efe 1:15-19; Efe 3:14-21). Si las iglesias van a vivir a la altura de su vocación (Efe 4:1) es fundamental que la entiendan claramente (Efe 1:15-18) y que estén concientes del incomparable poder de Dios que está presente en ellas (Efe 1:19), para realizar su misión pacificadora en el mundo. Ese poder del Espíritu Santo ya lo experimentaron cuando pasaron de la muerte a la vida, por la gracia de Dios en Cristo (Efe 2:1-10); deben seguirlo experimentando, en comunidad, para conocer en su plenitud el amor de Cristo (Efe 3:14-19) y así manifestarlo a los que gobiernan el cosmos (Efe 3:10) y a la sociedad en la que viven (Efe 5:6-17).

En esta segunda parte de la carta, el apóstol exhorta a la iglesia y la instruye para que sepa cómo debe vivir en este mundo de tal manera que se comporte a la altura del llamado divino. Las exhortaciones de carácter ético se dirigen a la vida y ministerio de la comunidad cristiana (Efe 4:1-16); a las difíciles y a menudo conflictivas relaciones cotidianas de sus miembros (Efe 4:17-32; Efe 5:1-5); a la manera en que la iglesia se relaciona con la sociedad (Efe 5:6-17). Finalmente, la iglesia está llamada a transformar radicalmente las relaciones en el seno de la familia (Efe 5:18-33; Efe 6:1-9), enfrentando así, con firmeza e integridad moral, las batallas que tiene permanentemente con los gobernadores de este mundo (Efe 6:10-20).

Si la iglesia vive a la altura de su vocación estará siendo fiel instrumento de Dios en su creación de una nueva humanidad bajo el señorío de Jesús el Mesías. Sus armas son de carácter ético moral y consisten en la imitación de Jesús para vivir en armonía y shalom derribando las barreras que nos separan y dividen.

Es la tremenda visión de los primeros tres capítulos la que debe inspirar y nutrir la acción de la iglesia en todas las áreas de la vida. No puede haber mayor inspiración ni motivación. Así es como se debe vivir para la gloria de Dios.

TÍTULO: Hemos titulado esta sección la Unidad y el Ministerio de la Iglesia. La unidad es la nota que cubre todo el párrafo, en particular los vv. Efe 4:1-6. Luego, en los vv. Efe 4:7 al Efe 4:16 se describe el ministerio de cada uno de los miembros de la iglesia: el de los dones de la palabra (v. Efe 4:11) que capacita al resto de los miembros, y el de cada uno de ellos que es indispensable para el crecimiento armónico y unido de todo el cuerpo. También se puede titular esta sección Una exhortación a vivir como Dios manda. Otra posibilidad es Llamados a la unidad y al servicio.

Análisis textual y morfosintáctico

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

La segunda sección de la carta se abre con un llamado que es consecuencia de lo expuesto anteriormente (caps. Efe 1:1-23; Efe 2:1-22; Efe 3:1-21). La primera aposición, Yo, preso en el Señor, se puede resolver añadiendo el verbo «que estoy» (TLA) después de yo, a fin de hacer la frase más entendible (cf. Efe 3:1): «Yo, que estoy preso por servir al Señor, les ruego ». La fuerza de la exhortación se deriva de varios elementos: La consecuencia (gr. oun) que liga las exhortaciones a la exposición anterior (caps. Efe 1:1-23 al Efe 3:1-21); el hecho de que el autor está preso a causa de su ministerio a favor de los lectores (cf. su argumento en cap. Efe 3:1-21), lo cual le añade una fuerza moral considerable a la exhortación; el verbo que usa, os ruego, que sugiere una exhortación urgente y profundamente sentida. Nada podía ser más adecuado, dada la exposición que hemos encontrado en los primeros tres capítulos.

El traductor debe dejar clara la conexión entre este capítulo y los anteriores por medio de alguna expresión tal como: “En consecuencia ”, “por lo que Dios ha hecho por nosotros”, “debido a todo esto ”.

Hay dos términos que el traductor necesita entender bien a fin de lograr una buena exégesis y traducción del pasaje. La primera palabra clave, no sólo para éste pasaje sino para esta segunda mitad de la carta, es la que se traduce en nuestra versión base como “andar” (gr. peripateoo cf. GLOSARIO). Esta es una metáfora que describe la vida cristiana como un “andar” o “caminar”. Para el autor de la carta, esa palabra sirve para introducir las principales secciones de esta sección parenética o exhortativa (Efe 4:1, Efe 4:17; Efe 5:2, Efe 5:15). Es un término ético que describe la vida cristiana como un “andar” que debe darse “de acuerdo con la voluntad de Dios” (cf. Col 1:10 y 1Ti 2:12). Dicho andar debe ser consecuencia de lo que Dios ha hecho en favor nuestro en Cristo y del conocimiento de su voluntad pacificadora para su creación.

Pablo introduce ésta sección de la carta con una seria exhortación a vivir a la altura de la vocación que hemos recibido de Dios. Como hemos indicado ya anteriormente (cf. Efe 1:18), el término vocación (Efe 1:18; Efe 4:1) se refiere al hecho de que Dios nos ha llamado a ser su iglesia, que es el tema central de ésta carta. Nuestra vocación, el llamado que Dios nos ha hecho, tiene que ver con que él nos eligió a vivir una vida impecable en este mundo (Efe 1:4) como hijos de Dios (Efe 1:5) y como primicias de su nueva creación (Efe 1:9, Efe 1:10) que se manifiesta en la unidad y el shalom (Efe 2:11-22; Efe 4:1-4).

DHH expresa estas ideas muy bien: «les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes». TLA también ha captado muy bien ambos conceptos: «les ruego que vivan como deben vivir quienes, como ustedes, han sido llamados a formar parte del pueblo de Dios». Otras versiones han usado los verbos «vivir» (NVI, BJ, BL, NBE), «comportarse» (LPD y BNM) y «proceder» (BP) para expresar el sentido ético de la metáfora.

Para hablar del llamado de Dios, las versiones usan los términos «vocación» (BP, BL, BJ, LPD) y «llamamiento» (NVI, NBE, BNM). Sólo DHH y TLA le han dado un sentido más dinámico al término traduciéndolo como una expresión verbal (cf. arriba).

Así pues, la ética cristiana (el imperativo) se deriva directamente de la obra redentora que Dios ha efectuado por medio de su Hijo Jesús (el indicativo). A continuación, el autor señalará el “cómo vivir y comportarnos” a la altura de nuestra vocación.

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

— prisionero por amor al Señor: Ver nota a Efe 3:1.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

Apelación inicial a vivir una vida que evidencie la armonía de la nueva creación

Aquí Pablo habla de nuestro llamado como un llamado a vivir juntos en una forma que encarna la unidad cósmica que Dios ha introducido. De esta forma el pasaje dicta el tono del resto de la carta y sirve de vínculo con lo dicho anteriormente. Ese vínculo no sólo se materializa en el tema abarcador de la unidad en estos versículos, sino específicamente en el por eso del v. 1, el cual (como en Rom. 12:1) establece el fundamento para la apelación en las enseñanzas ya dadas. El pasaje consiste de dos partes: un llamado a la unidad (vv. 1-3, una ampliación parcial de Col. 3:12-15), y una confesión en siete partes que le agrega énfasis (4-6).

1-3 Presentándose aquí, una vez más, como prisionero en el Señor, Pablo apunta implícitamente al nivel de compromiso que espera de sí mismo y de otros. Sus lectores no habrán dejado de observar que él estaba en prisión precisamente por su celo en procurar esa clase de unidad que ahora pide de ellos (ver sobre 3:13). Pero primero su llamado es ese llamado más general a vivir en una forma que sea digna del llamado de Dios (ver 1 Tes. 2:12; Rom. 12:1; Col. 1:10). Es un llamado a participar del gobierno de Cristo sobre la nueva creación (1:20-22; 2:6), y a ser parte del templo celestial (2:19-22). Tal llamado conlleva sus propias responsabilidades. Barth lo resume así: “Los príncipes de la realeza son tratados por sus educadores no con la vara, sino apelando a su rango y posición.” Quizá tenga razón, pero la apelación aquí no es a las cualidades aristocráticas de resolución imperiosa, tenacidad y autoridad. Es, más bien, un llamado a esa expresión corporativa de la humildad, la mansedumbre y el amor paciente y perdonador (VHA, “longanimidad”) que ejemplifica la reconciliación (2; cf. Col. 3:12, 13). 3 (Cf. Col. 3:14, 15) clarifica luego que ésta es una apelación a vivir una vida que promueva la unidad.

La apelación está formulada en palabras que indican urgencia y que no son de fácil traducción al castellano: “El imperativo … excluye la pasividad, el quietismo, la actitud de ’esperar a ver qué sucede’ … ¡La iniciativa es tuya! ¡Hazlo ahora! ¡Ponle tu convicción! … ¡Eres tú quien debe hacerlo! Estos son los tonos sobresalientes en el v. 3” (Barth). No es un llamado a hombres y mujeres para que construyan el reino de Dios; es una advertencia para guardar, permanecer dentro de (¡mantener!) la unidad que Dios ya ha comenzado en Cristo (por los eventos de 2:11-22) y a la cual nos hace ingresar el Espíritu Santo que nos trae a Cristo y sus beneficios. El Espíritu nos da la paz mesiánica de la armonía dada por Dios como lazo de unión. Pero es un lazo que el autor sabe muy bien que puede ser cortado por la arrogancia, la falsedad, el orgullo y el dogmatismo egoísta de los que hablará en 4:17-5:14.

4-6 Nos recuerdan de la importancia central del llamado a la unidad con siete repeticiones de las palabras “un, una”. El v. 4 tiene reminiscencias de Col. 3:15b, pero expresado de acuerdo con los temas más importantes de Ef. 2:14-17 (un cuerpo); 2:18-22 (un Espíritu) y 1:11-14; 18-23 (una esperanza). Esta tríada de unidades parece ir en progreso desde el “cuerpo” visible (la iglesia única y universal que es la reconciliación de judíos y gentiles) al Espíritu invisible que le da armonía y paz en Cristo (3), y de allí a la futura esperanza de plena armonía cósmica, de la cual el Espíritu se recibe ahora apenas como “la primera cuota” (1:13, 14). La segunda tríada (5) bien podría ser una declaración bautismal traída a colación por el pensamiento anterior. La fe en Jesús como el único Señor era, generalmente, el énfasis principal de la confesión bautismal (p. ej. Hech. 2:34-39; 19:5), aunque no hay razón para pensar que estuviera limitada a esa ocasión. Para un judío el confesar que Jesús era el único Señor era equivalente a confesar que era uno con el Padre, ya que los judíos oraban diariamente el Shema (Deut. 6:4; cf. Rom. 10:9-12; 1 Cor. 8:4-6). El v. 6 llega naturalmente al clímax con la afirmación judeocristiana del Dios único totalmente soberano por sobre y en toda la creación. Sobre esta suposición se edifica toda esperanza de la unidad cósmica final (cf. Rom. 11:36; 1 Cor. 8:4b-6; Col. 1:15-20), y señala al Dios de 1:3-10.

Es importante destacar que todas estas palabras se refieren a la unidad tanto dentro de la congregación local como, más específicamente, de la iglesia universal. Muchos cristianos frecuentemente han estado más interesados en promover la armonía en amor de una sola congregación (¡y algunas veces, ay, de pequeñas camarillas dentro de ella!), que en enfrentar las divisiones entre iglesias.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

4.1, 2 Dios nos ha escogido para ser los representantes de Cristo en la tierra. A la luz de esta verdad, Pablo nos desafía a tener vidas dignas al llamado que hemos recibido, el maravilloso privilegio de ser llamados propiedad de Cristo. Esto incluye ser humilde, gentil, paciente, comprensivo y pacificador. La gente observa su vida. ¿Pueden ver a Cristo en usted? ¿Qué tan bien cumple como representante?4.1-6 Pablo dice que somos parte de un solo cuerpo. La unidad no aparece por sí sola, hay que trabajar para lograrla. Muchas veces las diferencias que existen entre las personas, pueden conducir a la división; esto no necesariamente tiene que ser así en la iglesia. En lugar de concentrarnos en lo que nos divide, debiéramos recordar qué nos une: ¡un cuerpo, un Espíritu, una misma esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios! ¿Sabe apreciar las personas diferentes a usted? ¿Es capaz de ver cómo los dones y puntos de vista distintos pueden contribuir a que la iglesia cumpla con la obra de Dios? Aprenda a disfrutar cómo los miembros del cuerpo de Cristo nos complementamos unos a otros (véase 1Co 12:12-13 para ampliar estos pensamientos).4.2 Nadie logrará ser perfecto aquí en la tierra, por lo tanto debemos aceptar y amar a otros cristianos a pesar de sus faltas. Cuando vemos errores en otros creyentes, debiéramos actuar con paciencia y amabilidad. ¿Le incomoda las acciones de alguien o su personalidad? En lugar de detenerse en las debilidades o buscar errores de dicha persona, ore por ella. Luego haga algo más, pasen tiempo juntos y vea si usted puede lograr ser de su agrado.4.3 Guardar la unidad es una de las funciones importantes del Espíritu Santo. El guía, pero debemos estar dispuestos a que nos guíe. Lo hacemos al poner nuestra mira en Dios y no en nosotros mismos. Si desea más información acerca de quién es el Espíritu Santo y lo que hace, véanse las notas a Joh 3:6; Act 1:5 y Eph 1:13-14.4.4-7 Todos los creyentes en Cristo pertenecen a un solo cuerpo, todos se han unido bajo la misma cabeza, que es Cristo mismo (véase 1Co 12:12-26). Dios otorgó a cada creyente habilidades que pueden fortalecer todo el cuerpo. Su habilidad especial pudiera parecerle pequeña o grande, pero está en usted para usarla en el servicio de Dios. Pida a Dios que use sus dones para contribuir al fortalecimiento y la salud del cuerpo de creyentes.4.6 Dios está sobre todos nosotros, esto muestra su cuidado de gobernante (transcendencia). El está por todos, y en todos, esto muestra su presencia activa en el mundo y en las vidas de los creyentes (inmanencia). Cualquier visión de Dios que viole su transcendencia o su inmanencia no es una imagen real de El.4.8 El Psa 68:18, muestra a Dios como un conquistador que marcha y obtiene tributos de la ciudad vencida. Pablo usa esa figura para enseñar que Cristo, en su crucifixión y resurrección, obtuvo la victoria sobre Satanás. Cuando ascendió al cielo, dio dones a la Iglesia, algunos de los cuales detalla en 4.11-13.4.9 «Las partes más bajas de la tierra» pueden ser: (1) la tierra en sí misma (baja en comparación al cielo), (2) la tumba, o (3) el Hades (que para muchos creyentes es el lugar de descanso de las almas entre la muerte y la resurrección). Cualquiera que sea la interpretación que usted le dé, no cambia el hecho de que Cristo es el Señor de todo el universo, presente, pasado y futuro. Nada ni nadie está oculto de El. El Señor de todo vino a la tierra y aceptó la muerte para rescatar a todos. Nadie está fuera de su alcance.4.11, 12 Nuestra unidad con Cristo no destruye nuestra individualidad. El Espíritu Santo ha dado a cada cristiano dones especiales para edificar la Iglesia. Ahora que los tenemos es crucial usarlos. ¿Tiene la madurez suficiente para ejercitar los dones que Dios le ha dado? Si sabe cuáles son sus dones, busque oportunidades para servirle. Si no lo sabe, pida a Dios que se los muestre, quizá mediante sus ministros o amigos cristianos. Luego, a medida que empiece a reconocer su campo de servicio especial, use sus dones para fortalecer y alentar a la iglesia.4.12 Dios ha dado a su Iglesia una enorme responsabilidad: hacer discípulos en todas las naciones (Mat 28:18-20). Involucra predicar, enseñar, sanar, nutrir, dar, administrar, edificar y muchas tareas más. Si tuviéramos que cumplir este mandato como individuos, podríamos rendirnos aun antes de intentarlo, sería tarea imposible. Pero Dios nos ha llamado a ser miembros de su cuerpo. Algunos podemos cumplir con una tarea, otros harán otra. Juntos podemos obedecerle mejor de lo que lo haríamos en forma individual. Trabajando juntos, como el cuerpo de Cristo, podemos expresar la plenitud de El (véase la nota en 3.19).4.14-16 Cristo es la Verdad (Joh 14:6) y el Espíritu Santo que guía a la Iglesia es el Espíritu de verdad (Joh 16:13). Satanás, por el contrario, es el padre de mentira (Joh 8:44). Como seguidores de Cristo, debemos dedicarnos a la verdad. Esto significa que nuestras palabras serán sinceras como también nuestras acciones reflejarán la integridad de Cristo. Seguir la verdad en amor no siempre es fácil, conveniente ni placentero, pero es necesario si la Iglesia va a cumplir con la obra de Cristo en el mundo.4.15, 16 Algunos cristianos temen que cualquier error destruya su testimonio por el Señor. Ven su propia debilidad y saben que muchos incrédulos parecen tener un carácter más fuerte del que en realidad tienen. ¿Cómo crecemos en Cristo? La respuesta es que El nos forma en un cuerpo, en un grupo de individuos unidos en su propósito y en su amor unos por otros y por Cristo. Si uno de ellos tambalea, el resto está allí para apoyarlo y ayudarle a caminar con su Señor otra vez. Si otro peca, puede hallar restauración mediante la iglesia (Gal 6:1), al mismo tiempo que esta continúa testificando la verdad de Dios. Como miembro del cuerpo de Cristo, ¿refleja usted parte del carácter de Cristo y lleva a cabo su función especial en la obra?4.17 Vivir en «la vanidad de su mente» se refiere a la tendencia natural y humana de pensar sus caminos lejos de Dios. El orgullo intelectual, la racionalización y las excusas alejan a la gente de Dios. No se sorprenda si las personas no aceptan el evangelio. El evangelio parecerá locura a quienes abandonan la fe y se apoyan en su propio entendimiento.4.17-24 La gente debiera poder ver una diferencia entre los cristianos y los que no lo son por la forma de vivir de los primeros. Ahora vivimos como hijos de luz (5.8). Pablo dice a los efesios que deben dejar la vida pasada de pecado, ahora que son seguidores de Cristo. La vida cristiana es un proceso. Aunque tenemos una nueva naturaleza, no adquirimos automáticamente todos los pensamientos y las actitudes buenas cuando nos convertimos en nuevas personas en Cristo. Pero si nos mantenemos atentos a Dios, siempre estaremos cambiando. ¿Nota un proceso de cambio para mejorar pensamientos, actitudes y acciones en comparación con los años pasados? A pesar de que el cambio puede ser lento, ocurrirá de todas maneras si confía en que Dios le cambiará. Si desea más información acerca de nuestra nueva naturaleza como creyentes, véanse Rom 6:6; Rom 8:9; Gal 5:16-26; Col 3:3-8.4.22-24 Nuestra vieja manera de vivir, la que teníamos antes de que creyéramos en Cristo, es cosa del pasado. Debemos dejarla atrás como ropa vieja que necesita desecharse. Esto es tanto una decisión que hacemos para toda la vida cuando decidimos aceptar el regalo de salvación que Cristo nos da (2.8-10), como un compromiso consciente diario. No andamos por impulsos ni deseos. Debemos ubicarnos en nuestro nuevo papel, apuntar en la nueva dirección y apropiarnos de la nueva línea de pensamiento que el Espíritu Santo nos da.4.25 Mentirle a otro quebranta la unidad, crea conflicto y destruye la confianza. Rompe las relaciones y conduce a una guerra abierta en la iglesia.4.26, 27 La Biblia no nos dice que debemos evitar sentir enojo, pero sí destaca que debemos saber controlarlo apropiadamente. Si somos descuidados al hablar, el enojo herirá a otros y destruirá las relaciones. Si las guardamos, motivará amargura y nos destruirá por dentro. Pablo nos dice que debemos enfrentar nuestro enojo de inmediato, de modo que edifique relaciones antes que las destruya. Si alimentamos nuestro enojo, daremos a Satanás la oportunidad para dividirnos. ¿Está molesto con alguien en este momento? ¿Qué puede hacer para resolver las diferencias? No deje que termine el día antes de que empiece a hacer algo para solucionar el conflicto y salvar su relación.4.28-32 Podemos contristar al Espíritu Santo por la forma en que vivimos. Pablo nos amonesta en contra del lenguaje vulgar, sin sentido, uso inapropiado del lenguaje, amargura, palabras torpes y actitudes impropias contra otros. En cambio, debiéramos perdonar, así como Dios lo hizo con nosotros. ¿Lastima o agrada a Dios con sus actitudes y acciones? Actúe en amor con sus hermanos en Cristo en la forma que Dios lo hizo al enviar a su Hijo para morir por sus pecados.4.30 El Espíritu de Dios en nosotros es un sello de que le pertenecemos. Si desea más información, véase la nota a 1.13, 14.4.32 Esta es ley de Cristo relacionada con el perdón tal como se enseña en los Evangelios (Mat 6:14-15; Mat 18:35; Mar 11:25). También la hallamos en la oración del Señor: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Dios no nos perdona porque perdonamos a otros, sino por su gran misericordia. Al entender su misericordia, sin embargo, anhelaremos ser como El. Ya que hemos sido perdonados, actuaremos de igual modo con otros. Los que no están dispuestos a perdonar no llegan a ser uno con Cristo. El estuvo dispuesto a perdonar aun a los que lo crucificaron (Luk 23:34).LA UNIDAD DE TODOS LOS CREYENTESLos creyentes son uno en: Nuestra unidad se experimenta en:Cuerpo La comunión de los creyentes: la IglesiaEspíritu El Espíritu Santo que activa la comuniónEsperanza Ese futuro glorioso al que somos llamadosSeñor Cristo, al que todos pertenecemosFe Nuestra entrega única a CristoBautismo Bautismo: simboliza la entrada a la IglesiaDios Dios, nuestro Padre, nos guarda por la eternidadA menudo los creyentes se dividen debido a diferencias doctrinales mínimas. Pero Pablo aquí muestra los aspectos en los que los cristianos deben estar de acuerdo para lograr la verdadera unidad. Cuando los cristianos tienen esta unidad de Espíritu, las pequeñas diferencias no deberán disolverla.

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 177 Efe 6:20; Flm 1:9

b 178 Flp 1:27

c 179 Rom 8:30

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

vocación. Es decir, el propósito para el cual Dios llama al creyente (cp. 1:18; 4:4; 1 Co 1:26).

Fuente: La Biblia de las Américas

1 super (1) Este versículo repite en parte lo que se encuentra en 3:1, donde empieza la exhortación del apóstol en los caps.4—6. Esto indica que 3:2-21 es una sección parentética. Véase la nota 1 super (2) del cap.3.

1 super (2) Véase la nota 1 super (2) del cap.3. En 3:1 Pablo habla de sí mismo como «prisionero de Cristo Jesús», pero aquí dice que él es un «prisionero en el Señor». Ser prisionero en el Señor es más profundo que ser prisionero del Señor. Como prisionero en el Señor, Pablo es un modelo para aquellos que desean andar como es digno del llamamiento de Dios.

1 super (3) Este libro está dividido en dos secciones principales. La primera, compuesta de los caps.1—3, revela las bendiciones y la posición que la iglesia ha obtenido en Cristo en los lugares celestiales. La segunda, que comprende los caps.4—6, nos exhorta acerca del vivir y de la responsabilidad que la iglesia debe tener en el Espíritu, sobre la tierra. La exhortación básica es que nosotros debemos andar como es digno del llamamiento de Dios, llamamiento que es la totalidad de las bendiciones dadas a la iglesia, como se revela en 1:3-14. En la iglesia, bajo la bendición abundante del Dios Triuno, los santos deben andar como es digno de la elección y predestinación del Padre, la redención del Hijo y el sello y las arras del Espíritu. Por lo tanto, en los caps.4—6, vemos, por un lado, el vivir que la iglesia debe tener y por el otro, la responsabilidad que la iglesia debe tomar.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

Aquí comienza la exhortación de Pablo a sus lectores para que promuevan la unidad de la iglesia mediante una vida santa (vv. Efe 4:1-6) y para que, mediante la diversidad de los dones, contribuyan al bien común (vv. Efe 4:7-16).

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

24 (III) Parte segunda: exhortaciones a una conducta digna (4,1-6,20). Las exhortaciones a una conducta digna derivan de afirmaciones anteriores acerca de la unidad de todas las cosas en Cristo y el sometimiento de todas las cosas a él (1,10.22-23), acerca de la humanidad nueva creada por medio del sacrificio de Cristo (2,15-16) y acerca de la unidad de gentiles y judíos en la Iglesia (3,4-6). Estos temas anteriores centran la atención de los lectores con advertencias encaminadas a que éstos conserven la unidad de la Iglesia (4,3-6), vivan su vida en sometimiento mutuo (5,21), renuncien a antiguos usos impíos (4,17-18) y reconozcan el señorío de Cristo (5,21; 6,10-12). La sección exhortatoria es particularmente rica en lenguaje bautismal (W. A. Meeks, «In One Body», God’s Christ and His People [Fest. N. A. Dahl; J. Jervel W. A. Meeks (eds.), Oslo 1977] 209-21).

25 (A) Unidad y diversidad en la Iglesia (4,1-16). 1-6. Al comienzo de la sección exhortatoria se invoca de nuevo la imagen de Pablo, el prisionero en el Señor, para conferir a las exhortaciones la autoridad del apóstol. La unidad de la nueva humanidad creada en Cristo (2,14-16) queda ilustrada por la unidad de la Iglesia, promovida por las virtudes que hacen realidad la vida en común: la humildad, la amabilidad, la paciencia y la tolerancia. El pasaje está inspirado en Col 3,12-15. 4-6. un solo cuerpo: La mención de la llamada a un solo cuerpo en Col 3,15 lleva a una afirmación, que consta de siete partes, sobre la omnipresencia de la unidad que debe caracterizar la vida cristiana. 5. un solo Señor: cf. 1 Cor 8,6. Esto es particularmente importante debido a los antecedentes gentiles de los lectores y a la insistencia del autor en el sometimiento de todos los poderes celestiales a Cristo (1,20-22). una fe, un bautismo: La unidad de fe se puede considerar en esta carta como unidad de cre­encias. Denota las enseñanzas a las que se adhieren todos los miembros de la Iglesia. Cuando en el período posapostólico surge el cristianismo institucional, la fe se convierte en aceptación de una tradición apostólica con autoridad (véase 2,20) que se puede distinguir de la doctrina falsa (4,14). La referencia que aquí se hace a la unidad en el bautismo encaja dentro de la perspectiva eclesiológica de Ef (→ Teología paulina, 82:125-26). Los cristianos están llamados en la Iglesia a una vida nueva (4,1) a la cual se entra en el bautismo, la iniciación formal en el cuerpo (cf. Col 2,9-12). 6. sobre todos, entre todos, en todos: La serie llega a su cima con una declaración de monoteísmo (cf. Dt 6,4; Rom 3,30; 1 Cor 8,5-6). La trascendencia y omnipresencia de Dios se describen repitiendo cuatro veces panta, «todos». 7-16. La unidad del cuerpo en los w. 3-6 proporciona el marco para la discusión de la diversidad de funciones dentro de la Iglesia. 8. al subir: El autor cita Sal 68,19 en una forma que no corresponde a ningún ms. bíblico hebr. ni gr. (que leen «recibiste» en lugar de «diste»). La tradición rabínica posterior interpretaba ese pasaje aplicándolo a Moisés cuando ascendió al monte Sinaí y dio la ley (Str-B 3.596). El autor de Ef lo interpreta de manera afín, como una referencia a la ascensión de Cristo y su subsiguiente concesión de dones a la Iglesia. 9. regiones inferiores: Con las «regiones inferiores» se significa, o el descenso al Hades, la morada de los muertos (cf. Rom 10,7; Flp 2,10; 1 Pe 3,19; 4,6), o la encarnación en la tierra. La cosmología del autor, según la cual todos los seres no humanos, benéficos o malignos, están situados en las alturas (1,20-22; 3,9-10; 6,10-20), apoya la interpretación de tçs gçs, «la tierra», como una aposición en gen. («las regiones inferiores», es decir, «la tierra»; para una opinión diferente, véase BDF 167), y del descenso como la encarnación. Las regiones inferiores, ta katôtera, contrastan con lo alto del cielo, ta epourania. 11. dio apóstoles: Tras una interpretación cristológica de la cita de la Escritura, el autor añade la dimensión eclesiológica al interpretar los «dones» de Sal 68,19 como funciones eclesiales. El primero son los apóstoles y profetas, que para el autor pertenecen al pasado y son el cimiento de la Iglesia (2,20). Van seguidos por los predicadores del evangelio, pastores y maestros, que son funciones eclesiales destacadas en la época del autor. Esta lista de funciones se ha de distinguir de listas parecidas presentes en las cartas paulinas (Rom 12,6-8; 1 Cor 12,8-11.28), que enumeran carismas otorgados por el Espíritu a personas concretas, pastores: Como título de un funcionario eclesiástico, «pastor» no se utiliza en ningún otro lugar del NT. Alusiones a tal función, sin embargo, aparecen en exhortaciones hechas a dirigentes de la Iglesia (Hch 20,28; Jn 21,15-17; 1 Pe 5,7) para que atiendan al rebaño, y en la imagen de Jesús como el buen pastor (Jn 10,11). Estas funciones preparan a la Iglesia para el ministerio y contribuyen al crecimiento del cuerpo. 13. la edad adulta en plenitud: En este contexto, el gr. ançr no pretende insistir en la virilidad, sino en la condición adulta, en contraste con la niñez mencionada en el versículo siguiente (BAGD 66[2]). Esta edad adulta plena se mide en relación con «la talla de la plenitud de Cristo». 14. todo viento de doctrina: La doctrina falsa representa una amenaza para la unidad en la fe; véase el comentario a 4,5. 15-16. crezcamos hasta alcanzar… la cabeza: El autor vuelve a imágenes ya usadas en 1,23 y 2,20-22, describiendo el cuerpo como un organismo vivo que tiene a Cristo como fuente y meta de su crecimiento. 16. cuando cada parte funciona como es debido: El crecimiento y desarrollo del cuerpo depende de que cada miembro lleve a cabo las tareas que le son propias.
26 (B) Conducta cristiana y no cristia­na (4,17-5,20). Esta larga sección parenética contrapone los usos impíos de los gentiles con las consecuencias éticas de la vida desarrollada dentro del cuerpo de Cristo. Las recomendaciones son en buena medida tradicionales y en su mayoría están formuladas como mandatos negativos. Tratan de requisitos generales de la conducta cristiana y no muestran indicio alguno de abordar problemas específicos. 17-19. El pasaje reitera la opinión judía común acerca de la conducta moral pagana; véase Rom 1,21-25. 22-24. despojaos de la humanidad vieja: cf. Col 3,9-10. Con lenguaje bautismal (→ Teología paulina, 82:112-14), el autor exhorta a los lectores a una conducta digna de la humanidad nueva (2,14-16). 4,25-5,2. Estos versículos presentan una serie de exhortaciones morales que ilustran el tipo de conducta propio de cristianos que en el bautismo se han revestido de una naturaleza nueva (4,24). La motivación es la común condición de miembros del único cuerpo (4,25), la solicitud por los pobres (4,28), la edificación del prójimo (4,29) y especialmente la imitación de Dios (5,1) y de Cristo (5,2). 30. no ofendáis al Espíritu Santo: La índole de las exhortaciones, centrada en la comunidad, indica que cualquier ofensa contra otro miembro es una ofensa contra el Espíritu Santo, pues los cristianos constituyen todos juntos un templo vivo en el cual habita el Espíritu (2,21-22). con el cual fuisteis sellados: Véase Ef 1,13. 31. toda agresividad…: Se incorporan a la parénesis elementos de una lista tradicional de vicios; tales listas son corrientes en los tratados morales helenísticos y también en otros lugares del NT (p.ej., Rom 1,29-21; Gál 5,19-21) y en la LQ (p.ej., 1QS 4,3-5; CD 4,17-19; véase S. Wibbing, Die Tugendund Lasterkataloge im Neuen Testament [BZNW 25, Berlín 1959]). Los vicios aquí enumerados son los que subvierten la vida común. 32. perdonaos mutuamente: Esta idea recuerda la petición del Padrenuestro, de que Dios perdone a quienes perdonan a los demás, pero en este caso el imperativo y la condición aparecen invertidos. 5,1. sed imitadores de Dios como hijos queridos: cf. 1 Cor 11,1; 1 Tes 1,6. Hay una manera de vivir que caracteriza la condición de miembro de la familia de Dios (2,19); una de las características que definen a los cristianos como miembros de la familia de Dios es el amor al prójimo según el modelo del amor que el Hijo de Dios manifestó en su muerte sacrificial (5,2). 3-5. Al describir la conducta de quienes están fuera de la familia de Dios, el autor incorpora de nuevo una lista de vicios (véase el comentario a 4,31) que incluye tres hapax legomena del NT: aischrotçs, «obscenidad», môrologia, «estupidez», y eutrapelia, «chocarrería». Cf. 1QS 10,22-24; 7,9.14; véase Kuhn, «The Epistle to the Ephesians» (→ 12 supra) 122. 6-20. Utilizando en los w. 6-17 un vocabulario que recuerda el lenguaje de la LQ, el autor contrapone los hijos de la desobediencia/tiniebla con los hijos de la luz (cf. 1QS 5,1-2; 3,10-11; 1,5; 2,24-25). Como en Qumrán, el dualismo luz-tiniebla es completamente ético y no ontológico como en el gnosticismo posterior. 11. reprendedlos: La responsabilidad de corregir a los pecadores también era importante en Qumrán (1QS 5,24-6,1; cf. Mt 18,15-17). 14. despierta, tú que duermes: Las palabras dio legei, «por eso se dice», introducen lo que parece ser un fragmento de antiguo himno bautismal. 15-17. sabios… necios: cf. 1QS 4,23-24. 18-19. La sección concluye recomendando a los destinatarios que se llenen del Espíritu de Dios y exhortándoles a ejercitarse en prácticas relacionadas con una vida llena de Espíritu (cf. Col 3,16-17).

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

TGr121 Pablo se describe a sí mismo en Efe 4:1 como el prisionero en el Señor. El vivió en Cristo, en esperanza, en consagración, en paz. Estas son esferas o atmósferas, el aire que el cristiano respira. Pablo es preciso en el uso de las preposiciones cuando los puntos más finos de teología están en juego (ἐν κυρίῳ es atributivo de ὁ δέσμιος; comp. R783).

BD337(1) La exhortación en el tiempo aoristo se usa para expresar la conducta venidera que contrasta con la conducta anterior (de inicio: los exhorto … a que anden).

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

O, en el, o, por el

Lit., andéis

Fuente: La Biblia de las Américas

[1] Estar ansiosos/deseosos de guardar la verdad de la pacífica reunificación de nuestro pueblo en todo momento.

[2] Ambas casa han recibido la promesa de la misma esperanza.

[3] En lo que a YHWH concierne, hay sólo una fe y un pueblo. Ese es el cuerpo del Pacto Renovado de Israel, en donde no hay Judíos, o Arameos, o Griegos sino que todos son Israel.

[4] Lo recto/honesto en el Seno de Abraham. Ver notas en Lucas 16.

[5] Los Israelitas no pueden imitar y seguir los caminos de los gentiles, desde que los Israelitas no son gentiles, como vemos aquí en las comparaciones entre creyentes y gentiles. Los creyentes no deben andar, o hablar como los gentiles, ésto incluye referirse a sí mismos como un llamado”creyente gentil.”

[6] Esto no es – y no puede – ser una descripción de un creyente, que anda En luz y revelación. Los gentiles están ciegos y caminan en oscuridad espiritual.

[1] A diferencia de la religión, en donde las personas se convierten en miembros de una denominación, en Israel nos convertimos en miembros unos de otros.

[2] El enojo es una emoción humana. Pero el enojo prolongado, o el enojo innato destruye desde dentro. Por tanto, los Israelitas son motivados a “dejarlo ir” antes de que el nuevo día amanezca.

[3] Un verdadero Israelita puede ser detectado por frutos de arrepentimiento.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[6] Mal 2, 10.[8] Sal 68 (67), 19.[16] Que es el alma de este cuerpo o edificio espiritual.[21] Col 3, 9.

Fuente: Notas Torres Amat